preston desmitifica a santiago carrillo

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Preston desmitifica a Santiago Carrillo El historiador escribe una polémica biografía del dirigente comunista, repleta de traiciones y purgas Tereixa Constenla Londres 6 ABR 2013 - 01:13 CET 124 De Carrillo se han escrito montones de cosas. Buenísimas y malísimas. La biografía que ahora aporta Paul Preston (Liverpool, 1946) se suma a las segundas. Y dado que Preston no es un antiguo correligionario resabiado ni un revisionista de la historia, sino uno de los mayores especialistas en el siglo XX español, su demoledor y controvertido retrato del principal líder de la oposición antifranquista arrancará sarpullidos. El zorro rojo (Debate) se puso en marcha tras la muerte de Carrillo pero buena parte del material empleado estaba en manos de Preston desde hace décadas. Después de su tesis doctoral, el historiador comenzó a investigar a la oposición antifranquista. El Partido Comunista de España (PCE) era la columna vertebral de aquel movimiento que, pese a sus intentonas, no logró acabar con la dictadura. “Luego la Transición se desarrolló de otra forma, no vino por la lucha antifranquista, que es la historia de un fracaso”, esgrime Preston en su casa de Londres ante un té humeante y un ventanal con vistas a un jardín nevado que contraría el reloj estacional. Tras el fallecimiento de Carrillo, el pasado 18 de septiembre, varias editoriales le pidieron una biografía. “La tenía casi hecha, me puse a redactarla de forma coherente y lo que salió de mi encuentro con la documentación no era lo que me esperaba”, confiesa. Lo que salió es una visión desmitificadora, corrosiva. “Quedará claro que Carrillo poseía algunas cualidades en abundancia: capacidad de trabajo, ímpetu y aguante, destreza en la oratoria y escritura, inteligencia y astucia. Por desgracia, quedará igualmente claro que la honestidad y la lealtad no figuraban entre ellas”, sostiene el historiador, que le compara a Franco en el afán por reinventar su pasado y la crueldad.

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En torno a la guerra civil

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Page 1: Preston Desmitifica a Santiago Carrillo

Preston desmitifica a Santiago Carrillo

El historiador escribe una polémica biografía del dirigente comunista, repleta de traiciones y purgas

Tereixa Constenla Londres 6 ABR 2013 - 01:13 CET 124

De Carrillo se han escrito montones de cosas. Buenísimas y malísimas. La biografía que ahora aporta Paul Preston (Liverpool, 1946) se suma a las segundas. Y dado que Preston no es un antiguo correligionario resabiado ni un revisionista de la historia, sino uno de los mayores especialistas en el siglo XX español, su demoledor y controvertido retrato del principal líder de la oposición antifranquista arrancará sarpullidos. El zorro rojo (Debate) se puso en marcha tras la muerte de Carrillo pero buena parte del material empleado estaba en manos de Preston desde hace décadas. Después de su tesis doctoral, el historiador comenzó a investigar a la oposición antifranquista. El Partido Comunista de España (PCE) era la columna vertebral de aquel movimiento que, pese a sus intentonas, no logró acabar con la dictadura. “Luego la Transición se desarrolló de otra forma, no vino por la lucha antifranquista, que es la historia de un fracaso”, esgrime Preston en su casa de Londres ante un té humeante y un ventanal con vistas a un jardín nevado que contraría el reloj estacional.

Tras el fallecimiento de Carrillo, el pasado 18 de septiembre, varias editoriales le pidieron una biografía. “La tenía casi hecha, me puse a redactarla de forma coherente y lo que salió de mi encuentro con la documentación no era lo que me esperaba”, confiesa. Lo que salió es una visión desmitificadora, corrosiva. “Quedará claro que Carrillo poseía algunas cualidades en abundancia: capacidad de trabajo, ímpetu y aguante, destreza en la oratoria y escritura, inteligencia y astucia. Por desgracia, quedará igualmente claro que la honestidad y la lealtad no figuraban entre ellas”, sostiene el historiador, que le compara a Franco en el afán por reinventar su pasado y la crueldad.

Carrillo (Gijón, 1915-Madrid, 2012) vivió tanto que tuvo varias vidas. Nació en una casa pródiga en niños, afectos y conciencia obrera. Su padre, Wenceslao, era correligionario y amigo del socialista Francisco Largo Caballero. Fue precoz en militancia y responsabilidades políticas. “Si este Gobierno, entregado a las derechas, no rectifica, serán estas Juventudes las que asalten el poder, implantando su dictadura de clases”, arengaba en un mitin ante unos 80.000 jóvenes en 1934, cuando tenía ¡19 años!

