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RECENSIONES Pero se ha situado en un punto de mira totalmente opuesto a ellos, al considerar los métodos históricos-críticos como un —el único— fundamento de la fe, que para aquellos era un puro salto en el vacío. Con todo ello se encuentra también muy lejos de la verdad católica, que considera tales métodos y argumen- tos como algo auxiliar —argumentos de credibilidad— para la fe. Pues la fe se apoya en la revelación divina, contenida en la Sagrada Escritura y en la Tradición, transmitida por la Iglesia, propuesta por un Magisterio infalible, y, aceptada con la ayuda de la gracia, como un don. El valor del libro está exclusivamente en sus análisis crí- tico-histórico-literarios. No es poco. A un católico puede apor- tarle datos para una apologética frente a la crítica liberal y aun modernista. En este sentido, puede justificarse su presen- tación en castellano por una editorial católica. Sin embargo, al hecho de no orientar al lector con una introducción objetiva, señalando los valores y contravalores del libro respecto a la fe católica, no le encuentro ninguna explicación. G. ARANDA Javier PiCAZA-Francisco DE LA CALLE, Teología de los Evangelios de Jesús, Salamanca 1974, 505 pp. Los autores intentan exponer "lisa y llanamente el conteni- do de cada Evangelio, estudiado desde dentro del mismo libro" (p. 12), según explican en la introducción. Aunque parece una obra en colaboración, se trata en realidad de un trabajo indi- vidual, en cuanto que los autores afirman que "cada uno es responsable de su parte" (p. 14): Francisco de la Calle estudia San Marcos y San Juan, mientras que Javier Picaza estudia San Mateo y San Lucas. Sólo la introducción aparece como escrita por ambos. No obstante, el esquema de trabajo es prácticamente igual en cada parte dedicada a un Evangelio distinto. Se comienza con una nota bibliográfica, en la que abunda la literatura pro- testante, para seguir luego con una introducción y el estudio del contenido teológico según el orden que presenta el texto sagrado. El estudio de San Marcos termina con unas páginas, 893

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Page 1: PiCAZA-Francisco DE LA CALLE, Teología de los Evangelios236), del Concilio de Jerusalén que, según el autor, San Lucas retrasa (p. 339); lo mismo ocurre con el naufragio de San

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Pero se ha situado en un punto de mira totalmente opuesto a ellos, al considerar los métodos históricos-críticos como un —el único— fundamento de la fe, que para aquellos era un puro salto en el vacío. Con todo ello se encuentra también muy lejos de la verdad católica, que considera tales métodos y argumen­tos como algo auxiliar —argumentos de credibilidad— para la fe. Pues la fe se apoya en la revelación divina, contenida en la Sagrada Escritura y en la Tradición, transmitida por la Iglesia, propuesta por un Magisterio infalible, y, aceptada con la ayuda de la gracia, como un don.

El valor del libro está exclusivamente en sus análisis crí-tico-histórico-literarios. No es poco. A un católico puede apor­tarle datos para una apologética frente a la crítica liberal y aun modernista. En este sentido, puede justificarse su presen­tación en castellano por una editorial católica. Sin embargo, al hecho de no orientar al lector con una introducción objetiva, señalando los valores y contravalores del libro respecto a la fe católica, no le encuentro ninguna explicación.

G. ARANDA

Javier PiCAZA-Francisco DE LA CALLE, Teología de los Evangelios de Jesús, Salamanca 1974, 505 pp.

Los autores intentan exponer "lisa y llanamente el conteni­do de cada Evangelio, estudiado desde dentro del mismo libro" (p. 12), según explican en la introducción. Aunque parece una obra en colaboración, se trata en realidad de un trabajo indi­vidual, en cuanto que los autores afirman que "cada uno es responsable de su parte" (p. 14): Francisco de la Calle estudia San Marcos y San Juan, mientras que Javier Picaza estudia San Mateo y San Lucas. Sólo la introducción aparece como escrita por ambos.

No obstante, el esquema de trabajo es prácticamente igual en cada parte dedicada a un Evangelio distinto. Se comienza con una nota bibliográfica, en la que abunda la literatura pro­testante, para seguir luego con una introducción y el estudio del contenido teológico según el orden que presenta el texto sagrado. El estudio de San Marcos termina con unas páginas,

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que bajo el título de "Marcos, hoy" toca diversos aspectos. El capítulo dedicado a San Lucas se amplía con el libro de los Hechos, al que se acude "sólo en el intento de aclarar a Lucas" (p. 323). El libro termina con un índice de citas bíblicas.

Sin duda que es loable el intento de centrarse en la ense­ñanza teológica de los Evangelios y prescindir de la crítica li­teraria, en la que a menudo destacan, o se fijan demasiado, los exégetas actuales. En este aspecto podemos señalar algunos puntos de interés para el conocimiento de las enseñanzas de los Evangelios. Aunque también es verdad que no siempre las consideraciones o hipótesis que se exponen se puedan aceptar sin más.

