picaros 14 - al rescate del canalla

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  • 8/18/2019 Picaros 14 - Al Rescate Del Canalla

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    JO BEVERLEYAl Rescate del Canalla

    13° de la Serie Compañía de los Pícaros (Bribones)

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    JO BEVERLEYAl Rescate del Canalla

    13° de la Serie Compañía de los Pícaros (Bribones)

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    JO EVERLEY AAll RReessccaatt ee ddeell CCaannaallllaa

    1133°° ddee llaa SSeerriiee CCoommppaaññí í aa ddee llooss PPí í ccaarrooss ((SSeerriiee BBrriibboonneess)) ((CCoommppaannyy oof f RRoogguueess SSeerriieess)) TToo RReessccuuee aa RRoogguuee ((22000066))

    AAARRRGGGUUUMMMEEENNNTTTOOO:::

    La última correría de un canalla...

    Tras su desaparición en la batalla de Waterloo, todo el mundo había dado por muerto a lordDarius Debenham , un codiciado soltero. Sin embargo, Dare había conseguido sobrevivir a uncalvario de cautividad y narcóticos. Después de un año de su rescate, el canalla que embelesaba alas mujeres londinenses se ha recuperado físicamente, aunque lucha sin tregua para superar supeligrosa adicción al láudano. Frágil y cambiado para siempre por la guerra, Dare se dejaráarrastrar en una última aventura con la única mujer que puede recuperar su antiguo ser.

    ...el mejor reto para una aventurera.

    La hermosa cabellera rojiza de Ademara St. Bride delata su carácter vivaracho y desenvuelto.Siempre dispuesta a cualquier tipo de diversión, Mara es pura adrenalina, y también problemas

    seguros. Londres es una ciudad demasiado aburrida para una mujer así... Hasta que encuentra unaimportante misión que cumplir: rescatar a Dare de sus demonios, devolverle su alegre y atractivasonrisa y disfrutar de ciertos placeres prohibidos con quien siempre ha sido el hombre de sussueños.

    SSSOOOBBBRRREEE LLLAAA AAAUUUTTTOOORRRAAA:::

    Mary Josephine Dunn Beverley, más conocida por las lectoras denovela romántica como Jo Beverley, es una de las más afamadasescritoras románticas de la última década. Aunque nacida y criada en

    Inglaterra, ya adulta se fue a vivir a Canadá, donde actualmente reside junto a su esposo y familia, se ha convertido en una de las másreconocidas y premiadas autoras de novela romántica de la actualidad.

    Jo Beverly, es toda una especialista en retratar como nadie la épocamedieval, la cual detalla con mimo preciosista en sus estupendos libros

    ambientados en el medievo inglés. Ha sido honrada y reconocida como una de las másimportantes escritoras de los «Romance Writers of América Hall of Fame». Cinco veces ganadorade los premios «RITA» en 1992 por Emily and the de Dark Ángel; en 1993 por An Unwilling Bride;en 1994 por Deirdre and Don Juan y por My Lady Notorius y en 2001 por Devilish. Su serie sobrelos hermanos Malloren y su serie medieval han gozado de una excelente acogida por parte delpúblico y de la crítica especializada.

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    CCCAAAPPPÍ Í Í TTTUUULLLOOO 000111

    Londres, mayo de 1817.

    En Londres se oyen muchísimos ruidos por la noche, pero la joven descalza no se dejó amilanarpor ellos y continuó su huida hasta que oyó el traqueteo de un coche; los cascos de los caballosgolpeaban la calzada en dirección hacia ella y las lámparas arrojaban luz sobre la oscura acera.

    Lady Mara Saint Bride se detuvo; en el coche podrían ir miembros de la alta sociedad, personascomo ella; podría pedir auxilio.

    No. ¿De qué le serviría ponerse a salvo si el precio sería la deshonra? Podría sobrevivir a susituación; era capaz.

    Se giró, dando la espalda a la calzada, rogando que los ocupantes del coche estuvieranadormilados, que aún en el caso de que fueran mirando por la ventanilla sólo vieran a unmiserable ser descalzo envuelto en una manta; una persona mísera de Londres, sin ningún interéspara ellos.

    Con la suerte que estaba teniendo, igual eran santos caritativos dedicados a rescatar a losdesafortunados.

    Pero el vehículo no se detuvo, sus lámparas iluminaron con su luz dorada las piedras y rejas a suizquierda y luego a su derecha, y continuó avanzando, dejándola en la inquietante y peligrosaoscuridad.

    Deseó continuar ahí escondida, pero se obligó a seguir caminando. Haberse detenido la hizotomar nueva conciencia de la aspereza de las losas que le rompían las medias de seda, de losguijarros que le lastimaban las plantas y, lo peor de todo, de algo blando que de tanto en tanto sele metía entre los dedos de los pies.

    Aunque la noche no estaba particularmente fría, tiritaba, temblando al darse cuenta de queLondres después de la medianoche no estaba dormido en absoluto sino lleno de vida. Se oíanmaullidos de un gato, sonidos de carreritas sigilosas por el suelo que debían ser de ratas y, lo máspeligroso de todo, sonidos humanos en la distancia, de música y voces que debían provenir dealguna taberna.

    En el siglo anterior ese barrio cercano al palacio de Saint James había sido la parte más elegantede Londres. Todavía había muchas calles magníficas, pero entre ellas se abrían callejuelaslaberínticas con casas ruinosas en las que imperaba el vicio y la violencia.

    Ay, estar en Mayfair, donde las luces de gas triunfaban sobre la oscuridad. Ahí la única luzprovenía de las lámparas encendidas fuera de las puertas de los residentes responsables. Sóloeliminaban la absoluta negrura de la oscuridad, pero no lo suficiente para ver qué bichos pasabancorriendo por delante de ella y se alejaban.

    La casa de su hermana Ella en Mayfair estaba sencillamente demasiado lejos, a una milla comomínimo. Y aun en el caso de que sus doloridos pies fueran capaces de caminar esa distancia, susnervios no se lo permitirían. Pero sí lograría llegar hasta la cercana Great Charles Street, a la casadel duque de Yeovil, donde podría encontrar un amigo.

    Entonces oyó voces; voces y risotadas masculinas; venían en dirección a ella.

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    No podía permitir que la vieran así, sólo con la enagua y el corsé debajo de la manta.Desesperada miró alrededor buscando un lugar para esconderse; debería haber aprovechado laoportunidad de que la rescataran las personas que iban en el coche, fuera cual fuera el precio.

    El bloque de casas adosadas se extendía a izquierda y derecha sin ningún callejón entre medio,y los vanos de las puertas eran demasiado estrechos para ofrecer un escondite. Pero delanteestaban las verjas que protegían las escaleras para bajar a las puertas de servicio de lossemisótanos. Cogió la manilla de la puerta de la más cercana y, tal como había temido, estabacerrada con llave. Los hombres ya habían doblado la esquina y entrado en la calle. Eran cuatro.

    Retrocedió, agradeciendo la oscuridad, calculando si lograría pasar por encima de la verja conesos barrotes puntiagudos sin matarse. No, vestida con enaguas y envuelta en la manta, y con lasmanos temblorosas. Movió con fuerza la siguiente reja y casi se cayó en la caja de la escalera, puesse abrió hacia dentro. ¡Gracias, Dios mío! Bajó los empinados escalones hasta llegar a la parte másoscura.

    Un mal olor le produjo bascas; había un animal muerto por ahí cerca, del que emanaba eseespecial hedor empalagoso. Giró la cabeza hacia el otro lado y procuró respirar lo menos posible,sintiendo más y más cerca los pasos de las botas y las voces. No entendió ni una sola palabra de loque decían, el acento cockney era muy fuerte, pero otra risotada le hizo sentir débiles los huesos,por el terror.

    Jadeante, apoyada en la pared de granulosa piedra, esperó hasta que se apagaron del todo lossonidos de pasos y voces. ¿Por qué había sido tan idiota? ¿Cómo había podido ocurrírsele salirfurtivamente de la casa de su hermana por la noche?

    A pesar del mal olor, deseó continuar ahí en la oscuridad, pero a la luz del día el riesgo de la

    deshonra aumentaba y, además, su doncella la estaba esperando para abrirle la puerta. Si novolvía pronto, Ruth se aterraría; se lo diría a Ella y George, ellos se lo dirían a sus padres y estos laharían volver inmediatamente a casa, a Brideswell. La sola idea de volver a Brideswell le parecía elcielo, pero no quería que nadie de su familia se enterara de lo estúpida que había sido.

    Podría escapar de eso sin que lo supieran. Podría.Se obligó a subir los ásperos peldaños y salió a la calle, en la que afortunadamente no había

    absolutamente nadie. Corrió hasta la esquina y miró el nombre de la calle escrito en la casa. UpperEly Street. Sabía dónde estaba.

    No estaba lejos de St. James Square y King Street, cerca del Salón de Fiestas Almack, y la casade Dare estaba en la calle siguiente.

    Lord Darius Debenham, el hijo menor del duque de Yeovil, era amigo íntimo de su hermanoSimon desde su época de escolares en Harrow. Dare había pasado muchas semanas de verano enBrideswell.

    Unos días antes iba con Ella por el parque Saint James y se encontraron con él, y les dijo queestaba viviendo en la casa Yeovil; incluso les dijo que sus padres no estaban, pues habían ido avisitar cierto lugar. ¿Oatlands? ¿Chiswick?

    ¿Qué importaba eso?, pensó, moviendo la cabeza; Dare estaba cerca y para ella era como tenercerca a un hermano. Aunque igual que un hermano, no le permitiría olvidar nunca su estupidez,pero la sacaría de ese aprieto, la llevaría a casa sana y salva e incluso podría acceder a no decirles

    nada a Ella ni a George. Apresuró el paso, manteniéndose en la parte más oscura de la acera hastallegar a la calle siguiente. Great Charles Street. Gracias a Dios.

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    Ante ella se extendían dos sólidos bloques de casas de cuatro plantas. Sabía que la casa Yeovilera una mansión que ocupaba el centro de un lado de la calle, pero eso no saltaba a la vista. ¿Enqué lado? Reanudó la marcha, nerviosa por los sonidos procedentes del interior de algunas de las

    casas. ¿Y si salía alguien?La mansión tendría que ser evidente, pero a la tenue luz y con el terror que sentía no lograba

    encontrarle sentido a nada.Entonces la vio, una fachada larga con una puerta en el centro.Atravesó la calle corriendo y entonces se le desvaneció la sensación de alivio. La casa Yeovil se

    veía oscura y silenciosa.Se cogió de las rejas doradas, totalmente agotadas sus fuerzas. Seguro que Dare ya se habría

    ido a acostar hacía horas. No estaba recuperado del todo de sus heridas en Waterloo, y ademásestaba el otro problema: el opio hace dormir muchísimo a la persona, ¿no?

