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Conferencia Episcopal de Colombia PLAN NACIONAL DE PREDICACIÓN I. De Adviento a Pentecostés Ciclo B 2011 - 2012 La Eucaristía: Comunión con Cristo y entre nosotros DEPARTAMENTO DE LITURGIA

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Conferencia Episcopal de Colombia

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Conferencia Episcopal de Colombia

PLAN NACIONAL DE PREDICACIÓN

I. De Adviento a Pentecostés

Ciclo B

2011 - 2012

La Eucaristía: Comunión con Cristo y entre nosotros

DEPARTAMENTO DE LITURGIA

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Conferencia Episcopal de Colombia

PLAN NACIONAL DE PREDICACIÓN

Adviento - Navidad

Ciclo B

2011 - 2012

La Eucaristía: Comunión con Cristo

y entre nosotros

DEPARTAMENTO DE LITURGIA

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NOTAS EXEGÉTICAS Y ORIENTACIONES PARA LA HOMILÍA

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PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO Noviembre 27 de 2011

I. NOTAS EXEGÉTICAS Primera lectura: Isaías 63,16b-17.19b; 64,2b-7 Ojalá rasgaras el cielo y bajaras

En este primer domingo de Adviento, con un marcado acento escatológico, el Trito-Isaías (los últimos capítulos del libro, escritos probablemente después del retorno del exilio) nos presenta una lamentación colectiva, empapada de esperanza, que nace de los recuerdos de los beneficios pasados de Dios hacia su pueblo (cf. 63,8-14), que el texto litúrgico no reporta. El autor reconoce que la situación presente del pueblo es consecuencia de su propio pecado. La culpa no elimina la esperanza; es por eso que, si bien se admite la imposibilidad de volver a Dios por las propias fuerzas, se pide al Señor que sea él quien tome la iniciativa para hacer volver al pueblo. De aquí el grito lleno de confianza: «¡Ojalá rasgaras los cielos y bajaras!» (v. 19b), que nace de la convicción de que Dios es padre y redentor del pueblo. Los dos apelativos, en el mundo bíblico, pertenecen al mundo familiar: el redentor (en hebreo goel) era el miembro de la familia sobre el que recaía la responsabilidad de desposar a la cuñada viuda que no había tenido hijos y, dar así, un hogar y una subsistencia a la mujer viuda y desamparada, y una descendencia al hermano difunto. Dios asume el cuidado de su pueblo abandonado por su culpa, porque es su padre (que le ha dado la existencia, lo ha formado como un alfarero modela el vaso de arcilla) y su redentor (ha de darle un hogar y una descendencia-futuro).

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Salmo de respuesta: 80(79),2ac+3b.15-16.18-19 (R. cf. 4b) «¡Muéstranos, Señor, tu rostro, y nos salvaremos!»

Este salmo, que es una lamentación y súplica comunitaria ante una gran desgracia, se aplica tanto al reino del Norte, devastado por los asirios, como a Judá después del saqueo de Jerusalén el año 586. El salmista, quizá un levita refugiado en Mispá de Benjamín en tiempo de Godolías, espera la restauración del reino unificado en sus límites ideales: el mar y el Gran Río. Luego de presentar una invocación al pastor indiferente (vv. 2-8), ofrece el cántico de la viña (vv. 9-17), que tiene dos estrofas: el esplendor pasado (vv. 9-12) y la amargura presente (vv. 13-17). A la conclusión (vv. 18-19) sigue la antífona (v. 20). El pasado glorioso de Israel contrasta con la actual situación de humillación y de opresión. El enemigo ha invadido el territorio nacional y ha destruido la ciudad y el Templo, y Dios parece mostrarse indiferente y callado ante tamaña desgracia. Ante esta experiencia, el orante pide a Dios que recuerde los tiempos antiguos, vuelva su mirada hacia su pueblo, lo salve y lo restaure, así como el Pastor que guía y cuida solícitamente de su rebaño, y el Viñador que visita y se ocupa de su viña. Segunda lectura: 1Corintios 1,3-9 Aguardamos la manifestación gloriosa de nuestro Señor Jesucristo

Esta acción de gracias del apóstol Pablo arranca del recuerdo de todo lo que Dios ha obrado en la comunidad cristiana por medio de la fe en Jesucristo que habían predicado Pablo y sus colaboradores. Los cristianos de Corinto han alcanzado el conocimiento en virtud del testimonio que Pablo, por medio de la palabra, ha dado entre ellos. El apóstol especifica que el don de Dios es para el fiel fuente de esperanza segura, es decir, que Dios lo sostendrá en la espera de la manifestación definitiva de Cristo y llevará a la comunión total

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con el Hijo. Las actitudes del Padre en el momento de la primera venida de Cristo, son para nosotros garantía de su fidelidad durante el tiempo de espera de la segunda venida, gloriosa. La salvación ya empezada en la vida y la resurrección de Jesucristo, será llevada a término por la fidelidad del Padre en el momento de su segunda venida. La fidelidad de Dios a su acción salvífica es la que motiva a la fidelidad del cristiano. Una fidelidad que, cuando Pablo escribe su carta, no es sólo palabras, sino que se expresa por la firmeza y la constancia en las pruebas y persecuciones del ambiente social. La primera generación cristiana imaginaba el fin del mundo como un acontecimiento inminente: la esperanza teológica se había convertido en esperanza cronológica. En el fondo hay una convicción de fe válida para todos los tiempos: así como Cristo está en el inicio de la obra creadora de Dios (cf. Jn 1,1-3; Col 1,15-17; Hb 1,1-3), así estará también presente en la hora final de transformar la creación y reconducir todas las cosas a Dios (cf. 1Co 3,22-23; 15,20-28; Ap 1,7-8). Evangelio: Marcos 13,33-37 Permanezcan en vela, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa

Esta perícopa evangélica es paralela de la de Mt 24,37-44 que leemos en el primer domingo de Adviento del ciclo A. El cristiano que vive en la espera de su Señor, o que vive en la presencia de su Señor, que guía la historia y los acontecimientos, tiene que asumir sus propias responsabilidades. La vigilancia a la que es invitado en esta perícopa es explicitada en otros pasajes del Nuevo Testamento como plegaria (Lc 21,36; Ef 6,18; Col 4,2), sobriedad, fe y caridad incansable (1Ts 5,8; 2Ts 3,13) y resistencia al mal (Ef 6,10-20; 1P 5,8; Rm 13,11-14). La sentencia central de la parábola afirma la certeza de la venida de Cristo, independientemente de toda previsión y cálculo cronológico humano. El final de los tiempos, es decir el momento del encuentro

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con Cristo glorioso, el cristiano debe tenerlo constantemente presente, porque la vida de la persona es limitada y el Resucitado está siempre cercano. Por lo tanto hay que adoptar una actitud de vela constante y responsable; nada perdura, y, por mucho tiempo que transcurra, el encuentro con Cristo es ineludible, para el cristiano y para la humanidad entera.

II. ORIENTACIONES PARA LA HOMILÍA

1. Contexto bíblico La Iglesia universal comienza con la liturgia de este domingo el camino del Adviento: momento de preparación y de espera de la venida del Señor. La Palabra de Dios nos ayuda, por tanto, a entender el verdadero sentido de este tiempo de gracia y a disponernos interiormente para acoger a Cristo Salvador. Conviene destacar la idea central de cada una de las lecturas, porque así tendremos las orientaciones claves para la vivencia del Adviento. Los versículos de Isaías que hemos escuchado son una oración que implora la presencia y la acción de Dios en circunstancias muy duras que está viviendo el pueblo: «Ojalá rasgaras los cielos y bajaras» (63,19b). Es oportuno subrayar que el profeta parte del reconocimiento de las rebeldías y los pecados de todos, pero se ampara en el amor misericordioso de Dios, manifestando su disponibilidad para dejarse moldear por él: «Tú eres nuestro Padre, nosotros somos el barro y tú el alfarero; todos somos hechura de tus manos» (64,7). San Pablo, dirigiéndose a la comunidad de los corintios, hace presente la esperanza que debe mover a todos los creyentes: «Aguardamos la manifestación gloriosa de Nuestro Señor Jesucristo». Dos actitudes han de caracterizar esta espera: la gratitud a Dios por todos los dones que recibimos de él y la perseverancia en el bien. Así, el apóstol invita al testimonio de una

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vida cristiana total y permanentemente consagrada al Señor hasta su segunda venida. El pasaje del Evangelio de Marcos coloca su énfasis en dos imperativos: velen y estén preparados. La comparación en la que hace pie -la del hombre que se va de viaje, dejando su casa bien cuidada- resalta la necesidad de no bajar la guardia o de mantenerse alerta, ya que ninguno sabe el día ni la hora en los que volverá el Señor. 2. Contexto situacional ¿Qué significa para la Iglesia el tiempo del Adviento? ¿Cómo lo vivimos los discípulos-misioneros del Señor? El Adviento nos prepara para la doble venida del Señor: aquella que celebramos recordando su nacimiento en Belén, pero también la que esperamos al final de los tiempos, su manifestación gloriosa. El beato Juan Pablo II decía que nuestra fe está fundamentada en el Adviento y dirigida hacia él, porque «el cristianismo vive del misterio de la venida real de Dios hacia el hombre, y de esta realidad palpita y late constantemente»1 en su peregrinar hacia la eternidad. Siguiendo las invitaciones de la Palabra, acoger la gracia de este tiempo litúrgico y prepararnos realmente para esta doble venida del Señor nos exige: a) Un reconocimiento explícito de la necesidad que tenemos de Dios en nuestra propia vida y en la del mundo, con el propósito sincero de volver a él, Padre bueno y misericordioso. El Adviento lleva un marcado acento penitencial; es un nuevo y urgente llamado a la conversión de corazón como preparación para recibir a Dios que «sale al encuentro de quien practica alegremente la justicia y no pierde de vista sus mandamientos» (Is 64,4).

1 Juan Pablo II, Catequesis en la Audiencia General del 29 de noviembre de 1978,

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La Palabra nos trae una imagen muy bella de la conversión: la de la arcilla que se deja moldear por el artesano. Así, los cristianos en el Adviento se hacen más disponibles, más dóciles y maleables, de cara al plan de Dios y a la definitiva instauración de su reinado. El Adviento nos involucra en la experiencia del amor de Dios y nos invita a manifestar con las palabras y las obras que, aunque nos hemos alejado muchas veces de él, queremos retornar a los senderos que nos muestra. b) Pero no podemos olvidar la segunda venida del Señor, la manifestación gloriosa que esperamos. Adviento es también un tiempo de esperanza, porque nos abre el horizonte del definitivo encuentro con Dios e ilumina el sendero de los discípulos misioneros en este mundo. Justamente, en razón de la esperanza, estamos invitados a la gratitud permanente, que es reconocimiento del amor de Dios que está siempre presente en nuestro camino, y a la perseverancia, que es prolongar en el tiempo la respuesta fiel a su bondad y a su gracia. c) El Adviento es tiempo de vigilancia, porque hace particularmente presente la necesidad de estar siempre preparados para la vuelta del Señor. A este propósito, las palabras de Jesús son claras: nadie sabe el día ni la hora, por tanto nunca hay que bajar la guardia ni pensar que el Señor tarda; por el contrario, es necesario estar siempre alerta, que equivale a saber discernir los signos de los tiempos a la luz del evangelio, a mantener siempre la rectitud de intención de lo que hacemos, a saber rechazar las tentaciones, a no posponer la conversión para el último momento, a no permitir que la gracia de Dios pase de largo sin tocarnos, etc.

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3. Contexto celebrativo Cada vez que nos reunimos en torno al altar para la santa Misa repetimos que celebramos la muerte y resurrección del Señor hasta que él vuelva. Como ya ha sido subrayado, el tiempo de Adviento hace más viva y patente la esperanza de la vida cristiana. Esta Eucaristía nos introduce en la celebración de la fiesta anual del nacimiento del Señor, pero también, como lo era para las primeras comunidades cristianas, expresa el deseo gozoso de que Cristo vuelva: Maranatha, Ven Señor Jesús. Recomendaciones prácticas: 1. Conviene hacer énfasis, desde el inicio de la Misa, en que justamente

en este día la Iglesia da inicio a un nuevo año litúrgico. No sobraría una breve indicación sobre los tiempos litúrgicos.

2. Según se acostumbre en cada comunidad, podría hacerse en este día la bendición de la corona de Adviento; esta corona tiene cuatro velas: tres de color morado y una de color rosado; cada domingo de Adviento se enciende una de las velas (la de color rosado se enciende el tercer domingo).

3. En Adviento no se dice Gloria. Se deben usar con moderación los instrumentos musicales y las flores para adornar el altar. El Aleluya no se suprime.

4. Recordar que esta semana: - El miércoles 30 de noviembre, es la fiesta de san Andrés, apóstol. - El sábado 3 de diciembre, es la Jornada de la Pontificia Unión Misional.

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SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO Diciembre 4 de 2011

I. NOTAS EXEGÉTICAS Primera lectura: Isaías 40,1-5.9-11 Preparen el camino del Señor

Este fragmento del Deuteroisaías forma parte del proceso judicial de Dios ante las naciones y el anuncio de la salvación (cap. 40-46): él es el único Dios, los ídolos no son nada; si el pueblo se halla en el exilio de Babilonia es porque así lo determinó él, pero ya se acerca la hora del perdón y de la reconstrucción. Los capítulos 40-41 forman una sección: la del consuelo que ofrece Dios a su pueblo. El autor empieza con una repetición de palabras, no demasiado habituales: «consuelen, consuelen». La fórmula acentúa la firmeza de la acción que Dios se dispone a realizar. La consolación en la Escritura no consiste sólo en mostrar simpatía hacia quien sufre, sino también, y sobre todo, en una solidaridad activa que transforma la situación de aquel que sufre. Así, Dios consuela a su pueblo en Egipto (Éx 3), y promete ahora consolarlo en Babilonia. El segundo tema que recorre nuestro fragmento es el de la ruta. En el desierto se abrirá una auténtica «autopista» para que el pueblo pueda retornar sin tropiezos ni trabas. Propiamente el texto no habla del retorno del pueblo sino del retorno de Dios. Ya Ezequiel había descrito el desierto como un exilio voluntario de Dios, de su gloria (Ez 9-10). Ahora esta misma gloria es la que volverá a Jerusalén. Como último tema hallamos el del anuncio. El mensajero de la buena noticia es el evangelista (en griego). Y el evangelio que se debe anunciar es que Dios en persona se hace pastor de Israel. En

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el Medio Oriente y en Israel los gobernantes son llamados «pastores» del pueblo. A causa de la responsabilidad y del mal gobierno de los pastores (reyes, consejeros, sacerdotes y los mismos profetas) el pueblo ha tenido que padecer destrucción y exilio (2R 25). Dios será «el buen pastor» que reunirá a su rebaño disperso y cuidará de las ovejas débiles: las que crían y sus pequeños. Salmo de respuesta: 85(84),9ab+10.11-12.13-14 (R. 8) «Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación»

Este salmo presenta una lamentación colectiva, quizás del pueblo hebreo, y termina con un vaticinio de salvación. A la plegaria de la comunidad responde el oráculo divino, en las palabras del sacerdote: Dios anuncia a los suyos la paz, la prosperidad íntegra. Los signos divinos fueron propios de Israel antes del exilio; después de esta terrible experiencia, volverán a la tierra prometida. Ahora serán mucho más nítidas para el pueblo la misericordia divina, la fidelidad, la paz y la justicia. El primer signo de la realización del oráculo, ante la súplica confiada de los orantes, se descubre en la lluvia benéfica para los campos de Israel. Ella constituye la bendición de Dios venida del cielo; la tierra, empapada por el agua refrescante, produce su nuevo fruto. Ya el pueblo no tiene ninguna duda, el Señor está con ellos en el pan de cada día. Segunda lectura: 2Pedro 3,8-14 Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva

Continúa la espera escatológica que nos anunciaba ya el primer domingo de Adviento. La segunda carta de Pedro es el último escrito del Nuevo Testamento, entrado ya el siglo II. Si la primera y segunda generaciones cristianas tenían muy clara la inminencia del final escatológico de la historia, en la tercera generación empiezan a surgir las dudas y la cuestión: ¿Por qué retrasa Dios el cumplimiento de su promesa y la instauración definitiva del Reino de Dios?

