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PÁGINA UNO Presentación de Charity, tercer volumen de Is It Possible to Live This Way? (Dublín, 7 de enero de 2010; Nueva York, 17 de enero de 2010; Montreal, 18 de enero de 2010) Julián Carrón Qué es la caridad. ¿Es posible vivirla hoy? FEBRERO 2010 I

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PÁGINAUNO

Presentación de Charity, tercer volumen

de Is It Possible to Live This Way?

(Dublín, 7 de enero de 2010;

Nueva York, 17 de enero de 2010;

Montreal, 18 de enero de 2010)

Julián Carrón

Qué es la caridad.¿Es posiblevivirla hoy?

FEBRERO 2010 I

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QUÉ ES LA CARIDAD. ¿ES POSIBLE VIVIRLA HOY?PÁGINA UNO

Con este texto (Is It Possible to Live ThisWay? Vol. 3 Charity, Mc. Gill-Queen’sUniversity Press, Montreal 2009) fi-naliza la publicación en inglés del iti-nerario del libro de don Giussani Si può

vivere così? en torno a las tres virtudes teologa-les: fe, esperanza y caridad. Don Giussani nos ofre-ce nuevamente el ejemplo de un diálogo sobrela naturaleza de la experiencia cristiana que emer-ge desde la dinámica de la vida cotidiana. En élfe, esperanza y caridad no son palabras que se su-perpongan desde fuera de la existencia humana,sino que constituyen un hecho que entra en la es-tructura del yo, en su autoconciencia, con la “pre-tensión” de responder al problema de la vida. Hoyen día se pone en cuestión que merezca la penavivir la vida. En este libro, don Giussani nos acom-paña para que redescubramos el valor de pala-bras que explican la vida, palabras cuyo signifi-cado original han perdido los hombres hace yatiempo, de forma que ahora son vistos como tér-minos abstractos o como un peso inútil.

Por este motivo, palabras como “amor” y “ca-ridad” no gozan de buena fama en nuestra épo-ca. Triunfan, en cambio, sus versiones reducidas,que en su mayoría dependen de los “intereses”de los que detentan el poder: el sentimentalis-mo –amar y hacer el bien porque a uno le ape-tece– y el moralismo –amar y hacer el bien por-que se debe hacer–. Detrás de estas palabras pue-de esconderse además un deseo de aparentar, defigurar, que hace preguntarse si ese amor está dic-tado por un verdadero interés por la persona ha-cia la que se dirige nuestro gesto de amor o porun egoísmo mal escondido.

En su primera encíclica, el mismo BenedictoXVI nos ha puesto en guardia ante la confusiónexistente a la hora de usar palabras como“amor”y “caridad”: «El término “amor” se ha converti-do hoy en una de las palabras más utilizadas ytambién de las que más se abusa» (Deus caritasest, 2).

Es difícil superar este escollo si no estamos dis-puestos a aprender de la experiencia que todoshemos tenido al menos una vez en la vida: ha-

ber sido objeto de un acto gratuito. Es fácil en-contrar personas que dudan de la existencia delbien, que es reducido a factores como el benefi-cio, la comodidad, la costumbre u otras cosas. Perocuando uno experimenta que es querido de for-ma gratuita, todas estas interpretaciones se de-rrumban ante la experiencia. Si esto sucedeante el gesto desinteresado de otro ser humanocomo nosotros, ¿qué sucederá, con mayor mo-tivo, ante el gesto de caridad de Dios por nosotros?Por eso, afirma el Papa: «El amor de Dios por nos-otros es una cuestión fundamental para la viday plantea preguntas decisivas sobre quién es Diosy quiénes somos nosotros» (Ib.).

Empecemos por la segunda pregunta (¿quié-nes somos nosotros?) para tratar de comprenderhasta qué punto es fundamental para nosotrosel amor de Dios. No podremos comprender quées la caridad si no tomamos conciencia de nues-tra naturaleza necesitada. Ésta se pone de ma-nifiesto en la relación con todas las cosas: nadanos basta.

