quarleri - lógicas y concepciones sobre trabajo, acumulación y bienestar

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Guaraní

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  • Lgicas y concepciones sobre trabajo, acumulacin y bienestar en los pueblos de indios guaranes (Siglos XVII y XVIII)

    La Quarleri*

    Resumen: En el presente trabajo se busca analizar, a partir del estudio de las poblaciones guaranes, reducidas en misiones jesuitas y ms tarde en pueblos de indios, cmo se fueron imponiendo o se buscaron imponer reestructuraciones en las prcticas cotidianas en relacin a las modalidades y medios de explotacin y circulacin de los recursos en intima relacin con las concepciones europeas sobre trabajo, ocio, productividad y bienestar. Se busca analizar la confi guracin de tres grandes modelos e imaginarios, el primer de ellos centrado en la opo-sicin desierto/abundancia, sostenido como variable en los primeros tiempos jesuticos; el segundo enfocado en el cambio de una economa de reciprocidad a la de un intercambio de bienes controlado bajo el sistema reduccional y el ltimo en los contraste surgidos entre el sistema de comunidad y el rgimen de libertad econmica, en las ltimas dcadas del gobierno colonial. Para ello se citarn cro-nistas espaoles, jesuitas y a funcionarios borbnicos, haciendo hincapi en las tensiones, transformaciones y en las respuestas estratgicas como mecanismos de adaptacin y resistencia de las familias guaranes. Palabras clave: Misiones guaranes. Economa indgena. Ro de la Plata

    * Doctora en Antropologa Social por la Universidad de Buenos Aires. Investi-gadora Adjunta del Consejo Nacional de Investigaciones Cientfi cas y Tcnicas (CONICET). Docente del Instituto de Altos Estudios Sociales (IDAES), Uni-versidad Nacional de San Martn (UNSAM) y de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Direccin de correo electrnico: [email protected].

    Anos 90, Porto Alegre, v. 20, n. 37, p. 177-212, jul. 2013

  • En la historia de Amrica Latina desde la conquista europea hasta nuestros das diferentes fenmenos fueron punteando trans-formaciones a diferentes niveles en relacin con la explotacin de recursos, el medio ambiente, las labores productivas o extractivas ejercidas a expensas de las poblaciones indgenas locales y su espa-cio circundante. Desde la conquista se busc imponer un conjunto de prcticas de tradicin ibrica en torno a la produccin, la tribu-tacin, la divisin social, tnica y sexual de las tareas cotidianas, la acumulacin de excedentes y la circulacin de bienes. Estas fue-ron respaldadas por concepciones y argumentaciones que fueron tejiendo redes ideolgicas que justifi caron acciones y normativas por parte de las autoridades coloniales. Si bien estas afi rmaciones no constituyen novedades tericas, la referencia al nivel de los imagina-rios, las concepciones y los discursos no han acompaado siempre con debida equidad las refl exiones en torno a los mecanismos de dominacin ejercidos en funcin de los aspectos mencionados. Al respecto consideramos la importancia de analizar los procesos his-tricos y sociales teniendo en cuenta tanto la tela conceptual e ide-olgica como los mecanismos ms visibles de implementacin de relaciones de poder y dominacin. Esta doble vertiente ha caracte-rizado a las interacciones coloniales tanto en los mbitos religiosos, como sociales y econmicos. En este ltimo nivel se han destacado las argumentaciones, desde el lado de las elites coloniales, en torno a lgicas europeas de trabajo, acumulacin y comercializacin desa-creditando o ignorando las tradiciones locales y los sentidos cultu-rales dados a las mismas. Sin embargo, estos intentos de desplazar las prcticas indgenas no deben ser entendidos sin aludir al mismo tiempo a las respuestas y adaptaciones locales, que pusieron resis-tencia o amalgamaron artilugios de dominacin e imposicin de lgicas y reglas de juego sin consenso, persiguiendo intereses y obje-tivos sectoriales por parte de las elites hispano-criollas, los adminis-tradores coloniales y los agentes de gobierno metropolitanos.

    Dentro de la Amrica hispnica, transcurrida la etapa de con-quista insultar, diferentes modalidades de tributo, trabajo y explotacin de la tierra se fueron implementando bajo la genrica institucin de la encomienda. Si bien la literatura ms crtica, surgida durante las dca-das de 1960 y 1970, ha mostrado las consecuencias ms profundas a

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  • nivel demogrfi co, econmico, poltico y cultural del fenmeno de la conquista y en particular de la encomienda, los repartimientos y las prestaciones de trabajo en general, desde los aos 80 del siglo XX se busc por un lado entender las diferencias situacionales y regionales y por el otro lado analizar las respuestas indgenas, bajo la nueva vertiente terica de la agencia asignada a sectores que hasta entonces no haban sido interpelados por la historiografa o la teora social1. Dentro de este marco, tanto los conceptos de resistencia, adaptacin, adaptacin en resistencia, negociacin, alianzas inte-rtnicas traspasaron el estudio de diferentes aspectos del mundo colonial y en especial a aquellos vinculados con la tenencia de la tierra, la explotacin productiva y las exigencias fi scales. No han sido pocos los estudios que han analizado los imaginarios culturales y sus imbricaciones dentro de polticas ofi ciales, como por ejemplo las reformas borbnicas, en los movimientos de rebelin o resis-tencia indgena o campesina o en los levantamientos urbanos, de mestizos o comuneros. En los ltimos aos, las investigaciones que abordaron el mestizaje, los procesos de hibridacin, sincretismo o etnogenesis, segn las pocas y las corrientes tericas, han puesto la mirada o el eje en otros temas, destacndose la religin, el arte y la circulacin e intercambio de bienes, ideas y personas, con el fi n de registrar las dinmicas de las interacciones y la conexin entre espa-cios distantes2. Finalmente, los diferentes enfoques mencio nados fueron alimentando una mirada ms compleja en el devenir de la colonizacin americana y su especifi cidad regional e histrica en funcin de caractersticas puntuales y de respuestas locales.

    En el presente trabajo se busca analizar, a partir del estu-dio de las poblaciones guaranes, reducidas en misiones jesuitas y ms tarde en pueblos de indios, cmo se fueron imponiendo o se buscaron imponer reestructuraciones en las prcticas cotidianas en relacin a las modalidades y medios de explotacin y circulacin de los recursos en intima relacin con las concepciones europeas sobre trabajo, ocio, productividad y bienestar. La conformacin de ncleos de residencia para la evangelizacin, produccin y acopio de recursos, con poblacin indgena, parta de tradiciones previas acomodadas y ajustadas a los objetivos de las empresas de con-quista y colonizacin. Como parte de ellas se fueron desplegando

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  • nuevos mecanismos de exaccin tributaria, distribucin de tareas y exigencias productivas, entre las poblaciones reducidas, que en algunos casos se alimentaron sobre variables locales y en otros casos buscaron desplazarlas ignorando prcticas, tradiciones y lgi-cas subyacentes. Este fenmeno qued ilustrado por ejemplo con la imposicin, aunque con matices, de una economa de mercado, sobre una tradicional economa de reciprocidad, con sus especifi -cidades, adaptaciones y resistencias por parte de las poblaciones locales. En el caso de las poblaciones guaranes estudiadas esta poltica de desplazamiento tuvo sus caractersticas propias en vir-tud de que en un primer momento estuvo liderado por los jesuitas y luego, tras la expulsin de aquellos, por funcionarios coloniales con particulares concepciones sobre el destino de los pueblos, la mano de obra, el comercio y la educacin. En nuestro inters mos-trar las diferentes etapas en la que discurrieron estos cambios, las adaptaciones locales y las concepciones que guiaron las mismas con el fi n de mostrar las vinculaciones entre poltica e ideolgica en relacin a los ejes mencionados.

