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Plumabierta Nº 14 – Abril 2009 En el taller de los sueños

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Revista literaria y de opinión

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Plumabierta Nº 14 – Abril 2009

En el taller de los sueños

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Plumabierta En el taller de los sueños

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Índice

Árbol (Ilustración)

Manuel Barba “Terry” 5

Editorial 6

La reluciente caja metálica Un viajante

10

Agua (Ilustración)

Juan Mariscal 12

Bolero Emilio Teno

13

Poema de Manuel Barba “Terry” 14

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Plumabierta En el taller de los sueños

3

Leandro Díaz o la disciplina de llamarle Señorito Aldo

Montserrat D’Abrantes 15

Extracto de un amor puro u oda a tanta devoción

Antoine L’Jimir 19

Línea (Ilustración)

Jorkareli 21

Amar sin lunares Antoine L’Jimir

22

Los mejores años de nuestra vida: 3 times and you lose

Víctor González 24

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Plumabierta En el taller de los sueños

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Todo fluye (Ilustración)

Manuel Barba “Terry” 27

Reflexiones de un hombre sencillo Mari Ángeles Vázquez Martín

28

Avenida de Mayo Emilio Teno

30

Ñ

(Ilustración) Manuel Barba “Terry”

31 Ilustraciones portada y contraportada:

Manuel Barba “Terry” Número 14, Abril de 2009 Depósito Legal: CA 326/02 Contacto: [email protected] Nuestro blog: http://plumabierta.blogia.com/

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Editorial

Bienvenidos, amigos, a este nuevo número de Plumabierta; éste es el número 14 que, aunque teníamos la intención de publicarlo a los pocos meses de la salida del número 13 (recuérdese la fecha, 13 de noviembre del 2007 y martes, jejeje), por diferentes causas y motivos no pudo ver la luz hasta el día de hoy, pero aunque ha sido larga la espera, aquí nos encontramos otra vez.

El hecho de que no hayamos publicado la revista en este tiempo, no significa que los que formamos Plumabierta hayamos estado “de vacaciones” (= inactivos), ni mucho menos, a lo largo de este tiempo hemos organizado diferentes eventos culturales que, en gran medida, nos han aportado y enriquecido mucho, ya que dejando a un lado las sutilezas que se impregnan en el papel (o en el formato pdf), el calor del vivo y el directo, ese espacio físico compartido con diferentes compañeros, amigos que sienten y viven la vida intensamente y que siguen soñando y trabajando por una realidad más real y humana, esas experiencias colectivas nos han regalado un poco más de entusiasmo, de magia palpable, de realidad embaucadora, de sueños vivos y de por qué no, de libertad…

En marzo del 2008, Pedro Sevilla nos invitó a su programa de radio para entrevistarnos un poco e intercambiar algunas opiniones literarias y no literarias; gustosamente aceptamos, aunque sólo pudimos ir al programa los que nos encontrábamos en ese momento en Arcos, Pedro Pérez Linero, Manuel Barba (Terry) y Mariángeles Vázquez Martín, y la verdad es que nos gustó mucho participar en la labor de difusión cultural que Pedro Sevilla realiza desinteresadamente en Arcos, además, siempre es un privilegio hablar y estar con él, puesto que como todos reconocemos, no sólo es un gran

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escritor (y además de nuestra tierra), sino que es una bellísima persona que nos ha tendido su mano siempre. Quizá por ello, en abril, organizamos con él un “recital poético” titulado “No Es Más Que Una Lectura” en el café Puerta del Sol, lugar en el que nos han acogido, tanto Ángel como Laura, como si fuese nuestra casa, sin ellos, muchas de estas actividades no hubiesen sido posibles (un abrazote grande, grande y gracias por apoyarnos tanto).

En este “Recital” acompañamos a Pedro Sevilla, Jimi, Pedro Pérez Linero, Mariángeles y fue presentado por Alfonso Oñate (Niti).

