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POR QUÉ EL BAUTISMO DE INFANTES NO ES BÍBLICO

Una Crítica al folleto: Por qué el Bautismo de Infantes es bíblico por

Alejandro G. Viveros (Guatemala: Dort Publicaciones, 2020)

por Jorge A. Rodríguez Vega

con Luis J. Torralba1

Hace unos meses encontré un anuncio sobre la publicación de un pequeño libro llamado

“Por qué el bautismo de infantes es bíblico”. Dos cosas me llamaron la atención. Primero,

el inmenso deseo de conocer más de cerca la editorial Dort Publicaciones (quien publica

este libro). Estoy muy agradecido con Dort Publicaciones por su esfuerzo en traducir la

Institución de Teología Eléntica de Francis Turretin (François Turrettini) al español.

Segundo, el título de este libro. No que el título tenga algo nuevo en sí mismo, sino que

me dio alegría saber que hermanos latinoamericanos están siendo movidos a escribir y

defender su fe en su idioma, para su gente.

Como un credobautista, naturalmente la afirmación que ese folleto lleva por título abrió

mis ojos y mi curiosidad; así que, lo que dije que sería una mirada rápida, terminó siendo

una lectura completa de este corto, claro y desafiante escrito. En este breve escrito

pretenderé que las palabras contundentes y firmes de esta declaración paidobautista

llegaron a los oídos de la congregación que el Señor me dio para cuidar, y buscaré

responder a las afirmaciones que el hermano Alejandro hace, tratando de demostrar: Por

qué el bautismo de infantes NO es bíblico.

El folleto tiene como estructura una introducción, el cuerpo o contenido que consiste de

siete argumentos a favor del paidobautismo y una breve conclusión. Aunque mi

respuesta será principalmente al contenido de este escrito, hay algunos detalles

importantes en la introducción y conclusión que deben ser considerados.

1 Quiero expresar mi reconocimiento a mi hermano y colaborador amado, Luis J. Torrealba, por sus valiosos

aportes a esta crítica amigable. A lo largo de este escrito, las sabias palabras y precisiones de Luis se

confunden con mis palabras en primera persona; esto se debe a que amablemente tomó mi escrito original

y expandió algunos de los argumentos de una manera útil haciéndolos mucho más claros. El uso de los

gráficos del Dr. Sam Waldron y del Dr. Alan J. Dunn, así como sus respectivas explicaciones, la ampliación

del argumento de la diferencia entre las leyes positivas y naturales, y la explicación de las “inferencias

probables”, entre otros comentarios importantes, son suyos. Anhelo que este sea el primero de muchos

escritos que podamos hacer juntos para la gloria de Dios y la expansión Su Reino.

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¿El Credobautismo no es Reformado?

Después de explicar el significado del término paidobautismo y su etimología, el autor

hace una declaración firme con respecto al credobautismo y su “no” pertenencia a la fe

reformada. Coincido completamente con el autor en la importancia de utilizar términos

teológicos de manera precisa. Sin embargo, ciertamente cometemos un error cuando

generalizamos o encerramos todo en un círculo uniforme. Tengo en mente por lo menos

dos razones importantes para esta afirmación.

Primero, no se debe generalizar, porque la fe reformada no es uniforme. El término reformado es

un término que podría ser muy ambiguo. De hecho, según la explicación histórica de

Bavinck en su Dogmática Reformada, los luteranos y los reformados son dos grupos

distintos. ¿Qué son los reformados o quiénes son? ¿Cuáles son las doctrinas

características de la fe reformada? ¿El sello distintivo es el bautismo de niños? ¿La

relación entre la Iglesia y el Estado es una de las doctrinas que determina si una iglesia es

reformada? ¿Deja de ser reformada una iglesia que no sostiene la relación entre el Estado

y la Iglesia de la forma en la que los presbiterianos la entendieron? ¿Todas las iglesias

presbiterianas en Norteamérica (y América Latina) dejaron de ser reformadas por tener

que adherirse a una confesión de Westminster “editada”?

Segundo, no se debe generalizar, porque no todos los reformados tuvieron la misma actitud hacia

los bautistas. En el momento en el que generalizamos, nos olvidamos de que hubo muchos

que consideraron a los bautistas como reformados, hermanos amados y parte de la

tradición reformada. Es muy cierto que los bautistas particulares sufrieron persecución

en el siglo XVII por causa del credobautismo. Cuando los bautistas comenzaron a ser

notorios para el pueblo protestante de Londres y sus alrededores, la tendencia fue

confundirlos con los anabautistas. Esta circunstancia permitió que por necesidad se

escribiera la primera confesión de fe de Londres en 1644. Esta confesión de fe fue revisada

por algunos de los hombres más influyentes en Londres. Después de revisarla, no

teniendo nada que decir de su doctrina (salvo la evidente diferencia con respecto a su

entendimiento de la doctrina del pacto y, en consecuencia, del bautismo), tuvieron que

apelar a que los bautistas estaban ocultando algo. Estas son las palabras de

Daniel Featley, miembro de la Asamblea de Westminster (por un tiempo breve), sobre la

confesión de fe de los bautistas particulares:

...si damos crédito a esta Confesión y al Prefacio de la misma, los que de entre

nosotros son etiquetados con ese título [es decir, anabautistas], no son ni Herejes, ni

Cismáticos, sino cristianos con corazones sensibles; sobre quienes, por falsas

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sugerencias, la mano de la autoridad cayó pesadamente mientras duró la Jerarquía;

pues ellos ni enseñan el libre albedrío ni el caer de la gracia con los arminianos, ni

niegan el pecado original con los pelagianos, ni rechazan el Magistrado con los

jesuitas, ni sostienen la pluralidad de Esposas como los polígamos, ni la comunidad

de bienes como los apostólicos, ni van desnudos como los adamitas, mucho menos

afirman la mortalidad del alma con los epicúreos y los psicofanistas; y con este

propósito han publicado esta confesión de Fe, suscrita por dieciséis personas, en el

nombre de siete iglesias en Londres.2

Luego añade:

...esconden un poco de veneno para ratas en una gran cantidad de azúcar para que

no se pueda notar {lit. discernir}; pues, entre los cincuenta y tres Artículos de su

Confesión no hay más de seis que pueden ser aprobados, con tal que reciban una

interpretación correcta; y en esos seis no se expresa ninguna de las posturas más

viles y odiosas con las que esta Secta está manchada {lit. rociada}.3

Así como hubo hombres como Featley (y muchos más como él), también hubo hombres

como John Owen y Thomas Goodwin, pastores y teólogos reformados, que consideraron

a los bautistas particulares como parte de la tradición reformada. Aunque una de las

características de la fe reformada histórica es el paidobautismo, no es su única doctrina.

La fe reformada también sostiene la autoridad única de las Escrituras, la interpretación

de la relación entre Dios y el hombre a través de pactos, la justificación por la sola fe, la

libertad cristiana, la ley y la gracia, la vigencia de la ley moral de Dios, la observancia del

principio regulativo, entre otras. Por esta razón, creemos que es completamente

apropiado y justo llamarnos Bautistas Reformados.

Reivindicando la doctrina del Bautismo

Coincido con el autor en que el bautismo ha sido menospreciado por la iglesia

contemporánea y ha perdido el valor y el simbolismo bíblico que verdaderamente tiene.

Su importancia se desprende de su naturaleza como una de las dos ordenanzas del Señor

para Su pueblo del Nuevo Pacto, de su significado e indispensabilidad en el bienestar de

la iglesia al ser un medio de gracia a través del cual el Señor sustenta a Su pueblo.

2 Citado por James M. Renihan, Confesando la Fe en 1644 y 1689 (Santo Domingo, Ecuador: Legado

Bautista Confesional, 2020), 12, 13. Featley, The Dippers Dip’t {trad. no oficial: Los Sumergidores

Sumergidos}, 177-78. 3 Ibid.

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Comparto la preocupación del autor y, de hecho, la importancia de este tema es la razón

por la que tomé de mi tiempo para leer este tratado paidobautista sobre el bautismo y por

la que escribo esta pequeña y respetuosa crítica.

Valoro mucho la explicación histórica sencilla que el autor hace al tratar de responder la

pregunta tácita de por qué muchos en nuestros días relacionan el bautismo de infantes

con el catolicismo romano. Es necesario aclarar que, desde nuestra perspectiva bautista,

la distancia doctrinal con nuestros hermanos paidobautistas no tiene que ver con que

relacionamos o vemos en su práctica una correspondencia con el bautismo que profesa la

Iglesia Católica Romana, sino con nuestro entendimiento del pacto. En otras palabras, no

es una diferencia soteriológica ⎯lo cual implicaría una diferencia fundamental⎯, sino

pactual ⎯que sigue siendo un asunto importante, pero no pone en duda nuestra relación

como hermanos y miembros de la familia de Dios.

Finalmente, como una conclusión a su introducción, el autor hace una pregunta que es

fundamental y el enfoque mismo de este pequeño tratado: ¿cuál es el respaldo Escritural

que tienen para bautizar a sus hijos? El autor comienza por expresar con sinceridad que

“no tenemos un mandato explícito que diga que todo creyente deberá bautizar a sus

hijos”. Por tanto, concluye que “esta doctrina no es más que una inferencia lógica extraída

de ciertas verdades bíblicas”.

Sobre las Buenas y Necesarias Consecuencias

Con respecto a este asunto tan importante, quisiera hacer dos comentarios. En primer

lugar, estoy de acuerdo en que no debemos cuestionar una doctrina por el hecho de que

no haya un texto explícito que la exprese de manera textual. De hecho, aunque el autor

no lo menciona (y agradezco eso), muchos paidobautistas creen que quienes nos

oponemos al paidobautismo negamos las “buenas y necesarias consecuencias” porque

sostenemos una clase de “biblicismo” (i. e., “si no lo dice la Biblia de manera directa,

entonces no es verdad”) incapaz de reconocer las consecuencias lógicas de las verdades

bíblicas. Los bautistas particulares dejaron claramente establecido que creían en la

autoridad y validez bíblica de aquellas cosas que, aunque no estaban explícitamente en

las Escrituras, estaban “contenidas” allí.4 El hecho de manifestar una sólida postura

trinitaria en sus dos primeras confesiones de fe es una evidencia irrefutable de eso. Así

que el problema con el paidobautismo no radica en negar las inferencias lógicas de la

Escritura, sino en la forma de aplicarlas.

4 Confesión Bautista de Fe de 1689, Capítulo 1, párrafo 6.

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Eso me lleva a mi segundo comentario. Creo que el autor se equivoca cuando equipara la

doctrina de la Trinidad con el bautismo. Estas no son doctrinas que descansan en la

misma categoría. La Biblia claramente expresa que Dios es uno y, al mismo tiempo, le

otorga las obras, los nombres, la dignidad y los atributos de ese único Dios a tres personas

diferentes. Aunque no haya un texto que diga: “En este Ser divino e infinito hay tres

subsistencias, el Padre, el Verbo o Hijo y el Espíritu Santo”, las verdades bíblicas que

acabé de mencionar nos obligan a tener que llegar a esa conclusión, la cual, aunque sea

producto de una inferencia lógica, es la Palabra de Dios. Pero, ¿puedo comparar al

bautismo con la Trinidad en lo que respecta a su lugar en la revelación? La respuesta es:

¡De ninguna manera! Déjame darte algunas razones.

