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Historia Aquí viene Mazzantini, detrás del Sr. Falcó, encabezando el desfile de cuadrillas. La imagen correspond a una actuación que tuvo el guipuzcoano en la plaza de toros “Bucareli”, a finales de 1887. Fotografía de C.B. Waite. Col. del autor. Los sucesos del 16 de marzo de 1887 Presentación de Luis Mazzantini en México Por José Francisco Coello Ugalde El 16 de marzo de 1887, Luis Mazzantini se presentaba en la ciudad de México, acompañado de Diego Prieto “Cuatrodedos” para lidiar un encierro de Santa Ana la Presa. Esto sucedió en la plaza de toros “San Rafael”. El escándalo que se produjo aquella tarde, que fue enorme, es estudiado con detalle por José Francisco Coello Ugalde, director del Centro de Estudios Taurinos de México.

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Page 1: Presentación de Luis Mazzantini en México · 2018. 7. 11. · La gran sensación y alboroto de la semana, fue la llegada a México de la cuadrilla española que dirige el espada

Historia

Aquí viene Mazzantini, detrás del Sr. Falcó, encabezando el desfile de cuadrillas. La imagen correspond a una actuación que tuvo el guipuzcoano en la plaza de

toros “Bucareli”, a finales de 1887. Fotografía de C.B. Waite. Col. del autor. Los sucesos del 16 de marzo de 1887

Presentación de Luis Mazzantini en México Por José Francisco Coello Ugalde

El 16 de marzo de 1887, Luis Mazzantini se presentaba en la ciudad de México, acompañado de Diego Prieto “Cuatrodedos” para lidiar un encierro de Santa Ana la Presa. Esto sucedió en la plaza de toros “San Rafael”. El escándalo que se produjo aquella tarde, que fue enorme, es estudiado con detalle por José Francisco Coello Ugalde, director del Centro de Estudios Taurinos de México.

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A veces, no todo es miel sobre hojuelas…

Hay frases taurinas que perviven debido al hecho de que contienen ciertos mensajes subliminales que se convierten, algunas de ellas en auténticas sentencias. Recuerdo dos, antes de entrar en materia. Una de ellas fue expresada por Rafael Guerra “Guerrita” poco antes de que se retirara, justo en los momentos en que la afición ya no toleraba buena parte de sus acciones. Entonces, el torero cordobés dijo: “¡No me voy. Me echan…!” Del mismísimo “Califa”, ya retirado existe otra “perla”, justo cuando se auto propuso como una especie de parámetro y, sin mayor empacho sentenció: “Después de mí, naiden… después de naiden… (Antonio) Fuentes”, como para afirmar que el de la “Coronela” era, sin duda alguna su natural sucesor.

Pues bien, luego de esta pequeña introducción, en nuestro país, y precisamente el 16 de marzo de 1887, Luis Mazzantini se presentaba en la ciudad de México, acompañado de Diego Prieto “Cuatrodedos” para lidiar un encierro de Santa Ana la Presa. Esto sucedió en la plaza de toros “San Rafael”.

En una primera nota que publicó El Arte de la Lidia, con fecha 20 de marzo, se puede apreciar la dimensión de lo que resultó todo un escándalo. Veamos.

Mazzantini en México. La corrida en la plaza de San Rafael.-El escándalo del miércoles. La Empresa de Puebla.

La gran sensación y alboroto de la semana, fue la llegada a México de la cuadrilla española que dirige el espada Luis Mazzantini y su presentación al público de la capital en la corrida de bueyes verificada el miércoles 16 en la Plaza de San Rafael, arrendada por una Empresa de Puebla.

La corrida verificada el miércoles, ha sido el camelo más espantoso: toro, pésimos; presidencia, desacertada; público, disgustado; escándalos, desórdenes, etc., fue el resultado de la famosa corrida Mazzantini, en México, que no merece ni los honores de una revista. La corrida terminó después de la seis de la tarde de la manera más trágica, pues las sillas, banderolas y madera de la plaza, tofo fue roto

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y tirado al redondel, vengándose así los espectadores de la sangrienta burla que se hizo a la culta sociedad de México.

La Empresa de Puebla debe haber tenido una entrada de cerca de 30,000 pesos, y según se nos dice, la autoridad respectiva debe haberle impuesto una fuerte multa, debiendo además pagar daños y perjuicios a los Sres. Ferrer, propietarios de la plaza, que ninguna intervención tuvieron en la corrida. La Empresa, al organizar tan precipitadamente esta corrida, nunca llegó a creer su malísimo

resultado, a pesar de haber pagado cada toro de los lidiados a 150 pesos. Las reses fueron escogidas por un diestro de la cuadrilla Mazzantini, siendo éste el culpable por haber quedado conforme con su

comisionado, prestándose a lidiar toros de tan malas condiciones. En fin, se ha burlado con todo cinismo a la sociedad mexicana.

En nuestro próximo número, daremos a conocer a nuestros lectores toda clase de detalles de la corrida, haciendo presente por ahora, que según últimas noticias, la multa impuesta ha sido de 500 pesos.

Desafortunadamente ya no apareció la tan anunciada “crónica” en esta revista taurina y de espectáculos. Sin embargo, al consultar

el “Lanfranchi”, autor de una de las obras fundamentales del toreo en México, escrita entre los últimos 30 o 40 años, se registra con lujo de detalles lo que otras publicaciones periódicas opinaron al respecto de aquel desagradable asunto. Por parecerme de enorme interés el contenido de las

He aquí el cartel que apareció en diversos diarios de la capital en aquel día.

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notas recogidas, no resisto incluirlas en esta nueva visión de aquel escándalo que, como se dijo en un principio, dejó, luego del mucho ruido generado una frase que Mazzantini habría de pronunciar ya lejos del escenario donde ocurrieron tan lamentables acontecimientos. De esto me ocuparé al final de este caudaloso registro de información.

Lanfranchi comienza apuntando, como ya lo he hecho, la celebración de tal festejo, así como los precios, por cierto fuera de la realidad. Aún así y :

A pesar de los precios tan elevados, a las dos de la tarde la plaza estaba a reventar. ¡La debacle! Como los empresarios sólo tenían 4 toros de Santa Ana la Presa, de los que habían sido desecados en Puebla el domingo 13 de marzo, completaron el lote con un viejo semental, ya toreado de la misma ganadería y varios que fueron a comprar directamente al rastro capitalino. Además, los de Santa Ana la Presa tuvieron que se traídos rápidamente desde Puebla y llegaron a la plaza de “San Rafael” el mismo día de la corrida, poco antes de que ésta principiara.

