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Traducción de MARIANA SAIJL MICHELLE PERROT MI HISTORIA DE LAS MUJERES FONDO DE CULTURA ECONÓMICA MÉxco - ARGENTTNA - BRASTL - CoLoMBTA - CHrLE - EspAñA EsrADos UNrDos DE AMÉRlcA - PERú - VENEZUELA

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Page 1: Perrot, Michelle, “II. El Cuerpo”,  pp. 51-104

Traducción deMARIANA SAIJL MICHELLE PERROT

MI HISTORIADE LAS MUJERES

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

MÉxco - ARGENTTNA - BRASTL - CoLoMBTA - CHrLE - EspAñAEsrADos UNrDos DE AMÉRlcA - PERú - VENEZUELA

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II. EL CUERPO

EL cuERpo de las mujeres, he aquí lo que nos ocupará ahora.No el cuerpo inmóvil en sus propiedades eternas, sino el cuer-po en la historia, en la lucha contra los cambios del tiempo,pues el cuerpo tiene una historia física, estética, política, idealy material de la que progresiva y recientemente han tomadoconciencia los historiadores,r Y la diferencia de los sexos quemarca a los cuerpos es un aspecto mayor de esa historia. Noes lo mismo ser niña o varón, viür en la Edad Media o en elsiglo xx. En la diferenciación de las edades de la üda,Philippe Ariés fue pionero con st obra El niño y Ia vida fami-liar en el Antiguo Mgimen.z * lrata de un niño relativamenteasexuado, no se sabe bien por qué: ¿representación de laépoca o del historiador que la describe?

He aquí algunos de los aspectos que abordaremos en suhistoricidad: las edades de la vida de una muje¡, las aparien-cias, el ejemplo de la cabellera, la sexualidad, la maternidad,la prostitución.

LAS EDADES DE LA VIDA DE UNA MUJER

En un primer momento, impacta la longevidad de las muje-res: hoy en día las francesas gozan de unos ocho años másde esperanza de vida que los hombres.

I Alain Corbin, Jean-Jacques Courtine, Ceorges Vigarello (dirs.),I lístoíre du corps, 3 vols., Parfs, Seuil, 2005-200ó ltrad. esp.: Historía delcrre4po, Madrid, Taurus, 20051.

, Philippe Ariés, ¿Enfant et la Víe dc fatflillc sous I'Attcien Mgíme,País,Plon, 1958 [trad. esp.: El niño y la úda familiar en el Ahtiguo Régínterl,Madrid, Taurus, 19731.

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Pero no siempre fue así. En la Edad Media y en la épocamoderna la tasa de mortalidad de las mujeres parece habersido superior a la de los hombres, debido a la fuerte morta-lidad en el momento del parlo. La maternidad era devasta-dora, sobre todo porque en caso de dificr¡ltades era preferi-ble salvar al niño antes que a la madre: así ocurrió en lasprimeras cesáreas, practicadas en Italia. Durante el siglo xtxla tuberculosis afectó con gran intensidad a las mujeres, enparticular a las del pueblo, subalimentadas crónicas.

La longevidad femenina es un hecho reciente, ligado alprogreso de la obstetricia y la ginecología, a la mejor alimentación de las mujeres, que gozan de mejores tratamien-tos médicos y son más frugales. La prevención está integra-da a la educación desde hace mucho tiempo. "Las niñasdeben ser propensas a contenerse desde muy temprano",según Rousseau. Ei riesgo, cualquiera sea la forma queadopte, es inherente a la cultura de la virilidad. Por lodemás, la distancia entre los sexos tiende a reducirse amedida que el modo de vida de las mujeres se aproxima alde los hombres: ellas fuman, beben, trabajan, circulan, via-jan como ellos, viven y mueren casi cono ellos. Y esta cir-cunstancia enseguida sugiere hasta qué punto la longevidadno es un hecho natural, sino cultural y de comportamiento.Lo biológico se disuelve en lo existencial.

Resultado: la cuarta edad es femenina. Las mujerespueblan los geriátricos. La soledad de las mujeres ancia-nas, pauperizadas, dotadas de una jubilación inferior y derecursos bajos, es uno de los problemas de nuestro tiem-po que da una idea de la ambivalencia de los avances enese terreno.

Empecemos por el principio, el nacimiento: la niña es

menos deseada. Anunciar "Es un varón" es más glorioso quedecir "Es una niña", debido al valor diferente atribuido a lossexos, lo que Franqoise Héritier llama la "valencia diferen-cial de los sexos". En los pueblos de antaño, las campanas

EL CUERPO 53

lepicaban menos tiempo por el bautismo de una niña, asícomo por el entierro de una mujer.: El mundo sonoro estásexuado.

El infanticidio de niñas es una práctica muy antigua ysigue siendo masivo en India v sobre todo en China, a causacle la limitación a un hijo único: se elimina a las niñas(actualmente sobre todo se aborta) hasta tener un varón.Ésa es la causa de que falten millares de ninas, a pu.rto iaique en 198ó las sociedades de obstetricia v ginecología delndia declararon "crimen contra la humanidad,, al ,feti.i-dio" femenino. Se profundiza un déficit demográfico deniñas que comienza a preocupar a los demógrafos como un¡.msible fieno a la reproducción.

La primera infancia es relativamente asexuada. La pala_l¡ra "bebé" funciona como una denominación neutra. Hastalos 3 o 4 años, los niños visten casi la misma ropa, una bata,más práctica para sus "necesidades,,; usan el mismo largo decabello, iuegan a los mismos juegos, viven en las fáldascle las muieres. En los asilos se confunden las niñas v losralones. Luego comienza un lenlo proceso de sexuación.

La niña pequeña es una desconocida. Antes del siglo xxexisten pocos relatos de la infancia de las niñas; GeorgeSand es la excepción. En Historia dc mi vida cuenta largá-r¡lente su vida cotidiana, la relación con su mad.e, con surrlrtrela, sus juegos: habla de sus muñecas, evoca sus prime-las lecturas, sus fantasías sobre las alfombras o los empape_lados contemplados durante las interminables siestas de lairrlhncia. Más tarde, las autobiografías de escritoras multi-¡rlican estos relatos: Marguerite Audoux, Colette, NathalieSa¡raute, Christa Wolf han provisto hermosos ejemplos. ALr largo del siglo xrx, la literatura edificante o novelesca pro_¡xrr-cionó los elementos para una galería de niñitas: Sophie(l¡r condesa de Ségur), Alicia (Lewis Carroll), la pequena

I Alain Corbin, &s Clo ches de la terre, parís, Albin Michel, i 994.

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Fadette (Sand), Cosette (Victor Hugo). Una exposición en elMuseo de Orsayl subraya la presencia de las niñas en la pin-tula, sobre todo en la impresionista. Élisabeth Vigée-Lebrun pinta a su hiia; Berthe Morisot a la suya, a su Julia,en todas las etapas de su vida.

Pero más allá de estas representaciones, no resulta fácildelimitar la vida real de las niñas. Están más encerradas,más vigiladas que sus hermanos, y si se agitan demasiado se

las califica de "varones fallados". Se las pone a trabajar mástemprano en las familias populares, campesinas u obreras,retirándolas precozmente de la escuela, sobre todo si son lashijas mayores. Se las recluta para tareas domésticas de todaclase. Futura madre, la niña reemplaza a la madre ausente.Se la educa más de lo que se la instruye.

La escolarización de las niñas no va al ritmo de la de losvarones, sobre todo en los paÍses católicos. Desde este puntode vista, el protestantismo -preocupado por que ambossexos lean la Biblia- es mucho más igualitario. En la catoli-cidad, las religiosas se hacen cargo de los talleres de cari-dad, donde las niñas aprenden rudimentos de lectura, ora-ción y sobre todo costura. Forman una mano de obra idealpara la industria de, por ejemplo, el encaje; así sucedió en labaja Normandía, alrededor de Bayeux y de Caen, durante elsiglo xvrr y sobre todo el xvrrr.

Muy temprano se establece un vínculo entre niñas y reli-gión... Deben ser "educadas en el regazo de la Iglesia",según la fórmula de Monseñor Dupanloup. Para ellas, lapiedad no es sólo su deber: es su habitus.

Las Leyes Ferry (1881), que instauran la escuela laica,obligatoria y gratuita para ambos sexos, hasta los 12 años,con los mismos programas (para el mismo certificado deestudios, que sin embargo las niñas tardan más en aprobarque sus hermanos), son a su manera una revolución, aun

a lzs Petites Fílles mo¿en1es (1989) , lr^io la dirección de Nicole Sa!T,.

EL CUERPO

cuando las niñas ya estaban ampliamente alfabetizadas.Preocupada por la reputación moral, la Escuela separa lossexos en tn espacio no tnixto.

La n-ruchacha es mucho más visible. De hecho, originóuna cantidad bastante numerosa de trabajos.s En la litera-tura, los personajes de las muchachas se multiplican; sur-can la novela inglesa, las de Jane Austen, por ejemplo, y, enmenor medida, las de Balzac -Ursule Mirouet, EugénieGrandet- o George Sand. En Proust, avanzan en malón. Lamuchacha fascina por su frescura, por su indecisión, por sunisterio, por la imagen de pureza que encarna y que redu-cía a Kafka, el novio eterno, a la impotencia.

Su existencia comienza en un momento clave: la puber-tad. Ésta, sin embargo, es poco celebrada en las sociedadesoccidentales, que más bien la callan. No existen muchosritos de pasaje para este momento crucial de la adolescen-cia. En la campiña borgoñesa, en el pueblo de Minot queestudia Yvonne Verdier (1979), las muchachas pasan elinvierno de sus 15 años en lo de la costurera, bordando conhilo rojo sus iniciales en las sábanas de su futuro ajuar: la"marquette" representaba la iniciación en los secretos de lavida como mujer. Pero en general es más bien el silencio delpudo¡ incluso la vergüenza, lo que se relaciona con la san-gre de las mujeres: sangre impura, sangre cuyo flujo invo-luntario es "pérdida" y signo de mue¡te. La sangre masculi-na de los guerreros "riega nuestros surcos" de gloria. Elesperma es simiente fecunda. La diferencia de los sexosjerarquiza las secreciones. Sin embargo, "ver la propia san-gre" o no verla más es fundamental para las mujeres, peroen la intimidad del cuerpo, en el secreto del sexo y a menu-do en la incomodidad más absoluta. Hay que esperar hasta

¡ Gabrielle Houbre, l¿ Dkcipline de l'atnour, P^rís, plon, 1997; G.Houbre (dir), "Le temps des jeunes filles", en Clio. Histoire, femnles etsoci¿t¿s, nírm. 4, 1996; G. Houbre ¿l al., Ip Cotps des jeunes filles, deI'Atúiquit¿ d nos jouts, París, Perrin, 2001.

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la década de 1970 para que las madres hablen preventiva-mente a sus hijas de la menstruación, para que la higienetome en cuenta sus "indisposiciones", como se decía antes,y para que la publicidad ensalce las mejores protecciones.

Se canta, se persigue, se ügila hasta la obsesión la ürgi-nidad de las muchachas. La Iglesia, que la consagra como vir-tud suprema, celebra el modelo de María, virgen y madre.Los pintores de la Anunciación, gran tema medieval, repre-sentan al ángel prosternado en la habitación de soltera consu lecho angosto. Esta valorización religiosa está laicizada,sacralizada y sexualizada: bajo el Segundo Imperio, el blan-co, el casamiento de blanco, se convierte en un símbolo dela pureza de la promesa.

Preserva! proteger a la muchacha es una obsesión fami-liar y social.

Es que la violacióz es un riesgo mayor. Es un rito de ini-ciación masculina tolerado en la Edad Media; GeorgesDuby y Jacques Rossiaudo describieron las bandas de jóve-nes varones en busca de una presa. Y desgraciada de aque-lla que se deje atrapar. Siempre se guardará la sospecha deque es una chica fácil. Desflorada, sobre todo si lo ha sidopor muchos hombres, ya no encontrará quién la tome.Deshonrada, está condenada a la prostitución. En el sigloxD( los tribunales sólo condenan la violación colectiva. Encaso de ser violada por una sola persona, la muchacha (o lamujer) casi siempre se presume consentidora: podría haber-se defendido. Por otra parte, la violación es considerada undelito correccional, a título de "golpes y heridas". Recién en1976 será calificada de "crimen" por la ley.

Hay diferencias sociales considerables que marcan lacondición de las muchachas. La libertad de la joven aristó-crata, que anda a caballo, que practica esgrima, que tiene

6 Jacques Rossiaud, "Prostitution, jeunesse et société dans les villes duSud-Est au xv( si¿cle", en Arutales ¿sc, n:úñ.2, 1976, pp.289-325.

EL CUERPO 57

Lln preceptor o una institutriz, como sus hermanos, y que encaso de necesidad puede aprender mdimentos de latín, con-trasta con la custodia de la joven burguesa, educada por sumadre, iniciada en las tareas del hogar y las artes del ocio(el sempiterno piano), refinada por algunos años de acade-mia o internado y sometida a los rituales de entrada en elmundo, que apuntan a casarla. A menudo, la muchacha delas clases populares es colocada desde muy temprano en laservidumbre. Si es criada rural (corno la María Clara dela provincia de Berry que imaginó Marguerite Audoux), engeneral se ve expuesta a trabajos duros y a problemas rela-cionados con la promiscuidad; si es "mucama" de ciudad, alriesgo de la seducción. Otras son colocadas como aprendi-zas en talleres de costura o en fábricas.

