problemas diplomáticos de la revolución mexicana

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Problemas diplomáticos de la Revolución Mexicana Author(s): César Sepúlveda Source: Foro Internacional, Vol. 1, No. 3 (3) (Jan. - Mar., 1961), pp. 387-403 Published by: El Colegio De Mexico Stable URL: http://www.jstor.org/stable/27736943 . Accessed: 15/06/2014 12:16 Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at . http://www.jstor.org/page/info/about/policies/terms.jsp . JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact [email protected]. . El Colegio De Mexico is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to Foro Internacional. http://www.jstor.org This content downloaded from 194.29.185.109 on Sun, 15 Jun 2014 12:16:15 PM All use subject to JSTOR Terms and Conditions

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Problemas diplomáticos de la Revolución MexicanaAuthor(s): César SepúlvedaSource: Foro Internacional, Vol. 1, No. 3 (3) (Jan. - Mar., 1961), pp. 387-403Published by: El Colegio De MexicoStable URL: http://www.jstor.org/stable/27736943 .

Accessed: 15/06/2014 12:16

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PROBLEMAS DIPLOM?TICOS DE LA REVOLUCI?N MEXICANA

C?sar Sep?lveda, de la Universidad Nacional de M?xico

El tratamiento de los problemas diplom?ticos de la Revo

luci?n, tan numerosos y tan hondos, no es empresa f?cil. Son

y ser?n incompletas algunas fuentes, y otras a?n no pueden consultarse. Es dif?cil desvanecer la atm?sfera de infalibilidad con que algunos de los protagonistas se han rodeado, o con

que los han envuelto sus allegados inmediatos. As?, en la mente colectiva se han formado numerosos mitos y consejas de dif?cil exclusi?n. El clima emocional en torno al fen?meno revolucionario mexicano no deja mucho campo para el libre examen, y s?lo con inseguridad se puede pisar en terreno tan movedizo. A la vez, parece ya ser tiempo de intentar un an?lisis serio de las cuestiones hist?ricodiplom?ticas de M?xi co, pues s?lo as? podremos remediar las fallas de nuestra po l?tica exterior y preparar la conciencia p?blica para el impor tante papel que la naci?n puede ser llamada a desempe?ar en los asuntos mundiales.

La Revoluci?n Mexicana es un ejemplo de un cambio social en gran escala. Ha tenido como objetivos primordiales reagrupar las clases sociales, reorientar y diversificar la econo

m?a, y reformar la estructura pol?tica con la esperanza de

mejorar a las masas. Pero el logro de estos cambios fundamen tales ten?a que afectar intereses y lastimar el confortable orden tradicional. Las revoluciones traen aparejadas por necesidad Tiolencia, inestabilidad, improvisaci?n, nacionalismo virulen to. Todo ello afecta la pol?tica exterior de los otros pa?ses, pues las grandes potencias, desde siglos, son muy dadas a Observar con ce?o fruncido todo intento de redenci?n, y cual

quier brote nacionalista. De ah? que en el campo de las rela ciones internacionales los gobiernos de la Revoluci?n no encontraran sino problemas e

incomprensi?n.

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388 C?sar Sep?lveda FI I-5

Las cuestiones diplom?ticas de M?xico en la d?cada de 191.0 a 1920, en que hay una lucha armada casi constante, son las

comunes a los pueblos que buscan efectuar ajustes institucio nales y legales para llevar a los grandes n?cleos el bienestar

y el provecho de un orden social m?s justo y para poner en manos de sus nacionales los recursos naturales. La afectaci?n

del r?gimen preexistente de la propiedad suele ser la principal causa de la actividad diplom?tica de esos a?os. Todo ello

agravado, sin embargo, por el antagonismo hist?rico y la

proximidad de Estados Unidos, que imprimen a nuestra diplo macia una fisonom?a tan especial. As? es que en el per?odo revolucionario el grueso de nuestros tratos diplom?ticos caen en el campo de las relaciones con ese pa?s.

Es asombrosa la diferencia entre la apacible diplomacia del porfiriato y la agresiva e irritante diplomacia del per?odo subsecuente. Las caracter?sticas de la pol?tica exterior del r?

gimen "porf?rico", como lo llama Cos?o Villegas, eran las

de una diplomacia rudimentaria, de gran rutina y de mucho recato. El anciano dictador, aunque nunca se propuso una

m?stica exterior, y no pas? de un t?mido deseo de participar en el concierto de naciones, logr? la simpat?a de los pa?ses

poderosos al hacer de M?xico un refugio seguro para los in

versionistas extranjeros. Alg?n prestigio internacional se hab?a

logrado consolidar adem?s con las tres d?cadas de su tranquila dictadura.

Por otra parte, la pol?tica exterior norteamericana, cuya

reacci?n ten?a que ser m?s viva, pasaba entonces por una

etapa de aislamiento de los asuntos europeos, y ciertamente no se hab?a ella propuesto fines determinados por las mismas

?pocas. Todo cambi? s?bitamente con la Revoluci?n de M?xi co, y con la presencia simult?nea de Woodrow Wilson, presi dente de Estados Unidos, quien se impuso la tarea de hacer

participar a su pa?s en todos los asuntos mundiales y quien, sin

duda, resulta el personaje m?s destacado de ese per?odo.