Al salir al ruedo el primer toro empezó la desilusión del público. Era un torete inofensivo, que se puso a huir de inmediato y al que fue imposible darle un capotazo o un puyazo. Por más esfuerzos que hicieron “Agujetas” y “Badila”, no pudieron ni rasgarla la piel y así pasó a banderillas, las cuales fueron clavadas de cualquier manera por Tomás Mazzantini y “Primito”. El incansable animal seguía dando de vueltas alrededor de la barrera, buscando inútilmente un lugar por donde escapar; mientras Mazzantini, muy enojado, lo perseguía y trataba de cazarlo. Sin dar un solo pase, pinchó 2 veces y dejó una honda muy tendida que bastó.

El segundo fue otro torete, igualito al primero, que se asustaba hasta de su sombra y al que, nada le pudieron hacer los toreros. “Cuatro Dedos”, sin saber qué hacer exactamente, corría atrás del fugitivo, hasta perder el aliento, sin lograr darle alcance. Cuando se cansó del jueguito, empezó a pinchar por todos lados, lo que no fue del agrado de los espectadores, los cuales comenzaron a su vez a protestar enérgicamente, dándose cuenta de que habían sido vilmente engañados por los organizadores de la corrida.

Algo se calmó la bronca cuando salió a la arena el tercero de la tarde, un toro de mucha romana, pero más viejo que Matusalén, ya toreado, y que desde el primer capotazo hizo sudar tinta a los lidiadores. Bravucón, se quitaba el palo de los picadores con los cuernos, no se dejó partir ni un pelo y llegó entero al tercio final, tras hacer pasar fatigas a los banderilleros “Bienvenida” y Ramón López, que tuvieron que cubrir el segundo tercio. Mazzantini tuvo que enfrentarse a tan indeseable bicho, al que encontró apencado en tablas, rascando la arena de continuo, con la cabeza entre las patas y que a cada pase de

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muleta lo achuchaba de tal manera, que acabó por ser alcanzado y sufrir la rotura de la taleguilla en salva sea la parte. Muy molesto, entró a matar a paso de banderillas y dejó una estocada caidísima que hizo doblar al bellaco.

El cuarto toro fue tan manso (¿cómo sería?), que tuvo que ser devuelto y en su lugar salió otro torote, digno hermano del tercero, con intenciones tan negras como las que él tenía. Mal le fue a “Cuatro Dedos”, que tenía que dar brincos desaforados cada vez que el bicho hacía por él. Al fin descansó cuando logró hacerlo doblar, tras varios pinchazos muy malos y algunas estocadas defectuosas.

El quinto también tuvo que ser devuelto y en su lugar, salió al ruedo el que ya había sido regresado a los corrales con anterioridad. ¡Eso era demasiado! El público armó una bronca de proporciones incalculables. Todo lo que podía ser convertido en proyectil fue arrojado al redondel, tablones, barandales, sillas, botellas, etc., y los toreros tuvieron que refugiarse rápidamente para no ser heridos de consideración. Sólo Mazzantini permaneció altivo algún tiempo en medio del ruedo, desafiando la tormenta y recogiendo de vez en cuando algunas tablas que caían cerca de él, para tirárselas con furia al manso animal. Un concurrente de nacionalidad española brincó a la arena y sacando un pañuelo blanco, abrazó a Mazzantini y logró llevarlo ileso hasta un lugar más seguro.

Todos los toreros subieron a sus carretelas y a galope se dirigieron a la estación del ferrocarril “Central Mexicano”, escoltados por dos patrullas de caballería, a pesar de lo cual fueron insultados y apedreados por la chusma que estaba en las afueras del coso y que ignoraba exactamente lo que había pasado en el interior. Ya en el tren que debía llevarlos a Nueva York, de donde iban a embarcarse para regresar a España, pudieron sentirse a salvo de las iras de los burlados espectadores. Mazzantini estaba tan exaltado que pronunció frases despectivas (“De este México ni el polvo”), pero luego, ya calmado, se arrepintió de haberlas pronunciado y fue cuando decidió regresar a México a fines de año con toros de lidia españoles. Diego Prieto “Cuatro Dedos”, así como los picadores y los banderilleros que iban a quedarse en México, por haber sido contratados para inaugurar la Plaza “Colón”; se despidieron de sus compañeros y sigilosamente, como delincuentes, salieron de la estación para volver al hotel donde estaban hospedados.

Mientras tanto, la bronca taurina se había transformado en motín callejero difícil de controlar, el cual se dijo insistentemente que había sido planeado y financiado por Ponciano Díaz, aunque esto nunca le fue probado y él siempre desmintió tales rumores, y la plebe se dedicaba a saquear las tiendas de ultramarinos del rumbo, insultar a los transeúntes de nacionalidad española y apedrear las casas de los súbditos de la misma nacionalidad.[1]

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Hasta aquí con una primera apreciación de aquel tremendo escándalo.

Como se habrá podido apreciar, entre las frases despectivas que Mazzantini pronunció en medio de la más exacerbada de las pasiones, una fue contundente: “¡De esta tierra de salvajes ni el polvo quiero!” Dichas palabras, con un peso de sentencia enorme, pusieron a don Luis en un dilema, pues aunque regresó a finales de aquel año, como ya se sabe, y debido a que “el horno no estaba para bollos”, se dio cuenta que no había nada que hacer en nuestro país, por lo que regresó al mismo diez años después, donde fueron –ahora sí-, célebres los diversos festejos que se organizaron al nombre de “Temporada Mazzantini” y donde se recuperó el afecto entre Mazzantini y la afición mexicana que, para 1897 era radicalmente opuesta a la de una década atrás, en virtud de que la del año 1887 pasaba por un proceso de transición entre lo que consideraba como expresiones máximas todo aquello que fuese la propuesta nacionalista, encabezada por Ponciano Díaz, confrontadas con una nueva puesta en escena, donde el toreo de a pie, a la usanza española y en versión moderna ponía en marcha toda su maquinaria, todas sus estructuras técnicas y estéticas para que fuera aceptado en México, como así ocurrió. Tuvieron que ocurrir incidentes como el que ahora me ocupa. Sin embargo, ese mismo caso tuvo diversas derivaciones que, social o políticamente tensaron la situación del momento. Ya no eran los tiempos en que, como después de declarada la independencia de este país, se notaba en el ambiente un fuerte odio y rechazo hacia todo lo español. Tampoco eran momentos como los que, en el desarrollo de la quinta década del siglo XIX se vivieron luego de los terribles asesinatos ocurridos en las haciendas morelenses de Chiconcuac y San Vicente y donde, al grito de “¡Mueran los gachupines!” tal circunstancia alcanzó dimensiones tan riesgosas que, con el tiempo se volcaron en el espacio diplomático, lo que puso a México y a España en situación muy frágil.