No es fácil ser una muchacha, con las limitaciones delcuerpo y el corazón, tan poco libre para tomar decisionessobre el futuro o tener proyectos amorosos, tan expuesta ala seducción, al hijo no deseado (cuyo padre está prohibidobuscar, de acuerdo con la ley napoleónica), a la soledad y alabandono. Las chicas tienen sus enfermedades: la melanco-lía, la anorexia (la palabra aparece en Inglaterra hacia1880), que delata un malestar y una obsesión por la delga-

dez, pero también el rechazo a la única salida que se les pre-

senta, el matrimonio.Llave hacia el "estado de mujer",z el matrimonio es la

condición normal de la enorme mayoría de las mujeres (del

orden del 9oo/o hacia 1900 en Francia, un poco menos enGran Bretaña). Este índice parece ser aun más alto en lospaíses islámicos o en Africa, sitios que ignoran la solteríacomo vía hacia Ia perfección instituida por el cristianismo.Esto no ocurre en el siglo xrx, que hace una apología dela maternidad y la utilidad. La soltería está considerada

7 Natalie Heinich, E¡a ts de feftmte. L'ídelltité fénítrine dans Ia fictíon occi-tl¿nule, Pa¡ís, Gallimard, 1992.

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la situación de las "no colocadas", las "solteronas" que seránbuenas tías (con herencia) o chisnosas temibles (ln primaBette de Balzac). La soltería es una decisión difícil que supo-ne cierla independencia económica. Sin embargo, pareceser más frecuente a principios del siglo xx, sobre todo enInglaterra, donde se deploranlas redund.ant women pues nose sabe qué hacer con ellas.

El matrimonio, "arreglado" por las familias y a su volun-tad, pretende ser una alianza antes que un acto de amo¡, de-seable pero no indispensable. Los padres desconfían de lapasión, destructiva, pasajera, contraria a una buena raigam-bre, a las uniones duraderas que fundan las familias estables."Matrimonios por amoríos terminan en líos", decía Brantóme.

El holismo familiar en la Edad Media es total, sobretoáo en la aristocracia, dominada por las estr"ategias de lina-je que la Iglesia favorece al convertir el matrimonio en unsacramento, ligado en principio al consentimiento de losesposos. Más nominal que Ieal, este consentimiento contie-ne sin embargo el germen de reconocimiento de la autono-mía de las mujeres y una personalización del matrimonio,que se opera lentamente, con el correr del tiempo. Así, asis-timos a la larga y lenta expansión del matrimonio por amor,proceso en el cual las mujeres del siglo xrx tuvieron unpapel determinante y cuya apología lideran las novelistas(Jane Austen y George Sand). Síntoma certero de la indivi-dualización de las mujeres, y de los hombres también, elmatrimonio por amor anuncia la modernidad de la pareja,que triunfa en el siglo xx. Los términos del intercambio secomplejizan: emergen la belleza y la atracción física. Unhombre acomodado puede desear a una muchacha pobre,pero bella. Los encantos de una muchacha constituyen uncapital.

Por supuesto, el amor conyugal puede existir. Pero esuna suerte, o el triunfo de la virtud. El amor es más bienexterior al matrimonio: largamente tolerado en los hom-

EL CUERPO 59

bres, cuya sexualidad es irreprimible, lo es mucho menos enlas mujeres, cuyo adulterio es pasible de ser juzgado en lostlibunales (mientras que el de los maridos lo es sólo si es

cometido bajo el techo conyugal). Como consecuencia, elmatrimonio por amor es a largo plazo la única salida hono-r-able para una mujer, la llegada de la calma.

La mujer casada es a la vez dependiente y jefa del hogar.De ella depende saber usar los poderes que le son dados odelegados.

Dependiente jurídica, la mujer pierde su nombre. Estásometida a normas legales cuyo objetivo principal es prote-ger la familia: costumbres del Antiguo Régimen; código civilcminentemente patriarcal, legado por Napoleón a Francia e

incluso a toda Europa, que lo adopta en mayor o menormedida y que no reserva para la mujer prácticamente nin-gún derecho.

Dependiente sexual, está obligada al "deber conyugal"que le prescriben sus confesores. Y al deber de la materni-dad, que remata su 1'eminidad. Temida, ignominiosa, laesterilidad siempre se le imputa a la muje4 receptáculo deuna simiente que siempre se supone fecunda. Esta esterili-dad vuelve legÍtimo su repudio: le ocurrió a Josefina <le

Beauharnais.Dependiente en su cuerpo, puede ser "corregida", como

un niño desobediente, por el jefe de la casa, depositario delorden doméstico. "Ouien bien ama bien castiga." Pegarle ala propia mujer es una práctica tolerada, admitida, siemprev cuando no sea excesiva. Si oyen gritar a una esposa mal-tlatada, los vecinos no intervienen. "Zapatero a sus zapa-tos." lMeunier doit étre mattre chez lui.l

La esposa es dependiente económicamente, en la admi-nistración de los bienes (de acuerdo con el contrato matrimo-nial, y siempre en la comunidad), en la elección del domiciliov en todas las grandes decisiones de la vida familiar incluidaslas relacionadas con la educación y el matrimonio de los hijos.

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e()ntratos matrimoniales. En ese momento es cuando Ia rela-( ión con el dinero está más diferenciada. Veamos dos extre-nros: la üeja campesina de las regiones del oaslal (Gévaudan,por ejemplo), donde persiste la práctica del mayorazgo dis-llazado, está obligada a la convivencia y es marginada cuan-(lo se conüerte en una boca inútil; la burguesa parisina deBalzac que goza de cómodos ingresos, como propietaria otrsufouctuaria, lleva una vida mundana o una carrera declama benefactora ensalzada y respetada en las sociedadescle beneficencia y las obras de caridad. Para algunas, la viu-clez marca una época de poder y revancha.r I

La vejez de las muieres se pierde en las arenas del tiem-¡n. Sin embargo, de los relatos autobiográficos o novelescoscmergen figuras de abuelas. George Sand evocó largamentea la suya, Marie-Aurore de Saxe, en fllstoia de mi vida y ensus novelas "rurales", por ejemplo N4,?on. Muy comprome-tida con la educación de su nieta Aurore, escribe para ellalos Cuentos de una abuela. Proust narra el fin de su abuela,primera experiencia mortuoria del nieto. En la sociedadargelina de las novelas y los cuentos de Assia Djebar (inclui-da en la Academia Francesa de Letras en 2005), los ances-tros ocupan un lugar central, como en general en la culturar-ural tradicional, en la transmisión, la memoria y la orali-clad, colectiva o familiar.

Las migraciones, el éxodo mral, fiagilizan particularmen-te a las ancianas, que no encuentran su lugar en las nuevascstrücturas y deben rebuscárselas en el pueblo. Ellas prolife-mn en los asilos de ancianos, que se multiplican en el siglo xxpara paliar la soledad de esos finales de üdas abandonadas.

La muerte de las mujeres es tan discreta como su vida.Los testamentos, los adioses de capillas ardientes se reser-

rr Véase Adeli¡a Daumard, l¿ Boulgeoisie par¡sie1lt1e de 1815 d 1848,París, Albin Michel, 199ó; Scarlett Beauvalet-Boutouyrie, É1¡¿ Neure sousI A11cie11 Régime, Parls, Belin, 2001.

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Sin embargo, en tanto ama de casa y jefa del hogar,tiene influencia y poderes de los que sabe servirse. FrédéricLe Play (180ó-1882), uno de los primeros sociólogos quepublicaron trabajos sobre la familia,a puso en evidencia elpapel de las mujeres de condición modesta en la economíafamiliar y la administración del presupuesto. Las burguesasdel Norte, esposas de industriales, que Bonnie Smith estu-dió,s están muy apegadas al espacio de su casa; católicas ensu mayoría, construyen una vida cotidiana activa v una mís-tica femenina que gira en torno a la reproducción maternaly doméstica. Son madres de familias numerosas y tienen,sobre todo respecto de sus hijas, un elevado sentido de susdeberes de transmisión del papel doméstico y mundano, encuyo marco las comidas y las recepciones ocupan un lugarimportante. Estas mujeres muy ocupadas pueden encontrarla felicidad en el cumplimiento de sus tareas y la armoníade su hogar. La novelista Mathilde Bourdon y Joséphine deGaulle, abuela del general, describieron su existencia v susdramas en domestic novels muy victorianas.

Esta vida de mujer dura poco: la menopausia, tan secre_ta como la pubertad, marca el fin de la vida fértil y, comoconsecuencia, el término de la feminidad según la concep-ción del siglo xx: "yo que ya no soy mujer,,, dice GeorgeSand. "Ya no ver la propia sangre" es salir de la maternidad,de la sexualidad y de la seducción.ro

La viudez necesariamente afecta a muchas mujeres. Esun perlodo muy ambivalente, vivido de maneras distintassegún los entornos sociales, las situaciones económicas y los

3 En series intituladas les Ouvr¡es européexs o I¿s Ouvríers des DeutMor?d¿s, fuentes excepcionales para conocer las familias populares delsiglo xrx.

_ eBonnie Smith, ¿¿s Bourgeoises du trcrd de la Frcnce,parís,pen1ú,19gg(traducción del inglés).

l! Annik Tillier, "Un áge critiquc. La ménopause sous le regard desmédecins des xvrr¡e et xxe siécles,,, en Clio. Histoire, fenunes et sociétés,"Maternités", núm. 2 1, 2005, pp. 269-280.

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van a losjefes de la familia, del hogar o de la hacienda, a losempresarios y los hombres públicos. Los "grandes" entie-rros son para los hombres. Los de Louise Michel o SarahBernhardt son excepcionales y señalan a mujeres converti-das en cuasi heroínas. Por lo demás, en ciertos paÍses

-incluida la Inglaterra del siglo xlx- las mujeres no van alcementerio el dÍa del entierro; justamente ellas que, sinembargo, son las encargadas de cuidar las tumbas.

Una mujer que desaparece no es gran cosa en el espaciopúblico. Pero en el corazón de los descendientes es en gene-ral la abuela la que sobrevive más tiempo. Como un testigopostrero, como la última ternura.

LAs APARIENCIAS: EL CABELLo DE LAs MUJERES

La mujer es ante todo una imagen. Un rostro, un cuerpo,restido o desnudo. La mujer es apariencias. Y esto se inten-sifica en la medida en que, en la cultura judeocristiana, se leasigna el silencio en público. Algunas veces debe ocultarse yotras mostrarse. Hav códigos muy precisos que rigen susapariciones y las de tal o cual parte de su cuerpo. EI cabe-llo, por eiemplo, síntesis de su seducción.

Primer mandamiento de las mujeres: la belleza. "Sé

bella y cállate", se le ordena, quizá desde la noche de lostiempos. En todo caso, el Renacimiento insistió particular-mente en la división sexual entre la belleza femenina y lafuerza masculina. Georges Vigarello muestra las modifica-ciones del gusto y, en particula¡ la valorización de las par-tes del cuerpo segrln las épocas.r2 Hasta el siglo xx, se exa-minaba "lo de arriba": la cara, y luego el busto; hay poco

fr Georges Vigarello, ¡/istoíre de la beauté. la corps et I'art d'etttl¡ellír deIa Reflaissance á flos ior¡s, París, Seuil, 2004 ftra¿. esp.t Hístoria de la belle-za. EI cuerpo y el arte de entbellecer desde el Renacült¡ento hasta tutestrosd1as, Buenos Aires, Nueva Visión, 20051.

EL CUERPO ó3

irrterés en las piernas. Luego la mirada se desplaza hasta "lorlc abajo", los vestidos se hacen más ceñidos al cuerpo, los

.lr¡bladillos dejan ver los tobillos. En el siglo xx las piernasentran en escena. Piénsese en las largas, larguísimas piernas

rle las medias Dim. Al mismo tiempo, la búsqueda de la

"sbeltez, la obsesión casi anoréxica de la delgadez suceden

l)rogresivamente al atractivo de las curvas pulposas de la"belle femme" del novecientos.

La belleza es un capital en el intercambio amoroso o en

la conquista matrimonial. Un intercambio desigual en elque se supone que el hombre, el cautivador, es el único acti-vo, mientras que su compañera debe contentarse con ser(¿rutivante, pero ¡qué ingeniosa en su supuesta pasividad!

l-a Marianne de Marivaux sabe perfectamente cómo anudarsrr bonito pañuelo. Existe una desgracia de las feas, hastat¡r-re el siglo xx la desmiente: todas las mujeres pueden ser

bellas. Cuestión de maquillajes y cosmética, dicen las revis-tas femeninas. Y de ropa también; de allí la importancia de

la moda, placer pero también tiranía, travestismo que mol-clea las apariencias. Un tema de voluntad, agrega MarcelleAuclair en la revista Marie Claire. En suma, no hay derecho¡ ser fea. La estética es una ética.

De allí la rebelión de algunas contra esta dependen-cia. "Son las ropas las que nos usan, y no a la inversa",di.jo Virginia Woolf, ninguna tonta. Y George Sand, sin-tiéndose en la obligación de describirse en las primeras

¡rhginas de su autobiografía, transcribe con humor los(latos antropométricos que figuran en sus documentos de

identidad y no vuelve a tocar el tema. Ella afirma que noes bella y no le importa, porque tiene cosas más impor-tantes que hacer que mirarse al espejo. Durante su infan-cia le había impresionado verse desnuda en un espejo de( uerpo entero en un palacio de Madrid donde su padre,olicial de los ejércitos imperiales, estaba acuartelado consrr familia.

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64 M¡ HISTORIA DE LAS MUJERES

Elegí hablarles del cabello de las mujeres porque es elsímbolo de la feminidad, una síntesis de sensualidad, unagran herramienta de seducción, un tizón de deseo.

El cabello, entre salvajismo e identidad

El cabello es en principio una cuestión de pilosidad. t: El peloestá ligado a lo íntimo, y por parlida doble: por su penetracióninterna y por su proximidad respecto del sexo. Sus raícespenetran en el cuerpo, en "el yo-piel", para retomar la expre-sión de Didier Anzieu,t¡ la delgada película que define el lími-te entre el interior y el exterior. EI pelo recubre el sexo.