    Y aun en el caso de que estuviera despierto, ¿cómo podría entrar en la casa?

    De día, aun cuando fuera sola, lady Mara Saint Bride, es decir, ella, podría llamar. Pero en esemomento, si lo hacía y lograba despertar a un criado, este le cerraría la puerta en las narices con lafacha de granuja que llevaba.

    No podía continuar caminando; sentía las plantas de los pies como si estuvieran en carne viva,se le doblaban las piernas y el corazón le latía desbocado por el terror. Probó la manilla de la reja,pero claro, estaba cerrada con llave.

    Miró hacia las ventanas de las imponentes cuatro plantas. Aunque supiera cuál era la deldormitorio de Dare, no se creía capaz de arrojar una piedra lo bastante alto como para golpearla.Arrojar cosas nunca había sido una de sus habilidades, lo que fastidiaba muchísimo a sushermanos.

    Abrumada, agotada, se sentó en el primer peldaño de la escalinata, medio deseando quealguien la viera, siempre, claro, que fuera una persona lo bastante respetable para llevarla devuelta a Grosvenor Square; su familia se sentiría horrorizada y decepcionada, pero ya está, esosería todo. Aparte de que reforzaría la opinión de su padre de que Londres era una ciudadrepugnante e insalubre y nunca más le daría permiso para venir.

    Sí que era un lugar asqueroso e insalubre. Sucio, ruidoso, la gente toda apiñada, pero jamás se

    habría imaginado que fuera «aburrido». Se limpió las lágrimas con la áspera manta, pensando queen realidad eso no era cierto. La vida con su hermana era aburrida, pero no era culpa de Ella estaren la fase del embarazo en que se sentía mareada gran parte del día, y el resto tan agotada que jamás salían a ninguna parte.

    Si se hubiera quedado en Brideswell, esto no le estaría ocurriendo. Ahí no había ningunanovedad, pero tenía amistades, familiares y actividad constante. Ahí jamás se habría metido enesa situación tan desastrosa, y en el caso de que se hubiera metido, en todas las casas habíapersonas amigas. Más importante aún, en toda la zona se enterarían de su estupidez y jamásdirían una palabra a nadie del mundo exterior.

    Suspirando se obligó a ponerse de pie. Ella se había metido en ese aprieto y ella saldría de él. Sitenía que caminar hasta Grosvenor Square, pues, caminaría.

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    Oyó el repiqueteo de unas botas acercándose por su lado derecho. Ahí no había manera derefugiarse en la caja de la escalera, pero la escalinata de la reja principal le permitía ocultarse. Sesituó lo más al fondo posible, bien acurrucada.

    Los pasos continuaron acercándose, y se detuvieron.Continúa, continúa.La persona avanzó hasta quedar delante de ella. Cerró los ojos, como si eso fuera a servirle de

    algo.—¿Necesita ayuda? —preguntó una voz amable.Mara abrió los ojos, miró por el borde de la manta, y se arrojó en los brazos del hombre alto.—¡Dare! Ay, gracias a Dios, Dare. Estoy en un terrible apuro. —Ya estaba sollozando, sin poder

    evitarlo —. Tienes que ayudarme.—¿Mara? No, no hables. Entremos primero.Ella oyó el ruido de la llave en la cerradura y el de la puerta al abrirse, pero prácticamente no se

    enteró de cómo se encontró en el elegante vestíbulo. Una vela en el interior de una lámpara decristal arrojaba una tenue luz sobre el reluciente suelo, la escalera principal y Dare metiendo lallave en la cerradura. Vestía chaqueta, calzas y botas; ropa informal, no traje de noche.

    Le giraba la cabeza, aferrada a la manta que la envolvía como si eso pudiera mantenerlaerguida, pero se sentía segura. Dare la salvaría.

    —Esto es como el toreo, ¿verdad? —dijo cuando él se giró a mirarla.Él la miró como si dudara de su cordura.—¿Qué?—¿No te acuerdas? De cuando decidí lidiar con un toro como hacen los españoles y tú me

    rescataste. Sentí el mismo mareo de alivio por estar viva.Él movió la cabeza, pero dijo:—Y volveré a rescatarte. —Frunció el ceño al mirarle los pies, la cogió en brazos y subió la

    escalera con ella a peso —. Tendrá que ser en mi dormitorio. No te preocupes por eso. Sea cualsea la locura en que te hayas metido esta vez, Diablilla, yo la solucionaré.

    Diablilla.Ese apodo guasón la consoló más aún. Así la llamaba en esa época dorada cuando ella era una

    niña y él el joven más alegre que había conocido.

    Giró la cabeza y hundió la cara en su chaqueta, esforzándose en no llorar. Estaba a salvo, tan asalvo como si hubiera encontrado refugio con uno de sus hermanos. Mejor aún; Dare no la haríapolvo con reprimendas como Simon o Rupert. Y seguro que no se lo diría a su padre.

    Él abrió una puerta, la llevó hasta la elevada cama, la dejó sentada en el borde y se dirigió allavabo.

    —Quítate lo que te queda de las medias y te limpiaremos.Eso lo dijo en tono muy frío, como si estuviera disgustado con ella. Y tenía que estarlo, claro.

    Ella estaba disgustada consigo misma; ya tenía dieciocho años, no doce. Debía creerla unamarimacho loca, y esta vez no había sido un toro sino un hombre, un macho mucho más peligroso.

    Suspirando se bajó las medias enrollándolas con sumo cuidado, aunque en realidad no se justificaba ese cuidado. Tenían flores bordadas y le habían costado una suma vergonzosa, peroestaban totalmente arruinadas, casi como había estado a punto de quedar su propia reputación.

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    —Ya están fuera —dijo, con la voz temblorosa, envolviéndose nuevamente en la manta —. Perotengo que volver a casa, Dare. Ahora mismo. ¿Puedes...?

    —No antes de que te examine los pies —dijo él. Volvió a la cama con una jofaina con agua, unpaño y una toalla, que extendió sobre el cobertor —. Pon los pies encima de esto.

    Ella obedeció esa orden impersonal, con la mano cerrada sobre sus sucias y arruinadas medias.Preferiría que le echara un buen rapapolvo, como haría Simon. Demasiado tarde cayó en la cuentade que deseaba que Dare Debenham la viera como a una damita, adulta, respetable.

    El alargó la mano y ella le pasó las medias de mala gana; él las tiró al fuego del hogar y luego sesentó junto a sus pies y le levantó cada uno para examinarlo.

    —Creo que no hay sangre. —La miró, con sus ojos azules muy serios —. De acuerdo. ¿Qué hapasado, Diablilla?

    Nuevamente la estremeció el apodo. Había comenzado a llamarla así debido a su pelo oscuro

    con vetas rojizas igual que el de Simon. O tal vez simplemente porque era una niña traviesa. A unaniña de seis años un lord de catorce tenía que inspirarle respeto. Ella reaccionaba con ciertodescaro y entonces él la llamaba «diablilla del infierno».

    Con su sonrisa habitual, la que siempre le robaba el corazón.—Mara, ¿qué ha ocurrido?Ella enfocó la atención y comprendió qué significaba la sombría expresión de sus ojos.—¡Ah, no! Nada de «eso». Me escapé.Vio qué él se relajaba.—¿De dónde tuviste que escapar? —Le miró la planta del pie derecho y se la limpió con el paño

    enjabonado —. ¿Y por qué estabas ahí, para empezar?Ella se movió inquieta, por el dolor, o tal vez debido a su tono.—No tienes por qué hacer eso. Lavarme los pies.—Deja de eludir la confesión. ¿A qué toro le agitaste un trapo rojo esta vez?—No fue culpa mía —protestó ella, pero al instante hizo un mal gesto —. Bueno, supongo que

    lo fue. Salí a hurtadillas de la casa de Ella para ir a un antro de juego con el comandante Berkstead.Él dejó de limpiarle el pie para mirarla.—Por el amor de Dios, ¿por qué?Ella bajó la vista a sus manos y vio lo sucias que las tenía; y con una uña rota; no eran manos de

    una dama.—Eso es lo que me pregunto yo. Supongo que estaba aburrida.Sorprendentemente, él se echó a reír; no había mucho humor en su risa, pero era una reacción

    mejor de la que ella había esperado.—Tu familia ya debería saber que no debe dejarle tiempo libre a una mujer con el pelo del

    diablo.—Es probable que nunca más me lo dejen.Pelo del diablo. Así llamaban en su familia al pelo negro con vetas rojizas, y no consideraban

    agradable verlo en un bebé Saint Bride; pronosticaba un gusto por la aventura en el mejor de loscasos y desastre en el peor. Se decía que era herencia de un antepasado medieval llamado NegroAdemar.

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    El pelo del diablo era bastante excepcional, pero sus padres tuvieron dos hijos con ese pelo. Elprimero fue Simon. Cuando nació el segundo, ella, miraron de frente al demonio y le pusieronAdemara. Habría preferido llamarse Lucy, o Sarah o Mary y tener el pelo castaño típico Saint Bride.

    Había que ver en qué la había metido su pelo esa noche.Dare lavó el paño y reanudó la tarea de lavarle el pie.—¿Y quién es ese Berkstead? No un pretendiente aprobado, supongo.—Pues lo es. Es decir, no es exactamente un pretendiente, pero lo conocí en la casa de Ella y le

    he visto ahí en un buen número de ocasiones. Es miembro del Parlamento. Por Northumberland.—Nunca te fíes de un político —dijo él, pasando la atención al otro pie —. ¿Te escapaste del

    antro de juego?Ella no quería contestar esa pregunta, pero debía.—No. De su alojamiento.

    La mirada de él fue breve, fría, feroz.—¡Lo sé, lo sé! No logro imaginar por qué fui ahí, aparte de que no jugué en la sala, sino que

    simplemente observé. Quería probar a jugar algunos de los juegos.—¿Quién te vio ahí?—¿En la sala de juego? Muchas personas, pero llevaba antifaz y Berkstead no me llamaba por

    mi nombre. Me llamaba «mi reina de corazones», lo que debería bastar para hacerme detestar los juegos de cartas el resto de mi vida.

