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1 de 26 Ovejas y Cabras Mateo 25:31-46 por J.G. BÁEZ I N T R O D U C C I Ó N

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Ovejas y Cabras

Mateo 25:31-46

por

J.G. BÁEZ

INTRODUCCIÓN

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El indigente junto al trono

Observa la fotografía de arriba. Se trata de una imagen que circuló por

las redes sociales la pasada Semana Santa (año 2013). En ella

observamos un contraste muy llamativo. Por un lado, un grupo muy

numeroso de personas sale a la calle a venerar al trono de turno que

pasa por allí. Mientras, unos metros más allá, un mendigo yace en el

suelo completamente ignorado por el gentío.

Es casi imposible contemplar esta foto sin quedarse perplejo, o sin

indignarse, a causa de la contradicción tan grande que encierra en sí

misma.

Todas esas personas están dispuestas a salir a la calle y estar en pie

horas y horas para celebrar el paso de su ídolo. De esta forma,

manifiestan su fe en una deidad, que se supone ostenta una serie de

valores. Valores como el amor, la compasión, el perdón, el servicio...

Sin embargo, ni uno de ellos se digna a acercase y atender a ese pobre

hombre que sufre tan sólo a unos pasos mas allá de donde están.

¿Sabes cómo podemos explicar esta incongruencia? Es muy sencillo.

Todo se resume en una sola palabra: religión. Ahí está el quid de la

cuestión.

Una vez le preguntó un católico a un evangélico: “¿Cuál es la diferencia

entre tu religión y la mía?” El evangélico contestó: “Ninguna. Ambas

son inútiles.”

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Tenía toda la razón. Es cierto que en el mundo hay religiones de todos

los colores y sabores, pero todas son similares. Todas se basan en la

misma premisa: sigue una serie de normas y conseguirás la

recompensa. (Entiéndase: cielo, paraíso, nirvana...)

Pero las religiones tienen dos problemas fundamentales. El primero es

que no calan más allá de la piel de la persona. Me explico. Supón que

eres católico, te cansas, y quieres hacerte musulmán. Pues bien, si antes

ibas a misa los domingos y tomabas la comunión y te confesabas de vez

en cuando, ahora tienes que ir a la mezquita los viernes, y postrarte en

el suelo para rezar tres veces al día.

Antes parecías un católico, hablabas como un católico, y te

comportabas como un católico. Ahora hablas, te comportas y pareces un

musulmán. La religión te ha mudado la apariencia, te has adaptado a un

nuevo entorno como un camaleón. Pero no ha pasado nada en el interior

de tu alma.

Si tu corazón estaba lleno de odio, lo seguirá estando igual. Si luchabas

con la lujuria, seguirás luchando igual. Si no podías sentir compasión,

en el fondo todo seguirá siendo lo mismo. Ninguna religión es capaz de

transformar a alguien desde dentro hacia fuera. Ése es el problema.

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El segundo problema, y el más importante, consiste en que esa premisa

que fundamenta a todas las religiones es falsa. Absolutamente falsa. No

se puede conseguir la recompensa eterna a base de esfuerzo y

cumplimiento de leyes. Es imposible.

De hecho, si reducimos el cristianismo a su enseñanza más básica, nos

daremos cuenta de que el mensaje de Jesucristo es completamente anti-

religioso. Por una parte, él se enfrentaba públicamente a los religiosos

de su época; por otra, desafiaba constantemente las tradiciones de su

pueblo. Y además, predicaba un nuevo camino a la salvación más allá

del cumplimiento de leyes: el camino de la fe.

No obstante, somos tan retorcidos que hemos convertido un mensaje

anti-religioso en una religión. Nosotros mismos, aún bajo la etiqueta de

«evangélicos», sintiéndonos dueños de la fe única y verdadera, hacemos

de esa fe todo un sistema religioso que consiste en asistir a la iglesia los

domingos, los martes a la reunión de oración y participar de alguna que

otra actividad especial.

¿Por qué? Porque es más cómodo ser un religioso evangélico que ser

una persona dispuesta a seguir el camino de la fe. Porque el camino de

la religión te lleva al control, a la falsa sensación de seguridad, a

convertir a Dios en tu deudor. Yo te dí mi obediencia, tú me debes tu

bendición.

