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Julio Castañeda Blanco Pregón de Semana Santa Coria del Río, Primavera 2004 1 PREGON DE SEMANA SANTA Coria del río, 21 de marzo de 2004 Julio castañeda blanco

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Julio Castañeda Blanco Pregón de Semana Santa Coria del Río, Primavera 2004

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PREGON DE

SEMANA SANTA

Coria del río, 21 de marzo de 2004 Julio castañeda blanco

Julio Castañeda Blanco Pregón de Semana Santa Coria del Río, Primavera 2004

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A todos mis seres queridos: los que disfrutan de Jesús y María en el cielo,

los que todavía por esta vida caminan, los que aún están por llegar;

porque sin sus enseñanzas, inspiración, cariño, ilusión, apoyo y confianza;

me habría sido imposible pregonar la Semana Santa de mi pueblo. Y muy especialmente a María, mi novia;

a María Pepa, mi hermana; a Julio, mi padre;

y sobre todo a María Pepa, mi madre. Os quiero a todos, gracias.

“El Señor nunca te va a poner allí donde su brazo no pueda sostenerte”

María Colomo Sánchez

“¡Hoy puede ser un gran día!” Carmen Campos Blanco

Julio Castañeda Blanco Pregón de Semana Santa Coria del Río, Primavera 2004

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PREFACIO: LA SEMANA DE LA PRIMAVERA

PRESENTACIÓN

I. LA SEMANA MÁS LARGA

II. EL MÁS BRILLANTE DÍA EN LA VIDA MORTAL

DEL SALVADOR

III. EL CARMELO PODER DE JESÚS LLEVANDO LA

CRUZ A CUESTAS

IV. EL GRAN SACRIFICIO DEL CALVARIO

V. MARÍA, MADRE DE DIOS Y MADRE NUESTRA

VI. ¡HE AQUÍ EL HOMBRE!

VII. EL CÁLIZ QUE EL PADRE DIO DE BEBER AL HIJO

VIII. DONDE ENCONTRAR A JESÚS Y A MARÍA

IX. ANUNCIAMOS TU MUERTE

X. PROCLAMAMOS TU RESURRECCIÓN

(El día más grande en nuestro sabio pueblo)

XI. NUESTRA SEÑORA DE LA SOLEDAD

PREFACIO:

Julio Castañeda Blanco Pregón de Semana Santa Coria del Río, Primavera 2004

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LA SEMANA DE LA PRIMAVERA

Coria, la villa elegida, la sabia, orgullo de tantos como nacimos y cobijamos bajo su mariano amparo.

Tierra iluminada por la estrella de María la Nazarena, que a orillas del

gran río árabe, espera ansiosa la llegada de la estación más bella. Y para tal ocasión, mi querida villa coriana elegantemente se prepara.

En sus pequeños y fuertes pies, zapatitos de fresco y verde campo, con

rojas lazadas de amapolas. Para engalanar su finísimo talle, el hermoso traje blanco de cal blanca, de

sus casas más añejas.

Con la luz clara de la amanecida, se maquilla dulcemente, las mejillas de su bonita cara.

Como suave perfume, el fresco aroma, que exhala el azahar en flor de los

naranjos de sus calles y plazas. De su atusado cabello prendida, una roja rosa apasionada, en forma de

oración cristiana y mariana. Y bajo un cielo azul inmaculado, y a orillas de la bética ribera, sale Coria

del Río, a recibir con los brazos abiertos, a la enamorada primavera. Hoy la primavera llega a nuestra tierra, como cada veintiuno de marzo, y

lo hace, arropando de fresca brisa mañanera, los alocados y nerviosos gorjeos de gorriones y vencejos cofradieros, que suenan a corneta, en el aviso de una marcha costalera, anunciando lo bonita que estás Coria, cuando te engalanas de primavera. Coria, villa elegida y sabia; de soleados amaneceres, y azules e interminables atardeceres con la venida de la estación primera.

Eres villa centenaria, cristiana y mariana; dueña y señora de puntiagudas espadañas soleaeras y cruceras, que señalan siempre hacia la sabia estrella marismeña y rociera.

Eres villa patriarcal y pescadora, que estriba en San José por el alto olivar del Aljarafe; y Carmela de un poderoso río, que en su cauce es navegable.

Eres villa triunfante y cautivadora, que vela por una Blanca Paloma de

Espíritu Santo, que con ramita de olivo entre sus labios, quiere quedarse por siempre a tu vera.

Julio Castañeda Blanco Pregón de Semana Santa Coria del Río, Primavera 2004

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Coria, eres así, villa rebosante de primavera, donde es más azul el azul del cielo, donde la luz blanca es mas blanca, donde la primavera es más guapa. Has sido tu capricho de tantas y tantas razas, árabes, fenicias, romanas; y por encima de todo eres cristiana, humana y sabia, por eso me quedaré siempre a orillas de tu hermosa ribera.

Y me quedaré Coria, para guardar tus tradiciones como oro en prenda,

porque hasta una hermosa leyenda cuenta, que por ser leyenda no es menos cierta, la misma Virgen María paseo con San Lucas patrón por tu mariana ribera, sin dejar alegremente de suspirar ¡lo bonita que estás Coria, cuando te engalanas de primavera!

CORIA, hoy por fin te vistes de primavera, llevas traje estampado de azahar y geranio, y paseas cogida de la mano de un niño vestido de servidor de librea. Aires cuaresmales rebosan tu fresca mañana de sueños capiroteros y costaleros que desean decirte te quiero por guapa, mariana y coriana. Por tus calles efluvios de amor cristiano, por donde María paseo según la leyenda cuenta para quedarse a descansar de vida tan cruenta al recibir tanto amor y tan coriano.

CORIA, hoy por fin te visita de nuevo la primavera, y como chiquilla bonita y coqueta, te engalanas de Domingo florecido, y acudes hasta aquí con paso gracioso y fino. Vienes desde tu balcón al Guadalquivir para asomarte frente a este atril, donde un joven rociero y soleaero hijo tuyo tímido y torpe pero lleno de orgullo, quiere pregonar a los cuatro vientos y aún a riesgo de quedarse sin aliento que tu Semana Santa, por cristiana, humana y sabia, resucita al Redentor cada Domingo de Pascua.

Julio Castañeda Blanco Pregón de Semana Santa Coria del Río, Primavera 2004

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Ilustrísimo Señor Vicario Episcopal de la Zona Oeste y Párroco de Santa María de la Estrella. Excelentísimo Señor Alcalde de Coria Del Río. Reverendo Señor Párroco de San José. Señores Hermanos Mayores. Comisión de Hermandades de Penitencia de Coria del Río. Señor Presentador.

Hermanos y Hermanas Todos. Coria del Río.

Julio Castañeda Blanco Pregón de Semana Santa Coria del Río, Primavera 2004

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I. LA SEMANA MÁS LARGA

Aún no has llegado, y ya sueño contigo. No sé como serás, pero ya te conozco y amo. Supe que algún día conmigo estarías, cuando una invernal noche sevillana del año dos mil, vi a la más bella y guapa mujer para la que tú eres todo, y se desde ese día, que llegaría el momento en que en mis brazos te tendría.

Hoy quiero coger por primera vez tu suave y delicada mano, para llevarte

a pasear por las calles de nuestro pueblo. Y lo haré, con el único pretexto de contarte la manera que tenemos los corianos, como tú y yo, de vivir la semana más larga del año. La semana que se inicia con un triunfal Domingo de blancas palmas y verdes ramas de olivo, y a la que pone colofón un luminoso, grandioso y glorioso Domingo de Resurrección; la semana donde celebramos el Misterio de la Vida, el Misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección del Hijo de Dios hecho hombre.

El paseo que hoy vamos a comenzar sólo tiene un camino, el de la fe en Dios; Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y el pilar donde reside nuestra cristiana fe hijo mío, ese pilar del edificio santo donde reside nuestra cristiana fe, está en Dios lleno de amor y vida, y en su bella y Santísima Madre y Madre nuestra.

Por ello, nuestra fe ha de estar basada en amar a Dios con todo nuestro

corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente, con todas nuestras fuerzas; lo que significa amar a nuestro prójimo como a Dios y a nosotros mismos.

Y este camino de fe que hoy emprendemos, tiene un espacio físico por donde recorrerse, Coria del Río, nuestro pueblo. En esta ribereña villa de la que eres hijo, este sabio pueblo por donde daremos nuestro primer paseo juntos, es la tierra donde he nacido y me he criado.

En esta tierra, a través de mis padres, tus abuelos, corianos de pro y fuente inagotable de amor, he aprendido a creer en Dios y en su Madre, a amarlos, a sentirlos, a rezarles, incluso a hablarles, a veces, muy bajito, casi en silencio; otras llamándolos muy fuerte, casi a gritos. Y lo he hecho y hago, como lo que soy y me enseñaron a hacerlo, como cristiano y como coriano.

Esta larga semana, que por primera vez juntos recorremos, nos hará afianzar nuestra cristiana fe, permitiéndonos admirar las bellas imágenes de Jesucristo y su Madre iluminando de amor cada rincón de nuestro ribereño pueblo.

