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Crónica de Juan Miguel Álvarez sobre crímenes del Estado Colombiano

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  • 6[8] iceberg Puede un acusad0 de defraudar la bolsa dar clases de

    tica y mercado de valores? Los directivos de la Ser-gio Arboleda parecen no ver contradiccin en ello.

    [10] La polica de la decencia Pocos escenarios han sufrido tan intensamente la

    mojigatera de las comunidades virtuales de internet como el mundo del arte. Qu pasa cuando la esttica est subordinada a la correccin poltica y cuando la crtica debe estar mucho ms atenta a las acusaciones de racismo y sexismo que a las obras de arte?

    por jerry saltz

    [14] Pico de oro De un lado la herona, del otro el saxofn; as

    transcurri durante dcadas la tormentosa carrera de

    Art Pepper. En medio de la adiccin, de las intensas giras y las recadas constantes, solo exista una tabla de salvacin para el saxofonista californiano.

    por juan forn

    [16] Nueva York era esto Mientras la Costa Oeste de Estados Unidos vea la

    explosin del hippismo, Nueva York viva su propia revolucin cultural a ritmo de punk. Cuatro dcadas despus, en qu han convertido el maquillaje vintage y la gentrificacin a esa ciudad en la que reinaron Patti Smith, Sid Vicious e Iggy Pop?

    por david granda

    [24] Mellizos un poema de charles bukowski

    m

    ateo

    riv

    ano

    SUel malpensante n159 diciembre de 2014MARIO

  • 7[24] Algunas lecciones de Proust En busca del tiempo perdido es una de las novelas

    fundamentales de la literatura del siglo xx. Tras una cuidadosa relectura, el autor de este ensayo arroja una luz distinta sobre la esencia de esta obra y repara en su condicin reveladora acerca del gnero novelstico.

    por juan gabriel vsquez

    [30] Los positivos del cabo Mora El de los falsos positivos ha sido uno de los ms

    grandes escndalos en los que se han visto involucra-das las Fuerzas Militares colombianas. El principal testigo del caso es precisamente un miembro del Ejrcito. En esta entrevista, el cabo Mora repasa en detalle las circunstancias en que decidi decir la ver-dad y la persecucin que ha sufrido desde entonces.

    entrevista de juan miguel lvarez

    [42] El subrayador tres columnas literarias En algunos casos la columnstica logra trascender su

    funcin como espacio de opinin y alcanza a pro-yectarse sobre horizontes literarios. Tal es el caso de estas piezas escritas por Pedro Mairal para el diario Perfil, y que hacen parte de un volumen reciente-mente publicado por Libros del Laurel.

    por pedro mairal

    [46] Los panfletos de la Procuradura La publicacin de libros acadmicos est muy lejos

    de las funciones de la Procuradura. Sin embargo, en julio de 2012, la entidad edit 8 mitos sobre la guerra contra las drogas. Adems de constituir una extrali-mitacin de sus tareas, al abrir las pginas el texto revela muchas otras flaquezas. Torpeza intelectual o intencin propagandstica? Pieza informativa o panfleto ideolgico?

    por mauricio garca villegas

    [50] Gay Talese en el cuadriltero Entre la diversa fauna de personajes que pueblan las

    crnicas de Gay Talese, los boxeadores ocupan un lugar protagnico. En qu radica la fascinacin de la figura capital del Nuevo Periodismo por estos atletas que escriben su historia a punta de golpes?

    entrevista de carlos a. corts-martnez

    [54] Ribeyro en su terraza Flaco hasta los huesos, adusto y con un cigarro siem-

    pre apretado entre los labios, Julio Ramn Ribeyro sola lucir a flor de piel sus malestares internos.

    Este retrato coral, tomado del libro Un hombre flaco, muestra otros rostros del ms reconocido cuentista peruano.

    por daniel titinger

    [60] Hundert vierundsiebzig fnf hundert siebzehn elega a primo levi por hctor abad faciolince

    [62] Ms que visible una conversacin con mark strand El pasado 29 de noviembre, Mark Strand muri en

    Nueva York. En esta entrevista indita, concedida en 2012, el poeta canadiense despleg el mismo fino humor y sentido de la irona presentes en muchos de sus versos, y en particular en los que conforman su libro de poemas en prosa titulado Casi invisible.

    por andrea aguilar

    [67] Cinco poemas en prosa Testculos soados, vaginas desvanecidas, En la otra

    vida, Agotamiento al atardecer, Sala de emergencias en el crepsculo y Armona en el boudoir.

    por mark strand

    [68] portafolio grfico La lnea En esta serie de fotografas, el lente de uno

    de los ms acuciosos retratistas de la realidad latinoamericana apunta hacia la frontera entre el norte de Mxico y el sur de Estados Unidos.

    por francisco mata rosas

    [76] ficcin Espiar a los felices un cuento de javier zamudio

    [80] coda Leer ilustra La pasin por el ftbol es capaz de encender y

    apagar otras pasiones. Esta historia de hinchas obse-sionados y amores fallidos revela una versin de los tristes excesos del fanatismo.

    por juan villoro

    [82] lbum de la literatura colombiana Fotografa de Jos Eustasio Rivera y Antonio Gmez Restrepo

    www.elmalpensante.comfacebook.com/elmalpensanteTwitter: @malpensante

  • 30

    FOTOGRAFAS DE CHAD SPRINGER

    JUAN MIGUEL LVAREZ POR

    El de los falsos positivos ha sido uno de los ms grandes escndalos en los que se han

    visto involucradas las Fuerzas Militares colombianas. El principal testigo del caso es

    precisamente un miembro del Ejrcito. En esta entrevista, el cabo Mora repasa en detalle las

    circunstancias en que decidi decir la verdad y la persecucin que ha sufrido desde entonces.

