protocolo foucault - mariana acevedo vega
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Pontificia Universidad Javeriana
Facultad de filosofía
Seminario de énfasis: Michel Foucault – Vigilar y castigar
María Cristina Conforti
Mariana Acevedo Vega
Protocolo de la sesión del 26 de agosto de 2015
Asistentes: Cristian Vega, Daniella Prieto, Dannia Ximena Beltrán, Elkin Yesid Ortiz, Fabio Barrera, Javier Betancourt, Juan David Malaver, Mónica Rodríguez, Sara Valdés y Mariana Acevedo.
Protocolo de la sesión del 26 de agosto
El propósito de este texto es exponer los temas que se trataron durante la sesión del
seminario del 26 de agosto de 2015 donde se discutió la primera parte del capítulo “La
benignidad de las penas” de Vigilar y Castigar. Para ello dividiré esta exposición en tres
partes: en primer lugar, señalaré las observaciones que se realizaron al protocolo
correspondiente a la sesión del 19 de agosto de 2015. En segundo lugar, expondré de qué
manera se desarrolló una pregunta esencial que se encuentra en el capítulo, a saber, cómo
apagar el deseo por el crimen y la glorificación que se hace de él. En tercer lugar, abordaré
otro tema sobre el que se centró la discución: los modos de castigo.
1. Observaciones al protocolo del 19 de agosto de 2015
En esta primera parte del seminario señalamos que uno de los problemas fundamentales
dentro de cualquier sociedad es que se rompa la ley. Foucault explora cómo en las
diferentes épocas que decide trabajar, se puede rastrear la evolución de un problema
fundamental del presente: el modo de castigar. Así pues, en el capítulo “El castigo
generalizado”, Foucault muestra la queja que se genera contra los suplicios durante la
segunda mitad del siglo XVIII:
La protesta contra los suplicios se encuentra por doquier en la segunda
mitad del siglo XVIII: entre los filósofos y los teóricos del derecho, entre
juristas, curiales y parlamentarios, en los Cuadernos de quejas y en los
legisladores de las asambleas. Hay que castigar de otro modo: deshacer ese
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enfrentamiento físico del soberano con el condenado; desenlazar ese cuerpo
a cuerpo, que se desarrolla entre la venganza del príncipe y la cólera
contenida del pueblo, por medio del ajusticiado y del verdugo (Foucault,
2009, p. 85).
En el enfrentamiento entre juristas –tanto los que están de parte del soberano como los que
están en su contra– se hace ver que la Reforma no se da por razones de “humanidad”. Se
trata, en cambio, de un enfrentamiento, una contraposición al sobrepoder del soberano y a
la irregularidad en las prácticas jurídicas, es decir, a la ineficacia de su funcionamiento. El
propósito de castigar mejor, con más eficacia y sin ese componente vengativo del príncipe,
hace que los juristas sueñen con un ‘castigo generalizado’.
El castigo generalizado no tiene como objetivo castigar a todos de la misma manera, su
propósito está en evitar que cualquier crimen quede en la impunidad. Se busca, en primer
lugar, generar una mayor efectividad en el castigo. Y en segundo lugar, suprimir uno de los
problemas fundamentales que surgen de la criminalidad, a saber, la heroización del
criminal, las alabanzas que se elevan sobre él. De esta manera, surge la pregunta por cómo
se podrá lograr que el pueblo no quiera romper las normas. Esta pregunta se desarrolló más
a fondo en la sesión a la que corresponde este protocolo.
2. Apagar las glorias: un fin al deseo del crimen
El primer punto sobre el cual se centró la discusión fue alrededor de la pregunta planteada
por los forjadores de las leyes durante el siglo XVIII: ¿cómo se podría lograr que el crimen
no fuera visto como algo glorioso ante los ojos de los ciudadanos?:
¿Cómo apagar la dudosa gloria de los criminales? ¿Cómo hacer callar la
epopeya de los grandes malhechores cantados por los almanaques, las hojas
sueltas, los relatos populares? Si la trasposición del orden punitivo está bien
hecha, si la ceremonia del duelo se desarrolla como es debido, el crimen no
pordrá aparecer más que como una desdicha y el malhechor como un enemigo a
quien se enseña de nuevo la vida social (Foucault, 2009, p. 131).
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Lo que se quiere cambiar es la representación que se tiene del crimen como algo que puede
ser beneficioso. El deseo de ser glorificado como alguien que se enfrenta al poder del
soberano puede motivar a los ciudadanos a delinquir. En este sentido, el propósito será
cambiar esta percepción por una en la que el deseo del crimen se relacione con un temor
calculado de castigo (Foucault, 2009, p. 131). Es decir, cambiar esa relación entre delito y
percepción heróica, por una representación en la que el delito esté relacionado, de modo
inmediato, con una pena.
La manera en la que se busca cambiar la representación es a través del uso del lenguaje
cotidiano. Allí aparecen figuras, como el poeta moralista, que se encargan de crear los
nuevos relatos que se difunden y que empiezan a funcionar dentro de todo el aparato social:
“el discurso pasará a ser el vehículo de la ley: principio constante de la transposición
universal del hombre” (Foucault, 2009, p. 131). De esta manera, cada ciudadano será
testigo de estas retóricas potentes y de su efectividad. Generando, de tal manera, una ciudad
punitiva:
En las esquinas de los jardines, al borde de los caminos que se rehacen o de los
puentes que se construyen, en los talleres abiertos a todos, en el fondo de las
minas que se visitan, mil pequeños teatros de castigos. Para cada delito su ley;
para cada crimen su pena. Pena visible, pena habladora, que lo dice todo, que
explica, se justifica, convence: carteles, letreros, anuncios, avisos, símbolos,
textos leídos o impresos, todo esto repite infatigablemente el Código (Foucault,
2009, p. 131).
