poder, revolucion y construccion de un estado-nacion moderno: la encrucijada de china en la primera...

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Ponencia presentada en el I Congreso Latinoamericano de Estudios Chinos. Organizado por el Instituto Confucio de la UNLP, y la Universidad Nacional de La Plata. 10 y 11 de noviembre de 2011. Universidad Nacional de La Plata (UNLP), La Plata, Argentina. “PODER, REVOLUCIÓN Y CONSTRUCCIÓN DE UN ESTADO- NACIÓN MODERNO: LA ENCRUCIJADA DE CHINA EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX” Pablo I. Ampuero Ruiz. Licenciado en Historia con mención en Ciencia Política Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (Chile). [email protected] Currículum. Pablo Ampuero Ruiz es Licenciado en Historia con mención en Ciencia Política de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Sus investigaciones se han centrado en la historia, política y cultura moderna de China, además de la historia de los contactos entre China y Occidente. Su labor académica se ha manifestado en la investigación, publicación y presentación de ponencias en distintos congresos, además de colaborar regularmente con el Instituto Confucio de la Universidad Santo Tomás y la agencia informativa latinoamericana en China, China-Files. 1

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Estudio de los proyectos de modernizacion nacional-republicano en China entre 1850 y 1949.

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Page 1: Poder, Revolucion y Construccion de un Estado-Nacion Moderno: La Encrucijada de China en la Primera Mitad del Siglo XX

Ponencia presentada en el I Congreso Latinoamericano de Estudios Chinos.

Organizado por el Instituto Confucio de la UNLP, y la Universidad

Nacional de La Plata.

10 y 11 de noviembre de 2011. Universidad Nacional de La Plata (UNLP),

La Plata, Argentina.

“PODER, REVOLUCIÓN Y CONSTRUCCIÓN DE UN ESTADO-

NACIÓN MODERNO: LA ENCRUCIJADA DE CHINA EN LA

PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX”

Pablo I. Ampuero Ruiz.

Licenciado en Historia con mención en Ciencia Política

Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (Chile).

[email protected]

Currículum.

Pablo Ampuero Ruiz es Licenciado en Historia con mención en Ciencia

Política de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Sus

investigaciones se han centrado en la historia, política y cultura moderna

de China, además de la historia de los contactos entre China y Occidente.

Su labor académica se ha manifestado en la investigación, publicación y

presentación de ponencias en distintos congresos, además de colaborar

regularmente con el Instituto Confucio de la Universidad Santo Tomás y la

agencia informativa latinoamericana en China, China-Files.

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INTRODUCCIÓN

La historia contemporánea de China está cruzada por cambios profundos, por violencia, dolor,

traumas, pero también por desarrollo, bienestar y supervivencia. Ha sido un devenir difícil para

aquellos comunes y corrientes que, incluso en una misma generación, han podido ser súbditos,

ciudadanos, camaradas y -quién sabe si no- hasta “emprendedores con características chinas”.

Este esfuerzo de millones de seres humanos se originó como respuesta a una crisis terminal del

sistema hegemónico de los Qing, que fue incapaz de sobreponerse al abuso de las potencias

extranjeras. Claramente, la persistencia del pensamiento y la técnica tradicional frente al desarrollo

del salvaje capitalismo euro-americano, que lograba imponerse con fuerza desde el siglo XVI como

el moderno sistema mundial, superaba con creces las posibilidades de autodefensa y protección de

China. En consecuencia, el Imperialismo impuso su política del garrote para abrir el gran mercado

que significaba Asia en general, y China en particular. La violación de la dignidad, la ruptura del

orden, la imposición de la racionalidad capitalista occidental, la pérdida del control sobre el futuro,

sumado a un gobierno de una minoría étnica del norte, represivo, injusto y arbitrario, pusieron a

China en una encrucijada, sobre la pregunta por el pasado, el presente y el futuro.

¿Ya no bastaba con la absorción cultural de la amenaza, tal como se había hecho en tantas

oportunidades? ¿Había llegado la hora de cambiar? ¿Y de ser así, en qué sentido? Eran las

preguntas que surgían, y frente a ellas, las respuestas comenzaban a surcar las bases sociales del

poder, emergiendo nuevos grupos intelectuales, políticos y sociales con algo que decir.

El presente artículo aborda la pregunta sobre la China moderna, ese complejo momento de la

transición entre una sociedad tradicional y la adopción de la modernidad y con ello, la disputa por

distintos proyectos de modernización. Puntualmente la pregunta es ¿cómo se funda un Estado-

nación moderno en China? Frente a esto, se sostiene que el periodo 1890-1949 está cruzado por la

polémica de las elites en torno a la modernización y supervivencia de China, desde las monarquistas

hasta las más liberales, cuya incapacidad de sostener un proyecto de modernización fue saldado por

una nueva elite, que surgió y se apoyó en las grandes masas campesinas, logrando así dar una

respuesta plausible al complejo problema de la transición.

Se busca conocer los proyectos de modernización que se presentaron en China como medidas

necesarias para hacer frente al Imperialismo y la profunda crisis del poder despótico. Es en el

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momento de la agonía terminal del sistema de centro hegemónico Qing que surgen propuestas que

apuntan a la reconfiguración total del conjunto de relaciones sociales, en hacerse cargo de las

limitaciones de la tradición y del pensamiento político chino, todo en función de sacar a China de su

letargo imperial y detener la humillación de la que era objeto. La supervivencia de la civilización

era lo que estaba en juego.

En consecuencia, se estudian los distintos proyectos de modernización que se pusieron a

prueba, desde la reforma Qing hasta la revolución comunista, y se contrastan con las categorías de

análisis del poder, la disyuntiva reforma/revolución, la concepción de Estado y la formación de la

nación. El objetivo es poder comprender de mejor manera una discusión bastante añeja, no por ello

menos importante, que es el problema de la transición, esta vez aplicado al contexto chino, y desde

aquí, proponer una interpretación de un periodo particularmente poco estudiado, que es la China

Republicana (1911-1949)

Esta investigación se enmarca en el trabajo de titulación para la obtención del grado de

Licenciado en Historia con mención en Ciencia Política de la Pontificia Universidad Católica de

Valparaíso, titulado: “Poder, Revolución y Construcción de un Estado-nación moderno en China,

1911-1949”, y es fruto del trabajo de 4 años de investigación, y que propone una interpretación

fresca sobre los orígenes de la China moderna.