  • 31

    EL CABO MORA aterriz en Bogot una maana fra de septiembre de 2008. Vena de Ocaa, en Norte de Santander, donde la temperatura rondaba los treinta gra-dos. Se ubic temporalmente en una unidad de aviones plataforma, mientras sus superiores le informaban cul sera su trabajo y dnde vivira en la capital.

    Hasta ese momento, Mora se haba desempeado como agente de inteligencia del Ejrcito y haba logrado infiltrarse en los reductos paramilitares del nororiente colombiano. Sin embargo, sospechaba que de ah en ade-lante el Ejrcito no lo iba a seguir destinando a misiones similares. Los comandantes en Norte de Santander lo haban expulsado prcticamente como a un perro. Tena 24 aos y uno de sus temores ms agobiantes era que su carrera militar poda desplomarse: lo iban a retirar o a presionar para que solicitara su retiro. Aunque exista una posibilidad todava peor: lo iban a matar o le iban a matar a su familia.

    Por esos das ley en la revista Semana un artculo titulado Versiones encontradas sobre jvenes desapare-cidos en Soacha. La nota daba a entender que en fosas comunes, en las afueras de Ocaa, haban encontrado los cuerpos de un puado de jvenes que residan en aquella poblacin al sur de Bogot y que haban sido reportados a comienzos de ao como desaparecidos. El Ejrcito los estaba presentando como integrantes de grupos al mar-gen de la ley, pero sus familiares desmentan esa versin diciendo que esos jvenes no eran criminales de ninguna clase. Al da siguiente, la revista volvi a publicar una nota esta vez con el ttulo Reclutados o asesinados?, segn la cual los exmenes de medicina forense indicaban

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    que los jvenes haban sido asesinados meses atrs y que los camuflados con que haban sido inhumados no tenan los orificios de balas que s tenan los cuerpos de cada uno. Fue en ese momento cuando Clara Lpez, entonces secretaria de Gobierno de Bogot, se arriesg a lanzar por primera vez la hiptesis de que los jvenes haban sido secuestrados para matarlos.

    Mora se dijo: Yo s qu pas con esos muchachos. Sin embargo, record que en enero de 2008 un sargento del Ejrcito tambin haba hablado con Semana sobre ca-sos parecidos, luego se le haba presentado en su oficina en Bogot al comandante del Ejrcito, el general Mario Montoya, y poco despus, de manera inslita, el mismo Ejrcito lo haba capturado por cargos de extorsin. Ac en Bogot tampoco se lo puedo contar a nadie, pens. Dos das ms tarde, ley en Semana: Ya son 46 los jve-nes desaparecidos que fueron reportados como muertos en combate. Otros medios tambin comenzaron a ventilar las historias de las familias de esos muchachos y a mostrar a las mams en llanto. En ese instante, el cabo Mora cambi de decisin.

    Me sent culpable me dice. Fui a donde un mayor, amigo mo, y le dije que yo poda aclarar lo de Ocaa. El mayor me llev con el director de inteligencia del Ejr-cito, el general Daz. Y a l le cont todo. Duramos casi un da hablando y l solo se coga la cabeza con sorpresa y deca ...cmo as, cmo as..., y me deca que ellos tenan sospechas pero que faltaba un testimonio como el mo.

    Al final de la tarde, el general Daz se salt el conduc-to regular: no le inform al general Mario Montoya, sino que telefone al comandante de las Fuerzas Militares, general Freddy Padilla de Len, para que supiera y a su vez pusiera al corriente al ministro de Defensa, Juan Manuel Santos.

    Saban de pronto que mi general Montoya... Mora se frena. Piensa mejor lo que va a decir. Mi general Montoya ha dicho que lo que mataron all fueron delin-cuentes y que no pasaba nada.

    A la maana siguiente, ya sintindose respaldado por el ministro Santos, Mora madrug a denunciar los hechos en la Fiscala y en la Procuradura.

    Me parece dice, forzando el recuerdo que fue un procurador el que llam a estos crmenes falsos positi-vos. Y despus se vino la bola meditica e investigativa tan inmensa.

    Bola que oblig al general Montoya, un mes ms tarde, a destituir a tres coroneles de Norte de Santander: Rubn Daro Castro, Santiago Herrera Fajardo y Gabriel Rincn Amado, dos de los cuales haban hecho sentir como un delincuente al cabo Mora. Y a los cuatro das de estas bajas, el presidente lvaro Uribe Vlez hizo lo mismo con 27 militares ms, entre ellos tres generales.

    Todos estos militares supieron que fui yo el que puso todo al descubierto. Inmediatamente me empezaron a tratar de sapo, de traidor.

    El cabo Mora es un tipo alto y grueso, quiz con kilos de sobra. Tiene la piel oscura y los ojos escondidos, pero con pupilas de un blanco intenso. Su nombre es Carlos Eduardo, habla con voz delgada y mantiene ese suave tono de nio bien educado y tmido: Buenas, don Juan, le provoca algo de tomar, don Juan?. Vive con su esposa y su hija, una pequea que va llenando de griti-tos y risas la casa. Mora la besa, la abraza, con ella se le enflaquece an ms la voz. Viven al norte de Bogot, en un conjunto residencial de las Fuerzas Militares. Algu-nos soldados controlan la entrada, y en el parqueadero hombres en camuflado, con sus pistolas de dotacin rebotndoles en la cintura, se bajan de carros con placas civiles sin polarizados ni escoltas. Los nios juegan ftbol en los jardines.

