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Pregón de la –Corporación Bíblica: Los Ataos, Judas, Pedro y Pablo– Año 2016

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Pregón de la Semana Santa de Puente-Genil 2016

Buenas tardes, autoridades eclesiásticas autoridades civiles, presidente de la Agrupación de Cofradías, Manantero Ejemplar, Pregoneros, hermanas y hermanos todos en la Paz del Señor.

Gracias, por traernos a la presencia de los pontanenses, que viviendo ya el inminente comienzo de nuestra Semana Santa, han sido convocados por la Agrupación de Cofradías, para escuchar el pregón que todos los años, templa y dispone el espíritu como un estruendo épico y sentimental para recibir a nuestra Semana Mayor.

Pregón, golpe de corazón y obstinado eco, mientras hierve la sangre y bulle sin límite por el placer de la pena. Cautivado de sensualidad y malvada violencia, con la suntuosidad del gozo, con la estocada irreverente, con el esclavizado péndulo que mis manos agita. Y erguido para el golpe final, con un sentir callado de muerte intrínseca, da un latido irregular el corazón, con un pulso extravagante y fatal.

Desde que nos propusieron como pregoneros, nos sentimos muy honrados con la designación, pero el peso de la responsabilidad que supone pregonar ante tu pueblo el mayor evento que acontece cada año, nos hizo pensar incluso en rehusar el nombramiento.


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Pero es tal la distinción, que nos enalteció y nos obligó a no rehuir de lo que entendimos era nuestro deber.

Asumimos este reto, aún a riesgo de defraudar vuestras expectativas, sabiendo que, ni las cualidades, ni la tranquilidad, ni las horas que el asunto exige, estaban a nuestro alcance.

Pero este devenir, hizo aún más fuerte el compromiso asumido. Y así, empezamos a construir un pregón que abrazara la historia de nuestro pueblo

con la de nuestra Corporación, que combinara los sentimientos que brotan en un cuartel, con los que afloran en nuestro día a día.

Cuando hable cualquiera de los que hoy declamarán el pregón, lo harán en primera persona, pero del plural, porque este pregón surge de las entrañas de nuestra Corporación, Los Ataos, por lo tanto es un pregón nuestro, que emana de la voluntad de un grupo de personas, que unidos por lazos de hermandad, decidimos hacerlo obra de todos.

Desde Los Ataos, os damos las gracias por la confianza depositada, porque sin merecerlo, nos estáis equiparando a la calidad de los muy brillantes pregoneros que nos han precedido.

Este pregón, es el broche de oro a una cuaresma colosal, en la que hemos celebrado un 350 aniversario, que hemos querido vivir y compartir con todos vosotros.

Sentimos, que empezamos a pregonar incluso antes de la cuaresma, cuando tuvimos el honor de representar a nuestra Semana Santa, lejos de nuestro pueblo y llevarle a aquellos que nos esperaban con su cuerpo presente, pero que sentían su alma ausente, el encanto de su tierra lejana, en forma de melodía pontana.

Pregón, derroche de encanto, Que gastas en ti mismo tu hermosura, Que abusas de lo que se te regaló para que regalaras. Pregón, egoísta sin provecho, Que tratando contigo sólo, Defraudas lo más dulce de ti mismo. Pregón, recuerda, Cuando vayas a concluir, La belleza no gastada, se irá a la tumba; Gastada, hubiera sido tu albacea.


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Rebajemos nuestros sentimientos elevados para preguntarnos ¿qué es un pregón? Es una proclama, que se dice públicamente a la mayor cantidad de gente, para que tome conocimiento del comienzo de un evento.

El pregón, es un anuncio a nuestro pueblo, el anuncio en voz alta, de algo que empieza, pero que ha llegado, de nuestra Semana Santa, la que recoge nuestro pueblo, como si de un cayado se tratase, para empezar a caminar en su propia historia.

Este anuncio, es el que hoy se nos encomienda a la Corporación de Los Ataos. Pregonamos, asumiendo el encargo de comunicar a nuestro pueblo, la llegada de

esta semana, en la que se celebra la vida y la muerte, la muerte y la resurrección.

Cumpliendo con la obligación que se nos encomienda, pregonamos esta Semana Santa y esta cuaresma, que se repiten cada año, desde hace más de 350, los mismos que estamos celebrando con nuestro pueblo, con todos vosotros.

Lo vamos a hacer contando la historia de dos figuras que lo son todo en sí mismo, seguramente, las que mejor representan, esa vida y muerte, esa muerte y resurrección, que en tan sólo una semana, somos capaces de evocar, llevados por nuestra fe.

