poder y autonomía del estado un estudio comparativo entre venezuela y bolivia
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Ponencia sobre la autonomía estatal como explicación de lo que ocurre en Venezuela y BoliviaTRANSCRIPT
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Poder y autonomía del Estado, un estudio comparativo entre Venezuela y Bolivia
Mtro. Ricardo Gaytán Cortés
Dr. Adrián Galindo Castro*
México
Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH)
Resumen
Autores clave dentro de la sociológica histórica, como Theda Scokpol, Charles Tilly o
Michael Mann, sostienen que el Estado puede gozar de autonomía, aunque sea temporal,
respecto a otros grupos al interior de la sociedad, en contraposición a otro tipo de teorías
como la marxista o la pluralista que destacan el papel del Estado como arena política en que
se lleva a cabo la lucha de clases o bien como un actor que compite con otros por los
recursos al interior de la sociedad. Se sostiene que el poder despótico las élites estatales de
Venezuela y Bolivia, término usado por Mann que se refiriere al margen de maniobra de las
élites estatales respecto a los demás grupos de la sociedad, impulsado por la configuración
coyuntural que dio origen a su ascenso, ha aumentado.
Palabras claves: sociología histórica, autonomía estatal, élites políticas, Venezuela, Bolivia,
Introducción
América Latina ha vivido las últimas décadas una serie de cambios políticos, sociales y
económicos que parecen en cierta medida vertiginosos e impredecibles. Las dictaduras
militares que asolaron la región en los años setentas y principios de los ochentas del siglo
pasado fueron remplazadas por regímenes democráticos y liberales desde mediados de esa
misma década, sentando sus reales en los años noventas. La desaparición del llamado
socialismo real, con el consiguiente descredito del socialismo y del comunismo, el ascenso
del neoliberalismo, que tuvo en Chile y Bolivia un escenario privilegiado para su
aplicación, y el espejismo de que la democracia política y el liberalismo económico eran
parte de un mismo proyecto parecieron una certeza. Menos de una década después nuevas
construcciones políticas, que reconfiguraban lo económico y lo social, transformaban la
* El autor agradece las observaciones del Dr. Adrián Galindo Castro en la elaboración de la presente ponencia.
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región en un giro hacia la izquierda, la nueva izquierda dijeron algunos, en un proceso que
todavía no finaliza y que en ciertos países, en especial Venezuela y Bolivia, ha sido descrita
en la forma de liderazgos populistas†, pero también como el triunfo de lo nacional-popular,
de los movimientos gobierno o de un enfrentamiento entre estatismo y capitalismo,
descripciones muchas veces plasmadas en los imaginarios colectivos polarizados alrededor
del fenómeno (Sader, 2009; Escalante, 2011, Rodríguez y Barret, 2005; Paramio, 2006).
Estas transformaciones no se encuentran supeditadas únicamente al ámbito interno de los
países en cuestión, en el contexto internacional la lógica de la guerra fría propició el apoyo
de uno de los bloques en competencia por la hegemonía a las dictaduras militares
latinoamericanas como baluarte ante el comunismo. Sin embargo, la desaparición de la
Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y la inclinación de los Estados Unidos, hasta
cierto punto, por una política menos intervencionista en un momento, convencidos de su
triunfo, y después su atención total hacia Medio Oriente y su agotamiento en dos guerras
dejaron a la región, por primera vez en mucho tiempo, libre de decidir su propio destino sin
temer influencias determinantes del exterior.
Es en medio de esta incertidumbre que nuevos proyectos políticos lucharon por hacerse un
espacio en la región y configurar una hegemonía interna, en contraposición a los grupos
antaño dominantes en un escenario de permanente confrontación con ellos.