    Mora se transporta en un carro blindado y est pro-tegido por dos escoltas. Esas son las medidas cautelares que le otorg la Fiscala luego de que la Corte Interame-ricana de Derechos Humanos conceptuara en octubre de 2013 que sus derechos a la vida e integridad estaban amenazados y en grave riesgo.

    Estamos sentados en la sala. El apartamento es pequeo y decorado modestamente. Un solo cuadro de colores encendidos cuelga en el comedor. Mora ha contado varias veces su historia como testigo principal de los falsos positivos. La mayora de ellas en el proce-so de investigacin y juicio abierto contra los militares implicados. Y es esa historia la que los tiene en la crcel o a un paso de ella. Pocas veces se la ha contado a la prensa, y esta es prcticamente la primera vez que la narra, dispuesto a que sea publicada in extenso con todos los detalles.

    DE NIO Carlos Eduardo Mora soaba con ser soldado. Viva en Ciudad Bolvar con su mam y su padrastro, y haba octubres en que se disfrazaba con camuflado. Al graduarse del colegio, se reen-

    contr con su pap, quien para ese momento ya era un sargento mayor retirado del Ejrcito. Le dijo que l tambin quera seguir la carrera militar y, aunque al comienzo su pap trat de disuadirlo ser militar es muy duro, mijo, mucho ms ahora con la seguridad como est , termin ayudndolo a ingresar a la Escuela de Suboficiales en Tolemaida.

    A finales de 2004, recin cumplidos los 21 aos, obtu-vo el grado de tecnlogo en ciencias militares y entre mil aspirantes fue incluido en un grupo de cincuenta que se especializ en nueva inteligencia militar. Palabras ms,

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    ME DI VUELTA, ME HICE A UN LADO DEL GRUPO Y ME PUSE A LLORAR. HABA

    COMPARTIDO MUCHO CON ESOS MUCHACHOS, MESES SIN VER UNA CARA DISTINTA A LA DE

    ELLOS, Y DE UN MOMENTO A OTRO VERLOS MUERTOS FUE MUY DURO

    palabras menos: pasar desapercibido en una comunidad y ser capaz de infiltrarse en un grupo al margen de la ley con el propsito de reunir informacin para operaciones de choque, asaltos y capturas.

    Casi enseguida fue asignado a la recin creada Brigada Mvil xv que operara en Norte de Santander, desde la regin del Catatumbo y la frontera con Venezuela hasta Ocaa y los lmites con el Cesar. Pero como nunca antes haba padecido el estrpito de la guerra, sus superiores le encargaron una escuadra de cinco hombres y lo enviaron a la zona rural del municipio de Tib, donde las Farc y el eln daban bala todos los das. Era marzo de 2006. Fue all cuando el cabo Mora vio morir a varios de sus hom-bres, de las maneras ms dramticas: tras un ataque con bombas, uno de ellos perdi la mitad de la cabeza, al otro le volaron el rostro y uno ms se desangr por completo despus de que un mortero la arrancara una pierna.

    Yo qu les deca a los que haban quedado vivos? Para eso no me haba preparado la escuela. Lo nico que se me vino a la cabeza fue: Jvenes, nosotros sabamos a qu venamos, ahora vamos a vengarnos. Me di vuelta, me hice a un lado del grupo y me puse a llorar. Haba compartido mucho con esos muchachos, meses sin ver una cara distinta a la de ellos, y de un momento a otro verlos muertos fue muy duro. Ah me dije: Esto no es lo mo.

    Un mes despus, le lleg la notificacin de que haba sido designado para crear un grupo especial llamado Central de Inteligencia Tcnica de Ocaa (cioca), junto con otro cabo que estara bajo su mando. En adelante, el cabo Mora no volvera a usar el uniforme militar y tampoco podra residir en los batallones. Deba conver-tirse en un civil ms. Su misin sera recabar informacin desde el interior de las bandas criminales y unas cuantas clulas an activas de la desmovilizada guerrilla del epl, para que la tropa pudiera neutralizarlas.

    Al poco tiempo comenzamos a dar resultados dice, ms que todo contra bandas criminales. Con nuestra informacin se decomis armamento, se capturaron 18 integrantes de los reductos paramilitares, entre ellos un cabecilla. Y luego de estos golpes, los paramilitares se dieron cuenta de que ramos mi compaero y yo, y nos declararon objetivo militar.

    Por esos das, noviembre de 2006, el Frente 33 de las Farc se tom el Alto del Pozo, una rurala de Ocaa, y mat a 17 soldados. El mando militar reaccion rele-

    vando a los comandantes del Batalln Santander y de la Brigada Mvil xv y nombrando en su lugar al coronel Santiago Herrera Fajardo y su cpula. Aunque Herrera Fajardo tena tres medallas por valor en combate y era uno de los mimados del general Montoya, tambin era muy resistido a causa de sus mtodos. Entre militares le decan Fortn, por su solidez tropera.

    El primer movimiento de Herrera Fajardo fue incrus-tar su gente en las distintas reas de trabajo. A la cioca meti un cabo de apellido Urbano, trasladando al cabo que estaba bajo el mando de Mora.

    A Urbano le decan Hitler. Imagnese lo malo que era. Y claro me explica Mora, apenas lleg dio un resultado. Comenc a dudar porque yo llevaba meses trabajando para crear lneas de accin y este cabo lleg y en un da ya lo haba logrado. Es ms: casi enseguida dio informacin para lograr una supuesta baja del enemigo. Pero como yo hablaba con la gente del pueblo, supe que el muchacho al que haban matado no era ni un parami-litar ni un guerrillero, era un loquito de la calle. Y en la morgue confirm que ese muchacho haba pasado por tratamiento psiquitrico en la clnica de Ocaa.