Si fu?ramos a tomar muy al pie de la letra el informe dei

presidente provisional De la Barra, de septiembre de 1911, las relaciones de M?xico con los dem?s pa?ses no hab?an sufrido

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FI I-3 Problemas Diplom?ticos de la Revoluci?n 389

alteraci?n de ning?n g?nero con la ca?da del porfiriato; pero la realidad era muy otra. Las grandes potencias, al terminar

se el r?gimen de D?az, vieron amenazado su dominio de los recursos naturales de M?xico, y estaban s?lo a la "vigilante espera" de una

oportunidad para reforzar su posici?n. La ver

dad es que exist?an grandes fuerzas diplom?ticas subterr?neas,

conjuradas para detener la evoluci?n institucional y social del

pa?s, y cuyos efectos nocivos no tardaron en manifestarse.

El gobierno de Madero no tuvo la menor proyecci?n diplo m?tica, como no fuera en el aspecto puramente negativo de concitar el ?nimo intervencionista de Estados Unidos. Toda su

actividad exterior se redujo a d?biles negociaciones para el

arreglo de la cuesti?n del Chamizal, a preparar el terreno para el arbitraje de la Isla de la Pasi?n, y a un ofrecimiento muy generoso para cubrir el importe de las reclamaciones de los subditos extranjeros que hubiesen resultado da?ados por la Revoluci?n de 1910, ofrecimiento que, por otra parte, vino m?s tarde a causarnos grave quebranto. El r?gimen maderista,

durante su precaria gesti?n, fue v?ctima de amenazas y de demostraciones de fuerza, y s?lo fue visto con suspicacia y aprensi?n por las potencias. T?pico de la diplomacia de enton ces fue que el embajador norteamericano, Henry Lane Wilson, el sombr?o inoportuno, se erigiera en vocero del cuerpo diplo

m?tico extranjero, con virtiendo a Estados Unidos en una

especie de tutor oficioso de los intereses europeos en M?xico. De esa absurda centralizaci?n de representaci?n diplom?tica ?que se subray? por el car?cter d?bil de Madero? se iban a derivar situaciones todav?a m?s graves.

El embajador Wilson juega un papel importante en la

diplomacia de entonces, muy en perjuicio del r?gimen de Ma dero. Pose?a un asombroso poder discrecional, que la Casa Blanca no ha dado a nadie, bajo ninguna otra circunstancia.

El gobierno de Estados Unidos, seg?n opini?n de autores,

norteamericanos, resulta culpable, por la gesti?n del embajador Wilson, de debilitar el r?gimen de Madero, y, por lo tanto, de

preparar los catastr?ficos eventos que siguieron.

A juicio del profesor Cumberland,1 Henry Lane Wilson merece

reproches amargos. Hace ver que este torvo perso

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390 C?SAR SePULVEDA FI 1-3

naje, lejos de proteger las vidas y propiedades de norteamerica

nos, dando asistencia y respaldo a los enemigos de Madero,

ayud? a pronunciar literalmente sentencia de muerte sobre

cientos de norteamericanos que murieron de manera innece

saria entre 1913 y 1920. Cumberland afirma que Henry Lane Wilson debe cargar con gran parte de la responsabilidad por la muerte y destrucci?n que siguieron al golpe de mano de

Huerta, as? como tambi?n por el violento antiyanquismo que caracteriz? la pol?tica exterior mexicana en las d?cadas sub

siguientes.

Debe tenerse a la mala diplomacia como uno de los facto res principales que se reunieron para hacer caer a Madero,

ca?da que por s? misma y por las consecuencias que de ah?

derivaron, fue un positivo desastre nacional. Debemos recono

cer ahora la importancia de la buena t?cnica diplom?tica, de la que carecimos entonces, y que quiz?s hubiera podido evitar tantos males.

Hasta el fin del r?gimen maderista la diplomacia general de las naciones era todav?a tradicionalista, pagada de las

formas, a?n muy siglo xix. Pero puede se?alarse la Decena

Tr?gica como la etapa que marca el viraje a una diplomacia moderna, agresiva, fr?a, de grandes, complicados y tortuosos

fines. Este notable cambio se debi? a que Estados Unidos,

que hasta entonces y a pesar de su magnitud jugaba s?lo un

papel secundario en los asuntos mundiales, resolvi? participar en el gran juego de la pol?tica mundial. A partir de entonces

nuestro pa?s tuvo que enfrentarse a un tipo de diplomacia para la cual no estaba preparado, pues carec?a de equipo ade

cuado y viv?a en medio de una lucha intestina poco propicia para la planeaci?n y la reflexi?n.

Si nos propusi?ramos buscar un villano en ese drama de las presiones diplom?ticas que sufriera nuestro pa?s en la se

gunda fase de la Revoluci?n, de 1913 a 1920, y que tanto da?o le causaron a la Rep?blica, seguramente que la opini?n com?n nos lo se?alar?a sin apuros: Woodrow Wilson, presidente de

Estados Unidos, pues dif?cilmente otro personaje puede dispu tarle ese

papel.