I. FULGOR Y MUERTE DEL TIANMING1

La dinastía Qing (1644-1911) fue una de las más fructíferas de China. A pesar de corresponder

a una etnia de las provincias del noreste, los manchúes, fueron capaces de articular su dominación

arguyendo la legítima herencia de la dinastía Ming (1368-1644) y la adopción de la forma de

gobernar y las normas chinas. Sin perjuicio de lo anterior, también impusieron su sello particular de

dominación política, social y cultural, por ejemplo, a través de la obligación del peinado manchú

(con la frente afeitada y el pelo recogido en una larga trenza, o coleta, en la parte de atrás). Apoyó

el ejercicio del poder en los guanli (funcionarios-eruditos) y continuaron la ortodoxia confuciana,

llegando incluso a restaurar los exámenes imperiales en 1646 y fomentar el establecimiento de

1 El tianming es un concepto tradicional, la teoría política del Imperio Chino, según el cual las dinastías gobiernan según la voluntad del cielo, y que el cielo mandata a gobernar en un sentido particular, un mandato que sería inevitablemente perdido -pero sin un tiempo preciso. De acuerdo a la teoría del mandato, cada dinastía pasó por un ciclo de florecimiento y expansión, que dio paso al declive y colapso. Los signos de una dinastía tambaleante incluían mal gobierno, desastres naturales, inundaciones del Río Amarillo, corrupción oficial, y extraños fenómenos naturales (como un pájaro de nueve cabezas, por ejemplo). El cambio del tianming se denomina geming, palabra que también se emplea para denominar “revolución”. (Lary, 2006: 15)

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academias confucianas (shuyuan).

El auge de los Qing se manifiesta en la gran expansión territorial alcanzada en 1760, bajo el

reinado de Qianlong. Mongolia, Tíbet, Xinjiang se integraron al mapa, y Corea, Vietnam, Nepal y

Siam reconocieron la superioridad del imperio celeste, cumpliendo regularmente con misiones

“tributarias”. La clave de la estabilidad política y social, de la unidad del Reino (guo) en torno a su

Centro (zhong), “hay que verla en la capacidad de los gobernantes de esta dinastía para llegar a

sus distintos grupos étnicos y religiosos partidarios” (Bailey, 2002:27–8), y de esa forma asegurar

la armonía.

Fue una era de prosperidad: mejoró la técnica agrícola y la artesanía, se logró una expansión

territorial y comercial sin precedentes, lo que motivó la explosión demográfica, alcanzando los 200

millones de habitantes hacia 1762 (Gernet, 2005:430–4). Todo parecía bien, no obstante, bajo la

superficie de la estabilidad, se manifestaban los rasgos de la decadencia: “invasión extranjera,

rebeliones campesinas, sectarismo religioso, corrupción oficial, inundación del Río Amarillo -en la

teoría política tradicional china estos eran algunos signos de la inevitable decadencia dinástica,

signos de que el Mandato del Cielo [tianming] se estaba retirando y la dinastía perdía su derecho a

gobernar” (Lary 2006:14).

Bastante cierto es que la euforia que electrizó a China durante la mayor parte del siglo XVIII

acabó teniendo a la larga efectos nefastos, tal como asegura Jacques Gernet, “todo parece indicar

que el mismo crecimiento demográfico que había impulsado la notable expansión del siglo XVIII

provoca el efecto inverso sobre la economía de China en la primera mitad del siglo XIX” (Gernet,

2005:472)

Paralelamente, la intervención de potencias extranjeras -particularmente de Gran Bretaña- en el

territorio sur del imperio, comenzaba a afectar la estabilidad política y social, agudizando los

problemas. Las dimensiones del mercado chino eran de gran interés para una industria en

expansión, como lo era la inglesa hacia fines del siglo XVIII. En 1793 y nuevamente en 1816, los

ingleses enviaron misiones oficiales con el objeto de negociar mejores condiciones de

comercialización y de vida de los súbditos británicos en China. La respuesta fue elocuente, tratando

a los emisarios como portadores de tributos, considerando a Inglaterra como un estado satélite más,

indiferentes a la distancia que separaba a ambos.

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Entretanto, para 1729 aquellos “demonios extranjeros” (yang guizi) ya estaban importando

-ilegalmente- opio, lo que debilitó fuertemente al imperio chino. Gernet es claro en este punto al

señalar que “independiente de los estragos fisicos e intelectuales que el uso de la droga conlleva

para sus adeptos -pequeños funcionarios locales y empleados de los yamen en su mayoría-, el

contrabando del opio tiene efectos graves sobre la moral, la política y la economía” (Gernet

2005:474). A partir de aquí se justifica la misión de Lin Zexu, en búsqueda de frenar el tráfico del

opio en Guangdong -el punto más crítico-. La escalada del conflicto terminó en dos cruentas

“Guerras del Opio”, la primera contra Inglaterra entre 1839 y 1842; y la segunda contra Inglaterra y

Francia entre 1856 y 1860.

La derrota de China frente a las potencias extranjeras marcó el punto más bajo del poder de los

Qing. Se tensionaron los conflictos fronterizos con Rusia, se cortaron los flujos tributarios de los

estados-satélites y hacia fines del siglo XIX se desencadenó la Guerra Sino-Japonesa (1894-5), lo

que arruinó la economía y la estabilidad política del Imperio. El periodo está cruzado por una

seguidilla de tratados desiguales que no eran más que imposiciones de beneficio unilateral con el fin

de repartir el “China pie” (Véase imagen n° 1), episodio que en China se conoce como la “época de

la humillación”.

A nivel interno, la crisis se manifestó con el incremento de sociedades secretas y movimientos

reivindicativos. Cabe destacar la Gran Rebelión Celestial Taiping (1850-1864) y el movimiento

Yihetuan (1899-1901) -también conocido como Rebelión de los Bóxers-, que articularon respuestas,

desde el campo popular, ante una crisis generalizada. En el caso del primero, fue un movimiento de

inspiración cristiana, liderado por Hong Xiuquan, quien difundió las ideas de igualdad entre todos y

de adoración a Dios. El movimiento se planteaba luchar contra la corte Qing, que era símbolo de

ineficiencia y opresión. Logró gran éxito en las costas centro-sur de China, y se expandió sangrienta

y rápidamente. Su poder era tal, que la única forma de destruirlo fue a través de la acción conjunta

de tropas manchúes y occidentales en el momento de la disputa interna por el poder del movimiento

( 国务院侨务办公室 & 国家汉语国际推广领导小组办公室, 2006:179).