La doctrina del bautismo y la doctrina de la Trinidad no pertenecen a la misma categoría

en la revelación de Dios, ya que ambas doctrinas no son igualmente deducibles ni

razonables, ni poseen la misma firmeza en su conclusión.

Debido a la distinción entre el Creador y la criatura, existe una relación natural de

obediencia de parte de la creación hacia Dios; sin embargo, aquello que se puede

distinguir, aplicar o entender de Dios no es “necesariamente” válido para la criatura o la

creación. Dios es un ser necesario; pero, tanto la creación como cualquier cosa que no sea

Dios, es contingente. Los pactos entran en la primera categoría, son sobrenaturales pues

no hay nada en la creación que determine la naturaleza de un pacto, e involucran

obligaciones5 que van más allá de esta relación natural de obediencia. En otras palabras,

no dependen de las relaciones naturales entre Dios y la criatura, ya que no son acuerdos

naturales ni forman parte de la ley natural o moral. Así que no hay una obligación

necesaria en estas cosas, como, por ejemplo, en el bautismo.

El bautismo es, como bien sabemos, una ordenanza de Dios, no es Dios mismo (de ahí el

error de decir que el Bautismo y la Trinidad entran en la misma categoría de doctrinas).

El bautismo tiene su naturaleza, establecimiento y virtud no por una necesidad en sí

misma (como sí lo es la Trinidad), sino por ser contingente a un mandato divino, a una

ordenanza de Dios. Es decir, el bautismo es lo que es porque Dios lo ha ordenado, no

porque se pueda deducir.

Además, el bautismo es también un sacramento no por virtud del pacto, sino por virtud

de quien lo ordena, Jesucristo, quien también le da su naturaleza sacramental. No hay

nada en el Nuevo Pacto que haga necesaria la existencia del bautismo como sacramento;

5 Tales como los mandamientos de los árboles en Edén, la señal del arcoíris, la señal de la Circuncisión y,

como en este caso, el Bautismo y la Cena del Señor

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más bien, Dios ha elegido libremente usar la práctica del bautismo para sus propósitos

divinos. Esto implica que tampoco hay una necesidad en la ordenanza misma de la

circuncisión que naturalmente haga necesaria la ordenanza del bautismo. Tampoco hay

algo propio en el bautismo que necesariamente lo haga ser lo que es, ni que cause su

ordenanza, aparte de Quien lo instituyó, esto es, Cristo. Además, ciertamente no hay una

institución o mandato a bautizar infantes por parte de Jesucristo, ni de los apóstoles.

Esto es claro porque de la misma forma como los sujetos apropiados de la circuncisión

no se establecieron por inferencias de señales pactuales previas (el pacto de obras, ni el

pacto con Noé) sino por mandato propio de Dios ⎯Quien instituyó el pacto y sus

sacramentos⎯, del mismo modo, el bautismo tampoco se establece por inferencia sino

por mandato de Dios. No había nada en la circuncisión misma que hiciera necesario que

fuera un sacramento ni la señal del pacto a no ser que Dios voluntariamente así lo

estableciera. Del mismo modo, el bautismo adquiere su naturaleza, significado y

propósito por medio de su institución, es decir, de su ordenanza divina. El hecho de que

Dios haya puesto señales en algunos pactos, no lo obliga a tener que poner señales en

todos sus pactos6, ni mucho menos a tener que depender de una señal previa en otro

pacto para implicar otra señal en uno posterior. Ni el bautismo, ni la circuncisión son

mandatos naturales (porque no están en los Diez Mandamientos, por ejemplo) como para

tener que ser deducidos. Esto no significa que la circuncisión y el bautismo no estén

relacionados, sino que dicha relación no es de causa y efecto, que debido a la circuncisión,

entonces, tenemos el bautismo. Esto es un movimiento lógico falso. Un entendimiento

tipológico correcto de esta relación (circuncisión/bautismo) contradice la idea de buscar

los sujetos del bautismo en una señal de otro pacto.7

Entonces, la necesidad de usar inferencias para establecer un mandato implícito es aún

menos requerido (si es que la hay) ya que tenemos explícitamente un mandato propio del

bautismo: «id y haced discípulos y bautícenlos»; «el que creyere y fuere bautizado»; los

6 Por ejemplo, considérese el pacto davídico que no tiene ninguna señal pactual. 7 Cómo nota adicional, podemos añadir que es posible que salten algunas objeciones apresuradas con

respecto a la señal del Día de Reposo y la ordenanza de guardarlo el día domingo aun cuando no hay un

mandato explícito. A esto respondemos con el mismo principio que se viene explicando, que el Día de

Reposo, a diferencia de la circuncisión y el bautismo, sí tiene un aspecto moral de dónde obtenemos la

ordenanza de guardarlo, ya que sí forma parte de la ley moral, es el cuarto mandamiento. La circuncisión

y el bautismo, por su parte, no son parte de la ley moral. De la misma manera, hay que reconocer que el

Día de Reposo tiene un aspecto positivo que se observa en el ejemplo Escritural (el ejemplo apostólico)

sobre qué día en particular se debe observar moralmente. Por tanto, equiparar la ordenanza del Día de

Reposo con el bautismo, no es correcto, porque no son de la misma naturaleza. El bautismo, por ser una

ordenanza del Nuevo Pacto, obtiene su naturaleza en Aquel que lo instituyó, Cristo.

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ejemplos apostólicos, etc. Por lo tanto, si ya existe una ordenanza positiva instituida por

Cristo, es peligroso sacar otra ordenanza implícita (que de paso incluya otros sujetos del

bautismo) por inferencias lógicas. No debería haber contradicción entre lo que nosotros

inferimos con nuestra hermenéutica y un mandamiento explícito de parte de Dios.

A la doctrina de la Trinidad se llega por medio de la cuidadosa contemplación de la

naturaleza de Dios y de Sus obras a través de la revelación bíblica porque sí hay una

necesidad en la naturaleza de Dios que hace necesaria la Trinidad, ya que tiene que ver

con la subsistencia de Dios. Pero cuando se trata de ordenanzas, en especial la del

bautismo, la contemplación e inferencias no son métodos válidos, porque no hay nada en

la esencia de Dios (ni de la creación misma) que haga necesaria la existencia del bautismo.

Por eso podemos decir que las ordenanzas divinas no se deducen, sino que se reciben por

mandato e institución de Dios y son aceptadas así por obediencia.

Ahora bien, esto no es todo lo que se puede decir del uso de inferencias. Recordemos que

existen en la lógica de deducciones e inferencias al menos dos tipos o categorías según el

uso de las premisas. De manera que tenemos: (1) inferencias necesarias (o de conclusión

obligatoria); y (2) inferencias posibles (o probabilísticas). Una inferencia necesaria es

aquella cuya conclusión no puede ser otra que una sola, no da cabida a otra conclusión;

es una conclusión a la que también pudiera llegarse por la imposibilidad de lo contrario.

Por otro lado, una inferencia posible o probable es aquella cuya conclusión posee cierto

grado de credibilidad o posibilidad según las premisas que se usen, pero deja espacio a

otras posibles conclusiones (sobre todo cuando se usan más premisas).

Un ejemplo de inferencia necesaria (o de necesaria consecuencia) es el siguiente

razonamiento:

(1) Después de Adán, todo ser humano nace de otro ser humano,

(2) yo soy un ser humano;

(3) conclusión: yo nací de otro ser humano.

Aquí vemos que no es posible otra conclusión. Es necesario llegar a esta conclusión, pues

lo contrario sería un absurdo o una falacia.

Un ejemplo de una inferencia posible (o probable) es el siguiente razonamiento:

(1) Mi apellido es Pérez,

(2) aquella otra persona tiene el mismo apellido Pérez;

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(3) conclusión: esa otra persona posible o probablemente es mi hermano, primo o familia

cercana.

Este es un ejemplo de una inferencia posible, aunque no concluyente, ya que intervienen

otros factores que pueden determinar otra conclusión (hasta es posible que no sean

familia en absoluto).

Comparar y equiparar inferencias necesarias con inferencias posibles es un error de

categoría ya que las inferencias necesarias son seguras, mientras que las inferencias

probables no lo son.

Entonces, la Trinidad entra en la categoría de inferencia necesaria (o «por necesaria

consecuencia») ya que, al estudiar la divinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y

lo que la Biblia nos enseña de los atributos o perfecciones de cada una de estas personas,

necesariamente llegamos a la conclusión del concepto de la Trinidad. Es decir, ¡no hay

otra explicación! Pero, en cuanto al paidobautismo, podemos ver que sus inferencias son

de posibilidad o probabilidad, y ciertamente al examinar la naturaleza de la Iglesia y del

bautismo, observando detalles en tales premisas, entendemos que no es necesariamente

concluyente afirmar el paidobautismo, aunque pudiera ser posible con premisas muy

generales o superficiales.

En este punto es importarte notar que precisamente las inferencias que se tratan en el

libro “Por qué el bautismo de infantes es bíblico” no son inferencias necesarias (ni por

“buena y necesaria consecuencia”) como veremos más adelante al examinar su contenido,

sino inferencias posibles según su razonamiento, o probables en algunos casos. Sin

embargo, eso no hace que esta doctrina sea un caso cerrado, sino un caso abierto para ser

examinado y detallado. Los argumentos probatorios a partir de inferencias lógicas con

pocos puntos a tomar en cuenta (o aspectos demasiado generales y simples) pueden

resultar en casi cualquier conclusión a que el razonamiento guíe. Pero, si se añaden

detalles importantes a las premisas de esas inferencias, que ayuden a limitar el espectro

de posibilidades, aspectos precisos y detallados para ser considerados, entonces las

conclusiones generales pueden cambiar de un punto a otro. Por lo tanto, volviendo a la

comparación presentada, la Trinidad descansa en una doctrina revelada en las Escrituras

de las cuales inferimos necesariamente el concepto final, pues pertenece a la doctrina del

Ser de Dios, la Teología Propia. El bautismo, por su parte, pertenece a la doctrina de los

sacramentos, que depende de una ordenanza o mandato para existir y tener su eficacia.

Otra Distinción Fundamental: Leyes Morales y Positivas

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Otro aspecto importante que nos ayuda a entender por qué el bautismo y la Trinidad no

comparten la misma categoría se encuentra en la distinción que los teólogos reformados

hicieron entre leyes morales y leyes positivas. Las leyes positivas son aquellas que, a

diferencia de las naturales o morales, Dios necesariamente tiene que revelar para un

pueblo específico en un contexto específico y por un tiempo específico. Estas leyes no son

en sí mismas buenas o malas moralmente; lo que “está bien” o “está mal” se relaciona

con obedecerlas o desobedecerlas. Las leyes positivas no dependen de deducciones, sino

de la revelación de su autor, Dios. Por ejemplo, el árbol del huerto del Edén. En sí mismo

este árbol y su fruto no tenían nada moral o inmoral. Desobedecer a Dios al tomar del

fruto y comerlo es lo que era pecado porque Dios así lo estableció. Adán nunca podría

haber descubierto cuál era el árbol o el mandato que Dios le iba dar si Dios no se lo

hubiera revelado.

