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  • 8/13/2019 Pierre Proudhon La Capacidad Politica de La Clase Obrera

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    La capacidad poltica de la clase obrera de Pierre Joseph Proudhon

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    LA CAPACIDAD POLTICA DE LA CLASE OBRERAPierre Joseph Proudhon

    INTRODUCCIN

    La obra que aqu publicamos, La capacidad poltica de la clase obrera, escrita en 1864,constituye una obra pstuma del gran terico libertario francs Pierre-Joseph Proudhon. En ella,podemos leer al Proudhon maduro, al Proudhon sumamente preocupado en combatir las, a lasazn, predominantes tendencias centralizadoras, autoritarias, monoplicas, en un mundo queavanzaba a agigantados pasos hacia concepciones totalizantes en las que la conformacin deun omnmodo poder central pareca ser inevitable.

    Proudhon bien se percataba de ese desarrollo, de ah que buscase de manera desesperada

    intentar frenarlo. Sus conceptos, materializados en la visin terica de su idea central delderecho econmico, se constitua en la ms clara manifestacin de su actividad en pro delfortalecimiento de alternativas vivas para todo individuo y grupo social.

    No debemos pasar por alto el importante hecho de que este libro, La capacidad poltica de laclase obrera, lo escribe motivado por una consulta que le hicieron un grupo de obreros, aquienes responde intentando clarificar conceptos e iluminar caminos y senderos.

    Es por esta razn que esta obra en mucho rebasa los estrechos marcos de un escrito polticocircunscrito en los parmetros de lo que podramos llamar activismo obrerista. Bsicamente, yaunque cause extraeza, esta obra ms que poltica, es una obra jurdica, una obra en la queProudhon da rienda suelta a su interpretacin del derecho econmicoen cuanto orden garante

    de la justicia econmica.Tres son los pilares de ese derecho econmico que Proudhon expone:

    1. El mutualismo, base incuestionable e insustituible del concepto mismo del derechoeconmico;

    2. La confederacin, manifestacin poltica de ese mismo mutualismo;

    3. La autogestin, garanta consubstancial del funcionamiento prctico, en la sociedad viva, delideal mutualista.

    As, en la medida en que un grupo social es capaz de alcanzar la conciencia de s y para s,(lase: capaz de autogestionarse), la permanencia del derecho econmico, y por tanto, de lajusticia econmica, quedar plenamente garantizada.

    Considerando a la clase obrera, como l mismo aqu lo apunta, la personificacin del Paracletoo advocatus, esto es, de ese personaje mtico que segn algunas corrientes cristianas-milenaristas, deber venira continuar la tarea de la redencin que Jesucristo no pudo terminar,Proudhon pone un mximo empeo en demostrar la plena posibilidad de que la clase obrerasea capaz de conjugar en s misma esa loable tarea de la redencin de las sociedadeshumanas contemporneas.

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    La riqueza de esta obra es palpable, ya que sus anlisis abarcan aspectos jurdicos,econmicos y sociales.

    Para los tiempos actuales, la lectura de esta obra se vuelve imprescindible, ya que nos permitecomprender, no obstante haber sido escrita hace ya casi un siglo y medio, el entorno bajo elcual vivimos y, particularmente en Mxico, donde se ha instaurado, en cuanto alternativaa lacarencia de oportunidades de empleo, la promocin de los changarros(es decir del autoempleo

    mediante el fomento a la creacin de pequeos comercios, industrias familiares y pequeasempresas prestadoras de servicios), la tesis del derecho econmico y su indiscutible pilar, elmutualismo, vuelven a tener vigencia en cuanto posibilidad viva en la sociedad contempornea.

    Es de esperar, que todo aquel que lea esta edicin virtual, extraiga de tal lectura elementos quele ayuden a comprender mejor una posibilidad de desarrollo, capaz de desbaratar el perversocamino hacia el totalitarismo globalizante.

    Chantal Lpez y Omar Corts

    PALABRAS INTRODUCTORIAS

    He recibido de Proudhon, algunos das antes de su muerte, la tarea de efectuar, sobre estaobra dejada por l en pruebasy a la cual daba una importancia particular, el trabajo de revisinminucioso que haca con su editor para cada una de sus publicaciones. No tengo necesidad dedecir que me he entregado a esa obra con todo el cuidado que me exiga el recuerdo de suamistad y el respeto a su talento. Cada una de las lneas de este libro ha sido cotejada porDentu y por m con el texto manuscrito y las correcciones indicadas sobre las galeras por elmismo Proudhon. As el lector tendr a la vista el propio texto del autor, salvo el ltimo captulo,

    la Conclusin, que l quera -de acuerdo con su costumbre- redactar a ltimo momento,despus de haber ledo en pruebas de pginas todo su libro. Esa parte deba formar, segn suintencin, de doce a quince pginas, que no hubiesen sido sin duda las menos elocuentes de laobra. Esas pginas vlgame Dios!, soy yo el que ha tenido que escribirlas y no sabra decir laturbacin que me embarga el tener que decrselo al lector. He sido encargado expresamentepor Proudhon -que no ha cesado de ocuparse de su libro hasta los ltimos momentos- de esetrabajo, recibiendo al efecto de l, en una conversacin decisiva de varias horas, lasrecomendaciones a las cuales me he ajustado estrictamente, de acuerdo con notas tomadas ensu presencia. Espero que el pblico lector sea indulgente conmigo por una colaboracinimpuesta tan tristemente a mi amistad y de la que comprendo ms que nadie toda lainsuficiencia.

    Gustavo ChaudeyMayo de 1865.

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    EL AUTOR CONTESTA A ALGUNOS OBREROS DE PARS Y DE RUNQUE LE HABAN CONSULTADO SOBRE LAS ELECCIONES

    Ciudadanos y amigos:

    Ustedes me han inspirado esta obra y, por ello, les pertenece.

    Me preguntaban hace diez meses qu pensaba del manifiesto electoral publicado por sesentaobreros del departamento del Sena *. Deseaban, sobre todo, saber si despus de habersedecidido en las elecciones de 1863 por el voto negativo, deban seguir en la misma lnea deconducta o si, en razn de las circunstancias, podan apoyar con sus votos y su influencia lacandidatura de un compaero digno de su confianza.

    Sobre el pensamiento mismo del manifiesto no poda ser dudosa mi opinin, expresada contoda franqueza al acusar recibo de su carta. Mucho me he alegrado ciertamente de verdespertar el socialismo: quin tena en Francia ms derecho a alegrarse que yo?No lo duden;estaba tambin de acuerdo con ustedes y con los Sesenta en que la clase obrera no estrepresentada y tiene derecho a estarlo: cmo no haba de ser sta mi manera de ver y depensar? La representacin de la clase obrera -si fuese posible que la hubiera- no sera acasohoy, como en 1848, bajo el punto de vista poltico y econmico, la consagracin oficial delsocialismo? Pero de aqu a tomar parte en elecciones que hubieran comprometido laconciencia, los principios y el porvenir de la democracia, no se los he ocultado, ciudadanos,haba un abismo. Y puedo aadir ahora que esa reserva que ustedes recibieron perfectamente,ha tenido despus la sancin de la experiencia1.

    Cul es hoy la situacin de la democracia francesa, en otro tiempo tan arrogante y pura, quecreyendo a algunos ambiciosos se ha imaginado de improviso que mediante un falso juramentoiba a marchar de victoria en victoria? Qu conquista hemos obtenido? Qu nueva idea harevelado nuestra poltica? Qu triunfo ha venido despus de dieciocho meses a sealar laenerga de nuestros abogados ni a recompensar su oratoria? Hemos sido testigos de susperpetuas derrotas, de sus debilidades. Engaados por su vano parlamentarismo, los hemosvisto derrotados en casi todas las cuestiones por los oradores del gobierno. Y cuando no hacemucho, acusados ante los tribunales por delito de asociacin y de reunin, se han tenido queexplicar a la vez ante el pas y ante el poder, no se han confundido por esa misma legalidad aqu nos convidaban y de qu se hacan intrpretes? Qu defensa ms miserable! Despus detantos y tan ruidosos debates, podemos negar al fin que en el fondo no tienen nuestrosrepresentantes otras ideas, otras tendencias ni otra poltica que la poltica, las tendencias y lasideas del gobierno?

    As, gracias a ellos; le sucede a la joven democracia lo que al viejo liberalismo, con el que sepretende que est en consorcio: el mundo empieza a separarse de ambos. La verdad, lalibertad, el derecho no estn ms en uno que en otro partido. Se trata, pues, de revelar al

    mundo, Con testimonios autnticos, el verdadero pensamiento del pueblo; de legitimar sus

    *Vase elApndice.1 Proudhon imagina que el triunfo de la oposicin, lejos de desagradar al gobierno, le resulta al contrariosecretamente simptico. No es en efecto el mejor expediente para disciplinar las fuerzas revolucionarias y evitar los

    peores desrdenes aceptar en el Cuerpo Legislativouna oposicin cuyas manifestaciones no podran ser peligrosas?

    Proudhon, en un trabajo suyo titulado,Los demcratas juramentados y los refractarios, pone en boca de la oposicinesta sugestin dirigida al gobierno: Vuestra prudencia, Seor, sabr comprender nuestra reserva y tener cuenta del

    sacrificio de esta fiel oposicin. Nosotros hacemos algo mucho mejor en este momento que prestar juramento a

    vuestra Majestad; nosotros le damos seguridad de librarlo de molestias, restricciones y anomalas que paralizan el

    sufragio universal. (pg. 73).

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    aspiraciones de cambio y su derecho a la soberana. El sufragio universal es una verdad o unaficcin? Se ha pensado en restringirlo nuevamente y es indudable que, fuera de lostrabajadores, muy pocos lo toman en serio.

    Se trata de manifestar a la democracia obrera -puesto que ha dado sus votos a hombres que nola representan, por carecer de la suficiente conciencia de s misma y de su idea- bajo qucondiciones entra un partido en la vida poltica; cmo habiendo perdido las clases superiores de

    una nacin el sentido y la direccin del movimiento, toca a las inferiores apoderarse de esadireccin y darle sentido; cmo, por fin, un pueblo que es incapaz de regenerarse por medio dela sustitucin en el poder de unas clases por otras, est condenado a muerte. Se trata de hacercomprender a la plebe francesa que, si en 1869 tiene an la peregrina idea de ir a ganar porcuenta de sus patronos otra batalla como la que les gan en 1863, puede muy bien quedaraplazada su emancipacin para dentro de medio siglo.