En el caso del movimiento Yihetuan, surge como respuesta a la derrota en las Guerras del Opio

y la imposición de los tratados desiguales. Fue una agrupación campesina de Shandong noroeste,

que combinaba dos tradiciones del sector: la técnicas de las artes marciales o “boxeo” -representada

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en óperas y narraciones y apreciable hoy en películas de combate kungfu-, y la práctica de la

posesión espiritual o chamanismo (Fairbank, 1996:282). Si bien, en un primer momento el

movimiento Yihetuan fue reprimido por las fuerzas manchúes, la emperatriz Cixi no tardó en

vislumbrar la oportunidad de aprovechar el movimiento en contra de las potencias imperialistas.

Esto catalizó el crecimiento y poder de los Yihetuan, que lograron complicar a los extranjeros, sin

embargo, su derrota era inminente. La lucha era del puño limpio contra un batallón de hombres

armados, del espíritu chino contra la conquista de la técnica de Occidente.

Ambas respuestas a la presión foránea surgieron desde las entrañas de las sociedad china, desde

los campesinos, y fueron silenciadas crudamente por la elite política (manchúes) y/o las fuerzas

extranjeras con intereses comprometidos. No obstante, la crisis empeoraba, y la elite política

también presentó sus propuestas. Según Mario Rodríguez, “la respuesta de la corte Qing al

imperialismo fue similar a la manifestada por otras civilizaciones, oscilando entre la aceptación

entusiasta y acrítica de los valores extranjeros y la xenofobia más absoluta, demonizando todo”

(Rodríguez, 2007:19). En este sentido, el problema percibido por la clase dominante fue el de

mantener el poder frente a preservar la cultura y la tradición.

¿Qué hacer? Es la pregunta inevitable antes de cualquier cambio, lo que para los regentes

manchúes era un gran dolor de cabeza. El debate giraba (y aún gira) en torno a la mejor vía de

modernización y el tipo de relación con el mundo a fin de asegurar prosperidad y seguridad a

China. Dentro de esta controversia -coincidiendo con Rodríguez- hay tres propuestas: los nativistas,

los pragmáticos y los antinativistas.

En el periodo 1840-1860, en el contexto de la prepotencia y arrogancia de las potencias

imperialistas, predominaron los postulados nativistas, respaldados por la corte, las elites

tradicionales y la población rural. Culpaban a las potencias extranjeras del declive de China, en

consecuencia, defendían el aislacionismo, a fin de evadir la presión foránea y erradicar cualquier

influencia exterior como estrategia revitalizadora del Reino del Centro. Esto indujo un

reforzamiento del confucianismo, como ideología de control social y de la prevalencia de la

tradición.

A partir de 1863 hasta 1875 se llevó a cabo la Restauración Tongzhi, que se fundaba en el

planteamiento pragmático. Se consideraba la necesidad de cambios para fortalecer a China, por lo

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que se decidió tomar prestada tecnología occidental para mejorar las milicias y la productividad.

Bajo la consigna zhongxue wei ti, xixue wei yong (“conocimiento chino para la esencia,

conocimiento occidental para el uso práctico”) planteada por Zhang Zhidong, se construyeron

puertos y arsenales, se trajeron expertos extranjeros, se prepararon traductores, e, incluso, se

enviaron estudiantes al extranjero (Lary 2006:16). No obstante, la Restauración Tongzhi se vio

frenada por una elite no modernizadora y más bien xenófoba, en consecuencia, hacia 1890 el

debilitamiento del Estado chino era evidente: la economía rural se deshacía debido al peso

demográfico. Como balance final, el pragmatismo no logró mayor impacto, y rápidamente cambió

la política.

Finalmente, el antinativismo identificaba a la cultural tradicional como el principal responsable

de la debilidad de China y buscaba en Occidente modelos económicos, sociales, políticos y

culturales con los cuales modernizar el país. Sus partidarios eran la emergente nueva burguesía de

las costas del sur, dispuestos a negociar con los extranjeros, y algunos intelectuales. El

planteamiento exigía cambios mayores a nivel social, por lo que la elite política no se aventuró a

promocionar sus postulados.

Nada parecía funcionar. En las postrimerías del fin de siglo, China se seguía debilitando,

continuaba siendo humillada. En este difícil contexto aparece la propuesta reformista de Kang

Youwei y Liang Qichao, que en 1898 proponen un programa de transformaciones inspirado en el

modelo japonés y ruso, modernizando los exámenes imperiales, la administración, la publicación

del presupuesto del estado y la creación de un ministerio de economía. Ganaron el apoyo del

emperador Guangxu, quien impulsó una serie de 40 edictos de reforma, “que podrían haber

convertido a China en algo cercano a una monarquía constitucional” (Lary, 2006:23). Los 103 días

de reforma (de ahí su conocido nombre de “Cien días de reforma”) terminaron abruptamente con la

intervención de la Emperatriz Viuda Cixi, quien mandó a encarcelar a Guangxu y a matar a Kang y

Liang -que lograron escapar al extranjero-, dando fin al proceso transformador en septiembre de

1898.

La estrategia imperial no tardó en llegar, y en enero de 1901 la emperatriz Cixi promulgó su

propio programa reformista, conocido como el Edicto de la Nueva Política. Buscaba consolidar un

régimen autoritario y centralizado con capacidad para dirigir una profunda modernización de la

economía y el ejército. El proceso acabó con la caída del Imperio en 1911, y logró el cambio del

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sistema educacional tradicional por uno moderno y el fin de los exámenes imperiales en 1905;

además de la publicación de una constitución en 1906.

Tal como afirma Mario Rodríguez, “pese a haber experimentado con las tres estrategias de

desarrollo, la dinastía Qing seguía mostrándose incapaz de hacer frente a la presión de las grandes

potencias de su tiempo” (Rodríguez, 2007:21). Ante ellas capituló y perdió territorios, redes

comerciales y riqueza, pero por sobre todo, se perdieron millones de vida y se hundió la dignidad.