Debido a que tanto las leyes positivas como los pactos no son parte del orden natural de

la creación (del cual podemos sacar inferencias más seguras), entonces las inferencias

entre estos (los pactos y sus leyes) no son inferencias “necesarias” por sí mismas. Como

Dios no está obligado a establecer pactos, ni tampoco a establecer la circuncisión o el

bautismo, entonces debemos cuidarnos mucho de sacar inferencias humanas. Esto es más

importante al analizar las leyes positivas de los pactos. El bautismo está dentro de esta

categoría de mandamientos y, por esta razón, no es una doctrina que deba ser inferida.

Es una doctrina revelada y explícita en las Escrituras.

Dicho de otra manera, el bautismo es una ley positiva por el hecho de que no forma parte

de los Diez Mandamientos (ni del orden natural de la creación), sino que forma parte del

pacto en el que fue revelado e instituido, es decir, el Nuevo Pacto. Dios pudo haber

establecido alguna otra señal para Su pueblo del Nuevo Pacto, pero estableció libremente

que sea la práctica del bautismo en agua. En ese sentido, es imposible llegar a descubrir

su carácter, sus requerimientos y sus legítimos participantes a través de inferencias o de

la lógica; al ser una ley positiva, todo esto debe ser revelado por Dios.

Siguiendo este argumento, es vital y necesario que Dios revele los detalles del bautismo,

de ahí, la necesidad indispensable de un mandato explícito. La buena noticia es que la

Palabra de Dios sí nos revela el mandato expreso de bautizar, quiénes son sus legítimos

participantes y la forma en la que se debe practicar. Un argumento de inferencia no puede

tener mayor fuerza que una ordenanza divina, ni mucho menos agregar algo más a esta.

El Verdadero Quid de la Cuestión

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Por lo tanto, desde nuestra perspectiva bautista, el problema que tiene que resolver el

paidobautismo no es solo que “no tenemos un mandato explícito que diga que todo

creyente deberá bautizar a sus hijos”; también tienen que explicar todos los textos que

explícitamente enseñan que eran los creyentes quienes debían ser bautizados, así como

el hecho de que no hay ni un solo ejemplo explícito en la Escritura que insinúe el bautismo

infantil. Ese es el corazón mismo de esta discusión.

Aquí es importante resaltar algo que a menudo se pasa por alto: la importancia y

autoridad de un mandamiento explícito divino. No debería haber contradicción entre lo

que nosotros inferimos con nuestra hermenéutica y un mandamiento explícito de parte

de Dios. Aquí entra la doctrina del Principio Regulador de la Adoración. Ya que el

bautismo entra como una ley positiva para la Iglesia y forma parte de la adoración

instituida por Dios, entonces “el modo aceptable de adorar al verdadero Dios fue

instituido por él mismo, y está de tal manera limitado por su propia voluntad revelada

que no se debe adorar a Dios conforme a las imaginaciones e invenciones de los hombres

o a las sugerencias de Satanás, ni bajo ninguna representación visible ni en ningún otro

modo no prescrito en las Sagradas Escrituras”.8 El bautismo está propiamente limitado a

la voluntad revelada de Dios y prescrito explícitamente en las Sagradas Escrituras.

Pretender usar una inferencia que concluya algo distinto, adicional o contrario a un

mandamiento divino, es ir más allá de lo que se nos permite como fieles siervos del Señor.

Es importante destacar esto ya que los bautistas tenemos un argumento que

históricamente nunca ha podido ser respondido adecuadamente, pues es imposible

hacerlo directamente: “Los Infantes de aquellos que profesan ser Creyentes no deben ser

bautizados; porque ni hay Mandamiento ni Ejemplo en las Santas Escrituras, ni Consecuencia

segura {que se deduzca} de estas para bautizarlos”.9 Esto por sí solo debería cerrar el debate.

Sin embargo, haciendo uso de inferencias, los paidobautistas han esquivado dar una

respuesta directa para luego proponer un mandamiento implícito producto de una

inferencia posible. Decir que este argumento de la necesidad de un mandamiento

explícito a partir del principio regulativo de la adoración no es importante ni suficiente,

es despreciar la importancia de un mandato divino apelando a una inferencia humana10.

Pero, lamentablemente, este ha sido el accionar histórico para poder insistir en esta

doctrina.

8 Confesión 1689, cap. 22, párrafo 1. Cf. Confesión Westminster, Cap. 21, párrafo 1. 9 Catecismo Bautista, ed. 1695, respuesta a la pregunta 99, ¿Deben ser bautizados los Infantes de aquellos que

Profesan ser Creyentes? 10 Inferencia que se realiza con el razonamiento humano y con remanente de pecado, lo que hace de esta

inferencia probable un escape injustificado y poco seguro para probar el bautismo de infantes

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A partir de aquí, el autor comienza la exposición de lo que llama los pilares sobre los cuales

descansa nuestra doctrina presbiteriana y reformada del paidobautismo. Aunque con las

apreciaciones hechas en los párrafos anteriores podría argumentar que el sistema pactual

paidobautista tiene una estructura deficiente debido a que se levanta sobre bases

incorrectas (que lo lleva a inferir cosas incorrectas), voy a considerar cada uno de estos

argumentos presentados por el autor con el propósito de evaluarlos a la luz de la

Escritura, porque, aun cuando el paidobautismo busca sostenerse sobre inferencias

posibles o probables, la enseñanza explícita de la Palabra de Dios lo refuta.

Pilar 1: La Continuidad de la Iglesia desde el Antiguo hasta el Nuevo Testamento

Aunque el autor se refiere al dispensacionalismo como una postura deficiente al no ver

la continuidad de la Iglesia y, aunque en nuestro entendimiento bautista pactual

compartimos el entendimiento junto con los presbiterianos de que la Iglesia es el Israel

de Dios, la falencia del argumento del autor radica en el énfasis, o sobre-énfasis

injustificado, de la continuidad que se plantea.

Los creyentes somos parte del pueblo del pacto y, en este sentido, miembros del mismo

pueblo al que pertenecieron Moisés, David, Elías y Josué (como dice el autor); sin

embargo, la Palabra de Dios afirma de manera expresa que el pacto en el que vivimos es

un “nuevo” pacto. Tal como profetizó Jeremías, Dios afirma que este pacto no sería “como

el pacto que hice con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra

de Egipto” (Jer. 31:31). En todo este pasaje encontramos un contraste con el pacto antiguo

o el pacto que “hizo con los padres”. El pacto antiguo fue invalidado por el pecado de los

padres (vers. 31). Aunque tiene la misma consigna ⎯“yo seré Su Dios y ellos serán mi

pueblo⎯ (lo cual muestra una conexión) este nuevo pacto tendría promesas superiores

(vers. 33). A diferencia del pacto antiguo, en este nuevo pacto “todos [le] conocerán,

desde el más pequeño de ellos hasta el más grande”, lo cual significa que este pacto ⎯a

diferencia del antiguo⎯ no tendría una membresía mixta, sino que todos serían creyentes

y recibirían la gracia del perdón de los pecados (vers. 34). El Nuevo Testamento nos

muestra esto al considerar el énfasis de la carta a los Hebreos en la superioridad del

Nuevo Pacto en comparación con el Antiguo (Heb. 8:6-13; 10:11-18).

Por tanto, estamos de acuerdo en que la iglesia es el Israel de Dios; somos el pueblo del

pacto. Sin embargo, la Biblia enseña con mucha claridad que, aunque hay una continuidad

entre el Antiguo y Nuevo Pacto, la superioridad y novedad del nuevo pacto hacen que

su discontinuidad sea evidente. Somos el pueblo de Dios, pero no somos Israel en el mismo

sentido que lo eran los israelitas del Antiguo Pacto; de hecho, ellos eran una sombra de

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lo que el verdadero pueblo de Dios es y siempre ha sido. Su pacto, el Pacto Antiguo, era

una sombra de lo que sería nuestro pacto, el Nuevo Pacto.

Entonces, existe una continuidad de un mismo pueblo de Dios desde el Antiguo Pacto y

en el Nuevo Pacto expresada en las Escrituras; sin embargo, la Escritura también nos

muestra importantes discontinuidades necesarias debido a la escatología cristológica (la

llegada del Mesías) y la tipología presente en el Antiguo Pacto. Este se presenta como la

imagen de una realidad superior. El aspecto de la tipología explica en gran parte la

necesidad de una discontinuidad en la continuidad, algo que veremos más adelante.

Primero, empecemos por ilustrar cómo la Escritura presenta la continuidad y

discontinuidad entre el Israel nacional del Antiguo Testamento y la Iglesia, el Israel

Espiritual. Usaremos este sencillo gráfico:

Gráfico N°1. La Superioridad del Nuevo Israel.11

La Biblia nos dice que Cristo murió por todos los elegidos de todas las épocas desde la

caída. El autor de Hebreos nos enseña claramente que Cristo pagó y compró la redención

de los elegidos en el Antiguo Pacto:

Y por eso Él es el mediador de un nuevo pacto, a fin de que habiendo tenido lugar

una muerte para la redención de las transgresiones que se cometieron bajo el

primer pacto, los que han sido llamados reciban la promesa de la herencia eterna

(Heb. 9:15).

Pero también nos dice que todo el Antiguo Pacto era una sombra, no la realidad misma

de la redención:

... habiendo sacerdotes que presentan las ofrendas según la ley; los cuales sirven

a lo que es copia y sombra de las cosas celestiales, tal como Moisés fue advertido

11 El presente gráfico es tomado del libro: El Fin de los Tiempos, del Dr. Sam Waldron.

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por Dios cuando estaba a punto de erigir el tabernáculo; pues, dice El: Mira, haz

todas las cosas conforme al modelo que te fue mostrado en el monte. (Heb. 8:4-5).

Los pecados en el Antiguo Pacto no eran perdonados por las ceremonias ni los sacrificios

en sí mismos ya que estos eran una sombra:

Pues ya que la ley sólo tiene la sombra de los bienes futuros y no la forma misma

de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que ellos ofrecen

continuamente año tras año, hacer perfectos a los que se acercan. (Heb. 10:1).

Pero también nos habla de un tiempo en el que se iban a reformar las cosas, cuando iba a

venir un cambio. Dice:

lo cual es un símbolo para el tiempo presente, según el cual se presentan ofrendas

y sacrificios que no pueden hacer perfecto en su conciencia al que practica ese

culto, puesto que tienen que ver sólo con comidas y bebidas, y diversas abluciones

y ordenanzas para el cuerpo, impuestas hasta el tiempo de reformar las cosas.

(Heb. 9:9-10).

Pero en cuanto a Cristo, decimos lo que la Escritura claramente enseña, viendo esta

discontinuidad:

Pero ahora Él ha obtenido un ministerio tanto mejor, por cuanto es también el

mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas. (Heb. 8:6)

El cambio o transición del Israel nacional a la institución de la Iglesia revela lo que se

denomina la doctrina del remanente escogido por gracia. Es precisamente allí donde

radica la verdadera continuidad. La Biblia claramente enseña que no todo Israel es Israel,

dando a entender que había un Israel espiritual, por la fe, dentro del Israel nacional

étnico. Con la venida de Cristo se cumplieron las promesas, el Antiguo Pacto cesó y fue

establecido el Nuevo Pacto. ¿Quiénes quedaron? ¿Quiénes entran luego? Pablo nos

enseña claramente en quién se cumple la promesa y cómo somos (y siempre han sido)

participantes de esa promesa evangélica revelada desde Génesis 3:15:

Ahora bien, las promesas fueron hechas a Abraham y a su descendencia. No dice:

y a las descendencias, como refiriéndose a muchas, sino más bien a una: y a tu

descendencia, es decir, Cristo. (Gál. 3:16)

... porque no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser

descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada

descendencia. Esto es: No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios,

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sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes.

