primero saramago; guadalupe chabaud*

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222 NOTAS En los banquetes que José Saramago suele ofrecer a sus lectores, se sirve por lo regular un solo plato fuerte: la novela; no obstante, en el libro in- titulado El equipaje del viajero,** el escritor portugués obsequia a los comensales con una serie de entre- meses exquisitos o crónicas –verda- deras joyas literarias– que satisfacen el gusto más exigente del gourmet. En ellas, con un lenguaje de deli- cada sensibilidad –siempre íntimo, siempre cercano– narra su propia experiencia como persona y como escritor. Valles más, valles menos –con estos ruiseñores o sin ellos– nos habla de la sua terra, de una tie- rra que es suya, de gente que habla su propia lengua: de una humanidad y un mundo que son de él, de ellos y de todos. Entre los más de cien textos breves que integran esta colección, seleccio- né “Mi subida al Everest” para usarlo como eje y condimento para adere- zar una pequeña reflexión sobre el gran tema de la educación superior. Con la clara intención de abrir boca y para que el lector pueda dis- frutar del platillo y paladear su pro- funda carga poética, lo serviremos intacto antes de iniciar la reflexión. Después, en la sobremesa, lejos de afirmaciones especializadas y pre- tenciosas, pondremos sobre la mesa el tema de la educación para charlar sobre él con toda naturalidad. Mi subida al Everest Sea por causa de la presión atmos- férica, o efecto de alguna molestia gástrica, el hecho es que hay días en que nos ponemos a mirar el trans- curso pasado de nuestra vida y lo PRIMERO SARAMAGO; LA SOBREMESA, DESPUÉS Guadalupe Chabaud* * Centro de Lenguas, ITAM. ** 1998, México, Alfaguara. ©ITAM Derechos Reservados. La reproducción total o parcial de este artículo se podrá hacer si el ITAM otorga la autorización previamente por escrito. Estudios 60-61, primavera - verano 2000.

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Page 1: PRIMERO SARAMAGO; Guadalupe Chabaud*

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NOTAS

En los banquetes que José Saramagosuele ofrecer a sus lectores, se sirvepor lo regular un solo plato fuerte: lanovela; no obstante, en el libro in-titulado El equipaje del viajero,**el escritor portugués obsequia a loscomensales con una serie de entre-meses exquisitos o crónicas –verda-deras joyas literarias– que satisfacenel gusto más exigente del gourmet.

En ellas, con un lenguaje de deli-cada sensibilidad –siempre íntimo,siempre cercano– narra su propiaexperiencia como persona y comoescritor. Valles más, valles menos–con estos ruiseñores o sin ellos–nos habla de la sua terra, de una tie-rra que es suya, de gente que hablasu propia lengua: de una humanidady un mundo que son de él, de ellos yde todos.

Entre los más de cien textos brevesque integran esta colección, seleccio-né “Mi subida al Everest” para usarlocomo eje y condimento para adere-zar una pequeña reflexión sobre elgran tema de la educación superior.

Con la clara intención de abrirboca y para que el lector pueda dis-frutar del platillo y paladear su pro-funda carga poética, lo serviremosintacto antes de iniciar la reflexión.Después, en la sobremesa, lejos deafirmaciones especializadas y pre-tenciosas, pondremos sobre la mesael tema de la educación para charlarsobre él con toda naturalidad.

Mi subida al Everest

Sea por causa de la presión atmos-férica, o efecto de alguna molestiagástrica, el hecho es que hay díasen que nos ponemos a mirar el trans-curso pasado de nuestra vida y lo

PRIMERO SARAMAGO;LA SOBREMESA, DESPUÉS

Guadalupe Chabaud*

* Centro de Lenguas, ITAM.** 1998, México, Alfaguara.

