que es la eucaristía

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Página 1 de 8 INTRODUCCIÓN AL CRISTIANISMO II 2015_2 Texto 08: La Eucaristía La Encarnación, la Resurrección y la Eucaristía son los tres grandes misterios que desafían a la mente humana. La pregunta racionalista sobre la posibilidad de que el Señor resucitado se haga presente, substancialmente, en las especies de pan y vino eucarísticos y que por ellos los cristianos pueden incorporarse perfectamente a Cristo, es casi inevitable, puesto que afirmar que podemos comulgar el Cuerpo y Sangre del propio Cristo es un lenguaje duro y que sólo puede ser aceptado por aquellos que han recibido el don de la fe 1 . Este lenguaje ha dividido en el pasado a los verdaderos discípulos de Cristo de los “seguidores por conveniencia”. Por eso, la Eucaristía ha recibido el título, antes aplicado al Bautismo, de Sacramentum fidei, y es el Sacramento por excelencia y centro de toda la vida de la Iglesia y de cada uno de los fieles. La Eucaristía presenta dos aspectos fundamentales: Sacrificio: es el sacrificio del Calvario ofrecido por Cristo y por la Iglesia. Sacramento: es alimento de la vida espiritual. 1. La promesa de la Eucaristía El Evangelio de San Juan se dispensa de describir la institución de la Eucaristía, ya relatada en los Sinópticos y en la primera Carta de San Pablo a los Corintios. El cuarto Evangelio busca desarrollar el significado más profundo de la acción de Cristo, refiriendo la promesa de la institución del sacrificio Eucarístico. El contenido de la promesa, presente en el capítulo 6, reúne tres escenas que preparan a la comprensión del misterio de la fe a ser instituido en el último día de la vida terrenal del Señor: a. La multiplicación de los panes. b. El caminar sobre el agua. c. El discurso del Pan de Vida. La multiplicación de los panes (v. 1-15) presenta el poder de Jesús sobre los elementos naturales, en ese caso específicamente el pan, que después va utilizar para instituir el Sacramento. El acto de caminar sobre el agua (v. 16-21), resalta su poder sobre los elementos naturales y fue preparatorio para la fe de los Apóstoles en su presencia real en el pan y en el vino 2 . En los versículos 22 a 71, encontramos el llamado Sermón del Pan de Vida, en que la gente busca a Jesús después de haber recibido el pan multiplicado y Éste les dice: «Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; [...| Mi Padre les da el verdadero pan del cielo». 3 Y, cuando las personas le piden este pan, Cristo proclama: «Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed» (Jn 6, 35). 1 Cf. GARCÍA PAREDES, José Cristo Rey. Eucaristía: Memoria, presencia, profecía. Bogotá: San Pablo, 2011, pp. 5-6. 2 Cf. BOROBIO, Dionisio. Eucaristía. Madrid: BAC, 2000, pp. 42-43. 3 Jn 6, 27.32.

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Excelente explicación de la Eucaristía, del sacrificio de Cristo renovado en la liturgia, de su fundamentación bíblica, desarrollo histórico y aplicación para la vida cristiana.

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Page 1: Que es la Eucaristía

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INTRODUCCIÓN AL CRISTIANISMO II 2015_2

Texto 08: La Eucaristía La Encarnación, la Resurrección y la Eucaristía son los tres grandes misterios

que desafían a la mente humana. La pregunta racionalista sobre la posibilidad de que el Señor resucitado se haga presente, substancialmente, en las especies de pan y vino eucarísticos y que por ellos los cristianos pueden incorporarse perfectamente a Cristo, es casi inevitable, puesto que afirmar que podemos comulgar el Cuerpo y Sangre del propio Cristo es un lenguaje duro y que sólo puede ser aceptado por aquellos que han recibido el don de la fe1. Este lenguaje ha dividido en el pasado a los verdaderos discípulos de Cristo de los “seguidores por conveniencia”. Por eso, la Eucaristía ha recibido el título, antes aplicado al Bautismo, de Sacramentum fidei, y es el Sacramento por excelencia y centro de toda la vida de la Iglesia y de cada uno de los fieles.