Y viviremos plenamente este paseo, sabiendo y entendiendo que Dios nos envió a su Hijo para nuestra salvación eterna. Y su Hijo, no es otro que Jesús el Nazareno, Él que domina la historia.

Él que entra triunfante en la coriana Jerusalén sobre un pollino que nadie montó antes.

Julio Castañeda Blanco Pregón de Semana Santa Coria del Río, Primavera 2004

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Él que sobre un manojo de benditos espárragos y a la sombra de un joven olivo, fue traicionado y cautivo.

Él que emana paz, cuando en su patriarcal barrio, al pueblo es

presentado. Él que lleno de inmenso poder, carga con la pesada cruz donde será

ejecutado. Él que es injustamente crucificado hasta la muerte, por tener un corazón

inmaculado. Él que lleno de soledad, en urna de plata, cristal y amor será santamente

enterrado. Y Él que por obra del Espíritu Santo, y para mayor gloria, al tercer día de

su muerte, resucitará.

Así es Jesucristo en Coria del Río, el hijo de Dios hecho hombre, y es hombre y coriano como nosotros, es nuestro hermano, y lo es, además de por la voluntad del Padre Supremo, por la función materna de María la Nazarena.

Ella, de reojo y discretamente, admira la entrada triunfante de su hijo en nuestro pueblo, esperando algún día acompañarle.

Ella, cautivadora de amor, fue bautizada con él más dulce y blanco nombre, que con sólo nombrarlo, María, ya sobran todos los pregones.

Ella, esperanza llena de gracia, enamora al Patriarca Bendito San José y a

su barrio, saliendo con ellos a pasear por sus callejuelas cada Martes Santo. Ella, en nuestro pueblo, es en verano madre marinera y en cuaresma

lleva una cruz a cuestas; Ella para nuestra familia es Carmen, hijo mío, Ella para nosotros, es amor y vida.

Ella, llanto sereno y crucero, fue sin pecado original concebida, haciendo

de sus entrañas, inigualable templo y sagrario del Hijo de Dios hecho hombre.

Y Ella, Ella es la primera Sierva de Dios Padre, Virgen de la Soledad la llaman. Ella nos anuncia su más amarga pena y nos proclama su más gloriosa alegría. Ella es Reina que su eterno amor nos regala, Ella es la mirada del triunfo de la vida, Ella es la Virgen María, Ella es nuestra Madre Santa, Ella es la Virgen de Soledad y en Coria del Río, así la llaman.

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II. EL MÁS BRILLANTE DÍA EN LA VIDA MORTAL DEL SALVADOR

“No temas hija de Sion; mira que viene tu rey

montado en un pollino de borrica.”

Por fin termina la larga espera hijo mío, y el día más brillante en la vida

mortal del divino Salvador, llega hasta todos los corianos y corianas. Radiante y anhelado Domingo, donde nuestro pueblo reconoce

públicamente, que el Mesías llegó al fin, para inundar de amor a todo un pueblo, que lo busca para encontrarlo, a horcajadas sobre un joven pollino, en la capillita que en antaño, sirvió para dar la bienvenida al Pueblo de Dios a tantos niños y niñas corianos.

Y hasta Él nos acercamos, para encontrarnos con su amorosa regencia. Sencillo y modesto rey lleno de amor, llamado a gobernar nuestras corianas almas, a procurarnos los bienes eternos, y a hacer reinar con Él, a aquellos a quienes la caridad somete bajo su imperio.

Y mi pueblo cristiano, por entero lo aclama. Riada de corianos y corianas,

que hasta sus plantas llegamos con blancas palmas y aceituneras ramas de olivo en las manos, para reconocerlo como Hijo y enviado de Dios, y recibir su santa bendición.

Ya van dos Semanas Santas admirando su sencilla pero triunfante entrada en Coria. Y cada vez, su mirada esta más alegre, al verse rodeado de ese enjambre de pequeños corianitos, que lo aclaman con vivarachas ramitas de verdes olivos, demostrando el cariño que le tienen.

Y es que, con solo mirar la coriana imagen de Jesús a lomos del humilde pollino, a este pueblo le basta para saber y entender la grandeza que posee el Cristo de la Borriquita.

Con sólo mirarlo, los cofrades corianos sabemos que la entrada triunfal

de Jesucristo en Jerusalén no es fastuosa ni como muestra de vanidad; tampoco al montar un pollino joven es indecorosa y ridícula.

Los cofrades corianos, con solo mirar la imagen del Señor de la

Borriquita, sabemos que la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén es muestra de sencillez, modestia y candidez.

Sencillez, en su bendita mano derecha, la que bendice a corianos y corianas, ansiosos de recibir al Hijo de Dios en su llegada triunfal a las calles de nuestro pueblo, mientras nos enseña a creer en el amor y no en la fuerza.

Modestia en su firme mano izquierda, al llevar las riendas que conducen

al pueblo cristiano de Coria, que como su joven pollino, necesita que lo guíen por la senda verdadera, la que nos hará vencer cuando pensemos que la derrota nos acecha.

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Candidez, en su contemplativa y tierna mirada a tantos corianos y corianas, que esperan con anhelo, ver a Dios pasear triunfante por las calles de nuestro pueblo, anunciando su efímera muerte y proclamando su eterna resurrección.

Sencillez, modestia y candidez, en las manos del Señor de la Borriquita. Sencillez, modestia y candidez, en su humilde y regente mirada; la que

transmite al coriano, un nuevo realce a la gloria del Salvador. Extraordinarios honores y alabanzas, impropios de la brillantez que

rodea a los reyes de la Tierra. Extraordinarios honores y alabanzas, por el alto aprecio y veneración,

que profesan tantos jóvenes cofrades corianos a su Salvador. Así admira nuestro pueblo, cada Domingo de Ramos, la triunfante

entrada de Jesucristo por sus calles.

Tarde de Domingo de Ramos en la ribera del Guadalquivir, pórtico sin par para nuestra Semana Santa, momento en que el Señor de La Borriquita pasea por Coria su cristiana regencia; haciéndonos ver con su especial sencillez, modestia y candidez, que sólo son ricos y sabios, los que verdaderamente le conocen, aman y siguen con el alma llena de sencillez, modestia y candidez.

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III. EL CARMELO PODER DE JESÚS LLEVANDO LA CRUZ A CUESTAS

“Jesús, con la cruz a cuestas,

marchó hacia el Calvario, llamado en hebreo Gólgota.”

El poder de la fe cristiana de nuestro pueblo hijo mío, se cobija en el

interior de una pequeña capilla, ubicada dentro del templo parroquial de Santa Maria de la Estrella. Una capilla donde una morada túnica se funde con un marrón escapulario.

Y desde allí, cada Miércoles Santo, ese bendito poder visita las calles de

nuestro pueblo, renovando y sanando aquellas heridas que haya sufrido nuestra fe.

Esa es la causa, por la que cuando la noche del Santo Miércoles empieza a

hacer acto de presencia, en la Plaza de Santa Maria de la Estrella se vive un hervidero especial.

Y nadie necesita preguntar que es lo que pasa, porque la noticia corre de boca en boca, porque todo mi pueblo, se dirige ya hacia la plaza de la patrona, para observar la grandeza que anuncian tres secos golpes de guante blanco nazareno, en el portalón grande del Templo.

Y por fin, aparece la poderosa imagen de un hombre, que infunde a todo

aquel que la observa, los más piadosos sentimientos. Al ver a Jesús llevando la cruz a cuestas, Coria entera siente en su interior

un sincero arrepentimiento por las ofensas que hacia Él hayamos cometido, porque son nuestros pecados los que hacen tan pesada la cruz que Jesús del Gran Poder carga.

Coria entera, se entristece de ver al Maestro como sufre tanto; Coria

entera, se humilla por su debilidad ante tan grandioso y bendito poder. Pero Coria entera, al ver a Jesús del Gran Poder llevando la cruz a

cuestas, no puede más que clamar al cielo ante tanta fuerza para soportar tan pesada carga; ante tanto amor para consentir ser ejecutado para la salvación de todos.

Y buscamos a Jesús del Gran Poder, lo buscamos pues en Él encontramos fidelidad, fe y apoyo. Lo buscamos rezando con los ojos cerrados, para que nuestra oración desvele lo mejor que cada uno de nosotros quiere ofrecerle.

Y cuando queremos gritar su poderoso nombre, nos damos cuenta que

está dentro de nosotros y que con Él nos identificamos plenamente.

Julio Castañeda Blanco Pregón de Semana Santa Coria del Río, Primavera 2004

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Y cuando abrimos los ojos, nos encontramos con Ella: Virgen Carmela y Poderosa. Devoción de nuestro pueblo coriano; en cuaresma y en verano; de penitencia y de gloria; viendo a su hijo con la cruz a cuestas y niño marinero sobre su regazo.

Dicen, que fue el azar la causa de que la imagen de la Virgen del Carmen hasta Coria llegase, cuando hijos suyos, buscando a su poderoso Hijo, con Ella se encontraron. Pero Dios no hace las cosas por casualidad. Si corianos carmelos abrieron sus ojos tras una bendita oración, buscando a su hijo para encontrarlo, es porque a Ella la hallaron primero.