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El autor, mientras mantiene viva la expectativa del final escatológico, quiere dar respuesta a su retraso: Dios es paciente y facilita un tiempo para la conversión de las personas, de tal modo que nadie se pierda. Sirviéndose del salmo 89,4, declara que ante Dios el cómputo humano del tiempo en hora, días y años resulta inútil. La lentitud o el retraso de la acción de Dios tan sólo aparece según la óptica humana: para Dios todo es presente, un instante único. El «día del Señor» llegará como un ladrón. Se trata de una expresión corriente en el Nuevo Testamento (Mt 24,43; 1Ts 5,2; Ap 3,3; 16,15). Indica la imprevisibilidad de la acción de Dios. Esta acción implica la transformación radical del mundo: del cosmos y de la historia. Esta transformación se expresa en tono apocalíptico, típico de aquel momento. El resultado final será «un cielo nuevo y una tierra nueva (Is 65,17; 66,22; Ap 21,1) en que habite la justicia». El cambio que Dios aporta será radical e imprevisible, nos cogerá desprevenidos. Se hace necesario, pues, que nos convirtamos aprovechando la paciencia que muestra Dios. Evangelio: Marcos 1,1-8 ¡Ábranle vías rectas!

El inicio del evangelio de Marcos es significativo. Marcos es el primero de los evangelios canónicos, y el v. 1 quiere ser una síntesis de todo lo que después vendrá. Algo parecido a lo que representa el prólogo en el cuarto evangelio. Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios, dos expresiones aparentemente sinónimas pero que en aquella época no lo eran de ninguna manera. Como Mesías, la persona de Jesús de Nazaret es portadora de salvación para el pueblo. Como Hijo de Dios, esta salvación no pertenece al ámbito puramente humano, sino que proviene de Dios mismo, con lo que eso significa de Absoluto y Radical.

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Conectando la persona de Jesús con la de Juan el Bautista y con el oráculo de Isaías, que ya hemos leído en la primera lectura, el autor del evangelio de Marcos nos dice que la salvación anunciada por Isaías va más allá del simple retorno del pueblo exiliado en Babilonia. La salvación es la que aporta Jesús de Nazaret, muerto y resucitado, vencedor sobre el mal, la enfermedad y la muerte. Juan Bautista, con su anuncio profético sobre la necesidad de conversión moral por parte del pueblo, prepara para recibir esa salvación. Es Jesús quien nos bautiza con el Espíritu Santo, el mismo Espíritu de Dios, el único que puede transformar nuestra vida y nuestra mentalidad para que seamos capaces de recibir y de vivir la salvación que Dios nos ofrece por medio de Jesús. Esta salvación supone una transformación moral de las personas: todo un proyecto de vida para nosotros en este tiempo de Adviento.

II. ORIENTACIONES PARA LA HOMILÍA 1. Contexto bíblico Los textos bíblicos correspondientes a este segundo domingo de Adviento subrayan la acción salvífica de Dios en la historia humana. Son pasajes de marcado acento mesiánico; nos describen de diversas maneras el gozo y la felicidad que nos traen la venida del Señor. Una visión de conjunto de estos textos nos permite encontrar temas o expresiones comunes, sobre las cuales conviene hacer énfasis:

- En el evangelio, la figura de Juan Bautista aparece hoy con

rasgos proféticos bien definidos. Si bien Isaías no se refiere en sentido propio al precursor, la tradición cristiana ha entrevisto en los versículos que hoy se han proclamado un tipo de la llegada

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del Mesías que es precedido por el testimonio de uno que lo anuncia.

- Se habla de una buena nueva, del consuelo, de la alegría por un acontecimiento trascendental e importante. También hay referencias al anuncio, a la proclamación, al testimonio de esa buena noticia.

- La espera del Señor nos pide perseverancia y esfuerzo en la práctica del bien. Por ello, la invitación que se reitera continuamente: preparen los caminos del Señor, allanen sus senderos.

2. Contexto situacional Sin perder de vista que continúa el tiempo del Adviento, preparación para la doble venida del Señor, la persona de Juan Bautista puede servirnos de apoyo en este día para reflexionar sobre el compromiso al que nos exhorta la Palabra: a) Como Juan Bautista, los discípulos misioneros de hoy estamos llamados, en primer lugar, a acoger con gozo la buena nueva de la salvación que se re-anuncia en este tiempo de Adviento. Las comunidades cristianas tienen hoy la delicada misión de ser transmisoras del evangelio, pero no pueden hacerlo si primero no lo han acogido con alegría, porque se trata del consuelo y de la esperanza que vienen de Dios, y con decisión, porque es la fuerza salvífica que rescata a los hombres de la esclavitud, infelicidad y dolor producidos por el pecado. Es significativo que el evangelista se detenga en describir la persona misma y la apariencia externa del Bautista; quiere dar a entender que el primer implicado en el anuncio es el profeta. b) Como Juan Bautista, que llama a la conversión como vía para ir al encuentro de Jesús, indicando además a cada uno las exigencias de aceptar a Cristo, la Iglesia -comunidad de creyentes- debe anunciar con fuerza profética los valores del evangelio y sus

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implicaciones en la vida de todas las personas. Ni la Iglesia como institución, ni cada uno de los discípulos del Señor, podemos permanecer callados frente a la irrupción de Dios en la historia: hay que anunciar y hablar, hay que llevar a los demás la buena noticia que hemos recibido. c) Como Juan Bautista, nosotros estamos invitados a preparar los caminos del Señor, a allanar sus senderos, no sólo en la propia vida sino también en la de nuestro prójimo, es decir, en la de aquellos que están a nuestro lado, especialmente nuestros seres queridos. La imagen es verdaderamente elocuente: nos invita a permitir y a hacer fácil (recta, plana y accesible) la llegada del Señor en nosotros y en nuestros hermanos. ¿Cómo? Con la práctica de las buenas obras, con la actitud de alegría por la llegada del Señor, con una vivencia realmente espiritual y no mundana de la gracia del Adviento y de la Navidad, con la lucha contra todo aquello que representa un obstáculo para que el amor de Dios se implante en las familias y en las comunidades, etc. 3. Contexto celebrativo «La liturgia del Adviento es de carácter histórico. La expectación de la venida del Ungido (Mesías) fue un proceso histórico. De hecho impregnó toda la historia de Israel, que fue elegido precisamente para preparar la venida del Salvador»2. Hoy el pueblo de Dios que es la Iglesia celebra año tras año, particularmente en la eucaristía, esta esperanza de la venida del Señor.

2 Juan Pablo II, Catequesis en la Audiencia General de 13 de diciembre de 1978.

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Él está cerca. Vayamos a su encuentro en la escucha de la Palabra, comulgando su cuerpo y su sangre y en el anuncio de la Buena Nueva. Recomendaciones prácticas: 1. No se debe perder la continuidad del tiempo del Adviento; por ello es

conveniente resaltarla de alguna manera, por ejemplo, recordando la idea principal del primer domingo.

2. Según se acostumbre en cada comunidad, podría encenderse la segunda luz de la corona de Adviento.

3. Recordar que esta semana: - El jueves 8 de diciembre, es la solemnidad de la Inmaculada

Concepción de la Santísima Virgen María (día de precepto).

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LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

Diciembre 8 de 2011

I. NOTAS EXEGÉTICAS Primera lectura: Génesis 3,9-15.20 Victoria sobre la serpiente

El capítulo 3 del Génesis describe la convicción de la fe de Israel de que la condición humana es una consecuencia de una primitiva transgresión de la humanidad contra Dios. Una existencia humana marcada por la fragilidad existencial y moral, en forma de trabajo y esfuerzo contra la naturaleza, en forma de tensiones y violencias, e incluso de luchas fratricidas, abocada a la muerte. Desde su fe en el Dios salvador del Éxodo, Israel afirma que no es éste el plan de Dios sobre la humanidad. Ha sido la misma humanidad la que ha subvertido el ideal de Dios. La fiesta de hoy, no obstante, no nos quiere retener en la contemplación del pecado, sino de la gracia, la promesa de salvación que contiene el v. 15: «pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; y su descendencia te aplastará la cabeza, mientras tú tratarás de morder su talón» (este versículo ha inspirado la imaginería mariana de los últimos siglos). La humanidad tiene la promesa de la victoria final sobre el mal que ella misma ha provocado. La serpiente como representación simbólica del mal es común a las culturas del Medio Oriente. Algunos exégetas ven en este texto una posible relectura exílica de Is 7,14 (la virgen que da a luz un niño capaz de rechazar el mal y de elegir el bien); y es, desde esta perspectiva, que el texto ha sido referido a la madre del Mesías-rey, que, con ojos cristianos, es María, la madre de aquel que, con su muerte inocente y su resurrección, ha vencido el círculo vicioso del pecado, y nos ha abierto el camino de la victoria final sobre el pecado de la humanidad.

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Salmo de respuesta: 98(97),1.2-3a.3cd-4 (R. Lc 1,49) «El Poderoso ha hecho obras grandes por mí»

El presente cántico es un himno al rey como Señor; el salmo comienza con la invitación clásica a la alabanza y enuncia el motivo; las victorias de Dios son acciones salvadoras en la historia: el brazo de Dios se manifiesta con poder irresistible. Y la victoria, ganada para salvar a un pueblo escogido, es revelación para las naciones; es una victoria justa, es decir, salva al oprimido y al desvalido.

Esta victoria histórica no recoge un hecho particular, sino un punto en la línea de la bondad y la misericordia divina. El Señor es fiel, su amor por Israel se configura como una revelación para el mundo. El Señor establece en esta historia un reino de justicia y derecho. Segunda lectura: Efesios 1,3-6.11-12 Ya antes de crear el mundo, nos eligió en Cristo

Como segunda lectura de hoy se nos propone este himno neotestamentario que de sobra nos es conocido por el uso que hace de él la Liturgia de las Horas en la oración de Vísperas de los lunes. El texto contiene una gran riqueza teológica que aparece de manera concentrada debida al lenguaje poético-hímnico que lo compone. La primera frase (v. 3) es un resumen de todo lo que el Padre ha hecho por nosotros por medio de Cristo y que se realiza en el Espíritu. Sigue una primera estrofa (v. 4-6) en la que se presenta la nueva situación en que vive el cristiano por la transformación que obra en él la fe en Cristo: ha resultado predestinado y elegido por Dios a ser su hijo (cf. Rm 8,29 y Jn 1,12). Esto se expresa en la santidad de la vida y en el amor (cf. 5,27). En la segunda estrofa (v. 7-12) se describe el origen de nuestra dignidad de hijos, mostrando su resultado: la redención, el conocimiento y la herencia. Finalmente,

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la tercera estrofa (v. 13-14) declara que esto es cosa de todos (nosotros y ustedes), después de recibir la prenda que es el Espíritu. Con este lenguaje denso y, a menudo difícil, el autor expresa la transformación que la fe en el Resucitado obra en la persona del creyente: lo abre a la realidad de una nueva actitud vital y una nueva relación con Dios y con el prójimo; es hijo en el Hijo, y como tal ha de vivir ya desde ahora. En la persona de María se ha realizado eso de una manera única y admirable. Evangelio: Lucas 1,26-38 ¡Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo!

Literariamente este relato aparece construido según el esquema de los relatos de vocación del Antiguo Testamento; en concreto, hay paralelismo con la vocación de Gedeón (cf. Jc 6,11-21, en especial en los vv. 12,15 y 16). El autor nos quiere presentar la vocación de María en la línea de las de los antiguos jueces-salvadores del pueblo. No obstante, introduce unas notas de originalidad: el nacimiento del Hijo que es descrito con los títulos mesiánicos del Antiguo Testamento (Jesús, hijo del Altísimo, hijo de David, rey de Israel, fruto santo, hijo de Dios) y la relación del niño con Dios por medio de la acción del Espíritu (llena de gracia, el Espíritu Santo, el poder del Altísimo). María recibe una llamada a convertirse en la madre del salvador-Mesías. A pesar de la importancia de María en los relatos de la infancia y en el resto de los evangelios de Lucas y Juan, José es quien entronca a Jesús con la familia de David (v. 27). El relato destaca, no obstante, que José no es el padre natural de Jesús. Según el ritual matrimonial de entonces, María está desposada con José pero no viven todavía juntos. Legalmente son marido y mujer, pero no han empezado a cohabitar. Quiere así el evangelista expresar el misterio de Jesús: verdadero hombre y verdadero Dios.

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Las palabras del ángel concluyen con el mismo mensaje que recibieron Abrahán y Sara, nuestros padres en la fe: «porque para Dios nada hay imposible» (v. 37; cf. Gn 18,14). Y es que María es la madre en la fe del pueblo cristiano, como Abrahán es padre en la fe. Nuestra perícopa es el relato de la vocación de María a ser la madre natural del Mesías y la madre en la fe del nuevo pueblo que es la comunidad de Jesús, hombre y Dios a la vez. En nuestro itinerario de Adviento María aparece como aquella que responde con generosidad a su vocación maternal y nos da a luz a Jesús, el vencedor del mal y del pecado de la humanidad.

II. ORIENTACIONES PARA LA HOMILÍA 1. Contexto bíblico No cabe duda que la celebración de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen está colocada «estratégicamente» al comienzo del año litúrgico, y en pleno tiempo de Adviento, que es tiempo de esperanza y de conversión. El año litúrgico, en efecto, cuya coronación es justamente la fiesta de Cristo Rey, en su totalidad se orienta a la implantación del Reino de Dios. Hacer que el Reino de Dios llegue a ser realidad en cada bautizado. Es lo que Jesucristo nos enseñó a pedir diariamente en el Padrenuestro: «venga a nosotros tu Reino». Y la Virgen María es el modelo perfecto de su realización. En Ella se cumplió a cabalidad el Reino de Dios. Ella es su fruto maduro y primerizo. La Asunción bien puede verse como la fiesta del final, de la plenitud pascual cumplida ya, a cabalidad, en la Madre del Salvador. Desde el primer momento de su existencia personal María aparece como figura y modelo del destino de quienes constituimos la familia de Dios, que es la Iglesia, toda santa, sin mancha ni arruga. A lo largo del año litúrgico, la Virgen María nos estará recordando cuál tiene que ser nuestro caminar espiritual para hacer realidad el Reino de Dios.

