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Psicología de la ciudad

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Psicología de la ciudad

Debates sobre el espacio urbano

Baltasar Fernández RamírezTomeu Vidal Moranta

Editores

Con la participación de:Ángela Castrechini Trotta

Mª Carmen Hidalgo VillodresMireya Palavecinos Tapia

M. Karmele Herranz PascualRocío Proy Rodríguez

José Luis Eguiguren GarcíaMaría José Díaz González

Pep Vivas EliasIsabel Pellicer Cardona

Óscar López CatalánConcha Piñeiro García de León

Sergi Valera PertegàsAndrés Di Masso Tarditti

José Antonio Corraliza RodríguezEnric Pol Urrutia

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Diseño de la colección: Editorial UOC

Primera edición en lengua castellana: noviembre 2008

© Baltasar Fernández Ramírez, Tomeu Vidal Moranta, Ángela Castrechini Trotta, Mª Carmen Hidal-go Villodres, Mireya Palavecinos Tapia, M. Karmele Herranz Pascual, Rocío Proy Rodríguez , José Luis Eguiguren García, María José Díaz González, Pep Vivas Elias, Isabel Pellicer Cardona, Óscar López Catalán, Concha Piñeiro García de León, Sergi Valera Pertegàs, Andrés Di Masso Tarditti, José Anto-nio Corraliza Rodríguez, Enric Pol Urrutia, del texto

© Imagen de la cubierta: Istockphoto© Editorial UOC, de esta ediciónRambla del Poblenou 156, 08018 Barcelonawww.editorialuoc.como

Realización editorial: laburo.tv.Impresión:

ISBN: 978-84-9788-777-9Depósito legal

Ninguna parte de esta publicación, incluyendo el diseño general y de la cubierta, no puede ser copiada, re-producida, almacenada o transmitida de ninguna manera ni por ningún medio, tanto si es eléctrico, como químico, mecánico, óptico, de grabación, de fotocopia, o por otros métodos, sin la autorización previa por escrito de les titulares del copyright.

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Autores

Baltasar Fernández RamírezBaltasar Fernández Ramírez es profesor de Psicología social y Evaluación de programas en la

Universidad de Almería. Se doctoró en la Universidad Autónoma de Madrid, bajo la dirección del profesor José Antonio Corraliza, con el trabajo “Lugares peligrosos. Psicología ambiental y miedo al delito”. Interesado en cuestiones sobre teoría social de la ciudad, planificación urbana y evaluación del diseño ambiental. Entre sus trabajos se cuentan diversas publicaciones en revistas y presenta-ciones en reuniones científicas de psicología social, psicología ambiental y evaluación. Es autor del capítulo sobre “El medio urbano” en el manual de Psicología ambiental de Juan Ignacio Aragonés y María Amérigo y fue responsable de la organización de las Jornadas de Psicología de la ciudad que han dado lugar al presente volumen.

Tomeu Vidal MorantaTomeu Vidal Moranta es doctor en Psicología y Máster en Intervención ambiental por la Univer-

sidad de Barcelona, de la que forma parte como docente e investigador en el departamento de Psi-cología social. Sus áreas de investigación son el espacio público, la sostenibilidad y la participación ciudadana con especial énfasis en los procesos de apropiación del espacio.

Angela Castrechini TrottaLicenciada en Psicología por la Universidad Central de Venezuela y Máster en Psicología por

la Universidad Simón Bolívar. Actualmente es Profesora Asociada del Departamento de Psicología Social en la Universitat de Barcelona, donde imparte Psicología social, Psicología ambiental y Psi-cología de la comunicación social. También es consultora en la Universitat Oberta de Catalunya en las asignaturas Psicología ambiental y Psicosociología de la vida urbana: marginación y exclusión social. Los temas de investigación en los que trabaja son el estudio de la representación social de los temas medioambientales; la influencia que ejercen los medios de comunicación social sobre estos temas; la percepción del riesgo, el conflicto ambiental y su relación con el efecto NIMBY.

M. Carmen Hidalgo VillodresM. Carmen Hidalgo es actualmente Profesora Titular de Psicología ambiental en la Universidad de

Málaga. Realizó su tesis doctoral en la Universidad de La Laguna sobre el tema de apego a los lugares de residencia y ha publicado diversos artículos científicos sobre este tema. Otras áreas de investigación en las que ha trabajado recientemente son la preferencia ambiental y el voluntariado.

Mireya Palavecinos Tapia Profesora del Departamento de Psicología, docente en las asignaturas de Psicología social aplica-

da, Intervención en escenarios comunitarios y Psicología ambiental en la carrera de Licenciatura en Psicología de la Universidad de la Frontera de Temuco, Chile. Investigadora en el Area Comunitaria y del Grupo de Excelencia en Psicología económica de la misma universidad. Además, colabora en el grupo de Investigación en Comunicación y Educación ambiental de la Universidad Autónoma de Madrid, España. Sus principales líneas de trabajo giran en torno a comprender los factores asociados al comportamiento proambiental y participación ciudadana, como forma de fomentar conductas responsables, empoderamiento y la asociatividad de las personas para el mejoramiento de la gestión ambiental de los recursos. Actualmente realiza su tesis doctoral en identificar los aspectos psicoso-ciales vinculados al comportamiento de queja en temas ambientales urbanos.

M. Karmele Herranz PascualM. Karmele Herranz Pascual es Doctora en Psicología social y ambiental e Investigadora Sénior

en el Centro Tecnológico LABEIN-Tecnalia, centrando su actividad en la integración de la dimen-

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sión Social junto a la Ambiental y Económica en el marco de proyectos sobre Gestión Medioam-biental Estratégica, Entorno Urbano Sostenible, etc., para dotarlas de una perspectiva integradora. También ha trabajado en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (1989-1995) y colabo-rado con el Departamento de Psicología Social y Metodología de las Ciencias del Comportamiento de la UPV-EHU (1995-2002) en varios Proyectos de Investigación. Además, ha impartido docencia en la UPV-EHU, Centro Asociado de la UNED en Bergara, y en diversos cursos de postgrado y máster (UPV-EHU-Osakidetza y UD) relacionados con la investigación y el medioambiente.

Rocío Proy RodríguezRocío Proy Rodríguez es Licenciada en Psicología por la Universidad del País Vasco (2002), rea-

lizó su Prácticum en Psicología social y ambiental en Labein (2001). Se ha especializado en el de-sarrollo de Estudios Psicosociales de Impacto del Ruido en la Población, colaborando en diversos proyectos en el Centro Tecnológico LABEIN-Tecnalia desde el 2001, como Investigadora Junior. Ha realizado postgrados en metodología avanzada en Estadística Aplicada, así como en Modelos Jerárquicos Lineales. En la actualidad, su actividad se centra también en aunar sus conocimientos Psico-Sociales y Ambientales en el marco de la Gestión Medioambiental Estratégica y Entorno Urbano Sostenible.

José Luis Eguiguren GarcíaJosé Luis Eguiguren García es Ingeniero Industrial (especialidad Mecánica) e Investigador Sé-

nior en el Centro Tecnológico LABEIN-Tecnalia y posee de una amplia experiencia en la acústica ambiental de los diferentes focos de ruido, siendo especialista en la utilización de modelos de cálculo de previsión de impacto acústico. Actualmente su actividad de I+D+i está centrada en la gestión de Ruido Ambiental e implantación de políticas y estrategias de control de ruido en ad-ministraciones (medidas de atenuación del ruido, planes de acción…). Desde 1996 es miembro del Comité Técnico de Normalización SC6 Comité 135-SC Dispositivos antirruido. Actualmente, en representación del Gobierno Vasco, forma parte del Grupo de Trabajo del Reglamento de la Ley de Ruidos en el Ministerio de Medio Ambiente. Tanto a nivel nacional, como a nivel inter-nacional, ha participado como profesor en cursos de masters y en cursos específicos en acústica ambiental.

M.ª José Díaz GonzálezM.ª José Díaz ([email protected]) es licenciada en Ciencias Ambientales e investigadora del

Departamento de Ecología de la Facultad de Ciencias de la Universidad Autónoma de Madrid. Está realizando su tesis doctoral sobre el análisis de la participación ambiental como herramienta para la construcción colectiva de políticas públicas, en este caso de Estrategias de Educación Ambiental autonómicas. Es diplomada de Estudios Avanzados en el Doctorado Interuniversitario de Educación Ambiental y participa en estudios sobre sostenibilidad urbana, educación, participación y comuni-cación ambiental, así como de uso público en espacios naturales protegidos.

Pep Vivas EliasProfesor propio de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta

de Catalunya; Profesor del Máster y del Doctorado en Psicología social de la Universitat Autònoma de Barcelona.

Doctor en Psicología social, Universitat Autònoma de Barcelona (2004); Máster en Intervención ambiental, Universitat de Barcelona (1998); Licenciado en Psicologia, Universitat Autònoma de Bar-celona (1996).

Actualmente es componente del grupo de investigación URBSIC (Ciudades en la sociedad de la información y el conocimiento) http://in3.uoc.edu/webs/projectes/urbsic.

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Isabel Pellicer CardonaLicenciada en Psicología por la Universitat Oberta de Catalunya. Master en investigación en

Psicología social y Doctoranda en Psicología social en la Universitat Autònoma de Barcelona. Ac-tualmente forma parte del grupo de investigación sobre ciudades en la sociedad de la información y del conocimiento (URBSIC) del IN3. Algunas áreas de su interés son el espacio urbano, las nuevas tecnologías y las metodologías cualitativas.

Óscar López CatalánLicenciado en Antropología social y cultural por la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB)

y en Psicología por la Universidad de Oviedo. Becario FPU y doctorando en el Departament d’Antropologia social y cultural de la UAB, en el que desarrolla su tesis sobre espacio urbano, movi-lidad y marginación de la población rrom (gitana) rumana en Catalunya, además de investigación etnográfica sobre inmigración, salud y desigualdades socioeconómicas. Miembro del grupo de in-vestigación GRIM-GRAFO (UAB) y colaborador del grupo URBSIC (IN3). Entre sus últimas publica-ciones se encuentran las colaboraciones en los libros Paseando por la ciberciudad (2006) y Ventanas en la ciudad: observaciones sobre las urbes contemporáneas (2005), además de artículos y ponencias relacionadas con su investigación doctoral.

Concha Piñeiro ÁlvarezLicenciada en Ciencias ambientales, está realizando el Doctorado Interuniversitario en Educa-

ción ambiental. Trabaja como investigadora desde hace tres años dentro del Equipo de Investiga-ción interdisciplinar en Comunicación y Participación ambiental de la Universidad Autónoma de Madrid. En los últimos diez años, ha sido miembro activo de varios proyectos y entidades con fines ambientales, sociales y culturales, a nivel local e internacional.

Sergi Valera PertegàsDoctor en Psicología por la Universidad de Barcelona y máster en Intervención ambiental por la

misma universidad. Es profesor titular del Departamento de Psicología Social e imparte docencia en las asignaturas Psicología ambiental y Psicología social aplicada y comportamiento colectivo. Profe-sor del programa de doctorado “Espacio público y regeneración urbana” y coordinador del programa de posgrado “Intervención ambiental y social”. Entre sus publicaciones, destacan manuales como Psicología social aplicada e intervención psicosocial con colaboración de Bernardo Hernández, o el capítulo “Privacidad y territorialidad” en colaboración con Tomeu Vidal en el manual Psicología ambiental compilado por J. I. Aragonés y M. Amérigo.

Andrés Di Masso TardittiProfesor ayudante del Departamento de Psicología social de la Universidad de Barcelona. Es

investigador del Grup de Recerca Consolidat PsicoSAO y del Grup d’Estudis en Psicologia cultural y Política (GEPCIP) de la misma universidad. Sus principales líneas de trabajo giran en torno a la comprensión del papel del lugar y de las categorías espaciales en la configuración y regulación psico-sociales de la experiencia urbana, desde enfoques cualitativos. Actualmente realiza su tesis doctoral sobre espacio público y conflicto social en perspectiva psicodiscursiva. Es docente en Psicología social aplicada y comportamiento colectivo, psicología política (licenciatura de psicología) e Intro-ducción a la psicología (licenciatura de criminología).

José Antonio Corraliza RodríguezCatedrático de Psicología social de la Universidad Autónoma de Madrid. Profesor de Psicología

ambiental y de Percepción ambiental. Realizó su tesis doctoral sobre la percepción del medio cons-truido. Ha desarrollado investigaciones sobre actitudes ambientales y responsabilidad ecológica, percepción de paisaje y calidad ambiental percibida. Ha sido el presidente del IX Congreso de Psi-

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cología Ambiental (Madrid, 2006). Recientemente, ha sido coautor del libroEl verd urbà: com i per què? (Barcelona, 2007).

Enric Pol UrrutiaCatedrático de Psicología Social y de Psicología Ambiental y Director del Departamento de Psi-

cología Social de la Universidad de Barcelona. Director del Máster en Intervención y Gestión Am-biental: Persona y Sociedad, desde 1987. Dirige las Monografias Socio/Ambientales de Publicacions Universitat de Barcelona. Ha hecho investigación y docencia en análisis e intervención social y ambiental, y en gestión ambiental. Entre las numerosas publicaciones destaca la Psicología Am-biental en Europa, en castellano (1988) y en inglés (1993), Impacte Social, Comunicació Ambiental i Participació (2000) editado por el Dep. de M.A. de la Generalitat de Catalunya, y el capítulo de Environmental Management, en el Handbook of Environmental Psychology, publicado el 2002 por Willey. Versiones revisadas de este texto se han publicado en francés (2003), italiano (2003) y portugués (2004). Entre 1996 y 2002 coordina el proyecto internacional de investigación City-Iden-tity-Sustainability, que da lugar a un monográfico de la revista Environment and Behavior (2002). Desde 2005 es coordinador del Grup de Investigación Consolidado en Psicología Social, Ambiental y Organizacional, y coordinador de la Red de Investigación en Educación para la Sostenibilidad (EduSost.cat).

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© Editorial UOC 9 Índice

Índice

Prólogo ......................................................................................................... 13Baltasar Fernández-Ramírez y Tomeu Vidal Moranta Universidad de Almería y Universitat de Barcelona

Parte 1. Psicología y diseño urbano .................................................... 19

Planificación y desarrollo urbano ............................................................ 21Baltasar Fernández RamírezUniversidad de Almería

Participación y diseño del espacio público .............................................. 41Tomeu Vidal MorantaUniversitat de Barcelona

Retos de la Psicología ambiental en el diseño urbano participativo ........ 59Ángela Castrechini TrottaUniversitat de Barcelona

Parte 2. Ciudades y calidad de vida .................................................... 65

Paisajes urbanos: ciudades habitables ....................................................... 67Mª Carmen Hidalgo VillodresUniversidad de Málaga

Nuevos retos, desafíos y oportunidades para la investigación de ciudades habitables ........................................... 75

Mireya Palavecinos TapiaUniversidad Autónoma de Madrid

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© Editorial UOC 10 Psicología de la ciudad

Salud, sostenibilidad y calidad de vida en los sistemas urbanos ........... 85

M. Karmele Herranz Pascual, Rocío Proy Rodríguez

y José Luis Eguiguren García

Centro Tecnológico Labein-Tecnalia

Retos de la Psicología ambiental para mejorar la intervención

ambiental en materia de salud, sostenibilidad y calidad de vida ......... 107

María José Díaz González

Universidad Autónoma de Madrid

Parte 3. Los nuevos espacios urbanos ................................................. 119

Ciudad, tecnología y movilidad: espacios de sociabilidad transitoria ........ 121

Pep Vivas Elias*, Isabel Pellicer Cardona** y Óscar López Catalán

*Universitat Oberta de Catalunya

** Universitat Autònoma de Barcelona

Dialogando acerca de los espacios de sociabilidad transitoria.

Interrogantes y aportaciones desde la Psicología de la ciudad .............. 137

Concha Piñeiro García de León

Universidad Autónoma de Madrid

Conflicto y miedo ante un nuevo espacio público urbano .................... 149

Sergi Valera Pertegàs

Universitat de Barcelona

Repensando el espacio público urbano ante el conflicto

y el miedo ................................................................................................... 163

Andrés Di Masso Tarditti

Universitat de Barcelona

Epílogos ..................................................................................................... 171

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© Editorial UOC 11 Índice

La ciudad, escenario vulnerable ................................................................ 173

José Antonio Corraliza Rodríguez

Universidad Autónoma de Madrid

Psicologías de la ciudad: el reto de la transmutación

por la sostenibilidad ................................................................................... 179

Enric Pol Urrutia

Universitat de Barcelona

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© Editorial UOC 13 Prólogo

Prólogo

1. Urbanismo y psicología

La intervención ambiental en materia de urbanismo es una actividad técnica tanto como política. Siguiendo la lógica de la intervención social (por ejemplo, Preiser y Vischer, 2005, o Fernández-Ramírez y Rebolloso, 2002), diríamos que las competencias exigibles incluyen los conocimientos y herramientas necesa-rias para analizar las necesidades y problemas sociales previos al diseño; diseñar espacios urbanos; planificar, supervisar y corregir su implementación; así como analizar los resultados, efectos e impactos de distinto tipo que suceden una vez que el nuevo tejido urbano ha sido creado o modificado (evaluación post-ocu-pacional). Como psicólogos, se nos suponen también competencias para de-terminar las necesidades y expectativas de los usuarios del diseño en cuestión, gestionar los procesos de participación, determinar y prever los patrones de uso, así como analizar el impacto psicológico de la intervención.

Ahora bien, siguiendo la lógica de la evaluación (por ejemplo, Dahler-Larsen, 2007, o Fernández-Ramírez, en revisión), así como las ideas de muchos colegas que han reflexionado sobre los problemas de la intervención social (Seoane, 1996; Torregrosa y Crespo, 1996; Rodríguez, 1996), también es una actividad política. Las decisiones sobre el diseño no son nuestras, sino de los grupos im-plicados (los stakeholders, en el lenguaje técnico); la definición de los problemas (el diagnóstico) no es la nuestra, o al menos no completamente, puesto que los problemas sociales responden a una dinámica en la que los grupos con intereses enfatizan sus propias quejas y definen la realidad de un modo comprensible y útil para sus perspectivas particulares; ni tampoco la valoración de la utilidad de la intervención es la nuestra, puesto que el éxito es un concepto relativo a los valores e intereses que cada grupo implicado pone en juego. Esto es evidente para cualquiera que desarrolle su labor en contextos de intervención social; otra cosa es que estemos dispuestos a aceptarlo y sepamos de qué manera nuestros modelos teóricos y nuestros métodos de investigación deben ser modificados para abandonar algunos malos hábitos tradicionales y asumir la dimensión po-lítica como parte necesaria de nuestro modo de hacer ciencia social.

En el contexto político de las decisiones sobre la creación o la remodelación

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© Editorial UOC 14 Psicología de la ciudad

del tejido urbano, las ciencias sociales disponen de un nicho propio dentro del mundo académico, y han alcanzado notoriedad a través de determinados au-tores y escuelas clave, cuya aportación a la teoría social urbana ha trascendido los límites de la academia y la ciencia oficial. En su función de asesores áulicos de los gobernantes, algunos de estos colegas legitiman socialmente la presencia de nuestras disciplinas, del mismo modo que determinadas ideas, conceptos y modelos, novedosos o matizados, alimentan el debate y sirven a la construcción de los discursos políticos1. La economía, la sociología y la geografía humana han encontrado así cierto protagonismo en la remodelación y en la comprensión de las ciudades contemporáneas. Nuestro deseo sería ver a la psicología (ambien-tal) en una posición similar de influencia. Debemos entender que no se trata de un objetivo inalcanzable, puesto que no existe, como veremos en el capítulo primero de este mismo libro, ninguna disciplina específica a la que podamos denominar “urbanismo”, sino un magma profesional e intelectual relacionado con los temas de la planificación y el desarrollo urbano. El futuro está abierto y es posible sumarse al esfuerzo aportando ideas para reinventar el urbanismo como una actividad compleja sin una definición unitaria, orientada a la práctica de pensar, construir y gobernar ciudades.

La teoría social es absolutamente central en este entramado intelectual y pro-fesional, desde los orígenes de la ciencia social (que es, en muchos casos, teoría social de la ciudad con Weber, Simmel, Tönnies, Marx, Park, Wirth y muchos de los clásicos; ver Bettin, 1982, por ejemplo) hasta las aportaciones en las últimas décadas del siglo XX (Jacobs, Harvey, Castells, Baumer, Storper, Soja, Dear; ver Bounds, 2004, por ejemplo). En este rico caldo de la ciencia social urbana se suman reputados sociólogos, economistas, antropólogos, filósofos y geógrafos. (Disculpen si no nombramos a la Psicología ambiental, aunque quisiéramos.) El lector iniciado descubrirá aquí una comunión de propuestas que nos llevaría a la cuestión de la unidad de las ciencias sociales, la matriz histórica y conceptual de muchos de nosotros como psicólogos ambientales.

La Psicología ambiental no tiene una contribución clara y reconocida a la teorización de los estudios urbanos, y menos a la práctica del desarrollo y la planificación urbana, expresión con la que queremos identificar la práctica ra-cional de remodelación y ampliación de la ciudad. Y no porque su oferta con-ceptual sea menor o de escaso potencial, a la vista de la extensa literatura sobre paisajes urbanos, territorialidad, inseguridad, satisfacción residencial o identi-dad ambiental, entre otros temas relevantes (Fernández-Ramírez, 2000). Para analizar la situación de nuestra disciplina (diríamos Psicología social ambiental, con Canter, 1988) frente a este cuerpo múltiple y diverso de urbanistas e inte-

1. Como discursos políticos, nos referimos a la producción de conjuntos articulados de ideas, creen-cias, justificaciones y mensajes, producidos por los distintos grupos implicados en el cambio urbano, y utilizados en defensa de las posiciones propias. Es muy común que olvidemos que los grupos cien-tíficos y técnicos también participamos de este tipo de discursos, y que disfracemos de científico lo que no es más que un producto ideologizado para censurar la opinión del contrario y apoyar a los grupos con los que nos sentimos identificados.

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© Editorial UOC 15 Prólogo

resados en los estudios urbanos, convendría conocer cuáles son los temas, las preocupaciones, los principales discursos teóricos y prácticos y las propuestas para el desarrollo urbano que se encuentran en las publicaciones especializadas y se discuten en las reuniones dedicadas a tratar sobre el presente y el futuro de nuestras ciudades. Este libro quiere ser un paso en esta dirección, aunque ya apuntamos que es mucho lo que queda sin tratar, mucho lo que hay que leer y de muy distintas procedencias.

No tenemos un concepto acabado sobre lo que sea la Psicología de la ciudad, más allá de una etiqueta de conveniencia que ha servido para reunir a un grupo de académicos en torno a ciertos temas de interés sobre los espacios urbanos, que se irán presentando a lo largo del libro. Potencialmente, son muchas las cuestiones que pueden ser relevantes en este campo de trabajo, y que también podríamos identificar con la etiqueta de estudios urbanos. Como se apunta en el epílogo, también hay quien sugiere etiquetar en plural esa Psicología de la ciu-dad, para dar cuenta de las diversas visiones recogidas en este volumen. Eviden-temente, no todo es obra de psicólogos, pero no nos cabe duda de que todo es relevante para alimentar y mejorar el discurso que, como psicólogos, podemos aportar al conjunto. Para algunos, Milgram (1970, 1977) es nuestro mejor ante-cedente y exponente; para otros, nuestras raíces están en la sociología urbana y en la Escuela de Chicago, junto a las restantes ciencias sociales interesadas en los hechos urbanos (Fernández-Ramírez, 2006). Para unos, los temas están claros, y ya se pueden rastrear en diversos capítulos del manual de la disciplina (Arago-nés y Amérigo, 2000, entre nosotros); para otros, es un campo abierto en el que podemos decir muchas cosas nuevas. De los métodos y las orientaciones para-digmáticas y teóricas, no hablaremos aquí. Aceptamos el eclecticismo como un mal menor, cuya justificación es meramente profesional (el profesional necesita bases conceptuales y metodológicas diversas para afrontar demandas específicas muy diferentes, pero el académico no las necesita, puesto que su desafío no es dar todo por bueno, sino profundizar en aquello que le merece mayor interés). Sin pretensión de exhaustividad, confiamos en que los capítulos de este libro ofrezcan una panorámica satisfactoriamente variada de estos planteamientos.

2. Estructura de la obra

Los capítulos incluidos en este libro son la respuesta de un grupo de psicólo-gos ambientales españoles que fueron invitados a presentar y debatir sus ideas en las Jornadas de Psicología de la Ciudad celebradas en Almería los días 11 y 12 de febrero de 2008. Las Jornadas fueron organizadas por los editores del libro

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© Editorial UOC 16 Psicología de la ciudad

y autores de estas líneas, Tomeu Vidal y Baltasar Fernández Ramírez. Nuestro objetivo era doble. Por una parte, recuperar ciertos temas vinculados a la psi-cología ambiental del espacio construido, que se nos antojaban habían perdido cierto protagonismo en publicaciones y reuniones científicas de la Psicología ambiental española. Aceptamos que pudiera ser una percepción en parte equi-vocada, tal como algunos colegas nos han corregido ya en repetidas ocasiones, pero lo cierto es que esta suerte de denuncia y de plante está en el origen de la iniciativa.

En segundo lugar, quisimos organizar unas Jornadas de debate alejadas del modelo convencional de congreso científico en el que la sobrecarga de presenta-ciones, comunicaciones y sesiones de póster dejan el tiempo de debate reducido a extremos muchas veces ínfimos y por tanto irrelevantes. Queríamos debatir, así que decidimos estructurar las sesiones invitando a un número reducido de colegas a preparar una breve ponencia sobre algún tema específico. Junto a no-sotros mismos, debemos dar las gracias a Carmen Hidalgo, Karmele Herranz, Pep Vivas y Sergi Valera por aceptar la invitación. Una versión ampliada y corregida de sus ponencias constituye los correspondientes capítulos de este libro. Muchos otros colegas podrían haber ocupado su lugar, pero recogimos la sugerencia del profesor Corraliza de invitar a miembros destacados de lo que entre nosotros co-nocemos como la segunda generación de los psicólogos ambientales españoles.

Cada ponencia (de veinte minutos de duración prevista) se continuaba con un debate abierto entre todos los participantes que nos honraron con su pre-sencia en las Jornadas. Para no perder las ideas que surgieran en este espacio de encuentro, decidimos invitar a otro grupo de colegas para que tomaran la molestia de grabar, resumir, ordenar y comentar el contenido de los debates, dando forma a sendos capítulos que sirvieran como respuesta a las ponencias ya mencionadas. Ángela Castrechini, Mireya Palavecinos, María José Díaz Gon-zález, Concha Piñeiro y Andrés Di Masso fueron los responsables de esta tarea. Gracias también para ellos. Su esfuerzo se refleja en los restantes capítulos que completan el libro. Si nos fijamos en ellos para la tarea, fue por el deseo de brin-dar la oportunidad a algunos colegas más jóvenes de entrar a formar parte de lo que podríamos llamar, creo que con acierto, nuestra tercera generación, para que su nombre quedara presente en esta obra colectiva.

Junto a todos los ya mencionados, no queremos dejar sin nombrar a los res-tantes participantes en los debates: María Rosa Bonet, José Antonio Corraliza, Ricardo de Castro, Ricardo García Mira, Bernardo Hernández, Rocío Martín, Juan Torvisco y Rocío Proy. Sus ideas forman parte de este libro tanto como las de los que finalmente firmamos los capítulos. Gracias por acudir a nuestra llamada y por servir como representantes del pensar general de la Psicología ambiental española en torno a la Psicología de la ciudad.

Como se verá, hemos dividido el libro en tres partes, reagrupando los con-tenidos de las ponencias en función de su temática general. La primera par-te se centra en algunos problemas conceptuales y prácticos sobre la cuestión global de la planificación, el desarrollo urbano y la participación ciudadana

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© Editorial UOC 17 Prólogo

como estrategias para la gestión y toma de decisiones sobre el cambio urbano. La segunda parte agrupa las cuestiones de gestión sostenible y paisaje urbano bajo la etiqueta de ciudades y calidad de vida. La tercera parte está centrada en algunos nuevos problemas del diseño, tales como los espacios de sociabilidad transitoria y los espacios del conflicto y el miedo al delito. A modo de epílogo (o nuevo prólogo), José Antonio Corraliza y Enric Pol, dos autores de la primera generación, concluyen el libro con nuevos debates, reiterando el origen de esta iniciativa.

En este tiempo político, postmoderno y, dicen, de crisis de valores que nos ha tocado vivir, los psicólogos ambientales queremos asumir nuestra responsabili-dad social y contribuir a la discusión de las ideas sobre nuestras ciudades. No sé si debemos creer en un futuro mejor, tal como ha transcurrido el siglo veinte, el que creyó en el progreso y la ciencia como motor para la mejora social. Pero es-tamos convencidos de que no podemos eludir la respuesta ética que la sociedad, nuestros alumnos, lectores y colegas de todo tipo, nos demandan en calidad de intelectuales interesados en la vida urbana.

Gracias a todos por su paciente lectura. Ojalá aproveche en el desarrollo de nuevas ideas.

Baltasar Fernández-RamírezUniversidad de AlmeríaTomeu Vidal Moranta

Universitat de Barcelona

Referencias bibliográficas

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sis. En D. Canter, J.C. Jesuino, L. Soczka y G.M. Stephenson (Comps.), Environ-mental social psychology (pp. 1-18). Dordrecht: Kluwer.

Dahler-Larsen, P. (2007). ¿Debemos evaluarlo todo? O de la estimación de la evaluabilidad a la cultura de la evaluación. ICE. Revista de Economía, 836, 93-104.

Fernández-Ramírez, B. (2000). El medio urbano. En J.I. Aragonés y M. Amérigo (Coords.), Psicología Ambiental, 2ª ed. (pp. 259-280). Madrid: Pirámide.

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© Editorial UOC 18 Psicología de la ciudad

Fernández-Ramírez, B. (2006). Un breve apunte para enmarcar la psicolo-gía ambiental de la ciudad. En J.A. Corraliza, J. Berenguer y R. Martín (Eds.), Me-dio ambiente, bienestar humano y responsabilidad ecológica (pp. 453-459). Madrid: Resma y Fundación General UAM.

Fernández-Ramírez, B. (en revisión). Construccionismo, postmodernismo y teoría de la evaluación. La función estratégica de la evaluación.

Fernández-Ramírez, B. y Rebolloso, E. (2002). Fundamentos para un modelo de evaluación del diseño ambiental. En R. García.Mira, J.M. Sabucedo y J. Romay (Eds.), Psicología y medio ambiente: Aspectos psicosociales, educativos y metodológicos (p. 333-358). La Coruña: Asociación Gallega de Estudios e Investi-gación Psicosocial.

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Torregrosa, J.R. (1996). Concepciones del aplicar. En J.L. Alvaro, A. Gar-rido y J.R. Torregrosa (Coords.), Psicología social aplicada (pp. 39-56). Madrid: McGraw-Hill.

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Parte 1. Psicología y diseño urbano

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Capítulo I

Planificación y desarrollo urbano

Baltasar Fernández RamírezUniversidad de Almería

1. Una aproximación al concepto de urbanismo

El concepto tradicional, tal como se ha entendido desde la época del moder-nismo, es tecnocrático, y se identifica con el proceso de zonificación, ordenación y acondicionamiento del espacio urbano. El espacio de crecimiento urbanizable se divide en manzanas edificables y vías de comunicación. La clásica división en cuadrícula (hipodámica, en damero), cuyo significado y función ha variado en distintas etapas y lugares, se convierte en herramienta para el control político y para la especulación económica. Parece común el proceso en el cual la presión económica se adelanta y posteriormente los poderes de las corporaciones locales regulan la urbanización y legitiman en parte lo que ya está hecho (Dear, 2000). La planificación es sistemática y tiene en cuenta el diseño arquitectónico y la or-denación del territorio a gran escala (land-use planning, medios de transporte), en combinación con procedimientos administrativos y de gestión. Esta visión del urbanismo se complementa con la aportación de las ciencias sociales, las cuales muestran desde su origen un especial interés por la teoría social urbana, con un impacto creciente entre las disciplinas técnicas desde los años de la Escuela de Chicago. La mayor influencia se produce durante los años setenta y ochenta, con el auge de una perspectiva política que prima la defensa de la participación y la crítica neomarxista (Harvey, Castells). El auge político conservador desde los ochenta nos devuelve a un “nuevo urbanismo” o una planificación “neo-

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tradicional”, de carácter tecnocrático, que rechaza la aportación de la ciencia social, y tiene en la ciudad jardín su principal modelo (Katz, 1994).

Tenemos pues, a grandes rasgos, dos urbanismos diferentes1: el tecnocrático y el de las ciencias sociales. Aunque podemos imaginar modos de complemen-tariedad, la distancia entre los distintos roles implicados dificulta la comunica-ción. Ellos dos son las principales fuentes de ideas para la planificación y el de-sarrollo urbano, sin que ignoremos la necesidad de combinar múltiples campos como la educación, los servicios sociales, la seguridad ciudadana, la zonificación del suelo y el desarrollo económico, dentro de un marco amplio de política so-cial activa (Helms, Atkinson y MacLeod, 2007).

El urbanismo, los estudios urbanos, o su versión práctica como planificación y desarrollo urbano, es un campo complejo, diverso, plural y multifacético de teorización y praxis, en el que diversas tradiciones profesionales e intelectuales se han abierto un hueco, un nicho desde el que se les escucha con un discurso más o menos propio. Tienen un discurso reconocido los economistas, como ase-sores de la inversión, teóricos de la expansión económica y el resurgimiento de la ciudad a través de las actividades de negocio; los responsables técnicos de la administración pública, protagonistas del discurso legal y administrativo de los permisos y los planes de edificación y urbanización; los arquitectos –los moder-nos humanistas, en expresión que seguro les satisface–, que combinan saberes técnicos y artísticos en una tradición donde se identifican los autores clásicos más relevantes desde la antigüedad griega hasta el modernismo inglés y francés; en fin, los profesionales relacionados con la obra civil, ingenieros de distintas especialidades, responsables de la construcción del trazado urbano, los sistemas de transporte y todo tipo de canalizaciones necesarias para nuestro modo de vida doméstico y empresarial (el cable, la luz, el agua, la alcantarilla, etc.). Si su-mamos a los inversores, las constructoras, los grupos vecinales o activistas y a la clase política interesada en el gobierno y en el beneficio económico, no sé si me equivocaré al afirmar que todos ellos juntos se bastan para definir el desarrollo urbano de nuestras ciudades.

Cada uno de estos grupos se constituye o forma parte de grupos profesiona-les, económicos o políticos, que despliegan un comportamiento político para defender sus intereses, e imponer su versión del desarrollo urbano mediante discursos más o menos ideologizados, que sirven, y a veces ocultan, los intereses por los que se mueven. Sum (2005) analiza este tipo de dinámicas aplicando la lógica del poder y el discurso de Foucault a la definición de las políticas urbanas.

1. A pesar de la aparente distancia en sus contextos de uso, no quisiéramos dejar sin mencionar una tercera acepción de carácter ético que tiene que ver con los conceptos de urbanidad y civilidad (Geddes, 1904). En nuestra cultura, la urbanidad es sinónimo de buena educación, buenas maneras y un modo de estar en el mundo y en las relaciones sociales avanzado respecto de las formas tra-dicionales. Civilización se contrapone a barbarie, igual que urbanismo a mala educación, zafiedad, chabacanería y otros adjetivos de esta índole. Aunque la relación con la planificación parezca tan-gencial, no debe despreciarse el poder de los espacios en la creación de normas sociales, por ejemplo, a través de cuestiones como la segregación espacial, la higiene o el papel de la mujer entre ciertos grupos sociales (Huxley, 2006).

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Un planteamiento psicosocial (en el sentido que Blanco, 1996, da al término), construccionista, dinámico y discursivo, en el que distintos grupos de actores proponen y compiten por imponer su discurso, que luego se convierte en re-ferencial, se introyecta y genera sus propios contra-discursos críticos. Así, los argumentos neo-liberales y alternativos sobre el desarrollo de la ciudad, como elementos que se instrumentalizan en la generación de discursos hegemónicos.

Sin embargo, no existe algo así como un manual de urbanismo que dé cabi-da a todos estos discursos y perspectivas. Las diversas disciplinas y tradiciones profesionales convergen de un modo independiente y no articulado. En la ac-tualidad, como decíamos, buena parte del debate se plantea como una vuelta a las raíces tecnocráticas de los planificadores de las primeras décadas del siglo XX, frente a otros que ven más útil o interesante buscar propuestas y explica-ciones que enriquezcan nuestro modo de pensar y amplíen las posibilidades de actuación ante la complejidad de la realidad social urbana. Da la impresión de que algunos defienden una nostálgica vuelta al pasado modernista, en el que los planificadores tenían una responsabilidad definida y herramientas técnicas claras para realizar su trabajo –sin las complejidades y sutilezas que introduce el pensamiento social en la segunda mitad del siglo XX–. Creo que el deseo es irreal y fantasioso, pues no hubo tal pasado profesional idílico, sino la explosión urbana desordenada que todos conocemos de la época de la industrialización, la inmigración masiva y la especulación capitalista descontrolada (Mumford, 1961). Se tata más bien del modo en que nuestros colegas técnicos se quejan de las dificultades conceptuales y políticas que encuentran en su trabajo, de las críticas que reciben, y de la expresión de un deseo por disponer de herramientas sencillas para aplicar en procesos técnicos controlados, predecibles y sin interfe-rencias (Needham, 2007). Absurdo e irreal, visto nuestro tiempo caótico, múlti-ple, político y complejo.

Como sistemas sociales, las ciudades son entidades que muestran comporta-mientos auto-organizativos y resultan, en cierto modo, impredecibles, incontro-lables e implanificables (Portugali, 1999). Sin restar valor a la visión técnica de los planificadores, debemos ser conscientes de que no es posible un modelo de planificación convencional simplificador y reduccionista, y más bien hay que preguntarse qué podemos hacer ante el complejo sistema urbano. Toda inter-vención social (y entendemos el diseño urbano de este modo) es una apuesta de cuyos resultados nunca tenemos una certeza completa, dado el carácter parcial, hipotético y auto-referencial (al modo de profecías que se cumplen a sí mismas) de todo conocimiento científico aplicado. El riesgo de error exige un posiciona-miento ético, y no meramente técnico (Torregrosa y Crespo, 1996), que muchos identifican con cierto ideal democrático y participativo (Moroni, 2007), aunque evidentemente no es la única opción (el ideal tecnocrático, por ejemplo, que es compartido tanto por ideologías socializantes como por distintos modos de despotismo humanista, si se me permiten las expresiones un tanto libres).

Ciñéndonos a las teorías sociales de la ciudad, los grandes marcos podrían ser dos (ya quedaron apuntados en Fernández-Ramírez, 2006): la ecología, re-

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presentada por la tradición del modelo de Chicago, en sus dimensiones teóricas, metodológica y práctica (la adaptación del grupo al entorno físico, los mapas urbanos y el modelo de crecimiento concéntrico con sus variaciones), que nos ha legado una orientación en la que factores estructurales, tales como la mor-fología urbana, el sistema de transportes o las características del diseño tienen un protagonismo especial como hipótesis para entender el comportamiento de individuos y grupos sociales, así como los patrones para el crecimiento urbano; y el construccionismo, la síntesis psicosocial fruto de la dialéctica entre grupos de interés que compiten por hacer valer sus discursos, sus puntos de vista e in-tereses, hasta imponer por la vía de los hechos una definición de la realidad que tienen consecuencias posteriores en lo psicológico y lo sociológico, conectando en la teoría desde Vygotsky, Mead y Lewin hasta la perspectiva de Foucault (ver la propuesta foucaultiana de Sum, 2005, para un análisis de los grupos de interés en el desarrollo urbano). Construccionismo en estrecha relación con la crítica postmoderna, crítica a los discursos imperantes y búsqueda de alternati-vas históricas a la concepción modernista de la ciudad (la ciudad de los hierros, la industria y el automóvil), con la arriesgada apuesta de Dear (2000) por situar la caótica multicentro y multiétnica ciudad de Los Ángeles como modelo del urbanismo para el actual siglo XXI.

Destaca también en lo teórico la discusión sobre los modelos de gestión, en la que se contrapone una filosofía neoliberal o neoconservadora (conceptos muy diferentes, aunque usados como sinónimos por sus oponentes críticos), que propone criterios gestoriales y económicos para el desarrollo y la planificación urbana (planificación estratégica, revitalización de la economía, remodelación para potenciar la inversión y el consumo), y un segundo modelo participativo y comunitario, que defiende un tipo de gestión de abajo arriba, identificado con posiciones políticas de izquierda, en una simplificación muchas veces manteni-da de manera interesada por los propios implicados (por ejemplo, Veltz, 2004, para la primera; Moulaert, Martinelli, González y Swyngedouw, 2007, para la segunda).

En un apartado posterior, expondré mi opinión respecto de esta simplifi-cación ideológica. Quisiera añadir mis dudas sobre la conveniencia de realizar una defensa extrema de cualquiera de estas dos posiciones, puesto que tanto el liberalismo como el afán por la participación no pueden sostenerse como fines en sí mismos. En cada contexto de planificación será necesario conside-rar el abanico de factores, condicionantes estructurales, antecedentes históricos, marcos legales, etc., así como los grupos de interés en liza y el modo en que los discursos ideológicos decantan las decisiones a favor o en contra de cada grupo. En su complejidad, la intervención social debe considerar cuestiones técnicas, políticas y éticas, y las opciones teóricas e ideológicas pueden considerarse prag-máticamente como estrategias al servicio del bienestar social2.

2. Personalmente, no es mi opción preferida, pues gusto de polemizar y llevar al extremo mis pro-puestas, pero entiendo que el pragmatismo es deseable en la práctica profesional.

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2. La estructura urbana

Las fotografías aéreas ofrecen una visión privilegiada de la morfología de las ciudades. Desde el aire se destacan enseguida las grandes avenidas y paseos que dividen la ciudad en áreas o barrios claramente diferenciados, se aprecian los accidentes geográficos (el puerto, el río, los montes), las zonas monumentales, así como los límites físicos internos y externos. Si uno piensa en el crecimiento orgánico de la ciudad, esta visión aérea ofrece sugerencias inmediatas de las zonas que mejor se prestarían para la expansión. Con esto no queremos afirmar que podamos entender de manera global la ciudad de un vistazo, esfuerzo im-posible y sin sentido, dado el elevado número de factores y elementos relevantes existentes. Lo que queremos es destacar la importancia de la estructura física, rígida, en el planteamiento de la trama urbana.

Suisman (1989), por ejemplo, señala el papel de los bulevares en la estructura de la ciudad de Los Ángeles (en España diríamos avenidas). Los bulevares conec-tan la ciudad, como arterias de escala metropolitana, ofrecen un marco para el viajero y actúan como filtro para las zonas residenciales adyacentes. En términos cognitivos, las avenidas ayudan a entender el crecimiento de la ciudad, la distri-bución de los barrios y actúan como fronteras internas. El modelo de crecimien-to de Los Ángeles es paradigmático en este sentido. Desde los años cincuenta, la red de ferrocarriles conforma los principales ejes estructurales de esta ciudad dispersa y multicéntrica, condicionando el patrón de desarrollo. Posteriormen-te, la red de autopistas refuerza y potencia la descentralización en un mosaico fragmentado de vecindarios segregados por clase y etnia.