    En relacin al espacio guaran-misionero, no son pocos los trabajos que han estudiado el rgimen misionero antes y despus de las expulsin de los jesuitas abarcando las dimensiones econ-micas, patrimoniales, demogrfi cas, administrativas y geopolticas, aunque en menor medida. En lo que hace a los aspectos econmi-cos no pueden dejar de mencionarse para el caso de las reducciones jesuticas los trabajos de Arnaldo Bruxel (1959), Rafael Carbonell de Masy (1992 a y b), Jos Otvio Catafesto de Souza (2002), Pablo Hernndez (1913), Guillermo Furlong (1962), Regina Gadelha (1980), Juan Carlos Garavaglia (1984 y 1987), Norberto Levinton (2006), Ernesto Maeder (1997), Bartome Mel (1987 y 1996), Bar-tome Mel y Dominique Temple (2004), Magnus Mrner (1986), Eduardo Neumann (1996), Oreste Popescu (1967), Branislava Sus-nik (1984) y Guillermo Wilde (2001a), bsicamente. Finalmente, en relacin al espacio guaran-misionero, no son pocos los trabajos que han estudiado el rgimen misionero despus de las expulsin de los jesuitas abarcando las dimensiones econmicas, patrimo-niales, demogrfi cas, administrativas y en menor medida geopol-ticas (HERNNDEZ, 1999 y 2002; MAEDER, 1992; POETNIZ;

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  • POETNIZ, 1998; SANTOS; BAPTISTA, 2007; SARREAL, 2008 y 2011; SUSNIK, 1966; WILDE, 2001b y 2009), para citar solo algu-nos autores). Todos estos trabajos han contribuido desde diferentes lneas a desasnar las variables del modelo jesutico y del sistema de administracin erigido tras la expulsin, as como las consecuencias que para los pueblos guaranes fueron teniendo cada uno de estos regimenes. En el presente trabajo retomamos ciertos elementos ya trabajados en estos estudios para focalizar la refl exin en torno a las polticas econmicas y a las concepciones subyacentes o expl-citas que fueron sustentando y argumentando las mismas desde el lado de los agentes coloniales, desde los jesuitas hasta los funciona-rios borbnicos. Se busca analizar la confi guracin de tres grandes modelos e imaginarios en relacin a los pueblos guaranes, el pri-mer de ellos centrado en la oposicin desierto/abundancia, soste-nido como variable en los primeros tiempos jesuticos; el segundo enfocado en el cambio de una economa de reciprocidad a la de un intercambio de bienes controlado bajo el sistema reduccional y el ltimo en los contraste surgidos entre el sistema de comunidad y el rgimen de libertad econmica, en las ltimas dcadas del gobierno colonial. Tras la presentacin de los modelos histricos se apelar a cronistas espaoles, jesuitas y a funcionarios borbnicos para dar cuenta de las polticas y los imaginarios que sustentaron las mismas, haciendo hincapi en las tensiones, transformaciones y en las res-puestas estratgicas como mecanismos de adaptacin y resistencia de las familias guaranes.

    La abundancia guaran en las crnicas tempranas

    La conformacin de reducciones jesuticas con poblacin de origen guaran, hacia principios del siglo XVI, se produjo en un contexto de intensa rivalidad blica entre estos grupos y los portu-gueses aliados a los tupes y a las autoridades civiles y eclesisticas lusitanas, como as tambin de avance de los colonos espaoles sobre las poblaciones locales con el objeto de sumar rditos de las enco-miendas. Esta situacin plante desde su origen una paradoja histrica centrada en la conformacin de alianzas de intereses contrapuestos,

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  • entre caciques indgenas y misioneros jesuitas con la consiguiente canalizacin de recursos y energa de las aldeas indgenas. De esta forma, en sintona con otras alianzas hispano-indgenas suscitadas en otros contextos coloniales tempranos, lo que implicaba desde el lado de los jefes tnicos y sus comunidades la posibilidad de sostener o defender cierto estado de situacin en relacin a la organizacin poltica y econmica, desde el lado de los jesuitas solo era pensado como el comienzo de un conjunto pautado de transformaciones en todos los niveles. Esto qued expresado de diferente forma y en diferente grado en todos los cronistas jesuitas desde Ruiz de Mon-toya hasta Manuel Perams as como en las Cartas Anuas escrita por los provinciales y otros administradores jesuitas3.

    Ms all de la cuestin religiosa, ampliamente estudiada por la historiografa especializa, los primeros misioneros se propusieron revertir modalidades de relacin de los guaranes con el medio natu-ral y sus recursos, no contempladas como satisfactorias a los fi nes de un plan general de civilizacin. En esta lnea no se manifest una intencin por comprender y menos aceptar la cultura selvtica guaran, basada en una economa de reciprocidad y en una rela-cin holstica con el entorno prximo y distante. En este cruce de modelos y en sus consecuencias es que se plantearon grandes incon-gruencias derivadas de este pacto inicial. Al respecto, la dispo sicin de tierras, recursos y de una economa agrcola fue la base para que los primeros colonizadores del Ro de la Plata fundaran Asuncin, sobre el Paraguay en territorio habitado por los carios guaranes, y para que los jesuitas tiempo despus erigieran reducciones sobre los ros Paran y Uruguay. La colaboracin poltica inicial por parte de los guaranes hacia los conquistadores y misioneros tuvo como eje la redistribucin posterior de los recursos comunales para fi nes con-cretos y extemporneos. Si bien en el caso de los pueblos de indios que quedaron bajo jurisdiccin de los colonizadores y encomenderos las trasformaciones fueron en cierto sentido ms profundas, desde lo econmico y socio/poltico, ambos proyectos desconocieron la lgica econmica que sustentaba aquel bienestar que haba con-vocado a conquistadores y misioneros a desplegar sus afanes coloni-zadores y evangelizadores en aquellas tierras hasta ese momentos controladas por los aguerridos guaranes.

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  • La presencia dominante de estos grupos en la regin les haba permitido ocupar extensas reas frtiles a lo largo de los ros Para-guay, Paran y Uruguay. Los guaranes eran expertos en la coloniza-cin de la selva y en la agricultura de roza y quema que exiga el uso de amplios territorios as como la rotacin peridica para evitar el desgaste. Su dieta alimenticia era variada en cultivos y en recursos obtenidos a travs de la recoleccin, la caza y la pesca. Dicha diversi-dad conllevaba la necesidad de desplegarse sin fuertes limitaciones, aunque con restricciones, en un continuo que iba desde la aldea, la huerta hasta el monte (CHAMORRO, 2004). El espacio habitable, denominado Tekoa, era expresin de la interrelacin equilibrada del universo fsico/social. La variable opuesta implicaba la existen-cia del mal en la tierra y la necesidad de emprender la bsqueda de nuevos horizontes, liderada por los jefes polticos y religiosos. Dentro de esta cosmologa se consideraba que era en virtud de la vida en la tierra, una tierra humanizada, que se lograba el bie-nestar y la perfeccin de la vida social (MELI; TEMPLE, 2004, p. 23)4. La relacin con el entorno material, vegetal y animal era con-cebida de forma ntima e inclusiva y, en este sentido, no exista un concepto de bien material o recurso natural en sus trminos ms teleolgicos o utilitarios tal como era sostenido dentro de la tradi-cin occidental que portaban los conquistadores. Sin embargo, no era que las acciones o relaciones en torno al medio ambiente y sus recursos no tuviesen fi nes concretos o sentidos compartidos sino que estos entraban dentro de una lgica diferente a la estipulada dentro del esquema de pensamiento occidental. Los guaranes inte-ractuaban dentro de un universo de cosas y seres interrelacionado por redes de signifi cacin y praxis mgico-religiosas y era en virtud de este entrelazado de cosmovisiones que abordaban el acceso a los bienes alimenticios, curativos o rituales.

    La distincin entre naturaleza y sociedad, profundizada con la modernidad occidental, en sus diferentes etapas, no tena entre las poblaciones guaranes un refl ejo anlogo, incluso a vistas de los europeos. Por el contrario, en la cosmologa de estos grupos que habitaban extensos territorios sobre importantes vas fl uviales, no exista tal distincin, cuestin que quedaba manifestado en sus prcticas cotidianas y en su mitologa. Lo que primaba entonces

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  • era una perspectiva relacional que se articulaba con tradiciones de pensamiento de otros grupos, en particular aquellos de origen amaznico. A diferencia de la tradicin occidental, [...] la concep-cin amerindia supondra, por el contrario, una unidad del espritus y una diversidad de los cuerpos. La cultura o el sujeto serian aqu la forma de lo universal, la naturaleza o el objeto, la forma de los par-ticular (VIVEIROS DE CASTRO, 2004, p. 38). En este sentido, ms all de las especifi cidades culturales lo que se destacaba en esta tradicin de pensamiento era la creencia en que todos los seres animados posean una esencia antropomorfa de tipo espiritual en donde los cuerpos eran solo apariencias variables, situacionales e intercambiables. Naturaleza y cultura, eran parte, a su vez, de un mismo universo socio/csmico.

    Entre los guaranes, el acopio de ciertos bienes y su consumo estaban en ntima relacin con la idea de bienestar sostenida por estas comunidades, asociado a la bsqueda de un equilibrio cons-tante, cuya mxima expresin eran las fi estas y los banquetes ritu-ales. Si bien existan ciclos de abundancia y escasez alimenticia, la bsqueda de un estado de bienestar era permanente y las etapas de menor disposicin de alimentos o de crisis diversas se vivan como el paso necesario para reorientar las energas hacia las instancias siguientes, alimentadas por concepciones mgico-religiosas actua-lizadas por sus lderes. Este entramado de prcticas y concepcio-nes les haba permitido a ciertas parcialidades guaranes controlar importantes extensiones de tierras de cultivo. La concentracin de tierras frtiles en cabeza de ciertas comunidades fue eviden-ciada por los europeos en sus primeros contactos con los carios guaranes del Paraguay. Esta situacin daba cuenta de que estas sociedades de cultura de fl oresta y de origen amaznico haban logrado desarrollar mecanismos polticos relativamente efi cientes a los fi nes de generar congregaciones eventuales de aldeas y con ellos de espacios circundantes potencialmente afi nes a la agricul-tura, la caza y la pesca.