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Pero además, la fiesta de la Inmaculada no es un «paréntesis» en el tiempo de Adviento, no es algo extraño, sin relación con el Adviento, con la venida del Salvador, el Mesías, el Señor. Al contrario, su significación cristológica es clara y explícita: «ni Cristo sin María, ni María sin Cristo». Con esta fiesta estamos confesando que Dios preparó para su Hijo, Jesucristo, desde la eternidad, una «digna Madre» concebida en gracia, libre del pecado original que a todos nos afecta, toda pura, toda santa, como la saludó el arcángel san Gabriel. El año 1854 el beato Papa Pío IX declaró dogma de fe que María, ya desde el momento de su concepción, fue preservada de caer en el pecado «por gracia y singular privilegio de Dios omnipotente y en previsión de los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano». Es decir, que también Ella es redimida, pero no restaurada después del pecado (como nosotros) sino preservada de él, e íntimamente asociada a la obra redentora de su Hijo. Fue redimida de manera supereminente. La escena del primer pecado, narrada en el fragmento del Génesis que hoy se lee, nos trae la primera promesa de salvación. Por desterrar el pecado del mundo lucharán la mujer y su descendencia. Cristo es el que vence al demonio y al pecado, y por Cristo lo vence también María ya desde el primer instante de su existencia personal. El salmo está lleno de júbilo: «canten al Señor un cántico nuevo… aclame al Señor toda la tierra, griten, vitoreen, toquen». La segunda lectura (Ef 1,3-6.11-12) nos recuerda que Dios Padre «nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo». Bendecimos a Dios porque él nos ha bendecido con toda clase de bendiciones, como es habernos destinado a ser sus hijos, santos e irreprochables, herederos con Cristo Jesús. Y la escena de la anunciación a María (Lc 1,26-38) nos muestra la iniciativa de Dios en la historia de la salvación: Dios actúa por su Espíritu y envía como Salvador a su Hijo, Jesús. Iniciativa que interpela a la Virgen; la cual responde con su «SÍ» generoso, plenamente abierta a la

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Palabra y disponible para la misión que se le encomienda, de ser complemento femenino en la Redención del mundo. «Purísima había de ser la Virgen que nos diera el Cordero inocente que quita el pecado del mundo» (Prefacio). 2. Contexto situacional Es bien claro y hasta evidente el mensaje que para nuestra vida espiritual nos trae la fiesta de la Inmaculada: se nos pide «ser santos e irreprochables por el amor, con una vida propia de hijos adoptivos, glorificadores de Dios Padre y herederos suyos». Por eso pedimos a Dios Padre: «llegar a ti limpios de todas nuestras culpas» (Colecta) y «guárdanos también a nosotros, limpios de todo pecado» (Ofrendas) para ser alabanza de su gloria. Como familia de Dios, tenemos que sentirnos felices, porque no somos huérfanos de madre, sino que tenemos por Madre a la misma Madre Dios, desbordante de santidad y hermosura. Felicitémosla y con toda razón alegrémonos porque Dios «ha hecho grandes obras» en nuestra común Madre, llenándola de su gracia y preparándola para ser la digna Madre del Salvador. María, la nueva Eva, la verdadera madre de los vivientes, la que aceptó con limpio corazón el plan salvador de Dios, es nuestro mejor modelo para vivir el Adviento y la Navidad, sintiéndonos impulsados a trabajar en la construcción del Reino de Dios, y dispuestos a que la encarnación del amor salvador de Dios siga en cada uno de nosotros, diciendo siempre «sí», como María Inmaculada, al designio salvador de Dios. 3. Contexto celebrativo La Santa Misa es la forma propia de la Iglesia para hacer fiesta. Y hoy todos los hijos de la Iglesia estamos de fiesta por el singular privilegio de nuestra Madre, la Virgen Inmaculada, preservada del pecado original «por gracia y singular privilegio de Dios omnipotente y

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en previsión de los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano». Por eso, la eucaristía de hoy la celebramos en un ambiente especialmente festivo, y con un fuerte compromiso de santidad, de forma que «cure en nosotros las heridas del pecado» (Poscomunión) y como dice el sacerdote antes de invitar a recibir la Sagrada Comunión: «Señor Jesucristo… concédeme que la recepción de tu Cuerpo y de tu Sangre me purifique de mis pecados, me proteja contra todo mal y me lleve a la vida eterna». Fortalecidos con la Sagrada Eucaristía, ciertamente no podemos aspirar al privilegio de la Virgen en su Concepción Inmaculada, pero sí estamos llamados a participar en la lucha contra el mal, para llegar a Dios limpios de todas nuestras culpas. María es, en efecto, la imagen o signo de lo que Dios ha querido que nosotros, seres humanos, lleguemos a ser en Cristo Jesús. La grandeza y dignidad originales, que Adán y Eva habían perdido por el pecado, Dios ha querido restaurarlas levantando a la Virgen María como signo de la santidad humana perfecta a la que todos estamos llamados en Jesucristo. Recomendaciones prácticas: 1. Del Prefacio, que es propio, resaltar estas palabras: «preservaste a la

Santísima Virgen María de toda mancha de pecado original, para que, dotada de la plenitud de tu gracia, fuera digna Madre de tu Hijo y prefigurara a la Iglesia, Esposa de Cristo, hermosa, sin mancha ni arruga».

2. Con capacidad de observación descubrir cuáles son los grandes males que nos agobian y que golpean especialmente a los padres de familia, a los niños y jóvenes de esta época, para hacer referencia explícita en la homilía.

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TERCER DOMINGO DE ADVIENTO «Gaudete» Diciembre 11 de 2011

I. NOTAS EXEGÉTICAS

Primera lectura: Isaías 61,1-2a.10-11 Desbordo de gozo con el Señor

Este oráculo del Trito-Isaías describe, en su primera parte (v. 1-2), la misión del profeta como anunciador de un mensaje de paz, consuelo y liberación para con los desvalidos, y como instrumento de la misericordia y de la gracia del Señor y, por tanto, de su castigo contra los opresores injustos (cf. 34,8; 63,4; Jr 46,10). Jesús anunciará solemnemente que esta Escritura se cumple en él (cf. Lc 4,18-21). En su segunda parte (v. 4-9), que desafortunadamente el texto litúrgico omite, se nos habla de la salvación como una nueva y definitiva alianza con Dios. Finalmente todo concluye (v. 10-11) con la descripción de la alegría de la comunidad creyente que es fruto de la salvación de Dios. La felicidad se expresa en términos de gala (vestidos, manto, diadema, joyas) y de fecundidad (germinar, hacer crecer los brotes, hacer crecer lo sembrado) altamente significativos para las áridas tierras palestinenses. Esta combinación de imágenes responde a la mentalidad bíblica: la tierra es una novia fecundada por el Dios esposo. María ha hecho suyas estas palabras en su cántico del Magníficat (cf. Lc 1,46-54), como recordamos en el salmo responsorial; también ella, fecundada por el Espíritu, ha hecho brotar la salvación en favor de su pueblo. Este texto ha tenido una fuerte influencia en el evangelista Lucas, que contempla a María y a Jesús como aquellos que cumplen las esperanzas mesiánicas del Trito-Isaías.

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Salmo de respuesta: Lc 1,46b-48.49-50.53-54 (R. cf. Is 61,10b) «Desbordo de alegría con el Señor, mi Dios»

El himno entonado por María, y proclamado como salmo de respuesta en este día, es fundamentalmente una alabanza a Dios por lo que ha obrado en ella y en toda la Historia de la Salvación. El texto sigue el modelo de composiciones semejantes que hallamos en el Antiguo Testamento (sobre todo el cántico de Ana, la madre de Samuel; cf. 1S 2,1-10), y todo él está lleno de citas y alusiones a pasajes bíblicos. Al poner este cántico en boca de María, Lucas la presenta como alguien que escucha y asimila la Palabra de Dios, y que es capaz de hacerla propia y elaborar a partir de ella una síntesis personal, en relación con su propia existencia. En cuanto al contenido del himno, el acento está puesto en la actuación salvadora de Dios, y concretamente en su predilección a favor de los pequeños y de los sencillos. Dios da la vuelta a la historia humana, en la que triunfan poderosos y ricos, y ayuda a los débiles y pobres. La conclusión del cántico relaciona la actuación de Dios en Jesús con la alianza establecida antes con Abrahán. De este modo muestra su amor y su fidelidad a las promesas que había hecho desde la antigüedad. Segunda lectura: 1Tesalonicenses 5,16-24 Que todo su ser se conserve íntegro y sin tacha para cuando llegue en su gloria nuestro Señor Jesucristo

Pablo, una vez que ha exhortado a la comunidad cristiana de Tesalónica a obrar la caridad para con todos (cf. 5,12-15), concreta en qué actitudes se vive esta caridad. El cristiano ha de vivir contento, rogando incesantemente, no sólo pidiendo sino también dando gracias por todo aquello que Dios nos ofrece día tras día, convencido de que por sí mismo no es capaz de obrar el bien; necesita la ayuda del Espíritu para que lo anime constantemente, sabiendo discernir en cada momento lo que es bueno y debe

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hacerse, para evitar así toda sombra de mal. El motivo profundo de tal comportamiento cristiano radica en la certeza de que vivimos esperando el retorno de Jesucristo. Las actitudes que el cristiano mantiene mientras espera, ya hacen posible el retorno y la presencia de Jesús en la comunidad. La expresión paulina: «que todo su ser, espíritu, alma y cuerpo» (v. 23), no es una descripción de los componentes de la persona, sino la manera de expresar la totalidad de la persona; la persona entera está bajo la acción de Jesús, y todo ella ha de vivir en tensión hacia el Señor que viene. Evangelio: Juan 1,6-8.19-28 En medio de ustedes está otro a quien no conocen

La perícopa evangélica, tomando como punto de comparación la figura del precursor, Juan Bautista, intenta responder a una pregunta simple: ¿Quién es Jesús? Juan no es la luz, Jesús es la luz (como insistirá el evangelista a lo largo de su relato; cf. 1,4; 3,19-21; 8,12; 11,9-10; 12,35-36). Juan no es el Mesías, ni Elías (que ha de venir a preparar la venida del Señor; cf. Ml 3,23: en este profeta el precursor del Señor tiene un matiz sacerdotal), ni el profeta anunciado para los tiempos escatológicos (cf. Dt 18,15.18), Jesús, en cambio, es el Mesías (cf. 4,29; 7,26) y el profeta esperado (Jn 4,19; 6,14; 7,40; 9,17). Así Juan, por contraposición, dibuja la figura de Jesús como rey-Mesías, sacerdote-Elías, y profeta. El triple ministerio del Antiguo Testamento al servicio de la alianza se concentra en Jesús (rey, sacerdote y profeta). Juan bautiza con agua, como un signo de preparación y de penitencia; Jesús es quien bautiza con Espíritu Santo (que es quien ha de renovar la creación). Al responder a la pregunta, Juan afirma que Jesús cumple la esperanza del pueblo de Israel, expresada en la Escritura, de ser el salvador y el renovador de la humanidad y de la creación entera.

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II. ORIENTACIONES PARA LA HOMILÍA 1. Contexto bíblico El tema fundamental que nos ofrecen las lecturas de este día se resume en la palabra «gaudete». Estamos en el tercer domingo de Adviento y todo se orienta a la alegría, al gozo, a la exultación, a la fiesta. Por eso el mensaje de la primera lectura nos anuncia paz, consuelo, liberación, misericordia y gracia. Hoy el profeta, la Iglesia, el apóstol, nos están invitando a experimentar la alegría, porque nosotros, que estábamos en las tinieblas, en el sin sentido de la vida, como consecuencia del pecado y la experiencia del miedo a la muerte, recibimos el anuncio, la buena noticia de nuestra liberación, de nuestra salvación. La liturgia de este día nos presenta como salmo responsorial el cántico de la Virgen. Es una proclamación que brota del corazón de María como una exultación, una alabanza a Dios por las maravillas que ha obrado en ella y por su medio en la humanidad, que experimenta la redención y la misericordia. Cuántas maravillas las que el Señor realiza en favor de los humildes, de los pequeños, de los oprimidos. San Pablo nos presenta las características de un verdadero cristiano: es alguien que vive y experimenta hasta lo más profundo de su ser la caridad, que se identifica por su alegría, que por la acción del Espíritu ora, suplica, bendice y da gracias y que además tiene el don del discernimiento y la esperanza en la venida gloriosa del Señor Jesucristo. El Evangelio hace una distinción entre la voz y el Verbo. Juan es la voz durante un tiempo, mientras que Cristo es el Verbo desde el principio, es eterno. El sonido de la palabra nos lleva a la inteligencia de la idea. Esa idea que nos ha entregado la palabra, ya está en nuestro corazón y allí permanece. Pero la palabra una vez que ha realizado su oficio, desaparece. Lo que permanece es la idea, es decir el Verbo. El oficio de la palabra (Juan) es el de una voz que rompe el silencio llamándonos a preparar los caminos del

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Señor. Su tarea consiste en ir llamando para introducir en los corazones al Señor. Pero no encontrará un corazón en el cual Él se digne entrar, si no preparamos el camino. Esto significa suplicar convenientemente, con humildad, como actuó Juan, al declarar que no era el Cristo. Por eso se redimensionó, se distinguió, se humilló, pues comprendió dónde estaba su salvación, y no se dejó tentar por el viento de la soberbia.

2. Contexto situacional El hombre de hoy sabe y tiene clara conciencia de no estar conforme con su vida. Por eso no vive feliz y carece de alegría. Por otra parte se da cuenta de que la solución no está en el hombre, ni la posee el mundo. Entonces debe buscar, porque no tiene salida; hacerlo con paciencia para no atolondrarse, procurando descubrir sin equivocarse. Se necesita una fuerza que actúe desde fuera, porque el hombre espera ser movido, porque le gusta la comodidad y entonces hay que apremiarlo. Nosotros protestamos cuando tenemos mucho trabajo y tendemos al descanso y al reposo, pero, en el fondo esperamos que nos sacudan con respeto y equilibrio. Frente a la miseria nos llega el anuncio novedoso de la felicidad; frente a la tristeza se nos anuncia la alegría duradera; frente a la inseguridad se nos anuncia la firme seguridad. Hoy aparece Juan el Bautista que nos invita a vivir en la alegría, en la acción de gracias y en la esperanza de la salvación, porque nos ofrece la clave de la nueva vida. Nos presenta a Cristo, el Verbo, también hoy. Lo que importa es descubrir a este Verbo en medio de nosotros para acogerlo y seguirlo con todas nuestras fuerzas.

3. Contexto celebrativo Estamos llamados a profundizar el mensaje que nos invita a recibir esta palabra llena de luz, que ilumina nuestra existencia. Nos trae confianza, pues nos orienta con miras a conseguir una felicidad

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firme y verdadera. Nos penetra la alegría que nos mueve y nos anima a seguir su empuje. Si nosotros buscamos realizar este mensaje como principio de vida, entonces no nos quedaremos en las apariencias, sino que iremos hasta el fondo para vivir desde lo profundo y «ser» de verdad. Lo cual supone haber descubierto el destino del hombre para vivirlo en plenitud. Esto hará que nuestra eucaristía se transforme en el centro vital de cada cristiano, en el corazón que comunica energía y hace mantener la presión suficiente para seguir el ritmo de la vida, en el encuentro comunitario con Cristo, el Señor, y así consolidar la Iglesia. Recomendaciones prácticas: 1. Enfatizar las palabras: anuncio novedoso, Alianza Eterna, paz, felicidad,

acción de gracias y esperanza de salvación. 2. Hacer buen uso de la corona de Adviento, prendiendo la tercera vela

(rosada), con una oración apropiada y explicando el sentido de la corona. 3. Tener en cuenta que el tiempo litúrgico de Adviento subraya la

dimensión de espera esponsal en la cual vive la Iglesia. Es un tiempo que puede ser comparado con aquel de la gestación, durante el cual se realiza una transformación de todo el ser. Por eso hay que esperar con paciencia y alegría.

4. Convendría seguir hoy el Prefacio de Adviento III, que enfatiza los aspectos propios de este domingo. También la Plegaria Eucarística III puede ayudar a entrar en el sentido festivo y de alegría propios de este domingo.

5. Hoy se permiten los instrumentos musicales y las flores para adornar el altar. Se sugiere usar ornamento de color rosado.

6. El altar nunca debe quedar haciendo parte del pesebre. Se deben respetar los espacios sagrados, su significado y función.