De nuevo Pedro Sevilla nos sorprendió a todos los que asistimos, no sólo por la textura de sus poemas, sino por su bondadosa humildad al obsequiarnos con algunos que aún no habían sido publicados, ¿se puede pedir más? … no deja de sorprendernos este Pedro… insistimos, una gran persona … gracias por ser así.

Continuando en la línea temporal, fue en mayo del 2008 cuando nació nuestro lugar en la red, sí amigos, en Plumabierta disponemos ya de un blog en Internet donde pueden participar todas las personas que lo deseen, su dirección es http://plumabierta.blogia.com.

Este blog nos permite, por ejemplo, publicar en la red fotografías e ilustraciones, algo que hasta la fecha no hemos podido lograr en papel con la calidad que merecen. También permite crear debates, colgar narraciones, poemas, artículos de divulgación científica, opiniones, recomendaciones, reflexiones, etc. La participación en el blog es directa, sencilla y totalmente libre, sin ser necesario solicitarlo ni inscribirse, por lo que os animamos a todos a formar parte de él.

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Decir además que hemos reeditado en formato pdf todos los números de la revista, y quien desee recibirla sólo tiene que solicitarla enviando un correo electrónico a [email protected] (la revista es gratuita).

Pues bien, siguiendo el hilo de los acontecimientos del 2008, ya entrado el verano y llegando al otoño, organizamos también en Puerta del Sol, una serie de conciertos de diferentes cantautores y estilos, participaron: Alfonso del Valle, Antonio Ramos, Julián Candón, Alfonso Oñate, la banda de rock Ocnos y el guitarrista flamenco Miguel Durán "Cambayá", además de todos los compañeros que acudieron, sin cuya estimada presencia no hubiese sido posible crear la deleitosa atmósfera que allí se dio en cada actuación, con cada acorde… se agradece.

Todas estas “cositas” son las que hemos hecho en el 2008, un año en el que si bien no se publicó otro número de la revista, ha sido un año de sensaciones indelebles, sí, un año imborrable que nos ha unido si cabe, un poco más los unos con los otros y con algunos más, ha sido algo así como un abrazo plural, extenso, entre los que estamos y están por llegar, un halo de cariño inmenso y una porción valiosa de gratitud y de sentido altruista (con todos los matices bellos que esta palabra atesora).

He aquí, ahora, en este 2009, el nuevo número de Plumabierta, el 14, un número que se llama “En el taller de los sueños”, un taller innato que habita en cada hombre, en todo ser humano, un lugar donde se crea y se forja la esperanza, la ilusión real que cada día nos sustenta y nos ayuda a continuar por este mundo hermoso en sí mismo, pero enfermo de hastío, de avaricia y miseria, de hambre… un mundo nuestro en definitiva, y por ser nuestro, nuestra vida se liga indisolublemente a él… sólo por ello, no podemos

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quedarnos impasibles ante lo que ocurre a nuestro alrededor, y no hablamos de cambiar EL MUNDO, hablamos de TU MUNDO … que no es sino también … el nuestro, el de todos.

Os invitamos a soñar en ese taller minúsculo y oculto y a la vez tan gigantesco, a soñar y a que intentéis llevar a cabo esas ilusiones, ¿seamos ilusos? sí, la alegría que se experimenta con la posesión, contemplación o esperanza de algo, esa felicidad quizás vana en un principio, puede, con esfuerzo y valor, convertirse en algo más corpóreo y físico… ¿por qué no?, la pregunta es:

¿te atreves a soñar con todo lo que ello conlleva u olvidaste ya

qué significa todo esto?