    A continuacin, un mayor tambin de la cuerda de Herrera Fajardo le pidi a Mora el nombre de sus infor-mantes. El cabo se rehus. Esa peticin, ms lo que vena haciendo Urbano, le parecieron indicios de que los m-todos de este grupo de militares no eran ortodoxos. Para protegerse y preservar la vida de sus contactos, Mora le inform de sus sospechas a un sargento con autoridad sobre la contrainteligencia de la Brigada Mvil xv. Este sargento, en respuesta, le orden a Mora pegrsele al cabo Urbano y averiguar ms detalles.

    Una noche, uno de los coroneles nuevos, Gabriel Rincn Amado, me llam sorpresivamente al celular. Me dijo: El cabo Urbano tiene una informacin y como usted ya lleva un buen rato ac necesito que la verifique con l y con los informantes suyos. Yo ya tena mucha idea de que Urbano trabajaba en llave con los paramilita-res y, si yo cumpla las rdenes del coronel Rincn, tema que mataran a mis informantes. Igual era orden de un su-perior, me tocaba cumplirla. Pero antes de salir le dije al cabo con el que yo comparta apartamento que, si yo no volva, por favor informara que me haba ido a encontrar con Urbano por orden de Rincn.

    Mora se encontr con Urbano en el barrio Santa Clara, a las afueras de Ocaa. Se saludaron y se montaron

  • 34

    a un taxi. Mora qued en la mitad del puesto de atrs. Hubo un silencio como si en segundos fuera a pasar algo. Urbano le pregunt: Usted conoce a Leo?. Era el cabecilla del reducto paramilitar en esa regin. No lo conozco. S quin es respondi Mora. Estoy traba-jando para ver si lo podemos coger. Se lo presento, le dijo Urbano. Leo estaba a su lado. Y lo primero que se le pas por la cabeza fue: Aqu ya me mataron. Cabo hijueputa!, le grit Leo. Usted nos tiene jodidos. Para m es fcil mandarlo a picar y hasta podra pagarle a unos muchachos para que lo metan a la crcel. Mora, callado, se daba por muerto. No tena escape. No poda correr. No andaba armado. Y el taxi se desplazaba por un paraje oscuro y solitario.

    Llegaron a un descampado del aeropuerto. Urbano le pidi a Mora que llamara a sus informantes y los hiciera venir. Mora se neg. Leo, el paramilitar, se le acerc.

    Sac un papel y me dijo: Usted se llama as, su mam es tal, su pap es tal, el cabo que se la pasa con us-ted es tal, los paps de l viven en Ibagu. Se los matamos a todos si no llama a los informantes. Entonces cog el telfono y marqu.

    Apenas Mora colg, Urbano telefone al coronel Rin-cn para decirle que los paquetes ya venan en camino. Pasaron quince minutos y antes de que llegaran apareci un camin con el Grupo Especial de la Brigada Mvil xv. Mora se extra, pero qued atnito del todo cuando del camin descendi el comandante de ese grupo y se salud con Leo como si fueran amigos de siempre se es-trecharon la mano con una sonrisa cmplice y se dieron palmadas en los hombros. Minutos despus llegaron sus informantes en una moto. A uno lo subieron al camin y se lo llevaron. El otro se qued mirando sin saber qu estaba pasando. Urbano le dio una pistola a Mora y le dijo: Vaya mtelo o nosotros lo matamos a usted. Mora carg la pistola y se dirigi hasta donde estaba su infor-mante. Le dijo: Viejo, arranque o le disparo.

    Cuando l arranc recuerda Mora empezaron a encenderlo a plomo pero gracias a Dios no le dieron. Urbano me quit la pistola y me la puso en la cara. Si me matan saben que estoy con usted por orden del coronel, alcanc a decir. Ah lo pens y sin dejar de encaonarme llam al coronel Rincn a decirle que yo haba dejado volar al informante y le pregunt qu hacan ahora. Rin-cn les orden que encontraran al informante, pero no lo lograron. Y a Urbano se le vea en la cara las ganas de

    dispararme en la cabeza. El coronel Rincn pidi que me presentara ante l y que ya no mataran al informante que tenan en su poder y que queran presentar como muerto en combate.

    El cabo Mora regres a su apartamento y se solt a llorar. Le cont todo a su novia y al cabo que viva con l. Se le cruz la idea de escapar, pero el Ejrcito lo hubiera acusado de desertor. No saba qu hacer. No tena nadie a quin contarle. Acudir a la polica, menos, porque l saba que en esa regin la mayora de los agentes estaban comprados por paramilitares. No vio otra que presentar-se en el despacho de Rincn al otro da a primera hora de la maana. El coronel lo esculc y le quito el celular. Es que los de inteligencia son muy sapos, le dijo con resen-timiento. Y luego, engredo, lo amenaz: Usted ya sabe quin soy, usted ya sabe qu hago. No lo voy a matar, pero le mato a toda su familia si llega a decir algo. De ahora en adelante va a andar para todo lado con Urbano para que no vaya a decirle nada a nadie. Ese mismo da, Urbano le orden a Mora que le informara cada vez que saliera de su casa y que a ciertos sitios deban ir juntos. Mora acept: en el fondo estaba convencido de que algo tena que hacer contra ellos, que no se poda quedar callado.

    Llam al mayor Velandia, jefe mo ah en la Central de Inteligencia. Me cit con l en la Iglesia Mayor de Ocaa, en la Plaza 29 de Mayo. Le cont y le ped que me aconsejara. Me dijo que l ya tena las mismas sospechas. Entonces, que hiciramos un trabajo de contrainteligen-cia: que yo anduviera con Urbano y le informara todo y que l trasladaba esa informacin a Bogot. Yo asum eso como una orden de un superior mo y sal un poquito ms calmado. Ya en la calle me dije: Vamos a hacer un buen trabajo, no importa que el investigado sea un coronel. En ese momento no saba que ese mayor tambin le era leal a Herrera.