Dichos proyectos no han podido enraizarse en todos los países de la región, solo unos
cuantos han respondido a esta dinámica, siendo estos en donde centraremos nuestra
atención, particularmente Venezuela y Bolivia, que en la opinión pública y en la mente de
muchos analistas han conformado un bloque, acompañados por Ecuador y Argentina, de
países que se han caracterizado por manejos poco ortodoxos de la política y de la economía
y un alto grado de polarización social, así como un discurso provocador que busca
reivindicar demandas populares antaño ignoradas.
El caso de Venezuela es interesante, no sólo debido a los manejos económicos derivados de
la llegada de Hugo Chávez al poder, enfocados en una redistribución económica, y el
repudio internacional que ha ocasionado, en cierto sector de la comunidad internacional,
sino de que ese país parecía una de las democracias más estables de la región y es a su vez † Estos cambios de acuerdo con Sader (2009) puede verse como una contradicción que surge de los modelos económicos dominantes en la región y su posterior agotamiento, en etapas cada vez más cortas que van del modelo de industrialización por sustitución de importaciones al neoliberalismo y, en algunos países, por proyectos posneoliberales.
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en donde la confrontación entre las élites tradicionales empresariales y las nuevas élites
estatales agrupadas alrededor de la figura del mandatario ha alcanzado los cotos más altos.
Desde 1958, a partir de la firma del Pacto de Punto Fijo entre los principales partidos del
país, con un crecimiento económico sostenido del 6% anual, hasta los años ochenta la
democracia fue una constante. Aunque los problemas resultado de la caída del precio del
petróleo, que culminaron en el Caracazo de 1989, trastornaron de manera importante el
panorama político, llevando al intento de golpe de 1992, fracasado, y finalmente a la
elección de Chávez como presidente en 1998 (Rouquié, 2011: 201-205).
En el caso de Bolivia aconteció una ruptura en 1952 cuando iniciaron las transformaciones
democráticas integrándose estructuralmente el Estado mediante una ampliación de la base
demográfica del consenso político (Zavaleta, 1986). Posteriormente se dio una sucesión de
gobiernos militares y un regreso a la democracia que propició la aplicación de medidas
neoliberales a partir de 1985. Con lo que inició una etapa de experimentación económica
que concluyó cuando Evo Morales resultó electo en las elecciones de 2005 con casi el 54%
de los votos, aunque hay que especificar que dicha elección fue resultado de un proceso
más amplio de rechazo hacia el modelo económico hegemónico (Rouquié, 2011: 216-217).
Estas transformaciones pueden ser analizadas desde diferentes ópticas, las bases sociales,
consistentes en movimientos sociales que llevaron al poder a nuevos liderazgos, la
perspectiva ideológica, las nuevas izquierdas latinoamericanas y la construcción de un
discurso que justifique su actuar, o bien el vacío ideológico que hay detrás, o la
configuración económica, el enfrentamiento entre estatismo y mercado, sin embargo,
nosotros proponemos otra explicación para las trasformaciones que sufren dichas
sociedades, desde la perspectiva estatal, específicamente como un intento de expandir la
autonomía estatal a fin de implementar un proyecto político propio en una lucha por la
hegemonía.
La presente ponencia forma parte de una investigación más amplia sobre la autonomía
estatal en Venezuela y Bolivia, centrado en el tema de la dominación al interior del Estado
y la lucha por la historicidad, tema de tesis para obtener el grado de Doctor en Ciencias
Sociales por la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, México. Dicha investigación
se encuentra en curso, por lo que se abundara en cuestiones teóricas, y será ambigua en
aspectos empíricos y resultados.
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Desarrollo
Para iniciar la discusión nos centraremos en el Estado nacional, al respecto hay que
comentar varias discusiones, respecto a su origen y continuidad. En primer lugar me
gustaría abundar sobre la historicidad del Estado, es decir que tanto estos Estados
nacionales son instituciones que se configuran a partir de siglos recientes. Nos dicen
Bertrand Badie y Pierre Birnbaum (1994) que dichas organizaciones implican una ruptura y
una empresa de invención, y por lo tanto se encuentran en constante reinvención, producto
precisamente de su historicidad (Hibou, 2013). En seguida recalcar que el Estado nacional
tiene un tipo ideal, el occidental, modelo y meta a alcanzar, materializado en la definición
de Max Weber, y que presenta desviaciones diversas basadas en un único modelo universal.