Este pregón, va a ser, la narración de las vivencias mananteras de cualquiera de vosotros, de vuestras vivencias y de las nuestras, que no son distintas, como no lo son la existencia de estas dos figuras, Dimas y Gestas, en las que se encarna cualquier vivencia posible, desde lo cristiano, hasta lo pagano, desde lo bueno hasta lo malo.

Estas figuras, representan la esencia de todos nosotros, la muerte terrenal o la vida eterna, la duda o la seguridad, la incredulidad o la fe. Cada vivencia, se nos deviene ambigua, con dos sentidos, contrapuestos, pero necesarios los dos.

Y mientras nos debatimos entre un sentido u otro de la vida, o de la muerte, y mientras vamos pasando los años, o tal vez los vamos perdiendo, percibimos que hay una historia que se va generando y un pueblo que va creciendo, y un lazo que va medrando, para unir historia y gente. Esta ligadura, es nuestra Semana Santa, que desde hace siglos, nos ata a nuestra propia existencia y nos ha conducido a lo largo de los años hasta nuestros días, hasta nuestro aniversario.

Así, sumamos casi 4 siglos de existencia, de los cuales hoy, nos apropiamos de los últimos 350 años, para narrar junto a Dimas y Gestas, como nuestro pueblo se ha ido formando y conformando, después de nacer y morir, después de morir y resucitar.

Fue fundado en la frontera entre dos credos, pero la arrogancia de unos, arrasó con la humildad de los otros.

Así vivió y murió nuestro pueblo. Pero la persistencia de una fe, lo hizo revivir, y en el mismo solar que quedó yermo,

resurgió un pontón que se fue poblando y empezó a crecer, ligado a una fe inquebrantable, que superó epidemias y estériles cosechas y que cimentó nuestras primeras ermitas, la del


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Duce Nombre, la de San Antón, hoy de La Concepción y la de San Cristóbal, hoy de Jesús Nazareno.

Así arribamos en 1666, la primera vez que se clama a nuestras figuras:

…cinco varas de lienzo amarillo para uno de los ladrones…

Ahora sí, ahora sabemos que esos ladrones son Dimas y Gestas, acaso, las dos primeras figuras que acompañaron a Jesús, los mismos que lo escoltaron en su calvario, a la diestra y a la siniestra, ahora, se han reencarnado en dos hombres cualesquiera del pontón, para exhibir ante el resto de la humanidad, nuestro eterno dilema: el bien y el mal, la luz y la oscuridad, el día y la noche, la vida y la muerte… y después, otra vez resucitar… y vivir y morir, igual que nuestro pueblo, sacrificado y sereno, junto a su patrón Jesús Nazareno.

Aquella persona, que me acompañó durante todo el año anterior en tierra lejana, notó una intranquilidad, un desasosiego, ¿era la primavera tal vez?, ¿o sería algún asunto secreto que me atraía y me hacía perder la atención? ¿Habría sido un amor fugaz que llegaba a su fin?, tal vez era eso y se atrevió a preguntarme. ¿A dónde vas tan rápido, tan decidido, sabiendo el rumbo exacto, con tanta determinación? ¿Qué hay en esa tierra de adonde vienes, que te atrae como un imán?

Es una atracción inigualable, indescriptible, te la he contado, pero no se ha dejado explicar, no he podido transmitirte esta sensación.

Ahora me voy, comienzo una luna de miel con la primavera y se llama cuaresma. Si tú quieres también la puedes conocer.

Me voy yo también a conocer y a sentir. Esta es mi tierra, mi pueblo, Puente Genil, hoy es sábado, conocerás nuestra

cuaresma y sentirás algo distinto, que te atrapará para siempre y te hará moverte en esa tela de araña que forman los sentimientos y la historia, tratando de escapar, sin lograrlo, sin querer escapar, al fin y al cabo, deseando que sea eterno, pero que te abandonará, dejándote vacío el último sábado, hasta la próxima primavera.

Mira ese fluir de gente, van a una cita común, comienza un sábado de cuaresma. Como un niño, esperando su turno para subir a una noria, así pasamos la semana,

contando el tiempo que se desliza entre 7 días y 7 noches, pero por fin ha llegado, es la hora, atravesaremos la puerta de esa máquina del tiempo, que es un cuartel y, que nos transportará a otro tiempo, y nos permitirá viajar, durante siglos, en una sola noche, como si el tiempo estuviera comprimido, en esa cápsula en la que caben, sentimientos y hermanos.