Pero el camino de Jesús, el camino de la fe, nos lleva a un lugar

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llamado Gólgota. Es un camino que se recorre con una cruz a cuestas.

Se trata de una senda cuyo destino es la humillación y el

reconocimiento de lo malos, sucios y pecadores que somos. En este

camino no somos más que mendigos suplicando una salvación que no

tenemos y que no merecemos.

Este camino solo puede ser recorrido a través de la fe. Y sólo por la fe

es que Dios puede llegar a nuestros corazones y revolucionar todo

nuestro mundo desde dentro.

El pasaje que vamos a compartir, es un pasaje que revela el corazón de

Dios. En él descubrimos a un Dios que va a juzgar a todos los hombres,

y que no está tan interesado en religiones, sino en nuestro corazón, en

quiénes somos realmente y en cómo nos comportamos en consecuencia

de ello.

Contexto textual

Si abrimos nuestras biblias por Mateo, capítulos 24 y 25, encontramos

un sermón conocido como EL SERMÓN ESCATOLÓGICO. Es decir,

una enseñanza de Jesús acerca de los últimos tiempos.

Detengámonos un momento a echar un vistazo a vista de pájaro de estos

dos capítulos. Esto nos va a ayudar a encajar bien el sentido del pasaje

que abordaremos en un momento. Ten una Biblia a mano, y

acompáñame por favor.

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El capítulo 24 comienza presentándonos una situación concreta: Jesús y

sus discípulos están saliendo del templo, y éstos, asombrados por la

grandeza y la gloria de aquel edificio, le comentan a su maestro lo

admirados que están. Cristo aprovecha aquel comentario para

predecirles que «no quedará piedra sobre piedra que no sea

derribada» (24:2) de aquel glorioso templo. Es decir, que iba a ser

completamente destruido.

Esta respuesta deja cavilando a los discípulos. La imagen del templo

destruido se les antoja un acontecimiento propio del fin del mundo, lo

cual despierta en ellos mucha inquietud y curiosidad. Por eso terminan

planteando a Jesús la pregunta: «¿cuándo serán estas cosas? ¿Y qué

señal habrá de tu venida y del fin de los tiempos?» (24:3).

Este es el detonante que hace a Jesús pronunciar el quinto y último

discurso de Mateo, el cual comienza enumerando varias señales que

advertirán que el fin se acerca.

Se habla de hambrunas, epidemias, guerras y apostasía (24:4–14). Todo

esto desembocará en algo que conocemos como la Gran Tribulación,

que se describe en la siguiente sección del sermón (24:15–28). Se trata

de una gran persecución sin precedentes, contra los cristianos de los

últimos tiempos. Esto culminará con el regreso de Cristo (24:29–31).

A continuación, Jesús hace un paréntesis. Abre una nueva sección en la

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que narra cinco parábolas. La parábola de la higuera (24:32–42), la del

padre de familia (24:43–44), la de los dos siervos: el fiel y el infiel

(24:45–51), la de las diez vírgenes (25:1–13) y por último, la parábola

de los talentos (25:14–30). Todas estas historias tienen algo en común,

que todas contienen una exhortación a estar preparados para la segunda

venida de Cristo.

Finalmente Jesús cierra este paréntesis y retoma el relato de los

acontecimientos del fin del mundo. Y aquí llegamos nuestro texto. Se

trata de Mateo 25:31–46.

Nuestro pasaje de hoy

31 Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos

ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, 32 y serán

reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los

otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. 33 Y pondrá las

ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda.

34 Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi

Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del

mundo. 35 Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me

disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; 36 estuve desnudo, y me

cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. 37

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Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos

hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? 38 ¿Y

cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? 39

¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? 40 Y

respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo

hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.

41 Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí,

malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. 42

Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis

de beber; 43 fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me

cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. 44 Entonces

también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos

hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no

te servimos? 45 Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo

que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a

mí lo hicisteis. 46 E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida

eterna.

Este es un pasaje que se puede dividir en tres partes. El primer punto

serían los versículos 31 – 33. En ellos se reanuda la narración del

regreso de Cristo, y se describe cómo Él volverá en gloria asumiendo el

trono para reinar y para juzgar a todas las naciones.