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La reluciente caja metálica

Un Viajante

Ésta es la extraña historia de un hombre extraño. No me preguntéis ni cómo ni por qué, pero todas las mañanas al levantarse, cogía su "reluciente caja metálica", abría una mirilla, acercaba el ojo derecho y miraba dentro. ¿Pero qué veía? Pues todo. Sólo tenía que pensar en algún lugar o en alguna persona, nombrarla y lo veía. Día tras día repetía la misma operación y se estaba así, solo, contemplando el mundo a través de su "reluciente caja metálica" hasta que se hacía de noche y se acostaba. Únicamente se separaba de ella para comer algo que alguien le pasaba por un torno ubicado en los bajos de su puerta (nunca comprendió por qué, ni le importaba). No recordaba desde cuando estaba allí, ni tan siquiera qué edad tenía. Sólo recordaba que su nombre era Arturo y que en otra época fue empleado de banca. Uno de esos días, estando contemplando “su mundo” se le ocurrió la idea de que podría ser interesante verse a uno mismo. Pero al momento se lo pensó mejor.

- ¡Qué tontería! ¡Si yo me veo todos los días en el espejo! Pero mientras más rato pasaba más interesante le parecía la idea de verse a sí mismo, hasta que ya ansioso no se lo pensó más. - ¡Está bien! Venga, quiero verme. De repente se hizo la oscuridad en su "reluciente caja metálica" y no conseguía ver nada. Poco a poco la oscuridad dio paso a una espesa bruma grisácea, que al final cedió y por fin pudo verse. - ¿Pero qué es esto? ¿Quién es ese? ¡No puede ser!

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Arturo, horrorizado, se apartó bruscamente y empujó con fuerza "la reluciente caja metálica" que, ante tal empujón se rompió contra el suelo. Se puso a dar vueltas por la habitación como un poseso sin acabar de creer lo que había visto.

- ¡Ese no puedo ser yo! ¡Yo estoy bien! Entonces, súbitamente, recordó. Recordó las risas de sus hijos. Recordó la tibia piel de su esposa. Recordó aquel oscuro camión en aquella fría madrugada. Se dio cuenta de la farsa en la que estaba viviendo y que ahora que lo veía todo con ojos nuevos, no tenía ni pies ni cabeza. Quiso entonces huir de allí y corrió hacia la puerta. Intentó abrirla y no pudo. Lo intentó con todas sus fuerzas, y no pudo. Impotente, se echó a llorar desconsoladamente en un rincón. De repente y por primera vez en mucho tiempo sintió miedo. Mucho miedo. Miedo a no volver a ver a sus pequeños. Miedo a no volver a sentir los abrazos de su amada. Miedo a quedarse allí para siempre encerrado con aquella estúpida y "reluciente caja metálica" que para colmo de males ahora se encontraba hecha pedazos en el suelo. El miedo se convirtió en ira. La ira en desesperación y la desesperación en locura, que le hizo abalanzarse de nuevo hacia la puerta gritando con la intención de echarla abajo……….

- ¡Doctor! ¡Doctor corra! ¡Ha abierto los ojos!

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Bolero

Emilio Teno Tan fuerte nuestro amor y sin embargo tan preso de sí, tan solitario, de tan lumínico sin sosiego, entregado a la urgencia, a la premura. Nos ha crecido un muro insoslayable allí donde habitaba la ternura. Tanto vendaje muerto tanta cicatriz viva tanta noche vagando en la tristeza tanta inexplicable algarabía. Nos ha crecido un muro insoslayable allí donde habitaba la alegría. En el exceso hemos pecado. Ahora queda un juguete roto sobre el suelo y dos niños llorosos que se miran, el fragor de la batalla que se apaga, dos ejércitos que se retiran.

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I

Manuel Barba “Terry”

…el confabulador de

mis miedos internos…

Lánguida, perpetua cruz balanceándose sobre mi cabeza,

acaso llego a sospechar lo que requieres. ¡Tú!, me señalas con el dedo, inquisidor desde mis espaldas

conspiras mis próximos movimientos, instigador, cobarde,

me inspiras y me manejas, acortas y alargas

estos hilos de titiritero, pero no das la cara,

te escondes donde no pueda ver, porque sabes

que puedo reconocerte, porque sabes

que eres mi debilidad y en el momento

en el que te reconozca, perdiste.