El papel del sistema de transportes va más allá del mero trazado de la red viaria. La estructura física condiciona las decisiones y las posibilidades de des-plazamiento de los ciudadanos, que ajustan sus rutinas diarias con un margen de libertad reducido. Más aún, la fluidez de las comunicaciones condiciona la viabilidad empresarial, de tal modo que, como apuntan los economistas, el re-surgir actual de las grandes ciudades tiene que ver con su capacidad para ofrecer y poner en relación recursos variados en cadenas proveedor-cliente, las cuales marcan las preferencias para la localización (y deslocalización) empresarial, re-forzando el posterior desarrollo económico (Garrido, 2007; Veltz, 2004; Ribe-ra-Fumaz, Vivas y González, 2007). Incluso, el sistema de transportes hace un importante papel en la “sostenibilidad” urbana, puesto que una planificación racional y la proximidad de los centros de actividades (residencia, puesto de tra-bajo, lugares de ocio y servicios), reduce y disminuye la necesidad de desplaza-

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miento en automóvil, y por tanto la contaminación y el consumo energético3.En este punto, dos son las cuestiones que reclaman nuestra atención: cuáles

son los elementos que estructuran la vida urbana y cómo definir un modelo estructural (ecológico) que no resulte superficialmente determinista y pueda ser compaginado con una perspectiva construccionista acorde con el discurso psi-cosocial y postmoderno que aquí quisiera defender.

Para la primera cuestión, señalaré a continuación los distintos elementos que podrían formar parte de un manojo de factores estructurales en la vida urba-na (distinguiré entre factores físicos, económicos, legales y tecnológicos). En primer lugar, el marco físico, en la cual se incluye la red viaria, junto con la red peatonal, las edificaciones y los espacios públicos de todo tipo. El espacio físico se constituye en el escenario previo al comportamiento, tal como si cada ama-necer –permítaseme la licencia– se encontrara con una trama física urbana fría y vacía, que se convierte en el fondo por el que se va desplegando la actividad ciu-dadana. Así, como hemos visto, las decisiones sobre desplazamiento se toman a partir de este fondo preexistente, igual que el delincuente analiza el espacio propio para el delito (la calle atestada, el recoveco junto a un paso obligado de buenos candidatos para el robo), el inseguro evita cierto espacio (el descampado, el túnel poco iluminado) o el paseante disfruta de la vista del sol que recorta la figura de los edificios y monumentos de un modo peculiar y único4.

En segundo lugar, el marco económico. Para muchos, la actual situación de “mundialización” o “globalización”5 económica ha modificado nuestra conside-ración sobre la extensión y la proximidad de las ciudades (desde las conurbacio-nes –Geddes, 1915– a la metrópolis – Bogart, 2006– y de ahí a megalópolis, la red mundial). Debido a los nuevos transportes y tecnologías de la comunicación, las

3. Puede relacionarse este planteamiento de ahorro con la idea de ciudad compacta o difusa. No obstante, tengo la impresión de que la distinción entre ambos “modelos” está sobredimensionada, y que hay que introducir muchos matices en la discusión. Queda para un trabajo posterior. (Véase, por ejemplo, las recensiones de T. Williamson, publicadas en el número 43 de Urban Affairs Review, 2008, a tres libros con orientaciones bien diferenciadas sobre el tema.)

4. Así también, el urbanismo de los grandes arquitectos desde el Renacimiento hasta el Barroco, responden a una concepción escenográfica, sobre todo en el diseño de las plazas. La plaza mayor y las fachadas monumentales de iglesias y edificios civiles forman conjuntos cerrados pensados como escenarios de la vida social y política de la ciudad. La perspectiva y la proporción son las claves geométricas de un espacio monumental, armónico y orgánico, admirado durante generaciones por su belleza. La belleza es, en definitiva, composición (geometría, armonía, diseño), afirman los arqui-tectos (Delfante, 2005).

5. Conste que no comparto este concepto sin crítica (Fernández-Ramírez, 2006). Hay globalización desde que las ciudades se comunicaron con caravanas de mercaderes, en las rutas de la seda y las especias, desde los viajes de Marco Polo, el descubrimiento de América y el impacto mutuo con el Viejo Continente, en la época moderna de los descubridores, en las dos Guerras Mundiales, y en tantos otros acontecimientos y coyunturas históricas. Siempre ha existido cierta “globalización” a través de las comunicaciones y las comunidades de intereses, y siempre el comercio parece haber hecho un papel de protagonista. No es un invento moderno, y por eso desconfiamos de que tan-tos fenómenos y sucesos quieran ser explicados apelando a su supuesta actual extensión, si bien reconozco que las modernas tecnologías aplicadas a la comunicación han añadido elementos de peculiaridad a la globalización actual.

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distancias interurbanas se han reducido (incluso como distancia psicológica) y ninguna ciudad europea parece ya alejada (incluso las asiáticas), en compara-ción con las penurias de nuestros abuelos para transitar por España hace apenas poco más de un siglo. Y no sólo las distancias física y psicológica, sino el impac-to de los cambios económicos se extiende con rapidez, tal como se aprecia en el efecto de las bolsas asiáticas y neoyorquina, como una marea que sigue la línea que separa el día y la noche en cada ciudad.

En el discurso del economista, la ciudad se entiende como un mercado para el intercambio de mercancías, una bolsa de recursos que pueden ponerse en relación de manera ventajosa en forma de cadenas proveedor-cliente. Las ciudades en auge disponen de buenas vías de comunicación para el traslado de materias y productos, bolsas de trabajadores disponibles a cambio de un sueldo ajustado y condiciones flexibles de contratación, así como suelo apto para la localización de factorías, naves y oficinas, dentro de una presión impo-sitiva aceptable. Este tipo de discurso no es ajeno para los protagonistas de las decisiones sobre el tejido económico (Harvey, Veltz, Storper), cuya influencia en la población urbana es evidente, al menos, si consideramos de qué modo un puesto de trabajo condiciona nuestro tiempo, nuestras prácticas urbanitas y nuestras vidas.

Tercero, el marco legal, formado por el conjunto de normas, reglamentos y disposiciones que regulan nuestro comportamiento en múltiples relaciones so-ciales y espacios, públicos o privados. Las normas pueden ser formales e infor-males, dependiendo de su proceso de producción, es decir, pueden haber sido emitidas por cuerpos administrativos formales, consejos de dirección empresa-riales, o haberse desarrollado en la interacción diaria dentro de los grupos socia-les. En definitiva, no puedo circular con el coche por donde quiera, no puedo entrar y salir de los lugares del modo que me apetezca y, sobre todo, tengo que ajustarme a las normas vigentes para lograr los fines que persigo. Los conceptos de normas del lugar, comportamiento requerido y compatibilidad son aplicables aquí (Corraliza, 1987), además de cuestiones relativas a la lógica y la práctica for-mal del derecho. La norma incluye tanto los casos “positivos”, que podríamos considerar éticamente deseables para el gobierno de las ciudades, como los mo-dos en que se producen y sostienen todo tipo de infracciones y perversiones del sistema. Moroni (2007) defiende un sistema urbano “nomocrático”, regido por el imperio de la ley, en lugar de estar sujeto a los intereses particulares de cada momento, aun cuando parece registrarse una pérdida de la importancia que los ciudadanos atribuyen a la necesidad de que los planificadores sigan principios legales.

En cuarto lugar, es obligado hacer mención de los sistemas tecnológicos, cuya presencia en nuestras vidas es tan importante que creo justificado el interés que algunos colegas ponen en ellos (Vivas y Ribera-Fumaz, 2007). Quizá la pregunta sea qué no está regido por un sistema informatizado en la actualidad, desde el encendido del alumbrado público hasta el seguimiento de un vehículo, nuestra presencia en espacios virtuales locales y mundia-

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les, nuestros expedientes médicos y legales, etc. El sueño domótico está a la vuelta de la esquina y resulta muy sugerente el análisis de los sistemas de inteligencia artificial en el que las personas somos piezas que ocupan un lu-gar necesario para facilitar que el engranaje del sistema continúe (cibercities; Sheller y Urry, 2006), y la idea de ciborgs –organismos cibernéticos hombre-máquina– ofrece interesantes posibilidades para el diseño y gobierno de las ciudades, así como para la producción de metáforas sobre la distopía que ha de venir (Haraway, 1991).

Evidentemente, estos cuatro elementos no son independientes. El correcto funcionamiento de la red viaria y del sistema económico depende de sistemas tecnológicos informatizados, las decisiones sobre el cambio de la estructura física de la ciudad se toman en foros económicos donde inversión, riesgo, rentabilidad, localización y especialización son lugares comunes. Todos ellos, sistemas constreñidos por los marcos legales vigentes, locales o internacio-nales. Y al revés: marcos legales que regulan de manera reactiva en aquellas parcelas cuyo dinamismo introduce cambios que requieren de la participación del legislador, siempre a remolque de las necesidades y los cambios sociales. En fin, que el urbanita no puede moverse por donde quiera: el espacio está di-señado y tiene que ir por las calles que ya hay –marco físico–, no en cualquier momento, sino en los huecos que le dejan sus obligaciones laborales –marco legal– usando los servicios que le ofrece el mercado –marco económico–, y no de cualquier modo, sino atendiendo a las normas de uso de los espacios –marco legal–. Quisiera pasear, pero por los caminos habilitados, en el horario adecuado y con la urbanidad requerida.

Por último, hay que considerar el papel que juegan los sistemas políticos. Po-demos defender con Sum (2005) que los distintos grupos de presión se expresan dentro de dinámicas políticas, en las cuales encuentran un mejor modo de re-presentar y defender sus intereses (alianzas, grupos de opinión, lobbys, partidos). Las decisiones que afectan al desarrollo o la reforma urbana son el resultado de este juego de intereses, el cual resulta finalmente en marcos legales y reglamen-tos que legitiman distintas iniciativas (Di Masso, 2007). Más allá, estos procesos de legitimación tienen por consecuencia que distintos modelos de crecimiento y reforma, así como sus fundamentos teóricos (ideológicos, económicos, cultu-rales o legales), lleguen a la ciudadanía como discursos oficiales “evidentes” por sí mismos, contra los cuales es difícil argumentar y proponer alternativas sin ser negado (obviado, ignorado) públicamente apelando a la supuesta evidencia que otorga la opinión oficial, la opinión acrítica de la mayoría, o la aplicación de argumentos ad hominen, etiquetas que sitúan al crítico fuera del sistema (loco, radical, facha). Así, en una discusión muy común en nuestros días, la ideologiza-ción, la polarización de las posiciones lleva a recategorizar fenómenos, procesos, modelos y propuestas diversas, como si fueran representativas de dos supuestas filosofías o marcos políticos (izquierda-derecha), como si pudieran ser unifica-das cosas tan diferentes, como si existiera algo concreto, bien definido, a lo que pudiéramos llamar urbanismo “de derechas” o “de izquierdas”, y que tuviera tan

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gran potencial heurístico como para servir de marco en el que encajar tantas y tan diversas cuestiones6.

Volvamos ahora al problema de cómo soslayar la crítica determinista, según la cual se interpretaría la relevancia de los mencionados marcos estructurales como una burda causación directa sobre los procesos psicosociales. Si llevamos a la práctica una hipótesis construccionista, con todas sus consecuencias, tendre-mos que aceptar que todos los productos urbanos toman la forma de discursos sociales, construidos dentro de dinámicas intergrupales, en donde cobran senti-do, y que vienen a constituirse como el acervo cultural que caracteriza cada con-texto sociohistórico urbano. Por ejemplo, frente a la idea de un marco físico que cobra relevancia per se (el edificio, la calle), se impone una interpretación socio-física (el edificio es un colegio o una comisaría, la calle es de doble sentido o el paso está prohibido); frente a la idea del sistema tecnológico per se (el cableado, la red wi-fi), se impone una visión sociofísica (el sistema de comunicación con los proveedores de una empresa, el espacio virtual de un grupo de aficionados a los insectos o a los pasteles).

Creo que esta argumentación es suficiente para resolver el problema deter-minista y reunir los dos principales marcos teóricos de la psicología urbana: el ecológico y el discursivo (Fernández-Ramírez, 2006). Los distintos elementos aquí expuestos (físico, económico, legal, tecnológico) tienen por tanto un poder estructurante. No son marcos estructurales, sino factores estructurantes, cuidado con el matiz. Un ejemplo del marco legal: el horario de entrada en los trabajos condiciona el comportamiento de miles de ciudadanos que se ven obligados a ponerse en carretera durante ciertas franjas horarias, colapsando las vías princi-pales –circunvalaciones, accesos a la ciudad, avenidas de distribución–. La vida de estos ciudadanos, y otros muchos factores asociados –apertura de los comer-cios, distribución de mercancías, reposición en las tiendas, repartos– se estructu-ra a partir de ese primer elemento simple, el horario de entrada al trabajo, que podemos adscribir en el marco legal, y que cobra por tanto un poder estructu-rante. O un ejemplo del marco físico, cuando una plaza (cuadrangular, definible

6. ¿No responde acaso la utilización de estas categorías en cada momento a la necesidad de amparar y legitimar las propuestas propias frente a las alternativas en disputa? Es decir, la dinámica política como herramienta al servicio de los intereses que definen a cada grupo de presión. Y, cuidado, nadie diga de sí mismo que es “puro” o “independiente” en este complejo contexto de intereses múltiples cruzados, y espere que no sintamos cierta sospecha ante su modo de hacer valer intereses que no acaba de poner de manifiesto, ocultos bajo la apelación a cuestiones como la pureza, la verdad, la justicia, la calidad de vida o el bienestar social, conceptos valorativos de muy difícil definición prác-tica. Desde mi punto de vista, no es correcto que la complejidad y riqueza de matices, conceptos y visiones que conforman las teorías sociales sobre la ciudad, se vean reducidos a este análisis, contri-buyendo a la legitimación de intereses que pueden sernos perfectamente ajenos. Esta ideologización de nuestras reflexiones da preeminencia a la ciencia política sobre nuestra disciplina (los conceptos psicosociales sobre el urbanismo, enmarcados en el discurso de las teorías políticas, cuya expresión mínima y burda es la distinción entre derechas e izquierdas –Bobbio, 1994–). Antes al contrario, al entender el cambio urbano como el fruto de dinámicas sociales entre grupos de poder, estamos in-terpretando las respuestas políticas e ideológicas como resultado o enmarcadas dentro de una teoría social sobre el conflicto grupal, las relaciones intergrupales y la lucha por el poder (Foucault, Sum, y toda la Psicología social construccionista y crítica, con Ibáñez e Iñiguez en cabeza).

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arquitectónicamente partiendo de proporciones y materiales) se convierte en una joya renacentista cargada de significados sociohistóricos e identitarios para la población del lugar o sus visitantes. Es decir, no se trata de que “el horario” o “la forma de la plaza” actúen como variables independientes estructurales que determinan o “causan” respuestas psicológicas de recorrido o de contempla-ción entre los ciudadanos. Ningún lenguaje más lejos que este de lo que aquí pretendo exponer. Se trata de que el marco legal (o el marco físico) está dado ante los ciudadanos, que tienen opciones de construir y definir su situación y sus decisiones en consecuencia, resultando finalmente pautas estructuradas de comportamiento, y el horario se convierte en obligación de madrugar, la plaza que es joya para algunos, es rincón para la borrachera de otros o lugar ventajoso para el robo al turista. La clave está, por tanto, en compaginar los elementos estructurantes con procesos sociales de construcción del significado, para crear espacios y contextos urbanos dotados de significados sociales (sociofísicos, por tanto)7.

3. El urbanismo contemporáneo

Para describir el “urbanismo” contemporáneo, tendríamos que revisar el concepto de urbanismo y comprobar así la variedad de opciones y la sensa-ción de “vaciedad”, dada la falta de unidad entre los distintos modelos y disciplinas que comparten intereses sobre la planificación, gestión y com-prensión de los asuntos urbanos. Algunos afirman que no existe algo a lo que podamos denominar con propiedad de esta manera, otros reclaman la desaparición de los profesionales que se presentan con esta etiqueta (los town planners, Blowers, 1986). Para aclarar mínimamente el panorama, tenemos que distinguir entre los técnicos de la administración pública, vinculados a las agencias de urbanismo, los profesionales de la arquitectura y los colegas que provienen de diversos campos de conocimiento y que se sienten cómo-dos bajo la etiqueta flexible de ciencias sociales (economía urbana, geografía humana, ecología humana, psicología social, sociología urbana, etc.). Una mención especial merecen los economistas, especializados en economía apli-cada, planificación del territorio o desarrollo regional. El discurso del “resur-

7. Desde otro punto de vista, lo que aquí propongo no es algo diferente de los procesos de creación de las normas del lugar (Canter, 1988), la puesta en práctica del programa del escenario (Wicker, 1987), el despliegue del comportamiento territorial (Taylor, 1988) o la apropiación identitaria del lugar (Pol y Valera, 1996), por sólo citar algunas líneas de trabajo bien reputadas entre los psicólogos ambientales.

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gir” de las ciudades se acompaña de un marco teórico ecológico, en el que se analiza la ciudad como un mercado de oportunidades económicas (empre-sariales, de negocio), capaz de poner en relación con rapidez y flexibilidad a proveedores y clientes para optimizar las opciones de desarrollo económico. El éxito económico de la ciudad depende de sus conexiones interurbanas (redes de transporte, alta velocidad), su relación con las grandes metrópolis de la globalización actual, las ventajas que ofrezca para la localización de em-presas, y factores similares que la sitúen en redes económicas internacionales y la hagan atractiva para la inversión empresarial (Spaans, 2004).

Se conocen esfuerzos por controlar y decidir la forma del tejido urbano, así como resolver problemas urbanos, desde muy antiguo, prácticamente desde los albores de la historia escrita, varios milenios antes de nuestra era (Chueca Goi-tia, 1968; Delfante, 2005; Morris, 2004). Las ciudades griegas y romanas aún son objeto de estudio y resultan un buen modelo para comprender y aprender algu-nas posibilidades y soluciones. El Renacimiento (prolongado hasta el barroco y el neoclasicismo en algunos casos) es la gran época de la arquitectura urbana, teñida de concepciones artísticas (pintura y escultura), que tratan la “compo-sición” urbana como un arte escenográfico (las plazas, las torres, la armonía a través de las proporciones geométricas entre las formas de los edificios). Desde entonces, el modernismo ha sido el gran hito que ha marcado definitivamente la forma de nuestras ciudades. No sólo sus aportaciones estéticas (las exposicio-nes universales, las estaciones de ferrocarril, los monumentos, la estética insu-perada del mobiliario urbano), sino las soluciones propuestas a algunos de los grandes problemas causados por la explosión demográfica (la inmigración) del nacimiento de las ciudades industriales, han quedado, y sobre todo, han condi-cionado los planteamientos, problemas y posibilidades de actuaciones posterio-res, hasta nuestros días y mucho más.

Una de las claves teóricas del urbanismo modernista se encuentra en los tra-bajos del Congreso Internacional de Arquitectura Moderna (Holston, 1989), cuya principal figura fue Le Corbusier. Allí se fijan las cuatro funciones principa-les de la ciudad (vivienda, trabajo, descanso y tráfico [housing, work, recreation and traffic] ), a las que posteriormente se añade la función administrativa. Los modernistas afrontan los problemas urbanos de la época (masificación, higie-ne, tráfico, desigualdad social, contaminación…) con soluciones rupturistas e innovadoras que tienen vocación universal (aplicables en todas las ciudades), y, por tanto, que obvian la dimensión histórica de las ciudades. El resultado es un proceso de homogeneización que aproxima el aspecto de todas las grandes ciudades, a costa de olvidar o relegar sus peculiaridades históricas. La ciudad modernista es producto de la utopía del progreso, la creencia en la planificación, la racionalidad y la ciencia como motor para crear un futuro mejor. El paisaje urbano queda caracterizado por la monumentalidad de las megaestructuras (el

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rascacielos, el puente colgante, la torre Eiffel), los straight spaces8, la flexibilidad, la dureza y opacidad de las formas (el acero, la estructura metálica) y una visión serial discontinua desde el automóvil.

Por su parte, el urbanismo postmodernista es a la vez una toma de conciencia sobre los problemas y discusiones contemporáneas en ciencias sociales, y una toma de conciencia sobre la distancia que nos separa de aquel modernismo de hace cien años. Algunos de los problemas que aquejan a nuestras ciudades ac-tuales son el resultado de aplicar y extender las ideas modernistas9, comenzando por el diseño para el automóvil, el fracaso en resolver los problemas de la con-taminación, la congestión, la sobrecarga humana, la elevada densidad de edifi-caciones o el decaimiento de los centros históricos, rediseñados una y otra vez para el tráfico, pero carentes de interés para la residencialización y la actividad económica, rotas o abandonadas muchas de sus señas históricas.

Al margen de los colegas que quieren reescribir la ciencia social al modo post-moderno desde distintas disciplinas (geografía, sociología, psicología social), sin que esté claro el significado y el futuro de esta reorientación, cabe mencionar aportaciones interesantes tales como las que se engloban en los conceptos de tecnópolis y de lugares de sociabilidad transitoria (véase Vivas, Pellicer y López, en este volumen), así como el modelo sintetizado en la ciudad de Los Ángeles, y encarnado en la Escuela que lleva su nombre por contraposición a la popular Escuela de Chicago. Chicago ya no nos sirve como modelo, se dice, y todo lo que ahora encontramos ya ha sido ensayado en Los Ángeles (Soja, Dear, otros), para algunos, el colmo del desorden y el caos más absoluto; para otros, la cons-tatación de lo que han venido a convertirse las grandes urbes contemporáneas, fragmentadas, heterogéneas, multicéntricas, multiétnicas, etc. Para Dear (2000), las características del paisaje urbano postmoderno son la agudeza (cuántico, afi-lado, cuteness), la fachada con textura, el estilismo (modas, diseño, chic), la reco-nexión con lo local, la recuperación de la historia y el cambio del ciudadano en automóvil al caminante que recorre la ciudad10.

Los Ángeles es un antimodelo, la heterogeneidad y la distopía pesimista, trá-gica o fantástica, frente a la feliz utopía modernista del progreso y la racionali-dad de la ciudad jardín o la ciudad universal del acero11. No es una propuesta de

8. En inglés, straight tiene diversos significados, entre los que se encuentran derecho, recto, directo, erguido, pero también sencillo, franco, serio y honrado. Supongo que podemos imaginar grandes espa-cios abiertos y avenidas como ejemplo.

9. Coincido con Ibáñez y con otros en la impresión de que algunas posiciones postmodernas son más bien ultramodernistas, modernismo llevado al extremo.

10. No se nos escapa la influencia en estas ideas del pop art y las vanguardias artísticas de finales del siglo XX, la sociedad de la imagen y el ideal de la integración multicultural.

11. Nuestras generaciones hemos imaginado el futuro a través de los cómics, la ciencia ficción y las distopías de 1984 y el mundo feliz de Aldous L. Huxley. Abbott (2007), a través del original concepto de ciberpunk cities, señala la coincidencia de elementos narrativos de este universo cultural con algunos rasgos aceptados entre los estudiosos de la ciudad contemporánea en el contexto de la globalización.

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cómo debe construirse la ciudad, sino de cómo han sido construidas nuestras ciudades y de cuál es el futuro al que se dirigen. La fragmentación se aprecia en la variedad de “modelos” (en un sentido limitado del término) urbanísticos que conviven en la ciudad, tales como espacios urbanos alejados de la propia ciudad (edge cities), urbanizaciones privadas exteriores fuertemente hostiles al vi-sitante (privatopía, ciudades fortaleza), heteroarquitectura mixta multicultural y transgresora (heterópolis), espacios agresivos y disuasorios previos a la ciudad fortaleza (interdictory spaces), entre otras (p.ej., Dear, 2000). Un antimodelo que podemos extender más allá cuando pensamos en la comunidad de megalópo-lis interconectadas en nuestro sistema económico y cultural mundializado, las metrópolis con sus pequeñas ciudades satélite dependientes, las conurbaciones como base para la planificación regional del territorio (Bogart, 2006), las mul-tinacionales, las corrientes migratorias y las decisiones económicas que cobran el carácter líquido, rápido, cambiante, fluido, que Bauman (2007) atribuye a nuestra época. No obstante, no hablaríamos tanto de un (anti)modelo como de una actitud o una interpretación postmodernista, una forma de entender la ciu-dad contemporánea y sus problemas, en línea con algunas propuestas del mejor pensamiento social de nuestra época.

4. Planificación y desarrollo urbano en la práctica

La planificación es una práctica o competencia de gestión que se utiliza (jun-to a la evaluación) en todos los contextos de intervención y toma de decisiones que siguen un planteamiento racional, incluido el campo de la intervención so-cial en todas sus ramificaciones. La planificación urbana, ya lo dijimos anterior-mente, es uno de estos campos de intervención social, pero también la planifica-ción tiene que ver con el poder (Dear, 2000). La crítica conceptual fundamental a esta idea racionalista tiene su origen en los años setenta, aproximadamente, en ámbitos diversos, y cuestiona la viabilidad de un pensamiento racional en un mundo social caracterizado por dinámicas políticas, realidades sociales sim-bólicas y sistemas altamente impredecibles (Fernández-Ramírez, e.p.; Gergen, 1989; Moroni, 2007; Pfeffer, 1998). En términos de gestión, los conceptos de flexibilidad, innovación o capacidad de adaptación, han supuesto un desafío a la práctica tradicional de la planificación, que se reduce de algún modo a un pensamiento estratégico puntual y oportunista (Mintzberg, 1994) de difícil tra-ducción práctica.

La gran discusión es política (muchas veces, soterrada) y enfrenta a grupos con intereses creados en el desarrollo urbano. El plan es un recurso técnico, pero

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también el resultado de la dinámica política, un reflejo de los equilibrios de po-der entre los partidos, los representantes públicos, distintos grupos ciudadanos y las corporaciones empresariales. Aunque el plan es técnico, siempre asume unas metas y objetivos que preceden y escapan a la discusión técnica, y por tanto se corre el riesgo de que pasen como asuntos “dados”, esquilmados a la posibilidad de crítica y discusión pública12.

En cuanto a las estrategias para el cambio y el diseño urbano destacan di-versas propuestas. La residencialización persigue la revitalización urbana (por ejemplo, en los decaídos centros históricos) mediante la creación de espacios residenciales integrados, mezcla de clases sociales y de usos para el barrio (re-sidencial, comercial, de ocio) (Bromley, Tallon y Thomas, 2005). La mezcla de usos reduce las necesidades de desplazamiento en automóvil, iniciativa que se pone en relación con la sostenibilidad del área residencial, mientras que la mez-cla social contribuye a la diversificación de actividades de negocio, revitalizando la economía del lugar. Aunque la tendencia apunta a un cambio de localización y características de los espacios públicos, cada vez más identificados con grandes superficies e hipermercados, espacios multifuncionales cerrados, muchos cole-gas insisten en la utilidad del concepto clásico de espacio público, bien sea para aumentar la seguridad ciudadana gracias al control informal que se deriva de la presencia de actividades sociales en la calle (Fernández-Ramírez, 2006), bien para alentar procesos de gentrificación que renueven la población atrayendo a sectores de las clases medias (Helms, Atkinson y MacLeod, 2007), o para mejorar las relaciones interétnicas, al menos por cuanto podamos confiar en la hipótesis clásica del contacto (Sennett, 2004).

La renovación urbana mediante proyectos de intervención menores, que resul-tan de la expresión de los intereses de los grupos urbanos de base, catalizada en procesos de participación donde la identidad vecinal y los movimientos colec-tivos tienen un gran impacto (Moulaert, Martinelli, González y Swyngedouw, 2007). La participación se ha convertido en uno de los frentes preferidos por muchos colegas para la intervención profesional del psicólogo en cuestiones de urbanismo. Justificada por razones técnicas e ideológicas, es una temática com-pleja, defendida tanto por las oficialistas agencias de urbanismo como por aso-ciaciones vecinales, por movimientos civiles contestatarios y por investigadores comprometidos con cierto tipo de crítica social (Vidal, en este volumen).

La realización de grandes “proyectos bandera” (Spaans, 2004), o remodelacio-nes radicales de gran calado vinculadas a convocatorias internacionales con una importante repercusión mediática, que persiguen sustituir a la población resi-dente atrayendo a grandes inversores y a miembros de las clases medias o altas y representantes del mundo cultural, en un proceso de gentrificación, no siempre reconocido como tal (el caso de Sevilla y Barcelona en 1992 son ejemplares, y

12. Para que las metas de la intervención no escapen al escrutinio público, los evaluadores proponen distintas actividades de evaluación de la planificación. De manera original, Scriven (1967) proponía un tipo de “evaluación libre de objetivos”, en la que el evaluador evita conocer las metas oficiales del programa, para no sesgar su visión de los objetivos y resultados “reales” de la intervención.

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cuántas ciudades españolas y europeas no tratan desde entonces de organizar uno de estos grandes eventos con el objetivo de renovar alguna zona urbana en decaimiento y relanzar la actividad económica). La base conceptual e ideológica de estos proyectos proviene del discurso de los economistas, y son promovidos desde corporaciones locales e influyentes grupos de interés, preocupados por el desarrollo económico como motor del auge urbano. Supuestamente, la proxi-midad a las grandes vías de comunicación (alta velocidad, aeropuertos interna-cionales, autopistas) y el impacto propagandístico del proyecto atraerá la tan deseada inversión, dentro del actual juego de deslocalización y relocalización de sectores industriales y de servicios (Garrido, 2007). Spaans (2004) llega a la conclusión de que estos proyectos tienen un impacto limitado sobre la inter-nacionalización de la ciudad, al menos a corto plazo, aunque aseguran cierta visibilidad y ayudan a mejorar las infraestructuras y la imagen interna.

Finalmente, la construcción de las llamadas “ciudades fortaleza” (gated com-munities), cada día más extendidas por todo el mundo, con sus complicados y sutiles mecanismos (el diseño antidelito llevado hasta el límite) para aislar física, social y psicológicamente a los residentes respecto de un entorno urbano que se criminaliza como fuente potencial de amenazas (Foster, 2004; Helms, Atkinson y MacLeod, 2007). Frente a la sutileza del diseño antidelito de los años setenta y ochenta (Newman, Taylor), la tendencia actual deriva hacia el uso de meca-nismos formales de disuasión y control, tales como los circuitos cerrados de televisión y la seguridad privada (Valera, en este volumen). Bosdorf, Hidalgo y Sánchez (2007) describen el interesante caso de las ciudades chilenas, en donde el modelo de ciudad fortaleza se ha generalizado en distintos sectores sociales (incluso en viviendas protegidas), generando un patrón de desarrollo urbano periférico y multicéntrico, estrechamente vinculado al sistema de transportes, en un claro paralelismo con el modelo de Los Ángeles.

Estas son algunas de las más mencionadas en la literatura al uso. En nuestro país, merece también un comentario el modo en que están creciendo nuestras ciudades, como fruto de una actividad inversora desproporcionada, ampliando una oferta residencial que excede con mucho la demanda de viviendas, y que ha contribuido a una carrera desorbitada en los precios. En realidad, la “economía del ladrillo” es una estrategia antigua de crecimiento económico, ya conocida en diversos países desde hace años, razón por lo que resulta más asombrosa la inactividad de las clases políticas españolas para prever el pinchazo inmobilia-rio13. Está por estudiar la vida social de estos nuevos espacios residenciales, con un nivel de ocupación incompleto y con una red de servicios deficiente, por cuanto la respuesta comercial y de los servicios públicos (colegios, asistencia sanitaria) se retrasa por diversas razones.

En fin, más allá de los marcos teóricos y de las estrategias de desarrollo ur-bano, es necesario considerar problemas como los procesos de gentrificación, la

13. Dear (2000) describe el caótico caso de la ciudad de Los Ángeles, en la que se llegó a la abultada cifra de 600.000 viviendas vacías, ¡cincuenta años antes de que se alcanzara una población ajustada a esta oferta!

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inseguridad ciudadana, la revitalización económica, la deslocalización y pérdi-da del tejido industrial, o el decaimiento de los centros históricos, y sería útil analizar su impacto social, cómo la vida urbana se resiente de ellos y cómo el ciudadano se adapta, asimila los cambios y recompone (redefine) su situación vital. Y por supuesto, como gran tema de fondo, tendríamos que tratar sobre la recuperación de la utopía clásica o modernista (la ciudad ideal, la ciudad jardín), incluso en su versión postmoderna como distopía, siguiendo el nuevo modelo de la escuela de Los Ángeles (Dear, 2000).

Tampoco quisiera finalizar sin hacer mención de la cuestión de la sostenibili-dad, que alguno de nuestros colegas llega a sugerir como el nuevo ideal urbano. Desde luego, la extensión del concepto en los discursos políticos y en muchas propuestas técnicas parece demostrar sobradamente su auge. Personalmente, tengo muchas dudas sobre el concepto14, aunque reconozco su potencia ideoló-gica para la dinamización de muchas iniciativas dignas de consideración (véase Herranz, Proy y Eguiguren, en este volumen).

Un gran número de temas, cuestiones, problemas y conceptos, apasionante y complejo, en el que no nos cabe duda del potencial de nuestra psicología am-biental. Quizá pudiéramos empezar por concretar un número reducido de cues-tiones clave, en las que nuestra opinión y saberes pudieran tener repercusión en los foros internacionales y en los núcleos de decisión sobre el desarrollo de nuestras propias ciudades, y plantearnos qué direcciones debe tomar la investi-gación para ganar la relevancia que todos deseamos.

Lo aquí expuesto es el resultado de mi discreto conocimiento, lecturas y re-flexiones actuales sobre la extensa y diversa temática del urbanismo, la planifi-cación y el desarrollo urbano. Es mucho lo escrito al respecto, y las discusiones de muy alto nivel (¡prácticamente, 150 años de teoría social de la ciudad!), y casi debería sonrojarme por expresar mis opiniones con la libertad que lo hago. Ruego al exigente lector que cumpla con el papel crítico que le corresponde, y añada, matice, rechace o extienda imaginariamente este esbozo de ideas del modo que considere oportuno. No porque a mi soberbia intelectual le agrade la crítica, sino porque será más sano para él y para mí mismo (cuestión de higiene

14. El concepto está fuertemente ideologizado, es decir, pertenece a un discurso político que se im-pone como criterio de corrección sobre las propuestas que puedan surgir desde las ciencias sociales. Es decir, la sostenibilidad no es un concepto teórico, sino un discurso político, un valor social al que podemos sumarnos en virtud de nuestro marco ideológico, pero que también puede ser criticado por su capacidad para sustentar las decisiones sobre la intervención urbana. Por otra parte, es concep-tualmente débil, por estar basado en un principio de equilibrio del sistema que yo no me atrevería a defender, si es que hacemos caso de la literatura actual sobre teoría de sistemas (complejidad, siste-mas alejados del equilibrio; Munné, 2007). Además, es de difícil traducción práctica, puesto que la red de factores y elementos que conforman la ciudad como un sistema complejo, no es tan fácilmen-te reducible como algunos consideran. Un análisis reduccionista de la sostenibilidad persiste en la ilusión del control social a través de la planificación racional, cuando la experiencia nos enseña que tienen mayor trascendencia los impactos no esperados que los objetivos perseguidos en un plazo inmediato (la realidad social supera o se desvía siempre de nuestras mejores previsiones). (Oskamp, 2002, señala también su carácter antropocéntrico y poco preciso en cuanto a las necesidades, entre otros apuntes críticos sobre el concepto.)

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intelectual, como solía decir el profesor Corraliza). No sé de qué modo estas ideas servirán para contextualizar los trabajos que con tanto acierto presentan mis colegas en este libro, ni sé si en algo beneficiarán a la Psicología ambiental española en su esfuerzo por reencontrarnos con los estudios urbanos como es-pacio de reflexión, teorización y práctica. En parte, ambas cuestiones están en el origen del texto, aunque el resultado quizá no haya sido tan certero como el lector hubiera deseado. En mi inmodestia, me atrevo a darlo a la imprenta; si despierta la curiosidad o el debate entre nuestros colegas, me daré plenamente por satisfecho.

Vale.

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© Editorial UOC 41 Capítulo II . Participación y diseño del...

Capítulo II

Participación y diseño del espacio público

Tomeu Vidal MorantaUniversitat de Barcelona

1. Introducción

La demanda de participación como instrumento para el diseño del espacio público bien podría parecer uno de los nuevos campos donde cultivar oportu-nidades profesionales, de investigación y teorización para quienes se interrogan sobre la ciudad, desde las múltiples y diversas disciplinas afectadas en el estudio de las personas y sus entornos. Pero como trataremos de exponer aquí, ni es tan nuevo ese “cultivo”, ni el énfasis en lo instrumental y aplicado su único fruto relevante. ¿Qué aporta entonces la participación al diseño del espacio público?, ¿por qué su “necesidad”?, ¿en qué medida la participación puede añadir “cali-dad” al espacio público? Más aún, en el contexto de estas jornadas sobre psico-logía y ciudad, ¿qué interrogantes se plantean y cuáles se eluden, respecto a la planificación participativa, desde la psicología ambiental?

Una forma de iniciar este diálogo consiste en atender algunas claves de la actual demanda de participación tanto en el diseño del espacio público y la planificación urbana en particular, como de la participación en general. Ello nos lleva a considerar algunas razones apuntadas en torno al contexto político en que se desarrolla la cuestión de la participación en general y su relación con la construcción del espacio público y de la ciudad, como se aborda en el primer apartado.

Luego apuntaré algunas cuestiones en torno al concepto de participación y

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sus antecedentes en la planificación urbana. La actual respuesta a esta demanda de participación, y no sólo para el diseño de espacios públicos, se concreta en unas determinadas prácticas que resultan de distintas formas de acción desarro-lladas en la planificación participativa en las últimas décadas, lo que trataré de indicar a modo de una brevísima historia de la planificación participativa, cuya narración suele presentarse como un tránsito de la lucha a la gestión.

La reivindicación de la participación en el diseño urbano es también una vía posible para la “recuperación” de la dimensión política en la práctica social cotidiana. En esa línea nos preguntamos por el alcance y la relevancia (social, política, ética…) de las cuestiones y aportaciones elaboradas desde el punto de vista psicosocial y ambiental a la cuestión común del derecho a la ciudad y a la creación del espacio público hoy día. Para ello, nos puede ser útil recuperar, en otro apartado, varias de las aportaciones y aproximaciones académicas y pro-fesionales con que se vincula la participación en el diseño del espacio público, desde ese énfasis por lo psicosocial, con el fin de someterlas a su discusión y reflexión. En otras palabras, desvelar con qué conceptos, modelos y procesos psicosociales se “habla” de participación en el diseño del espacio público, nos debería ayudar a revelar los objetivos, las visiones y los alcances con que se aborda, con la finalidad principal de cuestionarnos sus acciones y efectos. Tras este apartado, finalizaré con lo que planteo como retos e interrogantes de la participación en el diseño del espacio público, con la intención de que el debate no concluya aquí.

2. Participación, espacio público y construcción de ciudad

El desarrollo de procesos participativos en proyectos urbanísticos es parejo a la demanda de participación en otros asuntos relacionados con la gestión ur-bana como los residuos, la energía, el agua o la movilidad. Agendas 21 locales, planes integrales, presupuestos participativos, planes comunitarios, etc., son en cierto modo algunas respuestas institucionalizadas con más o menos éxito en el gobierno de la ciudad, con objetivos y alcances distintos.

La participación así entendida tiene que ver con procesos organizados para la toma de decisiones, por parte de personas y entidades, cuya intención es in-fluir directa o indirectamente en las políticas, con el fin de llegar a una solución (Font y Blanco, 2006). Pero esta base política no debería entenderse exclusiva de las administraciones (local, autonómica, estatal…). También se halla en los nuevos movimientos sociales y el activismo social dirigido hacia los más diver-sos y variados problemas sociales de carácter general (alter globalización, decre-

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cimiento, etc.), o de signo más específico y localizado, como por ejemplo los denominados efectos “Nimby”1 y otras formas de rechazo a infraestructuras de diverso tipo (Pol, Di Masso, Castrechini, Bonet y Vidal, 2006).

La demanda de participación puede contextualizarse entonces en lo que al-gunos han llamado crisis de la “vieja política” o de la democracia representativa, vinculados con la gobernanza en dos sentidos, como apuntan Joel Martí y Óscar Rebollo (2007). Por un lado, la menor capacidad del Estado para gobernar aspec-tos cruciales de la vida en sociedad (medioambiente, recursos, salud pública…) y por otro, la débil capacidad de la sociedad para gobernar al Estado. Para afrontar esa crisis, autores como Juan Antonio Blanco (2002) apuntan una necesaria “de-mocratización de la democracia”, basada en el pluralismo más que en la unani-midad, en la diversidad y no en la homogeneidad, construyendo coaliciones ad hoc en lugar de estructuras centralizadas y uniformes, etc.

En esta política sin partidos o nueva política destaca obviamente el énfasis en la democracia local, en otras palabras, la demanda de una mayor democracia participativa, además de representativa, lo que plantea nuevos debates. En este sentido, y siguiendo la técnica DAFO, Joan Font e Ismael Blanco (2006) presen-taban, a modo de diagnóstico y de propuestas, los siguientes elementos a tener en cuenta en la democracia local actualmente (ver tabla 1).

Tabla 1. Democracia local en el siglo XXI (Font y Blanco, 2006, p. 23)

Debilidades Amenazas

Los ciudadanos quedan relegados a un rol pa-• sivo en la vida política local que les conduce a implicarse poco en su ciudad.

Las elecciones ofrecen poca información sobre • el municipio que quieren los ciudadanos en una vida política cada vez más compleja.

Los ciudadanos se sienten cada vez más lejos de • la vida política y de las instituciones.

Los ciudadanos desarrollan parte de su vida en • diferentes municipios y por tanto no se sienten estrechamente vinculados a ninguno

Fortalezas Oportunidades

Instituciones con un mandato dado por más de • la mitad de la ciudadanía y con procedimientos (elecciones) para otorgar responsabilidades.

Técnicos y políticos locales que conocen el mu-• nicipio y tienen experiencia.

Ciudadanos cada vez más preparados y más • informados. Se les debe ofrecer la oportunidad de poder ser mejores demócratas y sentirse más corresponsables de la vida pública.

Las nuevas tecnologías hacen más sencilla la • consulta cotidiana a los ciudadanos.

1. Existe una abundante literatura científica respecto al rechazo social provocado por la instalación de infraestructuras de interés general, usualmente referido con el acrónimo NYMBY (Not in my back yard, [No en mi patrio trasero] ). El miedo, la percepción de inequidad y la desconfianza en la tecno-logía y en la administración son algunos de los factores que caracterizan el rechazo.

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De los elementos apuntados por estos autores, son varias las cuestiones que se nos plantean desde un punto de vista psicosocial (¿qué tipo de in-teracción social lleva a la desimplicación por lo colectivo?, ¿cómo surge la indefensión y la percepción de ausencia de control por parte de las personas, con respecto a lo público?), además de sugerirnos varias hipótesis respecto al peso de los patrones de movilidad residencial y de relación de las personas con los lugares.

Por otra parte, se hace difícil proponer un fortalecimiento de la democracia local y la construcción de ciudadanía sin aludir al espacio público (Segovia y Dascal, 2002), término cuya polisemia recoge las dimensiones política, simbó-lica, interactiva y física, como es apuntado por diversos autores (Borja y Muxí, 2001; Goodsell, 2003; Innerarity, 2006; Lofland, 2006). Para Jordi Borja (2003), el concepto de espacio público, aún proviniendo del urbanismo, es utilizado para referirse al lugar de representación y expresión colectiva de la ciudad. Y en el otro sentido, la esfera pública, donde concurren y se construyen los asuntos de interés público y las interacciones e intercambios comunicativos, no puede desligarse de la dimensión física donde estos se sitúan.

