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PITIAYUMI - NIDIFICACIONTRANSCRIPT
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Museo Ornitológico Municipal de Berisso
-MOMB-
NIDIFICACIÓN y COMPORTAMIENTO
REPRODUCTIVO DEL PITIAYUMÍ Parula
pitiayumi en MAGDALENA, BUENOS AIRES
Julio A. Milat
Juan F. Klimaitis
_______________________________________________________________
Reedición 2015
Publicación N° 5 – Año 1993 Garganchillo Nueva Serie
Municipalidad de Berisso Dirección de Cultura
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COA Berisso
(Club de Observadores de Aves Berisso)
Imagen de tapa: Pitiayumí Parula pitiayumi
Autor: Roberto Güller
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NIDIFICACIÓN Y COMPORTAMIENTO REPRODUCTIVO DEL
PITIAYUMÍ Parula pitiayumi EN MAGDALENA, BUENOS AIRES
Julio A. Milat1 y Juan F. Klimaitis
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1Museo Ornitológico Municipal de Berisso
2Investigador Independiente
Correo Electrónico: [email protected]
Resumen. Entre octubre de 1990 y enero de 1991, se realizaron observaciones sobre el comportamiento
reproductivo y nidificación del Pitiayumí (Parula pitiayumi) en Punta Blanca, partido de Magdalena, provincia
de Buenos Aires. Se hallaron cinco nidos sobre árboles de curupí (Sapium haematospermum) y un intento de
construcción sobre corona de Cristo (Gleditsia triacanthos. En todos los casos construyó en el interior de matas
colgantes de barba de viejo (Usnea), un líquen epífito. El tamaño de las posturas en dos casos fue de tres huevos.
Solo la hembra construye e incuba. Se calculó un período de incubación de 11-13 días. Dos nidos se cayeron
debido a fuertes vientos. Se compara la información obtenida con datos sobre su nidificación en diversas
regiones de su amplia distribución.
Palabras clave. Pitiayumí, Reproducción, Magdalena, Buenos Aires.
Abstract. Note on the nestling and reproductive behavior of the Tropical Parula (Parula pitiayumi) in
Magdalena, Buenos Aires. From October 1990 to January 1991 observations were made on Tropical Parula
breeding habits and nestlings in Punta Blanca, partido de Magdalena, Buenos Aires province. Five nests were
found on curupí tree (Sapium haematospermum) and one uncompleted construction on corona de Cristo tree
(Gleditsia triacanthos). In all cases nests were lined with Usnea, an epiphyte lichen. The clutch size in two nests
was three eggs. Only the female build and incubate. The incubating period was estimated in 11 to 13 days. Two
nests fell down because of strong wind. The obtained information is compared with data from others areas of its
wide range.
Key words. Tropical Parula, Reproduction, Magdalena, Buenos Aires.
INTRODUCCIÓN
La distribución geográfica del Pitiayumí es muy amplia, desde el sur de Estados Unidos,
México, Centroamérica, incluyendo Trinidad y Tobago, Sudamérica, a excepción del norte de Brasil y
Chile, hasta el norte y centro de Argentina (De Schauensee 1970). Habitante de selvas lluviosas,
nubladas y en galería, bosques y arboledas abiertas, es considerado residente y común en la casi
totalidad de su área de dispersión.
Estas características han facilitado el mayor conocimiento de su biología, descripta por varios
autores (Bent 1953, Skutch 1954 y 1967, Reed 1965, Ffrench 1976 y Harrison 1978), quienes solo
mencionan aspectos parciales de su nidificación. Este tema, sin embargo, no ha sido desarrollado,
limitándose a referencias sobre características del nido y huevos (Ihering 1900, Belcher y Smooker
1937, Pereyra 1938 y Alabarce 1987), faltando particularmente en trabajos locales descripciones y
medidas de nidos, desarrollo de crías y comportamiento reproductivo.
Como resultado de una campaña realizada entre octubre de 1990 y enero de 1991, se hallaron 6
nidos en distintas etapas de evolución, efectuándose su seguimiento. En este trabajo se exponen los
resultados de tales observaciones, aportándose elementos para la comprensión de la biología
reproductiva del Pitiayumí. Se añaden dos hallazgos recientes, comunicados por otros investigadores,
comparándose la información.
