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La economía incrustada en la sociedad (K. Polanyi 1994) (1) I. Introducción La característica fundamental del sistema económico del siglo diecinueve fue que se había separado institucionalmente del resto de la sociedad. En una economía de mercado, la producción y distribución de bienes materiales se lleva a cabo mediante un sistema autorregulador de mercados regido por sus propias leyes, las así llamadas leyes de la oferta y la demanda, que se basan en dos simples motivos: el temor al hambre y el deseo de ganancia. Este orden institucional queda así separado de las instituciones no económicas de la sociedad: la organización de parentesco y los sistemas políticos y religiosos. Ni los lazos de sangre, ni las obligaciones legales, ni los mandamientos religiosos, ni la lealtad ni la magia crearon situaciones sociológicamente definidas que aseguraran la participación de los individuos en el sistema, sino que fueron instituciones como la propiedad privada de los medios de producción o el sistema de salarios las que se definieron en términos puramente económicos. Por supuesto, nosotros estamos acostumbrados a que las cosas sean así -la subsistencia se asegura fundamentalmente mediante instituciones económicas que actúan por móviles económicos y se gobiernan por leyes económicas. Las instituciones, los móviles y las leyes son específicamente económicos. Se puede concebir que el sistema global funcione sin la intervención consciente de la autoridad humana, el Estado o el gobierno. No son necesarios otros móviles más que evitar el hambre y tener un deseo legítimo de ganancias: no es necesario otro requisito legal que no sea la protección de la propiedad y el cumplimiento de los contratos. Y así dada la distribución de recursos y el poder de compra junto con la escala individual de preferencias, se concluye que el resultado es la satisfacción óptima de las necesidades. Éste es el ejemplo de la “separación” establecida en el siglo diecinueve, pero examinemos la otra alternativa mucho menos conocida, la “incrustación”, bajo la que encontraremos un buen número de cuestiones por aclarar. Haremos una breve historia del problema, primero en términos de status y contrato y luego, según los análisis recientes de la antropología cultural. II. Status y contrato Empezaremos por el descubrimiento de sir Henry Summer Maine en su Ancient Law (1861), de que muchas instituciones de la sociedad moderna se establecieron mediante contrato, mientras que la sociedad antigua se basaba en el status. El status, adquirido por nacimiento -por la posición de la familia y el lugar que se ocupaba en ella-, determina los derechos y obligaciones de la persona, que a su vez se derivan del parentesco (o adopción) del tótem y de otras fuentes. Este sistema de status persiste bajo el feudalismo y, con algunas reservas, hasta ‘la época de la igualdad de los ciudadanos’ tal como se estableció en el siglo diecinueve. Gradualmente fue reemplazado por el sistema de contrato, es decir por los derechos y obligaciones fijados por transacciones consensuales o contratos. Maine observó estos hechos en el curso de sus investigaciones sobre el derecho romano y los desarrolló en su obra sobre las comunidades aldeanas en la India Oriental cuyas economías sin mercado también fueron conocidas por Marx.

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La economía incrustada en la sociedad (K. Polanyi 1994) (1)

I. Introducción

La característica fundamental del sistema económico del siglo diecinueve fue que se había separado institucionalmente del resto de la sociedad. En una economía de mercado, la producción y distribución de bienes materiales se lleva a cabo mediante un sistema autorregulador de mercados regido por sus propias leyes, las así llamadas leyes de la oferta y la demanda, que se basan en dos simples motivos: el temor al hambre y el deseo de ganancia. Este orden institucional queda así separado de las instituciones no económicas de la sociedad: la organización de parentesco y los sistemas políticos y religiosos. Ni los lazos de sangre, ni las obligaciones legales, ni los mandamientos religiosos, ni la lealtad ni la magia crearon situaciones sociológicamente definidas que aseguraran la participación de los individuos en el sistema, sino que fueron instituciones como la propiedad privada de los medios de producción o el sistema de salarios las que se definieron en términos puramente económicos.