1. «¿DE QUÉ ES FALTA ESTA FALTA?»El poeta italiano Mario Luzi describe de for-

ma insuperable en qué consiste nuestra natura-leza: «¿De qué es falta esta falta, / corazón, / quede golpe estás lleno de ella? / ¿De qué? / Roto eldique / te inunda y te sumerge / toda tu indigencia./ Viene, / tal vez viene, / desde más allá de ti / unreclamo / que ahora no escuchas porque agoni-zas. / Pero existe, y custodia su fuerza y su can-to / la música perpetua… volverá. / Quédate tran-quilo» («Di che è mancanza...», en Sotto specieumana, Garzanti, Milán 1999, p. 190).

La naturaleza de esta falta se vuelve evidentecuando tratamos de responder a ella. Los place-res constituyen con frecuencia el primer inten-to de colmar el vacío de esta falta. Pero nos es-pera una sorpresa, descrita por Cesare Pavese deforma magistral: «Lo que un hombre busca enlos placeres es un infinito, y nadie renunciaríanunca a la esperanza de conseguir esta infinitud»(C. Pavese, El oficio de vivir, Seix Barral, Barce-lona 1992, p. 198).

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Presentación de Charity, tercer volumen de Is It Possible to Live This Way?

(Dublín, 7 de enero de 2010; Nueva York, 17 de enero de 2010;

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Habitualmente creemos que podemos en-contrar en el amor una respuesta a la altura denuestro deseo. La razón de esta esperanza nues-tra nos la recordaba el Papa: «Destaca, comoarquetipo por excelencia, el amor entre el hom-bre y la mujer, en el cual intervienen insepa-rablemente el cuerpo y el alma, y en el que sele abre al ser humano una promesa de felici-dad que parece irresistible, en comparación delcual palidecen, a primera vista, todos los de-más tipos de amor» (Deus caritas est, 2). Poreso, nada nos permite comprender el misteriode nuestra humanidad como la relación entreun hombre y una mujer.

Se trata exactamente de la misma experien-cia que expresa de forma inolvidable GiacomoLeopardi en una poesía: «Rayo divino parecióa mi mente / tu belleza, mujer» (Aspasia, vv. 33-34). El poeta percibe la belleza de la mujer comoun rayo divino, como la presencia de lo divino.

La belleza de la mujer es un signo que remitemás allá, a algo más grande, algo divino, algoque no guarda proporción con su naturalezalimitada, como describe Romeo en el dramade William Shakespeare: «Muéstrame unadama que sea muy bella.

¿Qué hace su hermosura sino recordarme ala que supera su belleza?» (Romeo y Julieta, I, 1).

Aquí reside la grandeza del hombre, en este«no poder estar satisfecho de ninguna cosa te-

rrena, ni, por así decirlo, de la tierra entera; elconsiderar la incalculable amplitud del espa-cio, el número y la mole maravillosa de losmundos, y encontrar que todo es poco y pe-queño para la capacidad del propio ánimo;imaginarse el número de mundos infinitos, yel universo infinito, y sentir que nuestro áni-mo y nuestro deseo son aún mayores que elmismo universo, y siempre acusar a las cosasde su insuficiencia y de su nulidad, y padecernecesidades y vacío, y, aun así, aburrimiento,me parece el mayor signo de grandeza y de no-bleza que se pueda ver en la naturaleza hu-mana» (G. Leopardi, Pensamientos, LXVIII).

Ante la experiencia de que nada correspon-de de forma sensible a la grandeza de nuestrodeseo, y de que, al mismo tiempo, no podemosarrancar de nosotros este deseo, es inevitableque antes o después tratemos de responder aeste vacío con una posesión que no puede másque estar llena de violencia y de pretensión. Yésta sería nuestra suerte: terminar en el es-cepticismo, desesperando de que haya algo ca-paz de estar a la altura de nuestro deseo.

Pero, desde las entrañas más íntimas delhombre, brota una hipótesis deseable: «Un im-previsto es la única esperanza. Pero me dicen/ que es una estupidez decírselo» (E. Monta-le, Antes del viaje, vv. 25-28).

Pues bien, este imprevisto ha sucedido.

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2. «CRISTO ME ATRAE POR ENTERO, TAL ES SU HERMOSURA»

Nosotros estamos acostumbrados por nuestratradición a escuchar hablar de la caridad de Dios.Y por eso nos cuesta mucho reconocer la nove-dad que introdujo el cristianismo en el mundoantiguo, que se caracterizaba por lo que en tér-minos modernos llamaríamos «multicultura-lismo»: en el panteón había espacio para cualquierreligión, había una multiplicidad de cultos.