    Porque, no lo duden, amigos mos: esa protesta mediante boletas en blanco, tan pococomprendida y tan mal recibida, de que el pblico, sin embargo, se preocupa siempre y elmundo poltico practica en todas partes; esa declaracin de absoluta incompatibilidad entre unsistema vetusto y nuestras ms caras aspiraciones; ese estoico veto, al fin lanzado por nosotroscontra presuntuosas candidaturas, eran nada menos que el anuncio de un nuevo orden de

    cosas, nuestra toma de posesin como partido del derecho y de la libertad, el acto solemne denuestra entrada en la vida poltica y la notificacin al viejo mundo de su prxima e inevitablecada.

    Les haba prometido, ciudadanos, explicarme acerca de estas cosas; cumplo hoy mi palabra.No juzguen el libro por su extensin; hubiera podido reducirlo a cuarenta pginas. Noencontrarn en l ms que una idea: la Idea de la nueva democracia. Pero he credo tilpresentar esta idea en una serie de ejemplos, a fin de que amigos y enemigos sepan de unavez lo que queremos y con quin tienen que entendrselas.

    Reciban, ciudadanos y amigos, mi fraternal saludo.

    P. J. Proudhon.

    CAPTULO I

    La cuestin de las candidaturas de obreros, resuelta negativamente por las elecciones de 1863y 1864, implica la de la capacidad poltica de los obreros mismos o, para servirme de unaexpresin ms genrica, del pueblo. El pueblo, a quien la revolucin de 1848 ha dado la

    facultad de votar, es o, no capaz de juzgar en poltica? Es capaz de formarse, sobre lascuestiones que interesan a la colectividad social, una opinin en armona con su condicin, suporvenir y sus intereses? Es capaz de pronunciar, en consecuencia, sobre las mismascuestiones sometidas a su arbitraje directo o indirecto, un fallo motivado? Es capaz deconstituir un centro de accin que sea la fiel expresin de sus ideas, sus miras y susesperanzas y est encargado de procurar la ejecucin de sus designios?

    Si lo es, conviene que el pueblo, en la primera ocasin que se le presente, d prueba de estacapacidad. Primero, emitiendo un principio verdaderamente suyo, que resuma y sintetice todassus ideas, como han hecho en todos los tiempos los fundadores de sociedades, y han tratadode hacer ltimamente los autores del manifiesto. Segundo, manifestando la admisin de ese

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    principio por medio de la conformidad de sus votos. Tercero -en el caso de hacerse representaren los consejos del pas-, eligiendo por delegados a hombres que sepan expresar supensamiento y sostener su derecho; hombres que le representen en cuerpo y alma y dequienes pueda decir sin riesgo de ser desmentido: Estos son los huesos de mis huesos y lacarne de mi carne.

    Si no ha de hacer esto, obrar cuerdamente encerrndose en su secular mutismo y,

    retrayndose de las urnas, prestar un verdadero servicio a la sociedad y al gobierno.Renunciando a los poderes que le ha conferido el sufragio universal, probando as su buenadisposicin a sacrificarse por el orden pblico, har algo ms honroso y ms til que votar -a lamanera de la mayor parte de los hombres de la burguesa- por ilustres empricos que sevanaglorian de dirigir por medio de frmulas perfectamente arbitrarias una sociedad que noconocen. Porque si el pueblo no tiene la inteligencia de su propia idea o despus de haberlaadquirido obra como si no la tuviese, carece de derecho para tomar la palabra. Deje en buenahora que los negros y los blancos voten unos contra otros y, como el asno de la fbula,contntese con llevar su albarda.

    Tal es la inevitable cuestin suscitada por las candidaturas de la clase obrera, cuestin a la cuales absolutamente indispensable contestar: el pueblo, es o no capaz?Los Sesenta2, preciso es

    felicitarles por ello, se han declarado valientemente por la afirmativa. Mas qu oposicin no hanlevantado, ya en los pretendidos rganos de la democracia, ya entre los candidatos, ya entresus mismos camaradas! Lo ms triste aqu ha sido la actitud de las mismas masas obreras enocasin tan decisiva. Se ha publicado un contramanifiesto 3 en que ochenta obreros hanprotestado contra los Sesenta, diciendo que stos no eran de modo alguno la expresin delpensamiento del pueblo, acusndolos de haber suscitado inoportunamente una cuestin socialcuando no se trataba sino de una cuestin poltica, de sembrar la divisin cuando era precisopredicar la concordia y de restablecer la distincin de castas cuando ms convena refundirlastodas en una, y terminando con que, por el momento, slo se deba pensar en la conquista de lalibertad. Mientras no tengamos la libertad, decan, no pensemos ms que en conquistarla.Descarto que esos obreros, como ciudadanos y como trabajadores, valiesen tanto como losotros; de seguro no tenan ni su originalidad ni su arrojo. Por las consideraciones en que se

    fundaban, pudo fcilmente verse que no hacan sino repetir las lecciones de La Presse, LeTempsy Le Siecle. As no les faltaron las felicitaciones de Girardin y consortes.

    El pueblo francs tiene accesos de una humildad sin igual. Susceptible y vanidoso al mximo,cuando le da por presentarse moderado, llega hasta la bajeza. De qu nace sino que esamasa, tan celosa de su soberana y tan ardiente para el ejercicio de sus derechos electorales,masa a cuyo rededor se arremolinan tantos candidatos de frac negro, que son sus cortesanosde un da, sienta tanta repugnancia a presentar sus hombres? Cmo!, existen en lademocracia, y no en pequeo nmero, personas instruidas, tan aptas para manejar la pluma

    2 Esos sesenta de que habla Proudhon, son los obreros que en las elecciones generales de 1864, clebres por la

    derrota que sufri el gobierno en Pars, publicaron un manifiesto en que se decidieron a presentar candidatos propios,

    fundndose en que los de la oposicin no representaban ni podan representar las ideas ni las aspiraciones de suclase. Su manifiesto, de indudable importancia, inspir a Proudhon este libro, que es una de sus obras pstumas.3Al Manifiesto de los Sesentarespondi en el diarioEl Siglo(29 de febrero de 1864) el Manifiesto de los Ochenta,

    rechazando las candidaturas obreras. Los Ochentaproclamaban que el Manifiesto de los Sesentano representaba

    ms que la opinin de un pequeo nmero y que, como en mayo de 1863, las candidaturas obreras seran rechazadasen 1864.Las castas-decan- deben desaparecer ante los principios, y las candidaturas vendran a plantear en mala

    horauna cuestin social, cuando de lo que se trataba era de una cuestin poltica. Por el momento no haba que

    pensar sino en conquistar la libertad, y terminaban declarando que como obreros de la oposicin se considerabansuficientemente representados por hombres honestos e instruidos. Sin duda ese manifiesto fue propuesto y concebido

    bajo inspiracin extraa a los obreros que lo firmaron. Los Ochenta, que nos son desconocidos, salvo uno o dos, no

    eran como los Sesentaun grupo de militantes vinculados por un pensamiento comn. Sin duda se reunieron para los

    fines exclusivos de ese manifiesto de protesta contra el principio de las candidaturas de clase.

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    como la palabra, entendidas en los negocios, veinte veces ms capaces, y sobre todo msdignas de representarla que los abogados, los periodistas, los escritores, los intrigantes y loscharlatanes a quienes prodiga sus votos, y... los rechaza!, y no los quiere por susmandatarios! La democracia sintiendo aversin por los candidatos verdaderamentedemcratas! La democracia cifrando su orgullo en darse por jefes individuos que tengan ciertotinte aristocrtico! Piensa, de esa manera, ennoblecerse? Si el pueblo est maduro paraejercer la soberana, de qu nace que se oculte constantemente detrs de sus ex tutores, que

    no lo protegen ya ni lo representan?, por qu se humilla ante los que le dan un salario y puestoen el trance de manifestar su opinin y dar muestras de voluntad, no acierta sino a seguir lahuella de sus antiguos patronos y repetir sus mximas?

    Todo esto, preciso es confesarlo, creara contra la emancipacin del proletariado una enojosaprevencin, sino se explicase por la novedad de la situacin misma. La clase trabajadora havivido, desde el origen de las sociedades, bajo la dependencia de los poderosos en un estadode inferioridad intelectual y moral del que conserva todava una profunda conciencia. Slo ayer,que la revolucin de 1789 vino a romper esta jerarqua, adquiri -vindose aislada- elconocimiento de s misma. Pero es an en ella muy poderoso el instinto de deferencia por lasclases altas; es singularmente falsa y exagerada la opinin que se forma de lo que se llamacapacidad; magnifica la importancia de quienes fueron en otro tiempo sus amos y se han

    reservado el privilegio de las profesiones llamadas liberales, nombre que sera ya hora deextirpar. Adase a esto ese fermento de envidia que se apodera del hombre del pueblo contraaquellos de sus iguales que aspiran a elevarse sobre su clase; cmo maravillarse de que elpueblo haya conservado sus hbitos de sumisin aun despus de transformadas su conciencia,las necesidades de su vida y las ideas fundamentales que lo dirigen? Sucede con lascostumbres lo que con el lenguaje: no cambian con la fe, la ley y el derecho. Permaneceremosan largo tiempo siendo los unos para con los otros seores y muy humildes servidores. Obstaesto para que no haya ya ni servidores ni seores?

    Busquemos en las ideas y en los hechos, fuera de las adoraciones, genuflexiones ysupersticiones vulgares, lo que hayamos de pensar de la capacidad y de la idoneidad poltica dela clase obrera comparada con la burguesa, y de su futuro advenimiento al poder pblico.

    Observemos ante todo que, tratndose del ciudadano, se toma la palabra capacidadbajo dospuntos de vista diferentes: existe la capacidad legaly la capacidad real.

    La primera nace de la ley y supone la segunda. No sera posible admitir que el legisladorreconociese derechos a ciudadanos naturalmente incapaces. Antes de 1848, por ejemplo, paraejercer el derecho electoral era preciso pagar 200 francos de contribucin directa. Suponase,por lo tanto, que la propiedad era una garanta de la capacidad real: as los contribuyentes de200 francos eran tenidos por los verdaderos interventores del gobierno y por los rbitrossoberanos de su poltica. Esto no era sino una ficcin de la ley, puesto que nada probaba queentre los electores no los hubiese -y muchos- realmente incapaces a pesar de su cuota, ni nadaautorizaba tampoco a creer que fuera de ese crculo, entre tantos millones de ciudadanos

    sujetos a un simple impuesto personal, no hubiese una multitud de respetables capacidades.En 1848 se ha trastrocado el sistema de 1830: se ha establecido sin condicin alguna elsufragio universal y directo. Por esta simple reforma, todo varn mayor de 21 aos, nacido yresidente en Francia, se ha encontrado facultado por la ley de la capacidad poltica. Se hasupuesto que el derecho electoral -y hasta cierto punto la capacidad poltica- es inherente a lacualidad de varn y de ciudadano. Pero esto no es tampoco ms que una ficcin. Cmo habrade poder ser la facultad electoral una prerrogativa de la raza, de la edad, del sexo, ni deldomicilio, mejor o con ms razn que de la propiedad? La dignidad de elector, en nuestrasociedad democrtica, equivale a la de noble en el mundo feudal. Cmo haba de ser otorgadaa todos, sin excepcin ni distincin, cuando la de noble no perteneca ms que a un corto

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    nmero? No es sta la ocasin de decir que toda dignidad que pasa a ser comn deja de serdignidad y aquello que pertenece a todo el mundo no pertenece a nadie? La misma experiencianos lo ha dicho: cuanto ms se ha multiplicado el derecho electoral, tanto ms ha perdido de suantigua importancia. Lo evidencia el hecho de haberse abstenido de votar, en 1857, 36electores por ciento; en 1863, 25. Y la verdad es que nuestros 10.000.000 de electores se hanmostrado desde 1848 inferiores en inteligencia y en carcter a los 300.000 censatarios de lamonarqua de julio.

