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PÉREZ RANSANZ, Ana Rosa, Kuhn y el cambio científico. Fondo de Cultura Económica, México 1 999.  AGRADECIMIENTOS En la elaboración de este libro he acumulado incontables deudas. Entre quienes han sido mis maestros, debo un agradecimiento especial a Ulises Moulines, cuyos formativos cursos en filosofía de la ciencia me permitieron aquilatar la importancia de las tesis de Kuhn sobre el cambio científico y vencer las reticencias que éstas me provocaban en mis años de estudiante de maestría. A Luis Villoro, cuyas lúcidas enseñanzas en teoría del conocimiento y agudas críticas a posiciones ontológicas, como la que aquí intento defender, me permitieron ver ciertos problemas de fondo en la discusión del realismo. A Fernando Salmerón, cuya irreparable pérdida siempre lamentaremos, quien con toda amabilidad pero sumo rigor crítico discutió los borradores de la reconstrucción que aquí se hace de la idea kuhniana de racionalidad, y cuyo profundo conocimiento de los clásicos me salvó de varios errores y planteamientos ingenuos. A Bas van Fraassen, quien me brindó la oportunidad de pasar un año sabático (1994-1995) en la Universidad de Princeton, donde reescribí algunos cap ítulos de este libro motiv ada por sus cursos y seminar ios, de los cuales no pocas veces salí con la tarea de tener que reconfigurar alguna parte de mis es- quemas previos. A Larry Laudan, cuya generosidad al comentar en detalle una versión previa del capítulo sobre inconmensurabilidad me señaló problemas que requerían mayor elaboración, y cuyas acuciantes críticas al relativismo de Kuhn me obligaron a revisar y apuntalar mi interpretación de este autor. Finalmente, mi deuda más antigua es con León Olivé, quien a lo largo de veinticinco años de amistad y constante diálogo filosófico me ha brindado su apoyo en las diversas tareas que he emprendido desde que me interesé en la filosofía de la ciencia; tanto como director de la tesis de doctorado que presenté en 1991 en la Facultad de Filo sofía y Letras de la UNAM -la cual consti tuye la prime ra versión de este libro- y como lector atento e inmisericorde de mis trabajos en este campo, su crítica siempre constructiva ha sido un fuerte contrapeso frente a mis recurrentes inseguridades. Dentro del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional  Autónoma de México, al que me incorporé en 1985, la discusión con mis compañeros del área de filosofía de la ciencia ha sido una fuente constante de estímulo intelectual, en particular con Ambrosio Velasco, quien es el principal artífice de la buena marcha del área. También he rec ibido valiosas observaciones de otros colegas de nuestro medio a través de réplicas y comentarios a versiones previas de materiales aquí contenidos, entre ellos de Isabel Cabrera, Mario Casanueva, Adolfo García de la Sienra, Raúl Orayen, Carlos Pereda,

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Texto para Introducción al pensam iento científico. Prof. José María Ramón. Sede Trelew. 1

PÉREZ RANSANZ, Ana Rosa, Kuhn y el cambio científico. Fondo de Cultura

Económica, México 1999.

 AGRADECIMIENTOS

En la elaboración de este libro he acumulado incontables deudas. Entre quienes han

sido mis maestros, debo un agradecimiento especial a Ulises Moulines, cuyos formativos

cursos en filosofía de la ciencia me permitieron aquilatar la importancia de las tesis de

Kuhn sobre el cambio científico y vencer las reticencias que éstas me provocaban en mis

años de estudiante de maestría. A Luis Villoro, cuyas lúcidas enseñanzas en teoría del

conocimiento y agudas críticas a posiciones ontológicas, como la que aquí intento

defender, me permitieron ver ciertos problemas de fondo en la discusión del realismo. A

Fernando Salmerón, cuya irreparable pérdida siempre lamentaremos, quien con toda

amabilidad pero sumo rigor crítico discutió los borradores de la reconstrucción que aquí se

hace de la idea kuhniana de racionalidad, y cuyo profundo conocimiento de los clásicos me

salvó de varios errores y planteamientos ingenuos. A Bas van Fraassen, quien me brindó la

oportunidad de pasar un año sabático (1994-1995) en la Universidad de Princeton, donde

reescribí algunos capítulos de este libro motivada por sus cursos y seminarios, de los

cuales no pocas veces salí con la tarea de tener que reconfigurar alguna parte de mis es-

quemas previos. A Larry Laudan, cuya generosidad al comentar en detalle una versión

previa del capítulo sobre inconmensurabilidad me señaló problemas que requerían mayor

elaboración, y cuyas acuciantes críticas al relativismo de Kuhn me obligaron a revisar y

apuntalar mi interpretación de este autor. Finalmente, mi deuda más antigua es con León

Olivé, quien a lo largo de veinticinco años de amistad y constante diálogo filosófico me ha

brindado su apoyo en las diversas tareas que he emprendido desde que me interesé en la

filosofía de la ciencia; tanto como director de la tesis de doctorado que presenté en 1991

en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM -la cual constituye la primera versión de

este libro- y como lector atento e inmisericorde de mis trabajos en este campo, su crítica

siempre constructiva ha sido un fuerte contrapeso frente a mis recurrentes inseguridades.

Dentro del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional

 Autónoma de México, al que me incorporé en 1985, la discusión con mis compañeros del

área de filosofía de la ciencia ha sido una fuente constante de estímulo intelectual, en

particular con Ambrosio Velasco, quien es el principal artífice de la buena marcha del área.

También he recibido valiosas observaciones de otros colegas de nuestro medio a través de

réplicas y comentarios a versiones previas de materiales aquí contenidos, entre ellos de

Isabel Cabrera, Mario Casanueva, Adolfo García de la Sienra, Raúl Orayen, Carlos Pereda,

Salma Saab y Antonio Zirión. Sobra decir que el beneficio rec ibido, tanto de mis maestros

como de mis colegas, no los inculpa de las limitaciones o errores no superados, y tampoco

implica su acuerdo con las tesis aquí defendidas.

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En la Universidad de Salamanca, durante una estancia de investigación con apoyo

del Ministerio de Educación y Ciencia de España, entablé un fecundo diálogo con Fernando

Broncano y Miguel Ángel Quintanilla, el cual se refleja en ideas aquí desarrolladas. Otras

amables invitaciones a participar en reuniones y proyectos académicos me han permitido

discutir y afinar diversas partes de este libro. Agradezco dichas oportunidades a Manuel

Comesaña, Cristina Di Gregori, Javier Echeverría, Eduardo Flichman, Nélida Gentile, Andoni

Ibarra, César Lorenzano, Óscar Nudler, Ezequiel de Olaso, Juan Rodríguez Larreta, David

Sobrevilla y Carlos Solís.

Por otra parte, la interacción con mis alumnos y becarios de distintas generaciones

e instituciones ha sido uno de los incentivos más poderosos en el desarrollo de este

trabajo. Sus cuestionamientos frescos y vivaces han sido una guía básica en la manera de

formular los problemas que aquí se abordan. Ellos son sus principales destinatarios.

Para la redacción de este libro conté con el apoyo del Consejo Nacional de Ciencia y

Tecnología, a través de una Cátedra de Excelencia Nivel III. Agradezco a esta institución

su valiosa ayuda.

Finalmente, el respaldo moral y afectivo que en todo momento me ha dado mi

familia Ransanz es invaluable, así como el de Miguel Hernández Cota, Ángela Galindo y mis

amigos más entrañables. A mis hijos Ana y Toño, lo mismo que a Isabel, les debo mi

agradecimiento más profundo por su paciencia infinita, su inmenso cariño y su alegría de

vivir. Sin ellos y sin todo el amor de mis añorados padres nada hubiera sido posible. A ellos

dedico el esfuerzo aquí vertido.

PREFACIO

En una cultura como la nuestra, donde la ciencia ocupa un lugar preponderante y

donde además se cultiva la capacidad de reflexión y la autocrítica, resulta imprescindible el

estudio de los procesos de cambio y desarrollo del conocimiento científico. Esta necesidad

de comprender la dinámica de la ciencia obedece a factores que abarcan desde cuestiones

muy prácticas, como el interés en diseñar políticas adecuadas de investigación, hasta

motivaciones puramente teóricas, como es elucidar la naturaleza y el alcance del

conocimiento humano.

El propósito de este libro es abordar los problemas conceptuales que plantea el

desarrollo de la ciencia, a través de un estudio detallado del modelo propuesto por uno de

los autores más discutidos e influyentes del siglo XX: Thomas S. Kuhn. La estructura de las

revoluciones científicas, su texto más conocido, constituye el punto de partida de una

nueva manera de entender la ciencia. Hasta hace unos treinta años nadie hubiera puesto

en duda que la actividad científica consiste en realizar experimentos, reunir datos,

explicarlos por medio de hipótesis teóricas simples, progresando así racionalmente hacia la

verdad. La crítica de Kuhn a esta imagen de la ciencia vino a poner en tela de juicio sus

supuestos más básicos, entre ellos el carácter neutral de la observación, la noción de una

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verdad absoluta, la elección de teorías como una actividad gobernada por principios

autónomos y universales de racionalidad, y la añeja idea de que la filosofía de la ciencia

tiene una función exclusivamente normativa. El modelo alternativo que elabora Kuhn,

donde la preocupación por dar cuenta de los procesos de cambio científico pasa a ocupar

el lugar central, prescinde de todos esos supuestos tradicionalmente arraigados.

El impacto de las revolucionarias ideas de este autor se ha dejado sentir en los

diversos campos donde se estudia la empresa científica. Sus puntos de vista han sido el

punto focal de fuertes controversias no sólo entre los filósofos sino también entre los

historiadores, los psicólogos y los sociólogos de la ciencia, ya que su modelo toma en serio

el carácter complejo y multifacético de esta empresa cognitiva. De hecho, la inmensa

mayoría de los análisis de la ciencia que se han realizado en los últimos años, desde las

perspectivas teóricas más diversas, hacen constante referencia a las tesis kuhnianas, ya

sea para adoptarlas, objetarlas o modificarlas. De aquí que un examen de estas tesis,

además del interés que puede tener para quienes trabajan en el campo de la epis-

temología y la metodología, resulte un buen punto de partida para comprender y aquilatar

el cúmulo de estudios de distinta índole generados en fechas recientes. Por otra parte,

también puede servir como una guía útil para aquellos científicos y estudiantes de ciencias

que se preocupan por reflexionar críticamente sobre su quehacer.

El análisis que aquí se hace del modelo de Kuhn se centra en sus implicaciones de

carácter filosófico. Se destaca, sobre todo, la transformación que este modelo ha

producido en la manera de analizar las formas en que se conduce la investigación y se

evalúan sus resultados, así como en la manera de establecer la relación entre la ciencia y

el mundo. El eje que vertebró los análisis de Kuhn sobre el cambio científico, la tesis de

inconmensurabilidad, obligó a replantear el problema de la comparación y elección de

teorías, renovando con ello la discusión sobre la racionalidad científica. También introdujo

un enfoque relativista en el ámbito de las ciencias naturales, hasta entonces considerado

como un territorio independiente de las diversas perspectivas locales. Pero además dicha

tesis imprimió un nuevo impulso en la vieja polémica sobre el realismo -sobre las

relaciones entre nuestro conocimiento y la realidad-, así como sobre el espinoso problema

de la verdad. Estas repercusiones son objeto de especial atención a lo largo del presente

estudio.

Como la intención es que este libro resulte accesible tanto a estudiantes como a

lectores no especializados en el tema, se ha procurado que la presentación de los

problemas y conceptos centrales proporcione al lector el marco teórico que requiere el

análisis de la dinámica científica, así como los antecedentes que permiten enmarcar la

perspectiva kuhniana. Aunque también hay que señalar que uno de los objetivos

perseguidos es llegar al estado actual de la discusión, al menos en algunas de las

cuestiones más debatidas en torno al problema del cambio en la ciencia.

También cabe advertir que aquí se presenta una reconstrucción del pensamiento de

Kuhn que difiere, en aspectos básicos, de una buena parte de las interpretaciones usuales.

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Si bien se reconoce el hecho de que, como en todo pensamiento original y creativo, las

ideas de este autor sufrieron una notable evolución, sin embargo el interés no ha sido

rastrear sus posibles tensiones o inconsistencias, sino destacar los ejes de continuidad que

permiten una mejor comprensión de su perspectiva teórica. Por ello se ha hecho especial

hincapié en los textos posteriores a La estructura, menos conocidos, donde Kuhn

desarrolla e intenta precisar sus intuiciones originales. Aunque ciertamente se argumenta

en favor de la plausibilidad de la presente reconstrucción, se deja al lector la tarea de

aquilatarla frente a interpretaciones alternativas e incluso contrapuestas.

El trabajo resultante es en parte una reflexión sobre Kuhn, y en parte una reflexión

a partir de Kuhn. En este sentido, los capítulos se pueden dividir básicamente en dos

grupos: los cuatro primeros intentan ser una exposición argumentada y sistemática de las

tesis centrales de este autor, mientras que los cuatro restantes intentan desarrollar las

principales consecuencias metodológicas, epistemológicas y ontológicas de dichas tesis. EL

primer capítulo sirve de hecho como una introducción general a los propósitos de este

libro, ya que en él se exponen las divergencias de fondo entre la concepción tradicional de

la ciencia y la concepción alternativa que Kuhn contribuye a conformar. Y en el último

capítulo, donde se ofrece una visión panorámica de otros modelos del cambio científico, se

delinean las principales tendencias en la discusión reciente en este campo de investigación.

Por último, cabe señalar que algunos de los materiales aquí contenidos han sido

publicados en versiones previas, la mayoría de las cuales han resultado modificadas -a

veces de manera considerable- a raíz de comentarios críticos, o bien debido a su inserción

en la estructura de este trabajo. Las referencias de los materiales que se han retomado se

hacen a lo largo del texto.

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I. THOMAS S. KUHN Y LA "NUEVA" FILOSOFÍA DE LA CIENCIA

LA NUEVA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA FRENTE A LA TRADICIÓN

Una de las principales razones de que en el siglo XX Se haya desarrollado una

disciplina filosófica específica, la filosofía de la ciencia, la encontramos en el supuesto de

que la ciencia se distingue del resto de actividades culturales por haber adquirido un

método especial, "el método científico", el cual constituye un modo privilegiado de conocer

el mundo. Hasta los años cincuenta, dentro de la tradición anglosajona, los filósofos de la

ciencia compartieron la idea de que los sorprendentes logros científicos -especialmente los

de la física- se alcanzaban gracias a la aplicación de un poderoso conjunto de principios o

reglas, tanto de razonamiento como de procedimiento, que permitían evaluar ob-

 jetivamente las hipótesis y teorías que se proponen en la actividad científica. Se pensaba

que el método constituido por dichas reglas ofrecía, por decirlo así, un riguroso control de

calidad de las hipótesis y teorías, junto con una forma de calibrar su éxito, que permitía a

los científicos decidir con total acuerdo sobre su aceptación o rechazo. De aquí que la tarea

central de la filosofía de la ciencia se haya concebido como la de formular con precisión las

reglas del método que garantizaban la correcta práctica científica y el auténtico

conocimiento. En otras palabras, el objetivo era codificar las reglas metodológicas que

encerraban el núcleo de la racionalidad científica.