En el segundo punto, versículos 34–40, encontramos el juicio a los

justos. Y en el tercer punto, en los versículos 41–46, leemos el juicio

contra los injustos.

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Nosotros vamos a abordar el estudio de este pasaje basándonos en esta

estructura, pero antes quedémonos con que, la enseñanza de todo el

texto se puede resumir en la siguiente frase:

Cuando Dios juzgue a la Humanidad, serán nuestras vidas las que

demuestren quiénes somos realmente.

EL REGRESO DE CRISTO (VV. 31-33)

Miremos de nuevo los versículos que componen este primer punto.

31 Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos

ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, 32 y serán

reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los

otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. 33 Y pondrá las

ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda.

El rey por fin llegó

El pueblo judío, desde tiempos ancestrales, aguarda la llegada de un rey

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cuyo reino durará eternamente. El profeta Isaías (en Is.9:7), hablando de

este rey dijo:

Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de

David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en

justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos

hará esto.

Éste es sólo una muestra de la gran cantidad de pasajes que tratan sobre

este futuro Rey y las características de reino. Pues Jesús de Nazaret,

heredero del rey David por ambas líneas genealógicas, cumplirá

plenamente con todas estas profecías.

Seguidamente, una vez Jesús asuma el trono, todas las naciones serán

congregadas delante de él para juicio. Si bien en el propósito de su

primera venida fue para perdón y reconciliación; esta vez vendrá para

hacer impartir justicia.

¡Orden en la sala! Da comienzo el juicio

En aquel día, dará comienzo el Juicio Final. Según la Biblia, éste será

un gran acontecimiento que tendrá lugar en el fin de los tiempos, en el

que todos los seres humanos de toda la historia resucitarán y se unirán a

los vivos para comparecer ante el trono de Dios. Apocalipsis 20:11–15

nos lo describe así:

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11 Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de cuya

presencia huyeron la tierra y el cielo, y no se halló lugar para ellos. 12 Y

vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie delante del trono, y los

libros fueron abiertos; y otro libro fue abierto, que es el libro de la vida,

y los muertos fueron juzgados por lo que estaba escrito en los libros,

según sus obras. 13 Y el mar entregó los muertos que estaban en él, y la

Muerte y el Hades entregaron a los muertos que estaban en ellos; y

fueron juzgados, cada uno según sus obras. 14 Y la Muerte y el Hades

fueron arrojados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda: el lago de

fuego. 15 Y el que no se encontraba inscrito en el libro de la vida fue

arrojado al lago de fuego.

Esto nos resulta tan sobrenatural, tan desconocido que puede parecernos

difícil de creer. Pero si realmente tomáramos conciencia de que es real,

de que en verdad algún día todos nos presentaremos ante el trono de

Dios, esta realidad impactaría nuestras vidas de varias maneras.

En primer lugar nos trae esperanza y consuelo a la hora de encarar todas

las injusticias, tanto las de la historia como las de nuestras vidas. Por

ejemplo, estoy seguro de que has visto cientos de imágenes y reportajes

sobre el Holocausto. Cuando los nazis cometieron el genocidio contra

los judíos, nos horroriza ver la crueldad con la que eran torturados y

asesinados en los campos de exterminio. Nos indigna que Hitler no

llegara a ser apresado y juzgado, ya que se suicidó antes. Pero hay un

trono del que Hitler no se podrá escapar. Algún día será convocado ante

Cristo en toda su gloria, y dará cuenta de las atrocidades que cometió.

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Igualmente podemos pensar en todas las grandes injusticias de la

sociedad: el tráfico humano, crímenes de guerra, explotación infantil,

malos tratos… Dios hará justicia.

Seguro que tú mismo has sufrido la injusticia en tus propias carnes. Hoy

día los bancos nos embargan nuestras casas y nuestro dinero, y no

podemos hacer nada. En nuestros trabajos abusan de nosotros

aprovechándose de la situación económica del país. Estamos pagando

nosotros, los pobres, los platos rotos de los altos dirigentes políticos…

Y si me apuras, aún en nuestras iglesias podemos ver situaciones que

nos parecerán injustas, decisiones con las que no estamos de acuerdo…

Y en definitiva vamos acumulando ira, odio y amargura en nuestro

corazón.