    No obstante, la bsqueda de tierras y la defensa de sus ncleos de asentamiento formaban parte de estrategias o tcticas evaluadas dentro de un universo conceptual propio. Al respecto, si bien la acumulacin de recursos y las tcnicas de conservacin de

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  • alimentos perecederos para tiempos difciles o para el intercambio con grupos externos estaban en teora ausentes o no se destacaban dentro de las tradiciones de estos grupos, esto no implicaba la falta por completo de una lgica econmica. Por el contrario, esta exis-ta pero asociada a redes conceptuales propias y en ntima relacin con otras dimensiones socio-religiosas y polticas5. La dimensin econmica no era entendida como un aspecto autnomo dentro de la vida social, como en el caso de la tradicin occidental. Pese a de ello si exista un sistema de organizacin para los fi nes de sub-sistencia, consumo y distribucin de bienes. La diferencia central estaba dada porque mientras los conquistadores imbuidos por afa-nes y utopas mltiples de enriquecimiento, prestigio y evangeliza-cin perseguan la acumulacin de bienes o metales, los guaranes consuman ampliamente los recursos alimenticios obtenidos o cul-tivados en fi estas rituales donde se pona en juego la generosidad de los lderes, el bienestar de la comunidad y el deleite grupal.

    De esta forma, el bienestar comunal era medido desde una ptica diferente a la de los conquistadores y misioneros. Con todo, estas perspectivas nos fueron uniformes, por el contrario fueron variando segn las etapas de conquista, las regiones y los observa-dores. En este sentido, las motivaciones puntuales y las situaciones infl uyeron en las miradas que diferentes sujetos o agentes colonia-les dejaron registradas sobre las adjetivaciones socio/econmicas de los grupos locales. Esto ltimo qued ilustrado diversamente en las crnicas e historias escritas por conquistadores o misione-ros. As mientras estos ltimos pusieron el acento en demostrar la ausencia de prcticas o creencias consideradas positivas, como eje del proceso de conversin, los primeros conquistadores descri-bieron o elaboraron sus narrativas desde la necesidad de traducir lo observado a un universo mental conocido. Este fue el caso de Ulrico Schmidl donde la disposicin de bienes, traducido por el en abundancia, lo llev a reparar en los carios guaranes.

    Este esquema de intereses y necesidades determin que fuera con los carios guaranes con quienes los primeros conquistadores del Ro de la Plata tuvieron mayor contacto y relacin. Al respecto, al mencionar los motivos que determinaron esto ltimo Schmidl afi rm que [...] la gente y la tierra nos parecieron muy convenien-tes, especialmente los alimentos (SCHMIDL [1567], 1997, p. 45).

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  • Desde la perspectiva de este soldado alemn que lleg al Ro de la Plata en la tripulacin de Pedro de Mendoza los guaranes posean todo lo que ellos necesitaban, alimentos, mujeres y guerreros. En este marco no se impuso un desconocimiento de la potencialidades de la regin y de la supuesta disposicin de su gente, lejos de ello se reconoci que [...] cada cinco leguas de camino [...] hallaron [...] una aldea de los carios [...] y que estos les proporcionaran [...] en cada ocasin [...] [...] alimentos, pescados y carne, gallinas, gansos, ovejas indias, avestruces y otras cosas ms de lo que noso-tros los cristianos precisbamos [...] (SCHMIDL, [1567] 1997, p. 50-51). As la clara conciencia de que aquellos posean alimentos y bienes necesarios para su supervivencia constituy la base de una relacin que cobr la forma de alianza y luego de abuso y que se asent sobre la estimacin especulativa de los recursos humanos y materiales de estas sociedades.

    En el Ro de la Plata, en torno a la primitiva Asuncin, la capacidad de organizacin de los guaranes fue canalizada en bene-fi cio de los primeros colonizadores quienes supieron sacar rdi-tos de las lgicas polticas del cuadazgo desplegada entre estos grupos como forma de entablar alianzas entre lderes prximos o distantes. Como parte de estas alianzas los jefes tnicos obtuvieron el apoyo militar y simblico contra sus histricos enemigos, los payaguas, y los espaoles se benefi ciaron de la concesin de bienes y mujeres, como parte de los mecanismos de reciprocidad6. Sin embargo, poco despus quedaron expuestos los intereses contra-puestos o incompatibles entre unos y otros y con ello los alcances de este pacto inicial. Tanto las signifi caciones y entramados cul-turales diferenciales como la propia dinmica que fue tomando la conquista pusieron en tela de juicio la continuidad del intercambio generado en los primeros tiempos. Desde el lado de los europeos la conformacin de relaciones jerrquicas y estratifi cadas incluso con sociedades respetadas por sus baluartes guerreros formaba parte de profundas y antiguas tradiciones blicas ejercidas durante la reconquista ibrica y la conformacin de seoros locales a expen-sas de tierras y personas. Por otra parte, la poltica de tributacin entre sectores sociales diferentes estaba en vigencia en la sociedad ibrica de la conquista europeo y en su lgica asimtrica y jerrquica

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  • fue impuesta extensamente, con adaptaciones locales, a partir de la encomienda y el servicio personal7.

    En el caso de los pueblos guaranes la imposicin del sistema de encomiendas, a partir de la dcada de 1550, asign un lmite a la relacin poltica previamente entablada al mostrar las diferencias con las relaciones reciprocitarias en sus aspectos ms simblicos como cotidianos. Como parte de la economa del Don la circula-cin deba ser constante y no agotarse desde el punto de vista de los lazos polticos y familiares por el sobre uso o abuso de algu-nas de las partes involucradas en la relacin. Si bien, los guaranes como sociedades en donde la guerra cumpla un rol fundamental en la consolidacin y extensin como en la cohesin grupal, con-templaba la incorporacin de esclavos como parte del botn de guerra dentro de la estructura societaria, la presencia de los euro-peos plante otros desafos blicos y polticos que no pudieron ser afrontados por los medios usuales de rivalidad y venganza tradicio-nales. La relacin de desigualdad y hasta desventaja evidencia a los pocos aos de la conquista mostr entonces las aristas negativas de la nueva situacin. Asimismo, en la economa guaran como parte de las economas basadas en la produccin domstica las exigen-cias propias de la encomienda y el servicio personal produjeron un impacto en los mecanismos de reproduccin social al requerir la produccin de excedentes ms all del ncleo domstico y de la familia extensa8.

    Hacia fi nes del siglo XVI la situacin de los guaranes pr-ximos a las aldeas espaolas haba cambiado extensamente ya que los conquistadores haban desviado las potencialidades producti-vas de estas sociedades para fi nes exgenos a las mismas. Aquellos observadores atentos no podan ver ms que desestabilizacin y crisis al considerar tambin las propias reacciones de resistencia y rebelin que se fueron suscitando en el antiguo Paraguay como respuesta a las consecuencias y transformaciones desencadenadas por las encomiendas y luego por la accin de los franciscanos en los nuevos pueblos de indios (NECKER, 1990; ROULET, 1993). Sobre este contexto, sumado a las presiones ejercidas por los luso/brasileros esclavistas es que actuaron con relativo xito los jesuitas, erigiendo misiones en reas en su mayora an no afectadas por la

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  • colonizacin y la encomienda. Sin embargo, el sustento ideolgico que constituy la base legitimadora de este nuevo proceso de colo-nizacin se aliment de la construccin de una alteridad negativa en torno a aquellos grupos sujetos potenciales de conversin y en ese proceso cobr fuerza no solo las sentencias en contra a los cul-tos y prcticas guaranes de orden mgico/religioso sino tambin y en especial aquellas que los mostraba en un supuesto estado de naturaleza sin artilugios culturales. Desde esta ptica, los guaranes como otros grupos, en su estado de naturaleza solo eran proclives a las fuerzas demonacas que actuaban para alejarlos de la salva-cin, segn los jesuitas, solo obtenida a travs del manto de Dios cristiano.