Este oscuro capítulo de la tauromaquia en México, trajo consigo otros efectos, que

El Monosabio. Periódico de toros. Ilustrado con caricaturas, jocoso e imparcial, pero bravo, claridoso y… la mar! México, D.F., T. I., Nº 1, del 26 de noviembre de

1887, Col. del autor.

 

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podríamos considerar como a “toro pasado” o a posteriori, pero que por el sólo hecho de haber removido viejas discordias, las pasiones volvieron a encenderse.

Claro, y para terminar por ahora con la que pasa a ser una notable efeméride, también la prensa, al darse cuenta de la frase, y con el rápido “botepronto” que puede darse, como efecto de aquella incómoda “caja de resonancia” en la que estaba prendida la frase-sentencia de Mazzantini, no faltó quien, con ironía y acidez de fuerte olor a tinta, dijera: “¡De México, ni el polvo… Pero qué tal las talegas de oro!”

Con el festejo celebrado en la plaza de toros “Colón” el 16 de marzo de 1887, donde intervinieron Luis Mazzantini y Diego Prieto “Cuatro Dedos”, lidiando un pésimo, infumable y manso encierro de Santa Ana la Presa, se desataron las pasiones en el tendido, lo cual terminó en una bronca de pronósticos reservados. Cuando las cuadrillas salieron de la plaza, estas fueron escoltadas por dos patrullas de caballería, y durante el camino siguieron recibiendo una fuerte descarga de denuestos e insultos por parte del pueblo. A su llegada a la estación del ferrocarril “Central Mexicano”, Mazzantini -sometido a una fuerte presión que desató su ira-, no tuvo más que palabras hirientes. Una frase, una, fue suficiente para que aquello alcanzara dimensiones anecdóticas. Al de Güipúzcoa se le ocurrió pronunciar la que parece ser una frase-sentencia: “¡De esta tierra de salvajes ni el polvo quiero!”. Con este hecho, comenzó el que luego fue algo así como el amor-odio que se tuvieron Mazzantini y la afición mexicana, el cual quedó compensado diez años después, cuando comenzó la celebración de una serie de temporadas, todas ellas inolvidables, y en un escenario más que propicio: la plaza capitalina de “Bucareli”. Fue la “Temporada Mazzantini” la que permitió lograr la reconciliación, borrándose todo pasado y quedando Luis Mazzantini encumbrado como uno de los “ídolos” de la afición desde esos momentos y hasta 1905 en que se despide, forzado en buena medida, a raíz de la muerte de su esposa, hecho que ocurrió en la ciudad de México, mientras el “Rey del volapié” cumplía compromisos en Guatemala. Su última actuación en ruedos capitalinos se dio el 20 de noviembre de 1904, alternando con Francisco Bonal “Bonarillo” y Manuel Lara “Jerezano”, con tres toros españoles de D. Carlos Otaolaurruchi y tres de Santín.

El asunto, a lo que se ve, no puede escapar para ser leído y revisado con una distinta mirada, la nuestra, la que con la distancia y la perspectiva que establecen 126 años de distancia, nos permiten observar una serie de circunstancias que intento “decodificar” para entenderlas, como hechos del pasado, a la luz del presente.

Y como el caso todavía acumula suficiente información, me permito compartirla para entrar al detalle de las incidencias del mismo, acudiendo de nueva cuenta al “Lanfranchi”.

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LA CORRIDA DE TOROS DE AYER EN LA PLAZA DE SAN RAFAEL.

Puede decirse que todo México ha presenciado, o por lo menos que todo México ha sabido, el gran escándalo que en la tarde de ayer originó en la plaza de toros de San Rafael, la pésima calidad del ganado escogido para ser lidiado en ella por el célebre Luis Mazzantini y su inmejorable cuadrilla.

Fuimos nosotros los primeros en elogiar como lo merecen a los diestros que forman la cuadrilla española… pero del mismo modo que fuimos en su día los primeros en elogiar, tenemos que cumplir hoy con nuestro deber de periodistas, siendo también los primeros en censurar, con la energía que merece, la escandalosa burla, o más bien dicho, la enorme estafa, el desconsiderado engaño, el abuso incalificable cometido ayer contra el público de esta capital, dándole por altísimo precio, jamás cobrado en parte alguna del mundo, una corrida de toros que eran viles cabras o mansos borregos, indignos de jugarse ni en el poblacho más miserable de la República, donde el precio de entrada no excediera de veinticinco centavos.

Explotando la merecidísima fama de Mazzantini y de su cuadrilla, y codiciosa de fabulosas ganancias, la empresa [2] que ayer lo presentó en la Plaza de San Rafael… quiso abusar más todavía del entusiasmo despertado por el renombre del famoso matador español y de sus compañeros… pues cobró cien pesos por una lumbrera, cincuenta por una media lumbrera, nueve por un asiento de sombra, ocho por una grada en el mismo departamento, tres por una de sol y tres también por entrada a la azotea de la plaza.

No obstante el escandaloso valor de las localidades, nuestro público, que ha probado suficientemente no saber escatimar su dinero cuando el espectáculo que se le ofrece vale la pena de gastarlo, llenó la plaza, haciendo subir la entrada, según cálculos de personas inteligentes, a la enorme cantidad de cuarenta mil pesos, suma por la cual hubiera tenido el derecho de exigir que se lidiaran toros de las mejores ganaderías de España, como acaba de hacerlo en la Habana el mismo Mazzantini, cuyo empresario de la Isla de Cuba llevó expresamente ganado español, para que el espada y su cuadrilla pudieran lucir sus facultades… Pero ya que aquí no fuera posible, para la corrida de ayer, que salieran a jugar toros andaluces o navarros, cuando menos, debió la empresa presentar los mejores del país, en el que está probado los hay buenos, y no hacer salir al redondel innobles y cobardes animales, que se espantaban de su propia sombra, sin desear otra cosa que irse a pastar a los potreros de donde nunca debieron salir para una plaza de toros, cuya arena no han de pisar sino los que reúnan las condiciones necesarias para la lidia, y mucho menos cuando para

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presenciarla se han pagado precios tan exorbitantes como los que quedan mencionados.