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vemos vacío, inútil, como un de-sierto de esterilidades sobre el quebrilla un gran sol autoritario que nonos atrevemos a mirar de frente.Cualquier rincón nos serviría en-tonces para ocultar la vergüenzade no haber alcanzado un altoza-no desde el que se mostrase otropaisaje más fértil. Nunca como enestas ocasiones se adquiere con-ciencia cabal de lo difícil queresulta este oficio de vivir, aparen-temente inmediato y que ni siquie-ra parece requerir aprendizaje. Esen esos momentos cuando hace-mos proyectos decididos de exal-tación personal y nos disponemosa modificar el mundo. El espejoes de mucho auxilio para compo-ner la actitud adecuada al modeloque vamos a seguir.Pero sube la presión, el bicarbo-nato equilibra la acidez y la vidasigue su marcha, renqueando,como si llevara un clavo en eltalón y una invencible pereza alarrancar. En definitiva, el mundoserá realmente transformado, perono por nosotros.Pese a todo, ¿no estaré come-tiendo una grave injusticia?, ¿nohabrá en el desierto una súbitaascensión que de lejos precipiteaún el vértigo impar que es ellastre denso que nos justifica? Enotras palabras, y más sencillas:¿no seremos nosotros transforma-

dores del mundo?, ¿un determi-nado y breve minuto de nuestraexistencia, no será nuestra prue-ba, en vez de todos esos sesenta osetenta años que nos han corres-pondido en suerte?Malo será que vayamos a encon-trar ese minuto en un pasado le-jano, o no tendremos ojos, quizá,de momento, para ascensionesmás próximas. Pero es posible quehaya ahí una elección deliberada,de acuerdo con el lugar dondehablamos de nuestro desiertopersonal o con los oídos que nosescuchan. Hoy, por ejemplo, seacual fuera la razón, estoy viendo,a distancia de treinta y muchosaños, un árbol gigantesco, todo élproyectado en altura, que parecía,en la pradera circular y lisa, elpuntero de un gran reloj de sol.Era un fresno de coraza rugosa,toda hendida en la base, que ibadesarrollando a lo largo del troncouna sucesión de ramificacionesprominentes, como escalonesque prometían una subida fácil.Pero eran, al menos, treinta me-tros de altura.Veo al chiquillo descalzo dar lavuelta al árbol por centésima vez.Oigo los latidos de su corazón ynoto húmedas las palmas de susmanos, y un vago olor a savia ca-liente que asciende de la hierba.El muchacho levanta la cabeza y

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ve allá, en lo alto, la cima delárbol, que se mece lentamentecomo si estuviera pintando el cie-lo de azul.Los dedos del pie descalzo se afir-man en la corteza del fresno mien-tras el otro pie oscila buscando elimpulso que hará llegar la manoansiosa a la primera rama. Todo elcuerpo se ciñe contra el troncoáspero, y el árbol oye sin duda elsordo latir del corazón que se leentrega. Hasta el nivel de los otrosárboles ya conquistados, la agili-dad y el dominio se alimentan delhábito, pero, a partir de esa altura,el mundo se prolonga súbitamen-te, y todas las cosas, familiareshasta entonces, se van volviendoextrañas, pequeñas; es como unabandono de todo –y todo aban-dona al muchacho que trepa.Diez metros, quince metros. Elhorizonte gira lentamente, y sebambolea cuando el tronco, cadavez más delgado, se entrega alviento. Hay un vértigo que ame-naza y no se decide nunca. Lospies arañados son como garrasque se prenden en las ramas y noquieren dejarlas, mientras lasmanos, estremecidas, buscan laaltura, y el cuerpo se retuerce amerced de un tronco movedizo.Resbala el sudor y, de repente, unsollozo seco irrumpe a la alturade los nidos y los cantos de las

aves. Es el sollozo del miedo a notener valor. Veinte metros. La tie-rra está definitivamente lejos. Lascasas, minúsculas, son insignifi-cantes, y la gente parece que hu-biera desaparecido toda, y que detoda quedase sólo aquel mucha-cho que trepa árbol arriba –preci-samente porque trepa.Los brazos pueden ya ceñir eltronco: las manos se unen ya alotro lado. La cima está próxima yoscila como un péndulo invertido.Todo el cielo azul se adensa porencima de la última hoja. El silen-cio cubre la respiración jadeantey el susurro del viento en lasramas. Es éste el gran día de lavictoria.No recuerdo si el muchacho llegóa la cima del árbol. Una nieblapersistente cubre esa memoria.Pero tal vez sea mejor así: nohaber alcanzado entonces el pi-náculo es una buena razón paraseguir subiendo. Como un deberque nace de dentro y porque el solaún va alto.