    De la economa de reciprocidadal intercambio controlado

    Entre los cronistas jesuitas que participaron del proceso de conformacin de reducciones guaranes en los ros Paran y Uru-guay fue Antonio Ruiz de Montoya uno de los ms renombrados por la historiografa especializada. Este jesuita a travs de su obra La Conquista espiritual del Paraguay (1639), dej asentada adems de una historia de la misionalizacin jesuita en la regin, un conjunto de variadas representaciones sobre los condicionantes y potencia-lidad geogrfi cas de la misma y de sus habitantes los guaranes en una fotografa sobre lo que entenda como la represtacin acabada del hombre en estado de naturaleza. En su relato Montoya rela-cionaba la condicin de los guaranes con la de una barbarie peyo-rativa y peligrosa, por la accin diablica que haba corrompido y corrompa, segn este misionero, la naturaleza de estas tierras en casi todas sus formas. Para caracterizar y nominar a la misma y a sus habitantes, Montoya hizo uso reiterado de la categora naturales y remiti al entorno como una alegora de un desierto despojado de las artes de la vida en sociedad. Para reforzar esta imagen intro-dujo su obra con una descripcin sobre las difi cultades y hazaas de sus travesas desde una intensa alusin a las mismas. Al respecto, Montoya contaba que haba vivido:

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  • [...] todo el tiempo dicho en la provincia del Paraguay y como en el desierto, en busca de fi eras, de indios brbaros, atravesando campos y trasegando montes en busca suya para agregarlos al aprisco de la iglesia santa y al servicio de Su Majestad, de que con mis compaeros hice trece reduc-ciones o poblaciones, con el afn, hambre, desnudez y peli-gros frecuentes de la vida que la imaginacin no alcanza, en cuyo ejercicio me pareca estar en el desierto [...] caminando al pie de dos mil leguas, con el peligro y riesgo de mar, ros y enemigos que es notorio, a pedir instantemente el remedio de tantos males que amenazan muy grandes estorbos de su real servicio, y dijera mejor, daos y peligros de perderse la mejor joya de su corona real (RUIZ DE MONTOYA [1639], 1989, p. 46-47).

    En respuesta a tal panorama inicial es que, segn Montoya, los jesuitas organizaron poblaciones entre los guaranes como un acto poltico fundante de una nueva sociedad en donde antes solo hababarbarie y donde la naturaleza en su estado ms adverso dominaba casi plenamente. Con el paso del tiempo Montoya encontr en los pueblosreducidos aliados para continuar su insistente tarea de convertir a los otros y sumarlos a su causa a travs de medios que reproducan aquellos utilizados supuestamente por los hombres que vivan en un despreciable estado de naturaleza. Montoya en su Conquista Espi-ritual relataba como los indios [...] ya bien fundados en la fe, (ser-van) de cazadores para juntar estos rebaos. Y este que hoy rebelde corre por los bosques, ya manso maana, ayuda a nuestros padres a rastrear otros, y a s se va continuando la espiritual conquista. Mien-tras quienes no vivan ajustados a la ley divina quedaban expues-tos a los diablicos embustes por medio de una [...] naturaleza deleznable ayudada de la paz, comidas y descanso y olvidad de tan conocido azote [...] que hacan los temibles tigres como instru-mentos de la justicia divina cuando los indios reducidos abando-naban el camino de la fe (RUIZ DE MONTOYA (1639), 1989, p. 235-238). Bajo este manto de amplias condenas y dogmas absolutos los jesuitas emprendieran su colonizacin religiosa que implic una poltica de trasformacin de prcticas y sentidos. Al respecto, la vida

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  • en las reducciones signifi c en teora una prdida de privilegios y costumbres como la poligamia y la antropofagia; la sumisin a nue-vas prcticas, como el castigo corporal y el tormento espiritual; la adopcin de ritmos cotidianos asociados al culto cristiano y a la economa, al adiestramiento en ofi cios artesanales y militares, la convivencia en espacios cerrados; la parcelacin de los cultivos, el acopio de recursos y la imposicin de limitaciones y controles sobre la movilidad fsica; la relacin con el otro, la sexualidad e incluso la alimentacin.

    En lo que hace especfi camente a la organizacin econmica la historiografa especializada ha hecho hincapi en la interseccin de viejos y nuevos modelos econmicos. Sobre la base de la produc-cin domstica nuclear los jesuitas recrearon dos niveles de organi-zacin de la tenencia de la tierra, el trabajo, el acopio de recursos, el acceso y distribucin de los mismos, denominados abamba y el tupamba, respectivamente. El primero consista en una rein-terpretacin jesuita de las tradiciones guaranes y se centraba en el trabajo familiar en una pequea parcela, con el fi n de garantizar la subsistencia domstica a travs del cultivo de maz, legumbres y mandioca. El trabajo en el tupamba, conjunto de tierras de la comunidad o del pueblo, era realizado por diferentes familias o par-cialidades y estaba destinado especfi camente a la obtencin de bie-nes para almacenar o satisfacer necesidades diversas relacionadas con eventos rituales, situaciones extraordinarias, como podan ser sequas o epidemias y con el mantenimiento de la administracin poltico/religiosa de las reducciones. Esto ltimo era garantizado, en general, a travs de los rditos de la comercializacin de estos bienes bajo el control de los misioneros (GARAVAGLIA, 1987). Ambos tipos de modelos de produccin, distribucin y consumo respondan a ciertas prcticas familiares y comunales de acceso a los recursos observadas entre los guaranes pero reorientadas con el fi n de alcanzar niveles de efi ciencia, acumulacin y bienestar aso-ciados a la poltica de estratifi cacin colonial, de misionalizacin jesuita y de racionalidad econmica occidental.

    A lo largo de los siglos XVII y XVIII, las reducciones jesuitas de guaranes alcanzaron un grado de desarrollo notable, a juicio de sus contemporneos, en virtud de la cantidad de poblacin que habi-taba las mismas, la capacidad de reproduccin frente a las crisis

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  • y el alto nivel de productividad y comercializacin, en compara-cin con otros productores (MRNER, 1986). En lo que hace a las reducciones los niveles de productividad, si bien fueron impor-tantes como para motivar una slida insercin en el mercado regio-nal, no siempre cumplieron con las expectativas esperadas y con las necesidades surgidas frente a las exigencias de la propia dinmica de expansin de la Compaa de Jess en la regin9. Desde el lado de los jesuitas los juicios de desajuste entre expectativas y resulta-dos se deban a la falta de adaptacin o al propio temperamento de los guaranes que determinaba en teora la ausencia de comporta-mientos econmicos adecuados. Dentro de este esquema, se hizo hincapi en la ausencia de aptitudes para el trabajo, la produccin de excedentes y la acumulacin de bienes y por ende de la capacidad para el bienestar comunal. Al mismo tiempo se remarc insistente-mente en el uso del tiempo de forma improductiva, denominado ocio, al intercambio sin medida o mensura y a la ausencia de previ-sin. Entre aquellos misioneros y cronistas que dejaron testimonio de estas concepciones en torno al trabajo de los guaranes reducidos se encuentran los padres Antonio Sepp y Jos Cardiel. El primero de ellos, desde las reducciones escriba en relacin al trabajo agr-cola lo siguiente:

    Siendo tan frtil el suelo, no se les ocurra a estos indios, por fl ojos el cultivarlo, sino, como en todo lo dems, se les haba de obligar a ello, amenazndoles con darles azo-tes. Adems, hago cultivar para mi y mis enfermos unas 40 hasta 50 cuadras de trigo; pero hay que fi jarse bien para que no lo coman estando todava en grano [...] Como los indios son incapaces de toda economa y previsin, cumplindose en ellos a la letra la palabra de Cristo: no os congojis por el da de maana, es menester que el mismo Padre, tenga, como tiene, graneros y almacenes, para recoger y repartir a su tiempo la cosecha, y guarde lo necesario para la siembra futura (SEPP, [1732] 1962, p. 30).

    En la misma lnea, desde el exilio recordando los tiempos misioneros Jos Cardiel relataba que:

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  • Con cuatro semanas efectivas que trabajan, tienen bastante para lograr el sustento para todo el ao, como sucede con los ms capaces y trabajadores, porque la tierra es frtil; pero generalmente es tanta la desidia del indio, que, atenta ella, es menester todo este tiempo. Y con todo eso, el mayor trabajo que tienen los curas es hacerles que siembren y labren lo necesario para todo el ao para su familia; y es menester con muchos usar el castigo para que lo hagan, siendo para solo su bien, y no para el comn el pueblo. Procuraran los Curas visitar con frecuencia sus semente-ras, y envan indios fi eles que les de den cuenta de ellas. Algunos curas hacen medir con un cordel lo que les parece sufi ciente para el sustento anual de su casa: y les imponen pena de tantos azotes, sino labran todo: porque el indio es muy amigo de poquitos por su cortos espritus, y su vista intelectual no alcanza hasta fi n de ao, ni le hacen fuerza las razones, ni la experiencia del hambre que sinti el ao antecedente por haber sembrado poco. Otros padres les hacen labrar y escardillar la tierra por junto, todos los de un cacique o de una parcialidad juntos: hay tantas sementeras y maana otras tantas, con un espa como censor o contador, que les haga hacer su deber, adems de los caciques y mayo-rales: que les cuente, y de razn de todo al Cura; y con todo este cuidado no se suele conseguir que cojan lo necesario (CARDIEL, [1771] 1994, p. 49).