Y en su sencilla hechura, todos los carmelos y corianos vemos un

compendio de modestia y candor.

En Ella encontramos la dulzura de la cruz de Cristo, una cruz suave y liviana, no como la que Él cargó, desbordada por los pecados del mundo.

Que sencilla es la belleza de la Virgen del Carmen, siempre me he embelesado, cuando sobre su paso la llevan corazones carmelos.

Corazones consagrados al suyo, que lo único que quieren, es aliviar el peso del dolor que su marinera cara nos trasmite.

Ese dolor, que nuestro pueblo coriano ve por entero en su compungida

barbilla, y en esos deslumbrantes ojos interminablemente abiertos. Expresión en su hermosa cara, señal de su fuerza y poder, que consigue

que aguante todavía sin soltar una lágrima, pese a ver a su Hijo camino de la muerte. Señal de su fuerza y poder, que la hace ser Estrella del Mar que guía a nuestro pueblo en su eterno navegar.

Y si Coria busca a Dios a través de su carmela Madre, por medio de Ella

nos busca Dios a nosotros.

Jesús el Nazareno, el de Gran Poder lleno, el de la entreabierta boca, y de ella un suspiro se escapa, llamando a corianos valientes y marineros que sean capaces de soportar una dura y pesada carga. Y nos busca con su mirada, para encontrar fe y esperanza en un pueblo que escucha atento sus palabras: “Él que quiera ser mi discípulo, que lleve con paciencia su cruz, y que me siga”.

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Habrá algunos que la arrojen, otros que la lleven murmurando, otros que la llevan con tanta cobardía que apenas del suelo la levantan.

Pero la carmela Coria es osada, y lejos de arrojar su cruz, sin murmullos, desde el suelo al cielo la levanta, llevándola en costalera chicota, con generosa y valerosa alegría, a los sones de marchas de tambor y corneta y delante, Él, nuestra referencia y cruz de guía, Nuestro Padre Jesús del Gran Poder. Al que nuestro pueblo, lleno de fe, lleva hasta la cuesta del Convento. Eterna chicota de amor costalero adornada de juveniles cornetas y tambores corianos. Y Jesús del Gran Poder, busca la mirada de su Madre Carmen, reclamándole lo mismo que le reclama a este ribereño pueblo: fidelidad, fe y apoyo.

Y su Madre, consciente de que en Ella se apoya el Hijo de Dios, sostiene el dolor humano de su Hijo, resistiendo el peso de Dios, que necesita la ayuda de un ser humano. Porque Ella es la Virgen Marinera, que con escapulario marrón en la mano, soleaeros y carmelos encontraron, cuando a un poderoso hombre andaban buscando. Ella es la flor del israelita Monte Carmelo, viña florida y esplendor de un coriano cielo, que tiñe de color morado la túnica nazarena del Miércoles Santo. Porque Ella no puedes ser otra, que la Virgen del Carmen, hijo mío, la más bella flor que Coria halló cuando con los ojos cerrados a Jesús del Gran Poder estaba rezando.

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IV. EL GRAN SACRIFICIO DEL CALVARIO

“Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu.

Y diciendo esto, e inclinando la cabeza,

entrego su espíritu.”

Calle San Juan, inicio de la otrora cuesta ahora escalera del Cerro del Bautista. Interminable escalinata de treinta tres escalones, que culmina en la Ermita de quien bautizó a Cristo. En su interior hijo mío, un aroma especial, silencioso; un aroma a iglesia añeja y austera; un aroma que traslada a quien la visita al arte mudéjar.

Aroma que te prepara para la fuerte impresión que te causará la imagen

de Jesús de la Vera Cruz, el crucificado de nuestro pueblo, que desde su centenario retablo, te hará sentir dentro de tu corazón, el gran sacrificio del Calvario.

Sin embargo, tan fuerte impresión será dulcemente consolada, cuando vuelvas tu mirada a la izquierda, para encontrarte con la luz celeste del más limpio y puro llanto, en la cara de la azucena gitana más guapa de nuestro pueblo. En el Cerro Alto, en la cima de la Coria antigua, es donde contemplamos a Jesucristo Crucificado. Esto sucede cada Jueves Santo; cuando una luna que roza la perfección esférica, preside el cielo ya oscuro y negro de la noche coriana; cuando la suave brisa primaveral se acuesta, para levantarse cierto tenebroso viento; cuando un silencioso escalofrío, roto por un inquietante doblar a duelo de una solitaria campana, recorre una escalera de treinta y tres escalones. Es entonces, al verlo atravesar la puerta ojival de su Ermita, cuando en nuestro pueblo sabemos, que Jesús de la Vera Cruz ha muerto.

Aparece colgado en la cruz, tendiendo a su limpia y pura Madre sus brazos, buscando en un imposible abrazo, el socorro que sólo una madre puede dar.

Con su divina cabeza sobre el lado derecho de su pecho, descansa por fin

del suplicio al que ha sido sometido. Y Coria entera se postra ante la adorable imagen de Jesús de la Vera Cruz, crucificado y muerto. La admira con tierna piedad; le dirige fervorosos e inmaculados votos; la posee con confianza en su corazón; la abraza afectuosamente; porque Coria entera contempla, iluminada por la fe, el gran sacrificio del Calvario. Pero nuestro pueblo, también busca en Jesús de la Vera Cruz la esperanza de la vida. Y la encuentra cuando vuelve la mirada hacia la pura y limpia Virgen María, que con su manto esmeralda, nos envuelve en un halo de esperanza, para desvelarnos nuestra salvación eterna.

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María, sin pecado original concebida, dogma de cristiana fe, el cual declara que por una gracia especial de Dios, María Santísima fue preservada de todo pecado desde su bendita concepción.

En nuestra tierra, esta oficialidad ya era oficiosa; porque no podía ser de otra forma. Porque esta tierra, mariana por excelencia, desde tiempos remotos entendió, que desde el preciso momento, en que Dios creó el alma de la Virgen y la infundió en la materia orgánica procedente de San Joaquín y Santa Ana, María quedó preservada de toda carencia de gracia santa.

Hace ya siglo y medio de la proclamación de su celeste dogma, y por ello Madre sin mancha, te felicito; y también quiero felicitar a tu pueblo y a tu hermandad del Cerro, porque hace ya cincuenta años, nos trajeron la más bella cara gitana y morena. Esa tez calé, que se hace más bella si cabe, sobre su verde y oro paso de palio cuando avanza con firme andar costalero a los sones de una sublime estrella.

Y sobre nubes de elegantes gladiolos aparece la Virgen del Cerro, esas

flores infinitas, que impiden ver la bella orfebrería de los elegantes respiraderos dorados y plateados de su paso.

Y elevo la vista, encontrando en la vanguardia de la calle central de su

blanca candelaria, la efigie de mi amada Virgen Rociera. Para proseguir sorteando el laberinto formado por su luminaria cerería,

donde logro admirar el finísimo talle de su inmaculada y graciosa cintura. Y como el humo de las velas de sus candeleros, sigo alzando mi vista,

admirando la hermosura humana en la confección del rostrillo que recorre la tez morena de la más bella flor, que habita en las encaladas casas del Cerro Alto.

Para finalmente, deslumbrarme con la luz celeste de su hermoso y

sosegado llanto, seis cristalinas lágrimas, que enjuagan su morena cara y disimulan el dolor plasmado en sus asombrosos ojos.

Y de nuevo, un Jueves Santo más, en el centenario Cerro de San Juan, se

revive el gran sacrificio del Calvario. Acto redentor de Cristo que reconcilia al coriano hijo prodigo con Dios Padre. Donde Jesús de la Vera Cruz, se entrega por todos nosotros en un monte de ensangrentados claveles rojos, haciendo que Coria entera entienda al fin, el gran sacrificio del coriano Calvario, el Misterio de la Vera Cruz, el amor del Padre por sus hijos e hijas.

Y ante las plantas de Jesús de la Vera Cruz, recibimos a nuestra Madre,

Concepción Inmaculada, mezclándose lágrimas corianas con sangre divina, haciendo brotar un manantial de amor que vincula para siempre a Dios con el coriano.

Y si bello es ver sobre su paso de palio a la Virgen Pura y Limpia, más bello es el ejemplo de amor y fortaleza que da, al estar junto a la cruz donde su Hijo encuentra la muerte.

Julio Castañeda Blanco Pregón de Semana Santa Coria del Río, Primavera 2004

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Desde su alto y hermoso paso, nos enseña a amar generosamente a todos nuestros hermanos que sufren. Y nos acoge en su celeste regazo, haciendo que la recibamos como Madre en nuestra casa, para que así se cumpla la última voluntad de su Hijo:

“¡María Pura y Limpia, ahí tienes a tus corianos hijos e hijas; corianos y corianas, ahí tenéis a vuestra Inmaculada Madre!”.

¡Que bello resulta al fin entender el Gran Sacrificio de amor que cada Jueves Santo se repite en el Calvario del Cerro Alto!