    As, quermoslo o no, desde el momento en que nos proponemos tratar como historiadores ycomo filsofos la capacidad poltica, debemos salir del terreno de las ficciones y llegamos a lacapacidad real, nica de que hablaremos en adelante.

    Para que en un sujeto, individuo, corporacin o colectividad haya capacidad poltica, serequieren tres condiciones fundamentales:

    1. Que el sujeto tenga conciencia de s mismo, de su dignidad, de su valor, del puesto queocupa en la sociedad, del papel que desempea, de las funciones a que tiene derecho aaspirar, de los intereses que representa o personifica.

    2. Que, como resultado de esa conciencia plena de s mismo, afirme su idea, es decir, queconozca la ley de su ser, sepa expresarla por la palabra y explicarla por la razn, no slo ensu principio sino tambin en todas sus consecuencias.

    3. Que de esta idea -sentada como profesin de fe- pueda, segn lo exijan las circunstancias,sacar siempre conclusiones prcticas.

    Ntese bien que en todo esto no puede haber cuestin de grado. Ciertos hombres sienten msenrgicamente que otros, tienen de s mismos una conciencia ms o menos viva, apresan laidea y son ms o menos felices y firmes en exponerla, o estn dotados de una fuerza deejecucin que no alcanzan casi nunca las inteligencias ms despiertas. Esas diferencias deintensidad en la conciencia, la idea y su aplicacin, constituyen gradosde capacidad, pero no

    crean la capacidad misma. As, todo individuo que cree en Jesucristo, afirma su doctrina pormedio de la profesin de la fe y practica su religin; es cristiano y, como tal, capaz de lasalvacin eterna, pero todo esto no impide que entre los cristianos haya doctores y mentecatos,ascetas y mediocres.

    De la misma manera, ser capaz en poltica no es estar dotado de una aptitud particular paraentender en los negocios de estado ni para ejercer tal o cual empleo pblico, ni lo es tampocodemostrar por la ciudad un celo ms o menos ardiente. Todo esto es cuestin de oficio y detalento; no es esto lo que constituye en el ciudadano -muchas veces silencioso, moderado yajeno a los empleos- la capacidad poltica. Poseer la capacidad poltica es tener conciencia des mismo como individuo de una colectividad, afirmar la idea que de ella resulta y procurar surealizacin. Es capaz todo el que rene estas tres condiciones. As nosotros nos sentimos todos

    franceses y como tales creemos en una constitucin y en un destino especial de nuestro pas,en vista de los cuales favorecemos con nuestros votos y nuestros sufragios la poltica que nosparece servir mejor nuestra opinin e interpretar mejor nuestro sentimiento. El patriotismopuede ser en cada uno de nosotros ms o menos ardiente, pero su naturaleza es la misma y suausencia, una monstruosidad. En tres palabras: tenemos conciencia, idea, y trabajamos porrealizarla.

    El problema de la capacidad poltica en la clase obrera -del mismo modo que en la burguesa yen otras pocas en la nobleza- se reduce, por lo tanto, a lo siguiente:

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    a) Si la clase obrera, bajo el punto de vista de sus relaciones con la sociedad y el estado, haadquirido conciencia de s misma; si como ser colectivo, moral y libre, se distingue de laclase burguesa; si separa de sus intereses los suyos, si aspira a no confundirse con ella;

    b) Si posee una idea, es decir, si se la ha formado de su constitucin propia; si conoce lasleyes, condiciones y frmulas de su existencia; si prev su destino, su fin; si se comprendea s misma en sus relaciones con el estado, la nacin y el orden humano;

    c) Si de esta idea se halla en condiciones de deducir, para la organizacin de la sociedad,conclusiones prcticas que le sean propias, y si, en el caso que el poder viniera a dar ensus manos, porque cayera o se retirara la burguesa, podra crear y desarrollar un nuevoorden poltico.

    En esto consiste la capacidad poltica, no en otra cosa. Hablamos aqu, bien entendido, de esacapacidad real, colectiva, que es obra de la naturaleza y de la sociedad y que resulta delconocimiento del espritu humano; de esa capacidad que, salvadas las desigualdades deltalento y la conciencia, es la misma en todos los individuos y no puede llegar a ser el privilegiode nadie; de esa capacidad que vemos en todas las comunidades religiosas, sectas,corporaciones, castas, partidos, estados, nacionalidades; capacidad que el legislador no puede

    crear, pero que est obligado a buscar y no puede menos de suponer en todos los casos.

    Conforme a esa definicin de la capacidad, respondo en lo que concierne a las clases obreras:

    Sobre el segundo punto: S, las clases obreras poseen una conciencia de s mismas y podemoshasta sealar la fecha de tan fausto acontecimiento, 1848.

    Sobre el segundo punto: S, las clases obreras poseen una idea que corresponde a laconciencia que tienen de s mismas y forma perfecto contraste con la idea de la burguesa; sloque esta idea no les ha sido an revelada sino de una manera incompleta, ni la han seguido entodas sus consecuencias, ni la han fomentado.

    Sobre el tercer punto, relativo a las condiciones polticas deductibles de su idea: No, las clasesobreras, aunque seguras de s mismas y semiilustradas sobre los principios que constituyen sunuevo credo, no han llegado an a deducir de esos principios una prctica general acorde, unapoltica a ellos acomodada. Lo testimonia el haber votado en comn con la burguesa y laspreocupaciones polticas de todo gnero a que ceden y obedecen.

    Hablando en lenguaje ms llano, diremos que las clases obreras no han hecho hasta aqu sinonacer a la vida poltica; que si por la iniciativa que han comenzado a tomar y por su fuerzanumrica, han podido modificar el orden poltico y agitar la economa social, en cambio, por elcaos intelectual de que son presa -y sobre todo por el romanticismo gubernativo que hanrecibido de una clase burguesa in extremis- lejos de haber logrado su preponderancia, hanretardado su emancipacin y han comprometido, hasta cierto punto, su futura suerte.

    CAPTULO II

    A fin de quitar de hecho a las clases obreras la capacidad que les ha sido reconocida dederecho, por el sufragio universal, los diarios polticos, sobre todo los de la oposicin

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    democrtica, han recurrido a una de las ms groseras confusiones. Apenas se haba publicadoel Manifiesto de los Sesentacuando toda la prensa se alz contra la pretensin de los obreros ahacerse representar como clase4. Recordse con tono doctoral, y afectando gran celo por losorculos de la revolucin, que desde 1789 haban dejado de existir las castas; que la idea delas candidaturas de obreros tenda a resucitarlas; que si se admite en la representacinnacional al simple artesano, como se admite al ingeniero, al hombre de ciencia, al abogado, alperiodista, es slo bajo la condicin de que el obrero sea en la legislatura, al par de sus

    colegas, expresin de la sociedad, no de su clase. De otro modo la candidatura de ese obreroprovocara la discordia y tendra un carcter retrgrado; sera atentatoria contra las libertades ylos derechos de 1789 y subvertira el derecho, el orden y la paz pblica por la desconfianza, laalarma y las iras que levantara en la burguesa. Falt poco para que el Manifiesto de losSesenta-que por su idea y sus conclusiones tenda efectivamente a desorganizar la oposicin-no fuese tratado de intriga policial y de contrarrevolucionario.

    Los autores del manifiesto haban previsto esa objecin de sus adversarios y protestado deantemano contra la calumnia, pero su justificacin dejaba mucho que desear. Si afirmaban ladistincin de las dos clases, sublevaban contra s a los polticos del partido y se sentanperdidos. Si la negaban, a qu entonces una candidatura de obreros?, se les deca; dilema alque deseo yo ahora contestar.

    Tomando por argumento el desagrado de la burguesa, los adversarios del manifiesto secontradecan sin advertirlo y reconocan implcitamente una verdad profunda que habra debidoser proclamada en el manifiesto mismo. Se reconoce en nuestros das la existencia de unaclase burguesa, aunque ya no haya nobleza ni sea el clero ms que una categora defuncionarios, pues sino, en qu descansara el sistema orleanista? Qu seran la monarquay la poltica constitucionales? A qu vendra esa hostilidad de ciertas gentes hacia el sufragiouniversal? No se quiere reconocer, sin embargo, a la clase obrera como correlativa de la claseburguesa; habr quien me explique esta inconsecuencia?

    Nuestros publicistas de la oposicin no han visto, a pesar de su amor y respeto por las ideas de1789, que lo que ha creado la distincin enteramente nueva, y hasta desconocida de burguesa

    y proletariado -precisamente cuando desaparecan las categoras de nobleza, clero y estadollano- ha sido justamente el derecho inaugurado en el mismo 1789. No han visto que antes de1789 el obrero era parte de la corporacin y de la casa del maestro como la mujer, el hijo y elcriado lo eran de la familia, y que entonces no se habra admitido sin gran repugnancia unaclase de obreros y otra de capitalistas, por suponerse a la una contenida en la otra. Perodespus de 1789, roto el haz de los gremios -sin haberse establecido por eso la igualdad defortuna ni de condicin entre obreros y maestros, ni haberse hecho ni previsto nada para lamejor distribucin de los capitales, la organizacin de la industria ni los derechos de lostrabajadores- surgi natural y espontneamente la distincin entre la clase de los maestros,poseedores de los instrumentos de trabajo, capitalistas y grandes propietarios, y la de lossimples obreros asalariados.