La Eucaristía presenta dos aspectos fundamentales: • Sacrificio: es el sacrificio del Calvario ofrecido por Cristo y por la Iglesia. • Sacramento: es alimento de la vida espiritual.

1. La promesa de la Eucaristía El Evangelio de San Juan se dispensa de describir la institución de la Eucaristía, ya

relatada en los Sinópticos y en la primera Carta de San Pablo a los Corintios. El cuarto Evangelio busca desarrollar el significado más profundo de la acción de Cristo, refiriendo la promesa de la institución del sacrificio Eucarístico.

El contenido de la promesa, presente en el capítulo 6, reúne tres escenas que preparan a la comprensión del misterio de la fe a ser instituido en el último día de la vida terrenal del Señor:

a. La multiplicación de los panes. b. El caminar sobre el agua. c. El discurso del Pan de Vida. La multiplicación de los panes (v. 1-15) presenta el poder de Jesús sobre los elementos

naturales, en ese caso específicamente el pan, que después va utilizar para instituir el Sacramento. El acto de caminar sobre el agua (v. 16-21), resalta su poder sobre los elementos naturales y fue preparatorio para la fe de los Apóstoles en su presencia real en el pan y en el vino2.

En los versículos 22 a 71, encontramos el llamado Sermón del Pan de Vida, en que la gente busca a Jesús después de haber recibido el pan multiplicado y Éste les dice:

«Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; [...| Mi Padre les da el verdadero pan del cielo».3

Y, cuando las personas le piden este pan, Cristo proclama: «Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed» (Jn 6, 35).

1 Cf. GARCÍA PAREDES, José Cristo Rey. Eucaristía: Memoria, presencia, profecía. Bogotá: San Pablo, 2011, pp. 5-6. 2 Cf. BOROBIO, Dionisio. Eucaristía. Madrid: BAC, 2000, pp. 42-43. 3 Jn 6, 27.32.

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Delante de la gente incrédula, Jesús confirma su promesa: «El pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo. [...] Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él».4

Muchos de sus discípulos afirmaron:

«¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?»5

La claridad e insistencia de las palabras de Jesús exigen que sean entendidas en su sentido pleno y real. Cuando los judíos dudan de la afirmación, Cristo no busca una explicación alegórica, sino que deja claro que su afirmación es literal, aunque el sentido verdadero y pleno sólo sería conocido en la Última Cena. Para dar más fuerza a su declaración, Jesús cambió el verbo que había usado antes – phagein – por uno más claro y literal: trogon, que significa masticar, dilacerar con los dientes, para no dejar dudas sobre el sentido literal de su afirmación. Es importante observar que Jesús no sólo no buscó deshacer el equívoco, sino que reafirmó su proclamación incluso delante del abandono de sus discípulos, llegando a intimar a los propios apóstoles a hacer lo mismo. Es decir: es tan fundamental el misterio de la Eucaristía para la vida cristiana que Jesús quiso exigir, de los que querían seguirlo, su aceptación en la obediencia de la fe.6

2. La Institución de la Eucaristía La institución de la Eucaristía es relatada en los tres Sinópticos y en la primera Carta de

San Pablo a los Corintios, que testimonia su presencia en la Tradición de la Iglesia primitiva. Todos los relatos son escritos a la luz de la celebración litúrgica presente ya en la Iglesia desde los tiempos apostólicos.7