ÁREA DE ESTUDIO Y MÉTODOS Los estudios de campo se desarrollaron en Punta Blanca, partido de Magdalena, provincia de
Buenos Aires, sobre un albardón de aproximadamente 1 km de largo por ± 80 m de ancho,
comprendido entre el límite con el partido de Berisso y el arroyo Zapata. Esta franja de terreno
elevado, paralela al río, está cubierta por un bosque mixto de elementos arbóreos de selva marginal
(Ocotea acutifolia, Blepharocalyx salicifolius, Pouteria salicifolia) y de bosque xeromórfico (Celtis
tala, Acacia caven, Schinus longifolius), más o menos diferenciables en comunidades típicas o bien
intergradándose; palo amarillo (Terminalia australis) formando “manchones” extendidos y casi puros;
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saúco (Sambucus australis) y coronillo (Scutia buxifolia) dispersos; seibo (Erythrina cristagalli) y
particularmente una invasora exótica, la corona de Cristo (Gleditsia triacanthos), cuyos altos árboles y
abundantes renovales han desplazado en amplios sectores a la flora nativa.
Sobre suelos deprimidos, hacia ambos costados paralelos al albardón, el pajonal-seibal es la
comunidad dominante, con presencia de Scirpus giganteus y Zizaniopsis bonariensis; emergente en
estas comunidades inundables o vegetando a orillas del albardón, el curupí (Sapium haematospermum)
es el árbol característico tanto por su abundancia como por sus ejemplares añosos de gran porte.
Uno de los autores asciende hasta la extremidad del árbol de curupí,
para examinar el interior de un nido de Pitiayumí. Foto: Juan Klimaitis
Los seis nidos hallados fueron visitados con intervalos de siete días, totalizándose nueve
jornadas con treinta y seis horas acumuladas en campo. Se describieron los nidos y su contenido, datos
de comportamiento observados con prismáticos, vocalizaciones y tiempos de permanencia en el nido.
Cinco nidos estaban terminados y uno en construcción en el momento de su hallazgo; dos se
cayeron al suelo por causas naturales, perturbando la tarea, ya que eran los ubicados a más baja altura.
Dada la dificultad para acceder a los restantes, la información obtenida fue incompleta; las
mediciones, en cambio, se lograron con los nidos en mano, una vez abandonados.
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RESULTADOS HÁBITOS GENERALES
El Pitiayumí es residente en la zona, siendo común incluso en invierno, época en que no se
aprecia una disminución en su población. Su hábitat típico es la franja boscosa de la ribera del Plata,
ocupada hoy en día por sauces, álamos y otras especies exóticas, ambiente que aún conserva restos de
la primitiva selva marginal y que está atravesada por numerosos arroyos y canales que desembocan en
el Río de La Plata.
El ambiente umbrío producido por muchas enredaderas y altos arbustos parece ser el propicio.
Muy activo, está casi en permanente movimiento entre el follaje del estrato alto. Ocasionalmente
puede ser hallado en arboledas de poblados rurales próximos o incluso en el bosque xeromórfico,
aunque en forma casual y en invierno.
Suele desplazarse mediante saltos de rama en rama o cortos vuelos; al llegar a un claro, lo
atraviesa en rápido y recto vuelo hasta alcanzar la copa de los árboles cercanos. Típico recorredor,
según Short (1975) es territorial.
De hábitos solitarios en la temporada no reproductiva; incluso, las parejas en época de cría son
poco conspicuas, ya que sus miembros se desplazan distanciados entre sí.
A pesar de ser confiado, resulta difícil observarlo por su tamaño reducido, moviéndose en la
sombra. Es más frecuente oír su trino, agudo y rápido, que comienza con ritmo y tono crecientes, para
luego descender y rematar en ocasiones con un brusco ascenso final, llamando la atención en horas de
mucho calor por su insistencia y potencia, tal como ocurre generalmente con los parúlidos de frondas
altas (Sick 1985). Vocaliza durante la mayor parte del año.
La nota de llamado o contacto es muy breve y aguda: tchic-tchic. Dicha vocalización y su
constancia anual, son similares para la especie en Trinidad y Tobago (Ffrench 1976).