    Negar hoy esa distincin de ambas clases sera algo ms que negar la escisin que la produjo,y que no fue, despus de todo, sino una de las mayores iniquidades; sera negar laindependencia industrial, poltica y civil del obrero, nica compensacin que ha obtenido; seradecir que no han sido creados para l, como para el hombre de la burguesa, la libertad y laigualdad de 1789; sera negar que la clase obrera -que vive bajo condiciones completamentenuevas-, sea susceptible de conciencia y de iniciativa propias, y declararla privada, por lamisma naturaleza, de capacidad poltica. Ahora bien, conviene sobre todo afirmar la verdad de

    4Los diarios reaccionarios y catlicos denuncian al socialismo y acusan a la revolucin. El Constitucionalevoca el

    espectro rojo. Los liberales y demcratas repiten una vez ms que ya no hay castas ni clases. Le Tempsaguza el

    ingenio y distingue entre candidaturas obreras y candidaturas de obreros.

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    esta distincin porque slo de ella reciben todo su valor las candidaturas de los obreros, y sinella careceran de sentido.

    No es acaso cierto, a despecho de la revolucin de 1789 o precisamente a consecuencia deesa misma revolucin, que la sociedad francesa, antes compuesta de tres castas, desde lanoche del 4 de agosto est dividida en dos, una que vive exclusivamente de su trabajo y en laque cada familia de cuatro personas debe ajustarse a un salario anual que no llega a 1.250

    francos -supongo que 1.250 francos es aproximadamente la suma media, para cada familia, dela renta o producto total de la nacin- y otra que vive de otra cosa que de su trabajo, cuandotrabaja; que vive de la renta, de sus propiedades, de sus capitales, de sus dotaciones, de suspensiones, de sus subvenciones, de sus acciones, de sus sueldos, de sus honores y de susbeneficios? No existen acaso -desde el punto de vista de la distribucin de los capitales, lostrabajos, los privilegios y los productos- dos categoras de ciudadanos llamados vulgarmenteclase burguesa y plebe, capitalistas y asalariados? No es verdad que esas dos categoras deciudadanos, en otro tiempo unidas y casi confundidas por el lazo feudal del patrono, estn hoyprofundamente separadas y no tienen entre s ms relaciones que las determinadas por elcaptulo 3, ttulo 8, libro 3, artculos del 1.779 al 1.799 del Cdigo Civil, relativos al contratode arrendamientos de obras y servicios? Nuestra poltica, nuestra economa pblica, nuestraorganizacin industrial, nuestra historia contempornea, nuestra misma literatura descansan

    sobre esa distincin inevitable que no pueden negar ya sino la mala fe y una necia hipocresa.

    Siendo obvia y flagrante la divisin de la sociedad moderna en dos clases, la una detrabajadores asalariados, la otra de propietarios-capitalistas-empresarios, deba lgicamentesuceder lo que no puede sorprender a nadie, y es preguntarse si esa distincin era casual onecesaria; si caba dentro de los verdaderos trminos de la revolucin; si se la poda legitimaren derecho del mismo modo que se la poda consignar como hecho. En una palabra, si por unaaplicacin sana de las reglas de la justicia y de la economa, no sera mejor destruir una divisintan peligrosa, uniendo las dos clases en una y estableciendo entre las dos un perfecto nivel y uncompleto equilibrio.

    Esta cuestin, que no es nueva para los filsofos, deba surgir entre las clases obreras el da en

    que una revolucin las pusiese -por el sufragio universal- al nivel de las clases burguesas,medio por el que no podan menos de observar el contraste que exista entre su estado social ysu soberana poltica. Entonces, y slo entonces, sentada esta importante cuestin econmica ysocial, podan las clases obreras llegar a adquirir la conciencia de s mismas y decirse, como enel Apocalipsis, que el que reina debe tener las ventajas del reinado, presentar sus candidatos ala diputacin y sus pretensiones al gobierno. As es como los trabajadores han empezado hacediecisis aos a elevarse a la capacidad poltica; as es como la democracia francesa sedistingue de todas las democracias anteriores: no es otra cosa lo que se ha llamado socialismo.

    Qu han hecho y dicho sobre esto los Sesenta? Ah est su manifiesto explicndolo. Se hancolocado en la situacin que les crearon los acontecimientos y el derecho pblico, y han dicholo que rebosaba de su conciencia de obreros. Convencidos por su parte de que la cuestin

    puede y debe ser resuelta afirmativamente, han hecho observar con moderacin, pero confirmeza, que si se ha tenido olvidada esta cuestin hace mucho tiempo, ha llegado la hora deponerla de nuevo en el orden del da. Al efecto, y sin examinar si su proposicin era la manerams segura de reivindicar su derecho ni si estaba en armona con su idea, han presentado,como seal de haber entrado nuevamente en el juego, la candidatura de uno de ellos que -porsu carcter de obrero y, sobre todo, por serlo- creyeron que poda representar mejor que nadiea la clase obrera.

    Este hecho, unido a tantos otros de la misma ndole, verificados en el perodo de diecisis aos,demuestra en las clases obreras una revelacin, hasta entonces sin ejemplo, de su concienciade cuerpo; prueba que ms de la mitad de la nacin francesa ha entrado en la escena poltica,

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    llevando consigo una idea que tarde o temprano transformar de arriba a abajo la sociedad y elgobierno. Y porque una sesentena de hombres han tratado de hacerse intrpretes de esaconciencia y de esa idea, se los acusa de que aspiran al restablecimiento de las castas! Y selos elimina de la representacin nacional como retrgrados que profesan opiniones peligrosasyse llega hasta a denunciar su manifiesto como una excitacin al odio entre ciudadanos! Y losperidicos fulminan anatemas y estalla el descontento de la pretendida oposicin democrtica, yse provocan contramanifiestos, y se pregunta con afectado desdn si los Sesenta pretenden

    conocer y defender sus intereses y sus derechos mejor que Pelletan, J. Simn, E. Olliver, Mariey Julio Favre! Surge en el seno de la nacin un hecho social de incalculable alcance: eladvenimiento a la vida poltica de la clase ms numerosa y ms pobre, despreciada hasta hoypor no haber tenido conciencia de s misma. Y los testigos y heraldos de este hecho, todos de laclase obrera, son denunciados a la inquina de la burguesa como perturbadores, comofacciosos, como delincuentes. El principio que acabamos de sentar -y esto aumenta laimportancia del acontecimiento-, el principio de lo necesario que es para toda colectividadhumana, casta, corporacin o raza que tenga conciencia de s misma, ya para constituirse enestado, ya para tener participacin en el gobierno de la sociedad de que forma parte y elevarsea la vida poltica, puede ser considerado como una ley general aplicable a la historia de todoslos pueblos. Durante mucho tiempo el pueblo romano, no teniendo conciencia de s mismo,form la clientela de los patricios, que lo gobernaban por las reglas del derecho familiar. Cuando

    reclam ser admitido al matrimonio, a los sacrificios y a los honores; cuando tuvo sus tribunosarmados del veto para detener las resoluciones del Senado; cuando logr que se lecomunicaran las antiguas y misteriosas frmulas; cuando, finalmente, hubo que concederle lapropiedad repartindose las tierras conquistadas, y el ager publicus, fue por haber llegado a laplena conciencia de s mismo y, gracias a la manifestacin de esa conciencia, haberse credoigual al patriciado. La desgracia fue no haber sabido elevarse de la conciencia de s mismo auna ley nueva, cosa que despus logr el cristianismo.

    Un fenmeno anlogo acaba de suceder en Rusia. Sera incurrir en un grave error imaginarseque el kasepor el cual el zar Alejandro 5otorga la libertad, la propiedad y el ejercicio de losderechos cvicos a veintitrs millones de labradores ha sido un puro antojo, un acto de meragracia. Ese suceso estaba hace mucho tiempo previsto: el zar Nicols, de tan terrible memoria,

    haba encargado a su heredero que lo llevara a cabo. El principio de esa emancipacin sehallaba en la conciencia de los labradores, quienes sin despojarse de sus hbitos patriarcales nimanifestar odio ni envidia hacia sus seores, pedan, sin embargo, garantas ms poderosas delas que hasta entonces haban tenido. Era, adems, inters del imperio admitirlos a la vidapoltica. En Inglaterra se est verificando un movimiento parecido. All tambin las clasesobreras, a ejemplo de las de Francia, han llegado a adquirir la conciencia de su posicin, de suderecho y de su destino. Se valoran, se organizan, se preparan para el trabajo industrial y notardarn en reivindicar sus derechos polticos por medio del decisivo establecimiento delsufragio universal. Segn un escritor, que tengo a la vista, la poblacin obrera de Inglaterra,usando de una facultad que le asegura la ley inglesa -y que los legisladores franceses hancredo recientemente un deber introducir entre nosotros6-, la de coligarse, est organizada yregimentada en nmero de seis millones. Nuestras asociaciones de obreros no llegan a contar

    cien mil individuos!... Qu raza la de esos anglosajones! Son tenaces, indomables, van siemprehacia su meta de una manera lenta, pero segura. Si no se les puede conceder siempre el mritode la imaginacin, se les puede pocas veces negar la prioridad de realizacin en las grandescuestiones econmicas y sociales7.

    5El zar Alejandro, por kasedel 19 de febrero de 1861, pronuncia la liberacin de los siervos.6La ley del 25 de mayo de 1864 acababa de transformar la legislacin de 1849, que prohiba las uniones obreras enFrancia.7Dos siglos haca que en Inglaterra se conocan las asociaciones que en Francia fueron llamadas sindicatos, pero es

    slo en el transcurso del siglo XIX que la vida de esas uniones obreras ( trade-unions) adquiere importancia,

    debiendo sostener verdaderas luchas para que se llegara a reconocerlas. Las leyes de 1799 y 1800 prohiban bajo

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    La historia de la burguesa francesa, desde hace cien aos, revela la misma ley, aunque bajootro punto de vista y en un sentido inverso. Ya en los principios del feudalismo, las poblacionesurbanas, industriosas y mercantiles, llegaron casi a la subconciencia; de ah el establecimientode las municipalidades. Mientras la burguesa se enfrent a las dos primeras rdenes delestado, el clero y la nobleza, esa conciencia permaneci viva y enrgica: la clase burguesa sedistingua de las dems, se defina, se senta y se afirmaba por su oposicin a las clasesprivilegiadas o nobles. La convocatoria de los Estados Generales de 1789, donde no figur sino

    en tercera lnea, decidi la victoria en su favor. Desde ese instante, clero y nobleza no fueronpolticamente nada; el tercer Estado -segn la feliz expresin de Sieyes- lo fue todo. Pero,ntese bien: desde el momento en que la burguesa ha pasado a serlo todo, y no ha existido yafuera de ella casta ni clase que la defina, ha empezado a perder el sentimiento de s misma,oscurecindose su conciencia hasta el punto de estar hoy prxima a extinguirse. Me limito aconsignar un hecho, sin que pretenda levantar sobre l una teora.

