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63 Plazas para los antepasados: Descentralización y poder corporativo en las formaciones políticas preincaicas de los Andes circumpuneños AXEL E. NIELSEN 1 RESUMEN En este artículo sostenemos que entre las sociedades circumpuneñas del Período de Desarrollos Regionales Tar- dío (1250-1430 DC) se encontraban ya presentes varias de las prácticas de gobierno descentralizado y apropiación corporativa de recursos observadas en los Andes por los invasores europeos en el siglo XVI. Para fundamentar esta propuesta, partimos considerando algunas prácticas polí- ticas vinculadas con la integración segmentaria y el culto a los antepasados documentadas etnohistóricamente, po- niendo énfasis en las expresiones materiales asociadas. Luego se presentan los resultados de investigaciones ar- queológicas realizadas en las plazas y estructuras asocia- das de dos grandes conglomerados circumpuneños del si- glo XIV –Los Amarillos (quebrada de Humahuaca) y Laqaya (Norte de Lípez)– demostrando la presencia de evidencias derivadas de aquellas prácticas. Palabras claves : Período de Desarrollos Regionales – Humahuaca – Lípez – culto a los antepasados – chullpas – prácticas corporativas – complejidad social. ABSTRACT We propose that several practices of decentralized government and corporate resource appropriation observed in the Andes by the European conquerors in the 16th century were already present among Circumpuna societies during the Late Regional Developments Period (AD 1250-1430). To support this statement, we begin by considering some ethonhistorically documented political practices related to segmentary integration and ancestor veneration, putting emphasis on some of the material correlates that could be associated with them. Then, we present the results of archaeological research conducted in the plazas and associated structures of two large Circumpuna, nucleated settlements that were used during the 14 th century –Los Amarillos (quebrada de Humahuaca) and Laqaya (North Lípez)– demonstrating the presence of evidences derived from those practices. Key words: Regional Developments Period – Humahuaca – Lípez – ancestor worship – chullpas – corporative practices – social complexity. Recibido: septiembre 2005. Aceptado: febrero 2006. Introducción Pocos investigadores cuestionarían la idea de que el tránsito, durante los primeros siglos del segun- do milenio DC, entre el Período Medio o Forma- tivo Tardío y el Período Intermedio Tardío o de Desarrollos Regionales, implicó cambios sociales profundos en la mayoría de los pueblos circum- puneños. Menos acuerdo existe, sin embargo, en cuanto a la interpretación de estos cambios. Específicamente, ¿qué diferencias existen entre las formaciones económicas y políticas de fines del primer milenio DC y las que caracterizaban a es- tos pueblos al momento de la expansión incaica? ¿Se trata simplemente de cambios en la escala (demográfica, territorial, productiva) de estas or- ganizaciones, o se trata de una transformación más profunda, del modo en que se relacionan las per- sonas y se constituyen las colectividades? Eviden- temente, estamos lejos aún de contar con la evi- dencia necesaria para responder a estas pregun- tas, por lo que nuestro propósito aquí es sólo con- tribuir a la reflexión sobre el tema a través de la discusión de las prácticas desarrolladas en los es- pacios públicos de algunos de los grandes con- glomerados habitacionales circumpuneños del Período de Desarrollos Regionales. Elegimos esta entrada al problema bajo la sencilla premisa de que lo que la gente hace en el espacio público guarda una estrecha relación con las instituciones y representaciones que rigen la vida política de la comunidad y estructuran el espacio social en su conjunto (sensu Bourdieu 1980). Como lo señalaron hace tiempo Madrazo y Ottonello (1966), algunas de las manifestaciones arqueológicas más dramáticas de las transforma- ciones sociopolíticas aludidas al comienzo se en- cuentran en los asentamientos, que –sobre todo en las regiones con economías agrícolas– aumen- tan rápidamente su tamaño y concentración edilicia, además de trasladarse a emplazamientos de valor defensivo. Otra novedad que muestran 1 CONICET - Instituto Interdisciplinario Tilcara, Universi- dad de Buenos Aires, Tilcara. Casilla de Correo 14 (4624) Tilcara, ARGENTINA. Email: [email protected] Estudios Atacameños N° 31, pp. 63-89 (2006)

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PLAZAS PARA LOS ANTEPASADOS: DESCENTRALIZACION…

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Plazas para los antepasados: Descentralización y podercorporativo en las formaciones políticas preincaicas

de los Andes circumpuneños

AXEL E. NIELSEN1

RESUMEN

En este artículo sostenemos que entre las sociedadescircumpuneñas del Período de Desarrollos Regionales Tar-dío (1250-1430 DC) se encontraban ya presentes varias delas prácticas de gobierno descentralizado y apropiacióncorporativa de recursos observadas en los Andes por losinvasores europeos en el siglo XVI. Para fundamentar estapropuesta, partimos considerando algunas prácticas polí-ticas vinculadas con la integración segmentaria y el cultoa los antepasados documentadas etnohistóricamente, po-niendo énfasis en las expresiones materiales asociadas.Luego se presentan los resultados de investigaciones ar-queológicas realizadas en las plazas y estructuras asocia-das de dos grandes conglomerados circumpuneños del si-glo XIV –Los Amarillos (quebrada de Humahuaca) yLaqaya (Norte de Lípez)– demostrando la presencia deevidencias derivadas de aquellas prácticas.

Palabras claves: Período de Desarrollos Regionales– Humahuaca – Lípez – culto a los antepasados – chullpas– prácticas corporativas – complejidad social.

ABSTRACT

We propose that several practices of decentralizedgovernment and corporate resource appropriationobserved in the Andes by the European conquerors in the16th century were already present among Circumpunasocieties during the Late Regional Developments Period(AD 1250-1430). To support this statement, we begin byconsidering some ethonhistorically documented politicalpractices related to segmentary integration and ancestorveneration, putting emphasis on some of the materialcorrelates that could be associated with them. Then, wepresent the results of archaeological research conductedin the plazas and associated structures of two largeCircumpuna, nucleated settlements that were used duringthe 14th century –Los Amarillos (quebrada de Humahuaca)and Laqaya (North Lípez)– demonstrating the presenceof evidences derived from those practices.

Key words: Regional Developments Period – Humahuaca– Lípez – ancestor worship – chullpas – corporativepractices – social complexity.

Recibido: septiembre 2005. Aceptado: febrero 2006.

Introducción

Pocos investigadores cuestionarían la idea de queel tránsito, durante los primeros siglos del segun-do milenio DC, entre el Período Medio o Forma-tivo Tardío y el Período Intermedio Tardío o deDesarrollos Regionales, implicó cambios socialesprofundos en la mayoría de los pueblos circum-puneños. Menos acuerdo existe, sin embargo, encuanto a la interpretación de estos cambios.Específicamente, ¿qué diferencias existen entre lasformaciones económicas y políticas de fines delprimer milenio DC y las que caracterizaban a es-tos pueblos al momento de la expansión incaica?¿Se trata simplemente de cambios en la escala(demográfica, territorial, productiva) de estas or-ganizaciones, o se trata de una transformación másprofunda, del modo en que se relacionan las per-sonas y se constituyen las colectividades? Eviden-temente, estamos lejos aún de contar con la evi-dencia necesaria para responder a estas pregun-tas, por lo que nuestro propósito aquí es sólo con-tribuir a la reflexión sobre el tema a través de ladiscusión de las prácticas desarrolladas en los es-pacios públicos de algunos de los grandes con-glomerados habitacionales circumpuneños delPeríodo de Desarrollos Regionales. Elegimos estaentrada al problema bajo la sencilla premisa deque lo que la gente hace en el espacio públicoguarda una estrecha relación con las institucionesy representaciones que rigen la vida política de lacomunidad y estructuran el espacio social en suconjunto (sensu Bourdieu 1980).

Como lo señalaron hace tiempo Madrazo yOttonello (1966), algunas de las manifestacionesarqueológicas más dramáticas de las transforma-ciones sociopolíticas aludidas al comienzo se en-cuentran en los asentamientos, que –sobre todoen las regiones con economías agrícolas– aumen-tan rápidamente su tamaño y concentraciónedilicia, además de trasladarse a emplazamientosde valor defensivo. Otra novedad que muestran

1 CONICET - Instituto Interdisciplinario Tilcara, Universi-dad de Buenos Aires, Tilcara. Casilla de Correo 14 (4624)Tilcara, ARGENTINA. Email: [email protected]

Estudios Atacameños N° 31, pp. 63-89 (2006)

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los poblados de esta época es la aparición de es-pacios públicos de reunión claramente definidos.A veces estas “plazas”2 aparecen como grandesáreas despejadas que se recortan claramente con-tra la densa red de edificación de los conglomera-dos (p.e., Tastil en el Toro, Juella en Humahuaca,Cruz Vinto en el Norte de Lípez), en otros casosse trata de recintos de forma irregular encerradospor muros, pero de excepcional tamaño (LosAmarillos en Humahuaca, Laqaya en el Norte deLípez). Algunos se encuentran cerca del centrogeométrico de los sitios, mientras que otros seubican hacia los bordes (Volcán en Humahuaca,Doncellas en la puna) o hasta segregados del nú-cleo habitacional (Likán en el Loa Superior), apro-vechando elevaciones naturales del terreno. Amenudo se asocian a los principales accesos o seconstituyen en nodos donde convergen las redesde circulación interna de los poblados. Estas pro-piedades, como capacidad excepcional en relaciónal contexto edilicio, alta visibilidad (tanto exposi-ción como dominio visual en relación a las insta-laciones) y centralidad en las redes de circulación,permiten afirmar que las plazas constituían ele-mentos destacados en la experiencia cotidiana delas comunidades de la época.

Los espacios públicos no se presentan en todoslos conglomerados preincaicos, sino aparentemen-te sólo en los de mayor tamaño relativo para cadaregión. Más aún, algunos de los poblados de ma-yor envergadura (Tastil, Los Amarillos) parecencontar con varias plazas de distintos tamaños ycaracterísticas, que suponemos afectas a diversas

actividades. La distribución diferencial de estosespacios y su aparente correlación con el tamañode las comunidades asociadas nos llevó hace tiem-po a ver en los espacios públicos un principio dediferenciación de los asentamientos y una expre-sión del surgimiento de estructuras políticasmulticomunitarias de una escala sin precedentese internamente jerarquizadas, al menos en térmi-nos del control diferencial que ejercían ciertossectores sobre prácticas y situaciones de impor-tancia pública (Nielsen 1996b, 2002).