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FI I-3 Problemas Diplom?ticos de la Revoluci?n 391

Wilson resultaba una rara combinaci?n de profesor de teor?a pol?tica ?todos recordamos su farragoso libro, El esta

do?, de moralista reformador, de cruzado democr?tico y de nacionalista lleno de ideales. Era tambi?n intransigente, escru

puloso, incorruptible, carente de cautela y de experiencia po l?tica, poco flexible, plagado de intolerancia, y por encima

de todo, mal aconsejado. Tuvo la pretensi?n, m?s de ilumi

nado que de estadista, de conducir a M?xico a un legitimismo constitucional repleto de moralidad, aun cuando para salvar

a nuestra naci?n de la anarqu?a y del caos tuviera que recu

rrir a la intervenci?n. As?, decidido a ense?ar a los pa?ses lo

que predicaba en la c?tedra, revestido de buena fe, pero inex

perto e inoportuno, se aplic? a volver democr?tico a M?xico, sin tener en cuenta la voluntad de sus habitantes. El profesor de Princeton, metido a predicador de la legalidad, cre?a in

genuamente que M?xico pod?a comportarse como una demo

cracia moderna, cuando que su desarrollo pol?tico era apenas

rudimentario.

Todo conspiraba, adem?s, para que Wilson se aplicara a

esa tarea de gladiador de la democracia sin estorbo de sus

compatriotas. Sub?a al poder en 1913, como consecuencia de

un debilitamiento del partido republicano, por virtud de la

ruptura entre Roosevelt y Taft. No ten?a, por causa de las

circunstancias, un compromiso muy hondo con su propio

partido, el Dem?crata. Calcul? con oportunidad que podr?a ostentarse como el representante de todo el pueblo norteame

ricano, ya que su programa contra los intereses de Wall Street le granjeaba gran popularidad. En una situaci?n tan propicia,

Wilson pod?a actuar sin mayor obst?culo en su tarea predi lecta: el imperialismo moral sobre el pueblo mexicano, tan

inaceptable como el imperialismo econ?mico. Este hombre, impaciente e intolerante, domina por entero

el panorama diplom?tico de la Revoluci?n. Es el elemento m?s constante, a la vez que el m?s cr?tico, de la pol?tica exte

rior de este movimiento social. Hizo de M?xico, adem?s, y sin raz?n, el principal problema internacional de Estados

Unidos de 1913 a 1916. Caus? grave da?o a nuestros reg? menes revolucionarios, con sus

experimentos, con sus omisio

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39^ C?sar Sep?lveda FI I-g

nes, con su falta de informaci?n y de consejo, con sus inde

cisiones y contradicciones. A pesar de todo ello, todav?a le resultamos deudores, pues aunque impidi? el correcto y nor

mal desarrollo de las instituciones revolucionarias y fue ins trumental de la doble intervenci?n en suelo mexicano, pudo, con su esfuerzo personal y con sus reparos morales, detener

el br?o de sus militares y evitar en varias ocasiones una guerra general entre ambos pa?ses cuyas consecuencias hubieran sido incalculables. Debe reconocerse tambi?n que en muchas oca

siones rehuy? presionar para la protecci?n de los intereses econ?micos de los norteamericanos en M?xico.

Wilson, incuestionablemente una gran figura, rodeada de una aureola pat?tica, estuvo a punto de convertirse en el esta

dista del siglo. Lleno de nobles ideales y de buena fe, que riendo universalizar en bien de la humanidad las normas democr?ticas y dar al mundo sosiego y orden, por una u otra raz?n se qued? lejos de sus metas. Tal vez le sobraba calidad

para exponer grandes principios fundamentales, pero le fal taba pragmatismo para el detalle y la ejecuci?n, pues ah? resultaba incompleto y nebuloso. Parte de su gran infortunio fue la triste aventura mexicana, que aun para un estadista

preparado como Wilson constituy? tremendo e insoluto acer

tijo.

Uno de los grandes problemas que tuvo que afrontar la di

plomacia revolucionaria fue la cuesti?n del reconocimiento de los reg?menes revolucionarios. Es ?sta una de las m?s hoscas cuestiones, pues en el proceso del reconocimiento se observa el regateo pol?tico en su mayor intensidad; y se enjuicia a un

pa?s y a sus instituciones, realizando un escrutinio sobre la forma de llegar un gobierno al poder y haci?ndole sufrir una humillaci?n. Por otro lado, muchas veces del reconocimiento

depende el triunfo o el fracaso de un movimiento social ar mado.