En su substancia los cuatro relatos son equivalentes entre sí, especificando: a. Que Jesús entrega a los discípulos, bajo el signo del pan y del vino, a su Cuerpo y a

su Sangre. b. Para la remisión de los pecados. c. Este gesto debe ser repetido por los discípulos, como memorial. Este precepto está

explícito en el relato lucano y en el paulino, e implícito en San Marcos y San Mateo. Las diferencias accidentales son consecuencia del hecho de que los Evangelistas

escribieron a partir de la praxis litúrgica ya existente en los primeros decenios del cristianismo. Al entregar voluntariamente su Cuerpo y su Sangre por nosotros para la remisión de los

pecados, Jesús asume efectivamente el papel del Siervo de Yaweh profetizado por Isaías, anunciando su sacrificio en el Calvario y ofreciéndolo al Padre por la remisión de los pecados, instituyendo el rito de la Eucaristía, que tornaría presente su gesto a todas las generaciones futuras.

El contexto de la Pascua judaica, elegido por Dios para el sacrificio de su Hijo, deja clara la conexión con el primer anuncio de Juan Bautista al afirmar: “éste es el Cordero de Dios, el que quita los pecados del mundo” (cf. Jn 1, 20).

4 Jn 6, 51-56. 5 Jn 6, 60. 6 Cf. BETTENCOURT, ESTEVÃO. Curso sobre os Sacramentos. Rio de Janeiro: Mater Ecclesiae, 2002, pp. 89-90. 7 Cf. BETZ, J. EUCARISTÍA. En: FRIES, Heinrich (dir.). Dicionário de Teologia: Conceitos fundamentais da teologia atual. Vol. II. São Paulo: Loyola, 1970, p. 129.

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San Pablo deja claro la dimensión eclesial de la Eucaristía al decir que “todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan” (1 Cor 10, 17). Por eso se debe afirmar que el Cuerpo de Cristo eucarístico se prolonga en el Cuerpo de Cristo eclesial.

La institución por Cristo en la cena de Pascua, deja claro el triple significado de la celebración eucarística: la entrega voluntaria de su vida por la remisión de los pecados, su permanencia entre los hombres por el misterio Eucarístico y el mandato de celebrar este misterio como memorial.

El acto de Cristo se da en un ambiente semítico de una cena ritual que era la actualización de la última cena de los israelitas antes de la salvación del cautiverio de Egipto. En esas ceremonias, había la bendición, la fracción y distribución del pan, la comida y la oración.

Es a partir de este contexto que se deben comprender los ritos litúrgicos de la Eucaristía, sobre todo la Plegaria Eucarística que es el memorial de la institución de la Eucaristía y momento de la presencia real de Cristo entre nosotros. En los ritos actuales encontramos:

a. Diálogo de introducción: “El Señor esté con ustedes... elevemos el corazón”. b. Acción de gracias (prefacio): “En verdad es justo y necesario...”. El prefacio muchas

veces es adaptado a la fiesta que se celebra de acuerdo con el ciclo eortológico8. c. Epíclesis: es la invocación del Espíritu Santo. Hay una segunda epíclesis después de

la Consagración, que pide la unidad de la Iglesia mediante la acción del Espíritu Santo: “...seamos reunidos por el Espíritu Santo en un solo cuerpo”.

d. Relato de la institución: las palabras que Cristo utilizó en la Última Cena. e. La anamnesis9: es la referencia explícita a la Pasión y resurrección de Jesús

perpetuadas sobre el altar como ofrenda de Cristo y de la Iglesia. f. Memento: impetración por la Iglesia, por los vivos y por los difuntos. Es un resquicio

de las preces judaicas. g. Doxología final: en que se glorifica a Dios y se finaliza la Plegaria Eucarística. El Sanctus fue insertado en la acción de gracias en época incierta, alrededor del siglo III

o IV. La epíclesis ha suscitado dudas entre los latinos y orientales: En la Iglesia latina es considerada como invocación del Espíritu Santo para el misterio

que se va dar en la Consagración, señalando los gestos precisos que operan la consagración del Pan y del Vino, por eso está colocada litúrgicamente antes del relato de la institución.