En esta oportunidad queremos dar un paso más,buscando precisar cuáles fueron algunas de estasprácticas políticas y lo que implican para enten-der la organización y dinámica de las formacio-nes sociales que se constituyeron en los Andescircumpuneños durante los primeros siglos delsegundo milenio de nuestra era. Con este objeti-vo, en las próximas páginas presentamos y discu-timos los resultados de investigaciones realizadasen dos espacios públicos insertos en dos grandesconglomerados que parecen haber alcanzado sumáximo tamaño y complejidad en el siglo XIV,en vísperas de la conquista incaica: Los Amari-llos en la quebrada de Humahuaca y Laqaya en elNorte de Lípez.3

El trabajo se desarrolla en seis secciones princi-pales. En la primera se reseñan algunas caracte-rísticas de las formaciones sociales de orientacióncorporativa o comunal compleja. La segunda ytercera destacan datos proporcionados por laetnohistoria y la etnografía sobre la existencia deprácticas entre los pueblos surandinos que nosremiten a algunas de estas formas organizativas,generando a partir de ellas algunas expectativas

2 Para simplificar la terminología, nos referiremos a estasáreas como “espacios públicos” –aunque entendemos queexisten otros tipos de espacios públicos formal yfuncionalmente diferentes como, por ejemplo, las propiasvías de circulación o sectores defensivos de los pucaras,por mencionar sólo algunos– o “plazas,” tomando en esteúltimo caso como referencia la definición formal que ofre-ce la Real Academia Española (2001: 1784): “(Del lat. vulg.*platt_a). f. Lugar ancho y espacioso dentro de un poblado,al que suelen afluir varias calles”, sin adoptar supuestos so-bre su función o significado. El uso del adjetivo “público”sólo se refiere a que, dada su gran capacidad y accesibilidad,es razonable inferir que fueron espacios diseñados para serocupados por gran número de personas; no pretendemostransponer al pasado andino las connotaciones que la opo-sición “público-privado” asume en nuestra propia cultura.En otros trabajos (Nielsen 1996a) hemos empleado en estesentido “espacios de ocupación comunitaria,” expresión quepreferimos no utilizar ahora para no complicar innecesaria-mente el texto.

3 Designamos “Norte de Lípez” a la región arqueológica co-rrespondiente al salar de Chiguana y la porción sur de lacuenca de Uyuni, que como región ecológica se distinguedel resto del altiplano al sur del gran salar por ser la únicaque permite el desarrollo de una agricultura económica-mente significativa (Nielsen 1997). Es preciso señalar, sinembargo, que en la literatura y documentación históricas el“norte de Lípez” abarca comunidades situadas al norte delSalar, como Llica y Tahua. Esta diferencia podría suscitarconfusiones, pero hay que tener en cuenta que antes denosotros Lecoq (1999) ya había englobado las tierras alnorte del salar de Uyuni –donde había investigado– en loque llamó “Región Intersalar”. Esta distinción tiene, ade-más, relevancia arqueológica, ya que existen diferenciasentre la cultura material de los sitios prehispánicos tardíosde la margen norte y sur del salar de Uyuni.

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respecto al uso de los espacios públicos. La cuar-ta y quinta sección presentan sintéticamente losresultados de las investigaciones arqueológicasrealizadas en los dos sitios mencionados. En elapartado final se discute el significado que po-drían tener los datos presentados a la luz de laspropuestas teóricas y etnohistóricas delineadas alcomienzo.

Modos de integración y unidades deapropiación

Hace tiempo ya, McGuire (1983) señaló la im-portancia de tratar con independencia analíticadistintos aspectos de la complejidad social, iden-tificando a la heterogeneidad y a la desigualdadcomo dos dimensiones fundamentales de este fe-nómeno. Durante la última década, la literaturasobre formaciones sociales de orientación corpo-rativa (Blanton et al. 1996; Feinman 2000) o co-munal (McGuire y Saitta 1996) ha puesto de re-lieve dimensiones de variabilidad más específicasignoradas por los modelos neoevolucionistas so-bre el surgimiento de las jefaturas (Earle 1997) yla desigualdad social (Hayden 2001), que han pri-vilegiado la consideración de prácticas políticasde orientación individualista y basadas en la ex-clusión social. Teniendo en cuenta que el pensa-miento neoevolucionista ha ejercido una verdade-ra “hegemonía heurística” en la arqueologíasurandina desde la década de 1970, la reflexiónteórica sobre las formaciones corporativas cobraespecial importancia, ya que nos ofrece la posibi-lidad de pensar las sociedades prehispánicas delárea desde una óptica diferente.

En su artículo sobre “teoría procesual-dual”Blanton y colaboradores (1996), retomando apor-tes de numerosos autores anteriores, caracterizana las sociedades corporativas por oposición a lassociedades “de red” (network). Estas dos “estra-tegias” o “modos de acción política” representa-rían extremos en un eje de variación continua queintersectaría “perpendicularmente” al de igualdad-jerarquía (Feinman 2000: 32), definiendo así unadimensión independiente para el análisis de ladiversidad en formaciones sociales con distintogrado de complejidad. Una consideración detalla-da de esta propuesta, pone en evidencia que elcontinuo “de red-corporativo” comprende en rea-lidad distintos aspectos que, a falta de argumen-tos que establezcan su relación y posible interde-pendencia, convendría tratar como variables

organizativas diferentes. Interesa aquí destacar dosde estas dimensiones, que podríamos denominarel modo de integración política (centralizado-des-centralizado) y las unidades sociales de apropia-ción de recursos (individuos-grupos). La conside-ración de estas y otras variables permite llevar lareflexión más allá del problema de decidir si unasociedad determinada es más o menos desigual ocompleja hacia la investigación de las múltiplesformas que puede asumir esa desigualdad o com-plejidad.

Por “modo de integración política” nos referimosa la distribución de las capacidades de decisiónsobre asuntos de interés colectivo entre los inte-grantes de una unidad política discreta. En unextremo, estas pueden concentrarse en un indivi-duo o grupo (centralización), mientras que en elotro se encontrarían dispersas entre muchos o to-dos los miembros de la colectividad (descentrali-zación), requiriéndose la concertación de múlti-ples voluntades para la toma de decisiones de in-terés común. El modo de integración podría pen-sarse como un aspecto de la desigualdad que com-promete a la distribución del poder político, peroteniendo en cuenta que la circulación de esta for-ma de capital posee una dinámica distintiva(Bourdieu 1991) conviene analizarlo como uncampo de acción diferente a los que se constitu-yen en torno a la circulación de capitales econó-micos o culturales. Como tal, interesa no sólodescribir su forma en un caso determinado (p.e.,su grado de centralización relativa), sino las es-trategias o prácticas concretas a través de las cua-les los actores negocian la distribución de recur-sos en cuestión.

Los arreglos institucionales –como las prácticassocialmente reproducidas y cosmológicamentelegitimadas (Douglas 1986: 46)– que permitiríansostener un orden descentralizado, aun en el casode Estados y otras sociedades complejas, son muyvariados. Algunos ejemplos que han sido mencio-nados en la literatura sobre formaciones corpora-tivas incluyen: el gobierno mediante concertaciónde todos los miembros de la colectividad (asam-bleas) o de representantes de todas las unidadessociales que la componen; el énfasis en el com-portamiento (moral o ritualmente) ejemplar comocondición del gobernante y mecanismos de co-municación reflexiva que sometan regularmentelas autoridades a evaluación pública; la retenciónde facultades políticas (p.e., nombrar o fiscalizar

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autoridades, ciertas decisiones) por parte de lasunidades sociales de orden inferior en la estructu-ra y la participación activa de estas unidades enel ceremonial público y en el control de otros ri-tos de importancia para la reproducción culturaldel grupo. En ausencia de instituciones centralescon suficiente poder para prevenir coactivamentela fisión de las unidades constitutivas, las forma-ciones políticas descentralizadas se caracterizantambién por la vigencia de prácticas tendientes areforzar la identidad y cohesión del conjunto.Entre ellas se encuentra el énfasis en expresionesrituales y códigos cognitivos ampliamente com-partidos, así como en el uso de materialidadescomunes (arquitectura, vestimenta, elementos deuso cotidiano) que refuerzan la experiencia depertenecer a una misma comunidad (Blanton etal. 1996; Blanton 1998: 154-170; Feinman 2000).

Si bien la descentralización ha sido reiteradamen-te señalada como un atributo de las sociedades“corporativas” o “comunales”, estos últimos con-ceptos no se refieren tanto a la distribución delpoder político (o de otro tipo) en la sociedad ensu conjunto como al tipo de unidad social, donderesiden estas capacidades o en el control de losrecursos que las sustentan. Mientras que en lassociedades de red son los individuos quienes seapropian directamente los recursos (bienes sun-tuarios o de subsistencia, conocimiento, lealtades,prestigio) en las sociedades corporativas estos seencuentran en poder de grupos, pudiendo usufruc-tuarlos los individuos sólo en virtud de su perte-nencia a determinadas colectividades. La dimen-sión individual-corporativa, como eje de tensióno negociación propia de toda organización políti-ca, se define por la confrontación de dos tipos deestrategias: una de ellas articulada en torno a losintereses individuales de los actores, la otra a par-tir de intereses o proyectos compartidos por con-juntos de personas.

Las prácticas que mantienen el control corporati-vo sobre distintos tipos de capital son tambiéndiversas, pero generalmente incluyen cierta repre-sión o enmascaramiento de la identidad y otrasexpresiones individuales a favor de los referentescolectivos, lo que resulta en cierto “anonimato delpoder”. Esto se refleja, por ejemplo, en la escasaimportancia que revisten en estas formaciones elconsumo conspicuo y otras formas de glorifica-ción de los gobernantes o miembros de la élite(los indicadores arqueológicos más utilizados para

argumentar sobre el surgimiento de sociedadescomplejas), que ceden paso a ceremonias públi-cas centradas en principios cosmológicosinclusivos, con énfasis en la redistribución, en losemblemas de mando y en los códigos cognitivosque sustentan el orden social. Si existen jerarquías,estas no privilegian a individuos, sino a grupos ocategorías de personas definidas por descenden-cia, ocupación, etnicidad o algún otro criterio.

Integración segmentaria y apropiacióncorporativa en los Andes

Como es sabido, durante las últimas décadas laarqueología andina ha hecho amplio uso de mo-delos etnohistóricos y etnográficos para interpre-tar la economía de las sociedades prehispánicas,pero salvo contadas excepciones (p.e., Aldunate yCastro 1981; Castro et al. 1984; Schiappacasse ycolaboradores 1989), apenas ha explorado lasposibilidades de estas fuentes de información paramodelar las estructuras y prácticas políticas pre-téritas. Recién durante la última década se advierteentre los arqueólogos un interés por desarrollarmás sistemáticamente esta línea de investigación(p.e., Albarracín 1996; Isbell 1997). La conside-ración de las sociedades andinas históricas esimportante para nuestro argumento, ya que per-mite relacionar algunos de los arreglosinstitucionales recién delineados en forma gené-rica con prácticas específicas, comenzando así avisualizar las evidencias arqueológicas que podríanresultar de ellos. Como el tema ha sido reciente-mente tratado en la literatura, nos limitaremos aquía hacer una reseña selectiva4 con el único propó-sito de generar expectativas respecto al uso de losespacios públicos que sirvan como marco de re-ferencia para la interpretación de los datos arqueo-lógicos.

4 Esta síntesis combina referencias a la organización de gru-pos quechua y aymara hablantes de diversas regiones, pa-sando por alto importantes diferencias entre ellos. Así, porejemplo, el término ayllu posee connotaciones muy diver-sas según el lugar, enfatizando en algunos casos los aspec-tos territoriales, en otros, el parentesco. Nuestro propósito,sin embargo, no es describir las prácticas políticas de ungrupo particular, sino extraer algunos principios organi-zativos generales vigentes en distintas partes de los Andesa la llegada de los europeos para utilizarlos como hipótesiscuya pertinencia para la interpretación de casos particula-res será evaluada arqueológicamente.