Por supuesto, nosotros estamos acostumbrados a que las cosas sean así -la subsistencia se asegura fundamentalmente mediante instituciones económicas que actúan por móviles económicos y se gobiernan por leyes económicas. Las instituciones, los móviles y las leyes son específicamente económicos. Se puede concebir que el sistema global funcione sin la intervención consciente de la autoridad humana, el Estado o el gobierno. No son necesarios otros móviles más que evitar el hambre y tener un deseo legítimo de ganancias: no es necesario otro requisito legal que no sea la protección de la propiedad y el cumplimiento de los contratos. Y así dada la distribución de recursos y el poder de compra junto con la escala individual de preferencias, se concluye que el resultado es la satisfacción óptima de las necesidades. Éste es el ejemplo de la “separación” establecida en el siglo diecinueve, pero examinemos la otra alternativa mucho menos conocida, la “incrustación”, bajo la que encontraremos un buen número de cuestiones por aclarar.

Haremos una breve historia del problema, primero en términos de status y contrato y luego, según los análisis recientes de la antropología cultural. II. Status y contrato

Empezaremos por el descubrimiento de sir Henry Summer Maine en su Ancient Law (1861), de que muchas instituciones de la sociedad moderna se establecieron mediante contrato, mientras que la sociedad antigua se basaba en el status. El status, adquirido por nacimiento -por la posición de la familia y el lugar que se ocupaba en ella-, determina los derechos y obligaciones de la persona, que a su vez se derivan del parentesco (o adopción) del tótem y de otras fuentes. Este sistema de status persiste bajo el feudalismo y, con algunas reservas, hasta ‘la época de la igualdad de los ciudadanos’ tal como se estableció en el siglo diecinueve. Gradualmente fue reemplazado por el sistema de contrato, es decir por los derechos y obligaciones fijados por transacciones consensuales o contratos. Maine observó estos hechos en el curso de sus investigaciones sobre el derecho romano y los desarrolló en su obra sobre las comunidades aldeanas en la India Oriental cuyas economías sin mercado también fueron conocidas por Marx.

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La influencia de Maine en el continente fue apoyada por Ferdinand Toennies, un sociólogo alemán cuyas ideas quedan resumidas en el título de su obra, Comunidad y Sociedad (Gemeinschaft und Gessellschaft 1988). Al principio la terminología puede parecer confusa, pero no lo es. “Comunidad” se refiere a la “sociedad de status”, y “Sociedad” a la “sociedad de contrato”.

Maine, Toennies y Marx ejercieron una profunda influencia en la sociología a través de Max Weber, quien con mucha coherencia utilizó los términos Gemeinschaft y Gesellschaft en el sentido que les daba Toennies, Gesellschaft para la sociedad de contrato, y Gemeinschaft para la sociedad de status.

Para Maine y Toennies la connotación emocional de status o comunidad, por un lado, y de contrato o sociedad, por otro, era muy diferente. Maine consideraba la situación pre-contractual de la humanidad característica de las edades oscuras del tribalismo y la introducción del contrato, una liberación de la sumisión del individuo a la tribu. Por el contrario, las simpatías de Toennies se inclinaban más al calor de la comunidad que a los fríos lazos impersonales de la sociedad. Idealizaba la “comunidad” como una situación en la que los seres humanos están unidos mediante el tejido de la experiencia común, en tanto que “sociedad” jamás se aparta de la impersonalidad del mercado y de cash nexos, como definiera Thomas Carlyle a la relación de las personas conectadas solamente por lazos de mercado.

El ideal de Toennies era la restauración de la comunidad, aunque no regresando a la etapa preindustrial, sino avanzando hacia una forma superior de comunidad que mejoraría nuestra actual civilización. Para él era una especie de fase cooperativa de la civilización que conservaría las ventajas del progreso tecnológico y la libertad individual al tiempo que restablecería la integridad de la vida. Su postura, hasta cierto punto, se asemejaba a la de Robert Owen y, entre los pensadores modernos, a la de Lewis Mumford. En las Democratic Vistas (1871) de Walt Whitman se pueden encontrar analogías proféticas con este punto de vista.