Ascender será siempre una cons-tante en el quehacer de cualquier serhumano. En el proceso de educarse,que no siempre es sencillo, hay unao varias metas, una o varias cimas.El tiempo que pasa inexorable con-mina al estudiante a emprender laaventura de escalar su propio Everest.

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Saramago, más allá de una na-rración de lo obvio en el proceso deascender, se zambulle en aguasmenos evidentes; tocando fondo ycon una descripción que conmuevelas entrañas, describe en un primermomento el vértigo impar que expe-rimenta la persona cuando, al haberalcanzado cierta altura en la ascen-ción, advierte que lo alcanzado hastaahora ha sido inútil y estéril.

La educación superior solía serpunto de referencia útil y confiable;era cauce y final de proceso; cimapara escalar; nos hablaba de redon-dez, de victoria y reconocimiento.Hoy sigue siendo un referente, perono nos habla más de éxito ni nosmuestra un rostro triunfador y vic-torioso. Le educación superior es ellamentable reflejo de un sistemaeducativo pusilánime e indulgenteque permite a estudiantes cojos ydiscapacitados llegar a la cima, to-mando el atajo, optando por el ca-mino fácil para alcanzarla.

En su artículo denominado “Dios,las sectas y los insectos”, publicadoen el número 58 de esta Revista,Alberto Sauret comenta: “Hace unasdécadas, la contestación juvenil esta-ba nutrida de ideas filosóficas y polí-ticas que refrescaban la vieja utopíade una sociedad más libre, más justay más feliz”.

Hoy, el estudiante de la triste figu-ra que ingresa a instituciones de edu-

cación superior, además de carecerde destrezas básicas en rubros comomatemáticas, redacción, inglés ycomputación, muestra una actitudirreflexiva, sentimental e infantil.

Cuando el joven llega a la univer-sidad y alcanza la cima de la educa-ción superior, “no tiene concienciacabal de lo difícil que resulta eloficio de educarse, aparentementeinmediato y que ni siquiera parecerequerir de aprendizaje. Hace proyec-tos decididos de exaltación personaly se dispone a modificar el mundo”.

Se mira en el espejo y ve, por su-puesto, un rostro razonablementeapuesto, la cabellera desordenada,teñida de color amarillo huevo y elbrillo desdibujado de una arracadaque pende de la oreja izquierda.Lo que ve le satisface. Se deleita en loque ve.

Quiere comerse al mundo y estálisto para encender el sol, embotellarel mar, y viajar por la luna. Su segu-ridad y entusiasmo están avaladospor la marca “Tomy Hilfiger” y, másque en conceptos o ideas, se funda-mentan en una conciencia consu-mista. Es en sí, modelo o prototipode una cultura mediática.

El paso seguro y alegre con el quecruza el puente que comunica laprepa con la universidad dura esca-samente una semana de clases. Esentonces, cuando aparece sobre él elsol autoritario del rigor y la disci-

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plina y la exigencia de una madurezque no tiene, que empieza adquirirconciencia de lo difícil que será con-tinuar, puesto que carece de hábitosde estudio y de lectura, tiene difi-cultad para concentrarse, y no hadesarrollado un sentido crítico: losmedios masivos de comunicación,en especial la televisión, han sidotutores y maestros de su hacer y sudecir.

A un estudiante así, no le pidanque piense o que exprese una opi-nión; no le aburran hablando delibros o periódicos; eviten llenar susalforjas de palabras domingueras: loque sabe lo ha aprendido de manerarápida, fragmentada y homogéneadelante de una pantalla luminosa.