Después de 17 meses en la cárcel a raíz del fracaso de la huelga de ese año, Carrillo viajó a Rusia. Le deslumbró. “Tuvo la sensación de que el PSOE era un partido del pasado”, escribe Preston. Ya estaba en la pista de despegue hacia el comunismo. A la vuelta comienza la guerra. Carrillo formaliza su ingreso en el PCE al tiempo que se desarrollan los sucesos de Paracuellos, el episodio que le perseguiría como un fantasma toda su vida, favorecido porque nunca dio una explicación sincera sobre los hechos, según Preston. Entre 2.000 y 2.500 presos fueron asesinados tras ser sacados de las cárceles en una operación que perseguía limpiar Madrid de sospechosos quintacolumnistas. Preston da una versión equilibrada entre quienes eximen y quienes culpan en exclusiva a Carrillo, y que ya figuraba en su libro El holocausto español (2011). “La autorización, la organización y la materialización de lo sucedido a los prisioneros involucró a muchas personas. Sin embargo, el puesto de Carrillo como consejero de Orden Público, sumado a su posterior relevancia como secretario general del Partido Comunista, supuso que le fuera achacada toda la

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responsabilidad de las muertes. Eso es absurdo, pero no significa que no tuviese ninguna responsabilidad”, escribe el biógrafo.

En febrero de 1939, Carrillo cruza la frontera. En París recibe la noticia del golpe de Casado contra Negrín y, lo que es peor, el apoyo de su padre a la operación, que le empuja a escribir una aireada carta en la que rompe con él. No volvieron a verse hasta dos décadas después. “Se puede interpretar que pone el partido por delante o que se pone a sí mismo por delante. El hilo conductor es siempre el egoísmo y la ambición”, afirma Preston.

El exilio acoge la peor cara del líder comunista. “Fue donde encontré sorpresas más desagradables. Saca conclusiones triunfalistas que despilfarran el heroísmo de muchos militantes de base y, por otro lado, sus interrogatorios son dignos del KGB”, plantea. El historiador sospecha que “fue reclutado” en su viaje a Moscú en 1936 y que posteriormente podría haber recibido una formación especial dadas las brutales técnicas de interrogatorio que aplicaría a comunistas caídos en desgracia. El hispanista achaca su progresivo ascenso hasta la cima del PCE a maniobras, mentiras y purgas de quienes podían ensombrecer su camino, como Jesús Monzón, cerebro de la fallida invasión del Val d’Aran, condenado a 30 años de cárcel, víctima de un intento de asesinato en prisión y expulsado del PCE. Algunos colaboradores de Monzón son asesinados, según declararon más tarde dirigentes comunistas, por “orden directa de Carrillo y La Pasionaria”. En sus memorias, el propio Carrillo escribía: “En aquellos momentos, no había que dar esas órdenes; quien se enfrentaba con el partido, residiendo en España, era tratado por la organización como un peligro. Ya he explicado que la dureza de la lucha no dejaba márgenes”.

Las expulsiones y purgas dentro del PCE, según Preston, tenían más que ver con el afán de congraciarse con el Kremlin que con la lucha contra la dictadura. Hasta 1953, cuando muere Stalin, el aparato español reproduce lo peor del estalinismo. Aunque algunos métodos perdurarán, hasta el extremo de que Preston titulará las versiones de la biografía en otros idiomas como El último estalinista. “Uno a uno, dio la espalda a aquellos que le ayudaron: Largo Caballero, su padre, Segundo Serrano Poncela, Francisco Antón, Fernando Claudín, Jorge Semprún, Pilar Brabo, Manuel Azcárate o Ignacio Gallego”, escribe.

El Carrillo de la Transición es otro. “Hizo cosas por un lado pragmáticas para mantener al PCE en el tablero, pero que contribuyeron a disminuir el entusiasmo de las masas. Su manera de dirigir siempre fue autoritaria, imponiendo y no explicando”, indica Preston. Una gestión que acabó devorándole y expulsándole del partido en 1985. El único gesto de grandeza que el hispanista no rebate es el del 23-F, cuando Carrillo permanece sentado en su asiento. El único que mantiene el tipo junto a Suárez y Gutiérrez Mellado. Creía, sin ninguna duda, que le iban a matar y pensó que el secretario general del PCE no podía morir como un cobarde.