Julio Castañeda Blanco Pregón de Semana Santa Coria del Río, Primavera 2004

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V. MARÍA, MADRE DE DIOS Y MADRE NUESTRA

Hijo mío, durante el trascurso de nuestro paseo por esta larga semana,

así como durante el resto de nuestras vidas, hemos de tener presente siempre, la permanencia en el corazón y el alma de una carmela, inmaculada y sola mujer, que con su dulcísimo nombre, María, inunda de gracia y esperanza el rosario que el rocío de la estrella de la mañana derrama. Pero además, en tu corazón has de reservar un lugar privilegiado junto a nuestra Madre celestial, para quien te trajo al mundo, para quien es tu madre en la Tierra, para quien como la Virgen, de bondad y belleza está llena, y que hasta por llamarse, se llama de la forma más bella, María.

Y teniendo siempre presente el amor de María por Jesucristo y por nosotros mismos, tomaremos con confianza sus bellas manos, y acompañados por Ella, continuaremos recorriendo nuestra senda.

María, Ella es el medio, a través de Ella vino Jesucristo a nosotros. Y es que Dios, quiso que una mujer de extraordinarias cualidades, contribuyese a dar vida a su hijo en la Tierra, cumpliéndose de modo eminentísimo en la Madre de Jesús y Madre nuestra, haber dado al mundo la vida misma que renueva todas las cosas. No existe otro salvador que Jesús el Nazareno, concebido y nacido del bendito vientre de María por obra del Espíritu Santo.

Y por medio de Ella, hemos de llegar nosotros a Jesucristo. Ya las palabras del Santo Padre Pablo VI nos los pronuncia: ”Si queremos ser cristianos, debemos ser marianos”. Estas palabras, son bien entendidas por todos los cofrades corianos, y no perturbamos los datos del designio salvador del Padre, para no desprender el fruto bendito de la Raíz Santa, para no separar la palabra eterna del regazo que la acogió y del corazón que la conservó.

Coria es mariana, con nuestra forma de ser y entender nuestra fe lo expresamos. Y lo hacemos sabiamente, sin falsos sentimentalismos e hipócritas golpes de pecho. Somos marianos porque en María la Virgen creemos, en Ella tenemos fe y a Ella queremos como lo que es, nuestra celestial y Santa Madre.

Porque los hijos de este pueblo, los que verdaderamente son cristianos y profundamente marianos, saben y enseñan a sus generaciones futuras, como yo hago contigo, que Virgen María no hay más que una, y que por casa tiene el cielo entero.

Y ten siempre presente hijo mío, que no importa con que nombre la llamemos, porque cualquiera de ellos se le queda pequeño. Y no importa como nos imaginemos su hermosa cara, porque no hay en la tierra imaginación para su infinita belleza.

Julio Castañeda Blanco Pregón de Semana Santa Coria del Río, Primavera 2004

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Sólo aquellos que son dignos de subir al cielo, son los que conocen su verdadera cara.

Esa carita, que ningún poeta en la tierra podrá describir; esa carita, que ningún imaginero en la tierra podrá esculpir; esa carita, que ningún pintor en la tierra podrá jamás en un lienzo plasmar. Esa carita, que sólo lograremos admirar una vez que junto a Ella estemos en el cielo. Pero Coria, cuando a María en el cielo le reza, la llama de muchas

maneras, y todas a cual más bella. Sus corianos nombres, son sentidas oraciones y elogios que un sabio pueblo ofrece a la Santa Madre de Dios.

Estas distintas formas de llamar a la Virgen, afianza la cristiana fe de los

corianos, pues en ella y en sus distintos nombres, encontramos el verdadero camino para llegar a Nuestro Señor Jesucristo.

Y cuenta la leyenda, que hasta Coria del Río llegó la Madre de Dios. Cuentan que tras la resurrección de su Hijo, hasta estas centenarias tierras vino, acompañada de San Pablo y San Lucas, nombrando al segundo Patrón de nuestra villa. Y narran que en mi pueblo derramo su impronta y carácter, plasmándolo en cada una de las devocionales imágenes que de Ella tenemos en nuestra tierra, legándonos este presente, con la única obligación de transmitir a los futuros hijos e hijas de Coria, el sincero amor que en esta bendita tierra, sentimos por Ella.

Dicen también que esta leyenda no es clara, que está algo alterada y

difusa, que es poco probable que esto sucediera. Los corianos no decimos nada, preferimos creer, tener fe, y pensar que algo tan bello tiene que ser cierto, que semejante presente debe estar en nuestros corazones guardado. Por ello, sólo lo mostramos en contadas ocasiones durante el año, y lo hacemos, para que las corianas generaciones futuras, descubran pausadamente, el secreto mejor guardado en los corazones de los cofrades corianos.

Y si estuvo o no María con nosotros, tampoco importa, Coria la ama de igual forma, porque lo que si está claro, es que su hermoso manto nos arropa todos los días del año, velando por todos nosotros y recogiendo en su regazo en el momento que los necesitas, a aquellos corianos y corianas que tanto ama.

Julio Castañeda Blanco Pregón de Semana Santa Coria del Río, Primavera 2004

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Y cuando hasta el cielo llegan asidos a sus delicadas manos, los hijos e hijas de esta elegida villa, la llaman Rosario para dedicarle una interminable letanía de amorosos piropos.

La llaman Estrella, por ser guía y patrona de esta tierra.

La llaman por su Dulce Nombre, ese que ilumina de luz blanca, el espíritu de los corianos y corianas.

La llaman Mujer llena de Gracia y Esperanza, porque en su vientre, se concibió el hombre que nos salvaría. La llaman Carmen, por ser salvaguarda de las almas que en el coriano Guadalquivir trabajan. La llaman Concepción Inmaculada, por estar siempre libre de toda mancha. Y mi familia, en el cielo y en la tierra, le llama Rocío y Soledad por igual.

Mi abuelo Julio, desde su educada discreción, le llama Rocío y Soledad, cada vez que mi abuela Felipa, con su infinito tesón, aún conserva fuerzas para llegar hasta su altar para encenderle una vela. Mis abuelos Francisco y Pepa, le llaman Rocío y Soledad, porque Ella, cada Lunes de Pentecostés al Espíritu Santo de su mano trae; y porque su nombre significa eterno amor y compañía para toda nuestra familia.

Mi tía Carmen, le llama Rocío y Soledad, por ser el sueño de una mujer hermosa y buena como Ella, que por su amor, entrega y fe, es modelo de conducta a seguir por todos aquellos que tanto la queremos.

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Y mi primita Carmen, dulce ángel que hace tan poquito tiempo, cogida de su mano al cielo se llevó, también le llama Rocío y Soledad. Porque su amor por Ella lo repartía por igual, en la marisma y en la plazoleta de la palmera, vestida de reina y de pastora, de negro oro y rojo glorioso.

Y estoy convencido, que por ese bendito amor que dedicaba a la Madre de Dios, y porque su madre, mi tía Carmen, a la misma Virgen se lo pediría, en su bendito regazo recogió a mi primita, para que llenase el cielo y su nombre con su eterna y contagiosa sonrisa repleta de vida, alegría y bondad, haciendo que no haya nombres más bellos para llamar a la Virgen María, que Rocío y Soledad.

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VI. ¡HE AQUÍ EL HOMBRE!

“Salió pues Jesús llevando una corona de espinas y un manto de púrpura,

y Pilato les dijo: ¡Ved aquí el hombre!”

Proseguimos nuestra coriana senda hijo mío, y callejeando entre santos y

toreros, daremos con el templo parroquial de nuestro Bendito Patriarca San José. Esposo discreto y fiel de María llena de Gracia y Esperanza, que cada Martes Santo, junto al discípulo amado, y en el coriano barrio que lleva su nombre, nos presenta a su Hijo, al que bautizó con el nombre más ansiado por el mundo: Jesús de la Paz. En nuestro pueblo, cuando se acerca la hora sexta del Martes Santo, Jesús de la Paz es presentado al pueblo en la Plaza de Pedro Romero.

¡Ved aquí el hombre!, Él de paz lleno; la víctima inocente; Él que lava con su sangre los pecados del mundo; Él que pese a tantas humillaciones, conserva el carácter de su eterna majestad. ¡Ved aquí nuestro Padre Jesús de la Paz!, el rey del más alto barrio de nuestro pueblo; Él que en silencio triunfa mientras le juzgan; Él que en silencio vence cuando lo condenan. Hijo mío, ¿cómo alcanzar nosotros esa victoria?. El medio es tener fe en

Él, e imitar su eterna paz y bondad profundamente arraigada en su sagrado corazón.

Tengamos como Él, un corazón lleno de paz, un corazón que concibe un

horror terrible al pecado, un corazón que todo lo sufre con paciencia, un corazón puro y limpio, un corazón bondadoso y pacífico.

Cofrades corianos, seamos como Él y no como el cobarde Pilatos, que aún

sabiendo de la inocencia del Señor de la Paz, no se enfrenta a los injustos. No hagamos como Pilatos, ostentación de poder. Que desgracia y

desesperanza, tener como Pilatos el poder en la mano, y no contar con la correspondiente firmeza, para oponerse a las perversas exigencias, de los que sólo desean la opresión de la inocencia.