Gran parte de la actividad de los diplom?ticos del consti tucionalismo se aplic? a obtener el reconocimiento de todas las naciones, en particular de Estados Unidos. Pero hubo un fracaso notable, y durante mucho tiempo no existieron re?a

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FI I-3 Problemas Diplom?ticos de la Revoluci?n 393

clones con los otros pa?ses; y en gran parte porque Wilson,

que lanz? su propia doctrina del reconocimiento en ocasi?n a

la Revoluci?n Mexicana, constitu?a un obst?culo para las

dem?s naciones. Mucho hubo de sufrir el movimiento porque la negativa

a reconocerlo, sobre hacerle perder prestigio, le

imped?a hacerse de armas y recursos.

De paso, digamos que en esta cuesti?n del reconocimiento de gobiernos nuestro pa?s ha tenido, m?s que ning?n otro, la m?s amarga de las experiencias y una

p?sima fortuna. El

gran estadista norteamericano Jefferson, desde fines del si

glo xviii, y en ocasi?n a la Revoluci?n francesa, hab?a pre dicado lo que despu?s fue su doctrina del reconocimiento.

Con ella eliminaba de golpe el problema que se presenta cuan

do surge de pronto un gobierno hijo de la violencia, pues sostuvo ?fue ?sta la pr?ctica norteamericana por muchas

d?cadas? que bastaba, para entrar en relaciones con ese go

bierno, con que coincidiera con una voluntad popular expre sa. Noble y generoso principio de pol?tica internacional que romp?a con el legitimismo din?stico y que se vio deformado

hacia fines del siglo pasado por los propios Estados Unidos,

quienes, para reconocer al gobierno de Porfirio D?az en 1877, exigieron que, adem?s de ser estable, el nuevo r?gimen deb?a tener voluntad y capacidad para cumplir sus obligaciones in

ternacionales (l?ase pagar cualquier reclamaci?n que se le hi

ciera, aunque fuera injusta). As? torcido el principio de Jefferson, no parec?a haber ya

tope para las pretensiones norteamericanas; pero Wilson dio un paso m?s all? y expuso su propia doctrina, que no es sino una variante de la del ecuatoriano Tobar, y que consiste en no reconocer a un

gobierno que no sea emanaci?n leg?tima y

constitucional, y en no tener relaciones de ninguna clase con

el r?gimen de origen revolucionario. Ah? se percibe, desde

luego, el mesianismo de Wilson, pues ello monta a una inter

venci?n injusta e indebida, con el pretexto de extender la democracia tal como se

practicaba en Estados Unidos.

Wilson consideraba un vejamen personal

tratar con la fac

ci?n de Carranza y otorgarle el reconocimiento. Por eso, y a

pesar de que representaba la legalidad, la vuelta a la Consti

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394 C?SAR Sep?LVEDA ?-JI-3

tuci?n, difiri? sus tratos por todos los a?os 1913, 1914 y parte de 1915. Cuando la situaci?n mundial exig?a que Estados Unidos tuviera relaciones con M?xico, a rega?adientes, y ven

ciendo su repugnancia, Wilson decidi? dar algunos pasos ha cia ese fin y comision? a Lansing, su secretario de Estado, para encontrar alguna f?rmula que no lastimara la herida dignidad del profesor de Princeton. En momentos en que Alemania

realizaba una intensa y h?bil diplomacia en esta Rep?blica y que se hac?a imperativo para Estados Unidos aparecer como

la ?nica naci?n digna que quedaba sobre la tierra, Lansing invit?, con el acuerdo de Wilson, a los representantes diplo

m?ticos en Washington de Argentina, Brasil, Bolivia, Chile,

Uruguay y Guatemala, para discutir la posibilidad de reco

nocer alguna de las facciones entonces en lucha en M?xico.

El 19 de octubre de 1915 el gobierno norteamericano mani

fest? que "reconoc?a al gobierno de facto del cual el general Carranza es el Jefe Ejecutivo...". Este reconocimiento fue

concedido tambi?n casi simult?nemente por los otros pa?ses latinoamericanos mencionados, que hicieron as? el juego al

presidente norteamericano.

A fines de 1915, Wilson nombr? como embajador en nues

tro pa?s a Henry O. Fletcher ?que iniciar?a su gesti?n mu

chos meses despu?s? y acept?, con el car?cter de agente del

r?gimen carrancista, a El?seo Arredondo. A pesar de este reco

nocimiento, orden? un embargo de armas, del que se salv? s?lo el env?o de algunos pertrechos adquiridos con anteriori dad por Carranza. Hasta febrero de 1917 no se reanudaron

las relaciones diplom?ticas oficiales entre los dos pa?ses, sus

pendidas desde 1913, envi?ndose por fin a Fletcher a M?xico

y acept?ndose al mismo tiempo a Bonillas como embajador nuestro en

Washington. Este reconocimiento de facto, em

pero, se transform? tiempo m?s tarde en un reconocimiento

de jure. Ello fue as? porque la Casa Blanca se vio en la nece

sidad de contrarrestar la insistente pol?tica exterior alemana en M?xico. Aun ese reconocimiento de jure ten?a induda

blemente un sabor de provisionalidad: algunos meses despu?s de otorgarlo, el gobierno de Estados Unidos contemplaba la

posibilidad de retirarlo, y hasta la de una ruptura de las

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FI I-3 Problemas Diplom?ticos de la Revoluci?n 395