Lo cual nos lleva a uno de los principales escollos que encontramos al estudiar al Estado: su
doble carácter, uno como idea, otro como fuerza material. Joel S. Migdal (2011) atribuye en
parte dicha situación a Max Weber y a la gran influencia que ha influido una mala lectura
de su definición de Estado en la concepción que tenemos actualmente del mismo, en
particular en cuanto al monopolio de la violencia, alterando, hasta cierto punto, la
percepción de dicha entidad, idealizándola en su imagen y segregándola en sus prácticas,
aunque Weber nos da pistas de otros Estados y por lo tanto otras funciones y estructuras
que puede tener y que ha tenido a lo largo del tiempo (Hibou, 2013).
Diferentes autores han buscado superar esa contradicción, Migdal (2011), por ejemplo,
establece la necesaria diferenciación entre la concepción ideal del Estado, como entidad
todopoderosa capaz de imponerse dentro de determinado territorio, por lo tanto una imagen
del Estado, y las prácticas reales que lleva a cabo. En el mismo sentido actúa Michael Mann
(2004: 179), al hablar de la necesidad de ocuparse de lo que Estados hacen en realidad y no
únicamente ocuparse de constituciones, partidos políticos y sistemas electorales. Mientras
que Philip Abrams (2015) habla del Estado como una entidad con una doble existencia,
como fuerza material y como constructo ideológico, es decir tanto real como ilusorio
(Mitchell: 2015).
La manera en que se entiende y conceptualiza al Estado, es la que nos remite a diversas
teorías que disienten sobre su interpretación, el marxismo, las teorías democrático
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pluralistas, las teorías estructural funcionalistas y la sociología histórica (Skocpol, 1995;
Mann, 2007, Abrams, 2015; Miliband, 1991; Boron, 2003).
Las teorías democrático pluralistas y estructural funcionalistas, que predominaron en el
mundo anglosajón en los años cincuentas y sesentas del siglo pasado, hicieron énfasis en el
abandono del Estado, huyendo del “sesgo ideológico”, marxista, que a su parecer
contemplaba, remplazándolo con conceptos como sistema político, a su vez centraron el
análisis en el poder de la comunidad local, reduciendo la complejidad del Estado al
gobierno, partiendo de la premisa de que el poder político se encuentra disperso en
múltiples grupos , asociaciones e instituciones, las cuales compiten por la imposición de
ciertas políticas desde el gobierno (Abrams, 2015; Mitchell, 2015; Boron, 2003), Ralph
Miliband (1991, 141) realizó una crítica muy acertada respecto a estas teorías al recalcar
que ignoran la desigualdad de la competencia.
Mientras que las teorías marxistas hacen hincapié en el estudio del Estado, de hecho es uno
de sus pilares, pues, de acuerdo con Lenin (cit. por Poulantzas, 1990: 43) “el problema
fundamental de toda revolución es el del poder en el Estado”. En términos estructuralistas
ortodoxos el marxismo a la infraestructura económica añade “la superestructura jurídico-
política del Estado”, lo político, y a su vez la política, que son “las prácticas políticas de
clase” y cuyo objetivo es el Estado (Poulantzas, 1990: 33,44).
Boron (2013: 274) sintetiza las diversas posturas marxistas y menciona que el Estado es
simultáneamente:
“un “pacto de dominación” mediante el cual una determinada alianza de
clases construye un sistema hegemónico susceptible de generar un bloque
histórico; una institución dotada de sus correspondientes aparatos
burocráticos y susceptible de transformarse, bajo determinadas circunstancias,
en un “actor corporativo”; un escenario de la lucha por el poder social, un
terreno en el cual se dirimen los conflictos entre distintos proyectos sociales
que definen un patrón de organización económica y social; y el representante
de los “intereses universales” de la sociedad, y en cuanto tal, la expresión
orgánica de la comunidad nacional”.