Esta idea general sobre el método científico, común a las dos corrientes que

conforman la filosofía "clásica" de la ciencia: el empirismo lógico y el racionalismo crítico,

resulta severamente cuestionada -en los años sesenta- por una serie de concepciones que

responden al interés por explicar cómo, de hecho, la ciencia cambia y se desarrolla. Estas

concepciones surgen, por tanto, de una reflexión filosófica muy ligada a los análisis

históricos de la práctica científica. Si bien es cierto que los autores de las primeras

concepciones altemativas -entre los que destacan Norwood Hanson, Paul Feyerabend,

Stephen Toulmin y, sobre todo, Thomas Kuhn- provienen de diversos campos y corrientes

de pensamiento, todos ellos coinciden en poner en duda la existencia de un conjunto de

reglas metodológicas del tipo que los filósofos clásicos habían estado buscando. Es

entonces cuando comienza a perder su carácter hegemónico el supuesto de que la ciencia

debe su enorme éxito a la aplicación de un método universal.

El movimiento de los años sesenta ha sido identificado de varios modos: nueva

filosofía de la ciencia, corriente historicista, teoreticismo, análisis de las cosmovisiones e,

incluso, filosofía blanda de la ciencia. La denominación de "nueva filosofía de la ciencia",

que persiste en la actualidad, destaca simplemente su oposición a las tesis básicas tanto

del empirismo lógico como del racionalismo crítico, que ahora se consideran las

concepciones clásicas o tradicionales. El calificativo de "corriente historicista" obedece a

que en este enfoque la atención se concentra en la dinámica del proceso mediante el cual

cambia y evoluciona el conocimiento científico, más que en la estructura lógica de sus

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resultados. En opinión de los nuevos filósofos, el análisis del desarrollo del conocimiento

exige tener en cuenta el modo como de hecho se trabaja en la ciencia, y sólo la

investigación histórica nos puede dar esa información. En consecuencia se otorga primacía,

como instrumento de análisis, a los estudios históricos frente a los análisis lógicos. EL

escaso uso de herramienta formal, característico de este enfoque, es lo que le ha valido el

título de "filosofía blanda de la ciencia".

La denominación de "teoreticistas" responde a otra de las tesis que comparten los

nuevos filósofos: toda observación, y en general toda experiencia, está "cargada de

teoría". No hay observaciones puras, neutras, independientes de toda perspectiva teórica.

En lugar de suponer que las observaciones proporcionan la base firme, los datos

absolutamente estables contra los cuales se ponen a prueba las teorías, se intenta mostrar

que los marcos teóricos contribuyen en buena medida a determinar qué es lo que se

observa. También se considera que la importancia de los datos varía en función de las

distintas perspectivas teóricas. Aunque desde luego se reconoce el papel central que tiene

la experiencia en la adquisición de conocimiento, se enfatiza que la mayor parte de la

investigación científica consiste en un intento por comprender la naturaleza en términos de

algún marco teórico presupuesto.

Estos dos aspectos, el enfoque histórico (contra la primacía del análisis lógico) y el

acento en el carácter teórico de la investigación (contra la existencia de una base empírica

neutral), conducen al cuestionamiento de la tajante distinción entre "contexto de des-

cubrimiento" y "contexto de justificación", distinción que está en el núcleo de las

concepciones clásicas. Pero sobre todo, conducen a la idea de que para entender qué es el

conocimiento -tarea de la epistemología- no basta considerar el "contexto de justificación".

Hans Reichenbach, uno de los principales representantes del empirismo lógico, quien en

1938 introdujo la distinción bajo esa nomenclatura, pretende marcar la diferencia entre los

procesos por los cuales los individuos llegan a concebir o descubrir nuevas hipótesis, y los

procesos por los cuales dichas hipótesis se evalúan y se justifican ante la comunidad de

especialistas. Las cuestiones que atañen a la racionalidad sólo se plantean en el segundo

contexto, el de la justificación o validación. Los factores involucrados en la producción

creativa de una idea son irrelevantes para la cuestión de si tenemos buenas razones para

aceptar o rechazar esa idea; dichos factores pueden ser estudiados por los psicólogos,

sociólogos, historiadores, biógrafos, etc., pero los resultados de esos estudios no son de

interés para la filosofía de la ciencia.

Reichenbach afirma que la epistemología -a la que identifica con la filosofía de la

ciencia- se distingue de la psicología en que la primera "intenta reconstruir los procesos de

pensamiento como deberían suceder si han de ser ordenados en un sistema coherente"

(Reichenbach, 1938, p. 5). Esto es, se busca reemplazar los procesos de pensamiento que

de hecho ocurren por series de pasos lógicamente justificados que conduzcan al mismo

resultado; la epistemología trabaja entonces con "sustitutos lógicos" más que con procesos

de pensamiento efectivos. Por tanto, afirma este autor, "nunca será una objeción

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permisible a una construcción epistemológica el que el pensamiento efectivo no se

conforme a ella" (ibid., p. 6). Esta reconstrucción lógica es, justamente, la reconstrucción

racional del conocimiento, reconstrucción que permite decidir si una hipótesis está

 justificada por la evidencia empírica, y en consecuencia si es racional su aceptación.

Desde esta perspectiva clásica, resulta natural que sólo se examinen productos de

la investigación que se consideran terminados. El análisis lógico opera aquí 

sincrónicamente, contentándose con "fotografías" del estado final de los sistemas

científicos. Este carácter estático del análisis está íntimamente relacionado con el carácter

universal que se otorga a la reconstrucción racional: al utilizar sólo métodos lógicos se

pretende que los resultados del análisis filosófico de la ciencia tengan una aplicación y

validez generales y, por tanto, un carácter definitivo. El filósofo debe reconstruir la

estructura lógica del lenguaje científico, de las leyes, de las teorías, de las explicaciones

que éstas ofrecen, así como la estructura de las relaciones de justificación entre las

hipótesis y la evidencia. Como señala Wolfgang Stegmüller, la idea era que "con métodos

lógicos sólo se puede llegar a aseveraciones válidas para todas las ciencias posibles"

(Stegmüller, 1973, p. 19). De esta manera, la atención exclusiva en la reconstrucción

lógica eliminaba del ámbito filosófico, como cuestiones no pertinentes, los procesos de

producción y desarrollo de los resultados científicos, así como la posible influencia de

"factores externos" -que no sean de tipo experimental o lógico- en la aceptación de dichos

resultados. Este conjunto de cuestiones se consideró como parte del contexto de

descubrimiento, contexto que era de la competencia de la historia, la psicología, la

sociología o la pragmática de la ciencia.

La distinción de contextos, así como la exclusiva importancia epistemológica del

contexto de justificación, fueron defendidas no sólo por los empiristas lógicos, cuyo

principal líder fundador es Rudolf Carnap, sino también por los racionalistas críticos en-

cabezados por Karl Popper. Si bien es cierto que las diferencias entre el empirismo lógico y

el racionalismo crítico son muchas y muy importantes -diferencias que incluso los

colocaron como enfoques rivales-, también es cierto que presentan acuerdos de fondo.

Pero sólo cuando surgió un enfoque radicalmente divergente, dentro de la misma tradición

anglosajona de pensamiento, se pudieron poner de relieve esos acuerdos básicos. Es decir,

la situación que prevalecía antes del surgimiento de la nueva filosofía de la ciencia podía

hacer pensar que coexistían dos concepciones básicamente distintas; sin embargo, el

contraste que establece la nueva perspectiva resalta los acuerdos de fondo entre las con-

cepciones clásicas, a la vez que permite acotar sus diferencias específicas. Como señala

Ian Hacking refiriéndose a Carnap y a Popper, "ellos discrepaban en mucho pero sólo

porque estaban de acuerdo en lo básico" (Hacking, 1983, p. 3).

En cuanto a las diferencias entre estos dos filósofos clásicos, la más importante se

encuentra precisamente en la manera de concebir y reconstruir el método científico.

Carnap defiende un método de justificación de tipo inductivo: partiendo de los enunciados

de observación, que son la base segura (el fundamento) de nuestro conocimiento,

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debemos establecer qué tan bien confirmada (justificada) queda una hipótesis de

aplicación más general. El problema de caracterizar formalmente la confirmación es, para

Carnap, el problema de construir una lógica de tipo inductivo que permita establecer qué

tanto apoyo (justificación) presta la evidencia empírica a las hipótesis generales. Se trata

entonces de formular un algoritmo que permita determinar, de acuerdo con los datos

disponibles, el grado preciso de justificación de cualquier hipótesis general. Este grado

indicaría la medida de la confianza que es razonable tener en una hipótesis.

La búsqueda de una lógica inductiva ha sido históricamente la vía más transitada en

el intento de formular las reglas de evaluación de las hipótesis científicas; sin embargo,

también han proliferado las objeciones a los distintos intentos. En el siglo XVIII, David

Hume, quien suponía que la existencia de una liga necesaria entre premisas y conclusión

era un requisito de todo argumento racional, afirmaba que no tenemos ninguna base para

aceptar los argumentos inductivos, ya que en ellos siempre es posible que las premisas

sean verdaderas y falsa la conclusión. En el siglo XIX, John Stuart Mill, quien estaba

convencido de que existían reglas para la inducción correcta, consideraba que el hecho de

que los lógicos no hubieran logrado formularlas explica que en ocasiones aceptemos

generalizaciones basadas en inducciones incorrectas. En el siglo XX, dentro del programa

del empirismo lógico, se abandona la exigencia de consecuencia necesaria para los

argumentos inductivos; se trata ahora de precisar el sentido o el grado, según el carácter

cualitativo o cuantitativo del análisis, en que la evidencia disponible confirma una hipótesis.

Dentro del análisis cuantitativo de la confirmación se ha recurrido a la teoría matemática

de la probabilidad, y también a una variante del enfoque probabilista basada en el teorema

de Bayes. Sin embargo, el problema de evaluar el grado de probabilidad que un cuerpo de

evidencia confiere a una hipótesis universal, problema que ocupó a Carnap hasta sus

últimos años, continúa siendo objeto de investigación (cf . Carnap, 1951; un tratamiento

clásico de la confirmación, de tipo cualitativo, es el de Hempel, 1945; una clara exposición

de las dificultades que enfrentan las lógicas inductivas se puede ver en Brown, 1988; un

examen de la evolución del análisis de la confirmación se encuentra en Pérez Ransanz,

1985b).

Popper, por su parte, es uno de los filósofos más convencidos de que el problema

de la inducción es irresoluble. Argumenta ampliamente que la inducción no puede ser un

método de justificación, y subraya que los enunciados que describen nuestras

observaciones también son corregibles, y en consecuencia no constituyen ningún

fundamento último de nuestro conocimiento, como pensaban los empiristas. Tampoco cree

que sea posible establecer fundamentos a priori, como suponían los racionalistas

tradicionales. La racionalidad, según Popper, no requiere de puntos de partida

incuestionables -pues no los hay-; se trata solamente de una cuestión de método: la

ciencia es una empresa racional porque la racionalidad reside en el proceso por el cual

sometemos a crítica y reemplazamos nuestras creencias. Frente al fracaso de los diversos

intentos por encontrar un algoritmo que nos permita decidir -de manera efectiva- cuándo

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debemos aceptar una hipótesis, Popper propone en cambio una serie de reglas

metodológicas que -a su juicio- nos permiten decidir cuándo debemos rechazarla.

La piedra de toque de la metodología popperiana está en la regla lógica del modus

tollens. Esta regla da lugar a inferencias estrictamente deductivas -las únicas seguras- que

permiten establecer la falsedad de hipótesis universales a partir de enunciados sobre

hechos singulares. Popper reconstruye el método científico como un método de conjetura

y refutación: se propone una conjetura (hipótesis) arriesgada de gran alcance, y se

deducen consecuencias observables que se ponen a prueba; si alguna de estas

consecuencias falla, la conjetura ha quedado refutada y debe rechazarse; en caso

contrario, se repite el proceso considerando otras consecuencias contrastables. Cuando

una hipótesis ha sobrevivido, a diversos intentos de refutación, se dice que está

"corroborada" pero esto no nos autoriza a afirmar que ha quedado justificada por la

evidencia empírica. La racionalidad de nuestras creencias no depende de su corroboración,

sino del estar siempre sujetas a revisión y expuestas a la refutación (cf. Popper, 1935,

capítulos 1 a 5; y 1963, capítulo 10).

 Ahora bien, a pesar de las fuertes diferencias apuntadas, el empirismo lógico y el

racionalismo crítico coinciden, en primer lugar, en su objetivo básico: se trata de destilar lo

esencial del método científico y justificar nuestra confianza en él. En ambas concepciones

se supone que la pregunta por las reglas metodológicas -aquellas que garantizan la

correcta práctica científica y el auténtico conocimiento- conduce a los cánones universales

de racionalidad. Esto es, se parte de la idea de que en la situación de evaluación de

hipótesis todos los sujetos que manejan la misma evidencia (información) deben llegar a la

misma decisión, si proceden racionalmente. La racionalidad se concibe, entonces, como

enclavada en reglas de carácter universal, las cuales determinan las decisiones científicas;

el énfasis se pone en las relaciones lógicas que conectan las hipótesis con la evidencia, y

se minimiza el papel de los sujetos.

En cuanto a las tesis que configuran la concepción de ciencia que también

comparten los filósofos clásicos, se destacan las siguientes: 1) hay un criterio general de

demarcación que permite identificar lo que cuenta como ciencia; 2) es posible distinguir

con nitidez la teoría de la observación, y siempre existe una base de observación

relativamente neutral frente a hipótesis alternativas; 3) el desarrollo del conocimiento

científico es progresivo en el sentido de que tiende hacia la teoría correcta del mundo; 4)

las teorías científicas tienen una estructura deductiva bastante rígida; 5) los términos

científicos son definibles de manera precisa; 6) todas las ciencias empíricas, tanto

naturales como sociales, deben emplear básicamente el mismo método, y 7) hay una

distinción fundamental entre contexto de descubrimiento y contexto de justificación, y sólo

el segundo es importante para dar cuenta del conocimiento científico.

Esta lista condensa la concepción tradicional que constituyó el blanco de ataque del

movimiento filosófico de los años sesenta. La imagen de la ciencia como algo que a fin de

cuentas está fuera de la historia, y que gracias a su método resulta ser independiente de

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los sujetos que la producen -de sus intereses, prácticas, supuestos, condicionamientos,

interacciones, etc.- provocó la reacción de reivindicar la dimensión histórica, social y

pragmática de la empresa científica, y de explorar su impacto en la dimensión

metodológica.

 Así, autores como Toulmin y Hanson parten de la idea de que para comprender una

teoría científica es necesario tomar en cuenta tanto aquello que se intenta resolver con

ella, su uso, como su proceso de evolución. No basta con reconstruir lógicamente teorías

que se consideran suficientemente desarrolladas. El análisis de una teoría debe tomar en

cuenta, de manera primordial, que la ciencia siempre se hace desde alguna perspectiva

determinada, desde cierta forma de ver e interactuar con el mundo, y esto significa que

"no hay una ciencia libre de presupuestos", una ciencia que se desarrolle en un aséptico

vacío de compromisos. De aquí el nombre de "análisis de las cosmovisiones” que también

ha recibido este enfoque alternativo.

Las teorías científicas se generan y desarrollan, siempre, dentro de un marco de

investigación más comprehensivo, un marco que abarca diversos tipos de compromisos o

supuestos básicos que comparte la comunidad de especialistas en un campo. De aquí que

las teorías no puedan cumplir el papel de unidades básicas de análisis en el estudio de la

ciencia -papel que les habían asignado los filósofos clásicos-, y se introduzcan unidades de

análisis más complejas, como son los marcos de compromisos o presupuestos. Un marco

de investigación comprende, para empezar, compromisos de tipo pragmático: cuál es el

interés en construir determinadas teorías y lo que se espera de ellas, es decir, qué

problemas deben resolver y a qué campo de fenómenos se pretenden aplicar. También

comprende compromisos de carácter ontológico: qué tipo de entidades y procesos se

pueden postular como existentes en el dominio de investigación; compromisos de carácter

epistemológico: a qué criterios se deben ajustar las hipótesis -que se proponen como

solución a problemas- para calificar como conocimiento; así como compromisos sobre

cuestiones de procedimiento: qué técnicas experimentales y qué herramientas formales se

consideran más adecuadas o confiables. El marco condiciona, incluso, la manera de

conceptualizar la experiencia y clasificar los fenómenos, ya que ante todo implica el

compromiso con un determinado esquema conceptual -sistema de categorías- y un

conjunto de principios teóricos (de aquí la oposición al supuesto de una base empírica

neutral).