    Qu es la burguesa despus de 1789? Cul es su significacin? Qu vale su existencia?Cul es su destino en la humanidad? Qu representa? Qu hay en el fondo de esaconciencia equvoca, semiliberal, semifeudal? Mientras la clase obrera -pobre, ignorante, sininfluencia, sin crdito- se presenta, se afirma y habla de su emancipacin, de su porvenir y dereformas sociales que han de cambiar su condicin, la burguesa -que es rica, que posee, sabe

    y puede- nada tiene que decir de s misma y no parece tener destino, ni papel en la historia, nipensamiento, ni voluntad. Sucesivamente revolucionaria y conservadora, republicana,legitimista, doctrinaria, centrista; enamorada hoy de las formas representativas y parlamentariasy maana llegando a no entenderlas; ignorando a esta altura cul es su sistema y a qugobierno dar su preferencia; no estimando del poder sino el provecho que le procure, niquerindolo sino por el miedo que tiene a lo desconocido y el deseo de mantener susprivilegios; no buscando en los empleos sino un nuevo campo y nuevos medios de beneficio;vida de distinciones y de sueldos; tan llena de desdn por la clase proletaria como pudoestarlo por ella la antigua nobleza, la burguesa ha perdido todo su carcter. Ha dejado de seruna clase poderosa por el nmero, el trabajo y el genio, una clase que quiere y piensa, unaclase que produce y raciocina, una clase que manda y gobierna, para pasar a ser una minoratraficante, especuladora y egosta; una turba.

    Luego de diecisis aos de tan triste estado, dirase que vuelve en s y recobra su antiguoconocimiento: quisiera definirse de nuevo, afirmarse, restablecer su influencia. Telum imbellesine ictu8. No hay ya energa en su conciencia, no hay ya autoridad en su pensamiento, no ardeya su corazn, no hay ya en ella ms que la impotencia de la senectud y el fro de la muerte. Yntese bien lo que voy a subrayar. A quin debe la burguesa contempornea ese esfuerzosobre s misma, esas demostraciones de vano liberalismo, ese falso renacimiento en que noshara tal vez creer la oposicin legal, si no se conociera su vicio originario? A quin hay queatribuir esa luz de razn y de sentido moral, que no ilumina ni es ya posible que vuelva a la vidael mundo burgus? Slo a las manifestaciones de esa joven conciencia, que niega el nuevofeudalismo; slo a la afirmacin de esa masa de obreros, que ha tomado decididamente ladelantera a sus antiguos patronos; slo a la reivindicacin de esos trabajadores, a quienes

    severas penas hasta las ententes o coaliciones transitorias entre trabajadores, sea que tuvieran por objeto interrumpir

    el trabajo o sostener cualquier reivindicacin. Recin en 1825 la coalicin deja de ser un delito. En el momento

    agitado por que atraviesa Inglaterra entonces, las uniones se incorporan a los movimientos avanzados como el

    cartismoy actan y se desarrollan bajo la forma de sociedades secretas. Ms adelante la institucin se generalizapara asegurar a sus adherentes una mayor fuerza en la discusin de los contratos del trabajo, proporcionndoles

    socorros en caso de accidentes o desocupacin, por medio de un sistema de seguros mutuos, transformndose as en

    un poderoso instrumento de lucha por la constitucin de un fondo de reserva. Esas organizaciones trataban deestablecer tarifas de salarios, reglamentaban la admisin a los oficios, el aprendizaje y la duracin de las jornadas de

    trabajo. -Cf. Sidney y B. Webb: Historia del tradeunionismo, trad. franc. Metin, Pars, 1897. - Bry: Historia

    econmica e industrial de Inglaterra, 1900. -De Rousiers:El tradeunionismo en Inglaterra, 1897.8Rasgo de debilidad y de impotencia.

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    ineptos aprendices de brujo niegan la capacidad, precisamente cuando acaban de recibir deellos su mandato poltico.

    Spalo o no la burguesa, su papel ha concluido; no ir ya ms lejos, ni es posible que renazca.Entregue al menos su alma en paz! El advenimiento del proletariado no tendr por resultadoeliminarla reemplazndola en su preponderancia poltica y en sus privilegios, propiedades ygoces, ni obligndola a vivir condenada a recibir un salario9. La actual distincin -por otra parte,

    perfectamente establecida- entre la clase obrera y la burguesa, es un simple accidenterevolucionario. Ambas deben recprocamente absorberse en una conciencia superior y el da enque la clase obrera, constituida en mayora, se haya apoderado del poder y proclamado lareforma econmica y social, ser el da de la fusin definitiva. No es sobre viejos sino sobrenuevos datos como deben en adelante definirse, establecer su independencia y constituir suvida poltica las clases que no vivieron durante mucho tiempo sino de su antagonismo.

    CAPTULO III

    En el nmero 1 de la Asociacin, Boletn Internacional de las sociedades cooperativas, leo losiguiente:

    Nada queda por decir sobre la colectividad considerada como fuerza econmica. Es ya unaverdad conocida que diez, veinte o cien obreros que trabajen y hagan confluir a un mismo fin sutrabajo y sus diversos talentos producen ms y mejor que diez, veinte o cien obreros quetrabajen aisladamente. Pero, una cuestin ms nueva y actualmente de ms inters es si ungrupo de obreros formado espontneamente puede constituirse por s mismo y sacar de supropio seno, y por sus propios recursos, la fuerza inicial que pone en movimiento el taller y lafuerza directiva que regulariza su actividad y atiende al beneficio mercantil de sus productos.

    En otros trminos, el problema econmico que hoy est sobre el tapete y se trata de examinarcon especial cuidado, discutir bajo todas sus fases y dilucidar a fondo es si las clases obreras,hoy ya con derechos polticos reconocidos, pueden pretender la autonoma en el trabajo yaspirar a las ventajas de la asociacin como las clases que disponen de los capitales.

    Somos de los que creen que el problema debe ser resuelto afirmativamente. Creemos que lasclases obreras pueden tambin formar grupos libres, disponer en comn sus fuerzas, adoptar elcontrato de sociedad, constituir asociaciones cuya base sea el trabajo y vivir de su autonomaindustrial y comercial. Llegamos a creer que sin aguardar a las reformas legislativas que ms omenos tarde han de completar sus libertades civiles, pueden ya desde hoy aprovechar y aplicarlas leyes vigentes10.

    9Tambin Marx y Engels prevn que llegar un momento en que por la marcha de las cosas, las diferencias de

    clases desaparecern, y que entonces le suceder una asociacin donde el libre desenvolvimiento de cada uno ser

    la condicin del libre desenvolvimiento de todos.Manifiesto Comunista, trad. de C. Andler, t. I, pgina 55).10Ese sistema fue el propuesto por la Comisin del Luxemburgo, instituida durante la revolucin de febrero de 1848.El lunes 28 de febrero, por la tarde, se present a la Municipalidad (Hotel de Ville) una delegacin de cuarenta

    obreros mecnicos y entreg, en nombre de millares de compaeros, Una peticin solicitando la creacin de un

    Ministerio del Progreso y del Trabajoy la designacin de Luis Blanc para ocupar ese cargo. Ver el complemento

    de la nota al final de este captulo.

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    Si son ciertas mis noticias, los pasajes que se acaban de leer no son una vana fraseologa deabogado sino el pensamiento colectivo de los cien fundadores del peridico La Asociacin,debatido y formulado en consejo pleno.

    Despus de este pensamiento inteligente, permtaseme a m, simple observador, aadir comocorolario que para la democracia obrera es importante, al mismo tiempo que reconoce y declarasu derecho y desarrolla su fuerza, que consigne tambin su idea y presente su cuerpo de

    doctrina, a fin de que el mundo sepa que los que poseen por s mismos el derecho y el podertienen tambin el saber por el slo hecho de su prctica inteligente y progresiva. Tal es el objetoque me he propuesto en este libro. He querido dar a la emancipacin de las clases obreras lasancin de la ciencia, no porque trate de imponer a nadie mis frmulas sino porque estoyconvencido que si bien la ciencia no se improvisa -y menos la que tiene por objeto lasmanifestaciones espontneas y los actos reflexivos de las masas- no por eso necesita menosde golpes de vista sintticos, incesantemente renovados, que por su carcter personal nocomprometan ningn inters ni ningn principio.

    A la manifestacin de la conciencia sucede, en los grupos humanos, la revelacin de la idea .Esta sucesin est indicada por la naturaleza y explicada por la psicologa. La inteligencia en elser pensante tiene por base y condicin primera el sentimiento. Para conocerse el hombre, es

    indispensable que se sienta. De ah el celo con que el poder persigue y coarta las reunionespopulares, las asambleas, las asociaciones, todo la que puede despertar en las clasesproletarias la conciencia de s mismas. Se quiere impedir que reflexionen y concilien y para esose emplea el medio ms eficaz, que es el de impedir que se sientan. Pertenecern de estemodo a la familia, como los caballos, los carneros y los perros; no se conocern como clase y aduras penas como raza. Si permanecen impenetrables a la idea, como no les llegue de afueraalguna revelacin, se podr prolongar indefinidamente su servidumbre.

    En Francia, el pueblo -teniendo la misma sangre y dignidad que la burguesa, la misma religin,las mismas ideas y las mismas costumbres y no diferencindose sino por la relacin econmicaque indican las palabras capital y salario- se encontr en 1789 en pie al mismo tiempo que laburguesa. El incendio de la casa de Reveillon y otros muchos actos de desenfrenada violencia

    demuestran que el pueblo tuvo el presentimiento que la revolucin sera ms en provecho de laburguesa que en el suyo propio. De esa sospecha harto justificada nacieron -al lado de losfuldenses, los constitucionales, los girondinos, los jacobinos, partidos todos de la burguesa- lospartidos o sectas populares conocidos como sans-culottes, maratistas, hebertistas y babuvistas,partidos que han adquirido una terrible celebridad en la historia, pero que del 92 al 96 tuvieronel mrito de dar a la conciencia popular un sacudimiento tal, que no le ha permitido volver acaer en letargo.

    Empez entonces la obra de represin contra el pueblo. Como no caba ya sofocar susentimiento, se trat de contenerle por medio de una severa disciplina, de un poder fuerte, de laguerra, del trabajo, de la exclusin de los derechos polticos, de la ignorancia o -a falta de sta,de la que se avergonzaban- de una instruccin primaria que no inspirase inquietud. Robespierre

    y sus jacobinos, la faccin termidoriana, el Directorio, el Consulado y todos los gobiernos quehasta nuestros das se han ido sucediendo han hecho de la vigilancia del pueblo y del statu quode las clases obreras el objeto de sus constantes preocupaciones. El seor Guizot,relativamente, se haba manifestado liberal: las dos asambleas de la Repblica fueronresueltamente oscurantistas. Conspiracin insensata! Una vez despierta su conciencia, elpueblo no tena ya ms que abrir los ojos y aguzar los odos para adquirir su idea: iba a recibirlade sus propios adversarios.