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Por lo que es ineludible al abordar al Estado retomar al marxismo, sin embargo, hay un
punto que me interesa en particular discutir, el referente a la autonomía estatal. Hay varias
respuestas para ella, dependiendo de la teoría desde la cual la abordemos. De acuerdo con
Boron (2013) al interior de la tradición democrático liberal la autonomía del Estado no
puede ser planteada adecuadamente, por la ausencia de premisas fundamentales que
permitan establecer una relación estructural entre economía y política.
Por su parte en el marxismo coexisten dos visiones respecto a la mencionada autonomía,
una instrumentalista, en la que el Estado es un mero instrumento de clase, ya sea en manos
de la clase capitalista, en la cual los gobiernos no cuestionan el contexto económico
(Miliband, 1991), ya sea en manos del proletariado (Boron, 2013), y una perspectiva que le
concede al Estado un estatus de autonomía relativa‡ al reproducir en última instancia el
modo de producción capitalista.
Hay otra escuela de pensamiento, entre cuyos autores podemos encontrar a los citados
Mann, Skocpol y Tilly, que aboga por la autonomía potencial del Estado, combinando el
pensamiento marxista y weberiano en lo que Mann (2006: 3) denomina un weberianismo
marxistizado, ya no relativa como en el marxismo, sino como una cuestión de grado
relacionada con la elite estatal.
Dicha escuela parte de una concepción del Estado como organización. Tilly (1992: 20)
menciona que los Estados “son organizaciones con poder coercitivo, que son diferentes a
los grupos de familia o parentesco y que en ciertas cuestiones ejercen una clara prioridad
sobre cualquier otra organización dentro de un territorio de dimensiones considerables”
tomando en la actualidad la forma de estados nacionales.
Skocpol (1984: 37, 61) menciona que los Estados son “un conjunto de organizaciones
administrativas, políticas y militares encabezadas y más o menos bien coordinadas por una
autoridad ejecutiva” por lo tanto los Estados son básicamente “organizaciones
administrativas y coactivas, potencialmente autónomas”.
Mientras que Mann (2006: 4) considera que la definición del Estado contiene dos niveles:
el funcional y el institucional, por lo que puede ser definido con base en lo que hace o lo ‡ Podemos citar, como ejemplo de la autonomía estatal desde la perspectiva marxista, el trabajo de Luis Tapia (2009) quien identifica el bonapartismo, la constitución de una burocracia política racional y la presencia de partidos obreros y socialistas en el gobierno, como posibilidades que pueden originar una coyuntura que desemboque en la autonomía relativa del Estado. Sin embargo, a mi parecer, Tapia combina la perspectiva instrumentalista, la presencia de partidos obreros y socialistas en el gobierno, con la de la autonomía relativa, que si puede ser referida a las otras dos posibilidades que menciona.
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que parece, para él los principales componentes estatales son: “un conjunto diferenciado de
instituciones y personal, centralización en el sentido de que las relaciones políticas irradian
del centro a la superficie, un área territorialmente demarcada sobre la que actúan y un
monopolio de dominación coactiva autoritaria”.
Mann es quien mejor resuelve el problema de la autonomía del Estado pues abarca dos
dimensiones de poder estatal, el poder despótico y el poder estructural, el primero es
entendido como “el abanico de acciones que la élite tiene facultad de emprender sin
negociación rutinaria, institucional, con grupos de la sociedad civil” (Mann, 2007: 5),
mientras que por poder infraestructural entiende “la capacidad del Estado para penetrar
realmente en la sociedad civil y poner en ejecución logísticamente las decisiones políticas
por todo el país” (Mann, 2007:6). Por lo que un Estado debe ser examinado en relación con
dichas dimensiones, las democracias capitalistas occidentales contemporáneas son en un
sentido débiles y en el otro fuertes, tienen un poder infraestructural fuerte, pero
despóticamente son débiles, mientras que un Estado autoritario tiene un poder despótico
alto y un poder infraestructural alto también, dando lugar a cuatro posibles combinaciones.