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La etnohistoria indica que muchos de los “seño-ríos étnicos” encontrados por los europeos en losAndes en el siglo XVI respondían a una estructu-ra segmentaria5 en la que se reconocen algunasde las formas de gobierno descentralizado y deapropiación corporativa mencionadas anteriormen-te. Las organizaciones segmentarias se caracteri-zan por la yuxtaposición de unidades semejantesque retienen su identidad y autonomía relativa,aunque subordinándose a una estructura políticamayor. En el caso andino, esas unidades eran losayllus, que se agrupaban formando niveles degestión crecientemente inclusivos (ayllus meno-res, mayores, mitades, grupos étnicos, confedera-ciones) cada uno de ellos a cargo de autoridadeso curacas (jilaqatas, mallku, qhapaq mallku),acompañados a menudo por “segundas personas”,cuyas atribuciones abarcaban desde el cogobiernohasta el reemplazo o sucesión (Platt 1987: 73). Almenos en los niveles superiores de la estructura,estas autoridades eran provistas exclusivamentepor ciertos ayllu o “casas principales” (Platt 1987;Izko 1992; Pärssinen 1992). Como responsablesde las funciones de gobierno y el culto a lashuacas, los curacas percibían servicios, transfor-mando de este modo sus privilegios políticos enformas excepcionales de apropiación del trabajocomunitario. A pesar de estas desigualdades es-tructurales, cada “parcialidad” retenía el controlsobre los medios de producción básicos (la tierray la fuerza de trabajo), el derecho a nombrar ofiscalizar las autoridades locales y la devoción asus huacas. Se combinaban de este modo institu-ciones de gobierno centralizadas-jerárquicas conotras descentralizadas-heterárquicas en el seno delas mismas formaciones políticas.

Como sucede en otras sociedades segmentarias(Kuper 1982), la identidad de los ayllus se fun-daba en dos lógicas indisolublemente unidas: unaterritorial, otra de parentesco. De acuerdo a laprimera de ellas, los miembros del ayllu eran per-sonas que administraban corporativamente la tie-rra y otros recursos estratégicos asociados a ella,como el agua o las pasturas (Rasnake 1989: 54;Izko 1992: 47-48). Según la lógica del parentes-co, eran descendientes de antepasados comunes,

reales o míticos, que se consideraban propieta-rios últimos de la tierra y fuentes de toda autori-dad. En este sentido, la memoria de los antepa-sados actuaba como sustento ideológico de laidentidad, autonomía y autarquía relativas de cadaayllu dentro de la estructura política mayor. Estamisma lógica, sin embargo, operaba tambiéncomo justificación de las jerarquías políticas. Elderecho de cada linaje o ayllu a proveer las auto-ridades y a percibir los tributos correspondientesse relacionaba con la posición que ocupaba suancestro fundador en una jerarquía que abarcabano sólo a los antepasados, sino a otras huacas oentidades sobrenaturales, cuyas relaciones tam-bién se entendían de acuerdo a la lógica del pa-rentesco, como una cadena de descendencia en-tre deidades. Los informes de los extirpadores deidolatrías, como el Padre Arriaga (1968 [1621]:22-32), por ejemplo, reconocen una jerarquía decuatro rangos:

1. El sol (Punchao o Inti), la luna (Quilla), cier-tas estrellas (p.e., las Pléyades u Oncoy), el rayo(Libiac o Illapa) y la tierra (Mamapacha).

2. Pacarinas, lugares de origen de cada grupovenerados en forma de cerros destacados(Mallkus), lagos o grandes rocas.

3. Malquis o “huesos o momias de sus ancestrospaganos, que llaman los hijos de las huacas”.

4. Rocas de formas singulares o conopas, consi-derados ídolos o deidades del mundo doméstico.

También existían diferencias de rango entre lospropios antepasados. Las tradiciones orales expli-caban cómo estas asimetrías derivaban de jerar-quías de origen, relaciones de parentesco entremalquis o habían surgido en el curso de aconteci-mientos bélicos, cuando ciertas huacas habían es-tablecido su supremacía sobre otras o conquista-do nuevos territorios.6 Estas tradiciones incluíantambién información sobre la distancia genealó-gica que presuntamente separaba a linajes y par-cialidades específicas de aquellas entidades ances-

5 Ha sido mérito de Albarracín (1996, 1997) llamar la aten-ción sobre las posibilidades del modelo de organizaciónsegmentaria para la interpretación de las estructuras políti-cas prehispánicas en los Andes.

6 Este punto establece una conexión directa, al menos a nivelde la memoria colectiva, entre las antiguas guerras y elsurgimiento de asimetrías políticas propias de las organiza-ciones segmentarias, como lo propone Platt 1987 (Nielsen1996b, 2002).

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trales. Se completaba así una lógica que conjuga-ba argumentos históricos –contingencias míticas–y genealógicos para anclar las desigualdades so-ciales –así como sus limitantes institucionales– enun modelo cosmológico ampliamente compartido.

Es importante destacar que las jerarquías queapuntalaba esta ideología estaban referidas a gru-pos antes que a individuos. A diferencia de lo quesucede con la veneración a los antepasados ensociedades de red (p.e., entre los Mayas clásicos[McAnnany 1995]), en los Andes la memoria delos ancestros operaba como una forma de“despersonalización” de la autoridad, cuyos po-deres no estaban necesariamente ligados a la per-sona del dirigente (sus méritos, sus contactos), sinoque residían en la huaca o antepasado –el refe-rente mítico del grupo– que el individuo que ac-tuaba como curaca encarnaba contingentementea partir de las ceremonias de investidura y la po-sesión de los emblemas (J. L. Martínez 1995). Laapropiación corporativa del poder se mantenía,además, a través de arreglos institucionales queobligaban a los individuos que ejercían funcionespolíticas a negociar constantemente con los de-más miembros del linaje o ayllu (Platt 1987; Pease1992). Primero, porque la selección de los curacasno resultaba de la aplicación automática de unanorma (p.e., primogenitura), sino que dependía deun consejo de mayores que juzgaban las aptitu-des de diversos candidatos. Segundo, porque lasdecisiones y movilización de excedentes reque-rían del concurso tanto de las autoridades inferio-res y superiores de la estructura segmentaria comode sus pares (segundas personas, líderes de otrasmitades o ayllus).

Prácticas segmentarias y corporativas en elespacio público

Acabamos de argumentar que, en el siglo XVI, elculto a los antepasados proporcionaba la lógicacultural en que se fundaban (y negociaban) losaspectos tanto jerárquicos como descentralizadosy corporativos de las formaciones políticasandinas. Si esto es así, la investigación de los orí-genes y variaciones organizativas que experimen-taron estas prácticas ofrecería una importante víapara rastrear la historia de estas instituciones y sudiversidad regional. La arqueología ofrece una víade acercamiento privilegiada a estos matices dela práctica, ya que sus evidencias son consecuen-cia directa de la acción pasada en toda su especi-

ficidad. Puesto que las referencias etnohistóricasy etnográficas indican que la veneración de losancestros comprometía con frecuencia al espaciopúblico, las plazas se convierten en contextos pri-vilegiados para una exploración de este tipo. Eneste caso tomaremos en cuenta tres líneas de evi-dencia que podrían relacionar directamente lasactividades, estructura y contenido de las plazascon la veneración a los antepasados y con las for-mas organizativas hasta aquí consideradas: lamaterialidad de los ancestros, la espacialidadsegmentaria manifiesta en el ámbito público y laimportancia de las fiestas comunitarias en la re-producción del grupo y su estructura (Saignes1993: 60).

La piedra angular del culto a los antepasados re-side en una serie de prácticas que permiten a losdifuntos y otras entidades “ancestrales” interactuarcon los vivos. A través de ellas, estas deidadescontribuyen a naturalizar la arbitrariedad de lasrelaciones de poder, no sólo por referencia a unorden (más o menos asimétrico) que existió en unpasado mítico, sino convirtiendo ese orden en unhecho actual, al incorporarse ellas mismas a laexperiencia cotidiana de las personas. Para ello,estos cultos involucran siempre metonimias omaterialidades duraderas (lugares, objetos) queactúan como referentes empíricos de los difuntoso se experimentan como “animadas por su agen-cia” (Meskell 2004; Nielsen 2006).

En los Andes el principal referente del ancestroera el cuerpo del difunto o partes de él (la mo-mia, los huesos o fardos conteniendo restos decabellos o recortes de uñas). El alma de los ante-pasados, sin embargo, también habitaba en otrasmaterialidades, incluyendo imágenes o figurinas(“ídolos”), máscaras, ciertos textiles, monolitos,sepulcros, afloramientos rocosos de aparienciasingular y ciertas geoformas, como los cerros pro-minentes o las cuevas (Kaulicke 2001). Isbell(1997) ha argumentado que los “sepulcros abier-tos” (monumentos mortuorios que permitían a laspersonas acceder regularmente a su contenido)eran tan significativos como los propios malquisen la veneración de los antepasados andinos. Estaidea se encontraría avalada por los testimoniosescritos de la Conquista, que abundan en referen-cias a la dedicación puesta por los andinos en laconfección y mantenimiento de los sepulcros desus antepasados (Cieza de León 1996 [1553]: Cap.C). Puesto que estas estructuras se preservan me-

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jor que los cuerpos y a menudo sobrevivieron laextirpación de idolatrías, Isbell concluye que lossepulcros abiertos constituyen el mejor indicadorarqueológico del surgimiento de formas de orga-nización comparables al ayllu etnohistórico. Ba-sándose en una amplia revisión de casos, enu-mera una serie de atributos arquitectónicos queayudarían a reconocer los sepulcros abiertos,aunque en ausencia de restos humanos no con-sidera que ninguno de ellos sea condición ne-cesaria o suficiente para atribuir esta función auna estructura. Entre ellos, nos interesa destacarla calidad de la construcción, su emplazamientosobre plataformas, la asociación con plazas okayanas y la presencia de nichos u otros rasgosque permitían la colocación de ofrendas yparafernalia ritual (Isbell 1997: 156).

Cabe destacar que ninguno de estos detalles nosremite necesariamente a la presunta funciónmortuoria de los edificios –a su interpretacióncomo sepulcro– sino que revelan su importanciapública o se relacionan con las prácticas de vene-ración asociadas. Coincidimos con Isbell en laimportancia que atribuye a los sepulcros abiertoscomo metonimias del antepasado, pero conside-ramos innecesario limitar la discusión a estas es-tructuras o a otras con función mortuoria, ya queexcluye del argumento a otras expresiones monu-mentales del ancestro que desempeñaron un pa-pel semejante en la práctica social. Ejemplos bienconocidos son las grandes rocas o monolitos(huancas), “hombres que fueron convertidos enpiedra”, según Arriaga (1968 [1621]: 24), consi-derados contrapartes pétreas de los malqui(Duviols 1979) o los propios cerros. Aunque al-bergar el cuerpo del difunto –o parte de él– fuerala principal vía por la que el antepasado animabaciertas materialidades era sólo una de las formasposibles. Otras probablemente incluían las propiasnarraciones míticas referidas a ciertos objetos ylugares, relaciones de mímesis (mediante pintu-ras, máscaras) o alineamiento (orientación haciacerros o pacarinas), ofrendas fundacionales, ritosdedicatorios, challas e invocaciones, como las quese realizan actualmente al iniciar ciertas ceremo-nias, cuando se convoca a los espíritus de los ce-rros y otras huacas por sus nombres.