Según Zotta (1932) y Carman (1987) su dieta es insectívora. Solitario o en bandadas mixtas,
revisa grietas y cortezas, dobleces de hojas o el follaje seco y colgante durante el invierno, incluyendo
legumbres secas de Gleditsia, hurgando con su pico los rincones más inaccesibles mediante
movimientos acrobáticos. En ocasiones atrapa insectos con rápidos y cortos vuelos con retorno a su
percha, bajando incluso al estrato arbustivo.
Presas grandes son golpeadas reiteradamente sobre una rama antes de ser engullidas; I. Barrios
(com. pers.) lo observó sobre cítricos alimentándose de pulgones (Áfidos).
COMPORTAMIENTO REPRODUCTIVO En septiembre parece haber formado pareja; a mediados de octubre se hallaron varias en
distintos sectores del albardón boscoso. El macho permanecía en lo más alto del dosel arbóreo,
particularmente sobre Gleditsia, emitiendo en forma constante su voz desde alguna percha
sobresaliente, con un ligero temblor de alas y cola, dirigiendo el pico hacia arriba. Cada vocalización
duraba tres segundos, con un silencio promedio de doce segundos. Así permanecía por espacio no
inferior a cinco minutos, tras lo cual cambiaba de posición, para comenzar nuevamente.
En cada silencio, solía escucharse el canto de otro macho, que no se superponía o solo lo hacía
parcialmente, con el anterior, a modo de réplica. En cuatro casos se estimó la distancia entre ambos no
superior a 100 m, deduciéndose que los territorios de cría eran reducidos. Durante los silencios el ave
arreglaba el plumaje.
Al cabo de dos o tres períodos de vocalización, abandonaba la percha para buscar alimento en la
copa del mismo árbol o árboles vecinos, emitiendo la voz de reclamo. En distintas fechas se observó
en apariencia a un mismo macho cantando reiteradamente en los mismos sitios, dentro de lo que sería
su territorio.
La hembra parecía no vocalizar tanto o lo hacía en forma menos intensa, aunque emitía voz de
llamado cuando se desplazaba o se alimentaba. Su actitud era diferente, ya que se movía en el estrato
medio, en aparente búsqueda, revisando material vegetal particularmente Usnea, común en estos
bosques. El macho en ocasiones bajaba a su encuentro sacudiendo rítmicamente las alas y emitiendo
su voz.
Durante octubre y mediados de noviembre se mantuvo la vocalización de los machos con la
misma intensidad y frecuencia, no observándose nidos ni agresividad intraespecífica.
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HÁBITAT DE NIDIFICACIÓN Mientras que para alimentarse recorre el dosel arbóreo del albardón boscoso, para nidificar
parece preferir ambientes abiertos y próximos o en relación con el agua.
Ambiente típico de arboleda ribereña con pajonal inundable. Se aprecia árbol seco de curupí con
un nido de Pitiayumí en el extremo distal de una rama lateral. Foto: Juan Klimaitis
Otro aspecto del área de estudio, donde puede observarse conjunto de árboles de curupí y un nido de
Pitiayumí en la extremidad de una rama seca. Foto: Juan Klimaitis
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Sobre cinco nidos, dos estaban en bosque mixto con suelos parcialmente inundados; uno sobre
bosque mixto en el borde de un abra graminosa inundada; otro en un matorral ribereño a orillas del
arroyo Zapata y el restante en un pajonal. Una tentativa de construcción fue observada en bosque
abierto a pocos metros del arroyo mencionado. Nidos hallados por Di Giácomo (in litt.) y Moschione
(com. pers.) también estaban en relación con ambientes higrófilos: borde de arroyo y albardón en
pajonal, respectivamente.
Todos los nidos estaban sobre curupíes de 6 m promedio de altura y 22 cm de diámetro basal;
cuatro de ellos con follaje verde pero ramas terminales secas y el restante con tronco totalmente seco.
En todos los casos las ramas distales se hallaban densamente cubiertas por vegetación epífita de
Usnea, líquenes foliáceos (Ramalina, Parmelia) y Tillandsia recurvata.
