psicologÍa social, capitulo 1

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PSICOLOGÍA SOCIAL

El contacto humano

El error del sociologismo es el de considerar demasiado exclusivamente el vínculo social como un dato, como una coerción sufrida desde el exterior. “No está probado, escribía Durkheim, que la tendencia a la socialización haya sido, desde el principio, un instinto congénito del género humano… es más natural ver en ella un producto de la vida social, que se ha organizado lentamente en nosotros”. Al contrario, por falta de pruebas y argumentos históricos, parece muy poco “natural” encarar la sociabilidad fuera de una atracción espontánea de un semejante por su semejante; y si se admite que puede existir entre los hombres una simpatía aun parcial, ésta sería una condición, y no una consecuencia de la vida social: la coerción no ha engendrado jamás amor. Que luego, las modalidades de la existencia colectiva, las formas de cooperación, la densidad, las jerarquías, los niveles de cultura, hayan intervenido para diversificar, favorecer o limitar el intercambio humano, nadie lo discute. Pero subsiste el hecho de que el “contacto” no es buscado y vivido sino en virtud de un impulso espontáneo del “yo” hacia “el otro”, gracias a la necesidad y al placer de estar juntos. Pero existe un error individualista exactamente recíproco (psicologismo), que consiste en explicar al hombre total en función de sus tendencias, de sus aptitudes propias, en considerar las relaciones sociales como una simple comunicación entre sujetos autónomos, y el conocimiento del otro como una inferencia analógica extraída de la contienda de si. Pero eso equivale a olvidar el carácter auténticamente colectivo de la experiencia humana, a olvidar que el yo y el otro se manifiestan simultáneamente en la simpatía y en la oposición.

Es importante, por fin, moderar ciertas utopías: en efecto, el encuentro entre el yo y el otro toma a menudo formas de conflicto; el egoísmo, el odio, se dan tanto en las relaciones públicas y colectivas como en las privadas. M. Pradines lo ha señalado con claridad: “después de admitir que existe una necesidad social sin la cual es imposible concebir ninguna sociedad, es necesario convenir, inversamente, que existe una desnaturalización antisocial de esa necesidad sin la cual ninguna sociedad real es concebible”.

Para aprehender los fenómenos psicosociales en su raíz, con sus motivaciones, sus intenciones, sus coloraciones afectivas, es necesario recurrir a las experiencias vividas del contacto humano (fenomenología) completadas por los testimonios de la psicología genética y las incursores del psicoanálisis en los estratos oscuros del inconsciente.

Un ejemplo preliminar: la experiencia de la mirada

El fenómeno más primitivo del contacto humano es, sin dudad, la sensibilidad del sujeto a la mirada del otro; ésta se manifiesta ya en el recién nacido, que reacciona a la mirada con sacudidas motrices y muy pronto con la sonrisa; en consecuencia, según su expresión, la mirada provocará en el niño el impulso o la desconfianza; esta experiencia continuará ejerciendo, en el adulto, una influencia variable pero real.

La experiencia de la mirada revela ya toda una gama de relaciones, el yo aprehende a sus prójimo como un obstáculo o como un recurso; según el caso, desemboca en un conflicto o en el intercambio. Pero se refiere en la mayoría de los casos – y ello se hace

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patente en Sartre- a la psicología del adulto, o por lo menos a la del sujeto que ha establecido netamente las fronteras entre su yo y el yo del otro. Pero esta distinción no es inmediata ni tampoco definitiva, aun después de establecida.

Es evidente la importancia de esas observaciones para la psicología social: sería insuficiente, o artificial incluso, basarse únicamente en análisis fenomenológicos. Un estudio genético resulta indispensable, ya que establecerá no solo un inventario metódico de las modalidades del contacto humano, si no también las etapas de ese contacto. Más aún, ese estudio nos proporcionará, tal vez, el medio para distinguir su sentido “normal” –su eventual finalidad- de sus avatares, hasta podemos decir de sus degradaciones y su perversiones, si se admite que llegado cierto grado de madurez espiritual la ética no se separa rigurosamente de lo psíquico sino que lo impregna y lo corona.