    Eso lo dijo en tono alegre, pero él no sonrió.—¿Y el pelo?—Un turbante.Él asintió y volvió la atención al pie, lo que ella agradeció. Nunca habría pensado que Dare

    pudiera mostrarse tan desaprobador. Deseó protestar diciéndole que en otro tiempo él lo habríaconsiderado una broma, una travesura, pero tal vez eso no fuera así, y en todo caso estaba claroque ese alegre locuelo ya no existía.

    —Continúa —dijo él—. Cuéntamelo todo.—Berkstead se había portado como un perfecto caballero. Me caía bien. Es un héroe militar y

    muchísimo más entretenido que el resto de los colegas de George. Normalmente tengo bueninstinto para calar a las personas, sabes que lo tengo.

    —¿Y?—preguntó él, implacable.Ella lo miró enfurruñada aun cuando él no la estaba mirando. En realidad tal vez no lo habría

    mirado así si hubiera estado mirándola. Estaba nerviosa por su culpa, comprendió. No por suseguridad con él, sino simplemente nerviosa.

    —Jugamos un rato. Él bebía y me animaba a beber, pero no insistía si yo no aceptaba. Lo sétodo acerca de los avispados que emborrachan a los descuidados con el fin de desplumarlos.

    Él la miró con las cejas enarcadas.—¿Sí? Pero ¿no sospechaste en ningún momento que corrías un peligro mayor?—No. ¡Debe de rondar los cuarenta!

    Por fin le pareció notar un brillo de humor en sus ojos.—Supongo que actuaba como si no tuviera conciencia de su avanzada edad.

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    —Los hombres hacen eso, ¿no? Me propuso matrimonio. Ya tenía toda la asombrada atenciónde él.

    —¿Qué?—Sí. Me pidió que me casara con él. No, no me lo pidió, dijo que nos casaríamos. Que no tenía

    importancia que yo estuviera en sus aposentos porque pronto nos casaríamos. Claro que yo lorechacé. Educadamente.

    Él volvía a tener los ojos fríos.—Lo que no se tomó nada bien, supongo.—No se lo tomó nada bien. Nunca había conocido a un hombre tan imbécil. Todas mis palabras

    las interpretó como si yo estuviera jugando con él.—En defensa del canalla, tú habías ido voluntariamente a sus habitaciones por la noche.—Eso no es indicación para nada de que una dama desee «casarse» con un hombre.Como siempre, su rápida lengua se le había adelantado, y el seco «No» de él dijo muchísimo.Intentó retirar el pie pero él se lo sujetó con más firmeza y le abrió los dedos para limpiarle

    entre medio. De repente eso le pareció y lo sintió escandalosamente íntimo.—No deberías estar haciendo eso.—No puedo llamar a una criada. ¿Qué ocurrió después?—No lo recuerdo bien. —En parte eso se debía a que estaba sumergiéndose en una vaga

    distracción de otro tipo —. Todo se volvió muy tonto y después muy desagradable.—Ah. Cuéntame la parte desagradable. Me he fijado en que pareces estar desvestida.Ella sintió pasar una ola de calor por todo el cuerpo. Era probable que los dedos de los pies se le

    hubieran puesto rojos.—No me hizo nada. No hicimos nada. Simplemente no quería creerme. Se arrodilló y me

    aseguró que me adoraba. Que me mimaría y cuidaría de mí. Yo no sabía qué hacer, así que le dijeque no podía casarme con él porque mis padres no me permitirían jamás que me fuera a vivir lejosde Brideswell. Eso es cierto, lo sabes, y, en todo caso, yo no haría eso jamás. En lugar de renunciar,él lo consideró un reto y declaró que debíamos... irnos a la cama, para forzarles a aceptar.

    Él la miró con una pregunta seria en los ojos.—No, por supuesto que no hicimos eso. Ya te lo he dicho, y también se lo dije a él, aunque no lo

    complació, ¿te lo puedes creer? Dijo que demostraba que yo soy una dama virtuosa a pesar de mi

    conducta alocada. Entonces decidió que el que yo pasara la noche ahí tendría el mismo resultado.A primera hora de la mañana él enviaría un mensaje diciendo que deseábamos casarnos y quehabíamos pasado la noche juntos. Le dije que mi doncella me estaba esperando y que daría laalarma antes del amanecer. Eso no le influyó para nada. No hacía caso a nada de lo que yo dijera.Esto es consecuencia —añadió, ceñuda —de que mi padre sea ahora el conde de Marlowe. Nadieactuaría con tanta idiotez con la simple señorita Saint Bride de Brideswell.

    —Infravaloras tus encantos.Eso fue un comentario seco, pero a ella le levantó el ánimo.—¿Sí? He tenido muchos pretendientes, pero ninguno ha perdido la chaveta por mí.—

    ¿No ha habido ni un solo loco? ¿No tienes ningún cadáver pálido a tu nombre? Quéhorroroso. ¿Cómo es, entonces, que te encuentras sin tu vestido?Ella comprendió que en ningún momento había tenido la esperanza de pasar eso por alto.

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    —Me obligó a quitármelo. Cometí el error de decirle que me escaparía. Creo que no me creyó,pero insistió en que me quitara el vestido y los zapatos para impedir, según dijo, que me pusieraen peligro. Yo no podía luchar ni gritar sin que me descubrieran. Comprendes eso, ¿verdad?

    —Sí. ¿Qué ocurrió entonces?Ella decidió saltarse la parte de cómo Berkstead le miró el corsé y luego la besuqueó dejándole

    la cara llena de babas, antes de meterla en su dormitorio.—Me dejó encerrada en su dormitorio.—¿A qué altura?—Sólo una planta. Y había sábanas para hacer una cuerda.—Como has dicho, un imbécil.—¿Por no comprender que me escaparía aun sin zapatos ni vestido?—Por no comprender que alguien lo mataría.Mara enderezó la espalda.—¡Nada de duelos!—No tienes voz ni voto en esto.—Ah, pues sí que lo tengo. —Retiró bruscamente el pie de sus manos —. Cuando supe que

    Simon se batió en duelo y casi se muere, comprendí que los duelos son inventos del demonio. Nolo toleraré, Dare. ¡No, de ninguna manera! No podría soportar que tú o Simon quedarais heridosdebido a mi estupidez. Y no quiero que maten a Berkstead. Pues la mitad de todo fue culpa mía.

    —Es un canalla.Ella le miró la cara seria y deseó chillar de frustración, pero, siendo una hermana

    experimentada, probó con una actitud lastimera:—Por favor, Dare.Él cerró los ojos y los mantuvo así un instante.—Muy bien. ¿No te molestará, supongo, si le advierto que se abstenga de causar más

    problemas?—Te lo agradecería infinitamente. Además, nadie más necesita saberlo, ¿verdad? ¿No se lo

    dirás a Simon?O a mi padre, pensó.—

    Si no quieres ver muerto a Berkstead, decididamente no se lo diré a tu hermano pelo deldiablo. Pero podría tener que decírselo a tu padre. Tal vez te meta algo de sensatez en la cabezacon unos buenos azotes.

    —Sabes que no me azotaría, pero, por favor, no se lo digas. —Le tocó el brazo —. Te prometoque he aprendido la lección. Nunca más volveré a hacer algo así. Lo que pasa es que estabatremendamente aburrida.

    El se echó ligeramente hacia atrás, rompiendo el contacto.—¿No fue Johnson el que dijo que cuando alguien se cansa de Londres está cansado de la vida?—No estoy cansada de Londres. Todavía no lo he experimentado. Ella está embarazada. Para

    ser justa, todavía no lo sabía cuando me ofreció la casa para que viniera, pero por lo visto en estafase es incapaz de hacer nada, aparte de tomar el té con amistades, asistir a tranquilos conciertos

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    y pasear por el parque en el coche. Y claro, jamás a una hora popular en la alta sociedad; eso esdemasiado bullicio y alboroto.

    —Que es exactamente lo que deseas tú.—¿Tan malo es eso? —dijo ella, respondiendo a la comprensión que vio en sus ojos —.

    Estábamos aquí cuando fue la recepción especial en la corte el día de san Jorge, pero eso habríasido absolutamente demasiado para ella.

    —Con toda justicia, probablemente lo habría sido, y, además, un aburrimiento total.—Pero habría sido algo. El salón de fiestas Almack. El teatro. Algo. La casa de Ella es más

    silenciosa que Brideswell.—Lo que no es difícil de conseguir—repuso él.A ella le pareció ver una sonrisa en sus ojos.Se la correspondió, porque su atiborrada casa era todo actividad y vida.—No, pero sabes lo que quiero decir. Las únicas visitas son señoras como Ella, que hablan sin

    parar de maridos e hijos, y miembros del Parlamento colegas de George que desean hablar de lasleyes del trigo, la sedición o el ruinoso coste del ejército. Todo muy importante, no me cabe duda,pero tedioso.

    —Ahí entra este Berkstead militar. Supongo que es apuesto y gallardo.—Para ser un hombre de su edad. —Estuvo a punto de añadir «Estuvo en Waterloo», pero se lo

    pensó mejor, pues en esa batalla fue donde Dare quedó tan terriblemente herido —. Me hallevado a lugares entretenidos, como el Museo de Cera, por ejemplo, y el Pabellón Egipcio. Y losabe todo acerca de los mejores escándalos.

    El se levantó y tiró el paño dentro de la jofaina.—Necesitas a una dama más animada que te haga de carabina.Estaba claro que él no aprobaba el Museo de Cera ni el Pabellón Egipcio, y mucho menos lo de

    los escándalos. ¿Sería posible que se hubiera vuelto tan aburrido?—Aun no ha llegado a Londres ninguna de mis amigas de Lincolnshire. Simon y Jane lo harán

    pronto, pero viven retrasando el viaje. Es «atroz» estar tan cerca de cosas interesantes y tener queverlas desde dentro de una jaula.

    —Pobre Mara.Su intencionada exageración había sido recompensada con el asomo de una sonrisa. De

    repente sentía la necesidad de revivir al antiguo Dare, de hacerlo sonreír como antes, esassonrisas anchas, radiantes, contagiosas. Necesitaba que él hiciera una broma ingeniosa, o lepropusiera alguna travesura extravagante, desafiándola, desafiando a todo el mundo a unírsele.

    Sólo tenía veintiséis años. No era tan viejo como para dejar de lado la alegría y la travesura. Talvez la guerra, las heridas y otros problemas le habían hecho polvo el ánimo, pero tenía que serposible levantárselo otra vez.

    Él fue a dejar la jofaina en el lavamanos y se giró a observarla. Un algo en su postura, o tal vez elefecto de la luz de las velas, o porque se le había calmado el nerviosismo, la hizo notar que loscambios en él no estaban nada mal.