En el estudio dedicado a San Marcos destaca el autor la absoluta novedad que supone el cristianismo sobre el judaismo. "Estos hombres nuevos se diferencian claramente de aquellos otros discípulos, existentes en el mundillo religioso que rodea a Jesús, de los de Juan y de los fariseos. No llevan una vida adus­ta de rígida penitencia corporal, para hacerse gratos a Dios. Dios ha entrado de lleno en sus vidas con Jesús de Nazaret; el reino no es una conquista, sino un don que tiene que ser acep­tado. Ellos son una nueva raza, un nuevo vino y un paño nue­vo, que nada tiene que ver con lo antiguo" (p. 50). También es de subrayar cómo defiende la unidad indisoluble del vínculo matrimonial: "Al seguidor no le es lícito repudiar a su cón­yuge (10, 2), si esto va acompañado de segundas nupcias, de una nueva unión marital. Marido y mujer tienen unos mismos derechos y obligaciones a este respecto" (p. 75). Otro punto que podemos señalar como digno de mención, es "que el cristianis­mo no puede hacer política con el cristianismo (12, 13-17). Dios y el César no se deben entremezclar; cada uno de ellos se mueve en un plano distinto... La verdadera religión, el cristia­nismo, no estriba en dar o dejar el tributo al César, sino en ponerse el hombre todo entero bajo la acción de Dios" (p. 81).

No obstante, hay que objetar algunas afirmaciones que se prestan a confusión, o que son realmente confusas. Así parece hacer propia la tesis de que el Evangelio de San Marcos es "una teología primaria" y no "tal historia" (cfr. p. 17). Dice también que "el ver al resucitado, que añade 16, 7 en relación a 14, 28, significa experimentar que ha resucitado, y no, primordialmen-te, verle físicamente" (p. 23). No se sabe de dónde saca tal conclusión. Ver al resucitado es sencillamente ver al resucita-

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do. Máxime cuando es esa condición de testigos oculares lo que da un valor peculiar al testimonio apostólico. Tampoco es sos-tenible que Jesús fuese discípulo del Bautista, como afirma en diversas ocasiones, y dándolo como algo evidente (p. 35. 4. 383). Creo que está suficientemente claro en los Evangelios que Je­sús está por encima del Bautista, y no está el discípulo por en­cima del maestro (Mt 10, 24). Por otro lado, Jesús aparece en el Jordán como uno más de los que venían a bautizarse y que no pertenecían al grupo de los discípulos del Precursor, a los que éste indica que aquel que pasaba era el Cordero de Dios, al cual él no era digno de desatar las correas de las sandalias (cfr. Jn I, 27-29, 35-37). Tampoco es correcta la traducción Me 1, 13 "ser echado por el espíritu del desierto", y menos aún hablar de que "Jesús entra, a regañadientes casi, en el desierto" (p. 43); o que "se vio arrojado por el espíritu al desierto" (1, 12); "fue una imposición soportada por breve tiempo" (p. 60). En cuanto a la estructura y división que presenta nos parece forzada y sin un claro fundamento en el texto. Por otra parte, resulta jocoso llamar "sandwich literario" a lo que siempre se ha llamado "chiasmo" o "inclusión semítica" (cfr. p. 27). Estos y otros detalles colocan el libro a un nivel de poco rigor cien­tífico, e inasequible por otra parte al lector medio.

En el estudio dedicado a Mt se vuelve a notar esa fluctua­ción e inseguridad en mantener la historicidad de determina­dos hechos. Da la impresión de que los autores se sienten inca­paces para desligarse de determinadas tesis racionalistas, que echan por tierra la historicidad de cuanto rebasa el orden na­tural de las cosas. Así se pregunta sobre la verdad del relato de los Magos y se contesta que "tenemos que afirmar que no sa­bemos" (p. 130). O considera que "con la huida a Egipto (2, 13-15), es inútil buscar un fondo histórico" (p. 132). Lo mismo ocurre con las tentaciones de Jesús (4, I-II) de cuyo relato no quiere "prejuzgar su fondo histórico" (p. 136). En el estudio de las narraciones de la Resurrección de Jesucristo, dice que la aparición en Galilea (28, 16-20) "más que de una aparición se trata de la condensación de las apariciones. Más que de un hecho histórico podemos hablar de una presentación teológica de toda la verdad de Cristo, de todo el fundamento del men­saje de la Iglesia" (p. 203). ¿De dónde se concluye esa conden­sación, y por qué un hecho realmente acaecido, y precisamen­te por eso, no puede ser, al mismo tiempo que histórico, el fun­damento del mensaje cristiano? Por otra parte hay puntos de

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verdadero interés en el Evangelio de San Mateo que se tratan muy por encima. Así por ejemplo, la cuestión del Primado de Pedro en Mt 16, o el poder de atar y desatar de la Iglesia en Mt 18. Se echa de menos el tratamiento de la doctrina sobre la Iglesia en este evangelio, que por su riqueza eclesiológica ha sido llamado el Evangelio del Reino.