    Los primeros que plantearon la cuestin social no fueron, por cierto, obreros; fueron hombres deciencia, filsofos, literatos, economistas, ingenieros, militares, antiguos magistrados,representantes del pueblo, negociantes, fabricantes, propietarios, hombres que pusieron de

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    Qu ha sucedido? El pueblo haba adquirido conciencia de s mismo, se senta; el alborotohecho a su alrededor, y por su causa, haba despertado su inteligencia. Vino luego unarevolucin burguesa a conferirle el goce de los derechos polticos. Puesto entonces en el trancede desarrollar su pensamiento sin ayuda de intrpretes, ha seguido la lgica de su situacin.Por de pronto, presentndose como clase ya separada de la burguesa, el pueblo ha tratado devolver contra ella sus propias mximas: se ha hecho su imitador. Aleccionado despus por elfracaso, y renunciando a su primera hiptesis, busca su salvacin en una idea original. Se han

    establecido as en la clase trabajadora dos corrientes de opinin y esto la tiene an hoyconfusa. Pero tal es la marcha de las evoluciones polticas: es la marcha del espritu humano yde la ciencia. Se cede a la preocupacin y a la rutina, para llegar de un modo ms seguro a laverdad. Es ridculo que los adversarios de la emancipacin de las clases obreras hayan queridosacar partido de esas divisiones, como si stas no fuesen la condicin del progreso y la vidamisma de la especie humana.

    El sistema del Luxemburgo, en el fondo, es el mismo que los de Cabet, R. Owen, los PP.Moravos, Campanella, Moro, Platn, los primeros cristianos: sistema comunista, gubernativo,dictatorial, autoritario, doctrinario. Parte de que el individuo est esencialmente subordinado a lacolectividad; que slo de sta recibe su derecho y su vida; que el ciudadano pertenece alestado, como el hijo a la familia; que est en poder, en posesin, in manu, del estado y le debe

    en todo sumisin y obediencia.

    En virtud de ese principio fundamental de la soberana colectiva y de la sumisin del individuo,la escuela del Luxemburgo tiende en la teora y en la prctica a referirlo todo al estado -o a lacomunidad-. El trabajo, la industria, la propiedad, el comercio, la instruccin pblica y la riqueza,del mismo modo que la legislacin, la justicia, la polica, las obras pblicas, la diplomacia y laguerra, todo se entrega al estado, para que luego sea repartido y distribuido, en nombre de lacomunidad, a cada ciudadano, individuo de la gran familia, segn su aptitud y sus necesidades.

    Deca hace poco que el primer movimiento y la primera idea de la democracia trabajadora, albuscar su ley y constituirse como anttesis de la burguesa, haba debido ser el de volver contraella sus mximas: esto es lo que resalta a primera vista del examen del sistema comunista.

    Cul es el principio fundamental de la sociedad antigua, menestral o feudal, revolucionaria ode derechodivino? La autoridad, tanto se la haga bajar del cielo, tanto se la deduzca -comoRousseau12- de la colectividad. As han hablado y obrado a su vez los comunistas. Lo hacendepender todo del derecho de la colectividad, de la soberana del pueblo; su nocin del poder odel estado es absolutamente la misma que la de sus antiguos maestros. Llmese el estadoimperio, monarqua, Repblica, democracia o comunidad, la cosa evidentemente es siempre lamisma. Para los seguidores de esta escuela, el derecho del hombre y del ciudadano deriva dela soberana del pueblo: de ella emana hasta la misma libertad. Los comunistas delLuxemburgo, los de Icariay todos los dems pueden, tranquila la conciencia, prestar juramentoa Napolen III; su profesin de fe est de acuerdo en principio con la Constitucin de 1852: esmucho menos liberal que la Constitucin del Imperio.

    12En la teora de J. J. Rousseau, que es la de Robespierre y de los jacobinos, el Contrato Sociales una ficcin de

    legista, imaginada para justificar de un modo distinto la conocida justificacin por el derecho divino, la autoridadpaternal o la necesidad social de la formacin del estado y de las relaciones entre el gobierno y los individuos. Esta

    teora, tomada de los calvinistas, era en 1764 un progreso, ya que la misma tena por objeto referir a una ley

    razonable lo que hasta entonces se haba aceptado como una ley religiosa o natural. En el sistema federativo, elcontrato social es algo ms que una ficcin: es un pacto positivo, efectivo, que ha sido realmente propuesto,

    discutido, votado, adoptado, y que se modifica regularmente a voluntad de los contratantes . Entre el contrato

    federativo y el de Rousseau y el del 93, hay toda la distancia que va de la realidad a la hiptesis. (Nota de P. J.

    Proudhon).

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    Pasemos ahora del orden poltico al orden econmico. En la sociedad antigua, el individuonoble o burgus, a quin deba su rango, sus propiedades, sus privilegios, sus dotaciones ysus prerrogativas? A la ley; en definitiva al soberano. En lo relativo a la propiedad, por ejemplo,se hubiera podido muy bien -primero bajo el rgimen del derecho romano, luego bajo el sistemafeudal y por ltimo bajo la inspiracin de las ideas de 1789- alegar razones de conveniencia, deoportunidad, de transicin, de orden pblico, de costumbres domsticas, de industria y hasta deprogreso; la propiedad permaneca siendo una concesin del estado, nico propietario natural

    de la tierra, como representante de la comunidad nacional. Lo mismo hicieron los comunistas:para ellos tambin, el individuo deba al estado sus bienes, sus facultades, sus funciones, sushonores, hasta su talento. No hubo diferencia sino en la aplicacin. Por razn o por necesidad,el antiguo estado se haba desprendido de ms o menos facultades; una multitud de familias,nobles o burguesas, haba salido de la indivisin primitiva y formado pequeas soberanas en elseno de la sociedad. El objeto del comunismo fue hacer entrar nuevamente en el estado todosesos fragmentos de su patrimonio. La revolucin democrtica y social, en el sistema delLuxemburgo, no haba de ser en principio sino una restauracin o, lo que es lo mismo, unretroceso.

    As, al modo de un ejrcito que ha tomado los caones al enemigo, el comunismo no hizo msque volver contra el ejrcito de los propietarios su propia artillera. Siempre el esclavo ha

    remedado al amo y el demcrata se disfraza de autcrata. Ya veremos ms pruebas de estaafirmacin.

    Como medio de realizacin, independientemente de la fuerza pblica que an no podadisponer, el partido del Luxemburgo afirmaba y ensalzaba la asociacin. La idea de asociacinno es nueva en el mundo econmico; los estados de derecho divino, tanto los antiguos comolos modernos, son los que han fundado las ms poderosas asociaciones y nos han dado suteora. Nuestra legislacin de la burguesa, el cdigo civil como el de comercio, reconocen deella muchos gneros y especies. Qu han aadido a lo que ya se conoca los tericos delLuxemburgo? La asociacin ha sido unas veces para ellos una simple comunidad de bienes yganancias; algunas, una simple participacin o cooperacin o bien una sociedad colectiva o encomandita; otras, las ms, han entendido, por asociaciones obreras, formidables y numerosas

    compaas de trabajadores comanditadas y dirigidas por el estado, que atraigan la masa de laclase obrera, monopolicen los trabajos y las empresas, invadan toda propiedad, toda funcinpblica, toda industria, todo cultivo, todo comercio, produzcan el vaco en los establecimientos yempresas particulares y aplasten por fin y trituren a su alrededor toda accin individual, todavida, toda libertad, ni ms ni menos que como lo estn hoy haciendo las grandes compaasannimas.

    As, en la mente de los hombres del Luxemburgo, el patrimonio pblico deba acabar con todapropiedad; la asociacin deba destruir todas las asociaciones particulares o refundirlas en unasola; la concurrencia, vuelta contra s misma, deba producir en ltimo trmino la supresin de laconcurrencia; la libertad colectiva deba absorber todas las libertades, tanto las corporativas ylas locales como las individuales.

    Respecto del gobierno, sus garantas y sus formas, la cuestin vena resuelta dentro del mismoorden de ideas. Sobre esto, como sobre la conciencia y el derecho del hombre, nada habatampoco de nuevo; vease siempre la antigua frmula, salvo su exageracin comunista. Elsistema poltico, segn la teora del Luxemburgo13, poda ser definido en los siguientestrminos: una democracia compacta fundada en apariencia sobre la dictadura de las masas,

    13Una gran crisis trajo la revo1ucin de 1848 en Francia, y el gobierno, no pudiendo resistir a las exigencias de los

    trabajadores, haba resuelto la constitucin de una Comisin, llamada del Luxemburgo, que deba encargarse de

    resolver la desocupacin y dar satisfaccin al derecho al trabajo.

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    pero donde las masas no tienen ms que la oportunidad de consolidar la servidumbre universal,segn las frmulas y mximas tomadas del antiguo absolutismo:

    Indivisin del poder.

    Centralizacin absorbente.

    Destruccin sistemtica de todo pensamiento individual, corporativo y local, consideradocomo elemento de discordia.

    Polica inquisitorial.

    Abolicin o al menos restriccin de la familia, y con mayor razn de la herencia.

    El sufragio universal organizado de manera que sirva de perpetua sancin a esa tiranaannima, por medio de la preponderancia de las medianas o nulidades, siempre enmayora sobre los ciudadanos capaces y los caracteres independientes, considerados comosospechosos y naturalmente en escaso nmero. La escuela del Luxemburgo lo ha dicho enalta voz: est contra la aristocracia de las capacidades.

    Entre los partidarios del comunismo hay quienes, menos intolerantes, no proscriben de unamanera absoluta la propiedad, la libertad industrial, ni el talento independiente y de iniciativa;que no prohben, al menos por leyes expresas, los grupos ni las reuniones formadas por lanaturaleza de las cosas, ni las especulaciones y fortunas particulares, ni aun la concurrencia alas sociedades obreras subvencionadas por el estado. Mas combaten esas peligrosasinfluencias por medios tortuosos y las desalientan con triquiuelas, vejmenes, tasas y unamultitud de medios auxiliares que tienen por modelo los de los antiguos gobiernos y autorizan lamoral del estado:

    Contribucin progresiva.

    Contribucin sobre las sucesiones.

    Contribucin sobre el capital.

    Contribucin sobre la renta.

    Contribucin suntuaria.

    Contribucin sobre las industrias libres.

    Y en cambio:

    Franquicias a las asociaciones.

    Socorros a las asociaciones.