    Seguía delgado, pero estaba más fuerte, más musculoso, y tenía los hombros más anchos.También notó algo en su cara; seguía siendo un poco larga y la boca algo ancha, pero había másdefinición en los contornos de la mandíbula y en los ojos, lo que producía una agradable simetría.

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    O tal vez era el efecto de su pelo castaño claro cortado más a la moda, en vez de caerle decualquier manera sobre el cuello de la camisa, como lo llevaba antes.

    Tal vez simplemente le sentaba bien la sobriedad.Él arqueó una ceja, como si quisiera saber lo que ella estaba pensando. Al instante Mara se

    movió para bajarse de la cama.—De verdad tengo que volver a casa, Dare. Mi doncella dará la alarma.—Espera un momento, iré a buscar algo de Thea para que te lo pongas.Salió y Mara pudo respirar a sus anchas e intentar recobrar la serenidad.

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    Thea era lady Theodosia Debenham, la hermana menor de Dare. Mara había leído acerca de supresentación en sociedad la primavera pasada; cualquier cosa que tuviera que ver con Dare era deinterés en ese tiempo, porque tanto la familia Saint Bride como el resto del mundo seguíanlamentando su desaparición. También se enteraron por los diarios que lo habían encontrado vivo,porque estando Simon todavía en Canadá, a nadie se le ocurrió comunicarlo a la familia.

    Qué loca felicidad sintieron ese día, aun cuando en el diario se decía que estaba gravementeenfermo y adicto al opio que le habían dado para soportar el dolor de sus heridas.

    Levantó el pie derecho y lo giró para examinarse los daños. Un par de rasguños en laalmohadilla de la planta le causarían dolor durante unos días, pero aun cuando le produjeran doloral caminar podría ocultar la lesión y su causa.

    En cambio, Dare no tuvo ninguna posibilidad de ocultar su estado. Que el hijo de un duque alque se creía muerto en Waterloo apareciera vivo de forma tan espectacular más de un añodespués hizo necesario dar ciertas explicaciones.

    Por lo tanto, los diarios relataron la historia con todos sus pormenores: cómo cayó muerto sucaballo por un disparo y él fue pisoteado por la caballería fracturándose los huesos y abriéndoseuna herida en la cabeza, que lo tuvo inconsciente durante un tiempo y luego lo hizo olvidar suidentidad.

    Fue cuidado por una bondadosa viuda belga, que le dio láudano para los atroces dolores, peroen cantidades tan altas y durante tanto tiempo que se hizo adicto.

    Ella entendía eso; ¿cómo podría alguien ver sufrir a una persona teniendo a mano el remediopara aliviarle el dolor? Pero una vez que la persona se acostumbra a tomar opio es muy difícilromper la adicción. Le preguntó al médico de la familia, el doctor Warbuthnot, acerca de lasposibilidades de Dare, pero él negó con la cabeza.

    «¿Lo ha tomado durante un año? ¿En dosis fuertes? Lo mejor es que siga tomándolo, queridamía. Verás, el opio produce cambios en el cuerpo, por lo tanto los órganos lo necesitan parafuncionar. La abstinencia puede matar a la persona si deja de tomarlo bruscamente, y si no lamata puede volverla loca.»

    A ella la consternó esa respuesta.«Pero supongo que algunas personas consiguen liberarse, ¿no?» «Muy pocas, que yo sepa.»«¿Y ese sistema de reducción gradual? Ese es el que sigue lord Darius».«No he sido testigo de ese sistema, pero tengo graves dudas. ¿Quién tiene la fuerza para

    soportar una tortura constante, y qué sentido tiene? Si una persona posee el valor para hacer eso,también es capaz de reducir tanto el que sólo deba tomar lo que necesita para llevar una vidanormal. Hay hombres y mujeres muy respetables, incluso eminentes, querida mía, en esascircunstancias. No hay ninguna vergüenza en eso.»

    Eso no le dio la garantía o seguridad que ella deseaba, pero en ese momento le gustaría saber siDare se habría decidido por ese sistema. ¿Por qué, si no, estaba en Londres, llevando una vidanormal? Desde que lo encontraron había vivido encerrado en Long Chart, la propiedad de su

    familia en Somerset. La sorprendió encontrarlo en el parque ese día.Aunque en realidad no llevaba una vida normal. No participaba en los principales eventossociales de la temporada, porque eso habría aparecido en los diarios. La respuesta que le dio a Ella

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    —¿Hablas de tus pechos con tus hermanos?—Bueno, me hacían bromas.—Entonces son unos canallas.Y eso lo dijo sonriendo. ¡Sonriendo!Como si le hubiera adivinado el pensamiento, él borró toda expresión de su cara.—Las medias y los zapatos —dijo, apuntándolos.Ella se puso las medias y se las sujetó con las ligas de satén rosa que había dejado a un lado. Lo

    sorprendió mirando. Él se apresuro a desviar la vista, pero ella se puso los zapatos sonriendo.—Me quedan algo grandes, pero irán bien cuando me haya atado los cordones. —Se los ató, se

    puso de pie, y entonces se quedó inmóvil, como paralizada —. ¡Voy a llegar a casa con ropadiferente! Ruth va a... no sé qué hará.

    —¿Quién es Ruth?—Mi doncella. Me va a estar esperando junto a la puerta de servicio del semisótano para

    abrírmela. No podíamos dejar la puerta abierta. Siendo Londres.—¡Qué huésped tan responsable!—No te burles. Ruth tiene muy mala opinión de los hombres y considera su deber protegerme

    de ellos.—¿Y permitió esta proeza?—Es mi doncella, no mi guardiana.—Lástima.

    —No seas pesado, Dare. Cree que estoy en un baile de máscaras, pero cuando me vea con estevestido se lo dirá a Ella, y Ella se lo dirá a George, y él se lo dirá a mi padre, y mi padre me llamaráinmediatamente de vuelta a casa y no me volverá a permitir alejarme de Brideswell nunca más.

    Él le cogió las manos, y entonces ella cayó en la cuenta de que se había estado tironeando ladelantera del corpiño y, ¡cielos!, las lágrimas le empañaban la vista.

    —Diablilla, no me vas a decir que no eres capaz de enrollarte a tu doncella en el dedo meñique.Cuando llegues a casa sana y salva y le prometas que has aprendido la lección hará lo que túquieras. Pero prométemelo a mí también. Si no, tendré que decírselo a tu padre.

    La sensación de sus manos envolviéndole las suyas le había dejado la mente en blanco, así quese limitó a mirarlo, pestañeando para despejarse los ojos.

    —Lo digo en serio—dijo él.—Ah, sí, claro. Quiero decir, por supuesto, he aprendido la lección.Una lección absolutamente alarmante. Que esas manos de dedos delgados y largos, cálidas y

    fuertes sobre las suyas, eran mágicas. Que Dare, su casi hermano, era mágico. Que deseabaquedarse ahí con él.

    No. Imposible.Pero volverlo a ver. Pronto. Mañana.Lo miró a los ojos, con expresión expectante, lo más inocente posible, era de esperar.—Me resultaría más fácil portarme bien si no me aburriera tanto. Si tuviera la oportunidad de

    ver más cosas de Londres. —Él parecía no entender, así que probó con una sonrisa —. Si tuviera unacompañante.

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    Él le soltó las manos.—No asisto a ningún evento social.—Ah, no me refiero a bailes en Almack ni a nada parecido. —Hizo un rápido repaso de las

    posibilidades, buscando algo que no fuera alarmante —. Incluso un paseo por Hyde Park sería unplacer.

    Acepta, Dare, acepta.Él la miró atentamente, como si estuviera calculando dónde estaba la trampa, pero dijo:—Muy bien.—¿Mañana?—A las diez.Ella había esperado que fuera a la hora del paseo de los elegantes, por la tarde, pero iría bien,

    para ser el primer intento.—¡Gracias!—exclamó, mirándolo con su mejor y más radiante sonrisa.Toda una vida le había enseñado que su mejor y más radiante sonrisa era una fuerza potente.Le pareció que él incluso pestañeó.—Si estás lista, vámonos a casa de Ella. —Entonces le miró la orilla del vestido, que le

    arrastraba por el suelo —. Dudo que puedas caminar hasta tan lejos.Esa preocupación práctica la sintió como si la hubieran arrojado en un estanque de agua muy

    fría desde un columpio muy alto.—No, lo siento. ¿Podrías ordenar que te trajeran un coche?

    —¿A estas horas? Tendremos que ir a caballo. ¿Podrás caminar hasta el establo?Fue fuerte la tentación de dejar que él la llevara en brazos, y además le dolían los pies, pero se

    decidió por la verdad:—Por supuesto.Él cogió una vela y le pasó a ella la manta que había traído.—Puedes cubrirte con esto en el caso de que nos encontremos con algún criado. Después la

    dejaremos tirada en la calle. Alguien se alegrará de encontrarla.Mara se puso la manta sobre los hombros y al pasar junto a un espejo se echó una rápida

    mirada. Deseó no haberse mirado. El vestido le colgaba como un saco y tenía el pelo tan revuelto

    que parecía un espantapájaros. Antes de escapar se había quitado el turbante de seda con elalfiler de diamante.Caminando junto a él por el corredor se sentía muy desanimada. Tal vez él la consideraba la

    niña traviesa a la que solía gastar bromas.—La casa se siente muy vacía —le susurró cuando comenzaron a bajar una escalera que llevaba

    a la parte de atrás.—Soy el único de la familia que está aquí en estos momentos, y los criados ya deben de estar

    durmiendo.Ella sentía sobrecogedora esa casa silenciosa. Brideswell nunca se sentía vacía, ni siquiera a

    altas horas de la noche. Si las personas estaban durmiendo siempre había perros y gatos rondandopor ahí. Como si su pensamiento la hubiera llamado, una figura oscura subió por la escalera y sefrotó en la pierna de Dare, ronroneando.

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    —Chss —susurró él, y el gato se quedó callado, como si hubiera entendido, pero bajó con ellosla escalera y los acompañó por el corredor del semisótano.

    Continuaron por otros corredores, virando dos veces, y entonces Dare giró una llave de unapuerta que daba al exterior. Se oyó un frufrú a la izquierda de ellos.

    —¿Quién va?Mara se cubrió la cabeza con la manta. En un esconce junto a la puerta, un niño de cara

    redonda acababa de sentarse y los miró adormilado. Un jovencísimo guardián de la puerta deatrás.