Pero podemos ser libres de todo eso. Podemos descansar, traer consuelo

a nuestra alma. Podemos perdonar; porque la justicia y la venganza

están en manos de Dios. Jesús dijo «bienaventurados los que tienen

hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados» (Mt.5:6).

¿Cómo, si no, podríamos poner en práctica el amor hacia los enemigos,

o el devolver bien a cambio del mal? Si no fuera porque creemos en un

Dios que va a volver a este planeta para impartir justicia perfecta,

francamente nos sería casi imposible.

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Por otro lado, tomemos conciencia de que nosotros mismos, cada uno,

también estamos citados a ese juicio. A su tiempo daremos cuentas de

nuestras vidas ante el gran trono de Dios. No caigamos en el error de

pensar que como estamos perdonados por la sangre de Cristo, no

tenemos que darle explicaciones de cómo hemos vivido en este mundo.

Pero una cosa no excluye a la otra.

Una cosa es que seamos salvos, y que no podamos perder esa salvación,

y otra cosa distinta es que Dios igualmente nos va a pedir cuentas de

cómo hemos vivido en esta vida. Todas las decisiones y acciones que

realizamos van a tener su eco en la eternidad, para bien o para mal. Así

que procuremos ser excelentes en todo lo que hacemos, pensamos y

decimos. Porque vamos a ser evaluados.

Dios va a tomar en cuenta cómo hemos tratado a nuestras esposas y a

nuestros hijos, cómo hemos hablado de nuestros hermanos de la

iglesia, o la medida en que hemos procurado la santidad en nuestra vida

personal. Pablo les dijo a los cristianos de corinto (2ª Cor 5.9–10):

9 Por eso, ya sea presentes o ausentes, ambicionamos serle agradables. 10 Porque todos nosotros debemos comparecer ante el tribunal de

Cristo, para que cada uno sea recompensado por sus hechos estando en

el cuerpo, de acuerdo con lo que hizo, sea bueno o sea malo.

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Ovejas y cabritos

Jesús ilustra el juicio con la imagen de un pastor separando a las ovejas

de los cabritos. Los asuntos de pastoreo y del ganado son una de las

actividades cotidianas de la época más usadas por la Biblia en general.

Esto es porque las características de las ovejas y las de la labor pastoral

en sí, resultan muy ricas para representar realidades espirituales.

Generalmente las ovejas tienen una connotación positiva y las cabras,

negativa. Esto se puede entender al tener en cuenta algunos rasgos de

estos animales:

• Las ovejas son animales con un fuerte instinto de manada. Sin

su manada, una oveja se desorienta y se vuelve mucho más

vulnerable. Queda a merced de cualquier depredador. Las ovejas

no son demasiado ágiles ni intrépidas. Son animales dóciles que

el pastor puede manejar con facilidad. Y dependen de él por

completo.

• Sin embargo, las cabras son animales más difíciles de controlar,

tienden a desmarcarse y trepar por las rocas y laderas. También

las cabras desgastan mucho el terreno por el que pacen.

Y a todo esto podemos añadir un detalle interesante: una cabra el

animal que según la ley debía cargar con el pecado del pueblo fuera del

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campamento, donde moría, sola y maldita, en algún lugar del desierto

(Lv.16:22).

Por todo ello, las ovejas de este pasaje representan a los justos, aquellos

que han sido colocados a la derecha del trono y van a ser bendecidos; y

las cabras representan a los injustos, situados a la izquierda para ser

maldecidos y castigados.

Existe un significado asociado al lugar que ocuparán las personas ante

el trono de Cristo, ya sea el derecho o el izquierdo. En el mundo

antiguo, colocarse a la derecha del rey suponía aceptación, poder, honor

y privilegio.

En la Biblia se recogen algunos pasajes en los que vemos esta lectura de

la posición con respecto al trono del monarca. Por ejemplo el rey

Salomón sentó a su madre a la derecha de su trono cuando ésta vino a

verle en una ocasión (1º Ry 2:19).