Por este motivo, llama la atención lo rápido quefue percibida la novedad del cristianismo, comose pone de manifiesto por su difusión prodigio-sa e imparable. ¿Qué novedad aportaba que re-sultaba tan atractiva? En las religiones antiguas,los dioses no se interesaban demasiado por loshombres (por poner un ejemplo: en las religio-nes mesopotámicas, los dioses habían creado a loshombres para librarse delyugo del trabajo, ¡imaginadlo que se preocupaban porellos!). El elemento cons-tante de las religiones anti-guas es que las divinidadesno podían amar, porque elúnico amor conocido era elamor como deseo (eros). Dehecho, aceptar que los dio-ses tuviesen deseo –eros–implicaba reconocer en ellosuna carencia, que no se co-rrespondía con su natura-leza perfecta de dioses.

En este contexto, el cristianismo irrumpe des-velando la naturaleza de Dios, introduciendo unnuevo significado de la palabra “amor”: la cari-dad (caritas).

El primer signo de este amor es la donación delser. El corazón del hombre –cuando es sencilloy leal– es capaz de reconocerlo: «Por eso el pri-merísimo sentimiento que tiene el hombre es elde estar frente a una realidad que no es suya, queexiste independientemente de él y de la cual de-pende. Traducido esto en términos empíricos, setrata de la percepción original de un dato. […]:“dado”, participio pasado, implica que hay algoque “dé”. La palabra que traduce en términos ple-namente humanos el vocablo “dato” y, por tan-to, el primer contenido de nuestro impacto conla realidad, es la palabra “don”» (L. Giussani, Elsentido religioso, Encuentro, Madrid 1998, p. 146).

Ahora bien, resulta evidente que dentro de estarealidad dada, donada, estoy también yo comopersona; ante esta evidencia, la razón, si es usa-da según su verdadera naturaleza de exigencia designificado total, no puede más que concluir: «Eneste momento yo, si estoy atento, es decir, si soyuna persona madura, no puedo negar que la evi-dencia mayor y más profunda que percibo es queyo no me hago a mí mismo, que no me estoy ha-ciendo ahora a mí mismo. Yo no me doy el ser,no me doy la realidad que soy, soy algo “dado”.Es el instante adulto en que descubro que yo de-pendo de otra cosa distinta. Cuanto más pro-fundizo en mí mismo, si quiero llegar hasta el fon-do de mi ser, ¿de dónde broto? No de mí, sino deotra cosa. Es la percepción de mí mismo como unchorro que nace de una fuente. Hay otra cosa quees más que yo, y que me hace. Si el chorro de una

fuente pudiera pensar, per-cibiría en el fondo de su fres-co brotar un origen que nosabe qué es, que es otra cosadistinta de él. Se trata de laintuición, que en todo mo-mento de la Historia han te-nido siempre los espíritushumanos más agudos, deesa misteriosa presencia quees la que permite que elinstante –el yo– tenga con-sistencia. Yo soy “tú-que-me-haces”. Sólo que este

“tú” es algo absolutamente sin rostro; uso la pa-labra “tú” porque es la menos inadecuada en miexperiencia humana para indicar esa presenciadesconocida que es, sin comparación, mayor quemi realidad de hombre. Pues, si no, ¿qué otra pa-labra podría usar? Cuando pongo mi mirada so-bre mí y advierto que yo no estoy haciéndomea mí mismo, entonces yo, yo, con la vibraciónconsciente y plena de mi afecto que acucia en estapalabra, no puedo dirigirme hacia la Cosa queme hace, hacia la fuente de la que provengo encada instante, más que usando la palabra “tú”. “Túque me haces” es, por tanto, lo que la tradiciónreligiosa llama dios; es aquello que es más que yo,que es más yo que yo mismo, aquello por lo queyo soy. Por eso la Biblia dice de Dios “tam Paternemo”» (Ibidem, p. 152).

Este reconocimiento sencillo le bastaría alhombre para no sentirse solo en medio de la

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realidad. Podría vivir con la conciencia de hijode un Dios que es Padre. Pero muchas veces, alolvidar esta evidencia elemental, el hombrevive como huérfano.