    —Lord Darius. No pasa nada. Vuelve a dormirte.El niño ya tenía los ojos medio cerrados y volvió a echarse.—Es probable que no lo recuerde —susurró Mara una vez que salieron al aire libre.—Eso espero —dijo él.Entonces cerró la puerta y la cerró con llave; ella se fijó en que el gato ya no los acompañaba.Una ráfaga de aire movió la llama de la vela y luego la apagó. Mara ahogó una exclamación al

    no ver absolutamente nada, pero Dare le cogió la mano y continuó caminando; al parecer conocíael camino. Ella lo siguió por pura fe.

    Había un trocito de luna que iluminaba algo y se le adaptaron los ojos, pero sin la ayuda de élhabría ido a tropezones y trastabillones. Pasado un momento apareció una luz dorada en mediode la oscuridad, y comprendió que era una linterna. Ya habían atravesado el callejón de atrás,donde estaban los establos de las casas, y los rodeaba el conocido olor a caballos.

    Volvió a cubrirse la cabeza con la manta, pero el aire nocturno la había reanimado y de pronto

    se sintió casi feliz. Estaba a salvo, una hermosa noche de luna llena, en medio de los conocidosolores de un establo.Un crujido le indicó que Dare había abierto la puerta de un corral, pero entonces se oyó una voz

    cortante:—¿Quién anda ahí?Apareció un fornido joven apuntando con una pistola. La casa Yeovil estaba bien protegida.El joven la miró a ella y luego dijo:—Ah, milord. Perdone, milord.—No hay nada que perdonar, Adam. Me alegra que estés tan alerta. Tal vez podrías sacarme

    del corral a Normandy.Mara estuvo a punto de hablar, porque el nombre le trajo recuerdos. Su hermano Simon

    siempre llamaba Hereward a su caballo favorito, por el antepasado que dirigió la resistencia contralos invasores normandos después de 1066. Sin ninguna mala intención Dare llamaba al suyoConqueror, en homenaje a las profundas raíces normandas de su familia. A este no lo llamabaConqueror, pero Normandy estaba relacionado, puesto que Guillermo el Conquistador había sidoduque de Normandía.

    ¿Tendría algún significado especial ese cambio?Ella había entrado con gusto en el juego llamando Godiva a su yegua, por la madre de

    Hereward, la famosa lady Godiva. Y tenía a Godiva en la ciudad; tal vez pudieran salir a cabalgar juntos.

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    Aunque había dado la orden, Dare estaba ayudando al mozo a sacar el caballo. En ese ambienteera una interesante mezcla de fuerza y elegante agilidad, y se veía totalmente a sus anchas,cómodo. No era de extrañar. A todos los hombres que conocía les gustaba más estar en un establo

    que en un salón.No ensillaron al enorme caballo negro. Después de despedir al mozo, Dare saltó ágilmente al

    lomo de Normandy y lo llevó hasta el bloque para montar.—Siéntate delante, mi bella dama.La sonrisa de sus ojos había adquirido el brillo de las estrellas. Ella subió los peldaños del

    bloque, con la falda bien recogida.—¿Como en el Joven Lonchivar? Qué romántico.—«Ágilmente a la grupa montó a su bella dama. Ágilmente saltó a la silla delante de ella» —citó

    él—. Puesto que iremos montados a pelo, tú delante me parece mejor. —Le alargó el brazo—.

    Venga, sube.Subir al lomo del caballo le resultó sorprendentemente difícil, pero Dare le rodeó la cintura con

    el brazo dándole el impulso para quedar bien sentada, y de paso dejándola sin aliento. O tal vez lode sin aliento se debió a dónde se encontraba: entre los muslos de él, ese fuerte brazorodeándola...

    —Alguien debería revivir esta forma de cabalgar —dijo, mientras iban saliendo al paso —. Ir a lagrupa no puede ser tan divertido.

    —Mara, eres irreprimible.—Eso espero. Me fastidiaría que me reprimieran.

    Había detectado diversión en la voz de él. Sería capaz de hacerlo. Podría hacer entrar luz en suoscurecido mundo. O, mejor aún, sacarlo a la luz del sol.No podían ni intentar ir rápido porque habrían llamado la atención, así que cabalgaron al paso

    por el callejón de atrás y luego por las silenciosas calles, el caballo meciéndose debajo de elloscomo una cuna. A pesar de su necesidad de llegar pronto a casa, no deseaba que acabara eseextraño trayecto.

    Los cascos del caballo hacían ruido al golpear los adoquines, pero los pocos transeúntes quepasaban les prestaban poca atención. Al parecer Dare no deseaba conversar, así que eso le diotiempo para pensar.

    Habían transcurrido casi nueve meses desde que lo encontraron, tremendamente frágil por lasheridas y la enfermedad, y adicto al opio. Por Simon sabía que su recuperación física había sidolenta pero pareja. Ya estaba sano y sin duda a eso se debía que hubiera salido por fin de suencierro. Pero no era la persona que había sido antes. Le faltaba algo.

    Pero durante unos breves momentos ella lo había divertido y vuelto a la vida. Debía hacerlomás veces. Seguramente Simon lo consideraría una intromisión, pero alguien tenía que agrietar losmuros.

    Sí, muros. Porque por muy sano que estuviera y por tranquilo que pareciera, ella percibía queen cierto modo estaba aprisionado. ¿Por el opio todavía? ¿Eso lo explicaría todo, o habría otrosproblemas también?

    Ella era una Saint Bride de pelo fogoso, por lo tanto se inclinaba por curar heridas y solucionarproblemas. ¿Qué mejor que pasar más tiempo con Dare? Lady Ademara Saint Bride cabalgando alrescate de su príncipe prisionero en la torre oscura.

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    No, su pícaro.En el colegio Harrow, Simon y Dare se hicieron miembros de un grupo que se hacía llamar la

    Compañía de los Pícaros. Las historias que le contaba Simon eran tan entretenidas que ellasiempre había deseado ser una de ellos. Así pues, rescatar a uno de los Pícaros sería lo segundomejor.

    Rescataría a su Pícaro de su mazmorra y lo sacaría a la luz del sol. Esa era una empresa noble,digna de la descendiente del Negro Ademar y de Hereward the Wake, y, mejor aún, la protegeríadel desastre inducido por el aburrimiento.

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    Media hora después, Dare esperó hasta que Mara Saint Bride entró, sana y salva, en la casa desu hermana en Grosvenor Square. Entonces, ya seguro de que estaba bien, puso en marcha a sucaballo en dirección al lugar donde se alojaba el comandante Berkstead. Era mejor tratar con esehombre de inmediato y sin alboroto. No debía haber ningún escándalo, aun cuando le hubieragustado destriparlo. Aterrorizar así a la pequeña Mara.

    En realidad no estaba aterrorizada, pensó, y ya no era pequeña, por mucho que se lamentarade no tener pechos. Se le curvaron los labios, aunque estaba muy consciente de un problema.

    Pensaba que ya no le afectaba el atractivo de las mujeres, tal vez algo que tenía que ver con ladroga, pero sintió un muy inoportuno interés en los pequeños pechos de Mara. Y en su delicadocuello, la hermosa curva de su columna y su cálido e indefinible perfume. Había sido un error

    llevarla sentada delante con su cuerpo apoyado en él durante el trayecto a caballo.Se había acostumbrado a considerarla una niña, a llamarla Diablilla, pero ya había visto la

    diferencia, el cambio producido en cuatro años, la diferencia entre la niña marimacho de catorceaños y la hermosa y picaruela joven con que se había encontrado esa noche. Incluso sentía unpelín de compasión por su torpe pretendiente.

    Le había arrancado la promesa de acompañarla en recorridos por la ciudad.Mala idea, Dare.Y, sin embargo, deseaba acompañarla, como ansia un hombre encerrado en una mazmorra

    sentir el sol en la piel.

    La batalla final contra el opio estaba resultando más difícil de lo que había esperado. Ya tomabamuy poco, pero había fracasado en dos intentos por dejar del todo la droga. Era como si la bestiasupiera que se arriesgaba a ser derrotada y luchara con más fuerza. Tal vez no debería habersemarchado de Long Chart, pero su seguridad ahí había comenzado a irritarlo y se le ocurrió quecontactar un poco con el mundo podría espolearlo hacia la victoria.

    En otro tiempo, antes, le había gustado la sociedad, las personas, Londres.Sus heridas físicas ya estaban curadas y había recuperado su fuerza. Desde el día en que lo

    rescataron había comido estoicamente alimentos nutritivos, y cuando tuvo la fuerza para hacerlo,descubrió que cuando lo roía la bestia le iba bien el ejercicio vigoroso, e incluso violento. Habíapasado días caminando desde el alba hasta el anochecer, y muchas noches insomnes las habíasuperado de la misma manera.

    Entonces Nicholas le envió a Feng Ruyuan, que le dio una meta y una disciplina y así comenzósu verdadera curación. Estaba más fuerte y en mejor forma que nunca en su vida, físicamente,pero sobre todo mentalmente. La libertad estaba a su alcance, pero, por primera vez se le ocurríapensar qué tipo de persona sería cuando saliera de su prisión.

    El antiguo Dare había muerto y, sin embargo, algo estaba despertando, tratandodolorosamente de liberarse, punzándolo con emociones olvidadas.

    Su miedo por Mara lo había pinchado como un afilado sable.La furia lo había abrasado.

    El tacto de su piel, el aroma de su cuerpo, la expresión de sus alegres ojos le habían despertadopartes que había creído muertas.

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    ¿Alguna vez antes había gozado de los encantos de una mujer? Sabía que sí, pero nunca de esamanera. Jamás con un estremecimiento, con esas ansias locas de engullir cada bocado del festínprohibido. Eso lo aterraba más que el opio. Mientras iban a caballo, ella había mantenido su

    cuerpo apoyado en él muy confiada, al tiempo que la lujuria gruñía en su interior como una bestia.¿Qué hacer?¿Una amante?No sería capaz de hacer frente a los líos y exigencias de eso, pero, ¿tal vez un prostíbulo? Sería

    una simple transacción comercial, y no habría ninguna repercusión si no era capaz de realizar elacto, lo que le parecía bastante probable.

    ¿Cuánto tiempo hacía que no se acostaba con una mujer?Desde antes de Waterloo.Thérèse no contaba.

    Sí, debería visitar a una prostituta. Si no, a saber qué podría ocurrir. La curación, sobre todo enesos momentos, le exigía vivir en el límite, con la constante necesidad del opio.

    Su cuerpo necesitaba a la bestia para funcionar. Su falta le castigaba con sufrimiento tantomental como físico, y cada dosis era recompensada con un bendito alivio. Después de cada dosis labestia le susurraba que sin ella nunca conocería esa paz.