“SE”: La participación. – La masa

La paidología, el psicoanálisis, la sociología, el existencialismo heideggeriano, coinciden en que la forma inicial del psiquismo es un estado de confusión en el que el sujeto no aprehende claramente las fronteras entre él mismo y el otro.

1. La participación inicial

a) En el niño. En el estadio infantil, no existe aún ninguna discriminación entre el yo y el ambiente (sincretismo). Durante los primeros mese de su vida el niño está, en alguna forma disperso entre sus propios estados, los seres, los acontecimientos, las cosas de su alrededor: es mejor, entonces, hablar de “porosidad” que de curiosidad. Es un error pensar que el niño experimenta su punto de vista propio como absoluto y único.

b) La interpretación del proceso social varía según los autores. Para J. Piaget el niño está al principio como encerrado en sí mismo (autismo-egocentrismo); su socialización es lenta, progresiva, paralela a la formación de la inteligencia objetiva; el niño, que al comienzo lo refiere todo a sí mismo y no concibe los deseos de otro si no en función de los suyos, aprende poco a poco a descubrir que los otros no sólo son seres subordinados –o reacios- a su deseo, si no también semejantes entre los cuales debe ubicarse. La sociedad intervendría entonces como un momento de su desarrollo psíquico a consecuencia de experiencias múltiples que le habría revelado las dificultades de un punto de vista estrictamente personal. (La Naissance de l´intelligence chez l´enfant).

a) Para H. Wallon, por el contrario, el niño sería inicialmente un ser social; lo primero que percibe es el vínculo de dependencia frente a sus padres; entre él y ellos se establecen muy pronto relaciones de comprensión y medios de expresión. El descubrimiento del otro no está, pues, ligado a un progreso del razonamiento lógico, sino a la evolución de una participación afectiva, muy confusa al principio; la emergencia del “yo” va a la par de la emergencia del otro; su diferenciación es mutua y solidaria; y es a través de ella que se construye progresivamente la personalidad psicosocial.b) En los primitivos. Los sociólogos han comparado a menudo la actitud del primitivo hacia su grupo con la del niño hacia su medio familiar. Lévy-Bruhl, en su

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clásico estudio Les functions mentales Dans les societés inférieures, ha retomado el término platónico de “participación”.

En lo que toca al vínculo social primitivo, éste parece experimentado en forma tan intensa como confusa. Pero nuestros mismos conceptos de seres civilizados no están, al respecto, de ningún modo exentos de toda… confusión. Parece especialmente útil distinguir algunos aspectos inferiores de esta participación – fenómenos de mimetismo afectivo, de contagio mental, que corresponden a aquellos estados emocionales de los que Lévy-Bruhl nos dice que “coexisten y se entrecruzan sin alcanzar la conciencia de una individualidad verdaderamente una”, y que hacen “que el primitivo se sienta íntimamente unido a su grupo, a su tótem, a su alma de sueño”. Se explican así esas creencias tan numerosas, de tipo mágico, en las transmisiones, las posesiones, los contactos ocultos – y formas superiores, más evolucionadas, que tienen una significación propiamente religiosa, gracias a las cuales los seres, más conscientes de sí mismos, se unen en el culto de un Dios dotado de existencia personal, que trasciende al grupo y a sus fieles.

Lévy-Bruhl llama al primer caso “participación sentida, inmediata” – agreguemos: confusa; y al segundo “participación representada, mediata” – digamos transpersonal. Sólo esta última merece el nombre de comunión; y como lo mostraremos en seguida, comunión no es confusión.