relaciones diplom?ticas, cuando el peligro alem?n se hab?a

alejado. La ca?da y muerte de Carranza en 1920 favoreci? a los

partidarios de presionar a M?xico con el rompimiento y, lle

gado el caso, con la intervenci?n armada. Cualquiera hubiera cre?do entonces que al desaparecer el antiguo Primer Jefe, el obst?culo personal con que hab?a tropezado Wilson variar?a la pol?tica norteamericana del reconocimiento. El profesor de teor?a pol?tica, decepcionado de su fracaso europeo y segura

mente cansado ya del insoluble embrollo mexicano, prefiri? abstenerse de actuar con respecto al gobierno de Obreg?n y

eligi? pasar el problema a su sucesor, el presidente Harding. As? le leg? una grave situaci?n que condujo a M?xico a pro blemas sin t?rmino, pues Obreg?n, a fin de obtener el recono

cimiento de su gobierno, hubo de admitir en 1923 los humi llantes Pactos de Bucareli.

No es de extra?ar, pues, que el reconocimiento, ese aspecto

de las relaciones diplom?ticas, constituya siempre en M?xico una fuente de resentimiento y de amargo recuerdo, y se en

cuentre asociado con nociones de intervenci?n y de despojo. La Doctrina Estrada no viene a ser sino una protesta contra

la pr?ctica humillante de sujetar el reconocimiento de un

gobierno revolucionario a las condiciones unilaterales m?s

ventajosas para el estado que lo otorga.

Dif?cil ser?a exagerar si se afirma que uno de los problemas

diplom?ticos m?s serios a los que tuvo que enfrentarse la

Revoluci?n fue la amenaza inminente de guerra entre M?xico

y Estados Unidos, latente a lo largo de esa d?cada. Esta cues

ti?n de la probable guerra no ha sido todav?a suficientemente

estudiada; pero sobre ella habremos de tener muy pronto revelaciones importantes de los historiadores de ese per?odo, pues parece que es ya posible el acceso a los archivos militares norteamericanos de esa

?poca. El peligro de una guerra existi? siempre en esos diez a?os,

sobre todo de 1911 a 1916. En los escritorios de los estrategas

yanquis hubo continuamente, por ese tiempo, planes y estu

dios para la dominaci?n militar de M?xico. Ya no es un mis

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396 C?sar Sep?lveda FI 1-3

terio hoy d?a que en multitud de ocasiones estuvimos pr?xi mos a una contienda armada con Estados Unidos. Debe

acreditarse a Wilson ?pero tambi?n a la providencia especial que vela sobre los pa?ses peque?os? que esa guerra no se

produjera. El presidente norteamericano, con decisi?n per sonal, evit? que degeneraran muchas situaciones oportunas

para la guerra, pues era de los pocos que comprend?an las desastrosas consecuencias de una contienda con M?xico.

Por ejemplo, durante la gesti?n presidencial de Madero, se dieron coincidencias favorables para llegar a las manos,

pues el sentimiento norteamericano hacia M?xico ?excitado,

adem?s, por Henry Lane Wilson? era propicio para la intervenci?n armada. Se movilizaron cien mil soldados yan

quis hacia la frontera, en 1911 y en 1912, con el pretexto de "maniobras". Los barcos de guerra norteamericanos patrulla ban sin cesar nuestras costas, y con

cualquier pretexto per manec?an semanas enteras en los puertos mexicanos. Se de

cretaron embargos de armas para M?xico. El general Leonard Wood recib?a instruciones de preparar el cuerpo de tropas adiestradas especialmente para la intervenci?n en los pa?ses hispanoamericanos. S?lo un milagro impidi? esa vez la con

tienda. La clase de guerra que ten?an planeada los militares norteamericanos iba a durar s?lo meses, tal vez semanas, si

guiendo las rutas tradicionales de invasi?n. Volvi? a estar pr?xima la guerra en abril de 1914, en

ocasi?n al llamado "incidente de Tampico", lugar dominado entonces por las tropas de Huerta. Varios navios de guerra norteamericanos vigilaban las aguas del Golfo. Una lancha de uno de ellos, del Dolphin, desembarc? unos cuantos ma

rinos en un muelle de acceso prohibido, con el pretexto de buscar provisiones. El oficial mexicano encargado de la vigi lancia los detuvo y los hizo marchar entre filas hasta su

cuartel. El comandante de la guarnici?n orden? que fueran liberados de inmediato, present?ndoles disculpas. El asunto no hab?a tomado m?s de una hora, y en realidad no ten?a

mayor importancia. Pero el almirante Mayo, jefe de la flota

yanqui en el Golfo y partidario de la intervenci?n armada,

requer?a por parte de las autoridades mexicanas un solemne

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FI I-3 Problemas Diplom?ticos de la Revoluci?n 397

saludo a la bandera de las barras y las estrellas, de veinti?n

ca?onazos, y despu?s de su ultimatum inform? a la Casa Blanca de lo que ocurr?a. De pronto Wilson tuvo ante s? una crisis.