Estas alternativas plantean desafíos a la inferen-cia arqueológica que sólo pueden ser resueltosmediante un análisis contextual “denso”. Aquí sólo

queremos enfatizar que la vinculación de distin-tos objetos, estructuras, lugares y actividades conla ancestralidad era fundamental para transponerla memoria del antepasado y las disposicionesasociadas fuera del contexto mortuorio a otroscampos de la acción, incorporando así los antepa-sados y el orden por ellos fundado a la experien-cia cotidiana de la comunidad. Desde este puntode vista, la polifuncionalidad de estas representa-ciones era tan importante como su monumenta-lidad (visibilidad y duración), punto sobre el quevolveremos en la discusión.

Las grandes fiestas realizadas periódicamente enlas plazas, donde se reunía la mayor parte de lacomunidad, eran situaciones privilegiadas para elencuentro con los antepasados. Así lo sugiere lasiguiente descripción:

“Se agrupan en la plaza por clanes y parcialida-des y sacan los cuerpos momificados de susancestros, llamados munaos en las tierras bajasy malquis en la sierra, junto con los cuerpos ro-bados de la iglesia, y da la impresión de que losvivos y los muertos hubieran llegado al juicio.También sacan sus huacas personales, y los sa-cerdotes más destacados sacan las huacas queveneran en común. Se les preparan ofrendas y seexhiben las vestimentas que se utilizan en las fies-tas y los plumajes con que se adornan, las vasijas,cántaros y vasos usados para hacer y tomar chi-cha que se ofrecen a las huacas, las trompetas, porlo general de cobre pero a veces de plata, y losgrandes cuernos y otros instrumentos con los queconvocan al festival” (Arriaga (1968 [1621]: 19).

Este pasaje revela cómo en las celebraciones pú-blicas se ponía en juego, a través del ritual y lasmaterialidades asociadas, la tensión entre fisión eintegración propia de las formaciones descentra-lizadas. Por un lado, la segmentación de la socie-dad se replica en la celebración a través de la pre-sencia en la plaza de los fundadores de cada ayllu(malquis) y quizás de unidades sociales aún me-nores (las huacas personales). Esta fragmentaciónsocio-ritual encuentra su contrapartida integradora,sin embargo, en las huacas veneradas por todos,asistidas por las autoridades principales de la co-munidad. La identidad de cada grupo de descen-dencia se expresa también en la espacialidad dela ceremonia, agrupándose las personas en la pla-za por “clanes”. La misma práctica ha sido obser-vada en las fiestas andinas actuales, en las que

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los miembros de cada ayllu ocupan posicionesdiscretas y claramente pautadas durante el trans-curso de toda la celebración (G. Martínez 1989;Rasnake 1989). Esta “espacialidad segmentaria”se extiende al propio ámbito público y a su con-tenido (objetos, rasgos, estructuras, entre otros),como lo ejemplifica el trabajo etnográfico de G.Martínez (1989) en Isluga, donde cada mitad oayllu es responsable del mantenimiento de ciertoscalvarios, imágenes o sectores de la iglesia cató-lica. Por último, la descripción muestra que la fies-ta se estructuraba en torno a grupos y sus referen-tes sobrenaturales (huacas) antes que a la perso-na de los gobernantes u otros individuos, lo queresulta consistente con la naturaleza corporativadel orden social.

Como lo subrayamos anteriormente, sin embar-go, los ancestros no actuaban sólo como referen-tes míticos de los poderes y autonomías corpora-tivas, sino también de sus jerarquías. La transmi-sión de “agencia ancestral” a ciertos objetos, es-tructuras y geoformas definía entonces a la mate-rialidad como una arena en la que se reproducíany renegociaban estas relaciones a través de un“diálogo silencioso” de posiciones, formas y sus-tancias con implicancias valorativas. La calidadde los atuendos que vestían los malquis, por ejem-plo, dependía de su rango, reservándose los teji-dos cumbi y ciertos colores o diseños exclusiva-mente para individuos de gran importancia. Lomismo sucedía con las ofrendas y la vajilla em-pleada en “alimentarlos” durante las fiestas, enlas que se empleaban metales para los principa-les, pero sólo arcilla para los más pobres (GuamánPoma 1980 [1615]: 231).

Varios testigos (p.e., Guamán Poma 1980 [1615]:231; Arriaga 1968 [1621]) informan que durantelas celebraciones públicas los malquis y otros ído-los se ubicaban en la plaza de acuerdo a su rango,lo que pone de relieve la capacidad del espaciopara establecer diferencias de poder entre las per-sonas. Las jerarquías espaciales obedecían a dife-rentes diseños (p.e., oposiciones arriba-abajo, se-cuencias de derecha a izquierda o centro-derecha-izquierda: “triadismo lineal y concéntrico”, res-pectivamente, según Pärssinen 1992). Estos mo-delos jerárquico-espaciales también se plasmaríanen la forma y disposición de ciertos sepulcros yotras materialidades ancestrales, como lo sugiereel siguiente testimonio de una visita de idolatríasdel siglo XVII, donde se describen los hallazgos

realizados en la plaza de un antiguo poblado ollacta:

“Descubrieron un gran simulacro y templo de lostiempos paganos que tenía un pequeña plaza ymuchos cuartos pequeños a su alrededor, y en elmedio tres tumbas encerradas por muros de pie-dra, y abrieron y cavaron en la del medio y mos-tró el ídolo llamado Auca Atama, que era un cuer-po de un individuo pagano que los indios de esteayllu y los de Nanis adoraban, porque era su pri-mer progenitor y conquistador y fundador delpueblo, y abrieron y cavaron las dos tumbas queestaban a ambos lados y mostraron cuatro ídolosmalquis llamados Poron Tambo, Cunquis, Xulcasy Pariasca, quienes dijeron a través de los dichosintérpretes que eran hijos del dicho malqui, lla-mado Auca Atama, y a los costados de los dichosmalquis, en unas pequeñas ventanas como capi-llas, mostraron cuatro ídolos conopa” (cit. enIsbell 1997: 91-92; la traducción es nuestra).

El consumo común de cantidades y calidades ex-traordinarias de comidas y bebidas era un aspectocentral de las celebraciones públicas. Estas prác-ticas, acompañadas por danzas y cantares queconmemoraban las hazañas de los antepasados–en algunos casos específicamente de los guerre-ros preincas (Saignes 1993: 60)– y la propia em-briaguez, permitían un contacto directo entre lacomunidad y sus antepasados, al tiempo que di-luía las fronteras entre el presente y el pasadomítico que dio origen al orden social.

Las fuentes etnohistóricas y etnográficas coinci-den en que la organización de fiestas en honor alas huacas era una de las responsabilidades de lasautoridades –que justificaba, en parte, la percep-ción del tributo– y que en ellas participaba la to-talidad de la comunidad (Murra 1975; Rasnake1989; Pease 1992). La “redistribución” de recur-sos y trabajo en las fiestas reproducía los aspec-tos jerárquicos, descentralizados e integrativos delas formaciones segmentarias. En primer lugar,porque la aceptación de la hospitalidad del curacapor los miembros de la comunidad implicaba (re-cíprocamente) una reafirmación de las obligacio-nes tributarias, a la vez que acrecentaba el presti-gio (capital simbólico) de las autoridades. Segun-do, la participación activa de todos o la mayoríade los grupos domésticos (sobre todo las muje-res) en la producción del evento y de los recursosque demandaba (ver p.e., Moore 1989) replicaba

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los aspectos descentralizados de la sociedad,permitiendo a las unidades sociales mínimas in-tervenir activamente en el ritual público que encar-naba el orden político, reconociendo allí los frutosde su trabajo. Tercero, las celebraciones públicasoperaban como una fuerza integradora fundamen-tal para contrarrestar la tendencia a la disgregaciónpropia de las formaciones segmentarias (Isbell1997: 95-97) no sólo por tornar la colectividad enuna realidad tangible al congregar en un mismoespacio a los miembros de las distintas parciali-dades o comunidades subordinadas a la misma es-tructura política, sino también por algunas de lasconnotaciones simbólicas de este tipo de prácticas.Dietler (2000: 69-70), por ejemplo, sostiene que elpoder integrador del “comensalismo político” de-riva de sus evidentes conexiones con la experien-cia diaria de compartir alimentos en el ámbito do-méstico. A través de esta evocación, estos ritos es-tablecen un nexo práctico y experiencial entre lopúblico y lo doméstico, el ceremonial y la vidacotidiana, la comunidad y el individuo o su grupofamiliar. En suma, la fiesta comunal permitía re-novar la trama total de relaciones que daba formaa la sociedad (Dietler 2000: 73).

El comensalismo político cobra expresión arqueo-lógica en una serie de espacios (áreas capaces dealbergar a gran cantidad de personas), rasgos (es-tructuras para procesamiento de comidas en gran-des cantidades o de dimensiones poco comunes opara la exhibición de los recursos a consumir),artefactos (tamaños y cantidades de vasijas) ydesechos alimenticios de carácter excepcional(Hayden 2000: 40-41). Pero, como se indicó an-teriormente, en las fiestas andinas los alimentos yel alcohol no sólo circulaban entre los vivos, sinoque eran literalmente compartidos con los difun-tos, lo que requería de dispositivos especiales,como los observados por Pedro Pizarro:

“Y hacían fuegos frente a los difuntos con un pe-dazo de madera muy seca… Habiendo prendidofuego a este pedazo de madera, quemaban aquítodo lo que habían puesto delante del difunto paraque pudiera comer las cosas que ellos comían, yaquí en este fuego las consumían. Asimismo, de-lante de estos difuntos tenían unas vasijas gran-des, que llaman verquis, hechas de oro, plata obarro, cada uno de acuerdo a su deseo, y adentrovertían la chicha que le daban al hombre muertocon mucha ostentación… Cuando los verquis es-taban llenos, los vaciaban en una piedra redonda

en el medio de la plaza, y que decían que era unídolo, y estaba hecha alrededor de una pequeñaabertura por la que [la chicha] se escurría porunos caños que hacían bajo el suelo” (Pizarro1571, cit. en Isbell 1997: 42-43).

Acciones semejantes y algunos de los objetos queinvolucraban (como p.e., vasijas de boca ancha ovirques de acuerdo a la denominación actual) hansido también ilustradas por Guamán Poma (1980[1615]: 263, 269) como lo ejemplifica el dibujode un funeral en el Collasuyu reproducido en laFigura 1. Estos objetos permitirían en principiorastrear arqueológicamente algunas de estas ac-ciones, como lo argumentaremos en la discusión.

Sintetizando, si las prácticas hasta aquí conside-radas se encontraran ya vigentes entre los pue-blos preincaicos de los Andes circumpuneños,esperaríamos encontrar en sus espacios públicostestimonios de:

1. Ceremonias focalizadas en representaciones delos antepasados como guardianes del orden cor-porativo.

Figura 1. Entierro en el Kollasuyu según Guamán Poma de Ayala(1980 [1615]: 268).

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2. Referentes de identidades corporativas segmen-tadas (múltiples representaciones ancestrales) yjerarquizadas (mediante posiciones o formas) se-gún la magnitud de las asimetrías existentes entrelos grupos constitutivos.