No expondremos aquí las aportaciones de la psicología ecológica de Roger Barker y Herbert Wright, apuntando la necesidad de estudiar los escenarios fí-sicos para entender el comportamiento, ni otras aportaciones que han tratado de ahondar en la comprensión del espacio desde una concepción transaccional (Stokols y Shumaker, 1981). En cualquier caso, nos interesa destacar cómo las calles y plazas son un entramado físico en que ocurren las prácticas sociales, donde se construye lo cotidiano, la convivencia colectiva. Y es también el es-pacio de la ciudadanía, de la decisión colectiva que la tradición clásica situaba en el ágora (Berroeta, Vidal y Di Masso, 2008). Dónde está el ágora hoy día, es también una pregunta que se asocia con la pérdida del espacio público (Jacobs, 1962; Sennett, 1970, 1974; Soja, 2000; Sorkin, 2004) y la forma en que ha mu-dado su relación con lo privado, como apuntaba Zygmunt Bauman (2001) con el desplazamiento de los asuntos públicos a la esfera privada y la “ocupación” de lo público por asuntos privados.

Además de su accesibilidad, su diversidad –tanto de actores como de activi-dades–, el conflicto derivado de ésta, u otros criterios con que puede apuntarse la calidad del espacio público (Borja y Muxí, 2001), nos interesa también des-tacar el de su escala (barrio, distrito, ciudad, metrópolis…). El espacio público de un barrio presenta particularidades diferentes del de un espacio público del centro de la ciudad. Una diferencia de escala que también se plasma en la forma de entender la participación en el diseño y en la planificación urbana, como veremos más adelante. Los flujos, intercambios y expresiones que confluyen en ambas escalas de espacios, conllevan accesos, acciones, prácticas, lecturas, iden-tificaciones, apropiaciones y sentidos de pertenencia diferentes. En la escala de barrio, el espacio público favorece una particular construcción de comunidad, sin negar los sentidos de pertenencia que las personas construimos a partir de los espacios públicos en la escala de ciudad.

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A su vez, esta diversidad de procesos sociales en las diferentes escalas de es-pacios públicos, se halla mediatizada por la particular forma en que se constru-yen las ciudades actualmente, desde el modelo de desarrollo socioeconómico dominante, caracterizado por la liberalización del comercio y del flujo del capi-tal y la eliminación de las regulaciones públicas de la vida económica y social (Etxezarreta, 2001). Nos referimos a la articulación territorial de la economía global en redes de ciudades (Sassen, 1994) donde cada ciudad, desde su parti-cular situación, afronta dicha competición global a partir de su productividad económica, su integración sociocultural y la representación y gestión política, según apuntaban Borja y Castells (2000).

De estos tres ámbitos, los mismos autores destacan, respectivamente, la rele-vancia del contexto territorial (infraestructura tecnológica y de comunicaciones que aseguran su conectividad a los flujos globales); de las identidades culturales y el sentido de pertenencia cotidiana a sociedades concretas; y por último, el pa-pel de los gobiernos locales, aludiendo a la mayor capacidad de representación y legitimidad con sus representados y su mayor flexibilidad en la lógica de flujos entrelazados de ofertas y demandas. Parece lógica, entonces, la relevancia de la participación, especialmente en los dos últimos aspectos –identidad y gobierno local–, para la gestión del primero –territorio– y en definitiva de las ciudades.

Unos aspectos que se enmarcan en lo que el propio Manuel Castells (1997) ya mencionaba a finales del siglo XX como dos lógicas de espacios, la de los flujos de información y la de los lugares, cuyo desequilibrio suele visibilizarse desde lo local, cuando el interés empresarial de carácter global predomina sobre el resto de intereses que conforman el ámbito de lo público. El marketing de ciudades llega a extremos de competitividad cuando la atracción de inversores se hace a cualquier precio, reduciendo controles y protección social (Borja y Castells, 2000, p. 32). Este caso puede observarse por ejemplo, al analizar una de las estrategias habituales para “publicitar” la ciudad. Me refiero a la celebración de acontecimientos globales (exposiciones “universales”, juegos olímpicos, ca-pitalidades culturales…), o “proyectos bandera” ya mencionados en el capítulo anterior, donde predomina la tematización y la simulación de significados, di-rigidos hacia el consumo, como modo de intervención en los lugares. Dicha si-mulación, junto a la pérdida del vínculo con la geografía local y la obsesión por la seguridad, son algunos de los rasgos que eran apuntados por Michael Sorkin (2004) para caracterizar la nueva ciudad (norte)americana de fin del siglo XX.

Hasta aquí hemos tratado de apuntar algunas ideas que ayuden a contextua-lizar el “reciente” interés por la participación en el diseño del espacio público. De la crisis de la vieja política, surge la demanda de recuperar la democracia participativa; sin obviar el riesgo de utilizar el discurso de la participación para tratar de “legitimar” decisiones ya tomadas, precisamente con deficiente calidad democrática. La participación en el espacio público, en general, y en su diseño, en particular, también aparece como tabla de salvación donde agarrar, o más bien donde construir, el sentido de lo público que algunos apuntan perdido y en declive. Todo ello en un modelo socioeconómico caracterizado por la libertad

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de flujo de capitales, donde se enmarca la construcción de las ciudades. Junto a estas razones de carácter político y social, nos interesa ahora señalar algunos apuntes en torno a lo que se entiende por participación y como se ha entendido la planificación participativa en las últimas décadas.

3. Participación y planificación urbana, de la lucha a la cogestión

La planificación urbana muestra cómo se han ido modificando las maneras de contemplar la participación a lo largo de su devenir histórico. De las diferentes narraciones sobre sus características o la forma de establecer sus periodos, seguiré principalmente lo apuntado por Lisa Horelli (2002) en el Handbook de Psicología ambiental respecto a la planificación participativa, quien destaca dos hitos signifi-cativos, uno en la década de 1960 y el siguiente en las décadas de 1970 y 1980.

El primero de ellos surge tras el cambio del diseño urbano a una visión sis-témica y racional, pasando de una concepción geográfica y morfológica del es-pacio a otra sociológica y económica (Harvey, 1973). La planificación devino entonces un proceso de toma de decisiones. Pero a esta visión objetiva, racional y sistémica pronto se le opusieron varias críticas, como la dificultad para abordar su complejidad y la ocultación de la carga de valor que se hallaba tras la falacia de su enfoque racional. La naturaleza política de la planificación, así explicitada, se plasmaría en la desconfianza ante el experto y la planificación de arriba abajo y en la crítica a su ineficacia para la mejora de las condiciones de las ciudades (Hall, 1996). El rol del planificador debía ser entonces el de defensor (Horelli, 2002), pasando de la mesa de trabajo y el ordenador a pasear por la noche con los miembros de las comunidades, como explicitaba Peter Hall (1996, p. 345.), para trasladar sus necesidades a los planes, en lo que Paul Davidoff (1965) deno-minó advocacy planning2.

Pronto también el planteamiento de defensa fue cuestionado, en el sentido de no contribuir a lograr verdaderos cambios, como que los propios ciudadanos defendieran sus propuestas directamente en lugar de los técnicos, lo que pro-pició la aparición de nuevos roles para el planificador. El segundo cambio se produce en las décadas de 1970 y 1980, al dejar de ser visto el planificador como un rol técnico experto y pasar a ser visto como negociador, comunicador o faci-litador entre los distintos participantes o partes interesadas (stakeholders).

2. De difícil traducción, el urbanismo de defensa, como suele denominarse en español, rebate el papel de los planificadores y su visión tecnocrática y sistémica, cuestionando la legitimidad de su conocimiento experto, con una reacción anti-planificación.

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Aunque no lo menciona Lisa Horelli, estos roles se desarrollan desde distin-tos modelos de planificación opuestos a la planificación de arriba abajo, como el aprendizaje social (transactive planning), el urbanismo equitativo (Douglas y Friedman, 1998) y el empoderamiento o urbanismo radical (Goodman, 1977). Tampoco menciona Horelli el caso de la autogestión, con importantes ejemplos en ciudades latinoamericanas, y que, desde un contexto radicalmente diferen-te, se dirigirá a la creación de vivienda y la consolidación de barriadas (Turner, 1976). En este caso, la participación de los usuarios no se ciñe a la planificación o al diseño sino que se amplía incluso a su construcción, lo que sitúa las impli-caciones psicosociales (control psicológico, empoderamiento, apropiación del espacio…) en una escala diferente del modelo comunicativo o colaborativo.

Lisa Horelli (2002) agrupa los roles de comunicador, facilitador y negociador en el modelo comunicativo o colaborativo de planificación urbana, en discusión desde la última década del siglo XX. El énfasis en la interacción y la comunica-ción entre los participantes de la planificación colaborativa procede, según la autora, del pragmatismo de John Dewey y de la teoría de la acción comunicativa de Jürgen Habermas. Como se refleja en la mayoría de talleres participativos en este tipo de planificación –habituales en la tradición del Placemaking–, uno de sus pilares es la construcción del consenso, cuya incidencia en la toma de de-cisión final dependerá también del grado de inclusividad y compromiso de los agentes (individuos, entidades e instituciones) implicados en el proceso. Horelli (2002) distingue la versión norteamericana de la planificación colaborativa, más individualista y preocupada por la negociación entre las partes interesadas, de otras versiones más orientadas a transformar las estructuras y políticas existen-tes, para afrontar los problemas sociales, ambientales, económicos y territoriales de unas sociedades fragmentadas (Healey, 1997, citada en Horelli, 2002).

La capacidad de transformación que se deriva de esta versión “más política” de la planificación participativa (Healey, 1997), es uno de los ejes de discusión habitual cuando se intenta acotar el concepto de participación. Como apuntan Joel Martí y Óscar Rebollo (2007), existen dos principales estrategias políticas en la participación ciudadana que los autores denominan participación para legitimar o participación para transformar; según se busque fortalecer o cambiar posiciones, objetivos e intereses, respectivamente.

Pero para delimitar el concepto de participación, además de preguntarse para qué se participa, siguiendo la aportación de estos autores, también es prudente preguntarse en qué grado se participa, quiénes participan, en qué momentos se participa y cómo. Unas preguntas que pueden ser útiles para acotar las concep-ciones de la participación en la planificación urbana, de igual modo que analizar su desarrollo histórico.

Con frecuencia se confunden procesos participativos con procesos de con-sulta (encuestas, sondeos, etc.) o incluso con la simple distribución de infor-mación. Existen múltiples aportaciones en torno a los grados de participación, la mayoría en forma de escalas donde se aprecian, en diferentes peldaños, su gradación. En este sentido, Gallego, Fernández y Feliu (2005) sitúan de menor

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© Editorial UOC 48 Psicología de la ciudad

a mayor participación: la información, la consulta, la concertación, la codeci-

sión y la cogestión. Por otra parte, Roger Hart (1997, 2001) sitúa en los últimos

peldaños de su escalera la cuestión de quienes inician el proceso participativo

–ciudadanía o gestores–, compartiendo o no las decisiones.

Fredrik Wulz (1986), presenta un continuo integrado por siete etapas de par-

ticipación que oscilan entre la plena autonomía de los profesionales y la plena

autonomía de los usuarios. En el extremo de los usuarios, se facilitan métodos

participativos para solucionar problemas de acabado y de diseño, a través de la

asistencia técnica. Para Henry Sanoff (2000, p. 38) la facilitación es un medio

para unir a las personas que permite determinar lo que quieren hacer y ayudar-

los a encontrar maneras de trabajar juntos para decidir cómo hacerlo. Para el

autor, el facilitador abarca de la cuarta hasta la séptima etapa: el diálogo, las al-

ternativas, la codecisión y la libre decisión. El diálogo se basa en conversaciones

informales entre el arquitecto y los usuarios, las alternativas de participación su-

ponen dar a los residentes locales la oportunidad de elegir entre las alternativas

preparadas por el arquitecto, dentro de un marco fijo. La participación como co-

decisión tiene por objeto lograr una participación directa y activa de los usuarios

a través de todo el proceso de diseño. Por último, en la libre decisión, el usuario

controla todo el proceso de diseño y construcción (Toker, 2007).

La opinión, la deliberación, la decisión o cualquier otro grado de participa-

ción suele ir vinculado al momento en que se participa. Entre las fases de un

proceso participativo –proyecto, diagnóstico, plan de acción–, Martí y Rebollo

(2007) distinguen aquellos ciclos en que se “abre” a la variedad de discursos

y posiciones, de otros en que se “cierran” los acuerdos y las programaciones.

Consenso y conflicto entre los diferentes actores implicados (entidades, indivi-

duos, asociaciones, instituciones, etc.) son por tanto necesarios. Lo que lleva a

la discusión de la representatividad de los mismos y la exhaustividad con que

se cubren los diferentes intereses y discursos que constituyen el objeto de la

participación, además de otros aspectos como la organización, el fortalecimien-

to y la diversificación de los liderazgos entre los actores y el proceso educativo

que supone, en suma, el establecimiento de confianzas y compromisos mutuos

(Martí y Rebollo, 2007).

Una vez realizado este breve apunte orientado hacia lo histórico y conceptual

de la participación en la planificación urbana, es el momento de explicitar algo

más algunos tópicos, en forma de conceptos y procesos psicosociales implícitos

en lo expuesto hasta aquí.

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4. La planificación participativa vista desde lo psicosocial

Con el riesgo de decir algo obvio, pretender analizar la participación desde un interés psicosocial remite a lo que suele reivindicarse como objeto de la psico-logía social. Me refiero a que la participación, en sus diferentes ámbitos, es una forma de referirse a la interacción social. O en palabras de Tomás Ibáñez (1989, p. 118), lo social no se halla “en” las personas, sino “entre” las personas, en el espacio de significados del cual participan y que construyen conjuntamente.

La interacción, dentro de redes sociales formales e informales, también es objeto de interés como fuente de bienestar social. Una de las dimensiones del bienestar reside en la calidad de las relaciones que uno tiene con la comunidad (Keyes, 1998). De forma similar, el ajuste y el soporte social constituyen la salud social (Larson 1983), lo que para otros es equiparable a la participación social (Sintonen, 1981). De lo que se deriva que participar en el diseño del entorno más o menos inmediato, puede ser fuente de bienestar social, además de poder facilitar otros efectos de interés psicosocial (cohesión, identidad, sentido de co-munidad...).

La cuestión de la participación en la literatura psicosocial se presenta asocia-da a diversos ámbitos aplicados y con diferentes sensibilidades, que en un exce-sivo intento de simplificación y reduccionismo voy a resumir en dos perspecti-vas (Vidal, en prensa). En la primera, más individual y psicológica, es habitual el interés por analizar la motivación para participar, además del establecimiento de relaciones entre la participación y otras variables, bien como antecedentes, bien como consecuentes. Conceptos como la identidad, la autoestima, la satis-facción y el control percibido nutren esta visión, en relación con el análisis de comportamientos participativos en la política (Boeckmann y Tyler, 2002), el voluntariado (Castro, 2002), los movimientos sociales (Stefan, Simon, Loewy y Jorger, 2004) y la preocupación ambiental (Suárez, 2000).

Siguiendo con el anterior reduccionismo, en la segunda perspectiva, me-nos individualista y más sociológica, los temas de interés remiten al papel del contexto sociohistórico, las relaciones de poder, la reflexión critica y la investi-gación-acción. Conceptos como el de participación comunitaria, el empodera-miento, las representaciones sociales y la identidad social, conforman algunas aportaciones en torno a la participación en la intervención comunitaria (Bos-tock y Freeman, 2003) y el desarrollo local (Craps, Dewulf, Mancero, Santos y Bouwen, 2004).

El cruce de intereses entre el espacio público y la participación también se ha-lla, con distintos acentos, en la psicología comunitaria y la psicología ambiental. La creación de dinámicas de empoderamiento (Rapaport, 1987) y el sentido de comunidad (Chavis y Wandersman, 1990; Sarason, 1974) son dos contribucio-nes clásicas de la psicología comunitaria al respecto. Mientras que la apropia-ción del espacio (Korosec-Serfaty, 1976; Pol, 2002; Vidal y Pol, 2005), como vía

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para comprender el apego al lugar (Altman y Low, 1992; Hidalgo y Hernández, 2001) o el espacio simbólico urbano (Valera, Guàrdia y Pol, 1998), además de otros procesos implicados entre identidad y lugar, suponen otra línea de trabajo desde la Psicología ambiental.

Sus diferentes énfasis podrían sintetizarse en que lo importante para una es secundario para la otra y viceversa. A la mayor preocupación por las relaciones de poder y los vínculos sociales, con un menor énfasis en el espacio en que ocu-rre la interacción social, por parte de la Psicología comunitaria, parece que se oponga un menor interés por el poder y un mayor énfasis en el espacio en que se desarrolla la interacción social, en el caso de la Psicología ambiental.

A pesar de lo anterior, existen algunos conceptos que pueden cumplir la fun-ción de “puente” entre miradas distintas. Es el caso del sentido de comunidad que Chavis y Wandersman (1990) contemplan como catalizador de la participa-ción para transformar la comunidad. Su argumento consiste en que la manera de sentir y vivir la comunidad (sentido de comunidad) incide en como se per-cibe el entorno, en como nos relacionamos con las otras personas (confianza, vecindad, ayuda, soporte social, respeto...) y en la conciencia del grado de con-trol compartido que tenemos sobre este entorno. A través de la participación las personas pueden lograr el control sobre sus circunstancias y su propio desa-rrollo psicosocial. La participación es un medio por el cual acceder y controlar los recursos, es una toma de conciencia colectiva a la vez que un compromiso individual de las personas.

Desde la Psicología ambiental, entender la acción (transformación) y la iden-tificación (simbólica) como vías complementarias para la construcción social de la comunidad, del sentimiento de comunidad, de la identidad del lugar y del vínculo que las personas sienten con los lugares es precisamente otra argumen-tación teórica que hemos desarrollado a partir del concepto de apropiación del espacio (Pol, 2002; Vidal y Pol, 2005; Vidal, Pol, Guardia y Peró, 2004). A través del proceso de la apropiación del espacio podemos entender cómo se generan sus significados (a priori y a posteriori), la identidad del lugar y de cómo el es-pacio puede ser una categoría social más de nuestra identidad social, además de los vínculos y el apego que generamos con el lugar. Siguiendo el modelo dual de la apropiación del espacio (Pol, 2002), la participación en el diseño de un espacio público es un buen ejemplo de acción-transformación (complementaria a la identificación simbólica), además de suponer el desarrollo de los ámbitos de acción de la persona en el entorno más inmediato, lo que repercute en la sensa-ción de control y en la implicación con el propio entorno, y en definitiva, en la apropiación de éste, viviéndolo como algo propio. Mediante la participación en el entorno, este se transforma, dejando en él la impronta e incorporándolo en los procesos cognitivos y afectivos de manera activa. Y a través de la identifica-ción simbólica, el espacio apropiado pasa a ser un factor de continuidad y esta-bilidad del self a la vez que un factor de estabilidad de la identidad y la cohesión del grupo, además de generar apego al lugar, facilitar la conducta responsable y la implicación y la participación en el propio entorno y su control.

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Apropiación, comunidad y empoderamiento son conceptos a cuya capacidad comprensiva y explicativa sugiero destacar también su potencialidad para servir de puente entre diferentes miradas disciplinares. Unos conceptos que permiten abordar aquellos procesos psicosociales que constituyen la planificación parti-cipativa (Horelli, 2002), el diseño comunitario (Francis, 1983; Sanoff, 2000), la arquitectura social (Hatch, 1984), la arquitectura comunitaria (Wates y Knevitt, 1987) y otros tantos nombres con que se han tratado de referir la relación entre la participación y la planificación. Es importante destacar de nuevo las impli-caciones que tiene la escala del espacio (plaza, barrio, distrito, ciudad, área me-tropolitana...) que es sometido a discusión mediante procesos de participación. De ahí que no sea lo mismo hablar de planificación participativa que de diseño comunitario, sin que el diseño de una plaza de un barrio, periférico o central, signifique olvidar su contexto y sus diferentes influencias desde la visión de distrito, ciudad, área metropolitana y desde la dinámica global urbana. Los dis-tintos intereses conforman precisamente el conflicto y la esfera pública a través y en el espacio público. En cualquier caso, destacamos aquí la participación en el diseño de espacio público, lo que remite a un espacio acotado y aprehensible, “local”, sin olvidar su conexión con el resto de niveles.

Para Henry Sanoff (2000) —una de las voces más influyentes en esta relación, según recoge Zeynep Toker (2007)—, el término diseño comunitario es un pa-raguas que cubre el planeamiento comunitario, la arquitectura social, el desa-rrollo comunitario y la participación comunitaria, todos los cuales insisten en la participación de la población local en el desarrollo físico y social del entorno donde residen. La participación comunitaria es para Hamdi (1991) el término que abarca todas las escalas y las técnicas, con el que se refieren los procesos que implican a profesionales, familias, grupos comunitarios y gobierno en la confor-mación del entorno.

Mi sugerencia respecto a la apropiación del espacio, el empoderamiento y la comunidad, como conceptos para aproximarse a la participación en el diseño de los espacios públicos, no se aleja de los elementos destacados por aquellos profesionales del diseño comunitario, como señala Zeynep Toker (2007). Tras entrevistar a una muestra de profesionales y académicos requiriéndoles que identificaran a los autores más influyentes y los temas clave, sus respuestas se concretan en la participación, las necesidades, la implicación de la población local, el empoderamiento de las personas, la esfera pública y la sostenibilidad.

De la participación se destacan la construcción de visiones compartidas, el hecho de ser parte e influir en las decisiones que afectan al diseño del entorno físico, además de la importancia de la cooperación entre residentes y profesio-nales y la necesidad de la colaboración entre disciplinas. Las necesidades de la comunidad definidas por la propia comunidad es otra de las características destacadas en el diseño comunitario, cuya importancia reside en la capacidad de proporcionar facilidades a quien las necesita pero no puede aprovecharlas. Un aspecto que se asocia con la implicación de la población local en el proceso y su empoderamiento, a través del diseño del espacio público, y su relación con

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el civismo y el conjunto de aspectos físicos, sociológicos, económicos y legales. Una visión que también se contempla desde la sostenibilidad como una de las principales características del diseño comunitario (Toker, 2007).

5. Retos para la participación en el diseño del espacio público

“Los psicólogos que estudian el apego al lugar no suelen hablar de desarro-llo comunitario, ni los planificadores urbanos incorporar conceptos de la Psi-cología ambiental, como el apego al lugar, en sus investigaciones o prácticas. Sin embargo, una combinación de estas perspectivas puede proporcionar una comprensión más fructífera no solo en cómo la planificación impacta en nues-tra experiencia del lugar, sino también en cómo las emociones, cogniciones y comportamientos de la comunidad hacia el lugar pueden incidir en su propia planificación y desarrollo” (Manzo y Perkins, 2006, p. 336).

La cita de Manzo y Perkins destaca uno de los retos a señalar en el diseño del espacio público. Existe una falta de la colaboración interdisciplinar que se sus-tenta en las diferencias de perspectiva entre disciplinas. Los psicólogos ambien-tales que estudian el apego al lugar y la identidad de lugar, a menudo se centran en las experiencias individuales y el significado, y con menor frecuencia exa-minan la naturaleza colectiva de estos fenómenos. Los psicólogos comunitarios abordan el desarrollo de la comunidad, la potenciación y el capital social creado por los agregados de las personas, pero se centran menos en la experiencia indi-vidual o el lugar. Mientras que los planificadores y diseñadores urbanos centran su atención en el lugar, tienden a examinar las dinámicas macroestructurales que afectan al nivel de barrio y sus fuerzas políticas y económicas. Al hacerlo, no suelen reparar en las experiencias personales ni en el rol del apego. Sin embargo, estas perspectivas en conjunto pueden proporcionar una rica comprensión de cómo crear y desarrollar comunidades (Berroeta, Vidal y Di Masso, 2008).

Gabriel Moser (2005) señala respecto a este trabajo colaborativo, que las ca-racterísticas de la investigación y de la práctica personas-ambiente es el equi-librio entre la monodisciplinariedad, necesaria para la investigación y para la construcción de teoría en las diferentes disciplinas implicadas en estas cuestio-nes, y la multi- o inter-disciplinaridad (confrontación o colaboración con otras disciplinas), indispensable para la intervención. Aún disintiendo de la necesidad de la monodisciplinariedad para la investigación, afirmada por Moser, lo cierto es que debiera ser algo normal la colaboración entre miradas y disciplinas para el diseño de espacio público, en cuanto supone una dinámica compleja de la intervención en las relaciones personas-entornos.

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Responder a demandas sociales frecuentemente implica múltiples abordajes, envolviendo diferentes disciplinas, cada una de ellas con sus propias caracterís-ticas, siguiendo su propia lógica disciplinar. Sólo la colaboración garantiza una solución eficiente. Las modalidades de intervención y el recurso a otras discipli-nas dependen del momento del uso de la colaboración en el proceso de inter-vención (diagnóstico / intervención / evaluación y control de la adecuación de las transformaciones implementadas), y de la naturaleza de la distribución de las tareas alojadas en las diferentes disciplinas envueltas, cada disciplina par-ticipando igualmente de cada estadio, o una de las disciplinas operando como consultor para otra disciplina envuelta en el proceso.

Obviamente, la colaboración entre disciplinas y miradas conlleva el proble-ma de los lenguajes entre las mismas. Las barreras entre lenguajes “expertos” y su dificultad para el diálogo residen en las diferentes imágenes y “anclajes”, si-guiendo la perspectiva de las representaciones sociales, manejadas por los parti-cipantes. Consideramos que es la gestión de los soportes comunicativos (planos, fotografías, maquetas, dibujos, tarjetas escritas, textos escritos, interacciones verbales, software, etc.), una de las oportunidades para facilitar la comunicación y la colaboración en el diseño de un espacio público. Un reto que pasa por en-fatizar la importancia de lo metodológico, como un instrumento para la comu-nicación y en el sentido de ser “creativo” en su uso, adecuación, adaptación e incluso generación.

En una línea similar, Horelli (2002) señala la necesidad de que los métodos de la planificación participativa refuercen la naturaleza comunicativa de los pro-cesos de este tipo, además de organizar la participación para que el diseño del espacio público devenga un aprendizaje y una capacitación de la ciudadanía, los profesionales y técnicos y los representantes políticos.

Conceptos (empoderamiento, comunidad, apropiación...), métodos y es-trategias inciden, en definitiva, en las visiones epistemológicas con que se analizan y desarrollan los procesos participativos en el diseño del espacio público. La investigación-acción participativa (Whyte, 1991) y el enfoque transaccional (Altman y Rogoff, 1987) son, en este sentido, algunas de las orientaciones que, siguiendo a Lisa Horelli (2002), considero adecuadas para encarar algunos de los retos e interrogantes de la participación en el diseño del espacio público y que, con el fin de explicitar el debate, planteo con las siguientes preguntas:

• Apropiación, empoderamiento, comunidad..., ¿son elementos teórico-conceptuales suficientes?, ¿cuáles son sus límites y posibilidades?, ¿qué alternativas podrían desarrollarse?

• ¿Cuán pertinentes son los planteamientos de la investigación-acción par-ticipativa para vincular los niveles conceptuales, metodológico y episte-mológico en la planificación participativa?

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• ¿Cómo generalizar y difundir resultados científicos de experiencias par-ticipativas de diseño, sin olvidar los contextos sociofísicos que los gene-ran?, ¿hasta dónde se puede “copiar y pegar”?

• ¿Puede la Psicología ambiental ser ajena al sentido político que se oculta de-trás del énfasis metodológico (y teórico) en la planificación participativa?

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Capítulo III

Retos de la Psicología ambiental en el diseño urbano partici-pativo

Ángela Castrechini TrottaUniversitat de Barcelona

1. Introducción

El capítulo que precede a éste recoge el papel de la participación social en el desarrollo y planificación urbana. El debate se plantea a partir de un conjunto de preguntas en torno a estos temas: ¿son suficientes y adecuados los modelos teóricos y metodológicos actuales sobre los procesos de participación social? y ¿cuál es el compromiso ético y político de los psicólogos ambientales ante la apuesta política por la planificación participativa?

Más que una respuesta a estas preguntas, el lector se encontrará un debate con diferentes posturas, de acuerdo o desacuerdo, y sobre todo el planteamiento de nuevas interrogantes que marcan el desarrollo de esa búsqueda de conocimientos y concreciones que permitan clarificar el rol y la intervención de un profesional de las ciencias sociales en este proceso. En primer término se abordará la relación entre el quehacer político y los procesos participativos. En segundo término, se debate sobre la necesidad de nuevos modelos teóricos y empíricos de participa-ción en el ámbito urbano. En tercer lugar, se analiza cuál es el compromiso ético y político de los psicólogos ambientales ante la apuesta política por la planificación participativa. Por último, se esbozan algunas ideas acerca del modelo de ciudad desde la Psicología ambiental y algunos apuntes finales para la reflexión.

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2. La apuesta política por la planificación participativa

Actualmente en las agendas políticas de las diferentes entidades administra-tivas vinculadas a la gestión del territorio (ciudad, provincial, autonómica) se incluyen y se exigen procesos de participación ciudadana vinculados a la toma de decisiones en el diseño de los espacios públicos. Se trata de incluir la voz de los usuarios quienes, en definitiva, hacen uso de estos espacios, tienen necesida-des específicas y se encuentran con dificultades y problemáticas varias. Esta im-plicación del ciudadano pasa por un mandato expreso desde la administración pública. De acuerdo con la legislación española, la población puede participar, inicialmente, en calidad de informante (cómo ven las cosas) y, después, en cali-dad de críticos (en qué concuerdan o disienten a la luz de los documentos publi-cados). Como afirma Martínez López (2006, p. 6), “no hay muchas garantías de que lleguen a buen puerto todas las interrogantes que se planteen”.

Esta situación plantea una serie de situaciones paradójicas (o contradictorias) con la esencia misma de la participación: el proceso planificado, impuesto, que puede llegar a ser usado como un medio con intereses políticos claros (aunque no necesariamente manifiestos).

Se menciona como problema, el hecho de que la participación pasa por ser una moda, que se ve bien en las campañas electorales o intereses partidistas, que se insiste en ellos especialmente en el período preelectoral. Vinculado con lo anterior, el proceso corre el riesgo de desvirtuarse, entre otras razones por la inversión en tiempo y dinero que exige. Los plazos naturales no coinciden con las prisas y limitación de recursos que imponen los gestores públicos. De acuer-do con Martínez López (2006), esta es una de las razones por las cuales resulta difícil a los técnicos y políticos entender el sentido y los efectos socialmente beneficiosos de la participación ciudadana en el urbanismo.

Se mencionan también problemas de transparencia en el proceso, reglas poco claras que pueden derivar en el agotamiento y desconfianza de los ciudadanos, e incluso plantear dinámicas vinculadas a temas irrelevantes en el ámbito social simplemente por la “necesidad” de generar procesos participativos (como un fin en sí mismo).

Para otros, la apuesta política por los procesos participativos en el diseño ur-bano es vista como un falso imperativo, ya que se duda sobre la utilización real de la información que se recoge en tales procesos. En otras palabras, los aportes de los ciudadanos no se ven reflejados al final del proceso, en particular en la toma de decisiones y en la ejecución de los planes urbanos definitivos. Esto, sin duda, termina generando un problema de desconfianza desde la ciudadanía y los profesionales de la Psicología ambiental.

Se apunta también el papel de la comunicación, como un aspecto clave de los procesos participativos. En particular se destacan dos problemas: la falta de definición en los canales de comunicación y los procesos de contra-

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comunicación. En relación con el primero, se destaca el hecho del énfasis en la “técnica” participativa (apuntado anteriormente, como el encantamiento que genera la técnica en sí misma), perdiéndose el detalle de la importancia de que la comunicación fluya en todas las direcciones en los procesos partici-pativos. También se alude a los diferentes tipos de lenguajes que se emplean desde los diferentes ámbitos disciplinares: políticos, urbanistas, arquitectos, psicólogos, ciudadanos. Por tanto, se plantean como requisitos tanto la bi-direccionalidad como el uso de un lenguaje comprensible que facilite la co-municación.

En relación con los problemas de contra-comunicación, se hace referencia a las contradicciones entre lo que se comunica verbalmente desde la administra-ción pública y los procedimientos pautados para regular la puesta en marcha del proceso. Tales contradicciones terminan conduciendo a un proceso “pseudo participativo” en el mejor de los casos.

Sobre los objetivos y la naturaleza de los procesos participativos, también se trata el tema de la cultura política de nuestras instituciones como problema de fondo, y cómo afecta a tales procesos participativos. En este sentido, se plantea la necesidad de reflexionar en qué medida la naturaleza de los procesos partici-pativos, como herramienta de gestión de cambio social, es compatible con las sinergias y formas de pensar institucionales, ya que muchas veces, la participa-ción se incorpora como una herramienta tecnocrática más. Por tanto, la parti-cipación pasa de ser una forma de lucha social a una gestión institucionalizada, que en términos abstractos legitima los procesos participativos. Se afirma que la absorción institucional de los procesos participativos puede desactivar su poder de transformación.

La experiencia profesional de algunos psicólogos ambientales vinculados a los procesos participativos que se impulsan desde las administraciones públicas recoge el hecho de que una parte de la población no quiere participar. Por tan-to, se plantean como preguntas clave: ¿por qué la gente no participa? y ¿cómo conseguir que la gente lo haga? Algunas respuestas a estas preguntas iban en la dirección de lo apuntado anteriormente, es decir, la desconfianza, la contraco-municación o incluso la absorción institucional de los procesos participativos. También se apunta que estas preguntas suelen provenir de las administraciones promotoras de procesos participativos, para poder legitimar sus procesos, ade-más de indicar el contexto o las motivaciones de estas para iniciar en ocasiones los procesos participativos. Estas reflexiones han sido apuntadas por autores como Martí y Rebollo (2007) en referencia al contexto sociopolítico de la parti-cipación.

Por último, se concluye que la revisión de la literatura aporta pocas in-vestigaciones sobre los factores involucrados en el proceso participativo, y es prácticamente inexistente cuando se trata de responder a la primera pre-gunta.

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3. Nuevos enfoques teóricos y metodológicos de participación

Ante la pregunta de si son suficientes y adecuados los modelos teóricos y me-todológicos actuales sobre los procesos de participación social, se plantea la ne-cesidad de nuevos enfoques teóricos que expliquen los procesos participativos actuales y que propongan metodologías ajustadas a la realidad social actual. En la revisión de la literatura sobre la participación social, se sitúan los movimien-tos sociales y reivindicativos en la base de este fenómeno. Es decir, la mayoría de los desarrollos teóricos surgen vinculados a las manifestaciones o acciones sociales que tuvieron lugar a finales de los años sesenta e inicios de los setenta. Una muestra de ello es la eclosión del estudio de los nuevos movimientos socia-les dentro de la tradición de la psicología colectiva y su giro político (Della Porta y Diani, 1999; Javaloy, Rodríguez y Espelt, 2001). Por otra parte, este activismo tendrá su reflejo en el denominado urbanismo de defensa (advocacy planning), o de naturaleza reactiva y de anti-planificación como menciona Ellin (1999).

Con este antecedente, las formulaciones teóricas que se plantearon enton-ces, y que aún se encuentran en uso, respondían a un contexto socio-históri-co determinado, con unas necesidades sociales específicas relacionadas con la transformación social y la “lucha”, en lugar de la gestión compartida que luego aparecerá. La participación se entendía como una acción social para incidir o cambiar una situación social específica. Era producto de una reacción social ante situaciones percibidas de injusticia o inequidad social, reacciones desencadena-das por conflictos que partían desde abajo (usuarios) y se dirigían hacia arriba (los gestores, públicos o privados). Una participación que en el debate algunos califican de reactiva, en sintonía con los movimientos sociales urbanos de los 70 en España.

Se afirmó en el debate que la participación social, en general, y la vincu-lada a la planificación de los espacios de la ciudad, en particular, hoy en día, responden a otra realidad y, por tanto, deberían revisarse los planteamientos teóricos y metodológicos que se están usando y ajustarse o adaptarse a las nue-vas demandas. Entre otras cosas, las nuevas formulaciones han de recoger las experiencias de participación actuales, experiencias planificadas y estimuladas desde los organismos públicos e influidas por la agenda política. En este sentido, uno de los rasgos diferenciadores de esta forma actual que toman los procesos participativos hace referencia a la planificación de esta acción, que en adelante denominaremos “participación planificada”.

Se sugiere la necesidad de crear y validar un modelo psicosocial de participa-ción ambiental que integre al menos tres elementos clave: la gestión, la práctica y tener en cuenta el papel del tejido social cohesionado, empoderado, con fuerte identidad. Se muestra acuerdo sobre la necesidad de un tejido social como base para los procesos participativos.

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4. El rol del psicólogo en los procesos de participación

En relación con el rol que debe o puede desempeñar el psicólogo ambiental en los procesos de planificación y diseño de los espacios urbanos, se apunta el papel de formador de otros psicólogos e incluso de los gestores sobre lo que implica un proceso participativo. En relación con el primer aspecto, se trata de formar profesionales de la psicología en las estrategias participativas de manera tal que intervengan en estos procesos, que en algunas ocasiones son desempe-ñados por otros profesionales que no están capacitados para tales tareas por su desconocimiento de la dimensión psicosocial de la participación. Por ejemplo, motivación para participar, empoderamiento, apropiación del espacio, toma de decisiones grupales, etc. Además, se subraya la existencia de competencias dife-renciadas de acuerdo con la formación profesional que, en caso de ser asumidas por otros profesionales, pueden convertirse en limitantes importantes en la ges-tión de los procesos participativos. Por tanto, en el debate se recoge un reclamo competencial.

En cuanto a la formación de gestores públicos, se trata de ofrecer un pano-rama completo de los objetivos, procedimientos y utilidad de los procesos par-ticipativos, para minimizar el posible efecto distorsionante que puede generar la apuesta política por la participación. Morán y Hernández (2002) afirman que cuando los políticos hablan de participación se refieren a otras cosas, como la legitimación de sus propuestas porque se ha informado al público, o la realiza-ción de algún sondeo de opinión, encuesta, etc.

Antes mencionábamos que esta apuesta termina convirtiendo la partici-pación en un fin en sí misma y no la asume como un proceso cuyos resulta-dos deben verse reflejados en las transformaciones de la ciudad. Así pues, la formación de los gestores intentaría frenar esta distorsión y transformar la situación que se está dando en la práctica. Estamos de acuerdo con Morán y Hernández (2002, p. 6) cuando señalan que “la condición esencial para que la participación sea real es la intervención de todos los agentes implicados en todas las fases del proceso: identificación de problemas, determinación de prioridades, definición de objetivos, intervención en el diseño y gestión de soluciones; asegurando que en todo momento la relación entre los diferentes actores es igualitaria”.

También se plantea el rol de mediador en los conflictos que se generan entre grupos sociales, ofreciendo posibilidades de consenso tanto intra como intergru-pal. Esto implica identificar y distinguir previamente entre los diferentes actores sociales (institucionales, comunitarios y privados) y reconocer los intereses de cada una de las partes.

En el rol del psicólogo ambiental como agente de cambio social, también se plantea el tema de los límites en la relación de intervención (analogía con la intervención clínica). Se destaca el riesgo de caer en el paternalismo,

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en el sentido de acompañar el proceso de participación, ya sea por deman-da o petición de alguna de las partes implicadas (o por falta de conciencia/formación del propio psicólogo), más allá de lo deseable o adecuado para el mismo proceso. Por una parte, el profesional de la intervención ambien-tal ha de generar redes sociales independientes, que logren funcionar con cierta autonomía. Por otra parte, el psicólogo ambiental debe saber cuán-do salir del proceso y en este sentido existen herramientas metodológicas que pueden orientar esta decisión. Por tanto, la formación del psicólogo ambiental es clave para prevenir los problemas que se generen en la praxis profesional.

5. Posicionamiento ético

La implicación del psicólogo ambiental en los procesos participativos vin-culados a la gestión de los espacios urbanos exige un posicionamiento ético en tanto ha de tener claro cuál es el objetivo último del proceso participativo, esto es, beneficiar a la mayor parte de los actores involucrados.

En este orden de ideas, se alerta del riesgo del psicólogo ambiental de ser utilizado o estar al servicio de los grupos con intereses políticos y económicos. En el debate se insiste de manera reiterativa en la frase “no todo vale”, en el sen-tido de asumir una postura crítica ante las diversas propuestas o demandas que se hagan al psicólogo ambiental, en tanto interventor ambiental. Esta postura crítica debe estar argumentada no sólo teóricamente, sino también desde un punto de vista ético.

También se exige un compromiso político, entendiendo por política la posi-bilidad de transformación de la sociedad. Martí y Rebollo (2007) suelen aludir al respecto, con la expresión de “hasta donde se está dispuesto a llegar”, refi-riéndose a la necesidad de dejar claras “las reglas del juego” ya desde el inicio del proceso participativo. Esto es, cuál es su alcance, qué es lo qué se quiere transformar y qué legitimar. Sin embargo, se alerta en el debate sobre el riesgo de ideologizar las formas de intervención ambiental, sustituyendo en la praxis el discurso psicológico por el político.

En resumen, el psicólogo ambiental vinculado a los procesos participati-vos debe estar alerta al doble riesgo al que se enfrenta, por una parte, ceder ante los grupos con intereses políticos y económicos implicados en estos procesos y, por otra, que su propia postura política o ideológica desvirtúe el proceso.

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6. ¿Cuál es el modelo de ciudad ideal desde la Psicología am-biental?

En el debate también se retoma este interrogante planteado en el primer capítulo de este volumen, y se recoge un cierto acuerdo de que la definición de ciudad ideal debe hacerse partiendo de objetivos, mas no partiendo de la forma urbana. Esto es, definirla en función de esa visión ideal en una mirada prospec-tiva, de futuro.

Se plantea, por tanto, una definición partiendo de objetivos que asuma la ciudad como espacio urbano habitable, sostenible y participativo. La dimensión de habitabilidad viene dada por las nociones de calidad de vida, bienestar social y satisfacción residencial, tres temas que desde la Psicología ambiental están ampliamente documentados tanto a nivel teórico como empírico. La noción de sostenibilidad se plantea partiendo de generar, a partir de las situaciones de conflicto, situaciones de consenso a favor de las personas y del medioambiente. Por último, la naturaleza participativa del modelo de ciudad guarda relación tanto con los procesos participativos y los de gestión que promuevan estrate-gias motivacionales, informacionales y de empoderamiento en los ciudadanos, y que se traducen en las nociones de “querer”, “saber” y “poder”, pilares básicos de la participación. El debate se cierra planteando la necesidad de dialogar más acerca de los modelos de ciudad.

7. Una reflexión a modo de cierre

En una lectura transversal del debate se asoma un cierto discurso de crítica hacia la acción de los gestores y también el papel de los ciudadanos, en tanto se registra en los primeros un miedo a los procesos participativos (o miedo a ceder el poder), y una cierta apatía o reticencia ante las invitaciones a participar en los segundos. Desde los planteamientos de la teoría de la atribución, ámbito de conocimiento psicológico, se sugiere un ejercicio de reflexión auto-crítica, que en el análisis de la intervención ambiental lleve a centrar la atención en la praxis del psicólogo ambiental, como una manera de reducir la atribución de responsabilidades externas -a los gestores y ciudadanos- sobre las dinámicas y problemáticas asociadas a los procesos de participación social.