En la Iglesia oriental se considera como oración que consagra efectivamente el pan y el vino, juntamente con las palabras de la institución proferidas por el Señor. Esta visión contempla la Plegaria Eucarística como un todo que tiene su eficacia especial por acción del Espíritu Santo.10 En realidad, las palabras de la epíclesis explican y detallan lo que las de la consagración han producido.11

San Pablo confirma la creencia, ya en los primitivos tiempos de la Iglesia, de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, por la afirmación de que quien coma del pan o beba

8 «Del griego e¸orth /, fiesta, y lo/goj, ciencia, estudio, palabra. Ciencia litúrgica que se ocupa de estudiar el origen, desarrollo y celebración de las fiestas y ciclos del año litúrgico». (EORTOLOGIA. En: PARRA SÁNCHEZ, Tomás. Diccionario de liturgia. México: Paulinas, 2003) 9 Anamnesis viene del giego anamnhsij, que significa traer a la memoria. El término apunta al acto de traer al presente los recuerdos del pasado. 10 Cf. BETTENCOURT, Estevão. Op. cit., pp. 92-93. 11 Cf. MONTÁNCHEZ, Jesús. La Eucaristía. La Misa: Tratado teológico dogmático. Buenos Aires: Poblet, 1942, p. 113.

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del cáliz indignamente, es reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor (cf. 1 Cor. 11, 27-30). Con esta sentencia señala también las gravísimas consecuencias de la profanación del pan y del vino eucarísticos. Esta condenación no se entendería si la Eucaristía fuera tan solo un símbolo del Cuerpo y de la Sangre de Cristo.

3. Presencia En el Jueves Santo Jesús ofreció el sacrificio definitivo que realizó cruentamente en la

Cruz. Este hacer presente a todos los tiempos, sin implicar repetición del único sacrificio de Cristo es realizado en la celebración eucarística, como afirma el Concilio de Trento:

“Es una sola y misma Hostia, un mismo Sacerdote, que se ofrece ahora por el ministerio de los presbíteros después de haberse ofrecido Él mismo otrora sobre la Cruz, sólo es diferente la manera de ofrecer”. (DS 1743).

Algunos autores levantaron la cuestión de la presencia real de la Sangre de Cristo, en función de las diferencias de los relatos bíblicos sobre el cáliz. San Pablo ve en el cáliz la Nueva Alianza que se alcanza por la Sangre de Jesús, mientras que la descripción de San Marcos señala expresamente la sangre como contenido propio del cáliz, que fundamenta la Nueva Alianza. Objetivamente no existe diferencia entre las dos formulaciones, ya que ambas ven en el cáliz, el testamento y la sangre en la misma estrechísima relación. Pero Marcos narra el requerimiento de Jesús de beber la sangre y acentúa que todos la bebieron de hecho.

Esta insistencia de San Marcos debe ser motivada por su deseo de salir al paso a posturas contrarias al cáliz. La primitiva comunidad judía tenía una gran inclinación a mantenerse dentro de la ley mosaica (Hch 21, 20). El propio Concilio Apostólico de Jerusalén prohibía el consumo de la sangre, lo que hace percibir que seguían válidas las leyes de Noé prohibiendo la ingestión de la sangre (Hch 15, 29). Incluso en la Epístola a los Hebreos parece hacerse frente a una cierta oposición de los círculos judíos contra el cáliz de la cena.12

4. Frecuencia Desde los inicios la celebración de la Eucaristía se desvinculó de las leyes de tiempo y

lugar que regían la Pascua judaica, celebrada únicamente en el primer plenilunio después del equinoccio de primavera. San Pablo relata que en Corinto los cristianos celebraban la Eucaristía en el contexto de una cena común, reunidos en casas particulares. Plinio, el Joven, atestigua en su carta al gobernador de Bitinia (año 111) que, “los cristianos están habituados a reunirse antes del nacer del sol y cantar un cántico a Cristo, que ellos tienen como Dios”. Por la tarde – atestigua la Epístola a Trajano –, se reunían de nuevo en una cena inofensiva a favor de los hermanos más pobres, a la que llamaban ágape. El texto de los Hechos de los Apóstoles afirma que lo hacían diariamente, es decir, en cualquier día de la semana, en sus casas (cf. Hch 2, 46; 20, 7-12).