Las ideas de Maine y Toenneis sobre la evolución de la civilización humana se han considerado claves para estudiar la historia de la sociedad moderna. Sin embargo, durante mucho tiempo no se realizó ningún progreso sobre las pistas que ellos dejaron. Maine adscribió su tesis a la Historia de la ley, incluyendo las formas comunales que sobrevivían en los antiguos poblados de la India. Toennies reconstruyó las ideas principales de la civilización antigua y medieval con ayuda de la dicotomía “comunidad-sociedad”. Ninguno de ellos intentó aplicar la distinción a la historia real de instituciones económicas, tales como el comercio, el dinero y los mercados. III. La contribución de la antropología

Los primeros signos importantes del desarrollo teórico de estos temas se encuentran en los descubrimientos hechos en el campo de la antropología por Franz Boas, Bronislaw Malinowski y Richard Thurnwald. Sus ideas implican una crítica del “hombre económico” de la teoría clásica, y conducen al estudio de las economías primitivas como una rama de la antropología cultural.

Por un capricho de la historia durante la Primera Guerra Mundial, se abandonó a un experto antropólogo en su propio “campo”. Bronislaw Malinowski era súbdito austríaco, y por lo tanto, aliado del enemigo, aunque se encontraba entre los salvajes del extremo suroccidental de Nueva Guinea. Durante dos años las autoridades británicas le negaron el permiso para salir de allí, así que cuando regresó de las islas Trobriand, Malinowski llevaba ya el material para The Primitive Economics of the Trobriand

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Islanders (1921), The Argonouts of the Western Pacific (1922), Crime and Custom in Savage Society (1926), The Sexual Life of Savages (1929) y Cora1 Gardens and Their Magic (1935). Murió en Estados Unidos en 1912. Sus obras han influido no sólo en el estudio de la antropología sino también en los métodos y puntos de vista de la historia económica. Richard Thurnwald, berlinés, cuya especialidad era Nueva Guinea, publicó sus conclusiones sobre los banaro en 1916 en la revista American Anthropologist. Su influencia fue notable en el mundo anglosajón, sobre todo por el impacto que causó en Malinowski. Thurnwald, aunque antropólogo, había sido discípulo de Max Weber.

Las obras de Malinowski dejaban en el lector la convicción de que los miembros de comunidades ágrafas se comportaban en conjunto de una manera totalmente razonable. Su aparente conducta exótica podía explicarse a partir de instituciones que estimulaban motivaciones diferentes a las nuestras en algunos aspectos, pero no en otros. La subsistencia estaba ligada a la práctica general de la reciprocidad, es decir, los miembros de un grupo actuaban con respecto a otro grupo como esperaban que éstos a la vez se comportaran con ellos. Un hombre perteneciente a un subclan de una aldea, por ejemplo, ofrecía los productos de su huerta a la familia de su hermana, aunque la hermana viviera habitualmente en la aldea de su marido, a veces a una distancia considerable de su hermano, acuerdo que para un hermano diligente resultaba ser una constante excursión sin fines económicos. Si el hermano estaba casado, los hermanos de su esposa tenían que prestarle un servicio similar. Aparte de esta contribución sustancial a las economías domésticas de los parientes matrilineales, se generaba un sistema de regalos recíprocos que sólo indirectamente influía en el propio interés económico: eran otras las motivaciones que lo generaban, como por ejemplo el orgullo de ser reconocido públicamente un modelo de las virtudes cívicas de un hermano. El mecanismo de la reciprocidad, efectivo en cuanto al asunto comparativamente sencillo del suministro de alimentos, justificaba también la compleja institución del kula, una variante estética del comercio internacional. Las transacciones kula entre los habitantes del archipiélago podían durar años atravesando mares peligrosos y requerían miles de objetos para intercambiar, como regalos entre socios individuales que vivían en islas distantes. La institución en su conjunto tenía como fin minimizar la rivalidad y los conflictos, y maximizar el placer de dar y recibir regalos.

Ninguno de estos hechos registrados por Malinowski era especialmente una novedad: ya se habían observado una y otra vez en diferentes puntos del planeta. Aunque contrastando en tono y colorido con el potlatch de los indios kwakiutl, el kula no era más peculiar que esa espléndida demostración de destrucción deliberada, descubierta y exhaustivamente descrita por el gran antropólogo americano Franz Boas en The Social Organization of the Secret Societies of the Kwakiutl “Potlatch” (1895).

Sin embargo, el brillante ataque de Malinowski al concepto de “hombre económico” que subyacía en el enfoque tradicional de etnólogos y antropólogos, hizo de las economías primitivas una nueva rama de la antropología social de gran interés para los historiadores económicos.