    Estmulos y subvenciones a las asociaciones.

    Montepos para los invlidos del trabajo, individuos de las asociaciones, etc., etc.

    Es ste, como se ve y como hemos dicho ya, el antiguo sistema del privilegio, vuelto contra susbeneficiarios; la explotacin aristocrtica y el despotismo aplicados en beneficio del pueblo; elestado servidor convertido en vaca lechera de los obreros y apacentado en las praderas y

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    pastos de los propietarios. En resumen, un simple cambio de lugar del antiguo favoritismo: lasclases altas precipitadas abajo y las bajas impulsadas arriba. En cuanto a las ideas, a laslibertades, a la justicia, a la ciencia, nada.

    En ese solo punto se separa el comunismo del sistema del estado burgus; ste afirma lafamilia, al paso que aqul tiende a abolirla. Ahora bien, por qu se ha declarado el comunismocontra el matrimonio y se inclina con Platn y las primeras sectas cristianas al amor libre?

    Porque el matrimonio, es decir, la familia, es la fortaleza de la libertad individual; porque lalibertad es el escollo del estado y, para consolidarle y librarle de toda oposicin, de todo estorboy de toda traba, el comunismo no ha visto otro medio que entregarle, adems de todo lonombrado, tambin las mujeres y los nios. Esto es lo que se llama tambin emancipacin de lamujer. Hasta en sus extravos se ve que el comunismo carece de invencin y est condenado ala copia. Se le presenta una dificultad? No la resuelve, la corta.

    Tal es en compendio el sistema del Luxemburgo, sistema que -no nos sorprende- debeconservar numerosos partidarios, por lo mismo que est reducido a una mera falsificacin yrepresalia del pueblo sustituido a los derechos, favores, privilegios y empleos de la burguesa.Es un sistema que tiene analogas y modelos en los despotismos, las aristocracias, lospatriciados, los sacerdocios, las comunidades, los hospitales, los hospicios, los cuarteles y las

    crceles de todos los siglos.

    La contradiccin de este sistema es por lo tanto flagrante. Esta es la razn por la que no hapodido jams generalizarse ni establecerse. Ha cado con estrpito al menor ensayo.

    Supngase por un momento el poder en manos de los comunistas, las asociaciones obrerasorganizadas, la contribucin persiguiendo a las clases respetadas hoy por el fisco y aproporcin el resto. Ha de quedar muy pronto arruinada toda individualidad que posea algo; elestado, seor y rbitro de todo. Y despus? No es obvio que la comunidad, con el peso delos muchos infelices cuya fortuna habr destruido o confiscado, con la carga de todo el trabajoantes confiado a manos libres y con menos fuerzas recogidas que eliminadas, no ha de poderllenar ni la cuarta parte de su tarea, y el dficit y el hambre han de traer antes de quince das

    una revolucin general donde se habr de empezar todo de nuevo, y para empezar no se podrmenos que proceder a una restauracin?

    Tal es el absurdo antediluviano que hace treinta siglos se ha arrastrado a travs de lassociedades, y ha seducido a los mejores talentos y a los ms ilustres reformadores: Minos,Licurgo, Pitgoras, Platn, los cristianos y sus fundadores de rdenes, y ms tarde Campanella,Moro, Babeuf, Roberto Owen, los Moravos.

    Dos cosas tenemos, sin embargo, que consignar en pro del comunismo: la primera es que,como primera hiptesis, el comunismo era indispensable para que brotase la verdadera idea; lasegunda, que en lugar de dividir y separar -como el sistema burgus- la poltica y la economa yhacer de ella dos rdenes de ideas distintas y contrarias, ha afirmado la identidad de sus

    principios, y aun ensayado si poda verificar su sntesis. Insistiremos sobre esto en los captulossiguientes.

    Complemento de la nota 10:

    El Consejo de Ministros entr a deliberar o, mejor, asisti a un debate en el que se sostuvieron dos ideas opuestas:

    una por Blanc y otra por Lamartine. Este ltimo consigui imponer sus ideas preconizando la instalacin de unaComisin Gubernamental para los Trabajadores, que deba reunirse en el Luxemburgo y que sera presidida por

    Luis Blanc. El obrero Albert fue designado vicepresidente. Firmado el decreto, que fue ledo a los peticionantes, steanunciaba:

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    Considerando que la revolucin hecha por el pueblo debe ser hecha para l; que es tiempo de poner trmino a losprolongados e inicuos sufrimientos de los trabajadores; que la cuestin del trabajo es de una importancia suprema;

    que no existe ni ms alta ni ms digna preocupacin para un gobierno republicano; qae corresponde sobre todo a

    Francia el estudiar ardientemente y resolver un problema planteado a todas las naciones industrializadas de Europa,etctera...

    Esa Comisin fue recibida en el Palacio del Luxemburgo el 1 de marzo. Estaba compuesta de casi 500 miembros;

    participaban de ella economistas de todas las escuelas, patronos y obreros. El 20 de marzo, Luis Blanc expuso suprograma al Comit de la Comisin, asistiendo a la sesin Le Play, Wolowski y Duveiyrier. Deca en sustancia: la

    revolucin francesa ha asegurado el triunfo del dejad hacer, dejad pasardel individualismo, del antagonismo de losintereses y de la competencia, que al fin termina en el aplastamiento de los ms dbiles. Ese rgimen estimula

    vivamente el inters personal y ese estimulante es de un carcter funesto. Slo el principio de asociacin puede evitartodos esos males. Es necesario, pues, previo entendimiento con el patronato, rescatar las fbricas y confiarlas a los

    obreros, que producirn en acuerdo armnico con sus directores electivos, de quienes sern los iguales. Las entradas

    se aplicarn al pago de los salarios, idnticos para todos, a la renta del capital y a los gastos de mantenimiento, etc.

    Despus de haber realizado la asociacin en un taller, se federaran todos los talleres de una industria y luego todas

    las industrias. El ejemplo de una creacin semejante, viniendo del estado-tutor, se generalizara en forma irresistible.

    CAPTULO IV

    Lo que importa destacar en los movimientos populares es su perfecta espontaneidad.Obedece el pueblo a una excitacin o sugestin exterior, o bien a una inspiracin, intuicin oconcepcin natural? Por grande que sea el cuidado con que se precise este aspecto en elestudio de las revoluciones, no lo ser nunca bastante. A no dudarlo, las ideas que en todas laspocas han agitado a las masas surgieron antes en el cerebro de algn pensador. En materiade ideas, de opiniones, de creencias y de errores, la prioridad no ha pertenecido nunca ni esposible que pertenezca hoy, a las muchedumbres. La prioridad en todo acto del espritupertenece al individuo: nos lo indica la relacin de los trminos. Mas, ni todo pensamiento quesurge en el individuo se apodera despus de los pueblos ni las ideas que los arrastran sontodas justas y tiles. Afirmamos precisamente que lo ms importante, sobre todo para elhistoriador filsofo, es observar cmo el pueblo se apega a ciertas ideas con preferencia aotras, las generaliza, las desarrolla a su modo y las convierte en instituciones y costumbres quesigue tradicionalmente, mientras no caigan en manos de legisladores y magistrados que harnde ellas a su vez artculos de ley y reglas para los tribunales.

    Sucede con la idea de reciprocidad lo que con la de comunidad: es tan antigua como el estadosocial. Algunas inteligencias meramente especulativas entrevieron algunas veces su fuerzaorgnica y su alcance revolucionario, pero hasta el ao 1848 jams haba tenido aqulla laimportancia ni representado el papel que hoy parece decididamente prxima a hacer. En estoha quedado muy por detrs de la idea comunista, que -despus de haber brillado bastante en laantigedad y en la Edad Media, gracias a la elocuencia de los sofistas, al fanatismo de lossectarios y al poder de los conventos- ha estado en nuestros das prxima a tomar nueva fuerzae incremento.

    El principio de reciprocidad o mutualidad ha sido formulado por primera vez -con ciertaelevacin filosfica y una verdadera intencin reformadora- en esa famosa mxima que hanrepetido todos los sabios y que a su ejemplo pusieron nuestras Constituciones del ao II y III enla Declaracin de los derechos y deberes del hombre y del ciudadano:

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    No hagas a los dems lo que no quieras para ti. Haz constantemente a los dems el bien quede ellos quisieras recibir.

    Este principio -digamos de doble filo-, admirado de edad en edad y jams contradicho, grabado-dice el redactor de la Constitucin del ao III- en todos los corazones por la naturaleza, suponeque el individuo a quien va dirigido es libre y tiene el discernimiento del bien y del mal o poseeen s la justicia. Tanto la libertad como la justicia nos levantan muy por encima de la idea de

    autoridad, colectiva o de derecho divino, en la que acabamos de ver asentado el sistema delLuxemburgo.Hasta aqu esta bella mxima no ha sido para los pueblos, segn el lenguaje de los telogosmoralistas, sino una especie de consejo. Por la importancia que hoy recibe y por la maneracomo las clases obreras piden que se la aplique, tiende a llegar a ser precepto, a tomar uncarcter decididamente obligatorio, a ganar fuerza de ley.

    Consignemos el progreso verificado a este fin en las clases obreras. Leo en el manifiesto de losSesenta:

    El sufragio universal nos ha hecho polticamente mayores de edad, pero falta an que nos emancipemos socialmente. La libertad que el Estado Llano 14supo conquistar con tanto vigor se

    debe hacer extensiva en Francia a todos los ciudadanos. La igualdad de derecho polticoimplica necesariamente la de derecho social.

    Observemos este razonamiento: Sin la igualdad social, la igualdad poltica no es ms que unavana palabra; el sufragio universal, una contradiccin. Se deja a un lado el silogismo y serazona por va de asimilacin: igualdad poltica -igualdad social. Ese giro dialctico es nuevo;sobreentiende, por lo dems, como primer principio, la libertad del individuo.

    La burguesa, nuestra hermana primognita en el camino de la emancipacin, hubo en 1789 deabsorber la nobleza y destruir injustos privilegios. Trtase ahora para nosotros, no de destruirlos derechos de que gozan justamente las clases medias, sino de conquistar la misma libertadde accin.

    Y ms abajo:

    No se nos acuse de soar con leyes agrarias, igualdad quimrica que pondra a cada individuoen el lecho de Procusto, ni con repartos de propiedad, maximum, impuesto forzoso, etctera.No; es tiempo ya de acabar con esas calumnias propagadas por nuestros enemigos yadoptadas por los ignorantes. La libertad, el crdito, la solidaridad; stos son nuestros sueos .

    Y por conclusin:

    El da en que esos sueos se realicen, no habr ms burgueses ni proletarios, patronos niobreros.