    En relacin a las formas de consumo Cardiel y a las necesida-des de direccionar el mismo mencionaba:

    Ni basta el hacerle coger toda su cosecha. Lo ms que coger un indio ordinario es tres o cuatro fanegas de maz. Bien pudiera coger veinte, si quisiera. Si esto lo tiene en su casa, desperdicia mucho, y lo gasta luego, ya comiendo sin regla, ya dndole de balde, ya vendindolo por una bagatela, lo que vale diez por lo que vale uno. Por eso se lo obliga a traerlo a los graneros comunes, cada saco con su nombre: y se le deja uno solo en su casa y se le va dando conforme se le va acabando. Toda esta diligencia es necesaria para su desidia.

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  • Estas cosas con otras de economa temporal cuestan mucho ms a los Padres que los ministerios espirituales. Se pone mucho cuidado en ellas, porque cuando lo temporal y nece-sario al sustento va bien, todo lo espiritual va con mucho aumento y fervor (CARDIEL, [1771] 1994, p. 51).

    El nuevo modelo econmico diseado para la misiones se proyect sobre criterios occidentales de organizacin del tiempo y el espacio y en torno a concepciones particulares sobre el tra-bajo productivo, la acumulacin y el bienestar. El trabajo pautado en horas y momentos, con fi nes concretos de subsistencia familiar y acumulacin de excedentes para los depsitos comunales adminis-trados por una estructura superpuesta, se constituy en el eje de la nueva organizacin econmica que gener tantas transformaciones como resistencias. Esto en gran medida por la persistencia de lgi-cas econmicas que distanciaban notoriamente de aquellas que se buscaban imponer. As pese a los diferentes medios desplegados por los jesuitas para generar adhesin al modelo de trabajo reduc-cional, tales como premios y castigos, no siempre lograron imponer sus ideales y ciertas formas de subsistencia se mantuvieron quiz como forma de resistencia. Al respecto, Cardiel afi rmaba:

    Si hay hambre u otro trabajo, no acude el indio a Dios y los Santos, como hace la gente de cultura y entendimiento, con devociones, y novenas, etc; sino que se huye a buscar que comer por los montes o matar vacas y terneras a los pas-toreos o dehesas del comn del pueblo, que llaman estan-cias (a las terneras tienen excesiva afi cin) y destruyen con eso al pueblo (CARDIEL, [1771] 1994, p. 51).

    La dieta de los guaranes en los tiempos prehispnicos inclua la carne obtenida por medio de la caza en el monte, aunque limi-tada por concepciones culturales que prevenan entre otras cosas la depredacin. Bajo las reducciones contino dicha prctica, bajo nuevos controles, el acceso a protenas de origen animal provino fundamental de las reservas vacunas existentes en las estancias. Esta lgica alter en extremo ciertas dinmicas y afi nidades de

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  • obtencin de recursos alimenticios, ya que los guaranes muy adep-tos a las raciones de carne obtenidas en las reducciones, optaban por no entregar mayor energa en las sementeras, ni al cuidado del ganado, que las previstas por de sus deseos y necesidades. Por eso es que solo tenan animales de forma comunal vigilados por la estructura administrativa misional10. Lo mismo suceda con el intercambio comercial. As si bien los guaranes se sumaron a la dinmica del mercado, lo hicieron a travs de sus lgicas propias o bajo el control poltico de los jesuitas.

    El contraste entre modelos de comportamiento econmico se hizo evidente en las reducciones y en algunos puntos hasta irre-soluble. No ocurri lo mismo con los ofi cios y las artes donde los misioneros mostraron estar conformes aunque solo aludieran a su capacidad para repetir o copiar las diferentes tareas enseadas11. En lo que hace a la produccin de bienes o alimentos, el modelo gua-ran se distanciaba del occidental cristiano, europeo y misionero, entre otras cosas en que se basaba en el trabajo ritual y cooperativo, que persegua un sistema de circulacin y distribucin reciproci-taria que responda muchas veces a las necesidades inmediatas y festivas y a un concepto de bienestar cclico que inclua la escasez como una instancia opuesta pero complementaria. Por su parte, la riqueza no era concebida en la acumulacin de bienes, sino en la distribucin y en su consumo en las fi estas. La acumulacin de un cierto excedente tena fi nes distintos a los concebidos en otras sociedades, ya que era pensada no para los tiempos de crisis sino para el consumo festivo. Por otra parte, no todas las actividades respondan a la subsistencia o al consumo, como era el caso de la caza. En torno a esta prctica existan un conjunto de valoraciones guerreras y de prestigio. Sin embargo, ms all de estos perodos extremos las necesidades cotidianas bsicas solan estar cubiertas (SOUZA, 2002).

    La idea de bienestar no era evidentemente compartida por guaranes y jesuitas. Al respecto, mientras que para estos ltimos responda al patrn de racionalidad econmica occidental, que incluir acumulacin, previsin e inversin, en el universo de la cul-tura guaran, concebida esta desde un punto de vista analtico, el bienestar se pona en juego a travs de la circulacin de bebida y

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  • comida durante tareas y fi estas. Asimismo, conllevaba la posibili-dad de su repeticin en un tiempo cercano, como parte del forta-lecimiento de redes polticas a travs de la prctica del Don. Bajo el sistema misional jesuita, los guaranes debieron no solo producir para otros que no fueran su familia nuclear o extensa, sino bajo lgicas muy distintas a las acostumbradas. Por ello fueron resistidas explcitamente, tanto en los espacios de produccin familiar como comunal. Lo mismo ocurri con los intercambios de bienes, ya que si bien estos eran supervisados por los jesuitas no faltaban los casos en los que los guaranes trocaban productos en la campaa con sus vecinos los charras, los guenoas o los portugueses, con objetivos diversos. Tambin eran comunes las entregas de carne a los portugueses en medio de enfrentamiento blicos a cambio de favores o bienes diversos (QUARLERI, 2009). En todo ello, que-daba demostrado que a pesar de las polticas y los medios utilizados para su implementacin los guaranes reducidos encontraron espa-cios para continuar con ciertas prcticas dentro de lgicas resignifi -cadas o adaptadas al contexto misional. En este sentido, las pautas de organizacin econmica no encontraron un eco de transformacin profundo y muchas de aquellas crticas elaboradas por los jesuitas fueron retomadas desde otra coyuntura y con otras motivaciones por aquellos funcionarios que oponindose al modelo de administracin misionera pretendieron disolver el mismo para fomentar, en los gua-ranes de los pueblos, la productividad y el intercambio individual.

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  • De la comunidad de bienes al individualismo econmico

    La expulsin de los jesuitas impuso nuevos desafos a los pueblos de misiones y expuso los lmites y alcances del modelo en relacin a los diferentes ideales y paradigmas econmicos y polti-cos que se fueron esbozando. En el Ro de la Plata, el encargado de organizar la expulsin de los jesuitas fue el gobernador Francisco de Paula Bucareli y Ursa (1766-1770)12. Un mes le llev poner en prctica el decreto de expulsin en todos los colegios y estancias de la regin y trasladar a los padres jesuitas a Europa. Sin embargo, en las treinta reducciones guaranes el golpe poltico fue dilatado, ya que el gobernador tom las prevenciones necesarias para evitar un levantamiento.13 Para ello, conform un ejrcito dispuesto a hacer frente a una potencial rebelin y luego reuni bajo un ritual de solemnidad y pleitesa en Buenos Aires a los principales caciques de los pueblos y a sus corregidores. Durante seis meses colm a ms de cincuenta autoridades guaranes all presentes de hospitali-dades y regalos. Adems, les confi rm sus derechos a la tierra, los visti a la espaola y reafi rm la prerrogativa de usar el Don. El gobernador buscaba sentar las bases para reconstituir la relacin de vasallaje con los caciques y los cabildos sin los jesuitas como intermediarios (WILDE, 1999 y 2003).

    En las misiones guaranes una nueva administracin secu-lar y religiosa se hizo cargo de los pueblos. En cada reduccin se dispuso de dos religiosos de las rdenes de Santo Domingo, San Francisco y La Merced y de un administrador laico14. A los gua-ranes se les concedi el derecho de continuar nombrando a sus corregidores entre los caciques principales y mantener su cabildo como medio de gobierno interno, aunque supeditado al control del administrador secular. Se establecieron disposiciones genera-les sobre produccin, trabajo, paga, posesin de bienes, comercio y residencia. Adems, se introdujo la vestimenta espaola como obligatoria, la enseanza del castellano por medio de escuelas con maestros laicos y se foment la unin de matrimonios mixtos den-tro de una poltica de asimilacin que se ira intensifi cando a lo largo de los aos. Finalmente, se propici la relacin directa entre los cabildos y el gobierno colonial para fortalecer los vnculos de

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  • los guaranes con la administracin central. Para ello, entre otras cosas, Bucareli confi rm funciones y otorg cargos a los caciques que no gozaban de ellos y el uso de smbolos de prestigio tales como la vara y el bastn. De esta manera, durante su mandato, el gobernado recre con las autoridades guaranes un fl ujo de inter-cambios y contraprestaciones que buscaron reafi rmaron la lealtad poltica de los mismos.