El pelo sugiere la animalidad del pelaje, la piel animal. Elniño salvaje -el de Jean Itard o el de Rudyard Kipling(Mowgli en E/ llbro de la selva)- tiene el cabello largo; el pelose le corta para hacerlo ingresar a la civilización. Los salva-jes tienen cabelleras largas. Buffon describe así a un hoten-tote, que él considera muy cercano a la animalidad: tenía "lacabeza cubierla por cabellos erizados o por una lana crespa;el rostro velado por una larga barba coronada por dos media-lunas de pelos aun más groseros".ts El pelo mal domesticadosugiere la presencia inquietante de la naturaleza. De allí ladomesticación llevada al extremo por la peluca, indispensa-ble máscara en la sociedad cortesana, cuyo rol en el procesoglobal de civilización mostró Norbert Elias.

r3 Christian Bromberger, "Trichologiques: les langages de la pilosité", enPascal Duret, Jean-Claude Kaufmann, David Le Breton, F¡aneois de Singlyy Georges Vigarello (dirs.), Ut¿ cotps pour soi, París, PUF, col. "Pratiquesphysique. er socieles . 2005. pp. I l-40.

ta Didier Anz\eú, Le Moi-peau, P^rís, Dunod, 1985 [trad. esp.: EI yo-piel,Madrid, Biblioteca Nueva, 19981.

rs Citado por Claudine Ha¡oche y Jean-Jacques Co'urtiñe, Histoire due¡sage. Ex.prirner et taire ses émotíol1s ()fl|" sí¿cle-début du x^" si¿cle) , París,Rivages, 1988 (reed. en la "Petite biblioth¿que Payo( , 1994\, pp. 126 y 127 .

EL cUERPo ó5

El cabello y la pilosidad forman parte de la persona. Elrnechón de pelo es un recuerdo que el siglo xlx eleva a lacategoría de reliquia. Se guardan, religiosamente conserva-dos en un medallón, los cabellos rubios de un niño, elmechón del ser amado. Una enamorada le da a su amanteun mechón para que lo guarde iunto a su corazón: ellahace lo propio. Tal es el caso de Adéle y Aimé, según laCorespondencia excepcional que publicó paula Cossart:ro

He pasado dos horas, creo, desenredando cabellos que guardopara reunirlos con los que ya tienes -<scribe Adéle_. No quieroarrogarme ningún mérito por la paciencia que me hace faltapara ordenarlos, pero te asegur-o que nadie más que tú podíadame el coraje necesario para tomar todos esos cabellos, unotras otro. No miento a¡ decir que durante todo el tiempo queempleo en esta tarea me acunan mil pensamientos deliciosos.

Dar los propios cabellos es dar parte de sí mismo, una parcelaclel propio cuerpo al otro. Un fragmento que resiste el tiempo.

Rapar a alguien, hombre o muje¡, es tomar posesión de é1,

cs anonimizarlo: a los conscriptos se les pasa la "máquinacero" por razones higiénicas, pero también disciplinarias; loscsclavos en la Antigüedad tienen las cabezas afeitadas, asicomo los reclusos o los prisioneros. En las cárceles f¡ancesasclel siglo xx los detenidos reivindican el derecho de conservarla barba y el cabello, cuya portación diferencia visiblemente acondenados y acusados. Es uno de los primeros "derechos,'c¡ue se les reconocen a estos últimos bajo la Tercera República.Asimismo, a las mujeres se las dispensa de la "deshonra humi-llante" que representa la tonsura de sus cabellos, que se dejanilc un largo medio, según el vizconde de Haussonville.rr Sin

r6 Paula Cossa¡t, Víilgt-cinq ans il'amo\trs adubéres. Conespottdance setttiu¡t:ntale d'Adéle Schunck et d'Aimé Gtq'et de Fener, 1824-1849, parís,lrirr¡rc1,2005.

l7 D'Haussonville, E¡¡quéte patlenzentaire sur les prisons, 1872-

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MI HISTORIA DE LAS MUJERES EL CUERPO 67

guir las reglas que él mismo ha creado. Y los fieles, porsupuesto, también.

La diferencia de los sexos está marcada en la pilosidad ylos usos: el cabello para las mujeres, Ia barba para los hom-bres. Con frecuencia se considera el cabello largo un signo deafeminación. Las épocas andróginas dejan que crezca: es elcaso del romanticismo o los años que siguieron al Mayo fran-cés en l9ó8. En esta época, las empresas censuraban el "pelolargo" y amenazaban con la exclusión -o despedían efectiva-mente- a los jóvenes que se negaban a cortárselo. Los conflic-tos originados por este tema fueron frecuentes.

Muchas veces, la virilidad se afirma mediante el cráneorapado; asl ocurre en la Roma antigua y luego en la cristia-na. Pablo preconiza el velo para las mujeres, pero no paralos hombres que, por el contrario, deben cortarse el cabello:"Para el hombre, conservar la cabellera es una vergüenza".Los guerreros tienen el cráneo lampiño y los neonazis hacende él una proclamación de virilidad.

La barba es otra cosa; puede ser un signo de ürilidad.Moliére habla del "poder de la barba". "La barba es todopo-derosa", dice Arnolfo en La. escuela de las mujeres. La santaque quiere conservar su virginidad ruega a Dios que le dépelo en el mentón: la "santa barbuda" se preserva adoptan-do la identidad pilosa del otro sexo.

Existe un simbolismo viril de la barba, que significapode¡ calor y fecundidad, coraje (la melena de los leones) ysabiduría: al mismo Dios Padre se lo representa barbudo,como Abraham, su sustituto. La barba muestra la anciani-dad del hombre, su anterioridad respecto de la muje¡ comodecÍa Clemente de Alejandría; representa la edad, los añosfundadores, el tiempo. La paternidad.

Pero la barba debe domesticarse. En el siglo tv losPadres de la Iglesia combaten a los "monjes barbudos",:t s¡

2r Sylviane Agacinski , Métaphlsirlue des setes..., op. cít., p. 183.

embargo, las muchachas encarceladas tienen la obligación de

llevar tin gorro "del que no debe asomar ni un cabello"' La dis-

ciplina circelaria pasa por la disciplina del cuerpo' -por

el

ordenamiento de las apariencias, entre las cuales la cabellera

constituye la Parte más sensible.

Los deportados conocen bien la humillación del cnáneo

rapado, deia cabellera cortada. Simone Veilr¡ evocó el dmma

qrr" .epr..entu la tonsura a la entrada de los campos de con'

centraciOn; ella no lo sufrió por completo; le dejaron el cabe-

llo corto y esto la ayudó, dice. Los cabellos de los deportados

constituy;n h más terrible de todas las huellas, de todos los

restos de los campos, Porque son los últimos vestigios' cuasi

vivos, de la persona.

Au.rque ..pres"nta un sufTimiento para todos' la pérdi

da del cabello es particularmente sensible para las mujeres'

puesto que de él se ha hecho la insignia misma de la femi-

,ridud. v.... sin cabello en el espejo como consecuencia de

una quimioterapia es una verdadera prueba'

Diferencia ile los sexos y pilosidad:la barba Y eI cabellote

El apóstol Pablo escribe a los corintios:2o "La naturaleza

misma nos enseña que para un hombre es deshonroso

tener el cabello largo, pero que una mujer se glorifica por

su larga cabellera. ie ha sido dado el cabello en lugar de

velo". Está todo dicho: la "naturaleza" dicta el honor que

rige el largo del cabello según el sexo. Dios sóIo tiene que se-

rs Programa de televisión emitido por el canal France 2 el 29 de enero

de 2005.- * iuluiune Atacinski, Métaphysique des sexes Masculittlfénittin aux

'""r"*'ir-iiatí¡",t¡r-", pur¡" 3"uil' zoos, en esPecial 'Le voile et la

barbe".¡0 Primera Epístola a los corintios 11, 14-15'

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68 Ml HISTORIA DE LAS MUJERES

particular los discípulos de un tal Eustatio de Sebaste, que

propugna un ascetismo riguroso y el abandono de la sexua-

lidad, y preconiza la barba y el cabello crecidos. La indife-renciación de la melena recubre el deseo de indiferencia-ción sexual. Es el caso de los cortes unisex que los peluque-

ros urbanos anunciaron durante el último tercio del siglo xxy que hoy en día están en retroceso.

El cabello, insignia y símbolo de la feminidad:re pre sen I a ci on e s e i m ri gen e s

La representación del cabello es un tema mayor en la figurade las mujeres, sobre todo cuando quiere sugerirse su proxi-midad respecto de la naturaleza, la animalidad, el sexo y el

pecado. Eva y María Magdalena están dotadas de tupidascabelleras que se ven en la belleza de la estatuaria medieval yla pintura renacentista alemana (Durero, Lucas Cranach).

María Magdalena, la prostituta (para algunos, la amante de

Cristo. El autor del best-seller El código Da Vinci la convier-te incluso en la esposa de Cristo, de quien habría tenidouna hiia, Sarah. Es evidente que el personaje despiertafantasías...), enjuaga los pies de Cristo con sus largos cabe-

llos. Incluso convertida en santa, se la representa con su

abundante cabellera.::El enorme inventario de representaciones pictóricas del

cabello de las mujeres reser¡r'a no pocas sorpresas: la Virgende la anunciación visitada en su cuarto lleva largos cabellos de

muchacha, en general desplegados sobre los hombros, igualque el ángel anunciador Gabriel, con tanto cabello como ella.

Los ángeles siempre tienen pelo, a punto tal que hasta ciertos

,, Algunos ejemplos, entre miles: en la iglesia de Notre-Dáme d'Écouis,estaLua del siglo xtv; en el Louvre, estatua de Gregor Erhart, 1510.

EL CUERPO 69

licleos para sopa reciben el nombre de "cabellos de ángel".Signo de la ambigüedad sexual de los ángeles y de los cabellos:los ángeles no tienen sexo, pero tienen cabello que quizá loleemplaza. En el extremo opuesto, las mujeres cmeles, comoJudit o Salomé, tienen mucho cabello. Los hombres que ellasdecapitan -Holofemes, Juan el Bautista- también, como si lasnrujeres quisieran responsabilizar por sus acciones al excesocle virilidad de sus víctimas.

La sensualidad de los pintores del Renacimiento alcan-za su punto más alto en la pintura del cuerpo de las muje-res y de su cabellera: Botticelli, Tintoretto, el Veronés, perotambién la escuela de Fontainebleau y la escuela alemana,que cubre con cabellos a Eva, a la Melancolía, a las brujas.

Los impresionistas se sirven de los reflejos del cabellocle las mujeres que ellos pintan en interiores, al piano ocosiendo, y en sus jardines (sobre todo Renoir). Los pinto-r-es vieneses agregan una pincelada erótica.

El aú nouveaLl concibe el cabello femenino, en forma devolutas, como uno de sus motivos principales,u: ,rnu ¡ot-ufámiliar, un elemento esencial de la decoración de las ciuda-des (fachadas de edificios, estaciones de subterráneo) y los¡nteriores. Es el caso del arte decorativo de la escuela deNancy, como se puede ver en la mansión Majorelle de esaciudad: jarrones, chimeneas, picaportes y molduras se enre-dan en esos cabellos.

El florilegio literario está igualmente cargado, menosen las novelas -que se limitan a evocar el color de los cabe-llos que se esconden bajo los sombreros- que en los poe-nas. Como ése que, en Las flores del mal, Baud,elaire dedi-ca a la "La cabellera":z¿ colores, olores, evocación del mal

¿¡ Claudc Cogel Fenlnles el nnchúrcs de 1900. I¿ctu¡,e ¿l'une obsessiotlnndenr st1le, Pa¡ís, Klincksieck, col. "Biblioth¿que du xx. si¿cle", 1979.

u CELrl)rcs coittpl¿tes, París, Gallimard, col. "Bibliothéque de la Pléiade",t. l, p. 38 ltrad. esp.: Charles Baudelaire, Ias flores del mal, Buenos Aires,Losada,2004l.

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M/ HÍSTORTA DF- I-AS MTIJERES

del oleaje de los sentidos, sensualidad y éxtasis dan ritmo aeste magnífico poema, uno de los más hermosos que inspi-ró la cabellera femenina.

El lenguaje de Kierkegaard, torturado por la sexuali-dad femenina, es muy distinto. En su Diario de un seduc-tor, evocalo que le inspira esta cabellera, que cautiva a loshombres:

¿Qué hay más bello que la abundante cabellera de una mujer,que esa profusión de bucles? Sin embargo, es un signo de su

imperfección, según las Escrituras, que ofrecen diversas razo-

nes para ello. ¿Y no es éste el caso? Mira a la mujer inclinán-dose hasta casi tocar el suelo con sus pesadas trenzas, pareci-

das a sarmientos floridos que la unen a la tierra; ¿no es ella

una naturaleza más imperfecta que el hombre, que tiene lamirada r,uelta al cielo y que simplemente toca el suelo? Y sinembargo, esa cabellera es su belleza; más aún, su fuerza. Pues

por ella, según dice el poeta, cautiva al hombre, lo encadena y

Io ata a la tierra. Quisiera decirle a uno de esos tontos que pre-

dican Ia emancipación: mírala, aquí la tienes en toda su

imperfección, más débil que el hombre; si tienes el coraje de

hacerlo, corta esos bucles abundantes, rompe esas pesadas

cadenas y déjala corer como una loca, como una criminal,para espanto de todos.2s

Fascinación, miedo, odio irrigan este texto emblemático, enel que se habla de rapar a las mujeres, tratadas como locaso criminales (todas lo son), para liberarse de la obsesión de

su cabellera y quizá de la culpa de desearlas.El cabello es la mujer, la carne, la feminidad, la tenta-

ción, la seducción, el pecado.

zs ExLr ído de ou biett... ou bien. lz joumal du séd cte¿¿l, Parfs, RoberlLaffont, 1993 lfiad. esp.: o lo uno o lo otro. Un fragmento de úda I, Madrid,Trotta, 20061; citado por Frangoise collin, Evelyne Pisier y Elena Varikas en

Ics femmes de Platon d Denida. Anthologie erí1lq&e, París, Plon, 2000, p. 541.

7l

Hay una erotización del cabello de las mujeres, sobretodo en el siglo xrx, gran siglo del ocultar/mosrar, moto¡ delerotismo. Y esta tendencia va desde el erotismo refinado delos pintores, en particular los üeneses (Klimt, Schiele), ale¡otismo más r,rrlgar de las postales del 1900 que ponen enescena el desnudo y el cabello, en particular las que rep¡e-sentan mujeres de las colonias o judías.