La Didaché afirma que la Eucaristía era celebrada sin la cena común en el día del Señor, domingo, después de la confesión de los pecados. Esta separación de la celebración como liturgia propia no insertada en una cena familiar, fue determinando el domingo para el día preferido para celebrar la Fracción del Pan, dando origen al precepto de la Misa dominical en el siglo IV. Esto se comprueba con la afirmación de los cristianos delante del tribunal de Cartago, que los acusaba de reunirse contra la ley: “Celebramos la asamblea del domingo, porque no nos es lícito suspenderla”. En consecuencia, fueron condenados y murieron mártires.

Cerca del año 150, San Justino informa que la Eucaristía era celebrada bajo la presidencia del obispo con todo el clero y los fieles. En este relato ya se encuentra la

12 Cf. SCHMAUS, Michael. Teología Dogmática. Tomo VI: Los Sacramentos. Madrid: Rialp, 1961, P. 240.

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estructura de la Misa actual: lecturas, homilía, oración de los fieles, ósculo de la paz, procesión del ofertorio, Plegaria Eucarística, Comunión de los fieles y envío a los ausentes, colecta a favor de los pobres.13

En el siglo III, los fieles del Norte de África clausuraban sus días de ayuno (miércoles y viernes) con la celebración Eucarística, praxis habitual también en Milán. San Agustín refiere que en algunos lugares se celebraba todos los días, en otros los sábados y domingos, y en algunos otros, sólo los domingos.14

Con el crecimiento de la población cristiana, se hizo necesario multiplicar el número de misas. En Roma, el Papa enviaba a cada iglesia de la ciudad una partícula del pan consagrado, para significar la unidad de la Iglesia que la Eucaristía realiza y consolida. De esta costumbre nace el rito del fermentum, que el sacerdote hace durante la invocación al Cordero de Dios.

En el siglo IV los obispos exhortaban a los fieles a la comunión frecuente o cotidiana, pero a partir del siglo V, se encuentran testimonios de que algunos fieles comulgaban pocas veces por año, en la Epifanía, en la Cuaresma y en la Pascua, aunque la Misa ya fuese celebrada diariamente. San Ambrosio censuró esta costumbre: “¿Si este pan es cotidiano, por que lo recibes con el intervalo de un año, como acostumbran hacer los griegos en el Oriente?”.15

Algunos concilios prescribieron la comunión tres veces al año: Navidad, Epifanía y Pascua y otros incentivaron la comunión en todos los domingos. Pero el IV Concilio de Letrán (1215) prescribió la obligación de comulgar al menos en la Pascua, penalizando con la prohibición de entrar en la iglesia y recibir sepultura eclesiástica a los que no cumpliesen esta determinación. (DS 812)

Posteriormente, la Iglesia fue incentivando la mayor frecuencia al sacramento de la Eucaristía y San Pío X autorizó su concesión a los niños, incentivando también la comunión frecuente.

5. Controversias medievales En el siglo IX surge una polémica sobre cómo comprender la presencia real del Cuerpo

de Cristo en la Eucaristía. Pascasio Radberto (†856) identificaba a Cristo eucarístico con la realidad de la figura histórica de Jesucristo. En su obra De Corpore et Sanguine Domini, afirma que el cuerpo histórico de Cristo es el mismo Cuerpo de Cristo realmente presente en la Eucaristía. Hace así una relación de identidad, conocida como realismo.

Por otro lado, Ratramno de Corbie (†868) escribe una obra con el mismo nombre y hace una separación entre el Cuerpo histórico de Cristo y el Cuerpo Eucarístico, afirmando que este segundo sería una representación o simbolismo, llegando a negar la conversión de la sustancia del pan y del vino.