(Rom. 9:6-8)

Y la Escritura, previendo que Dios justificaría a los gentiles por la fe, anunció de

antemano las buenas nuevas a Abraham, diciendo: EN TI SERAN BENDITAS

TODAS LAS NACIONES. Así que, los que son de fe son bendecidos con

Abraham, el creyente. (Gál. 3:8-9)

pues todos sois hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús. Porque todos los

que fuisteis bautizados en Cristo, de Cristo os habéis revestido. No hay judío ni

griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno en

Cristo Jesús. (Gál. 3:26-28)

La Iglesia (compuesta de judíos y gentiles) comparte su unidad sustancial NO con el

TODO del Israel nacional étnico, sino con el Israel Creyente, el verdadero Israel espiritual.

Allí está la continuidad, en la Fe; tal como Abraham:

... para que [Abraham] fuese padre de todos los creyentes no circuncidados, a fin

de que también a ellos la fe les sea contada por justicia; y padre de la circuncisión,

para los que no solamente son de la circuncisión, sino que también siguen las

pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abraham antes de ser circuncidado. (Rom.

4:11-12).

Por eso el apóstol muestra claramente cómo se unieron más adelante los gentiles, siendo

el fundamento de la fe la razón de su inclusión:

Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido

hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos

pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su

carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para

crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y

mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en

ella las enemistades. Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que

estabais lejos, y a los que estaban cerca; porque por medio de él los unos y los

otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. (Efe. 2:13-18).

Cualquier inferencia que no tome en cuenta el peso de la enseñanza explícita de que

hemos sido hechos cercanos mediante la sangre de Cristo y que tenemos entrada por un

mismo Espíritu al Padre, es una inferencia que va más allá de lo establecido.

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En este punto es importante hablar de la tipología y cómo funciona, para así evitar sacar

demasiadas deducciones o inferencias injustificadas de este cambio o transición de Israel

a la Iglesia, sin considerar los aspectos de cumplimiento en Cristo.

La tipología es un aspecto sumamente importante en el estudio de las Escrituras,

especialmente en la interpretación del Antiguo Testamento y cómo el Nuevo Testamento

mira hacia atrás y lo aplica a sí mismo. La tipología es:

…el estudio de correspondencias analógicas entre verdades reveladas acerca de

personas, eventos, instituciones y otras cosas dentro del marco de referencia de la

revelación especial de Dios, lo cual, desde una perspectiva retrospectiva, son de

una naturaleza profética y señalan un aumento en su significado.12

Existen personas, eventos e instituciones (así como elementos dentro) que son en sí

mismos una cosa, mientras que al mismo tiempo revelan o señalan algo mayor y distinto.

Para verlo claramente, podemos considerar este pasaje:

Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que sea

levantado el Hijo del Hombre, para que todo aquel que cree, tenga en El vida

eterna. (Jn. 3.14-15).

Aquí vemos una correspondencia de eventos entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.

Leemos que Moisés levantando la serpiente de bronce (Núm. 21:4-9) corresponde

tipológicamente con la muerte de Cristo en la Cruz. Esta correspondencia tipológica no

nos lleva a decir que la serpiente de bronce era en sí misma Cristo pre-sacrificado en el

Antiguo Testamento, claro que no. Este evento del Antiguo Testamento tiene un

significado y propósito propio en su contexto, al mismo tiempo que sirve como un tipo

que señala a su anti-tipo, es decir, su cumplimiento escatológico en Cristo. La serpiente

de bronce NO es Cristo, pero lo tipifica y señala. Así también el Antiguo Pacto está

cargado de tipología, que son sombras de la realidad del Nuevo Pacto, apunta a ello, pero

no es en sí mismo el Nuevo Pacto. Por lo tanto, el Israel nacional era un tipo que apuntaba

y señalaba a su cumplimiento en Cristo y la Iglesia.

Con esto en mente, podemos decir que Israel no era la meta final, sino la Iglesia de Cristo.

Israel era un medio para traer a Cristo y establecer formalmente la Iglesia del Señor. Por

lo tanto, Israel era un tipo que apuntaba al antitipo, la Iglesia. Esto relaciona a Israel con

la Iglesia, pero también, debido a su aspecto tipológico, lo distingue de la Iglesia.

12 G. K. Beale, Handbook on the New Testament Use of the Old Testament.

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Por lo tanto, usar al Israel nacional como un patrón estándar para la Iglesia es una

aplicación injustificada, una inferencia que no es necesaria y que no va acorde con una

apreciación correcta de los aspectos tipológicos y su cumplimiento, que debería explicar

adecuadamente la discontinuidad de varios aspectos, al mismo tiempo que resalta la

unidad y continuidad: la fe del verdadero pueblo de Dios.

Este cambio, “esta reforma de todas las cosas”, en el que se mantiene un pueblo creyente

por la fe en el Mesías, es consistente con el desarrollo subsiguiente de la nueva membresía

de la Iglesia ahora en el Nuevo Pacto, el cual tenía por aspecto resaltante la fe de los

nuevos miembros. En el gráfico N°1 se aprecia correctamente un Antiguo Israel nacional,

compuesto por judíos creyentes y judíos incrédulos. También que, cuando llega Cristo,

la promesa se cumple y el Nuevo Pacto es inaugurado en la Sangre de Cristo. Entonces

el remanente fiel recibe las promesas del Nuevo Pacto, y a ese remanente fiel se le añaden

gentiles creyentes quienes también reciben las promesas del Nuevo Pacto. Cristo no lleva

a los gentiles creyentes hacia el antiguo Israel, sino hacia el Nuevo Israel verdadero.

Así que, considerar la continuidad de manera tan general y simple entre el Israel del

Antiguo Pacto y el verdadero Israel del Nuevo pacto no es válido para inferir

“necesariamente” que lo que era igual en el Antiguo Pacto debe ser igual en el Nuevo

Pacto, mucho menos sabiendo que no hay necesidad en las leyes positivas que impliquen

que una ley positiva deba ser el patrón de otra ley positiva. Esto resulta en una inferencia

que no es necesaria, tal vez posible si se sobre enfatiza la continuidad sin analizar la clara

evidencia bíblica de un cambio, una mejoría que también sostiene una continuidad con

la llegada del Nuevo Pacto.

Esa “reforma de todas las cosas” hace necesaria la observación de la institución del Nuevo

Pacto y sus leyes positivas para determinar de mejor manera sus participantes, miembros,

disfrute, y demás cosas relacionadas a sus aspectos positivos particulares. El libro de

Hebreos nos enseña claramente que hay discontinuidades importantes (contrastes claros

entre el Antiguo y el Nuevo Pacto), pero también muestra una unidad en torno a Cristo

y los que están unidos a Él por la fe, los fieles judíos y gentiles.

Ese es el problema de las inferencias con pocos aspectos a tomar en cuenta y un factor

común en la mayoría de los argumentos probatorios a partir de estas: el uso de pocos

detalles precisos con los cuales razonan. Este modo de proceder va a ser recurrente, es

decir, la construcción de argumentos sobre una base tan débil como es la inferencia

apoyada en una visión simplista de la continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Pacto.

Pilar 2: Ser parte del pueblo de Dios es lo mismo que ser parte del pacto con Dios

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En un sentido general ⎯es decir, no entrando en cada una de las implicaciones dadas por

el autor⎯ puedo decir que estoy de acuerdo en que ser parte del pueblo de Dios es lo mismo

que ser parte del pacto con Dios. Sin embargo, inmediatamente surge una pregunta: ¿quiénes

son parte del pueblo de Dios o quiénes son aquellos que están en un pacto con Él? El

autor construye su argumento desde una presuposición incorrecta, desde la afirmación

de una completa continuidad entre el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento y el

Nuevo Testamento, que ya consideramos en el punto anterior. Al dar por sentado esto,

sostiene su argumento sobre la idea de que el Pacto de Dios con Abraham es el pacto de

gracia y, por lo tanto, como el pacto fue entre Dios y Abraham y su descendencia, ese

mismo patrón estándar se mantiene con los creyentes hoy (pues seguimos en el mismo

pacto). Su conclusión es que el pacto es entre Dios y los creyentes con sus hijos. Debido a

que todos los hijos de Abraham tenían que llevar la señal del pacto o serían cortados del

pueblo del pacto, entonces los creyentes son llamados a poner la señal sobre sus hijos.

Sin embargo, ¿es esto así? Todo lo que se levante sobre un cimiento deficiente termina en

un error. Como ya traté de probar, hay una continuidad entre el pueblo del Antiguo Pacto

y el pueblo del Nuevo Pacto; no obstante, la discontinuidad no puede ser puesta a un

lado porque es lo que nos permite interpretar correctamente la revelación del pacto.

Todos los pactos de Dios con el hombre tienen un hilo conector entre sí que es la promesa

de Génesis 3:15 de que vendría un descendiente de la mujer para deshacer las obras del

diablo. Ese hilo conector hace posible una continuidad en el pueblo de Dios a lo largo de

la historia. Todos fueron salvos por la fe en la promesa de Aquel que habría de venir.

Sin embargo, todos esos pactos cumplieron una función temporal que servía al propósito

de ir revelando de manera progresiva el pacto de gracia de Dios con el hombre. Este

elemento progresivo en los pactos sostiene la discontinuidad. El pacto de Dios con

Abraham es parte de esa revelación progresiva y, por lo tanto, mantiene una continuidad

evidente; pero también tiene elementos característicos temporales que son parte de su

posición en la revelación progresiva del pacto de gracia. ¿Cómo podemos afirmar eso?

Sencillamente porque a medida que el pacto se iba revelando, la misma revelación nos

muestra qué elementos se mantienen (continuidad) y qué elementos son quitados

(discontinuidad). Por ejemplo, volviendo al texto de Jeremías 31, podemos encontrar el

elemento de discontinuidad en los versículos previos a la revelación del Nuevo Pacto.

Esto es lo que dice Jeremías 31:29-30:

En aquellos días no dirán más: «Los padres comieron uvas agrias, y los dientes de

los hijos tienen dentera», sino que cada cual por su propia iniquidad morirá; los

dientes de todo hombre que coma uvas agrias tendrán dentera.