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Leandro Díaz o la disciplina de llamarle

Señorito Aldo

Montserrat D´Abrantes

Leandro Díaz o la disciplina de llamarle Señorito Aldo, resultaba envejecido por una vestimenta rayana en el ridículo. Traje y abrigo de color gris. Camisa extremadamente blanca, abotonada hasta el ahorcamiento. Corbata oscura descolgada del tiempo. Zapatos negros agotados de tanto lustre.

Treinta y tres largos años de soledad, a secas. Desplazaba con lentitud su enjuto cuerpo por entre las

estanterías del establecimiento del cual fue único empleado: Puntual y servil. Amparado tras el lustroso mostrador de madera, su mirada brillaba a hurtadillas cuando la puerta del local se abría anunciando un cliente; mas, las ocasiones menguaban. Todo a su alrededor parecía mermar, reducir, volatilizarse.

Al andar por la calle, una simple ráfaga de aire le provocaba tambaleos de precipicio, quedando sometido a la voluntad del equilibrio. Para contrarrestar la inestabilidad, orientaba los pasos en zigzag, combinados éstos con un cierto contoneo de desmayo. Los transeúntes, convencidos de que, en cualquier momento, alguna extremidad de tan frágil estructura ósea caería en la acera, giraban la cabeza esquivando los encuentros.

El Señorito Aldo creció entre un abuelo embarcado en su mutismo, desaparecido una madrugada de agosto, y una madre sonora en quejidos, dedicada en exclusiva a atender sus amados

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geranios, obsequio de un amor secreto y única herencia legada al hijo. Siempre descalza, ataviada con un desvaído camisón de lunares amarillos, sin despegarse de la regadera de cobre, una tarde, se plantó en el balcón y pétalo tras pétalo, hoja tras hoja, incluidos tallos y raíces, engulló los geranios hasta morir de enajenación vegetal.

Apoyada en la barandilla, con la cabeza ladeada sobre el hombro derecho, abrazando una maceta a medio digerir, con el rostro definitivamente marchito, la encontró Leandro Díaz. Ese día cumplía dieciséis años.

Hasta la mañana siguiente permaneció de pié, inmóvil, con las palmas de las manos apoyadas en los cristales de la puerta, observando a su madre dedicándole una sonrisa teñida de verde. Jamás limpió los vidrios tatuados con el estigma dactilar.

Lentamente pasaron años de rutina inamovible: trabajo y casa, casa y trabajo. Relaciones: inexistentes. Sueños: ¿qué eran los sueños? No saludaba. No se despedía. No acariciaba ni aplaudía.

Tampoco se lamentaba. Un día sus manos comenzaron a secarse. Pasada una

semana, tras la acostumbrada y minuciosa ducha nocturna, la piel del dorso empezó a despegarse. Al principio, lo atribuyó al jabón barato utilizado en la cocina. Después, las observaba durante el día. También en la oscuridad del almacén, andando por la calle o subiendo los peldaños de su casa. Sentado, de pie, dormido, desayunando, cobrando o empaquetando. De ningún modo, desviaba la atención sobre ellas. A continuación, fueron las palmas, traslúcidas hasta la sospecha. Cansado de ingerir pastillas estatales sin resultados, adquirió a cargo de su pobre salario de dependiente, un par de guantes de piel teñida de azul.

Al Señorito Aldo los guantes le resultaban encantadores, entre otros motivos, porque disimulaba la afección cutánea y añadía un cierto toque de elegante distinción a su figura. Pero apestaban a animal muerto. La población, una vez más, tenía un segundo motivo para evitar su presencia.

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Una mañana, mientras realizaba la limpieza anual del sótano de la tienda, tropezó con una caja de cartón. Molesto, cortó con mecánico gesto el precinto. Al levantar las tapas una inmensa exclamación rebotó en las paredes, la primera en sus treinta y tres años. Asemejó el graznido de un pájaro viejo. En el interior, treinta y seis pares de guantes azules de su misma talla y todos, sin excepción, poseyendo un absurdo defecto de fabricación: Los dedos estaban cosidos a la palma formando un tierno muñón. Rápidamente escondió el botín de sus delirios. El mundo ya le era indiferente. Únicamente existían sus manos bien amadas y los guantes mejor hallados. Dedicó tres años, felices, a descoser y volver a coser el imperdonable error de manufactura.