    Durante varias semanas el cabo Mora inform al ma-yor Velandia sobre el trfico de armas que Urbano soste-na con paramilitares, las cuotas de dinero que circulaban a cambio y los muertos civiles que estaban legalizando como bajas del enemigo en combate. Y logr ganarse la confianza del enlace entre las dos partes: un paramili-tar llamado John Pabn, quien le anticipaba a Mora los encuentros con Urbano. Pero al ver que del alto mando no llegaba una orden o que la Polica Militar no detena a Urbano, empez a sospechar que Velandia se guardaba la informacin. De ser as, en cualquier momento lo iban a

    EL CORONEL LO ESCULC Y LE QUIT EL CELULAR. ES QUE LOS DE INTELIGENCIA

    SON MUY SAPOS, LE DIJO CON RESENTIMIENTO. Y LUEGO, ENGREDO, LO AMENAZ: NO LO VOY

    A MATAR, PERO LE MATO A TODA SU FAMILIA SI LLEGA A DECIR ALGO

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  • 36

    matar porque, desde el incidente con sus informantes, el crculo de poder que manejaba Herrera se estaba estre-chando en torno a l.

    Velandia fue trasladado y reemplazado por un mayor procedente de Bucaramanga. El cabo Mora deba encon-trarse con este mayor para ponerlo en contacto con una mujer, novia de un cabecilla de las Farc, que le suminis-traba informacin. Aparte de esto usted tiene algo que contarme?, le pregunt el mayor. Mora opt por revelar-le la historia. Crey que como proceda de otra zona, el militar no haca parte de la misma confabulacin. S, mi mayor. Sin nombres, pero aqu hay oficiales de alto rango que estn trabajando con los paramilitares y haciendo cosas graves. Deme bien su nombre le dijo el mayor y yo lo saco de ac antes de que lo maten.

    Al da siguiente muy temprano el coronel Herrera, comandante de la Brigada Mvil xv, telefone al cabo Mora.

    Lo primero que me dijo fue: Cabo hijueputa, se va a morir por desleal, por sapo! Vngase ya para el batalln y se me presenta. Apenas llegu me sigui diciendo que yo era un sapo, y le dije: No, mi coronel. Yo tengo informacin de dnde estn los paramilitares. Y no me contest nada. Cort la conversacin y se fue. A los diez minutos volvi y me dijo: A usted lo van a matar por sapo. Se me sube ya a ese helicptero. Y yo respond:

    Mi coronel, pero es que yo no tengo ni uniforme, no puedo patrullar. Me haba accidentado en esos das. Nada de eso sirvi, me subi a un helicptero que iba para San Calixto a llevar comida...

    Mora se detiene. Cavila y deja escapar una risa ner-viosa.

    Usted conoce San Calixto? me pregunta.No.Es un municipio pequeito, un casero. En esos das

    era un territorio del epl. Todos los habitantes son monos y ojiclaros. Y yo, bien negrito, iba a llegar all en un he-licptero del Ejrcito. Me van a meter una matada ni la ms tremenda, pens.

    Por fortuna para Mora, all se encontr al mayor Velandia, quien le dio tres soldados para que lo escolta-ran desde el punto de aterrizaje del helicptero hasta la estacin de polica. El intendente a cargo lo recibi, lo uniform y lo tranquiliz: Va a ser un polica ms. Se quedar con nosotros.

    Y estando ah contina Mora, elevando la voz, el coronel Herrera me llam para ordenarme que regresara a Ocaa, pero por tierra. No iba a enviar un helicptero por m. Me negu. La carretera entre San Calixto y Oca-a estaba llena de guerrilla, ponan bombas, montaban retenes. Si yo cumpla esa orden, terminaba muerto.

    Mora hace una pausa. Niega con la cabeza.

  • 37

    Esa es una de las cosas que Herrera ha dicho en la Fiscala: que yo no le haca caso. Pero cmo iba a hacer caso a esas rdenes incoherentes?

    John Pabn, el enlace de los paramilitares con Urba-no, tambin llamaba a Mora. Le deca que la situacin estaba muy grave, que ya no soportaba ms, que se quera desmovilizar. Mora le inform sobre la situacin de Pabn a un capitn recin trasladado de Bogot a Norte de Santander. Le pidi que lo recibiera por fuera del batalln, que era su informante y se quera entregar, pero que nadie se enterara. Pabn se entreg junto con uno de los escoltas de los narcotraficantes Meja Mnera. Y ese capitn los dej dentro del batalln y les hicieron un atentado del que salieron vivos. Das despus, John Pabn termin preso en la crcel de Ocaa pero no como desmovilizado sino como capturado.

    Mora ya le haba contado los hechos a dos mayores, a un sargento y a un capitn. Y todo segua igual. Para irse de San Calixto, se subi al helicptero a la brava. Era septiembre de 2008. Aterriz en Ocaa y enseguida lo mandaron para Bogot. Pero antes de despacharlo en el avin, los dos coroneles, Herrera y Rincn, y el cabo Urbano, cada uno en momentos distintos, lo volvieron a amenazar: si contaba algo, le mataban a la familia.

    EN LA PRIMERA SEMANA de noviembre de 2008, al mes de la purga de los treinta militares, el general Mario Montoya pas su carta de renuncia. Y aunque para ese momento cargaba con varios

    sealamientos por violaciones de derechos humanos y de colusin con paramilitares muchos de ellos por boca de comandantes desmovilizados de las auc, fue nombrado por el presidente Uribe como embajador en Repblica Dominicana.