El mítico “salvaje individualista” estaba ya muerto y enterrado, como también lo estaba su contrario el “salvaje comunista”. Al parecer la mentalidad y las instituciones de los salvajes no diferían tanto de las nuestras. Incluso la proclamada propiedad común resultó ser, tras un análisis minucioso del antropólogo, bastante diferente de lo que se suponía que era. Aunque la tierra perteneciera a la tribu o a la familia, se descubrió que existía un entramado de derechos individuales que privaban al término “propiedad común” de la mayor parte de su contenido. Según lo ha descrito Margaret Mead, era el hombre el que pertenecía a su parcela de tierra y no ésta la que pertenecía al hombre. La conducta no se regía por los derechos de disposición

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conferidos a los individuos, sino por el compromiso de dichos individuos de cultivar determinadas parcelas de tierra. Hablar de propiedad individual o común de la tierra, cuando la misma noción de propiedad es inaplicable, parece fuera de lugar. Entre los mismos trobriandeses, la distribución se realizaba mediante regalos y sus correspondientes compensaciones.

Como conclusión general se puede afirmar que la producción y distribución de bienes materiales estaba incrustada en las relaciones sociales de tipo no económico de tal forma que, ni existía un sistema económico institucionalmente separado, ni una red de instituciones económicas. Ni el trabajo, ni la disponibilidad de objetos, ni su distribución se llevaban a cabo por motivos económicos, es decir, ni por deseo de ganancia, ni por temor a pasar hambre individual. Si damos por supuesto que sistema económico significa el conjunto de rasgos conductuales originados en los móviles individuales de hambre y ganancia, tenemos que concluir que no existía ningún tipo de sistema económico. Sin embargo, si tomamos el término sistema económico como deberíamos, es decir, refiriéndose a los rasgos conductuales relativos a la producción y distribución de bienes materiales -el único significado relevante para la historia económica-, entonces tendremos que decir que existía, aunque institucionalmente no formara un sistema aislado.

En efecto, era simplemente el resultado del funcionamiento de otras instituciones no económicas.

Podremos comprender más fácilmente tal tipo de asuntos si nos concentramos en el papel de la organización social básica para canalizar los motivos individuales. Al estudiar el sistema de parentesco de los banaro de Nueva Guinea, Richard Thurnwald descubrió un complicado sistema de intercambio matrimonial. Al menos cuatro parejas debían unirse en matrimonio simultáneamente y cada miembro tenía que mantener una relación definida con otra persona del grupo recíproco.

Para que tal sistema funcionara era preciso que los grupos fuesen previos y que los clanes estuviesen divididos en varios subclanes. Con esta intención la casa de los hombres (goblin-hall) estaba partida en dos mitades; los hombres que se sentaban a la derecha (Ban) y los que se sentaban a la izquierda (Tan) formaban subsecciones con el propósito de hacer funcionar el sistema de intercambio matrimonial. Thurnwald escribió:

La simetría espacial de la casa de los hombres es la expresión del principio de reciprocidad -el principio de dar “igual por igual”- venganza o compensación. Esto parece ser el resultado de lo que en psicología se conoce como “reacción adecuada”, que está profundamente arraigada en el hombre. En realidad, este principio empapa el pensamiento de los pueblos primitivos y a menudo encuentra su expresión en la organización social (Thurnwald, “Banaro Society”). Malinowski recogió estas observaciones en Crime and Custom in Savage

Society, donde sugería que las subdivisiones simétricas dentro de la sociedad, como las que Thurnwald había descubierto en la casa de los hombres, debían encontrarse en todas partes como base de la reciprocidad entre los pueblos primitivos. La reciprocidad como forma de integración, y la organización simétrica iban juntas, lo cual puede ser la explicación de la famosa dualidad de la organización social. En realidad, con respecto a sociedades agrarias -carentes de los libros de contabilidad- podemos preguntarnos: ¿cómo se practicaría la reciprocidad a lo largo del tiempo por un gran número de personas de las más variadas posiciones si no fuese porque la organización social satisficiera esta necesidad mediante grupos simétricos ya formados, y cuyos miembros se comportaran con los demás en términos de similitud. Esta sugerencia supuso importantes implicaciones para el estudio de la organización social. Entre otras cosas

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explica el papel de las complicadas relaciones de parentesco que a menudo se encuentran en las sociedades primitivas, donde funcionan como soportes de la organización social.