 Ahora bien, otra idea clave de este enfoque alternativo es que los marcos generales

de investigación también cambian. Si bien es cierto que de acuerdo con los distintos

autores estas unidades de análisis adquieren características peculiares y nombres dife-

rentes: paradigmas, programas de investigación, tradiciones científicas, teorías globales,

cosmovisiones, etc., también es cierto que todos ellos coinciden en que los

acontecimientos más importantes de la historia de la ciencia son aquellos que involucran

cambios en los marcos que guían la investigación en una disciplina. De aquí la

preocupación, que ha llegado a ser la preocupación central de muchos filósofos de la

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ciencia, por proponer modelos de desarrollo que den cuenta de los cambios más

profundos, y a más largo plazo, en el nivel de los compromisos básicos (o presupuestos)

de las comunidades científicas. Esto es, se vuelve imprescindible explicar el cambio de

paradigmas o marcos generales.

La tesis de que en el desarrollo científico ocurren cambios profundos, cambios que

revolucionan tanto la perspectiva teórica como las prácticas de una comunidad, cuyo

defensor más destacado es Thomas S. Kuhn, es una tesis que surge de la investigación

histórica. Kuhn intenta mostrar, con base en el estudio de casos de la historia de la ciencia,

la incapacidad de las metodologías ofrecidas hasta entonces -tanto inductivistas como

deductivistas- para explicar los grandes logros científicos. Este autor encuentra que buena

parte del proceder científico viola las reglas metodológicas propuestas tanto por los

empiristas lógicos como por los racionalistas críticos, y que ello no ha impedido el éxito de

la empresa científica. Esta objeción de falta de adecuación histórica revela un claro

desacuerdo con el carácter normativo del análisis metodológico, es decir, con la idea de

que la filosofía se ocupa de especificar cómo se debe hacer ciencia. Se establece entonces

la famosa controversia entre quienes consideran (los nuevos filósofos) que el objetivo es

entender la estructura del desarrollo científico y explicar los cambios que en él se generan,

y quienes consideran (los filósofos clásicos) que el objetivo es codificar los criterios y

procedimientos, de carácter universal, que regulan la correcta práctica científica.

Desde su perspectiva histórica, los nuevos filósofos encuentran que tanto los

criterios de evaluación de hipótesis como las normas de procedimiento también se

modifican con el desarrollo de las distintas tradiciones científicas. Esto es, los cambios en

los marcos de investigación-dentro de los cuales se desarrollan las teorías- implican

también cambios en los métodos. Pero entonces, si los métodos no son fijos ni

universalizables, una teoría acerca de la ciencia (que incluye una metodología) tiene que

poder dar cuenta de su evolución y diversidad. De aquí que la tarea se conciba ahora como

la de construir modelos de la dinámica científica que permitan explicar el cambio no sólo

en el nivel de las hipótesis y teorías (el nivel de los contenidos), sino también en el nivel de

los procedimientos experimentales y los criterios de evaluación (el nivel de los métodos).

Este profundo viraje en la manera de concebir el quehacer metodológico viene

acompañado de una aproximación distinta al problema de la racionalidad. En un enfoque

como éste, la vía para abordar el problema de la racionalidad científica es la investigación

empírica de sus mecanismos y resultados a través del tiempo. Los principios normativos y

evaluativos se deben extraer del registro histórico de la ciencia exitosa, en lugar de

importarlos de algún paradigma epistemológico preferido -sea de corte inductivo o

deductivo- y tomarlos como la base de "la reconstrucción racional", a priori, de la ciencia.

 A este respecto, vale la pena citar extensamente el testimonio de Carl Hempel -uno

de los representantes más brillantes y creativos del empirismo lógico- sobre su encuentro

con las tesis de Kuhn. Este testimonio deja en claro el cambio de perspectiva que introdujo

Kuhn en la filosofía de la ciencia.

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Cuando conocí a Tom Kuhn en 1963, en el Centro para Estudios Avan-

zados en las Ciencias de la Conducta, me acerqué a sus ideas con desconfiada

curiosidad. Mis concepciones en aquel tiempo estaban fuertemente influidas por

el antinaturalismo de Carnap, Popper y pensadores afines pertenecientes o

cercanos al Círculo de Viena, quienes sostenían que la tarea propia de la

metodología y la filosofía de la ciencia era proporcionar "elucidaciones" o

"reconstrucciones racionales" de la forma y función del razonamiento científico.

Tales elucidaciones debían suministrar las normas o criterios de racionalidad

para el seguimiento de la investigación científica, y debían ser formulados con

rigurosa precisión mediante el aparato conceptual de la lógica [...]. El

acercamiento de Kuhn a la metodología de la ciencia era de una clase

radicalmente diferente: se dirigía a examinar los modos de pensamiento que dan

forma y dirigen la investigación, la formación y el cambio de teorías en la

práctica de la indagación científica pasada y presente. En cuanto a los criterios

de racionalidad propuestos por el empirismo lógico, Kuhn adoptó el punto de

vista de que si esos criterios tenían que ser infringidos aquí y allá, en instancias

de investigación que eran consideradas como correctas y productivas por la

comunidad pertinente de especialistas, entonces más nos valía cambiar nuestra

concepción sobre el proceder científico correcto, en lugar de rechazar la

investigación en cuestión como irracional. La perspectiva de Kuhn consiguió

atraerme cada vez más (Hempel, 1993, pp. 7-8).

También cabe mencionar que fue nada menos que el propio Carnap, como editor

asociado de la International Encyclopedia of Unified Science, quien recomendó con gran

entusiasmo la publicación de La estructura de las revoluciones científicas, el libro de Kuhn

que representa el parteaguas en el desarrollo de la filosofía de la ciencia. Lo cual no es

más que otra muestra de la aguda visión y gran capacidad de autocrítica por las que

siempre se distinguió este autor.

Hasta aquí hemos presentado en forma muy somera las tesis que constituyen el

principal común denominador de la "nueva" filosofía de la ciencia, planteando su

surgimiento por contraposición al núcleo de las concepciones clásicas. El propósito ha sido

bosquejar el ámbito de problemas y discusiones que, en buena medida, Kuhn contribuyó a

conformar, y dentro del cual está inserta su obra. En este primer acercamiento se ha

procurado destacar el sentido y la importancia que adquiere, bajo el nuevo enfoque, la

construcción de modelos que den cuenta del cambio científico, especialmente en el nivel

metodológico. Desde luego, cada una de las cuestiones mencionadas en esta sección intro-

ductoria tendrán que ser analizadas con mayor detenimiento.

 “LA ESTRUCTURA DE LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS” 

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Se puede afirmar, sin lugar a dudas, que el libro de Kuhn La estructura de las

revoluciones científicas (ERC, en adelante) es uno de los trabajos académicos más

influyentes de las últimas décadas. Una clara medida de su impacto social la da el hecho

de que desde su publicación, en 1962, se hayan vendido alrededor de un millón de

ejemplares, incluyendo sus traducciones a diecinueve idiomas. Otro indicador de este

impacto es la cantidad, prácticamente inmanejable, de bibliografía secundaria a que ha

dado lugar. También resulta revelador el que términos centrales característicos de este

texto, tales como ‘paradigma', 'ciencia normal' y 'revolución científica' hayan pasado a

formar parte del vocabulario corriente no sólo entre los estudiosos de la ciencia sino en las

mismas comunidades científicas, e incluso en medios menos académicos.

 Analizada esta obra en perspectiva histórica, se puede ver que varias de las tesis

que ahí se defienden habían sido anticipadas por autores como P. Duhem, A. Koyré, E.

Meyerson, L. Fleck, B. L. Whorf, M. Polanyi, W. V. Quine y N. R. Hanson, entre otros. Sin

embargo, el gran mérito de Kuhn es haberlas articulado, junto con sus tesis más

originales, en una concepción global donde cristaliza una nueva imagen de la ciencia. La

agudeza, el vigor y la amplia documentación de los análisis kuhnianos, junto con sus

aportaciones de indudable originalidad, marcaron una nueva pauta en el estudio de la

empresa científica.

  Al referirse al impacto profesional de ERC, Richard Bernstein afirma: "Es como si

Kuhn hubiera tocado un nervio intelectual muy sensible, y sería difícil nombrar otro libro

publicado en las últimas décadas que haya resultado, a la vez, tan sugerente y provocador

para pensadores de casi todas las disciplinas, así como tan persistentemente atacado y

criticado, con frecuencia desde perspectivas antitéticas" (Bernstein, 1983, p. 21). En

cuanto a la suerte que ha corrido la concepción plasmada en ERC, a partir de su

publicación, Bernstein atinadamente le aplica la aguda descripción que hace William James

de las distintas etapas en la carrera de una teoría: "Primero, ustedes saben, una nueva

teoría es atacada como absurda; luego se admite que es verdadera, pero obvia e

insignificante; finalmente se considera tan importante que sus adversarios afirman que

ellos mismos la descubrieron" (citado en íbid., p. 51). En efecto, algo muy similar le ha

sucedido a la teoría de la ciencia propuesta por Kuhn en ERC. Después de la primera

reacción virulenta de sus críticos -algunos de los cuales llegaron a caricaturizar sus tesis-,

autores más moderados comenzaron a reconocer que no sólo no se trataba de ideas

descabelladas, sino de ideas para las cuales existía fuerte evidencia en su favor. Fi-

nalmente encontramos el indicador más claro de su impacto intelectual: el hecho de que

muchos de los estudiosos de la ciencia más destacados en la actualidad -algunos de los

cuales fueron originalmente duros críticos de Kuhn- hayan incorporado en sus teorías

elementos característicos de la concepción kuhniana. Este sería el caso de los modelos de

desarrollo propuestos por I. Lakatos, S. Toulmin, D. Shapere, W. Stegmüller, L. Laudan y

P. Kitcher, por mencionar sólo algunos de los más importantes.

 Al referirnos a ERC no podemos dejar de señalar que si bien en ella se configura la

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primera versión global de una concepción alternativa de la ciencia, se trata también de una

obra embrionaria que deja sobre la mesa de discusión una buena cantidad de problemas

sin resolver (como sucede con toda obra pionera que abre nuevos horizontes). Sin

embargo, hay que decir que algunos de esos problemas ni siquiera habían sido

vislumbrados, y otros, a pesar de que tenían una larga historia, reciben una formulación o

un peso específico diferente. Pero lo más importante es que todos esos problemas se

plantean ahora insertos en una nueva red de conexiones y se abordan desde otra

perspectiva. Esto permite afirmar, hablando en términos kuhnianos, que en ERC cuaja un

nuevo paradigma en la investigación sobre la ciencia. Sus planteamientos sobre las

revoluciones científicas constituyen, a su vez, una revolución metacientífica, es decir, una

revolución en el nivel del análisis de la ciencia.

Mucho se ha discutido a qué campo de investigación pertenecen los análisis y tesis

contenidos en ERC: a la epistemología, a la filosofía de la ciencia, a la historia de la ciencia,

a la sociología de la ciencia o a la psicología de la ciencia. Sin embargo, es muy probable

que no se pueda llegar a ningún acuerdo sobre este asunto. La mera discusión muestra

que las ideas de Kuhn han tenido incidencia y repercusión prácticamente en todos los cam-

pos donde se estudia el fenómeno científico, lo cual no es de extrañar si se advierte que

una de las peculiaridades de su análisis es, justamente, poner de relieve la naturaleza

compleja y polifacética de este fenómeno. De aquí que los intentos por encasillar el trabajo

de Kuhn parezcan destinados al fracaso.

Lo que sí se puede afirmar, a juzgar por la magritud y el tipo de reacción, es que la

comunidad que resultó más sacudida fue la de los filósofos de la ciencia. La recepción que

tuvo ERC en la comunidad filosófica, y lo que ocurrió a continuación, se ajusta en buena

medida a la reconstrucción kuhniana de las etapas de cambio revolucionario. Como afirma

Hacking, inspirado en Nietzsche, los filósofos anteriores a Kuhn habían hecho de la ciencia

una "momia", pues suele suceder que cuando los filósofos quieren mostrar su respeto por

algo tienden a deshistorizarlo (cf . Hacking, 1983, p. 1). Era de esperar entonces que

cuando Kuhn proclama -en el capítulo introductorio de ERC- que la ciencia es fundamental-

mente un fenómeno histórico, se generara una crisis en los cimientos de la filosofía

tradicional de la ciencia.

También cabe decir que no pocos de los planteamientos hechos en ERC son

ambiguos o insuficientes; que la retórica ahí empleada da lugar con frecuencia a

interpretaciones equivocadas, y que hasta la fecha no hay acuerdo sobre el contenido de

sus tesis básicas. Kuhn mismo, a pesar de haber lamentado la cantidad de lecturas

distorsionadas de esta obra (cf  Kuhn, 1993a, p. xi), no dejó de reconocer su parte de

responsabilidad en el asunto y emprendió -desde los primeros embates- la tarea de

precisar y desarrollar sus planteamientos originales. De todos modos, una lectura atenta

que persiga comprender las intuiciones básicas y los `núcleos de verdad" que encierra ERC

sabrá valorar la riqueza de problemas y líneas de investigación que generó esta visión más

compleja, más flexible, más cercana a la práctica científica y a su historia, contra el

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trasfondo de las concepciones tradicionales.

Por último, es importante observar que la teoría del cambio científico que Kuhn

presenta en ERC está respaldada por su práctica como científico en el campo de la física

(que transcurre en los años cuarenta), pero sobre todo por su trabajo como historiador de

la ciencia (que se inicia en 1947). Sin embargo, la ineludible tarea de clarificar las tesis

centrales de ERC lo llevó a internarse cada vez más en el análisis filosófico, con una

atención creciente en los problemas semánticos, ontológicos, metodológicos y epis-

temológicos que plantean los procesos de cambio y desarrollo científico. Es así como la

trayectoria intelectual de Kuhn fue incorporando su experiencia como científico, historiador

y filósofo.

PRESENTACIÒN ESQUEMÁTICA DEL MODELO KUHNIANO

La siguiente formulación del modelo de Kuhn intenta ofrecer una visión de conjunto

que permita ubicar, a la manera de un mapa, los análisis más detallados que se hacen en

los siguientes capítulos. Esta presentación se basa en la versión original del modelo, como

se expone en ERC, incorporando algunas precisiones que hace Kuhn en la "Posdata-1969"

y en la primera respuesta que da a sus críticos, publicada en 1970. Los posteriores

desarrollos, clarificaciones y modificaciones que sufren sus tesis sobre el cambio científico

no se recogen por ahora. Con esta presentación sólo se pretende un primer acercamiento

intuitivo a las tesis kuhnianas, de aquí que se omitan las referencias textuales.

En una visión de conjunto de este modelo lo primero que se destaca es el siguiente

supuesto básico: las diversas disciplinas científicas se desarrollan de acuerdo con unpatrón

general. Esto es, como el propio Kuhn afirma en ERC, su modelo intenta describir "la

estructura esencial de la continua evolución de una ciencia". Esta estructura se refleja en

una serie de fases o etapas por las que atraviesa toda disciplina científica a lo largo de su

desarrollo.