7. Recordar que esta semana: - El lunes 12 de diciembre, es la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe,

patrona de América Latina. - El viernes 16, se inicia la novena de preparación a la Navidad. - El sábado 17, comienza el 2º período del Adviento, que va del 17 al 24

de diciembre; son ferias privilegiadas y solo ceden su lugar a las fiestas y solemnidades; el Prefacio es el II o IV de Adviento.

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CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO Diciembre 18 de 2011

I. NOTAS EXEGÉTICAS Primera lectura: 2Samuel 7,1-5.8b-12.14a.16 El reinado de David durará por siempre

Cuando David se ha impuesto sobre los descendientes de Saúl y ha conquistado Jerusalén, situada entre Judá e Israel, y la ha hecho capital de su reinado unificado, piensa en la conveniencia de construir un templo, de alcance nacional, unido al nuevo palacio real. La respuesta de Dios, por medio de Natán, no se hace esperar. Es Dios quien guía la historia, y no el hombre con sus proyectos. El Nuevo Testamento nos dirá que la casa de Dios está construida con las piedras vivas, que son las personas (cf. 1Co 3,16; 1P 2,5; Ef 2,20-22). David quiere dar al pueblo un centro de culto espléndido que atraiga a las tribus hacia Jerusalén, para reforzar así su dinastía y su poder, como si él fuera el artífice del pueblo. Dios recuerda que es él el constructor del cosmos, de la historia, del pueblo, de la dinastía, de la salvación... Él es el constructor de toda cosa y de toda casa. Rechaza la oferta de David porque «ha derramado demasiada sangre» (cf. 1Cro 22,7-10), pero le premia la buena intención y la fidelidad que ha mostrado. La promesa de Dios a David (que se ha construido una casa) resuena y actualiza las promesas hechas a los patriarcas (quienes vivían sin casa), y muestra que las promesas divinas se han de renovar y actualizar en cada generación creyente, según la situación del pueblo (cf. Am 9,11; Is 7,14; 11,1; Mt 5,1; Jr 33,14-16; Ez 34,23-25).

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Salmo de respuesta: 89(88),2-3.4-5.27+29 (R. cf. 2a) «Cantaré eternamente tus misericordias, Señor»

Salmo mixto. Hoy se recita la introducción (vv. 2-5; que está dividida en un reconocimiento de la misericordia y fidelidad eterna del Señor, y una evocación de la alianza davídica) y algunos versículos que hacen parte del oráculo histórico (vv. 20-38). El Salmo celebra el amor fiel de Dios que se muestra tanto en la creación como en la elección de su pueblo, y, sobre todo, en la elección de David y la alianza/promesa de Dios con David y su descendencia. Algunos títulos que menciona tienen su eco en el Nuevo Testamento, así por ejemplo: el de Elegido suena en la transfiguración (Lc 9,35) y el de Siervo en Mt 12,18-21, y se hace común en Hechos (cf. 3,13.26; 4,27.30). De la relación Hijo-Padre (v. 27) hay abundantes testimonios en el evangelio según san Juan. El binomio «amor-lealtad» es una constante en este salmo. Segunda lectura: Romanos 16,25-27 Designio mantenido en secreto desde la eternidad, revelado ahora

¿Cuál es la finalidad de la acción de Dios en la historia? ¿Quién lo conoce? Tan sólo aquél a quien le ha sido revelado. Para Pablo está claro: sólo los cristianos que han recibido el don del Espíritu de Dios, conocen el plan de acción de Dios en la historia. El término misterio significa en griego el plan, el proyecto de un político o de un general. Evidentemente, su plan se mantiene en secreto y sólo lo conoce él y sus íntimos colaboradores, para llevarlo a la práctica tácticamente y vencer así a los adversarios. El misterio de Dios en el mundo paulino se refería al plan de Dios sobre el mundo, concebido como una lucha de poderes. A pesar de que los profetas han ido descubriendo veladamente este plan, tan sólo la resurrección de Jesucristo nos hace prever el resultado final: Dios resultará finalmente vencedor del mal y de la muerte. Queda

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no obstante la táctica de ir desarrollando poco a poco el plan hasta la batalla final; y este es el tiempo de la Iglesia, de la comunidad cristiana en el tiempo. Toda la historia es un continuo adviento del misterio de Dios en el mundo. Evangelio: Lucas 1,26-38 ¡Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo!

Nuevamente encontramos la perícopa evangélica de la vocación de María. Si en la fiesta de la Inmaculada hacíamos una lectura mariana, ahora el contexto bíblico de las lecturas anteriores nos invita a hacer una lectura teocéntrica. En plena conformidad con la primera lectura, el relato lucano de la vocación de María nos muestra el cumplimiento de las esperanzas mesiánicas de la dinastía davídica en la persona de Jesús de Nazaret, el Hijo de María. En Jesús se concentran todas las promesas, no sólo las hechas a David (v. 32) sino también a los patriarcas, representados por la mención de Jacob (v. 33). La realización en Jesús de las promesas es obra exclusiva de Dios, que va realizando su misterio (cf. Segunda lectura) en la historia. Si el Antiguo Testamento, y los profetas, representaban hitos importantes en el desarrollo del plan salvífico de Dios, en Jesús, nacido gracias al sí de María, llegan a su culmen. El misterio de Dios necesita del sí de los hombres.

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II. ORIENTACIONES PARA LA HOMILÍA 1. Contexto bíblico Según la revelación, de Dios parte toda la iniciativa de la alianza. Alianza que con David se pacta definitivamente, y en ella se continúa cumpliendo las promesas hechas a Abrahán. De Dios es la iniciativa de vivir cerca del hombre (Dios con nosotros, «Emmanuel») y del hombre también es el deseo de permanecer con Dios. En ese querer del hombre permanecer con Dios, David piensa construir la casa del Señor; pero no es lo que el hombre desea sino lo que Dios en su misterio realiza. Será Dios quien perpetuará la dinastía Davídica y se construirá una morada entre los hombres, que llenará los requisitos que quiere para habitar entre ellos. El hombre experimenta la misericordia de Dios y puede cantarla; misericordia que se manifiesta en la promesa hecha a David, donde se descubre la filial paternidad de Dios sobre la humanidad. Todo esto revela la clave del misterio, en donde el gran hilo conductor es la historia de amor de Dios, Padre siempre fiel, que viene en búsqueda del hombre. El misterio de la salvación llega a su plenitud en el Hijo de Dios hecho carne. Dios va a tener su casa entre nosotros, con el sí generoso de María. A ella el Señor la ha elegido para ser el Templo Santo de su Hijo, presencia plena de Dios entre los hombres. María calladamente espera, escucha atenta la Palabra, da su sí generoso y colabora con el plan de Dios. El que va a nacer pertenece a la estirpe de David. María es el Templo de la Nueva Alianza. Templo más precioso que el que David deseaba construirle al Señor. María ya no será ni la tienda de campaña ni el templo de Jerusalén que encierra el arca de la Alianza, sino la morada del Verbo eterno del Padre, del Hijo de Dios.

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2. Contexto situacional Por estos días el mundo se alegra por la proximidad de la Navidad, pero ¿Sabemos qué quiere decir Navidad? ¿Cuál es nuestra alegría por Navidad? Nos preparamos para celebrar el máximo acontecimiento de nuestra fe: Dios se hace uno de nosotros, en su Hijo hecho carne gracias al sí de la Virgen, para habitar entre los hombres y salvarlos. María es el verdadero Templo que Dios mismo se quiso fabricar para poner su morada entre los hombres para siempre. Cada uno de nosotros tiene la tarea de responder como María al querer de Dios, y así permitir su presencia salvadora en cada generación de nuestra historia. Esta es nuestra alegría verdadera: «¡alégrate… el Señor está contigo!». Dios estará siempre entre nosotros. Estos son días de fe. Aquella que nos hace capaces de romper toda barrera humana y abrirnos a la presencia del Señor; aquella que nos lleva a acogerlo totalmente en nuestro ser y a dejarlo obrar su salvación en nosotros y a través de nosotros en favor de toda la humanidad; aquella que nos convierte en sus templos vivos. Dios hace lo posible y lo imposible para vivir con nosotros, porque nos ama inmensurablemente. Un amor tan desbordante que quiere y busca ser amado. 3. Contexto celebrativo Si cada eucaristía es la Pascua del Señor, también cada eucaristía es la encarnación del mismo Hijo de Dios. En Adviento, en Navidad, en Cuaresma, en Pascua, en el Tiempo Ordinario, Dios nos recuerda que Él está con nosotros hasta el final de los tiempos. Se nos deja ver no ya en la carne del Niño de Belén, sino en el pan y el vino consagrados, verdaderos Cuerpo y Sangre de Jesús. Así como por la acción del Espíritu Santo y con el sí de María el Hijo de

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Dios se hizo hombre, así también hoy con la acción de este mismo Espíritu y con nuestra respuesta de fe está presente en medio nuestro y nos salva. Aquí también tenemos al Emanuel que un día nació en Belén. Por eso celebramos, por eso estamos alegres, por eso, con el salmista, cantamos eternamente las misericordias del Señor. Recomendaciones prácticas: 1. Al inicio de la celebración encender la cuarta y última vela de la corona

de Adviento. 2. Pudiera destacarse cerca de la corona de Adviento alguna imagen de

la Virgen, especialmente la de la Inmaculada Concepción u otra que no porte en brazos al niño.

3. Resaltar las palabras: Templo - casa, Alianza, enviado de Dios, alegría, virginidad (renuncia al propio obrar y hacer, para que Dios obre y haga), Encarnación - Dios con nosotros.

4. No olvidar que litúrgicamente no es correcto integrar dentro de la Misa el ejercicio piadoso de la novena de preparación a la Navidad; se hace antes o después de ella.

5. Recordar que esta semana: - Hasta el día 24 de diciembre son Ferias Privilegiadas, que sólo ceden su

lugar a las fiestas y solemnidades. El Prefacio es el II o el IV de Adviento. - El domingo 25 de diciembre, es la solemnidad del Nacimiento del

Señor; día de precepto. Tiene: Misa de la Vigilia (la tarde del sábado 24, hasta las 8:00 p.m.), Misa de medianoche (desde las 8:00 p.m. del sábado 24), Misa de aurora y Misa del día (domingo 25). Los sacerdotes pueden presidir o concelebrar tres Misas, con tal que se celebren en las horas indicadas.

- El viernes 30 de diciembre, es la fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José.

- El domingo 1 de enero de 2012, es la solemnidad de Santa María, Madre de Dios; día de precepto y Jornada Mundial de oración por la paz.

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NACIMIENTO DEL SEÑOR Diciembre 25 de 2011

(Misa de medianoche)

I. NOTAS EXEGÉTICAS Primera lectura: Isaías 9,1-6 El hijo que Dios nos envía

Lo que se ha dicho sobre el Primer Isaías durante el Adviento ayuda a situar la lectura de hoy: el Señor permanece siempre fiel a sus promesas, aunque su pueblo persista en la desobediencia. Isaías anuncia sobre el futuro de la casa de David el mensaje que permite, no sólo esperar que sobreviva al inminente desastre (destrucción de Jerusalén y exilio), sino también esperar todavía la venida de un rey justo y fiel, en quien se realizará el proyecto de salvación de Dios, y su nombre es: Consejero admirable, Dios poderoso, Padre sempiterno, Príncipe de la paz. En esta imposición de nombres resuena una costumbre egipcia: en la ceremonia de coronación se imponían cinco nombres al rey; aquí tenemos cuatro, porque el quinto ya ha sido mencionado antes: Dios con nosotros. El evangelio de la noche alude a ello al indicar con los nombres la identidad del hijo nacido en la ciudad de David (Lc 2,1). Mientras cae la noche sobre el pueblo elegido, el profeta anuncia el nacimiento de un hijo de la casa David, cuya presencia implica el restablecimiento de la libertad (9,3: el día de Madián recuerda que la libertad se obtiene gracias a la acción divina) y el triunfo de la justicia y el derecho (9,6). Mientras el invasor (Asiria que acabará ocupando el Reino del Norte) cae como la noche sobre los pueblos vecinos con fuerza y

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terror, Isaías da la bienvenida a la restauración de la casa de David, garantía de paz y de armonía para todos los pueblos. Salmo de respuesta: 96(95),1-2a.2b-3.11-12.13 (R. cf. Lc 2,11) «Hoy nació el Mesías, nuestro Salvador»

Este salmo es un canto de los desterrados que, desde Babilonia, retornan a Israel, para gozar en ella de la libertad. Dios ha liberado a su pueblo de la cautividad y así manifiesta su poder. El salmo invita a agradecer, en esta noche, por los prodigios que Dios ha hecho pero, sobre todo, por la extraordinaria y nueva hazaña liberadora que el Padre ha realizado en el mundo, mediante la encarnación de su Hijo. Noche de cantos, de alegría y de alabanza delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra. Segunda lectura: Tito 2,11-14 El amor de Dios se ha hecho visible

He aquí el cumplimiento de la profecía de Isaías y que Dios Padre ofrece a todos los pueblos: la gracia de Dios se ha manifestado para salvar a todos los hombres. Hecho que ilumina toda la vida de los cristianos y, especialmente el misterio de la Navidad a la luz del Misterio Pascual. El texto de hoy se enmarca dentro de la exhortación a vivir de acuerdo con la sana doctrina (2,1 - 3,11). Y para ello, es necesario orientar la existencia hacia Jesús resucitado, hacia su entrega que nos ha liberado del pecado y nos ha constituido en fraternidad, en un pueblo fervorosamente entregado a practicar el bien (2,14), tal como él pasó haciendo el bien (Hch 10,38), signo de la neutralización del mal. El texto nos ofrece también un importante dato cristológico: Jesucristo es gran Dios y Salvador nuestro (2,13). Clara afirmación de su divinidad. Ciertamente es Dios que salva.

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Evangelio: Lucas 2,1-14 Hoy nació su Salvador

Hoy se cumplen las promesas, llega la salvación de Dios. Precisamente es Lucas quien más usa el adverbio semeron (hoy) en su evangelio, a fin de subrayar cómo la salvación entra en el espacio-tiempo (2,11) y cómo los trasciende (23,43). Lucas ofrece el marco histórico-teológico del nacimiento del hijo esperado. Así, relaciona el censo (marco universal, todos los pueblos son destinatarios) que lleva a José y a María a Belén (lugar de la manifestación del Mesías esperado), con el hecho de que el descendiente de la casa de David nazca en un pesebre. La intención lucana es doble: Jesús nace en la ciudad de David, pero no alojado como un forastero, sino en un pesebre, en donde Israel deberá reconocer a su Señor: «El buey conoce a su propietario, y el asno el pesebre de su amo, pero a mí, Israel no me conoce» (Is 1,3). Este niño que nace en su casa: es Dios-con-nosotros, pero los suyos no lo reconocerán como tal. En el seno de este marco, universal (censo) y concreto a la vez (pesebre), emerge el anuncio del ángel a los pastores, que, viviendo al aire libre, velaban (referencia al pastor Jesús y a los futuros responsables de la Iglesia local: 1P 2,25; 5,1-4). Precisamente los pastores, porque velan y viven al margen de la Ley de Moisés, representan al pueblo de Dios que recibe, ahora y aquí, la salvación, y a la vez, a los pobres de siempre, prototipo de los que esperan y de los excluidos de la vida de Dios, según el judaísmo oficial. El anuncio del misterio de Navidad sigue el esquema literario de anunciación: 1) un ángel se aparece a los destinatarios del anuncio: los pastores; 2) estos tienen miedo; 3) el mensaje es fuente de alegría por el hoy (semeron) de la

salvación y por la identidad del nacido: es el Salvador (ni Mateo ni

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Marcos aplican este título a Jesús, sólo Juan: 4,42), el Mesías, el Señor (título que Lucas aplica a menudo a Jesús);

4) la señal: los pañales (define la realeza del nacido; cf. Sb 7,4-5) y el pesebre (revela que el recién nacido es el Señor de Israel y que como tal ha de ser reconocido; cf. Is 1,3). Ciertamente, no es César Augusto el salvador y soberano del mundo como podría parecer, sino este niño recién nacido.