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El elemento familiar o “de padres a hijos”, tan característico en el Antiguo Pacto, es uno

de los elementos que explícitamente se delimita en la discontinuidad con el Nuevo Pacto,

ya que no existe una necesidad natural en los pactos para deducirlo a parte de la

institución divina. Esto puede ser afirmado no solamente por la clara expresión de los

versículos 29 y 30, sino también por las bendiciones del Nuevo Pacto, las cuales solo

pueden ser aplicadas a los creyentes, no a sus hijos. Estas bendiciones son: la ley escrita

en el corazón (vers. 33), el conocimiento salvífico e íntimo de Dios (vers. 34a), y el perdón

de los pecados (vers. 34b). Esta discontinuidad es explícitamente reafirmada en el hecho

de que el Nuevo Testamento enseña (por mandato y con ejemplos históricos) que solo los

que creían eran bautizados. El bautismo es una marca externa que debe ser puesta sobre

todos aquellos que pertenecen al pacto. Definitivamente ser parte del pueblo de Dios es lo

mismo que ser parte del pacto con Dios. En el Nuevo Pacto solo los creyentes, y únicamente

ellos, forman parte del pueblo de Dios porque están en pacto con Dios.

Hay un punto más para tomar en cuenta con relación al uso inferencial de “los creyentes

y sus hijos”, ya que esta argumentación es un ejemplo interesante de una “inferencia

posible” con premisas superficiales. Este tipo de argumentos usualmente pasa por alto el

asunto de la cabeza federal, o el representante con quien Dios pacta por su pueblo. Esto

es importantísimo ya que enfocarnos en la cabeza federal y los que están unidos a dicha

cabeza redirige la atención de los detalles pactuales de una mejor manera, evitando así

inferencias innecesarias.

El enfoque de la familia física terrenal es un enfoque simplista, limitado y débil en una

evaluación completa de los pactos que Dios ha hecho con el hombre registrados en toda

la Biblia. Este enfoque general familiar se sostiene en una continuidad no matizada que

incluso puede llevar a conclusiones opuestas. El dispensacionalismo, aunque parezca

irónico, también hace uso de inferencias a partir de la continuidad en la unión familiar

sin prestar atención a tantos detalles, pero llegan a una conclusión diferente a la del

paidobautismo: el Israel nacional sigue siendo el pueblo de Dios porque son

descendientes naturales de Abraham y, ya que todos los pactos desde Abraham han

involucrado a la familia de Abraham, entonces en el Nuevo Pacto también están incluidos

los israelitas actuales.

Otra vez aquí vemos el énfasis injustificado de una continuidad sin prestar atención a los

detalles. Precisamente por este tipo de inferencias con premisas tan generales el

argumento de la continuidad es posible, pero no necesario. Tomando pocos datos o

aspectos generales, de la misma manera se puede llegar a una conclusión

(paidobautismo) o a otra (dispensacionalismo).

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Así que, apelar al aspecto superficial de la unión familiar física como un patrón estándar

para todos los pactos es poner el Antiguo Testamento como patrón estándar sobre el

Nuevo Testamento. Esto socava la autoridad del Nuevo Testamento debido al aumento

progresivo de la revelación; en el Nuevo Testamento tenemos la plena revelación,

mientras que el Antiguo Testamento contenía sombras tipológicas de la revelación.

Precisamente por entender la importancia de la tipología es que podemos decir que el

Antiguo Testamento sí contiene patrones tipológicos, pero no patrones estándares en un

mismo nivel.

Esta unión tipológica y diferencia sustancial es lo que nos ayuda a entender el propósito

del Antiguo Testamento en el que vemos la relación del tipo con el antitipo, pero también

una diferencia escalada. Por ejemplo, el diluvio es en tipo de juicio y salvación, pero no

es el juicio final y la salvación eterna en sí mismas (aunque lo revela tipológicamente), ya

que luego del diluvio el pecado siguió en el corazón del ser humano precisamente porque

esos eventos fueron sucesos terrenales que apuntaban a una realidad espiritual y eterna

en Cristo. Otro ejemplo es el éxodo de Egipto en donde se ve una salvación milagrosa

terrenal al salir de Egipto, pasar por el mar rojo y llegar a la tierra prometida; pero todo

esto no libró a los israelitas de su pecado ni les dio entrada al cielo eternamente, porque

este éxodo tipifica la salvación eterna, pero no era la salvación eterna en sí misma; el

verdadero éxodo espiritual está en la obra de Cristo.

Por eso, usar la unión familiar terrenal descrita en el Antiguo Testamento para imponer

por inferencia que el Nuevo Pacto debe ser igual, es injustificado. El Nuevo Testamento

tiene prioridad en la interpretación, porque la aquí revelación es mucho más clara que en

el Antiguo Testamento. Debido a que la revelación es progresiva y en aumento, el

Antiguo Testamento no puede establecer la membresía del Nuevo Pacto; más bien, es el

N.T. mismo el que definir su membresía y mirar hacia atrás para explicar su propio

progreso y cumplimiento en Cristo. Israel era un medio para un fin, pero no era el fin en

sí mismo; ese fin es la Iglesia de Cristo unida a Él espiritualmente.

En cambio, prestar atención al enfoque del tipo de unión pactual que el pacto mismo

establece entre la cabeza federal (con quien Dios pacta) y los representados es la clave

para entender la pertenencia a dicho pacto. Esto nos da mayor claridad en el estudio de

los pactos, ya que ni el individuo ni el colectivo son determinantes de los pactos, sino la

comunidad que se forma en unión con su cabeza federal. Si el pacto estipula una unión y

perpetuidad natural, entonces la sucesión y continuación de dicho pacto es por

nacimiento natural. Esto se conoce como familia física. Pero, si el pacto estipula una unión

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espiritual, la sucesión y perpetuidad del mismo es por nacimiento espiritual, lo que

constituye una familia espiritual.

El Antiguo Pacto fue preservado por unión terrenal, es decir, por nacimiento natural con

el propósito de la llegada de Cristo. Una vez que llegó, esa preservación natural cesó ya

que Cristo no tuvo ni tiene hijos naturales terrenales, sino hijos espirituales. Con la

llegada del Mesías ya no había necesidad de preservación natural de una simiente, pues

la simiente llegó. Esto lo vemos en la profecía más clara de Cristo en sus sufrimientos y

gloria, y el resultado de su obra expiatoria, fijémonos el lenguaje que usa Isaías:

Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por

largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. (Isa. 53:10b)

Cristo no tiene hijos terrenales, sino hijos espirituales que son el resultado de su obra

expiatoria. Por lo tanto, el Nuevo Pacto es preservado y continuado por el nacimiento y

la unión espiritual que obra el Espíritu Santo en la regeneración. Hay una discontinuidad

importante cuando notamos cómo se establece el Nuevo Pacto y quiénes son ingresados

allí.

Mirar las cabezas federales de los pactos (no mera ni superficialmente el aspecto familiar

externo) nos da mayor claridad para entender la membresía pactual. Permíteme exponer

lo que creo que es un enfoque correcto.

El Pacto con Adán establece una preservación por nacimiento natural, por eso toda la

humanidad descendiente de Adán (sus hijos, nietos, etc.) está bajo el pacto de Adán, el

pacto roto de obras y consecuentemente condenada. El Pacto de Noé, es un pacto

establecido para preservarse naturalmente, por eso toda la humanidad está en ese pacto

y disfruta de las bendiciones de la gracia común. En el pacto con Abraham se distinguen

dos simientes (claramente expresado en Rom. 4:10-12 y Gál. 4:21-31) una terrenal y otra

espiritual. De la natural surge una nación terrenal, una familia convertida en nación, y de

la espiritual por la fe surgen los creyentes de la Iglesia de Cristo. Aquí en Abraham se

entiende la doctrina del remanente escogido por gracia (simiente espiritual) en medio de

la nación tipológica en decadencia (simiente natural). En el caso del pacto con David

vemos que es un pacto que se preserva necesariamente por nacimiento natural, del cual

viene Cristo, terminando así la necesidad de una simiente física prometida, porque ya

llegó.

Esto nos lleva al Nuevo Pacto, en el que si prestamos poca atención podríamos deducir

que Cristo debería tener una simiente física de la cual surgiera toda una nación física. No

obstante, esto no es lo que vemos en el Nuevo Testamento (porque por medio de

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inferencias con pocas premisas se puede llegar a casi cualquier conclusión). Más bien,

notamos que en el Nuevo Pacto se habla de un nacimiento espiritual (Jn. 3:3), la unión

por la fe, y de allí se desprende la membresía espiritual. Es por ello que notamos lo

siguiente sobre cómo se entra en este pacto, a esta familia espiritual:

A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los

que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales

no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón,

sino de Dios. (Jn. 1:11-13)

Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del

Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne

es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. (Jn. 3:5-6)

Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.

Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino

que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!

El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.

Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es

que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.

(Rom. 8:14-17)

Por lo tanto, apelar a un patrón físico del Antiguo Testamento para establecer la

membresía del Nuevo Pacto es ignorar el peso de lo revelado claramente en el mismo

Nuevo Testamento. Es un paso injustificado que atenta contra la regla hermenéutica del

progreso de la revelación donde el Nuevo Testamento tiene prioridad de interpretación.

Entender esto no es ignorar el Antiguo Testamento, simplemente es identificar la

tipología establecida en el Antiguo Pacto que apunta a una realidad superior y mayor en

el Nuevo Pacto. El Antiguo Testamento pone patrones tipológicos (no estándares) que

vemos cumplidos en Cristo y nuestras conclusiones no pueden ir por encima (ni en

contra) de lo que ha sido claramente revelado en el Nuevo Testamento con respecto al

mismo Nuevo Pacto.

Pilar 3: Se puede estar en pacto con Dios sin ser salvo

La afirmación que hace el autor de que se puede ser parte del pacto sin ser salvo y su

exclamación de que no debemos pensar lo contrario porque “nunca ha sido así”, es

simplemente un piso más dentro de un edificio mal erigido. Otra vez vemos el problema

de las inferencias por patrones del Antiguo Testamento aplicadas sin justificación al

Nuevo Pacto.

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En el Antiguo Testamento es claro que Dios hizo pactos con creyentes y sus casas (Noé,

Abraham, David; excepto en el pacto mosaico que fue con toda una nación incrédula en

su gran mayoría), y es claro también que sus descendientes eran parte del pacto sin

necesariamente ser salvos. Muchos hijos del pacto se perdieron en el Antiguo Pacto

porque, aunque nacieron en el pacto, finalmente nunca creyeron. ¡Eso es absolutamente

verdad! Sin embargo, ¿por el hecho de haber sido así en el Antiguo Pacto debe ser igual

en el Nuevo? Eso nos lleva a considerar otra vez el tema de la continuidad y

discontinuidad. Si solo vemos una continuidad entre los pactos, entonces podemos

establecer un esquema en el que, por el hecho de que el pacto de Dios “siempre” ha

llevado el elemento familiar, entonces, el Nuevo Pacto “debe” tenerlo también. Sin

embargo, sostener eso es enfrentarnos a lo que la Biblia afirma con claridad y

explícitamente con respecto a la discontinuidad. Ya vimos que al evaluar la unión con la

cabeza federal de un pacto se conoce cómo será la continuación del pacto. Si es natural,

será por nacimiento natural; pero si es espiritual, entonces será por nacimiento espiritual.

¡Hay una discontinuidad que no podemos pasar por alto! Este es un Nuevo Pacto, distinto

al anterior, y lo “distinto” puede ser visto con claridad en el contexto del pasaje que

anuncia el Nuevo Pacto (Jer. 31:29-30), en las bendiciones del Nuevo Pacto (Jer. 31:33-34)

con respecto a su membresía (Jn. 3:3) y en la enseñanza del Nuevo Testamento con

respecto a quienes son los que deben recibir la señal externa de participación en el Nuevo

Pacto (Mat. 28:18-20).