    Se obligó a desviar la mente de ese escollo.Había elegido la vida, con el deseo, las molestias, el sufrimiento, el dolor y todo. No veía la hora

    de estar libre de las tres pequeñas dosis que tomaba cada día. Cada noche hacía acopio de susfuerzas, obligando a su cuerpo a aceptar que podía vivir sin la bestia, como había vivido la mayor

    parte de su vida.Cada noche chillaban su mente y su cuerpo. Cada mañana recibía la asquerosa dosis como unhombre que se está ahogando, desesperado por inspirar aire.

    Ya sentía la necesidad. Un tiritón de malestar, un conocimiento de que no todo estaba bien,como si hubiera comido algo podrido y fuera a vomitar.

    Tendría que ser peor a esas horas, pero esa noche, cuando fue a buscar ropa para Maraconsiguió que Salter le diera un poco más de la droga, alegando que la necesitaba para ir a dejar aMara a su casa y luego ir a arreglar cuentas con Berkstead. Salter no se negó, por lo que surazonamiento debió tener su lógica, pero en su interior la bestia ronroneó victoriosa.

    Salter era el guardián de la puerta del infierno que había elegido. Desde el día en que pudolevantarse de la cama, el fornido Salter le daba la cantidad de opio permitida y lo acompañaba atodas partes para impedirle que consiguiera dosis extras. Hacía poco que había comenzado a salirsolo, poniendo a prueba su capacidad de resistir la tentación de comprar la droga que se vendíapor unos pocos peniques en todas las boticas.

    Láudano para el dolor de cabeza o de muelas, o para calmar a un bebé inquieto. Láudano parael sufrimiento después de haber recibido la coz de un caballo en la cabeza y haber sido pisoteadopor una manada entera. Habría muerto si no hubiera estado protegido por tantos cadáveres, queamortiguaron los golpes.

    Algún día sería capaz de estar sentado en una sala en que hubiera opio en la mesa, sin hacerle

    caso. Algún día. Eso era su Santo Grial. En ese momento se estremecía con la sola idea. Losbeneficios de la dosis extra se estaban desvaneciendo rápido, pero cuando volviera a casa le diría aSalter que nunca más le permitiera cambiar la norma, fueran cuales fueren las circunstancias.

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    Nada de retirada, nada de rendición.El caballo se detuvo y entonces cayó en la cuenta de que estaba de vuelta en el establo y no

    cerca de Rennie Street.Dejó a Adam a cargo del animal y echó a andar de vuelta por el callejón, con la esperanza de

    que el mozo no se fijara en que no entraba inmediatamente en la casa. Era ridículo preocuparsepor lo que pensara un mozo de cuadra, sobre todo cuando todos los criados estaban al tanto delproblemita de lord Darius.

    Caminando hacia Rennie Street centró la atención de su fragmentada mente en su presa. Ardíaen deseos de herir o matar a ese

    Berkstead, pero Ruyuan no lo aprobaría. Según la filosofía taoísta de Ruyuan había que lograr lafinalidad mediante la acción mínima. Esa no era la manera de tratar a un villano, a un caballeroinglés, pero le había prometido a Mara que el canalla continuaría vivo. Si las disciplinas orientales

    no lo refrenaban, eso sí lo refrenaría.Llegó a Rennie Street y contempló la hilera de elevadas casas adosadas que formaban un sólidobloque. No sabía el número. De pronto vio una especie de arcada construida entre dos casas, quellevaba al callejón de atrás. Entró en aquel túnel; estaba oscuro como boca de lobo, y la salida seveía más iluminada. Cuando salió vio algo blanco, resaltado por la luz de la luna. La cuerda desábanas atadas que había usado Mara para escapar.

    Sintió un revoloteo de algo en su interior, y reconoció la tentación de hacer una diablura.Caminó hasta las sábanas atadas y les dio un tirón; estaban bastante firmes. Subió por ellas,

    pasó por el alféizar y entró en una habitación oscura. Igual podría ser un cuarto para guardar elcarbón, pero los olores a sábanas sucias, rapé y pomada hablaban de la habitación de un hombre.Después de recoger y entrar las sábanas se dirigió a la pared de enfrente y comenzó a palparla enbusca de la puerta, consciente de que sentía expectación, como si hubiera comenzado a dolerleuna vieja herida.

    Encontró la manilla. Con la esperanza de que Berkstead no estuviera inconsciente por laborrachera, golpeó suavemente con los dedos y luego más fuerte con los nudillos. Golpes rápidos,nerviosos.

    Oyó un ruido en la habitación contigua.—¿Qué pasa reina mía? —dijo una voz educada.Pero el hombre tenía la lengua estropajosa. Al parecer, todo ese tiempo había estado

    bebiendo, o para ahogar las penas o para celebrar lo que creía una victoria.Entonces Berkstead añadió, ya al otro lado de la puerta:—¿No harás nada estúpido, como golpearme en la cabeza con el orinal, verdad, mi preciosa de

    pelo fogoso?—¡No, oh no! —exclamó Dare, con la voz más aguda y resollante que pudo.Giró la llave, se abrió la puerta y entró la luz de velas.El hombre de hombros anchos, vestido con pantalones y una camisa de cuello abierto, tardó un

    segundo en adaptar los ojos. Tuvo que levantar la vista desde donde esperaba ver la cara de suprisionera hasta dar con la suya. Su confusión fue tal que los ojos casi se le salieron de las órbitas.

    —Lord Darius Debenham —dijo Dare, y le asestó una bofetada tan fuerte que el borracho cayóal suelo de costado y luego se sentó —. La dama me ha prohibido que lo rete a un duelo, así que

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    tendrás que tragarte ese insulto. ¡No te muevas de ahí! —ladró, al ver que Berkstead hacíaademán de incorporarse.

    Probablemente era guapo, bien hecho, de rasgos osados, ojos oscuros, pero en ese momentoestaba atontado por la conmoción.

    —Eres un canalla, señor —le dijo, dejando rugir la furia reprimida al encontrar su blanco —. Unsinvergüenza, una babosa. Lo de esta noche no ha ocurrido nunca. Si alguna vez se te escapa lamás leve insinuación, te mataré.

    Berkstead empezaba a moverse para incorporarse, pero detuvo el movimiento y curvó loslabios en una sonrisa despectiva.

    —Debenham. Lo sé todo de ti.El pinchazo le dolió, pero lo disimuló.—Lo dudo, pero si no me temes a mí, teme a su hermano.

    Berkstead dejó de intentar levantarse, pero pareció sentirse más cómodo.—¿A un Saint Bride de Brideswell? Un manojo de ratones de campo. Ninguno de ellos es

    soldado.—Hay hombres Saint Bride y hombres Saint Bride. Simon Saint Bride te cortará en pedacitos,

    pero entre los que lo respaldan están algunos de los hombres más poderosos de Inglaterra, yninguno de ellos le hace ascos a aplastar piojos. Podría comenzar por el duque de Saint Raven y elmarqués de Arden.

    Se le desvaneció la sonrisa despectiva. Además de ser los de más elevado rango social del grupode los Pícaros, los dos hombres que acababa de nombrar tenían fama de ser despiadados, buenos

    para pelear y de genio pronto.—¡Deseo casarme con ella! —protestó Berkstead —. Ella desea casarse conmigo. Pero le tienemiedo a su familia. No le permitirán casarse con alguien que no sea de Lincolnshire.

    La lástima comenzó a filtrarse por la furia de Dare.—Si Mara Saint Bride deseara casarse con un hotentote se casaría.—Compraré una casa en Lincolnshire.Mara tenía razón. Ese hombre no escuchaba.—Te encuentra demasiado viejo —dijo entonces, mirando alrededor en busca de la ropa de

    Mara.

    Sobre una mesa todavía había unas cuantas cartas desperdigadas, dos copas y un decantadorvacío. En una silla vio un par de guantes blancos, un bonito vestido color rosa y un capotillo de telaclara liviana. Lo cogió todo, se agachó para hacerse con los zapatos del suelo y después se apoderóde una vela y con ella volvió a entrar en el dormitorio y encontró el turbante.

    Cuando salió, Berkstead estaba diciendo:—¿Demasiado viejo?—¿Hay alguna otra cosa de ella aquí?Berkstead abrió la boca y volvió a cerrarla, sin decir nada. Apuntó. Dare fue a recoger un

    ridículo de seda clara del suelo junto a la mesa.

    —¿Demasiado viejo? —masculló Berkstead detrás de él —. Sólo tengo cuarenta.

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    Dare se dirigió a la otra puerta, la que debía dar a la escalera. Con la mano en la manilla, se giróa mirar al hombre tumbado.

    —No lo olvides. Nada de esto ha ocurrido. Eso, señor, es tu única esperanza de salvación.

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    CCCAAAPPPÍ Í Í TTTUUULLLOOO 000444

    A la mañana siguiente Mara despertó cuando Ruth abrió las cortinas con una fuerza queindicaba desaprobación.—Buenos días, y espero que haya aprendido la lección acerca de los hombres, señorita Mara.—Ay, Dios, ahora soy señorita Mara.Ruth la miró feroz, y las arrugas que formaban su piel algo floja la hacían parecer un perro

    malhumorado.—Lady Mara, entonces. Pero una lady es lo que hace la lady, y una lady no llega a casa con un

    vestido distinto al que llevaba al salir.Mara esbozó su mejor sonrisa de arrepentimiento.

    —Mi querida Ruth, de verdad, de verdad, lo siento mucho, y he aprendido la lección. Novolveré a hacer nada parecido. Palabra de una Saint Bride.La expresión de Ruth continuó feroz, pero Mara vio que se había ablandado.—Sé que te asusté, pero no ocurrió nada. Gracias por no decírselo a Ella ni a George.—Lo que debería haber hecho —replicó Ruth, girándose a verter el agua caliente que traía en la

    jofaina para lavarse—. ¿Me da su palabra de cristiana que nunca más va a volver a salirfurtivamente con un hombre?

    —Te lo juro.—¡No sé cómo pudo! Ya le había advertido que nunca se puede confiar en un hombre, milady.

    La única seguridad para una mujer es no estar nunca sola con uno. Son bestias rapaces que...Dejando resbalar por la espalda el conocido sermón, Mara se bajó de la cama y se quitó elcamisón. Ruth tenía su punto de razón, como lo demostró Berkstead; pero una mujer no estátotalmente indefensa, como lo demostró ella. Aunque tenía que reconocer que si él hubieraplaneado algo peor que un compromiso obligado, se habría encontrado en un grave aprieto.