    Toda esta redaccin es un poco ambigua. En 1789 no se ha despojado a la nobleza de susbienes; las confiscaciones verificadas ms tarde fueron un hecho de guerra. No se hizo sinoabolir ciertos privilegios incompatibles con la libertad y el derecho que la nobleza se habainjustamente arrogado, abolicin que produjo la absorcin de la nobleza misma. No hay ahorarazn para que digamos que el proletariado no pretende despojar a la burguesa de sus bienesadquiridos, ni de ninguno de los derechos de que goza justamente; no se quiere sino realizar -bajo los nombres perfectamente jurdicos y legales de libertad de trabajo, crdito y solidaridad-ciertas reformas cuyo resultado ser abolir... qu? los derechos, privilegios y dems beneficios

    14O Tercer Estado, o burguesa. Ambas expresiones sinnimas.

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    de que la burguesa goza de una manera exclusiva, y por este medio hacer que no hayaburguesa ni proletariado, es decir, absorberla.

    Es decir, lo que ha hecho la burguesa con la nobleza en la revolucin de 1789: eso mismo harel proletariado con la burguesa en la nueva revolucin; y puesto que en 1789 no huboinjusticias, en la nueva revolucin que ha tomado a su primognita por modelo, no las habrtampoco.

    Dicho esto, el Manifiesto desarrolla su pensamiento con progresiva energa.No estamos representados, nosotros que nos negamos a creer que la miseria sea de institucindivina. La caridad, virtud cristiana, ha demostrado y reconocido radicalmente su impotenciacomo institucin social. En los tiempos de la soberana del pueblo y del sufragio universal, nopuede ser ya ni clientes, ni asistidos; queremos ser iguales. Rechazamos la limosna, queremosla justicia.

    Qu decs de esa declaracin? Queremos para nosotros lo que habis hecho para vosotros,hombres de la burguesa, nuestros primognitos. Es esto claro?

    Aleccionados por la experiencia, no aborrecemos a los hombres; queremos cambiar las cosas.

    Esto es tan decisivo como radical. Y la pretendida oposicin democrtica ha perseguidocandidaturas precedidas de semejante profesin de fe!...

    As los Sesenta-por su dialctica como por sus ideas- salen de la vieja rutina comunista y delcentrismo. No quieren privilegios ni derechos exclusivos; han abandonado esa igualdadmaterialista que pona al hombre en un lecho de Procusto; proclaman la libertad de trabajar,condenada por el Luxemburgo en la cuestin del trabajo a destajo; admiten la concurrencia,aunque igualmente condenada por el Luxemburgo como despojadora; proclaman a la vez lasolidaridad y la responsabilidad; no quieren ms clientelas ni jerarquas. Quieren, s, la igualdadde la dignidad, agente incesante de nivelacin econmica y social; rechazan la limosna y todaslas instituciones de beneficencia; piden en su lugar la justicia.

    Los ms de ellos son individuos de sociedades de crdito mutuo y de socorros mutuos que,segn sabemos por ellos mismos, funcionan oscuramente en la capital en nmero de treinta ycinco; gerentes de sociedades industriales fundadas en el principio de coparticipacin,reconocido por el Cdigo, y en el de reciprocidad, sociedades de las cuales ha sido desterradoel comunismo.

    Bajo el punto de vista de la jurisdiccin, los mismos obreros piden tribunales de obreros ytribunales de maestros que se complementen, se controlen y se equilibren los unos a los otros;sindicatos ejecutivos y sindicatos periciales; en suma, una completa reorganizacin de laindustria bajo la jurisdiccin de todos los que la componen.

    Afirman que el sufragio universal es su regla suprema. Uno de sus primeros y ms poderososefectos ha de ser, segn ellos, reconstituir sobre nuevas relaciones los grupos naturales deltrabajo, es decir, las corporaciones obreras. Esa palabra corporaciones es uno de losprincipales motivos de cargo contra los Sesenta, pero no nos asusta. Hagamos como ellos; no

    juzguemos sobre palabras, consideremos las cosas.

    Creo que hemos dicho lo bastante como para demostrar que las clases obreras han entrado deuna manera nueva y original en la idea mutualista, que se la han apropiado, que la hanprofundizado, que la aplican con reflexin, que prevn todo su desarrollo, en una palabra, quehan hecho de ella su fe y su nueva religin. Nada hay ms autntico que ese movimiento, muydbil an, pero destinado a absorber, no slo a una nobleza de algunos centenares de miles de

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    almas sino tambin a una burguesa que se cuenta por millones, y, por aadidura, a regenerarla sociedad cristiana entera.

    Veamos ahora la idea en s misma.

    La palabra mutual, mutualidad, mutuo, -que tiene por sinnimo recprocoy reciprocidad-, vienedel latn mutuum, que significa prstamo (de cosa fungible) y, en un sentido ms lato, cambio.

    Es sabido que en el prstamo de cosa fungible, el objeto prestado es consumido por elmutuatario, que no devuelve sino su equivalente, ya en la misma especie, ya bajo cualquier otraforma. Supngase que el mutuante pase a ser a su vez mutuatario, y se tendr un prstamomutuo, y por consecuencia, un cambio. Tal es el lazo lgico que ha hecho que se d el mismonombre a dos operaciones distintas. Nada ms elemental que esta nocin, por lo tanto, noinsistir ms en su parte lgica y gramatical. Lo que nos interesa es saber cmo sobre esa ideade mutualidad, de reciprocidad y de cambio, de justicia -sustituida a las de autoridad,comunidad o caridad-, se ha construido en poltica y en economa un sistema de relaciones quetiende nada menos que a cambiar de arriba a abajo el orden social.

    Con qu ttulo y bajo qu influencia la idea de mutualidad se ha apoderado de los nimos?

    Hemos visto anteriormente cmo entiende la escuela del Luxemburgo la relacin del hombre ydel ciudadano con la sociedad y con el estado15; segn ella, esa relacin es de subordinacin.De aqu la organizacin autoritaria y comunista.

    A este concepto autoritario viene a oponerse el de los partidarios de la libertad individual, segnlos cuales, la sociedad no debe ser considerada como una jerarqua de funciones y facultadessino como un sistema de equilibrio entre fuerzas libres, en el que cada una est segura degozar de los mismos derechos bajo la condicin de cumplir los mismos deberes, y de obtenerlas mismas ventajas a cambio de los mismos servicios. Por consecuencia, sistemaesencialmente igualitario y liberal, que excluye toda excepcin de fortunas, de rangos y declases. Ahora bien, he aqu cmo razonan y discurren esos adversarios de la autoridad oliberales.

    Sostienen que siendo la naturaleza humana en el universo la ms alta expresin, por no decir laencarnacin de la justicia universal, el hombre y ciudadano debe su derecho directamente a ladignidad de su naturaleza, as como ms tarde deber su bienestar directamente a su trabajopersonal y el buen uso de sus facultades, al libre ejercicio de sus talentos y de sus virtudes.Dicen, por lo tanto, que el estado no es otra cosa que el resultado de la unin librementeformada entre personas iguales, independientes y dotadas todas del sentimiento de justicia; queas no representa sino grupos de libertades e intereses; que todo debate entre el poder y tal ocual ciudadano se reduce a un debate entre ciudadanos; que, por consecuencia, no hay en lasociedad otra prerrogativa que la libertad, ni otra supremaca que la del derecho. Ha pasado yael tiempo -afirman- de la autoridad y de la caridad; queremos en su lugar la justicia.

    De esas premisas -radicalmente contrarias a las del Luxemburgo- deducen una organizacinbasada sobre la ms vasta escala del principio mutualista. Servicio por servicio -postulan-,producto por producto, prstamo por prstamo, seguro por seguro, crdito por crdito, caucinpor caucin, garanta por garanta; tal es la ley. Es el antiguo talin -ojo por ojo, diente por

    15Slo la supersticin poltica se imagina hoy que la vida social necesita del estado para mantenerse en cohesin,

    cuando en realidad es el estado el que debe su cohesin a la vida social. -Carlos Marx, Cit. por Franz Mehring. (Cap.III de Carlos Marx, historia de su vida. F Mehring, Berln. Marzo 1918.) La sociedad que organice la produccin

    sobre las bases de la asociacin libre e igualitaria de los productores transportar a su verdadero sitio la mquina del

    estado, es decir, a un museo de antigedades, junto a la rueca y el hacha de bronce. (Engels, Los orgenes de la

    sociedad.)

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    diente, vida por vida- vuelto en cierto modo del revs y trasladado del derecho criminal y de lasatroces prcticas de la vendettaal derecho econmico, a las obras del trabajo y a los buenosoficios de la libre fraternidad. De aqu todas las instituciones del mutualismo: seguros mutuos,crdito mutuo, socorros mutuos, enseanza mutua y garantas recprocas de venta, cambio,trabajo, buena calidad y justo precio de las mercancas. De todo esto pretende hacer elmutualismo -con ayuda de ciertas instituciones- un principio de estado, una ley de estado yms, una especie de religin de estado, de una prctica tan fcil como ventajosa para los

    ciudadanos, pues no exige polica, ni represin ni compresin ni puede llegar a ser para nadiecausa de decepcin ni de ruina.

    Aqu el trabajador no es ya un siervo del estado perdido en el ocano de la comunidad; es elhombre libre y realmente soberano que obra por su propia iniciativa y bajo su responsabilidadpersonal, seguro de obtener de sus productos y servicios un precio justo, suficientementeremunerador, y de encontrar en sus conciudadanos la ms perfecta lealtad y las ms completasgarantas. El estado, el gobierno, no es tampoco un soberano; la autoridad no es ya la anttesisde la libertad. Estado, gobierno, poder, autoridad, son expresiones que sirven para designarbajo otro punto de vista la libertad misma, frmulas generales tomadas de la antigua lengua, porlas que se designa en ciertos casos la suma, la unin, la identidad y la solidaridad de losintereses particulares.

    As las cosas, no hay ya por qu preguntar -como en el sistema burgus o en el delLuxemburgo- si el estado, el gobierno o la comunidad deben dominar al individuo o estarlesubordinados; si el prncipe es ms que el ciudadano o el ciudadano ms que el prncipe; si laautoridad es seora de la libertad o si es por lo contrario su servidora: cuestiones todas faltasde sentido. Gobierno, autoridad, estado, comunidad y corporaciones, clases, compaas,ciudades, familias, ciudadanos; en dos palabras, grupos e individuos, personas morales ypersonas reales, todas son iguales ante la ley, nica que, ya por rgano de ste, ya porministerio de aqul, reina, juzga y gobierna. Despotes ho nomos.

    Quien dice mutualidad dice particin de la tierra, divisin de propedades, independencia deltrabajo, separacin de industrias, especialidad de funciones, responsabilidad individual y

    colectiva, segn s