Por otra parte ser situado a la izquierda del trono se consideraba una

deshonra. Observemos este curioso proverbio que está en el libro de

Eclesiastés 10.2:

El corazón del sabio lo guía hacia la derecha, y el corazón del necio,

hacia la izquierda.

Por eso cuando leemos que en el gran juicio final los ángeles colocarán

a unos a la derecha del trono y a otros a la izquierda, ya podemos

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entrever, considerando el lugar que ocupan, cuál va a ser el destino que

les espera.

Veamos cómo se desarrolla el juicio.

SENTENCIA PARA LOS JUSTOS (VV. 34-40)

Este punto vamos a ver cómo juzga el Rey hace a los justos. Este juicio

se desarrolla en forma de diálogo. Un diálogo que va a seguir la misma

estructura que el juicio contra los injustos, pero con resultados

completamente opuestos. Leamos de nuevo los versículos 34–40:

34 Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi

Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del

mundo. 35 Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me

disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; 36 estuve desnudo, y me

cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. 37

Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos

hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? 38 ¿Y

cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? 39

¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? 40 Y

respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo

hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.

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La recompensa para los justos.

En el versículo 34 se nos explica en qué consiste la recompensa de los

justos: acercarse a él y heredar el reino. En esta pequeña y simple frase,

podemos entrever que a los justos les esperan grandes bendiciones.

La invitación de venir y acercarse al Rey nos da a entender que podrán

disfrutar de la cercanía y la intimidad de una relación personal con Él.

Y por otro lado, heredar el reino conlleva el privilegio de convivir por

la eternidad bajo el gobierno justo, santo, perfecto y amoroso de Dios,

en una sociedad sin sufrimiento, sin injusticia, sin maldad… donde todo

será gozo y bienestar.

Jesús subraya que el reino había sido preparado para ellos «desde la

fundación del mundo» (v.34). Es decir, cuando Dios creó todo, ya había

planificado todo el desarrollo y la culminación de la historia humana.

Esta realidad desemboca en un tema doctrinal conocido como la

«predestinación», cuya polémica principal es la siguiente: si el ser

humano es libre de tomar sus propias decisiones (libre albedrío), ¿cómo

es posible que Dios haya destinado de antemano a unos para perdición y

a otros para salvación? Esta es una cuestión que muchos teólogos han

debatido, planteando posturas diferentes, pero no es el momento

apropiado para abordar esta cuestión.

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Los argumentos del Juez

Ahora bien, si no encajamos bien este pasaje en el marco de la

enseñanza bíblica, nos podríamos llevar una impresión equivocada.

Porque una lectura fuera de contexto nos podría dar a entender que, al

fin y al cabo, nuestra salvación depende de las buenas obras que

hayamos hecho. Pero no es esto lo que nos enseñan las Escrituras.

Más bien, como dijimos al principio, cuando Dios juzgue a la

Humanidad, serán nuestras vidas las que demuestren quiénes

somos realmente. O dicho en palabras del mismo Jesús (Mt.5:16–19):

16 Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos,

o higos de los abrojos? 17 Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero

el árbol malo da frutos malos. 18 No puede el buen árbol dar malos

frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. 19 Todo árbol que no da buen

fruto, es cortado y echado en el fuego.

Es cierto que nuestro juez argumenta su sentencia exponiendo las obras

que los justos han llevado a cabo. Pero no son las obras en sí mismas la

base de su salvación. Eso sería imposible, puesto que la Biblia enseña

que ningún ser humano puede ser lo bastante bueno como para reparar

el daño causado por sus maldades. La salvación por obras es imposible

de conseguir.

Es la fe en Cristo Jesús, quien murió por nuestros pecados y resucitó

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para darnos vida, la que determina si somos o no somos salvos. El Rey

no va a recompensar a los justos porque se lo han ganado a costa de

ayudar a los pobres, a los enfermos y a los desamparados. Ellos van a

ser recompensados porque amando y teniendo misericordia de los

necesitados, demuestran la autenticidad de su fe en Jesús.

¿Estamos dando nosotros frutos?

Si hoy mismo tuvieras que presentarte ante la presencia de Dios, ¿qué

diría de ti? ¿Lo de las cabras o lo de las ovejas? ¿Tu vida demuestra tu

fe? O yendo directamente al tema de este pasaje, ¿has mostrado la

misma compasión por los necesitados que él mismo demostró tener? Si

no es así, ¿qué excusa vas a poner?