Puesto que no hay una organización económica separada, sino que el sistema económico está incrustado en las relaciones sociales, tiene que existir una fuerte organización social que se ocupe de aspectos de la vida tales como la división del trabajo, la distribución de la tierra, la organización del trabajo, la herencia, etc. Las relaciones de parentesco suelen ser complicadas porque tienen que ofrecer la base de una organización social que sustituya a una organización económica separada. (Dicho sea de paso, Thurnwald señaló que las relaciones de parentesco tienden a simplificarse en cuanto se desarrollan organizaciones político-económicas separadas, puesto que “ya no existe la necesidad de una complicada relación de parentesco”) (Thurnwald, “Banaro Society”).

En nuestra sociedad tenemos un sistema económico separado del resto, y un concepto integrador básico que es un agregado de unidades económicas intercambiables, de las que proviene el aspecto cuantitativo de la vida económica. Si tenemos diez dólares, no pensamos en ellos como diez dólares individuales con nombres distintos, sino como unidades que se pueden sustituir unas por otras. Sin ese concepto cuantitativo, la noción de economía apenas tendría sentido.

Es importante reconocer que tales conceptos cuantitativos no se pueden aplicar a las sociedades primitivas. La economía trobriandesa, por ejemplo, se organiza sobre una base continua de dar y recibir; por tanto, no hay posibilidad de abrir balances o de utilizar el concepto de fondos. Las múltiples “transacciones” no pueden clasificarse desde un punto de vista económico, es decir, según cómo afectan a la satisfacción de las necesidades materiales. Aunque el significado económico de las transacciones puede ser notable, no hay forma de evaluar su importancia cuantitativamente.

Uno de los logros teóricos de Malinowski es haber demostrado cuáles eran los factores básicos de la reciprocidad. En primer lugar clasificó los diferentes tipos de relaciones de “dar y tornar” partiendo de los regalos altruistas (como diríamos nosotros) hasta llegar al trueque con fines comerciales (como también diríamos nosotros). Después clasificó las relaciones sociológicamente definidas en las que se daban las distintas relaciones de dar y recibir. Por último enumeró los diferentes tipos de regalos, pagos y formas de transacciones relativas a esas relaciones (Bronislaw Malinowski, Argonouts of the Western Pacific. Nueva York, 1961, 176 ss.).

Malinowski encontró que la categoría de “regalos altruistas” era excepcional, o más bien anómala. No es necesaria la caridad, ni se anima a practicarla, porque la noción de regalo va invariablemente asociada a una contraprestación. Por consiguiente, hasta los regalos evidentemente “altruistas” se traducen en contra-donaciones por algún servicio prestado por el destinatario. Más aún, descubrió que “los nativos indudablemente no consideran los regalos altruistas como una clase diferente, sino que todos tienen la misma naturaleza” (Ibid., 178). Es obvio que tal actitud le impide a un individuo considerar que tales regalos pertenezcan a una esfera de actividad económica que sirva para mantener o incrementar unos fondos.

En el grupo de transacciones en las que un presente debe devolverse con otro equivalente, Malinowski descubrió un hecho sorprendente. Según nuestros conceptos, esta categoría se parece al intercambio de equivalentes y debería ser prácticamente indistinguible del comercio, pero, nada más lejos de la realidad. A menudo el mismo objeto se intercambia una y otra vez entre los socios, eliminando así de las transacciones cualquier sentido o significado económico. En realidad este sencillo mecanismo, la equivalencia, lejos de representar un paso en la dirección de la racionalidad económica

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se convierte en salvaguarda contra la intrusión de elementos utilitarios dentro de la transacción. Si el propósito del intercambio es fortalecer las relaciones y los 1azos entre los participantes, éste no se cumpliría si los parientes consanguíneos regateasen los alimentos ofrecidos.

El trueque y el comercio entre los trobriandeses son fenómenos diferentes a las donaciones. Así vemos que en el intercambio ceremonial de pescado y batatas prevalece un sentido de equivalencia por ambas partes, mientras que en el trueque de pescado por batata se regatea. Dicho trueque de artículos útiles se caracteriza por la ausencia de formas ceremoniales y de socios especiales para el intercambio. En cuanto a los productos manufacturados, el trueque es restringido a objetos nuevos, excluyéndose los artículos de segunda mano que pueden tener un valor personal.