    Y si no hubiera encontrado a Dare...Pero él le había demostrado claramente que sí se puede confiar en los hombres.¿Y qué voy a hacer con ese horrible vestido, milady?Encontraré una manera de devolverlo.

    ¿Cómo voy a explicar la desaparición de su vestido rosa? Eso es lo que me gustaría saber.Mara deseó ordenarle que dejara de preocuparse, pero le debía dejarla sentir toda la

    preocupación que quisiera sentir.—¿Quién se va a fijar aparte de nosotras? —colijo—. Lord Darius ya encontrará una manera de

    devolverlo.—Ese no tiene ni una pizca de seriedad en todo su cuerpo.—Ha cambiado.—Y no para mejor, seguro. Cuando pienso en lo que podría haber ocurrido, usted sola con él

    así.

    —Ruth, es como un hermano.—Pero no lo es.

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    Ruth estaba inclinada sobre un cajón, y al parecer ya se había calmado, porque estaba sacandoropa interior limpia.

    Mientras se lavaba, Mara exploró sus emociones en busca de la vergüenza por esa noche. Perocomo la chica mala que era, no la encontró. Sabía que había sido estúpida, y esperaba que nadie losupiera nunca, aparte de Ruth, Dare y Berkstead, claro. Pero no podía lamentar algo que al finalfue tan «fascinante».

    Mirando en retrospectiva desde la seguridad en que se encontraba, incluso hallabaemocionante su huida por las oscuras calles. Y Dare, qué magnífico había estado. Deseó haberpodido verlo enfrentar a Berkstead, pero, claro, había tenido que volver a la casa antes que a Ruthle entrara el pánico.

    Y Dare no se lo habría permitido.Se cepilló los dientes pensando en eso.

    No, no se lo habría permitido, y eso la fascinaba también. Si decidía hacer algo a lo que él seopusiera, sería un desafío. Qué interesante.Y ya tenía un verdadero desafío, uno totalmente aceptable. Iba a provocarlo, a gastarle bromas

    y a obligarle a volver al mundo, y comenzaría ese mismo día.Se enjuagó la boca y escupió el agua.—¿Qué tiempo hace?—Fresco y nublado por el momento, milady, pero no es probable que llueva, según la cocinera,

    que siempre lo siente en los huesos.Mara fue hasta la ventana a ver con sus ojos cómo estaba el día.

    —¡Señorita Mara, está totalmente desnuda!Mara se tapó con la cortina de damasco azul y miró. Claro que ahí no era mucho lo que veía, a

    diferencia de lo que veía desde su ventana en Brideswell. Desde ella podía ver hasta muy lejos loscampos de Lincolnshire, y leer el tiempo como en un almanaque.

    —Apártese de ahí, milady, y póngase decente, que podría verla un hombre.Mara nunca había descubierto si a Ruth le había hecho daño algún hombre o si esos miedos le

    venían de otra cosa, pero era un rasgo que la sacaba de quicio. Según su experiencia, a veces loscaballeros eran irritantes, pero nunca verdaderamente peligrosos.

    Se giró para ponerse las enaguas.

    —Ruth, francamente. Aun en el caso de que un hombre me viera el cuerpo desde la plaza nopodría subir hasta aquí a violarme, ¿verdad?—Podría saltarle encima cuando salga.—Nunca salgo sola. Por lo general me porto exactamente como debe comportarse una damita.

    Incluso llevo corsé, y no lo necesito —añadió, metiendo los brazos por los agujeros para que Ruthle atara los lazos a la espalda.

    —En casa sale a vagar por ahí.—Pero no en la ciudad. Ni siquiera en Lincoln.Ruth le apretó con especial fuerza los lazos del corsé.

    —Necesito respirar, ¿sabes? —protestó.—Un corsé convenientemente ceñido le recordará que es una dama. Es demasiado confiada.

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    —Demasiado sin aliento, querrás decir. ¡Basta!Ruth se ablandó y le aflojó los lazos hasta dejarle el corsé ceñido con naturalidad. Entonces ella

    dijo:—Reconozco que juzgué mal al comandante Berkstead, pero aún así, su principal intención era

    casarse conmigo. Fue muy extraño. Parece que de verdad cree que me ama.—Usted es una esposa muy deseable, milady, y es necesario que tenga presente eso. Pero,

    claro, de ninguna manera podría casarse con un hombre de «Northumberland».Lo soltó como si se refiriera a los Mares del Sur.—Se lo dije. No sirvió de nada. Ruth le pasó las medias y las ligas.—Algunas personas no oyen nada aparte de lo que desean oír. ¿Qué vestido se pondrá hoy,

    milady?Mara se puso la primera media, pensando pesarosa en las rotas, y luego en Dare arrojándolas al

    fuego. Ese recuerdo la emocionó, pero en realidad todo lo de Dare de esa noche la emocionaba.Su manera de moverse, su mirada franca, su boca firme...

    —Milady, ¿qué vestido?Mara salió bruscamente de sus indecorosos pensamientos.—El rojo ladrillo. Voy a salir a pasear en coche con lord Darius esta mañana. Tienes que

    reconocer que es tan inofensivo como la menta.Ruth se giró a buscar el vestido, mascullando.—Es un adicto.Cuánto le fastidiaría a Dare que hasta los criados lo supieran.—Está mejor.—¿Pasear por dónde? —preguntó Ruth llevándole el vestido y la chaquetilla.—No es asunto tuyo —contestó Mara, a modo de recordatorio general de quién era la criada y

    quién la señora, pero se apresuró a añadir —: Por Hyde Park. A la luz del día. Nada podría ser másinsulso.

    Ruth hizo un mal gesto.—Todos conocemos a Dare desde que era un chaval —protestó Mara —. No hay ni una pizca de

    maldad en él. Ni una pizca. Así que no se hable más.Ruth dejó de quejarse, pero la forma como caminó hasta el armario y sacó el sombrero estilo

    chacó que iba con el traje revelaba rebeldía. Los criados viejos que llevaban muchos años en lafamilia podían ser un suplicio, pero ella no lograba imaginarse cómoda con una doncella pocoexperimentada. Ruth ya la atendía cuando estaba en la sala cuna.

    Normalmente no sentía mucho interés por su ropa después de comprarla, pero ese día semostraba muy preocupada por su apariencia, porque quería verse bien para Dare, porque esanoche él la había visto tan desastrosa.

    Estaba consciente de que su mente le giraba de forma extraña, pero eso no la sorprendía. Todoel día anterior se había sentido sofocada por el tedio, pero la noche la había arrojado en otrasaguas, aguas peligrosas, aguas que le gustaban bastante.

    El matiz oscuro del vestido rojo era práctico para el aire de Londres, que normalmente conteníahollín, pero también le sentaba bien. Le destacaba las vetas rojizas del pelo moreno y le hacía

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    resplandecer la piel. La chaquetilla tenía tantos fruncidos y trencillas de adorno que le aumentabael volumen de los pechos en unas cuantas pulgadas.

    Claro que Dare sabía la verdad.—¿Qué le pasa, milady? —le preguntó Ruth, arreglándole la caída de la falda —. Este es uno de

    sus favoritos y le sienta muy bien.Mara se giró, encogiéndose de hombros.—Nada. Una oca ha pasado revoloteando por encima de mi tumba.—¡No diga eso, señorita! Es señal segura de malas noticias, eso es lo que es. Vamos, justo antes

    de que nos enteráramos de que el viejo conde había muerto y su pobre padre debía convertirse enconde de Marlowe, yo había dicho exactamente lo mismo: «Una oca ha pasado revoloteando porencima de mi tumba». Juro que es cierto.

    —No lo dudo —contestó Mara, pero deseó poner los ojos en blanco.

    El año anterior, el conocimiento de que ese pariente lejano, el conde de Marlowe, estaba en sulecho de muerte, se había cernido sobre Brideswell como una niebla fría, haciéndolos tiritar atodos de una u otra manera, porque su muerte acarrearía cambios terribles.

    Esa muerte convertiría a su padre, el sencillo señor Saint Bride, y feliz de serlo, en conde. Y peoraún, la sede principal del conde de Marlowe era una mansión famosa en todo el mundo por superfección clásica, una mansión a la que todos habrían tenido que acudir al menos una parte delaño, pues no podía quedar abandonada.

    Ni siquiera la alegría por el regreso de Simon de Canadá disipó del todo la tristeza. Seguro queun montón de ocas debieron andar corriendo como locas de un lado a otro por el camposanto.

    Pero el regreso de Simon trajo la solución. Su padre heredó el condado y Simon, como herederosuyo, se convirtió en lord Austrey. Nada podría haber impedido eso. Entonces Simon y su flamanteesposa se echaron encima el deber de vivir en la mansión y cuidar de ella. Con eso, el resto de lafamilia Saint Bride, desde los abuelos hasta los bebés, quedó libre para continuar viviendo en laacogedora e imperfecta Brideswell.

    Claro que Simon le tenía un cariño inmenso a la casa, pero sus sentimientos no podían ser tanintensos como los del resto de la familia. Al fin y al cabo, había batallado para marcharse, paraviajar, y luego pasado varios años en Canadá.

    Pese al pelo del Negro Ademar, se estremecía ante la idea de pasar mucho tiempo lejos deBrideswell o, peor aún, ante la idea de vivir lejos. ¡Northumberland! Berkstead estaba loco.

    Sonó un golpe en la puerta. Era un lacayo que le traía una nota. La abrió emocionada, auncuando sabía qué debía ser.

    Era de Dare, solicitándole formalmente el placer de su compañía para un paseo en coche, a lasdiez. Nunca había visto su letra, así que la examinó: trazos y bucles largos, pero muy pulcros. Tuvola extraña seguridad de que antes su letra tenía que haber sido más libre, menos perfecta. Doblóel papel y lo guardó en el cajón del escritorio.

    —Supongo que debo pedirle permiso a Ella. Ve a ver si me puede recibir, por favor.Cuando Ruth salió, se puso los zapatos, consciente de lo sensibles que tenía las plantas de los

    pies. Qué suerte que le hubiera sugerido un paseo en coche y no una caminata.

    Sus pensamientos se desviaron a la suavidad con que Dare le lavó los pies. ¿Sería frecuente quelos hombres les lavaran los pies a sus señoras? No logró imaginarse al sensato George lavándolelos pies a Ella. Pero ¿Simon lavándole los pies a Jancy? Sí, tal vez.