No obstante, hay cuestiones que sí se exponen con decisión, y prescindiendo de las corrientes o interpretaciones más o me­nos en moda. Así, por ejemplo, expone correctamente cuál es la auténtica liberación al decir que "somos libres: libres sobre el mundo, libres del demonio y del pecado" (p. 151). De todos mo­dos son afirmaciones dichas como de paso, sin profundizar en el estudio de estos temas, por otra parte tan de actualidad.

En la parte dedicada al Evangelio de San Lucas, me parece interesante la interpretación de la primera bienaventuranza: "la pobreza no es aquí simple miseria. Es, ante todo, la aber­tura de los hombres a la gracia. Por eso es rico el fariseo que se apoya en sus acciones o sus leyes. Como es rico aquel que pone como base y garantía de su vida la abundancia de los bienes materiales. Pobre es el que pide; el que se abre a Dios y llama" (p. 261). También es de mencionar la observación que hace sobre la prioridad de San Pedro, movido por el Es­píritu Santo, a la hora de predicar el Evangelio a los gentiles. Sin embargo, esta afirmación carece prácticamente de valor al decir el autor que San Lucas cambia el orden de los hechos realmente acaecidos (pp. 332-337). Es un dato más de esa postu­ra indecisa, cuando no claramente contraria, ante la historici­dad de los hechos narrados por los hagiógrafos. El mismo de­fecto se hace patente al hablar de la Anunciación a María (p. 236), del Concilio de Jerusalén que, según el autor, San Lucas retrasa (p. 339); lo mismo ocurre con el naufragio de San Pa­blo en Act 27, que en opinión del autor viene a ser una aven­tura imaginada según el gusto de la época (p. 353). Por lo vis­to cuando el Apóstol habla de los peligros del mar por los que hubo de pasar (2 Cor 11, 26), se dejaba llevar de la fantasía, de la afición reinante por leer libros de aventuras.

En cuanto al Evangelio de San Juan se vuelve a decir que Jesucristo era discípulo del Bautista (p. 383), cosa que aquí re­sulta peor todavía que antes, habida cuenta de la clara actitud del cuarto Evangelio en poner al Precursor en su sitio, muy por debajo de Jesús (cfr. Jn 1, 5-8. 15; 3, 29-30). También se repiten

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las posturas ambiguas y totalmente gratuitas al hablar de la historicidad. En la p. 361 se afirma que es histórico, y luego se inclina favorablemente por la tesis de Bultmann (pp. 367-376), así como por la tesis de un fondo gnóstico como factor determi­nante en el cuarto Evangelio (pp. 366-368). También es cierto que resalta cuestiones importantes y aceptables. Así la inter­pretación de Jn 1, 3 a favor de la creación "ex nihilo" (p. 388). En la p. 454 habla de la alegría cristiana y afirma que "esta alegría viene a ser la misma alegría de Jesús (15, 1 1 ; 17, 13), el hombre que no sintió miedo ni tristeza ante la muerte (17, 27 s.) y el que manda a sus discípulos que se alegren de ella, porque es, en realidad, el retorno glorioso al Padre (14, 28). La alegría cristiana es la incomprensible alegría de saberse portador de Dios en el obrar de amor de cada día. Una alegría imposible de ser robada (16, 22), porque la causa permanece siempre: Jesús ha resucitado, que es una conquista de cada día, porque sólo es cristiano quien está continuamente amando como amó Jesús" (p. 454).

En conjunto es una obra prolija y poco profunda. Intenta ayudar a conocer mejor el contenido del mensaje evangélico, pero las observaciones que hemos indicado desconciertan y motivan una evidente desorientación.

Antonio GARCÍA-MORENO

Reincud WEIJENBORG, Les Lettres d'Ignace d'Antioche. Etude de Critique Littéraire et de Théologie. Trad. de Barthélemey HEROUX, J. Brill, Leiden 1969, 474 págs.

La persona y la obra de S. Ignacio de Antioquía siguen des­pertando la curiosidad y el interés de cuantos se dedican a este inagotable mundo de la Teología. A los trazos peculiares de su personalidad y riqueza de sus consideraciones doctrina­les se ha juntado el gusanillo de los investigadores, por lo visto casi inmortal, pariente, unas veces, de una sana preocupación científica, otras... no se sabe bien de qué intereses.

A pesar de todo, la "sana preocupación científica" hay que suponerla, mientras no se pruebe lo contrario.

El interés por este trabajo, que no es teológico a pesar del

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