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La intensidad de la locura

Psicosis, ruptura y recuperación*

Para alguien apasionado por el cine y el psicoanálisis resulta particular-

mente interesante el estreno de dos cintas cuyo tema es la psicosis, y cu-

yo tratamiento tiene en común la curación (o más exactamente la

recuperación) de sus respectivos protagonistas. Nos referimos a Nunca

te Prometí un Jardín de Rosas y Equus.

Aunque ambas historias están apoyadas -no podía ser de otro modo-

en casos reales, la primera de ellas resulta más familiar para los lectores

en lengua española, debido a la difusión que ha tenido la traducción de

la autobiografía clínica de Hannah Green,l mientras que la segunda re-

sulta más bien una traducción del lenguaje teatral al cinematográfico.

Nunca te Prometí... trata sobre un caso de esquizofrenia en una jo-

ven de 17 años y las dificultades de su tratamiento, que duró más de

tres años antes de llegar a la curación total. En esta película, los gritos

delirantes y las fantasías oníricas de la protagonista son presentados con

un desapasionado dominio de la técnica, no sólo fílmica sino también

*Equus (Estados Unidos, 1977). Dio: Sidncy I.umet. Con Richard Burton (Dr.

Dysart), Peter Firth (Allan Srrang), loan Plowright (Dora Strang).

*Nunca te Prometí un Jardín de Rosas (! Never Pro,nised You A Rose Garden, Es-

tados Unidos, 1977). Dir.: Anthony Page Basada en la novela de Joanne Greenberg.

Con Bibi Anderson (Dra. Fried), Kathleen Quintan (Deborah Blake), Lorraine Gary,

Be. Piazza.

Hannah Green: Nunca te prom€(( un jardín de rusas. Barcelona, Barra[ Editores,1975.

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sicoanalítica, lo que genera un espacio donde el impulso terapéutico ha

dejado atrás las mitologías de un virtuosismo prefreudiano (las curacio-

nes casi mágicas) para acceder al clasicismo y la precisión de un caso

tan excepcional como filmable. Excepcional puesto que no todos los te-

rapeutas son tan profesionales ni todos los pacientes tan cooperativos,y sólo una minoría tiene acceso a un tratamiento tan concienzudo y per-

sonalizado.

Aquí es conveniente recordar las investigaciones de Luce Irygaray (an-

tigua colaboradora de Jacques Lacan), quien ha demostrado que mien-

tras el delirio esquizofrénico en el hombre tiende a ser verbalizado, la

mujer manifiesta su delirio corporalmente, razón por la cual la enfer-

medad mental en ella resulta socialmente menos disruptiva.

En el caso que observamos en la pantalla, la protagonista se aleja de

la realidad objetiva (es insensible al dolor físico y rehúye todo contactoepidérmico), creando en su lugar un universo cerrado, huidizo y aterra-

dor, a la vez posesivo y exigente, frente al que deberá rebelarse para ser

capaz de reconocer su propia identidad.

Al finalizar su relato, y después de conducirnos a una inmersión dis-

tanciada hasta las profundidades de la fantasía patológica, el director

nos rescata a la superficie de la normalidad. Nuestra epidermis, que por

un momento -gracias a la convicción de la protagonista- fue tan in-

tocable como en la pantalla, ha quedado intacta, pues nuestra confian-

za en la recuperación se ha reforzado con un final feliz.Pero en Equus no identificamos necesariamente la recuperación con

el tradicional final feliz. Al tratar a un adolescente que trata de escapar

de la ansiosa religiosidad de su madre, creando un complejo ritual para

adorar a su caballo, el Dr. Dysart se pregunta si su acto curativo tiene

algún sentido, pues al curarlo lo convertirá en un individuo menos con-

flictivo pero a la vez menos apasionado.

El mismo doctor ve a su paciente (Allan) como un individuo capaz

de elegir su propio sufrimiento (como un dios) y capaz además de crear

un complejo universo propio, con su santuario, su simbologia y su len-

`Luce Irigaray: "Women's Exile (An Interview)". Idealogy and Con miousneis, No.

1 . May 1977, pp, 62-76.

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guaje, donde él mismo oficia para entrar en un éxtasis furioso y, a fin

de cuentas, legítimo.

Mientras tanto, el doctor añora el mundo de los antiguos dioses helé-

nicos, que "también mueren", pero que son mortales precisamente por-

que él ya no puede creer en una mitología que nunca ha podido

experimentar tan directamente como su paciente. Por esta razón, con-fiesa su culpabilidad profesional de ser "sacerdote de ese deformante

dios que es la salud, oficiando en el nombre de la normalidad". Al salir 

de su casa, nos confiesa, acaricia el busto de Dionisio para que le traiga

buena suerte, y luego se dirige a tratar a Allan, quien no necesita nin-

gún intermediario entre su ardor amoroso y el objeto de su culto.