3. Materialidades integradoras o abarcativas.

4. Consumo colectivo de comidas y bebidas decarácter excepcional.

El sector central de Los Amarillos

Los Amarillos es uno de los asentamientos con-glomerados de mayores dimensiones que se co-nocen para la quebrada de Humahuaca (Figura 2).

El sitio comienza a ser ocupado alrededor del 1000DC, alcanza su máxima extensión (ca. 10 ha den-samente edificadas) durante los siglos XIV y XV,al momento de la expansión incaica, es abando-nado en su mayor parte, aunque una parte del sec-tor central continúa siendo habitada, posiblemen-te hasta los primeros momentos de la Colonia(Nielsen 2006). Esta trayectoria hace razonablesuponer que, a diferencia de lo que sucede en otrosconglomerados de la región que alcanzaron suclímax en la era del Tawantinsuyu, los rasgos fun-damentales de la estructura interna de Los Ama-rillos corresponden a la organización del pobladoantes de la conquista incaica. Entre estos rasgos,nos interesa destacar la presencia de una jerar-quía de espacios públicos, con un sector central

Figura 2. Ubicación de algunos sitios y regiones mencionados en el texto.

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Figura 3. Planimetría del Sector Central de Los Amarillos indicando los sectores excavados.

dotado de varias plazas donde convergen las prin-cipales vías de circulación del sitio, y espaciospúblicos simples distribuidos en los distintos sec-tores edificados. En otra oportunidad denomina-mos a esta estructura “polinuclear compleja”(Nielsen 1996a).

Nuestras excavaciones se concentraron en lo quedenominamos Complejo A7 , una plataforma arti-

7 Utilizamos flexiblemente el concepto de “complejo” arqui-tectónico para aludir a un conjunto de locales, espacios yestructuras que desde la observación superficial parecenrelacionarse funcionalmente a juzgar por sus vínculos decontigüidad y acceso.

LOS AMARILLOSDetalle de los espaciospúblicos investigados

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ficial construida contra un afloramiento natural dearenisca en el extremo sur de la principal plazadel sector central, y secundariamente en el Com-plejo B, un conjunto de estructuras que –desde elpunto de vista de la circulación– se interponenentre la plataforma y la plaza (Figura 3). La plazamisma (Recinto 32), situada entre 4 y 6 m pordebajo del nivel del Complejo A, fue objeto deun sondeo que puso al descubierto una superficiebien consolidada, aparentemente bien mantenidaa juzgar por la escasez de desechos asociados,entre los que sólo merecen destacarse dos cuen-tas de bivalvos marinos (Semele o Mesodesma).Cabe notar que, a pesar de su contigüidad, estaestructura y el Complejo A tienen accesos sepa-rados y no están comunicados directamente, sinosólo a través del Complejo B. Sobre el talud quebordea la plataforma, hay por lo menos una esca-linata con diminutos peldaños; antes que un acce-so funcional, este rasgo se presenta como un dis-positivo escenográfico que, junto con los murosde contención escalonados, destacan visualmente

la plataforma desde la perspectiva del observadorubicado más abajo, en la plaza (Nielsen 1995).Identificamos tres componentes estratigráficosprincipales que son particularmente claros en elComplejo A:

1. El primero consiste en una serie de superficiesde ocupación previa a la construcción de la plata-forma, correspondiente al Período de DesarrollosRegionales Temprano (900-1250 DC).

2. A fines del siglo XIII se construye la platafor-ma mediante la acumulación rápida de un rellenoartificial (cascajo y basura) sostenido con murosde contención. Sobre ella se erigieron varios edi-ficios (Figura 4). Estas estructuras, que fueronutilizadas durante el Período de Desarrollos Re-gionales Tardío (1250-1430 DC), mantienen unaevidente relación con la plaza, lo que nos permitetratarlas como parte del “espacio público”. Al fi-nal de este período, todo el Complejo A y al me-nos parte del B fueron quemados y destruidos.

Figura 4. Planimetría de la plataforma del Complejo A, de alrededor del siglo XIV, de Los Amarillos.

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3. Sobre las ruinas del Complejo A se levantaron,inmediatamente después, nuevas estructuras de usodoméstico cuyos desechos incluyen una conside-rable cantidad de artefactos de filiación incaica.Estas estructuras se distribuyen en torno a un pa-tio interno, dando la “espalda” a la plaza, lo quenos lleva a concluir que durante esta época la pla-taforma perdió su carácter público.

En este trabajo centraremos la atención en el se-gundo componente (PDRII), correspondiente aluso público para el que fue originalmente cons-truida la plataforma, que de acuerdo a los datosradiocarbónicos calibrados datan del siglo XIV yprincipios del XV (Tabla 1). Para esta época, re-conocemos la existencia de un mínimo de tres sec-tores diferenciados en la plataforma, división quedebe ser tomada con cautela, teniendo en cuentaque sólo se excavó un 30 ó 40% de la misma. Elprimero está formado por una gran superficie ni-velada de poco más de 300 m2 abierta a modo de“escenario” hacia la plaza. Aunque había muypocos desechos en este sector, se encontraron,además de algunos fogones en cubeta hacia elángulo sureste, tres rasgos singulares que mere-cen ser destacados: 1) un pozo poco profundodonde habían sido inhumados huesos (exclusiva-mente partes de torsos y extremidades superio-res) correspondientes a dos individuos adultos muyincompletos (uno de ellos una mujer); 2) una granestructura de combustión de planta rectangular(2 x 0.8 x 0.4 m), limitada en partes con murosde tierra y algunos ladrillos de arcilla gris (¿refrac-tario?), rellena con una espesa capa de ceniza, y3) una “caja” cuadrada con sus lados revestidosen piedra, situada hacia el centro geométrico delescenario, sin desechos ni otros rastros visiblesen su interior, pero con restos de una gran fuentea su lado.

El segundo sector comprende un recinto rectan-gular (Recinto 9) y tres sepulcros de planta cua-drangular-irregular (Recintos 5, 15 y 16) erigidossobre la plataforma que parecen haber estado pro-tegidos hacia el norte por una especie de coberti-zo (Recintos 3 y 17) a juzgar por la presencia delo que parecen bases de columnas (de madera otierra) confeccionadas en piedra. El Recinto 9, queestuvo originalmente techado, contenía muy po-cos artefactos, desechos o rasgos que permitieranestablecer su funcionalidad, fuera de un poyo oplataforma rectangular de tierra construida en unaesquina.

De los sepulcros sólo se conservan las bases delos muros, ya que fueron parcialmente demolidostras el incendio del Complejo, como lo atestiguael hallazgo de partes de los muros de fachadacaídos directamente sobre el piso del cobertizofrente a ellos. Mientras que su pared sur es doble,de piedra con mortero de barro (como la mayorparte de la arquitectura del sitio), los demás mu-ros han sido confeccionados con ladrillos de ado-be asentados sobre cimientos de piedra. Las tresestructuras varían en tamaño y en la forma de suplanta; sólo el central cuenta con una puerta re-conocible, los otros debieron tener alguna abertu-ra situada más arriba en el muro. En su interiorhabía restos de torta, madera de cardón y pajaquemada que pudieron ser partes del techo. Estossepulcros sobreelevados son los únicos conocidospara la quebrada, donde la práctica habitual es elentierro directo o en cistas dentro del espaciodoméstico.

Procedencia Código C14 AP Cal AD 2σ Evento asociado - Observaciones

Los Amarillos R 12 LP-659 920±50 1030-1270 Ocupación previa a plataforma

Los Amarillos R 16 AA-16239 620±49 1290-1440 Contenido sepulcros sobreelevados

Los Amarillos R 1B AA-12135 590±55 1300-1450 Uso de la plataforma previo al Inca

Los Amarillos R 14 A-9600 505±50 1390-1620 Incendio del Complejo A

Los Amarillos R 1 AA-12136 450±50 1410-1630 Incendio del Complejo A

Laqaya R 300 A-10945 600±90 1270-1500 Uso recintos asociados a la plazaLaqaya R 300 A-10944 575±55 1300-1460 Uso recintos asociados a la plaza

Tabla 1. Fechas radiocarbónicas asociadas a las plazas investigadas.8

8 Calibraciones realizadas con el programa OxCal 3.10 (BronkRamsey 2005), utilizando datos atmosféricos para el he-misferio sur de McCormac y colaboradores (2004), redon-deadas por década.

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En el área ocupada por el posible “cobertizo”,adosados a la fachada de cada sepulcro había tresrasgos con forma de “cajas”; la del centro (frenteal Recinto 16) estaba formada por dos lajas dis-puesta verticalmente y se encontró rellena concenizas, aunque sin rastros de combustión in situ;las otras dos, completamente vacías, estaban for-madas por un muro bajo de tierra en forma de‘U’. Aquí encontramos también un artefacto se-mejante a un mortero profundo confeccionado enroca caliza, con un orificio en su base. Estabaapoyado sobre el piso, boca abajo.

El contenido de los tres sepulcros era similar yevidentemente fue depositado (o redepositado) enun mismo evento. Consistía en una capa de unos40 cm de espesor conteniendo abundante carbóny numerosos objetos fragmentados, muchos deellos parcialmente quemados. Se establecieronmúltiples remontajes entre los objetos recupera-dos en los tres sepulcros y en el cobertizo frente

a ellos, pudiendo reconstruir tanto vasijas cerá-micas, como artefactos de hueso y madera (Figu-ra 5a); en varios casos los remontajes unen frag-mentos quemados y sin quemar del mismo obje-to. A partir de los indicios presentados hasta aquí,podemos reconstruir los siguientes pasos en laformación de los depósitos de este sector: a) seextrajo el contenido de los sepulcros (restos hu-manos y objetos de acompañamiento); b) se colo-có un sahumador en el piso de cada sepulcro y untumi de bronce en el umbral del Recinto 9; c) losmateriales extraídos fueron fragmentados y luegod) quemados, un incendio que comprometió a todao la mayor parte de la plataforma; e) se demolie-ron los sepulcros, cayendo partes de sus murosde adobe sobre el material aún incandescente; f)se volvió a depositar el contenido (antes de con-cluir su combustión) dentro de lo que quedó enpie de las estructuras, terminando partes de losmismos objetos depositados en distintos lugareso abandonados en el área del cobertizo. Poco des-

Figura 5. a) Algunos objetos vinculados a la inhalación de alucinógenos recuperados en los sepulcros; b) Una de las escudillas con asalateral o sahumadores con residuos carbonizados en su interior recuperadas en los sepulcros sobreelevados del Complejo A; c) Ejemplosde vasijas con formas y diseños pintados característicos del Período de Desarrollos Regionales Tardío en la Quebrada de Humahuaca.De izquierda a derecha; adelante: escudilla y fuente; atrás: dos yuros antropomorfos, un cántaro y una vasija de boca ancha o virque.d) Uno de los grandes molinos visibles en las inmediaciones del Complejo A.

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pués se edificaron las estructuras domésticas so-bre el “escenario”, cubriendo las ruinas de lossepulcros con un basurero (Nielsen y Walker1999).