Cada noche, finalizada la jornada laboral, el Señorito Aldo retornaba a su residencia, un vetusto edificio del extrarradio. Tenía que reprimir el impulso de correr escaleras arriba pues en el fondo, se complacía en dar lástima y la portera, siempre vigilante como perro guardián, no quitaba ojo del portal. La ansiedad residía en el inmediato encuentro con sus manos impalpables y la presencia, vivificante, de los guantes como acompañantes. Sin embargo, la felicidad no era completa.

Sucedía que los guantes, después de un mes de ser utilizados, se descomponían y había que deshacerse de ellos. El Señorito Aldo se apostaba en su balcón esperando impaciente la nocturnidad del servicio de limpieza y mientras observaba la labor de los operarios, semejaba una marioneta sin empleo. Por último, cuando las luces naranjas del vehículo giraban la esquina desapareciendo de su vista, profería un lamento creciente hasta convertirlo en grito, tal era su desconsuelo. Tan previsible era la fecha que los vecinos habían dejado atrás la época de nervios crispados y contracciones estomacales al escucharle. Por otra parte, las farmacias encargaban con estudiada antelación cuantiosos pedidos de tapones para edades y anatomías diversas.

Inevitables, sobrevinieron los días en que sus manos, poco a poco, fueron desapareciendo. Los objetos se estrellaban contra

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el suelo y la poca clientela aseguraba, en voz baja, que era de pura vejez. Cuando fue imposible siquiera envolver un paquete, cobrar el importe o cerrar las rejas oxidadas del establecimiento, el Señorito Aldo redactó la carta de renuncia al puesto. Como testigo del ocaso de un puntual y servil dependiente, una copia de la llave de la tienda colgada en su blanco pecho.

Sentado en la pequeña sala de su vivienda, sin despojarse del abrigo, comenzó a meditar sobre qué hacer de ahora en adelante. Mantuvo la postura en el sillón durante dos días y medio, durante los cuales, realizó un meticuloso repaso sobre su historia personal para terminar concluyendo que, los momentos más relevantes, fueron las tardes restaurando los imperfectos guantes. Y la emoción más sincera, sus manos transparentes de pura soledad.

Apoyado en la pared, la cabeza ladeada sobre el hombro derecho, abrazando la caja de cartón con los dedos entrecruzados, murió Leandro Díaz o la disciplina de llamarle Señorito Aldo.

Lo encontraron en el sótano del almacén, incorrupto como estatua de cera. Ese día, cumplía treinta y seis años. Pero eso, claro, nadie lo supo.

Los encargados de retirar el cuerpo no pudieron reprimir un grito de terror en el momento de separar las manos. Del interior de las prendas de cuero, un vapor, como volutas de humo azul, se dispersó perfumando el recinto con el inconfundible olor de geranios marchitos.

En el fondo de la caja hallaron un par de guantes. El último de los treinta y seis sin recomponer.

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Extractos de un amor puro

u oda a tanta devoción

Antuane L’jimir

Ahí está, ecuador de mi cuerpo,

cicatriz natural que te ata a mi recuerdo

Amarte es inexorable, afable siempre tu voz,

eres un sol, talante de luz amable,

arte de comprender el amor;

puse la cabeza sobre tu corazón y sentí una espina, un tiro,

escuché en uno de tus suspiros como me aspirabas la desilusión, sentí como te envenenabas de mí

para limpiarme de toda pena, haciendo acopio de mis tormentos

para tu cena, dándome la crema de tu alegría

y tus días

para que comiera yo. Fue un desierto tras otro

lo que tragaste sin masticar, con sus soles y sus infiernos,

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con sus velos, jaimas y camellos, y con todo mi hijoegoísmo

te pedí además que por favor, fueras mi oasis

Mare, eres el horizonte,

solo tú puedes juntar la tierra y el cielo,

eres la única que recoge amor, sabiduría y humildad

en un mismo velo.