Pero vayamos, entremos ya, nos esperan, están todos. Mira a tu alrededor, ¿te extrañas?, todos quieren verte, saludarte, quieren saber, quién es esa persona que me compaña, que viene para quedarse. Ahora alguien tira de ti y te explica, y antes de que acabes de asimilar tan corta aclaración, ya está otro que también te explica y te aclara y te matiza. Y empiezas a observar, la multitud de rostros antiguos con tez sepia, y otros rostros casi indescifrables, en una multitud de fotos que envuelven las paredes, que se repiten en unas mismas calles y lugares, formando un escenario único, que se repite año tras año, siglo tras siglo.


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Empieza a cautivarte, esa mirada de los rostrillos que se fija en tus pupilas y te habla con los labios inmóviles, pero si es Judas, y Pedro y Pablo, y Dimas y Gestas, hechos hombres de carne y hueso. Siento el murmullo en segundo plano, estoy empezando a conectar con esos rostros, cuando de pronto, suena una campana estridente que reclama atención.

Esto es un cuartel con muchos hermanos, y como en toda casa de familia numerosa, hay que organizarse y obedecer al adalid. Siéntate y escucha lo que ha de decir, que seguro será de provecho.

Nos da la bienvenida, y las gracias por estar con ellos, por sentarme a su mesa, por acompañarlos. ¡Que gente tan extraña!, que además de ofrecerte su casa, te dan las gracias. Pero me reconforta esta morada en la que los hermanos me dan abrazos y me invitan a una uvita tras otra. Este elixir, entra hasta las venas y me posee, la mente me funciona rápido y vuelvo la mirada a esos rostrillos, pero antes de que entre en trance, de nuevo con esas figuras, escucho una voz que recita un verso, pero tiene melodía, y de pronto, otro hermano, le contesta con otro verso, aún más melodioso y el primero le replica y el segundo se repite y el que empezó este desafío, lo remata con el último aire que le queda en sus pulmones, mientras los demás, también rematan su tan-tan, sobre la mesa que hizo de tambor. Y antes de que pueda preguntarle, ¿cómo se llama este cántico?, me adelanta que esto es una cuartelera, una saeta de aquí, de nuestro pueblo, que se enseñan unos hermanos a otros, en estos conservatorios tan particulares, que son los cuarteles.

Y con tanto ajetreo, siento una carestía en el estómago, que debo suplir con alguno de los manjares, que empiezan a llegar a la mesa. A la vez que sacio el apetito repentino, necesito otra copa de elixir, y antes que pueda siquiera localizar mi vaso, veo que una mano fantasma, sostiene una botella, que vierte este líquido prodigioso sobre el recipiente cristalino y cuando cesa la corriente, llegando a un nivel imaginario de dos dedos de vino, otras manos fantasmas se acercan sosteniendo múltiples vasos, y brindan conmigo al grito de ¡una uvita hermano!


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Después de un rato, en el que hemos repetido varias veces este ritual, el caudillo de esta casa, al que llaman presidente, vuelve a dirigirse a todos los demás, repartiendo instrucciones, de cómo debe ser el desfile, que se hace para el resto del pueblo. Todos acatan las órdenes, se levantan, uniformados con sus túnicas negras y toman sus armas, de entre un arsenal, de palos de madera.

El abanderado de este regimiento, coge el estandarte para encabezar el desfile, ¡qué bandera tan extraña!, si es un gallo tieso y obediente con su plumaje blanco y un blasón rojo en forma de cresta. Y se oye un toque de corneta; se prepara la formación en el patio de armas, de la Plazuela de Lara. De pronto, se hace la luz. Dos artilleros, señalan el camino con unas antorchas, tras la bandera con pico y cresta. Detrás de estos, el de más graduación, el decano, abre el desfile, al que siguen el presidente y su plana mayor. Detrás, todos los hermanos, formando hileras que se mueven al mismo son, el que marcan, los tambores y los acordes, de unas marchas musicales, en busca de la conquista del Calvario. Al galope, se adelanta la intendencia formada por un solo hombre, portando un objeto, con el suministro esencial para este ejército, al que dan un nombre en clave, alpatanas.

Comienza el desfile. Otro sábado más, subimos por las calles, que en otro tiempo fueron extramuros de la

primitiva villa y que nos conducen hasta la plaza del Calvario. A medida que avanzamos, se unen las huestes formadas por otros cuarteles, todos hermanos, para llegar a coronar el arco, que es la antesala del templo, que alberga a nuestro patrón, el cual espera paciente, mientras oye una melodía, de trompetas y clarinetes, Miserere y Stabat Mater.