Definitivamente, podemos ver que en el Antiguo Pacto era posible ser parte del pacto y

no conocer al Señor; pero explícitamente el Nuevo Pacto dice que “todos le conocerán”,

de manera enfática y universal afirma: “desde el más pequeño de ellos hasta el más

grande”. En el Antiguo Pacto era posible ser hijo de Abraham y estar en su pacto, lo cual

no aseguraba el perdón de los pecados. Muchos hijos del pacto se perdieron. Sin embargo,

en el Nuevo Pacto, Dios explícitamente afirma de sus participantes: “perdonaré su

maldad, y no recordaré más su pecado” (Jer. 31:34). Por lo tanto, aunque era posible en el

Antiguo Pacto ser parte del pacto sin ser salvo, en el Nuevo Pacto ya no es posible.

Perderse en condenación aun perteneciendo al pacto, era posible en el Antiguo Pacto

porque era un medio para un fin: establecer la simiente de Cristo quien instituiría el

Nuevo Pacto, el fin mismo. El Antiguo pacto era un medio tipológico para el

establecimiento del Nuevo Pacto. El Antiguo Pacto no es igual en sustancia al Nuevo

Pacto, pero apuntaba a este, lo tipificaba; por eso incluía creyentes e incrédulos. Debido

a que un tipo es una sombra de una realidad, pero no la sustancia misma, podemos decir

que ese argumento de “ya que había creyentes y no creyentes en el Antiguo Pacto

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entonces en el Nuevo Pacto debe ser igual” no es válido para construir un patrón al

mismo nivel. Hacer esto es pasar por encima el propósito tipológico en el que un tipo

señala algo mientras se diferencia del mismo.

Además, sí se puede estar en cualquier pacto sin ser salvo siempre y cuando dicho pacto

no se fundamente (o establezca) en la sangre de Cristo. El Antiguo Pacto se estableció

sobre la sangre de animales13, sangre no quitaba el pecado y no podía. A diferencia, el

Nuevo Pacto se establece sobre la sangre de Cristo, sangre que sí quita los pecados de su

pueblo. Esto también se entiende del contraste entre el fundamento del perdón en ambos

pactos:

y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre,

entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna

redención. Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas

de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne,

¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí

mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para

que sirváis al Dios vivo? Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para

que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el

primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna. (Heb. 9:12-

15)

De donde ni aun el primer pacto fue instituido sin sangre. (Heb. 9:18)

De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es

el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama. (Luc. 22:20)

Es clara la diferencia en el establecimiento o institución del Antiguo Pacto con respecto a

la institución del Nuevo Pacto, lo cual hace imposible usar el argumento de “debido a

que en el Antiguo Pacto había incrédulos, entonces en el Nuevo Pacto también”. El libro

de Hebreos nos muestra esa clara diferencia, pero también la hermosa conexión

tipológica entre los dos. Precisamente por eso del Antiguo Pacto se puede decir que: “...no

todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham,

son todos hijos” (Rom. 9:6-7); pero del Nuevo Pacto no se puede decir lo mismo ya que

Dios mismo lo establece:

y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno

a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos

13 Sangre que tipificaba la sangre de Cristo, pero no era en sí misma la sangre de Cristo.

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me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová;

porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado. (Jer.

31:33b-34)

Ese “conoce a Jehová” es el conocimiento salvífico que solo estaba presente en el

verdadero Israel dentro del Israel nacional durante el Antiguo Pacto, y es el mismo

conocimiento salvífico que tienen todos los miembros del Nuevo Pacto, la Iglesia del

Señor, debido a que Dios perdona la maldad de su pueblo y nunca más se acuerda de sus

pecados. ¡Qué gloriosa diferencia, qué mejor y más grande mediador tenemos: Cristo

Jesús, Señor nuestro! El Nuevo Pacto no es igual al Antiguo Pacto. Es un mejor pacto

establecido sobre mejores promesas, la promesa del perdón eterno para todos en el pacto

gracias a la obra de Cristo.

Me resultan muy conflictivos el uso y la conclusión que el autor hace de Hebreos 10:29.

Él concluye: “el versículo nos habla de un individuo que hizo profesión pública de fe en

Cristo, fue integrado al pueblo del pacto y, por esto, fue separado del mundo

(santificado), pero jamás tuvo una fe genuina, jamás fue salvo. Por esto, él es capaz de

pisotear al Hijo de Dios y tener por inmunda la sangre del pacto”. El autor afirma que

este apóstata en un tiempo perteneció al pueblo del pacto, pero fue cortado de este. No

está hablando de una forma externa, sino de alguien que verdaderamente perteneció al

pacto con Dios.

Sin embargo, el Nuevo Testamento nos enseña que estos apóstatas tienen una apariencia

externa de piedad, pero en realidad son lobos rapases que nunca han nacido de nuevo.

Este texto no dice que tales hombres fueron parte del pacto en un sentido verdadero, sino

en un sentido externo ante los hombres, no delante de Dios. Los apóstatas nunca han

formado parte del verdadero pueblo de Dios ni de su pacto. Hay que hacer una distinción

entre ser parte del pacto y ser quitado de este (como era el caso de los hijos del pacto en

el Antiguo Pacto), y nunca haber pertenecido al pueblo de Dios ni su pacto, sino

solamente en un sentido externo delante de los hombres. Ellos no fueron sacados del

pacto, nunca fueron parte de este, aunque externamente hayan sido “santificados” por la

sangre que sella el Pacto de Dios con los creyentes.

Sin duda, es un pasaje difícil de interpretar, pero es más increíble pensar que el

argumento paidobautista para defender este pilar tenga que ser sostenido sobre un pasaje

así, en vez de abrazar la claridad con la que se presenta el bautismo de creyentes en el

Nuevo Pacto. ¿Pueden ver pasajes entre líneas con inferencias posibles, pero no tomar en

cuenta los pasajes más claros, evidentes y de ordenanza sobre el bautismo de creyentes

únicamente?

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Pilar 4: Los niños están incluidos en el pacto tanto en el Antiguo Testamento como en

el Nuevo Testamento

Cuando un edificio es levantado sobre una base imperfecta, a medida que se levanta el

riesgo de desplomarse es mayor. Este cuarto pilar es el resultado de haber establecido

incorrectamente el peldaño de la continuidad y discontinuidad de los pactos y del pueblo

de Dios en el Antiguo y Nuevo Testamento. Todo lo que el argumento paidobautista

sostiene a partir de ahí da como resultado una visión incorrecta de la estructura pactual.

Ya he argumentado sobre la realidad de que, aunque el elemento familiar (que el pacto

de Dios se estableció con un creyente y su familia) está vigente a lo largo del Antiguo

Testamento, la continuidad no obliga al Nuevo Pacto a tener que repetir ese elemento a

menos que sea reafirmado en su revelación por causa de la discontinuidad. Como hemos

visto, el elemento familiar no es parte del Nuevo Pacto, sino el elemento de la familia

espiritual. Sin embargo, es necesario responder a los textos que el autor utiliza para

defender esto en el Nuevo Testamento. Si el elemento familiar no está presente en el

Nuevo Pacto, entonces esos textos pueden ser respondidos al interpretarlos de manera

apropiada y consistente con la narrativa misma del texto y la teología subyacente del

mandato bíblico del bautismo (Mat. 28:19).

El autor utiliza los argumentos paidobautistas tradicionales. El primer texto es Hechos

2:38-39. Él comenta: “[Pedro] concluye diciendo que esto no es solo para los adultos

capaces de razonar y aceptar, conscientemente, su mensaje, sino que, ¡Es también para

sus hijos! Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos (v.39). Este texto, nos

muestra que los hijos de los creyentes, aun en el Nuevo Testamento, están incluidos

también en el pacto”. Este argumento, aunque antiguo, es muy sencillo de refutar. El

autor no escribe el texto completo, el cual dice:

Porque la promesa es para vosotros y para vuestros hijos y para todos los que

están lejos, para tantos como el Señor nuestro Dios llame. (Hch. 2:39)

El texto no dice que la promesa es solo para ellos y sus hijos, más bien hace una precisión

importante: “para tantos como el Señor nuestro Dios llame”. Aquí no se está haciendo

una apelación pactual utilizando el elemento familiar, sino una proclamación de la

soberanía de Dios en la salvación. Pedro está predicando el Evangelio y, aunque

definitivamente el evangelio fue dirigido en primera instancia a los judíos, la gloria del

Evangelio radica en que a través de su proclamación externa el Señor llama eficazmente

a los que quiere (a los que desde antes escogió). De ninguna manera puedo concordar

con que este texto “muestra que los hijos de los creyentes, aun en el Nuevo Testamento,

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están incluidos también en el pacto”. En primer lugar, porque quienes están escuchando

ese mensaje no son creyentes, pues aún están escuchando el evangelio y lo están

recibiendo al igual que sus hijos y los que están lejos. En segundo lugar, ni el contexto ni

el significado de este texto muestran la conclusión a la que llega el autor. Hacer eso

simplemente es ir más allá de lo que el texto expresa, pues este texto se refiere más a la

libre oferta del evangelio que a la membresía en el pacto.

El segundo texto que utiliza es 1 Corintios 7. El autor comenta: “En este texto, el apóstol

Pablo, nos habla de un matrimonio, en el cual, solo uno de los dos cónyuges es creyente

y el otro no. Él explica que, a causa de la fe de uno, los hijos de ellos son santos y no

inmundos. ¿Qué significa todo esto?”. Esta es una pregunta muy importante porque lo

que afirmemos de los hijos, tenemos que afirmarlo también de los esposos inconversos,

porque ese es el contexto y el sentido en el que Pablo lo expresa. El autor concluye que

“cuando Pablo dice que los hijos de este matrimonio son santos, nosotros interpretamos

que esto significa que los pequeños son parte del pueblo del pacto, por ser hijos de, al

menos, un creyente”. Entonces, ¿los esposos inconversos también son parte del pacto

porque han sido santificados por el cónyuge creyente? ¡De ninguna manera! Lo que este

texto enseña es el estado de legitimidad que tienen los hijos dentro del matrimonio, al

igual que un esposo lo tiene aunque sea inconverso. Definitivamente sí hay “otra forma

de interpretar estos pasajes” haciéndolo en su contexto apropiado.

Pilar 5: El Bautismo es el reemplazo de la circuncisión

El autor establece que Colosenses 2:11-12 es el texto más explícito sobre este “reemplazo”

de la circuncisión por el bautismo. Su argumentación lógica consiste en lo siguiente.

Primero, señala que esta circuncisión de la que habla el texto es una referencia al

bautismo, y añade: “Pablo está tratando de convencer a los colosenses de que no se

circunciden argumentando lo siguiente: ¡Ustedes ya fueron circuncidados, no en lo físico

sino en lo espiritual! ¡Y esto sucedió cuando fueron bautizados!”. Luego, señala que

“podemos aprender que la circuncisión también señala hacia la regeneración […] Es la

misma idea del corazón de piedra siendo extirpado para poner en su lugar uno de carne

(Ez. 36:26) ¡Es la regeneración!”. Entonces, concluye que la circuncisión espiritual de la

que habla este texto se refiere al bautismo, porque tanto la circuncisión como el bautismo

apuntan hacia la justificación y la regeneración.