El canto de los ángeles confirma la irrupción de la salvación (la paz) de Dios a los hombres que ama el Señor, los pobres (anawin) de todos los tiempos. El hecho de que Lucas lo sitúe en el nacimiento de Jesús, indica que los ángeles reconocen ya, en el inicio de la vida de Jesús, lo que los discípulos llegarán a reconocer después de su resurrección: la gloria de Dios en Jesús.

II. ORIENTACIONES PARA LA HOMILÍA 1. Contexto bíblico Cuando Isaías pronunció el oráculo que escuchamos en la primera lectura, Jerusalén estaba prácticamente sitiada por ejércitos extranjeros que amenazaban con poner fin a la historia del pueblo de Israel; en tales circunstancias el profeta habla de tiempos nuevos, de tiempos en los que Dios cumplirá la promesa de suscitar un salvador; el personaje central es un niño que nace en medio de la oscuridad por la que pasa la vida del pueblo. Con la presencia de este niño vienen también los «tiempos mesiánicos», caracterizados por lo que en el lenguaje bíblico se llama shalom (paz).

Isaías describe el shalom bíblico; éste se inicia poniendo fin a una

era de opresión y de amenaza constante para dar paso a un ambiente de justicia y derecho sin límites; ésta es la auténtica paz. Todo ello es posible porque el recién nacido participa de la verdadera sabiduría que viene de Dios, él es Maravilla de consejero; el shalom es cumplimiento de la promesa del Señor a su pueblo.

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La escena del nacimiento de Jesús que leemos en el relato de san Lucas comienza señalando el momento histórico concreto en el que el Hijo de Dios hecho hombre nace, irrumpe en la historia de la humanidad; luego, por el anuncio de los ángeles, cuenta cómo este acontecimiento es motivo de alegría para todo el pueblo. La profecía de un tiempo nuevo caracterizado por el shalom bíblico es

corroborada por el canto de los ángeles en el campo de los pastores. 2. Contexto situacional

San Pablo le escribe a Timoteo que la «aparición de nuestro salvador, Jesucristo» y su entrega por nosotros, permite a todos los hombres llevar una vida sobria, honrada, con esperanza fincada en las promesas de Dios. La vida del cristiano y de toda la Iglesia tiene su nacimiento en la entrega de Cristo; su muerte nos saca de la impiedad, nos libera de las tinieblas y nos capacita para toda obra buena. El canto de los ángeles en el campo de los pastores, Gloria a Dios

en el cielo y en la tierra paz a los hombres, revela que las promesas de Dios sobre el shalom -que escuchamos en la primera lectura de

esta Misa y durante todo el Adviento- ya se han cumplido por el nacimiento del hijo de María.

Cada hombre y cada mujer que acepta la palabra del evangelio y

vive como ella nos pide, es aquel «hombre que ama el Señor». Por

la vida y la Pascua de Jesús, Dios nos libera a todos y nos capacita

para acoger el evangelio, para sentir el amor del Señor en nuestra

vida y habitar en el ámbito de la auténtica paz con justicia (shalom).

Los pastores van presurosos siguiendo las indicaciones del ángel,

encuentran a María, a José y al recién nacido, y después se

regresan alabando a Dios por todo lo visto y oído, tal como se les

había dicho por revelación del ángel. Lo anunciado por la Palabra

de Dios se cumple y es el motivo de la verdadera alegría.

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Fijémonos en la dinámica, Dios toma la iniciativa, nos anuncia su

Palabra y el hombre la acoge; luego, por la entrega de Jesús, Dios

nos libera de las tinieblas y nos capacita para obrar conforme a su

Palabra. En este diálogo constante va creciendo el Reino, se va

haciendo presente el shalom, por la iniciativa de Dios y el

compromiso con la Palabra de hombres y mujeres liberados por la

entrega de Jesús.

3. Contexto celebrativo

La vida cristiana se origina y se sostiene por la entrega de Jesús,

que se realiza de manera sacramental en la celebración de la

eucaristía. Hay un gesto en nuestra celebración que podemos

explicar desde esta perspectiva. En el relato de Lucas leemos que

María da a luz a su hijo y lo pone en el pesebre; hoy, en nuestra

celebración, cuando nos acerquemos a comulgar, la Iglesia -que

también es madre- deposita en nuestras manos o en nuestra boca

el cuerpo eucarístico de Cristo; con ello participamos en la entrega

de Cristo para liberarnos y hacernos los hombres y las mujeres

comprometidos con la implantación del Reino de justicia y de paz

(shalom) entre los hombres.

Recomendaciones prácticas: 1. Recordar que esta solemnidad es de precepto; se debe entonar el

Gloria de la Misa de manera más solemne; en el Credo se debe hacer genuflexión cuando se dicen las palabras «se encarnó»; en la Plegaria Eucarística I o Canon Romano, el «Reunidos en comunión…» es propio de Navidad.

2. Dar realce a la imagen del niño Jesús, recién nacido. No se debe colocar sobre el altar sino en alguna mesa auxiliar o en el mismo pesebre, con el fin de permitir que en algún momento, fuera de la celebración, sea venerada de manera especial.

3. Hay tres Prefacios de Navidad que pueden ser empleados en celebraciones distintas para no repetir el mismo. El tercero insiste en el hoy o actualidad de esta celebración.

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NACIMIENTO DEL SEÑOR Diciembre 25 de 2011

(Misa del día)

I. NOTAS EXEGÉTICAS Primera lectura: Isaías 52,7-10 Hasta en el último rincón de la tierra verán la victoria de nuestro Dios

El presente oráculo del Deutero-Isaías está repleto de gozo y de entusiasmo por el inminente retorno de los exiliados en Babilonia. El mensajero anuncia la llegada del Señor que, a modo de un rey oriental, hace una solemne entrada en la ciudad de Jerusalén. Los centinelas gritan de júbilo e, incluso, las ruinas de la ciudad exultan por la reconstrucción que se avecina, signo de la salvación divina a favor del pueblo. Pero los exiliados son invitados a abandonar Babilonia después de haberse purificado ritualmente: el camino que se disponen a emprender y la ciudad hacia la que se encaminan son santos. La buena noticia (en griego evanguélion) es el anuncio del inicio del reinado de Dios y la reconstrucción de la nación. Sus dones son la paz y la salvación. Dios viene a habitar en medio de su pueblo. Ésta es la buena noticia que anunciará, siglos más tarde, Jesús (cf. Mc 1,14-15 y paralelos). Salmo de respuesta: 98(97),1.2-3ab.3cd-4.5-6 (R. cf. 3c) «La tierra entera ha contemplado la bondad de nuestro Dios»

Himno escatológico que, inspirado en la última parte del libro de Isaías y muy afín al salmo 96(95), tiene un claro significado mesiánico; nos hace contemplar la victoria final de Dios sobre el poder del mal y la salvación que conseguirá Israel para todos los pueblos. Himno al Rey y Señor universal. La victoria del Señor

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motiva que Israel y todos los pueblos canten a Dios un cántico nuevo porque es el rey y juez de toda la tierra. Es un cántico al Dios que llega, en cuyas manos está el porvenir. El nacimiento de Jesús es la realización más grande de la victoria de Dios, pues es manifestación de su amor y lealtad a la alianza que ha sellado con los hombres. Hoy cantemos la victoria de nuestro Dios y, ante esta maravilla, toda nuestra vida sea un cántico nuevo, proclamado hasta los confines de la tierra. Segunda lectura: Hebreos 1,1-6 Dios nos habló por su Hijo

El autor de la carta a los hebreos nos presenta la venida de Cristo como un momento privilegiado de la revelación divina a lo largo de la historia. Ha sido él quien ha hablado a lo largo de la historia, muchas veces y de muchas maneras, a los hombres, primero por boca de los profetas, después por la de su propio Hijo. A esta afirmación fundamental, que tan bien encaja con la celebración de la Navidad, sigue un discurso sobre la naturaleza del Hijo de Dios. Considerado en sí mismo, él es resplandor de la gloria y sello de su mismo ser. El autor utiliza el lenguaje sapiencial del helenismo judío, cuando hablaba de la Sabiduría divina concedida a los hombres (cf. Sb 7,25-26). Él es imagen, icono de Dios. Por medio de esta imágenes trata de expresar lo mismo que Jesús dice a Felipe en el evangelio de Juan: «quien me ha visto a mí, ha visto al Padre» (14,9). Él es, con el Padre, el creador y el conservador del universo; por medio del cual todo había sido hecho (cf. Jn 1,1-3). En relación con la obra de salvación que ha realizado con su Misterio Pascual, Cristo es aquel que ha expiado el pecado de la humanidad (cf. Rm 3,24-25; Ef 1,7; Col 1,13-14), y el que ha sido exaltado por encima de todo (cf. Flp 2,9-11), siendo hijo y heredero por encima de los ángeles (cf. Rm 8,17; Mt 21,38).

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La acción salvífica de Jesús se inscribe, para el autor de la carta a los hebreos, en la lista de acciones reveladoras de Dios en la historia. Pero no como una de tantas, sino como la principal de todas ellas. Jesús, que nos ha purificado de los pecados (referencia al Misterio Pascual) es icono de Dios; el hombre Jesús, sentado ahora a la derecha de los ángeles, ha heredado un nombre superior al de los mismos ángeles. Evangelio: Juan 1,1-18 La Palabra se hizo hombre y se estableció entre nosotros

El prólogo del evangelio de Juan es uno de los textos más conocidos del Nuevo Testamento. Se trata de un majestuoso himno poético que contempla al Hijo de Dios en su existencia eterna y en su encarnación histórica. Resuenan ya en él muchos de los conceptos característicos del cuarto evangelio: vida, luz, verdad, mundo, testimonio, revelación, etc.

Se designa a Jesucristo con el término griego Logos (Palabra), proveniente del mundo de la cultura helenística, pero que los escritos joánicos (los únicos que lo aplican a Jesús) llenan de contenido a partir del Antiguo Testamento (cf. Pr 8,22-31; Sir 24). Allí la Palabra de Dios (o la Sabiduría) es la que crea y sostiene el universo. Por otra parte, el término resulta muy adecuado para connotar la dimensión reveladora de Jesucristo, que Juan ve como la manifestación plena y definitiva de Dios. El himno proclama solemnemente que esta Palabra eterna de Dios ha entrado en el tiempo y en el espacio. Es la realidad misteriosa de la encarnación: y aquel que es la Palabra se hizo hombre. Juan describe este hecho tan extraordinario y sorprendente como la presencia de la luz en medio de las tinieblas, y remarca a la vez la incomprensión y el rechazo que el Hijo experimentó al venir al mundo.

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El hecho hace también alusión a dos personajes históricos concretos. Por un lado, Juan Bautista, presentado con insistencia como precursor de Jesús (y, por lo tanto, como alguien inferior a Él). El otro personaje mencionado es Moisés, por medio de quien ofreció Dios la antigua alianza. Moisés y la Ley del Sinaí no tienen comparación posible con Jesucristo y la gracia y la verdad derramada por Dios a través de él.

II. ORIENTACIONES PARA LA HOMILÍA 1. Contexto bíblico Las lecturas de la Misa del día expresan, entre otras, tres realidades: 1) no nos visita cualquiera, sino el mismo Hijo de Dios; 2) no nos visita de paso, sino para quedarse con nosotros; 3) no viene a redimirnos de una mera esclavitud política, sino para

liberarnos del pecado y hacernos hijos de Dios. Este maravilloso regalo produce en nosotros una inmensa alegría, porque Dios se acuerda de nosotros, nos libera de nuestras esclavitudes y tinieblas y nos manifiesta quién es Él y cuánto nos ama. Produce también en nosotros una profunda gratitud, pues en Jesús Dios no nos ha dado cualquier regalo, sino que se nos ha dado Él mismo y nos ha hecho sus hijos. En fin, nos sentimos cercanos, vecinos de Dios, que se hace hombre y a quien podemos contemplar, oír, y sentirnos seguros y felices en su compañía. Él es la luz, la vida, la Palabra de Dios, y al mismo tiempo es nuestro hermano y nuestro Redentor. Él ha establecido su morada entre nosotros. 2. Contexto situacional Las realidades que acabamos de recordar son muchas y de muy hondo contenido. La sociedad las ha venido traduciendo en actitudes más manejables, aunque por desgracia también ha

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empobrecido el sentido cristiano de la Navidad. Se pone de relieve la unidad familiar, en un ambiente de alegría y de mutua generosidad, que el comercio ha desfigurado mucho. Es una época amable, donde se tienen en cuenta los niños y donde se busca la paz. Todos estos valores hay que mantenerlos y defenderlos, porque son valores cristianos muy preciosos. Pero debemos volver a la fuente. Es muy posible que en muchos hogares los niños queden colmados de regalos, mientras del Niño Jesús nadie se acuerda. Jesús nos trajo la liberación del pecado y la fraternidad, que no se logran con costosos regalos, ni mucho menos a base de licor, sino con el amor sincero y sacrificado, que suele florecer en medio de la sencillez y en un ambiente de fe. Debemos volver a la fuente, que es Jesús. Debemos mantener la participación en la Santa Misa, la celebración devota de la novena y, a ser posible, la representación del pesebre de Belén, que pone ante nuestros ojos, sobre todo de los niños, esa fuente de la alegría navideña, que es Jesús recién nacido. De lo contrario, no solo el comercio, sino la sociedad claramente descristianizada, que quiere suprimir los crucifijos de las escuelas, también buscará quitar, como ya lo están haciendo, hasta el nombre de «Navidad», para sustituirlo por un simple «Felices fiestas», porque ese mundo descristianizado no quiere celebrar el nacimiento de nadie, ni menos el del Hijo de Dios. No lo necesita y le estorba. 3. Contexto celebrativo La celebración eucarística nos pone de presente que, aunque la venida del Señor como niño en Belén fue un hecho histórico que ya pasó y no se repite, Él vuelve real, pero sacramentalmente, en su Palabra y en su Cuerpo y Sangre, a estar presente entre nosotros como alimento para el hombre peregrino, y que desde la noche de Navidad es, de un modo nuevo y maravilloso, el Dios-con-nosotros. Por eso, la alegría del cristiano es permanente: nunca está

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totalmente solo, nunca se encuentra en una cárcel sin salida; por el contrario, siempre se sentirá arropado por el amor de Dios. Recomendaciones prácticas: 1. Como la Misa de medianoche suele acaparar el interés y la alegría de

todos, las demás Misas suelen ser menos concurridas que los domingos, de ahí la importancia del saludo inicial, que puede ambientarse con un saludo entre los participantes, deseándose una feliz Navidad.

2. En la Oración de los Fieles, pedir especialmente por los que no han podido participar en la celebración de esta solemnidad.

3. Después de la comunión convendría que algunos fieles hicieran o leyeran unas cortas líneas de acción de gracias a Jesucristo por su venida a este mundo para participar de nuestra humanidad y salvarnos.

4. Recordar que esta solemnidad es de precepto; se debe entonar el Gloria de la Misa de manera más solemne; en el Credo se debe hacer genuflexión cuando se dicen las palabras «se encarnó»; en la Plegaria Eucarística I o Canon Romano, el «Reunidos en comunión…» es propio de Navidad.