    Desde el punto de vista econmico el gobernador Francisco Bucareli y Ursa busc mantener ciertos aspectos de la organi-zacin jesuita previa y cambiar otros. Al respecto, ratifi c en sus instrucciones la divisin entre los sistemas de produccin familiar y comunal, as como la comercializacin y distribucin de los cultivos obtenidos de las siembras y plantos comunes a travs de la supervisin y aprobacin de los diferentes niveles de gobierno, el cabildo, el administrador y el gobernador de misiones. Estas dos ltimas fi gu-ras fueron introducidas dentro del nuevo rgimen como medio de control y con el objeto de garantizar un buen gobierno, sin arbitra-riedades y fraudes. La creacin de un nivel de administracin por encima o a la par del cabildo poda ser entendida como una forma de reemplazar las funciones realizadas por los jesuitas. Por otra parte, si bien si pretenda impulsar la autonoma econmica de los pue-blos, Bucareli como otros agentes coloniales consideraban que los indios no estaban an en aptitud de cumplir adecuadamente con las lgicas de una produccin efi ciente y de asumir las reglas de un libre comercio libre. Por su parte, Bucareli sostuvo los almacenes de comunidad, la provisin de sustentos necesarios y vestuarios a los indios del comn, as como la regulacin del trabajo a travs del con-trol comunal del mismo15. Este rgimen de produccin, distri bucin y comercializacin comunal con control poltico de la eco noma pas a ser denominado por los funcionarios borbnicos como sistema de comunidad, pasando a ser, como veremos, con los aos criticado por un sector del gobierno colonial con fuertes argumentos contra los benefi cios de su existencia en trminos de la economa local y metropolitana.

    Sin embargo, pese a las crticas posteriores Bucareli introdujo un conjunto de cambios en la organizacin econmica y social de las misiones de guaranes, inducido por paradigmas ilustrados en

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  • torno a los benefi cios del comercio, la agricultura, la industria y el trabajo remunerado. En primer lugar, el incentivo al comercio constituy la base y el principal eje de la intervencin en los pue-blos de misiones, ampliando el intercambio entre indios, espaoles y entre las misiones y los centros urbanos prximos. No obstante, se privilegi a las ciudades de Santa Fe y Buenos Aires como des-tinos principales por la supuesta utilidad y ventaja de la venta de yerba, tabaco, azcar, miel y lienzos en dichos puntos. Se auto-riz la radicacin de algunos espaoles en las misiones y la entrega de casas y terrenos de cultivo para fomentar el comercio con los indios y para animar a estos ltimos, con el ejemplo, a la cultura de las tierras16. Finalmente, entre otras cosas, se cre la adminis-tracin general de misiones en Buenos Aires, a la cual se deba remitir el remanente de las ganancias comerciales luego de cubrir las necesidades de los pueblos y con la autorizacin y supervisin de los administradores, corregidores y mayordomos del cabildo. Su modelo estaba basado en la idea de que la productividad y los caudalosos ingresos imprimiran equidad y felicidad en el espritu de los pueblos. En este sentido, Bucareli adhera a un concepto de abundancia ligado a la acumulacin de bienes, como producto del trabajo prolfero y a la ocupacin del tiempo de forma produc-tiva y civilizada. As expresaba el gobernador sus ideas, en con-cordancia con paradigmas ideolgicos de corte iluminista, sobre los aspectos mencionados:

    El cultivo de las tierras es el segundo medio de que depende la adquisicin de bienes temporales, y por lo mismo, pondr usted especial cuidado en hacer conocer los indios cuan til les ser este honrado ejercicio; que por tan interesante trabajo tendrn lo competente para sustentar sus familias con abundancia; que, vendiendo los frutos que adquieran por medio de la cultura, se aumentarn en ella los caudales proporcin de las chacareras, plantaciones y labores que hicieren; y que aquel, que hiciese ms servicio al pblico en este fructuoso trabajo, se har tanto ms digno de las hon-ras y empleos para que S. M. se ha servido habilitarlos. No omitindose, fi nalmente, diligencia alguna de introducir en

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  • ellos aquella honesta y loable ambicin que, desterrando de las repblicas el pernicioso vicio de la ociosidad, las hace opulentas, principalmente, siendo estas tales, que su misma fertilidad estimula al trabajo en el seguro logro que promete.17

    La condena al ocio, como sinnimo de uso del tiempo de forma improductiva, cobraba nueva fuerza en esta coyuntura pero mantena casi el mismo signifi cado que en los tiempos jesuitas. Por su parte en sintona con el contexto y en relacin a la doble con-cepcin de los indios como sujetos limitados pero susceptibles a ser ilustrados en las artes de la industria, el comercio y la agricul-tura, por el poder de la instruccin y el adoctrinamiento, el gober-nador consideraba que

    Persuadidos los indios, por unos interesantes discursos, cuan til les ser el trabajo y perjudicial la ociosidad, procurar usted, por si y por medio de los administradores espaoles, examinar para qu frutos es ms propsito el terreno de cada pueblo; conocimiento que de pronto se podr adquirir, investigando de cules se acostumbraban hacer las chacareras, as comunes, como particulares; informado usted, determi-nar se verifi quen en mayor porcin que antes las siembras y plantos que son menos expuestos y cuyo logro infl uye me jor el temperamento y terreno, teniendo presente que todala felicidad de estos pueblos y de cualesquier otro pas consis te en la abundancia de vveres necesarios a la conservacin.18

    Finalmente, la constante referencia al comercio como medio insoslayable para el engrandecimiento del estado, el progreso de los pueblos y la felicidad de la repblica quedaba una vez ms detallada en las instrucciones de Bucareli. A su vez, si bien se reafi rmaba la necesaria libertad de accin en el intercambio comercial se remar-caba en la necesidad de mediacin por la falta de criterios adecua-dos al respecto por parte de los guaranes. Este control poltico de la economa, que implicaba en cierto sentido una continuidad con el sistema jesutico, constituir una de las principales crticas que recibir el modelo de Bucareli.

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  • En los aos posteriores y pese al aumento de los ingresos por la comercializacin de cueros y yerba a gran escala surgieron innumerables confl ictos y ciclos crticos. Desde el punto de vista econmico, los costos de produccin aumentaron, as como las exigencias de prestacin de fuerza de trabajo sobre los indios de comn de los pueblos. Las prcticas clientelares se expandieron a todo nivel, daando o resquebrajando especialmente las solidari-dades al interior de los pueblos, aquellas que expresaron alianzas de intereses entre cabildos, curas, caciques y administradores en contra de la proteccin abusiva de su gente en el trabajo y de los bienes de comunidad. Al mismo tiempo, comenz a producirse un avance de la sociedad criolla sobre el espacio de las misiones sin que se manifestase una poltica clara de defensa del territorio de los pueblos. Mientras que los pueblos ms prximos al ro Paraguay quedaron expuestos a los constantes ataques de los indios infi eles chaqueos. En la dcada del setenta se sum una coyuntura muy intensa de epidemias de viruela y sarampin que elevaron fatal-mente las tasas de mortalidad. Finalmente, un ciclo de fugas y evasiones, como de reclamos y motines, manifestaron diferentes mecanismos de resistencia activa contra la situacin vivida en los pueblos (HERNNDEZ, 1999 y 2002; MAEDER 1992; SAN-TOS; BAPTISTA, 2007; SARREAL, 2008; SUSNIK, 1966).

    Por su parte, desde el gobierno central se busc imponer dife-rentes medidas para evitar el colapso econmico, poltico y demo-grfi co. Desde 1771 en adelante se orden reorientar el gobierno poltico y econmico de los pueblos, que los administradores remi-tan los diezmos; alcabalas y tributos determinados en las instruc-ciones de Bucareli y que se cumpliesen con las normas de no despojar a los indios de sus tierras, bienes y casas. Para fi nes de la dcada de 1780, la preocupacin por el destino de los pueblos y el pago de los impuestos aument considerablemente. Al respecto, en 1778 el Rey solicit al gobernador de los pueblos de indios guaranes, Francisco Bruno de Zabala:

    [...]velar por las instrucciones de Bucareli especialmente en los captulos que miran a la conservacin de los indios, su agricultura, industria, uso de bienes y entera libertad en el manejo de ellos, en el trfi co y comercio de sus frutos, as

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  • en cuanto al comercio interno de los mismos pueblos o al general con los espaoles o a los parajes o las que qui-eran trafi carlos [...] para evitar todo fraude y perjuicio a los indios y procurar su utilidad y fomento de sus intereses [...] el buen gobierno de esta provincia y pblica felicidad de los indios.19

    Durante los aos siguientes varias reglamentaciones fueron ela-boradas para evitar los abusos, fraudes y negligencias generalizadas desplegadas sobre los indios y los pueblos, mientras las denuncias sobre los gobernadores, tenientes de gobernadores y administra-dores caan constantemente. Sin embargo nunca se cuestion desde ningn sector los efectos del comercio y las exigencias generadas por el mismo, al contrario en el centro de los discursos siempre se lo idealiz como el medio indispensable para alcanzar el bienestar general.