La Tabla 2 detalla los elementos recuperados den-tro de los sepulcros, que probablemente sólo re-presenten una fracción de su contenido original,ya que es evidente que algunos ítemes fuerondefinitivamente extraídos durante la destrucción

o redepositados en otras áreas. Estos datos mues-tran, en primer lugar, una correspondencia entrela presencia de tres sepulcros y tres individuosadultos; el perinato pudo ingresar junto con elcuerpo de la mujer. Las inclusiones funerariascomprenden objetos habitualmente interpretadoscomo “bienes de prestigio” en la literatura regio-nal (p.e., equipos de inhalar alucinógenos [Figura5a], collares de cuentas de concha y minerales decobre o vestimentas ornamentadas con cuentas y

Huesos humanos 352 fragmentos (88% quemados)MNI = 4 (1 adulto femenino, 2 adultos masculinos, 1 perinato)

Madera 2 tabletas de inhalar, una subcircular (sebil) y fragmentos de una subrectangular2 tubos de inhalar (mínimo), uno con talla zoomorfa (sebil) y otro en fragmentos2 estuches (mínimo), uno prismático (cedro) y uno cilíndrico2 fragmentos de mangos de cucharas (?) grabados (quebracho blanco)1 tortero circular (queñoa)1 objeto alargado pulido: ¿huso? (aromo)2 agujas de espina de cardónmaderas planas trabajadas (cardón, churqui y otras)fragmentos de astiles (churqui, aromo y otros)

Artefactos de hueso 1 tubo de inhalar (hueso largo de flamenco)1 machacador plano1 boquilla de trompeta decorada

Metal 1 espiral de oro (probablemente revestía un tubo inhalador)2 láminas rectangulares de aleación oro-plata, originalmente cosidas a tejidos3 fragmentos de objetos de cobre no identificados

Cuentas 3 cuentas en placa de gualacate (Euphractus sexcinctus)3980 cuentas de concha (los ejemplares identificados corresponden a bivalvos marinos: Pectinidae ySemele o Mesodesma)3840 cuentas de minerales de cobre2 cuentas de alabastro2 cuentas decoradas de hueso

Lítico 13 puntas de proyectil (10 de sílice gris, 3 de obsidiana)1 tortero circular de piedra pulida1 placa con residuos de pigmento rojo y resina1 sobadordesechos de talla en obsidiana (34, fuente Laguna Blanca) y sílice gris (12)

Cerámica 813 fragmentos (ver detalle en Tabla 3)

Restos óseos animales NR: (52% quemados)Taxón NISP MNICamelidae 160 3 (una vicuña)Artiodactyla 182 - (probablemente corresponden a camélido)Avis 72 2 (un Pcitacidae)Cervidae 1 1Euphractus 52 1 (placas de caparazón de quirquincho exclusivamente)Canidae 2 1Total NISP 469 -

Restos macrobotánicos Maíz (1 fragmento de marlo quemado y granos), ají (1 fruto), maní (3 fragmentos de cáscara), achira(1 semilla), chañar (2 carozos), calabaza (6 fragmentos), Cucurbita ficifolia o “cayote” (58 semillas yfragmentos), cortadera (tallos)

Otros Cestería, cordeles, fragmentos de textiles quemados (prendas y una bolsa)

Tabla 2. Materiales recuperados dentro de los sepulcros sobreelevados del Complejo A de Los Amarillos (Recintos 5, 15 y 16).

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chapas de oro), junto con otros cuyo valor es másdifícil establecer (p.e., herramientas para hilar,trompeta, flechas, sahumadores [Figura 5b]), y unavariedad de restos de plantas y animales (un crá-neo completo de vicuña, el esqueleto de un loro).Muchos de estos elementos son, además, alóctonosprocedentes de las yungas, puna y Pacífico, comopor ejemplo, maderas (sebil, quebracho, cedro),semillas (achira, nogal) y fauna (loro, gualacate,vicuña, flamenco), metales (oro) y rocas(obsidiana, sílices).

Del tercer sector del Complejo A, que denomina-mos “oriental”, sólo se excavaron el Recinto 6 enforma total y los Recintos 18 y 19 en forma par-cial. En el Recinto 6 se identificaron unos sietefogones escasamente formatizados. Sobre el pisohabía desechos (cerámica, huesos de animales) enun nivel de carbón y cenizas que continuaba en elRecinto 19. El Recinto 18 tenía un fogón y abun-dantes residuos de facto sobre el piso, incluyendomaíz quemado, fragmentos de textiles muy dete-riorados (talvez bolsas conteniendo originalmen-te los granos) y varias vasijas pintadas en negro yrojo aplastadas por el derrumbe del techo. Entreellas había varios cántaros de gran tamaño (>100lt), cántaros pequeños (yuros) y fuentes con asasde hasta 50 cm de diámetro (los especímenes másgrandes de esta forma que conocemos para la re-gión) comparables a la ilustrada en la Figura 5c.Como lo demuestra la Tabla 3, hay considerablesdiferencias entre la cerámica recuperada aquí y laobtenida dentro y alrededor de los sepulcros, loque pone de relieve las diferencias funcionalesentre ambos sectores.

Las excavaciones en el Complejo B son aún muylimitadas para poder avanzar interpretaciones so-bre las actividades allí desarrolladas, aunque todoindica una estrecha vinculación con el Complejo

A, con el que se comunica directamente medianteuna rampa. Uno de los recintos allí excavados(nº 21), por ejemplo, tenía como único rasgo unpequeño pozo –que se encontraba abierto al mo-mento del abandono de la habitación– contenien-do algunos huesos humanos correspondientes auna mujer adulta y un neonato; también había sidoquemado y los desechos recuperados entre lascenizas sobre el piso incluían una lámina de orocon orificios para sujetarla a un tejido, dos casca-beles de nuez, una cuenta de hueso decorada idén-tica a las encontradas en uno de los sepulcrossobreelevados y fragmentos de un tubo de inhalarsemiquemado con decoraciones grabadas.

No quisiera concluir la presentación de este pri-mer caso sin mencionar que en y alrededor delComplejo A se ven grandes molinos confecciona-dos en granito o en caliza (como el ejemplar de laFigura 5d). Aunque los implementos de moliendason muy frecuentes en las áreas domésticas delsitio, artefactos de este tamaño no han sido hastaahora observados –ni en superficie ni en excava-ción– fuera del ámbito público.

La Plaza Central de Bajo Laqaya

Laqaya es uno de los asentamientos de mayor ta-maño que conocemos en el Norte de Lípez. Constade tres sectores: un pucara con casi 100 recintosprotegido por dos murallas en la cima de un pro-montorio (“Alto Laqaya”), un área con más de300 torres de piedra tipo chullpa distribuidas alpie de la elevación y un poblado sin defensas for-mado por algo más de 200 viviendas simples (verplanimetría en Nielsen 2002: 190). Hasta dondesabemos, la ocupación se inició en el poblado sindefensas (“Bajo Laqaya”) alrededor de 1200 DC,o quizás antes. A fines del siglo XIII, coincidien-do con la aparición de la cerámica pintada del

Clases de vasijas Sepulcros Cobertizoa Recinto 9b Sector oriental(R5, 15 y 16) (R3 y 17) (R6, 18 y 19)

Olla 5 2 1 4Cántaro-yuro 11 5 9 29Fuente 6 3 1 9Escudilla 7 4 6 1Sahumador 5 2 – -Vasija boca ancha – – – 1Vaso de hilar 1 – – –

Tabla 3. Artefactos cerámicos (MNI) recuperados en distintos sectores del Complejo A de Los Amarillos (componente PDRII). a Variosremontajes con tiestos al interior de los sepulcros; b en su mayoría tiestos aislados.

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9 Empleamos esta categoría para referirnos a la forma arqui-tectónica prescindiendo por ahora de supuestos sobre losusos a que estuvo sujeta.

Figura 6. Detalle de la planimetría de Bajo Laqaya mostrando la plaza central y las estructuras excavadas.

grupo Mallku/Hedionda –el estilo cerámico con-siderado emblemático de los Desarrollos Regio-nales en Lípez (Arellano y Berberián 1981)– estepoblado se expande, se construye el pucara y co-mienzan a erigirse las torres del “sector chullpas”.A pesar de haberse encontrado algunos tiestosincas aislados en la superficie del “Alto Laqaya”,los materiales de excavación y las fechasradiocarbónicas asociadas indican que el pucarano fue habitado luego del siglo XV. Durante elPeríodo Inca y los comienzos del Hispano-indí-gena (hasta el siglo XVII por lo menos), la ocu-pación continuó en el poblado bajo, aunque pro-bablemente sólo en su porción norte.

En Bajo Laqaya se advierten dos plazas, perosospechamos que la más pequeña, ubicada haciael norte del poblado, corresponde exclusivamentea la época Hispano-indígena o Inca a lo sumo.

Las investigaciones que nos interesan discutir aquífueron realizadas en el espacio público principal,un área nivelada y despejada de contorno irregu-lar, de unos 280 m2, ubicada cerca del centro delsitio y enmarcada por una densa red de edifica-ción (Figura 6). Sobre el flanco oriental de esteespacio se levantan tres torres chullpa9 de plantarectangular confeccionadas en piedra, mientras quesobre el lado occidental se encuentran tres gran-des recintos que originalmente estuvieron techa-dos a dos aguas. Uno de ellos (Recinto 300) fueexcavado en su totalidad. En el costado norte,adosado a uno de estos recintos se ve otra estruc-tura, de planta irregular, cuya función por ahora

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desconocemos, pero que no parece haber estadotechada. Al centro de la plaza hay un rasgo queprobablemente fue una “caja” o pozo revestidoen piedra, pero cuya forma no pudimos determi-nar con certeza ya que se encontraba perturbado.

Un sondeo de 2 x 1 m excavado en la plaza frentea la Chullpa 2 puso al descubierto tres nivelesestratigráficos diferenciados correspondientes aotros tantos componentes presentes en el espaciopúblico:

1. El primero, carente de alfarería pintada, corres-ponde a un depósito de basura previo a la cons-trucción de la chullpa y del muro perimetral de laplaza y, por lo tanto, anterior a la creación delespacio público.

2. El segundo componente, que se iniciaría con laconstrucción de la chullpa y la propia plaza, com-prende desechos acumulados durante el uso delespacio público e incluye alfarería Mallku/Hedion-da. Dos fechas radiocarbónicas obtenidas sobremuestras procedentes del piso del Recinto 300permitirían situar este componente en el siglo XIVy primera mitad del XV, en absoluta contempora-neidad con el uso público del Complejo A de LosAmarillos.

3. El tercer componente resultaría de deposita-ciones posteriores al abandono de la plaza, comolo indica la inclusión de piedras del derrumbe dela chullpa. Esta capa podría ser relacionada alrelleno del Recinto 300, formado por una densaacumulación de basura que revela la continuidadde ocupación del sitio aún después del abandonode la plaza y las estructuras asociadas. La presen-cia de escasos fragmentos de filiación inca en elrelleno del Recinto 300 y de la Chullpa 2 ubica-rían la formación de este componente en la épocadel Tawantinsuyu, continuándose quizás duranteel período posterior a la conquista europea.