5. Recordar que esta semana: - El lunes 26 de diciembre, es la fiesta de san Esteban, protomártir. - El martes 27, es la fiesta de san Juan, apóstol y evangelista. - El miércoles 28, es la fiesta de los Santos Inocentes, mártires. - El viernes 30, es la fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José. - El domingo 1 de enero de 2012, es la solemnidad de Santa María, Madre

de Dios; día de precepto y Jornada Mundial de oración por la paz.

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LA SAGRADA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA Y JOSÉ Diciembre 30 de 2011

I. NOTAS EXEGÉTICAS Primera Lectura: Eclesiástico 3,2-6.12-14 Dios quiere que los hijos honren a sus padres

En el ambiente de Jerusalén vive un hombre llamado Ben Sirá, en un contexto acomodado, en el que es posible una buena educación de los hijos. El padre de familia asume con seriedad sus responsabilidades y se considera dotado de una autoridad que debe ser acogida por los hijos. La época no era precisamente la nuestra; es el tiempo de la opresión del helenismo, con sus ideales de educación paganos; un hombre judío, que ve la posibilidad de acoger el ideal de la sabiduría helenístico, no prescinde de ninguna manera de las tradiciones de su pueblo. Las intenciones sapienciales en la educación de los hijos no parecen muy novedosas, desde el punto de vista religioso: el padre busca la felicidad de los suyos, la seguridad de vivir largos días y de beneficiarse de la bendición de Dios; los padres cosecharán honor y reputación, si sus hijos son bien educados. Aunque estas intenciones humanas no revelan por sí mismas un ideal religioso muy elevado, sin embargo, no se puede olvidar que el autor sapiencial es un hombre religioso y mira todas las situaciones humanas y las costumbres de su tiempo con una mirada de fe. Cuando pensamos en la situación socio-cultural del Israel antiguo, tenemos que tener en cuenta sus condicionamientos concretos. Se trataba de un ambiente primitivo, patriarcal, en el cual un cierto tipo de modelo familiar era completamente comprensible. Dentro de estos condicionamientos, la educación de los hijos presenta también

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ciertas características, tales como las que nos revela el pensamiento sapiencial bíblico. La situación socio-cultural va evolucionando. En nuestro tiempo, aunque no se han roto completamente los moldes tradicionales de organización de la sociedad, sin embargo es creciente el influjo de condiciones que van influyendo en el ambiente familiar y en el modelo mismo de la educación de los hijos. Hay aspectos positivos y aspectos negativos que deben ser tenidos en cuenta. La mirada de la fe siempre es posible en todas las situaciones. Salmo de respuesta: 128(127),1-2.3.4-5 (R. cf. 84[83],5a) «¡Dichosos los que viven en tu casa, Señor!»

Este salmo celebra la felicidad doméstica que Dios concede al justo, según la doctrina de los sabios sobre la retribución temporal. El salmo dibuja una escena deliciosa de comida familiar: llega el padre al hogar satisfecho de su jornada y con el fruto de su trabajo en las manos; todos se sientan a la mesa, -padre, madre e hijos- y comparten alegres el pan, el cariño entrañable y la felicidad; esa es la bendición que Dios derrama sobre los que le honran (literalmente le «temen»). Se proclama, entonces, que quien actúa correctamente consigue las bendiciones divinas: prosperidad, esposa fecunda, hijos numerosos como brotes de un olivo lozano, etc. Segunda Lectura: Colosenses 3,12-21 Deberes domésticos de los cristianos

La carta a los colosenses plantea el tema de la primacía de Cristo sobre los ídolos de la vida pasada de los colosenses. En nuestro lugar se contraponen las exigencias morales de una vida dedicada a los ídolos, a las exigencias que surgen de la primacía de Jesucristo. Una vida moral que muestre la soberanía de Cristo sobre la humanidad: este testimonio debe darse en la conducta vivida, a la

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cual hace referencia al apóstol en los primeros versículos de la lectura que se hace en la liturgia. También debe darse testimonio de la soberanía de Cristo en el estilo de las celebraciones litúrgicas. En el texto aparece el esquema esencial de las reuniones cristianas: proclamación y comentario de la Palabra de Dios, canto de los salmos y de los himnos, acción de gracias. La liturgia se diferencia apenas de la vida: como en la vida, así en la liturgia se debe ofrecer el mismo testimonio. Finalmente, el texto leído incluye algunos versículos que se refieren de manera especial al tema de la liturgia del día. Las catequesis primitivas se referían a situaciones concretas de la vida: relaciones conyugales y familiares, relaciones entre esclavos y amos. La liturgia sólo trae el texto referente a las relaciones entre los esposos y en la familia. Estas mismas recomendaciones revelan una situación socio-familiar de entonces, diferente de la de nuestros días posiblemente. Pero lo que importa a Pablo no es tanto recordar las buenas maneras humanas de relación, sino, cualesquiera que sean las circunstancias, impregnarlas con el Espíritu de Jesucristo: los cristianos deben existir «en Cristo» y no simplemente «en Adán». Existir en Cristo es asumir los ideales de Cristo. Evangelio: Lucas 2,22-40 El niño iba creciendo y se llenaba de sabiduría

Este pasaje agrupa dos episodios diferentes: el primero es el relato de la presentación de Jesús en el Templo, y el otro describe su vida oculta en familia. La liturgia presenta estos episodios en la solemnidad que celebramos hoy con la finalidad de mostrar una vida de familia vivida sencillamente, y con referencia explícita a Dios. Sobre la infancia y la juventud de Jesús no estamos ampliamente documentados por los evangelios. Solamente los evangelios apócrifos, que por razones edificantes nos ofrecen otras narraciones

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no exentas de problemas, se extienden sobre el tema. Pero las indicaciones de los evangelios canónicos, a pesar de lo austeras, son, en sus detalles, muy significativas. Lucas termina la descripción de la presentación del niño Jesús en el Templo, en el día 40 después del nacimiento, con el retorno de la Sagrada Familia a Nazaret. Mateo no nos presenta exactamente la misma situación. En el caso de Lucas lo que importa es que el establecimiento de la sagrada familia en Nazaret sirve de transición para la narración del viaje de Jesús con sus padres, a los doce años, a la fiesta de Jerusalén. Muy importante es la mención del crecimiento de Jesús, no sólo en el sentido corporal, sino también en «sabiduría y gracia», lo que impide comprender su existencia humana como una pura apariencia, tal como lo hicieron posteriormente los apolinaristas y docetas. La frase, que tiene un cierto sentido de síntesis de la «vida oculta» de Jesús, establece también un puente hacia la narración de la madurez profunda de Jesús que se revela en el episodio de su permanencia en el Templo en medio de los doctores de la ley.

II. ORIENTACIONES PARA LA HOMILÍA Jesús vivió en una Familia Humana

La Familia de Nazaret centra hoy nuestra atención. Es el espacio humilde en el que nuestro Salvador crece y en el que se viven lazos de ternura verdadera que sirven de modelo a todas las familias del mundo. Esa Familia del Señor se ha hecho tan cercana, la hemos contemplado en la representación del Pesebre que preside nuestra Navidad y, desde la elocuencia de las humildes imágenes, nos ofrece la lección más bella de amor, de tolerancia, de comunión de vida y de esperanza.

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1. Contexto bíblico Hoy, fiesta de la Familia de Nazaret, hemos recibido el regalo de la Palabra escuchada en la Iglesia, palabra iluminadora para las familias de hoy, para la comunidad humana que necesita volver a los olvidados valores de los que la primera lectura nos hizo recuento y recomendación. El salmo nos pone a pensar en la visita que hemos tenido en estos días en casa: el grupo familiar que hoy contemplamos nos ha visitado. Ahora ellos van a la Casa de Dios por excelencia, al Templo lugar de las grandes revelaciones, entre las que descuella en su esplendor la gozosa noticia que Jesús subraya: la Casa del Padre es la casa de todos. La carta a los Colosenses que acabamos de escuchar nos recuerda el valor de la Familia y, por ello nos atrevemos a mirar nuestra meditación de hoy como si fuésemos de visita a la casa de Jesús. Visitemos primero al Padre de familia. El Padre de familia en el hogar cristiano ha de mirar en la figura de san José, artesano de su tiempo, un modelo de responsabilidad, laboriosidad y afecto sincero y lleno de dulzura, que logra interpretar la necesidad que tiene el mundo de unos modelos de paternidad que se centren en la fidelidad, la generosidad y la capacidad de amar, tan necesarios en el hoy en el que vivimos. Aunque hemos leído a san Lucas, en el que el silencio de José es evidente y edificante, no podemos olvidar que también en san Mateo se nos descubre constantemente la actitud de José, que es de obediencia, de disponibilidad y de generosa acogida de la voz de Dios que le habla3. De esa generosa obediencia han de aprender los Padres, más aún cuantos tenemos la tarea de esperar ser

3 Cf. Mt 1,20.24; 2,13-14.19-23.

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obedecidos, pues para que merezcamos el acatamiento, hemos de haberlo experimentado. Prosiguiendo nuestra visita a la Familia de Jesús encontraremos a María, la Santísima Señora de la casa de Nazaret. En el pasaje que hemos leído, ella reclama, toma posición, enseña y finalmente, como san Lucas nos lo ha contado, guarda en su corazón las palabras de su Hijo. La Madre en la casa de Nazaret es figura de una Iglesia Madre y Maestra de virtudes y de valores. Y finalmente el Niño. No olvidemos que, aunque el texto se puede pensar en una aventura que el niño vive, en el fondo es el mismo Salvador quien cumple viva y eficazmente la Ley antigua que en Él llega a su plenitud: «honra a tu padre y a tu madre»4, y por eso determina y asegura quién es el Padre al que se debe atender y a quien se debe buscar. 2. Contexto situacional Jesús vivió en la tierra haciendo gala de humanidad y también enseñando la virtud de la obediencia a quienes en el mundo lo acogieron: María en su carne santísima, José en su corazón disponible y fiel. Por eso, «bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad».5 Miramos a los hogares de hoy y, sin dejar de pensar en las terribles crisis que azotan nuestras familias, le pedimos al Señor que nos ayude a hacer más evidentes los valores de los hogares cristianos, que nos ayude a proclamar la necesidad de hacer respetar la dignidad y la autenticidad de las familias, la necesidad de proteger su unidad, de trabajar juntos para que en cada hogar resplandezca el amor de Dios y se haga viva, en medio del mundo, la enseñanza que Dios nos da desde Nazaret.

4 Éx 20,12.

5 Lc 2,51.

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3. Contexto celebrativo Hagamos de nuestros hogares una imitación del de Nazaret. Nazaret es un hogar en el que Dios tuvo amor, pan, dulzura; un hogar en el que Dios, hecho niño, es maestro de valores y virtudes que deben ser imitadas y vividas. Hoy, por lo tanto, con la intercesión de la Familia de Nazaret, suplicamos para nuestras familias el regalo de las virtudes que nos recuerda aquella sencilla y humilde convivencia en la fe, en la oración, en la laboriosidad, en la contemplación del amor de Dios que allí se dio de modo excelente. Prosigamos esta Liturgia. Sigamos celebrando la Navidad del Señor, y evocando en los signos y detalles de nuestra celebración la plena vigencia de la Familia. Celebremos a Jesús en su Familia, pensando en las nuestras y en las que viven la honda crisis que percibimos en el mundo de hoy. Hay esperanza, si vivimos como en Nazaret, en oración, trabajo y comunión; si con fe vivimos el compromiso de ser familia, de construir familia. Por eso mirando la de Jesús, vuelva al corazón la jaculatoria sencilla que repetíamos con confiada ternura: Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía. Amén. Recomendaciones prácticas: 1. Recordar que se sigue en el Tiempo de Navidad y que por ello es

fundamental respetar el sabor litúrgico de estos días. 2. Los signos tradicionales de la Navidad, de modo especial el Pesebre,

pueden ayudar a dar significación a la fiesta; pero, si en la parroquia se posee la imagen de la Sagrada Familia, es conveniente realzarla con luces y flores para motivar más la fiesta.

3. Nada obsta para que las familias participen más vivamente en las lecturas, en las intenciones de la Oración Universal y en las ofrendas.

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SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS Enero 1 de 2012

I. NOTAS EXEGÉTICAS Primera lectura: Número 6,22-27 Cuando invoquen mi nombre sobre los israelitas, yo los bendeciré

En medio de una retahíla de leyes diversas, el autor del libro de los Números introduce aquí la fórmula de bendición con la que los sacerdotes bendecían al pueblo. Se trata de un texto de una gran sencillez y a la vez de una gran intensidad, y ha sido repetido muchas veces tanto en la liturgia judía como en la liturgia y la piedad cristianas. Leído hoy, en este inicio del año, tiene el sentido de invocar la protección de Dios en el año que empieza. La fórmula de bendición está formada por tres versos, que empiezan con el nombre de Señor. Este afirmar intensamente el nombre del Señor tiene un sentido profundo que viene expresado por la última frase: «invocar el nombre» del Señor en favor del pueblo es garantía de que Dios realmente actuará en su favor, porque el nombre de Dios es eficaz, actúa. La primera invocación es que el Señor «bendiga» y la última que «conceda la paz»; la bendición del Señor, su obra en favor del pueblo, es que el pueblo consiga la paz, que es un bien que, si es auténtico, los sintetiza todos. Y entre estas dos invocaciones, las demás mencionan de un modo especial a un Dios abocado hacia los suyos, un Dios que antropomórficamente «mira» a su pueblo. ¿Qué más puede esperarse de un Dios que todo cuanto esta plegaria resume de un modo tan sencillo y diáfano?

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Salmo de respuesta: 67(66),2-3.5.6+8 «Bendícenos, Señor, y concédenos la paz»

Este salmo es una acción de gracias compuesta de tres estrofas (vv. 2s, 5 y 7s), separadas por un estribillo (vv. 4 y 6); retoma la bendición del libro de los Números (Nm 6,24-25). Recitado probablemente durante la fiesta con que se daba por terminada la cosecha (pues todo don procede de la bondad divina y es motivo de júbilo agradecido), refleja el universalismo enseñado en Isaías: las naciones paganas son llamadas a servir al mismo Dios único, a través del ejemplo del pueblo elegido y la enseñanza de su historia. El Dios de Israel es invitado a posar su mirada sonriente -como un rayo de sol- sobre su pueblo. También el pueblo podrá contemplar y celebrar la salvación de Dios. Todo el mundo puede acceder a la salvación; no solo los fieles de Israel, sino también las naciones paganas. Segunda lectura: Gálatas 4,4-7 Dios envió a su Hijo, que nació de una mujer

La carta a los Gálatas fue motivada por dudas que se habían suscitado en aquella comunidad sobre la necesidad o no de someterse a la Ley de Israel: Pablo reivindica la liberación definitiva de la Ley gracias al evangelio de Jesucristo, mientras que un sector de la comunidad de Galacia quiere volver a las prácticas legales judías. En este contexto, el texto de hoy habla de lo que ha significado la venida al mundo del Hijo de Dios, en el momento culminante de la historia de la salvación, «al llegar la plenitud de los tiempos». Pablo resalta que Jesús asume plenamente la condición humana, y eso se significa mediante la expresión «nacido de una mujer», que es la que centra el interés de la fiesta de hoy: por María, Jesús entra de lleno en lo que la condición humana es y comporta. Y, habiendo «nacido de una mujer», Jesús nace «bajo la Ley», como todo israelita; el cumplimiento de la Ley era la única manera de situarse en la adecuada relación con Dios, pero era imposible de realizar

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para los hombres, que de este modo se convertían en esclavos por siempre, sin poder llegar a esta adecuada relación, que sería la propia de los hijos. Jesús, asumiendo plenamente la condición humana, y viviéndola como verdadero Hijo de Dios, posibilita que los hombres, recibiendo su mismo Espíritu, seamos también hijos y nos liberemos de la esclavitud de la Ley. Ahora, la adecuada relación con Dios se obtiene por la fe y el seguimiento de Jesús, y no por el cumplimiento imposible de las obras de la Ley. Y nosotros podemos gritar (porque el Espíritu lo clama en nuestros corazones) esta invocación que la comunidad griega convirtió en fórmula litúrgica: «¡Abbá, Padre!», uniendo la expresión que Jesús utiliza en arameo con su traducción griega. En la solemnidad de hoy, este texto nos hace vivir que Jesús, para hacernos hijos de Dios, ha asumido plenamente la condición humana, y que María ha sido el vehículo para asumirla. Evangelio: Lucas 2,16-21 Los pastores encontraron a María, a José y al niñito, que a los ocho días recibió el nombre de Jesús

Leemos el relato de la adoración de los pastores y la escena de la circuncisión, que se corresponde cronológicamente con el día de hoy, ocho días después de Navidad. Los pastores, una vez recibido el anuncio, se movilizan rápidamente. Primero quieren ver y vivir de cerca, llenos de entusiasmo, la novedad salvadora que les ha sido anunciada. Después hacen saber a todos la noticia gozosa que a ellos les ha conmovido y cambiado (eso es lo que quiere decir la palabra «evangelizar»). Y finalmente todo aquello se convierte en alabanza a Dios. Y aquí, en medio, está la figura de María que «guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón». Esta es la actitud y la vida del creyente: dejarse penetrar por la obra salvadora de Dios, hacerla carne de la propia carne y sangre de la propia sangre.