Una vez cumplida la misión, este ejército, no toma posesión de la plaza, sino que la abandona, para reconquistarla el próximo sábado.

Y vuelven a su cuartel, con la misma formación y la misma marcialidad. En su regreso, paran para corear un himno de victoria. Alondras y Ruiseñores. Y reemprenden la marcha, para hacer la entrada triunfal, en la Plazuela de Lara.

Ya hemos hecho la visita a nuestro patrón, a rendirle nuestro saludo, en forma de acordes. Ahora podemos comenzar la merecida cena, con el alma tranquila.

De nuevo el presidente, toca atención, para leer el sagrado evangelio.


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Se escucha con atención, en silencio y cada uno medita el mensaje en su interior. Es una arenga de fe, para cambiar algo en nosotros, que nos haga mejores, es la vivencia de la cuaresma. Y este hermano nuevo se empapa del mensaje, no dice nada, habla consigo mismo, escucha una voz interior, ¿quien le habla?, mira es su conciencia, removida por los sentimientos vividos esta noche; pero de pronto, despierta de su meditación, de nuevo el adalid de esta casa, el que comenzó la noche, se dispone a acabarla, arrancando la hoja de este calendario tan particular, de la Vieja Cuaresmera, que con sus siete patas, se convierte en el almanaque de este pueblo.

La pata se la entregará a un hermano, que haya hecho méritos suficientes para recibirla y el hermano, guardará tan distinguida condecoración, en un lugar privilegiado de su casa.

Hemos acabado este día y esta noche y así se repetirá durante cada sábado: de Carnaval, de Tentaciones, de Transfiguración, de Diablo Mudo, de Pan y Peces, de Pasión y por último el Domingo de Ramos.

Hoy cuando traspases el umbral de este caleidoscopio de sensaciones, empezarás a tejer esa red a la que querrás volver el próximo sábado y al siguiente y al otro…

Y volvió mi amigo, sintió un adicción extraña, que lo llevaba al mismo punto cardinal cada sábado y ya es el séptimo, pero hoy no hay cuartel, hoy empieza nuestra Semana Mayor, nuestra Mananta.

Y como un ejército organizado, necesitamos alguien que indique el punto de partida, que marque el camino, que nos conduzca.

Hoy empezamos, el fin de una cuaresma que nos ha sabido a gloria, pero emprendemos otro camino, más corto, pero no menos intenso, en el que verás la pasión, muerte y resurrección de Jesús, de otra forma, con la realidad de los personajes que la protagonizaron, nuestras figuras bíblicas, que nos llevará siglos atrás, a ese universo paralelo, que es nuestra Mananta.

Pero como en todo cruce de caminos, para que moderes la llegada, hay una luz que te avisa, y en la inflexión que se produce este Sábado de Ramos, sumidos en una tristeza interior por lo que acaba, aparece una señal tímida, que nos atrae y que cada vez ser hace más nítida, para que la sigamos y nos lleve en volandas, a nuestra Semana Mayor.

Sigue la señal, confía en ella, entra en el templo y contempla esa imagen clara que te llama, es nuestra madre de la Guía, que espera paciente durante un año, a que sus hijos lleguen, y la acompañen en un paseo soberbio, mientras la tarde se hace noche y el firmamento se oscurece y sobre su palio, hecho un inmenso cielo cuajado de luceros, aparecerá un resplandor, que nos iluminará, formando un cosmos inigualable, que nos trazará el camino, hacia la semana de pasión.

Madre de la Guía, no me dejes sin rumbo entre tinieblas y dame la luz, para salir de la oscuridad abrumadora, que se apodere de nosotros y nos postra inmóviles en un rincón del vacío infinito, donde no hay salida.

Madre de la Guía, déjame que te acompañe en este paseo delicioso, que quisiera que fuera eterno, pero que está llegando a su fin, porque esas velas rizadas que te acompañan, se han hecho pequeñas consumiendo el tiempo que va, desde la tarde hasta la madrugada. Ahora veo la luz, de tu casa y la mía, de tu templo y el mío; ese destello en lo alto de esta cuesta, que otrora marcara el final de este pueblo y que ahora marca el final, de este maravilloso viaje en tu compañía.


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Madre de la Guía, dame fuerzas para este último tramo, el más corto y duro de este fascinante trayecto, sólo necesito, el destello de tu mirada, para subir este cuesta de la vida. Permíteme, que ahora sea yo el que te lleve, sobre mis hombros, cuando me encaje en ese varal y pisando fuerte a cada paso, imagine que estoy subiendo por una escalera celestial, para dejarte serena, en tu morada, hasta la próxima primavera.