Dicho patrón o estructura general comienza con una etapa "preparadigmática", en

la cual coexisten diversas "escuelas" que compiten entre sí por el dominio en un cierto

campo de investigación. Entre estas escuelas existe muy poco acuerdo con respecto a la

caracterización de los objetos de estudio, los problemas que hay que resolver, las técnicas

y procedimientos que deben utilizarse, etc. Lo característico de esta etapa es que las

investigaciones que realizan los distintos grupos no logran producir un cuerpo acumulativo

de resultados. Este periodo de las escuelas termina cuando el campo de investigación se

unifica bajo la dirección de un mismo marco de supuestos básicos, que Kuhn llama "pa-

radigma". Los investigadores llegan a considerar que uno de los enfoques competidores es

tan prometedor que abandonan los demás, y aceptan ese enfoque como la base de su

propia investigación. Esta transición, que ocurre sólo una vez en la vida de cada disciplina

científica y es por tanto irreversible, crea el primer consenso alrededor de un paradigma y

marca el paso hacia la ciencia madura.

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Conviene aclarar desde ahora, siguiendo a Kuhn, que el término ‘paradigma' se

utiliza básicamente en dos sentidos: 1) como logro o realización concreta, y 2) como

conjunto de compromisos compartidos. El primer sentido se refiere a las soluciones

exitosas y sorprendentes de ciertos problemas, las cuales son reconocidas por toda la

comunidad pertinente. Estos casos concretos de solución -o aplicación de un enfoque

teórico- funcionan como ejemplos que deben seguirse en las investigaciones subsecuentes.

El segundo sentido se refiere al marco de presupuestos o compromisos básicos que

comparte la comunidad encargada de desarrollar una disciplina científica. Este marco

incluye el compromiso con leyes teóricas fundamentales, con postulaciones de entidades y

procesos, con procedimientos y técnicas experimentales, así como con criterios de

evaluación. La relación entre los dos sentidos de paradigma se podría ver como sigue:

paradigma como conjunto de compromisos compartidos (segundo sentido) es aquello que

presuponen quienes modelan su trabajo sobre ciertos casos paradigmáticos (primer

sentido).

El consenso acerca de un paradigma (segundo sentido) marca el inicio de una etapa

de "ciencia normal". La ciencia normal consiste, básicamente, en una actividad de

"resolución de rompecabezas" (puzzle-solving). A través de esta actividad el enfoque

teórico del paradigma aceptado se va haciendo cada vez más preciso y mejor articulado.

La etapa de ciencia normal es conservadora, pues el objetivo no es la búsqueda de

novedades, ni en el nivel de los hechos ni en el de la teoría. Se trata de desarrollar al

máximo, tanto en alcance como en precisión, el potencial explicativo y predictivo del

enfoque teórico vigente. Los científicos son premiados, como dice Hacking, "por hacer más

de lo mismo" y hacerlo cada vez mejor.

En la investigación normal, el marco de supuestos básicos no se considera

problemático ni sujeto a revisión; se acepta sin discusión. Los fracasos en la resolución de

problemas se toman, regularmente, como falta de habilidad de los científicos y no como

contraejemplos a la teoría vigente. Así, en esta etapa se trabaja todo el tiempo con las

mismas reglas del juego, y esto permite que los resultados se produzcan básicamente en

la misma dirección y sean claramente acumulables. De aquí que el sentido y la medida del

progreso, dentro de cada periodo de ciencia normal, estén bien definidos para la

comunidad de especialistas.

El papel que juegan los paradigmas en tanto logros concretos o soluciones

ejemplares (primer sentido) resulta decisivo en el desarrollo de la investigación normal. Los

científicos resuelven nuevos problemas, identifican nuevos datos y los juzgan como

significativos al reconocer sus semejanzas con los ejemplares paradigmáticos. Por otra

parte, las nuevas generaciones aprenden el significado de los conceptos básicos de una

teoría resolviendo los problemas que corresponden a las soluciones modelo. Estas

soluciones o aplicaciones exitosas muestran la conexión entre la teoría y la experiencia;

muestran cómo ver y manipular la naturaleza desde cierta perspectiva teórica. De aquí que

el contenido cognitivo de una disciplina se encuentre incorporado, sobre todo, en sus

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ejemplares paradigmáticos más que en un conjunto de definiciones y reglas explícitamente

formulables. De esta manera, los paradigmas, en los dos sentidos del término, son la guía

imprescindible de la investigación en los periodos de ciencia normal.

Contrariamente a sus propósitos, la investigación normal, con su creciente

especialización y extensión del campo de aplicaciones, conduce tarde o temprano al

planteamiento de problemas ("anomalías") que se resisten a ser resueltos con las

herramientas conceptuales e instrumentales del paradigma establecido. Si bien es cierto

que la adecuación entre teoría y experiencia nunca es total o perfecta -siempre y desde un

principio existen problemas no resueltos-, el surgimiento de ciertas anomalías hace pensar

que algo anda mal en el fondo y que sólo un cambio en los supuestos básicos permitirá

encontrar una solución. Esta etapa en que se pone en duda la eficacia y la corrección del

paradigma vigente es la etapa de "crisis".

Con la crisis comienza la "ciencia extraordinaria", esto es, la actividad de proponer

estructuras teóricas alternativas que implican un rechazo o una modificación de los

supuestos aceptados hasta entonces. En estos periodos en que, como dice Kuhn, "los

científicos tienen la disposición para ensayarlo todo", proliferan las propuestas alternativas,

proliferación que cumple un papel decisivo en el desarrollo de las disciplinas, ya que los

científicos no abandonan un paradigma a menos que exista un paradigma alternativo que

les permita resolver las anomalías. Las crisis se terminan de alguna de las siguientes

maneras: 1) el paradigma en tela de juicio se muestra finalmente capaz de resolver los

problemas que provocaron la crisis; 2) ni los enfoques más radicalmente novedosos logran

dar cuenta de las anomalías, por lo cual éstas se archivan en espera de una etapa futura

donde se cuente con mejores herramientas conceptuales e instrumentales; 3) surge un

paradigma alternativo que parece ofrecer una solución a las anomalías, y comienza la

lucha por lograr un nuevo consenso.

Kuhn describe un cambio de paradigma como una "revolución". Sus tesis sobre el

cambio revolucionario tienen en la mira los modelos tradicionales de evaluación de teorías

(tanto confirmacionistas como refutacionistas), y por ende la noción de racionalidad que

éstos presuponen. Al describir un cambio de paradigma como una revolución, Kuhn está

cuestionando que la elección entre teorías rivales -integradas en paradigmas distintos- sea

una cuestión que pueda resolverse mediante algún procedimiento efectivo (algorítmico) de

decisión. Es decir, se trata de una elección que no se puede resolver apelando sólo a la

lógica y la experiencia neutral (como pretendían los empiristas lógicos), ni tampoco

mediante decisiones claramente gobernadas por reglas metodológicas (como proponen los

popperianos). Las diferencias entre paradigmas alternativos impiden el acuerdo sobre qué

cuenta como un argumento decisivo, sea en favor o en contra de alguna de las teorías en

competencia.

Los cuerpos de conocimientos separados por una revolución son

"inconmensurables", esto es, no son completamente traducibles entre sí, y por tanto no se

pueden comparar de manera directa y puntual mediante algún procedimiento algorítmico.

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En pocas palabras, no hay una medida común de su éxito. Las diferencias que acompañan

a la inconmensurabilidad son diferencias en los compromisos básicos de los paradigmas:

diferencias en los criterios sobre la legitimidad y el orden de importancia de los problemas;

diferencias en las leyes que se consideran fundamentales; diferencias en la red de

conceptos a través de la cual se estructura el campo de investigación y se organiza la

experiencia; diferencias en los supuestos sobre qué entidades y procesos existen en la na-

turaleza, y diferencias en los criterios de evaluación, es decir, en la manera de aplicar

valores epistémicos tales como simplicidad, consistencia, fecundidad, alcance, etcétera.

Un cambio de paradigma, dice Kuhn en sus primeros escritos, es análogo a un

cambio gestáltico: los mismos objetos se ven desde una perspectiva diferente. Se trata de

una transición a una nueva forma de ver y manipular el mundo e incluso se puede decir

que se trabaja en un mundo diferente: el nuevo paradigma da lugar a nuevos fenómenos y

problemas, algunos de los viejos problemas se olvidan, y algunas soluciones dejan de ser

importantes o incluso inteligibles. Si esto es así, el desarrollo de una disciplina científica, a

través del cambio de paradigmas, no puede ser acumulativo.

Como las diferencias entre paradigmas sucesivos implican ciertos cambios de

significado en los términos básicos de las teorías rivales, y como además no existe una

instancia de apelación por encima de los paradigmas, es decir, un conjunto de reglas

metodológicas universales, en los debates no se puede partir de una base común que

permita probar que una teoría es mejor que otra. Esto es, no puede haber argumentos

concluyentes, argumentos que dicten una y la misma decisión a todos los científicos que

participan en la controversia. De aquí que el único camino que se puede seguir sea el de la

"persuasión": los partidarios de teorías rivales esgrimen argumentos de plausibilidad, es

decir, razones que pudieran convencer a los otros de cambiar su marco de investigación.

La ausencia de argumentos concluyentes hace que no se pueda tachar de ilógico o de

irracional a quien se niegue a aceptar el nuevo paradigma; y por lo mismo, esta aceptación

no ocurre de manera simultánea. Cuando finalmente, después de un proceso de debate y

deliberación, se conforma un nuevo consenso alrededor de uno de los paradigmas,

comienza una nueva etapa de ciencia normal. De esta manera, una vez que una disciplina

científica ha alcanzado la madurez, pasa repetidamente a través de la secuencia: ciencia

normal - crisis - revolución - nueva ciencia normal.

Hasta aquí la descripción esquemática del modelo de Kuhn para el desarrollo

científico, en su primera formulación. Pasemos a un examen más detallado de sus

conceptos y tesis centrales.

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II. LA CIENCIA NORM AL

NATURALEZA Y FUNCIÓN DE LOS PARADIGM AS

La investigación que se realiza durante un periodo de ciencia normal es aquella que

se lleva a cabo bajo un mismo paradigma o marco de supuestos: "la ciencia a la que he

llamado normal es precisamente la investigación dentro de un marco general" (Kuhn,

1970b, p. 242). Kuhn y Popper están de acuerdo en que "los científicos necesariamente

desarrollan sus ideas dentro de un determinado marco teórico general [...] el trabajo

'normal' de un científico presupone una estructura organizada de supuestos" (Popper,

1970, p. 51). Pero, a diferencia de Popper, Kuhn se preocupó por indagar algo más sobre

la naturaleza y funciones de estos marcos generales que llamó "paradigmas" en ERC, y

"matrices disciplinarias" en la "Posdata-1969".

La razón es que Kuhn necesitaba partir de una unidad de análisis más amplia y más

compleja que las teorías, entendidas a la manera tradicional: "tal como se emplea en la

filosofía de la ciencia el término ‘teoría', da a entender una estructura mucho más limitada

en naturaleza y dimensiones de la que requerimos aquí" (Kuhn, 1969, p. 182; p. 279).* Las

teorías concebidas como meros sistemas deductivos de enunciados -consideradas además

como productos terminados y al margen de las condiciones que las posibilitan y

constriñen- no podían servir como unidades adecuadas en un enfoque donde se persigue

explicar cómo evolucionan las creencias y prácticas científicas, teniendo en cuenta que los

marcos de investigación también cambian. De aquí que Kuhn haya introducido los

paradigmas como unidades de análisis de la empresa científica.

La investigación normal está guiada por un paradigma en los dos sentidos del

término ya apuntados: 1) paradigma como ejemplo de solución exitosa (y sorprendente)

de cierto tipo de problemas, que es reconocido por toda la comunidad pertinente, y 2)

paradigma como conjunto de compromisos compartidos por una comunidad de

especialistas. De acuerdo con el primer sentido, se trata de maneras novedosas de

solucionar con éxito viejos problemas, las cuales implican la utilización de nuevos

conceptos. Estas soluciones sirven como modelo para la siguiente generación de

científicos, quienes tratan de abordar otros problemas siguiendo el mismo patrón. De

acuerdo con el segundo sentido, se trata del marco de supuestos que se aceptan sin

discusión, el cual establece las líneas y formas básicas de la investigación en un campo,

delimitando el conjunto de problemas que importan y las soluciones que son admisibles.

En este sentido, también se podría afirmar que el paradigma dominante en una disciplina

tiene efectos en la forma de distribuir los recursos para la investigación, en los criterios de

*Cuando se cita de Kuhn (1962) o de Kuhn (1969), los primeros números de página corresponden a The Structure of Scientific Revolutions, 2a

edición aumentada con "Postscript-1969", University of Chicago Press, 1970; los segundos números corresponden a la traducción al españolLa

estructura de las revoluciones científicas, Fondo de Cultura Económica, México, 1971. En aras de la fidelidad al texto original, hemos modificadoalgunas de las las citas de esta traducción.

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los comités editoriales, e incluso en las promociones académicas institucionales.

Cuando Kuhn reconoce en la "Posdata-1969" que no existe en ERC una cuestión

que haya quedado más oscura que la noción de paradigma, hace un intento de

clarificación y distingue los dos sentidos aquí apuntados. Al segundo, que es el sentido

amplio de marco de investigación, lo llama "matriz disciplinaria" y lo describe como "la

constelación de compromisos del grupo". El carácter compartido de esta constelación de

compromisos tácitos es lo que explicaría que la comunicación entre los miembros de una

comunidad de especialistas -a lo largo de un periodo de investigación normal- sea

prácticamente completa, y explicaría también la usual unanimidad en sus juicios

profesionales.

Kuhn distingue cuatro tipos de componentes o compromisos básicos -estrechamente

vinculados- en la matriz disciplinaria. El primero se refiere a lo que él llama

"generalizaciones simbólicas", que son lo que tradicionalmente se conoce como leyes o

principios fundamentales de una teoría (por ejemplo, las tres leyes de la mecánica de

Newton). "Tales son los componentes formales, o más fácilmente formalizables, de la

matriz disciplinaria" (ibidem), y se puede decir que cumplen el papel de sintetizar las rela-

ciones conceptuales que determinan el enfoque teórico de una tradición de investigación.

Por tanto, es claro que este componente siempre viene acompañado de un determinado

sistema de conceptos (categorías). Por otra parte, estos principios presentan una

característica peculiar -destacada por el propio Kuhn- y es que, por un lado, parecen tener

el carácter de generalizaciones empíricas sobre cuestiones de hecho, pero, por otro,

parecen cumplir la función de definiciones al establecer el modo como los científicos deben

usar ciertos conceptos básicos. Incluso podrían considerarse como una especie de

herramientas conceptuales a priori, en el sentido de guía previa indispensable para

caracterizar los fenómenos y resolver problemas que sólo adquieren significado dentro del

marco de dichos principios. Se trata, además, de principios que tienen un contenido

empírico muy poco específico, pues sólo establecen la Gestalt -la forma básica y global-

con la cual se deben ver las situaciones empíricas del campo de estudio.