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Después, al cabo de ocho días viene la circuncisión. Así Jesús entra de lleno, visiblemente, en la comunidad de Israel, como cualquier niño de su tiempo y lugar (cf. la segunda lectura). El nombre de Jesús («el Señor salva») manifiesta su misión (Lucas, no obstante, no explica el significado de este nombre, ni en la anunciación -Lc 1,31-, ni aquí, mientras que Mateo sí lo hace -Mt 1,21-).

II. ORIENTACIONES PARA LA HOMILÍA 1. Contexto bíblico Los textos bíblicos de la liturgia del primer día del año nos ofrecen el mensaje de Dios en dos direcciones o aspectos. De un lado, todavía en el marco de la Octava de Navidad, nos permiten profundizar en el sin igual hecho del nacimiento de un Dios hecho hombre, invitándonos a una peregrinación espiritual hasta Belén, de modo que podamos contemplar al niño recién nacido, con la misma actitud de los pastores. De otro lado, tratándose del primer día del año, la Palabra de Dios nos invita a la acción de gracias y a la confianza en el Señor que nos bendice. El pasaje del libro de los Números proclamado resalta justamente que la bendición de Dios, su presencia y protección acompañan nuestra existencia porque el Señor nos muestra su rostro y nos concede la paz. Es importante notar que, de algún modo, las gracias de Dios se recogen en el don de la paz La liturgia de esta solemnidad tiene un carácter profundamente mariano, aunque en los textos bíblicos se manifieste de modo bastante sobrio. En efecto, las lecturas de este día nos orientan hacia María, primera y fiel discípula del Señor, que con su hágase como respuesta al plan de Dios, nos ofrece a Cristo y nos lleva hasta él. En efecto, el evangelio, de una manera sencilla pero

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sugestiva, nos dice que podemos ir a Belén, donde encontraremos «a María y a José y al niñito acostado en el pesebre» (Lc 2,19). 2. Contexto situacional El inicio de un nuevo año representa, para la inmensa mayoría de las personas, una oportunidad de reemprender el camino, de encontrar nuevas oportunidades, de corregir los errores cometidos o de hacer propósitos. También hay que decir que, en momentos como éste, no está ausente un cierto temor por la incerteza de lo que pueda suceder en el futuro. La Palabra de Dios, sin embargo, nos invita a vivir el cambio de un año a otro también bajo el signo de la fe, esto es, reconociendo que de Dios es el tiempo y la eternidad, que de él nos viene toda bendición y que sólo en él podemos poner nuestra confianza. La liturgia del primer día del año expresa a todos los hombres de buena voluntad los mejores deseos con estas palabras: el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz (cf. Nm 6,26)6. Por tanto, nos adentramos en el 2012 confortados y animados por la bendición divina cuyo efecto es la paz, indicando así que el bienestar y la felicidad integral de las personas y de las comunidades no depende en primer lugar de los esfuerzos humanos sino de la acción benévola de Dios y de la disponibilidad de los hombres para descubrir y acoger sus gracias. Justamente, el modelo más perfecto de aceptación y de vida coherente frente al plan de Dios lo encontramos en María, a quien la Iglesia celebra solemnemente como Madre de Dios. María es la mujer de fe, que acogió a Dios en su corazón, en sus proyectos, en su cuerpo y en su experiencia de esposa y madre. Es la creyente capaz de captar en el insólito nacimiento del Hijo la llegada de la «plenitud de los tiempos» (Ga 4,4), en la que Dios, eligiendo los caminos

6 Cf. Juan Pablo II, Homilía en la apertura del año jubilar, 1 de enero de 2000.

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sencillos de la existencia humana, decidió comprometerse personalmente en la obra de la salvación. La fe lleva a la Virgen santísima a recorrer sendas desconocidas e imprevisibles, conservando todo en su corazón, es decir, en la intimidad de su espíritu, para responder con renovada adhesión a Dios y a su designio de amor7. 3. Contexto celebrativo En el primer día del año, conviene, entonces, que nos dirijamos a María, que también es nuestra madre por querer del mismo Jesús. Suplicamos como hijos su intercesión para que sepamos acoger la bendición divina y transformarla en frutos de paz y reconciliación para nuestro país. Acudamos a ella para que nos enseñe a ser fieles y auténticos discípulos del Señor. Pidamos su intercesión para que el rostro de Dios resplandezca en la Iglesia y en todos los hombres y mujeres de buena voluntad, de modo que, entre todos, podamos construir la civilización del amor en la que reinen la justicia y la paz. Recomendaciones prácticas: 1. No olvidar que, además de la solemnidad litúrgica de Santa María,

Madre de Dios, en este día se realiza la Jornada Mundial de Oración por la paz. Tener presente el mensaje del Santo Padre para esta ocasión.

2. Si bien en este día se prohíbe celebrar otra Misa, aun la exequial, a juicio del Ordinario del lugar se pude celebrar la Misa por la Paz.

3. Prefacio de la Santísima Virgen I: «…en la maternidad…». En la Plegaria Eucarística I o Canon Romano el «Reunidos en comunión» es propio de Navidad.

4. Convendría hacerse la fórmula de bendición solemne «En el primer día del año», p. 471 del Misal Romano.

5. Recordar que el próximo domingo, 8 de enero de 2012, es la solemnidad de La Epifanía del Señor. Tiene Misa de la Vigilia (sábado 7 en la tarde) y Misa del día.

7 Cf. Juan Pablo II, Homilía en la Solemnidad de María, Madre de Dios, 1 de

enero de 2001.

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LA EPIFANÍA DEL SEÑOR Enero 8 de 2012

I. NOTAS EXEGÉTICAS Primera lectura: Isaías 60,1-6 Brilla en ti la gloria del Señor

Estamos en la tercera parte del libro de Isaías, la recopilación escrita después del retorno del exilio de Babilonia. Los exiliados ya han vuelto, la ciudad aún está por reconstruir, pero el profeta ve y anuncia la gloria de esta reconstrucción. En el fondo, es una llamada a los que han vuelto para que vivan la tarea de reconstrucción como una labor alegre, que Dios guiará y llevará a feliz término. El oráculo tiene la forma de una llamada a la ciudad de Jerusalén para que se dé cuenta de todo lo que está pasando y lo viva como una gran alegría. La Jerusalén recobrada, dice el profeta, se ha convertido nuevamente en luz entre las tinieblas, porque en ella está el Señor. Y, a partir de aquí, el profeta imagina como una nueva caravana que se acerca a la ciudad, parecida a la primera caravana de exiliados de la que hablaba la primera lectura del segundo domingo de Adviento. Esta nueva caravana está formada, por una parte, por los «hijos e hijas» que aún no están en Jerusalén: tanto los que se han quedado en el exilio como los que están dispersos por otros países. Y, por otra parte, está formada también por los pueblos extranjeros que, atraídos por la luz del Señor, se acercan con sus dones para ayudar en la reconstrucción de la ciudad. Este oráculo, de hecho, es un texto de exaltación nacionalista (el país reconstruido y los extranjeros ayudando a la reconstrucción). Pero apunta a otro sentido nuevo y universalista, entendiendo Jerusalén como símbolo de la presencia de Dios en el mundo; así es comprendido en la liturgia de hoy.

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Salmo de respuesta: 72(71), 1-2.7-8.10b-11.12-13 (R. cf. 11) «Te adorarán, Señor, todos los pueblos de la tierra»

El salmo, oración del pueblo de la promesa, designa al rey ideal del futuro, adornado de las mejores cualidades: justo y pacífico, que cuida de los pobres y desdichados, y cuyo reino es eterno y universal. Como un rey con tantas y tan asombrosas cualidades sobrepasa las perspectivas de un rey simplemente humano, la tradición judía y cristiana ha visto en él el retrato anticipado del Rey-Mesías. Nosotros, que hemos llegado a conocer al Rey definitivo, el que se sentó para siempre en el trono de David su padre, en este salmo contemplamos la gloria de Cristo (el Mesías) y de su Reino. Segunda lectura: Efesios 3,2-3a.5-6 Dios ha revelado que los gentiles participemos también de las promesas

Tres versículos y medio de la carta a los Efesios sirven para sintetizar la novedad del Evangelio como superación de las barreras del pueblo de Dios, y expresar el sentido que el evangelista Mateo quería dar al relato del evangelio de hoy. La voluntad de Dios ha sido, desde siempre, ir más allá de los límites del pueblo escogido. Hasta ahora, dice Pablo, esta voluntad de Dios no era conocida, y su llamada se circunscribirá al pueblo de Israel. Pero ahora, por Jesucristo, esta voluntad se ha manifestado. Y Pablo ha sido su adalid. El profeta ha anunciado el lugar del encuentro de todos los pueblos de la tierra con el Señor. Ahora tal encuentro se realiza en Jesucristo. En efecto, desde ahora ha sido revelado por el Espíritu… que también los paganos son coherederos (de las promesas recibidas por Israel), miembros del mismo cuerpo (el cuerpo de Cristo: la Iglesia, comunión de comuniones) y partícipes de la misma promesa (el Reino: la plena y definitiva comunión con Dios y con los pobres y entre nosotros) en Jesucristo (lugar de comunión: unidad en la diversidad, muchos y uno a la vez), por el Evangelio.

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El autor presenta a Pablo como instrumento de la revelación del plan de Dios, del misterio que no había sido manifestado a los hombres (3,2-3.5-6), que precisamente consiste en reunir a todos los pueblos de la tierra en un mismo lugar, la única asamblea de Cristo, la Iglesia de Cristo. La asamblea eucarística expresa, en un mismo lugar, esta reunión de todos (muchos y diferentes) en un solo cuerpo (el de Cristo resucitado), y a la vez, une, en un mismo lugar, el presente y el futuro con el origen. Evangelio: Mateo 2,1-12 Venimos del Oriente a rendir homenaje al Rey

Lucas coloca a unos judíos pobres y marginales (los pastores) como los primeros adoradores de Jesús. Mateo, en cambio, coloca a unos paganos, mientras que los judíos relevantes, que han sido informados de este nacimiento, permanecen indiferentes, y los poderosos del momento se asustan y decretan una persecución. Ciertamente sería una equivocación buscar en este relato concreciones históricas. La escena está construida por Mateo para transmitir un mensaje importante, y es este mensaje el que hay que escuchar y saborear. El punto de partida de la historia es la creencia popular de entonces de que el nacimiento de cada persona estaba marcado por el nacimiento de una estrella. Y era fama que los mejores astrólogos y escrutadores de estrellas eran los sabios mesopotámicos y persas. Y a partir de aquí nace el relato: unos hombres de países alejados, sin relación con las promesas de Israel, han sido suficientemente abiertos como para darse cuenta de que nacía una estrella diferente de las demás (la «estrella que se alza en Jacob», de Nm 24,17), que les indicaba algo que valía la pena hallar, un «Rey de los judíos que ha nacido». Se han puesto en camino hacia el país de los judíos y allí se encuentran con la indiferencia y nerviosismo de los

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que ellos imaginaban que más contentos tendrían que estar. Herodes se asusta, mientras que los responsables de la religión de Israel les indican fríamente lo que dicen las profecías. A partir de aquel momento, la escena se llena de fuerza. La estrella aparece y los guía, y los conduce al lugar donde está el niño. Su reacción es «una inmensa alegría» y el inmediato homenaje a aquel niño que tiene como única característica el hecho de estar, como toda criatura, con su madre (algo parecido a las «señas» de las que hablaban los ángeles de Lucas: «un niño envuelto en pañales»). Los regalos que ofrecen realizan el homenaje de todos los pueblos al Mesías, llevando a cabo el sentido profundo y auténtico de lo que leíamos en la primera lectura y en el salmo. El relato tiene, pues, un doble mensaje básico: que Jesús es el Mesías esperado, en el que se realizan las promesas hechas a Israel; y que todos los pueblos de la tierra son llamados a compartir, en el plano de igualdad, estas promesas, y a reconocer este Mesías universal.

II. ORIENTACIONES PARA LA HOMILÍA 1. Contexto bíblico Hoy es un día intensamente misional. Ciertamente el misterio del Hijo de Dios hecho Hombre se realizó en silencio, sin la mínima publicidad. Pero tenía que manifestarse progresivamente a todo el mundo, en humildad y sencillez, por supuesto. El vocablo griego «epifanía», quiere decir «espléndida manifestación» de lo que estaba oculto, sugiere el amanecer de una luz intensa tras la oscuridad. La gran Epifanía de Cristo será su Glorificación universal al fin de los tiempos. Pero ya durante su vida terrena hubo algunas epifanías como preludio:

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En primer lugar, en la misma noche de Navidad, para el pueblo judío, representado en los pastores; pues la salvación viene de los judíos, como lo expresa ya la vocación de Abrahán: «por ti serán benditas todas las naciones de la tierra» (Gn 12,3), y lo recuerda san Pablo muchas veces (cf. Rm 1,16; 3,1). Esta vez el signo fue un ángel del Señor (y la gloria del Señor con su luz), más todo un coro de ángeles (Cf. Lc 2,8-20). Pero como la salvación de Dios es para todos (cf. 1Tm 2,4), también para los no judíos (cf. Rm 1,16), porque todos pecaron en Adán, Jesús, el Salvador, el Mesías, el Señor (cf. Lc 2,11), se manifestó luego también al resto de la humanidad, representada en unos «Magos» venidos del extranjero o gentilidad. Ahora el signo es el surgimiento de una «estrella», que en la simbología de Israel era emblema del Mesías (cf. Nm 24,17; Ap 22,16). Junto a esta epifanía, en la Liturgia de hoy confluyen otras dos epifanías grandemente célebres y significativas: la de las bodas de Caná y la del bautismo en el Jordán. Las lecturas que se nos proponen para hoy nos reafirman los oráculos de los profetas, según los cuales los pueblos paganos rendirían homenaje al Mesías (cf. Nm 24,17; Is 49,23; Sal 72,10-15). El particularismo religioso de los judíos se universaliza abriéndose a los extranjeros o gentiles. Así, en la primera lectura, del Libro de Isaías, el profeta canta, bajo el símbolo de la luz (Is 60,1-3.19-22) el triunfo de la nueva «Jerusalén» y su centralidad, pues será convergencia de los caminos de salvación del mundo, porque todos los pueblos vendrán hacia ella trayendo sus riquezas. Será el orgullo de los pueblos y en ella reinarán la justicia y la paz. El Salmo 72(71) está en la misma tónica: «Que se postren ante él todos los reyes, y lo sirvan todas las naciones». Y san Pablo, en la carta a los Efesios (3,2-6) proclama, lleno de entusiasmo, que el plan salvífico de Dios, oculto en tiempos pasados, ha sido ahora «revelado en plenitud». Cristo es el protagonista de esta revelación.