    Desde el lado de los guaranes, las improntas del comercio a mayor escala y la explotacin de la fuerza de trabajo haban comen-zado a generar estratifi caciones al interior de los pueblos. La marcada ausencia en los pueblos registrada durante las dcadas posteriores implic un conjunto diverso de respuestas que incluy a familias extensas, a pequeos grupos o a individuos aislados. Diferentes estra-tegias se implementaron para evitar las cargas abusivas o para buscar nueva oportunidades, escapando de las epidemias y las muertes. La huda a la campaa misionera, a las tolderas de grupos infi eles o las negociaciones con los corregidores para no ser nombrados en los padrones y censos y as quedar exentos de las cargas laborales ofi cia-les, dentro y fuera de las misiones, fueron algunas de las respuestas desplegadas. El desplazamiento a centros urbanos de las jurisdiccio-nes vecinas, puertos, estancias o las prestaciones de servicios comomilicianos constituyeron otro conjunto de respuestas estratgicas en relacin con las circunstancias. No obstante, las nuevas actividades y prcticas desplegadas fuera de las misiones en diferentes centros productivos, comerciales, artesanales, militares fueron generando deudas, obligaciones y nuevas relaciones, quedando los diferentes sujetos atados a los destinos elegidos (KHN, 2008; LANGER, 2005; SANTOS; BAPTISTA, 2007; WILDE, 2003 y 2007). La

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  • poblacin de las reducciones a causa de muertes, ausencias, fugas ocambio de status fi scales se redujo, en tres dcadas, a la mitad (MAE-DER; BOLSI, 1982). Esto ltimo sumado al deterioro edilicio y lasdisputas polticas entre los diferentes niveles de gobierno fueron conformando una imagen de decadencia generalizado frente al conti-nuo reconocimiento de las potencialidades regionales. Esta contra-diccin fue explotada en sus informes por los funcionarios borb-nicos enviados por la Corona, en la dcada de 1780, para cumplir con las consignas del fl amante Tratado de Lmites con Portugal20.

    En esta oportunidad comisionados como Flix de Azara y Diego de Alvear en sus informes o historias naturales escritas en sus mltiples facetas de comisionados, expedicionarios y naturalis-tas repararon en el espacio misionero21. A estas narrativas se sum a pedido de Azara la del Gonzalo de Doblas, teniente de goberna-dor del distrito misionero de Concepcin. Lo que prevaleci en las relaciones de Azara, Doblas y Alvear fue una mirada que apuntaba a describir ciertos aspectos relacionados con los recursos naturales, la geografa y la poblacin para luego presentar considera ciones centradas bsicamente en las formas de revertir la situacin de decadencia descripta para los pueblos guaranes, sus tierras de cultivo y sus recursos ganaderos y con ello garantizar una explota-cin efi ciente para las arcas del Estado. En sus escritos sobresali su insistencia en la necesidad de desarticular el sistema de comu-nidad de bienes y adoptar en las misiones un sistema de libertad de comercio, posesin particular de bienes y acceso sin restricciones a la mano de obra de las reducciones, con el objeto implcito de dinamizar el mercado interno y los ingresos fi scales derivados. Con respecto al sistema de comunidad, Gonzalo de Doblas, teniente de gobernador de Concepcin afi rmaba que

    Estos pueblos, desde su reduccin, se han mantenido y man-tienen en comunidad; y aunque este mtodo de gobier no sera til a los principios, despus no ha servido en mi con-cepto sino a impedir los progresos de polica y civilidad: los que subsistirn desde mismo modo, entre tanto no se mude de gobierno, dando entera libertad a los indios como dicta la naturaleza (DOBLAS, [1785] 1970, p. 35).

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  • Por su parte, Flix de Azara insista en los elementos que haban condicionado el desenvolvimiento de la propiedad privada, el estmulo a la produccin y al desarrollo de las capacidades indi-viduales para alcanzar metas propias dentro de la lgica del utilita-rismo de la poca. Azara deca:

    De esto se colige, que los padres curas eran rbitros de los fondos sobrantes de las comunidades de los pueblos, y que ningn indio poda aspirar a tener propiedad particular. Esto quitaba todos los estmulos de ejercitar la razn y los talen-tos; pues lo mismo haba de comer, vestir y gozar el ms apli-cado, hbil y virtuoso, que el ms malvado, torpe y holgazn (AZARA, [1809] 1941, p. 182-183).

    Finalmente, Diego de Alvear dejaba entrever la necesidad de limitar o desarticular el rgimen comunal misionero dando cuenta que en estas condiciones no daba rdito a la Corona. Alvear consi-deraba que:

    Si damos ahora valor a la administracin de justicia, teniendo los indios privilegios de menores, y gozando de entera liber-tad de derechos y costos en los tribunales del reino, y esti-mamos lo que puede valer la conservacin y defensa de sus pases en tiempos de guerra, veramos que las misiones, en el pe que se hallan, son muy gravosas al estado, y que solo se mantienen para aumento de la cristiandad (ALVEAR, [1791] 1970, p. 721).

    Las concepciones esbozas por estos tres sujetos solo daban cuenta de un paradigma que pronto cobrara protagonismo en la escena local en relacin con las comunidades indgenas y que radicaba en la idea de asimilacin de los indgenas a la sociedad local, en general, y por el otro, en la desarticulacin lentamente del sistema de comunidad de bienes en los pueblos de misioneros, en particular. En el mbito local y virreinal fuertes discusiones,

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  • en torno a la liberacin de los indios de aquel sistema se suscit entre 1799 y 1800. Si bien estas ideas estaban presentes desde ms de una dcada atrs fue con la llegada del Virrey Avils, en 1798, que las mismas alimentadas por la ideologa del liberalismo eco-nmico cobraron la forma de poltica reformista22. Esta ltima estaba tambin asociada a la expansin pobladora criolla, a una explotacin racional de los recursos y a una concisa contribucin de los territorios coloniales hacia la metrpoli. La idea era des-vincular por etapas a ciertas familias del sistema de comunidad a travs de la anulacin de sus obligaciones laborales y a travs de la adquisicin de lotes de tierras para cultivo, animales, herramientas y alimento hasta un ao (HERNNDEZ, 2002; SUSNIK, 1983). Los resultados fueron muy diversos ya que si bien la medida se decret en 1800 para todos los pueblos de indios no se aplic en todas las jurisdicciones afectadas. Con respecto a los guaranes sus respuestas tampoco fueron unnimes y mientras algunos buscaron sumarse rpidamente al nuevo decreto, otros se opusieron, sur-giendo incluso pugnas y confl ictos al interior de los propios pue-blos. La poltica de liberacin de cargas y obligaciones no haba contemplado la lgica que vinculaba econmicamente a familias extensas y tampoco la disponibilidad de tierras frtiles en un con-texto de avance hispano-criollo sobre los espacios circundantes.

    La puesta en prctica de las nuevas medidas se complejiz con la coyuntura blica que se abri, a partir de 1801, tras la toma del territorio misionero del oriente del ro Uruguay por los portu-gueses. Los rumbos fueron heterogneos, hay quienes se quedaron en los pueblos en situaciones diversas y quienes salieron de los mis-mos para fundar nuevos asentamientos o para insertarse de forma familiar o individual en otros mbitos rurales o urbanos, entrando en relacin con otros sistemas de produccin y trabajo. Las guerras de las independencias sumaron sustraccin y caos en el territorio fronterizo donde haban estado localizados los pueblos de misio-nes y en consecuencia la discusin sobre el destino de los pueblos, su economa y poltica qued desplazada de la escena discursiva y prctica. Dos siglos y medio de historia haban mostraron las diferentes facetas del colonialismo, en sus vertientes ideolgicas y

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  • polticas. Con respecto puntualmente a los modelos econmicos, adems de los contextos especfi cos, las argumentaciones, que fue-ron justifi cando las diferentes reformas y medidas impuestas en relacin con las poblaciones locales, cobraron un lugar destacado. Por su parte, desde el lado de los guaranes tanto la adaptacin estratgica como la resistencia, cotidiana o abierta, a las medidas econmicas impuestas fueron mostrando de forma permanente los desfasajes y las contradicciones existentes entre las lgicas y concepciones de organizacin del trabajo, la acumulacin de bie-nes y el bienestar comunal o familiar. Este entramado de ideologas y prcticas dej expuesta la irracionalidad de las polticas del colo-nialismo que desde diferentes formas, medios y coyunturas siem-pre consider desde un etnocentrismo acrrimo portar las ideas ms elevadas e iluminadas para amoldar y encaminar el mundo a sus requerimientos.