Se reconoce que los ciudadanos no siempre demuestran interés en partici-par, ni siquiera en la elección de representantes en quienes delegar la toma de

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decisiones. No hay que perder de vista que el conocimiento de las formas de go-bernar pueden generar desinterés y apatía pero, sobre todo, falta de credibilidad respecto al desempeño gubernamental. Quizás entonces habría que volver a una de las preguntas fundamentales: ¿participación, para qué? Y para responderla hay que tener en cuenta que la participación es una tendencia natural del ser humano, en el sentido de ser agente de su propia vida y de controlar y transfor-mar su entorno. Es una capacidad de agencia compartida con el resto de seres humanos y que permite la realización personal y social (Moreno y Pol, 2000). Además, para participar, la gente necesita sentirse partícipe, miembros de, parte integrantes de grupos, barrios, pueblos, comunidades, ciudades, etc. Creemos que se debe promover, por tanto, no sólo la participación institucionalizada, sino también, al mismo tiempo, apoyar y atender de manera respetuosa la par-ticipación social autónoma.

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Parte 2. Ciudades y calidad de vida

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Capítulo IV

Paisajes urbanos: ciudades habitables

M. Carmen Hidalgo VillodresUniversidad de Málaga

Desde sus inicios, la Psicología ambiental ha sufrido muchos cambios en su objeto de estudio, reflejando los diferentes enfoques, tendencias, orientaciones e intereses de cada momento histórico (Pol y Vivas, 2005). La primera Psicología de la Arquitectura, a finales de los años 60, interesada en evaluar y mejorar el diseño de los espacios construidos, dio paso en los 80 a una inquietud por con-tribuir a frenar el deterioro del medioambiente natural mediante el cambio de actitudes, valores, creencias y comportamientos. Aunque el objeto de estudio, la interrelación persona-ambiente, no se modifica, se traslada el énfasis desde el ambiente hacia la persona, así como del medioambiente construido al medioam-biente natural, hasta el punto de que muchos autores llegaron a hablar de una nueva subdisciplina, a la que bautizaron como Psicología ambiental Verde o Psicología de la Conservación (Corral-Verdugo, 2001; Myers, 2001; Pol, 1988).

Actualmente son numerosas las voces que argumentan la artificialidad de diferenciar entre los estudios que se centran en el efecto del ambiente en la conducta y aquellos que analizan los efectos del comportamiento sobre el en-torno, así como los que distinguen entre los focalizados en el medio construido y aquellos otros centrados en el medio natural (Castro y Calvo, 2005; Corral-Verdugo, 2006; Francescato, 2006). La misma definición de la disciplina alude a las relaciones recíprocas entre persona y ambiente (Altman y Rogoff, 1991), pero además es obvio que no puede hablarse de ambiente construido sin tener en cuenta su repercusión sobre el ambiente natural; las ciudades, y los modos de vida que en ella imperan, comparten un nada despreciable grado de responsa-bilidad en los desequilibrios globales del medio natural (Castro y Calvo, 2005). Las ciudades son los principales consumidores de recursos naturales, así como los principales emisores de residuos y contaminación atmosférica. Desde el pa-radigma de la sostenibilidad, carece de sentido analizar la problemática urbana sin contemplar su interrelación con el medio natural. Desde todos los frentes

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se asume la necesidad de un enfoque integrador en el análisis de los sistemas urbanos. La Psicología ambiental se enfrenta al reto de contribuir al desarrollo de ciudades sostenibles, adecuándose así, como hemos visto, a las tendencias, orientaciones e intereses de cada momento histórico.

Ahora bien, como señalan diversos autores (Francescato, 2006; Stamps, 2000), a pesar del desarrollo de la disciplina en los últimos años, su influencia en las decisiones que conciernen a las intervenciones sobre el medioambiente, tanto a nivel privado como colectivo, ha sido limitada. Como afirma Stamps (2000, p. XI), “existe una considerable cantidad de evidencia empírica que es directa-mente relevante al Design Review, (…) aunque existe una desconexión sustancial entre los hallazgos científicos y la práctica actual del Design Review”. Un conjun-to importante de profesionales (arquitectos, urbanistas, abogados, ingenieros, historiadores, etc.) están dedicados a la difícil tarea de mejorar el diseño urbano, con unos resultados nefastos, de acuerdo con este autor. Para Stamps, las indica-ciones y recomendaciones habituales del Diseño Ambiental se caracterizan por ser vagas e imprecisas, tautológicas, con objetivos superpuestos, e ideas confusas imposibles de concretar e implementar en un diseño. Aunque este autor plantea un buen número de ideas y sugerencias para paliar estas deficiencias, es induda-ble que queda un largo camino por recorrer.

Francescato (2006) señala como causas de esta situación, en primer lugar, la posición teórica del campo, con una amplia gama de perspectivas epistemoló-gicas, ontológicas y metodológicas; en segundo lugar, la predominancia de los factores psicológicos con la consiguiente desatención de los aspectos ambienta-les (en este aspecto también coincide Corral-Verdugo, 2006); en tercer lugar, la dificultad de la Psicología ambiental para afrontar los enfoques interdisciplina-rios; y en último lugar, la reticencia de las administraciones públicas para aplicar los hallazgos de los estudios científicos cuando ello implique un conflicto con la población o los intereses de los sectores predominantes. Para este autor, existen esferas del “Smart Growth”1 que son de competencia específica de la Psicología ambiental y por ende idóneas para encontrar un hueco en el difícil trabajo in-terdisciplinar del campo aplicado. Estas esferas concretas serían las siguientes. Por un lado, la evaluación de las intervenciones realizadas; es evidente que la evaluación científica resulta imprescindible ante la obtención de intervenciones eficaces, como por ejemplo la remodelación de un barrio residencial o la ubica-ción de una zona de ocio. El estudio conjunto de las actitudes de la población y de las autoridades públicas, las relaciones entre el medioambiente y la salud física y mental y el desarrollo de programas educativos sobre el medioambiente son otras de las parcelas propias de nuestra disciplina, sobre las que Francescato (2006) sugiere que se debe incidir.

Existe al menos otro dominio que se puede añadir a los anteriores, que cuen-ta con una gran tradición en la Psicología ambiental, y al que sin embargo pocos

1. Movimiento creado en EEUU por la Agencia de Protección Ambiental y la Universidad como respuesta a la preocupación por hallar nuevas modalidades de crecimiento que permitan estimular la economía, proteger el medio ambiente e incrementar la vitalidad de la comunidad.

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autores aluden. Nos referimos al campo de la valoración o percepción ambiental. Desde los años 60 y especialmente a partir de los 70, hemos asistido a un gran desarrollo del interés por la preferencia estética de las personas por distintos tipos de paisajes, y de forma especial por las razones de esta preferencia. Surgida en el campo de la geografía, y unida a una serie de factores tales como el interés por la percepción ambiental de los expertos y la preocupación por la calidad am-biental de los ciudadanos, esta línea de investigación se ha convertido en una de las más constantes entre aquellas que analizan la interrelación entre la persona y su entorno sociofísico. Con base en los estudios de Berlyne sobre preferencia es-tética (1960), se han desarrollado una multitud de trabajos empíricos y teóricos que han dado lugar a la formulación de diferentes teorías y modelos que tratan de dar cuenta de la respuesta de preferencia por un determinado paisaje.

La utilidad práctica de los resultados de esta línea de investigación ante el di-seño urbano es evidente. La ciudad, el entorno urbano en general, puede llegar a ser muy satisfactorio para sus habitantes, siempre y cuando conozcamos las características de dichos entornos que los hacen no sólo habitables, sino más aún, agradables, amigables y disfrutables. La Psicología ambiental puede y debe contribuir a este objetivo, desarrollando estudios que permitan identificar esas propiedades a través de las valoraciones que las personas hacen del ambiente que les rodea. Ésta es precisamente una de las líneas de investigación en este campo, aquella que trata de responder a la cuestión: ¿Cuáles son las característi-cas de los espacios urbanos preferidos por sus habitantes? Los trabajos realizados ofrecen algunas respuestas, pero no hay duda de que es necesario un esfuerzo mucho mayor en este sentido.

Una de las características más examinadas y sobre la que existe un mayor con-senso actual es la capacidad restauradora de los lugares (restorativeness). Tanto los lugares favoritos como los lugares preferidos (estéticamente) han sido evaluados como más restauradores que sus contrarios, es decir, han recibido puntuaciones más elevadas en la Escala de Restauración Percibida, tanto en la escala general como en sus cinco componentes: Evasión, Fascinación, Coherencia, Comple-jidad y Misterio (e.g. Korpela, Hartig, Kaiser y Fuhrer, 2001; Staats, Kieviet y Hartig, 2003; van den Berg, Koole y van der Wulp, 2003). Parece pues que algu-nos de los beneficios psicológicos que proporcionan los lugares preferidos están relacionados con su capacidad para poder relajarse, olvidarse de los problemas y las preocupaciones diarias (evasión), captar nuestra atención sin esfuerzo (fasci-nación), constituir un ambiente coherente y completo por sí mismo (extensión) y que se ajuste a nuestras inclinaciones personales (compatibilidad). Algunos es-tudios recientes incluso han registrado medidas fisiológicas y atencionales para evaluar la capacidad de recuperación del estrés de distintos ambientes. Por ejem-plo, Hartig, Evans, Jamner, Davis y Garling (2003) hallaron evidencia empírica de una mayor recuperación del estrés (medido a través de la presión arterial) y de la capacidad atencional después de un paseo por un ambiente natural frente a un paseo equivalente en un ambiente urbano. En la misma línea, Laumann, Garling y Stormark (2003) encuentran niveles más bajos de presión arterial en

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los sujetos expuestos a un vídeo natural en comparación con los que vieron un vídeo urbano. Generalmente, los ambientes naturales suelen ser preferidos y considerados más restauradores que los ambientes urbanos, aunque algunos estudios han hallado niveles similares de preferencia y capacidad restauradora en ambientes urbanos y naturales (Herzog, Colleen, Maguire y Nebel, 2003; Ga-lindo e Hidalgo, 2005; Hidalgo, Berto, Galindo y Getrevi, 2006). Estos trabajos tienen la particularidad de que evalúan diferentes tipos o categorías de escenas urbanas (e.g. ambientes residenciales, comerciales, recreativos, lugares históri-cos y zonas industriales), a diferencia de los trabajos anteriores, en los que la categoría urbana era considerada como un todo. Así, Herzog et al. (2003) evalúan el potencial restaurador percibido (perceived restorative potential) y la preferencia de diversas escenas naturales y urbanas, encontrando por primera vez que algu-nas de las escenas urbanas presentan niveles superiores en estas dos variables que algunas de las escenas naturales. Galindo e Hidalgo (2005) e Hidalgo et al. (2006) encuentran que algunas de las categorías urbanas, por ejemplo los luga-res históricos, son significativamente evaluadas por sus habitantes como más restauradores que el resto. Hasta ahora se había observado una amplia preferen-cia por la categoría natural frente a la urbana. Pero parece que también dentro de los ambientes urbanos existen categorías claramente preferidas. Y precisa-mente son las escenas o categorías de escenas menos representadas en la gran mayoría de los estudios sobre preferencia urbana. Parece pues clara la necesidad de incorporar estas categorías en futuros estudios sobre preferencia urbana. De cualquier modo, hasta ahora sabemos muy poco sobre cuáles son las propieda-des físicas relacionadas con las propiedades restauradoras de un lugar, por lo que no estamos en disposición de ofrecer pautas o indicaciones orientadas al diseño de ambientes restauradores. Ésta podría ser una línea interesante a desarrollar ante el futuro.

Por otra parte, desde la formulación del Modelo Informacional de Kaplan y Kaplan (1989), se ha dedicado un considerable esfuerzo a lograr la confirmación empírica de la relación predicha en este modelo entre la preferencia ambiental y las cuatro variables informacionales: misterio, complejidad, legibilidad y cohe-rencia. Recientemente sin embargo, Stamps (2004) lleva a cabo un metaanálisis de los trabajos publicados, llegando a la conclusión de que la gran cantidad de investigación desarrollada hasta el momento no ha generado resultados replica-bles en otros estudios posteriores. Existe una gran heterogeneidad en los datos obtenidos tanto para ambientes naturales como para ambientes urbanos, lo que lleva a este autor a una conclusión tan descorazonadora de esta línea de inves-tigación: “A veces el misterio está negativamente relacionado con la preferencia (r = -0,45), a veces está fuertemente relacionado con la preferencia (r = 0,95), a veces no está relacionado con la preferencia (r = 0,09). Similares hallazgos se han obtenido para las cuatro variables informacionales” (Stamps, 2004, p. 13). Con esto no quiere decir que el Modelo Informacional no sea válido, pero qui-zás sean necesarios otros métodos para evaluar las variables y poner a prueba las hipótesis, ya que a menudo estamos trabajando con conceptos muy vagos e

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imprecisos. Stamps (2004) sugiere, por ejemplo, como línea de investigación a desarrollar, sustituir estas medidas subjetivas y ambiguas por otras más objetivas y específicas. Así, en vez de preguntar a los sujetos “how much is going on in the scene” o “how well a scene hangs together”, estas mediciones pueden sustituirse por el tiempo real que una escena capta nuestra atención, ejecuciones reales en ambientes reales o simulados, etc.

Otros trabajos, utilizando preferentemente dibujos o fotografías de imágenes urbanas, han puesto a prueba otras variables tales como la altura de los edificios, la antigüedad o la existencia de entradas visibles. Los resultados tampoco son con-cluyentes. Por ejemplo, a pesar de que algunos estudios han encontrado una ma-yor preferencia por los edificios antiguos frente a los nuevos, cuando se controla el nivel de mantenimiento (e.g. Frewald, 1989; Herzog y Gale, 1996), un análisis más detallado muestra una interacción de la edad del edificio con la complejidad, de forma que en edificios complejos y bien mantenidos, la edad no influye en la preferencia, mientras que en edificios poco complejos son preferidos los más an-tiguos frente a los nuevos (Herzog y Shier, 2000). Serían interesantes más estudios en esta línea, de forma que se pudieran identificar las características físicas del diseño urbano mejor evaluados por los habitantes de estos espacios.

En otros estudios (Galindo e Hidalgo, 2005; Hidalgo et al., 2006), los habitan-tes de varias ciudades han elegido los espacios urbanos más y menos valorados estéticamente y posteriormente los evaluaron en un conjunto de características formales y simbólicas (Nasar, 1994). Los espacios urbanos preferidos estética-mente fueron evaluados significativamente superiores en apertura, novedad, luminosidad, vegetación, mantenimiento, congruencia, riqueza visual, lugar histórico, lugar de ocio y de encuentro. Curiosamente, ambos tipos de lugares (preferidos y no preferidos) pertenecen a categorías diferentes. El 99% de los lugares preferidos pertenecen a lugares históricos y recreativos, mientras que el 87% de los no preferidos pertenecen a espacios residenciales, administrativos o industriales. Sin embargo, cuando se interroga por “lugares favoritos” en vez de “lugares preferidos estéticamente”, los espacios residenciales tales como la casa, el dormitorio o el barrio aparecen como algunos de los más importantes (Devine-Wright, 2007; Korpela y Hartig, 1996; Korpela et al., 2001). Los lugares considerados “hostiles” o no deseados son generalmente espacios urbanos haci-nados, tales como una calle comercial, un atasco o un centro comercial, y otros entornos deteriorados, como un suburbio de las afueras o una zona industrial. Así pues, vemos que hay entornos urbanos tales como los lugares históricos y los recreativos valorados favorablemente por una amplia mayoría de los habitantes de una ciudad, mientras que el entorno residencial puede ser evaluado de forma muy diferente por las personas que lo habitan o por otras personas. Es evidente que el significado que estos lugares adquieren para las personas que los habitan, y los lazos afectivos de apego e identidad que se desarrollan hacia estos lugares adquieren una importancia destacada en su valoración. Por último, hay otro tipo de entornos urbanos que son casi unánimemente despreciados, como es el caso de las zonas industriales.

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En resumen, la revisión sobre preferencia ambiental pone de manifiesto cómo esta línea de investigación puede aportar conocimientos relevantes a la práctica del Diseño Ambiental, si bien son necesarios nuevos estudios que permitan con-solidar los resultados obtenidos, así como otros que permitan trasladar dichos conocimientos a la intervención. Como indicábamos más arriba, “existe una desconexión sustancial entre los hallazgos científicos y la práctica actual del Design Review” (Stamps, 2000, p. XI). El reto es trazar las líneas de unión entre ambos. Consolidar y ampliar los hallazgos de la investigación, establecer puen-tes de conexión entre ambas prácticas, investigación e intervención y trabajar en equipos multidisciplinares pueden ser algunos de los objetivos a alcanzar.

Cuestiones para debatir:

1. ¿Cuáles son las propiedades de un espacio urbano para que pueda ser con-siderado por sus residentes? ¿Habitable, amigable, disfrutable?

2. ¿Cómo contribuir desde la Psicología ambiental a mejorar el diseño urba-no de forma que se optimice la adecuación entre un ambiente construido y las necesidades, expectativas y deseos de las personas que lo habitan?

3. ¿Es necesario un cambio de enfoque en los estudios psicoambientales so-bre la ciudad?

4. ¿Qué perspectiva deben tomar estos estudios?

5. ¿Cómo conseguir impulsar estos enfoques?

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Capítulo V

Nuevos retos, desafíos y oportunidades para la investigación de ciudades habitables

Mireya Palavecinos TapiaUniversidad de la Frontera de Temuco, Chile, UFRO

El presente capítulo constituye una reflexión respecto de algunos campos de investigación que actualmente se desarrollan en el área de la Psicología am-biental y Psicología urbana en España. Esta interrogación sobre el papel de la disciplina en el contexto ciudad fue el eje principal de discusión tras la ponencia de Mari Carmen Hidalgo, quien también planteó otras cuestiones que no que-daron tan enfatizadas en el debate. El texto intenta ser un reflejo de los princi-pales temas abordados, con especial énfasis en las reflexiones que proponen los participantes respecto a los desafíos para la Psicología ambiental, así como el análisis de posibles soluciones para los problemas diagnosticados desde la disci-plina para la vida en las ciudades. Los temas abordados a lo largo del capítulo se resumen en la siguiente lista:

Rol de la Psicología ambiental en la ciudad• : estudios y aplicaciones en la ciudad, en los espacios públicos.

Nuevos retos y oportunidades• : adecuación y adaptación de conteni-dos a los problemas y necesidades actuales.

Desafíos teóricos• : necesidad de integración de modelos existentes, ve-lar por una mejor coherencia entre teoría y práctica, considerando los aportes de modelos globales previamente existentes.

Desafíos metodológicos• : Revisar y adaptar los métodos a las necesi-dades, definir herramientas más ágiles según el contexto y que permitan mantener una visión global sobre el abordaje de temas locales.

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© Editorial UOC 76 Psicología de la ciudad

Desafíos para el trabajo práctico-profesional• : desarrollo de estrate-gias de trabajo interdisciplinar, aporte en temas como conflicto, liderazgo y fomento de la participación social.

Perspectiva ética• : Necesidad de responder a preguntas como ¿quién y cómo se decide lo que se estudia?, ¿cómo se hace?, ¿para qué? y ¿qué se hace con los resultados obtenidos?, el rol del investigador.

1. Rol de la Psicología ambiental en la ciudad

El debate se inicia con un intento de responder a la pregunta central, pro-puesta durante la exposición que lo precede ¿Existe un posible declive o des-interés en la Psicología ambiental, en los últimos años por realizar estudios en psicología de la ciudad? Se apunta que la investigación, en la actualidad, parece haber derivado hacia problemas ambientales del medio natural, a pesar de que el cincuenta por ciento de la población mundial vive en ciudades y que algunos de los problemas que sufren las personas día a día son, principalmente, debido al hecho de tener que vivir en entornos urbanos considerados hostiles (ej. pro-blemas de salud u otros derivados de la contaminación del aire, acumulación de residuos, excesivo tiempo en el transporte urbano, por mencionar algunos).

Se afirma que casi todas las personas de la España actual tienen vida urbana, aunque no vivan en una ciudad. Esto debe ser considerado y distinguirse al momento de investigar y teorizar, cuidando de no hacer sinónimo “ciudad” de “vida urbana”, al menos en el contexto de lugares como Barcelona, Madrid y otras áreas metropolitanas extensas. Quienes actualmente usan los entornos naturales son urbanitas, y aplican las normas de la vida en ciudad en el espacio natural, usando modelos de relación con el entorno que son urbanos (p.ej. en-cender fuego y pensar que es como en la cocina de casa, provocando serio riesgo de incendios).

Por otro lado, si consideramos esta realidad parece relevante entonces que la Psicología ambiental tenga mayor presencia en estudiar e intentar comprender los procesos involucrados en el desarrollo de movimientos sociales ecologistas, que se generan alrededor de la vida en las ciudades como forma de contrarrestar las tendencias del mercado y sus efectos dañinos sobre el ambiente. Los factores económicos son fundamentales al momento de decidir aspectos de la gestión am-biental, y no siempre se miden las consecuencias ecológicas que estos tendrán en el contexto en que se ejecutarán. La búsqueda de un equilibrio entre la experien-cia psicosocial positiva, la participación ciudadana y la sostenibilidad, es un reto

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a enfrentar. Parece necesario entonces entrar con fuerza en estudiar el tema de la percepción del impacto de la construcción sobre la vida, las nuevas ciudades y barrios, la movilidad sostenible, el impacto de la construcción sobre el paisaje, los nuevos espacios de urbanización y las formas de movilización social surgidas en torno a esto. En la actualidad, esta conexión entre los hallazgos científicos con la participación social, el diseño de la gestión y la política ambiental, puede transfor-marse en uno de los objetivos de los psicólogos ambientales.

La respuesta a cual es el rol de la Psicología ambiental en el estudio de la ciudad, lleva a que algunos participantes destaquen algunos de sus contenidos y aportaciones. Vivir en ciudad está relacionado con el vínculo persona–entorno y satisface aspectos tan importantes como el apego, la identidad, la preferencia y el ocio. A las aportaciones sobre estos aspectos, se añade el de los niveles de sa-tisfacción de la vida en la urbe, generalmente altos, lo que para algunos es cues-tionable. Preocupa si los estudios que han realizado estas mediciones, pudieran estar dejando de lado aspectos importantes a ser evaluados al medir la calidad de vida de las personas en su relación con un entorno saludable. Considerando estos elementos, parece importante entonces investigar tanto los aspectos posi-tivos como los negativos de vivir en ciudades.

Surgen voces discrepantes respecto de la afirmación que algunos de los pre-sentes defienden: “la exigua proporción de estudios urbanos en los últimos tiempos”. Para una amplia mayoría, el tema ha sido relevante en la Psicología ambiental de los últimos años. Se puede pensar que se ha estado redefiniendo la orienta-ción de los estudios, pero se cree que no ha decaído la cantidad de los trabajos, ni el nivel de la investigación sobre el tema. Se plantea que lo que está sucedien-do es que el quehacer se está readecuando a los cambios. Como ejemplo para reafirmar esta idea, se cita un artículo de la Revista Medio Ambiente y Compor-tamiento Humano, realizado por María Amérigo1, en el cual se revisan 27 inves-tigaciones en Psicología ambiental, en los últimos 10 años. En este documento, se indica que un tercio de las investigaciones en España tratan sobre estudios en el medio urbano. En segundo término, esta idea se fortalece con datos obtenidos después de analizar las ponencias presentadas durante el IX Congreso de Psico-logía ambiental realizado en Madrid el año 2006. Estos datos reflejarían que el tema está presente en la investigación, y que ha tenido incluso un incremento en comparación a épocas anteriores. Aunque también se constata que los inte-reses y contenidos han cambiado desde la Psicología ambiental en sus inicios, entonces ligada a estudios sobre arquitectura de la ciudad. Un buen ejemplo de esto es la International Association for People-Environment Studies (IAPS) que co-mienza con estudios centrados en la arquitectura y hoy, sin dejar de abordar esta temática, ha ampliado su espectro. La Psicología ambiental continuamente está redefiniendo sus intereses, en palabras de uno de los participantes, “más bien parece que lo actual en psicología de la ciudad, es un momento de cambio con desafíos y oportunidades nuevas por enfrentar”.

1. Amérigo. (2006).

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2. Nuevos retos y oportunidades

Surgen así ideas y propuestas de nuevos temas a los que la psicología debería estar alerta si quiere garantizar su aporte, además de la cuestión de cómo deben ser incorporadas en la formación académica. Se valora la capacidad de poder adelantarse a las situaciones que ocurren en la vida cotidiana y que de no ser abordadas a tiempo, pueden llegar a derivar en un grave peligro para la calidad de vida de las personas. Especial interés para futuras investigaciones, podrían implicar temas como el diseño arquitectónico de las ciudades, su efecto en las personas y el estudio de las características y consecuencias del creciente fenóme-no de movilidad geográfica, además de social2. En el primer caso se plantea la revisión de algunos tópicos como el apego o la identidad de lugar a partir de los nuevos patrones de movilidad residencial, como el hecho de vivir en diferentes ciudades a lo largo del año por motivos de estudio, trabajo o familiares. Por otra parte, también se apunta que idealmente, las sociedades deben tender a tener una mayor movilidad social. En la actualidad esto está siendo muy dinámico, algunas personas con su esfuerzo y mérito, pueden mejorar algunos aspectos de su calidad de vida y subir en la clase social. Pero sabemos de sociedades en que esto no ocurre, lo que genera pocas esperanzas de progreso para sus miembros, pues las personas tienden a retener el estatus social de sus antepasados sin im-portar su esfuerzo personal. A medida que las sociedades se vuelven complejas, aumenta la división social del trabajo, lo que favorece el escenario para una mayor desigualdad social en una disfunción entre el discurso de posibilidades y su efectiva realización.

Otro tema a considerar en las investigaciones del siglo XXI son los efectos de las zonas degradadas y sus consecuencias para la vida del ser humano y la del medio. Se apunta que este reto lleva a analizar la necesidad de que la Psicología ambiental dé soluciones a problemas teóricos pero también a problemas sociales. Parece plan-tearse aquí la cuestión de la relevancia social y política de la disciplina y la cuestión del impacto social de la academia. Se afirma que los Ayuntamientos deben asumir un rol mayor, cada vez más activo en temas sociales y en resolver conflictos de este tipo, por lo que parece primordial que la Psicología ambiental se interese por participar en comprender estos temas, y se inserte entonces en los espacios de toma de decisiones locales. Para conseguir esto, es necesario adaptar a la realidad social

2. Movilidad social, vinculada a la teoría de las clases sociales y a la teoría de la meritocracia. En su otro significado, quiere decir en qué medida el logro socioeconómico se hereda. Se identifican dos tipos, la horizontal , que es el paso de los individuos o de los grupos de un grupo profesional, de una rama industrial a otra, de un círculo ideológico a otro, sin que esto implique la alteración del estatus social. Esta movilidad se da también transgeneracionalmente, cuando los individuos pertenecientes a una familia cambian de profesión con respecto a sus ascendientes, siempre y cuando este cambio no implique un cambio en el estatus socioeconómico de la familia en general. En cambio, la movi-lidad vertical puede ser descendiente o ascendiente. Se refiere al cambio de una clase a otra (Erikson y Goldthorpe, 1993; Bourdieu, 1984).

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local y cotidiana los modelos teóricos y metodológicos en uso, ya no vale la réplica de estudios realizados en otros contextos. Esto permitiría mejorar la eficiencia al resolver temas como los vinculados a los procesos de toma de decisiones, incidir en ellos, apoyar con la generación de conocimiento en cuestiones como la formación de líderes y estrategias de participación social, apoyando la puesta en marcha de las Agendas 21, entre otros. Son todos desafíos necesarios de abordar a corto y medio plazo, lo que viene a reafirmar la necesidad de trabajar “con y para” los usuarios de los servicios, con los involucrados. Son estas personas con su comportamiento, quienes pueden impactar de mejor forma en los gestores. Para comenzar a conse-guir esto, la ciencia tiene el gran desafío de traducir el lenguaje científico en algo comprensible para la mayoría y la necesidad de aportar herramientas ágiles para téc-nicos y/o gestores, herramientas útiles en el día a día, sin perder la visión global.

3. Desafíos teóricos

Se afirma que el reduccionismo nos impide integrar la complejidad de las si-tuaciones, siendo necesario reconocer la dialéctica de los procesos, considerar por tanto el paradigma de la complejidad3 en las investigaciones en psicología de la ciu-dad, abordando por ejemplo, las divisiones entre las disciplinas y también el aporte de cada una al tema. Los modelos simplistas seducen, pero se requiere definir qué queremos y debemos estudiar, para luego ver qué modelos usar. Se critica que se han estado usando modelos de análisis que no siempre se aplican a nuestra realidad local (“debemos salir a la calle, dejar el despacho de la universidad, estudiar a las perso-nas y ver cómo viven en el medio y no sólo el espacio”). Otro gran desafío reconocido en esta línea, es el de conectar los resultados de las investigaciones científicas con las intervenciones sociales para que sean eficientes. En este sentido, hay quien lo ejemplifica a través de la estética urbana, donde a pesar de haberse identificado tres elementos básicos (óptica, lugar y contenido), los modelos de evaluación están centrados en la óptica, dejando de lado los otros dos aspectos, lo que puede explicar las deficiencias que vemos en algunos estudios. Si no se rompe con los aspectos que nos permiten avanzar, se entra en un callejón sin salida.

Se cita al respecto el caso de Lynch (1960, 1985) con sus estudios sobre repre-sentación del espacio urbano, que influyó fuertemente en los primeros estudios en Psicología ambiental, aunque se puedan ver ahora algo confusos. De igual modo, el estudio de Stamps (2000) sobre “ciudades habitables”, es un buen ejemplo de cómo, a veces, una buena y elegante teoría no garantiza los resultados esperados. Se afirma que la dicotomía ciudad–entorno natural, o elementos naturales, no nos hace bien

3. Morín (1994).

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y no ayuda. El desafío puede ser que no pensemos la ciudad en conjunto, sino como un espacio morfotipológico4, citándose al respecto el Congreso de Nuremberg, de septiembre del 2007, donde se presentaron trabajos en el que estos elementos están presentes (p.ej. restauración en la vista de un jardín y una calle peatonal). Las bases definitorias y los elementos constitutivos de la morfología urbana, se fundamentan en dos criterios que cimientan la propuesta: la aproximación genética y la relevan-cia de la parcela como unidad de análisis fundamental. Conzen (1960) definía así los elementos básicos del paisaje urbano: el plano de la ciudad (compuesto de cua-tro componentes: sitio, viario, parcelario y proyección plana de la edificación), los tipos edificatorios y los usos del suelo. El estudio del sitio y del viario formaba parte de la definición más tradicional del plano de la ciudad. Aunque persista la falta de integración teórica entre los temas y áreas, se cuenta con importantes aportes. Lo que sucede es que a veces, la práctica se divorcia de los modelos y existe el desafío de extender aún más el trabajo interdisciplinar.

Otro de los retos que se indica como importante y que no se ha considerado suficientemente, es el tema de los entornos restauradores y su posible conexión con la Psicología positiva. Desde la Psicología general y la Psicología ambiental se ha abordado sólo desde un enfoque o paradigma adaptativo de calidad ambiental (p.ej. ruido, variables ambientales en la conducta etc.). Pero también hay una línea liderada por estudios de entornos restauradores, que conecta muy bien con esta psicología, según la cual, más allá del hedonismo o eudemonismo, esto expresa lo que hace realmente feliz a la gente, una vida significativa, por tanto, lo importante es crear entornos significativos para las personas. La propuesta incita a ser capaces de interactuar con los modelos y tendencias de investigación, ser capaces de organi-zar investigaciones diversas, coherentes e integradas. Por ejemplo, trabajar con un entorno significativo puede dar una buena alternativa a los temas de apego e iden-tidad, que están presentes en el sustrato básico de las relaciones entre las personas, y es lo que define un entorno significativo para las personas.

4. Desafíos metodológicos

Se señala que las relaciones lineales son una anécdota en la naturaleza, de ahí que se planteen alternativas teóricas y metodológicas no lineales como los enfoques dia-lécticos o transaccionales. Algo similar sucede en la gestión en las administraciones, donde a veces se interviene en los problemas de forma fragmentada. Claramente

4. La formulación moderna y más acabada del concepto morfología se debe a la figura de M. R. G. Conzen, un geógrafo y urbanista de ascendencia centroeuropea, exiliado después a Gran Bretaña (véase Alnwick, 1960).

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esto no colabora en la posibilidad de encontrar soluciones a los problemas ambienta-les en las ciudades, no se puede olvidar que esto ocurre también en otras disciplinas, pero no se puede echar la responsabilidad hacia fuera y por tanto aceptar que esto también ocurra en el interior de la Psicología ambiental como disciplina científica. Desde esta perspectiva entonces, además de estudiar la calidad del ambiente, se va-lora la necesidad de estudiar el significado del entorno y organizar propuestas cohe-rentes sin perder la perspectiva ética. Preguntarse quién define lo que es adecuado, cómo se mide o qué factores deben ser considerados en el momento de evaluar e intervenir, son reflexiones necesarias e indispensables cada vez que se diseña una intervención o un proceso de investigación. Algunos de los actuales modelos de la Psicología social parecen no ser suficientes para abordar estos desafíos, y puede que actualmente desde la Psicología ambiental no se tengan modelos potentes para explicar la complejidad de la conducta urbana, con esto se puede correr el riesgo de mantenerse alejados de los procesos cotidianos y de toma de decisiones.

De esta forma, deben ser considerados algunos pasos metodológicos que re-sultan adecuados y coherentes con este objeto de estudio, como ir al territorio y observar lo que sucede en las ciudades con sus ciudadanos, a través de la con-textualización histórica y territorial. Esto implica un mayor compromiso social y político, hacer ciencia con la gente que vive en los espacios y los usa, trabajar directamente con la población y sus necesidades, con independencia de la me-todología que utilicemos.

Las investigaciones se deben fortalecer en hablar de “los” espacios urbanos, los diferentes espacios urbanos, se echa de menos también hablar más sobre “los espacios públicos”. Es crucial estudiar la vida de plazas, jardines, sus usos y diseños (puede que la hostilidad de la ciudad tenga que ver con cómo están di-señadas las ciudades en la modernidad). Parece relevante entonces analizar qué es la ciudad en sus diferentes partes, la “ciudad” no existe como unicidad, como modelo único (la ciudad buena o mala), hay muchos modelos de ciudad. Consti-tuye un avance discutir sobre esto y preocupa también que exista un empeño en demostrar que el ser humano puede adaptarse a todo, sin importar lo deficitario que sea el entorno o espacio, no se debe olvidar que la adaptación conlleva tam-bién un gran riesgo para las personas (la teoría de la disonancia cognitiva nos entrega aportes en relación con esta cuestión (Festinger, 1957).

5. Desafíos para el trabajo práctico profesional

Además de esclarecer problemas teóricos y metodológicos, se indica que podemos intentar dar solución a problemas sociales, soluciones para la ciuda-

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danía que busca ejercer sus derechos para mejorar la calidad del medio y de la vida de las personas. Esto no es tarea fácil, requiere de conexión entre los espacios donde se descubre el conocimiento científico, donde se desarrolla la política ambiental y donde se toman las decisiones. Se deben establecer puentes de conexión entre quienes realizan los hallazgos científicos y donde estas cosas ocurren y se deciden (Ayuntamientos o gobiernos autónomos), los centros nucleares donde realmente se definen las políticas de administración de los espacios urbanos.

No siempre existe conocimiento o interés en los científicos acerca de cómo se adoptan las normas y se toman las decisiones políticas respecto a los temas ur-banos, el cómo y quiénes participan, cuál es el proceso concreto, dónde y cómo se adopta una decisión, o dónde se puede incidir. La inserción de psicólogos ambientales en la toma de decisiones permitiría incidir en el diseño y las normas de participación, exige dedicación y tiempo que no siempre se está dispuesto a dedicar a esta tarea. A modo de ejemplo, se mencionan algunas experiencias exitosas llevadas a cabo por equipos de investigación ligados a centros universi-tarios en España, por ejemplo el proyecto de colaboración de la Universidad de La Coruña con los gobiernos locales, el cual ha puesto en marcha procesos de Agenda 21 (coordinado por Ricardo García-Mira). De igual forma, se comenta la experiencia desarrollada por el equipo de investigación en Comunicación y Educación ambiental de la Universidad Autónoma de Madrid, en convenio con el Ayuntamiento de Madrid5, donde se han desarrollado proyectos de investi-gación e intervención ambiental dirigidos a conocer los resultados de las estra-tegias iniciadas por el Ayuntamiento de Madrid para involucrar a la ciudadanía con el cuidado del entorno urbano. Mejorar estas líneas de colaboración parece un desafío y reto necesario e indispensable para avanzar en la transferencia del conocimiento científico a la agenda política.

6. Algunas consideraciones finales

Entonces, para definir lo que puede aportar la Psicología ambiental al estudio del contexto urbano parece imprescindible adoptar una perspecti-va aplicada, esto permitiría ver las oportunidades y límites de la disciplina, considerando las dinámicas actuales de la ciudad en su contexto histórico (degradación, exclusión, explotación urbana, características de las ciudades). Esto sugiere que se requiere de un mayor compromiso social y político de los investigadores, lo que tiene varias implicaciones epistemológicas y metodo-

5. Palavecinos et al (2008).

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lógicas, exige un mayor énfasis en hacer ciencia con la gente que vive y usa el espacio, trabajar con la gente, quiénes utilizan el espacio y para quiénes tiene significado. Tenemos entonces otro reto, desarrollar modelos propios de la psicología urbana con sustentos firmes y “generalizables”, sin olvidar el contexto y el carácter dialéctico de las relaciones, por ejemplo, el impacto de los espacios en las personas y en cómo estas impactan en los lugares, ya que esto se conjuga y entrecruza. Considerando el criterio de la sostenibilidad, no se puede hablar de ello como aspectos dicotómicos, para esto se tiene que trabajar y apoyar a los usuarios organizados, fomentando el trabajo en redes y realizar procesos de evaluación participativa. Para vencer estos desafíos, es necesario revalorizar lo que une a las psicólogas y psicólogos ambientales, el estudio de la interacción persona-ambiente, es lo que se debe destacar sobre lo que pueda separar.

Finalmente, se agrega al debate un elemento ético, vinculado al rol de la per-sona del investigador, cómo pesan los objetivos y motivaciones que pueda tener el investigador al momento de realizar un estudio. Este es un tema que pone de manifiesto una cuestión relevante y que escasamente se discute en congresos o foros disciplinares. La discusión sobre lo que se estudia, por qué se hace, cómo se define el tema de estudio, cómo se lleva a cabo la investigación y cómo se miden luego los resultados del mismo, el impacto de sus resultados está abierta. Debemos estudiar el espacio urbano, no sólo como contexto, sino como espacio de interacción, estudiar en definitiva las personas, las interacciones entre las personas que allí se desenvuelven, donde el investigador es un elemento más a considerar. Este parece ser un gran debate pendiente.

Referencias bibliográficas

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Habermas J. (1986), Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida pública. México y Barcelona, Gustavo Gili.

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Lynch, K. (1960) The Image of the City. Cambridge (Mass.): MIT Press. [Tra-ducido en Barcelona: Gustavo Gili, 1984] .

Lynch, K. (1985) Reconsidering the Image of the City. En Lloyd Rodwin & Robert Hollister (Eds.), Cities of the Mind. New York: Plenum Press.

Morín, E. (1994) El Paradigma de la Complejidad en Introducción al Pensamien-to Complejo. México , Edisa.

Monclus, F.J., (1998) “Arte urbano y estudios histórico-urbanísticos: tradi-ciones, ciclos y recuperaciones”, 3ZU. Revista d´Arquitectura, 4, pp. 92-101

Palavecinos, M.S., Martín, R., Díaz, M.J., Piñeiro, C., Benayas, J., Alonso. L. E., y Jiménez, A. (2008). Comportamiento proambiental: estu-dio del comportamiento de queja ciudadana. Implementación de un sistema participativo de gestión ambiental en Madrid. Revista de Psicología social. Pp. 243-257.

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Capítulo VI

Salud, sostenibilidad y calidad de vida en los sistemas urbanos

M. Karmele Herranz Pascual, Rocío Proy Rodríguez y José Luis Eguiguren GarcíaCentro Tecnológico Labein-Tecnalia

1. Introducción

El objetivo general de este texto es analizar la relación entre sostenibilidad, por una parte, y salud y calidad de vida, por la otra. No obstante, esta diferenciación es en cierto sentido artificial, ya que se trata de aspectos íntimamente entrelazados, en los que la referencia a uno de ellos nos evoca los otros, principalmente cuando nuestro contexto de estudio son los entornos urbanos. ¿Es posible analizar la soste-nibilidad de nuestros pueblos y ciudades sin tener en cuenta la salud y/o la calidad de vida de la principal especie que las habita? ¿Es adecuado hablar de calidad de vida y/o salud de las personas que usan y residen en los entornos urbanos sin referirnos a la sostenibilidad de estos sistemas complejos que son nuestros pueblos y ciudades?

Para dar respuesta a estas preguntas se propone un enfoque de carácter apli-cado, fundamentalmente, ya que está basado en la experiencia en proyectos de ámbito “medioambiental” desarrollados en los últimos cinco años en el Área de Gestión Sostenible del Territorio, dentro de la Unidad de Medio Ambiente Ur-bano e Industrial del Centro Tecnológico Labein-Tecnalia. Estos proyectos, lle-vados a cabo por un equipo multidisciplinar, tienen como eje central o misión la integración de los diferentes componentes de la sostenibilidad. No obstante, aquí nos vamos a centrar principalmente en la integración de la dimensión social y/o humana en estos trabajos, lo que lleva a hablar de conceptos como la salud, pero sobre todo del bienestar y/o calidad de vida de las personas que residen, trabajan y/o usan los entornos urbanos.

En este contexto, se considera pertinente plantear y discutir el papel de la Psi-cología ambiental o, en general, de las disciplinas humanas y sociales en la ges-tión de nuestros entornos urbanos en clave de sostenibilidad. ¿Qué cambios en nuestra forma de hacer implica este trabajo? ¿Cuáles son nuestras capacidades como psicólogos y psicólogas ambientales en este ámbito? ¿Qué obstáculos y barreras nos encontramos en nuestro quehacer profesional? ¿Qué retos (nuevos y viejos) tenemos que asumir para ser actores claves en nuestra sociedad?

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Pero antes de entrar en materia se considera conveniente hacer un paréntesis terminológico.

2. Definiciones o cuestiones terminológicas

Los conceptos sobre los que nos vamos a detener brevemente son los que aparecen en el título de este documento y en torno a los cuales gira este texto. Empezaremos por definir qué entendemos por sistema urbano y por sostenibili-dad o desarrollo sostenible, para adentrarnos después en los conceptos de salud y calidad de vida, tan íntimamente asociados.

Por sistema urbano se entiende tanto el conjunto de componentes dinámicos que componen una ciudad como sus interrelaciones. Estos componentes dinámi-cos pueden caracterizarse en dos grandes conjuntos: 1) la sociedad con sus necesi-dades, costumbres, hábitos y cultura, que ha evolucionado a formas más complejas, que requieren de nuevas formas de gestión y administración; y 2) el medioambiente con sus posibilidades, en el que es posible diferenciar dos grandes subsistemas, el subsistema del territorio natural y el subsistema construido. El término desarrollo sostenible, sustentable o perdurable se aplica al desarrollo socio-económico y fue formalizado por primera vez, como todo el mundo sabe, en el documento conocido como Informe Brundtland (1987), fruto de los trabajos de la Comisión Mundial de Medio Ambiente y Desarrollo de Naciones Unidas, creada en Asamblea de las Naciones Unidas en 1983. Dicha definición se asumiría en el Principio 3º de la Declaración de Río (1992) y dice que el desarrollo sostenible consiste en “satisfa-cer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las generaciones del futuro para atender sus propias necesidades”.