Y mientras llega de nuevo esa primavera anhelada, esperaré que venga la luz de otro día y que las tinieblas de la noche, las ilumines con el azul de tu mando, que es el azul del cielo.

Madre de la Guía, es la hora de partir, pero no me dejes madre mía, que tu fe me sirva de brújula, para completar mi cometido en la Tierra y cuando lo haya concluido, guíame hasta ese trocito de cielo, en el que me espera mi Nazareno.

Amigo, ya casi hermano, ya has entrado en la Mananta, ya ha comenzado nuestra Semana Mayor.

Escucha esa oración, es un lamento que canta el saetero, hasta quedarse sin aliento y cuando haya vertido hasta la última bocanada de aire, romperá en un hondo “quejío”, que nos erizará la piel y nos inundará los ojos, mientras el saetero seguirá hablando con la Madre de Dios, preguntándole:

¿Donde vas Paloma Blanca a deshoras de la noche?

Voy en busca de mi hijo, que lo entierran esta noche.

Y otro hermano se arranca, como si de un romancero de la pasión se tratara y postrado ante el paso de nuestro Señor, le dice entonando:

Jesús escucha este canto De un humilde pecador que se marchó Y vuelve a ti, para compartir tu dolor.

Mientras los saeteros agotan sus pulmones, otros los reconfortan, los costaleros, o los bastoneros, que aquí verás a unos y a otros, que desde la trabajadera o el varal, quieren llegar a Dios, haciendo lo que hace dos mil años, hizo el Señor, cuando fue conducido por la calle de la Amargura, soportó el madero de la cruz, sobre sus hombros, mientras el otro madero, estaba ya clavado en el Gólgota, esperando su destino.

Amigo, casi manantero, todavía medio hermano, en qué piensas, mientras ves a esos costaleros, acaso estás viendo al primer costalero de la historia, a un hombre llamado Jesús


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que soportó sobre su espalda la verdadera pasión; pero no lleva costal, ni faja, ni almohada, lleva el peso de la verdad y el perdón de la humanidad.

Y mirando y contemplando, voy y vengo en el tiempo y de nuevo la tarde se hace noche y la noche llama a la madrugada, ¡pero que madrugada tan extraña!, que te arrebata el sueño, que no te deja ir, quiero ver a esa multitud que sube por la cuesta, pero no veo sus caras, o ¿acaso vienen de espaldas?, parecen hipnotizados por ese Cristo que sube con paso constante, que se funde con redobles de tambores, y conforme se acercan, se escucha el gorjeo de un coro, que en sus trinos, habla de amor, de amargura, de traición, de la pasión de ese Cristo que humildemente, sentado sobre una piedra, espera la muerte.

Estos cantos coreados, que nos embelesan, que nos callan, que nos roban el sentido, que nos hipnotizan; ahora lo entiendo, este pueblo quiere expresar lo que siente y lo hace a coro, como en una locura colectiva, nombran a esa madre y a ese hijo, para tenerlos presentes en la ausencia, sumergiéndose, en ese lenguaje universal que es el canto, salvador de distancias en el espacio y en el tiempo, que permite nombrar lo que no está y actualizar, lo que ha dejado de suceder.

Sin darme cuenta, empiezo a cantar a solas, a jugar con el eco de las voces, a hablar con ese condenado, que en una piedra va sentado y me doy cuenta, que estoy siendo escuchado, que saco mis pensamientos y dejo ver mis emociones, y llego a la puerta del templo, donde nadie se mueve y ninguno está quieto, construyendo una simbiosis de colores, de gentes, de melodías, de luces, entre la que se desliza nuestro Señor, camino de su templo y cuando entra, todo se desvanece; los colores de los capillos, se disuelven entre las calles; la gente discurre a raudales, de vuelta a sus casas; mientras, la luz se apaga, doblegada por la oscuridad de la madrugada y los cantos, se convierten en melodías de silencio.

Despierta amigo, te quedaste dormido, confundiendo entre el sueño que te rendía y el ensueño de colores disipados y melodías que se alejaban.

Ahora despierta, aprovecha este día que brilla más que el sol, es el día del amor fraterno, hoy debes abrir tu corazón a los demás y compartir lo que tengas. Hoy recibirás ese calor, cuando crucemos de nuevo la puerta del cuartel y comprendas, por qué somos familia numerosa, con muchos hermanos, que te entregarán su amor, su amistad y su corazón.