Es en este contexto en donde comienza a cultivarse el paso del localismo al nacionalismo en China

(Rodríguez, 2007:22).

Ahora bien, cabe señalar que la configuración de una comunidad imaginada de chinos se

“potencia en la dicotomía conquistado/conquistador, donde los sujetos “subalternizados”, o más

bien, desterrados de su dignidad o condición identitaria, toman consciencia de sí y para sí,

permitiendo aunar sus esfuerzos libertarios” (Ampuero, 2010:26), en este momento, en oposición

al alter foráneo.

Es en este marco bajo el cual emergieron organizaciones con retórica patriota, como la

Asociación para la Redención de la Deuda Nacional (guojia zhaiwu changhuan xiehui), o el

llamado de los diarios más importantes de la época, como en jingzhong ribao o el shen bao,

criticando la debilidad del gobierno y llamando al pueblo a resistir. Sobre este último punto, Bryna

Goodman, ha argumentado -siguiendo a Arif Dirlik- en torno al importante rol de la prensa en la

creación de una “globalización” del nacionalismo chino, asumiendo el concepto de

“transnacionalismo” en contraste con el de Estado-nación (Goodman, 2004:5). Esto es un elemento

clave, ya que la construcción del nacionalismo chino no es posible de ser enclaustrada

territorialmente, sino más bien requiere ser proyectada hacia las comunidades de chinos de ultramar,

que jugaron un rol fundamental en la desestabilización del régimen despótico, financiando y

protegiendo la revolución.

A partir de la propia interacción transnacional es posible comprender la aparición de la idea de

poner fin al sistema imperial y realizar una reconfiguración total del conjunto de relaciones sociales.

Es decir, construir un Estado-nación moderno en China. Fue una nueva lectura de aquel principio (y

final) del san guo yanyi (“Romance de los Tres Reinos”) de Luo Guanzhong, que ha plasmado en el

pensamiento político popular chino la sentencia: “tianxia da shi, fen jiu bi he, he jiu bi fen”, que

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literalmente significa: “el gran shi bajo el cielo, estando por largo tiempo dividido; debe unirse;

estando por largo tiempo unido, debe dividirse”, lo que se traduce en la interpretación de Brewitt-

Taylor como “los imperios crecen y decaen; los estados se escindirán en mil pedazos y se unirán”

(Moody Jr., 1975:181) .

En el contexto de un creciente distanciamiento de la aristocracia y los comerciantes de la

dinastía y el descontento popular frente a las molestas reformas del gobierno, surgió un movimiento

republicano anti-Qing entre los exiliados, los emigrados y los estudiantes chinos en el extranjero

(Bailey, 2002:69). La principal figura asociada a este movimiento fue Sun Zhongshan, y bajo sus

principios e influencia, se llevó a cabo la Revolución de Xinhai (xinhai geming) en octubre de 1911

-de la cual este año, con bombos y platillos, se conmemora su centenario- y que fue el punto de

inflexión entre el tianming que dio forma a un imperio de 4.000 años hacia el dominio de la geming,

el tiempo del cambio. Lo cual queda claramente expresado en la Proclamación de Abdicación de los

Manchúes (1912):

“Todo el país se inclina hacia una forma republicana de gobierno. Esta es la Voluntad del Cielo, y es cierto que

nosotros no podemos negarnos a los deseos del pueblo por la conveniencia del honor y la gloria de una sola

familia. Nosotros, el Emperador, entregamos la soberanía al pueblo. Nosotros decidimos que la forma de

gobierno sea una república constitucional. En este tiempo de transición, con el afán de unir el Sur y el Norte,

designamos a Yuan Shi-kai para organizar un gobierno provisional, consultando al ejército popular para

asegurar la unidad de los cinco pueblos: manchues, chinos, mongoles, mahometanos y tibetanos. Estos pueblos

juntos constituyen el gran Estado de la República de China. Nos retiramos a una vida pacífica y disfrutaremos

del trato respetuoso de la nación” (Tappan, 1914:261).

De esta forma quedan sentadas las bases del Estado-nación moderno en China, dando justa

razón a Charles Taylor, utilizando la herramienta del nacionalismo -o transnacionalismo como se ha

planteado aquí- para justificar la construcción del Estado, y a través de este último construir la

nación. A continuación nos adentraremos en los 3 proyectos de modernización puestos a prueba en

el periodo 1911-1949, a fin de comprender este problema y, al final, evaluar las razones de su

fracaso.

2. LA CONSTRUCCIÓN DE UN ESTADO-NACIÓN MODERNO.

Este primer periodo -fundacional-, al igual que la dinastía Qing en sus últimos años y los

distintos regímenes que se sucedieron durante el período republicano, estaba cruzado por la

preocupación de los revolucionarios por intentar aumenta lo más rápidamente posible la capacidad

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institucional del gobierno una vez alcanzado el poder, impulsando la reunificación territorial del

país y la centralización militar, administrativa y fiscal. En efecto, “la creación de un Estado fuerte

-y, añadiríamos, centralizado- era un tema recurrente en los orígenes del nacionalismo chino”

(Rodríguez, 2007:23).

El descontento de amplios sectores de la sociedad generó el movimiento revolucionario, que, al

triunfar en el sur en 1911 y fortalecerse, llegó a proclamar de República de China. Se pretendía

acabar al mismo tiempo con los que eran considerados dos de los principales responsables de la

decadencia china y a la vez aliados entre sí: la monarquía imperial y el imperialismo occidental. De

este modo, para 1911 se enfrentan dos proyectos de modernización, uno creía en la fuerza militar

-Yuan Shikai- y el otro, depositaba sus esperanzas en el despertar de las masas populares -Sun

Zhongshan2- (Sun, 1985:viii).

Sun Zhongshan (1866-1925) nació en el distrito de Xiangshan (hoy en día llamado Zhongshan),

en la provincia de Guangdong, en el seno de una familia campesina. Desde niño fue admirador de

Hong Xiuquan, líder del movimiento Taiping, quien fue capaz de erigir un movimiento anti-Qing y

construir un nuevo Estado. A los 12 años llegó a Hawaii, donde adquirió los conocimiento

científicos y la carga cultural de Occidente. Se fascinó con la lectura de George Washington y

Abraham Lincoln, adoptando la convicción de la democracia liberal americana, de un gobierno “del

pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Entre 1884 y 1886 estudió medicina occidental en hong

Kong, y después de graduarse ejerció brevemente en Macao. Encontró su camino como activista

político, y en 1894, nutrido del espíritu transcultural del ser chino, fundó en Honolulu la

Xingzhonghui (Sociedad de Florecimiento de China), una agrupación revolucionaria contra la

dinastía Qing. En 1905, en Japón, fundó la Zhongguo Tongmenghui (Liga de China), que formó la

base del posterior Guomindang (1912).