    A comienzos de 2009, una oeneg con sede en Washington, llamada National Security Archive dedica-da a solicitar el levantamiento de la reserva de documen-tos oficiales relacionados con la seguridad de Estados Unidos, revel cables de la Embajada en Colombia en los que desde 1990 se hablaba de asesinatos de civiles cometidos por la tropa pero legalizados como bajas en combate de la guerrilla. Uno de sus investigadores, Mi-chael Evans, explic que estos crmenes tenan como fin inflar las cifras de bajas del enemigo, porque la revisin de estos datos era la manera en que las Fuerzas Militares cuantificaban el progreso de la lucha contra las guerrillas, clculo que en el dialecto militar gringo se conoce como body count. Y aadi Evans que el general Montoya durante muchos aos haba promovido tal medicin.

    Mientras estas discusiones ocurran en la prensa, el cabo Mora sobreaguaba en el da a da. Durante las

    semanas del escndalo y a principios de 2009, sinti que estaba protegido por la oficialidad del Ejrcito, que su actitud a la larga haba sido respaldada por el alto mando. Pero luego, cuando menguaron el acaloramiento y las acusaciones, se qued solo y sin ninguna medida de segu-ridad. Se haba ido a vivir a un barrio residencial al sur de Bogot y a cada citacin de la Fiscala le tocaba llegar en bus de servicio pblico.

    Comenc a mandar oficios solicitando seguridad dice. Pero la Fiscala me dijo que no poda ayudarme porque yo era militar, que le tocaba al Ejrcito. Y el Ejr-cito, nada. Se desentendi totalmente.

    En palabras de Mora, lo que vivi a partir de entonces fue una persecucin: primero, en la cara, otros militares lo calificaban de traidor y guerrillero. Le pregunta-ban si haca parte de la guerra sucia de las Farc contra el Ejrcito.

    A los cabecillas de la guerrilla los llamamos blancos de alto valor me explica. Y para humillarme me decan negro de alto valor. Si me vean llegando a alguna de-pendencia, decan: Sapo, lleg el sapo... cunto estarn dando por la cabeza de Mora.

    Luego, una noche en que no haba nadie en su casa, se metieron y le robaron unos documentos sobre el caso. Nada de lo que no tuviera copia, pero le hicieron ver que lo tenan ubicado y que lo podan vulnerar cuando les viniera en gana. En los das sucesivos se paraban frente a su casa con pistolas en mano. Y dentro del destacamento militar, sin que lo hubieran notificado, le abrieron una in-vestigacin por la prdida de un armamento en la Escuela de Cadetes de Polica.

    Esa investigacin tena fecha del 2005 y apenas este ao me enter de dnde supuestamente se haban llevado el armamento; en esa rea nunca estuve yo, nunca per-tenec a ella. Y segundo, la firma con la que reclamaron el armamento no era la ma. La falsificaron. Ah guardo el acta como un tesoro porque una vez el Ministerio de Defensa dijo que a m nunca me haban abierto una investigacin.

    A comienzos de 2010, la Fiscala lo puso en contacto con las Naciones Unidas. Gracias a ellos se reuni en Bo-got con el ministro de Defensa, que ya era Gabriel Silva Lujn. Mora le cont toda la historia y tambin le habl del maltrato psicolgico. Si est mal lo que yo hice, entonces no s en qu ejrcito fue en el que me met le dijo al ministro. Silva Lujn le dijo que el Estado lo tena que proteger porque haba sido l quien haba actuado de manera correcta, que enterara al presidente.

    Y al otro da me llamaron. Que Uribe quera hablar conmigo. Esa s fue una reunin tensa al principio porque el presidente tena la bandera de los militares. Pero luego de que le cont los hechos de Ocaa, le ped que como

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    nuestro comandante directo me diera la baja de la insti-tucin, que para m el maltrato ya era inaguantable. Me dijo: No, cabo, cmo se le ocurre. Ms bien, para evitar todo eso, hoy mismo en la tarde voy a dar una rueda de prensa diciendo que a los militares como usted, que son buenos, se les tiene que rodear. Y deme dos semanas para sacarlo del pas con su familia para que trabaje como agregado, como secretario de agregado. Y si necesita ve-nir a declarar, el gobierno est dispuesto a ayudarlo, pero antes hay que proteger la integridad de su familia, antes de que les pase algo. Y vea concluye Mora, rindose tmidamente, este es el momento en que no he salido de ac. Es ms, ni seguridad ni Fiscala ni nada. Y conti-nuaron las amenazas de muerte, llamadas en las que me decan que era un sapo, que me iban a matar. Fue tanta la presin que a mi esposa le toc irse con mi hija.

    Despus de esa reunin, Uribe Vlez nunca volvi a decirle nada?

    No. Nada. Por el contrario, antes de que l entregara su mandato yo le envi una carta para recodarle lo que me haba dicho. Y lo que hicieron fue remitirla a la Ofi-cina de Derechos Humanos del Ejrcito, donde tampoco dijeron nada. Lo que s s es que l me menciona en el libro que escribi y cita la reunin que tuvo conmigo, pero se olvida de lo que me prometi y no me cumpli.

    NADA CAMBI en 2011 ni en 2012. Ms amenazas, ms actos de tortura psicolgica. Mora cumpla su horario de trabajo en el batalln, sala de su casa y regresaba en la noche sin proteccin. Hubiera sido

    muy fcil matarlo en esos lapsos y haberle montado la escena de un atraco. Quiz para l lo ms conveniente hubiera sido retractarse, evadirse de la situacin. Pero no. No aceptaba la impunidad para los culpables de los falsos positivos y se convenci de que tena que seguir acudiendo a las citaciones de la Fiscala. Su familia lo vio tan determinado y a la vez tan vulnerable que su esposa, resignada, lo sent una noche y le dijo: Bueno, si te matan, estamos seguros de que t ests haciendo lo correcto.