Ocubar el cabello de las mujeres:la larga historin del velo2a

En el mundo mediterráneo antiguo el velo era de usocorriente, pero no era ninguna obligación religiosa. Es cier-to que en muchos ritos sacrificiales grecorromanos era obli-gatorio cubrirse la cabeza, pero eso valía para ambos sexos.Ni el Antiguo Testamento ni los Evangelios muestran ningu-na exigencia en este sentido.

El apóstol Pablo innova. En su primera Epístola a loscorintios (1 l, 5-10) escribe que, en las asambleas, los hombresdeben descubrirse y las mujeres cubrirse. "Toda mujer que orao profetiza con la cabeza descubierta deshonra a su cabeza;pues es exactamente como si estuviera rapada. Si una mujerno se cubre con el velo, que se corte el cabello. pero si esdeshonroso para una mujer cortarse el cabello o raparse, quese ponga el velo." Porque la mujer ha sido creada para el hom-bre, "la mujer debe llevar en su cabeza la marca de su depen-dencia, a causa de los ángeles". Las mujeres deben callarse enlas asambleas. Llevar el velo si profetizan. Llevar el velo comosigno de su dependencia: "La mujer está, pues, obligada a lle-var sobre su cabeza un signo de autoridad".

,ó Rosine A. Lambin, IE Voíle d.es femmes. u11 ínyentaire historique,social et psychologique, BerÍ , Peter Lang, 1999; Jean-Claude Fliigel, l¿R¿veur nu, de Ia parure vestimetTt¿Líre, parís, Aubier-Montaigne (1930),'19a2.

EL CUERPO

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72 Ml HISTORIA DE LAS MUJERES

Después de Pablo, los Padres de la Iglesia suben laapuesta. Tertuliano, por su parte, dedica dos tr-atados a lo que

se ha convertido en una preocupación mayor de la nacientecristiandad: Sobre el velo de las vírgenes y El adomo d.e las

mujeres.Así, el velo reviste múltiples significaciones religiosas y

civiles, respecto de Dios y respecto del hombre, su represen-tante. Es signo de dependencia, de pudo¡ de honor.

El velo es signo de autoridad: ya en Roma, una mujercasada que sale sin su pañoleta, sin la ica, puede ser obli-gada a divorciarse. Las muchachas no llevan velo, e inclusoreivindican el no llevarlo. La mujer casada es una mujerapropiada, por lo tanto velada. El velo es un instmmento de

pudor. Tertuliano encuentra el gorro y la pañoleta insufi-cientes: hay que velar el cuerpo de las mujeres y su cabelle-ra, objetos de tentaciones.

Signo de virginidad, el velo representa el himen. Elvelo de la casada es un velo nupcial que sólo el maridodebe deshacer, así como desgarra el himen. Significaoblación, ofrenda, sacrificio de la esposa.

O incluso, velo de oblación de la religiosa, quien, el díade su ordenación, ofrece su cabellera a Dios y se vela para

é1. La Iglesia hace del velo de las monjas una obligación, el

sello de su castidad y de su pertenencia a Dios, sobre todo apartir del siglo w. La Iglesia impone el velo a las monjas y loaconseja para el resto de las mujeres; como mÍnimo, todasdeben llevar la cabeza cubierta.

Esta prescripción a veces resulta difícil de aceptarMarguerite Audoux, en su novela autobiográhca, Marie-Claire,

concibe una religiosa que sufre por este atuendo: "Cuando me

üsto, me parece que me meto en una casa donde siempre está

oscuro", dice la hermana Désirée des Anges; a la noche, se

quita con placer tútnica y velo. En su agonía, intenta deshacer-

se de ellos; se quita el velo y deja flotar sus cabellos, para granescándalo de sus "hermanas", que la suponen culpable de trai-

EL CUERPO 73

cionar sus votos de castidad. Véronique "opinó que era unavergüenza para una religiosa dejar ver su cabellera".

La cuestión del velo fue un punto central de las discu-siones del concilio Vaticano II entre los clérigos y las religio-sas, que pedían un aligeramiento de su vestimenta, tan pococompatible con las exigencias de la vida moderna. Fieles alos Padres de la Iglesia, los clérigos, muy prestos a laicizar-se ellos mismos, resistieron y mantuvieron la obligación delvelo, aunque lo simplificaron.

Las relaciones entre el islam y el velo son controvertidas,v no las trataremos aquí. Según Malek Chebel,zz el Corán nodice que sea una obligación. Pero el islam creció en el senode culturas meditenáneas que ocultan a las mujeres, lasencierran (gineceo, harén, mujer oculta de la cultura árabe-andalusí). La decisión de usar el velo por parte de las muíe-res mismas es un tema complejo, tal como lo muestran lasnovelas de Assia Djebar sobre las argelinas. En un mundo dehombres, el velo les da una posibilidad única de circular enel espacio público. En la época de la guerra de Argelia, la"mujer sin sepultura" de Cesarea (Cherchell) disimula bajo elvelo su relación con el militante de la Resistencia. Hoy endía, aun las mujeres iraníes muy liberadas usan el velo paraprotegerse, resguardarse de la mirada y el poder de los hom-bres. Bajo el velo, se visten como quieren.

Pero -y quizá sea un signo de resistencia a la arabiza-ción- las mujeres bereberes no se velan. Las feministas en elMagreb, por cierto minoritarias, hacen del rechazo al velouna afirmación de su libertad: tal es el caso en Marruecos.

Y esto aumenta en la medida en que el integrismo preten-de someterlas al uso del velo, símbolo de dominación de las

,7 Véanse en particular Malek Chebel, IEsprít de s¿rail. Mythes et pra-tiques sexuels au Magltreb, París, Payot, 1988, reed. 1995 ltrad. esp.r Elespírítu de serrallo. Estructttra y variacíones de la sexualidad magrebí,Barcelona, Bellaterra, 19971; Encyclopédie de l'antour e1t Islafi, París,Payot, 1995.

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74 Ml HISTORIA DE LAS MUJERES

mujeres y su cuerpo. Te velo porque eres mía. Es comprensibleque el uso del velo sea un punto clave, representado en Franciatanto por las reivindicaciones de Ni pzr tas ni sumi-sas como porlos debates sobre la ley que prohíbe el velo en la escuela públi-ca, debates que diüdieron a las mismas feministas.

Peinarse el cabello, instrumento de seducción

El peinado es, como consecuencia, una encrucijada de con-veniencias, distinción y moda.

En el siglo xrx, una mujer "como se debe" se cubre lacabeza: una mujer de pelo suelto es popula¡ incluso lrrl-gar; en los mercados se distingue a las burguesas, quehacen las compras de sombrero, de las vendedoras, engeneral con la cabeza descubierta. La moda enseguida seapropia del sombrero, tanto para los hombres como paralas mujeres. Pero a partir de los siglos xvrr y xvrrr se produ-ce una sorprendente inflación de los peinados de muie¡,que se convierten en verdaderas piezas de arquitectura: unejemplo es "la belle poule", el peinado con una fragata enminiatura que se hizo hacer María Antonieta en hono¡ attna hazaña marítima.

Más tarde, la atención se concentra sobre los propioscabellos. Se los arregla de otra manera. pero en públicorara vez se los despliega; más bien se los sujeta en rodetesapretados que sólo se deshacen en la intimidad de la pro-pia casa, incluso en el propio dormitorio. La noche debodas, la esposa desata sus cabellos para su marido y enadelante le reserva ese privilegio. Adorno señala que entrelas mujeres existe un fetichismo del peinado. La joven quese entrega a su amante se preocupa por su vestido y supeinado.

El peinado transforma el cabello en vestimenta, en obje-to de arte y de moda. El pelo participa en la puesta en esce-

EL CUERPO 75

rra de la seducción, de la elegancia. Como la modista, elpeluquero entra en escena, se convierte en cómplice, inclu-so en confidente, de las mujeres; las "salones de peluquería"hacen las veces de salas de recepción.

El largo, el corte, el color del cabello son objeto decódigos y modas. El color del pelo es un capítulo aparte.Los caballeros, dicen, las prefieren rubias.2e La mayoríade los pintores, sin duda; son aficionados a esas cabelleras queiluminan sus lienzos (el Veronés, Tintoretto). Influenciadopor la España de Goya, por Oriente, el romanticismo apre-cia el azabache de las melenas oscuras. Pero nuevamente elrubio gana terreno: el dulce y cándido rubio del ángeldel hogar al estilo inglés; el lujurioso y sensual de Nana,cuyos cabellos de oro acaricia la novela de Zola y se ins-talan en las telas impresionistas, sobre todo de Renoir.En el siglo xx, las vampiresas son en general rubias:Marilyn, Brigitte Bardot, Grace Kelly, Madonna. En cam-bio las pelirrojas, tan caras a Toulouse-Lautrec, no tienenbuena reputación: la sangre les sube al rostro y son unpoco brujas.ze

Cortarse el cabello: signo de emancipación.Los años veinte y treinta, llamados "locos":o

Las primeras en cortarse el pelo fueron las estudiantes rusasde las décadas de 1870 y 1880, nihilistas o no, que penetra-ron las facultades de medicina para ocuparse de la salud delpueblo. Se esboza un perfil de mujerjoven con cabello corto

,s Joanna Pitman, Les Bloniles. Ilne dtóle d'hístoire, d'Aphrodie d

Ma¿lon1a, P^rís, Attrement, 2005 (traducción del inglés).). X+vier fauche, Roux e! rousses. Uu ¿clat !r4 pafliculier. París,

Gallimcid, col. "Decouvertes , 1997.r0 christine Bard, fus Gargonnes. Modes et fantasmes des Années folles,

París, Flammarion, 1998.

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76 Ml HISTORIA DE LAS MUJERES

("rapada", dicen algunos) que sedujo a Louise Michel. Ellamisma se cortó el pelo para combatir baio la Comuna y usósiempre una melena corta. Liberación política, liberaciónde las costumbres, afirmación de un safismo andrógino o deuna extrema feminidad (la poetisa Renée Vivien y su aspec-to de paje) caracterizan a la new woman de la Belle Epoque.Alrededor de 1900, el leminismo europeo, muy ügoroso, se

desarrolla y reivindica la liberación del cuerpo. Caen loscorsés, se acortan las faldas y el cabello. Colette, en 1902,

corta las largas trenzas de Claudine (su primer alter ego lite-rario) y ensalza los placeres de los "travestismos de un sexoincierto".

La guerra acelera el movimiento. Para estar cómodas enel trabajo, las enfermeras, las ambulancistas, las conducto-ras de tranvÍa, las munitionettes de las fábricas de guerra,cuyas fotos pueden verse en muchas tarjetas postales, se

modernizan.Durante la posguerra este nuevo corte se generaliza

con variantes.rr A veces se trata de cabellos rizados, "per-manentes", hechos con ruleros eléctricos: las mujeresparecen ovejas. A veces son cortes lacios que les dan unaire varonil, de "gargonnes", sobre todo cuando usan trajesastre, corbata y boquilla. La canción de Dréan hace eco

de la nueva moda: "Se había cortado el cabello/ Como unaniñita/ Graciosa/ Se había cortado el cabello/ Pensando/Es mucho mejor/ Pues las mujeres hacen como los seño-res/ Para seguir la moda/ Cómoda/ Todas se cortan elcabello".¡z

rr Steven Zdatny, "La mode d la gargonne, 1900-1925: une histoire socia-le des coupes de chevenx", eí I¿ Mou\)emet social,núm.174, enero-marzode 199ó, pp.23-5ó.

32 "Elle s'étaít fait couper les cheveux/ Conurw u,te petíte frlle/ Gentilld Elles'était faít couper les cheveux./ Efl se disanl/ Qa ira beaucoup mieu Car les

femrnes font conttne les nrssieurs/ Pour suit¡re la ntode/ Comnode/ Elles se

font toutes couper les cheveut"

EL CUERPO 77

Al principio, esta moda ftle aceptada con reticencia

incluso por Colette, quien, a pesar de haber dado el ejemplo,

i,hora criti.u tal falta de feminidad. La alta costura -worth,Madeleine Vionnet, Poiret- se resiste a la "masculiniza-

ción". Otros, por el contrario -sobre todo mujeres- experi-

nrentan un sentimiento de liberación, como la italiana

Sibilla Aleramo (187ó-19ó0) que elogia el pelo alla maschiet-

/a: "Es como una iluminación- Se tiene simplemente la sen-

sación de haber pasado de una época a otra"'Muchas tendencias se consolidan: la juventud, la moder-

nidad, la voluntad de emanciparse de las modas anteriores y

clel mundo de preguerra que murió con ellas Un deseo de

ligereza propicio al elegante sporf. Y de liberación sexual:

las lesbianas apoyan esa moda que les sienta tan bien' Luego

esta práctica se generaliza. Algunas revistas -Minerva, Vogue-

lzr adoptan, así como los grandes diseñadores, con Coco

Chanel a la cabeza.Así se esboza una silueta andrógina. Vestimenta nueva:

cl sombrero tipo campana, el traje sastre (Chanel), la

Ialda-pantalón, el pantalón. Actitudes nuevas: funar, con-

ducir un automóvil, leer el diario en público, ir al café'

Nueva sexualidad en una ola de homosexualidad que

abarca a toda Europa.33 Aparecen nuevos modelos de muje-

res, muchas veces en pareja: Colette y la baronesa de

Zuylen, Sylvia Beach y Adrianne Monnier, las famosas

libreras de la rue de l'Odéon, editoras de James Joyce,r-t y

Suzanne Malherbe, alias Marcel Moore; Gertrude Stein y Ro-

maine Brooks, Claude Cahun, la famosa fotógrafa, etc'

Las mujeres aspiran a nuevos roles, ingresan a la univer-

sidad, se apropian de nuevas disciplinas (psicoanálisis,

ctnologÍa, como Germaine Tillion y Denise Griaule, que

r¡ Florence Tam }rre, Histoire de I'honosexualité en Europe' Berlitt'

lnnibes, París, lglg-¡%g, París, seuil, col. "funivers historiquc"' 2000 -

ra La;re Murat, P4s5¿8e de I'Odéon, Sllúa Beach, Adñenne Mott11Ler et lo

ú¿ litt¿tuire d Par¡s dans I'enlre-ileus guerres, París, Fayard' 2003'

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78 M1 HISTORIA DE LAS MUJERES

exploran el África), ejercen oficios que hasta entonces lesestaban vedados, aspiran incluso a la creación literaria oartística (sobre todo a la pintura) y se cuelan hasta en lasvánguardias. Estos avances, en muchos aspectos definiti-vos, se ven brutalmente interrumpidos o frenados por lacrisis y el arribo de los totalitarismos, resueltamente anti_fenrinistas.