Con razón, pues, con sobradísima razón, el público que se vio ayer verdaderamente defraudado en sus justas esperanzas, y robado, esa es la palabra, robado en sus intereses, manifestó su indignación destrozando sillas, entrepechos y barandales, y arrojándose al redondel como una merecida, aunque insuficiente protesta, contra el vil engaño de que fue víctima, obligándosele a pagar mucho dinero por lo que no vale ni pocos centavos.

Y es preciso consignar aquí que el público que tal hizo no estaba formado de la hez del pueblo, pues esa no pudo acudir a la plaza, a causa de los precios excesivos, sino que lo constituían las clases media y alta de la sociedad, que a una voz pidieron repetidas veces al juez del espectáculo, mandara entregar a la beneficencia pública o al Asilo de Mendigos, el pingüe beneficio de la entrada.

Y en efecto, eso debía hacerse en justicia, o cuando menos imponer una fuerte multa a la empresa, para castigarla de la burla, el engaño y el escarnio hecho a un público tan excesivamente

bueno y desprendido como el de México, que a nuestro juicio aun estuvo demasiado prudente en sus demostraciones de justo desagrado.

Confiamos en que la autoridad correspondiente sabrá cumplir con su deber, para evitar que en lo sucesivo se repitan escenas como las que acabamos de presenciar, y que pudieran tener consecuencias muy funestas, sin la oportuna intervención de la policía y de la fuerza armada, que con la mayor discreción, comedimiento y prudencia procuraron restablecer el orden alterado en la plaza de San Rafael, por culpa de la empresa que izo salir a ella cabras en vez de toros.

Esta aclaración la publicaba El Arte de la Lidia, Año III, Nº 16, del domingo 13 de febrero de 1887, p. 3, con lo cual se puede sopesar la magnitud con que se empezaba a construir una supuesta competencias entre los dos diestros. Meses más tarde, esto debe haber servido como ingrediente del polvorín

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que ahora se revisa con la seriedad del caso.

A ÚLTIMA HORA.-

Acabamos de recibir la siguiente carta del Sr. Eduarno N. K. Ferrer, propietario y empresario de la plaza de toros de San Rafael: “Plaza de Toros, Calzada de San Rafael. México, marzo 17 de 1887. Señores Redactores de El Siglo XIX. Muy señores míos: Suplico a ustedes se sirvan publicar en su ilustrado periódico la presente aclaración, cuyo favor les agradecerá su atento, S.S.-Eduardo N. K. Ferrer. ACLARACIÓN. Esta empresa cedió a la de Puebla la plaza para la corrida Mazzantini que se verificó el miércoles último, sin tener la menor intervención en los precios que se fijaron, elección del ganado y demás, ni la menor parte en sus utilidades, cualesquiera que hayan sido. Como se ve, esta empresa no ha tenido participación alguna en dicha corrida y deplora los acontecimientos del miércoles, pues siempre ha procurado llenar

sus deberes para con el público que lo ha favorecido, obsequiando cuantas indicaciones se le han hecho para que éste quede complacido y siéndole satisfactorio el completo orden y decencia que han reinado en sus corridas, como es público y notorio.

En el artículo que en otro lugar de este número publicamos, referente a los acontecimientos que tuvieron lugar ayer en la Plaza de San Rafael, hemos hecho constar que no fueron sus actuales empresarios, sino la misma empresa que trajo a Puebla a la cuadrilla Mazzantini, la que dio la corrida extraordinaria que motiva la carta precedente….

Casualmente, Ponciano Díaz anuncia esta decisión, misma que aparece publicada en El Arte de la Lidia Nº 23, con fecha del 10 de abril de 1887. Col. del autor.

CHARLA DE LOS SÁBADOS.

-¡Viva España!… intencionalmente al charlar en nuestro número de

Nota también publicada en El Siglo XIX, Nº 14707, del jueves 17 de marzo de 1887.

 

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antier de los sucesos del último miércoles, quisimos abstenernos por entonces de consignar los injustificados insultos, las imprecaciones y los salvajes alaridos de “Muera España” y ¡Mueran los gachupines”, lanzados a voz en cuello en las principales calles de esta capital, por una turba insolente y desharrapada, excitada por los vapores del pulque y del chinguirito, y compuesta en su gran mayoría de honorables ciudadanos descalzos y descamisados, de los que constituyen la escoria de nuestro más bajo populacho, y quisimos abstenernos de ello por no tener la triste ventaja de ser los primeros en dar a la publicidad de la prensa una noticia que naturalmente nos apenaba, por lo que tiene de vergonzosa para el país en que tuvimos la honra de nacer, y cuyos hijos sensatos, lo mismo que nosotros, protestan contra semejantes actos, impropios de un pueblo civilizado y culto; pero puesto que la mayor parte de nuestros colegas, tanto españoles como nacionales, nos han precedido haciendo constar tales insultos, desaparece ya la consideración que nos impidió ocuparnos de ellos en su oportunidad, y vamos a cumplir con nuestro deber de mexicanos dignos y de periodistas imparciales, condenando severamente actos tan punibles, y pidiendo para sus desatentados autores, y muy principalmente para quien o quienes los hayan excitado, el justo castigo que merecen los que no vacilan en exponer al país cuando menos a hacerse acreedor al dictado nada envidiable por cierto de ser un pueblo que ignora las leyes de la hospitalidad y el respeto que en todas partes debe tenerse a extranjeros pacíficos y laboriosos, como los que forman entre nosotros la honrada colonia española.

¿Qué significan, pues los ultrajes y los insultos a España y a sus hijos aquí residentes, al amparo de nuestra leyes tutelares, y bajo la protección de nuestras autoridades?

¿Por qué apedrear cobardemente a Mazzantini y a su cuadrilla, que sin la escolta de fuerza pública que lo protegió, estuvo expuesto a ser despedazado por un populacho feroz, ebrio de alcohol y sediento de sangre?

¿Por qué ese atentado incalificable, cometido por primera vez en Puebla, la tarde del día 6 del corriente, se repite con mayor encarnizamiento y menos razón, en la misma capital de la República en la noche del último miércoles?

¿Vivimos en el México independiente y hermano de España de 1887, o en el México insurgente y enemigo de España de 1810?