Toda la amargura de nuestra historia volv?a a aparecer con ese singular requerimiento de Mayo. Nadie, ning?n me

xicano, ni siquiera Huerta mismo, pod?a aceptar tal humilla

ci?n. Equival?a al suicidio. Por ello nuestros diplom?ticos hicieron lo indecible para disuadir al gobierno de Estados

Unidos, ofreciendo saludos simult?neos a ambas banderas, y otras f?rmulas para salir de la complicaci?n. Pero los planes de bloqueo y ocupaci?n de puertos nuestros estaban trazados con a?os de anticipaci?n, y el elemento militar estaba deseoso de actuar. Todav?a Wilson estaba indeciso, pues el casus belli era rid?culo, "eran puntillos de honra de sabor medieval", y tal vez se hubiera abstenido, en la mejor de las circunstancias. Entonces entra en escena el Ypiranga,

un barco alem?n cono

cido ya de la historia mexicana. El Ypiranga hab?a llevado a D?az al destierro, m?s tarde condujo

a Huerta. Esta vez

tra?a un importante cargamento de fusiles y cartuchos, destina

dos al ej?rcito federal, y estaba pr?ximo a llegar a Veracruz. La aprensi?n de los militares yanquis hac?a imperativo impe dir que los mexicanos se armaran, y ello decidi? a Wilson a ordenar la ocupaci?n del puerto, buscando impedir a la vez la descarga del Ypiranga.

La operaci?n en s? no era

importante, y se contaba con

la participaci?n del comandante huertista, que abandon? Ve racruz con sus fuerzas. Un acontecimiento imprevisto, la resis

tencia de un pu?ado de particulares y de cadetes de la Escuela

Naval, que se hicieron matar en barricadas, ech? a perder los

bien trazados planes; y la en?rgica protesta de Alemania, que invoc? puntos de derecho mar?timo que impidieron la deten ci?n del barco, convirti? el incidente en descomunal fracaso. Por otra parte, una vez fuera de la vigilancia de la marina

norteamericana, el ubicuo Ypiranga descarg? quietamente en

Puerto M?xico al d?a siguiente. Veracruz fue ocupada, y los ?nimos estaban exaltados para que estallara un conflicto b?

lico. Si el puerto se ocup?, para obtener un saludo a la ban

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398 C?SAR SePULVEDA FI 1-3

dera, o para impedir la llegada de armas, en ning?n caso se

justificaba la operaci?n. Wilson quiso darle un tinte dife rente de lo militar, pues expres? que hab?an venido a Vera cruz "para servicio de la humanidad".

Despu?s de todo, Wilson era un hombre de suerte, y el

peligro de guerra, ya muy pr?ximo, pudo alejarse por la opor tuna y deseada mediaci?n de Argentina, Brasil y Chile. As?

logr? desviar el candente problema de la intervenci?n militar

hacia otras cuestiones, tal como los problemas pol?ticos inter nos de esta Rep?blica. La crisis b?lica se fue desmenuzando,

y unas semanas m?s tarde la lucha interna mexicana absorb?a

todo el inter?s.

Otra de las ocasiones en que los acontecimientos condu

c?an a la guerra fue la toma y saqueo de Columbus, Nuevo

M?xico, por Francisco Villa, el 9 de marzo de 1916. No puede encontrarse ninguna justificaci?n para tan b?rbaro atentado.

Se han hecho intentos para explicarlo por raz?n de un resen

timiento personal de Villa, o por inter?s del guerrillero de

provocar una intervenci?n armada en M?xico para mejorar su

posici?n pol?tica. Pero las desconfiadas y nerviosas mentes

de los agentes de inteligencia militar de Estados Unidos de

dujeron que el atrevido golpe de Villa podr?a s?lo inter

pretarse como un signo de la ayuda o, por lo menos, de la

complacencia de Alemania y del Jap?n; y el ej?rcito norteame ricano decidi? actuar r?pida y efectivamente a pesar de los

riesgos internacionales consecuentes.

Hubo durante varios a?os ?desde 1882? un tratado por el cual se permit?a el cruce mutuo de la l?nea divisoria para

perseguir bandas depedradoras de indios y bandidos. Este

pacto se renov? hasta 1895, cuando dej? de ser necesario. El

gobierno de la Casa Blanca, sin embargo, lo invoc? para pene trar en M?xico, y recurri? a los procedimientos m?s fant?s ticos para dar alguna apariencia de legalidad al cruce de la frontera, no obstante las severas objeciones de Carranza.

El 15 de marzo el general Pershing empez? a cruzar la frontera con la vanguardia de doce mil hombres, y se puso a perseguir a Villa. Mientras tanto, el estado mayor hac?a apresurada mente planes para la invasi?n total de M?xico.