El olvido del hombre a lo largo de los siglos noha cambiado la naturaleza de Dios. Es más, estalejanía es la ocasión para Él de desvelar su ver-dadera naturaleza. Al igual que una madre,ante la testarudez del niño, se ve obligada a sa-car sus entrañas de madre, del mismo modo Dios,en la trayectoria de la Historia humana, lleva acabo un movimiento que renueva y hace con-creta la gratuidad que constituye Su naturaleza:Dios se entrega a Sí mismo en Cristo.

Escribe Luigi Giussani: «La naturaleza de Diosse presenta al hombre como don absoluto: Diosse da, se da a Sí mismo al hombre. Y, ¿qué esDios? La fuente del ser. Dios da el ser al hom-bre: da al hombre ser, daal hombre ser más, crecer;da al hombre el ser com-pletamente él mismo, cre-cer hasta su plenitud, esdecir, da al hombre el serfeliz (feliz, es decir, total-mente satisfecho o per-fecto; como siempre hedicho, perfecto y satisfe-cho en latín y en griegoson la misma palabra:perfectus, es decir perfec-to o cumplido, un hom-bre satisfecho es un hombre que ha llegado asu plenitud). Se ha dado a mí dándome su ser:“Hagamos al hombre a nuestra imagen y se-mejanza”. Y más tarde, cuando el hombre me-nos se lo esperaba, cuando no podía ni siquierasoñarlo, cuando ya no se lo esperaba, cuandoya no pensaba en Aquél de quien había recibidoel ser, éste vuelve a entrar en la vida del hom-bre para salvarla, vuelve a darse a Sí mismo mu-riendo por el hombre. Se da por entero, don deSí mismo total, hasta llegar a: “Nadie ama tan-to a sus amigos como quien da la vida por ellos”.Don total» (¿Se puede vivir así?, Encuentro, Ma-drid 2007, pp. 237-238).

Pero don Giussani no se limita al aspecto ob-jetivo imponente del don de sí mismo, sino queañade que este don de sí es un don «conmovi-do»: «El segundo factor –el primero es el esen-cial– es como el adjetivo al sustantivo, es adje-

tival; que sea adjetivo significa que se apoya, quese apoya en el sustantivo, por eso se considera se-cundario respecto al primero. Y, sin embargo, esel más impresionante, y nosotros –lo apostaría–jamás lo hemos pensado y no lo pensaríamosnunca si Dios no nos hubiera puesto juntos. ¿Porqué se entrega a mí? ¿Por qué se dona a mí cre-ándome, dándome el ser, es decir, a Sí mismo (seda a Sí mismo, esto es, me dona el ser)? ¿Por qué,además, se hace hombre y se me da para hacer-me de nuevo inocente […] y muere por mí (loque no era en absoluto necesario: bastaba con unchasquido de dedos y el Padre habría tenido queactuar)? ¿Por qué muere por mí? ¿Por qué estedon de sí mismo hasta el extremo de lo conce-bible, más allá del extremo de lo que se puedaconcebir? Llegados a este punto tenéis que bus-car y aprender de memoria la frase del profeta

Jeremías, en el capítulo trein-ta y uno, versículo tres y si-guientes. Dice Dios a travésde la voz del profeta que enCristo se realiza (pensad enla gente que estaba con aquelhombre, aquel hombre jo-ven que obraba estas co-sas): “Te he amado con unamor eterno, por eso te heatraído hacia mí [es decir, tehe hecho partícipe de mi na-turaleza], teniendo piedad detu nada”, yo siempre he tra-

ducido así esta frase. “Teniendo piedad de tunada”. ¿Qué significa? ¿De qué se trata? ¡De unsentimiento, de un sentimiento! De un valor quees sentimiento. Porque el afecto es un sentimiento;tener “afecto por” es un sentimiento, pero es unvalor. Es un valor en la medida en que tiene ra-zones; si no tiene razón alguna, no hay afecto quesea un valor, porque falta la mitad del yo, el yoestá partido al nivel del ombligo, tan sólo que-da una parte, la baja» (Ibidem, p. 239).

Sólo una persona conmovida por la conmo-ción de Jesús es capaz de hablar de la caridadcomo «don conmovido de sí»: «La caridad deDios por el hombre es una conmoción, un donde Sí mismo que vibra, que se agita, que se mue-ve, que se realiza como emoción, en la realidadde una conmoción: se conmueve. ¡Dios que seconmueve! “¿Qué es el hombre para que te acuer-des de él?, dice el salmo» (Ibidem, p. 240).