¿Rigen en el país leyes tutelares que conceden y otorgan y garantizan la debida protección al extranjero, o estamos acaso bajo el imperio de la desorganización social más absoluta?

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¿Tendrá aquí cada uno de los no nacidos entre nosotros que confiar su custodia individual a sus propios esfuerzos, o existen autoridades encargadas de velar por la seguridad de todos?

¿Acaso la obra santa de la paz, del completo olvido, del pasado, de la extinción absoluta de antiguos rencores, de la concordia y fraternidad entre españoles y mexicanos, esa obra civilizadora y necesario entre hijos de un origen común, que hablan igual idioma, obra larga y lenta de muchos años, a la que han contribuido la buena voluntad y el acuerdo de unos y otros, y las cordiales relaciones diplomáticas y amistosas de ambos gobiernos, obra, en fin, que inició en 1860 la caballeresca y noble conducta del inolvidable general español D. Juan Prim, y que ha sido sellada posteriormente por repetidas y mutuas demostraciones oficiales y privadas de sincero afecto entre los dos países, puede ser destruida en sólo un día, ahondando de nuevo abismos de ira ya cegados y sustituyendo otra vez el amor y la paz, con el odio y la guerra?

¿Ha de perderse en una hora de salvaje excitación, de inconcebible delirio, el fruto conquistado durante largo tiempo de constantes afanes y de mutuos sacrificios de amor propio?

¡Pues qué! ¿Ya que hace mucho tiempo celebramos en paz el aniversario bendito de nuestra independencia, fraternizando en ese día memorable, más que ningún otro, con nuestros hermanos los españoles, que nos han acompañado a saludar y a glorificar al México libre, escuchando agradecidos de labios mexicanos el espontáneo grito de ¡Viva España!, hemos de venir hoy, tras tanto trabajo de concordia y de cariño, a escuchar imposibles y sin protesta alguna de nuestra parte, la absurda exclamación de ¡Muera España! y ¿Mueran los españoles!?

Y esto ¿con qué pretexto? ¿por qué razón? ¿debido a qué circunstancias? ¿o impulso de qué móviles?

Pues originado por una causa en apariencia fútil: por una simple corrida de toros, en la que lidiaron diestros españoles, capitaneados por LUIS MAZZANTINI, uno de los espadas reputados en la misma España, cuna del toreo, como de los más hábiles en el ejercicio de su peligrosa profesión, en la que ciertamente no sólo no le aventaja, sino que ni le iguala entre nosotros ninguno de los que a ella se dedican, ni mexicano ni español.

Pero estudiemos ligeramente los antecedentes, para poder apreciar bien las consecuencias.

Prohibidas durante mucho tiempo en esta capital las corridas de toros, a cuyo espectáculo no es posible negar es muy aficionado nuestro público, por un reciente decreto del Congreso acaban de ser

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permitidas de nuevo, abriendo con ello amplio y fácil camino al pueblo para satisfacer su pasión por asistir a la lidia de reses bravas.

Han vuelto, pues, a ser las corridas de toros, diversión autorizada por la Ley en el Distrito Federal, de que antes las proscribió la Ley misma, y facultada para ello por el Decreto respectivo, una empresa de Puebla, en uso de su más perfecto derecho, llevó a aquella ciudad y trajo el miércoles último a ésta, a la cuadrilla española de Luis Mazzantini, que no vino al país espontáneamente como pudiera haberlo hecho, sino que fue contratado en la Habana por un empresario mexicano, para venir a dar cuatro corridas en la República: tres en Puebla y una en la Capital.

Llamada, pues, al país, la cuadrilla de que se trata, cumplió con su deber y con sus compromisos para con el público y para con el público y para con la Empresa que la ajustó, demostrando la extraordinaria habilidad de los individuos de que se componía, hasta que le tocó lidiar en la segunda corrida de Puebla y en la única de esta capital, y despertando con ello las infames envidias de toreros inferiores y a quienes la opinión pública, acaso con razón, señala como instigadores de los acontecimientos (esta acusación era principalmente en contra de Ponciano Díaz, al que muchas personas señalaban como el inspirador de los actos adversos a los toreros españoles, pensando que con eso defendía su “feudo taurino” de los intrusos, como años antes lo hacía Bernardo Gaviño en las mismas ocasiones. Esta apreciación la hizo precisamente el propio Heriberto Lanfranchi) que han tenido lugar llevados a cabo probablemente de un modo muy premeditado han sido impulsados a conducirse como lo hicieron, pues bien sabido es de los que conocen el carácter naturalmente benévolo y hospitalario de nuestro pueblo, que éste, por sí mismo y sin coacción ajena, es de todo punto incapaz de entregarse a extremos vituperables, como los que con justicia condenamos las personas sensatas, y que han dado por triste resultado el que hayamos tenido la vergüenza de presenciar escenas impropias de un país culto y de una sociedad moralizada como la de México.

Por eso estamos seguros de que la Autoridad sabrá cumplir con el estrechísimo deber que tiene de investigar cuidadosamente lo que pueda haber de cierto, en lo que en alta voz se dice en todos los círculos públicos, acerca de quiénes son los instigadores de las hostiles demostraciones populacheras llevadas a cabo contra España, los españoles y la cuadrilla de Mazzantini, en la tarde y noche del último miércoles, para aplicarles el castigo que las leyes señalen, y sobre todo, para impedir en lo absoluto que puedan repetirse tales actos, tanto más cuanto que habiéndose quedado contratado en el país parte de la cuadrilla española que bajo la dirección de Diego Prieto, (a) Cuatro Dedos, debe estrenar el día 10

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del próximo abril, la nueva plaza de toros que en el Paseo Nuevo construye el Sr. D. Manuel Esnaurrízar, y siendo también toreros españoles los que deben estrenar el mismo día la del Sr. D. José de Teresa, y los que aún trabajan en la de San Rafael, nada extraño sería que se repitieran nuevamente los desagradables sucesos ya acontecidos, y cuya repetición debe absolutamente, a todo trance, evitarse, pues en ella se interesa el buen nombre del país, no menos que la tranquilidad y debida conservación del orden público.

Los toreros españoles que aquí trabajan, ganan honradamente su pan, exponiendo su vida para obtenerlo, cumplen con su deber como toreros y están en su derecho para ser protegidos y respetados, al igual que los que aquí han nacido y que a su vez han sido protegidos y respetados en tierra española, pues distintas cuadrillas mexicanas, entre otras la de Gadea y la de Gavidia, (a) El Chato, que han trabajado más de una ocasión en la ciudad de La Habana (entonces Cuba era colonia española –esta es nota aclaratoria nuevamente acotada por H. Lanfranchi-), no recibieron jamás en ella sino aplausos y dinero, y no el trato injusto, infame y cobarde que aquí se ha dado por un populacho soez y bajo a los diestros españoles de Luis Mazzantini.