    Una tarde de junio de 2013, cuando ya varios militares haban sido condenados por estos hechos la primera sentencia fue en junio de 2011, el inspector general de las Fuerzas Militares llam al cabo Mora. Le dijo que haba hecho una labor excelente y que queran trasladarlo

    a la Armada Nacional. A Mora la pareci ideal y empez hacerse los exmenes. El ltimo era psicolgico y arroj que estaba sufriendo una depresin leve. La psicloga le dijo que llamara a su esposa y que se fuera con ella para el Hospital Militar. All le daran instrucciones.

    Se me hizo raro que me hicieran llamar a mi esposa recuerda Mora. Pero bueno, llegamos all como a las tres de la tarde y una mdica me dijo: La orden que me estn dando es internarlo en una clnica psiquitrica. Por qu?, qu tengo?, le pregunt, soy un peligro para la sociedad?, para mi esposa?, para alguien?. Y me dijo: No, la orden es esa, pero si quiere vaya y hable con el mdico de la Clnica La Inmaculada, all le explicarn bien y el doctor dir qu determinacin toma. Entonces me fui en ambulancia para La Inmaculada y esperamos varias horas para que me atendieran. Como a las diez de la noche, sin hacerme ninguna prueba, un doctor me dijo: Bueno, cabo, la orden del Ejrcito es que usted se queda internado. Entrguele todo a su esposa. Ac no puede tener celular, no puede tener nada. Doctor, pero dgame cul es la razn. No creo que una depresin leve d para que me internen. Tambin le dije que estaba a punto de ir a declarar en la Fiscala por el caso de los falsos positivos y que no poda dejar sin seguridad a mi familia porque estbamos en riesgo.

    El mdico sac a Mora del consultorio y le dijo a la esposa que lo convenciera, que era por el bien de l. Ella contest: No, por qu? l es la persona ms calmada del mundo. Y si no ha cometido ninguna locura en estos cin-co aos en que lo han querido matar tantas veces, no la va a cometer ahoritica. Yo no entiendo por qu lo quieren internar as a la fuerza.

    Transcurrieron unos minutos y adelantndose a cual-quier contingencia, Mora le envi un mensaje de texto al agente de las Naciones Unidas que segua su caso. Le cont lo que le estaba pasando. El agente le respondi que no haba razn para que lo recluyeran en un sana-torio. A los pocos minutos, varios soldados llegaron a La Inmaculada y llevaron a Mora de vuelta al Hospital Militar. Era la una de la maana. Apenas Mora se baj de la ambulancia vio que haba hombres de la Polica Militar junto a otra doctora que lo recibi dicindole: La orden es que usted se tiene que quedar internado en la clnica, a las buenas o a las malas. Al ver a la Polica Militar, supo que lo iban a doblegar por la fuerza. Listo, intrnenme. Pero djenme ir a solucionar el problema de seguridad de

    A LOS CABECILLAS DE LA GUERRILLA LOS LLAMAMOS BLANCOS DE ALTO VALOR.

    PARA HUMILLARME A M ME DECAN NEGRO DE ALTO VALOR. Y SI ME VEAN LLEGANDO

    A ALGUNA DEPENDENCIA, DECAN: SAPO, LLEG EL SAPO...

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    SU FAMILIA LO VIO TAN DETERMINADO Y A LA VEZ TAN VULNERABLE QUE SU ESPOSA,

    RESIGNADA, LO SENT UNA NOCHE EN LA SALA Y LE DIJO: BUENO, SI TE MATAN, ESTAMOS

    SEGUROS DE QUE T ESTS HACIENDO LO CORRECTO

    mi hija y mi esposa. Yo el lunes a primera hora me estoy presentando ac, as yo no vea la razn. La doctora, exasperada, le replic: No! Ya. Ya mismo.

    A las tres de la maana busqu la forma de que me dejaran solo con mi esposa por unos minutos. Y me escap asustado como el peor delincuente me dice, con la voz opacada, encorvado sobre sus piernas. Lo que me estaban haciendo ya lo haban hecho con un sargento vinculado a los falsos positivos, que se acogi a sentencia anticipada. Cuando comenz a delatar coroneles, los abogados de esos coroneles lo sealaron de ser un des-equilibrado mental.

    Al otro da, a las ocho de la maana, el cabo Mora se present ante uno de sus superiores y le dijo que se haba escapado. Le cont que las Naciones Unidas estaban enteradas. Que l se iba a someter a un examen ante un mdico legista y un psiclogo externo, y si ellos le indica-ban que deba internarse l lo hara.

    Ah muri todo me dice Mora, abriendo la voz y re-clinndose en el espaldar. Nunca me volvieron a llamar para seguir con lo de la depresin.

    POCO DESPUS de este episodio y con el apoyo de una oeneg, Mora solicit medidas cautelares ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Y desde octubre de 2013 pas a convertirse en el

    primer militar, en la historia de Colombia, sujeto a proteccin internacional.

    Cmo cree que ha recibido el Ejrcito el hecho de que usted sea el primer militar con medidas cautelares, para protegerlo precisamente del Ejrcito?

    A mucha gente le ha parecido bien conviene Mora. Como en su momento lo dijo mi general Rey Navas, el Estado estaba demostrando que las medidas cautelares no son solo para activistas y oenegs de izquierda. Y fue como si tambin se lo hubiera dicho al Ejrcito. Aunque a la vez hay un sector de ultraderecha que me ha tratado de hampn y de criminal, y ha dicho que yo solo he bus-cado desprestigiar a los oficiales.