Empero, aunque lo que ve en elespejo aún le satisface, ya no se de-leita en ello. Sin poder evitarlo, sesiente defraudado y una extraña sen-sación de vacío se apodera de él: “ apartir de esa altura, el mundo se pro-longa súbitamente, y todas las cosas,familiares hasta entonces, se vanvolviendo extrañas, pequeñas; escomo un abandono de todo –y todoabandona al muchacho que trepa”.Cuando ha dejado atrás la infanciay la adolescencia; la etapa del con-sentimiento y del dulce depender,con una indescriptible mezcla denostalgia y añoranza se preguntadónde quedaron los doce años quehasta ahora había invertido en su

educación. “Ve, a distancia de treintay muchos años, un árbol gigantesco,todo él proyectado en altura. Era unfresno de coraza rugosa, toda hendi-da en la base, que iba desarrollandoa lo largo del tronco una sucesiónde ramificaciones prominentes, comoescalones que prometían una subidafácil”.

“Ve, asimismo, al chiquillo des-calzo dar la vuelta al árbol por cen-tésima vez. Oye los latidos de sucorazón y nota húmedas las palmasde sus manos, y un vago olor a saviacaliente que asciende de la hierba.Advierte como el muchacho levan-ta la cabeza y ve allá, en lo alto, lacima del árbol, que se mece lenta-mente como si estuviera pintando elcielo de azul” y se pregunta ¿qué sehizo con el entusiasmo de aquel chi-quillo descalzo, de corazón batientey manos húmedas de emoción que,al iniciar el trayecto de su educación,levantaba la cabeza y lo mirabacomo la cima de un árbol que almecerse lentamente le ofreciera unfuturo promisorio, pintado de azul?¿En qué momento perdió la curiosi-dad y su capacidad de asombro?¿Quién fue responsable de conver-tirlo en bilingüe aun antes de empe-zar a balbucear las primeras letrasen lengua materna? ¿Quién, final-mente, lejos de ocuparse de modelaraquella personalidad con grandes po-sibilidades de ser, lo convirtió en un

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recipiente de conocimientos, en unagrabadora-repetidora de mensajes nodigeridos, en una máquina de hacercosas?

“Los dedos del pie descalzo seafirman en la corteza del fresno mien-tras el otro pie oscila buscando elimpulso que hará llegar la mano an-siosa a la primera rama. Todo elcuerpo se ciñe contra el tronco áspe-ro, y el árbol oye sin duda el sordolatir del corazón que se le entrega.Hasta el nivel de los otros árbolesya conquistados, la agilidad y el do-minio se alimentan del hábito”.

La racionalidad (inteligencia yvoluntad) que establecía una claradiferencia entre el ser humano y losanimales ha sido secuestrada por lamodernidad y el aggiornamiento. Enefecto, las instituciones educativasde todo nivel y en todo el mundoestán muy ocupadas en desarrollarlas múltiples inteligencias de loseducandos y se han olvidado porcompleto del desarrollo de la volun-tad y del enriquecimiento y controlde los actos volitivos.

El trastocamiento esencial de laracionalidad deriva en una educaciónmoderna, pero deforme que convier-te la entrega de aquel muchacho, quese ceñía al tronco áspero para ascen-der, en proclividad a procesos adic-tivos de cualquier tipo, incluyendoaquellos socialmente aceptados comoson las tecnoadicciones. Como con-

secuencia de este mismo fenómeno,la palabra obligación ha perdido subrillo original y se ha desdibujadoen los diccionarios. Hoy, la palabraque se engendró con temeridad zo-zobra muchas veces en los mares dela irresponsabilidad. En este tenor,si es difícil hablar de conquistas, esmás difícil hablar sobre “el dominioque se alimenta del hábito”: mal le-yendo, sin aprender a escribir, termi-na la primaria, aprueba la secundariay sigue en la preparatoria, pero, endefinitiva, obtener en cada etapa uncertificado no ha significado para élni dominar ni conquistar.

¿De qué sirve la modernidadcuando se embota la inteligencia y seadormece el entendimiento, cuandose tiene prisionera a la voluntad?