Sun Zhongshan asimiló la necesidad de reestructurar el conjunto de relaciones sociales -a

diferencia de los reformistas como Kang Youwei- en el sentido de un nuevo Estado republicano que

fuera fruto de la revolución social. Desde entonces, como dice en su autobiografía: “yo usé la

escuela como un lugar para propaganda, y la medicina como un medio para entrar en el mundo,

esto es, con el propósito de acabar con la dinastía manchú” (Li, 1956:172).

2 Sun Zhongshan es la transcripción en chino mandarín del sonido cantonés Sun Yat-sen.

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Sus esfuerzos iniciales no fueron fructíferos. No obstante, la experiencia política de la

Tongmenghui fue nutrida con un cuerpo teórico y programático que le dio un mayor impulso y

amplió las bases de apoyo. Esta filosofía fue conocida como los Tres Principios del Pueblo, que en

breves palabras son:

1. Principio del nacionalismo (Minzu), que es la respuesta estratégica al problema de la

unidad en el sentido de modernizar la sociedad y el Estado. Plantea la expulsión de los

manchúes y una rearticulación de las nacionalidades en torno a la mayoría han, a fin de

crear un corpus oponible al imperialismo. En palabras del propio Sun Zhongshan: “Si

nosotros, los chinos, podemos hallar en el futuro, algún medio de resucitar nuestro

espíritu nacional, si llegamos a descubrir otra vara de bambú, entonces podremos

sacudir el yugo de las fuerzas políticas y económicas que nos oprimen y estaremos en

condiciones de sobrevivir a través de las edades” (Sun, 1985:22).

2. Principio de la democracia (Minzhu), que era la respuesta política al problema de la

modernización. Sostiene que el gobierno es algo del pueblo y por el pueblo, siendo el

encargado de dirigir los asuntos de la totalidad del pueblo. Aludía a los principios de

soberanía política, con el fin de instaurar una República. En una metáfora del propio

autor: “El pueblo tiene que poseer soberanía, mientras que la maquinaria tiene que

disponer de capacidad y de poder. La maquinaria moderna, eficaz y potente, está en

manos de hombres que pueden ponerla en marcha o pararla según su deseo” (Sun,

1985:157).

3. Principio de la subsistencia (Minsheng), que es la respuesta económica al problema de la

modernización. Se contrapone al concepto de socialismo, a pesar de haberse traducido

como tal mientras la URSS apoyó el movimiento de Sun Zhongshan. Este principio daba

forma a un programa que buscaba mejorar la productividad y permitir la subsistencia del

pueblo chino. Es así como se planteaban dos medios para ponerlo en práctica: “El

primero es la igualación de la propiedad de la tierra, y el segundo, la restricción del

capital” (Sun, 1985:194). Estas transformaciones apuntaban al cambio social y el

desarrollo capitalista, la industrialización y mejoramiento de la conectividad.

En síntesis, el pensamiento de Sun Zhongshan reúne los principios del nacionalismo chino, el

pensamiento republicano occidental y el capitalismo, todos cubiertos por el poderoso manto del

confucianismo y el pensamiento tradicional chino. De hecho, Sun Zhongshan aseguraba que

“cuando el pueblo participa en todo lo referente al Estado, entonces habremos alcanzado de

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verdad la meta del Principio Min-sheng, que es lo que Confucio esperaba de 'la Gran

Comunidad'” (Sun, 1985:209). Asimismo, la filosofía de la historia que nutría su teoría de las fases

de desarrollo del Estado, desde el paternalismo autoritario hasta la democracia, estaba cargada de

premisas evolucionistas. En este sentido, Gregor y Hsia Chang han concluido, que gran parte de la

influencia que alcanzó el pensamiento de Sun Zhongshan entre la intelectualidad china se debió a su

propuesta sintética, capaz de tomar planteamientos plenamente occidentales y mezclarlos con los

núcleos intelectuales de la tradición china como Confucio y el pensamiento neo-confuciano de

Wang Yang-ming. En sus palabras: “Sun ha hecho un doble compromiso emocional e intelectual

con el confucianismo. Para Sun, su teoría no era la sombra del confucianismo -él invocó su

substancia. En esa empresa, Sun hizo más que simplemente tomar prestados principios de los

antiguos” (Gregor &Hsia Chang, 1980:403).

El proyecto de Sun era una propuesta coherente y bien articulada, no obstante, sus problemas

estaban en la posibilidad de aplicación. Solo las fuerzas del sur habían declarado su independencia

respecto a la dinastía, y las milicias republicanas eran muy reducidas. Entonces, se buscó el apoyo

de Yuan Shikai, quien controlaba el ejército más importante del país. Yuan se sumó a los

revolucionarios, en cuanto se comprometió la presidencia de la República. De esta forma se logró el

colapso de la dinastía el 12 de febrero de 1912.

Yuan era un señor de la guerra, y se confiaba en su capacidad de establecer un gobierno fuerte

que se opusiera a las potencias imperialistas. No obstante, tras la renuncia de Sun Zhongshan, Yuan

pretendió convertir la aspiración republicana en una monarquía constitucional donde él fuese el

fundador de una nueva dinastía. Este “retroceso” frente a las fuerzas revolucionarias, impidió

acelerar la institucionalización del nuevo orden, y condujo a un desgaste de las fuerzas en la lucha

contra el nuevo jerarca y sus aliados militaristas. El poder de Yuan Shikai era tal, que solo su muerte

en 1916 logró terminar con el conflicto. Esto acarreó un grave problema, ya que la posición de Yuan

como señor de la guerra permitió aglutinar a los poderes locales, pero debido a su fracaso el poder

político se atomizó, otorgando un mayor protagonismo a la elites locales.