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Don Giussani es consciente de que es posi-ble reducir este aspecto traicionándolo, talcomo nos advierte el Papa al comienzo de la en-cíclica. Por eso, nos dice: «Pero hay que prestaratención a un particular: esta conmoción y estaemoción entrañan, conllevan, un juicio y un pal-pitar del corazón. Es un juicio, por eso es un va-lor –digámoslo así– racional, no tanto porquepueda ser reconducido y reducido a un hori-zonte abarcable por nuestra razón, sino racio-nal en el sentido de que da razones, lleva con-sigo su razón. Y se convierte en un palpitar delcorazón por esta razón. La emoción o conmo-ción que no lleve consigo este juicio y este es-tremecerse del corazón no es caridad. ¿Cuál essu razón? “Te he amado con un amor eterno, poreso te he hecho partícipe de mí, teniendo pie-dad de tu nada”: el corazón se estremece por lapiedad de tu nada, pero larazón es que tú participesen el ser» (Ibidem, p. 243).

Todo el Nuevo Testa-mento afirma esta absolu-ta primacía del amor deDios. Las cartas de Juan loexpresan de manera defi-nitiva: «En esto consiste elamor: no en que nosotroshayamos amado a Dios,sino en que Él nos amó ynos envió a su Hijo comopropiciación por nuestrospecados. Queridos hermanos: si Dios nos amóde esta manera, también nosotros debemosamarnos unos a otros» (1 Jn 4, 10-11). Y másadelante: «Amemos a Dios, porque Él nos amóprimero» (1 Jn 4, 19).

El Papa nos recuerda esta novedad en su pri-mera encíclica: «La verdadera originalidad delNuevo Testamento no consiste en nuevas ide-as, sino en la figura misma de Cristo, que da car-ne y sangre a los conceptos: un realismo inau-dito» (Deus caritas est, 12).

Este amor conmovido de Dios, que se ha he-cho evidente en Cristo, es el único capaz de co-rresponder a la naturaleza necesitada del hom-bre, a su carencia. Por eso el hombre se sientetan atraído por Él, como ponen de manifies-to las palabras de Jacopone da Todi: «Cristo meatrae por entero, tal es su hermosura». La Be-lleza se ha hecho carne, y el cristianismo es jus-

tamente la sorpresa de la fascinación que pro-cede del atractivo de Cristo, un atractivo queimpresionó a aquellos dos primeros discípulos,Juan y Andrés, que desde el día que Le cono-cieron se volvieron Suyos. Ahora sabemos porqué Le siguieron, porque «la caridad […] se-ñala el contenido más profundo, descubre lo ín-timo, descubre el corazón de la Presencia re-conocida por la fe» (L. Giussani, ¿Se puede vi-vir así?, op., cit., p. 234.), y que hoy asombratambién a los que Le pertenecen. No habría cris-tianismo si no se diera esta sorpresa que nin-gún error humano puede impedir.

Por este motivo, «el primer objeto de la cari-dad del hombre se llama Jesucristo. El primerobjeto del amor y de la conmoción del hombrese llama “Dios hecho carne por nosotros”» (Ibi-

dem, p. 246). Este amor ili-mitado de Dios que se hadesvelado en Cristo des-pierta por completo el afec-to del hombre que lo aco-ge: «Mientras vivo en estacarne, vivo de la fe en elHijo de Dios, que me amóhasta entregarse por mí»(Ga, 2, 20). La personalidadcristiana está totalmentedefinida por este reconoci-miento. Los cristianos sonaquellos que lo testimo-

nian: «Hemos conocido el amor que Dios nostiene y hemos creído en él» (1 Jn, 4, 16).

«El afecto a Cristo, la sorpresa continua anteel don conmovido de Sí que el Misterio llevaa cabo en nuestra Historia genera con eltiempo un sujeto capaz de interesarse por eldestino de cada hombre, no de forma ideoló-gica o mecánica, sino como compasión y cer-canía, como don conmovido de sí, que da tes-timonio de la prioridad originaria del Miste-rio» (P. Martinelli). «Porque si Dios no se hu-biera hecho hombre, nadie podría plantear suvida con esta gratuidad, ninguno de nosotrosse atrevería a mirar su vida con esta generosi-dad» (L. Giussani, El yo, el poder, las obras, En-cuentro, Madrid 2001, p. 122).