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FI I-3 Problemas Diplom?ticos de la Revoluci?n 399

A mediados de abril la situaci?n parec?a peligrosa, pues el sentimiento de hostilidad hacia la Expedici?n Punitiva era tan grande que cualquier incidente podr?a conducir a una crisis. Ciertamente, ni Carranza ni Wilson deseaban una gue

rra, pero los acontecimientos iban llev?ndolos a ella, al pare cer irremediablemente. El 12 de abril de 1916 ocurri? un

incidente que despert? nuevos peligros. Un destacamento norteamericano sal?a de Parral, despu?s de adquirir vituallas, cuando algunos de los vecinos abrieron el fuego sobre ?l. Los invasores contestaron, y en la acci?n murieron cuarenta com

patriotas. Se predic? la guerra en varias ciudades. Por for

tuna, el incidente de Parral provoc? un acercamiento entre los

jefes militares de ambos pa?ses. De esa manera, el 30 de abril

Obreg?n se reuni? con los generales Scott y Funston en Ciu dad Ju?rez. Aun cuando Obreg?n acept? un compromiso para que la Expedici?n Punitiva saliera gradualmente de M?xico a cambio de la promesa de una campa?a efectiva de las fuerzas carrancistas contra Villa, ello no mereci? la

aprobaci?n de Carranza, y con ello persisti? el ominoso im

passe.

Otro golpe atrevido de Villa sobre Glen Springs, Texas, d?as m?s tarde, encendi? al congreso norteamericano, en el

cual se exigi? una completa intervenci?n de M?xico o, por lo menos, de la porci?n norte del pa?s. La reacci?n del Pri

mer Jefe fue violenta, pues consider? semejante exigencia como una amenaza directa, y envi? a Wilson una agresiva nota demandando la retirada inmediata de la Punitiva.

Junio de 1916 tambi?n fue un mes lleno de amagos, reple to de notas diplom?ticas violentas, que apuntaban

a una con

tienda, y ocurrieron en esas fechas un buen n?mero de inci

dentes, cualquiera de ellos bueno para iniciar la guerra. El

primero de ellos fue la rotunda orden de Carranza para oponerse a todo avance de las tropas de Pershing en cual

quier direcci?n, excepto en la l?nea de evacuaci?n al Norte. El segundo fue el grave suceso de Carrizal, en el cual las

tropas expedicionarias de Estados Unidos fueron batidas por el general F?lix U. G?mez, captur?ndose veintitr?s soldados

yanquis. El tercero fue el descubrimiento del llamado "Plan

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400 C?sar Sep?lveda FI I-3

de San Diego", auspiciado por el c?nsul alem?n en Monte

rrey, Burchard, y por el cual se intentaba invadir subrepticia mente el bajo R?o Bravo. Cualquiera de estos incidentes sig nificaba guerra, pero, por fortuna, Wilson no perd?a en

ning?n momento el control del elemento militar y pudo evitarla.

La cuesti?n se extingui? paulatinamente, gracias a las fa

mosas Conferencias de New London, en las que pudo lograrse un

principio de acuerdo para evacuar a M?xico. La evacua

ci?n se realiz? en orden, para concluir en febrero de 1917. La empresa que motiv? la presencia de esas tropas en M?

xico nunca pudo realizarse. Jam?s pudieron combatir a Villa, mucho menos capturarlo,

como se propon?an. Se da?aron las

relaciones entre los dos pa?ses, y por un largo tiempo. Se cre? una atm?sfera de desconfianza hacia Estados Unidos en toda

la Am?rica Latina, que ha sido fuente incesante de malos

entendidos, desde entonces. Para Estados Unidos, sin embar

go, la expedici?n signific? alguna utilidad. Se adiestraron

oficiales y soldados que habr?an de combatir m?s tarde en

Europa; se probaron algunos m?todos nuevos de comunica

ci?n; se reafirm? el principio de la intervenci?n armada cuan

do se lastima el "honor nacional".

Hubo otra ocasi?n para encender la mente b?lica de las

gentes y preparar las cosas para la lucha armada. Ello fue en

ocasi?n de las intrigas alemanas en M?xico para que nuestro

pa?s atacara de alguna manera a Estados Unidos, a modo

de mantener a ?stos con las manos ocupadas e impedir que combatieran en Europa. La conspiraci?n preve?a que el Jap?n fuera tambi?n arrastrado a la contienda. Todo ello estaba

planeado por los estrategas germanos y se puso de manifiesto

con la famosa nota de Zimmermann. El telegrama de este

ministro alem?n, dirigido a su embajador en Estados Unidos

para retransmisi?n a la legaci?n de Alemania en M?xico, con

ten?a esencialmente una propuesta de alianza con M?xico,

como resultado de la cual nuestro pa?s cerrar?a sus puertos y

rehusar?a ayuda a los aliados, interviniendo a la vez en favor

de una paz entre Alemania y Jap?n y atrayendo a ?ste a la

alianza. Impl?citamente se expresaba que la Rep?blica Me

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FI I-3 Problemas Diplom?ticos de la Revoluci?n 401

xicana atacar?a a Estados Unidos. Como recompensa por tan

original y subrepticia alianza, nuestro pa?s, despu?s de la victoria de Alemania y sus aliados, recibir?a los territorios que hab?a perdido en 1848.