La tentativa de construcción pendía de una rama de Gleditsia con escasa cobertura epifítica. Di
Giácomo lo encontró sobre Sebastiania, Moschione sobre Ligustrum lucidum y Alabarce (1987) en
Celtis pallida.
CONSTRUCCIÓN DEL NIDO En dos ocasiones se observaron hembras revisando minuciosamente el interior de matas
colgantes de Usnea, pareciendo elegir el sitio para nidificar; no apreciamos actividades de acarreo de
material. Di Giácomo pudo ver supuestamente a una hembra aportar “pajitas y tiritas de barba del
monte (Tillandsia usneoides) en el interior de una mata colgante de esta planta, permaneciendo en
ella hasta tres minutos, con una frecuencia de hasta seis viajes en una hora”.
También, el mismo informante observó a la hembra tironear y acomodar las fibras de la misma
mata en la que estaba construyendo el nido, mientras el macho se mantenía en la proximidad, cantando
desde la altura de algún árbol. Según Skutch (1967) el macho no participa en la construcción.
La hembra parece aprovechar el típico crecimiento de Usnea, cuyas numerosas hebras penden
naturalmente a ambos lados de las ramas. Ahueca o separa con su cuerpo dichas “frondes” para
conformar un espacio para la cámara de incubación.
Asimismo une y entreteje los filamentos inferiores y libres hasta lograr una base que constituye
el piso del nido; lateralmente deja una abertura de bordes trabajados que permite el acceso.
Detalle del ramaje extremo de un curupí, con gran cantidad de frondes de Usnea y variedad de líquenes.
Enmascarado con su entorno, se aprecia un nido de Pitiayumí. Foto: Juan Klimaitis
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NIDOS Fueron encontrados sobre árboles aislados a una altura promedio de 4,50 m (rango 2,90 y 6,10
m). Di Giácomo lo encontró a 6,50-7 m; Moschione a 1,80-2 m y Alabarce (1987) a 2,50 m. Nidos
hallados por Belcher y Smooker (1937) y Skutch (1967) estaban a mayor altura que los encontrados
por los autores. Un nido ubicado por Pereyra (1938) estaba a 1,50 m de altura.
Nido de formato globular, cuyo techo es la misma rama sostén lateral. Puede observarse
parte de la cámara de incubación, con elementos añadidos. Foto: Juan Klimaitis
Otro nido de formato globular, más trabajado, pequeño y sin fibras colgantes. Foto: Juan Klimaitis
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Detalle de fibras colgantes de Usnea colgantes que disimulan la existencia de un nido en su interior.
Foto: Juan Klimaitis
Puede observarse la dificultad de hallazgo de un nido de Pitiayumí, al confundirse con el material
epifítico circundante sobre las secas y frágiles ramas de un curupí. Foto: Juan Klimaitis
Los cinco nidos se hallaron en el extremo de ramas transversales al tronco, aproximadamente a
media distancia de su longitud, y todas parcial o totalmente secas y cubiertas con líquenes, claveles del
aire y escaso follaje verde, con un grosor promedio de 4,50 cm.
Expuestos al sol y muy bien ocultos en medio de un penacho oscilante de Usnea de coloración
verde pálido, que hacía sumamente difícil su localización incluso a corta distancia, los nidos
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semejaban una pequeña cesta colgante más o menos cerrada, con una entrada lateral y superior.
Presentaban dos variantes: 1) forma globular, casi tan alto como ancho, algo comprimido lateralmente
y con boca de acceso pequeña. 2) forma alargada, notablemente más alto que ancho y con entrada
amplia.
En ambos casos, de la parte inferior pendían libremente hebras filamentosas de 10 cm de
longitud o más, que otorgaban aspecto desprolijo al conjunto, disimulando al nido en su interior.
Las paredes, de aproximadamente 1-1,5 cm de espesor, eran resistentes y rígidas en seco, pero
sumamente elásticas por reviviscencia de las frondes al humedecerse por lluvias o niebla. En dos casos
se hallaron incluidos pequeños trozos de seda ocrácea procedentes de ootecas de araña.
El nido de Alabarce (1987) “estaba enteramente revestido en su parte externa con Usnea
allata”, con un espesor de las paredes de 1 cm. El nido de Pereyra (1938) era “muy delicado y tenue,
con cerdas y pocas plumas, algo inclinado y medio deshecho”, quizás a causa del viento.
