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Presentamos en este número profundas con- sideraciones sobre el autor del Tratado, san Luis María Grignión de Montfort, con el que siempre se sintió sumamente agradecido por su doctrina y enseñanzas acerca de la Santa Madre de nuestro Divino Redentor Doctor, Profeta y Apóstol en la crisis contemporánea Si alguien me pidiese indicarle un após- tol-tipo para nuestros tiempos, yo respon- dería sin vacilación, mencionando el nom- bre de un misionero fallecido hace precisa- mente 239 años! Y, dando tan desconcer- tante respuesta, tendría yo la sensación de estar haciendo algo perfectamente natural. Pues ciertos hombres, colocados en la línea de lo profético, están por encima de las cir- cunstancias temporales. Basta ejemplificar con Elías. Dentro de cien años, los que hoy vi- vimos habremos sido superados por la marcha del tiempo como lo están hoy los hombres de hace cien años atrás. Seremos atrasados, anacrónicos, mohosos. De aquí a doscientos o a trescientos años, estaremos más o menos tan profundamente sepulta- dos en el reino de la muerte, de las sombras y de la Historia, cuanto las momias egip- Prof. Plinio Corrêa de Oliveira Artículo publicado en Catolicismo Nº 53 - Mayo de 1955 Nº 38 Marzo & Abril - 2013

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Presentamos en este número profundas con-sideraciones sobre el autor del Tratado, san Luis María Grignión de Montfort, con el que siempre se sintió sumamente agradecido por

su doctrina y enseñanzas acerca de la Santa Madre de nuestro

Divino Redentor

Doctor, Profeta y Apóstol en la crisis contemporánea

Si alguien me pidiese indicarle un após-tol-tipo para nuestros tiempos, yo respon-dería sin vacilación, mencionando el nom-bre de un misionero fallecido hace precisa-mente 239 años! Y, dando tan desconcer-tante respuesta, tendría yo la sensación de estar haciendo algo perfectamente natural. Pues ciertos hombres, colocados en la línea de lo profético, están por encima de las cir-cunstancias temporales. Basta ejemplificar con Elías.

Dentro de cien años, los que hoy vi-vimos habremos sido superados por la marcha del tiempo como lo están hoy los hombres de hace cien años atrás. Seremos atrasados, anacrónicos, mohosos. De aquí a doscientos o a trescientos años, estaremos más o menos tan profundamente sepulta-dos en el reino de la muerte, de las sombras y de la Historia, cuanto las momias egip-

Prof. Plinio Corrêa de Oliveira

Artículo publicado en Catolicismo

Nº 53 - Mayo de 1955

Nº 38

Marzo & Abril - 2013

cias que aguardan en las salas del British Museum el día del Juicio Final. ¿Y qué decir de nuestra “situación” de aquí a mil años?

Pues bien; hay alguien vivo, vivísimo, y que será la más actualizada versión del apostolado moderno, no hoy, por supues-to, sino en el fin del mundo cuando los hombres estemos sumergidos en la más profunda crisis. Alguien que vio días muy anteriores a los de D. Pedro II, Pio IX y Napoleón III. Anteriores además a S. Luis de Francia, a Carlomagno, a Atila, o qué diré, a Augusto y al propio Jesucristo. ¡Es el Profeta Elías! Apóstol moderno, sí, y modernísimo, no porque esté escrito de él

que participará del espirito y de las tenden-cias de los hombres que vivirán en aquel entonces, sino porque será mandado por Dios como el varón idealmente adecua-do para combatir de frente la corrupción del siglo aquel en que San Elías volverá a esta tierra. Elías será moderno, no por to-mar el espirito y a forma de los postreros años de la Historia (“no os conforméis con este siglo”, advierte S. Paulo) sino porque

será adaptado y adecuado al tiempo. Adap-tado, en el sentido de que será apto para hacerle bien. Adecuado, sí, también en el sentido de que dispondrá de los medios en-teramente convenientes para corregirlo. Y precisamente por esto, modernísimo. Pues ser moderno no es necesariamente parecer-se con los tiempos, y muchas veces puede inclusive llegar a ser totalmente contrario a ellos. Para un auténtico apóstol, ser moder-no es estar en condiciones de hacer el bien en el siglo en que vive...

Sin querer equiparar a Elías -Profeta in-cumbido de una misión divina concreta- S. Luis María Grignion de Montfort, en cu-yos escritos hay luces proféticas impresio-nantes, pero de un valor meramente priva-do, cierta analogía existe entre uno y otro. Y es en los términos de esta analogía que el Santo francés es un modelo de apóstol para nuestros días y los siglos venideros.

* * *

San Luis María Grignion de Montfort nació en Montfort-la-Canne, Francia, en 1678. De familia pobre, le faltaron los re-cursos para costear los estudios necesarios al Sacerdocio, a lo cual desde temprano aspiraba. Se dirigió a Paris, donde ejerció el oficio de velar cadáveres en la Parroquia de San Sulpicio algunas noches a la sema-na, para pagar su pensión en el Seminario. Después de un brillante itinerario de estu-dios, fue ordenado Sacerdote en 1700.

Dado el volumen de las dificultades que se depararan a su apostolado en Francia, y movido por el deseo de anunciar o Evan-gelio a los gentiles, S. Luis María se diri-gió a Roma para pedir una directriz al Papa Clemente XI. Este le dispuso que retornase

a su patria, a fin de que se dedicara a pre-dicarle a la población católica más necesi-tada de catequesis y edificación. Entregán-dose enteramente a esa actividad durante los diez años que todavía vivió, el Santo insistía particularmente sobre la renuncia a la sensualidad y a la mundanería; el amor a la mortificación y a la Cruz, y la devoción filial a Nuestra Señora. Como terciario do-minicano que era, difundió largamente el rezo del santo rosario.

