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Page 1: Presentación

Siempre me ha llamado la atención que muchos de los que decimos seguir a Jesús nos conformamos con saber algunos datos importantes de su vida; escuchamos el Evangelio los domingos, sin mucha pasión, y nos contentamos con lo que “siempre” nos han dicho sobre él, con esa “fe ciega” que le confiesa como un “ser maravilloso”, “especial”, que murió en una cruz por nosotros y resucitó al tercer día. Alguien bueno, que decía cosas muy importantes, a veces incomprensibles, y contaba unas historias que nos hacen pensar. ¡Ah, sí! también que era el Hijo de Dios.

Hace tiempo que me dije a mí misma: “somos, en el fondo, seguidores de un desconocido. Apenas si sabemos sobre él: cómo era, por qué actuaba así, qué le movía por dentro, qué influyó en su vida para que fuera haciendo las opciones que hizo, qué había detrás de su pasión y de su muerte, en el fondo qué es eso de la Resurrección, qué quieren decir esos títulos tan raros que el Nuevo Testamento le da: Hijo del Hombre, Adán definitivo, Primogénito de toda criatura, Señor, Mesías...”

¿Por qué no sabemos más? ¿Acaso no nos interesa? O ¿tal vez tenemos miedo de que se remueva todo lo que sabemos de memoria y nos veamos obligados a pensar, a buscar, a caminar sin las muletas de toda la vida? ¿Y si lo que descubrimos no nos gusta o nos hace dudar en nuestra fe?

Estas y otras muchas preguntas me hicieron recordar a

algunas de las personas con las que he ido compartiendo mi vida de fe, gente culta, formada en muchos niveles, con una honda experiencia de Dios y un deseo grande de vivir comprometida con la buena Noticia de Jesús, pero gente que, a veces, separaba la experiencia del saber, que no necesitaba dar respuesta a todas esas preguntas sobre Jesús que en mí había. “Eso es teoría”, me decían, “y lo importante es descubrirle en la oración, encontrarte con él y dejarte coger el corazón para vivir, luego, coherentemente”.

Tenían razón, seguro, pero ¿por qué cuando yo me enamoraba de alguien sentía un gran deseo de hurgar en su pasado, de conocer su familia, su historia, su casa, su pueblo, los lugares en los que más había disfrutado, las personas que significaban algo en su vida...? ¿Acaso eso era teoría que no aportaba nada o necesidad real de entrar en todo aquello significativo que me llevara a reconocer mejor su rostro, que me ayudara a ir formando parte de su mundo personal?

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Presentación

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Eso es lo que ocurre con Jesús, pensé, conocer más cosas sobre él no es llenarme de datos teóricos que no sirven para nada, sino ahondar en los significados del hombre más importante de la historia, del Viviente al que sigo, del mismo Dios hecho humanidad. La experiencia no tiene por qué estar reñida con la teoría en el ámbito de la fe, ¡ya es hora de romper las dicotomías y divisiones en las que los creyentes parecemos instalados!

Así que me puse a investigar, a leer, a buscar respuestas. No era fácil, realmente se removían muchas ideas y creencias bien instaladas, caían cimientos mal construidos y tenía que soportar la experiencia de estar, muchas veces, en el aire, el miedo a no tener respuestas definitivas. Pero creo que fui aprendiendo poco a poco a vivir en camino, a comprender que soy una unidad y mi cabeza no puede ir separada de mis sentimientos, y creencias, a soportar el ritmo lento de la búsqueda, en definitiva, a dejarme conducir por el Dios con el que me iba encontrando, renunciando a llevar yo el timón de mi vida.

Era difícil comunicar lo que iba descubriendo, pero comprendí que el camino que recorría no era para mí sola, sino regalo de Dios que se convertía en misión, en llamada a compartir con mis hermanos lo que veía y oía. Por eso, decidí escribir a los amigos con los que había compartido mi fe y mi vida y, con palabras torpes, intenté comunicarles, paso a paso, carta a carta, mis descubrimientos sobre Jesús.

Hoy te las ofrezco a ti, hermano/a en la fe que como yo estás en el camino. No me siento alguien importante que puede enseñar a los demás, tan sólo soy una creyente, una buscadora que se sabe miembro de una comunidad de buscadores/as y quiere compartir gratis lo que le han regalado gratuitamente. Espero asimismo que tú compartas conmigo tu camino, el don que has recibido y así, marchar juntos, en el Espíritu, con Jesús, hacia el Padre, acogiendo y construyendo el Reino de amor y justicia, en medio de nuestra compleja realidad del siglo XXI.

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