En general, en todas las formas de intercambio excepto en el trueque, las cantidades y tipos de cosas que se dan y se reciben están específicamente referidas al tipo de relación social involucrada, sea ésta la familia, el clan, el subclan, la aldea, el distrito o la tribu. Cada una es distinta y separada tanto en la terminología como en el pensamiento del nativo. Bajo tales condiciones, los conceptos globales de fondos, balances, pérdidas, ganancias, son obviamente inaplicables.

El resultado de todas estas características de las sociedades primitivas es la imposibilidad de organizar la economía, ni siquiera como idea al margen de las relaciones sociales en las que se insertan sus elementos. Sin embargo, tampoco existe la necesidad de organizarla, puesto que las relaciones sociales integradas en las instituciones no económicas de la sociedad automáticamente se hacen cargo del sistema económico. En la sociedad tríbal el proceso económico está incrustado en relaciones de parentesco que formalizan las situaciones de las cuales nacen las actividades económicas organizadas. Por tanto, la producción y distribución de bienes, así como la organización de servicios productivos, se encuentra instituida en términos de parentesco. Los diversos grupos disponen de tierras para pescar, cazar, cultivar y otras para pastar los animales. La acumulación de productos básicos forma parte las actividades conjuntas del grupo familiar tanto si están enfrentados con otro grupo como si lo hacen para celebrar alguna fiesta ceremonial. Los bienes de prestigio circulan en virtud del status o de exigencias religiosas o militares. La apropiación parcial de las mismas unidades físicas de tierra, árboles o madera por varios grupos de parientes fragmenta la noción de propiedad. Las necesidades utilitarias dependen para su satisfacción, no de la posesión de cosas, sino de la petición de servicios. Ante la ausencia de precios, los actos de intercambio carecen de los rasgos operacionales esenciales para un enfoque cuantitativo; en su lugar, se sustituyen por el impacto cualitativo y por el prestigio de las “cosas valiosas”. Como resultado, la orientación práctica del hombre se vería más obstaculizada que favorecida por el enfoque “económico” en una forma de vida que tiene sus puntos de referencia fuera de la esfera económica.

La solidaridad de la tribu estaba así cimentada en una organización de la economía que actuaba para neutralizar los efectos destructivos del hambre y del deseo de ganancias, mientras que explotaba al máximo las fuerzas solidarias inherentes a un destino económico común.

Las relaciones sociales en las que la economía estaba incrustada protegían la disposición de la tierra y la distribución del trabajo de los efectos corrosivos de las emociones antagónicas. Así, la integración del hombre con la naturaleza dentro de la economía dependía fundamentalmente del funcionamiento de la organización básica de la sociedad, que se ocupaba de las necesidades económicas del grupo.

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Todo esto, por supuesto, implica solamente una conciencia subjetiva de 1a economía. El proceso objetivo, tal como se desarrolla en la realidad, tiene lugar sin que intervenga ninguna conciencia conceptual por parte de sus participantes, ya que la secuencia causal a la que debemos la disponibilidad de los artículos de primera necesidad está presente sin importar cómo los hombres conceptualizan su existencia.

Las estaciones rigen las cosechas, con su dureza y su relajación; el comercio de la guerra sigue tanto el ritmo de la preparación como la solemnidad del retorno de los vencedores; todo tipo de objetos, sean canoas o adornos, se producen y se consumen diariamente por diversos grupos de gente; todos los días de la semana se prepara comida en el hogar familiar. Y sin embargo, la unidad y coherencia de estas actividades económicas puede escapársele a los actores. Las series de hechos que acompañan a las interacciones entre el hombre y su ambiente natural, tanto si se basan en el movimiento físico de objetos o en cambios de apropiación, tendrán inevitablemente sus consecuencias y se reflejarán en dependencias, una de las cuales es la economía.

Y si por casualidad sobresale la economía, puede haber fuerzas en contra para evitar que los movimientos institucionalizados formen un conjunto coherente. En efecto, son dichas fuerzas contrarias las responsables de que no exista el concepto de economía en la sociedad primitiva. Notas de la edición: (1) Tomado de K. Polanyi 1994, El sustento del Hombre, Barcelona: 121-131.