No es de extrañar, entonces, que la controversia sobre la naturaleza de este tipo de

principios o leyes tenga una larga historia. Quienes han defendido su carácter empírico

argumentan que si sólo fueran definiciones, la ciencia en su conjunto estaría basada en

meras tautologías -lo cual resulta difícil de aceptar-. Pero los oponentes argumentan que

frente a este tipo de leyes fundamentales no es posible especificar los hechos que

pudieran refutarlas, ya que en principio cualquier situación empírica observable es

compatible con ellas. Sin embargo, como afirma Ulises Moulines, esta discusión parte de

una doble dicotomía entre enunciados empíricos y definiciones, y entre principios

descriptivos y prescriptivos, dicotomía que al parecer resulta demasiado simplista. Si bien

Kuhn mismo no llegó a proponer una solución explícita en cuanto a este debate, su análisis

de las generalizaciones simbólicas tiene el mérito de haber mostrado la necesidad de

plantear su discusión sobre nuevas bases. Como veremos al analizar el tipo de

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contrastación que tiene lugar en la ciencia normal, Kuhn de hecho supuso que ciertas leyes

tienen un doble carácter, cuasi empírico y a priori, que las exime de ser sometidas a

prueba contra la experiencia.

Con base en un detallado análisis de la estructura y función de las leyes

fundamentales, Moulines ha mostrado que las peculiares características de esta clase de

principios explican algunos de los principales rasgos que Kuhn atribuye a los paradigmas, y

que tanto extrañaron a sus críticos: a) que la forma de conceptualizar el campo de

fenómenos bajo estudio, que proporciona un paradigma, sea más una promesa de futuros

éxitos que una realización acabada; b) que los paradigmas generen la peculiar actividad de

"resolución de rompecabezas" (puzzle-solving), esto es, que den lugar a un periodo de

ciencia normal; c) que los paradigmas sean altamente inmunes a la refutación (cf.

Moulines, 1982, pp. 88-107). Volveremos en breve sobre estos rasgos de los paradigmas,

en su función de guiar la investigación normal.

El segundo tipo de componentes que comprende una matriz disciplinaria se refiere a

los compromisos ontológicos, los cuales se expresan en los modelos que los científicos

utilizan para representar su campo de estudio. Algunos de estos modelos llevan consigo un

compromiso ontológico literal con la existencia de ciertas entidades o procesos, como

cuando se afirma que "todos los fenómenos perceptibles se deben a la interacción, en el

vacío, de átomos cualitativamente neutrales; o bien, de manera alternativa, a la materia y

a la fuerza; o bien, a los campos" (Kuhn, 1969, p. 184; p. 282). Otros modelos de

representación tienen más bien un carácter analógico y sólo cumplen una función

heurística, como cuando se asume que "el circuito eléctrico puede ser considerado como

un sistema hidrodinámico en estado estacionario" (ibidem). Los modelos, tanto ontológicos

como analógicos, proporcionan las representaciones y las metáforas que son admisibles,

con lo cual contribuyen a acotar el tipo de explicaciones y preguntas que tiene sentido

formular en un dominio científico.

El tercer tipo de compromisos compartidos se refiere a los valores metodológicos. A

este respecto, Kuhn hace una afirmación que resulta clave, sobre todo en relación con el

problema del cambio de paradigmas: "usualmente [los valores metodológicos] son

compartidos entre las diferentes comunidades más ampliamente que las generalizaciones

simbólicas o los modelos [ontológicos], y contribuyen en mucho a dar un sentido de

comunidad a los científicos naturales en conjunto” (ibid., p. 184; p. 283). Estos valores, si

bien operan todo el tiempo al evaluar las soluciones a los problemas de la investigación

normal, se vuelven especialmente importantes en los periodos en que los científicos de una

comunidad tienen que elegir entre teorías rivales. Por ello dejaremos su discusión para

cuando abordemos el problema de la racionalidad en los cambios de paradigma.

Por ahora sólo señalaremos que se trata de valores tales como adecuación empírica

(concordancia entre las consecuencias o predicciones de una teoría y las observaciones o

resultados de la experimentación; tanto en sentido cualitativo como en el sentido de

precisión o exactitud), alcance (extensión del campo de aplicaciones de una teoría),

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simplicidad (capacidad de una teoría para dar cuenta de fenómenos diversos de manera

sistemática y con el menor número de supuestos), consistencia (coherencia lógica, tanto

interna como con otras teorías aceptadas), fecundidad (capacidad de generar nuevas

soluciones y nuevas líneas de problemas), etcétera.

Probablemente, los valores más profundamente sostenidos se refieren a

las predicciones: éstas deben ser exactas, las predicciones cuantitativas son

preferibles a las cualitativas, y sea cual fuere el margen de error permisible, éste

debe ser continuamente respetado en un cierto campo, etc. Sin embargo,

también existen valores que deben utilizarse al juzgar teorías completas: éstas

deben, ante todo, permitir la formulación y la solución de problemas [puzzles]; y

hasta donde sea posible deben ser simples, consistentes y plausibles, esto es,

compatibles con otras teorías aceptadas en el momento (ibidem).

Por último, el cuarto tipo de compromisos se da precisamente con los ejemplos

paradigmáticos. Como se puede ver, al aclarar y precisar la noción de paradigma Kuhn

incorpora los paradigmas en sentido restringido, de soluciones ejemplares, como uno de

los componentes de los paradigmas en sentido amplio, de matriz disciplinaria. Ambos

sentidos se podrían relacionar -como se sugirió- considerando que un paradigma, en tanto

marco de investigación, es aquello con lo que los científicos quedan comprometidos al

modelar su trabajo sobre ciertos casos ejemplares.

La importancia fundamental que tienen los ejemplos paradigmáticos está

estrechamente ligada a la primacía que Kuhn otorga al "conocimiento tácito", conocimiento

con el que se topa gracias a su interés en los procesos de aprendizaje. Kuhn afirma que,

en general, los filósofos de la ciencia no han prestado suficiente atención a los problemas y

ejemplos concretos con que se encuentra el estudiante tanto en los libros de texto como

en el laboratorio, pues al parecer consideran que estos ejemplos y problemas sólo le

permiten practicar lo que ya sabe; es decir, suponen que el estudiante no puede resolver

problemas a menos que primero haya aprendido la teoría junto con algunas reglas para

aplicarla (reglas de interpretación que conectan los términos teóricos con los ob-

servacionales, del estilo de las llamadas "reglas de correspondencia"). Esto revela que para

un buen número de filósofos "el conocimiento científico se encuentra empotrado en la

teoría y en las reglas; los problemas se ofrecen sólo para ganar facilidad en su aplicación"

(ibid., p. 187; p. 287).

Kuhn rechaza esta forma de ubicar el contenido cognitivo de la ciencia -que lo

restringe a lo expresable en sistemas de enunciados-, pues se da cuenta de que sólo

cuando el estudiante resuelve los problemas modelo, tanto teóricos como experimentales,

es cuando realmente aprende el significado de las leyes y conceptos básicos de su

disciplina; y sólo por esa vía aprende a ver y manipular la naturaleza desde cierta

perspectiva teórica. Se podría decir que la práctica de resolución de problemas enseña

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cómo procesar la información sensorial bajo un modelo teórico determinado. De aquí que

los ejemplos paradigmáticos permitan conectar directamente un sistema conceptual

complejo (una teoría) con el mundo, sin necesidad de recurrir a un lenguaje neutral de

observación -como intermediario- en el que se especifiquen, mediante definiciones o reglas

de correspondencia, los significados de los conceptos básicos de una teoría. Las aplica-

ciones paradigmáticas, entonces, constituyen la instancia concreta donde se muestra (y

aprende) la conexión entre teoría y experiencia.

 Analizando la situación de la famosa segunda ley de Newton, f = ma, que es una

generalización simbólica con las características apuntadas, Kuhn se pregunta ¿cómo

aprenden los científicos, ante una situación experimental dada, a elegir las fuerzas, masas

y aceleraciones pertinentes? Se trata de un principio teórico muy general, con un

contenido empírico muy poco específico, que sólo indica a los científicos qué tipo de

aspectos deben considerar para resolver un problema. De aquí que dicho principio no se

pueda aplicar directamente a las situaciones concretas. Se podría decir que más que una

ley es un esquema de ley, que adopta formas muy diversas según el tipo de situación

mecánica a la que se aplique. Es necesario añadir una serie de parámetros más

específicos, según el tipo de fuerzas en juego, para obtener leyes con un contenido

empírico más definido: las llamadas "leyes especiales” . Incluso llega a ser difícil reconocer

las distintas leyes especiales -como la ley de la caída libre, la del péndulo simple, la de los

osciladores armónicos, la del giroscopio, etc.- como especificaciones de la misma segunda

ley, y no existe un procedimiento mecánico para diseñar versiones específicas de f = ma

que resulten ser las adecuadas para las distintas situaciones físicas. E1 esquema de ley, al

establecer la forma -la estructura conceptual básica- en que se deben enfocar las diversas

situaciones empíricas, sólo indica qué semejanzas buscar. Y esto sucede, al parecer, con

todas las leyes fundamentales de las teorías fecundas.

Si esto es así, los ejemplos paradigmáticos cobran una importancia fundamental

tanto en el proceso de aprendizaje de una teoría como en la tarea de extender su campo

de aplicaciones. El aprendizaje

no se logra por medios exclusivamente verbales; más bien surge cuando

las palabras se dan junto con ejemplos concretos de cómo funcionan en su uso;

las cosas y las palabras se aprenden juntas. Tomando prestada una vez más la

útil frase de Michael Polanyi, lo que resulta de este proceso es un "conocimiento

tácito" que se adquiere haciendo ciencia más que aprendiendo reglas para

hacerla (ibid., p. 191; p. 292).

De aquí que Kuhn se ocupe de reivindicar la dimensión de las prácticas -que

entrañan el conocimiento no verbalizado- frente a la filosofía tradicional de la ciencia. Los

filósofos clásicos, al considerar que los procesos de aprendizaje y aplicación de una teoría

no revelaban ningún componente esencial de la empresa científica, relegaron el conjunto

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de las prácticas al contexto de descubrimiento (un examen más detallado de los procesos

de aprendizaje y aplicación de las teorías se hace en la sección "Taxonomías, significado y

aprendizaje", del capítulo IV).

En estrecha liga con lo anterior está el hecho de que Kuhn haya encontrado en los

ejemplos paradigmáticos la clave para dar cuenta de los acuerdos que prevalecen en los

periodos de ciencia normal. Como él mismo refiere en el Prefacio a La tensión esencial,

cuando buscaba explicar -entre 1958 y 1959- la manera en que los científicos de una

comunidad conducen su investigación así como la unanimidad con que suelen evaluar las

propuestas de sus colegas, se dio cuenta de que la explicación no podía consistir en

atribuirles un acuerdo con respecto a características definitorias de términos como 'fuerza'

y 'masa', o 'mezcla' y 'compuesto'. Su experiencia como científico y como historiador le

indicaba que rara vez se enseñan tales definiciones, y que los ocasionales intentos de

formularlas suscitaban por lo general profundos desacuerdos. La clave había que buscarla,

entonces, en el hecho de que "a los científicos no se les enseñan definiciones, pero sí 

formas estandarizadas de resolver problemas selectos en los que figuran términos como

`fuerza` o `compuesto"' (Kuhn, 1977, pp. 18-19). Cuando los científicos aceptan un

conjunto suficiente de estos ejemplos estandarizados sobre los cuales modelar su in-

vestigación, no necesitan estar de acuerdo sobre las formulaciones lingüísticas de sus

conceptos o creencias para poder trabajar en una misma dirección.

En cuanto al componente cognitivo que aporta un paradigma a través del sistema

de conceptos (categorías) y principios teóricos que lo caracterizan, por ahora sólo

adelantaremos que Kuhn otorga a los marcos conceptuales un carácter a priori -de

raigambre kantiana- pero a la vez histórico y social (y por tanto relativo). Esto es, si bien

los marcos conceptuales son constitutivos de la experiencia, su diversidad no es reducible

a un sistema único de categorías (en vista de la inconmensurabilidad). Por otra parte, los

marcos conceptuales tienen eficacia sólo en la medida en que son comunitarios, en que

son compartidos por un grupo o colectividad; de aquí que la constitución de los fenómenos

adquiera una dimensión social, dimensión que se introduce en el análisis epistemológico de

la ciencia (retomaremos estas complejas cuestiones al analizar la idea de

inconmensurabilidad y el problema del realismo).

Una vez examinada la naturaleza de los paradigmas, veamos cómo ellos conducen

la investigación durante los periodos de ciencia normal. Como se dijo, la investigación

normal tiene como meta aumentar el alcance y la precisión con que se aplica el enfoque

teórico de un paradigma. El objetivo no es la búsqueda de novedades, ni en el nivel de los

hechos ni en el de la teoría. Se trata de una actividad conservadora. Al adoptar un

paradigma se asume, implícitamente, una red de compromisos que conforman la manera

en que el científico concibe no sólo su campo de estudio sino también su misma disciplina,

y esto le permite concentrar su energía en la resolución de problemas específicos. De aquí 

que la actividad que se desarrolla en estos periodos sea de resolución de problemas y no

de cuestionamiento o crítica de supuestos básicos.

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El paradigma proporciona las herramientas para formular y seleccionar los

problemas legítimos. En algunos casos, problemas que incluso pudieran ser apremiantes,

por ejemplo desde un punto de vista social, son dejados de lado porque “no pueden

formularse de acuerdo con las herramientas conceptuales e instrumentales que

proporciona el paradigma" (Kuhn 1962, p. 37; p. 71). Se trabaja entonces en problemas

para los cuales puede suponerse, dado el paradigma vigente, que existe una solución. En

muchos casos -según Kuhn en la mayoría- se conoce de antemano con bastante precisión

el resultado o la predicción que se debería obtener. El reto es justamente encontrar el

camino, “llenar los huecos", para llegar a ese resultado. De aquí la caracterización de esta

actividad como resolución de rompecabezas (la traducción de 'puzzle’ como ‘rompecabezas'

refleja mejor en ciertos contextos la idea original de Kuhn; sin embargo, las más de las

veces nos apegaremos a la traducción usual de 'enigma'). “Llegar a la solución de un

problema de investigación normal es alcanzar lo anticipado en una forma nueva, y ello

requiere la solución de toda clase de complejos rompecabezas instrumentales, concep-

tuales y matemáticos" (ibid., p. 36; p. 70). Si se falla en esta empresa, se ponen en duda

el ingenio y el talento de los científicos, pero no se cuestiona la corrección de los

supuestos básicos del paradigma. Es en la investigación normal donde mejor se aplica el

proverbio de que "el mal carpintero echa la culpa a sus herramientas”.

El sentido y la medida del progreso son muy claros durante los periodos de ciencia

normal. Los científicos se concentran en problemas cuya solución es altamente probable,

dado que abordan problemas análogos a los problemas modelo y diseñan su solución

tomando como guía las soluciones paradigmáticas. Esto permite que los resultados se

produzcan básicamente en la misma dirección y sean claramente acumulables. La

"abrumadora mayoría" de la investigación que se considera exitosa es de este tipo: "la

ciencia normal es la que produce los ladrillos que la investigación científica está

continuamente añadiendo al creciente edificio del conocimiento científico" (Kuhn, 1981, p.

7). Así, la investigación en ciencia normal, que parte de una forma incipiente de ver y

manipular cierta gama de fenómenos -una forma no muy articulada ni con demasiado

apoyo empírico-, es un proceso progresivo en sentido acumulativo, en el cual se refuerzan,

articulan y desarrollan las creencias y herramientas que adopta una comunidad científica.