    Cabo, durante esta entrevista usted ha estado dividiendo al Ejrcito en dos: un sector ajustado a la legalidad y otro que no. Y tengo la impresin de que usted cree por encima de todo en ese sector ajustado a la legalidad.

    Mora abre los ojos y despus frunce el ceo.

    Pues no s. En el Ejrcito la gente es muy buena. Si no, yo no estara en la institucin todava. El 90% de los 250.000 hombres que hay en el Ejrcito son muy buenos. Hay un porcentaje pequeo que hace las cosas mal y a veces son los de ms alto mando. No s qu razones habr para que no se siga hablando de los falsos positivos. Como si dijeran: Est bien, ya pas pero no lo discuta-mos ms. Mire, a comienzos de 2014 tuve una reunin con un general y lo primero que me dijo fue que yo haba perdido mi espritu de militar. Por qu? Por decir la verdad?. Y me dijo que pensara en las familias de los militares que estn en la crcel por este proceso. Le dije: Mi general, claro, yo he pensado en ellos, pero en cam-bio nadie ha pensado en mi familia. Si yo no acudo a un ente internacional nadie del Ejrcito me hubiera llama-do. Es ms, usted me llama ahora porque se enter de las medidas cautelares, pero tampoco sabe lo que pas. Y a todo esto lo que me dijo fue que dejara de pedir premios, que yo no los mereca. Le contest que no estaba pidien-do ningn premio, ni plata. Que lo que he pedido es que, primero, me dejen seguir declarando. Faltan muchos procesos. Y segundo, que me dejen quieto. Yo no estoy pidiendo ninguna medalla.

    Usted siente hostilidad entre sus compaeros del Ejrcito?

    Todo esto le molesta mucho a muchos mandos. Una vez que me hicieron una entrevista en Blu Radio, el gene-ral Mantilla me mand a decir que yo era un sapo. Pero vuelvo a lo mismo: hay muchos militares que estn de acuerdo con lo que yo hice. Mucha gente se ha acercado a m y me ha dicho: Mora, bien.... Es ms, un mayor se me acerc en la audiencia en que lo sentenciaron. Me asust, pens que me iba a echar la madre. Pero no. Se lo estaban llevando esposado y me dio la mano y me dijo: Lstima que yo no tuve su valenta para haberme negado a hacer lo que me ordenaron, porque estara con usted de ese lado. Cudese mucho y que Dios lo bendiga.

    DESDE QUE EL CABO MORA hizo la denuncia en la Fiscala, a finales de 2008, su vida militar se vino al suelo. En esos das era cabo tercero y hoy, gracias al tiempo transcurrido, debera estar a pocos meses

    de ser ascendido a sargento. Pero como nunca volvi a misiones de inteligencia su labor ha sido en oficinas y archivos, no sabe si le permitirn elevar su rango.

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    No siento ninguna clase de frustracin personal, porque siempre he hecho lo correcto. Frustracin mili-tar? S, mucha, un temor constante a que me saquen o a que se inventen algo para desprestigiarme o para abrirme investigaciones; cualquier cosa para no dejarme ascender. Adems del miedo. Miedo de que le hagan algo a mi hija por hacerme dao a m, o a mi esposa, a mis paps le tiembla la voz por primera vez en esta entrevista. Para m, en mi casa, trato de que todo sea normal, pero dentro mo lucho por no desbaratarme. Saber que todos los das hay gente all afuera que est fraguando algo en contra ma o de mi familia... Todos los das. Hasta que en cual-quier momento... mirndome, Mora simula con la mano su degollamiento. Si atentan contra ministros y grandes dignatarios, por qu no contra un simple cabo?

    Le pide algo al Estado, al gobierno nacional?Atencin. Le pido atencin. En esta situacin me he

    dado cuenta de que uno vale ms por su condicin eco-nmica que por su condicin personal. Y eso que tengo medidas cautelares se re. Atencin no solo para m y para mi familia, tambin para todas las personas que quieren saber o que quieren decir la verdad y no pue-den porque se dan cuenta de cmo tratan a quienes lo hacen. Si yo tuviera dinero aade o si yo... y esto me va a traer muchos problemas el da que sea publicado este artculo... si yo fuera un oficial del Ejrcito, un capitn,

    un mayor, un coronel, y hubiera denunciado a subofi-ciales y soldados, estoy ciento por ciento seguro de que ya habra salido del pas junto a mi familia, ciento por ciento seguro! Mire me prepara, anudando las manos: algunos han dicho que yo tengo un superesquema de seguridad por declarar en contra de oficiales del Ejrci-to. Un superesquema? Yo con eso me imagino seguridad permanente, dos camionetas, cuatro escoltas, seguridad permanente en el colegio de mi hija, en el trabajo de mi esposa. Pero no. Nada de eso. Tengo un carro blinda-do al que no le cierra la ventana ni le sirven los frenos. Que qu le pido al Estado? Lo mnimo: cmbienme los frenos, por favor.

    Luego de todo este tiempo, sigue pensando en que le den la baja del Ejrcito?

    No, ya no pido la baja del Ejrcito Mora se calla unos segundos. Ya no puedo irme porque, por el hecho de seguir siendo militar, tengo cierta proteccin. Enton-ces no. Mucha gente me ha dicho que si pido la baja me matan al otro da. Y puede ser verdad, porque ac al que no les sirve lo callan.

    juan miguel lvarez (cali, 1977). Periodista inde-pendiente y habitual colaborador de El Malpensante. En el ao 2013, la editorial Rey Naranjo public su libro Balas por encargo.

    06-07 Sumario30-41 Los positivos