El corte del cabello, en esa época fulgurante de los ,,años

locos", significa una nueva muje4 una nueva feminidad.

Rapar el cabello de las ntujeres

La rapadura del pelo es, desde siempre, un signo de ignomi_nia, impuesto a los vencidos, a los prisioneros, a los escla_vos. Desde la Antigüedad y hasta la Edad Media, se rapabaa las brujas, como si el largo de sus cabellos fuera maléfico.Es el caso de Juana de Arco (Maria Falconetti encarnó parasiempre la Juana rapada de Dreyer).

Después de Ia Segunda Guerra v la Ocupación, rapar alas mujeres lue en Francia una práctica aplicada masiva-menle contra las sospechosas de "colaboración horizontal,,.Es uno de los aspectos más siniestros de la Liberación: ¿lncantaval feo, como dice Alain Brossat, uno de los primerosen estudiar el tema.3s Fabrice Virgili le dedicó a esta cues_tión su tesis, en la que demostró la amplitud, e incluso lageneralización, de una práctica que se extendió en todaFrancia y que afectó a unas veinte mil mujeres, tanto en lasgrandes ciudades como en el campo. La "rapadura" comien-za en la primavera de 1944 y tiene una segunda vuelta enmayo-junio de 1945, con el regreso de los prisioneros y delos grupos del sro (Ser-vicio de trabajo obligatorio), v el des-Cubrimiento de los campos de concentración. El ritual es el

r'Alain B¡ossal,l¿s To¡tdues. U¡t cann¡al tltoclle,parís, Manva. 1992_

EL CUERPO

mismo en todas partes: desfiles que acompañan las rapadu-ras públicas, muchas veces practicadas sobre un estrado;ocasión para la burla, la broma y la liberación de las tensio-nes sobre las mujeres capturadas como una manera de pur-gar las flaquezas de todos.

Lo que impresiona, una vez más, es la importancia sim-bólica del cabello. "¿Cuándo la afeitadora la privará [a lamujer] de una de sus armas de seducción?", se lee en un edi-torial del diario Ln Líbération de I'Aunís et de la Saintonge. Elcuerpo se ve degradado con el corte del pelo. Se pone al des-

nudo. Sobre el cráneo rapado se dibuja la cn¡z esvástica."Con la rapadura no sólo se intenta excluir a la mujer de lacomunidad nacional, sino también de destmir la imagen de

la feminidad. A la erotización que prepara la tonsura le sigueun proceso de desexualización", escribe Fabrice Virgili.16 Hayque castigar a las mujeres por su conducta vergonzosa y puri-licar al pueblo de Francia por sus concesiones; el cuerpo delas mujeres funciona como chivo expiatorio. "Todo sucede

como si la rapadura fuera la encargada de llevarse al desier-to del exilio todos los pecados, todos los crímenes de la cola-boración", comenta Alain Brossat. La rapadura es un ritocxpiatorio de purificación. Una medida higiénica de limpie-za, de desinfección y de erradicación del mal. Se sopesa el

valor político del cuerpo de la mujer; se juega el honor, scjuega el poder. Y en pafticular sus cabellos.

Esto nos permite comprender de otra manera las pasio-

nes expresadas alrededor del velo, en Francia y en el mundo.Velar a las mujeres da cuenta de su dependencia, restablecela jerarquía de los sexos que, para algunos, es el fundamentotlel orden de la sociedad.

Todavía no se ha resuelto lo del cabello de las mujeres,como si la marcha del mundo descansara sobre sus cabezas.

16 Fabrice Vireif¡, k Fratrce "\,irile". Des femnles lon¿ues ¿ lr¿ LibéruÍiott,I'arís, Pavot, 2000.

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80 M/ HISTOzuA DE LAS MUJERES

EL SEXO DE LAS MUJERES

El sexo de las mujeres: de esto nos ocuparemos ahora.Como telón de fondo, el lienzo de Courbel El origen del

ntundo,hoy enel museo de Orsay. Fue realizado para un afi-cionado, Kalil Bey, ex embajador turco y coleccionista decuadros eróticos, quien lo guardaba celosamente bajo unacortina, como un tesoro escandaloso. En efecto, lo era:nadie había osado jamás representar la vulva entreabiertade una mujer. Más tarde el cuadro perteneció al psicoanalis-ta Jacques Lacan.

El sexo es "la pequeña diferencia" anatómica que ins-cribe a los recién nacidos en uno u otro sexo y que haceque se los clasifique como hombres o mujeres. La indife-renciación es un drama. Michel Foucault publicó en 1978los recuerdos de Herculine Barbin, llamada Alexina 8.,único título de una colección, que él mismo había lanzado,llamada "Las vidas paralelas". EI libro cuenta el drama deun hermafrodita que, calificado de mujer, se sentía hom-bre y obtuvo ese reconocimiento, pero terminó suicidán-dose por la dificultad de vivir tal situación. Hoy en día latransexualidad es reconocida, aunque no por ello es másfácil vivirla.

En general, uno se inscribe en la dualidad, en el arreglo de

Ios sexos -para retomar la expresión de Erving Gofhnan-,rrsegún el cual la sociedad organiza Ia diferencia. Los primerostrabajos üenen de los antropólogos, como el de MargaretMead ( 1935), quien inspiró a Simone deBearoir en El segun-

do sexo (1949). "No se nace mujet se llega a serlo": la famosafórmula rompió con el naturalismo e inütó a derribar las defi-niciones tradicionales. Las relaciones dei sexo (biológico) ydel género (social, cultural) están en el centro de la reflexión

17 Erving Goffman, L'arrangelneut des seres (1977r, París, La Dispute,2002 (traducción del inglés).

EL CUERPO 8I

Icminista contemporánea, que duda sobre dónde establecer elcofe: ¿es el sexo la determinación primera? ¿O pertenece algónero, en un cuerpo cuya historicidad sería prioritaria?

Me limitaré a algunas consideraciones sobre la historia dela diferencia de los sexos.

En primer lugar s obre la representación del sexo femeni-no. De Aristóteles a Freud, siempre se ha visto el sexo feme-nino como una falta, un defecto, un error de la naturaleza.Para Aristóteles, la mujer es un hombre fallido, un serincompleto, una forma sin terminar. Freud hizo de "la envi-clia del pene", el centro obsesivo de la sexualidad femenina.La mujer es un ser hueco, agujereado, marcado para la¡rosesión, para la pasividad. Por su anatomía, pero tambiénpor su biología. Sus fluidos -el agua, la sangre (sangreimpura), la leche- no tienen poder creador como el esper-rla, sólo nutren. En la gestación, la mujer apenas provee unlcceptáculo, un recipiente del cual sólo puede esperarse quesca tranquilo y cálido. El mecanismo de la ovulación no se

descubrirá hasta el siglo xvtrr, y recién a mediados del xxse apreciará su importancia. La mujer es inferior en princi-¡rio por su sexo, su genitalidad.

No siempre se le da la misma importancia al sexo.Algunas épocas lo minimizan. AsÍ ocurre en la Edad Media,cuando los sexos representan variedades de un mismo géne-lo. El Renacimiento, dijimos, distingue "la parte de arriba"v "la parte de abajo" del cuerpo; exalta lo de arriba, noblet¡ono de la belleza, y desprecia "lo de abajo", de carácterirnimal.

Siglo de las ciencias naturales y médicas, el siglo xvru des-cubre "lo de abajo", lo referido al placer y la üda. "Inventa" lasexualidad con una insaciable "voluntad de saber" el sexo,lundamento de la identidad y la historia de los seres.Scxualiza a los individuos y en particular a las mujeres,como lo demuestra, en la estela de Foucault, Thomas

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M,¿ HISTORIA DE I"q.S MUJERES

Laqueur.s8 La mujer pasa a ser su sexo, que la absorbe y laimpregna toda entera. "No hay ninguna paridad entre lossexos en cuanto a la consecuencia del sexo -escribeRousseau en Emilio-. El macho sólo es macho en ciertosmomentos, la hembra es mujer toda su vida, o por lo menostoda su juventud; todo en ella le recuerda sin cesar su sexo,y para cumplir bien las funciones que éste le impone, nece-sita una constitución acorde": atenciones, reposo, "vidafloja y sedentaria". Necesita la protección de la familia, lasombra de la casa, la paz del hogar. La mujer se confundecon su sexo y se reduce a éste, que determina su función enla familia y su lugar en la sociedad.

El sexo de las mujeres debe estar protegido, cerrado yposeído. De allí la importancia acordada al himen y a la vir-ginidad, sobre todo por el cristianismo, que hace de lacastidad y del celibato un estado superior. Para los Padresde la Iglesia, la carne es débil. El pecado de la carne es elmás ter¡ible de los pecados. Aún hoy, para la Iglesia deJuan Pablo II y Benedicto XVI, la sexualidad constituyeun bastión de resistencia al mundo moderno, una líneaMaginot que lo separa de la moral cristiana, e incluso delo sagrado.

La virginidad es un valor supremo para las mujeres ysobre todo para las jóvenes. La Virgen María -lo opuestoa María Magdalena- es su modelo y su protectora. Ella,sin pecado concebida (dogma de la Inmaculada Concepción,Pío IX en 1854), concibe sin hombre, "por la gracia delEspíritu Santo". La Virgen, sin embargo, es plenamentemadre; ella lleva a su hijo en el vientre, lo alimenta, losigue en sus prédicas, lo sostiene en su pasión, lo asiste enla muerte: madre perfecta, pero sólo madre. La Virgen esreina y madre de la Iglesia medieval, mediadora, protec-

33 Thomas Laqueur, ¿¿ Fabique du sere. Essai sur le corps et le genre enOccident, París, Gallimard, 1992 (traducción del inglés).

EI- CI'ERPO

tora. "En el siglo xrn, Dios cambió de sexo", escribeMichelet. Las vírgenes de las catedrales y de las iglesiasmuestran esa presencia tranquilizadora pero tambiénobsesiva de MarÍa, reina de 1os conventos, patrona de lasrnuchachas.

Hijas de María, están obligadas a la pureza. El pudor es

su atavlo. Llegar virgen al matrimonio es su capital más pre-ciado. Deben defenderse de la seducción y de la violación,derecho que se arrogan las pandillas de jóvenes en busca de

iniciación sexual. Ay de las muchachas solas durante la noche:no están más protegidas que las mujeres en la vida noc-turna de las ciudades mode¡nas. El cuerpo de las muieresestá en peligro.

La virginidad de las jóvenes pertenece a los hombresque la codician. Aunque es un mito más que una realidad,el derecho de pernada no es por ello menos rico en signifi-caciones. Es real el derecho del esposo, que se adueña de suesposa en la noche de bodas, verdadero rito de toma deposesión. Rirual público durante años (la verificación de lasábana manchada, práctica que continúa en Áfiica delNorte), la noche de bodas se vuelve cada vez más Íntima. Se

hace privada en los siglos xvlrr y xx, como lo demuestra lapráctica del viaje de bodas.

La sexualidad de las mujeres es un misterio y así se latoma.

Misteriosa, la sexualidad da miedo. Desconocida, pococonocida, su representación oscila entre dos polos contra-rios: la avidez y la frigidez. En el llmite, la histeria.

Avidez: el sexo de las mujeres es un pozo sin fondo dondeel hombre se hunde, perdiendo su fuerza y su vida hasta laimpotencia. De allí que los soldados o los deportistas, querequieren todas sus fuerzas para gana¡ necesiten que se losmantenga alejados de las mujeres. Según Kierkegaard, "lamujer inspira al hombre mientras éste no la posea". Esaposesión lo paraliza. Ese temor a la sexualidad de la mujer

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que no puede satisfacerse jamás es el origen del fiasco, obse-

sión de Stendhal.Frigidez: la idea de que las mujeres no sienten placer ni

desean el acto sexual, que es un trabajo para ellas, está muyextendida. Balzac, en su Fisiología tlel matrimonio, rexto alavez alusivo y preciso, muestra a mujeres que alegan migra-ñas y tratan de eludir el deber conyugal que les prescribensus confesores.

Allí encuentran los hombres la necesidad, la justificaciónde hallar en otra parte su placer: amantes, prostitutas, jóve-nes galantes de las casas de citas (en pleno auge en el sigloxD(), son las encargadas de paliar esa "miseria sexual".:s

Los hombres sueñan, codician, imaginan el sexo de lasmujeres. Es la fuente del erotismo, de la pornografía, delsadomasoquismo. Y sin duda, de la ablación de las jóvenes,

uso aún hoy muy extendido en el África musulmana e inclu-so en Europa, como consecuencia de las olas de inmigra-ción. ¿ Es tolerable el placer femenino?

Las mujeres de sexualidad desenfrenada son peligrosas.Son seres maléficos y se parecen a las brr-rjas, dotadas de"vulvas insaciables". Incluso cuando son viejas y están fuerade la edad permitida para el amor, las brujas tienen fama demontar a los hombres -algo que en la cristiandad es contra-rio a la posición considerada natural-, o de tomarlos desdeatrás: en definitiva, de hacer el amor como no se debe.Diane representa la sexualidad liberada. La bruja alimentala perfidia de las noches de aquelarre.

La histérica es la mujer enferma de su sexo, sujeta afurores uterinos que la vuelven casi loca y la convierten enobjeto de la clínica de los psiquiatras. Charcot, durante lascélebres clases de los lunes en el hospital de la Salpetriére,escruta sus movimientos conmlsivos, que a veces explotan

3, Alain Corbin, ¿¿s Filles de noce. Mísére serüelle et prostitütion au xtx!si¿cle, París, Aubier, 1978.