Nido de formato alargado, con estructura de cesta colgante, sobre árbol de curupí.
Foto: Juan Klimaitis
La altura de los nidos -sin los filamentos colgantes- variaba de 11 cm para los globulares, a 16,5
cm para los alargados. Los valores de 6,5-7 cm de ancho por 9-10,5 cm de largo se daban en ambas
formas. La boca de acceso en los primeros era de 3 cm de diámetro, con bordes bien trabajados y
reforzados, y conducía a una cámara amplia, baja y redondeada, de unos 5 cm de largo, 4,5 cm de
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ancho y 6,5 cm de alto, con un lecho de 2 cm de profundidad desde el umbral de acceso. En los otros,
la entrada era más amplia y de contorno elíptico, como la cámara; la profundidad del lecho desde el
umbral de acceso era de 5 cm.
El nido de Alabarce (1987) de forma alargada, muy disimulado y de posición horizontal, medía
12,5 cm de longitud total. Hay semejanzas con un nido hallado por Bent (1953) respecto a medidas de
la abertura de acceso y el diámetro de la cámara.
La boca estaba orientada en tres casos hacia el norte y en dos hacia el sur.
Las paredes y el techo de la cámara estaban revestidas laxamente con material vegetal y animal,
cuya tenacidad brindaba resistencia: fibras de hojas de Cortaderia selloana de hasta 16 cm de largo
por 1,2 mm de ancho; crines blancas y pelo negro de ganado vacuno; en algunos nidos se encontraron
trozos y fibras de algún árbol de la zona.
El piso o lecho de incubación presentaba papus y semillas de Metastalma diffusum; otras fibras
correspondieron a Panicum grumosum y Carex sp.
El intento de nidificación también poseía idéntico tipo de fibras. Estos datos coinciden con los
de Bent (1953) y Harrison (1978) para la especie en EUA. El nido de Di Giácomo, dentro de
Tillandsia, presentaba abundantes vilanos y semillas de cierta compuesta, largas y delgadas fibras con
bordes escabrosos de hasta 45 cm de longitud y algunas pocas cerdas negras. El de Moschione, dentro
de una mata de Usnea, estaba elaborado con musgos del tipo Jungermaniales colgantes.
Belcher y Smooker (1937), Bent (1953), Skutch (1954) y Reed (1965) también describieron
nidos construidos con vegetales colgantes similares para EUA y Centroamérica.
TEMPORADA DE CRÍA Pocos son los datos bibliográficos sobre la época de postura en Buenos Aires. Pereyra (1938)
encontró en Gral. Lavalle un nido con dos huevos caídos a fines de noviembre, mencionando
asimismo que Runnacles halló posteriormente -diciembre- otras nidadas.
Gibson (1918) en Cabo San Antonio observó a fines de diciembre un ejemplar en evidente
conducta nidificatoria, aunque sin encontrar nido, viendo el 8 de enero a dos adultos y a los que
considera dos jóvenes emplumados.
Moschione encontró en Punta Lara un nido con dos huevos frescos el 7 oct 1990 y Di Giácomo
otro en construcción en Otamendi el 17 oct 1990. Ambos registros corresponden a regiones ribereñas
de la provincia. Alabarce (1987) halló en Tucumán un nido con tres huevos el 30 nov 1978.
Tres nidos con huevos hallados por los autores, tenían fechas extremas entre principios y fines
de diciembre. Fueron encontrados pichones en la primera semana de enero.
El 23 dic 1991 observamos a una hembra revisar minuciosamente el exterior de una mata de
Usnea -en su interior incubaba otra hembra de Pitiayumí-, en aparente búsqueda de sitio para nidificar,
lo que en tal caso sería una postura tardía o bien una segunda postura. Según Skutch (1954) los
parúlidos con raras excepciones tienen una sola cría al año.
En consecuencia, estimamos para Buenos Aires una temporada de cría entre fines de septiembre
a fines de enero.