Este tipo de actividad es la que realizan los científicos la mayor parte del tiempo, es

lo que están habituados a hacer y para lo cual fueron entrenados. Por ejemplo: algunos

científicos se ocupan de la articulación lógica y matemática de las teorías, lo cual permite

identificar con mayor claridad sus consecuencias empíricas y su trabazón con los

fenómenos; otros se ocupan de diseñar o de realizar los experimentos que deberían

producir los hechos predichos por las teorías; otros trabajan en precisar ciertas constantes

o magnitudes que se consideran importantes; otros intentan eliminar los conflictos o

inconsistencias que surgen entre distintas aplicaciones de una teoría, o entre la teoría del

paradigma y aquellas teorías que se utilizan como auxiliares; y también hay quienes se

dedican a las aplicaciones tecnológicas. Pero lo característico de todas estas tareas es que

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los científicos las realizan bajo el supuesto de que sus herramientas teóricas e

instrumentales son adecuadas y suficientes.

De esta manera, entre los objetivos que se persiguen durante la investigación

normal se destacan los siguientes:

-ampliar el alcance, es decir, el campo de aplicaciones de la teoría que se desarrolla

bajo un paradigma;

-lograr una mayor precisión en los resultados de los experimentos o aplicaciones;

-mejorar el ajuste entre experimento y teoría;

-eliminar los conflictos entre las diferentes teorías que los científicos emplean en su

trabajo, y

-eliminar los conflictos entre las distintas aplicaciones de una misma teoría (cf .

Kuhn, 1970b, p. 246).

Un ejemplo sencillo del tipo de desarrollos que ocurren en ciencia normal es el

siguiente: quienes formularon la ley de Boyle ya contaban con los conceptos de presión y

volumen de un gas, así como con los instrumentos y procedimientos para determinar sus

magnitudes. El descubrimiento de que el producto de la presión por el volumen de una

muestra de gas es una constante, a temperatura constante, simplemente se añadió al

conocimiento del modo como funcionaban esas variables previamente comprendidas (cf.

Kuhn, 1981, p. 8). En consecuencia, el cambio normal consiste simplemente en el aumento

o desarrollo acumulativo de lo que ya se conoce.

 Ahora bien, los científicos no aceptan un paradigma, donde se proponen alcanzar

los objetivos anteriores, sólo por una actitud crédula o ingenua. Un paradigma se adopta y

se establece -generando una tradición de investigación- cuando provee a la comunidad de

una teoría y una técnica que, por más incipientes y rudimentarias que sean, permiten

hacer ciertas predicciones concretas acerca de una gama de fenómenos naturales, y

cuando además al menos algunas de esas predicciones han resultado acertadas (los casos

paradigmáticos). Por otra parte, las técnicas predictivas deben estar engarzadas en la

teoría naciente de tal manera que ésta permita hacer inteligible su relativo éxito, y sugiera

algunos medios para mejorarlas tanto en precisión como en alcance. Esto es, un

paradigma se adopta cuando existen buenas razones para pensar que es fecundo y

prometedor, cuando abre campos de problemas y genera líneas de investigación al dar

muestras patentes de soluciones exitosas.

Una vez que se llega a una situación como ésta, ya no es el momento de la crítica y

el cuestionamiento tenaz de los supuestos básicos (como recomendaría Popper); es el

momento de adoptarlos y emprender la tarea de desarrollarlos. Es decir, es el momento de

iniciar un periodo de investigación normal y perseguir los objetivos mencionados. "Debido

a que normalmente pueden dar por supuesta la teoría vigente, y explotarla en lugar de cri-

ticarla, quienes trabajan en las ciencias maduras son libres de explorar la naturaleza con

un detalle y una profundidad que de otro modo serían inimaginables" (Kuhn, 1970b, p.

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247).

 A estas alturas resulta pertinente una aclaración terminológica. Si bien ya dijimos

que el modelo kuhniano requiere de unidades de análisis más amplias y complejas que las

teorías (entendidas a la manera tradicional), también es cierto que con frecuencia Kuhn

emplea los términos 'paradigma' y 'teoría' de manera indistinta. Este uso aparentemente

descuidado se puede explicar apelando al hecho de que una vez que se introducen los

paradigmas como marcos de investigación -una vez que se reconoce que no hay ciencia

libre de presupuestos- debería quedar claro que toda teoría sustantiva se desarrolla dentro

de algún paradigma. Así, 'teoría' nos remite no sólo a un conjunto de afirmaciones

empíricas explícitas, sino también al conjunto de compromisos implícitos que la

acompañan. Toda teoría es teoría inserta en un marco de investigación.

DIFICULTADES DE LAS METODOLOGÍAS CLÁSICAS

La caracterización de la ciencia normal como una actividad de resolución de

problemas (enigmas o rompecabezas) podría parecer, en una primera aproximación, como

una propuesta bastante innocua y sin mayores implicaciones. Sin embargo, esta caracte-

rización encierra consecuencias de largo alcance en la manera de concebir la investigación

científica, especialmente con respecto a los procesos de evaluación. Para aquilatar estas

consecuencias conviene examinar las objeciones de Kuhn a las teorías clásicas sobre los

procesos de prueba y evaluación de las hipótesis científicas.

Destaquemos primero que el modelo de desarrollo propuesto por Kuhn supone dos

maneras fundamentalmente distintas de hacer ciencia: la que se realiza en los periodos de

ciencia normal y la que se lleva a cabo en los periodos extraordinarios. Si esto es así, en la

ciencia tienen lugar dos tipos básicamente distintos de desarrollo, y por tanto de cambio,

los cuales involucrarían procesos distintos de evaluación. Estos procesos, a los que

podríamos denominar "evaluación intraparadigmática" y "evaluación interparadigmática",

responden a situaciones notablemente diferentes: una situación es la de tener que evaluar

hipótesis específicas que se proponen como solución a un problema de ciencia normal

(evaluación intraparadigmática), y otra situación, muy distinta, es la de tener que elegir

entre teorías que suponen paradigmas rivales (evaluación interparadigmática). Esta

distinción constituye la piedra de toque de la crítica de Kuhn a las metodologías clásicas.

 Al referirse a estas metodologías, tanto de confirmación como de refutación, Kuhn

comienza con las siguientes observaciones. Como la actividad científica que abarca la

mayor parte del tiempo (investigación normal) es una actividad de resolución de enigmas,

básicamente encaminada a mejorar el ajuste entre la teoría y los hechos, la actividad

científica suele interpretarse como una búsqueda de confirmación o refutación de teorías.

 Y esta interpretación refuerza la idea de que "la verdad y la falsedad se determinan única e

inequívocamente por medio de la confrontación de los enunciados con los hechos" (Kuhn,

1962, p. 80; p. 132). Sin embargo, la actividad de resolución de enigmas supone la validez

de una teoría (de las leyes fundamentales que la definen), ya que sin esa suposición ni

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siquiera serían formulables dichos problemas. Por tanto, en los periodos de ciencia normal

las teorías no están en tela de juicio, esto es, no son objeto de evaluación ni en el sentido

de la confirmación ni en el sentido de la refutación.

Estas observaciones apuntan a la objeción de fondo a las metodologías

tradicionales, la cual se podría formular como sigue: los filósofos clásicos, por no distinguir

entre ciencia normal y extraordinaria, supusieron que el desarrollo científico es siempre del

mismo tipo y por ello fundieron y confundieron los procesos de evaluación que ocurren en

fases distintas de la investigación. De aquí que hayan equivocado el blanco y las

condiciones de aplicación tanto del método de confirmación como del de refutación. Ahora

bien, aunque Kuhn no formula sus críticas más específicas en términos de esta objeción

básica, dichas críticas de hecho la presuponen, por lo cual conviene tenerla presente desde

ahora.

En cuanto a las críticas específicas a la metodología inductivista de los empiristas

lógicos, Kuhn señala un hecho que refuerza especialmente la difundida idea sobre la

confirmación, y es que la enseñanza de las teorías siempre va acompañada de ejemplos

paradigmáticos de sus aplicaciones exitosas. Esto hace que las aplicaciones aparezcan

como evidencia a favor de las teorías, como razones por las cuales "debe creerse en ellas”.

Sin embargo, desde una perspectiva histórica, no tiene demasiado interés afirmar que la

confirmación o verificación consiste en establecer el acuerdo de la teoría con los hechos,

ya que "todas las teorías importantes desde el punto de vista histórico han logrado un

acuerdo con los hechos, aunque sólo sea en forma relativa" (ibid., p. 229; p. 147); y esto

incluye todas aquellas teorías que han sido descartadas.

 Ahora bien, un problema serio que subyace en las teorías sobre la confirmación -

incluyendo las versiones probabilistas- es el recurso a un lenguaje neutral de observación

en el que supuestamente se expresan los datos puros, no contaminados de teoría, y se

formulan las pruebas experimentales que conforman la base contra la cual se ponen a

prueba las teorías. Siguiendo la línea de análisis desarrollada por N. R. Hanson (1958),

Kuhn emprende una crítica directa a la tesis empirista de la existencia de una base de

observación neutral, y de su lenguaje correspondiente. De acuerdo con Kuhn, dicho

brevemente, lo que depende del marco conceptual de un paradigma no es sólo la

interpretación que los científicos hacen de sus observaciones, como dirían quienes

consideran que las observaciones quedan completamente determinadas por la naturaleza

del entorno y del aparato sensorial, y en consecuencia pueden seguir afirmando que éstas

son independientes de los distintos marcos teóricos. La tesis de la "carga teórica", como la

entienden Hanson y Kuhn, va mucho más lejos; afirma que incluso las mismas

posibilidades perceptuales dependen del paradigma dentro del cual alguien esté inmerso:

"Lo que un hombre ve depende tanto de aquello que mira como de lo que su experiencia

visual y conceptual previas lo han enseñado a ver" (ibid., p. 113; p. 179). De esta manera,

si toda percepción depende -aunque sólo sea en forma parcial- de algún sistema de

conceptos, no puede haber una base de experiencia completamente neutral ni un lenguaje

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semejante que la describa.

Con base en detallados análisis de casos de la historia de la ciencia, y utilizando

ciertos resultados de la psicología de la percepción sobre el procesamiento de la

información sensorial, Kuhn intenta mostrar que las observaciones están, a la vez,

posibilitadas y constreñidas por nuestros sistemas de conceptos y creencias, y por tanto no

hay datos absolutamente estables (cf. capítulo X de ERC). Pero entonces, en ausencia de

datos fijos, la actividad científica no es reducible a una mera tarea de proponer

interpretaciones (teorías) y someterlas a prueba contra una base empírica incuestionable.

Ciertamente, una vez que está dado un paradigma, el cual condiciona la manera de

percibir el mundo y elaborar los datos, la interpretación de esos datos se vuelve una tarea

central en la investigación normal, es decir, en el proceso de articulación, refinamiento y

ampliación del enfoque teórico de dicho paradigma. Pero sólo en virtud de un paradigma

aceptado el científico sabe qué cuenta como dato, qué instrumentos puede utilizar para

captarlo y qué conceptos son pertinentes para interpretarlo (el problema de la relación

entre lo teórico y lo observacional se analiza desde diversos enfoques en los trabajos

compilados en Olivé y Pérez Ransanz, 1989).

  Ahora bien, aunque las distintas versiones probabilistas de la confirmación han

llegado a ser más refinadas que los análisis de tipo cualitativo (cuyo modelo clásico es el

de Hempel, 1945), siguen presentando básicamente el mismo problema. Todas ellas

parten de la pregunta por la probabilidad que tiene una teoría de ser verdadera, dada la

evidencia disponible. Pero mientras una corriente considera que se debe comparar la

capacidad de diferentes teorías para dar cuenta de un mismo cuerpo de evidencia -es

decir, comparar la teoría bajo escrutinio con otras teorías que pudieran ajustarse al mismo

conjunto de datos-, otra corriente propone la construcción de pruebas alternativas a que

pudiera someterse la teoría examinada. Aunque ciertamente es un adelanto que la

evaluación de teorías se analice de manera comparativa, o a la luz de nuevos tipos de

pruebas, sin embargo, en sus formulaciones habituales, estas propuestas siguen

suponiendo un lenguaje neutral de observación. Pero

si no puede haber ningún sistema de lenguaje o de conceptos que sea

científica o empíricamente neutral, la construcción propuesta de pruebas y

teorías alternativas deberá proceder de una u otra tradición basada en cierto

paradigma. Restringida de esta manera, dicha construcción no tendría acceso a

todas las experiencias posibles o a todas las teorías alternativas posibles (ibid.,

p. 146; pp. 226-227).

De aquí que Kuhn afirme que las teorías de tipo probabilista enmascaran la

situación de contrastación tanto como la iluminan.

En cuanto a la metodología popperiana de refutación, Kuhn señala que así como

encontramos que toda teoría históricamente importante ha contado con casos

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confirmatorios (sus aplicaciones paradigmáticas), de igual manera encontramos que "no

existe la investigación sin contraejemplos" (ibid., p. 79; p. 131). Si existen los enigmas de

la ciencia normal es porque ningún paradigma que proporcione una base para la

investigación resuelve por completo todos sus problemas.

Ninguna teoría resuelve nunca todos los problemas a que se enfrenta en

un momento dado, ni es frecuente que las soluciones ya alcanzadas sean

perfectas. Al contrario, es justamente lo incompleto y lo imperfecto del ajuste

entre la teoría y los datos existentes lo que, en cada momento, define muchos

de los problemas que caracterizan a la ciencia normal (ibid., p. 146; p. 228).

Tan así es que en los contados casos en que una teoría parece haber resuelto todos

sus problemas, como por ejemplo en la óptica geométrica, deja de existir una tradición de

investigación y, en lugar de ello, la teoría se convierte en herramienta del trabajo

tecnológico.

 Aquí se le podría replicar a Kuhn que está identificando, indebidamente, enigma con

contraejemplo, pues mientras el contraejemplo tiene la connotación de poner en

entredicho una teoría, el enigma sólo se refiere a un problema que la teoría aún no

resuelve pero se espera que pueda hacerlo. Esta réplica se vería reforzada por algunas

frases célebres de Kuhn, como cuando afirma que "toda teoría nace refutada" o que

"existen sólo dos alternativas: o bien ninguna teoría científica se enfrenta nunca a un

contraejemplo, o bien todas las teorías se enfrentan a contraejemplos todo el tiempo"

(ibid., p. 80; p. 132). A pesar de estos giros retóricos, otros pasajes de ERC dejan ver cuál

es la crítica específica al refutacionismo.

El método popperiano pone todo el peso de la contrastación en las experiencias

refutadoras, es decir, en las pruebas experimentales cuyos resultados implicarían el

rechazo de la teoría considerada. Kuhn, en pocas palabras, niega que existan experiencias

que por sí solas impliquen la falsedad de una teoría, es decir, niega la existencia de

experiencias refutadoras en sentido popperiano. La principal razón es que para que una

anomalía, una discrepancia entre teoría y experiencia, pueda ser considerada como un

auténtico contraejemplo -con la capacidad de poner en tela de juicio y echar abajo una

teoría- se requiere de una perspectiva teórica alternativa desde la cual se pueda emitir ese

 juicio. Es más, una vez que existe esa teoría -que supone un paradigma distinto-, todos los

desajustes o discrepancias que desde la teoría anterior se veían como simples enigmas son

considerados como contraejemplos desde la nueva perspectiva.

Copérnico vio como contraejemplos lo que la mayoría de los sucesores de

Ptolomeo habían visto como enigmas en el ajuste entre la observación y la

teoría. Lavoisier vio como contraejemplo lo que Priestley había visto como un

enigma exitosamente resuelto en la articulación de la teoría del flogisto. Y 

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Einstein vio como contraejemplos lo que Lorentz, Fitzgerald y otros habían visto

como enigmas en la articulación de las teorías de Newton y de Maxwell (ibid.,

pp. 79-80; p. 132).