No te preocupes, hay un montón de excusas disponibles para engañarte

a ti mismo y no sentirte culpable. Te presento el ranking de las mejores

excusas:

• No tengo tiempo. ¿Ah, No? No hablemos del tiempo que

dedicamos a Whatsapp, al correo electrónico, al gimnasio, o a

ver la tele. Tan solo en tu rutina de cada día, ¿acaso no ves

continuamente personas necesitadas de compasión, de

aceptación, o de comida? ¿No te cruzas con ellas a diario de

camino al trabajo? ¿En tu barrio? ¿En tu instituto? ¿En la puerta

del Mercadona?

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• No tengo dinero. Vale, puede que no tengas dinero como para

montar una ONG. Pero, ¿tienes comida? ¿has desayunado hoy?

¿Por qué no invitar a alguien necesitado a tu mesa de vez en

cuando?

• No es mi don. ¿Qué don? ¿El de evangelismo? Yo todavía no he

dicho nada de evangelismo. Estamos hablando de amor. El amor

no es un don, es un regalo que hemos recibido de Dios, y que

hemos de hacer llegar a los demás. El amor es un compromiso

ineludible para alguien que ha experimentado la compasión del

Señor.

• No tengo el llamado. Típica frase evangélica de la que nadie

está seguro de qué significa. Pero lo más curioso es que no es

cierto. Sí que tenemos «el llamado», porque Dios nos pide a

todos mostrar amor y misericordia.

Puede que te engañes a ti, pero no a Él.

SENTENCIA PARA LOS INJUSTOS (VV. 41-46)

Leamos las últimos versículos del pasaje, que se refieren a la sentencia

contra los injustos. Versículos 41 al 46:

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“41 Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí,

malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. 42

Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis

de beber; 43 fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me

cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. 44 Entonces

también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos

hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no

te servimos? 45 Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que

en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo

hicisteis. 46 E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.”

El castigo para los injustos

Aquí tenemos un diálogo similar al anterior, pero cuyo fin es

radicalmente opuesto. Esta vez el Rey castiga a aquellos que

aguardaban a su izquierda. El castigo impuesto se caracteriza por tener

tres facetas.

Primeramente supone una separación con respecto a Dios. El rey les

aparta de sí mismo, excluyéndolos de su presencia, de su compañía, de

su cuidado y de su amistad. En segundo lugar no sólo iban a estar

alejados de Dios, sino que estarían en el infierno a merced del diablo y

sus ángeles, los cuales van a ser también arrojados allí con ellos. Y por

último, el castigo tiene una dimensión de sufrimiento físico que se

transmite con la imagen de un fuego eterno.

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Es importante enfatizar que el pasaje implica la eternidad, tanto de la

recompensa como del castigo. Ambas realidades se darán por siempre.

Algunas personas piensan que ser arrojado al infierno es equivalente a

ser destruido. O dicho de otra forma, que las personas que habrán sido

condenadas dejarán de existir. Pero no es eso lo que leemos en la

Biblia. Jesús dijo (Mr.9:43–44):

43 Si tu mano te fuere ocasión de caer, córtala; mejor te es entrar en la

vida manco, que teniendo dos manos ir al infierno, al fuego que no

puede ser apagado, 44 donde el gusano de ellos no muere, y el fuego

nunca se apaga.

Este es uno de muchísimos pasajes en los que se muestra que el castigo

durará para siempre, al igual que la vida eterna.

Lejos del corazón de Dios

Volvamos a considerar de nuevo la foto que vimos al principio. Cada

vez que la miro pienso: “¡cuánto nos equivocamos acerca de lo que

Dios pide de nosotros!”. ¿Qué será más importante para Dios, el trono o

la persona? ¿La religión o la compasión? ¡Qué lejos estamos a veces del

corazón de Dios!

Puede que pienses que eso sólo les pasa a los católicos, que están todos

confundidos con eso de las imágenes, que tú nunca caerías en algo así,

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que nosotros los evangélicos sabemos bien lo que Dios quiere… Pero

déjame leerte las palabras de Mateo 7:21-23:

21 No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos,

sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. 22

Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu

nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre

hicimos muchos milagros? 23 Y entonces les declararé: Nunca os

conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.