En fin, no habría que oponer demasiado radicalmente el psiquismo primitivo y el civilizado. Por una parte, es probable que muchas tribus se eleven a un estado psicosocial netamente superior a la simple participación místico-afectiva y alcancen una conciencia bastante viva de la comunidad – como lo atestigua precisamente el fenómeno de misoneísmo. Por otra parte, la ley de participación como principio de solidaridad colectiva está lejos de ser acabada; ¿qué fundamento, por otro lado podría reemplazarla?

2. El mundo del “se”

En muchos casos, en efecto, la situación del adulto contemporáneo medio no traduce sino una débil evolución. ES sorpréndete comprobar, en lo que a esto se refiere, la convergencia de la metafísica existencialista y las observaciones sociológicas.

El “Mitsein”. Según Heidegger, la condición fundamental del hombre es el Mitsein (el ser con); nuestro mundo es un “Mitwelt”, un “mundo con otro”; desde el comienzo estamos sumergidos en el bloque social, y con eso no se trata de expresar meras relaciones de cordialidad o de lucha entre seres bien distintos que entrarían en contacto; se trata de una relación global, inmediata, masiva. La imagen empírica que mejor simbolizaría esa concepción es, según Sartre (discípulo independiente de Heidegger) la imagen del equipo con “la sorda existencia en común de los miembros del equipo absorbidos en la misma tarea”. Existencia “pastosa”, aglomeración de individuos que no han podido alcanzar una clara conciencia de su personalidad; estado bastante bien expresado por el pronombre indefinido se.

“Se”. El empleo de este pronombre – independientemente de sus abusos gramaticales, o aun a través de ellos- es, en efecto, muy significativo. Tratemos de desentrañar los matices socio afectivos que incluye su anonimato.

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Alcanzamos así la esencia misma del “se”: la irresponsabilidad, la neutralidad, dispuestas a seguir la corriente más fuerte. Sufrir, o seguir en conjunto, ésta es posiblemente la mejor definición de ese indefinido colectivo.

Se considera normal esa actitud psicosocial. Cuando se relaciona con el sincretismo infantil o primito, esa actitud psicosocial se considera normal, pero aparece como una fijación o una dimisión cuando subsiste en seres más evolucionados, capaces de alcanzar a la vez la conciencia de sí, y la de una comunidad bien definida.

3. La masa

El mundo del “se” permanece sin embargo muy extendido, es el mundo de lo que corrientemente se llama la masa – o las masas.

El término masa sólo puede convertirse en un concepto científico cuando se lo distingue de sus sinónimos aparentes, especialmente de la multitud y de la clase social. A esto se han dedicado von Wiese en Alemania, G. Gurvitch en Francia.

Según Gurvitch, los equívocos sólo acaban cuando se designa con el vocablo masa una forma elemental de sociabilidad, y no un tipo concreto de agrupación; con otras palabras, la masa corresponde a cierta manera de “estar juntos”, de vivir el vínculo colectivo. Gurvitch distingue así claramente entre la masa y la multitud – esta última es la forma más inestable de grupo, pero capaz de unirse momentáneamente (según Gurvitch) hasta la comunión.

En la masa, la intensidad de la fusión de las conciencias es débil, mientras que la presión colectiva espontánea puede ser fuerte; si los miembros tienen alguna conciencia de sí mismo, no es sino como “números”, como unidades del conjunto, no de “personas”; y se consideran así recíprocamente; de donde resulta una propensión a eliminar a los sujetos recalcitrantes o simplemente originales.

Toda masa implica un volumen elevado de participantes, pero hay que distinguir “masa a distancia” y masa reunida; el primer caso es mucho más frecuente: hay una masa latente de descontentos, de individuos económicamente débiles, de desocupados, etc., unidos por una analogía de situación y de intereses; una masa de partidarios, de aficionados, en suma, de “públicos virtuales”, que sólo se reúnen en ocasiones. Pero precisamente su reunión creará una situación favorable para el surgimiento de una nueva forma de sociabilidad: la combinada; al simple hecho de estar y sentirse juntos, se agregará un factor decisivo: una voluntad común.