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Una buena noticia que es absolutamente para todos; porque todos los pueblos han sido llamados a compartir la misma herencia en igualdad de condiciones, están llamados a configurar el cuerpo total de Cristo, que es la Iglesia, y todos participan de la promesa hecha por Dios a Abrahán. Y por supuesto, el episodio del «evangelio de la Infancia» según san Mateo, está plenamente en la línea de lo que hemos escuchado en la segunda lectura: La voluntad salvífica de Dios se dirige absolutamente a toda la humanidad, por medio de Jesús, el Mesías, el Señor. Sin embargo, no todos lo reconocen como tal: su pueblo lo rechaza, mientras los paganos lo reconocen como Dios, a quien adoran y ofrecen sus dones. Los Magos que buscan al recién nacido para adorarlo y ofrecerle sus dones, actúan de modo muy diferente al de los representantes oficiales del pueblo judío, quienes se inquietan y planean la muerte del niño. Los dirigentes religiosos e intelectuales interpretan correctamente las Escrituras, pero al servicio de Herodes lleno de astucia y sediento de sangre inocente en medio de su furor. Quedaban así prefigurados el rechazo de Israel y la aceptación del evangelio por parte de los paganos. Dos actitudes que se repiten a lo largo del evangelio. 2. Contexto situacional «Hemos visto su estrella en el oriente y venimos a adorarlo» La actitud de aquellos misteriosos personajes, expertos en preguntar al firmamento el sentido de sus maravillas, y que han sabido interpretar en clave mesiánica la aparición de una nueva estrella, debe servir de modelo para nosotros hoy. También nosotros, a ejemplo de aquellos sabios llegados del oriente, el lugar de donde viene la luz, tenemos que ser afanosos buscadores del Mesías, el Salvador, el Señor. En contraste con la

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actitud negativa de los representantes oficiales del pueblo judío (Herodes y la ciudad de Jerusalén), cerrados a la luz, nosotros tenemos que abrirnos a ésta para poder llegar a ser hijos de Dios. Así nos lo enseña san Juan en el prólogo de su evangelio: «La Palabra era la luz verdadera, que con su venida al mundo ilumina a todo hombre. Estaba en el mundo, pero el mundo, aunque fue hecho por ella, no la reconoció. Vino a los suyos, pero los suyos no la recibieron. A cuantos la recibieron (a todos aquellos que creen en su nombre) les dio capacidad para ser hijos de Dios» (Jn 1,9-12). Y como hijos de Dios, nuestro deber es anticipar en este mundo la auténtica fraternidad, sin barreras de ningún género, conforme al proyecto que desde la eternidad Dios se había propuesto realizar en Cristo Jesús, Señor nuestro. Lo que se celebra hoy, en definitiva es esto: Jesús se manifiesta a toda la humanidad, y la humanidad busca a Jesús, el Mesías, el Salvador, el Señor. 3. Contexto celebrativo «Entraron en la casa, vieron al niño con su madre María y lo adoraron postrados en tierra» Además de su ejemplo heroico de buscadores incansables del Mesías, superando incontables dificultades y cansancios, los Magos cumplen la definitiva actitud cristiana en su gesto litúrgico de «adorar». Actitud de reconocer y darse a Dios en Cristo, Salvador, Mesías y Señor. Actitud hecha sacrificio, sinceridad y amor en la entrega de nuestro «oro, incienso y mirra». Y los Magos, buscando a Jesús lo encontraron con María, su Madre. Porque ambos son inseparables: «ni Jesús sin María, ni María sin Jesús». El gesto de aquellos extranjeros orientales adoradores del Niño Jesús, con el evangelista san Mateo quedó elevado a paradigma de la fe de todos los pueblos en torno a la Sagrada Eucaristía. Fe generosa y tenaz que, a través de los siglos y con toda la diversidad

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de naciones, ha constituido y sigue constituyendo la mejor y más espléndida Epifanía de Jesucristo en la historia. En la Cruz Jesús ocultaba su Divinidad, en la Eucaristía oculta aún su Humanidad, sin embargo sigue sucediendo en Ella lo significado por la narración de los sabios de oriente: Jesús se manifiesta al género humano y los humanos buscan a Jesús, el Salvador, el Mesías, el Señor, porque sólo en Él hay salvación auténtica. Jesús en la Eucaristía es el misterio central que «contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo por su carne, que da la vida a los humanos» (PO 5). Recomendaciones prácticas: 1. Insistir en que el gesto de la genuflexión y el de colocarnos de rodillas en

la presencia de Dios (durante la consagración y ante el Santísimo Sacramento) siguen teniendo validez y significado, pues así expresamos nuestra adoración con todo lo que somos.

2. No olvidar que el Misal presenta formularios distintos para la Misa de la Vigilia y para la Misa del día. El Prefacio es propio de Epifanía, p. 367 del Misal Romano.

3. Seguir insistiendo que en este día el personaje central es Jesucristo, el niñito del pesebre, y el misterio de la salvación revelado a todos y obrado en él; no tanto las figuras de los llamados «tres reyes magos».

4. Recordar que esta semana: - El lunes 9 de enero, es la fiesta de El Bautismo del Señor. Termina el

Tiempo de Navidad. - El martes 10, comienza la primera parte del Tiempo Ordinario. Se sigue

el formulario de la Misa para la semana I del Tiempo Ordinario, p. 291 del Misal Romano. Liturgia de las Horas Tomo III, Salterio 1ª semana.

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EL BAUTISMO DEL SEÑOR Enero 9 de 2012

I. NOTAS EXEGÉTICAS Primera lectura: Isaías 42,1-4.6-7 «Este es mi siervo, en quien tengo mi complacencia» (Primer canto del siervo del Señor)

El inicio del capítulo 42 de Isaías contiene el primero de los cuatro cánticos del siervo del Señor recogidos en la segunda parte del libro (Is 40-55). Se han hecho muchas hipótesis sobre la identidad del siervo: el mismo profeta, el rey persa Ciro, el pueblo de Israel, el Mesías esperado… De hecho, tiene características de diversos personajes bíblicos considerados siervos de Dios como Abrahán, Moisés o David. El Nuevo Testamento aplicará estos textos a Jesús (cf. Mt 12,18-21, que cita Is 42,1-4). La característica principal del siervo es que ha sido elegido por Dios, que lo ha llamado y lo ha preparado para confiarle una misión. Dios lo ha llenado de su espíritu y, por lo tanto, el siervo actúa con la fuerza y la suavidad que proceden de él. Por ello es portador de los dones divinos: la salvación, la esperanza, la justicia y la libertad. Una de las imágenes dominantes en el texto es la de la luz: el siervo está destinado a ser luz de las naciones, devuelve la vista a los ciegos, saca de la prisión a los que viven en oscuridad, reaviva la mecha que aún humea (una forma de expresar que fortalece a los que se siente débiles). Destaca también en este fragmento la dimensión universal de la acción del siervo, que ha de traer la justicia y la luz a las naciones y a las islas lejanas, hasta implantarlas por toda la tierra.

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Salmo de respuesta: 29(28),1a+2.3ac-4.3b+9b-10 «En el Jordán se oyó tu voz, oh Padre»

Es un himno al poder y a la majestad de Dios en la creación. La contemplación de una furiosa tempestad, calificada hasta siete veces en el salmo como voz del Señor, eleva el alma del salmista hasta el trono mismo de Dios, que está encima del aguacero. El salmo invita a contemplar la creación como sacramento manifestativo de la grandeza de Dios. El salmista sabe que el trono del Señor está por encima de la grandiosa tempestad y que hace oír su trueno (su voz). La voz del Padre se oye hoy sobre las aguas del Jordán para revelar la presencia de su Hijo Jesucristo. Segunda lectura: Hechos de los Apóstoles 10,34-38 Dios ungió a Jesús llenándolo del Espíritu Santo

La sección 10,1 - 11,18 de los Hechos de los Apóstoles explica en detalle la conversión del centurión romano Cornelio. Se trata del primer caso de una persona no judía que recibe el bautismo cristiano, y Lucas lo presenta como el episodio emblemático que muestra la voluntad de Dios, que sigue anunciando el evangelio a todos los pueblos. Pedro es el primero que halla dificultad en este universalismo, y sólo después de recibir la confirmación por medio de una visión y de la voz del Espíritu reconoce que Dios no hace distinción entre las personas, entra en la casa de Cornelio y allí pronuncia un discurso catequético, del que la liturgia hoy toma el inicio. Las palabras de Pedro contienen los elementos esenciales del anuncio cristiano, y constituyen una especie de síntesis de lo que los evangelios explican sobre Jesús. En el fragmento que leemos hoy se habla concretamente de la predicación de Juan Bautista, del bautismo de Jesús y de su actividad pública en Galilea. El texto destaca que Jesús había sido ungido con el Espíritu Santo y con el poder de Dios y presenta su actividad como una lucha de Dios contra el mal.

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Después, Pedro continuará su exposición con elementos habituales en los discursos de los Hechos de los Apóstoles: la muerte y resurrección de Jesús, y la llamada a la conversión para recibir el perdón de los pecados. Evangelio: Marcos 1,7-11 Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo mi complacencia

La perícopa evangélica que se refiere al bautismo de Jesús en medio de los discípulos de Juan, en el evangelista Marcos está constituida por dos partes: presentación que Juan hace de Jesús (vv. 7-8; también leída en el segundo domingo de Adviento) y la narración, propiamente tal, del bautismo de Jesús (vv. 9-11). Juan, a la vez que subraya la capacidad de Jesús de bautizar con el Espíritu, no hace otra cosa que anunciar su condición mesiánica. La fuerza del Espíritu es uno de los signos que identifican al Mesías prometido, en la línea de los oráculos de Is 11,2; 42,1 y 61,1. La expresión «se abrían los cielos» tiene una clara connotación apocalíptica. En esta literatura, la imagen expresa que el mensaje que sigue quiere ser presentado como una revelación divina. Parte de la tradición judía contemporánea de Jesús defendía que la revelación divina había concluido con la desaparición de la profecía. Los evangelistas, con esta imagen de los cielos que se abren sobre Jesús, quieren expresar que en él la revelación sigue todavía viva. Desde ahora, el aparente silencio de Dios queda roto, y Dios hablará a los hombres en la persona de Jesús, el Cristo. Si comparamos el relato de Mateo con el de Marcos, vemos que la voz de la nube se dirige, en Marcos, directamente a Jesús. Y es porque no ha llegado todavía el momento de la revelación a la gente de la filiación divina de Jesús. Tal revelación se hará realidad en la cruz, cuando el oficial romano reconocerá que Jesús es el Hijo de Dios (cf. 15,39).

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Las palabras atribuidas a Dios, están extraídas de los cantos del siervo del Señor, del Deutero-Isaías. En este contexto, se refieren a la pasión de Jesús, el verdadero siervo del Señor.

II. ORIENTACIONES PARA LA HOMILÍA 1. Contexto bíblico Con el salmista hemos cantado: «en el Jordán se oyó tu voz, oh Padre», y en este salmo hemos recogido el sentido profundo de la celebración litúrgica del bautismo del Señor, que cierra este tiempo de Navidad. Varios son los elementos de «manifestación divina», que aparecen en el salmo y que se descubren a lo largo de toda la liturgia de la Palabra: un Dios que habla, la gloria del Señor que se manifiesta, elementos cósmicos (las aguas, el trueno, la tempestad). El Dios que habla se hace palpable en toda la Escritura y por eso requiere un pueblo que oiga. Desde el comienzo de la Escritura Dios crea hablando y separando, habla a los patriarcas, habla cara a cara con Moisés, habla con los profetas, y en ese hablar nos manifiesta su voluntad y su amor, pero sobre todo nos manifiesta su elección. Dios elige uno en función de todos, como escuchamos en el primer canto del siervo sufriente de Isaías. Esta realidad de elección se hace palpable en el relato del bautismo del Señor, pues Dios nuevamente habla y en ese hablar manifiesta su elección en favor del Hijo, para el bien de toda la humanidad. La gloria del Señor, aparece en la Palabra como un elemento constante del Ser de Dios, pero esa gloria habita con los hombres cuando Dios planta su tienda entre nosotros, cuando Dios decide habitar entre su pueblo. La gloria es un llamado para todos: no sólo se requiere aclamar la gloria del Señor con cantos sino con acatamiento de su voluntad. Una vida agradable al Señor es mejor que mil sacrificios.

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Los elementos cósmicos no son un simple adorno de la gloria de Dios, son las manifestaciones de que algo extraordinario sucede y por eso la realidad del pueblo de Dios es realidad que pasa por estos elementos cósmicos, ya que la elección de Dios hace del pueblo y de cada uno, una realidad especial y novedosa: vienen a ver, experimentan justicia y amor. La presencia del Señor hace nuevas todas las cosas y transforma nuestra realidad: la nube, la voz, los cielos abiertos, son un grito de la fe al hombre de hoy para que reconozca la presencia de Dios y su acción en el mundo. 2. Contexto situacional Celebrar el bautismo del Señor nos hace pensar en nuestro propio bautismo, y ya las lecturas nos han dado luces concretas de cómo debemos hacerlo: En primer lugar, nuestro bautismo nos vincula a una misión encomendada por Dios, la misión de ser sus siervos en todos los rincones del universo, manifestando su justicia misericordiosa y su amor eterno. En segundo lugar, nuestro bautismo nos vincula con una historia común a muchos hombres y mujeres que han experimentado el llamado y la elección de Dios. El bautismo nos hace hermanos y nos invita a estar siempre atentos a la voz del Eterno que nos habla. Finalmente, el bautismo nos permite sumergirnos en la suerte de Cristo, es decir, en su misterio: una vida entregada, una pasión vivida en función de todos y una resurrección gloriosa que nos pone en sintonía con el proyecto original de Dios.

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3. Contexto celebrativo La celebración del bautismo del Señor no puede desconectarse del ambiente navideño que está culminando. Bautismo y Navidad están íntimamente ligados: en la Navidad, Dios se hace presente de una manera nueva en la historia y se va manifestando con fuerza para que todos los pueblos experimenten salvación y vida eterna, tal como se repite insistentemente en el bautismo, pues la gloria de Dios se manifiesta a todos y la fuerza del Espíritu se da para todos aquellos que acogen la presencia del Señor y experimentan conversión. En ambiente eucarístico, nos reunimos la comunidad de los bautizados y celebramos el Misterio Pascual de Cristo, que nos ha hecho sacerdotes, profetas y reyes. Recomendaciones prácticas: 1. Resaltar expresiones como: bautismo, agua, voz y nube; igualmente se

pueden resaltar frases como: «en el Jordán se oyó tu voz» y «Tú eres mi Hijo».

2. Convendría adornar de manera especial la pila bautismal y hacer visibles todos los elementos del bautismo.

3. No olvidar que la Misa de hoy tiene formulario propio, incluido el Prefacio, p. 66 del Misal Romano.

4. Recordar que desde mañana, martes 10 de enero, comienza la primera parte del Tiempo Ordinario, que se prolonga hasta el martes 21 de febrero, anterior a la Cuaresma. Se sigue el formulario de la Misa para la semana I del Tiempo Ordinario, p. 291 del Misal Romano. Liturgia de las Horas Tomo III, Salterio 1ª semana.