HUEVOS Tienen forma variable de piriforme a levemente alargado, algo satinado, de cáscara lisa y frágil. El
fondo es blanco, tenuemente rosado por transparencia en los frescos, salpicados escasamente con
pequeños puntos pardo-rojizos en toda la superficie y formando corona en el polo obtuso. Los huevos
coinciden en formato y coloración con la información bibliográfica.
Las medidas promedio de cinco huevos fueron 16,2 x 12,1 mm (Rango: 15,8-16,9 x 11,8-12,6
mm). Alabarce (1987) mencionó 15 x 12,5 mm y 15 x 12 mm. Ihering (1900) en Brasil citó una
medida de 16 x 12 mm y otra de 19 x 13 mm; medidas promedio proporcionadas por Bent (1953) de
EUA para 36 huevos son de 16,3 x 12,2 mm (Rango: 15-19 x 11,3-13,7 mm).
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Nidada completa de Pitiayumí, extraída de un nido y puesta sobre una base de Usnea. Foto: Juan Klimaitis
POSTURA E INCUBACIÓN Debido al intervalo de siete días entre cada visita, no pudimos comprobar la frecuencia de
puesta de los huevos. La máxima postura encontrada en dos nidos fue de tres huevos y en uno de dos
huevos. Pereyra (1938) mencionó una nidada de dos huevos; Moschione halló dos huevos y Alabarce
(1987) tres huevos.
La incubación de una nidada fue estimada en 11-13 días. Skutch (1954) menciona para
parúlidos centroamericanos una incubación de 13 a 17 días; Harrison (1978) para P. americana en
EUA de 12 a 14 días.
En tres nidos observamos solo a la hembra incubando, en coincidencia con Alabarce (1987);
esto parece ser típico para los parúlidos (Skutch 1954). El macho, encargado de la vigilancia,
permaneció expectante, posado o rondando en las copas de los árboles cercanos, emitiendo
reiteradamente su agudo canto, aunque sin aproximarse al nido. En una ocasión y mientras la hembra
incubaba, el macho voló hasta la entrada llevando material en el pico, que dejó en su interior para
alejarse de inmediato.
Figura 1. 1: trayectoria de vuelo desde el bosque al nido.
2: trayectoria de vuelo al abandonar el nido con dirección a la arboleda.
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Antes de penetrar al nido, un miembro de la pareja revisa sus alrededores. Foto: Juan Klimaitis
La alimentación de la hembra por el macho, mientras aquella incuba, fue registrada por algunos
autores para varias especies de parúlidos (Skutch 1954). De acuerdo a la vocalización escuchada en un
período de tres horas y media, estimamos que la constancia de vigilancia es alta.
En un caso, en lo que parecía ser una conducta para evitar la detección del nido por parte de
predadores, la hembra llegaba al mismo en vuelo rápido y recto desde la espesura próxima (Fig. 1), sin
emitir previamente vocalización alguna. Se posaba en la parte superior del nido o cerca, para luego
examinar con detenimiento durante algunos segundos los materiales externos, incluso cabeza abajo, en
lo que parecía un comportamiento distractivo. A continuación y mediante un corto e imprevisto vuelo
semicircular con una instantánea detención en el aire, se introducía en la cámara (Fig. 2).
Ante la proximidad de intrusos emitía la voz de reclamo y se alejaba. Incubaba habitualmente
con la cabeza hacia la entrada y cola levantada contra la pared posterior.
En general y dado el espesor del lecho, la presencia del ave en el nido era poco perceptible. Para
abandonarlo, se dejaba caer imprevistamente hasta la altura de los matorrales circundantes, volando
luego con rapidez a esa altura hasta el bosque aledaño.
Figura 2. Detalle de dos trayectorias de vuelo (A y B) para ingresar al nido, previa inspección de su exterior.
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La constancia de incubación parece ser alta. En una jornada comprobamos dos permanencias en
el nido de 20 y 16 minutos, con ausencias de 15 y 9 minutos, alternativamente; en otra oportunidad y
durante 3 hs. 25 minutos, observamos seis períodos de incubación de 25, 24, 24, 23, 24 y 23 minutos
(Rango promedio=23,8), con interrupciones de 7, 7, 10, 14, 10 y 14 minutos (Rango promedio=10,3).
Estos datos parecen confirmar los comentarios de Skutch (1954) para algunas especies de Parulidae
sobre constancias de incubación muy altas.