El estado mayor norteamericano pensaba por esas fechas,

no sin raz?n, que como aventura b?lica era m?s productiva y de menor costo la de M?xico que la europea, pero Wilson

decidi?, no sin titubeos, llevar mejor la guerra al Continente.

Aunque dif?cil de creer, hubo todav?a en 1919 otra ame

naza de guerra, en ocasi?n al supuesto secuestro en Puebla

de William O. Jenkins, entonces vicec?nsul de Estados Unidos

y ahora adinerado propietario de cadenas de cines, de bancos, de ingenios azucareros y de inmuebles. Aparentemente, Jenk ine hab?a sido capturado por una banda de revolucionarios y

alegaba que se le hab?a forzado a pagar rescate. Pero el go bierno de Carranza lo arrest? sobre la base de que el secuestro era simulado, y que Jenkins y sus captores actuaban en conni

vencia. Los peri?dicos de esos d?as hablaron otra vez de gue rra. Aquel viejo enemigo de M?xico, Albert Fall, present? una moci?n en el Senado de Estados Unidos exigiendo la rup tura de relaciones con nuestro pa?s

como paso previo a la

guerra. En el diario de Lansing puede leerse su opini?n de

que una guerra con M?xico ser?a favorable a Wilson y a los

dem?cratas, y unificar?a a los entonces dividos norteamerica

nos apagando la agitaci?n socialista de esa ?poca. El ?nico factor que impidi? la acci?n fue la hosca rivalidad entre

republicanos y dem?cratas. Cuando uno se detiene a pensar en las muchas ocasiones

en que durante todos esos a?os hubo un peligro real de

guerra, debe concluir tristemente que el esp?ritu que presid?a las relaciones entre M?xico y Estados Unidos no pod?a ser

peor: destructivo y disociante, y falto de todo lazo de uni?n. Pero tambi?n debe concederse honestamente que uno y otro

pa?s est?n en deuda con Wilson, por su esfuerzo para mante

ner la paz a cualquier precio.

La diplomacia opera en el ancho campo que yace entre el

juego de la fuerza impuesta y la guerra, por un lado, y la se

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402 C?sar Sep?lveda FI I-g

guridad del derecho, por la otra. Cuando, como sucedi? por esos tiempos, el derecho era tan fr?gil y la guerra tan peligro samente cercana, la diplomacia cumple

su objeto con mante

ner un cierto y razonable equilibrio; y, en ese sentido, aunque con tropiezos y no exenta de errores, la diplomacia de la Revoluci?n logr? ese prop?sito. De alguna manera obtuvo una semblanza de orden y de respeto en las relaciones inter nacionales.

Resalta, desde luego, el cap?tulo de la dignidad. Ning?n diplom?tico mexicano, cualquiera que fuese su bando, cedi? un instante en el principio de la dignidad. Esta norma pre valece a lo largo de esos terribles diez a?os, y ha sido el tema

vertebral de toda la diplomacia de nuestra Rep?blica desde entonces. Los errores y las improvisaciones de la diplomacia revolucionaria quedan superados y aun dispensados frente a

ese valioso legado: la dignidad en las relaciones exteriores.

Una cosa qued? manifiesta: que una naci?n joven que busca su propio destino, lo puede lograr sobre no importa

qu? sacrificio y a pesar de los designios y presiones diplom? ticas de los otros pa?ses. Ello se prob?

en abundancia por la

tr?gica ordal?a de fuego y sangre, a lo largo de una d?cada

que, aunque dej? ex?nime a la Rep?blica en lo material, le dio un esp?ritu y una m?stica, buena para preparar d?as me

jores. Muchas veces me he hecho la pregunta de c?mo es posible

que una naci?n tan peque?a como la nuestra, tan d?bil, tan

incipientemente organizada, pudiera, a lo largo de esos diez

a?os, hacer frente a los embates de la diplomacia de los

pa?ses m?s fuertes sobre la tierra; y emergiera de ese labo rioso trance con gran dignidad, y sin sacrificio de los valores nacionales inmanentes, aun sin contar con personas experi

mentadas en las relaciones externas. La ?nica respuesta que

he podido encontrar es que la Revoluci?n pose?a en s? misma un grandioso principio din?mico, un plasma lleno de vigor, renovado a cada momento. Recuerdo, en conexi?n a esto,

que Goethe, al asistir a la batalla de Valmy, pudo testificar

que los ciudadanos armados de la Revoluci?n francesa, al en trar al combate del que salieron triunfantes contra las tropas

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FI I-3 Problemas Diplom?ticos de la Revoluci?n 403

prusianas, cargaban a los acordes de la Marsellesa; y se?al? con

grande admiraci?n que un pueblo as?, animado de ese mag n?fico esp?ritu, ser?a siempre invencible contra todo enemigo, y que de esa manera una nueva etapa se daba en la historia. Esa misma sustancia infundi? tambi?n nuestra Revoluci?n,

que cambi? para siempre las condiciones de la historia me xicana y prepar? un M?xico mejor.

l Cumberland, Charles C: Mexican Revolution, Genesis under Ma

dero. Austin, University of Texas, 195?, 132 pp.

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