Las chullpas sólo se conservan a nivel de cimien-to (50 cm es la altura máxima de los muros ac-tualmente conservados), ya que este sector del si-tio fue sistemáticamente minado hace algunasdécada para usar sus piedras en la construcciónde caminos. Los vecinos de mayor edad, sin em-bargo, recuerdan que antes del desmantelamiento,estos edificios eran “más altos que una casa”. Losmuros remanentes son anchos y están cuidadosa-mente confeccionados con doble hilera de piedras

asentadas con cascajo pequeño y uniones rellenascon barro. Las tres estructuras fueron investiga-das. De la mayor (Chullpa 1) se excavó un cuar-to, de la más pequeña (Chullpa 3) la mitad, mien-tras que la mediana (Chullpa 2) se excavó en sutotalidad (Figura 7).

Las excavaciones mostraron que las tres torresposeen un piso interior de piedras planas ajusta-das con barro. En el caso de la Chullpa 1, se cons-tató que existían por lo menos dos emplantilladossuperpuestos, quizás testigos de un acto de reno-vación de la estructura.10 En los tres casos habíauna capa superior formada por relleno eólico pos-terior al abandono, que incluía piedras proceden-tes del derrumbe de los muros y algo de basura.En la Chullpa 1, esta capa se asentaba directa-mente sobre el piso, indicando que la estructuraestaba vacía o fue vaciada al momento del aban-dono. En la Chullpa 3, en cambio, se interponíaun espeso nivel de cenizas mezcladas con dese-chos (cerámica, debitage, huesos de animales) ytrozos de barro quemado, probablemente corres-pondientes a la combustión del techo. Esta secuen-cia se repetía con mayor claridad en la Chullpa 2,donde los restos del techo incinerado incluían frag-mentos de tirantes de madera de cardón, paja ytrozos de barro semicalcinado. Entre este nivel yel piso había cerámica fragmentada (alisada,Mallku), instrumentos y desechos líticos (princi-palmente azadas de andesita o chelas y lascas dereactivación), así como trozos de bolsas tejidas ygran cantidad de granos de quinoa quemados.Evidentemente, estos materiales estaban dentro dela chullpa cuando se incendió el techo. No habíahuesos humanos.

El Recinto 300 posee una planta ligeramentetrapezoidal, de unos 10 x 5 m aproximadamente(Figura 8). En su interior había gran cantidad debasura, tanto en el relleno como en el piso, sin queexistieran diferencias apreciables en los materialescontenidos en estos dos depósitos (Tabla 4). Laalfarería recuperada –que en el caso del piso po-drían relacionarse con las actividades realizadasdentro del edificio– incluye, además de una ma-yoría de material alisado, una reducida propor-

10 Los emplantillados no fueron desmantelados, ya que per-manecieron expuestos para ser vistos desde el senderointerpretativo que actualmente permite a los turistas reco-rrer las ruinas.

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Figura 7. Detalles de las tres chullpas que flanquean la plaza central.

Chullpa 3 Chullpa 2 Chullpa 1

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Figura 8. Planta del Recinto 300 mostrando los rasgos y la distribución general de desechos en el piso.

Tipo de ítem Piso Relleno

Cerámica Grupos(total fragmentos) Alisado 3815 22000

Mallku 159 833Talapaca 66 811Otros 20 93Total 4060 23737

MNI escudillas 96 (53.6%) 534 (55%)contenedores 83 (46.4%) 436 (45%)

Otros artefactos cerámicos 1 tortero, 2 fichas 1 tortero, 2 cucharas,1 escudilla miniatura

Lítico Puntas de proyectila 8 61Azadasa 31 334Otros instrumentos 13 12Manos de moler (plana)a 1 11Molinos planosa – 6Manos de moler (otras) a – 6Yunques – 1Desechosb 195 3055

Cuentas 1 de concha 2 de concha4 de malaquita

Otrosc Aguja de Cu, 8 gotas de Cu, mineralmineral de Cu de Cu, trozos de azufre

Tabla 4. Desechos recuperados en el Recinto 300 de Bajo Laqaya. a Enteras o fragmentos; b Materias primas. Piso: 56% andesita(fabricación y reactivación de azadas), 36% sílice gris, 4% sílices de diversos colores, 3% obsidiana y 1% basalto; Relleno: 60%andesita, 33% sílice gris, 4% sílices de color, 2% obsidiana y 1% basalto; c También se recuperaron abundantes huesos de animalescuyo análisis se encuentra en proceso.

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ción de cerámica Mallku (4%) y Talapaca11

(1.6%). Si se considera el número mínimo de va-sijas (de acuerdo a los bordes), sin embargo, seadvierte que las escudillas (en su mayoría Mallku)superan el 50% de las piezas. Los únicos rasgospresentes son dos huellas de postes (probablemen-te soportes de la cumbrera para el techo a dosaguas) y un fogón compuesto protegido por undeflector de aire, muy similar en su forma y ubi-cación a los encontrados en las viviendas (Nielsen2001b).

Discusión

La comparación de las dos plazas investigadasrevela interesantes similitudes y diferencias. Lasprimeras abarcan las cuatro expectativas plantea-das anteriormente, avalando la conclusión de quealgunas de las instituciones descentralizadas ycorporativas vigentes al momento de la conquistaeuropea podrían ya estar presentes en algunas re-giones circumpuneñas antes de la expansión inca.Por cierto, algunos de estos elementos tienen unorigen mucho más antiguo; por ejemplo, las prác-ticas vinculadas con el culto a los ancestros seremontan al Período Arcaico en el área, como losostienen distintos autores (p.e., Rivera 1995;Aschero 2000: 56). En este caso, sin embargo, esla convergencia de las distintas líneas de eviden-cia en un mismo contexto lo que nos lleva a con-cluir no sólo que el culto a los antepasados eraimportante en esta época, sino que estas prácticasse insertaban en un orden político e institucionaldeterminado.

De acuerdo con las expectativas planteadas, es-tructuras que podrían interpretarse como “monu-mentos a los antepasados” ocupan un lugar desta-cado en ambos espacios públicos. En el caso deLos Amarillos se trata de sepulcros sobreelevados,visibles desde gran parte de la plaza y del asenta-miento, con su área de congregación o kayana alfrente para escenificar las ceremonias correspon-dientes (Figura 4). Ignoramos si durante estoseventos los cuerpos o sus acompañamientos se

extraían, pero suponemos que su contenido podíaser visto desde corta distancia y probablementefuera renovado o enriquecido con nuevos elemen-tos, lo que justificaría tratarlos como “sepulcrosabiertos” (sensu Isbell 1997). Según GuamánPoma (1980 [1615]: 269), en el Collasuyu: “no losacan afuera el defunto como Chinchay Suyo a laprocición al dicho defunto, cino que le dexan es-tar metido en su bóbeda, pucullo y le llaman elpueblo de los defuntos” a donde acudían regular-mente sus descendientes a darles “de comer y deueuer”, como lo ilustra el dibujo que acompañaeste pasaje (Figura 1).

Algunos de los rasgos asociados a los sepulcrosdel Complejo A darían testimonio de estas activi-dades de “alimentar” a los difuntos, como lasdescribió Pizarro en el fragmento citado in exten-so anteriormente. Evidentemente, la gran estruc-tura de combustión al borde de la plataforma noera un fogón de cocina, sino un contenedor paraincinerar cosas en su interior. El virque o vasijade boca ancha para dar chicha al malqui, que des-cribe Pizarro e ilustra Guamán Poma, es una for-ma característica del repertorio cerámico de laquebrada a partir de ca. 1250 DC (ver Figura 5c)y no está representada en el componente alfareroIsla-Alfarcito inmediatamente anterior.12 Hemosencontrado sólo uno de estos ejemplares (ver Ta-bla 3) en el sector oriental de la plataforma, aun-que podría haber más, ya que en la fragmenteríaresulta difícil diferenciarlos de algunos cántaros.También se encuentra el “mortero” con fondohoradado hallado en el cobertizo, que permitiríasimultáneamente verter y drenar líquidos. Final-mente, las “cajas” adosadas a la fachada de cadasepulcro ciertamente podrían haber servido pararecibir alimentos y bebidas en la forma en que lorepresenta Guamán Poma. De hecho, la del me-dio, había sido rellenada con cenizas procedentesde otro lugar, ¿se acercarían los alimentos alpucullo una vez incinerados en la forma en quelo describe Pizarro? Este último autor menciona-ba, además, “una piedra redonda en el medio dela plaza… hecha alrededor de una pequeña aber-

12 No pretendemos afirmar que esta forma fue sólo utilizadapara dar de beber a los difuntos. Actualmente las vasijas deboca ancha o virques se emplean en varios pasos de la fa-bricación de la chicha y son objeto de múltiples usos se-cundarios que requieren de los contenedores gran accesibi-lidad y capacidad (p.e., amasar pan, lavar ropa).

11 El grupo Talapaca comprende vasijas tanto abiertas comocerradas de superficies pulidas, a menudo revestidas, dediversos colores (p.e., naranja, ante, amarillo-crema, rojoborravino). Esta alfarería aparece en Lípez con bajas fre-cuencias hacia el siglo XIV y cobra mayor popularidaddurante los Períodos Inka e Hispano-indígena.

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tura” donde vertían la chicha una vez que losvirques estaban repletos, referencia que no pode-mos dejar de relacionar con las cajas empotradasal centro del escenario del Complejo A y de la pla-za de Bajo Laqaya. En suma, no tenemos certezade que los rasgos en cuestión fueron usados de estemodo, pero sí podemos afirmar que todos los refe-rentes arqueológicos que se derivarían de las prác-ticas de veneración a los antepasados que descri-ben las fuentes están presentes en el Complejo A.

Como lo señalamos, los sepulcros sobreelevadosde Los Amarillos contenían elementos habitual-mente tratados como bienes de prestigio. Si nues-tra reconstrucción es correcta, sería mejor inter-pretarlos como “emblemas corporativos” o refe-rentes de identidades colectivas y de los eventosmíticos que les dieron origen, antes que relacio-narlos con la ostentación del rango individual deldifunto o del oficiante, o con el establecimientode clausuras sociales en base a la manipulaciónde “riquezas” (Nielsen 2006).

Las chullpas de la plaza de Laqaya, en cambio,no sirvieron de sepulcros, sino que, a juzgar porlos hallazgos en la Chullpa 2, probablemente seutilizaron como depósitos para contener produc-tos agrícolas (quinoa) y otros elementos. Sin em-bargo, como lo argumentamos previamente, nocreemos que este uso esté en contradicción con elsignificado (o función social, si se quiere) de latorre como “monumento al antepasado”, sino quesería consistente con la transposición de los con-ceptos asociados a la ancestralidad a otros cam-pos de la acción. Desde esta perspectiva, sería másacertado pensar en las chullpas comocorporalización del propio ancestro, como lo esla huanca (Duviols 1979). Esta forma de ver lascosas explica el empleo de la misma forma arqui-tectónica para múltiples actividades, un fenóme-no que parece haber confundido a los observado-res desde la época de la Conquista, generando elinterminable debate sobre la “función” de las to-rres (“¿son sepulcros o son depósitos?”). Si lachullpa es el ancestro, la torre hace (es usada para)lo que –dentro de esta lógica cultural– el ancestrohace, esto es, proteger los campos y las cosechasrodeando los cultivos y almacenando los produc-tos, defender la comunidad rodeando los pucaras(Nielsen 2002) o compartir la fiesta con sus des-cendientes, recibir sus ofrendas y gobernarlos, quees lo que pensamos que hacían estas tres torresen la plaza de Bajo Laqaya. De acuerdo a esta

interpretación, el uso de los “ancestrosmonumentalizados” como depósitos marcaría di-ferencias con Los Amarillos en cuanto a ciertasacciones específicas realizadas en la plaza –queen Laqaya podrían incorporar referencias explíci-tas a la producción agrícola– pero no necesaria-mente en la vinculación, en los dos casos, delceremonial público con la veneración a los ante-pasados y la reproducción de identidades corpo-rativas.