Se comprende entonces el porqué del co-mienzo de la reciente encíclica del Papa: «Lacaridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha

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hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo,con su muerte y resurrección, es la principalfuerza impulsora del auténtico desarrollo decada persona y de toda la humanidad» (Cari-tas in veritate, 1). ¿Por qué? Porque «todo pro-viene de la caridad de Dios, todo adquiere for-ma por ella, y a ella tiende todo. La caridad esel don más grande que Dios ha dado a los hom-bres, es su promesa y nuestra esperanza»(Caritas in veritate, 2).

Esta caridad ilimitada de Dios hacia nosotros,más satisfactoria que cualquier hipótesis de in-dividualismo o de autodeterminación, noshace, a su vez, sujetos de caridad: «Los hombres,destinatarios del amor de Dios, se convierten ensujetos de caridad, llamados a hacerse ellos mis-mos instrumentos de la gracia para difundir lacaridad de Dios y para tejer redes de caridad»(Caritas in veritate, 5).

De la sobreabundanciade la caridad, de la pleni-tud del amor del que he-mos sido objeto, puedebrotar la gratuidad. ¡Node una carencia, sino deuna sobreabundancia! «Y,porque existe este Cristo,ya no hay ningún hombreque no me interese. ¡Ha-bría que leer ciertas notasde Madre Teresa y de sushermanas! Especialmen-te una que siempre leía hace años, que hablade cuando una hermana de Madre Teresa en-contró a un hombre a punto de morir, en unacloaca al aire libre; lo tomó consigo, lo llevó acasa, lo lavó, lo arregló y aquel hombre dijo:“He vivido como un desgraciado y muerocomo un rey”. ¡Sólo un cristiano puede haceresto! Amar a Cristo y en Él, es decir, según sumodalidad, a los hermanos; dedicación de unomismo (don de uno mismo) y conmoción porlos demás, por el otro. En conclusión, se tra-ta del yo que afirma al tú, es el yo que se con-sume, que muere por el tú» (L. Giussani, ¿Sepuede vivir así?, op. cit., p. 246).

Pero, ¿quién es capaz de un amor así?Don Giussani afronta desde esta perspectiva,

con una novedad inaudita, dos de las cuestio-nes más incomprensibles de la experienciacristiana: el sacrificio y la virginidad.

3. CUANDO EL SACRIFICIO Y LA VIRGINIDAD

SE VOLVIERON INTERESANTES

«No existe ningún ideal por el que podamossacrificarnos, porque conocemos la mentira detodos, nosotros que no sabemos qué es la verdad».Esta frase del pensador francés André Malraux(La tentation de l’Occident, Bernard Grasset,París 1926, p. 216), de un realismo atroz, expre-sa a la perfección la reacción humana ante el sa-crificio. El sacrificio se presenta ante el hombrecomo algo contrario a su naturaleza, que está he-cha para la felicidad. Para que el sacrificio se con-vierta en un valor es necesario descubrir algo porlo que merezca la pena hacerlo.

¿Cuándo ha empezado a resultar interesanteel sacrificio? El sacrifico ha empezado a resultarinteresante cuando el hombre, lleno de asom-bro por la gratuidad de Dios hacia él, ha intui-

do que no había nada másinteligente que reconocerLe.La única razón adecuadapara poder darLe todo es laexperiencia de esta prefe-rencia del amor de Dios. Elsacrificio nace de la con-moción por el amor de Cris-to. «Hermanos: nos apremiael amor de Cristo, al consi-derar que, si uno muriópor todos, todos murieron.Cristo murió por todos,para que los que viven, ya no

vivan para sí, sino para el que murió y resucitópor ellos» (2 Co 5, 14-15).

«El sacrificio más verdadero es reconocer unapresencia. ¿Qué quiere decir reconocer una pre-sencia? Que el yo, en lugar de afirmarse, te afir-ma a ti. Afirmar el tú es la mayor entrega: “Na-die ama tanto a un amigo como quien da suvida por él”. Es lo mismo que dar la vida. Afir-marte a ti para afirmarme yo, para hacer queviva yo, afirmarte a ti como meta de mi obrar;afirmarte, es tener amor a ti. […] Afirmar alotro implica olvidarnos de nosotros mismos,que es lo contrario de estar apegados a nosotrosmismos; entonces nos sacrificamos por elotro. El sacrificio más verdadero es reconoceruna presencia, lo que equivale a decir que el sa-crificio más verdadero es amar» (L. Giussani,¿Se puede vivir así?, op. cit., p. 282).