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    Había encontrado educativo algo que percibió en la relación entre Simon y Jancy, tal vez debidoespecialmente a que Jancy y ella tenían la misma edad. Claro que los recién casados se portandecorosamente en público, y a todos los enamorados se los sorprende de vez en cuando

    mirándose o intercambiando sonrisas secretas.Pero la relación entre Simon y Jancy le había parecido muy intensa. Casi ardiente, lo bastante

    ardiente como para estremecerla a ella, por la sensación que le producía. Lógicamente, despuésde eso sus pretendientes de Lincolnshire le parecieron más sosos aún.

    Se ató el cordón pensando que igual estaba dominada por el pelo del Negro Ademar despuésde todo. No en lo de desear viajes y aventuras sino en los asuntos del corazón.

    Se sacudió para quitarse esa idea. Al parecer Simon ya había agotado su deseo de recorrermundo. Tal vez después de un poco más de alboroto en Londres, ella se establecería feliz con unode sus apacibles y responsables vecinos, Matthew Corbin, quizás, o Giles Gilliart.

    ¿O con Dare? El corazón le dio un golpeteo de alarma.Pero Dare era de Somerset, casi tan lejos de Brideswell como Northumberland. Imposible.Fue hasta el tocador a ponerse los pendientes de perlas y granates. Pasado un momento de

    vacilación, se aplicó un poco de pintalabios.¿Qué haces, Mara?Cualquiera diría que deseaba atraer a Dare.Tonterías, pero algo ronroneó en lo más profundo de ella.Entró Ruth.—Lady Ella está libre para verla, milady.

    Mara pegó un salto como si la hubieran sorprendido cometiendo un pecado y salió a toda prisaen dirección a la habitación de su hermana. Entró con los pensamientos en otra parte, y seencontró ante George y Ella besándose; y no un simple besito en la mejilla.

    —Ah, perdón...Ya casi había cerrado la puerta cuando Ella le gritó:—¡No seas boba, cariño! Entra, entra.Volvió a entrar y encontró a su hermana y su cuñado ya separados y sonrientes, pero

    ruborizados.—Lo siento, de verdad. Ruth me dijo... Ella sonrió y miró traviesa a su marido.

    —George acaba de entrar a despedirse. Con tantas reuniones y comités, cree que lo esperaotro largo día en la Cámara.

    George, hombre robusto y rubicundo, asintió.—Estamos en una época de problemas. Debo irme. Querida mía, Mara.Mara observó que su hermana se lo quedaba mirando hasta que salió.—Me gustaría casarme con un hombre así —dijo.Ella la miró sorprendida.—¿Como George? No haríais buena pareja.Ella era tan robusta como su marido, aunque con una piel blanca y rosa perfecta y la cintura

    estrecha, por el momento. De su suave pelo castaño, el pelo Brideswell correcto, sólo asomabanunas pocas ondas por el borde de una cofia de encaje atada debajo del mentón.

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    —No. Lo volvería loco—concedió Mara, riendo —. Quiero decir un hombre al que yo puedaadorar como lo adoras tú, y que sienta lo mismo por mí.

    —Ah, pero por supuesto. No harías bien casándote por menos. Sobre todo teniendo ese pelo.Entró la doncella de Ella con una jarra de chocolate recién hecho y lo puso en la mesa junto a la

    ventana, donde Ella había estado tomando su desayuno.—Siéntate y come —le dijo entonces, ocupando su sitio y sirviéndole chocolate —. Yo no puedo

    hacerle justicia a esto. —Mordisqueó una tostada —. He observado que las personas necesitancosas diferentes en el matrimonio. Sírvete un panecillo de pasas, cariño. Siempre son excelentes yasí yo lo disfrutaré a través de ti.

    Mara cogió uno y le puso mantequilla.—¿Quieres decir que a algunas personas les gusta un panecillo de pasas para desayunar y a

    otras les gustan las tostadas sin mantequilla?

    —A mí no me gustan las tostadas sin mantequilla, como bien sabes. Espera a que te toque a ti.Todas nos sentimos así, pero parimos bien, y eso hay que agradecerlo. Ahora bien, ¿dóndeestaba? Ah, sí. Algunas personas parecen realmente contentas con un matrimonio frío, uno en queel cónyuge no es más que un amigo para ellas. —Volvió a llenarse la taza de té —. La mayoríanecesitan algo más cálido, pues de lo contrario son desgraciadas en el mejor de los casos e infielesen el peor. Unas cuantas necesitan fuego. Me imagino que el pelo del Negro Ademar exige eso.

    Mara bebió unos cuantos tragos de chocolate, deseando tener la osadía para preguntarle a suhermana en qué lugar de ese termómetro colocaba su matrimonio.

    —¿Por eso todavía no he encontrado a un hombre que me convenga?—Es muy probable, pero aun eres joven.—Tú te casaste a los veinte.—Encontré a George.El tono presumido de Ella hizo reír a Mara.—No es una gran proeza, ya que ha vivido a menos de cinco millas de Brideswell toda su vida y

    entraba y salía de casa también. No encontrarlo habría sido el milagro.Ella se rió también.—Sabes lo que quiero decir. Él estaba ahí esperándome y yo esperándolo a él.Ella nunca había expresado ideas tan románticas, pero tenía razón. Hacía ya unos cuatro años,

    ella y George Verney se habían «reconocido». De repente cambiaron y actuaron como unosidiotas, para gran diversión de todos, y luego anunciaron que deseaban casarse como sisupusieran que todos se iban a sorprender.

    —¿Y no tenías ni idea? —preguntó —. Conozco a todos los jóvenes posibles en treinta millas a laredonda de Brideswell, y no me imagino que de pronto vea a uno de ellos rodeado por una luzdorada.

    —Ay, Dios—suspiró Ella, cogiendo otra tostada —. Podría llegar algún desconocido a la zona.—O igual yo podría encontrar mi destino aquí —dijo Mara. Miró atentamente a Ella esperando

    una expresión de horror, pero esta pareció interpretar eso como una queja.—Lo siento, cariño. De verdad deseo llevarte a reuniones más animadas, pero en estos

    momentos siento revuelto el estómago cuando menos me lo espero. Y me canso muy fácilmente,sobre todo al final del día.

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    Mara le cogió la mano y se la apretó.—No te aflijas. Ya tengo la solución. Dare Debenham me ha invitado a dar un paseo en coche

    esta mañana.En lugar de manifestar alegría, de la cara de Elle desapareció toda expresión.—¿De veras crees que eso es juicioso, cariño?—¿Por qué no?Ella se ruborizó, y movió de aquí allá la tostada.—Lo sabes.—El opio—dijo Mara, casi en un gruñido.—Bueno, sí. Es una desgracia para él, pero podría volverlo, mmm, peligroso.—¿De qué manera? ¿Crees que va a echar espuma por la boca o intentar violarme?

    Entonces pensó si habría algún motivo para que Dare evitara la sociedad. ¿Tendría ataques?¿Se quedaría dormido? ¿O se volvería loco?—¿Tienes algún motivo para inquietarte?—No.—¿Por qué dices eso, entonces? Viste a Dare el otro día. No estaba ni adormecido ni

    desquiciado.—Pero ha cambiado mucho.—¿Desde la boda de Simon? —dijo Mara, simulando que entendía mal —. Sí, se veía más

    robusto, ¿verdad? Además, sólo vamos a dar una vuelta por Hyde Park.

    —Ocúpate de que lleve a un mozo.—¡Ella, francamente! No necesito a un criado para sentirme segura con Dare.—No, pero ojalá estuviera Simon aquí.Eso le recordó, desagradablemente, que Simon parecía considerar a Dare algo así como una

    copa de cristal trizada, que siempre había que manejar con mucho cuidado. Pero ¿qué podría irmal en un paseo en coche por el parque?

    —¿Me das tu permiso? —preguntó, levantándose.—Con un criado presente.—Claro que sí —dijo Mara, y después de darle un beso en la mejilla salió a toda prisa de la

    habitación.Cuando llegó a su habitación estuvo un momento pensando, ceñuda, y finalmente decidió

    escribirle a su hermano mayor. Le habló de esto y lo otro y le preguntó cuándo llegaría a Londres,añadiendo «como prometiste» y subrayando las dos palabras. Entonces le contó lo del encuentrocon Dare en el parque y que dentro de un momento la llevaría a pasear en coche, y tal vez a otroslugares los días siguientes.

    Consultó su guía y puso algunas de las atracciones más recomendadas: la abadía deWestmisnter, el Pabellón Egipcio, la Torre de Londres, la colección de fieras en la casa ExeterChange, la exposición de maquetas en corcho de Dubourg, y la exposición Panorama de Barker.

    Si Simon creía que esa ronda de actividades dañaría a Dare, seguro que vendría a toda prisa.Dobló la carta, la selló y puso la dirección: The Right Honorable, the Viscount Austrey, Marlowe,

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    Notts. Esa horrenda casa era tan famosa que tal vez podría haberse limitado a dirigirla a Marlowe,the Globe, pues llegaría igual. Simon agradecería la oportunidad de escapar.

    Le entregó la carta a Ruth.—No esperaré a que la franquee George. Encárgate de que un lacayo la lleve al correo; que la

    envíe por correo expreso.Ruth frunció los labios ante tal derroche, pero el asunto valía el precio de una o dos libras.

    ¿Para qué está el dinero si no es para cuidar de los amigos y familiares?Ruth salió a hacer el recado, así que se puso el sombrero alto sola, afirmándolo con un par de

    horquillas, y luego movió la cabeza de un lado a otro para comprobar que se mantenía en su lugar.Le añadía más de un palmo a su estatura, sin contar la pluma algo enroscada, y eso le gustó.

    La impaciencia le impedía esperar en su habitación, así que bajó. Cuando iba por la mitad de laescalera oyó el golpe de la aldaba, y cuando se asomó al vestíbulo vio entrar a Dare. Se detuvo,

    impresionada por lo normal que se veía. No, no normal: extraordinariamente apuesto bajo la luzde un rayo de sol.Entonces se le ocurrió que debía de gastar una fortuna en ropa. Por lo que había oído, cuando

    lo encontraron estaba en los huesos y demacrado, pero claro, necesitaba ropa; en la boda todavíaestaba demasiado delgado, pero llevaba ropa de su talla. En ese momento la chaqueta verde, lascalzas beis y el chaleco crema calzaban a la perfección a su cuerpo fuerte y sano. Pero, porsupuesto, no estaba más escaso de dinero que ella.

    Continuó bajando la escalera y lo saludó alegremente. Tomando en cuenta la presencia dellacayo, añadió:

    —Qué amabilidad la tuya sugerirme un p