En este contexto, el escenario político se dividió en dos flancos: los partidarios del centralismo

frente a los defensores del federalismo. Entre los primeros estaban el Guomindang (fundado en

1912) y el Partido Comunista (fundado en 1921); frente a los señores de la guerra y las elites locales

(Rodríguez, 2007:25).

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Si bien el Guomindang y el Partido Comunista trabajaron de forma conjunta en diversas

expediciones que tenían por fin extender la soberanía de la Nueva República, ambos se

caracterizaron -más allá de las diferencias ideológicas- por apoyarse en distintas bases. El

Guomindang logró apoyo fundamentalmente urbano, entre las elites provinciales y la burguesía,

mientras que el Partido Comunista constituyó sus bases -bajo la tutela soviética- entre el incipiente

proletariado urbano, pero bajo el liderazgo de Mao, fundamentalmente en los sectores campesinos.

Esto llevo a que el periodo de transición del poder, el Guomindang persistiera en la lógica del poder

despótico, es decir, mantuvo el “abanico de acciones que la élite tiene facultad de emprender sin

negociación rutinaria, institucional, con grupos de la sociedad civil”(Mann, 2006:90); mientras

que el Partido Comunista logró controlar las bases rurales, y con ello el poder infraestructural, es

decir, “la capacidad del Estado para penetrar realmente la sociedad civil y poner en ejecución

logísticamente las decisiones políticas por todo el país” (Mann, 2006:91). Esta polémica fue

trascendente, ya que, como aquí se evidencia, determinó el éxito de uno u otro proyecto.

La polémica entre poder global y poderes locales fue dirimida cruentamente en una serie de

campañas militares contra los señores de la guerra, que se extendió desde 1916 hasta 1927. El

ímpetu de construir un Estado centralizado se debía a que tanto nacionalistas como comunistas

consideraban que era la única forma de detener la presión extranjera sobre China, a la vez que era la

vía más eficaz para terminar con el apoyo logístico que las potencias imperialistas otorgaban a

muchos señores de la guerra con el fin de mantener una China dividida y vulnerable.

En el intersticio, se hizo necesario la modernización del Partido. Es así como en 1923 Sun

Zhongshan aceptó ofertas de asistencia y dirección del gobierno soviético e invitó a un grupo de

consejeros rusos para que ayudaran a reorganizar el Guomindang y a instruir a sus tropas. Durante

1924, el Partido fue completamente reorganizado bajo el patrón del Partido Comunista Ruso, y en

Whampoa se estableció una escuela militar auspiciada por los soviéticos. El presidente de esta

academia militar era Jiang Jieshi (Chiang Kai-shek), quien, desde entonces, desempeñó un papel

decisivo en el Partido y en el gobierno. En el primer congreso del Guomindang (1924) se aceptó la

admisión de miembros del Partido Comunista sobre una base individual. Todos estos cambios, que

había sido aconsejado por los miembros de la izquierda del Partido nacionalista, fueron fuertemente

objetados por la derecha (C. Chai & W. Chai, 1963:220).

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Con el éxito continuado de la Expedición del Norte, Jiang Jieshi tuvo que hacer frente a una

trascendental disyuntiva: ¿Se permitiría a la izquierda tomar la delantera y que los capitalistas y

terratenientes fueran expropiados, o debería prevalecer la derecha y hacer una alianza con la clase

media acomodada? La decisión fue vital para el desarrollo político posterior. Jiang dio un vuelco

anticomunista con una masacre en Shanghai. Desde entonces, debió dividir sus fuerzas para lograr

la unificación y combatir a los comunistas.

Tras varios años de combates esta expedición dio los frutos deseados y los nacionalistas se

hicieron con el control del gobierno central en junio de 1928, aunque algunos señores de la guerra

siguieron jugando un papel político fundamental hasta la proclamación de la República Popular de

China en 1949.

El régimen de Jiang configuró un régimen centralizado y autoritario. La llamada década de

Nanjing (1927-1937) estuvo marcada por la represión a la sociedad civil, la promoción del

adoctrinamiento político de los nuevos ciudadanos y la intrusión del Estado en la esfera privada.

Rápidamente el Guomindang, ya en el poder, perdió su misión revolucionaria y se convirtió en un

ala de la burocracia. Jiang Jieshi admiraba el fascismo italiano y el militarismo japonés. Creó

asociaciones políticas de tipo fascista, como los Camisas Azules y promovió un Movimiento de la

Nueva Vida.

El Movimiento se planteaba como oposición al marxismo y estaba impregnado de ideología

fascista, de elementos cristianos y, sobre todo, de reminiscencias confucianas. Restableció el culto a

Confucio, revalorizó las virtudes tradicionales criticadas por el “movimiento del 4 de mayo” y

propuso remedios de orden moral o espiritual para los problemas económicos y sociales. Para el

Generalísimo, “el chino de nuestros días parece haber olvidado la antigua fuente de la grandeza de

China, en su afán por conseguir algún beneficio material; pero, naturalmente, si se desea hacer

resurgir el espíritu nacional, deberá recurrirse a bases estables” (“Madame” Chiang Kai-chek

1935). Estas bases estables eran las cuatro virtudes de propiedad, rectitud, integridad y consciencia,

las cuales eran fundamentales para el desarrollo de la moralidad.

No obstante, las potencialidades del gobierno nacionalista fueron prontamente anuladas por el

militarismo japonés, que en 1931 logró apoderarse del Manzhuguo, y en 1932 invadió Shanghai.

Entre 1937 y 1945 el conflicto escaló hasta una invasión generalizada. Una vez más, entre 1930 y

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1940, la intromisión japonesa impidió institucionalizar el poder y lograr consolidar las bases de

apoyo popular. Además, la guerra trajo consigo serias complicaciones económicas, miseria, muerte

y dolor.

La particularidad del liderazgo de Jiang Jieshi en esta etapa nada ayudó para mejorar la

situación. Su estilo autoritario y cercano al fascismo no hizo más que generar rechazo entre los

sectores movilizados urbanos, que desde el movimiento del 4 de mayo de 1919 venían discutiendo

sobre el espíritu del liberalismo y las posibilidades de tener un gobierno democrático y republicano.