No obstante, todos estos espectáculos y relatos deben tener por encima de ellos un signo
mayor del castigo. El parricida de esta época se podría comparar con el regicida de la
anterior; y por tanto, el castigo que se le impone servirá como “piedra angular del edificio
penal” (Foucault, 2009, p. 132). Así pues, podríamos decir que F. M. Vermeil es un autor
que juega un rol fundamental en la exposición de esta nueva representación del delito.
Vermeil (1781) relata la forma en la que imagina cómo se debe llevar a cabo este castigo
máximo para el parricida. Nos relata una idea de aquel infinito punitivo que debe ser
creado, en teatro del castigo contidiano, para el caso del este máximo criminal:
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Al culpable se le saltarían los ojos; se le encerraría en una jaula de hierro,
suspendida en el aire, por encima de una plaza pública; estaría completamente
desnudo, sólo con un cinturón de hierro, sujeto a los barrotes, y hasta el fin de
sus días, se alimentaría de pan y agua (Foucault, 2009, p. 132).
De este modo, cada uno de los ciudadanos logrará generar una relacion directa entre el
crimen y el castigo seguro y efectivo; una pena y un dolor del cual ningún criminal escapa.
Se obtiene, por tanto, que “cada castigo constituya una parábola. Y que, como contrapunto
de todos los ejemplos directos de virtud, se puedan a cada instante encontrar, como escena
viva, las desdichas del vicio” (Foucault, 2009, p. 132). De este modo, se destierra la pasión
por el vicio a través de la creación de los relatos del castigo. El pueblo se ve atravesado por
nuevas formas simbólicas de la relación entre delito y pena, la cual, debe llegar a todos los
rincones de la sociedad. De esta manera, se logra el propósito inicial de eliminar esa
percepción del crimen como algo glorioso y beneficioso, y se logrará, al mismo tiempo,
desterrar el deseo por romper la ley.
3. Modos de castigo
Foucault cita a Mably (1789, t. IX, p. 338) para mostrar que, para los Reformadores, uno de
los puntos más importantes a la hora de castigar es no repetir las mismas penas: “guardaos
muy bien de infligir los mismos castigos” (Foucault, 2009, p. 133). La repetición del
Código debe ir acompañada por una necesidad de eliminar las penas uniformes, se deben
generar distintos y pintorescos castigos con respecto al crimen. La razón es que con la
variación de los castigos se genera una mayor publicidad, con la cual, los ciudadanos tienen
una mayor capacidad de visualización de la efectividad del funcionamiento del sistema
penal. En este orden de ideas, la prisión no funciona como modo de castigo que haga
visible esta relación. Y por tanto, evita que se produzca el temor que se obtenía como
resultado de la representación y la publicidad de la relación delito-castigo. Las razónes las
explica Foucault (2009):
[La prisión como modo de castigar no funciona] porque es incapaz de responder
a la especificidad de los delitos. Porque carece de efectos sobre el público.
Porque es inútil a la sociedad, perjudicial incluso; es costoso, mantiene a los
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condenados en la ociosidad, multiplica sus vicios (…) La prisión, en resumen,
es incompatible con toda esta técnica de la pena-efecto, de la pena-
representación, de la pena-función general, de la pena-signo y discurso. Es la
oscuridad, la violencia, la sospecha (p. 133).
A pesar de lo anterior, esto lo que sucede a finales del siglo XVIII: el nuevo sistema de
penalidad admitido por la nueva ley es el encarcelamiento bajo todas sus formas. De esta
manera, las carceles, las prisiones, las correccionales, las penitenciarias, entran a jugar
como un gran edificio carcelario que se ordena de acuerdo a los grados de centralización
administrativa. El encarcelamiento se inscribe dentro de toda una jerarquía penal,
administrativa y geográfica que se convertirá en una figura monótona y a la vez simbólica
del poder de castigar durante los siglos XVIII y XIX. Es en este orden de ideas que se
puede decir que el proposito de los Reformadores, de resocializar a los criminales en el
castigo, se vio suplantado por el edificio administrativo de la prisión:
Este teatro punitivo, con el que se soñaba en el siglo XVIII, y que hubiera
obrado esencialmente sobre el ánimo de los delincuentes, ha sido sustituido por
el gran aparato uniforme de las prisiones cuya red de edificios inmensos va a
extenderse sobre toda Francia y Europa (Foucault, 2009, p. 135).
Si hay algo que resaltar es que los Reformadores no habrían podido ver que la prisión se
convertiría en el modo predominante de castigar dentro de los sistemas penales en
occidente. Podemos ver que esto es algo que se mantiene hasta hoy en día, y que ha sido,
sin lugar a dudas, lo que ha regido dentro del procedimiento penal durante los últimos dos
siglos. Así pues, Foucault ha realizado un recorrido por diferentes épocas siguiendo el
problema de las practias y formas de castigar, llegando a este punto específico: el
surgimiento de la prisión.
BIBLIOGRAFÍA
Foucault, M. (2009). Vigilar y castigar: nacimieto de la prisión (Edición revisada y corregida ed.). (A. Garzón del Camino, Trad.) México: Siglo XXI.
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