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El reconocimiento de Cristo, la atracción queejerce Su belleza, el anhelo lleno de conmociónque experimenta quien se encuentra con Él: estoes lo único que puede llenar toda la capacidadafectiva del hombre, toda la falta de la que ha-blaba Luzi. La experiencia de esta plenitud haceposible una relación gratuita con las personasy las cosas. Esta relación nueva se llama virgi-nidad, que Giussani define como «posesión conuna distancia dentro». «Para pensar en tu vida(en ti, a quien conozco de vista), para amar tudestino, para amar tu felicidad, para amar tu ale-gría […]. Para amar verdaderamente a una per-sona hace falta una distancia. ¿Adora más a sumujer un hombre cuando la mira a un metrode distancia, maravillado por el ser que tiene de-lante, casi arrodillado aun-que esté en pie, casi arro-dillado delante de ella, ocuando la toma?» (Ibidem,pp. 299-300).

Y, como documentaciónde esta nueva forma de po-seer, Giussani pone elejemplo de la Magdalena:«¿Quién poseyó más a lamujer de la calle, a la Mag-dalena: Cristo, que la miróun instante mientras pa-saba delante de ella, o to-dos los hombres que lahabían poseído? Algunos días después, cuandoella lavó, llorando, sus pies, estaba respon-diendo a esta pregunta» (Ibidem, p. 300).

Ésta es la forma que tiene Cristo de amar.«Cuando uno se acercaba a veinte metros de Él,se veía traspasado por esa Presencia y volvía acasa llevando dentro aquella figura que tarda-ba días en desaparecer, ¡habría tenido que ha-cer un esfuerzo para arrancarla de sí! De esta ma-nera, Cristo entraba en relación con las perso-nas realizando un amor más útil, un amor máscompañía para el camino, un amor que hacíamás ligero el camino, un amor que anticipaba,como un temblor incipiente, la ternura eterna»(Ibidem, p. 300).

¿Quién no desea ser alcanzado por una mi-rada así? Para que esta mirada siga estando pre-

sente en el mundo, Dios elige a algunos para que«proclamen delante de todos, en cada instante–pues toda su vida está hecha para esto–, queCristo es lo único por lo que merece la pena vi-vir» (L. Giussani, El templo y el tiempo, En-cuentro, Madrid 1995, p. 24).

CONCLUSIÓN

«Te he amado con un amor eterno y he teni-do piedad de tu nada» (cfr. Jr 31, 3): esta noti-cia que nos alcanza desde la historia del pueblojudío me conmueve profundamente. El Miste-rio que hace todas las cosas ha tenido piedad demi nada, de nuestra nada. También la Virgen loreconoció: «El Señor ha mirado la nada de Susierva». Esta piedad de Dios hacia nosotros se

da “antes” que cualquierotra consideración – hastael punto de que no está li-gada a nuestra capacidad: lapreferencia de Dios es to-talmente gratuita, y nosaferra tal como somos–, ypor eso constituye la razónque está en el origen decualquier iniciativa nuestrahacia los demás, indicandosu método: la gratuidad.

Si nuestros esfuerzos poramar y ayudar a los demása través de los gestos que

llamamos de caridad no parten de aquí, anteso después nos cansaremos, lo que hacemos nosdesgastará y, con el tiempo, nos volveremos sor-dos a nuestra necesidad y a la de nuestros her-manos los hombres. De aquí viene la tentaciónde encerrarnos en el individualismo, que es in-diferente a todo y a todos, y que hace que al fi-nal estemos solos. Pero el asombro ante Cris-to, que ha tenido piedad de nuestra nada y seha inclinado hasta convertirse en uno de nos-otros, es capaz de vencer nuestra confusión eimpotencia, y nos llena de esa plenitud que nospermite aceptar cualquier sacrificio, hasta lle-gar a la posibilidad, humanamente inconce-bible, de dar la vida para que otro viva, exac-tamente como ha hecho Jesús con cada uno denosotros y como haría una madre cristiana consu propio hijo.

PÁGINA UNOQUÉ ES LA CARIDAD. ¿ES POSIBLE VIVIRLA HOY?

VIII FEBRERO 2010

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