Vecinos del barrio del Patriarca Bendito San José: ¡Ved aquí al Hombre!, ¡Ved aquí a nuestro rey!, ¡Ved aquí a nuestro Señor de la Paz!,

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Sabemos que es justo, y por eso no lo abandonamos en crueles y funestas manos.

Coria, con el amado discípulo San Juan a la cabeza, del injusto y parcial juicio le salvamos, para que llene de paz y bondad a todo un barrio, que sueña con la gracia y esperanza de tener la suficiente firmeza, para oponerse a los perversos, a los tiranos, a los injustos, a los desalmados, a los malvados y a tantos y tantos diablos, que tras una sucia y cobarde máscara, condenan tantas inocentes vidas y toman para si tantas almas puras y limpias.

Hijo mío, hermanos y hermanas; seamos como Jesús de la Paz presentado al pueblo.

Jesús presentado a Coria, un pueblo que ansia la paz para todos los

hombres y mujeres del universo; un pueblo que anhela de verdad la paz que Jesús consigo trae.

Seamos como Él, pacíficos y valientes, porque entonces seremos recibidos en el corazón de María, Madre de la Divina Gracia y fruto de nuestra esperanza. Flor más joven de este mariano jardín coriano, donde ha llegado para inundarnos con sus limpias lágrimas de la dicha prometida por su sufrido Hijo.

En la Virgen de San José encontramos el apoyo a ser dóciles a la voluntad

de Dios, y a aceptar en nuestro camino la cruz, con el mismo amor que Ella la ha aceptado y llevado.

La Virgen de San José, es la Sagrada Esperanza, que entre tintineantes varales que le rezan despacito un santo rosario, consuela a un doliente San Juan, que equivocado, cree que es él quien la consuela. Ella es la Reina de la Paz que su presentado Hijo derrama, y que este mundo, equivocado como San Juan, se encapricha en rechazar. Hasta cuando habrá que esperar, para entender que tanta violencia, nos

aleja cada vez más de su limpia belleza. Cuando por fin nos daremos cuenta, de que tanta violencia, nos lleva a la

mayor de nuestras desgracias, haciéndonos perder la esperanza de vivir en paz.

Busquemos en Ella, y en Ella encontraremos la mejor forma de alejarnos de tanta maldad y violencia.

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Busquemos en Ella, y en Ella encontraremos paz y sosiego para nuestros corazones y almas. Busquemos en Ella, y en Ella encontraremos a Jesús de la Paz presentado al pueblo. Busquemos en Ella, y en Ella encontraremos a la Madre de la Divina Gracia y fruto de nuestra esperanza. Busquemos en Ella, y en Ella encontraremos, a María Santísima de Gracia y Esperanza.

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VII. EL CÁLIZ QUE EL PADRE DIO DE BEBER AL HIJO

“La cohorte, pues,

y el tribuno y los alguaciles se apoderaron

de Jesús y le ataron.”

Y del Barrio de San José, al otro extremo de nuestro pueblo. Hijo, nos

vamos hasta el Barrio de la Blanca Paloma. Barrio de casas blancas de cal, que rodean la pequeña y humilde capilla donde descansa el Señor Cautivo. Y junto a Él, cuidándolo y mimándolo, su Madre, la más blanca mocita de nuestro pueblo, que por llamarse de la forma más dulce, se llama María.

Si te fijas bien en el rostro del Señor Cautivo, podrás observar su aparente fragilidad. Y si miras directamente a sus entristecidos ojos, comprenderás que la profecía, hasta tres veces anunciada por Él mismo, comienza a cumplirse.

Ya al Sanedrín lo han llevado, en los maltratos de su dulce cara y en sus poderosas manos atadas lo notamos, y a Coria le duele en el alma esa llaga que en su amoratada mejilla izquierda sangra. Pero al Señor de la Blanca Paloma, lo que más le duele, es verse traicionado, abandonado y cautivo por los que tanto ama.

Amarga traición la sufrida por nuestro Señor Cautivo de la Blanca

Paloma. Traición llevada a cabo por uno de sus doce discípulos. Y aún sabiendo quien cometía semejante villanía, lo perdonó en el momento que instituyó la sagrada eucaristía, invitándolo a participar de la primera consagración del vino y el pan.

Y si fue traicionado por un amigo, por el resto de ellos fue abandonado. Y en Getsemani lo dejaron, solo, traicionado, abandonado, negado, cautivo. Y hay comienza su pasión.

Su dolor, ya por Él mismo preconizado, empieza a sentirlo. Dolor físico,

casi insoportable por el ser humano. Pero por encima de ese dolor físico, a mi Cristo Cautivo le duele el alma por la traición, abandono, cautiverio y negación de aquellos a los que tanto amor profesa.

Y mientras esto sucede, María cae de rodillas. Y llora, y reza con angustia y terror. Sabe de la soledad que embarga a su Hijo, y nota la sangre que corre por la frente del Nazareno.

María puede oír los gritos de los que prenden a su Hijo, siente el traidor beso de Judas en su mejilla, y se estremece ante el abandono que sufre Jesús Cautivo por parte de sus discípulos. Y ni siquiera la compañía de San Lucas patrón, puede consolar la dulce y blanca pena de la Virgen del Dulce Nombre.

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Y en aquel monte lo vemos, cuando avanza firme por la Avenida de Blas Infante. Yo fui dos Lunes Santo costalero de su paso, y en su pequeña, poderosa y nazarena imagen, vi el dolor físico de los primeros maltratos a los que el Señor fue sometido. Pero en su cansado rostro también pude ver ese grandísimo dolor que lleva en el alma.

Fue entonces, al verlo tan dolido, cuando observe como mi pueblo se revelaba contra sus propios pecados. Y en un arrebato que brota en un blanco barrio cada Lunes Santo, vi a mi pueblo gritar en forma de nazarenos humildes y blancos, que no quiere traicionar ni abandonar a su Jesús Cautivo. Y vi como ese blanco barrio marismeño, ansiaba arroparlo y acompañarlo en todo momento, hasta el fin de sus sufrimientos.

Por eso, cada Lunes Santo, este ribereño pueblo coriano de la mano de un blanco barrio, besa fraternalmente en un florido monte de aceituneros olivos al Viejo Esparraguero, para cautivarlo de amor y pedirle, que igual que al traidor Judas, nos perdone y nos invite a participar de la sagrada y eucarística cena.

Y es que este pueblo, lejos de ahondar en la pena de María, quiere

consolarla. Porque Ella es la dulce Madre de Dios Hijo y Madre nuestra, es la dulce Esposa del Espíritu Santo, la que bautizaron hace tantos años con el más dulce nombre, María, que al nombrarlo mejor pregón no puede ser pronunciado.

Y que mejor pregón que decir su blanco nombre, que mejor pregón que gritar su dulce nombre cada día. Dulzura en la compungida expresión de su hermosa cara de niña coriana, al oír la desoladora noticia de la traición y abandono de su bendito Hijo. Dulzura en su triste mirar, cuando bajo un blanco palio camina apresurada tras su hijo cautivo, para sus bondadosas manos desatar. Dulzura en sus apenados ojos, que lloran el principio del sufrimiento de su Hijo; y dulzura en las cristalinas lágrimas que maquillan su joven rostro de niña pura y limpia. Que dulzura tan blanca la de una joven mocita coriana, cuyo nombre más bello para llamarla es María de la Paloma Blanca.

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Que especial celebración cada Lunes Santo, en el humilde barrio de la Blanca Paloma. Barrio coriano, que ataviado con sus mejores galas, invita a todo mi pueblo a la confirmación del bautismo de la Virgen con el más dulce nombre.

Y oficia Nuestro Señor Cautivo de Amor, y como padrino San Lucas Patrón, y en el barrio de la Blanca Paloma se confirma el Dulce Nombre de María. Que no hay pregón más hermoso, que no cabe mayor maravilla, que llenar nuestros labios y oídos con el Dulce Nombre de María.

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VIII. DONDE ENCONTRAR A JESÚS Y A MARÍA

Por todos es sabido hijo mío, que a Jesús y a su Madre Santísima, los

podremos encontrar en cualquier sitio, pues hasta los confines más recónditos del universo llega su presencia. Pero este paseo, si lo recorres con amor y fe, te servirá para encontrar a Jesús y a su Madre en lugares más pequeños, sencillos y accesibles, y podrás notar que allí, su presencia es más fuerte que en cualquier otro sitio.

Busca siempre a Jesús y la Virgen en la pequeñez, la discreción, la

modestia; pues allí hallarás la grandeza de Dios, la indiscreción de mostrar abiertamente nuestro amor por María la Virgen y la presunción de manifestar libremente nuestra cristiana fe.

Y los encontraremos en nuestros corazones y almas, haciendo de ellos, el templo más blanco y nítido, que Jesús y su Madre puedan haber conocido.

En las corianas imágenes de Jesús y su Madre, que por estar en todas

partes, en ellas también se encuentran.

En la calle San Juan, donde cada Domingo de Resurrección, la fe de un niño ciego, se une a la de la cuadrilla de hermanos costaleros soleaeros, para llevar por la calle del Bautista, a la Virgen de la Soledad hasta sus hermanos cruceros; mientras, otro hermano cerrero, contiene sus lágrimas cuando el capataz soleaero y amigo, arría el paso de la Soledad en la misma puerta de su casa, en homenaje y recuerdo a su hermana, coriana y pregonera.