Sube la presión. La coca cola yla aspirina difícilmente equilibran laacidez provocada por la desilusióny por la altura; sin embargo, “ren-queando, como si llevara un clavoen el talón y una invencible perezapara arrancar”, el joven universita-rio sigue su marcha.

De todos modos, el pase automá-tico, la oportunidad de segundas yterceras vueltas o los cursos prope-déuticos y remediales que las insti-tuciones le ofrecen para rellenarbaches y suplir estas carencias son,paradójicamente, nuevas muletas yfacilidades para que el joven que nosocupa pueda transitar, “con los pies

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arañados que como garras se pren-den a las ramas y no quieren dejar-las”, por las exigentes carreteras deun nivel superior de educación.

“Diez metros, quince metros. Elhorizonte gira lentamente, y se bam-bolea cuando el tronco, cada vez másdelgado, se entrega al viento. Hayun vértigo que amenaza y no se deci-de nunca. Mientras las manos, estre-mecidas, buscan la altura, y el cuerpose retuerce a merced de un troncomovedizo. Resbala el sudor y, de re-pente, un sollozo seco irrumpe a laaltura de los nidos y los cantos delas aves. Es el sollozo del miedo ano tener valor”.

Dos semestres, tres semestres, unverano más. Surge el inevitablemiedo de continuar y la súbita ten-tación de claudicar, darse de baja ymeterse a trabajar. Sin embargo, ha-ciendo un esfuerzo sobrehumanoresiste la tentación y siente como“los brazos pueden ya ceñir al tron-co. La cima está próxima. Éste es elgran día de la victoria”.

Sangrando, condicionado y a duraspenas, aprueba el último examen ytermina la licenciatura. “No recuerdosi el muchacho llegó a la cima delárbol. Una niebla persistente cubreesa memoria.” Y es que no se puedehablar realmente de haber alcanzadouna cima cuando el trayecto estuvosembrado de tanta carencia y me-diocridad. “Tal vez sea mejor así: no

haber alcanzado entonces el pinácu-lo es una buena razón para seguirsubiendo”. No haberle facilitado elascenso hubiera sido mejor: habríahecho un esfuerzo adicional obte-niendo mayor calidad en su desem-peño. Esa niebla que hoy cubre lamemoria lo acompañará después enlos estudios de postgrado y se refle-jará, más tarde, en un bajo desem-peño profesional.

Muchas veces se asciende con talprecipitación que, al alcanzar el nivelsuperior, perdemos piso y no se re-cuerda lo que iba a hacer, lo que seiba a buscar. Ante tal circunstanciay antes de planear próximas ascen-siones, no queda más remedio quevolver sobre los pasos dados paraintentar rescatar aquello que la me-moria nos robó por un instante.

Introducirse de lleno en la revi-sión de enfoques, desafíos e innova-ciones de la educación superior, sinreflexionar respecto de los nivelesanteriores, sería tanto como aproxi-marse a las ramas sin penetrar en elárbol. Mirarlo a distancia a través deun catalejo y no ser capaces de apre-ciar las fisuras evidentes que presen-ta su tronco.

Por ello, el análisis del estado yla calidad de la estructura que sos-tiene la educación superior y en lacual se cimienta, se vuelve discipli-na indispensable. Si hablamos de unnivel superior, es porque estamos

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asumiendo la existencia de nivelesprevios o inferiores que condicionanel éxito y la supervivencia del nivelmás alto. Sin raíces sólidas, el árbol másfrondoso podría tambalearse.

Por consiguiente, aunque parezcacontradictorio, si se quiere avanzar enmateria de educación superior y siqueremos que las nuevas generacio-nes emprendan una ascensión fértily positiva en su afán de conquistarel Everest, es necesario descenderpara analizar las causas de los pro-blemas descritos, enmendar los erro-res cometidos en niveles inferioresy planear después nuevas ascensio-nes. Todo ello, sin el afán de criticar-lo todo y con la única intención deaportar un punto de vista construc-tivo: “Como un deber que nace dedentro y porque el sol aún va alto.”

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