Según Rueda (1996), esta definición abierta se podría matizar, por una parte, con la de ICLEI1, que señala que el desarrollo sostenible es aquel que “ofrece ser-vicios ambientales, sociales y económicos a todos los miembros de una comunidad, sin poner en peligro la viabilidad de los entornos naturales, construidos y sociales de los que depende el ofrecimiento de estos servicios”, y, por otra parte, con la de la Unión Mundial de la Conservación2, la cual matiza en 1991, refiriéndose a los Sistemas Urbanos, que “el desarrollo sostenible implica mejora de la calidad de vida dentro de los límites de los ecosistemas”.

En estas definiciones, la sostenibilidad se asocia con la calidad de vida de las personas y comunidades. En su polo negativo se observa, en muchos casos, que

1. ICLEI es una asociación democrática e internacional de gobiernos locales y asociaciones de go-biernos locales, nacionales y regionales que han asumido un compromiso con el desarrollo soste-nible.

2. La Unión Mundial de la Conservación es la red más importante de conservación mundial, que agrupa a diferentes gobiernos, ONG’s y expertos.

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la pérdida en las condiciones de habitabilidad o calidad de vida urbana, corre paralela a la mayor insostenibilidad de los sistemas urbanos.

En cuanto al concepto de salud, partimos de la definición de la OMS de 1948 como “...un estado de completo bienestar físico, psíquico y social, y no meramente la ausencia de enfermedad”3. En este sentido, el Grupo de Trabajo Europeo de la Organi-zación Mundial de la Salud estima para el 2020 que el estrés será la causa principal de muerte (Levi, 2001). Ahora bien, hay que decir que esta definición avanzada no ha pasado de ser una expresión de deseos, no habiéndose utilizado ni en la práctica médica ni en las evaluaciones poblacionales de salud (Schwartzmann, 2003). Nues-tro propósito es retomarla, considerando la salud en su perspectiva más holística, integrando tanto sus manifestaciones fisiológicas, como las psicológicas y sociales.

Un concepto que últimamente se está escuchando tanto en relación con la sa-lud humana como con los ecosistemas tanto naturales como construidos es el de resiliencia. Este vocablo tiene su origen en el latín, en el término resilio que sig-nifica volver atrás, volver de un salto, resaltar, rebotar. La resiliencia es un término que proviene de la Física y se refiere a la capacidad de un material de recobrar su forma original después de haber estado sometido a altas presiones. Por analogía, en las Ciencias Humanas se comenzó a utilizar esta palabra para designar la facultad humana que permite a las personas, a pesar de atravesar situaciones adversas, salir no solamente a salvo, sino aún transformados por la experiencia. En el ámbito de la planificación ambiental estratégica se habla de ciudades resilientes (nuevo paradigma urbano) para referirse a la capacidad de las ciudades de adaptarse a los cambios vertiginosos e inevitables de nuestra sociedad.

Estrechamente relacionado con el concepto de salud integral está el concepto de calidad de vida. El uso de este concepto en la ponencia que con el mismo título se presentó en las Jornadas de Psicología de la Ciudad resultó ser polémico, proponiéndo-se sustituir este concepto por el de calidad ambiental o calidad ambiental percibida.

Entendemos la calidad de vida, en primer lugar, como la evaluación que de la ex-periencia de su propia vida hacen las personas, y, por lo tanto, la calidad de vida nos habla de la percepción (subjetiva) que tienen las personas de su vida (situación física, estado emocional, vida familiar, amorosa, social, urbana, laboral, etc.), y, en segundo lugar, entendemos la calidad de vida como bienestar, felicidad y satisfacción de las personas, grupos y comunidades que les da capacidad de actuación, funcionamiento y sensación positiva con su vida, tanto en relación con la calidad de las condicio-nes de vida (objetiva), como referida a la satisfacción personal (subjetiva) y/o social con dichas condiciones, refiriéndonos a los valores personales y/o sociales. En este sentido, la OMS (2006, p. 1) también define calidad de vida como la “percepción del individuo de su posición en la vida en el contexto de la cultura y sistema de valores en los que vive y en relación con sus objetivos, expectativas, estándares y preocupaciones”.

Ahora bien, el concepto de calidad de vida se puede considerar un concepto ideo-logizado (Blanco, 1985), acudiéndose en ocasiones a indicadores como renta per cápita, esperanza de vida, vivienda, morbilidad, etc. como indicadores de calidad de

3. Texto constitucional de la Organización Mundial de la Salud en 1948 (ver OMS, 2006).

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vida, cuando estos se refieren a las condiciones físicas y económicas de vida. Este (ab)uso del concepto de calidad de vida, junto al vaciamiento del mismo, ha llevado a sustituirlo por el concepto de calidad ambiental que, al igual que ha pasado con el de calidad de vida, tampoco es la panacea, ya que generalmente se usa para hacer refe-rencia a las características puramente físicas del medioambiente más estrechamente relacionadas con la salud fisiológica. Por ejemplo, los indicadores que se usan ha-bitualmente de calidad del aire o calidad sonora son microgramos de los diferentes contaminantes (CO…) o nivel de ruido (en dB) y los límites que se establecen solo están relacionados con la aparición de efectos fisiológicos, y no con la percepción personal o social de la calidad ambiental, obviando, por tanto, su dimensión social y/o psicológica (percepción, valoración, etc.).

Además, ambos conceptos no son intercambiables, ya que la calidad ambien-tal (percibida) se podría considerar una dimensión de la calidad de vida. En este sentido, Alguacil Gómez (2000) señala que las principales dimensiones de la calidad de vida son la calidad ambiental, el bienestar y la identidad cultural.

Por lo anterior, los autores de este texto proponen recuperar el concepto de ca-lidad de vida para referirse a la valoración que de la experiencia de su propia vida hacen las personas. Esta valoración es global, pero está determinada y/o influida por la satisfacción o valoración de los diferentes ámbitos de su vida (laboral, residencial, familiar, social, personal, etc.). No obstante, la recuperación del concepto de calidad de vida, desde nuestro punto de vista, tiene que ir asociada a la desmaterialización del mismo, al igual que se plantea la desmaterialización del concepto de desarrollo4 para que se pueda hablar de desarrollo sostenible. La desmaterialización del concep-to de calidad de vida, que se propone aquí5, implica romper la tendencia por la cual se establece una estrecha asociación positiva (a más, más) entre consumo y calidad de vida, lo que lleva a vincular la buena calidad de vida con la necesidad de un con-sumo elevado de energía y recursos, que muchas veces ralla con el derroche. Esto no quiere decir que la calidad de vida no dependa de parámetros económicos, pero no únicamente, también depende de parámetros ambientales y sociales que difícilmen-te quedan reflejados por valores económicos. Y además, la relación entre calidad de vida y consumo no tienen por qué ajustarse a una relación lineal positiva perfecta.

3. Experiencia práctica en sostenibilidad, salud y calidad de vida

Una vez comentadas las cuestiones terminológicas, pasamos a presentar los trabajos realizados para, a partir de ellos, analizar el papel que puede jugar la

4. Siguiendo a Carlos Montes (2008) entendemos el concepto de desarrollo como un concepto multidimensional, y no solo económico.

5. En este documento solo nos gustaría plantear unas pinceladas sobre este planteamiento, sin ex-tendernos ya que no se considera que sea el objeto de este texto.

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Psicología ambiental o, en general, las Ciencias Sociales en los ámbitos de la Planificación Urbana y de la Gestión Sostenible del Territorio.

3.1. Contextualización

Como ya se ha señalado en la introducción, el enfoque de este documento es fundamentalmente aplicado, al estar basado en la experiencia en proyectos de ámbito “medioambiental” desarrollados en los últimos 5 años en el Área de Ges-tión Sostenible del Territorio, dentro de la Unidad de Medio Ambiente Urbano e Industrial (MAUI) del Centro Tecnológico Labein-Tecnalia.

La Unidad MAUI está configurada por un equipo transdisciplinar (Ingeniería Físi-ca, Química, Ciencias Ambientales, Psicología ambiental, Arquitectura y Urbanismo, Biología, Geografía, GIS, Economía Ambiental…) con dos áreas estratégicas: gestión medioambiental estratégica, y sostenibilidad urbana y territorial, siendo uno de los objetivos generales de esta unidad la mejora de la calidad de vida de la ciudadanía.

En estas áreas, cualquier problema de decisión se caracteriza por la existencia de conflictos entre diferentes grupos y comunidades que tienen valores e intere-ses distintos Para abordar este tipo de problemas, por definición complejos, en nuestra Unidad MAUI se acude a modelos de análisis de decisión multicriterio (MCDA) en coordinación con herramientas de participación.

Antes de pasar a exponer nuestra experiencia se dan unas pinceladas sobre la metodología de análisis multicriterio.

3.2. Metodología de análisis multicriterio

La metodología de análisis multicriterio es muy útil en procesos de toma de decisión caracterizados por un alto grado de incertidumbre porque nos ayuda en la comprensión transdisciplinar de estos problemas complejos. La combinación de herramientas de participación con los métodos de evaluación multicriterio, constituye un proceso orientado a lograr el consenso a través de un diálogo productivo y constructivo entre los diferentes actores implicados en la gestión medioambiental estratégica hacia la sostenibilidad.

Desde nuestro planteamiento holístico y sistémico del desarrollo sostenible, se parte de un diagnóstico de la zona de estudio, utilizándose modelos o mapas conceptuales descriptivos de las relaciones e influencias que se dan entre los diversos elementos del sistema que estemos evaluando, que permitan la iden-tificación de problemáticas y la integración de las diferentes perspectivas para llegar a la definición del modelo de evaluación.

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Los modelos de evaluación multicriterio, se pueden definir como matrices de impacto (criterios y alternativas) usados en la Evaluación Multi-Criterio Social o como árboles de requerimiento jerarquizados, usados en el ANP (Analytical Network Process) y el AHP (Analytical Hierarquical Process).

Una vez definido el modelo de evaluación6 específico para el municipio, se lleva a cabo un proceso de selección de indicadores. En el caso de ANP y AHP, los indicadores7 se agruparán en forma de subcriterios o criterios8, los que a su vez se estructurarán en un árbol de requerimientos o modelo de evaluación para facilitar el análisis y valoración del ámbito9 de estudio (ver Figura 1).

Figura 1. Modelo de evaluación basado en una estructura jerárquica (AHP)

6. Llamamos Modelo de Evaluación a un esquema que sintetiza tanto los elementos que forman parte del objeto o problema de estudio, así como las relaciones que se establecen entre estos elemen-tos. Nuestros modelos, por lo general, corresponden a ámbitos de evaluación jerárquicos, los cuales se estructuran en criterios (y, a veces, estos en subcriterios), cada uno de los cuales se basan en uno o varios indicadores. Cada indicador será medido por una variable o una combinación de variables, las que, en algunos casos, puede tener asignada una función de valor.

7. En nuestros estudios consideramos que un indicador es una reflexión sintética y representativa de una suma de fenómenos más grande y compleja. Los indicadores presentan tres funciones prin-cipales: simplificar, cuantificar y comunicar, por lo que preferiblemente tiene que ser medible según una determinada escala cuantitativa (OECD, 1998).

8. Los criterios son puntos de vista o aspectos considerados relevantes para la valoración de cada ámbito considerado. Es la evidencia sobre la cual se basa una decisión.

9. El ámbito de evaluación corresponde al elemento clave que articula el sistema que se pretende estudiar. Son los elementos básicos del modelo conceptual, cuya importancia en la descripción de las relaciones del sistema, justifica su evaluación exhaustiva con criterios propios.

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Del proceso de integración multidimensional, habría que resaltar dos obs-táculos importantes. El primero, que tuvo un peso muy importante en los pri-meros proyectos de nuestra unidad, se refería a problemas de comunicación, ya que los diferentes miembros del equipo usábamos lenguajes distintos propios de nuestras disciplinas (biología, geografía, ingeniería, química, física, arquitec-tura, sociología, psicología...). El segundo obstáculo importante que nos hemos encontrado es la falta de información y datos sobre los criterios e indicadores seleccionados, lo que es especialmente crítico en los referidos a la dimensión social de la sostenibilidad.

A continuación se presentan cuatro de los últimos proyectos llevados a cabo por el equipo transdisciplinar de la unidad MAUI que tienen como eje central la integración de los diferentes componentes de la sostenibilidad. No obstante, aquí nos vamos a centrar principalmente en la integración de la dimensión social y/o humana en estos trabajos, lo que lleva a hablar de conceptos como la salud, pero sobre todo del bienestar y/o calidad de vida de las personas que residen, trabajan y/o usan los entornos urbanos. Estos proyectos son:

OIKOS:1. “Desarrollo de un Sistema Integrado de ayuda a la toma de decisiones en la Gestión Sostenible del Territorio”. Es un proyecto SAIOTEK, subvencionado por el Gobierno Vasco dentro del Programa de Apoyo a la Investigación de la Red Vasco de Ciencia, Tecnología e In-novación 2005-2006. Aquí se presentan los principios de sostenibilidad social planteados en el proyecto, así como el submodelo de población y calidad de vida.

Gailur2. : “Evaluación de la Capacidad de Acogida de un Territorio desde la Sostenibilidad”. Es un proyecto genérico subvencionado por Labein-Tecnalia desarrollado en 2007. Para el cálculo de la capacidad de acogida de un territorio, se analizaron los capitales ambientales, sociales, econó-micos e institucionales, así como las matrices de aptitudes del territorio y los impactos de las actividades analizadas en el mismo. En este texto se presenta el modelo de evaluación del capital social.

Eko-Lurraldea3. : “Gestión Medioambiental y Sostenible del territorio”. Es un proyecto de Investigación Orientada enmarcado en el programa ETORTEK 2005-2007 del Gobierno Vasco. En este proyecto participan los centros tecnológicos LABEIN, AZTI y NEIKER y los departamentos de la Universidad del País Vasco de Biología Vegetal y Ecología, Derecho Ad-ministrativo, Geografía y Sociología, así como el Instituto de Economía Pública.

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SISPA-Local4. : “Diseño y validación de un Sistema Integral para la mejora de la Sostenibilidad de Planes de Acción en el ámbito Local: Proyecto piloto en el municipio de Vigo para la integración del plan de acción de ruido en la dinámica de la Agenda Local 21”. Proyecto de I+D+i subvencionado por el Ministerio de Medio Ambiente (2006-2008), y realizado en colaboración con la Universidad de Vigo. Aquí se presenta el modelo de evaluación de la sostenibilidad desarrolla-do.

Estos proyectos muestran áreas de trabajo para la Psicología ambiental en los ámbitos tanto de la Gestión Sostenible del Territorio como en la Gestión y Planificación Urbana.

OIKOS: submodelo de población y calidad de vida

El objetivo de este proyecto fue definir y desarrollar un Sistema de Gestión Integrada y Sostenible del Territorio, que incluye metodologías, guías, mode-los de coordinación y herramientas prácticas de apoyo a su implementación. Con ello se pretendía ayudar a los gestores del territorio en los procesos de toma de decisiones, de forma que se lleven a cabo de acuerdo a unos paráme-tros adecuados de sostenibilidad, en sus tres dimensiones: ambiental, social y económica.

Partiendo del modelo descriptivo-conceptual y de una batería de indicadores general de OIKOS, se desarrollaron los modelos de evaluación según los ele-mentos a analizar que se consideraron necesarios. Para el medio urbano-rural se seleccionaron tres elementos de análisis o ámbitos de evaluación, que dieron lugar a tres submodelos de evaluación, cada uno de los cuales estaban definidos por una serie de criterios de sostenibilidad.

El primer submodelo es el relativo a la gestión de recursos ecológico-ambien-tales, el cual estaba definido por los criterios siguientes: ahorro de suelo, conser-vación del Capital Natural, garantía de calidad ambiental, y minimización del consumo de recursos naturales (agua, energía, materiales). El segundo se refería al desarrollo y articulación del territorio, y estaba definido por criterios como equilibrio territorial, dinamismo y competitividad, y movilidad, conectividad y comunicación adecuadas.

El submodelo de población y calidad de vida estaba definido por cua-tro criterios: cohesión e integración social, calidad urbana, empleabilidad y disponibilidad, calidad y accesibilidad (DAC) a servicios y equipamientos (Figura 2).

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Figura 2. Submodelo de Población y Calidad de Vida de OIKOS

En este proyecto, también se especificaron cuáles eran desde nuestro punto de vista los criterios de sostenibilidad. Se definieron 14 principios de Gobernan-za para la gestión sostenible del territorio, así como otros referidos específica-mente a los subsistemas ambiental-territorial, social, económico e institucional. A continuación se enumeran los principios de sostenibilidad social:

Mejora cualitativa y cuantitativa del empleo1.

Adaptación social a las demandas del mercado y a la competitividad2.

Accesibilidad a equipamientos educativos, sanitarios, asistenciales y de 3. ocio-cultura

Mejora de la calidad de vida de la ciudadanía4.

Red de espacios públicos continuos, diversificados y de calidad5.

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Generación, aumento y mejora de la cohesión social6.

Humanización y accesibilidad de la tecnología para uso humano y del 7. medio construido

Valoración y gestión creativa del patrimonio cultural8.

A lo largo del proyecto se detectaron dos importantes retos a los que nos enfrentamos, que consideramos dos grandes oportunidades para la Psicología ambiental en el ámbito de la Planificación Urbana y la Gestión Sostenible del Territorio, a saber, la coordinación inter e intra-institucional y la integración de los componentes económicos, sociales y ambientales. A esto habría que añadir la oportunidad que nos brinda la demanda social e institucional en relación con el uso de la participación, sobre lo que contamos con una amplia y variada experiencia y profesionalidad.

GAILUR: capital social y capacidad de acogida de un territorio

El objetivo de este proyecto es la definición de una metodología y su implementación en una herramienta para la evaluación de la capacidad de acogida de un territorio desde la sostenibilidad. Es un proyecto innovador ya que ha logrado, por un lado, traducir partiendo de sostenibilidad el concep-to de “capacidad de acogida” del territorio y, por otro, abordar la medición y evaluación de dicha capacidad desde una visión integral donde se tiene en cuenta no sólo los aspectos físicos, sino también los factores ambientales, sociales y económicos.

Para el cálculo de la capacidad de acogida de un territorio se definieron y analizaron los capitales ambientales, social, económico e institucional, así como las matrices de aptitudes del territorio y los impactos de las acti-vidades analizadas en el mismo. La metodología elaborada permite conocer el estado y la dinámica del sistema territorial, antes de la intervención, e identificar los potenciales conflictos, restricciones, deficiencias o potencia-lidades que podrían aparecer en el ámbito de actuación (territorio, muni-cipio, etc.).

En este proyecto se propone una aproximación metodológica que considera la valoración del capital del territorio, como base para el proceso de desarrollo sostenible sobre la base de unos capitales parciales, a saber, capital natural, ca-pital social, capital económico y capital institucional. En relación con el capital social (ver Figura 3), Gailur entiende que este corresponde al conjunto de nor-mas y vínculos que permiten la acción social colectiva. No es sólo la suma de las instituciones que apuntalan una sociedad, sino que es el pegamento que las mantiene juntas.

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Figura 3. Modelo de evaluación del capital social de Gailur

Como conclusiones destacables nos gustaría resaltar que en este proyecto se ha considerado el capital social al mismo nivel que los otros capitales (natural, económico, institucional), estructurándose este en torno a procesos meso y ma-crosociales como redes sociales, cooperación y participación. En este proyecto también se puso de manifiesto la dificultad de alimentar el modelo de capital so-cial con información real del entorno urbano, lo cual nos habla de la necesidad de influir en las encuestas y estudios que periódicamente realizan las diferentes administraciones e instituciones.

EKOLURRALDEA: Herramientas para el análisis de la sostenibilidad

EKOLURRALDEA es un proyecto de investigación estratégica cuya misión es la conceptualización y el desarrollo, desde una perspectiva transdiscipli-nar, de nuevos enfoques, modelos, metodologías y herramientas de apoyo a la implementación y posterior seguimiento de estrategias sostenibles de gestión territorial a nivel local y regional en el País Vasco. Todo ello fuer-temente basado en el conocimiento medioambiental (características físicas,

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ecológicas, etc.), social y económico (actividades económicas, desarrollo urbanístico, factores sociales, etc.) de los medios natural y construido y de sus interacciones.

En el marco de este proyecto, y a partir de la identificación de los retos principales de la GST, se han establecido tres grupos de trabajos (GT), los cuales han desarrollado una serie de productos dirigidos a dar apoyo a los procesos de toma de decisiones en la GST. Estos productos se basan en la par-ticipación plena de los actores implicados y en el impulso hacia un cambio de tendencia para lograr escenarios más sostenibles. Los grupos y productos desarrollados son:

1. GT Análisis Territorial

Tipologías municipales para el análisis territorial• Unidades ambientales para el análisis territorial•

2. GT de Procesos

Procesos de participación en la gestión del territorio• Marco legal para la participación en la gestión del territorio• Contratos de territorio• Mecanismos de compensación• Custodia del territorio•

3. GT de Integración

Herramientas de integración•

En todos los grupos, pero especialmente en los de procesos e integración, la contribución de las ciencias sociales ha resultado imprescindible, por lo que estas áreas constituyen una oportunidad para la Psicología ambiental.

3.6. SISPA-Local: Modelo de evaluación de la sostenibilidad de pla-nes de acción local

Este proyecto tiene como finalidad el desarrollo de nuevas herramientas apli-cables a la evaluación y seguimiento de planes de acción en el ámbito local, desde una perspectiva sostenible e integral (ambiental, social, institucional, eco-nómica), con la participación plena de todos los agentes implicados y sobre una base de conocimiento que permita la máxima objetividad y transparencia, lo

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cual contribuirá a impulsar la implantación de la Estrategia de Medio Ambiente Urbano en España.

El proceso para llegar al modelo de evaluación de la sostenibilidad SIS-PA-Local se ha apoyado en herramientas de participación social, combinando el trabajo técnico de un equipo de investigación transdisciplinar con talleres de trabajo tanto de este equipo, como de técnicos municipales de diferentes áreas del ayuntamiento de Vigo, cuyo municipio se seleccionó como caso de estudio. Los talleres de participación municipal tenían como finalidad princi-pal validar los modelos genéricos desarrollados, así como adaptar dichos mo-delos al caso específico de la ciudad de Vigo y de su Plan de Acción dirigido a reducir el ruido ambiental.

Las fases principales de este proceso han sido: 1) Definición del modelo conceptual de Ciudad; 2) Constitución del equipo de trabajo municipal (de Medio Ambiente, Urbanismo, Transporte, Actividades Económicas, Agenda 21…); 3) Validación del modelo conceptual; 4) Definición de los criterios de evaluación de la sostenibilidad; 5) Propuesta técnica de modelo de evalua-ción de la sostenibilidad; y 6) Validación municipal del Modelo de Evalua-ción de la Sostenibilidad. El modelo consensuado y validado se presenta en la Figura 4.

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Figura 4. Modelo SISPA-Local de evaluación de la sostenibilidad de planes de acción local adaptado a la ciudad de Vigo y a sus planes de acción de ruido

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Este modelo se basa en 7 ámbitos o principios generales de sostenibilidad local que se presentan a continuación:

Gestión y administración local• : se refiere a la dirección, organización y distribución de los recursos y coordinación de los actores que confor-man el entramado urbano. Como criterios de este ámbito se incluyen el modelo de gobierno y la gobernanza.

Estructura urbana• : recoge la forma en la que se articula y desarrolla el sistema urbano. Está relacionada tanto con la morfología de la ciudad, como con la forma en la que la ciudad se gestiona. Los criterios seleccio-nados dentro de este ámbito son la ordenación urbana, la compacidad y la creación de proximidad.

Dinámica territorial• : refleja el desarrollo de un territorio. Si descende-mos al ámbito de desarrollo urbano, correspondería al desarrollo y creci-miento urbano y su relación con el territorio en el que se sitúa. Se podría entender como la distribución espacial de los usos del territorio y la rela-ción que existe entre los mismos y con el medio natural físico y biótico. En este sentido, la dinámica territorial determina el grado de dependencia que existe entre sus diferentes zonas, sobre la base de sus características funcionales, los servicios de los que dispone, su dinamismo económico, la movilidad, la calidad del transporte, etc. Este ámbito estaría definido por los criterios de conectividad, dependencia funcional y modelo de área metropolitana.

Dinamismo socio-económico• : se refiere a la forma en la que inte-ractúan los procesos de producción, intercambio, distribución, y con-sumo de bienes y servicios. El dinamismo económico caracterizaría la salud de la economía de un territorio. Estaría definido por los criterios de evolución económica, competitividad, diversificación, socioecono-mía y sociodemografía.

Movilidad• : la cual se asocia a la necesidad de las personas de desplazar-se para acceder a los servicios de la ciudad, así como el abastecimiento de mercancías, a través de cualquier medio de transporte. Los criterios que la estructuran son la Diversificación, Accesibilidad y Calidad (DAC) tanto del tránsito de personas como del de mercancías, así como la in-termodalidad.

Entorno• : hace referencia al espacio (físico y perceptivo) en el que se pro-ducen los contactos entre los habitantes, trabajadores y/o visitantes de la

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ciudad. Los criterios que lo definen son biodiversidad y capital natural, gestión de los recursos y de los ciclos de materia-energía, el DAC del espa-cio público urbano y el patrimonio histórico-cultural.

Calidad de vida• : se entiende como el bienestar, felicidad y satisfacción de una persona o comunidad, que otorga cierta capacidad de actuación, funcionamiento o sensación positiva de su vida. Está definida por tres componentes: calidad de las condiciones de vida, satisfacción personal-social con dichas condiciones y valores personales-sociales. Tiene un ca-rácter muy subjetivo y está fuertemente influido por factores contextuales (culturales). Los criterios de sostenibilidad de la calidad de vida serían en este modelo el DAC de los servicios básicos, la calidad ambiental, el bien-estar y la cohesión social.

Como conclusiones de este proyecto, aún en desarrollo, destacamos que los talleres municipales han constituido verdaderos espacios de intercambio entre agentes municipales de diferentes departamentos del ayuntamiento, lo que ha posibilitado la integración de diferentes perspectivas y visiones de su ciudad. Otro aspecto reseñable es la utilidad de las herramientas de parti-cipación y de análisis integrado para hacer asequible y atractivo el proyecto a los diferentes participantes, lo que ha contribuido a la valoración positiva del mismo proyecto y de los resultados alcanzados. Además, los gestores y técnicos municipales que participaron en los talleres de trabajo consideran que la calidad de vida es uno de los principales criterios de sostenibilidad en nuestros entornos urbanos.

4. Conclusiones

Las conclusiones sobre el papel de la Psicología ambiental o, en general, de las disciplinas humanas y sociales en la gestión de nuestros entornos urbanos en clave de sostenibilidad se presentan en forma de un primer análisis DAFO. Es decir, se exponen, a modo de esbozo, algunas de las que, desde nuestro punto de vista, representan debilidades, amenazas, fortalezas y oportunidades de las Ciencias Sociales y Humanas, en general, y de la Psicología ambiental, en particular, en el ámbito de la Planificación Urbana y Gestión Sostenible del Territorio.

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Figura 5. Análisis DAFO. Psicología ambiental y gestión urbana sostenible

Las debilidades nos indican qué y cómo tendríamos que cambiar. Las ame-nazas nos hablan sobre los obstáculos y barreras que nos podemos encontrar, mientras que las fortalezas nos señalan cuáles son nuestras capacidades y/o competencias, y las oportunidades nos informan sobre los retos que tenemos que asumir y qué podemos aprovechar. No obstante, nos gustaría indicar que el análisis que se presenta a continuación no pretende ser exhaustivo, sino una primera reflexión que evidentemente puede estar sesgada, ya que se basa en nuestra experiencia.

Debilidades o hacia dónde podemos cambiar:

Escasa proyección fuera del ámbito universitario.1.

Escasa interacción con profesionales de otras disciplinas.2.

Baja competitividad respecto a otras disciplinas con objetos de estudio 3. mensurables cuantitativamente.

Falta de información y de datos “reales” disponibles de nuestros entornos 4. urbanos para llevar a cabo una integración efectiva, siendo esto especial-mente crítico en el ámbito de lo social.

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Amenazas u obstáculos a superar:

Creencia social extendida de que de lo psicológico y de lo social se puede 1. encargar cualquiera.

Escasa valoración social de la dimensión psicológica y social de los dife-2. rentes procesos y fenómenos urbanos.

Reduccionismo objetivable u obsesión por la medida “objetiva”. Esto lleva 3. a que los datos sociales disponibles se reduzcan, casi exclusivamente, a datos económicos o socioeconómicos.

Intrusismo profesional.4.

Fortalezas o capacidades a “explotar”:

Transdisciplinaridad del objeto de estudio de la Psicología ambiental.1.

Experiencia y conocimiento en procesos Psico-Socio-Ambientales.2.

Madurez de la disciplina: la Psicología ambiental tiene más de cuarenta 3. años de vida (¡Es hora de despegarse la etiqueta de ciencia joven!).

Larga trayectoria de elaboración y validación de herramientas propias de 4. evaluación, caracterizadas por una alta capacidad de flexibilidad y adap-tación a las diferentes situaciones o contextos institucionales, ambienta-les, sociales, económicos, etc.

Oportunidades o puertas entreabiertas:

Demanda social y política de Información, Participación y Equidad, que se 1. materializa en la legislación (europea, estatal, regional, local) reciente.

La falta de coordinación institucional en temas medioambientales puede 2. convertirse en una oportunidad para la Psicología ambiental por la expe-riencia en temas de participación, apoyo en la toma de decisiones...

La demanda existente en temas de mediación en conflictos socio-ambien-3. tales entre administraciones, empresas, grupos ecologistas, ciudadanía, etc. (NIMBY...), hoy en día tan en boga. Este tema es especialmente críti-co en gestión de infraestructuras de transporte, de generación de energía, de tratamiento de residuos, etc.

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La sostenibilidad social y su integración con las otras dimensiones de la 4. sostenibilidad, lo que está generando una demanda de herramientas de integración (como por ejemplo SMCE).

La fuerza política de los estudios de opinión social.5.

Agradecimientos

Agradecemos el interés y subvenciones recibidas por diferentes organis-mos, sin los cuales no hubiera sido posible la realización de los proyectos aquí descritos. Por orden cronológico, nuestro agradecimiento al Gobierno Vasco que subvencionó los proyectos OIKOS I y II (Programa Saiotek, 2005-2006) y Ekolurraldea (Programa Etortek, 2005-2007), al Ministerio de Me-dio Ambiente por la subvención del proyecto SISPA-Local (Plan Nacional de I+D+i, 2006-2008) y al Centro Tecnológico Labein por la subvención del proyecto Gailur (2007).

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10. N. de los Eds.: Antes del apartado final de referencias citadas en el texto, los autores del capítulo han querido incluir esta lista de publicaciones recomendadas para el lector interesado.

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Capítulo VII

Retos de la Psicología ambiental para mejorar la intervención ambiental en materia de salud, sostenibilidad y calidad de vida.

MªJosé Díaz GonzálezUniversidad Autónoma de Madrid

1. Presentación del debate

El objetivo general de la ponencia anterior es analizar la relación entre sos-tenibilidad, por una parte, y salud y calidad de vida, por la otra. No obstante, esta diferenciación es en cierto sentido artificial, ya que se trata de aspectos ínti-mamente entrelazados, en los que la referencia a uno de ellos nos evoca al otro, principalmente cuando nuestro contexto de estudio son los entornos urbanos. ¿Es posible analizar la sostenibilidad de nuestras ciudades sin tener en cuenta la salud y la calidad de vida de la principal especie que las habita? ¿Es adecuado hablar de calidad de vida y salud de las personas que usan y residen en los entor-nos urbanos sin referirnos a la sostenibilidad de estos sistemas? Estas incógnitas son el eje vertebrador de la ponencia y sobre las que se basa el debate generado posteriormente en el cual cabe destacar que se llega a algunos acuerdos pero de nuevo surgen nuevas preguntas que vuelven a retroalimentar el debate.

El presente debate se ha desarrollado de forma circular, comenzando con la profundización en conceptos tan estudiados y ambiguos como sostenibilidad, calidad de vida o calidad ambiental con el fin de acercar lenguajes y significa-dos entre asistentes. A continuación se ha analizado el uso de la participación como instrumento válido para la intervención ambiental. En este sentido, se

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han mencionado debilidades y fortalezas de los procesos participativos empren-didos, y se han identificado aspectos clave a considerar en su planificación y desarrollo, tales como el papel que juega el psicólogo ambiental en su ámbito profesional. Se han determinado algunas capacidades y competencias que debe tener y múltiples dimensiones de los problemas ambientales que debe contem-plar así como ciertas limitaciones que tiene que considerar en su ámbito laboral cotidiano (falta de datos suficientes, estandarizados, periódicos…). Para cerrar el círculo, se vuelve a realizar una reflexión colectiva sobre los principales concep-tos vinculados a la sostenibilidad y la calidad de vida, que deja al descubierto nuevas cuestiones planteadas sobre las que debatir y trabajar en el futuro.

El texto pretende recoger el debate de forma ordenada e intentando respetar al máximo los detalles y matices que en él surgieron. Para ello, algunos temas se han reagrupado por contenidos con el fin de dar claridad a la exposición y se han utilizado expresiones literales surgidas en el debate (identificadas en letra cursiva), además de indicar la existencia de polémicas o consensos.

2. Aclaraciones en el uso de algunos conceptos

La primera parte del debate se centra en la definición de conceptos, y por ello comienza con la profundización en los términos de calidad de vida y calidad ambiental. En cuanto a la calidad de vida, los asistentes se cuestionan la perti-nencia de este concepto al considerarlo muy ideologizado (se cita el capítulo de Amalio Blanco en el libro de Psicología Social Aplicada1, que utiliza el concepto de calidad de vida como un concepto ideológico). En el pasado, para fijar el estándar de calidad de vida se utilizaban como indicadores la renta per cápita, el número de suicidios o el número de metros cuadrados de espacios verdes por persona. Sin embargo, la interpretación de estos indicadores es cuestionable ya que se centran en realidades complejas y distintas, las cuales en muchas oca-siones no se ven reflejadas adecuadamente. Este hecho, entre otros, hace que se reconozca por parte de los asistentes un problema serio con el uso de este concepto y su incorporación a la Psicología ambiental. Para intentar superarlo se prima el hablar de calidad ambiental.

Es relevante indicar que estas líneas de trabajo conectan con una tradición amplia desde la Psicología ambiental académica, que no se está abordando desde el campo profesional, aunque existe una demanda desde dicho sector:

1. Blanco, A. (1985). La calidad de vida: supuestos psicosociales. En J.F. Morales, A. Blanco, C. Huici

y J.M. Fernández-Dols (Eds.), Psicología social aplicada (pp. 159-182). Bilbao: Desclée de Brouwer.

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“Cuando hablas con un arquitecto o un urbanista te dicen: pero la gente ¿cómo lo viven?, ayúdame a anticiparme a posibles problemas o a detectar estructuras latentes de conflicto…

Actualmente se intentan matizar y mejorar los instrumentos de investigación tradicionales como los indicadores de calidad ambiental y de calidad ambiental percibida (“cómo la gente lo vive”), así como se enfatiza la necesidad de fomentar más estudios rigurosos sobre la percepción de la calidad ambiental o la satisfac-ción de los ciudadanos con el medio urbano.

En este aspecto existen discrepancias pues se considera que estos estudios se realizan en la fase de diagnóstico y reconocimiento del problema (etapas donde se incorporan los estudios de percepción), y se enfatiza que después se debe con-trastar dicha información con datos sobre aspectos físicos vinculados al medio-ambiente (como el consumo de agua, la producción de residuos…).

Desde algunos equipos de trabajo multidisciplinares se está abordando la cali-dad ambiental como el efecto directo sobre la población de ciertas variables am-bientales vinculadas a la salud humana (en base a medidas de aspectos físicos como el agua, el aire, el ruido…). Este concepto puede estar lejos de la Psicología ambiental académica, pero desde dichos equipos se entiende que la calidad am-biental está incluida dentro del concepto de calidad de vida. Estos estudios se dise-ñan para responder a demandas y objetivos concretos y a veces no encajan en un marco teórico de forma estricta, sino que se plantean desde una perspectiva más práctica y ecléctica. En el debate aparecen diferencias marcadas entre el uso de conceptos como calidad ambiental percibida, calidad ambiental y calidad de vida, desde la investigación más académica, la investigación más práctica y la gestión.

Al igual que se ha comentado con el concepto de calidad de vida, el concepto de calidad ambiental tampoco es la panacea, ya que generalmente se usa para hacer referencia a las características puramente físicas del medioambiente más estrechamente relacionadas con afecciones fisiológicas. Por ejemplo, los indica-dores que se usan habitualmente de calidad del aire o calidad sonora (microgra-mos de contaminantes –CO, NOx…-, nivel de ruido en dB…) y los límites que se establecen solo están relacionados con la aparición de efectos en la salud, y no con la percepción personal o social de la calidad ambiental. Esto nos sitúa ante un nuevo debate sobre la necesidad de una aproximación desde otras posicio-nes, lo que a su vez genera la necesidad de nuevos tipos de información.

En la aparición de conceptos vinculados a la sostenibilidad también se men-ciona la necesidad de retomar conceptos como el de justicia ambiental y equi-dad, lo que afecta también a los estudios sobre la ciudad. Hay urbes que son ambientalmente injustas, no porque haya “pobres” y “ricos”, sino porque son más insostenibles, porque existen en ellas, por ejemplo, fuertes desigualdades sociales o porque el acceso a determinados activos ambientales casi están veta-dos a algunos grupos sociales. Los conceptos de equidad y justicia ambiental son relevantes y se deberían recuperar y redefinir desde la Psicología ambiental.

A través de los nuevos enfoques de la Psicología de la ciudad se enfatiza el papel que juegan las personas como actores fundamentales de la sostenibilidad

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y sobre todo en la ciudad. Por ese motivo surge la necesidad de que la Psicología ambiental asuma la responsabilidad de trabajar sobre este tema. Es relevante que se hagan estudios orientados al desarrollo teórico sin perder el equilibrio con la obligación que tiene la disciplina de adaptar estas teorías a la intervención.

3. La participación como herramienta para la intervención ambiental

En los trabajos orientados hacia la sostenibilidad, la Agenda 21 tal vez sea uno de los escenarios donde más se han desarrollado experiencias de partici-pación, aunque en este ámbito es necesario asumir la responsabilidad de un análisis y evaluación crítica de esos procesos, ya que en algunos casos su apli-cación no está siendo todo lo rigurosa que debería ser. Es común encontrar que se realiza un diseño de Agenda 21 (desde una consultora ambiental o una administración pública) y éste se exporta directamente (sin adaptación previa) a otros municipios con realidades muy distintas. En este sentido, la Psicología ambiental debería comprometerse a ser una de las disciplinas que aborden di-cho análisis y evaluación, ya que “es fundamental asimilar que cuando invitas a la gente a un proceso de participación ambiental, pero no sale nada o sale lo contrario, lo que se consigue es paralizar la participación por 10 ó 15 años para poder volver a iniciar otro proceso”. Por otro lado, también se defiende el espíritu de la Agenda 21, la cual puede ser considerada un espacio de oportunidad para avanzar en la sostenibilidad sin olvidarse del cumplimiento de los criterios de calidad y de la importancia del contexto, evitando trasladar los diseños de una realidad social a otra sin adaptación previa.

Se pone como ejemplo una experiencia dentro de una Agenda 21 en un mu-nicipio pequeño (varios miles de habitantes), que funcionó y que desde el ex-terior se demanda trasladarlo. El ejemplo se vincula a la gestión de los residuos y en la actualidad se está ampliando dentro del mismo escenario local a la ges-tión energética y a otras temáticas. ¿Cuál ha sido la clave de éxito? Los actores implicados piensan que la clave está en conocer cuidadosamente su realidad, y este esfuerzo ha determinado su éxito (han recibido premios en ferias de medio-ambiente internacionales, desde instituciones, entidades ecologistas, etc.). A lo largo de todo el proceso se ha ido planteando cómo evoluciona el contexto, cuá-les son los recursos y necesidades disponibles, y han sometido el proceso a una estrategia participativa. Pero lo fundamental es que su trabajo posteriormente ha sido considerado por gestores y políticos. En caso contrario, si no se realiza dicha consideración se puede destrozar la confianza ciudadana y el vínculo no

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se recupera fácilmente. “Ahora lo que explican parte de las personas de este ejem-plo es que están recibiendo muchas ofertas para explicar cómo fue su proceso, cómo funcionó… cada gobierno local les están pidiendo hacer lo mismo. Ellos acabaron por establecer que la recogida de residuos sería de tres tipos, adaptados a cada zona mor-fológica de la ciudad, pero lo interesante es que fue creado y decidido por ellos. El error recae en querer trasladar el resultado a otra zona como una mera copia. Es común que importe el resultado pero lo realmente relevante es el proceso que explica ese resultado. A lo mejor se pueden generalizar pautas o determinadas cuestiones que hay que tener en cuenta, pero luego necesariamente hay que ajustarlas al nuevo contexto.”

También se menciona que en los procesos de participación, y en especial en los de Agenda 21, los ciudadanos se preguntan en muchos casos ¿qué hago yo aquí? En otros casos, dicho proceso se encuentra a merced de los políticos que en lugar de realizar una apuesta firme por él, a veces cambian su ritmo para ajus-tarlo a su propia agenda política.

Se considera que lo importante en los procesos de participación es hablar con la gente. “Se pueden diseñar muy bien pero al final lo que hace que todo tire para ade-lante es la ciudadanía”. Y en esa relación puedes observar por qué ha funcionado bien o mal, qué tipo de relaciones personales potencian o dificultan el proce-so…, eso no queda recogido en los modelos teóricos, pero las relaciones entre la gente influyen en la toma de decisiones ambientales. Metodológicamente, en muchos diseños se identifica una red de actores clave que pueden ayudar en la dinamización de los procesos o bien la dificultan. Identificar las relaciones sociales en la fase de diagnóstico ayuda a observar relaciones establecidas previa-mente, que en un momento dado pueden ser muy influyentes en el desarrollo del mismo.

Entre algunos de los asistentes se defiende un planteamiento de análisis y eva-luación conjunto de dichos contextos y procesos, el cual se podría centrar en in-tentar crear una red en distintos ámbitos geográficos para estudiar este tema, ana-lizar diferentes casos, identificar lo que ha funcionado y qué ha pasado en dichos procesos. Esta propuesta presenta un elevado grado de acuerdo en el debate.

4. Rol y competencias del psicólogo en la intervención am-biental

En este momento el debate pasa a centrarse en la pregunta, derivada de la ponencia, sobre las capacidades y competencias que debe tener un profesional del campo de la Psicología ambiental para responder a los retos de la sostenibi-lidad urbana.

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Entre las múltiples aportaciones para responder esta pregunta, se identifica que dichas capacidades se pueden centrar desde dos aproximaciones:

a. Conocimiento de los modelos teóricos:

a.1. Teoría del problema: en esencia viene a ser el conocimiento que tenemos del problema sobre el que vamos a trabajar. Generalmente desde la inves-tigación se profundiza con rigurosidad en este conocimiento; sin embar-go, en ocasiones, desde la gestión se plantean intervenciones sin dicho trabajo previo.

a.2. Teoría de la intervención: se refiere a qué tipo de intervención se puede realizar, qué no se debería hacer, qué experiencias de intervención han demostrado tener éxito… Esta área está abordada, pero tal vez no con la intensidad característica de otras líneas de investigación. Quizás se debe a que desde el mundo académico no hay demasiado interés por las expe-riencias de intervención y, paralelamente, el mundo profesional no di-funde sus experiencias en circuitos comunes con el mundo académico. Esto genera falta de comunicación entre académicos y profesionales de la intervención que debería ser superada a través de encuentros en temas de interés común.

b. Dominio de las dimensiones aplicadas de la investigación:

b.1. La dimensión política: cuando no se considera el conocimiento del pro-blema y del contexto de análisis al preparar y ejecutar una intervención comienzan a surgir los problemas. Sin embargo, este hecho es bien cono-cido, y hay recursos suficientes como para saber qué hacer y qué decir en estas situaciones. “Por ejemplo, puede haber un problema con el político de turno, por las prisas de las elecciones… pero el no haber contemplado esto a la hora de desarrollar la intervención también es un error”.

b.2. La dimensión científica: referida al conocimiento sobre el diseño de la intervención. Aborda cuestiones como qué modelo es mejor en una situa-ción determinada (p.ej., un modelo de intervención estrictamente técnico o un modelo con la participación de expertos o de ciudadanos).

b.3. La dimensión técnica: se asocia al desarrollo de la intervención cómo ejecución del modelo (p.ej., cómo organizo una reunión).