Nosotros hemos residido y viajado por largos años en diversos países extranjeros, y especialmente en España, donde los mexicanos somos perfectamente recibidos y obsequiados, sin haber sufrido jamás allí ni en ninguna otra parte, el ultraje de oír gritar un muera a nuestra patria ni a nuestros compatriotas.

Y si algún día fuera una cuadrilla mexicana a trabajar en las plazas de toros españolas, sería aplaudida o silbada en proporción de su mérito o de su inhabilidad; pero por torpes que fueran sus individuos y por mucha ignorancia que demostraran en las reglas del toreo, ignorancia por otra parte muy disculpable, tenemos la convicción de que el populacho español ni la apedrearía no proferiría en alaridos de muerte contra ella ni contra México.

Por lo tanto, es nuestra obligación aconsejar que se evite la repetición de lo que ya sucedió, protestar enérgicamente una vez y otra vez contra ello, consignando, por ser así cierto, que la inmensa mayoría de la Nación condena tal conducta, así como nuestro Gobierno, que mantiene y desea conservar a toda costa las mejores relaciones de paz y de amistad con las potencias amigas con quienes está en comunicación diplomática, y muy especialmente con España; y por último, asegurar que la autoridad correspondiente dictará, como es natural, cuantas providencias sean necesarias para prevenir nuevos desórdenes, o castigar, en su caso, a los que resulten responsables de ellos.

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Con esta certidumbre, y con la de que los españoles aquí residentes sabrán apreciar debidamente la conducta justiciera de nuestras autoridades, y la protesta, a la que nos adherimos, de la parte sensata e ilustrada de la sociedad mexicana contra los tristes sucesos del último miércoles, damos aquí punto a nuestra Charla, cerrándola, como la comenzamos con un espontáneo y muy sincero grito de ¡VIVA ESPAÑA! [3]

Esta larga “charla” se encuentra firmada por Cero a la izquierda.

A LA NUEVA IBERIA.-

Nuestro artículo ¡Viva España!, publicado el último sábado, fue escrito durante la noche del viernes anterior, cuando aún no habíamos leído el número de “La Nueva Iberia”, correspondiente al mismo sábado, cuyo número llegó a nuestras manos estando ya en prensa el artículo en que protestamos contra los escándalos del miércoles último.

En ese mismo artículo explicamos la razón que tuvimos para no ser los primeros en dar publicidad a los vergonzosos hechos acontecidos, que hemos condenado como debíamos, y siguiendo las inspiraciones de nuestra conciencia, de nuestra convicción y de nuestro cariño a España y a los españoles. Por consiguiente, no podemos admitir como dirigidos a nosotros los siguientes párrafos de “La Nueva Iberia” del sábado, que tenemos el gusto de reproducir. Dicen así: “¿OTORGA QUIEN CALLA? Todos nuestros apreciables colegas de la prensa mexicana hablaron ayer y antes de ayer, con más o menos extensión, de los escándalos ocurridos el miércoles en la plaza de bueyes de San Rafael. Algunos de ellos, como El Siglo XIX, publicaron enérgicos artículos contra la empresa poblana, que tan indignamente se burló del público, calificando esa burla de verdadero robo, cometido con premeditación, engaño y alevosía.

Pero nos ha sorprendido desagradablemente, lo decimos con entera franqueza, que ninguno de nuestros ilustrados cofrades de la prensa mexicana, al hacer la reseña de esos hechos escandalosos, haya tenido una palabra, no ya de indignación, pero ni siquiera de protesta, contra los actos de salvajismo que se cometieron fuera de la plaza, es decir, contra el apedreo de los lidiadores españoles, que ninguno culpa tenían de lo ocurrido, y contra las estúpidas vociferaciones de ¡Muera España! ¡Mueran los gachupines! ¡Muera Mazzantini! ¡Mueran los canallas que vienen a robarnos nuestro dinero!

Al contrario, lejos de protestar contra esos actos incalificables y contra esos gritos salvajes, algunos de nuestros colegas, como El Monitor Republicano, celebraron lo ocurrido, y aplauden desde la valla; otros, como El Tiempo, dicen que “el público indignado izo a Mazzantini y a su cuadrilla la ruidosa y espontánea manifestación de su justa cólera”; otros, como Le Trait d´Union, haciendo gala de una ignorancia,

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verdaderamente supina, echa la culpa del alboroto a Mazzantini, diciendo “que el bello espada, a fuer de galante caballero, no se rebaja al extremo de elegir los toros que deben perecer a sus manos y que deja ese cuidado a sus lacayos”. Disparates de ese calibre no se comentan, basta exponerlos. ¿Cuándo han elegido los matadores el ganado? ¿Ni qué culpa tiene Mazzantini, de que una empresa sin conciencia le traiga bueyes en lugar de toros?

Volviendo a nuestros apreciables colegas, repetimos que nos causa profunda extrañeza que ninguno de ellos, absolutamente ninguno, tenga una palabra de reprobación para los actos de salvajismo que ayer denunciamos, actos indignos de un pueblo hospitalario y culto.

¿Qué significa ese silencio? Si es por patriotismo, lo creemos muy mal entendido, porque no lo hay en disimular las barbaridades que a nombre de la patria cometen algunos centenares de brutos.

Si es por otra cosa, con su pan se lo coman. No les envidiamos el criterio.

De cualquier modo, no nos cansaremos de repetir que esa brutales lapidaciones y esos gritos salvajes son impropios de un pueblo civilizado, y que la prensa periódica debe anatematizarlos, aunque no sea más que por lo que atentan a la honra y al buen nombre del país…”[4]

MÁS SOBRE EL ESCÁNDALO DEL MIÉRCOLES.-

Dice bajo este título nuestro apreciable colega La Nueva Iberia, lo que sigue: “Se a confirmado plenamente lo que anunció nuestro apreciable colega El Nacional, a saber: que la empresa poblana, al arrendar la plaza de San Rafael para la corrida que pensaba dar… al público, tomando a Mazzantini por anzuelo, hizo creer al Sr. Ferrer, propietario del circo taurino, que los productos iban a destinarse a beneficencia española, y que, gracias a este engaño, obtuvo la plaza casi de balde.