En el emocionado canto de la joven novicia, que tiene como guía para llegar a Dios a su Santa Madre Angelita, y que cogida de la mano de la anciana que cada día cuida, lloran juntas, al ver a su Virgen de la Soledad, como cada Viernes Santo, vuelve a visitarlas.

En la satisfacción de una incombustible mujer, que desde su sencillez y amor a los demás, disfruta de su sueño hecho realidad, en la Residencia de ancianos que lleva el nombre de la Virgen de sus amores. Lugar donde encontrarás a cristos vivos, donde manos marianas, clericales y seglares, sirven de apoyo y compañía a nuestros mayores, esos que tanto amor nos dan y necesitan.

En la corona de oro y amor por los demás, que reconocerá canónicamente

a María Santísima de la Soledad, como reina de todos los corianos y corianas. En la amistad de nuestros amigos, fieras libres e incombustibles, donde la

infinidad de formas de pensar y la diferencia de caracteres, son guiados por el amor fraternal, el respeto y la tolerancia, haciendo nuestras vidas aún más ricas.

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En la sincera admiración y rezo a las sagradas imágenes que en nuestro pueblo procesionan, que mi inolvidable amigo Juan Antonio López González, que Dios sin duda tiene en su gloria, les dedicaba cada Semana Santa. Muchos aprendimos de él a disfrutar de nuestras procesiones, admirándolas con humildad, inocencia y fascinación.

En el fraternal ofrecimiento del sorbo de agua, que el hermano aguaor hace llegar a su hermano costalero, porque ninguno de los dos, quiere que el paso que al Hijo de Dios lleva, se vea jamás sin fuerzas.

En el derroche de arte costalero, cuando la Coria de voz, faja y costal, lleva a Dios y a su Madre hasta el convento, a rendir homenaje a la mejor cuadrilla costalera. La cuadrilla de la eterna chicota, la cuadrilla que forman las Hermanas de la Cruz, la que tiene en el cielo como capataz, a Santa Ángela de la Cruz.

En las estrechas esquinitas, donde Jesús Yacente y su Madre Soledad, se

resguardan de una lluvia de fervorosos y devocionales pétalos de rosa.

En la juventud de nuestra Hermandad, mi Grupo Joven, cristiana e inquieta inocencia, que ya dijo el Salvador que hasta Él los niños y niñas se acercaran.

En el trabajo diario y anónimo de tantos cofrades corianos, que siempre

junto a su Hermandad están, con la única pretensión de hacerla cada día más grande.

En el privilegio de los nazarenos cruceros, al reverenciar en el Templo

Parroquial sus respetos al Santísimo Sacramento.

En los Santos Oficios, eucarística celebración de esta sacra Semana. En la nazarena mirada por un blanco cirio iluminada. En la sobriedad y majestuosidad de los pasos corianos sobre los que

Cristo anda. En la belleza perfecta de nuestros pasos de palio, armonía sin par para

María. En las manos de su camarera, y en las rizadas flores de cera que su paso

lleva.

Y porque Jesús y su Madre están en todas partes, búscalos siempre en la amorosa unión de nuestra familia, que pese a tantos sufrimientos, siempre permanece alegre y unida.

Allí, los encontrarás en la orgullosa mirada de unos padres ante las responsables y cariñosas palabras de la abuela Carmen a sus nietos que por primera vez visten el Viernes Santo, la negra túnica nazarena de la soleaera Hermandad en la que el abuelo Campos fue Hermano Mayor.

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En las miradas primas hermanas, azules y franciscanas, de dos nazarenos penitentes, que tras su Cristo, uno con la cruz a cuestas y otro yacente, piden y rezan por la salud y el alma de tantos a los que aman.

En el nerviosismo y responsabilidad, que las mujeres de nuestra familia sienten al vestir el hábito nazareno, porque también ellas quieren rezar de esta manera tan especial y anónima.

En la carita de la primita Marta, gracias por escucharme Virgen Rociera, gracias.

En el sentir costalero del joven soleaero, que tras una larga espera observando a su primo mayor bajo las trabajaderas soleaeras, al fin comparten juntos, el impagable privilegio de llevar con tanto garbo a Jesús y su Madre.

En la mutua declaración de amor, que tu madre y yo nos hicimos con una mirada el primer Viernes Santo que juntos vivimos. Y que cada año, se ve renovada en esa medallita dorada de la Virgen María, que en la noche del Jueves Santo, tu madre me entrega, para que bajo el paso de la Señora, el Viernes Santo me proteja. En la ilusión, que cada Viernes Santo, tiene tu abuelo Julio por vestir un año más, su túnica negra con botonadura color crema, señal de nazareno veterano y añejo, al que siempre has de preguntar, hacia que lado cae el nudo del blanco cíngulo nazareno que vestimos.

En nuestro eterno recuerdo por la prima Carmen, Coca como desde pequeña le decíamos, que en su corta pero intensa vida, hizo felices a tantos que hasta su lado nos acercamos. Infinita alegría en un corazón, que con su incansable espíritu de lucha, nos demostró a todos la valentía y entereza que hay que tener, para enfrentarse a las duras pruebas que esta vida nos presenta.

Y sobre todo, los encontrarás en la mujer que seco las lágrimas dolorosas de la Virgen de la Soledad en un lluvioso Viernes Santo.

Fue hace muchos años, cuando la Soledad asomó su limpia carita al dintel de la puerta de su capilla, y vio como la lluvia hacía imposible su salida. Y la Soledad lloró. Y lloró por no poder acompañar a su pueblo en el entierro del Señor, y lloró por ver la tristeza y desilusión en los rostros de los corianos que ansiaban pasear por su pueblo de la mano de su Madre. Y la Soledad, no pudo más que volver a entrar en su casa y llorar.

Pero apareció esa mujer que hasta su paso subió, y ante sus plantas se postró. Y muy dulcemente, con un blanco pañuelo de hilo, las lágrimas cristalinas que la Soledad derramaba empezó a secar; y mientras enjugaba esas divinas lágrimas, hasta el oído de la Madre de Dios se acercaba, y muy bajito, para que sólo Ella lo escuchara, esa mujer consolaba a la Virgen de sus amores.

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Y le dijo, que no se preocupara por su pueblo, que ellos con Ella siempre estarían, que jamás la abandonarían, que si llovía, era porque su Hijo, desde el cielo, así creyó que era mejor, y que no éramos quien para contravenir sus deseos, que pronto sería Domingo de Resurrección, y con su hijo vivo, tres eternos abrazos se daría.

Fue entonces cuando la Soledad, ante las palabras de esa coriana, torno

su llanto en sonrisa, y le agradeció haberla acompañado en tan duro trance, prometiéndole que jamás la abandonaría.

Hoy, desde aquí, me permito en nombre de esa mujer, llamar a tu puerta Virgen de la Soledad. Y lo hago, para pedirte que cumplas tu promesa, y la consueles de la pena que la embarga, que le digas muy bajito al oído que estas con ella y que nunca la dejarás sola, porque ella no lo hizo contigo.

Quiero, que sus tristes lágrimas seques con tu blanco pañuelo blanco; que la tristeza de su gesto, la tornes bella sonrisa que ilumine su cara.

Quiero que en su roto corazón, florezca la rosa que siempre perfumó el aire; que su contagiosa risa, sea de nuevo lo que más se oiga en mi casa.

Quiero

que sus trabajadoras manos, no reflejen la dureza de otra perdida;

que en su hermosa cara, se dibuje de nuevo esas ganas de vivir, que siempre con su interminable fuerza me demuestra. Quiero que a su elegante paso, ángeles celestiales la reverencien, y una alfombra roja le dispongan en señal de respeto ante tanta bondad. Quiero Soledad, que a esa mujer nunca dejes sola, porque ella nunca te abandona, porque te quiere hasta la saciedad.

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Y quiero, que tu Hijo Jesucristo tenga siempre presente, que esa mujer en Él tiene una fe inquebrantable. Que esa mujer un Viernes Santo, las lágrimas de su Madre para siempre seco y con dulces palabras su pena consoló.

Y que me perdone por pensar en demasía, que mi madre es al menos, igual de guapa y buena que la suya.

Y desde aquí, quiero que todo el mundo sepa, que esa bella mujer, que hace de la dedicación y el amor a los demás su vida, es a quien debo la mía. Que esa mujer, muy cerca de mí la tengo, velando siempre por su familia, que es también la mía. Y quiero decirle a esa mujer, que con toda mi alma la quiero, que no encuentro virtuosismo en mis palabras para elogiarla, que sólo se decirle que todo a ella se lo debo, que el mayor orgullo que pude en esta vida soñar es ser hijo suyo para tenerla siempre a mi vera. Que tu mayor pecado, Mamá, fue enjugar el divino llanto soleaero y consolar la bendita pena, que un lluvioso Viernes Santo, embargó a la Virgen de la Soledad.

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IX. ANUNCIAMOS TU MUERTE

“...tomando el cuerpo, lo envolvió en una

sábana limpia y lo depositó en el sepulcro...”