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Amar sin lunares

Antuane L’jimir

Porque sé que no destrozarás la mecedora que te mece, la lámpara que te ilumina, ese libro de alma libre que te hace vivir otras vidas que acariciarás la pared, los suelos, los muebles, perfiles y ángulos, que te pasearás desnuda por todos los pasillos y habitaciones, con los balcones abiertos, porque te gusta estoy tan encantado con tu presencia… porque contigo aquí la casa huele a monte, campiña, mar, aromas de oriente, a retazos de culturas llenas de paciencia y suenan instrumentos que susurran al oído y llaman a la imaginación porque cada vez que te asomas al balcón en la calle pintan postales, suspira la brisa, el duende le da a las paredes con cal, trinan las golondrinas y piden la palabra el jazmín, el romero y el azahar

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porque sé que adoras la calle que tu casa pinta como un lienzo, fachada sin fecha siempre hermosa, esa calle que se relaja con tus pasos y cría geranios bajo tus huellas y si te vas y me dejas, no pases pena, porque oleré tu olor aunque tenga que bregar con distancias, páramos, cielos, porque poseo tu cadencia y tus formas fundidas a mi cuerpo porque tu adiós siempre me deja una mano agitándose en el aire, convirtiéndose en un eco constante, hasta el punto de no saber si estás llegando y saludándome porque estoy seguro de esto que digo me da igual que me abandones ahora, porque yo también necesito estar solo y consolar a la calle de tu ausencia y preparar la casa llorona y vacía, para tu regreso

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Los mejores años de nuestra vida:

3 times and you lose

Víctor González

Anoche, apenas transcurrida una semana desde que volví a tener noticias de Miss Canadá, conseguí volver a verla. Concretamente conseguí que se sintiera fuertemente interesada por acudir a una de las ya míticas "fiestas regeneradoras" de Muniente: esta vez con motivo de la verbena de San Juan y celebrada en una cala en la playa de Mataró.

El momento previo de máximas expectativas fue cuando, al día siguiente de haberle hablado muy brevemente de dicha fiesta y haberle comentado que yo iba a ir, recibí un mensaje suyo que decía "Quieres ir a la fiesta en la playa sabado con yo y una amiga?" y se despedía con besos.

Finalmente quedamos todos juntos para coger el tren (todos incluía a su amiga, que resultó ser una alemana bastante interesante, con cierto atractivo y realmente simpática, y tres brasileños amigos de ambas).

Sin embrago, las expectativas fueron disminuyendo rápidamente nada más llegar a la fiesta ya que gradualmente se iba haciendo cada vez más patente que Miss Canadá y uno de los brasileños compartían algo más que amistad y que lo que al principio fue un simple: parece-que-los-acabo-ver-dándose-un-pico, se convertía en sospechosos momentos de ausencia de ambos hasta finalmente la constatación de verlos

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liándose en algún rincón (generalmente de manera breve y algo distanciados del resto, evitando ser el centro de atención...)

Lo curioso del caso es que, en parte por los efectos del alcohol y en parte por cierta complicidad de ella hacia mí, me la traía bien floja la relación que ellos dos pudieran tener (especialmente después de que, teniéndola yo en brazos en una demostración espontánea de euforia victoriana, ella me dijera: "¿te casarás conmigo? ¿sí?").

Así que cuando ella, dirigiéndose a todos en general, pero más concretamente a "mi rival" y a mí, dijo aquello de "¡vamos a bañarnos en la playa!", planteándolo como una carrera en la que teníamos que ir quitándonos la ropa hasta llegar al agua, no me lo pensé dos veces. Por contra, él pareció rajarse y únicamente corrimos como locos ella y yo hasta la orilla. Sin embargo, ella iba por delante mío y no se quitó una sola prenda, con lo que justo antes de llegar a la orilla se paró en seco para no mojarse. Yo hice lo mismo, pero una vez allí, y sin dejarle apenas tiempo para que se lo pensase demasiado, me empecé a quitar la ropa hasta quedarme en calzoncillos y me zambullí en el agua, que estaba cojonudamente caliente y así se lo hice saber, para a continuación salir a buscarla, cogerla y meterla en el agua conmigo, con ropa y todo.