Paul Preston: "Santiago Carrillo fue el Stalin español"

"No autorizó la matanza ni la ejecutó, pero sí fue un elemento clave en su organización", dice el hispanista sobre Paracuellos | "La mayor parte de la actual crisis se la atribuyo a la

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corrupción masiva, herencia de la dictadura", opina sobre la crisis Cultura | 06/04/2013 - 00:00h Rafael Ramos |

Paul Preston, uno de los grandes hispanistas británicos, aborda en El zorro rojo (Debate), su último libro, la figura de Carrillo.

Lleva mucho estudiando al personaje. ¿Ha descubierto algo nuevo?Quizás lo más interesante, repasando documentos y conversaciones con Fernando Claudín, Jorge Semprún y Manuel Azcárate (figuras históricas del comunismo español), es hasta qué punto Carrillo y su papel en la transición consiguieron que se pusiera en entredicho la lucha antifranquista. Existen tres percepciones básicas: la de la derecha, que lo considera el rojo asesino responsable de la matanza de Paracuellos; la popular, del héroe de la transición que se sacrificó a sí mismo y al PCE por intereses nacionales; y la de ex compañeros de partido, como un estalinista cruel y brutal.

¿Y la suya?Hizo cosas que contribuyeron a la transición, pero creo que sus motivaciones no fueron desinteresadas ni patrióticas sino muy calculadas, de mera supervivencia política. Era un hombre pragmático, muy astuto e inteligente. Hasta hace poco yo había aceptado sus argumentos sobre las concesiones que tuvo que hacer como líder de la oposición antifranquista, y de que los compromisos fueron necesarios (e históricamente inevitables) para la entrada de España en el Mercado Común y el desarrollo del capitalismo. Pero he llegado a la conclusión de que cometió muchos errores de bulto en su lectura de lo que pasaba en España, con consecuencias trágicas y nefastas. Su ambición primó por encima de todo, y en aras de ellas mintió y esquivó responsabilidades, impidió todo debate interno dentro del PCE. Insisto, fue el Stalin español, un personaje negativo para la izquierda, que no sólo destrozó al partido comunista, sino que también contribuyó a destruir al PSOE.

¿Y su implicación en Paracuellos?No fue quien dio las órdenes, que seguramente vinieron de Moscú y de la cúpula del partido en España, ni tampoco ejecutó la matanza, pero sí fue un elemento clave en su organización.

El hecho de que las heridas de la guerra civil española nunca hayan sido bien curadas, que nunca haya habido una Comisión de la Verdad y la Reconciliación, ¿tiene algo que ver con los actuales problemas del país?Tiene parte de la culpa, pero no es el mayor de los males. La memoria histórica es muy importante. Ignorarla añade crispación, alimentada por decisiones como las del actual gobierno respecto a la Ley de Exhumaciones. Pero la mayor parte de la actual crisis se la atribuyo a la corrupción masiva que hay en el país, una herencia de la dictadura. El franquismo creó una cultura del robo y del pillaje al enemigo, de que el servicio público era para beneficio privado, que se perpetuó y creó hábitos. Quizás no hubiera en términos generales venganzas de sangre una vez terminada la guerra, pero sí salarios de hambre. En todas partes cuecen habas, y los conservadores británicos son una pandilla de mentirosos empeñados en destruir el Estado del bienestar. Pero hay grados. En el Reino Unido se montó un gran follón con los gastos que cobraban los miembros del Parlamento, pero no por hacer (en la mayoría de casos) algo ilegal, sino por ser poco ético. En España la corrupción es mucho más amplia y profunda.

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Una de las paradojas de la actual crisis es que, tratándose de un fallo del sistema capitalista, no se esté traduciendo en un renacimiento de la izquierda tradicional. ¿Lo ve posible?Muy difícil, porque la derecha está ganando la batalla de la propaganda y existe una enorme presión para desmontar el Estado del bienestar, como si fuera el culpable de todo. Llevamos 40 años de lavado de cerebro y se nota.

¿Comparte la opinión de que la transición, tan aplaudida en su momento, fue en el fondo una chapuza que echó una mano de pintura sin atacar los problemas estructurales?No. Se hizo lo mejor que se pudo en circunstancias muy complicadas, cuando había unas Fuerzas Armadas dedicadas no a combatir al enemigo exterior sino a los enemigos interiores, con los grises dando palos a diestro y siniestro y una Guardia Civil que constituía un virtual ejército de ocupación. No se podía arriesgar otra guerra civil. Carrillo fue un realista que a base de realismo traicionó a su propio partido. El mayor error fue el café para todos en el Estado de las autonomías para fastidiar a vascos y catalanes. La única solución a la cuestión nacionalista es un federalismo asimétrico.