EL CUERPO 85

cn manifestaciones colectivas en internados o fábricas delsiglo xrx. Nuevas brujas, las convulsiona¡ias se parecen a las¡nseídas de Loudun que Urbain Grandier intentaba exorci-z¿rr. Pero es a su útero, y no al diablo, al que se culpa. La his-tcria abre la puerta hacia las "enfermedades de las mujeres"v traza el camino de su psiquiatrización y su psicoanálisis.

En el siglo xx la histérica se metamorfosea y se produ-cc un doble movimiento, que identifica Nicole Edelman:¿ol) la histeria "trepa" desde la matriz al cerebro; ataca losnewios, que se enferman. La mujer se pone "neruiosa"; 2) almismo tiempo, se advierte que el mal se extiende al otroscxo: la histeria afecta a los hombres. "Estoy histérico",cscribe Flaubert a Sand. Charcot lo confirma. La guerraircentuará el diagnóstico de la bisexualidad de la histeria.

La sexualidad permitida, incluso requerida, es la conyu-gal. Pero no sabemos gran cosa sobre ella. Altar de la sexua-lidad, el lecho conyugal escapa a las miradas. Incluso laIglesia recomienda la discreción a los confesores, a pesar deque reprueba el pecado de Onán.ar Sin embargo, no hay otrarrranera de evitar el embarazo, y el coitus inteftuptus, en unaFrancia que restringe sus nacimientos desde el siglo xvrt, es

¡rracticado ampliamente. "Hasta en los pueblos se engaña ala naturaleza", escribe Moheau en stt Recherches et consirlé-rations sur la population de la France (1778). Cada vez máspreocupadas por limitar el tamaño de sus familias y preve-r¡ir embarazos no deseados, las mujeres aprecian a los mari-clos "que prestan atención", y ellas mismas saben evitarlos.No siempre rechazan las caricias conyrgales -lejos de ello-v se quejan del descuido y hasta de la impotencia de suscompañeros,

a0 Nicole Edelman, l¿s mékrmorphoses de I'hystérique, París, Lal)écouverte,2003.

ar Claude Langlois, l¿ Crime d'Onan: le discours catholique sur la limita-tit¡tt des naissances (eers 1820-1968), París, Les Belles Lettres, col. "Lened or",2005.

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El descubrimiento del placer femenino es antiguo. Loscaballeros de la Edad Media tienen miedo de la cama y dela mujer insaciable a la que temen no poder satisface4según Georges Duby. Y el Renacimiento favorece este reco-nocimiento del deseo. Los médicos detectan un agua feme-nina, que serÍa signo de gozo y que ayuda a la concepción.La corte de los Valois era propicia a los experimentos detodas clases e incluso a las palabras para enunciarlos.

El deseo de las mujeres aparece expresado en algunos tex-tos de la Edad Media y sobre todo del Renacimiento: las poe-sías eróticas de Pemette du Guillet son un ejemplo. I-as damasgalantes, cuyas üdas evoca Brantóme, saben gozar del sexo.Según Piero Camporesi, Caüerine Sforza se ufanaba de adop-tar posturas que propiciaban el orgasmo,a2 palabra que no se

usaba -aunque tampoco se ignorara la cosa- y que hay quebuscar en eufemismos y en r.rreltas del lenguaje poético.

El siglo xvn de la Contrarreforma y del jansenismo es

mucho más mojigato. El libertinaje del siglo xvm es sobretodo masculino, así como el erotismo del xx. Alain Corbin,que está preparando una antología de textos eróticos del siglox¡t, dice lener muchas dificultades para encontrar textos demujeres. Hablar de sexo es, en esa época, objeto de profundarepresión. Hasta George Sand, tan libre de costumbres, guar-da silencio incluso en su autobiograffa, donde se niega a cual-quier confidencia íntima. Las cartas ardientes de sensualidadque le envía a Michel de Bourges, su amante, cuando éste laabandona, representan una excepción en su obra. A.lgunos jui-cios por clmenes pasionalesr: dejan oír el deseo camal demujeres de pueblo que esperan que sus compañeros haganbien el amo¡ y que los engañan cuando eso no ocurre.

a, Brantóme, Vies iles dames galaútes (1666): Piero Camporesi, ksBaunrcs de I'anrcur,Par-ís, Hachelte, 1990.

rr Joélle Guillais, It chaír de I'autre: le crinte passiorurcl au xt¡e si¿cle,París, Olivier Orban, 198ó; Anne-Marie Sohn, Chrysalides. Femmes dans lavie privée, xtx-xr s¡¿cl¿s, París, Publications de la Sorbonne, 1996.

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De la homosexualidad femenina se habla menos toda-vía, en razón de los tabúes que la disimulan. A tal punto queMarie-Jo Bonnet, una de las primeras historiadoras que tra-laron el tema, por poco renuncia a él; se refugió en los rarostestimonios literarios, como la Lelia de George Sand, quecausó un escándalo,¡¿ y más tarde lo descifró a partir delas imágenes. Sin embargo, las chicas viven entre ellas lascmociones del corazón y del cuerpo en los internados-sobre todo ingleses, sin duda más libres- que estudióCaroll Smith-Rosenberg.

Todo cambia alrededor de 1900. "En esa época, Safor€sucitó en Parls" escribió Arséne Houssaye. Las "Amazonasde París"-Natalie Clifford Barney, Renée Vivien, Colette ymuchas otras- siguen los caminos de Lesbos y enl.a rive gau-che parisína organizan círculos literarios libres y refinados..tsEs la época de las muchachas en flor que atormentan al"narrador".

La guerra separa y desgarra las parejas. La guerra auto-riza los descubrimientos sexuales, que muchas veces sondramáticos. Marguerite Radclyffe Hall evoca esos sufri-mientos en .El poTo de la soledad (I¿ Puits de solitude, 1928).Los "años locos" marcan, en las grandes capitales europeas,la explosión de una homosexualidad mucho más alegre yliberada, en la que las lesbianas están muy presentes.Virginia Woolf, Violette Trefusis y sus amigos del gnlpo deBloomsburry, Gertrude Stein, Romaine Brooks, AdrienneMonnier y Sylvia Beach¡¿ son las figuras más conocidas.

ra Marie-Jo Bonnet, &s Relations e tre les fetllmes, París, Odile Jacob,1995 (primera edición, 1981); lzs Femmes dans I'att,Patis, La Martiniére,2004.

a5Nicole G. A¡bert, Saphisme et décailatce ilans P.]ris lin-de-sí¿cle, Paris,La Mafini¿re, 2005.

aóAdemás de Florence'[am gne, Histoíre ale l'hotfiosexualité en Europe.BerlílL landles, Paris, 1919-1939, op. cit., vé^se Laure Murat, Passage del'Odéon, Sylvia Beach, A¿lriet le Monnier et la vie littéraire á París dans I'entre-deut guerres, op. cít.

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Sabemos que se amaban, que estar juntas les daba place¡,

que relacionaban gozo y creación. No mucho más.En suma, la expresión de un erotismo femenino, inclu-

so de una pornografía, es un fenómeno reciente, que llegó ala novela (Virginia Despentes, Catherine Millet) y sobre todoal cine (Catherine Breillat).

Rosa o negro, rosa y negro, el continente de la sexuali-dad femenina todavía es un territorio desconocido, un uni-verso sin explorar.

LA MATERNIDAD

La maternidad es el gran tema de las mujeres. "La madredebería ser nuestra religión", decía Zola.

Abundan los trabajos sobre el tema, gracias en particulara Yvonne KnibiehleE+r que preside actualmente la Sociedadde Historia del Nacimienlo, y a Jacques Gélis.r8

La maternidad es una realidad multiforme de la que

debemos extraer algunos rasgos históricos mayores.Para las mujeres es una fuente de identidad, es el funda-

mento de la diferencia reconocida, aun cuando no haya sidouna etapa vivida. Una mujer engendra una mujer, dice LuceIrigaray; produce lo otro, pero también lo propio. DiscÍpulaitaliana de Irigaray, Luisa Muraro habla del cuerpo a cuer-po con la madre, de la "felicidad extraordinaria que signifi-ca haber nacido del mismo sexo que mi madre".¡s

¡7 Yvonne Knibiehler y Catherine Marand-Fouquet, Histoirc des m¿res

du Molen ABe ¿ tlos ioürs, París, Montalba, l9E0; reed. Hachette, col."Plur¡el", 1982; Yvonne Knibiehler, Ia Révolutiorl natemelle depuis 1945.

Femn\es, klatemité, citoyenleté, Parfs, Perrin, 1997.ad Jacques Gélis, ¿Aróre et le Fluil. In naíssance tlatts I'Occident ntodet-

,rc, xv(-xt)( t¿cles, Parí\, Falard, 1984.{e Luisa Muraro, L'Ordre synúolique de la nt¿re, París, LHarmattan,

2oo3 (trad. def italiano, 1991) [trad. esp.: El otden simbólico de la nudre,Madrid, Horas y horas, 19951.

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La maternidad es un momento y un estado' Más allá del

racimiento, la maternidad dura toda la vida. Pasa lo mismo,cn menor grado, con los hijos, a los que da a luz, da el ali-r)ento y una primera socialización. De ahí el drama del:rl.randono, y las dificultades de la adopción, que da por sen-

tado ese drama.soLa sociedad occidental ha asumido una maternidad

ton el aura del amor, "el amor por añadidura", según la(.xpresión de Élisabeth Badinter que describe el aumentoclcl sentimiento maternal a partir del siglo xvtlst y de laligura de la madre, tanto en la práctica (salud, puericultu-ll, primera educación) como en lo simbólico. Uno de losrnsgos más impactantes de la época contemporánea resi-.lc en la politización de la maternidad, tanto en losllstados totalitarios como en la República. Esta politiza-( ión se encarna en Marianne, madre de los ciudadanos,r¡tre Zola celebra en su novela Fecundidad. Los EstadostJnidos inventan el Día de la Madre en la década del vein-tc v Vichy Io legaliza en Francia.

En tanto la función materna es un pilar de la sociedad yrlc Ia fuerza de los Estados, se la socializa. El cuerpo de lanradre se inviste de política, que hace del control de la nata-liclad uno de sus puntos clave.

El primer problema, sin duda, es el de la concepción:{cner o no tener hijos. Concebir o no concebir. El mensaje del

iingel Gabriel vale para todas las mujeres, que algún día cono-t cn (o casi todas conocen) su anunciación deseada o temida.l-() qlre era una fatalidad se conürtió en una elección. Y hoy.'n día también -y quizás sobre todo- una elección de las

rrrujeres, lo que constituye una revolución.

',,Évely¡e Pisicr cuenta su experiencia en su novela Une question d'óge,

l': r ís, Stock, 2005.

' Élisabeth Badinter, L'Arltour en plLts. Hisbire ilu senli¡¡tent nntcnrcl,\r /¡:Lr' s¡¿cle, París, Flammanon, 1980 [tmd. esp.: ¿E¡iste el i]tst¡t1to maler'I r¡? Hístoña ¿\el anrcr hlateñ1a\. Siglos xvlt a¡ xx, Barcelona, Paidós' l98l l.

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90 Ml HISTORIA DE LAS MUJERES

¿Cómo se operó la regulación de la natalidad? ¿Cómoevolucionó en el tiempo? La demografÍa histórica ha trata-do de aportar respuestas a estas preguntas, gracias a lasfuentes del Estado religioso (los registros parroquiales) que,antes que el registro civil, permiten la reconstmcción defamilias, en Especial en Francia. La limitación voluntariade nacimientos aparece en las sociedades occidentalescerca del Renacimiento. Francia lo hizo en forma precoz,desde fines del siglo xvll.

De varias maneras: por el casamiento tardío que reduce elperíodo fértil de la pareja, por la abstinencia, que no impedíael recurso a otras formas de sexualidad, por el coito intelrum-pido, reprobado por la Iglesia (es el pecado de Onán), peroampliamente practicado, por los hombres que "ponen aten-ción" y se reti-ran y, hasta por las mujeres, que se sustraen.

Sin embargo, los nacimientos no deseados eran muyfoecuentes, e incluso los más frecuentes. Una muy fuertemortalidad infantil limitaba el número de hijos en las fami-lias, que aun así eran numerosas. La muerte de un hijo seconsidera una predestinación, el bebé no es todavía unapersona, lo que no quiere decir que una mujer no sufra porsu muerte, y no lo "llore". Este mismo sufrimiento, expresa-do más vivamente, acompaña la toma de conciencia delbaby/bebé, que se precisa y se generaliza a parlir de los siglosxull y )(Ix, hará del infanticidio algo cada vez más inacepta-ble. Igual que, en nuestros días, la toma de conciencia, lavisión misma en una ecografía, del feto que antes no existía,vuelven más dolorosa todavía la decisión del aborto.sz

Infanticidios y aborlos eran procedimientos muy utiliza-dos, al punto que constituían métodos de regulación de losnacimientos. El infanticidio es una antigua práctica rural,más complicada en la ciudad, donde de todos modos se la

5, Luc Boltanski, 1, Conditiotl fcEtale. lJne sociologie tle l'engendrementet de I'avortenlent, París, Gall;mard,2004.

EL CUERPO 91

llcva a cabo. En el siglo xrx continúa, pero es cada vez másr cprobada y reprimida. Según los juicios bretones que estu-tlió Annick Tillier,53 se trata casi siempre de criadas n.rrales,jrivenes, solas, seducidas por el patrón o por un empleado.Acorraladas por el deshono4 esconden su embarazo o se

tlcshacen subrepticiamente del recién nacido, al que entie-r lan o ahogan como a un gatito. Faldas amplias y delanta-lcs, así como Ia brevedad del pafto, perrniten disimular dernanera sorprendente el acto infanticida. Las mujeres jóve-rrcs desaparecen algunas horas y retoman el trabajo, comosi nada hubiera pasado. Si se las denuncia, son llevadas alos tribunales en soledad extrema: los padres se escabullenv no se los persigue porque lo prohíbe el código napoleóni-co. El infanticidio es un asunto de la mujer; la joven puedea lo sumo contar con su madre. A principio de siglo, sobretodo bajo la Restauración, que es más rigurosa, las mujeresin fanticidas son con fiecuencia condenadas a muerte, aun-que casi siempre su pena es conmutada, Pero se afirma unaindulgencia cada vez mayor. Los jueces, que estiman dema-siado severos los artículos 300 y 302 del Código Penal (que

¡rrevén la pena de muerte), prefieren absolver y para elloirceptan la tesis del niño muerto al nacer.