PICHONES
La única nidada que estuvo en condiciones de ser observada en casi todo su desarrollo, se perdió
al ser derribado el árbol sostén durante una fuerte tormenta. Se hallaron un huevo en descomposición y
dos pichones muertos, de una edad estimada en 4-5 días con la siguiente descripción: piel rosado-
anaranjada; corona y espalda cubiertas por un suave y largo plumón grisáceo; alas con cortos y
delgados canutos gris oscuros; vientre con dos largas bandas laterales de incipientes canutos amarillo-
verdosos; pico y comisuras rictales amarillo-anaranjados al igual que el interior de la boca; tarsos
anaranjados. Según Skutch (1967) ambos miembros de la pareja alimentan a las crías.
Dos pichones de Pitiayumí de 3-4 días, con plumón e incipientes canutos. Foto: Juan Klimaitis
DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES Si bien puede señalarse que para las funciones básicas de alimentación (insectívoro recorredor
de altura) y descanso, el Pitiayumí parece utilizar habitualmente un mismo hábitat para ambos fines
(follaje perennifolio umbrío), la nidificación está en vinculación directa con la existencia de
vegetación epifítica colgante, recurso presente al menos en la zona de estudio, en sectores casi con
exclusividad de arboleda abierta, expuestos a mayor radiación solar y en terrenos inundables,
próximos o relacionados con espejos de agua.
Esta fuerte dependencia de solo una variedad de planta -Usnea-, cuyo crecimiento está sometido
a particulares condiciones ambientales, lo expone a su vez a las contingencias propias de la estabilidad
vegetativa de este líquen; asimismo, los nidos están sometidos a la acción de fuertes vientos, pudiendo
ser derribados junto a ramas e incluso troncos enteros, como se comprueba con frecuencia en el área
de estudio, por la fragilidad y rápido envejecimiento del curupí, principal sustento de las masas
colgantes de Usnea. Así, sobre seis nidos, dos (33%) sufrieron caídas por esta razón, pareciendo
representar el riesgo mayor para el éxito de las nidadas. Los nidos encontrados por Di Giácomo y
Moschione también fueron derribados por temporales de viento y lluvia.
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Las pérdidas por predación parecen muy reducidas debido tanto a la elevada altura promedio de
construcción, como por la endeblez de las ramas sostén.
El éxito reproductivo en estas condiciones, excluyendo eventuales temporales, podría ser
elevado de acuerdo a nuestras observaciones -dos nidos con tres huevos y otro con dos, luego
interrumpido en su proceso por nosotros- sobre un total de seis -dos ya utilizados y un intento-, así
como por la presencia de una población de adultos relativamente común en la zona. Estos, en plena
época de cría también quedan expuestos a una mayor predación por parte de aves de rapiña, al volar
con más asiduidad por espacios abiertos alejados del bosque ribereño denso, su principal cobertura
defensiva.
No se observó competencia con ninguna otra especie por el empleo de Usnea para nidificar, aún
cuando varios Passeriformes (Pitangus, Satrapa, Turdus) agregan a sus nidos en mayor o menor
cantidad hebras de Usnea.
Finalmente, es interesante señalar las coincidencias de información proporcionados por distintos
autores para diferentes regiones de su vasta distribución, en cuando a hábitat, comportamiento
reproductivo, nidificación -particularmente elementos de construcción- y posturas, datos comparables
también a los hallados en Parula americana en EUA, de quién algunos autores (Lowery Jr. y Monroe
Jr. 1968, citados en Peters 1979) consideran a P. pitiayumi como posiblemente conespecífico y Short
(1975) como una subespecie.
AGRADECIMIENTOS
A Alejandro Di Giácomo por bibliografía y datos inéditos; a Tito Narosky por facilitarnos la
utilización de su biblioteca, lectura crítica del manuscrito y valiosos comentarios; a Élida Ferzola y
Santiago Reil por la traducción de varias notas técnicas e introducción; a Edgardo Isabella por las
ilustraciones; a Flavio Moschione por sus observaciones y sugerencias, así como por datos inéditos y
clasificación de plantas; a Daniel Luciano por tareas en campo y a Isabel Barrios por información
inédita.
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