La postura de Pascasio estaba más próxima de la realidad, sólo faltando añadir que el Cuerpo de Cristo Eucarístico es el Cuerpo real e histórico de Cristo, pero sacramental.

En la misma época, un filósofo neoplatónico llamado Juan Escoto Eriúgena (†877) enfatiza aun más el simbolismo, afirmando que la Eucaristía es una “simple memoria del Cuerpo y Sangre de Cristo”.

Algunos siglos después surge Berengario de Tours (†1088), que era canónigo de la Catedral de Tours. Inspirado por el racionalismo, renovó la teoría simbolista de Ratramno, negando la presencia real de Cristo en la Eucaristía, por separar signo y realidad significada en los sacramentos. Intimado a retractarse en el Sínodo de Letrán (1059), Berengario retiró su

13 Cf. SAN JUSTINO. Apologia I, 65-67. 14 Cf. SAN AGUSTÍN. Epistola ad Ianuarium 54, II, 2. 15 SAN AMBROSIO. De Sacramentis V 4, 25.

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tesis, pero diez años más tarde volvió a impugnar la doctrina de la presencia real. El Papa San Gregorio VII lo llamó a Roma, llevando a una nueva retractación en el Sínodo de 1079, en que subscribió una profesión de fe y murió reconciliado con la Iglesia.

No obstante, había abierto una llaga profunda en la piedad católica, puesto que sus escritos infundieron la duda en los corazones de los fieles. La teología católica reaccionó mostrando la presencia real del Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo totalmente presente bajo las dos especies de pan y de vino.

Dos siglos después, el Papa Urbano IV, mediante la Bula “Transiturus”, del 8 de septiembre de 1264, instituyó la fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo, en recuerdo de la institución de este gran misterio16 y como acto de culto público tributado a Jesús presente en la Eucaristía. Esa acción del Magisterio fue consecuencia de las revelaciones a la beata Juliana de Mont-Cornillon, quien recibió del Señor la misión de introducir una fiesta en honor de la Eucaristía en la Iglesia, con el deseo de infundir la devoción eucarística y proclamar públicamente la fe católica a través de la procesión con el Cristo Sacramentado.

El canon 944 establece que “donde pueda hacerse, a juicio del Obispo diocesano, téngase la procesión por las calles, sobre todo en la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo”, encargando al Obispo dictar las normas de la misma.

6. Frutos de la Santa Misa La Santa Misa es la renovación incruenta del Sacrifico de la Cruz y por eso cada Misa

tiene un valor infinito. Por ende, una sola Misa sería suficiente para dar a Dios todo loor que las criaturas le deben, para borrar todos los pecados de los hombres y obtener todas las gracias espirituales y temporales necesarias para la salvación. Sin embargo, este valor infinito no es aplicado a los hombres en grado infinito. El Sacrificio de Cristo es infinito, pero los frutos en cada hombre son restringidos a sus propias limitaciones, sobre todo relacionadas a su entrega al Padre. El texto de la Plegaria Eucarística I señala la fidelidad y la devoción (fides et devotio) de los que ofrecen con Cristo el sacrificio del altar.

El Papa Inocencio III exhorta a los fieles a nutrir los sentimientos de unión con el Sacrificio de Cristo:

«No sólo ofrecen el sacrificio los sacerdotes, sino también todos los fieles; pues lo que se realiza especialmente por el ministerio de los sacerdotes, se obra universalmente por el voto o deseo de los fieles».17

7. Materia y forma La consagración del pan y del vino debe darse en la liturgia de la Santa Misa. El

término liturgia procede del griego leitourgía (de la raíz léit —léós-laós—: pueblo, popular; y érgon: obra) y se usaba para indicar un servicio público. Cuando este servicio acontecía en el ámbito religioso, liturgia se refería al culto oficial de los dioses.