Contra ese razonamiento es inevitable levantar las siguientes preguntas.

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¿No es evidente por otros pasajes del Nuevo Testamento (aunque Col. 2:11-12 también es

prueba de ello) que la circuncisión espiritual no es una referencia al bautismo con agua

sino a la regeneración? Por ejemplo, Romanos 2:29 dice:

sino que es judío el que lo es interiormente, y la circuncisión es la del corazón, por

el Espíritu, no por la letra; la alabanza del cual no procede de los hombres, sino de

Dios.

Pablo dice “la circuncisión del corazón” que es hecha “por el Espíritu”. Claramente aquí

hay un contraste entre lo exterior y lo interior. Lo que realmente nos hace parte del pueblo

de Dios no es lo exterior, sino la circuncisión del corazón que es obrada por el Espíritu.

Es imposible tratar de encontrar en el bautismo por agua una correlación con la

circuncisión del Antiguo Pacto. La circuncisión de la carne, lejos de tener el propósito de

ser un elemento perdurable o que tenga un reemplazo correlacionado, era una sombra de

la verdadera circuncisión, la del corazón. Esto es claro, incluso en el Antiguo Pacto:

Además, el SEÑOR tu Dios circuncidará tu corazón y el corazón de tus

descendientes, para que ames al SEÑOR tu Dios con todo tu corazón y con toda tu

alma, a fin de que vivas. (Deut. 30:6)

¿No hay ⎯al buscar esta relación externa entre la circuncisión y el bautismo, y al señalar

que apunta hacia la regeneración y la justificación⎯ un peligroso acercamiento a la

perniciosa doctrina de la regeneración bautismal? Si la respuesta es no, entonces, ¿cuál

sería el sentido de bautizar a nuestros hijos si lo que el bautismo representa no es una

realidad en sus vidas?

Si el bautismo reemplaza la señal externa de la circuncisión, ¿por qué no hay ningún texto

que lo diga de manera explícita o por qué los apóstoles no aprovecharon la oportunidad

de decirlo cuando tuvieron una perfecta oportunidad de hacerlo en el concilio de Hechos

15? En Hechos 15, encontramos la controversia que se comenzaba a vivir en la iglesia

apostólica por causa de aquellos que enseñaban que “si no os circuncidáis conforme al

rito de Moisés, no podéis ser salvos” (Hechos 15:1). En el versículo 2, se nos informa que

“Pablo y Bernabé tuvieran gran disensión y debate con ellos”. No hubo una explicación

de la correlación entre el bautismo y la circuncisión, sino un debate. En el versículo 5, se

nos vuelve a recordar el problema, esta vez con “algunos de la secta de los fariseos que

habían creído”, quienes se levantaron y comenzaron a decir: “es necesario circuncidarlos

y mandarles que guarden la ley de Moisés”. Por esta razón, se estableció un concilio en

Jerusalén para atender este problema. Entonces, “los apóstoles y los ancianos se reunieron

para considerar este asunto” (vers. 6). Después de todas las participaciones y opiniones,

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Jacobo finalmente concluyó diciendo: “yo juzgo que no molestemos a los que de entre los

gentiles se convierten a Dios, sino que les escribamos que se abstengan de cosas

contaminadas por los ídolos, de fornicación, de lo estrangulado y de sangre” (vers. 19-

20). ¡Esta era la oportunidad! Había una confusión sobre la circuncisión y nunca se explica

lo que los paidobautistas dicen que el Nuevo Testamento afirma.

Pero, entonces, ¿cómo presenta el Nuevo Testamento la relación entre el bautismo y la

regeneración y su conexión con el pacto? Así como afirma el Nuevo Testamento, la señal

de que pertenecemos al Nuevo Pacto es la regeneración. Esa es la marca de los que son

suyos (Efe. 1:13-14; 2 Tim. 2:19). Los creyentes pertenecemos al pacto aun antes de

pertenecer a una iglesia local, porque somos salvados por la gracia de Dios por la obra

que Él hace en nuestro corazón a través de la predicación del Evangelio; luego somos

reconocidos como creyentes en una iglesia local. Por tanto, cuando una persona es

bautizada a través del reconocimiento de una iglesia local, está proclamando

externamente una realidad espiritual en su vida. El bautismo es la manifestación visible

de haber sido regenerado. Esa es la razón por la que los únicos participantes apropiados

para el bautismo son los creyentes.

Pilar 6: El Bautismo llegando a «casas» y «familias», no solo a individuos

Una constante en la argumentación paidobautista es la inferencia de “probabilidad” con

la que tienen que interpretar la Escritura. Por ejemplo, empezando su argumentación

“bíblica” sobre este pilar, el autor dice: “No podemos saber si en esas casas y familias

hubo niños, pero el apóstol Pablo tampoco lo sabía cuándo le dijo al carcelero de Filipos:

Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa”. El bautismo de infantes es

defendido por lo que no dice el texto, sino por lo que “probablemente” sucedió.

Nuevamente, no puede ser un pilar fuerte algo que se infiere probablemente en contraste

con un mandamiento explícito y ejemplos claros de bautismos de creyentes. En este

punto, el autor utiliza el pasaje de Hechos 16:32-33, la historia del carcelero de Filipo.

Me gustaría considerar este texto y algunos otros que en ocasiones son utilizados como

“pruebas” aunque no digan nada de manera explícita, sino que solo ofrecen

“probabilidades”. Esto lo veremos usando una tabla donde se recopilan los casos

registrados en la Biblia de bautismos en casa y los sucesos expresados en la narrativa para

no mirar por encima ignorando detalles importantes que nos ayudan a interpretar mejor

los acontecimientos.

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Gráfico 2. Tabla comparativa de bautismos caseros y su narrativa.14

Al analizar los casos registrados en los bautismos de casas y familias notamos que Lucas

registra claramente 4 aspectos importantes: (1) había una predicación de la Palabra de

Dios y escuchaban; (2) los mismos que escucharon llegaron a la fe, o se registra su

respuesta en fe y arrepentimiento; (3) quienes escucharon la Palabra de Dios y

respondieron con fe, luego fueron bautizados; y (4) se registra que ellos fueron añadidos

a la iglesia. En todos los casos hay predicación de la Palabra de Dios (Evangelismo), hay

una respuesta en fe, y un paso al bautismo debido a esa respuesta en fe.

Al analizar detalladamente estos casos con los versículos correspondientes en el Gráfico

N°2, resulta mucho más probable ver credobautismos antes que paidobautismos. De

igual forma, el credobautismo no necesita de inferencias más probables ya que cuenta

con un mandato divino. Sin embargo, los casos de bautismos en casas a la luz del

mandato divino, la teología del bautismo y su identidad en Cristo, resultan en una mejor

comprensión del bautismo de solo creyentes. Al final de cuentas, el uso de las narraciones

de bautismos en casas no es un argumento firme ni seguro, sino solo probable. Así no

funciona la teología.

La segunda forma en que quiero considerar estos textos es a través de la defensa que

Benjamin Beddome, un bautista particular del siglo XVII, hizo de estos mismos textos que

involucran el bautismo de “casas” y “familias”. Esto para hacer ver que tales argumentos

inferenciales probabilísticos no son nuevos y han tenido una respuesta histórica

adecuada más consistente con la enseñanza bíblica.

14 Este gráfico es sacado del artículo “El Pueblo de Dios del Nuevo Pacto y el Paidobautismo” del Dr. Alan J.

Dunn.

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La pregunta 99 del Catecismo Bautista dice: ¿Deben ser bautizados los Infantes de aquellos

que Profesan ser Creyentes? Como parte de su respuesta, Beddome argumenta:

§ ¿No podrían incluirse infantes en la casa de Crispo que fue bautizada? No. Porque

leemos que él creyó con toda su casa, Hechos 18:8. O, ¿en la del carcelero? No. Porque

se regocijó grandemente por haber creído en Dios con todos los suyos, Hechos 16:34. O,

¿en la de Estéfanas? No. Porque se dedicaron al servicio de los santos, 1 Corintios 16:15.

O, ¿en la de Lidia? No. Porque los apóstoles entraron en la casa de Lidia, y cuando vieron

a los hermanos, los consolaron y partieron, Hechos 16:40.

[…]

§ ¿No favorece el bautismo infantil el pasaje que dice: “de los que son como estos

es el reino de los cielos”? No. Porque Cristo lo explica añadiendo: “el que no reciba el

reino de Dios como un niño, no entrará en él”, Marcos 10:15. ¿Ni tampoco: “si la raíz

es santa, también lo son las ramas”? No. Porque lo que es nacido de la carne, carne es,

Juan 3:6. ¿Deberíamos en esta y en cualquier otra controversia guiarnos por la

Palabra de Dios? Si. En cuanto a todo lo que os he dicho, estad alerta, Éxodo 23:13. Y,

¿debemos prestar atención indebida a las costumbres u opiniones de los hombres?

No. No andéis en los estatutos de vuestros padres, ni guardéis sus decretos, Yo soy el Señor

vuestro Dios, Ezequiel 20:18, 19.

Cualquier pretensión de que se debería incluir el bautismo de infantes en las historias en

las que “casas” completas fueron bautizadas queda completamente descartada por el

hecho de que cada texto nos afirma que el bautismo no se debía a un elemento familiar-

pactual, sino al hecho de que creyeron. Este argumento de los bautismos en casas es el

mejor ejemplo de una inferencia probable cuando se toma en cuenta aspectos

superficiales del texto bíblico; pero que, una vez que se denotan los detalles del texto y se

comparan con textos más claros, la probabilidad resulta en menos probable de lo que

aparentaba.

Pilar 7: La Controversia que nunca hubo

Para finalizar, el autor se refiere a un argumento histórico basado en el hecho de que hubo

controversia sobre el asunto del bautismo de infantes en el primer siglo. Él añade: “¿No

será esto indicador de que todos los cristianos daban por sentado que los niños debían

seguir incluidos en el pacto y que debían seguir recibiendo la señal del pacto, que ahora

era el bautismo?”. Aunque su argumento resulta interesante, no está basado en una

realidad. Si pregunta: ¿por qué no hubo controversia en la iglesia del primer siglo? La

respuesta es ¡porque nadie bautizaba a los niños! Aunque muchas veces el argumento

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paidobautista se sostiene en la antigüedad de la práctica del bautismo de infantes, es muy

interesante saber que los registros más antiguos de esta práctica aparecen en la historia

recién a partir del siglo III.

Además, según el registro histórico, la práctica del bautismo de infantes no tenía como

argumento un entendimiento pactual tal como sostiene un presbiteriano reformado, sino

una perversión de la enseñanza apostólica. Los registros muestran cómo los niños que no

iban a sobrevivir a una enfermedad o peste eran bautizados con la esperanza de que el

bautismo limpiara sus pecados.15 Argumentar que el bautismo de infantes (como lo

entienden y enseñan los paidobautistas reformados) tuvo que haber sido la práctica de la

iglesia porque no hay controversia al respecto, es manipular la evidencia y utilizarla

deliberadamente de manera subjetiva, a no ser que quieran sostener que el

paidobautismo católico romano sea el mismo del presbiteriano, cosa que no es cierta. Al

comprender el desarrollo de la práctica del paidobautismo desde sus registros más

antiguos hasta los más modernos, vemos que bautizar a bebés ha sido una práctica en

busca de una teología que la sostenga, búsqueda que continuará mientras no exista un

mandamiento divino para ello.