El recurso al aborto era mucho mejor tolerado, pues ellcto no representaba nada. Parteras, curanderos, médicosIurtivos prestaban ayuda, pero en secreto y en condicionessanitarias a menudo deplorables, ligadas a la clandestini-rlad. El aborto era practicado no sólo por mujeres solas,sino también por madres de familia multíparas que veían encllo el único medio de limitar una familia que estimabansuficientemente numerosa, Hacia 1900, se dan a conocercihas muy elevadas. Esta relativa generalización es denun-ciada por los médicos demógrafos (el doctor Beftillon le

r¡ Annick Tillier, Des críminelles au víllage. Femmes infattticilles enlretagne (xN si¿cle), Rennes, Presses universitaires, 2002.

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92 M/ HISTORIA DE LAS MUJERES

atribuye /a despoblación de Francía en 1912), y por los repu-blicanos, como Zola en Fecundidad (1899). De allí la inier-vención creciente del Estado, alarmado por la baja de lanatalidad en Francia. Después de la Gran Guerra, ias leyesde 1920 y 1923 refuerzan una represión que apunta no s;loal aborto sino a la propaganda sobre la anticoncepción, quetiene grandes dificultades para hacerse oír.

Sin embargo, los neomalthusianos eran muy activos, enGran Bretaña (Annie Besant) y en Francia. El movimientoGeneración Consciente, con militantes como paul Robin oEugéne y Jeanne HumbeÍ, repartía ingeniosas propagan-das entre los obreros y mujeres, por medio ¿" fólJto.,volantes y comunicados con eslóganes simples, del tipoi"Muje¡ aprende a ser madre sólo a tu voluntad,,. El sindica-lismo de acción directa se apropió ampliamente de estastesis, que incluso convirtió en un artículo de los estatutossindicales: un obrero consciente y organizado debe contro-larse y tener pocos hijos.

Los militantes neomalthusianos fueron perseguidos,condenados y hechos prisioneros.

Entre las dos guerras, el Binh Control de Marie Stopes yMargaret Sanger abre clínicas y centros de preuención enIos Estados Unidos y en Gran Bretaña. Los paises protestan_tes están a favor del control de natalidad, que clnsideranuna cuestión de responsabilidad. En Francia, Lucien Dal-sace v Bertie Albrecht intentan hacer ot¡o tanto, pero laresistencia es muy fuerte, incluso de parte de las feministas,muy divididas.

^ El Birth Control es el precursor de la planificaciónfamiliar, desarrollada en Francia después de la guerra. amediados de los cincuenta, por Évelyne Sullerotl la doc_tora Lagroua-Weill-Hallé, creadoras de,,Maternidad feliz,,y opuestas, por otra parte, al aborto, tema que posterior_mente las enfrentó al rartc (Mouvem"rt poi, Ia tiberté del'a.vortetnent et de la contraconception) [Movimiento para

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la libertad del aborto y de la anticoncepciónl. Los proble-rlas de la anticoncepción y del aborto son el centro de lasItrchas del MLF de los años setenta. A medida que la ciencia

¡rrogresaba (en 195ó el médico estadounidense Pincus inven-tri la plldora), se operaba cierta flexibilidad, gracias a una

¡rarte del cuerpo médico, a la influencia de la francmasoneíav a los progresos del liberalismo. La Ley Neuwirth, en1967, legaliza los anticonceptivos. La Ley Veil (1975),votada por la izquierda contra una parte de los diputadosclc derecha, legaliza en Francia la interrrrpción voluntaria deembarazo. Simone Veil tuvo mucho coraje.

¿Por qué esos obstóculos a un control de natalidad quese hacÍa inevitable por Ia reducción de la mortalidad infan-til ¡r la preocupación creciente de los padres,v, en especial delas madres, por la educación de sus hijos?

Venían de la Iglesia y del Estado.La Iglesia católica es resueltamente contraria a todo

lo que no sea medios "naturales" de anticoncepción.Martine S¿vegrands4 mostró las dificultades de las jóvenesparejas cristianas del período de entreguerras, enfrenta-das a la intransigencia de Roma; la encíclica Casticonnubiino hace ninguna concesión al deseo de amarse cuerpo acuerpo. El método Ogino, que descansa sobre la observa-ción azarosa del ciclo fértil femenino, da origen a muchas"fallas".

Los Estados nación, ya se trate de Estados totalitarios ode democracias, tienen una política demográfica natalista, aIávor de las familias numerosas y de las mujeres en el hogar.La legislación persigue el aborto como un crimen deEstado, se opone a la anticoncepción y desarrolla los prime-ros subsidios familiares.ss

ir Martine SévegEnd, lzs Enfatts du Bott Dieu. ks catholíques lrangaisct la procréatiotr (1919-1969), París, Alb¡n Michel, 1995.

i5 Janine Mossuz-Lavau, L¿s Lois de I'a¡no¿tr: Ies polit¡qiet .le la seruali-t¿ efi Fru1rce de 1950d11osjours, París, Payot, 1991.

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MI HISTORIA DE LAS MUJERES

Tolerantes con el aborto, los Estados y los partidoscomunistas detestan la anticoncepción, en la tradición mar-xista básicamente antimalthusiana (tiempo atrás, Marx sehabía rebelado contra Malthus, su pesimismo y su apela-ción a la restricción de nacimientos para resolver la cues-tión social). El desarrollo de las fuerzas productivas debíapor sí solo permitir que todos los pobres se sentaran al"banquete de la vida". Nada podría frenar el crecimiento delproletariado, actor de las revoluciones por venir. A loscomunistas no les gustan los neomalthusianos, pequeñosburgueses individualistas. Las mujeres del pueblo debíantener todos los hijos que pudieran y no imitar "los ücios delas mujeres de la burguesía", según Jeannette Vermeersch.La compañera de Maurice Thorez, secretario general delPcF, se opuso vivamente a Jacques Derogy, quien en 195ó(Des enfants malgré nous) cuestionaba este punto de vista.Derogv deploraba la hipocresÍa que obligaba a tantas muje-res de las clases populares a recurrir al aborto en condicio-nes dramáticas y preconizaba la libre anticoncepción. Fueexpulsado del Partido.

Las feministas dudaban en abordar las cuestiones sexua-les. Sólo una minorfa sostenía el neomalthusianismo: NellyRoussel, Gabrielle Petit y la doctora Madeleine pelletie¡quien en 1912 publicó un libro que sostenía el derecho alaborto- Pero la mayoría estaba francamente en contra yera reservada sobre la anticoncepción y muy mojigatasobre la sexualidad, tema siempre tabú para el pudorfemenino. Esto da cuenta de la novedad de las reivindica-ciones del ¡uLr.

"Un hijo si quiero, cuando quiero, como quiero,,: la con-quista de la libertad de anticoncepción y más aún del derechoal aborto no tiene nada de eüdente. Constituye el fundamen-to de un habeas co4pas para las mujeres (yvonne Knibiehler).Una revolución de consecuencias determinantes sobre lasrelaciones entre los sexos. Quizás el acontecimiento más

EL CUERPO 95

grande en su historia contemporánea, capaz de "disolver lajcrarquía" de lo masculino y lo femenino, que sin embargo¡rrrecía una estructura simbólica inmóvil y universal.

El nacimiento evolucionó mucho.s6 Por lo pronto en la¡rráctica del parto, durante mucho tiempo problemático, a¡nenudo dramático. Era la principal causa de mortalidad delas mujeres y el primer factor de su baja esperanza de vida.La mortalidad infantil también era elevada. Hoy es un Índice de subdesarrollo.

La cesárea, inventada en Italia en la época moderna,pone en evidencia el conflicto que se jugaba alrededor delclilema: ¿la madre o el hijo? La mayoría de las veces, losrrrédicos elegían al hijo.

Los progresos del siglo xuII fueron decisivos. Gracias alos médicos de la Ilustración y a las parteras (como LouiseBourgeois, que diseñó maniquíes para enseñar los mejoresmétodos de alumbramiento), muchas vidas fueron salvadas.Esta medicalización creciente del parto revestía a vecesirspectos ambiguos; encubría conflictos de saber y de poderc¡ue enfrentaban a médicos y parteras. Éstas se sintieroncxcluidas por el despliegue de saberes más formalizados queclesembocaron en nuevas ramas de la medicina: la obstetri-cia y la ginecología, y luego la pediatrla y la puericultura. Lasmujeres tuvieron que hacerse un lugar, por medio del estu-dio y el diploma, pero algo queda de esas rivalidades en lasdificultades que hasta hace poco tuvo la ginecología parahacerse reconocer como una verdadera disciplina médica.

El parto -en principio cosa de muje¡ practicado en lacasa, por una matrona o una partera, entre mujeres, separa-das de los hombres, casi ajenos al acontecimiento y a lacscena- se medicalizó, se masculinizó, se hospitalizó. Alprincipio, el parto en el hospital tuvo que ver con las muje-res pobres, o solas, demasiado desprovistas para llamar a

i6 Exposición del Musée de l'Homme, París, 2005-200ó.

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un partero o a una comadrona. Después el hospital se vol-vió el lugar más jerarquizado de la medicalización y la segu-ridad, y la relación se invirtió totalmente. Las mujeres aco-modadas tomaron el rumbo de la clínica y, desde el períodode entreguerras, el de las maternidades. Después de laSegunda Guerra Mundial, la práctica se generalizó y el naci.miento a domicilio se volvió una excepción.

Otro punto sensible: el dolo¡ la maldición bíblica -"Danísa luz con dolor", le dice Dios a Eva cuando la echa delParaíso-, fatal, considerada inevitable, incluso indispensa-ble, en particular por algunos médicos católicos, empapa-dos del esplritu del Génesis. Aún hoy, algunos practican elaborto sin anestesia como si fuera necesario castigar a lasmujeres. De ahí la lucha casi ideológica alrededor del "partosin dolor", cuyo epicentro entre 1950 y l9ó0 fue la clínica deBleuets. Para vencer este dolor se instaba a las mujeres ahacerse responsables de sus partos, signo arcaico de acepta-ción pasiva del destino, hasta el punto de hacer nacer unsentimiento de culpabilidad en caso de dolor persistente. Laidea de que el sufrimiento no es el ineluctable compañerodel parto, sin embargo, es positiva. Más segura y más alegre,la escena del nacimiento, que volvió a integrar a los compa-ñeros masculinos, cambió mucho.

Paralelamente, en Inglaterra y en Francia, en el siglox\,rtr se efectuaba la toma de conciencia del baby. Jean-Jacques Rousseau le expide títulos de nobleza y de utilidadsocial. En particular, consagra la leche como elixir de largavida del recién nacido. La nueva Eloísa celebra la lactanciamaterna y el honor de las madres que la practican. Elpecho materno se descubre, se exhibe y se convierte en elsÍmbolo mismo de la República. En Memorias de dos jóve-nes casadas (Balzac), Renée de l'Estoril encarna a la jovenmadre escrupulosa y feliz de estar absorbida por los cuida-dos del recién nacido frente a su amiga, mundana y enamo-rada infeliz.

EL CUERPO

Sin embargo, en el siglo xx, la mundana le disputa el lugarlr la madre. Los maridos encuentran excesiva la atención albebé, tanto más cuanto que el acto con),ugal es desaconsejadopara las madres que amamantan. Burguesas y comerciantesrccurren entonces a nodrizas "a domicilio", seleccionadas porrnédicos, que las palpan en agencias de reclutarniento de can-tlidatas llegadas del campo. Están bien alimentadas y soncstrictamente vigiladas, en especial en el aspecto sexual.

Más a menudo se ubica a los hijos en el campo, en casascle nodrizas llamadas "para llevar". Morvan era la principallegión de crianza. Miles de bebés parisinos han mamado laleche de esas nodrizas. Pero el transporte era peligroso ymortífero. Algunos años, Ia mitad de los bebés morían en IarLrta. Cada vez más criticado por los médicos, el sistema fueleglamentado tan estrechamente por la Ley Roussel (187ó)

c¡ue terminó por desaparecer.Ya no se lo necesitaba: con la pasteurización, el biberón

tlejaba de ser un artefacto mortal. El museo de Fécamp mues-lra su éxito, al mismo tiempo que el final de las nodrizas.

La Tercera República declara la guerra a la mortalidadinfantil instituyendo una vigilancia más estrecha de la saludcle los lactantes y de las madres a través de una red cada vezmás densa de dispensarios y de asociaciones como La Gotade Leche. La medicalización de la maternidad y de la prime-ra infancia es en adelante un compromiso nacionalsz queapoya hasta la obsesión el cuerpo de la madre.

El bebé se vuelve una persona acariciada y mimada porla madre y, en menor medida, por el padre. La pinturaimpresionista muestra pocos bebés, pero se aferra a lascunas (por eiemplo Berthe Morisot). Auxiliares de médicos,rrgentes de puericultura, las madres son incitadas a consig-rrar por escrito el crecimiento de sus bebés, su peso, su talla,

i7 catherine Rollet, l¿ polítique a l'égard de la petite enfance sous la ttt"ln;Ftblique, París, puF-rNED, núm. 127, 1990.

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MI HISTORIA DE LAS MUJERES

sus mamad¿rs. A.lgunas llevan, de esta manera, verdaderosdiarios, más psicológicos, como la madre de Hannah Arendt,cuyas libretas encontró Laure Adler.s¡ No es la única.Paralelamente al control de la natalidad, y en sus recovecos,se desarrollan una indiüdualización de la matemidad y deldeseo de tener hijos.

También ocurre que, más allá de las vicisitudes de lahistoria, lo esencial sigue siendo el engendramiento.

Todo nacimiento es una natiüdad, decía c<.¡n razónHannah Arendt.

"Un hijo nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado."

¿Y por qué no una hija?