Ponte tus mejores galas, nos esperan. Entremos por fin y sentémonos. No se cabe en el cuartel, que alegría estar todos

juntos, hoy no falta nadie, el sol entra por las ventanas, directo a los rincones y se refleja en las paredes, llenándolas de vida. De nuevo me quedo mirando esas paredes, esos mapas del tiempo que son, las figuras reflejadas en tantas y tantas fotos, coronadas por una hilera de retratos de hermanos, que hoy se distribuyen al azar por las mesas. Un momento, allí está sola la foto de un hermano, ¿qué le ocurre?, nos está mirando, noto su presencia, pero no lo veo sentado, y dijeron que no faltaba nadie, ¿dónde está?

De pronto otro hermano se levanta, el silencio se revela y todo el mundo calla y miran al rincón de la foto solitaria, la del hermano que no veo por ningún sitio.

Y cuentan, que siempre se sentaba donde yo estoy ahora, que era dicharachero, alegre, bondadoso, hombre de fe, siempre con esperanza, persona de paz, de gozo, de misericordia. Hacía el bien a los hermanos, correcto con ellos, benevolente con todos, desinteresado y generoso.

Me imagino su sonrisa, su mirada y hasta escucho su voz. Hoy ha vuelto, está aquí, vuelve cada día del amor fraterno, para estar en comunión con sus hermanos, para darse ese abrazo cordial. Qué extraña sensación, parece que habla desde el rincón, que baja su presencia, que lo he visto y lo recuerdo con los otros hermanos, cuando sin decirnos adiós


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cerró sus ojos llenos de luz negra y su alma, abandonó ese cuerpo marchito, como un trozo de luna menguada, y la fina guadaña, segó sus raíces, para dejarnos sin él, y tuvimos que

salir, de un inmenso mar, como si de un naufragio volviéramos heridos.

Después, ya no nos quedaron palabras, no había nada que decir, ni que contar, ninguna podía expresar lo que se siente, ninguna puede devolverte lo que has perdido, ya sólo quedan sentimientos, que te nombran en silencio y te acompañan, que salen en tropel y con furia y que queremos evitarlos, pero no podemos evitar el recuerdo, y las lágrimas, en esta injusta y dolorosa partida, pero no podremos

decir nada porque no nos quedarán palabras, ninguna… Pero como íbamos a olvidarte, no podemos, porque el comprender hoy tu ausencia,

marcará nuestros días venideros. Seremos testigos de llanto y de recuerdos y nos tocará callar hoy y mañana también y abrazar en silencio al que llora y seremos una sombra, que en silencio te diga, que te echamos de menos, y callados te lo diremos, sin decirte nada.

Como nadie nos dice nada, cuando nos quita sin permiso lo que queremos y nos deja con dudas, con preguntas y sin respuestas.

Un abrazo al cielo, a ti hermano que te fuiste, de tus hermanos que se quedaron. Vamos amigo, repón tu alma, ahora toca

templanza y fortaleza, mira esas hileras de plumeros blancos, vienen buscando al inocente, abriéndose paso ante el gentío, al encuentro con la madre, que sufre por el suplicio de su hijo, es la cruz de una madre, a la que ya no le queda esperanza.

Ya se acerca de nuevo el tintineo de la campanita, de vuelta a Vera-Cruz, iluminada por la luna blanca, redondo exponente, de que el rápido transcurrir del tiempo, nos ha zambullido de nuevo, en la madrugada del Viernes Santo.

Descansemos algo amigo, lo justo para que la fatiga, no someta nuestra voluntad. De nuevo el tiempo se multiplica, y ese insignificante descanso, te insufla la fuerza suficiente, para que el cuerpo nos obedezca, y podamos asistir, a este Viernes Santo, que comienza cuando la aurora, nos trae los sones de una diana y aparece bajo el arco, nuestro Nazareno.

El pueblo comienza este dialogo callado con su patrón. Unos dando gracias por los favores recibidos, otros pidiendo desesperada benevolencia y algunos preguntando, por los que estando ya en la eterna ausencia, gozan junto a él.


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Y tras el patrón que emprende su marcha, se incorporan las figuras, esos guardianes de la historia que desde hace más de trescientos cincuenta años, le dan vida a la biblia, para que el pueblo entienda su mensaje. En esas figuras vivas, se condensan nuestras vidas.

Dimas y Gestas, el bueno y el malo, tan diferentes, contrarios, enfrentados, incompatibles el uno con el otro, o acaso son la consecuencia del mismo hombre, unas veces bueno y otras malo, o a lo mejor, son dos caras del dolor del hombre.

Gestas, el mal ladrón, te crucificaron junto a Jesús, increpabas al Señor, tal vez, como cualquiera lo habría hecho en aquellas terribles circunstancias.