Conclusión

Al llegar a la conclusión de este folleto, podemos comprender las razones por las que el

autor llega a sus conclusiones y, al mismo tiempo, podemos observar que sus

conclusiones erróneas son el resultado de un edificio construido sobre una base

incorrecta.

Después de repasar sus argumentos lógicos, el autor reflexiona: “Si lo pensamos bien, un

cambio tan significativo como dejar a los niños fuera del pacto ameritaría un mandato

explícito en las Escrituras. Sin embargo, no tenemos ningún texto bíblico que diga que los

niños ahora han quedado fuera del pacto. Por lo tanto, deben seguir incluidos y debemos

seguir administrándoles la señal del pacto, que ahora es el bautismo”. En este párrafo el

autor ha pasado por alto el hecho de que no solo existen textos que expresamente dicen

que el Pacto de Dios es con los creyentes (Jer. 31:29-34), sino que nos muestran que solo

los creyentes eran sumados a la iglesia después de ser bautizados (como se ve en el gráfico

15 Véase: Stander, Hendrick y Louw, Johannes, Baptism in the Early Church (Leeds, England: Reformation

Today Trust, 2004). Este libro, escrito por dos autoridades reconocidas en el campo de la patrística y

paidobautistas por convicción, argumenta que “en la mayoría de los casos, eran personas de edad

responsable (generalmente adultos y niños adultos) quienes recibían el bautismo”(p. 183). Así como

también que “solo durante el siglo IV, y principalmente en el norte de África, el bautismo infantil se

convirtió en una práctica aceptable” (p. 184).

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N°1 en la inclusión de gentiles creyentes mediante la fe). Esta conclusión por parte del

autor también menosprecia la clara revelación de la Palabra de Dios sobre cómo y a

quiénes debe ser administrado el bautismo , escogiendo en su lugar un razonamiento

lógico basado en inferencias posibles que nacen de presuposiciones incorrectas, en lugar

de procurar dar el lugar importante de la necesidad de una ordenanza divina.

Cito una vez más a Beddome en los detalles claros que la Palabra de Dios nos da sobre el

bautismo:

§ ¿Debe ser el bautismo administrado a los que se arrepienten? Si. Es el bautismo de

arrepentimiento, Marcos 1:4. Y, ¿a cada uno de ellos? Sí. Arrepentíos y sed bautizados

cada uno de vosotros, Hechos 2:38. Y, ¿a nadie más que a tales? No. ¡Camada de

víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira que vendrá?, Mateo 3:7. ¿Debe este

arrepentimiento ser profesado? Sí. Confesando sus pecados, eran bautizados por él en

el río Jordán, Mateo 3:6. Y, ¿ser notorio en sus frutos? Sí. Dad frutos dignos de

arrepentimiento, Mateo 3:8. Y, ¿tienen los peores de los pecadores después de

arrepentirse el derecho a ser bautizados? Sí. Vinieron también unos recaudadores de

impuestos para ser bautizados, Lucas 3:12.

§ ¿Debe ser la fe anterior al bautismo? Sí. Los corintios, al oír, creían y eran bautizados,

Hechos 18:8. ¿Puede una profesión de fe creíble justificar la administración de esta

ordenanza? Sí. Porque Simón el Mago creyó y fue bautizado, Hechos 8:13. Pero, ¿puede

solamente una fe real justificar el recibimiento del mismo? Sí. Si crees con todo tu

corazón, puedes, Hechos 8:37. Y, ¿la ordenanza no está disponible donde haya

ausencia de fe? Sí. Porque todo lo que no procede de fe, es pecado, Romanos 14:23.

§ ¿Deben las personas primero ser enseñadas antes de ser bautizadas? Sí. Id, pues,

y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos, Mateo 28:19. Y, ¿evidenciar que

son partícipes del Espíritu Santo? Sí. ¿Puede acaso alguien negar el agua para que sean

bautizados éstos que han recibido el Espíritu Santo lo mismo que nosotros?, Hechos 10:47.

Y, ¿que reciben con gozo la palabra? Sí. Los que habían recibido su palabra fueron

bautizados, Hechos 2:41. Y, ¿que manifiestan una disposición a obedecer? Sí.

Varones hermanos, ¿qué haremos? Y Pedro les dijo: arrepentíos y sed bautizados, Hechos

2:37.

§ ¿Debe el bautismo ser un asunto voluntario {lit. de elección} en quienes se

someten a este? Sí. Mira, agua. ¿Qué impide que yo sea bautizado?, Hechos 8:36. Y,

¿una obra y acto de su propia voluntad? Sí. Acudían a él y eran bautizados, Marcos

1:5. Y, ¿la respuesta de una buena conciencia? Sí. Porque el bautismo ahora os salva

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ya que es una petición a Dios de una buena conciencia, 1 Pedro 3:21. Y cuando estas

calificaciones no están, ¿debería el bautismo ser rechazado? Sí. No deis lo santo a los

perros, Mateo 7:6.16

Ninguno de estos principios sobre el bautismo y la teología detrás del bautismo pueden

ser cumplidos por los hijos infantes de los creyentes. Negar tanta evidencia bíblica es un

menosprecio a la autoridad de la Palabra de Dios. Una inferencia no vale más que un

mandato divino.

Si un hermano de la iglesia que Dios me dio para cuidar me pidiera que le respondiera

en pocas palabras Por qué el bautismo de infantes NO es bíblico, le diría que:

1. No es bíblico porque no puede ser defendido a partir de la continuidad de la Iglesia

desde al Antiguo Testamento hasta el Nuevo Testamento; pues, aunque es verdad que

hay una continuidad, la Biblia dice de manera expresa que el Nuevo Pacto es diferente y

superior al Antiguo. Por lo tanto, esa “diferencia” debe ser establecida por la Palabra de

Dios. Y, al considerar eso en la Escritura, podemos ver con claridad que el Nuevo Pacto

tiene un contexto que muestra que sus participantes lo son de manera individual, no

familiar (Jer. 31:29-30), las promesas que ofrece a los participantes solo pueden ser

recibidas por creyentes (Jer. 31:33-34) y que la expresión externa del pacto solo es aplicada

a creyentes (Mat. 28:18-20).

2. No es bíblico porque ser parte del pueblo de Dios es lo mismo que ser parte del pacto

de Dios, y la Biblia nos enseña que los únicos que pueden ser parte del pueblo de Dios en

el Nuevo Pacto son los creyentes.

3. No es bíblico porque no se puede estar en el Nuevo Pacto con Dios sin ser salvo. Todos

los que pertenecen al Nuevo Pacto son salvos, sin excepciones.

4. No es bíblico porque los niños, aunque están incluidos en el pacto del Antiguo

Testamento, no están incluidos en el pacto del Nuevo Testamento.

5. No es bíblico porque el bautismo no es el reemplazo de la circuncisión. La señal del

Nuevo Pacto es la regeneración, la circuncisión del corazón, la cual es evidenciada a

través del bautismo en agua. Por el hecho de que un niño no ha recibido la regeneración,

su bautismo carece de todo significado bíblico.

16 Beddome, Benjamin, A Scriptural Exposition of the Bastist Catechism (Birmingham, Alabama: Solid Ground

Christian Books, 2006), pág. 165, 166.

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6. No es bíblico porque cuando se habla del bautismo llegando a «casas» y «familias» se

prueba exactamente lo contrario, esto es, que los que fueron bautizados, lo fueron porque

creyeron.

7. No es bíblico porque la historia lo único que prueba es la desviación doctrinal de

algunos en la Iglesia que llegaron a bautizar a sus hijos con el propósito de “limpiarlos

del pecado”. Además, el único juez supremo sobre toda controversia es la Palabra de

Dios.

Finalmente, para cerrar esta respuesta quisiera preguntar y responder lo siguiente: ¿por

qué somos credobautistas? Porque el bautismo de creyentes es una doctrina clara y

explícita de las Escrituras, siendo una ordenanza que señala una realidad interna y un

medio de gracia que el Señor nos dio para fortalecernos en la fe al comprender su

significado y participar en este. El credobautismo tiene un mandamiento divino y

ejemplos apostólicos. Como acertada y bíblicamente dice nuestra confesión de fe:

El bautismo es una ordenanza del Nuevo Testamento instituida por Jesucristo, con

el fin de ser para la persona bautizada una señal de su comunión con él en su

muerte y resurrección, de estar injertado en él, de la remisión de pecados y de su

entrega a Dios por medio de Jesucristo para vivir y andar en novedad de vida.17

El credobautismo no necesita desesperadamente de inferencias lógicas indirectas,

posibles o probables, ni de una argumentación con premisas superficiales para ser

probado. Es simplemente la institución soberana del Señor Jesucristo para su Iglesia que

refleja vívidamente la muerte, sepultura y resurrección de Cristo y nuestra identificación

con Él. Además, está sustentado teológica y pactualmente por la Escritura como un

sacramento del pacto para los creyentes que forman parte de este.

Y, aunque el credobautismo no necesita de inferencias, sí que puede llegar a ser inferido

al tener en cuenta una sólida y detallada base pactual en el que se preste la debida

atención a la continuidad y discontinuidad entre el Antiguo y el Nuevo Pacto. Pero esta

lógica inferencial, esta deducción, de la que hablamos no va en contra del mandamiento

17 Confesión 1689, cap. 29, párrafo 1. Compárese con lo que dice la Confesión Westminster, Cap. 29, párrafo

1: “El Bautismo es un sacramento del Nuevo Testamento, instituido por Jesucristo, no para admitir solemnemente en

la iglesia visible a la persona bautizada, sino también para que sea para ella una señal y un sello del pacto de gracia,

de su injerto en Cristo, de su regeneración, de la remisión de sus pecados, y de su rendición a Dios por Jesucristo,

para andar en novedad de vida. Este sacramento, por institución propia de Cristo debe continuarse en su

Iglesia hasta el fin del mundo” (énfasis añadidos). Aquí cabe la pregunta ¿Es esta preciosa definición

consistente teológicamente con su aplicación a bebés que no tienen fe? Podemos estar bastante de acuerdo

con lo que la misma Confesión de Westminster enseña sobre la definición del bautismo, pero esto es

increíblemente inconsistente con lo que implica teológicamente aplicarlo a un infante incrédulo.

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explícito del Nuevo Pacto (más bien va en concordancia plena) ni de la unión federal de

Cristo con su Iglesia, sino que más bien fortalece la teología del bautismo. Esta “buena y

necesaria consecuencia” hacia el credobautismo no añade, ni quita, ni contradice el

mandato divino de Cristo:

Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre

del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os

he mandado… (Mat. 28:19-20).

El Credobautismo, el Bautismo de discípulos de Cristo, es incuestionable porque su

fundamento es la institución y ordenación de Dios para su Iglesia, y la teología detrás del

bautismo de creyentes es totalmente consistente con la definición teológica del bautismo,

consistente con su institución pactual, y consistente con el ejemplo Escritural.

FINIS