El Guomindang comenzó a desvincularse del esfuerzo revolucionario. El oportunismo corrupto y la

administración ineficiente acompañaron la represión y la censura. El ideal constitucionalista de

cinco poderes defendido por Sun Zhongshan no logró prosperar en el gobierno de Nanjing. El poder

ejecutivo opacó al legislativo, y, de hecho, la Comisión de Asunto Militares, encabezada por Jiang

Jieshi, tenía el mismo peso que los cinco Yuan (ministerios) del gobierno civil juntos; dicho

organismo consumió la mayor parte de los ingresos del gobierno de Nanjing y estableció un

gobierno militar de facto por su cuenta.

En resumidas cuentas, “Chiang resultó heredero de la tradición de la clase dirigente china: su

liderazgo moral se expresaba en términos confucianos, mientras que el estilo de trabajo de su

administración manifestaba los antiguos males de la ineficiencia” (Fairbank, 1996:354).

Mientras el gobierno de Nanjing se preocupaba de resistir la guerra contra Japón y de mantener

constante el flujo de capital para asegurar su existencia, las bases campesinas, muy inquietas con la

situación, vieron en el Partido Comunista una alternativa válida para mejorar sus condiciones de

existencia. Particularmente porque los comunistas estaban allí, a su lado, nadando como peces en el

agua, mientras que el Guomindang se diluía en la corrupción, el abuso y el descontrol.

Jiang Jieshi, a la vez que perdía terreno frente a Japón, contra quienes mantuvo por largo

tiempo una política acomodaticia, reconociendo la debilidad de sus fuerzas frente al poderío nipón,

decidió concentrar sus esfuerzos en la lucha anticomunista. Su estrategia de cerco y aniquilamiento

se basaba en el control de las grandes ciudades, mientras que los comunistas emplearon la táctica de

guerra de guerrillas, constituyendo focos de lucha armada que ponían en jaque la táctica

nacionalista. El periodo 1937-1949 estuvo marcado por la ampliación de las bases populares del

Partido Comunista en el campo, que le permitieron rodear a las ciudades y cortar las extensas líneas

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de abastecimiento del Guomindang.

A la postre, la exitosa estrategia militar comunista, gestada por líderes militares excepcionales,

logró sobreponerse a la astucia táctica que caracterizaba al Generalísimo. Además, el Ejército

Popular de Liberación era autosuficiente, capaz de vivir de sus propios esfuerzos y producción,

mientras que los nacionalistas dependían del abastecimiento, que a su vez, dependía del flujo

económico, cada vez más difícil de obtener. Además, el Guomindang llegó a perder incluso el

apoyo de la burguesía nacional, su principal bastión de soporte en el triunfo contra los señores de la

guerra, ya que nunca le proporcionó seguridad necesaria para su actividad comercial, y, de hecho,

minó sus posibilidades de desarrollo con la impronta del militarismo y el alto control estatal.

En consecuencia, el Guomindang debió retroceder, hasta posesionarse de Taiwan, donde Jiang

Jieshi logró estabilizar su gobierno y repeler la agresión de los continentales, apoyado por los

Estados Unidos. El gobierno de Nanjing estaba tan militarizado que nunca fue capaz de lograr

institucionalizar un gobierno al servicio de la gente, además, en su seno se contraponían dos

espíritus: una tendencia modernizadora y otra reaccionaria, lo que limitaba profundamente las

posibilidades de cambio que China necesitaba.

De esta forma, el Partido Comunista funda la República Popular de China, y abre un nuevo

capítulo en la historia del mundo, apoyado en una nueva elite que emergió desde el seno del

campesinado. Logra cerrar la transición desde el Estado Imperial despótico hacia el Estado-nación

moderno, comenzando la ardua -y aun inconclusa- tarea de la consolidación.

REFLEXIONES FINALES.

En el presente artículo se ha buscado reflexionar en torno a la construcción del Estado-nación

moderno en China. La propuesta ha puesto a contraluz los proyectos de modernización

experimentados por el gigante asiático desde fines del periodo dinástico hasta la fundación de la

República Popular de China. Lo cual ha permitido llegar a la conclusión de que el debate

fundamental de las elites chinas en los albores del siglo XX giró en torno a la cuestión de la

modernidad y la supervivencia de China frente a la agresión imperialista.

El periodo 1890-1911, de la crisis de la última dinastía, se enfrentó a la humillación del

imperialismo, lo que debilitó sus bases sociales, políticas y económicas, poniendo en amenaza la

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estabilidad del Imperio. Es así como surgieron tres proyectos: los nativistas, los pragmáticos y los

antinativistas. Los primeros abogaban por cerrar las puertas del país en tanto que los culpables de la

crisis eran los extranjeros. Los segundos, vieron en el ejemplo Meiji una estrategia válida de

transformación, aceptando la técnica extranjera pero manteniendo el conocimiento chino como

fundamento. Y los terceros veían en la cultura tradicional china las razones de la crisis, por lo que

aspiraban a buscar en occidente modelos eficientes de modernización. Los tres se pusieron a prueba,

mas ninguno logró mejorar la situación. Es así como empieza a construirse la comunidad

imaginada de los chinos, en oposición al imperialismo foráneo, con el fin de lograr la unidad

necesaria para hacer frente a la agresión. Este sentimiento comenzó a ampliarse entre los sectores

populares, permitiendo el surgimiento de movimientos de base con espíritu patriótico, que se

oponían tanto a la dinastía manchú como a los occidentales. Entre estos destacan el Movimiento del

Reino Celestial Taiping y el Movimiento Yihetuan.

Estas alternativas fueron silenciadas, el primero, por el esfuerzo conjunto de los Qing y los

extranjeros; y el segundo, que fue apoyado por la monarquía, fue baleado a muerte por las potencias

imperialistas. Pocas posibilidades de rescatar a una monarquía, cada vez más impopular a nivel

interno, y más presionada a nivel externo quedaban. Las últimas posibilidades de rescate

impulsadas por la elite tradicional, como fueron las reformas de la década de 1890 y el Edicto de la

Nueva Política de 1901 quedaron en nada.

La monarquía llega a su fin en 1912, a pesar que el año anterior ya se fundaba la República de

China entre las provincias del sur. En este periodo se suceden una serie de gobiernos que no logran

consolidar el nuevo poder. El periodo de transición sufre un primer traspié bajo el liderazgo de Yuan

Shikai, quien en 1912 es declarado presidente y establece una dictadura con afanes de poder

personal. Su propuesta es formar una monarquía constitucional donde él era el fundador de una

nueva dinastía. Yuan acumulaba un gran poder, por lo que los esfuerzos de los revolucionarios

republicanos por consolidar las nuevas instituciones fueron imposibilitados por su hegemonía.