¿No eres tú el Mesías? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros! ¿Por qué no hiciste lo que Dimas?, el buen ladrón, que ganó el Cielo, en busca del

tesoro de la Vida eterna.

Te entiendo muy bien, supongo que yo también me habría quedado gritando de dolor y de rabia, apelando a quien pudiera salvarme, de aquella tortura infame. ¿Acaso me convierte eso en blasfemo? Creo que no, y Jesús tampoco lo vio así.

Entonces, ¿por qué a Dimas le ponemos un rostro puro y espiritual y a ti te representamos, con ese gesto de odio y cólera, que ahora se me antoja injusto?

Gestas, no lo tengas en cuenta, el arte es sobre todo lenguaje y los artistas lo que quieren explicarnos, es que el dolor tiene dos caras. A ti, te han adjudicado la más fea.

Cristo nuestro Señor, sufrió desde la cuna a la cruz, un dolor injusto, pero real. Sin embargo, arrancó al sufrimiento su veneno mortal, lo convirtió en un modo de amarnos, de entregar la vida, para rescatar a la humanidad. Y abrazó la cruz que le echaron sobre los hombros. Desde ese momento, todos tenemos la posibilidad de abrazar el dolor con el que nos enfrentamos en la vida, y de ser como Cristo.

Eso es lo que hizo Dimas, se identificó con ese inocente que moría a su lado, y desde ese momento, aceptando su propia cruz, se convirtió también en su Señor.

Pero no todos descubren a Cristo en el sufrimiento, a muchos el dolor les lleva a la desesperación, o al suicidio. Hay quien de tanto padecer, pierde la fe, abandona toda esperanza y alimenta su odio. Ese fue Judas Iscariote, que no recibió en la tierra más castigo, que el de su propio pecado, que lo torturaba. Tuvo su propia pasión, que le llevó a la desesperación y a la muerte, reflejado en su rostro atormentado.

Pero ese no fue tu caso, Gestas. Al lado de Jesús, tú sólo sufrías, tu queja era un lamento razonable, como el de tantos hombres, que padecen la enfermedad, la persecución o la violencia. Quizá esos hombres no sepan nada de Jesús, quizá nadie les haya hablado jamás de la Cruz, pero el Señor está a su lado, cerca, tan cerca, que no necesitan nada, para llegar al Cielo.


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Tú también lo lograste, amigo Gestas. Detrás de Dimas, un instante más tarde,

entraste en el Reino de los cielos. Espérame en la puerta, ladrón. ¡Nos parecemos tanto…! Amigo, ¿has visto a Dimas y a Gestas, has hablado con ellos? ¿Has comprendido su

mensaje?, ¿ves como no son tan distintos de nosotros mismos? Continua tu charla, habla con Pedro, el del gallo, el que pecó, siendo el primero de

los apóstoles. Y él te dirá: ”Yo no estaba con mi Maestro, mientras sufría y moría. Yo acababa de huir, lo había abandonado para escapar. He renegado de Él. ¿Cómo podrá perdonarme si vuelve?

Yo fui arrogante ante mis hermanos, despreciándolos, cuando Jesús, estando en la última cena, anunció que todos lo abandonarían, yo le respondí inoportuno y altanero: Aunque todos te abandonen, yo no.

Pensaba, que todos eran capaces de abandonar al Maestro, menos yo. Yo era distinto, el mejor de todos, llegando incluso a juzgar a los demás. Pero me olvidé de la palabra de Jesús: “No juzguéis y no seréis juzgados”. La vida me enseñó, que no era mejor que los otros y que fui capaz de negar y

abandonar a Jesús. ¿Crees tú que podrá perdonarme? Amigo, deja por un momento a Dimas y a Gestas, a Pedro y a Judas, discúlpalos y

acompáñame, la mañana avanza y ya queda poco, para escuchar esa sentencia injusta, que condenará a Jesús, Cristo Nazareno, a que muera clavado en la cruz, junto a dos ladrones homicidas, en el monte llamado Calvario.

Mira, ¿ves a Pilatos?, escúchalo como dicta la sentencia, ¿a quien condena?, ¿al hijo a morir en la cruz? o ¿a la madre a vivir sin su hijo?

Esa madre de mirada dulce, a la que no le quedan lágrimas en los ojos, que habla con su hijo en silencio. Esa madre, que fue su Guía y su Estrella, su Amor y su Esperanza, que hoy sólo tiene Pena y Amargura, Angustia y Dolor y ya no encuentra Consuelo ni Lágrimas, la tarde se torna en tiniebla interminable, para que se ejecute la sentencia inapelable, de ese negro presagio, la muerte de su ser.