Se puede concluir que las personas vinculadas a la intervención ambiental deben tener un conocimiento amplio tanto de los factores que originan los pro-

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blemas como de los modelos y posibilidades existentes para diseñar y ejecutar las intervenciones teniendo en cuenta las múltiples dimensiones a considerar así como la gran cantidad de experiencias previas ya analizadas.

Paralelamente a las capacidades que tiene que tener un profesional de la Psicología ambiental, se observan cuatro competencias que pueden abordarse desde esta disciplina en el campo de la intervención para la calidad ambiental urbana:

a. Realización de diagnósticos de sostenibilidad integrando la dimensión so-cial, institucional y económica. El estado del conocimiento del problema desde una visión integral se considera fundamental para poder mejorar los procesos. Por ejemplo, muchas veces interesa saber la intención o las motivaciones de las personas para reciclar, pero también es interesante re-visar los resultados de la gestión de residuos (como conocer la cantidad de kilogramos de vidrio recogidos, su distribución en barrios o distritos…).

b. Planificación y ejecución de procesos de intervención. Se diseñan actua-ciones de intervención, pero es importante saber cómo desarrollarlas (por ejemplo, a través de modelos de participación, con técnicas específicas vinculadas a la dinamización de la participación, a la toma de decisiones, a la mediación de conflictos o a la gestión de la información...). En estos campos el número de investigaciones es cada día mayor.

c. Evaluación de procesos y reflexión sobre los resultados con fines de re-troalimentación. La justificación de la evaluación está fuera de duda, tal como se ha explicado anteriormente. A través de esta reflexión se puede “desmontar mitologías” vinculadas a los procesos de intervención (acabar con ideas preconcebidas como “es que la gente quiere este modelo de ciudad”, cuando la complejidad del problema hace que un planteamiento simplis-ta desemboque en falta de soluciones o bien en propuestas desacertadas).

d. Planificación de procesos de comunicación para dar transparencia a la intervención: es importante explicar a la ciudadanía o actores implicados en qué consisten los procesos, qué conceptos se manejan en los mismos, determinar un lenguaje común, qué requieren y para qué, qué cambios se quieren provocar, etc.

Se comenta como un aspecto lógico el solapamiento de la intervención am-biental con la intervención comunitaria. En España se ha trabajado en estas áreas (procesos de participación, gestión de la información y gestión de la con-fianza) desde hace años y en diferentes territorios. En el mundo académico se han desarrollado múltiples investigaciones, como por ejemplo la evaluación del

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impacto social de la catástrofe del Prestige, que se materializó en una guía para orientar las actuaciones en temas de catástrofes; o bien las desarrolladas en la misma región en el 2006, que abordan el tema de los incendios forestales, u otras investigaciones vinculadas a la gestión de residuos (se citan estudios en Cataluña, Galicia y Madrid). Por tanto, uno de los objetivos más claros cuan-do una institución demanda intervención desde la investigación es mejorar la gestión ambiental de un problema. Paralelamente, la Psicología ambiental tiene una amplia trayectoria en el intento de responder a dicha demanda a través de múltiples trabajos como estudios de contextos para la formulación de propues-tas, diseños de intervenciones, ejecución de las mismas y realización de segui-mientos y evaluaciones.

No hay que olvidar que el principal conflicto ambiental en las ciudades espa-ñolas es el tema del urbanismo y la construcción; dichos temas conectan con el resto de problemas especialmente ambientales (cambio climático, generación y gestión de residuos, consumo de agua y energía…) y económicos (especulación, crisis ambiental…).

¿Están siendo abordados los problemas ambientales desde los programas de intervención municipales? No parece que sea así. Al menos, este hecho no se produce si revisamos investigaciones como la de García (2005)2, donde se estu-dia la vinculación de la educación ambiental municipal a problemas ambienta-les en ámbitos locales a través de un indicador de coherencia (cuyos resultados cuestionan mayoritariamente dicha relación). El diseño urbanístico desarrollista es uno de los principales problemas ambientales (tal como identifica la Estra-tegia Española de Medio Ambiente Urbano) y, prácticamente, no hay ninguna intervención en relación con el mismo. Sin embargo, cuando se estudia el nivel de permisividad de la gente en cuanto a los delitos vinculados con temas de construcción y urbanismo, éste es muy elevado. “Cuanto más rentable es la trans-gresión de la norma ambiental, a veces mayor es el grado de permisividad, ya que justi-fica el deterioro”. Este discurso ha calado en la ciudadanía y no es cuestionado en el discurso político, pero ¿es responsabilidad de la Psicología ambiental ayudar a desmentirlo?, ¿bajo qué costes?

5. Los datos, una asignatura pendiente

A continuación, el debate gira para centrarse en aquellos aspectos de la dis-ciplina donde existen mayores debilidades, comenzando por los problemas aso-

2. García, D. (2005). La educación ambiental en los Ayuntamientos de la Comunidad de Madrid. Memoria de suficiencia investigadora. Universidad Autónoma de Madrid. Madrid, España.

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ciados al diseño de estrategias para la obtención de información. En la Psicología ambiental, los datos que se manejan son diferentes de los utilizados en otras dis-ciplinas medioambientales. La información no se mide de forma tan periódica ni estandarizada, por lo que es difícil en muchos casos realizar comparaciones de la evolución de ciertos problemas. Además, se detecta que no existen protocolos de mediciones tan consolidados (no por ello carentes de incertidumbre) como en otras áreas. No obstante, la posibilidad de utilizar diversos procedimientos o instrumentos de recogida de datos dependiendo de los objetivos de investiga-ción, el momento o el lugar, se puede considerar una ventaja.

Actualmente se constata que esta situación está evolucionando, ya que hay muchos estudios que están incorporando indicadores de calidad ambiental per-cibida, por ejemplo, para recoger el impacto social del ruido. El cómo se han introducido estas variables en dichos estudios se debe al amplio abanico de dise-ños metodológicos, a la necesidad de mejorarlos y a los avances de la normativa (p.ej., ahora se obliga a realizar mapas de ruido municipales). Pero se reconoce que es una excepción, y que hay otros problemas ambientales cuya percepción por parte de la población no ha sido abordada (como aquellos vinculados a la gestión del agua o a los olores). Es decir, la calidad ambiental se aborda, casi exclusivamente, desde aspectos técnicos con medidas físicas, obviando su di-mensión psicosocial (percepción, valoración, etc.), siendo esta una línea de tra-bajo que debería ser asumida por la Psicología ambiental desde una perspectiva integradora.

6. Matizando conceptos: ¿calidad ambiental y sostenibilidad?

Finalmente, se retoma la discusión de conceptos dentro del debate para matizar, ajustar o afinar la definición de términos que generan tanta contro-versia como sostenibilidad o calidad de vida. Es difícil identificar claramente sus variables y las aportaciones de las mismas a cada contexto. ¿Pero es que estamos hablando de que una cosa deriva de la otra?, ¿en ese caso, en qué di-rección?

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De nuevo existe polémica al respecto. Desde el punto de vista de la gestión ambiental, se suele partir de un supuesto que argumenta que no puede exis-tir calidad de vida sin sostenibilidad: el objetivo es mejorar la calidad de vida (como fin último) a través de la sostenibilidad (y este supuesto es el que subyace a la intervención). Este hecho es muy importante de cara a desarrollar dicha intervención. Para poder trabajar en común, hay que conocer de qué supuestos están partiendo todos los actores implicados.

Además, hay que considerar que a la hora de hablar de calidad de vida y sos-tenibilidad urbana, hay dos discursos:

a. Discurso técnico sobre los problemas urbanos: “faltan viviendas, hacen fal-ta casas… si se hacen casas se resuelve el problema”.

b. Discurso de movilización de recursos de la comunidad, cuyo prototipo, visto de forma muy crítica, son los procesos de Agenda 21. Sin embargo, en algunos casos, para desarrollarlas se han aplicado teorías inadecuadas de intervención, o bien se ha realizado un buen proceso pero al final no se aplica el plan de intervención resultante.

Paralelamente se siguen aportando reflexiones sobre el desarrollo sostenible (según Informe Brundtland3), los desarrollos económicos vinculados a una su-puesta sostenibilidad económica, la sostenibilidad débil y fuerte… Se explica la dificultad de combinar de forma equilibrada las tres grandes patas del concepto (lo ambiental, lo económico y lo social), cómo se pueden dar unas sin las otras y no llegar al fin deseado, cuáles son las reglas del juego, qué escalas maneja-mos… Además, hay mucha perversión en el uso de estas etiquetas para intentar defender proyectos comunitarios que responden a otros intereses alejados de la sostenibilidad pero que se intentan justificar bajo este paraguas.

Se reconoce que el debate sobre la relación entre sostenibilidad y calidad de vida permanece en el aire en el ámbito académico y de gestión, agudizándose por la crisis ambiental que va aumentando especialmente en las ciudades, y por la concepción de calidad de vida que tiene la población. ¿Dicha concepción es una trampa para la sostenibilidad?, ¿es la mayor barrera para lograr la auto-contención que intentaría mejorar el equilibrio del metabolismo urbano?, ¿la mejora de la calidad de vida justifica la degradación de la dimensión ambiental dentro de la sostenibilidad a favor del desarrollo económico y social?, ¿cuáles son las barreras sociales de todos los actores de cara a trabajar hacia la sostenibi-lidad, y en concreto en intervenciones específicas enmarcadas en un contexto? La respuesta a estas preguntas pasa por la “desmaterialización de la calidad de

3. Brundtland, G.H. (1987). Brundtland Report: Our common future. United Nations World Commis-sion on Environment and Development. Oxford: Oxford University Press.

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vida”, es decir, tenemos que disociar la mejora de la calidad de vida del aumento del consumo de recursos.

Como se anunciaba en el inicio de este relato, en el debate surgen más pre-guntas que respuestas. Sin embargo, un aspecto claro es la responsabilidad que tiene la Psicología ambiental frente a la sostenibilidad urbana. Es decir, esta disciplina tiene un amplio campo de estudio en el cual continuar trabajando y profundizando para intentar ganar la batalla a la crisis ambiental, contribu-yendo, junto a otras disciplinas, en el avance hacia la sostenibilidad en nuestras ciudades.

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Parte 3. Los nuevos espacios urbanos

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Capítulo VIII

Ciudad, tecnología y movilidad: espacios de sociabilidad transitoria

Pep Vivas i Elias, Isabel Pellicer Cardona** y Óscar López Catalán***Universitat Oberta de Catalunya, ** Universitat Autònoma de Barcelona

Introducción

A lo largo de las últimas décadas, la Psicología ambiental se ha desarrollado generalmente alrededor de conceptos y teorías que estaban directamente rela-cionadas con el “anclaje” de las personas a los lugares, territorios y espacios. Temas como la identidad social urbana, la privacidad, la territorialidad, la apro-piación del espacio, etc., han cosificado y cristalizado los fenómenos y procesos ambientales que potenciaban la vinculación estrecha con un “terreno” concre-to. Así pues, la Psicología ambiental ha contribuido de forma importante a los procesos de reificación de las categorías sociales, los estereotipos, las identidades territoriales y nacionalidades, etc. Uno de los resultados de dicho enfoque es un análisis de la realidad social construido bajo el paradigma de lo “sólido” y de lo “estático”, de lo “estructural” y lo “fronterizo”; una interpretación adaptada a una sociedad dominada por un “orden social” estancado y de difícil transfor-mación.

A inicios de siglo XXI, en el contexto de la sociedad de la información y el conocimiento, resulta complicado plantear una Psicología ambiental que aún se base en los planteamientos esbozados en el párrafo anterior. De entrada, y aún teniendo en cuenta la “antigua” definición de la disciplina, no se puede negar

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la influencia que están teniendo las nuevas tecnologías en la interacción de las personas con sus ambientes, lugares, espacios, territorios. Pero sobre todo hay que contemplar dicha influencia como un proceso complejo y multidireccional, como dinámicas que de hecho nos obligan a reinterpretar los propios concep-tos que utilizamos para dar cuenta de lo espacial y lo social. Quizá Internet sea uno de los ejemplos más patentes de ello. Como apunta Urry (2005, p. 52-53): “Internet se ha convertido en la metáfora de la vida social como fluido. Engloba millones de redes, de individuos, de máquinas, de lógicas, de textos y de imá-genes, de casi-sujetos y casi-objetos que se mezclan para formar nuevos híbri-dos. Nuevas redes informáticas, nuevos lazos proliferan en función de esquemas anárquicos y complicados. En este espacio fluido, es imposible determinar las identidades dado que un mundo fluido es un mundo de mezclas”. Si lo “social” es híbrido por naturaleza, y dado que las nuevas tecnologías están provocan-do nuevas formas de relacionarnos entre nosotros y nosotras –nuevas formas de interaccionar con nuestros entornos más inmediatos y de perfilar nuestras identidades–, parece lógico repensar cómo tiene que desarrollarse la Psicología ambiental en la actualidad.

Las nuevas tecnologías no son el único elemento definitorio de las socieda-des actuales, y por lo tanto, de las ciudades contemporáneas. Sin lugar a dudas, lo “móvil”, como metáfora y como proceso social, es otra de las características que definen la vida social y urbana de esta década (probablemente la que mejor lo hace). Lo “móvil” se impregna en lo “social” de la misma manera en que lo hace lo “tecnológico” –es más, este último elemento potencia todavía más el carácter móvil de la sociedad y de la ciudad–.

Por lo tanto, en este capítulo vamos a destacar cómo se pone de manifiesto lo “tecnológico” y lo “móvil” a partir de cómo entendemos las ciudades actuales y aquellas estructuras que permiten y potencian la movilidad. También, para insistir en la importancia de la cotidianeidad más allá de las grandes transforma-ciones urbanas, vamos a explorar las prácticas y procesos sociales que se ponen de manifiesto en el contexto urbano actual. Con ello, queremos presentar una psicología que analice las diversas “movilidades de los pueblos, los objetos, las imágenes, las informaciones y de los residuos”; una psicología “de la interde-pendencia compleja entre las diversas movilidades y sus consecuencias sociales” (Urry, 2005, p. 15). Una Psicología de lo urbano, en tanto la llamada “sociedad de la información” ha sido y es cada vez más una sociedad urbana, entendida a través de la distinción tomada de Lefebvre (1972, p. 70-71, citado en Delgado, 1999) entre lo urbano y la ciudad. En otras palabras, que tenga en cuenta que el dominio de ciudades y metrópolis ha alcanzado, en la sociedad contemporánea, una extensión probablemente sin precedentes en la historia humana, pero que, además, sus prácticas se han extendido mucho más allá de las “fronteras físicas” de la ciudad. Por todo ello nos gusta definirnos como psicólogos y psicólogas de la ciudad, hablar de una Psicología de la ciudad que englobe también lo urbano y practicarla en dichos espacios.

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1. De la “ciudad genérica” a la “ciudad efímera”: un paisaje tecnológico

La historia de las urbes está estrechamente imbricada con las diversas formas a través de las cuales entran en relación los elementos y las estructuras de la tra-ma urbana, las personas que habitan e interactúan dentro y con las ciudades y el conjunto de normas y leyes que administran las mixturas sociales y urbanas. Se podría decir que en un inicio el centro de la ciudad era el elemento urbano pri-mordial para comprender el acontecer de las ciudades, por cuestiones diversas: primero, el centro era considerado la “zona cero” –a partir del cual se extendía la ciudad– y el “punto cero” –a partir del cual se desplegaban las estructuras que posibilitan la vida en la urbe–; segundo, el centro actuaba de nodo de unión no sólo de la distribución arquitectónica y urbanística –intentando mantener su coherencia– sino también como el espacio, por excelencia, de la producción social. En este sentido, y cómo tercer aspecto, el ágora, la plaza, el foro pretendía cumplir así una función pragmática –lugar de reunión e intercambio de impre-siones de las personas– y una función simbólica –como espacio de referencia–. Finalmente, en el centro se erigían todos aquellos edificios importantes para el desarrollo de la vida social, económica y política de la ciudad. Mediante estos estamentos centrales se ponía en marcha el entramado de poder que regía no sólo lo urbano sino también lo social.

En la actualidad el centro “tradicional” de la ciudad ha desaparecido, y en ese mismo proceso de desvanecimiento, de disgregación, han surgido multitud de puntos que desempeñan un papel nodal en la que Koolhaas (2006) etiqueta como “ciudad genérica”. Como apunta el mismo autor: “la ciudad genérica es la ciudad liberada del cautiverio del centro, de la camisa de fuerza de la identidad. La ciudad genérica rompe con este destructivo ciclo de dependencia” (Koolhaas, 2006, p. 12). Ciudades liberadas de sus centros “tradicionales” y ciudades simi-lares en sus formas urbanas, sociales, económicas y políticas. Así, y teniendo en cuenta las palabras que nos lanza el mismo autor: “¿Son las ciudades contempo-ráneas como los aeropuertos contemporáneos, es decir, ‘todas iguales’? […] ¿Y si esta homogeneización accidental -y habitualmente deplorada- fuese un proceso intencional, un movimiento consciente de alejamiento de la diferencia y acerca-miento a la similitud?” (Koolhaas, 2006, p. 6). Sea o no así, dichas formas cada vez se asemejan más, y en las ciudades del presente, toman relevancia ambos aspectos: el primero, el carácter genérico de “lo urbano” (entendido como el conjunto de prácticas e interacciones sociales que realizamos en el interior de las ciudades) y de “lo arquitectónico” (entendido como las formas arquitectónicas y el paisaje urbano que nos acompaña en nuestro día a día). Como apunta Sor-kin (2004, p. 12): “la arquitectura de esta ciudad es casi pura semiótica, puesto que juega con el tráfico de significados” en un proceso que muy habitualmente converge con una ciudad simulada o una ciudad como un parque temático. El

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segundo, como ya hemos dicho, es la hipermultiplicación de centros nodales, de puntos estratégicos, de lugares de conexión en las ciudades (por ejemplo: los aeropuertos, las estaciones de tren, los andenes de las líneas de metro, los inter-cambiadores de sistemas de transporte, las cadenas hoteleras, etc.), los cuales acaban convirtiéndose en lugares simbólicos y puntos de referencia espacial. En este sentido, una ciudad toma entidad cuanto más se asemeja a otras ciudades “modelo” genéricas –es decir, cuantas más estructuras espaciales y arquitectó-nicas postmodernas (relacionadas no con aquello que “permanece” sino con aquello que “transita” con la mayor rapidez posible por las mismas) albergue en su territorio; cuanto mayor sea la propia resignificación de sus elementos iden-tificables e históricos en espacios de tránsito, de turismo masivo o de otro tipo; cuanto mayor sea el movimiento generado por la actividad de los ciudadanos, de las mercancías, de las economías, etc. –es decir, cuanto mayor sea el efecto de entrada, estancia y salida de personas y de materiales de su área urbana y cuanto más conexión establezca con el resto de las ciudades globales del planeta–; y finalmente, cuanto mayor sea su capacidad para generar y provocar ciertos tipos de subjetividades e imaginarios urbanos que estén estrechamente relacionados con lo nómada, lo errante, lo móvil, lo efímero, y al mismo tiempo vinculados con una supuesta imagen específica, auténtica e inmutable de lo que significan como ciudad.

La ciudad nómada, errante, móvil, efímera invita y obliga al tránsito cons-tante. Es aquella que está repleta de “superficies resbaladizas” en las cuales “los eventos, las personas y las cosas transitan impunemente sin dejar huellas, como si fueran ‘ladrones de espacio’, sombras que no dejan marcas pero que son per-ceptibles por nuestros sentidos” (Hiernaux, 2006, p. 277). La multiplicación de espacios nodales prepara las ciudades del presente para la movilidad permanen-te, para ir a ellas y no pararse, para realizar estancias de pocos días, para vivir instantes, sensaciones y emociones urbanas furtivas. Al mismo tiempo, las sitúa como punta de lanza e inserta de lleno en las dinámicas económicas, sociales, políticas y comunicativas globales de la inestabilidad, la precariedad y el con-sumo frenético. Las ciudades contemporáneas son pues ciudades heterotópicas (Foucault, 1986) dado que “carecen de marcas geográficas [al contener] hitos espaciales carentes de fijación” (Rojas, 1997, p. 57), y en definitiva están repletas de espacios urbanos que, más que representar puntos de una red, se componen de trayectos y experiencias; espacios que “conforman un momento de finitud, en donde las apariencias y las figuras adquieren un sentido momentáneo” (Ro-jas, 1997, p. 57). En consecuencia, el espacio urbano actual deja de ser un espa-cio sedentario “estriado por muros, recintos y recorridos entre recintos” (Deleu-ze y Guattari, 1994, citado en Careri, 2002, p. 38) y se convierte en un espacio nómada, “liso, marcado tan sólo por unos ‘trazos’ que se borran y reaparecen con las idas y venidas” (Deleuze y Guattari, 1994, citado en Careri, 2002, p. 38). Las ciudades actuales son pues, por tanto, de naturaleza nómada. Como apunta el mismo autor: “la ciudad nómada es el propio recorrido, el signo más estable en el interior del vacío, y la forma de dicha ciudad es la línea sinuosa dibujada

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por la serie de puntos en movimiento. Los puntos de partida y de llegada tienen un interés relativo, mientras que el espacio intermedio es el espacio del andar, la esencia misma del nomadismo, el lugar donde se celebra cotidianamente el rito del eterno errar.” (Careri, 2002, p. 42). Hablamos entonces de las prácticas sociales y urbanas de las no-ciudades (Delgado, 2007, p. 73), en tanto que “la no-ciudad es lo que difumina la ciudad entendida como morfología y como es-tructura. Posibilidad espacial pura, es el resultado de codificaciones que nacen y se desvanecen constantemente, en una tarea innumerable. Lo que luego queda no son sino restos de una sociabilidad naufragada constantemente, nacida para morir al poco”. Así pues, las ciudades obtienen una doble naturaleza efímera: por un lado, mediante el incesante movimiento urbano y, por otro lado, a tra-vés de la incesante construcción y reconstrucción social. El escenario urbano cotidiano que se desprende de dicha naturaleza es una auténtica “sociedad mo-vediza” (Delgado, 2007).

El paisaje de las ciudades está, en consecuencia, repleto de elementos gené-ricos, de instantes efímeros y, a la vez, de compuestos tecnológicos. Las nuevas tecnologías desempeñan un papel esencial y están incorporadas en la arquitec-tura de los espacios urbanos, forman parte de ellos, conviven en nuestra coti-dianeidad. Gestionan y controlan la realidad urbana, a veces de forma sutil, otras con una presencia plena y visible: sin ellas, muchas de las infraestructuras urbanas que habitualmente usamos no funcionarían, quedarían saturadas o no permitirían la movilidad que se les supone. Por otra parte, las nuevas tecnolo-gías y la movilidad influyen de forma determinante en las prácticas sociales que se pretenden propias de dichos espacios y en la planificación y organización de los lugares. En palabras de Sheller y Urry (2006a, p. 213): “la vida social se parece así, por completo, a un conjunto de conexiones múltiples y extendidas, a menudo a largas distancias, organizadas en ciertos nodos”. Las movilidades provocan que en diferentes espacios sociales se organicen nuevas formas de vida social en torno a estos nodos como, por ejemplo, medios de transporte, estacio-nes, hoteles, autopistas, complejos turísticos, aeropuertos, centros comerciales, complejos de ocio, ciudades cosmopolitas, playas, galerías de arte y áreas de servicio. Algunos, como la nueva T4 del Aeropuerto de Madrid, se amparan en el diseño para convertirse en elementos representativos del nuevo paisaje urbano. Otros destacan su papel como grandes ejes de movilidad urbana, como la nueva L9 del metro de Barcelona, que viene asociada al discurso de que será la línea de metro más larga de Europa, vendiendo una imagen de la ciudad tecnológica y en consonancia con los nuevos tiempos.

En todo caso, son estas zonas e infraestructuras urbanas las que suelen contener los lugares del “movimiento intermitente”: espacios de interacción y movimiento urbano constante rodeado de un trasfondo tecnológico que, como hemos dicho, en ocasiones adquiere visibilidad y en otras pasa desaper-cibido (aunque está presente como si de partículas de aire se tratase). Habita-mos y practicamos en unos espacios híbridos repletos de engranajes, de formas discursivas y simbólicas diversas, que se conectan directamente, se imbrican

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de forma estrecha, con los procesos sociales, políticos, urbanos y económicos de las ciudades.

En definitiva, si partimos de estas formas de concebir las ciudades actuales (de forma genérica, efímera y tecnológica), es necesario que consideremos que las urbes del presente ya no se edifican ni se esparcen de una forma estable, sino que las realidades urbanas actuales están estrechamente relacionadas con lo transitorio, con lo efímero, con lo momentáneo, con lo cambiante. En co-herencia, necesitamos plantear conceptos sociales y formas de investigar que conecten con esas estructuras y formas urbanas-sociales y que, al mismo tiempo, como productos de la realidad urbana en la que son construidos, nos ayuden a explicar qué tipo de prácticas sociales y subjetividades urbanas se ponen en jue-go; sobre todo, se muestra necesario hacer lecturas de las ciudades desde otros puntos de vista, desde “otros” espacios.

2. Espacios de tránsito: los paisajes del movimiento

Los espacios que vivimos de forma efímera o transitoria, aquellos que reco-rremos sin detenernos, también forman parte de la ciudad y, más allá de su per-tenencia física a ella, contribuyen de una forma muy significativa a construirla como el ámbito en el que interaccionamos y realizamos unas ciertas prácticas sociales urbanas. Los espacios de tránsito o espacios de sociabilidad transito-ria son espacios liminales o heterotópicos que algunos autores han denomina-do también no-lugares (Augé, 1993; Delgado, 2005). Como ya hemos dicho, el análisis de dichos espacios no puede hacerse sin contextualizar mínimamente algunas aportaciones en torno a las transformaciones sociales que están ocu-rriendo simultáneamente, y en las que las nuevas tecnologías también tienen mucha presencia. Autores como Castells (1995), Hall (1996), Muxí (2004), Azúa et al. (2004), Mitchell (2001, 2003) o Sassen (2000, 2001), por citar algunos, han abordado dichos procesos, centrándose específicamente en el contexto urbano, en un recorrido que va desde los aspectos económicos, industriales, organiza-cionales hasta el impacto de la tecnología en la arquitectura, pasando por la -bastante manida ya- globalización. Por otra parte, y más en coherencia con el tema que nos ocupa, nos encontramos con investigaciones que, en buena parte desprendiéndose del contexto global que analizan los autores anteriores, tienen en cuenta la aparición de “nuevos espacios” o de “lugares característicos” de la sociedad contemporánea. Podemos citar aquí algunos ejemplos como Augé –El viajero subterráneo. Un etnólogo en el metro (1986) o Los “No lugares”. Espacios del anonimato (1993)–; Bellanger y Devos –Planeta Nómada (1997)–; Bellanger y

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Marzloff –Tránsito. Los lugares y los tiempos de la movilidad (1996)–; y más recien-temente Sheller y Urry –Tecnologías móviles en la ciudad (2006b)– y Perán –Post-it City: ciudades ocasionales (2008)–.

Los autores anteriores abordan, desde diferentes perspectivas, los espacios proteiformes, complejos y cambiantes a los que antes hacíamos mención, en-tendiéndolos como liminales: espacios de transición, con una identidad no fija, sino procesual. Situados entre espacios geográficos, estos espacios residen en el límite, en la conexión, entre los otros espacios: características comunes a las dos aportaciones que queremos destacar y resumir brevemente en este apartado, por la importancia que han tenido como precedentes para conceptualizarlos y ana-lizarlos. Se trata de dos conceptos, que ya hemos mencionado, y que guardan ciertas similitudes entre si: las heterotopías (los espacios heterotópicos), pro-puestas por Foucault y los no-lugares, de Augé.

Cuando Foucault (1986) hablaba del tiempo de los emplazamientos, se re-fería, en parte, a la importancia de los espacios que constituyen vecindad con otros espacios, y que, además, permiten interpretar la ciudad de una forma dis-tinta. Parece que inicialmente el concepto de heterotopía surgió de esa idea; la de rescatar aquel espacio que siempre había estado pero que había quedado en el olvido y, además, la de producir contraste entre la utopía (como el empla-zamiento sin lugar real, el proyecto en el tiempo) y la heterotopía (como los contraemplazamientos simultáneos, los lugares fuera de todos los lugares, pero localizables). Pero ¿qué son exactamente las heterotopías? Para Foucault (1966), es posible relacionar el concepto con yuxtaposiciones y emplazamientos, es de-cir, con la relación cerca-lejos, con la irreductibilidad entre los espacios y con su superposición, con las transformaciones y sus posibles multiplicidades. En otras palabras, Foucault mostró mucho interés en un tipo de espacio que tiene la característica de ser y de existir en relación con otros espacios, en conexión, adquiriendo lógicas que los agrupa, los relaciona y los designa. Pero aún más importante, esto se traduce en espacios de relaciones y prácticas sociales hete-rogéneas, constituidos de diversas formas en cada sociedad y momento, pero siempre cambiantes y difíciles de acotar. Vivimos en el interior de un conjunto de relaciones y prácticas sociales y no en un vacío categorizado en emplaza-mientos claramente definidos. Foucault (1986) describió nuestra convivencia no sólo con espacios conocidos o concretos sino también, aunque sea por ins-tantes, con esos espacios que se encuentran en medio. Los espacios heterotópi-cos responden al orden de esos conectores del espacio, pero son en sí mismos otro orden de espacios, aunque su existencia sea tan fugaz como el momento mismo de su activación, como el paso momentáneo por el pasillo que comunica dos estaciones de metro.

Ocurre lo mismo con los no-lugares, sitios que conforman un momento de finitud, donde las apariencias y las figuras adquieren sentido momentáneo. La noción de no-lugar se define por oposición a aquello de donde obtiene su senti-do más elemental y lógico: lo que entendemos por lugar (Augé, 1993). A partir del lugar –ahí donde se expresa la identidad, la relación y la historia– se define el

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no-lugar como el espacio donde las tres características que acabamos de mencio-nar no se manifiestan. Augé hace referencia al concepto de la sobremodernidad para llamar la atención sobre el exceso del tiempo, del espacio y del individuo, y la interpreta a su vez como productora de no-lugares, de espacios que “no son en sí espacios antropológicos y que, contrariamente a la modernidad baudeleriana, no integran los lugares antiguos: éstos, catalogados, clasificados y promovidos a la categoría de ‘lugares de memoria’, ocupan allí un lugar circunscrito y especí-fico” (Augé, 1993, p. 83). El concepto de no-lugar tiene para Augé cabida en ese tipo de espacio de la comunicación y del consumo: la autopista o el supermer-cado, los aeropuertos o los centros comerciales, serían algunos de sus ejemplos paradigmáticos.

Augé ya aclara que debemos considerar la relación entre lugares y no-lugares como un continuo entre los dos polos y no caer en el error de buscar “no-lugares puros”, ya que se suelen encontrar en estos espacios algunos de los elementos que llamaríamos lugares (principalmente relacionales). Por tanto, entendemos que los no-lugares no deben caracterizarse por una ausencia total de historici-dad, significación o relación, sino, en todo caso, por una transformación de las mismas, quizás haciéndolas mucho más efímeras y cambiantes. En este sentido, nos parece importante no tratar de eludir algunos de los problemas que tie-nen conceptos como el de “no-lugar”, que hemos señalado brevemente, sino de elaborar teóricamente y de forma adecuada otros que nos puedan servir para analizar ciertos espacios de las ciudades contemporáneas. No se puede hablar, continuando con Augé, de una ausencia total de lugar, de la misma manera en que no podemos hacerlo de la presencia total de no-lugar. Las prácticas sociales que se dan en estos espacios son lo suficientemente ricas para que sea necesario analizarlas con profundidad antes de realizar críticas globales al concepto, como muestra Korstanje (2006). En todo caso, tampoco pretendemos –y no es este el lugar para ese debate- enfocar el análisis de dichos espacios desde una especie de realismo ingenuo o una confianza ciega en lo empírico, que en ocasiones puede implicar entenderlos exclusivamente desde una presencia física y objetivable, olvidando que somos nosotros, con nuestras prácticas cotidianas, los que en definitiva hacemos que un espacio sea algo más que un territorio, y que merezca la pena analizar desde la Psicología de la ciudad y otras ciencias sociales.

Un concepto debe ser una herramienta de trabajo y por tanto es necesario argumentar porqué se elige uno y no otro, y cuáles son sus posibles ventajas y/o inconvenientes (independientemente de que, en el futuro, pueda desecharse por una propuesta más adecuada) ¿Por qué hablar entonces de “espacios de sociabilidad transitoria” o “espacios de tránsito”? En primer lugar, porque nos interesaba, para comenzar, hablar de espacios, más que de lugares o territorios; en parte –como comentamos antes– para escapar del peligro de entender “lugar” y “no-lugar” exclusivamente a partir de una dicotomía, de una oposición. Tam-bién, y siguiendo a De Certeau (1980, p. 129), por entender el espacio como un lugar practicado, relacionado fundamentalmente con la práctica social y no con la acotación. En otras palabras, porque si los espacios de los que hablamos son

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heterotópicos, podemos considerar los lugares como territoriales y geométricos, y ello nos sirve para insistir de nuevo en que las ciudades no albergan solamente una materialidad arquitectónica sino, especialmente, una serie de maneras de ser y de practicar el espacio que constituyen lo urbano (como apuntábamos en el primer apartado). Los espacios son, entonces, practicados y sociales; y eso enlaza con la sociabilidad, que contribuye a insistir en que lo que nos interesa fundamentalmente son las relaciones entre las personas, las interacciones entre ellas, pero también con los propios espacios. No se trata de quitar u otorgar peso a un elemento u otro (lo espacial, lo social, etc.), sino de entender que dicha dis-tinción, en ocasiones, viene más de nuestra propia incapacidad para categorizar la vida social que de la existencia de ese tipo de dicotomías.

Esta dificultad para (a veces obsesión por) acotar y delimitar espacios se hace aún más intensa cuando intentamos aplicar un adjetivo al tipo de relaciones y prácticas que pueden estar dándose en estos espacios. Hemos usado la palabra transitorio, porque incorpora al mismo tiempo significados relacionados con lo espacial (tránsito, movilidad, traspaso) y con el tiempo (efímero, momentá-neo, cambiante). En definitiva, lo que pretendíamos era denominar espacios que recogen identidades no fijas, sino procesuales y móviles.

3. Practicando el movimiento

Así pues, lo más importante es centrarse en qué tipo concreto de prácticas sociales están ocurriendo en esos espacios. Es evidente que cada uno de ellos, por ejemplo una estación de metro, puede contener infinitas interacciones y prácticas, construir multitud de formas de apropiar y dar significado. En conse-cuencia, si lo entendiéramos exclusiva y acríticamente como un no-lugar de la forma más estricta (como espacio no identitario, no relacional y no histórico), estaríamos, probablemente, obviando un tipo de prácticas y resaltando otras. Un trabajador, alguien a quien le ocurrió algo importante precisamente en ese andén... para ellos la estación no es un lugar sin significado ni historia. Los ejemplos anteriores lo convertirían probablemente en un espacio relacional y de significado para esas personas, y por tanto en un lugar antropológico, si bien probablemente lo es ya (aunque de forma efímera y superficial) por el simple hecho de ser transitado. Esta resignificación del espacio, que en cierto modo realizamos constantemente, y que en la yuxtaposición multiplica su variedad y puede obligarnos a modificar nuestras formas de practicarlo (y analizarlo), son las maneras de hacer por una espacialidad no exclusivamente geográfica o geométrica (sino simbólica y semántica). Nos remiten de nuevo a la comple-

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jidad de la que hablábamos en la introducción, a los espacios heterotópicos en los que la multiplicidad y el emplazamiento simultáneo atraviesan nuestras prácticas sociales.

La diversidad de ámbitos y campos en los cuales se dan dichas prácticas es por tanto tan enorme y compleja como las subjetividades y dinámicas sociales que se dan cotidianamente en el contexto urbano. Es importante señalar, en ese sentido, que abarcan ámbitos tan dispares como las identidades y la autopresentación; la privacidad, la intimidad y el control; la reproducción de las propias prácticas socia-les y las resistencias ante ellas; las prácticas espaciales, de orientación y movilidad, etc.; y que, en definitiva, no podemos más que enunciarlas brevemente aquí1.

Por ejemplo, las identidades en la ciudad contemporánea se configuran “no sólo a través de nuestra presentación y de las múltiples interrelaciones que man-tenemos con otras personas en diferentes ámbitos (desde la calle hasta un chat), sino a través de nuestros recorridos por ella, de las huellas que dejamos al practi-carla, aunque no seamos conscientes de la forma en que estamos contribuyendo a transformarla.” (López, 2006, p. 74). Por otra parte, como ya hemos dicho, los “nuevos espacios” urbanos acogen diariamente una gran cantidad de personas que los traspasan, propiciando el establecimiento de significaciones y maneras de practicarlos muy diversas. Al mismo tiempo, esta gran afluencia de usuarios es un valor en alza que no ha pasado desapercibido para los organismos que los gestionan y los poderes económicos, que han visto la potencialidad de los pro-cesos de privatización de los mismos: publicidad, exposiciones culturales, oferta de consumo mientras se realizan los trayectos, nuevas formas de comercio, etc. Vemos cómo se pretende captar al comprador que ya no es, desde hace tiempo, el que va en busca del producto. En la actualidad las personas somos literalmen-te abordadas en los caminos por los cuales transitamos diariamente. Espacios de sociabilidad transitoria, por tanto, pero también repletos de establecimientos que ofrecen una homogeneización de los productos, que buscan resultar atracti-vos a los viajeros, una imagen corporativa y un aspecto fácilmente identificable. En nuestra opinión, “quizás no son más que expresiones, más o menos sutiles, de reproducción de valores y modas dominantes/emergentes […]. Su incorpora-ción masiva supone una estela (oculta por su propia banalidad) de los paráme-tros posfordistas y la precariedad difusa: esta vez aplicada a una especie de “atur-dimiento” colectivo basado en la extenuación y la repetición. Se trata, quizás, de una suerte de correspondencia […] de los espacios urbanos contemporáneos (espacios simbólicos, discursivos, físicos, corporales) [con] la transformación de una parte de las relaciones sociales de la misma forma en que se están transfor-mando (tematizando) las espaciales y económicas, en un proceso que podemos vincular en parte con, entre otros, los conceptos de urbanalización (Muñoz, 2004) o la disneylandización (Wakabayashi, 2002).” (López, 2006, p. 86)

Por tanto, la persona que transita por estos espacios no lo hace, o al menos no realmente en la mayor parte de las ocasiones, más que bajo la apariencia

1. Para un desarrollo más amplio de esta cuestión, puede consultarse Paseando por la ciberciudad (López, Vivas, Rojas et al., 2006), particularmente el capítulo 3, “Prácticas sociales y ciberciudad”.

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de ciudadano y consumidor libre e independiente; y muy frecuentemente ni siquiera puede aferrarse a esa ilusión. Como Sennett (2000) y Bauman (2006, 2007) exponen, vivimos en una época de incertidumbre, en la que el mundo ex-perimenta un estado de ansiedad constante por los peligros que pueden ocurrir de manera imprevista y en cualquier lugar. El enorme control que actualmente encontramos en los espacios de tránsito, parece responder a esta ansiedad, pero paradójicamente al mismo tiempo retroalimenta el primero, pues legitima esta sensación de miedo y la adopción de medidas que permitan “paliarlo”. Si esta-mos sometidos a una permanente sospecha, es para asegurar nuestra seguridad, aunque evidentemente cuanto más diverjan las prácticas sociales en dichos lu-gares de lo normativo o lo que señala el “sentido común”, mayor será el esfuerzo y el grado de control de las mismas.

4. Breve apunte metodológico y reflexiones finales

Todo lo explicado en los apartados anteriores (que es lo que nos interesa investigar) tiene ciertas implicaciones metodológicas que intentamos sondear tanto al realizar una revisión con profundidad de los conceptos que hemos resu-mido (no-lugares, espacios liminales, heterotópicos, etc.), como al seleccionar e investigar en algunos de esos espacios, con la intención de observar qué tipos de prácticas e interacciones sociales y qué formas de accesibilidad y de movilidad se dan en este tipo de espacios. En otras palabras, pretendemos utilizar metodolo-gías que permitan centrar la atención en las prácticas sociales, pero entendiendo que dichos espacios no son solamente escenarios inertes donde éstas se produ-cen, sino elementos imprescindibles para analizar las formas en que las personas viven y subjetivizan el espacio público en la actualidad.

Evidentemente, la metodología que mejor se adecua para el estudio de estos fenómenos y de dicha realidad urbana es la cualitativa, en consonancia con el planteamiento epistemológico y teórico de partida. Abordar la naturaleza de es-tos espacios urbanos de una forma clara y concisa, pero a la vez situada y rica en información puede ser complejo, más aún considerando sus características es-pecificas (movilidad permanente, cambio y flujo constante), pero creemos que es necesario para abordar una observación desde dentro, no considerándolos simplemente como espacios puente o de interconexión entre lugares, sino como lugares ricos en prácticas y discursos que les otorgan entidad propia.

De hecho, en los términos en los que lo expresa Delgado (1999, p. 12, citado en Anyó, 2002), la definición de la aproximación a lo urbano desde la antropolo-gía (también aplicable a lo que entendemos debe ser una aproximación desde la

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psicología y otras ciencias sociales) tiene bastante que ver con los términos en que estamos formulando la ciudad actual y las prácticas que se dan en ella: “Una antro-pología urbana, en el sentido de lo urbano, sería, pues, una antropología de confi-guraciones sociales escasamente orgánicas, poco o nada solidificadas, sometidas a oscilación constante y destinadas a desvanecerse enseguida. Dicho de otro modo, una antropología de lo inestable, de lo no estructurado, no porque esté desestructu-rado, sino por estar estructurándose, creando protoestructuras que quedarán final-mente abortadas. Una antropología no de lo ordenado ni de lo desordenado, sino de lo que es sorprendido en el momento justo de ordenarse, pero sin que nunca podamos ver finalizada su tarea, básicamente porque sólo es esa tarea.”

Desde nuestro posicionamiento creemos que una manera especialmente ade-cuada de estudiar estos espacios de tránsito es precisamente a través de la etno-grafía urbana (Delgado, 1999, 2002). Delgado (2002, p. 5) apunta que la reali-dad urbana implica “una lógica que obliga a topografías móviles”, abogando por técnicas parecidas a la observación flotante2 de Pétonnet (1982). En este mismo sentido Urry (2007) considera que el paradigma de la movilidad debe incorporar, para su observación, nuevas clases de métodos de investigación. En su libro Mo-bilities (2007, p. 39) afirma que “los métodos de investigación también necesitan estar ‘en el movimiento’”. Una técnica de recogida de datos que cumple dicha condición es la deriva: una técnica muy vinculada a lo largo de su desarrollo al estudio de la ciudad, que consiste en una suerte de observación participante en la que en lugar de acotar previamente de una forma muy estricta el lugar o el objeto de observación, el investigador pueda, al mismo tiempo, captar el movimiento y estar en movimiento, en contextos en que este es muy intenso. En ella el investi-gador ejerce un papel que se basa en el paseo y la observación y que puede ser más o menos activo (como otras formas de observación participante).