    LOGICS AND CONCEPTIONS ABOUT WORK, ACCUMULATION AND WELFARE IN THE GUARAN INDIAN MISSIONS (17TH AND 18TH CENTURIES).Abstract: In this study seeks to show how were imposing in the missions of Guarani Indians a restructuring in the everyday practices of production, holding and movement of resources in intimate relationship with the European concep-tions of work, productivity and well-being. It seeks to analyze the confi guration of three models, the fi rst of them centered on the opposition desierto-abun-dancia, as a variable in the Jesuit period; the second is focalize on the change of an economy of reciprocity to the of an exchange of goods controlled under the reduction system and the latter in the contrast between the Community system and the regime of economic freedom, in the last decades of the colonial Government. The speeches of early chroniclers, Jesuits and offi cials Bourbon, will be the bases of this work, highlighting the tensions, transformations and also strategic responses of the Guarani families.Keywords: Missions Guarani. Indigenous economy. Rio de la Plata.

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  • Notas

    1 El referente ms destacado ha sido, para al rea andina colonial, Steve Stern. Para el rea aqu estudiada no puede dejar de mencionarse a Branislava Susnik. Si bien ambos autores formaron parte de corrientes tericas y formaciones dife-rentes, ambos hicieron hincapi en las acciones indgenas en su complejidad histrica. 2 Representantes de estas lneas tericas son Serge Gruzinski y Carmen Ber-nand, entre otros. 3 Cabe aclarar que el modelo de cambios proyectado tuvo mayor expresin en el plano del discurso y las ideas que en el de las prcticas donde hubo lugar en algunos aspectos de la vida cotidiana para la negociacin o la disrupcin del sistema normativo impuesto desde la Orden. 4 Cabe mencionar que la guerra ocupaba un lugar destacado en estas sociedades y estaba asociado a prcticas colonizadoras, alianzas polticas, cosmovisiones y valo-res culturales determinados. Por su parte las aldeas estaban protegidas y vigiladas de forma permanente ante un potencial ataque enemigo (QUARLERI, 2009). 5 Los guaranes solan hacerse de esclavos de otras comunidades o grupos tni-cos en virtud de entramados conceptuales asociados a la venganza y a la rivali-dad blica y no como una accin premedita para sumar brazos a la agricultura, la caza o la pesca. 6 Los trminos de estas alianzas han sido analizados extensamente en los clsicos trabajos de Branislava Susnik (1979 y 1983), luego de Florencia Roulet (1992 y 1993) y ms recientemente de Macarena Perusset (2008), entre otros.7 En el contexto de la conquista de Amrica en algunas regiones de Espaa exis-ta la distincin entre hidalgos o nobles y pecheros o comuneros que pagaban tributo al primero. Esta distincin se fue difuminando en la Amrica espaola y trasladndose a la sociedad hispano-indgena (ALTMAN, 1988). 8 Jos Otvio Catafesto de Souza (2002) en su trabajo O sistema econmico nas sociedades indgenas guarani pr-coloniais analiza extensamente las caractersticas de la economa domstica guaran, en relacin con los principios de su organiza-cin comunal a la luz de las grandes teoras de la antropologa econmica. El autor da cuenta de las diferencias entre las economas basadas en el don y en aquellas basadas en el lucro; al mismo tiempo que discute las conceptualizacin elaboradas desde la economa clsica en donde se cuestiona a las organizaciones basadas en la produccin domstica la ausencia de capacidad excedentaria y la vulnerabilidad frente a las crisis por sequas, epidemias, plagas o inundaciones. 9 Los altos costos de mantenimiento de la grandeza jesuita han sido estudiados previamente, asimismo como los confl ictos internos entre los jesuitas de dife-rentes provincias por la distribucin de ciertos bienes e ingresos derivados por ejemplo de donaciones de particulares (QUARLERI, 2003 y 2005).

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  • 10 Jos Cardiel comentaba que Los indios no tienen en particular vacas, ni bueyes, ni cabalos, ni ovejas, ni mulas: sino gallinas porque no son capaces de ms (CARDIEL [1771], 1994, p. 54). 11 Antonio Sepp deca Ya nuestros antecesores han enseado a esta gente, por lo dems muy tonta, pero muy hbil para remedar, no solo la religin cristiana, sino tambin a hacer pan y comida y vestido, a pintar, a fundir campanas, a fa-bricar rganos e instrumentos musicales y relojes; en una palabra todas las artes y ofi cios de Europa, principalmente la msica como parte esencial del divino servicio, aunque no con la perfeccin acabada en Europa, pero bastante bien (SEPP, [1732] 1962, p. 23). 12 Las rdenes secretas dictadas por el Rey contemplaban la deportacin de los religiosos a los Estados Pontifi cios de Italia y la incautacin de los bienes muebles e inmuebles que haban estado bajo administracin de la Compaa de Jess. Luego de la expulsin, los bienes de los jesuitas adquirieron el nombre de temporalidades. Su administracin o transferencia, a travs de la comercia-lizacin de la produccin y del arriendo o de la venta de los bienes en el caso de las haciendas, fue encargada a Juntas y Comisionados sobre los que recayeron no pocas denuncias de malversacin. Este proceso se extendi hasta principios del siglo XIX (MAEDER, 2001). 13 Entre los aos 1753 y 1756 se haba suscitado un enfrentamiento indito entre las misiones del Uruguay y el poder real, por la defensa del territorio reduccional, que termin con la derrota blica de los pueblos. El miedo a otro levantamiento estaba presente entre las autoridades coloniales en el contexto de la expulsin de los jesuitas (QUARLERI, 2009). 14 Tras la expulsin de los jesuitas, las treinta reducciones se mantuvieron bajo un mismo rgimen divididos en dos distritos, el de Paran y el de Uruguay, dentro de la jurisdiccin de Buenos Aires. La designacin de dos gobernadores dur solo un ao, ya que a partir de 1769 se mantuvo uno solo de ellos y se nom-braron tres tenientes de gobernador. En 1774 se crearon nuevas agrupaciones llegando a estar los pueblos supeditados a los departamentos de Santiago, San Miguel, Yapey, Concepcin y Candelaria. Con la Real Ordenanza de Intenden-tes Concepcin y Candelaria pasaron a depender del Paraguay y los otros tres departamentos a Buenos Aires. El giro y cambio estructural se produjo en 1801 con la ocupacin del departamento de San Miguel, al este del ro Uruguay por Portugal, y luego con el impacto general que produjeron sobre este territorio las guerras independentistas (MAEDER, 1992; POETNIZ; POETNIZ, 1998). 15 Instruccin a que se debern arreglar los Gobernadores interinos que dejo nombrados en los pueblos de indios guaranes del Uruguay y Paran, no habien-do disposicin contraria de Su Majestad. Francisco Bucareli y Ursua, Candelaria, 23 de agosto de 1768. Coleccin de Documentos relativos a la expulsin de los jesuitas

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  • de la Repblica Argentina y del Paraguay, en el Reinado de Carlos III. Introduccin y notas de Francisco Javier Bravo, Madrid, Establecimiento Tipogrfi co de Jos Mara Prez, 1872. 16 Instruccin a que se debern arreglar los Gobernadores interinos, op cit., p. 208.17 Instruccin a que se debern arreglar los Gobernadores interinos, op cit., p. 202-203.18 Instruccin a que se debern arreglar los Gobernadores interinos, op cit., p. 204. 19 Reglas para el mejor gobierno de los guaranes, El Rey, 5 de octubre de 1778. Archivo General de la Nacin, Buenos Aires (AGN). Sala 7, Coleccin Biblio-teca Nacional, Documento 5065, fojas 4v-5. 20 El Tratado de San Ildefonso fue fi rmado en 1777 para dirimir una vez ms los lmites confl ictivos entre Espaa y Portugal en sus fronteras coloniales. 21 Las mltiples facetas de estos funcionarios y sus concepciones sobre el espa-cio misionero fueron estudiadas previamente en QUARLERI (2011).22 Las bases de esta nueva poltica quedaron expuestas en los informes escritos por el Secretario del Virrey Avils, Miguel de Lastarra.

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    Recebido em: 07/03/2012Aprovado em: 05/04/2012

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