Ahora solo queda, la despedida de una madre, que hundida en la eterna Soledad, le habla a su hijo querido:

Aunque grande es la distancia y profundo mi amor sé que algún día hijo, te volveré a ver, allá en el infinito de esa luz celestial en donde gozas con ángeles y vives con nuestro Dios, allí mismo hijo mío, nos volveremos a ver.

Aunque no encuentre la razón, una alegría llena mi corazón, sé que ahora estás feliz, yo también lo fui, con tu amor terrenal.


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Allí donde vas, todo es mejor, te mando mi bendición y mi corazón. Recíbelos, sabiendo que siempre estarás en mi recuerdo, abrazándote y cuidándote, sin que exista más dolor.

Recuerda hijo, nos volveremos a ver.

De pronto, la calle se estremece, suenan tambores de muerte y la tarde se ensombrece, el sol pierde su brillo y en la oscuridad, se oyen cadenas que se acercan, arrastrando la muerte, súbita aparece con su guadaña y su mirada firme, delante de mí.

Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?

Las palabras resuenan siniestras, un escalofrío recorre mi cuerpo y veo una figura negra, robusta, de pálida tez y cabellos negros. Sus ojos también negros, se hunden en las órbitas, como si la mirada hubiese querido esconderse.

Es Barrabás, el hombre que habiendo sido liberado en esa sentencia injusta, había permanecido en el Gólgota, observando fijamente, como Aquel que se hallaba clavado en la cruz, agonizaba lentamente, hasta que murió y todo se oscureció y la tierra tembló y la colina del Gólgota se partió, donde se alzaba la cruz.

El que está condenado a perecer, está ya muerto, podrá ser indultado, pero estuvo muerto y no hizo más que resucitar de entre los muertos.

No conoció a aquel hombre, a Jesús, pero ejercía un poder extraordinario.

Decía simplemente:

¡¡Sígueme!!

Te sigo en el camino que me hiciste, por el desierto de esta noche oscura. Con esta cruz Señor que Tú me diste, te sigo aunque no veo tu figura.

El sendero se hace largo y escabroso el camino que me lleva, no me dejes caer en el letargo y podré alcanzar la eterna primavera.

Y por fin, de su rostro emanó paz. Fue encadenado con otros, para morir en la cruz, pero el azar quiso, que como no

había número par. Barrabás fuera encadenado solo y cuando sintió llegar la muerte, a la que siempre había tenido tanto miedo, dijo como si le hablase a las tinieblas:

¡¡a Ti encomiendo mi espíritu!!


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Y entregó su alma. Amigo, ahora has comprendido, esta Semana Santa, este pueblo, estas figuras, ahora

sientes, como son parte de nuestras vidas, de nosotros mismos, que llevamos dentro un Dimas y un Gestas, que alguna vez hemos sido como Pedro y tal vez como Judas, y muchas veces hemos caminado perdidos como Barrabás y hemos encontrado la luz.

Hermano, ya sabes el significado de esta palabra, ya perteneces a la familia numerosa de este cuartel, compartirás tu pan y tu vino con tus hermanos; los recordarás cuando ya no estén y querrás volver a esta tierra.

Ya perteneces a ella, una vez que la has sentido, te ha atrapado entre sus raíces y como si de un hechizo se tratara, cuando llegue la cuaresma sentirás como una música, se despierta en tu interior, te envuelve el espíritu y te seduce el alma, y desearás volver…

Vuelvo como un ave de vuelta a su nido, con una mirada radiante con el corazón partido con la herida sangrante de un pichón herido.

Vuelvo a mi dulce nido vuelvo donde dejé mi vida mi cuerpo, mi alma y mi agonía, cargando con mil y una herida.

Vuelvo como ave al viento Ya lo toco, ya lo siento, Aunque vuelvo dolorido Vuelvo a mi pequeño nido.

Y cuando notes que la ausencia se acerca eterna, desearás que tu urna sea de cristal, para ver este cielo azul, para resucitar cada primavera, cuando tus hermanos te llamen y recorras el firmamento encaramado a un rayo de sol que se cuele en tu cuartel, para sentir que nunca te has ido, que sigues aquí, viviendo entre viejas fotos, siendo testigo, de otra interminable explicación a un forastero, que como tú, un día no entendió nada, pero acabó sintiéndola,

¡¡ porque nuestra MANANTA, no es para CONTARLA, sino para VIVIRLA!!.

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