Habrá más de una sorpresa el día del Juicio Final. Delante del trono de

Dios habrá personas que han hecho milagros en su nombre, han echado

demonios en su nombre, han profetizado… y al final resultará que el

Señor no tiene nada que ver con ellos.

Seguramente estas personas se presentarán al juicio con la frente bien

alta, esperando ser recompensados por la admirable lista de grandes

obras, de las que se enorgullecen. Pero al fin y al cabo, todos esos

milagros le traen a Jesús sin cuidado.

De hecho, Cristo ni si quiera llegar a recriminarles sus maldades. No les

dice “os mando al infierno por ladrones, por violentos, por idólatras,

por depravados…”, los que más le duele al Señor, lo que les reprocha

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es que se habían olvidado de lo más importante: de atender a los

necesitados, del amor y la misericordia. Y nosotros, como iglesia,

podemos caer en el mismo error.

LAS PRIORIDADES DE DIOS Hay algo en el pasaje que hemos compartido que me llama

poderosamente la atención. Mateo 25:31-46 es un texto que describe el

gran Juicio Final. Hemos leído que Jesús regresará a este mundo y se

sentará en el trono para juzgar a las naciones.

Hemos visto cómo se desarrollará al juicio, pondrá a unos a su derecha

y a otros a su izquierda. A los de su derecha los recompensa y los invita

al cielo. Y a los otros les reprocha y los arroja al infierno.

La enseñanza que nos ha dejado este pasaje era que cuando Dios

juzgue a la Humanidad, serán nuestras vidas las que demuestren

quiénes somos realmente.

Ahora bien, si la Biblia nos enseña claramente que la salvación es sólo

por fe y no por obras, ¿por qué el Juez argumenta su sentencia de esta

forma, dando pie a confusión? Podría haber dicho algo como: venid,

benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros,

porque habéis creído en Jesucristo.

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No obstante, el texto argumenta ambas sentencias a partir de las obras

que unos y otros habían hecho, o dejado de hacer. ¿Por qué? ¿Para qué

enfocarlo de ese modo? Yo pienso que es porque Jesús nos quería

aclarar lo que en realidad Dios espera de nosotros.

A veces creemos que lo que el Señor pide de la iglesia es organizar,

montar reuniones, perfeccionar las canciones, tener un buen sonido, que

el culto de los domingos salga lo mejor posible, hacer un programa

evangelístico cada cierto tiempo… Y todo esto está bien, siempre y

cuando no nos olvidemos de lo más importante: las personas.

Ése era exactamente el reproche que Jesús tenía en contra los religiosos

de su época (Mt.23:23):

23 ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la

menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la

justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de

hacer aquello.

¿Qué pensará el Señor de nosotros como iglesia? ¿Estamos atendiendo

a las prioridades de Dios? ¿O somos los nuevos fariseos del s.XXI? Es

nuestra obligación despertar, y prepararnos para dar una respuesta como

pueblo de Dios a las necesidades de las personas que nos rodean. El

pasaje nos reta a empezar por lo más básico: dar alimento y ropa a los

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que no tienen, dar amor y aceptación a los extranjeros, consolar a los

enfermos y a los encarcelados…

Y sobre todas las necesidades mencionadas, permíteme añadir ésta: la

gente necesita conocer el evangelio de Cristo, que hay esperanza y

salvación en él.

Resulta tremendamente relevante, el hecho de que este pasaje sea la

conclusión de todo un sermón que trata sobre el fin de los tiempos. La

cuenta atrás del regreso de Cristo ya está en marcha, y no hay tiempo

que perder.

Tanto si somos hijos de Dios, como si no, Él determinará la

autenticidad de nuestra fe en la medida en la que hemos sabido dar

amor y compasión a los demás, especialmente entre creyentes.

Es hora de despertar, como iglesia en general y como discípulos en

particular. Es hora de darse cuenta de que hay que salir a dar amor y a

compartir el evangelio, puesto que esto mismo es lo que Cristo, con su

ejemplo, nos enseñó a hacer.