Víctima de los ataques enfurecidos de los calvinistas y jansenistas, fue objeto de severas medidas de parte de un número no pequeño de obispos franceses, que no lo querían por misionero en sus Diócesis.

La muerte le vino cuando contaba ape-nas 43 años de edad. Había fundado dos Congregaciones Religiosas: la Compañía de María, masculina, y las Hijas de la Sa-biduría.

Entre sus escritos, se destaca el Tratado de la Verdadera Devoción al Santísima Virgen, una de las más altas obras de la mariología en todos los tiempos, y tal vez la más alta de ellas. Este libro admirable fue dejado por el Santo en manuscrito, y desapareció misteriosamente después de su muerte, reapareciendo de manera provi-dencial en nuestros tiempos.

León XIII lo beatificó en 1888. Pio XII, gloriosamente reinante, lo inscribió en el catálogo de los Santos.

Esta es una visión a “vol d’oiseau” de la vida de este gran Santo.

Cuánta riqueza se nos depara todavía más en un examen bien atento de los prin-cipales aspectos de esa vida.

El Renacimiento desencadenó en Euro-pa una sed de diversiones, de opulencia, de placeres sensuales, que impelió fuertemen-te los espíritus a subestimar las cosas del Cielo, para ocuparse mucho más con las de la tierra. De ahí, en los siglos XV e XVI, un declive sensible de la influencia de la Religión en la mentalidad de los indivi-duos y de las sociedades. A ese indiferen-tismo naciente, se sumó no raras veces una antipatía contra la Iglesia, discreta y ape-nas perceptible en unos, más pronunciada en otros, y llevada en algunos al extremo de una hostilidad militante. Tal estado de espíritu concurrió sensiblemente para la eclosión del protestantismo, y para las ma-nifestaciones del racionalismo y el escepti-cismo tan frecuentes entre los humanistas. Del indiferentismo nacía naturalmente el libre pensamiento.Mas estos fermentos no atacaron desde luego toda la sociedad. De inicio, dominaron apenas ciertos elemen-tos de alta influencia en la vida intelectual, en la nobleza y en el Clero, con el apoyo de un cierto número de soberanos. Poco

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a poco, entretanto, fueron alcanzando los tejidos más profundos del cuerpo social. En el tiempo de S. Luiz Grignion, se pue-de afirmar que su influencia se notaba en todos los campos: la política se laicizara, la antigua sociedad orgánica y cristina fue semi-deglutida por el absolutismo del Es-tado neo-cesáreo y neo-pagano, menguó la influencia de la Religión en la vida de todas las clases sociales, principalmente en las elites, una tendencia general para las costumbres más flojas, más “libres”, más fáciles ganaba todos los ambientes, la sed de placer y de lucro crecía, la mundanería campeaba hasta en cierto número de casas religiosas, el mercantilismo extendía sus tentáculos para dominar toda a existencia. En líneas generales, el cuadro era bastante parecido con el de nuestros días.

Sin embargo, si bien la analogía es pro-funda, evidente, indiscutible, sería imposi-ble pasar de ahí para una equiparación ab-soluta. El cuerpo en el cual los fermentos actuaban en los siglos XV, XVI e incluso XVII, era todavía el robusto cuerpo de la vieja Cristiandad generada por la Edad Media. Un sin número de instituciones, de hábitos mentales, de tradiciones, de usos, de leyes reflejaba aún o espíritu de la so-ciedad orgánica y cristiana de otrora. Si la monarquía absoluta presagiaba al socialis-mo moderno, ella se personificaba a pesar de todo en los Reyes por la gracia de Dios, que seguían considerándose Padres de sus pueblos en el buen y viejo estilo de S. Luis IX. Si la vida internacional estaba seculari-zada con los tratados de Westfalia, todavía existían tales o cuales vestigios de la Cris-

tiandad, una familia de Reyes y pueblos cristianos dotados de la consciencia de for-mar un todo aparte, frente al mundo gentil. Si la sociedad era mundana, las disputas religiosas -como las que se trabaron en-tre Jesuitas y jansenistas- encontraban en ella una resonancia que jamás tendrían en nuestros días. Se las costumbres eran flojas en la Corte y en las ciudades, había en esto numerosas y retumbantes excepciones. En las salas de la Corte, en el proprio trono, el escándalo de un Luis XIV, por ejemplo, era de algún modo reparado por su en-mienda y su vida modelar después de su matrimonio con Mme. de Maintenon. Y la caída de Mlle. de La Vallière lo era por su penitencia ejemplar en el Carmelo. Mme. de Montespan por su lado moría cristiana-mente, el Duque de Borgoña, nieto de Luis XIV, se destacaba por su piedad, y la Fami-lia Real todavía tenía en el siglo XVIII al lado de la vergüenza de la vida de Luis XV, a ilustración de las virtudes poco comunes del Delfín Luis, de la Carmelita Madame Louise de France, y de la Princesa Clotilde de Saboya, ambas hijas del Rey, e falleci-das en olor de santidad. Así pues, por más rigurosas que sean las analogías entre el siglo XVI y el siglo XX, habría manifiesta exageración en afirmar que la vida política y social ya se encontraba entonces entera o casi enteramente laicizada y paganizada. Sin embargo, en la historia de los Tiempos Modernos, esto es, en los siglos XVI, XVII e XVIII, es fuera de duda que los fermen-tos nacidos del neo-paganismo renacentis-ta se revelaron cada vez más vigorosos, y esto trajo la inmensa explosión de 1789.