Esto revela que ningún problema, aun cuando llegue a representar una seria

anomalía, constituye por sí mismo un contraejemplo. El carácter de contraejemplo es

relativo, no se puede establecer por la sola comparación entre las consecuencias de una

teoría y los resultados de la observación y experimentación. En el modelo de Kuhn, una

teoría se pone realmente en tela de juicio sólo cuando existe una teoría alternativa que

parece resolver sus principales anomalías, anomalías que adquieren entonces el carácter

de contraejemplos. De esta manera, la evaluación de teorías es una tarea

fundamentalmente comparativa. Si no existe una opción, más vale mantener la teoría que

hasta entonces se ha mostrado eficaz para resolver al menos algunos de los problemas

que se consideran relevantes. Se sigue trabajando en esa teoría aunque no permita

resolver muchos de los problemas planteados, aunque no se aplique con un alto grado de

precisión, o aunque emplee técnicas matemáticas o instrumentales bastante complicadas.

Basta con que la teoría no entre en conflicto con otras teorías que en ese momento se

consideran fundamentales, y con que haya indicios de que su alcance no se restringe a los

problemas ya resueltos.

La crítica de Kuhn a Popper es radical: "las contrastaciones que Sir Karl enfatiza son

aquellas que se realizaron para explorar las limitaciones de una teoría o para amenazar lo

más posible a una teoría vigente" (Kuhn, 1970a, p. 5), pero contrastaciones como esas son

más bien la excepción que la regla; sólo tienen lugar en los episodios extraordinarios. Pero

además, cuando eso llega a ocurrir, el enjuiciamiento de una teoría no se ajusta al modelo

de refutación tal como Popper lo concibe (en la sección "Evaluación de teorías

inconmensurables", del capítulo V, se analiza la elección de teorías rivales). La evaluación

de una teoría, entonces, sólo tiene lugar como parte de la competencia con una teoría rival

por obtener la aceptación de la comunidad pertinente.

Durante los periodos de ciencia normal no se ponen a prueba las teorías, no se

intenta confirmarlas ni refutarlas, como han supuesto los filósofos clásicos. Por lo

contrario, las teorías fungen como la base que permite proponer soluciones a los

problemas que surgen en la investigación normal, y son precisamente esas soluciones

tentativas las que se someten a prueba. La evaluación intraparadigmática no tiene como

blanco las teorías sino sus aplicaciones. Examinemos este proceso.

EVALUACIÓN EN CIENCIA NORMAL

En la investigación normal el científico se enfrenta a fenómenos cuya naturaleza

está determinada globalmente por el paradigma, pero cuya explicación detallada requiere

de una mayor articulación o desarrollo de la teoría. El objetivo, entonces, no es la crítica

sino el desarrollo de la teoría vigente. En el ensayo "¿Lógica del descubrimiento o

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psicología de la investigación?", Kuhn sostiene que durante los periodos de ciencia normal

se ponen a prueba las hipótesis que expresan las conjeturas de un científico acerca del

modo más apropiado de relacionar un problema con el cuerpo de conocimientos que se

considera válido, que no se cuestiona. Esto es, lo que se pone a prueba son las hipótesis

que permiten aplicar las leyes fundamentales de una teoría a situaciones específicas, las

hipótesis que permiten explicar cierto tipo de fenómenos o resolver problemas concretos.

Si la hipótesis (conjetura) logra pasar suficientes pruebas o pruebas suficientemente

severas (de acuerdo con los criterios metodológicos que establece el propio paradigma), el

científico habrá resuelto el problema. De lo contrario, tendrá que intentar resolverlo

formulando otra hipótesis. Kuhn afirma que "tales contrastaciones no tienen por objeto la

teoría establecida. Por lo contrario, cuando está ocupado en un problema de ciencia

normal el científico debe contar con una teoría establecida que tiene como misión sentar

las reglas del juego" (Kuhn, 1970a, p. 4).

Con su estilo peculiar de esos años, un tanto psicologista, Kuhn describe este tipo

de situaciones diciendo que el científico "debe contrastar la conjetura que su ingenio le

sugiere como solución al enigma. Pero es sólo su conjetura personal la que se pone a

prueba. Si fracasa en la contrastación sólo su propia capacidad es impugnada, no el cuerpo

de la ciencia establecida" (ibid., p. 5). Incluso llega a afirmar que "a fin de cuentas, es el

científico [en lo] individual quien es sometido a contrastación más que la teoría vigente"

(ibidem). Sin embargo, es posible reformular esta descripción sin tintes psicologistas y sin

abusar de los términos, ya que por lo demás encierra un novedoso enfoque sobre la

contrastación. La distinción entre leyes fundamentales y leyes especiales, implícita en el

modelo kuhniano, ofrece el punto de partida para tal reformulación.

En las teorías maduras o establecidas, aquellas que han generado tradiciones

fecundas de investigación (como las teorías de Newton, Maxwell, Lavoisier, Mendel,

Darwin, etc.), se distinguen al menos dos tipos de leyes: fundamentales y especiales.

Como dijimos, las leyes fundamentales -las generalizaciones simbóIicas- no se pueden

aplicar directamente en la resolución de problemas, dado que son esquemas muy

generales con muy poco contenido empírico. Pero, por otra parte, se trata de leyes que

están presupuestas en todas las aplicaciones de una teoría. Moulines, en su artículo

"Forma y función de los principios -guía en las teorías físicas" (en Moulines, 1982), formula

la hipótesis metodológica de que todas las leyes fundamentales son empíricamente irres-

trictas, es decir, en principio cualquier situación empírica es compatible con ellas. Lo cual

implicaría, justamente, que las leyes fundamentales son inmunes a la refutación. Esta

hipótesis -que se basa en una detallada reconstrucción de la estructura lógica de este tipo

de leyes, así como en el análisis de su funcionamiento- encuentra un fuerte apoyo en el

hecho de que todas las leyes fundamentales examinadas hasta ahora (tales como la

segunda ley de Newton, el principio básico de la termodinámica, el de la hidrodinámica,

etc.) han presentado esta peculiar característica.

Este análisis explicaría el que las leyes fundamentales no se puedan confrontar

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directamente con la experiencia, y que sólo den lugar a enunciados con un contenido

empírico más definido una vez que se han complementado con otros parámetros o

supuestos adicionales. Estos supuestos -que no se infieren de las leyes fundamentales- son

precisamente los elementos que especifican las posibilidades de aplicación de una teoría,

permitiendo la formulación de leyes especiales. Por ejemplo: la teoría de la gravitación

universal -que queda definida por las tres leyes de la mecánica newtoniana más la ley del

cuadrado inverso- no implica por sí sola ninguna consecuencia contrastable, ningún

enunciado observacional; es necesario añadir ciertos supuestos como, por ejemplo, acerca

de qué cuerpos se consideran existentes, en qué medio se mueven, a qué fuerzas están

sujetos, etc., para poder obtener predicciones contrastables, predicciones que serán más

exactas cuanto más se especifiquen las condiciones supuestas (este ejemplo se trabajará

en la siguiente sección).

Si ésta es la situación, cuando Kuhn habla de "conjeturas personales del científico"

podemos entender que se trata de esos supuestos adicionales que permiten la aplicación

de los principios básicos de una teoría. Y quedaría claro por qué Kuhn está en lo correcto

cuando afirma que el fracaso de una conjetura, al ser empíricamente contrastada, no

implica el fracaso de la teoría (de sus leyes fundamentales); sólo indicaría que algo anda

mal en la forma en que se intentó implementar esa aplicación particular. Esto se hace muy

patente cuando la teoría ya ha servido como base en la solución de una larga serie de

problemas. Es así como puede ocurrir que se rechace alguna de las hipótesis o leyes espe-

ciales, y se siga manteniendo con toda confianza la matriz o esquema que la generó: las

leyes fundamentales de la teoría. Pero, en cambio, nunca puede darse el caso inverso,

pues toda aplicación de una teoría presupone sus leyes fundamentales.

Por tanto, las teorías no se ponen a prueba de igual manera que sus aplicaciones.

Una vez que una teoría ha alcanzado el rango de paradigmática, es decir, una vez que ha

generado una tradición de investigación, deja de tener un carácter hipotético y se

convierte en la base de una serie de procedimientos explicativos, predictivos, e incluso

instrumentales, que la presuponen. En cambio, las hipótesis o leyes más específicas

quedan siempre sujetas a revisión conforme surgen nuevas situaciones y problemas. Y es

importante señalar que es en la evaluación de esta hipótesis donde se emplean los

métodos de confirmación y refutación.

  Ahora se puede apreciar mejor el fondo de la crítica de Kuhn los metodólogos

clásicos. El error de estos filósofos ha sido suponer que lo que se confirma o se refuta son

las leyes fundamentales que definen una teoría, y no las hipótesis que permiten sus

aplicaciones concretas. Esto revela que han fundido dos proceso distintos en uno solo,

confundiendo la evaluación interparadigmática con la intraparadigmática. En palabras de

Kuhn, el error ha sido suponer que "una teoría puede juzgarse de manera global mediante

el mismo tipo de criterios que se emplean al juzgar las aplicaciones de una investigación

individual dentro de una teoría" (Kuhn, 1970a, p. 12). Como adelantamos en la sección

anterior, los filósofos de la tradición, al suponer que el desarrollo científico es siempre del

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mismo tipo (pasando por alto la distinción entre ciencia normal y extraordinaria),

extrapolaron a la totalidad de la investigación científica lo que sólo sucede en ciertos

periodos. Los empiristas lógicos generalizaron el patrón de investigación normal,

interpretándolo como una búsqueda de confirmación de las teorías. Los racionalistas

críticos caracterizaron toda la actividad científica en términos que sólo se aplican a la

investigación extraordinaria, suponiendo de manera análoga que la refutación está dirigida

a las teorías. Sin embargo, si estos metodólogos tuvieran razón, muchos episodios de la

historia de la ciencia resultarían poco inteligibles o incluso irracionales, pues cómo se

podría explicar el hecho de que se siga trabajando en teorías que deberían considerarse

"refutadas" de acuerdo con el modelo popperiano, o que se abandonen teorías que

estarían "altamente confirmadas" según el modelo empirista.

Este problema no se presenta si se distinguen, al menos, dos tipos de evaluación, y

si se reconoce que las teorías no se abandonan por la vía de la refutación ni se mantienen

por la vía de la confirmación. Sin embargo, es importante subrayar que del modelo de

Kuhn no se desprende un rechazo de estos métodos tradicionales, sino más bien un

esclarecimiento de sus límites y condiciones de aplicación. Sólo son aplicables al evaluar

hipótesis con un contenido empírico bastante específico (que no tienen las leyes

fundamentales de las teorías), y en el marco de un conjunto de compromisos establecidos

(esto es, dentro de un paradigma). Además, esto significa que los métodos de

confirmación y refutación son insuficientes, por sí solos, para decidir sobre el éxito o el

fracaso de hipótesis específicas, pues sólo en el contexto de un paradigma aceptado queda

claro qué cuenta como evidencia relevante, como problema legítimo, como solución

aceptable, como técnica confiable, etc. Contrariamente a lo que suponían los filósofos

clásicos de la ciencia, dichos métodos resultan inoperantes en un aséptico vacío de

presupuestos.

Por último, debemos señalar un problema que encierra el enfoque de Kuhn sobre la

evaluación de hipótesis. Es un hecho que no todas las hipótesis que se formulan dentro del

marco de una teoría tienen el mismo nivel de especificidad. Entre las leyes fundamentales

y los enunciados más particulares hay una gama muy amplia de niveles de generalidad,

que se refleja en la amplitud del conjunto de aplicaciones que cubre cada hipótesis. Si esto

es así, surge la pregunta sobre si toda hipótesis -que no sea una ley fundamental- se pone

a prueba de igual manera. Existen leyes de alto nivel de teoricidad y generalidad que si

bien no están presupuestas en todas las aplicaciones de una teoría -como las leyes

fundamentales- lo están en gran parte de ellas. Incluso algunos autores las consideran

como "subteorías" dentro de un mismo paradigma, ya que cumplen funciones similares a

las de las leyes fundamentales dentro de su dominio de aplicación. De aquí que resulte

poco plausible que la evaluación de este tipo de leyes o subteorías se pudiera asimilar a la

evaluación de las conjeturas diseñadas para resolver problemas específicos.

Por otra parte, si fuera el caso de que todas las leyes no fundamentales se

evaluaran básicamente en la misma forma, y con la unanimidad de juicios profesionales

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que refiere Kuhn, en los periodos de ciencia normal no se presentarían conflictos entre hi-

pótesis o "subteorías" alternativas, esto es, conflictos que versaran sobre aspectos del

enfoque teórico. Sin embargo, existen controversias como aquella que se dio cuando ya

había surgido el primer paradigma en el estudio de los fenómenos eléctricos, donde

compitieron por un buen tiempo la hipótesis de un fluido único contra la hipótesis de dos

fluidos básicos. Si bien el mismo Kuhn hace referencia a este caso, no lo utiliza para

reconocer el hecho de que dentro de los periodos de ciencia normal también se pueden

generar fuertes desacuerdos de orden teórico. Otro ejemplo sería el de la serie de

controversias que ha tenido lugar -en los últimos treinta años- en el desarrollo de la física

de altas energías, donde a pesar de que no se ponen en duda las leyes fundamentales del

paradigma vigente, de todos modos se trata de desacuerdos de carácter teórico que

claramente no se ajustan al esquema de resolución de enigmas (en McMullin, 1993, p. 62,

se refieren algunos otros casos de este tipo de desacuerdos).

Esto hace pensar que el contraste entre la resolución de enigmas -con sus

procedimientos efectivos para decidir con unanimidad cuándo un enigma ha sido

exitosamente resuelto- y la elección entre teorías de paradigmas rivales -donde no existen

semejantes procedimientos-, es un contraste todavía demasiado esquemático. La distinción

entre evaluación intraparadigmática e interparadigmática, implicada por el modelo

kuhniano, no cubre todos los casos de evaluación que se presentan en la investigación

científica. Sin embargo, es innegable que esta distinción ha tenido el mérito de poner al

descubierto que la evaluación de teorías no es reducible a una lógica efectiva de las

decisiones, y que la elección entre teorías rivales es mucho más compleja de lo que los

metodólogos tradicionales habían supuesto.

La manera general y abstracta en que aquí se ha reformulado la evaluación

intraparadigmática requiere de una ejemplificación detallada en un caso concreto. Es lo

que haremos en seguida.

UN EJEMPLO DE INVESTIGACIÓN NORMAL

La teoría de la gravitación universal

Para encarnar lo dicho hasta aquí acerca del tipo de evaluación que se realiza

durante los periodos de ciencia normal, utilizaremos como ejemplo una de las aplicaciones

de la teoría newtoniana de la gravitación universal (TGU, en adelante). Este ejemplo lo

elabora Hilary Putnam en su artículo "The ‘Corroboration' of Theories" (Putnam, 1974),

donde justamente examina la metodología popperiana y critica los supuestos que ésta

comparte con la concepción metodológica del empirismo lógico. El ejemplo sirve a Putnam

para ilustrar sus críticas a la ortodoxia, las cuales --como veremos- coinciden básicamente

con las formuladas por Kuhn, si bien Putnam no hace una alusión explícita a esta notable

coincidencia. La ventaja que ofrece este análisis es la claridad con que se exponen e

ilustran dichas críticas.