Y aunque también Allan es afortunado al recibir atención particular,

las diferencias entre él y la adolescente de Nunca te Prometí .. son no-

torias. Mientras la enfermedad de ésta no es socialmente tan peligrosa

como la de Allan, éste termina por herir los ojos de sus caballos, inca-paz de resistir su mirada al tratar de hacer el amor con una amiga, pues

siente que puede atestiguar su infidelidad. Con este acto su conflicto per-

sonal se convierte en un problema social, y de no ser por esta razón na-

die se ocuparía de convertir a Allan en un ser normal y desapasionado,

reflexiona el Dr. Dysart.

De ambas películas, sólo Equus parece interesada en descubrirnos las

causas de la enfermedad. Cuando el padre de Allan lo encuentra con

su amiga en un cine pornográfico, empieza a temerle, pues su hijo des-

cubre en ese momento que: "todos los hombres tienen un pene, yo tam-bién tengo un pene   y mi padre   es un pobre diablo igual que todos los

demás, no es nada extraordinario". Este temor de su padre ante la vida

y su debilidad ante la ansiedad religiosa de su madre obligaron a Allan

(también a los 17 años) a refugiarse en un mundo privado, secreto y

marginal.

Aunque el universo particular de Allan sea tan exigente como el de

ella (él se ha impuesto una rigurosa fidelidad), su rebelión no es sufi-

ciente para liberarse del todo: debe haber una total catarsis, y el oportu-

no apoyo del Dr. Dysart durante esta crisis resulta dramático.En el caso de ella, durante el proceso de recuperación la terapeuta

respeta las reglas del juego, no trasgrediendo el terreno movedizo inte-

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rior, respetándolo como algo domeñable sólo por la paciente. Ello per-

mite establecer una atmósfera de confianza entre paciente y terapeuta

(a pesar de la ausencia temporal de esta última), al grado que aquélla

termina por bautizar a su terapeuta como "flor y roca", es decir, a la

vez dulce y firme.

El Dr. Dysart, por su parte, logra la necesaria catarsis final utilizan-do la sugestión en la que cae Allan al creer que ha ingerido una pastilla

para decir la verdad, sugestión que no hubiera sido posible de no haber-

se establecido una firme transferencia.

Mientras en Nunca te Prometí  .. reencontramos algunas de las más

difundidas ideas acerca de la esquizofrenia, tratadas con cierta compla-

cencia en los aspectos más emotivos y olvidando por completo mostrar

dialécticamente la problemática profesional de la doctora, el drama del

Dr. Dysart consiste en que nadie tiene una respuesta definitiva a su pre-

gunta inicial. Pues él mismo, con toda su capacidad profesional (esa mis-

ma capacidad técnica de la que parece estar orgullosa, y con razón, la

doctora de Nunca... ), preferida vivir sus mitologías antiguas, o cuan-

do menos compartirlas con su mujer (o al menos hacer el amor con ella,

o al menos haberla besado alguna vez durante los últimos años) en lu-

gar de ser el doctor de Allan y tratar de curar a un adolescente que efec-

tivamente vive todas sus mitologías.

Aunque aquí nos ocupamos esencialmente de los aspectos sicoanalíti-

cos y de su tratamiento, vale hacer un paréntesis para señalar la calidad

estrictamente cinematográfica de Nunca te Prometí... (ese clasicismo quese mencionó al principio de esta nota). Mientras la terapeuta le habla a

la muchacha, vemos a esta última mirar hacia un costado y escuchar a

uno de los espíritus de su propia fantasía. En esos momentos de inmersión

hacia el mundo interior de la protagonista tenemos la opción de seguir es-

cuchando a la terapeuta, que es nuestro contacto con el inundo real, o de-

 jarnos llevar por las fantasías de la adolescente, que nos parecen por todos

conceptos fascinantes. La banda sonora es un apoyo espléndido para esta

narración que tiene mucho de "tolkieniana".

Desde este mismo punto de vista, lamentamos la irregularidad en laedición de Equus, cuyo ritmo salta de una secuencia de gran lirismo vi-

sual (como la bellísima escena nocturna donde el muchacho cabalga des-

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nudo sobre su caballo ) a otra que parecería más propia del teatro

experimental.

Así, mientras en Nunca te Prometí. .. sufrimos la agonía de ver a

la esquizofrenia convertida en una estrella de cine, donde finalmente se

ha glamurizado el delirio y se ha olvidado decirnos cuáles son los lími-

tes de la complejidad femenina durante el proceso de la comunicación

verbal, convirtiendo un problema clínico en una ocasión de regocijo fe-

minista,  Equus se nos plantea como un problema teológico para antes

de (tomar la píldora para) dormir; es decir, un problema religioso antes

de tomar un placebo para confesar la verdad más secreta y apasionada,

un problema necesariamente sexual que se antepone a la posibilidad fu-

tura de disfrutar de una pasión formidable.

Mientras Nunca te Prometí  . . se olvida de los miles de casos que nun-

ca llegan a recuperarse ,  Equus nos recuerda que si el hombre ha sido

definido como una paja que piensa , sin embargo puede perderse en el

pajar de sus propias ortodoxias   ( llámense terapia , religión o moral) y

acabar por consumirse en una apasionada búsqueda de significado.

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