Al fin hijo mío, visitamos nuestra casa, la que por zaguán tiene una

plazoleta que se rodea de naranjos en flor, y que en el centro, tiene como vigía, una palmera donde anidan las palomas más soleaeras de nuestro pueblo. Y dentro de nuestra capilla, encontraremos el misterio de nuestra fe, el anuncio de la muerte salvadora de Jesús y la proclamación de su bendita resurrección; siempre admirando la belleza divina humana de María Santísima de la Soledad, nuestra imagen de la Virgen, la que muy pronto será reconocida canónicamente como reina de nuestros corazones y almas, con una corona de amor por los demás.

Aquí reside nuestra Hermandad, la que tiene el privilegio de vivir en su seno cada Semana Santa, el misterio de la venida de Jesús hasta nosotros. El misterio que vivimos todo el año, y que manifestamos como soleaeros corianos cada Viernes Santo y Domingo de Resurrección, dos días tan distintos y dos días tan iguales. La mañana de los Viernes Santos que vivirás, serán mayoritariamente soleadas, de infantiles carreras en la plazoleta, ancianas miradas de emoción, orgullo por tenerlo todo previsto, y nerviosismo porque llegue pronto la hora de ver en la calle a nuestra cofradía; sin embargo, su atardecer y anochecer pueden ser climatológicamente distintos, pero eso lo dirá cada año Dios Padre, tras consultarlo con su santísima y sola Madre. Y la tarde del Viernes Santo al fin llega, el tiempo parece que respeta, y la casa de la abuela María Pepa tiene el ya tradicional trasiego de túnicas negras, capas blancas y costales y fajas perfectamente planchadas. Antes de salir, darás un beso a mamá y otro a la abuela, mientras te repite por enésima vez que tengas mucho cuidado.

Al fin salimos, tú de la mano del abuelo Julio, que te aconseja como has de comportarte en tu estreno nazareno, los demás uno detrás de otro, en silencio.

Antes de llegar a la capilla, visitaremos la casa de la bisabuela Felipa, y de

allí, con tu papeleta de sitio en la mano, entraremos en la capilla de nuestra Hermandad. Los nervios te recorrerán las piernas, al asombrarte con la majestuosidad del paso del Santísimo Cristo Yacente, y con la sublime belleza de un paso de palio, sólo superada por la sin par hermosura de la imagen de Nuestra Señora de la Soledad.

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Y cuando den las nueve de la noche, nuestra Hermandad se echa andar, y al salir, verás, que como hace mas de dos mil años, las señales son inequívocas.

Las tinieblas cubren el cielo coriano volviéndolo rojo plomizo; el incipiente calor de la tarde soleada de la primavera coriana, se va diluyendo; y los más inquietos soleaeros, miran al cielo recelosos y preocupados por esa solitaria nube, que no sabemos a ciencia cierta, si acecha nuestra salida penitencial o simplemente quiere admirarse con ella.

Y como cada Viernes Santo, nos encontraremos con la impresionante imagen de Jesús Yacente junto a su sola Madre; y volveremos a saber, que aún después de muerto, nuestro querido Maestro nos enseña.

María sola al pie de la cruz, esperando que le entreguen a su Hijo muerto.

A Jesús ya no le late el corazón. Y María recibe en sus delicados brazos el cadáver de su Hijo. El torso del

Salvador sobre las piernas de su Madre, el resto del cuerpo yace en un suelo de hojas verdes y claveles rojos.

A Jesús ya no le brillan sus ojos, que aún interminablemente abiertos, María llena de Soledad con sus propias manos tiene que cerrar. Esos ojos, que Ella misma abrió a la vida en un humilde portal de Belén. Esos ojos, que reciben un beso maternal en cada uno de sus párpados, cuando son dulcemente cerrados.

Y todos lloran con infinita amargura; pero María de la Soledad, no derrama ni una lágrima, solo abraza a su Hijo y le besa dulcemente la cara; para posteriormente, hacer a su Hijo esa señal que Jesús a tantos en sus últimos momentos hizo, la señal de la Cruz.

Pero la Soledad de María, aparece con más fuerza cuando la separan del cuerpo inerte de su Hijo yacente para que pueda ser enterrado.

Es entonces, al mirar a nuestro Cristo Yacente, y al ver a su Madre llena de fe, como de Él la separan, cuando puedo ver el sentido de mi camino en la vida, la fe que he de tener en Jesús Yacente, la senda que he de seguir para entrar en el verdadero santuario de mi soledad, para entender que si yo estoy aquí es por que Él yace hay.

Que grandeza posee mi Cristo Yacente; cuanta bondad y amor, al

permitir que la muerte ejerza su efímero poder sobre Él, con el único propósito de salvar tantas y tantas almas.

Cuanto amor derrama Jesús Yacente, cada gota de su sangre, es un infinito y amoroso manantial que inunda cada rincón de este ribereño pueblo. En Él, cada coriano y coriana busca el sosiego y la paz de descansar sobre nubes de amor, para encontrar apoyo donde afianzar su cristiana fe. Así es la serena imagen del Santísimo Cristo Yacente, la que junto a su Madre de la Soledad, nos muestra el verdadero sentido de su pasión y muerte.

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Y cualquiera diría que está dormido, sino fuera por la rigidez de sus poderosas piernas, y preciosas y ensangrentadas manos.

Con sus entreabiertos ojos, hasta parece que aún vive, que su roto pecho

todavía respira, y hasta acerco mi oído a su entreabierta y seca boca, buscando que me diga como he de seguir caminando.

Al fin se eleva su paso, la impresionante mole de oscura madera que el

cadáver de Jesús lleva, inicia su estación de penitencia.

Encumbrando tan majestuoso paso, la belleza orfebre de la plateada y acristalada urna, donde plácidamente descansa Jesús muerto.

Y con el solemne caminar de la mejor cuadrilla costalera, sale Jesús Yacente en silencio a la calle, para que Coria entera reconozca la grandeza de su sagrada imagen, para que soleaeros y corianos vean su roto y ensangrentado cuerpo, pero para que también observen la vida que su hermosa cara refleja.

Y porque su sagrada imagen nos lo dice, sabemos que en el inerte cuerpo

del Señor Yacente no acaba todo, que su muerto cuerpo no es el fin que Él esperaba, que la última imagen que tendremos de Jesucristo no será la de verlo ensangrentado y roto, que su última imagen no será la de la muerte, sino la de la eterna vida de mi Cristo Yacente.

Y para entender el misterio del anuncio de la muerte de Jesús, este

pueblo soleaero y coriano quiere corresponder a tanto derroche de amor, enterrándolo amorosamente cada Viernes Santo.

Los soleaeros de Coria, queremos de su cruz bajarlo, y entre puras y limpias almas amortajarlo. Con el aroma que nuestras virtudes exhala, los hijos de este pueblo queremos embalsamar su santo cuerpo, y reposarlo en la soleaera urna de cristal y plata. Y tapar tan privilegiada urna, con una firme disposición coronada de amor, que prohíba la entrada en nuestro corazón a todo aquello que pueda ofender a Jesús Yacente Y tras enterrar al Señor, mirar a su sola Madre, que es también la nuestra. Buscando en su leve sonrisa, la esperanza de la vida eterna.

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Buscando en la luz blanca de sus hermosos ojos,

la fe de creer en la buena nueva. Buscando en ti, Virgen de la Soledad, el divino consuelo de tu majestuosidad que inunde este pueblo, tres días más tarde, de eterna gloria y felicidad.

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X. PROCLAMAMOS TU RESURRECCIÓN (El día más grande en nuestro sabio pueblo)

“...No os asustéis.

Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado;

ha resucitado,...”

El día que llega hijo mío, es tan largo como la semana que estamos viviendo. Desde el alba, la noticia corre como los cohetes que propagan la buena nueva. Hay repique de campanas, los primaverales gorriones y vencejos cofradieros madrugan de su sueño, y Coria entera se despierta antes de la amanecida, para renovar el sueño de ver a Jesús resucitar de entre los muertos. Este es el día de estrenos en Coria del Río, de pantalón corto y zapatos nuevos que duelen, de saborear el primer helado, y de reunir de nuevo a toda la familia. Y esto y más cosas son así, porque por encima de todo, hoy es el día del triunfo de la vida. Todo comienza con un rumor en forma de tambores, cornetas y cohetes. La algarabía de mi pueblo, ha despertado a la Virgen de la Soledad temprano y de manera inquieta de un dulce sueño, donde a su hijo Jesús veía resucitado.

Pero ¿donde está Jesús?. Nadie aún lo ha visto en Coria. Todo mi pueblo

se acerca por entero a la plazoleta que regenta una alta palmera, para esperar a María, que sale entre soleaeras carreritas costaleras, buscando a su Hijo, pues esta completamente segura de que con vida lo ha visto. Y callejea nerviosa con todo su pueblo acompañándola, para dar por fin con la plaza que ilumina una Estrella. Y allí, por fin encuentra a su Hijo resucitado.