Tras la muerte de Yuan Shikai en 1916, se perdió la frágil unidad política, ganando

protagonismo las elites locales y los señores de la guerra. En consecuencia, el Guomindang debió

arrojarse a la tarea de la reunificación y la extensión de la soberanía de la Nueva República. Hasta

1925, el desarrollo político es relativamente estable, en torno a la importante figura y pensamiento

de Sun Zhongshan, quien logra articular todas las fuerzas que buscaban la unidad del país, en contra

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de aquellos que apostaban por el federalismo y el fortalecimiento del poder local.

Sun Zhongshan logra modernizar el Partido, profesionalizar el ejército y colaborar con el

Partido Comunista, gracias al apoyo soviético. No obstante, esto tensiona las relaciones al interior

de su propia agrupación política. Sun muere en 1925, mientras nacionalistas y comunistas avanzan

con la unificación nacional hacia el norte. En 1927, el nuevo liderazgo de Jiang Jieshi logra

consolidar la soberanía republicana ante los señores de la guerra, y da un vuelco anticomunista.

Esto lleva a disgregar sus fuerzas entre la lucha contra los comunistas y la estabilidad del Gobierno

de Nanjing.

Jiang Jieshi plantea un proyecto modernizador cercano al fascismo. Si bien emplea el discurso

liberal de Sun Zhongshan, su liderazgo rápidamente se militariza, y concentra en él todo el poder.

La dictadura de Jiang Jieshi comenzó a perder apoyo popular, a la vez que se viciaba la

institucionalidad y se deshacía su legitimidad en la corrupción. En 1931 asedia la invasión japonesa,

la cual se extiende hasta 1945. Jiang no presenta mayor resistencia, buscando una salida pacífica al

conflicto, y concentra sus esfuerzos contra el Partido Comunista. El rápido avance nipón lleva a que

amplios sectores de la sociedad se vuelvan opositores del Guomindang, y amplían la base de apoyo

del Partido Comunista. Al final, la exitosa estrategia militar y socio-política del comunismo chino

logran imponerse al Guomindang, obligando a Jiang Jieshi a radicar su gobierno en la isla de

Taiwán, donde logró estabilizarse gracias al apoyo estadounidense.

En conclusión, las respuestas republicano-nacionalistas al problema de la transición no

pudieron consolidarse debido a:

1) No lograron constituir bases de apoyo en los sectores campesinos que pudieran asegurar el

poder infraestructural, y con ello, impulsar la construcción del Estado desde abajo, como lo

hicieron los comunistas. De hecho, el Guomindang se constituyó en los centros urbanos y

entre la burguesía nacional, bases que Jiang Jieshi no logró mantener con su propuesta

autoritaria y militarizada.

2) La imposibilidad de establecer y proyectar un aparato institucional eficaz y que respondiese

a las expectativas de estabilidad y seguridad de amplios sectores del pueblo chino. El

Guomindang, en términos estrictos, no logra sobreponerse al imperialismo, es más, asume

una política pasiva frente a la invasión japonesa, lo que minó su apoyo. En consecuencia, su

respuesta es insuficiente ante el principal dilema del problema de la transición.

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3) Complicaciones del control de la economía, que se pierde críticamente con la mayor

escalada de la invasión japonesa. El Guomindang dependía del apoyo de la burguesía y del

flujo de capitales, los cuales al limitarse, mermaron las posibilidades de acción de su ejército

en la lucha contra el imperialismo y la revolución comunista. Esto contrasta con los

principios de autosuficiencia del Ejército Popular de Liberación, que era capaz de sobrevivir

a partir de sus propios esfuerzos y conocimientos en producción agraria y artesanal, lo cual

les permitía gran autonomía, versatilidad y, culturalmente hablando, apoyo popular.

4) Dificultades para capitalizar el emergente nacionalismo, o transnacionalismo como aquí se

ha empleado. El Guomindang, si bien hace voz de un esfuerzo nacionalista, y logra capturar

gran parte de estas fuerzas bajo el liderazgo de Sun Zhongshan, posteriormente, con Jiang

Jieshi se produce un fenómeno paulatino de traslación del centro transnacionalista desde el

Guomindang hacia el Partido Comunista, particularmente porque este último logra agrupar

centrípetamente las fuerzas metaétnicas por la paz, la seguridad y la estabilidad de China

después de un complejo período de guerras. Tal como señala Francisco Haro sobre la

construcción de las identidades chinas: “la política y la cultura son más importantes que la

genética y el territorio. Se ha evidenciado que, por siglos, tanto la creación como la

invención de las identidades chinas han sido parte de un proceso de cuatro ejes: la

imposición de un sistema de escritura como un proceso metaétnico, su sistema tributario,

clases sociales, así como la disminución y ampliación de la población” (Haro 2004:91),

como sí logra hacerlo el Partido Comunista.

Como se evidencia, la construcción del Estado-nación moderno en China sufre de la profunda

complicación por consolidar un proyecto modernizador. Y no es sino la emergencia de un nuevo

actor en el escenario político, el campesinado agrupado en torno al Partido Comunista, que logra

proyectar un programa a la vez nacionalista e internacionalista, pero que, por sobre todo, da

respuestas certeras a los principales problemas planteados con la caída de los Qing: cómo vencer al

imperialismo y de qué manera asegurar la estabilidad política y social después del Imperio.

Podríamos aventurarnos y decir que Jiang Jieshi tuvo la oportunidad de consolidar el proyecto

modernizador republicano-nacionalista, no obstante su afán militarista y filo-fascista no encontró

apoyo entre la sociedad china y de hecho, fue rechazado, impulsando la radicalización de la opinión

pública en el sentido opuesto. Ahora bien, evaluar las consecuencias y dimensiones de este periodo

seguirá siendo complicado, ya que, tal como respondió Zhou Enlai cuando fue preguntado por

Henri Kissinger sobre las implicaciones de la Revolución Francesa para el mundo moderno, “es

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muy pronto para sacar conclusiones”.

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ANEXOS

Imagen n°1. Ilustración de Henri Meyer en “Le Petit Journal”, 16 de Enero de 1898.

Licencia: Pública.

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