CuERPos soMETrDos

Aunque deseado, a lo largo de la historia el cuerpo de lasmujeres también es un cuerpo dominado, sometido, amenudo apropiado incluso en su sexualidad. Cuerpo com-prado, también, a través de la prostitución, de la cual qui-siera hablarles ahora.

La gama de las violencias ejercidas sobre las mujeres es

a la vez variada y letánica. Lo que cambia es la mirada sobreellas, el umbral de tolerancia de la sociedad y el de las muje-res, la historia de su queja. ¿Cuándo y cómo las vemos noso-tros? ¿Se consideran ellas víctimas?

El derecho de pemada medieval, por ejemplo, es una deli-cada frontera de percepción. El derecho que el señor habúatenido de disliutar de la noche de bodas de sus siervos es con-trovertido, menos en sus rastros jurídicos que en su realidad.Alain Boureau pone en duda sobre este punto la tesis de Marie-

53 Laure Adler Da,¡.s les pas de Hannah Arendt, París, callimard, 2005

[Lrad. esp.: Hannah Arct¡dt, Barcelona, Destino, 200ó]; los cuadernos deMartha Arendt, Unser Kirld, se encuentran en el fondo Arendt, en laBiblioteca del Congreso de Washington.

EL CUERPO

Victoire Louis.se Según é1, se trata de un mito construido en elurntexto de desvalorización de una oscr¡ra Edad Media.

En cambio, la violación colectiva es identificada por losrnedievalistas (Jacques Rossiaud, Georges Duby) como una

l)ráctica bastante usual de bandas de jóvenes, un ritual devirilidad. Las "toutnantes", esas bandas callejeras de losbarrios populares de hoy, aun si han sido exageradas porlos medios, responden a un resorte análogo que sin embar-go hoy en día es estigmatizado.

Lo que nosotros llamamos "acoso sexual" era todavíamás frecuente, en especial en el trabajo. Era una amenazapara diversas categorías de jóvenes y de mujeres, entre ellaslas criadas rurales, embarazadas con facilidad en el soporde los graneros estivales, y las "mucamitas" de los últimosl.risos urbanos que describe Zola e¡ Pot-Bouil/e, expuestas alos ataques de sus patrones. A veces ocurría con la compli-cidad de las dueñas de casa, que después de todo preferlanque sus hijos tuvieran sus primeras experiencias sexualescon estas jóvenes antes que en el burdel, donde corrlan elriesgo de una sífilis.

Las obreras estaban expuestas a los avances de loscapataces, más todavía que a los de los directores de laslábricas, que estaban más apartados. A fines del siglo xtx,los diarios obreros del norte de Francia -,L¿ Forgat, Le Cridu forgat-..- abren "tribunas de los abusos" donde denun-cian la lubricidad de los "perros serviles del capital". En1905, en Haviland, el principal negocio de porcelana deLimoges, un hecho de este tipo da origen a una de lashuelgas más duras de la época. Georges-EmmanuelClancier l<r relató en I* Pain noir (1975), que dio lugar atrna telenovela. En todos esos casos las jóvenes eran elblanco preferido, lo cual reforzaba la oposición de los

5e Marie-Victoire Lo'-ris, lz Droit de cuissage, France, 18ó0-1930, P^tís,I-'Arelier, 1994; Alain Boureau, k Droit de clússale. La lábticatíon d'un,xrl¿e, París, Albin Michel, 1995.

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).

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moralistas -y también de los obreros- al trabajo de lasmujeres en las fábricas, lugar brutal, contrario a lafeminidad.

Las mujeres golpeadas en el matrimonio eran legión.Para el jefe de la familia, golpear a la mujer y a los hijos erauna manera casi normal de mandar en casa. Siempre que lohiciera con moderación, el entorno lo toleraba, sobre todosi las esposas tenían reputación de "malas amas de casa".Por otra parte, algunas mujeres se defendían, como lo cuen-ta Marguerite Audoux. Una de las obreras de El taller deMaría Clara (1920) se jacta de los pugilatos con su marido,quien no siempre lleva las de ganar. Los golpes eran cosa detodos los días para muchos matrimonios (y no sólo popula-res), y aumentaron por el incremento del alcoholismo en lasegunda mitad del siglo xx. Sin embargo, la reprobación deestas prácticas es cada vez más fuerte. Para empezar, res-pecto de los hijos, que en caso de bmtalidad pueden serseparados de la familia, puesto que la ley hace posible, en1889, "la caducidad de la patria potestad". Más tarde, inclu-so hace muy poco, para las mujeres, gracias a las asociacio-nes y a los "hogares para mujeres golpeadas", abiertos desdehace unos treinta años.

En estas condiciones, la sexualidad venal sería casi tnprogreso si se limitara a la remuneración de un "serviciosexual". En nombre de esto -la mujer libre en un mercadolibre-, algunas feministas defienden el derecho a la prosti-tución. Pero asociada la mayor parte de las veces a la mise-ria y la soledad, la trata está acompañada de una explota-ción, incluso de una sobreexplotación, del cuerpo y del sexode las mujeres, lo que plantea la cuestión de la mercantili-zación del cuerpo.

La prostitución es un sistema antiguo y casi universal,organizado de diferentes modos con estatutos diferentes yjerarquías intemas, y está considerado de maneras diversas.La reprobación que recibe es muy variada. Depende del

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valor dado a la virginidad y la impofiancia acordada a lasexualidad. Las civilizaciones antiguas u orientales no tie-rren la misma actitud que la civilización cristiana, para lacual la carne es el asiento de la infelicidad, y la fornicación,cl pecado más grande. Figura compleja, María Magdalenacncarna a la vez la seducción, el pecado y la dulzura delrrrepentimiento. Introduce en el universo austero de la san-tidad una dulzura extraña. Paradójicamente, Zola es muchomás sombrío: flor extenuada y venenosa de la lujuria, Nanacondensa la podredumbre de la burguesía parisina. Estádedicada a la decadencia y al desastre.

Nada que ver con las mujeres galantes del Japón medie-val que describe Jacqueline Pigeot,óo a partir de una abun-dante documentación literaria y casi etnográfica. Esasmuieres tienen como ocupación divertir a los hombres concl canto, la danza y eventualmente el sexo. Pero no estánencerradas ni estigmatizadas. Provienen de medios modes-tos y a menudo son las madres las que reclutan a las hijas.Viven de manera relativamente libre y autónoma, en gmposautoadministrados y bastante jerarquizados. Algunas sonverdaderas artistas que dejaron un norrbre (la bailarinaShizuka Gozen; Gio, favorita de un ministro del Imperio) enel arte de vivir, incluso en la creación musical y la puestaen escena. "Menos tabú sobre el sexo, menos denigración dela prostitución", escribe Jacqueline Pigeot, que sin embargoobserva cómo se degrada su condición en el siglo xru, enespecial bajo la influencia del budismo tántrico que predicala pureza.

En el Occidente cristiano la prostitución era más sospe-chosa. Su auge acompañaba el auge de las ciudades y fueconsiderable en el siglo xur. Londres y París eran las capi-tales de la prostitución, con cifias enorrnes, incluso fantás-

ó0 Jacqueline Pigeot, Femnes galantes, femmes atlistes dans le Japotlatrcietl (xF xttF siecle), Parfs, Callimard,2003.

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ticas. Se hablaba de cincuenta mil prostitutas en París(Parent-Duchatelet bajó esa cifra a doce mil) en vísperas de

la Revolución, de la cual ellas participan: en 1789, las pros-titutas desfilaron por la capital pidiendo el reconocimientode sus derechos y la libertad de circulación.

Se produjo lo contrario: el miedo a la sífilis, una "peste"sanitaria, condujo, al revés, a una completa reorganiza-ción en el marco del reglamentarismo preconizado por eldoctor Parent-Duchatelet, explorador de los bajofondos.Su libro, De la prostitution dans la ville de Paris (1836), es

una notable investigación médica y social sobre el reclu-tamiento, las prácticas, la vida cotidiana y la salud de lasprostitutas.

Parent-Duchatelet intenta encerrar a las prostitutas en"casas de lenocinio", muy fáciles de distinguir por el núme-ro grande de la fachada y por el farol rojo, tal como puedevé¡selos aun hoy en Stuttgarq burdeles autorizados, cerra-dos por la Ley Marthe Richard de 1946. Las casas de tole-rancia están administradas por las "madamas", ellas mis-mas antiguas prostitutas, en complicidad con las autorida-des policiales y garantes del orden. Existen dos categoríasde jóvenes: "en rcgla", autorizadas y sometidas a controlmédico, y "clandestinas", a las que la policía persigue todoel tiempo (equivocándose a veces, lo que acarrea incidentescon la mujeres "honestas" víctimas de confusiones). Arres-tadas, son sometidas a visitas domiciliarias y eventualmen-te encarceladas: en París, Saint-Lazare es la prisión-hospitalde las mujeres, en la que Edmond de Goncourt se inspirópara La rantera Elisa (1,877).

La prostitución, como mundo en expansión, diversificasu oferla. Las casas de citas, más refinadas, se distinguende los lupanares sórdidos, donde las chicas hacen turnos dealgunos minutos. La mayoría viene del campo y circula porestos lugares, según edad y antigúedad, en París y el interior.Hacen carrera hasta el retiro o hasta un siempre posible

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nratrimonio. La reprobación popular de la prostitución al¡rrincipio es moderada. En el último tercio del siglo x-o< la"trata de blancas" ensanchó el mercado, desde las polacas ylas judías de los guetos pobres de Europa Central hasta laschicas de los cálidos barrios de las ciudades sudamericanas.

Este modelo de reglamentación es exportado a todaEuropa y también a las colonias, como lo muestra ChristelleTaraud para los países del Magreb.ot La colonización noimporta la prosütución, pero la modifica con la reglamenta-ción y el encierro. Un ejemplo exfemo lo ofrece Bousbi¡ en lossuburbios de Casablanca. Se trata de un barrio totalmentecerrado y controlado, con una doble jerarquía (europea e indí-gena) y una coexistencia de sistemas (antiguo y nuevo). Reinanla violencia y la explotación bajo el barniz de lo pintoresco y delexotismo cinematogrilfico. Los tesümonios de prostitutas sonraros y recientes. El de Germaine Aziz es abrumador: NancyHuston publicó las memorias de Marie-Thérése,62 prostituta,que habla de su sujeción y su suliimiento.

Las feministas se movilizaron en contra de la prostitu-ción, slmbolo de la explotación de las mujeres. JosephineButler y las angloamericanas preconizaron el abolicionismoradical. La energía protestante se cristalizaba en la higieney la responsabilidad moral. En Francia la suiza Émilie deMorsier funda la asociación de las "Liberadas de Saint-Lazare", convertida en el más alto lugar de solidaridad anti-prostitucional. Los trabajos de protección a las jóvenesintentaban hacer prevención en los lugares de captación declientes, principalmente las estaciones, donde las militantescon brazaletes abordaban a las ióvenes migrantes de lasprovincias.

6r Christelle Tara]ud, Lt Plostitütiot1 coloníale. Algéie, Tittlisíe, Marcq1 8 30- 1 962, París, Payot, 2003.

ó, Nancy Huston, Mosai4ue ¿le la pomographie: Marie-Thérése et lesautres, París, Denoél, 1982; Ge.maine Aziz, Les Chambres clo.'¿s, París,Stock, 1980.

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Un siglo más tarde, en 1975, las feministas manifesta-ron su apoyo a los movimientos de prostitutas, especial-mente en Lyon, alrededor de la iglesia de Saint-Nizier.Pero esta vez, como en 1789, las prostitutas toman lasriendas de su destino. Piden el reconocimiento de su pro-fesión y las consiguientes garantlas de la seguridad social,lo que choca a las abolicionistas como la aceptación de loinaceptable.

En la actualidad las feministas están todavla divididasentre las que ven en la prostitución la suprema alienacióndel cuerpo de las mujeres y se niegan a considerarla comoun oficio, y las que defienden el derecho de las mujeres adisponer de su cuerpo y por lo tanto a venderlo. Este deba-te recurrente fue especialmente agitado en 2002. La visiónde la mercantilización del sexo da a la obra de MichelHouellebecq algunos de sus acentos más potentes.

Por detrás de todo esto actúan las redes estructuradas yglobalizadas que hurgan en todos los bolsillos de la pobre-za: Europa del Este, África subsahariana, el "paraíso tailan-dés", etc., y utilizan los infinitos recursos de internet paraaumentar la circulación en un mercado que se expande yofrece ventajas considerables. Un mercado en el cual elcuerpo de la mujer es el objeto y el premio.

III. EL ALMA

DESPUEs DEL cuerpo, el alma: la religión, la cultura, la edu-cación, el acceso al conocimiento, la creación. Santas y bru-ias, lectoras y escritoras, artistas y actrices serán nuestrascompañeras a lo largo de este capltulo.

Pero antes, ¿las mujeres tienen alma? Se atribuye estapregunta al concilio de Mácon, celebrado en 585. Da toda laimpresión de tratarse de un mito, forjado a partir de lossiglos xvt y xut -sobre todo por Pierre Bayle- y luego reto-mado una y otÍa vez como prueba de la barbarie de laIglesia durante esos siglos de hierro. Precisamente, la nove-dad del cristianismo consistía en la afirmación de la seme-janza espiritual de hombres y mujeres, exactamente igualesy desnudos el día del Juicio Final.t

MUJERES Y RELIGIoNES

Entre las religiones y las mujeres las relaciones han sidosiempre y en todo lugar ambivalentes y paradojales, porquelas religiones son al mismo tiempo poder sobre las mujeresy poder de las mujeres.

Poder sobre las mujeres: las grandes religiones monoteís-tas hicieron de la diferencia de los sexos y de su valor desigualuno de sus fundamentos. La jerarqula de lo masculino y lofemenino se les presenta como el orden de una Naturaleza

| É,meline Aubert, "La femme a-t-elle une áme? Histoire d'un mythe, duconc¡le de Macoñ á nos jours", en ¡.a R¿ligíon et les femmes, actas de colo-quio reunidas por Cérard Choha, Montpellier, 2002, pp. l8-34.

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