La presencia de múltiples representaciones de losantepasados en ambas plazas es consistente conla expectativa de una espacialidad segmentada enla acción pública, correlativa de las identidadescorporativas y poderes descentralizados en losdistintos ayllus. La coincidencia de tres monumen-tos de este tipo en los dos sitios podría relacio-narse, a su vez, con la tripartición que algunasfuentes atribuyen a ciertas formaciones políticasandinas (Pärssinen 1992), que se concebían comoproducto de la unión de tres parcialidades o ayllus–Qollana, Payan y Kayaw en quechua, Araj, Taypiy Manqha en aymara– que mantenían su autono-mía política relativa dentro de la “federación”. EnLaqaya, esta división se replica en los tres edifi-cios que enfrentan a las chullpas desde el ladoopuesto de la plaza. Esto podría indicar que otrasactividades realizadas en el espacio público, ade-más de aquellas directamente centradas en la re-presentación del ancestro –p.e., la producción yconsumo colectivo de bebidas y alimentos– tam-bién se estructuraban sobre la base de este esque-ma segmentario-tripartito.

Como es sabido, la clasificación Qollana-Payan-Kayaw revestía connotaciones jerárquicas, siendouna instancia particular de un esquema valorativotripartito que se aplicaba a múltiples dominiossemánticos. En los espacios públicos investigadosesta dimensión jerárquica se pone materialmenteen juego a través del tamaño y ordenamiento delos sepulcros y chullpas. En ambos casos, losmonumentos muestran una progresión de tama-ño, ubicándose el mayor en el extremo derecho yel menor en el izquierdo, desde el punto de vistadel observador situado en la plaza. Esta distribu-ción de derecha a izquierda podría interpretarsecomo un ejemplo de “triadismo lineal” (Pärssinen1992: 181) y muestra una notable homología conel caso descrito por el visitador de idolatrías cita-do en una sección anterior. Como en aquel caso,si el tamaño y posición de los monumentos deno-

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taban el rango de los malquis que contenían oencarnaban –por lo tanto, del ayllu de sus des-cendientes en la estructura social– es probable queesta jerarquía se encontrara reflejada también enlos emblemas que los acompañaban. Desgracia-damente, no podemos verificar esta hipótesis enLos Amarillos, debido a la redepositación del con-tenido de los sepulcros durante la destrucción delComplejo A.

Si todos estos elementos apuntaban a reproduciren la acción pública la segmentación y las jerar-quías corporativas, ¿podemos reconocer elemen-tos que apunten a la integración de las parcialida-des en una misma identidad compartida? La pla-za, como lugar de reunión de toda la comunidad–y quizás de otras comunidades carentes de espa-cios públicos semejantes– constituiría una prime-ra materialidad integrativa. En Laqaya la plazaanalizada sería la única existente en el sitio en suépoca y en Los Amarillos, aunque existen otrosespacios públicos aparentemente contemporáneos,ninguno de ellos posee la centralidad y configu-ración del investigado, por lo que es probable quehayan sido destinados a otro tipo de actividades,una hipótesis que deberá ser evaluada mediantefuturos trabajos.

Otro elemento que excede el ámbito público, perotiende igualmente a la constitución de una identi-dad única para toda la comunidad y otras de laregión, es la casa, por lo menos, en el caso delNorte de Lípez. Como lo argumentamos oportu-namente (Nielsen 2001), las viviendas de estaépoca en la región mantienen una sorprendenteuniformidad en su forma, tecnología y estructurainterna, como si negaran enfáticamente las dife-rencias (de identidad o de rango) entre los gruposdomésticos que las habitaban.

Una tercera materialidad integradora es la cerá-mica, que se convertiría en un diacrítico de lasgrandes colectividades regionales. Tanto enHumahuaca como en Lípez, el tránsito al Períodode Desarrollos Regionales Tardío a mediados delsiglo XIII va acompañado por la aparición decomponentes alfareros que incluyen vasijas pin-tadas con diseños distintivos. En la quebrada, elcomponente Humahuaca, que reemplaza al Isla-Alfarcito del Período de Desarrollos RegionalesTemprano (Nielsen 1996b), abarca grupos condiseños (reticulados, espirales, haces de líneas)pintados en negro sobre rojo, ocasionalmente tam-

bién blanco. En Lípez el componente alfarero deesta época incluye al estilo Mallku (Arellano yBerberián 1981), integrado fundamentalmente porescudillas bicolores y, con menor frecuencia, pe-queños yuros o jarritas. En ambos casos, los ma-teriales pintados están ampliamente distribuidosen los sitios, lo que sugiere que se trata de ele-mentos de circulación irrestricta, al menos dentrode los ámbitos regionales.

La consideración de la función de las vasijas por-tadoras de estos estilos regionales y su presenciaen las plazas nos lleva a la cuarta expectativa,relativa al consumo público. Como lo revela laFigura 5c, las vasijas portadoras de los diseñospintados de esta época en Humahuaca podríanestar afectadas especialmente a este tipo de prác-ticas: los virques ya mencionados, grandes cánta-ros para almacenaje de líquidos (¿maduración dechicha?) y yuros para su distribución, fuentes parala exhibición y transporte de grandes raciones yescudillas para su consumo. Carecemos de datossuficientes para reconstruir los detalles de esteaspecto de las celebraciones públicas en el casode Los Amarillos, tarea que deberá aguardar lainvestigación de los grandes basurales que rodeanlas plazas del sector central del sitio. La asocia-ción de este espacio con el comensalismo comu-nitario, sin embargo, está sugerida por los gran-des artefactos de molienda y, dentro del Comple-jo A, por los fogones múltiples y la abundanciade grandes cántaros y fuentes en el sector orien-tal de la plataforma.

La presencia de los estilos pintados tanto en losespacios públicos como domésticos, que podríarevelar, además, la participación de gran parte delas unidades domésticas en la producción de losrecursos festivos, nos remite a los vínculos entreel consumo público-ceremonial y cotidiano queDietler (2000) destaca como aspecto central delcomensalismo político. En Laqaya este vínculoestá dado también por la semejanza en la forma yestructura interna del Recinto 300 y las viviendasdel sitio. Al homologar la plaza con la casa, severifica la lógica cultural, según la cual la fami-lia, la comunidad y el cosmos se organizan deacuerdo a un modelo común basado en las rela-ciones de parentesco.

Para concluir quisiera señalar algunas diferenciasentre las dos plazas estudiadas que podrían estarrevelando, junto a un marco institucional compar-

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tido, importantes variaciones en las prácticas po-líticas y la distribución del poder entre las dosregiones. El sector central de Los Amarillos po-see un diseño espacial jerárquico, plasmado enrestricciones a la circulación y asimetrías visua-les que revelan una participación diferencial delas personas en las prácticas allí desarrolladas,especialmente las que implicaban el acceso direc-to a los monumentos funerarios o a su contenido(Nielsen 1995). En términos de la reconstrucciónque venimos realizando, si bien las (¿tres?) gran-des parcialidades de la comunidad estarían repre-sentadas en la plaza a través de sus malquis, notodos los miembros (¿personas? ¿linajes?) dentrode ellas accederían directamente a ellos.

La plaza de Lakaya, en cambio, es un espacioaccesible, libre de restricciones y equilibrado ensus componentes, cuya utilización propiciaría unainteracción más fluida y simétrica entre los acto-res. La Figura 9, que muestra la reactivación es-pontánea de la plaza de Bajo Laqaya por las co-munidades vecinas con motivo de la declaracióndel sitio como Monumento Histórico de Bolivia,ilustra claramente esta interacción “igualitaria” que

induce en los participantes el propio diseño deeste espacio público. Durante todo el evento, losmiembros de la comunidad se dispusieron en uncírculo alrededor de la plaza, sucediéndose en elcentro (junto a la “caja” central) los eventos pro-gramados: sacrificio de llama, challas, discursos,danzas y ejecuciones musicales, culminando conel consumo colectivo de gran cantidad de comi-das y bebidas.

El desafío por delante es establecer, a base de lalaboriosa consideración de indicadores arqueoló-gicos específicos (p.e., bioarqueológicos, arqui-tectónicos, en los patrones de consumo de distin-tos tipos de bienes, en las evidencias de diversasactividades productivas, entre otros), hasta quépunto los contrastes de jerarquías relativas mani-fiestas en el ceremonial público de las dos comu-nidades o regiones se replican como desigualda-des efectivas en otros campos de acción.

No quisiera concluir este trabajo sin mencionarque, en algún momento del siglo XVI, los tressepulcros sobreelevados de Los Amarillos y lastres chullpas de la plaza de Laqaya fueron vio-

Figura 9. La plaza de Bajo Laqaya durante la celebración de la declaratoria del sitio como Monumento Histórico de Bolivia.

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lentamente destruidos, eventos que parecen habercoincidido con el abandono de importantes secto-res de ambos sitios. Como lo hemos propuesto enotras oportunidades (Nielsen y Walker 1999), lacoincidencia temporal de estos eventos con laexpansión incaica sugiere una estrecha relaciónentre todos estos hechos. Si esta conclusión escorrecta, el establecimiento del Tawantinsuyu nosólo pudo implicar cambios en la distribución depoderes en los escenarios locales, sino, además,una reformulación de las memorias colectivas re-gionales y del propio rol de la ancestralidad y elparentesco como principios de legitimidad parael ejercicio del poder político. La awkaipata incapone en primer plano la institucionalidad del Es-tado, no los antepasados locales. El poder políti-co sigue recurriendo a discursos sobre laancestralidad, pero se trata de discursos panan-dinos, en los que el monarca, como descendientedirecto del sol –por lo tanto, antepasado de losancestros locales– ocupa una posición superior enla jerarquía genealógico-política. Esto nos lleva a

terminar planteando preguntas para la etnohistoria:¿Qué papel jugaban los antepasados locales en lasformaciones políticas circumpuneñas del sigloXVI? ¿Sobrevivieron fragmentos de aquella me-moria al olvido incaico?

Agradecimientos Quiero agradecer a los especia-listas que tomaron a su cargo el análisis de distin-tos materiales recuperados en Los Amarillos: JulioAvalos (lítico), Pablo Mercolli (fauna), VerónicaSeldes (huesos humanos), Nelly Vargas Rodríguez(restos malacológicos), Alejandra Wurschmidt (res-tos macrobotánicos) y Silvina Escalante (maderas).Agradezco también a María M. Vázquez por suasistencia en el análisis (cuentas, artefactos de hue-so, cerámica) y en la confección de las figuras.Finalmente, mi gratitud a las comunidades deYakoraite, Santiago K y Santiago Chuvica por suhospitalidad y sostenido apoyo a nuestras investi-gaciones. El trabajo se benefició mucho con unaatenta lectura de José Luis Martínez, quien eviden-temente no es responsable de mis errores.

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