No ofreció demasiada resistencia, pero en la torpe lucha por meterla en el agua caímos los dos, revolcándonos ambos primero en la arena y después en el mar. La sensación de tenerla encima y debajo mío era de lo más estimulante, aunque sólo se tratara de un juego. No tengo una buena noción de cuanto duró aquello, pero creo que fue breve. Al salir del agua pude advertir como sus pechos de repente se insinuaban a través de su camiseta gris de tirantes, no debido a ninguna transparencia, sino a que no llevaba sujetador, pudiendo entender así que hubiera tenido reparos para

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quitarse la ropa. Estando los dos de pie en la orilla, frente a frente y a

muy corta distancia de proximidad, sentí un fuerte deseo de besarla, y en contra de lo que había hecho (o mejor dicho, no había hecho) las dos únicas ocasiones anteriores en que había conseguido quedar con ella desde que nos conocimos, decidí no dejar escapar la oportunidad una puta tercera vez y me lancé a su boca. Pero parece que los planetas no estaban perfectamente alineados y el refrán de "a la tercera va la vencida" no se cumplió. Ella se apartó antes de que pudiera robarle un beso, sin demostrar excesiva sorpresa, como si lo esperara pero no lo quisiera, o no pudiera. Nada cambió y seguimos jugando con naturalidad mientras nos dirigíamos donde estaban el resto de amigos (que sinceramente, ni sé si vieron algo ni me importa lo más mínimo), no sin antes volvernos a tropezar y caer en la arena dando vueltas el uno sobre el otro. De esos momentos creo que son los cortes hoy ya cicatrizados que tengo por toda la piel, producidos por la jodida arena cortante de las playas de Mataró (De eso o de rodar por el suelo con la amiga alemana -que también resultó ser muy juguetona- a la que posteriormente traté también de meter en el agua, pero sin éxito, ni siquiera cuando Miss Canadá se unió a mí para intentarlo entre los dos).

Lo bueno del caso es que aunque estoy más de acuerdo con la versión del refrán que lleva por título esta carta (que no es mío, sino que se trata de una gran canción con la que el grupo de Glasgow Travis por fin vuelve a sorprenderme) creo que en realidad no perdí...

Perder hubiera sido no haberme atrevido a hacerlo esta vez tampoco.

Barcelona, 24 de Junio del 2007

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Reflexiones de un hombre sencillo

Mari Ángeles Vázquez

Las cosas han cambiado el despertar, el desayuno de ilusiones ya no es

el juego matinal del día, sino el aburrido momento de

untar margarina al pan,

y es que,

ya olvidé el sabor a Colacao o el del chocolate denso,

hay café solo con pan, pan con margarina.

No hay aceite, miel o azúcar,

hay sacarina, café y pan, pan con margarina,

y es que,

los desayunos, esos buenos días, tranquilos, serenos, con sabor a

pan pan, azúcar, miel y leche a fuego lento,

no sé dónde han ido a parar,

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pero sí que los desayunos han cambiado…

las cosas han cambiado,

lo veo, lo saboreo

en el pan, en el pan con mantequilla, en el café, en la sacarina

y en lo insípido que ha llegado ser despertar…

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Avenida de Mayo

Emilio Teno El viejo lustrabotas ve su cara de trapo en el espejo de cuero. Ve una vitrina de cosas imposibles, cosas perfectamente inútiles para la simple vida. Ve portafolios atareados que cruzan la avenida, teléfonos, autos, papeles, vorágine de un mundo para otros. Mientras lustra andares ajenos escupe sobre un país.

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