En efecto, sabemos que el Sr. Ferrer ha entablado una demanda contra la empresa, pidiendo daños y perjuicios por los desperfectos que el público exasperado ocasionó en el local, y también por el

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descrédito que los empresarios poblanos han hecho recaer sobre la citada plaza…”[5]

Finalmente, Heriberto Lanfranchi reproduce una interesante misiva que envió a la prensa Ponciano Díaz, acusado ya por entonces, de haber sido el instigador, el detonador de aquel desagradable capítulo.

CARTA DE PONCIANO DÍAZ.-

…Con motivo de las manifestaciones ruidosas hechas por el público en la corrida de toros verificada en la plaza de la calzada de San Rafael el día 16 del actual, no han faltado quienes aseguran que tuve alguna ingerencia (sic) en el alboroto popular, de que tanto se ha ocupado la prensa.

Fuera de que en ese día estuve enfermo y no salí de casa, y haciendo a un lado la consideración de que por carácter y por costumbre, estimo y trato con respeto y afabilidad a los que ejercen el arte del toreo, pues conozco las dificultades que dico ejercicio ofrece en todas partes, debo hacer constar lo siguiente:

No sólo no fui hostil al Sr. D. Luis Mazzantini y su cuadrilla, sino que tuve la satisfacción casualmente en Puebla, de asistir a una corrida dada por ellos, de la cual en lo particular hablé al Dr. Donaciano Morales y a usted, Sr. D. Juan de Dios Peza, en los términos cariñosos que ustedes fueron los primeros en aplaudirme, felicitándome por mi manera de pensar en ese sentido.

Además, mis compromisos de trabajo, no me permiten nunca descender a pequeñeces impropias de mi carácter.

Si el afecto popular de algunos, los obliga un grito de entusiasmo (¡Ora Ponciano!, como lo observa Heriberto Lanfranchi y lo reafirma un servidor) a mezclar mi nombre con un arranque de alegría ¿querrá esto significar que yo tomo parte alguna en ello?

Nunca olvido que un torero español, muy aplaudido y muy querido por el público mexicano, el inolvidable Bernardo Gaviño, fue mi buen amigo y siempre él vio mi patria como la suya, por lo que yo respetaré con su memoria la tierra donde nació y a sus compatriotas que con éxito siguen su mismo ejercicio.

No es cierto como se ha dicho que la policía me haya buscado ni hay motivo para inquietarla, pues ni gusto ni quiero hacerme cómplice en nada que altere la paz pública. Trabajo para vivir y usted sabe que nunca me he mezclado en preparar aplausos propios ni disgustos ajenos.

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Agradeciendo a usted, señor Peza, la publicación de estas líneas, me repito suyo Affmo. servidor. Ponciano Díaz.[6]

Hasta aquí con toda la circunstancia que, concentrada en El Siglo XIX recogió Heriberto Lanfranchi [7] y que en la próxima entrega encontraremos sus respectivas reflexiones, distantes de las complejas pasiones, y con el peso de la razón que demanda esa obligada revisión en perspectiva, para entender –entre otras cosas-, la forma en que superada tal circunstancia, se generó la “reconquista vestida de luces”.

Ahora bien, y ya en el tratamiento a fondo de todas las circunstancias relacionadas con este accidentado capítulo, uno de los primeros detalles que llaman la atención es aquel enunciado que aparece en el cartel, que ya ha sido incluido aquí, apenas comenzar las líneas del trabajo. Sin embargo, procuro detenerme en una de sus partes que va así:

Es decir, que tales medidas sirvieron como medida contundente para eliminar cierto escenario caótico que pervivía en el ruedo, de tal forma que su principio fue adecuarse a las “reglas fijas de tauromaquia”, doctrina eficaz que tuvo que ser impuesta, contra viento y marea (tolerancia cero, aunque saliera a relucir el cobre). Algo que es novedoso, por lo menos en este grupo de “evangelizadores”, fue haber suprimido lazadores y locos que se sustituían ipso facto por “juegos de mulillas ricamente enjaezados y mozos de plaza perfectamente uniformados” lo que daba a la lidia, un toque complementario, desplazando elementos que ya no se correspondían con las “reglas fijas de tauromaquia”.

El ejemplar de El Monitor del Pueblo aquí

consultado.

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En seguida, el asunto que quedó bajo la responsabilidad de la empresa de Puebla, encabezada por Joaquín Camacho, nos habla de que este personaje venía haciendo labores como tal desde años atrás, lo cual significa que no era ningún improvisado. En todo caso, lo que pudo haber ocurrido es que, al aliento de los tres festejos celebrados días atrás en Puebla, con la comparecencia del propio Mazzantini y su cuadrilla, con regulares resultados, debe haber habido condiciones, como queda visto, para celebrar un festejo más, que sirviera como culminación de los que se dieron días atrás. Lamentablemente un exceso en el cobro de las entradas y un encierro cuyas garantías no estaban confirmadas, dieron al traste con el festejo, mismo que, por las razones ya conocidas, pudo ser presenciado por un segmento privilegiado de la sociedad mexicana, elite cuyas condiciones económicas permitían estar en la plaza, quedando desplazado en su totalidad el pueblo, cuyo resquemor se multiplicó en cuanto se desarrollaban los hechos mismos, que iban de mal en peor. Todos estos ingredientes, así como el balance mismo del festejo, dieron por resultado:

1.-Que buena parte de la plaza resultara afectada, debido al hecho de que una buena parte de sus asistentes (que pertenecían a la clase privilegiada) se sintiesen defraudados, y no conformes con lo que sucedía, realizaron destrozos importantes al interior de la misma.

2.-Que otra cantidad de ciudadanos expectantes a las afueras del coso, enterados del desaguisado, sumaran su inconformidad manifestándose en forma bastante violenta, lo que elevó el grado de riesgo en aquellos momentos.

3.-El factor de manejos indebidos en nacionalismos irracionales, acompañados de la desmesura de oscuros y pasados odios, partiendo de la idea de que el toreo “a la mexicana” se convertía en la causa a defender. Si además, el grito de batalla: “¡Ora Ponciano!” se utilizó como instrumento de provocación para ensoberbecer al pueblo, esto no sólo fue un agente delicado, sino peligroso en unos momentos en que se estaba produciendo la auténtica transición de dos expresiones taurinas. Lamentablemente los elementos para que esto sucediera no fueron los más propicios y que aquí están expuestos de sobra.