En una deriva tipo, a modo de flâneur3, una o varias personas renuncian durante un tiempo más o menos largo a desplazarse o actuar por los motivos habituales (de trabajo, entretenimiento u ocio, etc.), para vagabundear y deam-bular con el objetivo específico de dejarse llevar por las solicitaciones de los espacios y los encuentros que a ellos corresponden, intentando a través de esta técnica captar una información que quizás, en una observación más focalizada, podría pasar desapercibida. Lo fundamental es que, como Debord (1958) propo-nía, mediante la deriva puedan observarse las situaciones urbanas de una forma nueva, radical, realizando una lectura de la ciudad acorde con esa observación. La deriva supone también, como técnica y en lo que implica a nivel epistemoló-

2. La observación flotante, según Pétonnet, consiste en mantenerse vacante y disponible, sin fijar la atención en un objeto preciso sino dejándola ‘flotar’ para que las informaciones penetren sin filtro, sin ‘a prioris’, hasta que hagan su aparición puntos de referencia. Es una técnica que se parece a lo que propone la deriva.

3. La figura del flanêur, descrito por Baudelaire como dandi y que Benjamin retoma, recobra impor-tancia en el estudio de los espacios urbanos porque representa un disfraz que propone una mirada que interroga la ciudad y sus calles, buscando descifrar la cotidianeidad a través de su capacidad de asombrarse.

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gico, la renuncia a una mirada totalizadora y genérica sobre el espacio urbano, para detenerse en la importancia que las practicas sociales efímeras, invisibles e insignificantes puedan tener para su comprensión.

El uso de ésta y otras técnicas de investigación deben tener en cuenta, ine-vitablemente, la alteración que la propia presencia del investigador supone en dichos espacios y en los flujos que los definen. Realizar una deriva no tiene por qué implicar que el investigador se comporte siempre como un usuario más de dichos espacios, aunque se deje llevar hasta cierto punto por los eventos e inte-racciones que se pueden dar durante la observación.

El uso de la deriva no implica en ningún caso que esta observación de lo urbano deba quedarse en la mera descripción o el deleite estético. Nos interesa también conocer las posibilidades de uso y de apropiación de los espacios, así como las muchas desigualdades y dificultades que para ejercerlos encuentran las personas diariamente. Esto puede permitir, sin pretender alcanzar conclusiones que de nuevo contribuyan a una construcción de lo urbano pretendidamente fija y globalizadora, a observar qué procesos pueden influir positivamente en su resignificación y su uso, que favorezcan la accesibilidad y movilidad real de las personas con la intención de mejorar la calidad de vida urbana y, en definitiva, potenciar la habitabilidad de la ciudad en el contexto actual.

La sociedad actual es definida como movediza (Delgado, 2007), líquida (Bau-man, 1999), en tránsito constante (Sennett, 1994), y una larga lista de apelativos que hacen referencia, como hemos hecho aquí, a una sociedad estabilizada en el movimiento; a un espacio urbano cuyos espacios son coherentes con dichas exigen-cias de tránsito y movilidad. En la construcción de estos espacios el papel de las nue-vas tecnologías es innegable. Éstas se funden con ellos y median en las relaciones con los usuarios, en muchas ocasiones mediante la planificación de grandes infra-estructuras que permiten el control y la gestión de una enorme cantidad de cuerpos e información de manera instantánea. Pero estas nuevas propuestas arquitectónicas no se limitan a construir una estructura que permite el desplazamiento, sino que se utilizan, a través de su diseño, como elementos identificadores de las ciudades.

En cierto modo, y si de nuevo volvemos a las prácticas sociales para las que inicialmente son pensados estos espacios (conviene recordar aquí que, para dis-gusto de urbanistas y planificadores, sólo con una acotación y con un control muy estricto se consiguen minimizar las prácticas divergentes en la mayoría de espacios urbanos), no es casual que sean precisamente este tipo de infraes-tructuras las que se privilegien como símbolos de las urbes actuales. En cierto modo, frente a otras más necesarias e incluso vitales, representan una forma de entender lo que se pretende sea el espacio urbano actual. Son, en definitiva, espacios que guardan coherencia con la necesidad de unas movilidades, transi-toriedades y relaciones sociales que tienen implicaciones profundas tanto en la vida cotidiana como en los procesos globales. Para una sociedad estabilizada en el movimiento, quizá como antaño eran las calles, los espacios de sociabilidad transitoria o espacios de tránsito implican trayectos que no son sólo espaciales; trayectos que nos hablan de cómo vivimos.

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Referencias bibliográficas

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Capítulo IX

Dialogando acerca de los espacios de sociabilidad transitoria. Interrogantes y aportaciones desde la Psicología de la ciudad

Concha Piñeiro García de LeónUniversidad Autónoma de Madrid

1. Introducción

La provocación inherente a esta propuesta ha generado un complejo entra-mado de preguntas recurrentes que cuestionan el propio concepto, los objetivos de estudio, la metodología, el enfoque (inter)disciplinar desde el cual abordarlo e incluso el carácter innovador del concepto presentado. Quedan aquí expues-tas esas ideas, introduciendo algunas expresiones entrecomilladas y en cursiva, pero sin respetar el orden cronológico, que haría de este texto un mal reflejo del que sin duda es un apasionante coloquio sobre lo que está sucediendo en nuestras ciudades.

2. Algunas aclaraciones necesarias

El debate arranca con preguntas aclaratorias que invitan a perfilar conceptos a partir de los cuales elaborar sugerencias o críticas que contribuyan a la inves-

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tigación. Más concretamente se cuestiona: “¿Cómo se establece qué es lo inusual? ¿Qué es lo inusual en este contexto? ¿Para qué se estudia?”

Desde este estudio, se concibe lo inusual como “lo que te sorprende, lo inespera-do”. En los Espacios de Sociabilidad Transitoria (en adelante, EST), hay algunas pautas habituales, no establecidas de manera formal, pero sí que la gente nor-malmente hace. Sin embargo, para aquellos espacios que no tienen sus hábitos tan marcados, “puede que lo inusual se convierta en lo usual.”

El interés por estudiar lo inusual desde esta característica de sorpresa radica en que el equipo investigador de los EST relaciona lo sorprendente en la ciudad con la presencia del cambio, puesto que éste se produce por las prácticas que se dan en la propia ciudad.

También, se busca lo inusual en la arquitectura y en la caminata. “En alguna deriva, que arranca a partir de la invitación a salir a caminar y ver lo que encontramos, hemos hallado, por ejemplo, una práctica en Barcelona que es colgar zapatillas o calce-tines en los cables o en los semáforos. Te preguntas por qué se está haciendo esto.” En este sentido, incluso el grafiti puede replantearse desde esta perspectiva.

3. Es una propuesta sugerente, pero ¿hasta qué punto innova-dora, crítica y transformadora?

Hay un consenso acerca de lo sugerente que es la propuesta y cuán fresco resulta el lenguaje empleado, incluso hay quien lo apunta como necesario y urgente en grandes ciudades.

Pero también se cuestiona si se trata de una propuesta crítica o no cuando se afirma que “parece un discurso muy crítico, pero en el fondo no hay crítica.” Uno de los argumentos esgrimidos para defender esto es la debilidad de situar en el mismo plano como objeto de investigación una plaza pública y una página web. “Son dos espacios de interacción y de tránsito, e incluso seguramente de socialización, pero son dos terrenos muy distintos tanto a nivel de análisis como de intervención. Al situarlos en un mismo plano, necesitas una metodología que abarque todo.”

A pesar de entender la necesidad investigadora de poner estos dos tipos de es-pacios en el mismo plano de estudio, hay una pregunta que va más allá: ¿Cómo deriva eso en pautas de intervención y en incidencias para hacer que la gente viva mejor? En el fondo, cómo hacer que la gente viva mejor en sus ciudades o en sus espacios de tránsito es el eje de las jornadas.

Sin embargo, la lógica estrictamente comercial y de seguridad que existe de-trás de esos espacios es percibida como algo común. La ciudad renacentista se forma no para defenderse, sino para comerciar de manera segura. En este sen-

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tido, una página web ha de “poder tener unos buenos banners” y la plaza pública actual se ha convertido en un espacio privatizado con la misma lógica. Hay un consenso acerca de cómo la ciudad vende, presencial o virtualmente, y especial-mente en los EST, “se vende mucho”. De aquí nace un cuestionamiento que reta no sólo al equipo de investigación de la UOC, sino a todas las personas presen-tes: ¿esa lógica comercial es válida o no para nuestras ciudades?

Otra de las líneas del discurso sobre el bajo grado de novedad critica la idea de los EST como nuevos contextos, en lugar de categorizar los usos y los valores nuevos (viéndolo como otra estructura y caracterización en contextos similares). En las ciudades medievales había otros EST que han estado en activo hasta hace poco: lavaderos, puertas de iglesias, mercados, molinos, etc. Entre un mercado medieval y un centro comercial actual, no hay tanta diferencia, aunque las prác-ticas de antes y ahora sean distintas. La novedad del concepto será profundizada posteriormente.

Esta propuesta de estudio se enmarcaría en una línea de reflexión y de inves-tigación bastante coherente, que tampoco es nueva. Se recuerda la importancia de Abraham Moles (1972) en “Psicología del Espacio” para no perder “líneas de conexión sobre cómo se han afrontado problemas y formas de análisis en contextos similares.”

4. Objetivos de la investigación y objeto de estudio

Tras la primera parte del debate, sigue habiendo dudas sobre qué estudia este equipo de investigación y para qué lo estudian.

Se cuestiona si el estudio asume como hipótesis que los EST impactan de forma diferente a otros lugares, que podríamos llamar “estables”, siendo las in-teracciones entre individuos también diferentes, de manera que los EST a su vez impactarían sobre el desarrollo del resto de la ciudad.

Sin embargo, este equipo de investigación parte de trabajar sin hipótesis y lo que se quiere averiguar es qué está pasando en estos espacios, cómo las personas interaccionamos dentro de ellos, cuáles son esas interacciones y de qué tipo, cómo la tecnología mediatiza las interacciones, acciones y movilidades socia-les… pero sin caer en dicotomías. Por eso, se ha elegido la palabra espacio en de-trimento de la palabra lugar, evitando la dicotomía que plantea Augé (1993) con sus conceptos de lugar versus no-lugar. En su opinión, aún no se han investigado estos espacios desde esta perspectiva.

Inicialmente, se observan varias diferencias. La primera es el alto uso que se hace de estos espacios, donde “en la posmodernidad habitualmente más estamos”.

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Antes, no había tanto tránsito como ahora, y, en este sentido, la movilidad es uno de los retos.

La pertinencia de esta investigación se defiende desde diversas opiniones. Se apunta la importancia de fenómenos como la mcdonalización (“Una persona de EEUU vaya donde vaya se encuentra un McDonalds” es una forma sencilla de explicar el concepto acuñado por Ritzer -2004-). A pesar de ser franquicias, es-tos no-lugares son perfectamente comprensibles y están dotados de significado e historia. “Es como entrar y salir del mismo sitio siempre, porque me encuentro lo mismo, dentro de unos límites, esté donde esté.” Por tanto, se trata con cuestiones de identidad y seguridad.

En el diálogo, emerge la sorpresa ante la forma de presentar dentro del con-cepto de EST los términos “sociabilidad” y “carácter efímero” como conjunto. Este encuentro puede ser un buen laboratorio de análisis de las nuevas prácticas sociales.

A pesar de que Pep Vivas aclara que se estudia el movimiento y el trayecto vital que hacemos como personas cada día, hay quien ha entendido que se está hablando de los espacios como nodos, y se insiste en la necesidad de apoyarse en la idea de trayectos y en la conexión de espacios, en las redes. “En el trayecto, hay interacciones, incluso aunque estés en un coche que parece que estás aislada.” Por tanto, “hay que analizarlo, porque es más efímero aún.”

Dentro de ese marco, es interesante estudiar cómo las personas a veces mo-difican esos espacios, bien para hacerlos más suyos, para incorporarlos o para gritar contra ellos. El sujeto de estudio es esencial y su edad influye. Por ejemplo, en educación ambiental se estudia la participación infantil y el trayecto escolar; con la gente mayor es importante contemplar la accesibilidad, y con la juventud se pueden observar sus modificaciones del espacio en el botellón.

En cualquier caso, remarcamos la diferencia cualitativa como variable de estudio entre espacios públicos como una plaza y otros como un aeropuerto o una estación. En estos últimos, como ya se ha apuntado anteriormente, hay una lógica comercial en origen. Sin embargo, los espacios públicos que reivindicamos tienen una lógica social, siendo la comercial más sutil. Otras voces postulan que hay una contradicción entre nuestro interés en fomentar espacios públicos urbanos y las ciudades actuales diseñadas con la lógica comercial para el consumo, es decir, las ciudades diseñadas como calles y supermercados.

También en el objeto de análisis, se ve la necesidad de diferenciar entre una página web y una franquicia, por el criterio presencial-virtual. A pesar de las di-ferencias, algunas personas defienden que en el espacio virtual también estamos y nos socializamos, por lo que es pertinente averiguar qué sucede ahí.

En resumen, podemos ver algunas características o parámetros similares en los diferentes tipos de espacios de sociabilidad transitoria, pero con una mayor o menor predominancia (por ejemplo, la cuestión comercial).

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Se plantean incertidumbres respecto a los tipos de resultados que se obtie-nen. Se sugieren unas posibles preguntas de investigación vinculadas con las cuestiones para el debate propuestas en la presentación:

¿cuán particulares son esas prácticas que se desarrollan en este tipo de • espacios transitorios por definición?

¿qué tipo de regularidades? ¿ocurren polarizaciones? ¿a partir de qué ca-• racterísticas son emergentes esas polarizaciones?

¿qué elementos atractores hay?•

¿cómo se da el ejercicio del control social en este tipo de espacios? ¿y • cómo se ejerce ese control? No tant sólo el control del propio espacio vin-culado con el diseño, la percepción de seguridad, etc., sino incluso cómo se ejerce con las propias prácticas de transeúntes.

Durante la conversación, emergen oposiciones diversas ante la conceptualiza-ción de estos espacios como nuevos, enriqueciendo estos argumentos con matices.

Por una parte, se ve como nuevo sobre todo el énfasis en la interconexión así como la compresión de espacio y tiempo, el cambio de escala.

El tiempo se ve como una de las cuestiones más interesantes. Además de ser más numerosos los tránsitos, son particularmente diferentes en cuanto a la rapi-dez y la inmediatez. La transformación de la ciudad cada vez más rápida aún no se está estudiando desde la psicología. Así, emerge la alusión a Pinheiro (2004), que plantea cómo el aspecto tiempo es en lo que más ha cambiado la ciudad. La inmediatez es clave porque en nuestra vida vamos pasando de un espacio a otro, en un viaje que forma parte de la experiencia vital de cada persona y de la experiencia colectiva del llamado primer mundo o países enriquecidos.

Otras voces consideran que, a lo mejor, estamos ante un tipo de estudios en los que, contrariamente a lo que se propugnaba desde la psicología social crítica y sus paradigmas, se está anulando el tiempo en ellos. Los EST tienden a la es-tabilidad ambiental máxima. Por ejemplo, en un aeropuerto o una estación de AVE, habrá un esfuerzo para que permanezcan inalterables a lo largo del tiempo. No están previstos para cambiar, sino que son espacios anclados en el tiempo, siendo nuestros espacios y actividades flashes temporales, donde parece que no pasa el tiempo. “Cuando subo a un avión se para el tiempo hasta que vuelvo a bajar, al igual que cuando paso tres horas delante del ordenador buscando en Internet.”

Pero hay quien destaca que las condiciones ambientales afectan en algunas circunstancias. “Por ejemplo, en la espera de un tren, la incertidumbre de -es el mío o no es el mío, me tengo que ir-, etc. Cuando éste llega, se corta la interacción con la persona que estoy hablando.”

En la construcción del diálogo, se vislumbra que un elemento diferencial es la transitoriedad del lugar en sí mismo, no sólo de nuestro paso por él. Los

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ejemplos de la ciudad medieval eran lugares relativamente permanentes en su dimensión fundamental, por la propia dinámica social de ese momento. Y los actuales son lugares distintos porque son más inestables, no por las característi-cas estructurales, sino porque no tienen un valor en sí mismo. Esto tiene unos efectos psicológicos.

En resumen, hay cierto consenso en afirmar que la principal diferencia de los espacios de sociabilidad transitoria, con respecto a anteriores, es un problema de escala y de tiempo, ya que antes eran lugares con un sentido de permanencia mayor.

Se realza la diversidad en la funcionalidad del espacio, que distancia una plaza medieval de un centro comercial. El mercado medieval era la plaza públi-ca que se convertía en espacio de comercio, “cuya actividad se desparrama, mos-trando la multifuncionalidad de estos espacios públicos.” Sin embargo, los centros comerciales actuales son unifuncionales.

A pesar de considerarse una etiqueta elegante y atractiva se cuestiona el nombre EST, puesto que puede aplicarse a otros espacios además de la tipología apuntada en la presentación. Por ejemplo, en relación con los estilos de vida, para una persona que trabaja mucho fuera de casa, el lugar de residencia se puede convertir en un EST. “¿Un EST se define como tal en tanto que la persona lo perciba con esas características de sociabilidad transitoria?”

Esta definición dejaría de lado las características del espacio y se centraría en la percepción del mismo así como en el proceso de atribución de significados, lo que se acerca a paradigmas próximos al construccionismo social y la relevancia del significado. Quizá baste el concepto de “espacios de tránsito”. La propuesta de EST es una etiqueta inventada desde el “estilo de vida del primer mundo” que se expresa como “estar en trayecto, en tránsito”.

Se plantean dudas de si es mejor hablar de sociabilidad o socialización, por la connotación positiva que tiene la primera, que sin embargo es negada por los EST. En esta misma línea, se cuestiona la transitoriedad: “¿Es transitoria una plaza o un parque porque estás poco rato?” Al no ser transeúnte, se establecen otras relaciones que se diferencian de la experiencia de la persona que está en un avión. Se pregunta si la transitoriedad está en el significado que le damos las per-sonas -en la práctica- o en el espacio. Si está en el significado, se podría hablar de lugares transitorios, pero la elección del término “espacio” recupera a Foucault (1986), que habla de los espacios heterotópicos, lo cual es una conexión entre los espacios.

Se mencionan también los lugares de encuentro casuales, puesto que los de tránsito no son sólo funcionales, sino que allí vamos a ver gente, y estos espa-cios heterotópicos son elementos motivadores. Tampoco se olvidan los lugares refugio, donde nos escondemos.

Otra variable fundamental emergente es la tecnología. El cambio de prácticas está influido por la incorporación de las tecnologías, y los nuevos usos vincula-dos a éstas. Por ejemplo, en los mercados de Barcelona está de moda que haya wifi, generando un nuevo uso de ellos.

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Hay quien propone clasificar el tipo de experiencias urbanas que se derivan del impacto tecnológico, para clarificar el tipo de relación que se tiene con el espacio. En su opinión, como mínimo, se detectan dos niveles distintos, de los cuales el primer nivel tiene dos expresiones. Por un lado, la posibilidad de tras-cender el territorio mediante desplazamiento físico que disminuye el tiempo (un coche, una compañía de bajo coste, etc.); por otro lado, trascender la distan-cia sin moverse del territorio mediante tecnologías de la información y la comu-nicación (el espacio líquido –Bauman, 2007-, frente al que pierde relevancia el espacio material ante la relación con los lugares).

El segundo nivel estaría ligado a los lugares donde no hay arraigo porque son iguales en todas partes, pero los cuales tienen una sede física y con ellos se puede desarrollar un vínculo significativo. Porque según la ideología, un starbucks pue-de tener un significado para personas que están interesadas en las dinámicas de creación de ciudad y la influencia del mercado internacional. Pero para la perso-na que vive al lado puede ser el lugar donde se encuentra cada día con alguien.

Se propone adoptar una postura crítica con el propio posicionamiento in-vestigador y preguntarse qué tipo de experiencias sociales se desarrollan allí. Ya que desde la investigación se puede juzgar un centro comercial como un espacio agresivo, que forma parte de una lógica de creación de ciudad que es urbanici-da, según la geografía culturalista postmoderna, pero este tipo de centros están llenos y eso tiene que cuestionarnos.

En este sentido, se referencia el planteamiento de Bauman (2006) de vivir en la ciudad y vivir con extranjeros. No todo el mundo tiene el mismo acceso a las tecnologías y el acceso a las tecnologías facilita un tipo de experiencia con el espacio que ciertas personas no pueden tener. En este planteamiento, se dividen las clases pudientes como más desterritorializadas y las clases no pudientes más arraigadas al territorio. Pero el mercado está avanzado para que las clases no pudientes también puedan tener sus formas de trascendencia a la territorialidad y es otro campo que investigar.

Se incorpora en el diálogo el concepto de fidelización: “el espacio físico sigue siendo importante”. A veces, nos dejamos llevar pensando que el espacio se ha muerto y sin embargo, “en el locutorio, por ejemplo, se proyecta el espacio con el que te comunicas”.

Hay discrepancias respecto a la desaparición y aparición de espacios con di-ferentes expresiones en relación con la estabilidad-inestabilidad. Desde la de-finición, los “espacios de pequeño comercio o un bar pequeño de barrio” no serían EST porque se ven con relaciones más estables y mayor tiempo de presencia personal. “Es verdad que se están perdiendo lugares como los colmados, los bares de toda la vida donde iban sólo los autóctonos, pero están apareciendo nuevos pequeños comercios. Por ejemplo, peluquerías 24 horas, colmados étnicos, etc.” “La idea de la si-lla en la tienda” que antes servía para esperar el turno y hablar, se ha recuperado a través de estos espacios distintos, pero de interacción estable. Está cambiando el perfil de visitante pero sólo hasta cierto punto, porque son espacios donde se vuelve a encontrar la diversidad. Pero algunas personas sustentan dudas sobre

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si realmente los EST buscan la estabilidad, y proponen la diferenciación entre los espacios.

Por último, se pregunta si hay prácticas sociales que pueden ser EST. Por ejemplo, el botellón es una práctica de sociabilidad transitoria para la que da igual el espacio físico donde se realice e incluso se utiliza el espacio virtual para convocar.

5. Apuntes metodológicos

La metodología es un aspecto recurrente y se plantean varias dudas acerca de la sistematización de la misma en el estudio de los EST. Algunas personas piensan que por tratarse de un tema novedoso y estar en una fase exploratoria utilizan metodología cualitativa, pero que en otros objetos de estudio se ha cam-biado a otras metodologías en otras fases de análisis. Se señalan las dificultades de análisis de estos resultados como déficit metodológico.

Para José Antonio Corraliza1, el debate metodológico tiene vínculos con lo que pasaba en la escuela de Chicago de 1890 a 1930, la cual utilizaba la ciudad como análisis. Algunos de los pertenecientes a esta escuela eran pastores pro-testantes y, por tanto, personas con una cierta sensibilidad reformista, que “no estudiaban la ciudad para hacer mejores estudios, sino para hacer mejores personas.”

Este propósito permite que haya una confusión entre la sensibilidad social posmoderna y la creación de las condiciones para recoger los datos de ma-nera científica. Cuando Robert Park (1929) publica el libro “La ciudad como laboratorio”, se da cuenta de que no es suficiente con aspirar a ser mejores personas o a reformar la sociedad, sino que hay que crear un programa de investigación para estudiar el vicio en Chicago, la prostitución o los mapas del delito.

De la misma forma, estamos ante un nuevo modelo de ciudad que nos está asustando y este tipo de discursos refleja esa misma angustia y sensibilidad: “Esto no está bien y me gustaría que fuera de otra manera” (dejando de lado lo virtual). La Escuela de Chicago maduró y se convirtió en un movimiento pro-ductivo cuando fue capaz de convertir esta preocupación por lo sociourbano en cómo producir datos. Y hay que aprender de esto, ir más allá de la metodología del flâneur, para profundizar en cómo producir datos que sean contrastables y hacer investigación replicable.

1. Para profundizar en el análisis histórico, ver el artículo: Corraliza J.A. y Aragonés (1993). La Psico-logía Social y el Hecho Urbano. Psicothema, Vol. 5, Suplem.1, pp. 411-426. http://www.psicothema.es/psicothema.asp?ID=1151

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Según esta opinión, la respuesta a este reto está en la historia de la Psicología ambiental. Hay parte de la historia de la Psicología ambiental perdida que nos da la clave. Por ejemplo, el trabajo de Milgram sobre el familiar extraño, que fue realizado en las paradas de autobuses con el uso de fotografías. “El individuo y el mundo social” es la colección de experimentos de Milgram (1992) que tiene que ser una fuente de inspiración para este trabajo. Otros autores que pueden ser refe-rencias fundamentales para este estudio son: Erving Goffman (1979) con su libro “Relaciones en público. Microestudio del orden público”, Richard Sennett (1997) con su libro “Carne y Piedra”, a partir del cual se podría reflexionar que los EST nos están enseñando que no merece la pena apegarse a ningún lugar.

Se rescata la idea de Kevin Lynch (1984) acerca de la falta de identidad visual de la arquitectura moderna. Se comenta que cuando hemos visto las fotos de la exposición, comprobamos que hay un lenguaje continuo que nos permite saber que estamos en un hospital o en aeropuerto o en una estación o en un hotel. Es un rasgo característico que localiza e identifica la arquitectura. “Y muchos arquitectos ahora se quejan porque los nuevos proyectos hacen que los lugares no sean legibles y tienen que recurrir a colores y otros recursos para lograr legibilidad. Por ejem-plo, la T4 de Barajas podría estar aquí o en Singapur.”

Otras sugerencias son el uso de la etnometodología y los enfoques dramatúr-gicos, puesto que la finalidad es desvelar cuál es la particularidad de las prácticas sociales en estos tipos de entornos.

¿Por qué no incorporar las metodologías que proponen estos autores? En cualquier caso, hay un consenso sobre la necesidad de sistematización y for-malización de las observaciones como técnicas de la metodología actual de este estudio.

6. Interdisciplinariedad y el papel de la Psicología ambiental

Además de las sugerencias expresadas sobre las aportaciones de la Psicología ambiental a nivel metodológico, el debate se extiende y profundiza en relación con el papel de la interdisciplinariedad y el de la Psicología ambiental en este tipo de estudios.

Hay una corriente de opinión basada en la necesidad de partir de un diálogo entre las ciencias sociales y visualizar las conexiones entre conceptos pertene-cientes a las diferentes ciencias. “La concepción antropológica de lugar inicialmente no me parecía vinculada al habitual concepto de lugar, con el que se trabaja desde la psicología social. El lugar es cualquier espacio en el que se ha desarrollado una experiencia social y se le da una definición, un significado, porque está cargado de so-

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ciabilidad.” Al apuntar que estos espacios de sociabilidad transitoria están en un proceso de definir, redefinir, construir y deconstruir de manera continua, se re-cupera el planteamiento conceptual de David Canter (1977; 1997) de territorios y espacios públicos, las plazas públicas. De esta forma, no es difícil encontrar el modo en que conceptos que parecían ser no complementarios lleguen a serlo. Es útil aplicarles el lenguaje conceptual de la Psicología ambiental para encontrar esas conexiones con esta investigación que en origen es antropológica.

Se afirma que la Psicología ambiental ha de escuchar las aportaciones de otras disciplinas. Para una parte del grupo, este tipo de investigación invita a aproxi-marnos a la ciudad como contexto de estudio sin limitarnos a una disciplina, sino al enfoque conjunto de las ciencias sociales. Se entiende que el foco está en el objeto de estudio, y en ver qué se puede aportar a un estudio concreto.

Respecto a esta necesidad disciplinar o interdisciplinar no hay consenso, ya que otra parte insiste en la reflexión desde la Psicología ambiental, incluso los textos de otras disciplinas. “La pregunta es qué puede aportar la Psicología ambiental a la ciudad actual.” Ante el reclamo por la historia de la Psicología ambiental per-dida, y las aportaciones de la misma a esta propuesta, se aclara que hay autores olvidados no sólo en este estudio, sino en la disciplina en sí.

En conclusión, cabe resaltar cómo la Psicología ambiental está haciendo contribuciones, que a veces pueden parecer silenciosas, pero están en sintonía con las corrientes actuales del pensamiento social. Precisamente, el debate ha ayudado a clarificar el concepto inicial de Espacios de Sociabilidad Transitoria. Mediante la incesante inquietud reflejada en preguntas, el diálogo ha ido cons-truyendo y dotando de mayor claridad los retos a los que se enfrenta el equipo investigador de esta propuesta.

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Capítulo X

Conflicto y miedo ante un nuevo espacio público urbano

Sergi Valera PertegàsUniversitat de Barcelona

1. Introducción

Esta contribución pretende abordar la temática del conflicto en el espacio público urbano, sus implicaciones y la consiguiente reivindicación de un acerca-miento más intencional e intensivo por parte de la Psicología ambiental al tema. En el trasfondo de este planteamiento se encuentra la importante cuestión de cómo conceptualizar el conflicto urbano desde la multiplicidad de perspectivas y, en base a ella, dirimir sobre si es necesario o no un espacio urbano conflicti-vo que actúe como motor de nuevas caracterizaciones del tejido social urbano y de sus dinámicas, sobre la base de la diversidad social, la multiculturalidad y la gobernanza cívica. El desarrollo de nuevas relaciones identitarias y nuevas formas de apego al lugar se encontraría en uno de los platos de esa precaria ba-lanza, contemplando el conflicto como dinámica social positiva que conlleva regulación de las interacciones sociales, convivencia, mediación entre iguales y desarrollo de normas cívicas negociadas. La percepción de inseguridad ciudada-na y el malintencionadamente llamado “choque” intercultural se encontrarían en el otro plato marcado por el miedo al otro desconocido, el prejuicio, la terri-torialización excluyente del espacio público y la tensión provocada por la im-posición unilateral de pautas de comportamiento socioambiental. Por último, estas dinámicas se inscriben en un debate surgido en los años noventa cuya base argumental se centra en la denuncia de la pérdida progresiva del espacio público

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en aras de una privatización de éste, así como el surgimiento de nuevos espacios semipúblicos (o espacios privados de masas), cuya combinación de confort am-biental y control panóptico les confieren gran atractivo desde el punto de vista del diseño y la seguridad pero les alejan del espacio público abierto, negociado y democrático.

2. Los términos de la discusión

Para abordar convenientemente este artículo, debemos perfilar brevemente qué entendemos por cada uno de los términos del enunciado para, posterior-mente, abordar los efectos perniciosos que su combinación tiene para entender la ciudad actual.

Desde las teorías psicosociales de la privacidad (Valera y Vidal, 2001) se entiende el espacio público como aquel en el cual no es posible ejercer un control directo y efectivo de nuestra interacción con los demás –a diferencia de un espacio privado donde las estrategias de regulación de la interacción son más variadas y eficaces. El espacio público es, pues, el espacio «de» todos, o mejor, el espacio «para» todos. Manuel Delgado (2004) defiende el derecho a la libre accesibilidad del espacio público como máxima expresión del derecho universal a la ciudadanía. Para el autor, la calle “es ante todo el lugar de epifa-nía de una sociedad que quiera ser verdaderamente democrática, el escenario vacío a disposición de una inteligencia social mínima, de una ética social ele-mental basada en el consenso y en un contrato de ayuda mutua entre desco-nocidos.” Este escenario caracterizado por una interacción abierta y espontá-nea tiene también un componente fundamental que ya destacaron los sociólogos urbanos de la escuela de Chicago y que, más recientemente, reco-gen autores como Lyn Lofland (2004, 2006): el espacio público se caracteriza básicamente por la presencia del extraño. Y es precisamente esa figura del des-conocido, del extraño, la que está generando actitudes de desconfianza y, con-siguientemente, de miedo en nuestra ciudad actual, por otra parte, cada vez más multicultural. De hecho, la percepción de inseguridad ciudadana es un buen ejemplo del efecto que puede producir la mala gestión de la calidad cívi-ca en la ciudad cosmopolita: las peleas, los actos delictivos o incívicos, las amenazas, no son, en general, vividas en primera persona por una gran parte de la población, al menos no de manera reiterada (como muestran repetida-mente las encuestas de victimización), pero a veces la simple presencia de de-terminados grupos de personas, una mirada mantenida o un gesto sutil por parte de alguien, una pintada junto a un grupo de jóvenes de determinada

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estética o la celebración de algún tipo de evento musical, convenientemente enmarcados en un discurso socialmente instaurado sobre inseguridad perma-nente, amenaza infundada o ineficacia policial, devienen constataciones feha-cientes de que estamos en un entorno urbano inseguro y justifican la adopción de medidas de protección personal, cuando no de agresión hacia los grupos que se perciben amenazantes. Es entonces cuando el extraño pasa de ser alguien por descubrir a ser alguien a quien temer. Estos mecanismos psicosociales, ali-mentados convenientemente por el sensacionalismo de los mass media, cons-tituyen el verdadero motor en la construcción de la percepción de inseguridad (Fernández y Corraliza, 1996; Amerio, 1999; Roché, 1993; Ute y Greve, 2003), y son mucho más eficaces que los datos objetivos (número de delitos, índices de victimización) o que los parámetros ambientales (iluminación, conserva-ción ambiental, acceso visual, etc.), como hemos puesto de manifiesto en in-vestigaciones recientes (Valera y Carro, 2005; Carro, Valera y Vidal, 2008).

Por otra parte, uno de los temas centrales en el discurso actual acerca de los problemas de las ciudades es el de la necesidad de recuperar el civismo y erradi-car comportamientos incívicos en el espacio público (Groth y Corijn, 2005; Ban-nister, Fyfe y Kearns, 2006; Boyd, 2006, Amin, 2006), junto con el de la gober-nanza (García, 2006). Sin embargo, el tema del civismo o incivismo contempla múltiples acepciones y matices como recientemente señalan Fyfe, Bannister y Kearns (2006), abordándose a menudo bajo una perspectiva dicotómica: hay civismo o hay incivismo, existen actos cívicos y actos incívicos, las personas o los grupos son cívicos o son incívicos, etc. Esta perspectiva se basa en la supues-ta delimitación de una norma que divida lo aceptable de lo inaceptable. Y en estas ocasiones el conflicto en el espacio público suele estar servido. En este sen-tido, la literatura aporta actualmente tres maneras diferentes de conceptualizar el conflicto en el espacio público (Di Masso, 2007): a) conflicto derivado de los usos y actividades más o menos incompatibles en el espacio público por parte de diferentes grupos de usuarios; b) conflicto derivado de la gestión del espacio público, privatización social de espacio, demarcación territorial y control; y c) conflicto derivado de la desigualdad social, que marca distintos grados del “de-recho” al espacio público. En otras palabras y parafraseando a Henri Lefebvre, “el derecho a la ciudad”.

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Por último, la percepción de inseguridad es uno de los principales problemas de nuestras ciudades (Amerio, 1999), con importantes consecuencias de orden psicológico y psicosocial (Ute y Greve, 2003; Amerio y Roccato, 2005). En mu-chas ocasiones, esta percepción encuentra su anclaje en la presencia de comu-nidades inmigrantes, especialmente latinoamericanas e islámicas, lo que acarrea el peligro de “legitimar” una “ideología de la seguridad” con tintes racistas o xenófobos (Jeudy, 1986). En la literatura psicosocial el análisis de la inseguridad ciudadana aparece vinculado al estudio del miedo al delito, a la caracterización de lugares peligrosos y a los procesos de percepción de riesgo.

En relación con el miedo al delito, una reciente revisión (Miceli, Roccato y Rosa-to, 2004) ofrece algunos elementos determinantes para su comprensión y análisis: 1) nivel de delito objetivo, aunque cabe destacar que la sensación de miedo, en cuanto subjetiva, no guarda en muchas ocasiones relación con los datos objetivos de la vic-timización; 2) incivismo físico o social (vandalismo, grafitismo, vagabundeo, daños a mobiliario urbano, etc.) en la medida en que refleja degradación social o infunde amenaza; 3) vida urbana, con características como densidad, dificultad de integra-ción social, dimensiones de los edificios, agresividad de la vida en la calle, o nivel de vegetación; 4) variables sociodemográficas, especialmente el género y la edad, ya que numerosos estudios coinciden en que el miedo al delito suele ser más alto en las mujeres y la gente mayor o los más jóvenes; y 5) variables psicosociales, relacionan-do el miedo al delito con la percepción de vulnerabilidad y una reducida capacidad para afrontar la situación. En este sentido, Van der Wurff, Van Staalduinen y Stringer (1989) describen cuatro variables asociadas al miedo al delito: la percepción de ser un objetivo atractivo para el delincuente, la “demonización” de las intenciones de otras personas o grupos, el poder de control de la situación o sensación de confianza y el espacio criminalizable, provocador de inseguridad o amenaza.

Precisamente este último elemento nos lleva a considerar un segundo en-foque en el tema de la inseguridad en entornos urbanos: la caracterización de los lugares peligrosos (Fernández-Ramírez, 1995; Fernández-Ramírez y Corraliza, 1996, 1997, 1998). Un lugar peligroso “es un lugar o escenario que la persona asocia con posibles actividades delictivas o marginales, en ausencia de posibles apoyos sociales” (Fernández-Ramírez, 1998, p. 271). Estos autores han distingui-do entre dos perspectivas de estudio: una vinculada a los procesos psicosociales de difusión de la información y opinión entre vecindario y otra de corte más situacional en relación con los aspectos ambientales en el momento en el que la persona intuye peligro y reacciona con miedo.

La percepción de riesgo, por su parte, recientemente está dejando de ser con-siderada una variable antecedente del miedo al delito, para pasar a situarse en un ámbito de interrelación con ésta. Así, Rader (2004) propone hablar de un constructo más amplio, “amenaza de victimización”, con tres componentes: un componente emotivo (miedo al delito), uno cognitivo (riesgo percibido) y un tercer comportamental (comportamientos restringidos), con complejas y recí-procas relaciones entre ellos. También recientemente, se ha reclamado la inclu-sión en el conjunto de variables explicativas de la percepción de inseguridad de

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los aspectos relacionados con la satisfacción residencial y el apego al lugar, espe-cialmente al barrio o al vecindario. Por su parte, el sentimiento de apego al ba-rrio o al vecindario, o bien el sentido de comunidad pueden ser modeladores importantes del miedo al delito y la percepción de riesgo de victimización (Wil-son-Doenges, 2000; Carro, Valera y Vidal, 2008).

3. La pérdida del espacio público

En definitiva, tenemos un espacio público definido por la interacción abierta y la presencia de extraños, mientras la tendencia a incrementar la percepción de inse-guridad y la dificultad de mantener unas normas cívicas comúnmente compartidas y de gestionar adecuadamente el conflicto resultan cada vez más preponderantes en nuestra sociedad urbana. Así, la resultante de la interrelación entre espacio públi-co, miedo y conflicto da como resultado la progresiva pérdida y, por consiguiente, desaparición por abandono del espacio público urbano tradicional en aras de nue-vos espacios “semipúblicos”, “semiprivados” o más comúnmente llamados “lugares privados de masas” que toman la forma de centros comerciales, malls, espacios re-sidenciales cerrados o lugares públicos acotados, de transición, identificados mayo-ritariamente dentro de la categoría de “no lugares” (Augé, 2004): salas de espera de aeropuertos, estaciones de ferrocarril, etc.

En este sentido, un buen número de autores empiezan a detectar la pérdida del espacio público urbano (Low, 2005, Innerarity, 2006) en aras de un “espacio privado de masas” mucho más controlado y panoptizado es decir, más seguro (Sorkin, 1992), lo cual tiene una notable incidencia en la propia definición del espacio urbano y en el papel de éste como escenario y motor de la vida social de una ciudad, así como en la noción de conflicto en el espacio público y su gestión. En palabras de Low (2005) el espacio público está desapareciendo rápi-damente por causa de los procesos de privatización y globalización, y también por las nuevas formas de control social como el patrullaje o la videovigilancia. Los espacios públicos como las plazas corresponden a los últimos foros para el disenso de una sociedad civil (op.cit.). Son lugares donde los desacuerdos pueden ser marcados simbólica y políticamente, o resueltos personalmente. Sin estos espacios, los conflictos sociales y culturales no son visibles claramente, y los individuos no pueden participar directamente en su resolución (op.cit.). Si la

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plaza pública es un lugar abierto, el mall es un lugar cerrado, donde la interac-ción cultural, ese componente blando, está limitado por la estructura arquitectó-nica dura (Finol, 2005).

Estos espacios públicos alternativos gozan al menos de tres características que los hacen altamente aconsejables actualmente como lugares de estancia e interacción: a) son espacios confortables (buena parte indoor o con posibili-dades de guarecerse) con un diseño ajustado a las necesidades funcionales y a las preferencias estéticas de los usuarios, b) son espacios seguros, regulados por guardias de seguridad o por cámaras de videovigilancia que lo convierten en un entorno completamente panoptizado siendo esta característica percibida como una ventaja y no como una alienación de la privacidad (Valera, 1999); y c) son espacios altamente controlables por las personas, o al menos generan una alta percepción subjetiva de control ambiental. Además, para Finol (2005), los malls tienen las siguientes características:

a) constituyen una unidad arquitectónica cerrada

b) combinan y concentran ya no sólo múltiples tipos de mercancía, sino más aún, varios tipos de ramos mercantiles: comercio, alimentación, diver-sión, servicios.

c) Han sido diseñados con una direccionalidad específica, que orienta el re-corrido y la distribución espacial

d) Ofrecen facilidades de acceso, transporte, seguridad y confort.

Este proceso tiene, a mi modo de ver, una triple vertiente a tener en cuenta. Por un lado se generen nuevas formas urbanas, nuevas tipologías de espacio urbano y,

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por qué no, nuevas ciudades con nuevas formas y nuevas relaciones espaciales (por ejemplo, el centro comercial se convierte en la nueva ágora sobre la que gira el de-sarrollo de entornos residenciales amurallados vinculados por autopistas reales y virtuales). Por otro lado, también se producen nuevas formas de gestión territorial, muchas veces a través de la des-responsabilización voluntaria de los usuarios a favor de servicios de seguridad, lo cual no siempre garantiza (ni mucho menos) una ma-yor sensación de seguridad y control como ya intuía Oscar Newman (1972) y corro-boró Setha Low (2003), a la vez que las normas reguladoras de la interacción y la privacidad pasan de ser socialmente negociadas y compartidas a ser códigos estric-tos y cerrados de conducta impuestos por la titularidad. Por último, este nuevo concepto del espacio “público” tiene gran incidencia en cuanto a la generación de sentido de comunidad y en los procesos de apego al lugar y de génesis de identida-des sociales urbanas. Ciertamente, en nuestras ciudades los grupos sociales se carac-terizan por su cada vez mayor rigidez en cuanto a su definición ante el universo social en el que se inscriben, es decir, las identidades se vuelven más rígidas y exclu-yentes. Como consecuencia se pierde el contacto con los otros grupos, las otras identidades: los semejantes cada vez más se relacionan con sus semejantes para hacer cosas semejantes, vivir en barrios semejantes y compartir intereses semejantes y semejantes visiones del mundo, a la vez que unirse entre semejantes para defen-derse de las supuestas amenazas de aquellos que supuestamente no son sus seme-jantes. Y esto es válido para cualquier grupo y clase social. El resultado es un mosai-co urbano de grupos sociales cada vez más inconexos y desconocedores el uno del otro. El espacio público que era punto de encuentro y de descubrimiento (y conoci-miento) del extraño ha desaparecido y con él la posibilidad de gestionar la diversi-dad y el conflicto por sus propios medios.