En el Nuevo Testamento el término es utilizado especialmente en el sentido del culto comunitario Cristiano. Posteriormente ha encontrado una utilización desigual. En las Iglesias orientales de lengua griega designa exclusivamente a la celebración eucarística. En la iglesia latina se hizo sinónimo de ritual y de ceremonia. La Encíclica Mediator Dei afirma que el fundamento de la liturgia es el sacerdocio de Cristo y por eso la define como “el culto público que nuestro Redentor tributa al Padre como Cabeza de la Iglesia, y el que la sociedad de los fieles tributa a su fundador, y, por medio de él, al eterno Padre.” (MD 29)18 16 Cf. JUAN PABLO II. Carta Dominicae Cenae, sobre el misterio y el culto de la Santísima Eucaristía, 24 de febrero de 1980; DE LAS HUERAS MUELA, Jesús. Día del Corpus, día de la caridad. Revista Ecclesia, 20 de mayo de 2008. 17 INOCENCIO III. De sacro altaris mysterio III 6. 18 Cf. LÓPEZ MARTÍN, Julián. La Liturgia de la Iglesia. Madrid: BAC, 2005, pp. 36-40.

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La Constitución Sacrosantum Concilium considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo, en la cual los signos sensibles realizan la santificación del hombre y el culto al Padre, de modo que el sacerdocio de Cristo se realiza en los dos aspectos: en cuanto constituida por «gestos y palabras» que significan y realizan eficazmente la salvación, la liturgia es un acontecimiento en el que se manifiesta la Iglesia, sacramento del Verbo encarnado; por todo esto la liturgia es “fuente y cumbre” de la vida de la Iglesia.19

7.1. Materia El Código de Derecho Canónico define que el Santo Sacrificio Eucarístico debe ser celebrado

con pan y vino y que a éste se debe misturar un poco de agua. El pan debe ser de trigo y el vino natural, de uva.

El Código no define si el pan debe o no ser fermentado. Jesús había celebrado la Última Cena con pan no fermentado, como prescribía el ritual mosaico. Pero en los inicios de la Iglesia se usaba el pan común, fermentado, costumbre que ha permanecido hasta hoy en el Oriente. En el Occidente, a partir del siglo IX, los germanos pasaron a usar el pan ácimo. El primero testimonio claro a respecto es de Rábano Mauro, arzobispo de Maguncia (†856)20. Además del argumento de su uso por Cristo, los latinos argumentaban que la levadura en la Escritura simboliza el pecado: “Despójense de la vieja levadura” (1 Cor 5, 7).

Los orientales defienden su costumbre afirmando que el pan fermentado es el pan pleno, que significa la humanidad de Jesús asumida en el seno de María Virgen, constando de cuerpo y alma.

El Papa San Gregorio VII (†1085) reconoció la validez de las dos formas en esta sentencia confirmada por el Concilio de Florencia:

«Consagrase realmente tanto el pan ácimo como el fermentado, tornándose el Cuerpo de Cristo. Los sacerdotes deben utilizar uno u otro, de acuerdo con la costumbre de su Iglesia occidental u oriental» (DS 1303).

La liturgia católica prescribe que sean colocadas algunas gotas de agua en el vino, de acuerdo con la costumbre judaica.

La mezcla de agua es atestiguada ya por San Justino, San Ireneo y San Cipriano. Es necesaria actualmente por disposición eclesiástica para la licitud, pero no para la validez del sacrificio eucarístico. Santo Tomás de Aquino da la siguiente razón del por qué se añade agua: se cree con probabilidad que el Señor la instituyó con vino mezclado con agua, según costumbre de aquella tierra. El agua representa la pasión de Cristo, puesto que después de su muerte manó agua de su costado. Significa también la unión del pueblo cristiano con Cristo. Muchos Padres vieron en la mezcla de agua y vino una representación sensible de la unión de lo divino y de lo humano en Cristo.21

Este simbolismo fue rechazado por Lutero, pues le parecía significar que el hombre participa de la obra salvífica de Cristo. El Concilio de Trento confirmó el uso tradicional, contra la herética postura luterana. 7.2. Forma