Una razón más es que, al margen de todos los acontecimientos, este capítulo es lo que puede considerarse como “golpe de timón”, la “vuelta de tuerca” con lo que se genera un parteaguas, el antes y el después de la condición taurina en México, donde la expresión nacionalista de la que era fiel representante Ponciano Díaz queda sentenciada a desaparecer o a asimilar su puesta en escena, por aquella otra recién arribada en forma abundante, pero que no era ajena a cuanto venía ocurriendo, por lo menos desde 1885, en que otro pequeño sector de diestros hispanos se iban posicionando en sitios estratégicos, en medio de cierto aislamiento pero no por ello dejaba de ser una estrategia que culminó, si no felizmente en marzo de 1887, al menos se afirmó al paso de los años, gracias a un hecho

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que ya he sugerido en otras ocasiones. Se presenta lo que considero como la “reconquista vestida de luces”.

¿En qué consistió aquel episodio?

Avanzado ya el siglo XIX, se sabe que el torero potosino Pedro Nolasco Acosta, adquirió un ejemplar de la obra de Leopoldo Vázquez con la cual se sirvió para difundir ese conocimiento en un pequeño círculo de amigos, entre los cuales se encontraba Carlos Cuesta Baquero, entonces joven y entusiasta aficionado, cuya labor crearía y provocaría un vuelco sin precedente años más tarde junto a otro grupo que comulgó con la idea precisa de que todo habría de cambiar en aras de una serie de postulados venidos de las obras que siguieron llegando de España o se publicaron en México. A ese cambio se sumó aquel grupo de toreros españoles, los cuales consumaron “la reconquista vestida de luces”, y desde luego el interés creado por una afición formada bajo el nuevo credo, cuyo sustento fue el principio teórico y práctico del toreo de a pie, a la usanza española en versión moderna. Ese cambio desde luego que estimuló los deseos de lectura y alentó a una serie de creadores a producir obra, fuera en términos periodísticos, literarios o seudo literarios que los hubo en buena cantidad. Por lo tanto, La reconquista vestida de luces, debe quedar entendida como ese factor que significó reconquistar en lo espiritual al toreo, luego de que esta expresión vivió entre la fascinación y el relajamiento, faltándole una dirección, una ruta más definida que creó un importante factor de pasión patriotera –chauvinista si se quiere-, que defendía a ultranza lo hecho por espadas nacionales –quehacer lleno de curiosidades- aunque muy alejado de principios técnicos y estéticos que ya eran de práctica y uso común en España. Por lo tanto, la reconquista vestida de luces no fue violenta sino espiritual. Su doctrina estuvo fundada en la puesta en práctica de conceptos teóricos y prácticos renovados, que confrontaban con la expresión mexicana, la cual resultaba distante de la española, a pesar del vínculo existente con Bernardo Gaviño. Y no sólo era distante de la española, sino anacrónica, por lo que necesitaba una urgente renovación y puesta al día, de ahí que la aplicación de diversos métodos tuvieron que desarrollarse en medio de ciertos conflictos o reacomodos generados entre los últimos quince años del siglo XIX –tiempo del predominio y decadencia de Ponciano Díaz-, y los primeros diez del XX, donde hasta se tuvo en su balance general, el alumbramiento del primer y gran torero no solo mexicano, también universal que se llamó Rodolfo Gaona.

Fue necesario llegar al extremo de cometer un abuso a nivel empresarial. Fue necesario que la cuadrilla se prestara a aquel riesgo. Fue necesario que uno de los integrantes de la cuadrilla misma, haciendo las veces de “veedor”, eligiera el ganado de una hacienda que contaba con un prestigio menor, a diferencia de otras, asentadas por ejemplo en el valle de Toluca (aunque uno de los encierros lidiados en Puebla perteneciera a San Diego de los Padres y resultara tan malo como el de Santa Ana la Presa, lo cual debe haber sido suficiente motivo para encontrar una salida fácil, contando

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la empresa para ello con toros sobrantes, entonces propiedad del Sr. Manuel González). Fue necesario, en fin, que el festejo, en términos de cotización, se elevara a unos precios de entrada que sólo cierto sector de la sociedad podía pagar. Fue necesario que el pueblo se convirtiese en fuerte material explosivo ante aquellos hechos y que, por tanto surgieran con fuerza inusitada todos los riesgos que se desarrollaron por lo menos en un par de horas en que la tensión pública subió al máximo de sus riesgos.

De lo anterior queda preguntarse ¿por qué procedieron de esa y no otra manera tanto la empresa, los toreros como el público? Por otro lado, la reacción de la prensa: deja ver lo polarizado que estaba el ambiente. Pervivían unas fuertes ideas cargadas de liberalismo que permeaban a buena parte de los escritores que, siguiendo los principios de aquellos postulados, rechazaban el anacronismo del espectáculo, herencia española. A eso, hay que agregar el delicado aspecto de un antagonismo que renacía en la abierta y declarada pugna, que además se hizo pública en declarar ¡vivas! y ¡mueras! a una nación y otra, lo que también tomó por sorpresa a algunas de las publicaciones de carácter taurino que ya circulaban por entonces, y que, a mi parecer, no pudieron resolver el caso sino hasta tiempo después, precisamente a partir del adoctrinamiento que aceleró el curso de las cosas.

El caso, hasta aquí visto, tiene otros tantos trasfondos que obligan hacer nuevas disecciones. Por ahora, este es un primer acercamiento que permite observar, si es que puede entenderse como propósito de mi parte, habernos acercado tanto como fue posible, a las causas y a las consecuencias del mismo.

[1] Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. Ils., fots., T. I., p. 192. [2] La citada y más citada, multicitada empresa de Puebla, estaba representada en la persona del Sr. Joaquín Camacho, quien venía fungiendo con tales propósitos desde años atrás en aquella hermosa ciudad. [3] El Siglo XIX Nº 14709, del 19 de marzo de 1887, p. 1. [4] El Siglo XIX Nº 14710, del 21 de marzo de 1887, p. 3. [5] Op. Cit. [6] El Monitor del Pueblo, Nº 227, del martes 29 de marzo de 1887. [7] Lanfranchi, La fiesta brava en México…, op. Cit., T. I., p. 193-6. © José Francisco Coello Ugalde n Los estudios, artículos e investigaciones del historiador José Francisco Coello Ugalde pueden consultarse en la dirección: http://ahtm.wordpress.com