Y María se lanza a los brazos de su Hijo vivo. Hasta tres veces se abraza con Él, siendo el último de ellos eterno. Y la sabia Coria renueva un año más, el rito de la Resurrección de Cristo. La plaza de nuestra patrona la ocupa todo un pueblo, que ansia contemplar la representación terrenal y coriana, del infinito amor de Dios por todos los hombres y mujeres.

Y es que Coria sabe, que la resurrección del Hijo de Dios, es el fundamento sobre el cual descansan las pruebas irrefragables de su divinidad y de la verdad de la misión que le confió Dios para salvar el mundo.

Jesucristo ha vencido a la muerte, y los cofrades de Coria, mejor que nadie lo saben. Al ver la sagrada imagen llena de vida de Jesús Resucitado, cualquier hombre o mujer llega a comprender, que después de la muerte no termina todo.

Cuan bella es la triunfante imagen de Jesús Resucitado, y cuanto sentido

tiene verla sobre su paso. Es el Cristo al que cantó el poeta Machado, Él que sobre el mar camino. Y entre un río de corianos y corianas se abre paso en busca de tres eternos abrazos, con los que rubrica su triunfo sobre la muerte, su eterno perdón a todos los hombres y mujeres, y el infinito amor por su bendita y sola Madre.

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Cristo Resucitado significa tanto para tantos. Ha sido, es y será, sustento de la fe de muchos que estuvimos al borde de perderla. Por ello, a sus extendidas manos nos agarramos con fuerza, buscando luz, esperanza y consuelo. Porque en Jesús Resucitado se muestra, la fe y esperanza de esta villa coriana.

Y cuando esta larga semana toca a su fin, y tras ver a Cristo sobre un joven pollino montado, y en un monte de olivos abandonado y cautivo. Ante un pueblo lleno de paz presentado, y con una pecadora cruz cargado. En lo alto del cerro de San Juan crucificado, y tristemente muerto y yacente en una urna de amor enterrado. Mi elegido y sabio pueblo se ve de alegría y gozo inundado, al ver a Cristo el Domingo de Pascua, día más grande de esta sabia villa, por fin, gloriosamente resucitado.

Julio Castañeda Blanco Pregón de Semana Santa Coria del Río, Primavera 2004

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XI. NUESTRA SEÑORA DE LA SOLEDAD

Hijo mío, y que decirte de Ella. Ni siquiera sé por donde empezar. Sólo alcanzo a decirte, que busques la luz de su mirada al rezar ante sus plantas.

Cada hombre o mujer que la mira siente algo especial, distinto,

extraordinario. A mi me pasa lo mismo. Pero si te digo la verdad, no me atrevo a contarte nada de lo que siento al mirarla, no quiero influir en los sentimientos que te afloraran al admirarla. Además, por más que quiero, no encuentro palabras que puedan explicar de forma bella y exacta las sensaciones que produce mirar a la Virgen de la Soledad.

Ella es la piedad dulce y mariana, en la cual se edifica un espacio santo y una ocasión propicia para la contemplación de la Belleza increada, del esplendor divino y humano y de la obra principal del Espíritu de la Belleza Santa.

En Ella hijo mío, encuentro mi consagración a su Sacratísimo Corazón; mi pertenencia a la Virgen de la Soledad, haciéndome distinguir como hijo escogido, reconociendo su misión maternal sobre todos nosotros, y entregándome a Ella para dejarme guiar, enseñar y moldear por su soledad y su divino corazón.

Porque ya lo dijo Jesús Resucitado: “Que todas las generaciones bienaventurada te llamarán Soledad. Y serán muchos,

los que hasta ti alcemos los ojos desde nuestras propias cruces.

Buscando en tu mirada, el consuelo que nuestras penas ahogue;

implorando a tu divina fuerza, que siempre erguidos nos sostenga;

rezando asidos a tu manos, para que alivies nuestros dolores; encontrando en tu mirada, la fe que nos acompaña”.

Esa es la tarea de nuestra Madre Soleaera, esa es su eterna tarea: la de ser educadora, consoladora y mediadora de todos; la de ser Madre de todos en esta bendita tierra. Porque en el dolorido corazón de la Virgen de la Soledad no cabe la exclusión; que en su herido corazón, no cabe ni el odio ni el rencor. Que de todos cuida, sobre todo, de aquellos que llevan la huella de la cruz de Jesucristo en su cuerpo o en su alma; que sobre todo acompaña a los pecadores, pues no hay mayor soledad que la de estar lejos de Jesucristo, Yacente y Resucitado; que no hay mayor soledad que estar enfrentado con Dios, el origen de la felicidad y de la vida.

Julio Castañeda Blanco Pregón de Semana Santa Coria del Río, Primavera 2004

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Y para consolarnos de tan triste soledad, sin darnos apenas cuenta, María de la Soledad hasta nosotros llega. Con un plateado estruendo anuncia su llegada, y el murmullo se hace eco, pensando que quizás sea una falsa alarma.

Pero de nuevo el argente estruendo, que con más fuerza hasta nuestros oídos llega, y el alboroto se vuelve calma, ante la fascinación de su llegada. Y no me fijo en nada, sólo en su mirada. Y no reparo en su majestuoso paso de palio, porque mi mirada sólo busca su bella cara.

No advierto los negros faldones que recubren el andar soleaero de sus escogidos hijos costaleros, que se hace amor y arte en el baile acompasado de bambalinas y varales. No reparo en su perfecta candelaria, esa que la tez más bella ilumina, porque como el humo de sus velas, mi mirada al cielo se eleva.

Porque tampoco me doy cuenta, del cuidado arte de mis hermanos priostes al componer para Ella, tan primorosa estampa. Incluso me es difícil advertir el bello jardín que para Ella disponen tantos hermanos donantes de flores, para que así vaya, si cabe, más guapa.

No percibo tampoco la negra saya rodeada de rojo fajín que viste su elegante talle, y que intenta por todos los medios ser merecedora de tan privilegiado fin.

Julio Castañeda Blanco Pregón de Semana Santa Coria del Río, Primavera 2004

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Ni siquiera consigo admirar su rostrillo de blondas imposibles, él que más cerca se encuentra de sus mejillas dulcemente sonrojadas. Ese rostrillo que no sabe que decir pues se le hiela el alma al no comprender que sea él quien rodea tanta belleza.

Y cuando su dorada corona estrene la primavera del año venidero, seguiré sin reparar en esa muestra de amor que tantos hermanos míos le harán, porque mis ojos, siempre buscarán su eterna mirada. Lo siento hermanos, pero todo esto para mi pasa desapercibido, porque sólo encuentro ojos para admirar su triste y alegre mirada. Y cuando hasta mi vera la traen mis hermanos costaleros, logro por fin admirar esa mirada que hace que le griten guapa.

Esa mirada que alegra los sones de fúnebres marchas; esa mirada que dulcifica la dureza de su enlutado palio en oro bordado.

Esa mirada, que hace silencioso rachear costalero el anochecer del Viernes Santo; y nerviositas carreritas el amanecer del Domingo de Resurrección. Esa mirada, que anhelo ilumine mi cara, para que me permita gritar en silencio cuanto te quiero Virgen de la Soledad. Y por fin, entre flores y varales, su mirada se refleja en la mía, y en ella admiro su coriana designación como Madre del Salvador y Madre nuestra.

Julio Castañeda Blanco Pregón de Semana Santa Coria del Río, Primavera 2004

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Y noto la dulzura de su pena, la dulzura que inunda Coria, cuando por sus calles pasea. Que eterno momento el vivido junto a su mirada, que momento tan pequeño y eterno vivido ante sus plantas.

En ese eterno instante, le pedí mucho más de lo que realmente merezco, pero aproveche su luz en mi cara, para pedirle por lo que más deseo. Y cuando quiero darme cuenta, con la misma gracia soleaera que hizo que ante sus plantas me postrará, mis hermanos costaleros ya de mi vera se la llevan.

Y sigo sin poder asombrarme con sus candelabros de cola, ni siquiera la belleza bordada en su negro manto hace que me sorprenda. Sólo me queda el recuerdo en el alma y el corazón, de la eterna mirada de la bendita Mujer que alivia mis penas.

Pero ya se marcha, mi alma se ha llenado de su esperanza, que Ella misma me entrega en un pétalo de flor que le ha llovido del cielo. Y cuando ya su mirada es sólo un recuerdo que espera ser renovado dentro de un año, repentinamente, vuelve atrás su mirada buscando mis emocionados ojos, y de nuevo, por un instante su mirada ilumina de nuevo mi cara, y me regala una bendita sonrisa que me arrebata el alma para con Ella llevársela.

Julio Castañeda Blanco Pregón de Semana Santa Coria del Río, Primavera 2004

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El argente estruendo, hijo mío, ya se escucha de lejos, Nuestra Señora de la Soledad, a otros arrebatará el alma, inundándolas con su indescriptible mirada de fe cristiana y eterna esperanza.

La mirada que nos hará

ser mejores personas el día de mañana. La mirada que nos hará más liviana le espera de vivir otra Semana Santa. La indescriptible mirada, que al iluminar nuestra cara, en silencio o en voz alta, nos hará gritar: ¡Eres tu Virgen mía, la Virgen de la Soledad!

Que Dios os bendiga, GRACIAS.