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4. Algunas cuestiones a la luz de la revisión

En resumen, las nuevas formas de especialidad en las ciudades se caracterizan por:

Pérdida del espacio público por abandono,•

Generación de refugios urbanos (• malls, barrios cerrados, etc.),

Rigidez en las interacciones sociales y en la concepción de la privacidad,•

Identidades más rígidas, más excluyentes,•

Segregación espacial por causas sociales,•

Comunicación e interacción entre grupos más difíciles: mayor desco-• nocimiento del otro, aumento del miedo y de la percepción de insegu-ridad.

Ante estos planteamientos pueden formularse algunas preguntas que orien-ten el debate:

¿Es necesario el conflicto en el espacio público urbano?•

¿Es la inmigración la principal causa del aumento de la percepción de • inseguridad en nuestras ciudades?

¿Se está produciendo realmente una pérdida de espacio público urbano?•

¿Los nuevos espacios “público-privados” o “espacios privados de masas” • (centros comerciales, grandes superficies de ocio, barrios cerrados, zonas residenciales exclusivas, etc.) cumplen las mismas funciones que el espa-cio público urbano?, ¿suplen sus funciones?

¿Puede el diseño ambiental resolver los problemas derivados del uso con-• flictivo del espacio público?

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¿Es imprescindible una normativización estricta de los usos en el espacio • público urbano (normas cívicas, etc.)? Si la respuesta es afirmativa, ¿cómo debe ser elaborada?

¿Cuál es el papel del psicólogo ambiental frente al tema: diseño de los • nuevos espacios públicos, o reivindicación de un espacio público urbano democrático y de calidad?

¿Cómo afecta estas nuevas concepciones del espacio público a la propia • definición de ciudad?

¿Cómo afecta estas nuevas concepciones del espacio público a los proce-• sos psicosociales derivados de la relación de las personas con el entorno urbano: identidad social urbana, apego y apropiación del espacio, des-plazamientos e itinerarios, percepción de inseguridad, comportamientos proambientales y prosociales, etc.?

¿Qué planteamientos técnico-metodológicos deben aplicarse para estu-• diar estos fenómenos? ¿Es necesario reivindicar de nuevo el papel de la metodología observacional para la Psicología ambiental?

Sin embargo, una de las cuestiones centrales sobre la que pivotan las anterio-res es: ¿este proceso descrito en las líneas anteriores, detectado y descrito en las ciudades norteamericanas y también latinoamericanas, puede llegar a desarro-llarse en el contexto de nuestra ciudad europea? Si bien es cierto que el tipo de urbanismo europeo difiere sensiblemente de los modelos americanos (por ejem-plo, la propia concepción de centro urbano) y, por lo tanto, es de esperar que los procesos de desarrollo urbano tracen líneas de desarrollo diferentes, hay al menos tres elementos que creo importantes para tomar en consideración y que pueden favorecer estas dinámicas en nuestras ciudades. Por un lado un creciente proceso de tematización de las ciudades donde el reclamo turístico favorece una lógica urbana que suele ir en contra del uso del espacio público por parte del ciudadano. En segundo lugar –y este si parece ser el signo de los tiempos en la ciudad global- la creación y fortalecimiento a pasos agigantados de una cultura de la seguridad que, a efectos reales, resulta una cultura de la in-seguridad, sien-do el espacio público la principal víctima urbana. Y en tercer lugar, un aumento creciente de la polarización social, lo que se traduce a su vez en una distribución urbana cada vez más polarizada socialmente: iguales que se relacionan con sus iguales para hacer iguales actividades en entornos iguales, y ello tanto a un lado como al otro del espectro socioeconómico.

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5. Epílogo

Sin ánimos de resolver de manera ni siquiera aproximada todas estas cuestio-nes, sí es, por fin, el momento de reivindicar un espacio público democrático y, ¿por que no? conflictivo en el sentido positivo del término, es decir, múltiple en cuanto a sus formas y funciones, dinámico socialmente hablando, capaz de acoger grupos diversos y generar procesos de apego o identidad, sobre la base de una buena calidad cívica donde la negociación de la norma social y la capacidad para gestionar el conflicto sean vistas como un objetivo dirigido al bien común. La Psicología social y, por supuesto la Psicología ambiental deberían orientar también su mirada hacia allí, como la lo han hecho geógrafos y sociólogos, con aportaciones relevantes en ámbitos como la evaluación psicosocial del espacio público, la caracterización de los comportamientos cívicos, o el análisis de los conflictos dirimidos en el espacio urbano y pautas para su gestión.

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Para ello, es necesario también articular metodologías capaces de dar respues-ta a estas cuestiones. Concretamente se defiende el redescubrimiento de la me-todología observacional para el análisis del espacio público, el análisis del dis-curso para abordar el conflicto como actualmente desarrolla Di Masso (2007) y ya hicieron lo propio Stokoe y Wallwork (2003), así como la adaptación de pro-cedimientos estadísticos o nuevos instrumentos ad hoc para evaluar el civismo en la ciudad (Phillips y Smith, 2006) y nuevas investigaciones acerca de los pro-cesos de apropiación (Pol, 2002; Vidal y Pol, 2005), apego (Hidalgo y Hernán-dez, 2001; Hernández, Hidalgo, Salazar-Laplace, y Hess, 2007) e identidad (Vale-ra y Guàrdia, 2002; Carro, Valera y Vidal, 2008) y su relación con la calidad ambiental percibida o el miedo al delito (Ruíz, Hernández, Tavernero, Valera, Vidal y Martín, en prensa) como formas de expresión de una acepción positiva del conflicto urbano.

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Capítulo XI

Repensando el espacio público urbano ante el conflicto y el miedo

Andrés Di Masso TardittiUniversitat de Barcelona

1. Introducción

La cuestión urbana y su articulación con el campo de los estudios psi-cológicos se presentan, siguiendo la metáfora empleada por Sergi Valera al comienzo de su ponencia, con el aspecto de un juego de “muñecas rusas”: fáciles de desmontar, pero con muchas posibilidades de reconstrucción. Una primera impresión surgida del desarrollo de la ponencia, así como de la hora larga de diálogo que desencadenó, parecería confirmar esta misma lógica: una relativa facilidad para identificar los componentes que integran los tópi-cos urbanos y sus experiencias psico-socio-ambientales implicadas, pero una mayor dificultad y divergencia para integrar estas cuestiones en modelos, explicaciones o interpretaciones relativamente completas. En definitiva, tal y como subrayó un participante en el debate, “está claro que hay tema de investigación…”.

La ponencia se situó específicamente en el cruce de tres fenómenos de reco-nocido interés para el ámbito de estudio de la ciudad desde la psicología social y ambiental: el espacio público, la percepción de inseguridad (particularmente el miedo al delito) y el conflicto. La forma en que se expuso la relación entre estos tres tópicos siguió un doble planteamiento, que orientó en buena medida los

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ejes de discusión desplegados en el debate posterior. Este doble planteamiento quedó reflejado en una hipótesis de trabajo y una pregunta:

1) La ciudad contemporánea se caracteriza, entre otras cosas, por estar abier-ta al conflicto; ello genera o se asocia a una creciente percepción de inse-guridad, que se traduciría en una pérdida de espacio público.

2) Este hipotético fenómeno de pérdida de espacio público (avalado por di-versas disciplinas y ampliamente contrastado en realidades urbanas nor-teamericanas y latinoamericanas): ¿se da efectivamente o puede darse en “nuestras” ciudades?

En la línea de una confirmación de la hipótesis y de una respuesta afirma-tiva a la pregunta, en la ponencia se señalaron la tematización de la ciudad, el incremento de una cultura de la inseguridad y una creciente polarización social y espacial, como tendencias o dinámicas urbanas implicadas en el debate contem-poráneo en torno a la relación compleja espacio público-percepción de inseguri-dad -conflicto. En este marco, las sucesivas intervenciones volcadas en la discu-sión aportaron numerosos elementos orientados a problematizar y re-organizar las relaciones conceptuales puestas en juego, profundizando en su contenido y tratando de precisar nuevos focos u orientaciones de estudio en torno al tema. Las ideas y argumentos que se exponen a continuación resumen el desarrollo de la discusión, distribuidos en apartados que pretenden reflejar las principales temáticas abordadas. Para ello se ha seguido un criterio cronológico (orden de las intervenciones), si bien en algún caso el relato altera la secuencia real de la discusión en aras de una mayor integración expositiva.

2. El concepto de ‘espacio público’

En términos generales, el espacio público al que se refirió la discusión fue de-finido como un punto de encuentro de lo imprevisible, de aquellos fenómenos inciertos de la vida urbana y como lugar de convergencia del ‘extraño familiar’1. En relación con esto último, la propuesta de la ponencia de un espacio público

1. Para profundizar, ver: Milgram, S. (1972). The individual in a social world: essays and experiments. Reading, MA: Addison-Wesley (Ed. 1977); Simmel, G. (1950). The stranger, En K. H. Wolff (Ed.), The Sociology of Georg Simmel (pp. 402-408). New York: The Free Press; Lofland, L. (1973). A world of strangers. Prospect Heights, IL: Waveland Press.

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urbano definido como aquel espacio caracterizado típicamente por la presen-cia de ‘extraños’ generó algunas dudas acerca de cómo concebir otros tipos de espacios públicos caracterizados precisamente por lo contrario: entornos de ba-rrio, de pueblo o de vida comunitaria regulados por relaciones entre personas conocidas y no extrañas. Tratando de complementar estas dos aproximaciones, intervenciones posteriores buscaron contextualizar la conceptualización del es-pacio público en el marco más amplio del desarrollo histórico de la ciudad. Así, se hizo alusión al proceso de industrialización como impulsor de una noción de espacio público ‘urbano’ en cuyo seno la cuestión del ‘extraño’ cobraría más sentido, reconociendo simultáneamente la existencia de otros entornos de uso público definidos por relaciones comunitarias o vecinales donde la figura del extraño sería secundaria o incluso inexistente.

3. La tesis del ‘fin del espacio público’ aplicada a las ciudades europeas mediterráneas

Uno de los temas que mayor tiempo ocupó en la discusión, explícita o implí-citamente, fue el sentido de pensar el espacio público y sus amenazas o riesgos contemporáneos empleando enfoques trasladados de análisis sociourbanísticos para los que la tesis de la ‘muerte de la ciudad’ es su conclusión definitiva y con-trastada (básicamente en EE. UU. y países latinoamericanos)2. Tras un primer intercambio de palabras evidenciando la facilidad con la que se asocia errónea-mente el fenómeno de la percepción de inseguridad con la afluencia de personas inmigradas, la discusión destacó tres cuestiones. En primer lugar, se constató cómo la percepción de inseguridad y el temor al delito caracterizan formas urba-nas y ‘geografías del miedo’ en ciudades como Los Ángeles o São Paulo, donde los sistemas de protección residencial se concretan en un enorme despliegue de dispositivos de control formal (segregación residencial, verjas, alambradas, cá-maras de seguridad, agentes de seguridad privados, etc.). Este tipo de respuestas protectivas connotarían un estado social de percepción de inseguridad asociado al miedo al delito que no se ajustaría a la realidad urbana de las ciudades euro-peas. En éstas, no sólo no han proliferado los desarrollos urbanísticos al estilo de las denominadas ciudades fortaleza (comunidades cerradas o condominios), sino que no ha existido una huida del espacio público que con frecuencia acompaña

2. Al respecto, resultan especialmente interesantes las aportaciones de Sorkin, M. (Ed.) (2004). Vari-aciones sobre un parque temático. Barcelona: Gustavo Gili (original en inglés: 1992), y de Low, S. y Smith, N. (Eds.) (2006). The politics of public space. New York: Routledge

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a aquel primer fenómeno. ‘Aquí’3, por el contrario, hay una tradición de uso intensivo del espacio público, basada en una ocupación diversa y relativamente permanente. Vinculado a esto, y como segunda cuestión, se señaló que, aún cuando pudiera proliferar en ‘nuestras’ ciudades este tipo de urbanismo de la in-seguridad, ello obedecería más a los efectos de anclaje social del márqueting de discursos del miedo al extraño, que a una realidad objetiva de inseguridad. Sin embargo, se comentó también que hablar de miedo al extraño puede abundar en la relación con el fenómeno de la inmigración y no atender a razones propias del miedo al delito, como fenómeno diferenciado. Como tercera cuestión en este eje de debate, se enfatizó el papel de las desigualdades socioeconómicas en la definición de paisajes urbanos caracterizados por la percepción de inseguri-dad. En estos casos, tanto los diferentes patrones de implantación y despliegue del modelo neoliberal de desarrollo urbanístico, como las desigualdades sociales en materia de poder económico –la ‘necesidad’ de protección se vincula a la cla-se social– son factores estructurales en el origen de este tipo de realidades.

4. Inseguridad y pérdida de espacio público, “el huevo y la gallina”

¿Es la percepción de inseguridad la que genera una pérdida de espacio públi-co, o es la pérdida de espacio público la que genera percepción de inseguridad? La ponencia planteó la hipótesis del primer caso, pero la discusión se orientó hacia destacar la segunda relación causal, situando el vaciado de los espacios públicos como factor antecedente de la percepción de inseguridad y vinculado a otro tipo de procesos de ‘pérdida’ del entorno compartido (degradación o van-dalismo, entre otros). Se planteó que, aun cuando pudiera aceptarse la primera relación causal (el abandono social del espacio público como consecuencia de la percepción de inseguridad), otras variables antecedentes cobrarían igual o mayor importancia. Entre ellas, se destacaron la especulación urbanística, los cánones culturales de privacidad, los hábitos de movilidad, los cambios en la estructura familiar, el tiempo disponible, las posibilidades tecnológicas, los há-bitos de uso del espacio público, el estado de mantenimiento o el tiempo de residencia en el lugar. Como conclusión inmediata, se señaló que los conflictos pueden surgir como consecuencia de esa pérdida (social) del espacio público, y

3. Se emplean los términos ‘aquí’ o ‘nuestras’ ciudades en referencia a las realidades urbanas euro-peas en sentido amplio (municipios, comunidades autónomas, países, etc.), como forma de diferen-ciarlas del ámbito norte y latinoamericano, donde se aplica la tesis del fin del espacio público. El uso de estos términos intenta respetar el sentido que tuvo la diferenciación dentro de la discusión.

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que una medida posible para evitar estos conflictos sería, de forma congruen-te con ello, fomentar su uso intensivo. Ello fue comprobado en experiencias reales de participación comunitaria, donde precisamente fue la falta de tiempo disponible para usar los parques lo que llevó a su abandono y apropiación por bandas y por prácticas asociadas a la drogadicción. El éxito de experiencias de re-apropiación social de espacios públicos para su uso intensivo y diverso tras un progresivo abandono (sea por miedo, sea por otros factores a él vinculados o no) avalaría el interés de seguir explorando este tipo de cuestiones.

Lo anterior, no obstante, dejó entrever una paradoja, a saber: el aumento de densidad y diversidad de usos del espacio público garantizaría su apropiación, pero al mismo tiempo elevaría la probabilidad de aparición de conflictos deriva-dos de la incompatibilidad de usos, lo cual haría emerger un nuevo problema. En relación con esto, se señala que probablemente sería analíticamente conve-niente distinguir, en la línea de lo planteado en la ponencia, entre aquellos con-flictos derivados de la diversidad social (usos y actividades incompatibles a un nivel superficial, sin por ello restarles importancia) y aquellos otros derivados de la desigualdad social (gestión y control del espacio, prácticas consideradas ilegítimas vinculadas a problemáticas sociales subyacentes). Con respecto a esto último, se señaló la existencia de procesos pronunciados de deslegitimación de usos concretos del espacio público, especialmente cuando se considera que en muchos casos estos no están pensados y diseñados de acuerdo con las necesi-dades y deseos de sus principales usuarios. Intervenir en una dirección opuesta, según otras aportaciones al debate, podría facilitar los procesos de construcción de acuerdos y legitimidades (normas compartidas), redundando en procesos co-hesivos de apropiación del espacio.

5. Niveles de análisis de la pérdida de espacio público y de la inseguridad percibida

Otro eje de discusión puso el acento en la necesidad de establecer dos tipos de distinciones. Por un lado, debería tratarse la pérdida de espacio público como algo que, pese a que efectivamente se estaría dando de forma objetiva, sería un fenómeno de naturaleza distinta de la percepción de inseguridad y, dentro de ésta, al caso específico del miedo al delito. Por otro lado, convendría establecer como mínimo tres niveles de análisis del fenómeno particular de la pérdida de espacio público, sobre la premisa de que discurre a la par de un debilitamiento de los lazos de comunidad. Un primer nivel (‘macro’) correspondería al modelo de ciudad y al tipo de sociedad que de él se deriva o que implica. De acuerdo

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con este nivel, la inversión que se realiza en espacio público como inversión en lo común estaría actualmente alterada por las inercias de la privatización, cam-biando en consecuencia el modelo de ciudad y de relación con el espacio pú-blico. Un segundo nivel (‘meso’) estaría constituido por el tipo de acciones que se llevan a cabo actualmente en el espacio público, entendido éste partiendo de escenarios de conducta (Heft, 2001)4. Estos no serían más espacios de estancia sino de tránsito, así como escenarios funcionalmente orientados a actividades focalizadas en el comercio y el consumo. Finalmente, un tercer nivel de análisis (‘micro’) concentraría aquellas cuestiones que componen la experiencia psicoló-gica del miedo en la ciudad, directamente inscrito en la percepción de inseguri-dad. Se insistió en que estos tres niveles deben trabajarse separadamente, porque de lo contrario se confunden los términos de la discusión. A ello se agregaron comentarios en torno a un posible proceso actual de ‘despatrimonialización’ de la ciudad, mencionándose por ejemplo situaciones en barrios de ciudades españolas donde los espacios públicos se convierten en ‘guetos’ no por miedo al delito, sino por falta de masa crítica de usos.

6. La construcción social del miedo y la inseguridad

En varios puntos del debate se señaló, al hilo de la discusión, la medida en que la percepción subjetiva de inseguridad va sujeta a políticas de construcción mediática y comercial del miedo de acuerdo con intereses particulares. Las apor-taciones a la discusión en este punto coincidieron en poner de manifiesto el vo-lumen de discursos que circulan en nuestra sociedad centrados en sucesos y de-litos acontecidos en el espacio público, de forma desproporcionada con respecto al tratamiento dado a los delitos en el ámbito privado, donde (no casualmente, pues) el miedo sería en realidad mayor. Esta consideración es válida para com-prender la proliferación de ciudades fortaleza (que protegen la propia residencia y sus espacios colectivos inmediatos) en sus respectivos entornos urbanos, y es susceptible de ser abordada empíricamente mediante estudios, por ejemplo, con mapas cognitivos o cuestionarios. Estos mismos estudios revelan que, pese a considerar, aceptar y trabajar sobre los aspectos socialmente construidos de la inseguridad y el miedo al delito, sus consecuencias son prácticas y materiales. Así, se destacó que existe una relación entre la instauración progresiva de una

4. Heft, H. (2001). Ecological Psychology in context: James Gibson, Roger Barker, and the legacy of Wil-liam James’s radical empiricism. Mahwah, NJ: Erlbaum. La formulación original de los ‘escenarios de conducta’ se encuentra en Barker, R. C. y Wright, H. F. (1955). Midwest and its children: the Psychologi-cal Ecology of an American town. New York: Row Peterson.

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cultura de la inseguridad y la aparición y extensión de espacios y prácticas ‘pa-noptizados’ (cámaras de videovigilancia, incremento de la presencia policial) congruentes con aquélla. La discrepancia entre las encuestas de victimización y las opiniones de residentes en barrios victimizados, así como entre los discursos del miedo y la expresión ciudadana del mismo, abren fructíferos frentes de in-vestigación en este sentido.

7. Conclusión

Tomados en conjunto, los cinco ejes de discusión que aquí aparecen resumi-dos representan un primer intento de organizar los principales núcleos y dile-mas que emergieron al plantear grandes temas –obviamente inagotables desde la psicología social y ambiental– como son la ciudad, el espacio público en la ciudad y su compleja imbricación con los procesos urbanos con los que se cons-tituye la experiencia subjetiva e interactiva de miedo e inseguridad. Si bien la discusión no se centró tanto en los procesos de conflicto social en relación con el miedo al delito y la pérdida de espacio público, sí se explicitó su papel fun-damental en la producción de la vida urbana y, de acuerdo con la ponencia, su estatus como realidad social que no debe ser negada y evitada, sino aceptada y afrontada desde filosofías y métodos de gestión política creativos y socialmente sensibles.

Por último, cabe preguntarse en qué direcciones puede orientarse la inves-tigación futura en relación con los tópicos debatidos y aquí resumidos. De la discusión se desprenden frentes ‘naturales’ de trabajo, tales como el estudio de los parques y sus posibilidades de re-apropiación social desde planteamientos participativos, recogiendo el impulso que los usos de parte de la población inmi-grada han dado a la recuperación de entornos antes inutilizados; la exploración de factores o variables antecedentes y consecuentes asociadas a la pérdida de espacio público y el lugar del miedo al delito y la percepción de inseguridad en un esquema complejo de causalidad; la influencia específica de factores estruc-turales, entre ellos los socioeconómicos, en la división social del espacio urbano y sus ‘geografías del miedo’ implicadas; o la función de la construcción social del miedo y la inseguridad en la regulación de las interacciones en y con el espa-cio público, atendiendo a su papel en los procesos de apropiación del espacio y apego al lugar. En cualquier caso, si algo puso de manifiesto esta sesión de discu-sión fue sin duda la necesidad de seguir trabajando la relación conceptual entre percepción de inseguridad, miedo al delito, espacio público y conflicto, siendo sensibles a las fuerzas variadas y de distinto nivel que se hallan implicadas en

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sus múltiples formas de articularse. Para ello, se destacó la necesidad de buscar formas de viabilizar su abordaje empírico desde metodologías adaptadas a los fenómenos urbanos contemporáneos, entre ellas la observación y el análisis del discurso.

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Epílogos

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La ciudad, escenario vulnerable.

José Antonio Corraliza RodríguezUniversidad Autónoma de Madrid

La ciudad es el mayor artefacto tecnológico jamás ideado por la mente hu-mana. Vitrubio (siglo I a. C.) se hace eco de una leyenda que podría describir el origen de la arquitectura. Esta leyenda describe el deambular permanente de los primeros pobladores humanos nómadas, buscando alimento y refugio en los entornos que van descubriendo. La tribu humana ajusta su deambular a las es-trategias imprescindibles para satisfacer sus necesidades básicas (alimento, cobi-jo, calor, etc.) y aparentemente no tan básicas (rituales cohesivos, formación de grupos estables, etc.). Según esta leyenda, como las necesidades humanas eran permanentes, también lo era su deambular nómada. En algún momento, algu-nos miembros del grupo nómada se han dado cuenta de que, por ejemplo, en lugar de talar ramas y troncos de los árboles para hacer fuego y poder calentarse, puede ser conveniente utilizar estas ramas y troncos de árboles, una vez talados, para, puestos en pie y combinados entre sí, configurar un refugio estable y más permanente. Se inicia, así, el período de sedentarismo y estabilidad de los asen-tamientos humanos. Se crea así una primera vivienda; se inventa la arquitectu-ra. Es fácil suponer la existencia de conflictos entre los grupos de esta imaginaria tribu primitiva por conseguir los mejores asentamientos, por marcar y definir su territorio, por traducir a la estructura espacial la compleja red de relaciones sociales que, en la forma nómada, caracterizaba ya el grupo humano. Se inicia, entonces, el desarrollo tecnológico que ha permitido miles de años después con-figurar complejos sistemas urbanos, tal y como hoy los conocemos.

El medio construido, desde este comienzo mitológico, ha constituido la clave del habitar humano. El desarrollo tecnológico ha ido en paralelo al desarrollo de la organización social, que, a su vez, se ha ido haciendo más y más compleja. La forma de construir y ocupar el territorio y la forma de organización social han permitido conformar un nuevo hábitat, la ciudad, síntesis del desarrollo relacionado de las complejidades adquiridas por la tecnología (constructiva y no contractiva) y la organización social. La pregunta más importante que surge en la actualidad se refiere a si, en efecto, todo el desarrollo tecnológico y social ligado a la implantación de las ciudades como forma de habitar ha producido

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una mejora cualitativa y cuantitativa en las condiciones de vida de las personas. Obviamente, la respuesta a esta cuestión es positiva. La ciudad, como hábitat, ha establecido un escenario de seguridad y control que, en términos muy generales, ha permitido la mejora de las condiciones de vida. Este proceso no ha sido siem-pre lineal, y en la historia de los asentamientos humanos podemos encontrar hitos que parecen hacer regresar la vida humana a estadios aún más primitivos (como, por ejemplo, ocurrió con el caso de las primeras fases de construcción de la “ciudad fabril” en los albores de la revolución industrial).

A pesar de ello, la ciudad se ha configurado como una forma de asentamiento territorial forjada como resultado de un complejo proceso de adaptación, orien-tado fundamentalmente por la satisfacción de las necesidades de eficiencia pro-ductiva. La vasta concentración de pobladores que supone la ciudad moderna tiene unas ventajas indiscutibles para la mejora de la productividad económica, la eficiencia de los servicios y, en suma, la racionalización de la vida. Es el más claro y contundente indicador de la modernidad. Durante mucho tiempo, ade-más, la ciudad, con sus luces y sus sombras, ha sido, y aún hoy es, uno de los mayores reclamos de mejora vital. En efecto, la mayor parte de la empobrecida población condensa sus sueños en llegar a una gran ciudad donde aún, se cree, podrá encontrarse remedio a los problemas de carestía y exclusión social. Ello explica el vertiginoso crecimiento de las grandes concentraciones metropolita-nas, especialmente en los países aún no desarrollados.

Las ciudades, como hábitat que concentra progresivamente una mayor can-tidad de personas, han crecido espectacularmente en el último siglo. Y el núme-ro de concentraciones metropolitanas sigue creciendo. Recientemente, Rifkin (2008) ha indicado que el número de ciudades de más de un millón de habitan-tes es 414, y en pocos años se espera doblar esta cifra. Tal y como concluye este autor, no se atisba el fin del proceso de urbanización.

Este nuevo hábitat plantea problemas de ajuste con indicadores en múltiples ámbitos. La ciudad, particularmente, las grandes concentraciones metropolita-nas actuales, suponen retos cada vez más difíciles de afrontar por su impacto ecológico, su organización física y territorial y su organización política y social. También este hábitat urbano ha tenido un fuerte impacto psicológico, porque ha determinado poderosamente la forma de ser y de estar en el mundo de los pobladores urbanos. La ciudad no sólo se basa en el principio de la urbanización del territorio; tal y como se ha escrito anteriormente, se urbaniza la mente y se alumbra, así, un nuevo tipo de persona. Ello explica el interés que, desde hace más de cien años, han mostrado los científicos sociales, en general, y los psicó-logos, en particular, por el hecho urbano (Corraliza y Aragonés, 1993), y de ello son un buen ejemplo los trabajos recogidos en las páginas que preceden.

En efecto, la ciudad no sólo ha conformado un nuevo hábitat (cada vez más complejo), sino que ha producido cambios en la forma de ser de las personas y de relacionarse entre sí. En las contribuciones clásicas (véase, por ejemplo, Milgram, 1970) se alude ya a estas alteraciones, caracterizando la experiencia de vivir en las ciudades por rasgos como el “anonimismo” (proliferación de relacio-

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nes de baja implicación) y la sobrecarga informativa (dificultades para establecer una transacción adecuada entre la persona y un entorno que plantea excesivas demandas de atención). Ambos rasgos han conformado personas impasibles que viven en condiciones de aislamiento estructural, y redes sociales endebles que no actúan como verdaderos referentes en la formación de las identidades sociales. El escenario urbano se ha tornado, así, incómodo y con una intensa presencia de los denominados “estresores urbanos”.

De este modo, puede decirse que el reto más importante de la nueva forma urbana sigue siendo conseguir que el espacio urbano sea un lugar acogedor de las comunidades que lo pueblan. En la expresión del ya mencionado Milgram, que sea un área de «confortable familiaridad», es decir, donde se puedan desa-rrollar una serie de funciones básicas para la mejora de la organización social y la ampliación de las redes sociales. Por el contrario, en la reciente evolución de las ciudades se ha reforzado la tendencia al aislamiento estructural y a la transfor-mación de barrios enteros en guetos. Por un lado, la progresiva especialización funcional de algunas áreas centrales en la ciudad, junto con el deterioro (cuando no abandono) de otros espacios (tanto en los centros, como en la periferia), y, finalmente, la reclusión de la población y su expulsión de los espacios libres ha-cen necesario aún hoy recordar las necesidades psicológicas y sociales a las que deben dar satisfacción los espacios urbanos. Krupat (1985) alude a seis funciones básicas que deben cumplir los espacios urbanos:

Las necesidades de interacción social en los espacios urbanos, que deben • ser evaluados en función del apoyo y «amistosidad» que ofrecen a sus pobladores.

La necesidad de control social en los escenarios urbanos, en los cuales los • residentes pueden captar e implicarse en el uso, mantenimiento, defensa y mejora de estos espacios.

El sentido de seguridad y refugio, donde las personas pueden vivir en condi-• ciones donde las amenazas, los riesgos y los miedos estén minimizados.

La necesidad de establecer lazos comunitarios, que permite pensar en los • espacios urbanos como lugares donde compartir y promover experiencias de participación y de implicación (tanto informales, como formales).

La necesidad de un sentido colectivo de identidad, que permite definir los • escenarios urbanos como lugares de apego y vinculación simbólicos.

La necesidad de espacios de socialización, a través de la cual se subraya el • importante papel que pueden jugar los espacios urbanos para el desarrollo humano, y, sobre todo, para facilitar la implicación de grupos sociales y colectivos específicos (ancianos, niños, mujeres, etc.).

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Los déficits en estos ámbitos hacen que la ciudad se haya convertido en un entorno vulnerable. En la investigación psicosocial se utiliza en múlti-ples contextos la expresión de vulnerabilidad. En un sentido muy general, el concepto se refiere a las dificultades de una persona o de un grupo para resistir o hacer frente a una determinada amenaza o problema. El uso más generalizado del término “vulnerabilidad” y del adjetivo “vulnerable”, se ha producido en la investigación sobre el estrés. Se dice que una persona o grupo es vulnerable cuando se prevén dificultades o incapacidad manifiesta para adaptarse a una situación de riesgo o amenaza (real o atribuida). Acep-tando esta definición, lo que resulta importante no es la mera descripción de la vulnerabilidad, ni siquiera de su posible tratamiento. Es decisivo definir las causas de la amenaza o del riesgo, así como de los costes que supone la adaptación a la misma. De acuerdo con las investigaciones psicoambientales sobre este problema, se puede hablar de tres tipos de fuentes de vulnerabili-dad. En primer lugar, aquéllas que amenazan el bienestar físico. En segundo lugar, aquéllas otras que amenazan el bienestar emocional. Y, en tercer lu-gar, aquéllas que suponen una amenaza al bienestar social (cohesión social, identidad, etc.).

La ciudad vulnerable hace más vulnerable a la persona que la habita. Uno de los más claros indicadores de vulnerabilidad se encuentra en la disminución de la cantidad y calidad de los espacios públicos, que es paralela a la disminución de la intensidad de la implicación personal en redes sociales, más o menos es-pontáneas. El mayor riesgo que puede dinamitar los sueños humanos proyec-tados sobre las grandes urbes es precisamente que éstas se conviertan en una trama inabarcable de no-lugares, espacios carentes de significación que, por su estructura o por su plástica, no pueden actuar como el locus de la experiencia humana. Es necesario, pues, debatir sobre la calidad, topología y equipamiento de los espacios públicos (véase, en relación con los espacios verdes el trabajo de Rueda, Farrero, Batlle y Corraliza, 2007).

Un recurso útil para hacer de las ciudades un entorno más familiar es recu-perar la memoria perdida de la relación de las personas con la naturaleza. Tal y como concluye Rifkin (en el trabajo antes mencionado), “en la gran era de la urbanización hemos aislado cada vez más a la raza humana del resto del mundo natural en la creencia de que podríamos conquistar, colonizar y utilizar la rica generosidad del planeta para garantizar nuestra completa autonomía sin conse-cuencias funestas para nosotros y para las generaciones futuras. En la próxima fase de la historia humana tendremos que encontrar un modo de reintegrarnos en el resto de la Tierra viviente si pretendemos preservar nuestra especie y con-servar el planeta para las demás criaturas”.

Resulta imprescindible continuar el debate sobre las nuevas formas de habi-tar las ciudades, incluyendo un análisis riguroso de los procesos psicosociales que se han ido apuntando en las páginas precedentes. De lo contrario, el esfuer-zo que supuso la creación de la arquitectura y, con ella, de las ciudades habrá sido un esfuerzo baldío.

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© Editorial UOC 177 La ciudad, escenario vulnerable

Referencias

Corraliza, J.A. y Aragonés, J.I. (1993). La Psicología Social y el hecho urbano. Psicothema, 5, 411-426.

Krupat, E. (1985). People in cities. The urban environment and its effects. Cam-bridge: Cambridge University Press.

Milgram, S. (1970). The experience of living in cities. Science, 167, 1461-1468.

Rifkin, J. (2008). El homo urbanus. Congreso Nueva cultura Urbana. Valen-cia, 24-25 de enero de 2008.

Rueda, S., Farrero, A., Batlle, E. y Corraliza, J.A. (2007). El verd urbà: com i per què? Barcelona: Fundaciò Territori i Paisatge.

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Psicologías1 de la ciudad: el reto de la transmutación por la sostenibilidad

Enric Pol Urrutia Universitat de Barcelona

La ciudad no es un tema nuevo en Psicología. La larga y antigua tradición del abordaje de las cuestiones urbanas por la Psicología ambiental, nos remontan –en clave interna- al traspaso del s.XIX y el s.XX, con Hellpach y sus coetáneos. Pero estos antecedentes no son ajenos a los orígenes de la compleja construc-ción de las modernas ciencias sociales en el s.XIX, que comparten intereses, an-tecedentes y planteamientos, a pesar de que su diferenciación a lo largo del s.XX las haya conducido a la ignorancia, desconocimiento y exclusión mutua, con un consecuente empobrecimiento y pérdida de capacidad explicativa. La Psicolo-gía ambiental en sus distintas etapas (véase Pol 2006, 2007) ha tenido siempre el entorno urbano como uno de sus principales objetos de trabajo, con una focalización más o menos abierta sobre las dinámicas sociales, o más o menos concentrada en aspectos concretos. Formalmente es en el periodo de los años se-senta y setenta —lo que llamamos la etapa de la Psicología de la Arquitectura—, cuando toma más visibilidad. No hay más que ojear el memorable compendio programático de Proshansky, Ittelson y Rivlin de 1970. Pero también de resultas de la deseada ‘cientificidad’, lo que en éste compendio se sugería se desvanece al aplicar modelos explicativos excesivamente reduccionistas para explicar fenó-menos complejos, lo cual lleva a la Psicología de la Arquitectura a una profunda crisis, que se prolongará a lo largo de los ochenta. La salida de la crisis registra lo que hemos llamado un doble giro social y ambiental (Pol, 2007), que incluye

1. Los capítulos recogidos en este volumen muestran la complejidad y la diversidad de temas y enfo-ques, posibles y necesarios, para el tratamiento de la cuestión urbana desde una perspectiva psicológica, psicosocial y psicoambiental. Además, ponen de manifiesto las limitaciones explicativas si nos centra-mos sólo en una perspectiva determinada si no toma en consideración las aportaciones de las otras. Los temas recogidos reflejan ámbitos de preocupación actual, que se perfilan como distintos –o por lo menos con enfoques diferente- de los que han ido emergiendo a lo largo de la historia de la psicología ambiental. Esta diversidad (a la vez que complementariedad) permiten concluir que no se puede hablar de una ‘Psicologia de la Ciudad’ en singular sino la necesidad epistemológica de etiquetar en plural: Psicologías de la Ciudad.

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© Editorial UOC 180 Psicología de la ciudad

la (re)incorporación explícita del comportamiento proambiental, los retos de la sostenibilidad en las ciudades y la recuperación de la dimensión simbólica del entorno, además de la gestión y la intervención, como temas dominantes en la Psicología ambiental de los noventa y del siglo XXI.

Los textos recogidos en este volumen reflejan la pluralidad de los planteamien-tos actuales de la Psicología ambiental urbana, vigorosos pero más voluntaristas que efectivos, con diversos niveles de complejidad en los distintos modelos expli-cativos que subyacen en las investigaciones que nos reportan, y con una diversidad de problemáticas de aparente incoherencia pero que no agotan los retos que debe afrontar el ciudadano en sus vivencias de la vida cotidiana.

Uno de los retos que debe afrontar la Psicología ambiental urbana es el de la sostenibilidad. Desde hace años se ha ido tomado conciencia de que la ciudad debe abordar dicho reto, desde el planeamiento urbano, pero también desde el comportamiento ciudadano. Pero frecuentemente encontramos de nuevo vo-luntarismo, sin acertar ni en la concepción de ‘sostenibilidad’ y las implicacio-nes sociales que comporta, ni en las estrategias de implantación. Unas veces se usa banalmente el término ‘sostenibilidad’ (como término vacío, según denun-ciaron Aragonés, Raposo e Izurieta, 2001) para referir a leves modificaciones en el quehacer de la planificación, o para referir a proyectos que buscan conseguir una ligera mejora en su balance energético o su eficiencia. Por otro lado, dema-siadas veces se hace recaer casi en exclusiva la responsabilidad en las acciones individuales de los ciudadanos y se obvian las dimensiones estructurales como facilitadoras o dificultadoras de los comportamientos sostenibles. En el trasfon-do del problema se da un déficit de conceptualización que se refleja en un abor-daje molecularizado y deshilvanado.

Una de las definiciones posibles de ciudad sostenible (basada en una amplí-sima revisión empírica multidisciplinar, con la participación de Salvador Rueda, psicólogo director de la Agencia de Ecología Urbana de Barcelona), “la ciudad sos-tenible será aquella que permita incrementar su complejidad, al incrementar la probabilidad de contacto entre los diferentes elementos que componen el sistema urbano sin incrementar el consumo de energía y de recursos” (CCCB, 1998, p. 96). Es decir, un entorno sostenible significa encontrar una forma urbana y un tipo de interacción social que permita mantener en un nivel razonable la diversidad social y la diversidad biológica, la salud de los habitantes, la calidad del aire, el agua y el suelo, para garantizar el desarrollo del bienestar de la humanidad, a la vez que preservar la flora, la fauna y los recursos naturales. Ello requiere un proceso de di-seño de gestión urbana, que permita tomar decisiones que atiendan no sólo a los intereses de las generaciones presentes, sino también de las generaciones futuras. Por tanto, requiere una visión de conjunto e integrada entre todos sus flancos, que además debe tener en cuenta que cada ciudad es diferente y, por tanto, debe encontrar su propio camino hacia la sostenibilidad.

Desde la Psicología se ha abordado ya el desafío de la sostenibilidad, pero aún de forma demasiado tímida y deshilachada. Si queremos abordar el reto, la Psicolo-gía de la ciudad debe ocuparse de la calidad de vida —como ha hecho tradicional-

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mente— a la vez que de los aspectos comportamentales de la sostenibilidad, como dos dimensiones indeslindables de una misma cuestión. Ello requiere explicitar claramente el posicionamiento de partida en la conceptualización de calidad de vida, como capacidad de acumulación (concepción más vulgarizada e insosteni-ble) o como equilibrio personal, social y ecológico (concepción antigua pero poco presente, que es la única que permite la sostenibilidad). Además, necesita de un en-foque holístico entre los aspectos relativos al comportamiento ecológico responsa-ble (CER), las formas urbanas y arquitectónicas como facilitadoras o dificultadoras directas de dichos comportamientos y del bienestar, pero también de sus efectos indirectos a través de la dificultad o la facilitación de la cohesión social (aspecto, este último, imprescindible, como mostró el proyecto Ciudad-Identidad-Sostenibi-lidad, CIS, 2002). Ello quiere decir también, que las posibilidades del CER depen-den tanto de la forma urbana como de la cohesión social y el bienestar que dicha forma facilita. Por tanto, deberemos conocer también los procesos implicados en la construcción de dicha cohesión. En ella intervienen las dinámicas económicas, la justicia, la percepción de equidad y las prestaciones sociales, pero también los efec-tos homogeneizadores y disgregadores de las globalizaciones de signos contradic-torios (informacionales, culturales, de consumo, poblacionales, etc., como hemos explicado en otros lugares, Pol, 2001), además de la capacidad de simbolización del entorno urbano y su potencialidad para suscitar identificación con la ciudad.

Todos estos retos se pueden acotar a partir de ejes de tensión de las dinámicas de la ciudad actual: la ciudad de los no-lugares frente a la ciudad de la identidad de lugar, el apego y la apropiación del espacio; la ciudad de la participación, fa-cilitadora del apego, frente a la ciudad de la imposición tecnocrática de planes grandilocuentes; la ciudad del virtuosismo arquitectónico, frente a la ciudad de la autoconstrucción; la ciudad del espacio público frente a la ciudad de áreas resi-denciales fortificadas y centros comerciales con el derecho de admisión reservado y calles marginalizadas; la ciudad de los ciudadanos frente a la ciudad ‘tematizada’, convertida en un Disney World para el turismo de masas no apta para la vida coti-diana, etc. Todo ello son dinámicas sociofísicas y económicas que confluyen en la ciudad actual, sobre las que hay contribuciones aisladas, de los cuales se abordan en los capítulos precedentes y sobre los cuales hemos expresado nuestra visión en otros textos (Pol, en prensa).

Pero no olvidemos que el giro que debe suponer la sostenibilidad, no es un mero capricho ni una moda. Hay que tener presente que en el 2008, según Na-ciones Unidas, por primera vez en la historia hay más población que vive en ciudades que en otros hábitats; las ciudades que crecen más están en el mundo empobrecido o en los países emergentes (la terminología no es neutra); el creci-miento de dichas ciudades (pero también en las del mundo noroccidental, aun-que en menor medida) se hace a partir de la ocupación y autoconstrucción en suburbios de chabolas (más de 1.000 millones de personas en la actualidad); el mundo noroccidental tiende a la ciudad global, discontinua, difusa pero inter-dependiente y tecnificada, con un elevado consumo de territorio como recurso y de recursos naturales y energéticos, con fuertes impactos ambientales (entre

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los cuales el cambio climático, pero no sólo éste); y, sobre todo, que en el mun-do no existen recursos naturales suficientes para que todos vivamos al ritmo de los países desarrollados…

Ello nos devuelve a uno de los ejes del inicio de nuestra argumentación: calidad de vida como acumulación, calidad de vida como equilibrio, y las deri-vaciones de cada posicionamiento con implicaciones psicosociales (tratamos de la persona en sociedad). En su conjunto, las dinámicas de la ciudad y la sosteni-bilidad constituyen la agenda de la Psicología ambiental del siglo XXI, que está aún por desarrollar.

Referencias bibliográficas

Aragonés, J.I., Raposo, G. y Izurieta, C. (2001). Las dimensiones del desarrollo sostenible. Estudios de Psicología 22(1), 1-22.

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Pol, E. (2006). Blueprints for a History of Environmental Psychology (I): From First Birth to American Transition. Medio Ambiente y Comportamiento Hu-mano, 7(2), 95-113.

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