Los cambios acontecidos en Venezuela y Bolivia pueden ser interpretados desde la
perspectiva de Mann, como un aumento en el poder despótico del Estado, lo cual repercute
en su autonomía frente a la sociedad civil, específicamente los grupos más poderosos de la
misma, que en los países latinoamericanos se han consolidado alrededor de la clase
capitalista, pero también frente a sus bases sociales, materializadas en movimientos sociales
que los impulsaron al poder y con las que en los últimos años han tenido divergencias
(Petras, 2013).
Es importante incluir por lo tanto a las bases sociales de los Estados, materializadas en
movimientos sociales, partidos políticos, sindicatos, élites dominantes, grupos económicos
e ideológicos, entendiendo que ello requiere “reconstruir la historia de la conformación de
las fuerzas sociales, de su interrelación conflictiva y de la distribución de poder entre
sociedad civil y Estado en cada formación nacional” (Zermeño, 1981), lo cual nos permite
visualizar parte de los procesos que dan lugar a la autonomía del las élites, no debemos
olvidar que las bases sociales del Estado pueden materializarse también en la clase
dominante, generalmente en alianza con clases medias.
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Precisamente algunos de los acontecimientos más mediáticos ocurridos en los países
mencionados en un inicio, son enfrentamientos entre el Estado y sectores de la sociedad
civil, como nos recuerda James Petras (2013: 19):
“El 12 de abril de 2001 y entre los meses de diciembre de 2002 y febrero de
2003, la clase capitalista venezolana, apoyada por Estados Unidos y
España, organizó un golpe de Estado que fue contenido y un cierre patronal
en el sector petrolero, el cual fue derrotado. En el año 2011, un
levantamiento encabezado por la policía de Ecuador y un golpe de Estado
abortado en Bolivia fueron desbaratados con éxito antes de que adquirieran
empuje. En el año 2008, una protesta agraria empresarial a gran escala en
Argentina paralizó el sector de exportaciones agrarias que se movilizaba
contra una tasa impuesta a la exportación a acabó con concesiones del
gobierno”.
Dichos enfrentamientos no sólo ocurrieron con sectores de la sociedad civil, sino también
con organizaciones al interior del Estado, que a lo largo del tiempo han adquirido cierta
autonomía, el ejército es el principal ejemplo, lo cual explica sucesos como el intento de
golpe de Estado en Venezuela del 2002. A su vez tiene gran importancia la concepción de
la que se parta para explicar al Estado, si se parte de una concepción del mismo como un
sistema coherente cuyas partes funcionan armónicamente estaremos dejando de lado los
conflictos, roces, posibilidades o pretensiones de autonomía al interior de las
organizaciones que lo conforman y las luchas públicas o privadas que ello genera, por lo
que hay que vislumbrar la autonomía estatal, pero también las luchas previas que
desembocaron en ella.
Conclusiones
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La autonomía del Estado, potencial tal y como la entiende la sociología histórica, y no
relativa como en el marxismo, en las dos dimensiones que contempla Michael Mann, poder
despótico e infraestructural, nos da una perspectiva que permite interpretar y proponer una
explicación sobre los cambios al interior de Venezuela y Bolivia.
Los procesos, transformaciones y confrontaciones al interior de dichos Estados parecieran
ser la muestra de un aumento del poder despótico de las élites estatales que buscan
implementar un proyecto político propio, en contraposición a la sociedad civil, que
conjuga tanto a la clase capitalista como a sus propias bases sociales. Poder que tiene que
ser primero configurado al interior del Estado en contra de otras organizaciones internas
con pretensiones de autonomía.
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