La forma son las palabras con que Cristo ha instituido la Eucaristía. Está determinada con claridad en las palabras consagratorias del pan. Todos los relatos están de acuerdo sobre ello:

“Esto es mi Cuerpo...” No será posible determinar con plena seguridad cuál fue el texto exacto de las palabras

sobre el cáliz. Las palabras de Jesús tienen una función creadora: producen lo que dicen. 19 Cf. SC 10; LG 11. 20 La Carta de Isidoro a Redemptus, que figuraba hasta poco como uno de los más antiguos testimonios de la costumbre del uso de pan ácimo, no es auténtica. Cf. SCHMAUS, Michael. Op. cit., p. 264. 21 Cf. SCHMAUS, Michael. Op. cit., p. 265.

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Hay muchas discusiones sobre las palabras consagratorias del vino, cuáles son esenciales, cuáles no son esenciales. Michael Schmaus afirma que “sin duda alguna las palabras esenciales para la confección del sacramento son las siguientes: Esto es mi cuerpo, y: Esto es el cáliz de mi sangre. Según la mayoría de los teólogos actuales, tan sólo son absolutamente necesarias estas palabras”.22

Algunas fórmulas griegas no añaden la expresión “que será derramada por vosotros y por muchos para remisión de los pecados”. Los hagiógrafos, al consignar estas palabras escriben de maneras diversas, lo que supone que a su juicio no son esenciales, por eso, por el común sentir, no son necesarias para la validez del sacramento.

La expresión por muchos (upe/r pollwn) equivale a afirmar que ha sido derramada para satisfacer por todos los pecados y redimir y santificar no sólo a los apóstoles, no sólo a los fieles, sino también a los demás hombres que son “los” muchos.23

8. La transubstanciación La presencia real del Señor en la Eucaristía es profesada en consecuencia de la

conversión de la substancia del pan y del vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo. El término transubstanciación, se ha tornado corriente a partir del siglo XII, aunque la realidad que él expresa ya está profesada en la propia Escritura y por todas las generaciones cristianas.

El IV Concilio de Letrán (1215), retornando a la constante doctrina de la Iglesia consagró la palabra que se encontraba esbozada en los textos anteriores: transubstanciación, que fue confirmada por los subsecuentes Concilios de Constanza (1415-1417) y Florencia (1438-1444).

El Concilio de Trento (1545-1563) define: “Por la consagración del pan y del vino, se efectúa la conversión de toda la sustancia del pan en la sustancia del Cuerpo de Cristo Nuestro Señor, y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su Sangre. Esta conversión fue con mucho acierto y propiedad llamada por la Iglesia Católica transubstanciación” (DS 1642).

La sustancia (sub-est, lo que soporta) se convierte totalmente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, pero los accidentes, como el color, las dimensiones, el sabor, la posición en el espacio, pueden cambiar en una sustancia que las sustenta. Estas se mantienen en el pan y vino consagrados. Evidentemente esto solo es posible por una intervención de la omnipotencia divina que no encuentra paralelo en la naturaleza, aunque encuentre su explicación con la diferencia filosófica entre sustancia y accidentes.

Por eso el Cuerpo de Cristo no se parte o se divide cuando se divide la hostia consagrada, puesto que la presencia está en la sustancia y no depende de los accidentes. Por consiguiente, cuando el pan consagrado es partido, sólo se parte la cantidad del pan, no el Cuerpo de Cristo.

La permanencia eucarística del Señor con nosotros y la constante actualización de su sacrificio redentor por la Iglesia, es el mayor legado dejado por Cristo a sus fieles. En la Eucaristía nos unimos al divino Salvador en la comunión más real y efectiva que el ser humano puede tener con su Creador.

22 Ibid. p. 274. 23 Cf. MONTÁNCHEZ, Jesús. Op. cit., pp. 117-118.