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La teoría elegida, TGU, es una teoría que nos resulta muy familiar. Putnam afirma

que ésta es la razón de su elección, ya que otras teorías podrían haber servido igualmente

bien a sus propósitos, como, por ejemplo, la teoría de Mendel, la de Maxwell o la de

Darwin. TGU consta de la ley que afirma que todo cuerpo a ejerce sobre todo otro cuerpo

b una fuerza Fab, cuya dirección es hacia a y cuya magnitud es el producto de una

constante universal G por MaMb/d2, es decir, Fab = GMaMb/d2, donde M es la masa y d

es la distancia que separa a los cuerpos. Las otras leyes que constituyen TGU son las tres

leyes de la mecánica clásica newtoniana (la ley de inercia, la segunda ley: f = ma, y la ley

de acción y reacción).

Lo primero que señala Putnam es que esta teoría, por sí sola (considerando sólo las

leyes que la definen) no implica ningún enunciado básico u observacional, es decir,

ninguna consecuencia contrastable. Recordemos aquí lo dicho acerca del carácter empí-

ricamente irrestricto de las leyes fundamentales, el cual va de la mano con su incapacidad

para implicar predicciones o descripciones de situaciones empíricas concretas. En este

caso, TGU no dice nada sobre qué fuerzas, aparte de la gravitacional, pueden estar

presentes, y la fuerza Fab no es medible de manera directa. Por tanto, ninguna predicción

es deducible de TGU. Pero entonces ¿qué es lo que se hace cuando se quiere aplicar la

teoría a una situación astronómica concreta? Como vimos, es necesario agregar supuestos

adicionales, que son lo que Kuhn llama "conjeturas del científico" y Putnam "afirmaciones

auxiliares". Putnam dice que lo típico es hacer ciertas suposiciones simplificadoras.

Por ejemplo, si estamos deduciendo la órbita de la Tierra, podríamos

suponer, como una primera aproximación, lo siguiente:

I) ningún cuerpo existe, excepto el Sol y la Tierra

II) el Sol y la Tierra existen en el vacío

III) el Sol y la Tierra no están sujetos a ninguna fuerza, excepto a las

fuerzas gravitacionaes mutuamente inducidas (Putnam, 1974, p. 65).

Estos tres supuestos adicionales, junto con TGU, ya nos permiten deducir

enunciados con un contenido empírico más definido, como las Leyes de Kepler. Y si

hacemos menos idealizados los supuestos adicionales, como por ejemplo considerando

otros cuerpos en el modelo del Sistema Solar, podemos obtener predicciones más exactas.

Conviene detenerse en el carácter epistémico que tienen los supuestos adicionales,

a diferencia del que tienen las leyes fundamentales. En muchos casos, son enunciados que

expresan idealizaciones o simplificaciones, las cuales son relativas a cada sistema empírico

particular; otras veces se trata de enunciados que expresan las "condiciones de la

frontera" (boundary conditions), esto es, condiciones que establecen ciertas restricciones

de carácter general sobre los sistemas empíricos en estudio; y también encontramos

enunciados sobre las "condiciones iniciales" de un sistema, las cuales se tienen que

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establecer en toda solución de problemas concretos. Dada la naturaleza de este tipo de

supuestos, borrar la diferencia entre leyes fundamentales y supuestos adicionales sería

borrar la diferencia entre los enunciados a los que se les otorga (aunque sea

temporalmente) el rango de leyes de la naturaleza y los enunciados que se consideran

contingentes o circunstanciales.

Esta diferencia epistémica contribuye a explicar el hecho, antes señalado, de que los

supuestos adicionales estén mucho más sujetos a revisión que la teoría. En el caso de

TGU, por ejemplo, tenemos que durante casi doscientos años la ley de la gravitación

universal se aceptó como incuestionablemente verdadera, y se utilizó como premisa en

incontables argumentos científicos. Si los supuestos adicionales que de hecho permitieron

predicciones correctas no hubieran funcionado así, habrían sido modificados antes que

modificar la teoría.

Cuando resultó que estaban equivocadas las predicciones acerca de la

órbita de Urano, las cuales se hicieron con base en la teoría de la gravitación

universal y el supuesto de que los planetas conocidos eran todos los que existían,

Leverrier en Francia y Adams en Inglaterra predijeron de manera simultánea que

tenía que haber otro planeta. De hecho, este planeta fue descubierto, era

Neptuno. Si esta modificación de los enunciados auxiliares no hubiera resultado

exitosa, todavía se podrían haber intentado otras, como por ejemplo, postular un

medio a través del cual se mueven los planetas, en lugar del vacío, o postular

fuerzas no gravitacionales significativas (ibid., p. 66).

Frente al caso de la órbita de Mercurio, de la cual no se lograba dar cuenta con

base en TGU, Putnam opina exactamente lo mismo que Kuhn: en ausencia de una teoría

alternativa, como la teoría general de la relatividad, la órbita de Mercurio simplemente se

consideró como una ligera anomalía, es decir, no se le otorgó el carácter de contraejemplo

o instancia refutadora. Cabe señalar, como dato curioso, que con respecto a esta idea de

que las teorías no se desechan por un mero desacuerdo con la experiencia, sino sólo

cuando existen teorías alternativas, Putnam se adjudica la paternidad. Sin embargo, si nos

atenemos a las fechas de publicación de sus ideas, es claro que la paternidad la tendría

Kuhn. Incluso se puede afirmar que constituye una de sus tesis más novedosas y

difundidas en relación con la evaluación de las teorías.

Las implicaciones del caso de Mercurio para la doctrina de Popper son inmediatas y

directas: TGU no es refutable en el sentido popperiano, y sin embargo es un indudable

ejemplo de teoría científica. Los científicos, durante doscientos años, no la cuestionaron ni

intentaron refutarla, más bien la tomaron como base para construir predicciones que

dieran cuenta de los distintos fenómenos astronómicos. Si alguno se mostraba reacio,

como el caso de Mercurio, se hacía a un lado como una anomalía. Por tanto, afirma

Putnam, "la doctrina de Popper no da una explicación correcta, en este caso, ni de la

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naturaleza de la teoría ni de la práctica de la comunidad científica" (ibid., p. 67).

Popper podría replicar, como hizo en otras ocasiones, que él no está describiendo lo

que los científicos hacen, sino lo que deberían hacer. Pero incluso en ese caso los

científicos del ejemplo actuaron como deberían haberlo hecho:

Hubiera sido incorrecto rechazar TGU en virtud de la desviación de la órbita

de Mercurio. Dado que TGU predecía las otras órbitas dentro de los límites del

margen de error, no podía excluirse la posibilidad de que la desviación en este

caso se debiera a alguna fuerza desconocida, gravitacional o no gravitacional; y al

hacer a un lado el caso como uno que ni podían explicar ni podían atribuirle una

significación sistemática, los científicos estaban actuando como "deberían"

(ibidem).

Reconst rucción de un problema de ciencia norm al

Putnam también coincide con Kuhn en que la actividad científica no se puede

reducir a una mera cuestión de derivar predicciones a partir de la conjunción de teorías y

supuestos adicionales, sea con miras a la confirmación o a la refutación. Para dar apoyo a

esta tesis Putnam propone una tipología de los problemas científicos, la cual contribuye a

aclarar la noción kuhniana de ciencia normal (como vimos, al describir la investigación que

se realiza en estos periodos como una actividad de resolución de enigmas, Kuhn está

queriendo decir que no se trata de una actividad encaminada a refutar o a confirmar la

teoría vigente). Putnam presenta tres esquemas básicos que corresponden a los distintos

tipos de problemas científicos (donde Putnam habla de 'auxiliary statements' aquí 

seguiremos utilizando ‘supuestos adicionales'):

Esquema I

Teoría

Supuestos adicionales

Predicción ¿verdadera o falsa?

Esquema II

Teoría

???

Hecho que debe ser explicado

En el primer esquema el problema es determinar si la predicción que se deduce de

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la teoría y los supuestos adicionales (SA, en adelante) es verdadera o falsa. Este es el tipo

de situación en el que se han concentrado las metodologías tradicionales -tanto del

empirismo lógico como del racionalismo crítico- y al que han otorgado toda la importancia.

El segundo esquema representa un tipo de problema muy distinto: se trata de encontrar

los SA que, junto con la teoría, produzcan una explicación de un hecho conocido. Éste es

precisamente el tipo característico de los problemas (enigmas o rompecabezas) de la

ciencia normal.

Por último, en el trabajo científico también se presenta un tercer tipo de problemas,

el cual tampoco ha sido atendido en el análisis filosófico tradicional:

Esquema III

Teoría

Supuestos Adicionales

???

En este tipo de situación el problema es, por lo general, de índole matemática. Por

ejemplo: "en nuestros días se sabe muy poco acerca de cuáles son las consecuencias

físicas de la 'teoría del campo unificado' de Einstein, precisamente porque el problema

matemático de derivar dichas consecuencias es demasiado difícil" (ibid., p. 71). La

importancia de este tipo de problemas radica, justamente, en averiguar si un cierto

conjunto de leyes y supuestos tiene consecuencias contrastables. Los filósofos de la ciencia

usualmente han procedido como si siempre estuviera claro, en principio, cuáles son las

consecuencias observables o contrastables de un conjunto de enunciados empíricos. De

aquí su descuido por este tipo de problemas y su interés exclusivo por los problemas que

caen bajo el Esquema I.

 Ahora seguiremos muy de cerca la utilización que hace Putnam de estos esquemas

al reconstruir una aplicación importante de TGU, aplicación que tuvo lugar durante el

periodo de ciencia normal de esta teoría (cf . ibid., pp. 72-73). Llamemos S1 al siguiente

conjunto de supuestos adicionales: los cuerpos se mueven en el vacío; sólo están sujetos a

las fuerzas gravitacionales mutuas; el Sistema Solar consiste de los siguientes cuerpos: el

Sol, Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno y Urano. El problema que se plantea

es el siguiente:

Teoría: TGU

SA: S1

Otros SA: ???

Explanandum: la órbita observada de Urano

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Esto es, el problema consiste en encontrar otros supuestos acerca de condiciones

iniciales o de condiciones de la frontera que se apliquen al Sistema Solar, y que junto con

TGU permitan explicar la órbita observada de Urano. Con la información y los supuestos

que se manejaban hacia 1846, la órbita calculada de este planeta no coincidía

(considerando los márgenes de error permitidos) con los datos acerca de la órbita

observada. Notemos que se trata claramente de un problema que cae bajo el Esquema II.

 Así las cosas, se propone el supuesto S2: existe un planeta más, y sólo uno más, en el

Sistema Solar. Considérese ahora el siguiente problema:

Teoría: TGU

SA: S1, S2

Consecuencia: ???

La consecuencia desconocida se refiere a la órbita precisa O que debe tener el

planeta recién postulado. Éste es un problema de tipo matemático que Leverrier y Adams

resolvieron al calcular la órbita de Neptuno (como se llamó al planeta postulado). Por

tanto, se trata de una instancia del Esquema III. Ahora considérese el siguiente problema

empírico:

Teoría: TGU

SA: S1, S2

Predicción: existe un planeta moviéndose en la órbita O

¿Verdadera o falsa?

Este problema es una instancia del Esquema I. Su importancia, en esos años,

radicaba en que la verificación de la predicción ofrecería la solución al problema

originalmente planteado. Esto es, la predicción es precisamente el enunciado que se

necesitaba para explicar (derivar) la órbita observada de Urano. Llamemos S3 a dicha

predicción, y sea S3: el planeta postulado en S2 (Neptuno) se mueve en la órbita O. Con

S3 ya se tiene la siguiente deducción:

Teoría: TGU

SA: Sl, S2, S3

Explanandum: la órbita de Urano

Podemos observar, entonces, que se comenzó con un problema del tipo II: el

problema de explicar la órbita observada de Urano. El afán de resolver este enigma

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condujo a una nueva hipótesis S2 (la postulación de un planeta adicional, Neptuno); la

contrastación de S2 involucró la derivación de S3 (el cálculo de la órbita del nuevo

planeta), problema del tipo III, así como la contrastación de S3 (la órbita calculada de

Neptuno), que es un problema del tipo I. Y S3, a su vez, sirvió como solución al problema

original. Notemos que en este proceso se tuvo la suerte de poder deducir S3 a partir de

TGU, S1 y S2; y finalmente se tuvo la mejor suerte de verificar S3 en el Observatorio de

Berlín.

Putnam propone el Esquema II como la forma lógica de lo que Kuhn llama “puzzle” .

  Al examinar dicho esquema se ve por qué este término resulta tan apropiado: en los

problemas de este tipo se está buscando algo que "llene un hueco" en un argumento ex-

plicativo, y que al llenarlo conduzca a cierto resultado que ya se conoce. No se trata de

contrastar empíricamente las predicciones que se derivan de una teoría y ciertos SA ya

dados (Esquema I); se trata justamente de encontrar los SA adecuados. La teoría no es

refutable en el contexto y tampoco está sujeta a confirmación, pues en este tipo de

situaciones la teoría no está en tela de juicio. Dice Putnam:

Los fracasos no refutan una teoría, porque el fracaso no es una falsa

predicción a partir de la teoría y unos hechos conocidos y confiables, sino el

fracaso en encontrar algo, de hecho, el fracaso en encontrar un enunciado auxiliar

[...]. Los éxitos no "confirman" una teoría, una vez que ha llegado a ser

paradigmática, porque la teoría no es una "hipótesis" que necesite confirmación,

sino que es la base de toda una técnica explicativa y predictiva, y también

posiblemente de una tecnología (ibid., p. 74).

Hasta aquí, como se puede observar, la coincidencia entre las tesis de Putnam y las

tesis de Kuhn -en las cuales fincan sus críticas a las metodologías tradicionales- es

prácticamente completa.

Tendencia explicati va y t endencia crit ica

Teniendo presente el ejemplo analizado, el proceso por el cual se llegó a explicar la

órbita observada de Urano, examinemos ciertas afirmaciones un tanto oscuras de Putnam

sobre la noción de ciencia normal. El ejemplo ilustra, en su opinión, la existencia de dos

tendencias en conflicto pero al mismo tiempo dependientes entre sí: la investigación

normal "muestra una dialéctica" entre dos tendencias y "es el conflicto de estas tendencias

lo que lleva adelante a la ciencia normal" (ibidem). Una de las tendencias es la tendencia

crítica, la representada por el Esquema I; la otra es la tendencia explicativa, representada

por el Esquema II.

Según Putnam: "El elemento de conflicto surge porque en una situación del tipo del

Esquema II uno tiende a considerar la teoría dada como algo conocido, mientras que en

una situación del tipo del Esquema I uno tiende a considerarla como problemática" (ibid.,

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p. 75). A continuación afirma que la interdependencia es obvia: "la teoría que sirve como

premisa mayor en el Esquema II puede haber sido la sobreviviente de una prueba

popperiana [...] y la solución de un problema del tipo del Esquema II debe ella misma ser

confirmada, frecuentemente, por una prueba del tipo del Esquema I" (ibidem). De aquí 

Putnam concluye que es un grave error creer que el Esquema II describe todo lo que

sucede en la ciencia normal, con lo cual estaría objetando implícitamente la concepción

kuhniana de esta actividad.

Sin embargo, esta conclusión resulta sorprendente a la luz del análisis que hace el

propio Putnam. En primer lugar, en el ejemplo examinado, la teoría (TGU) no se considera

"problemática' en ninguno de los pasos del proceso. Cuando se aplica el Esquema I, que

entraña la actitud crítica, se hace para poner a prueba una conjetura con un contenido

empírico muy específico (S3: el planeta postulado tiene la órbita O), y no a TGU. Si

Putnam fuera consecuente con el resto de sus tesis, no podría postular -al menos no en

este caso concreto- una dialéctica entre tendencias en conflicto como el motor del

progreso dentro de los periodos de ciencia normal. Esta idea tendría más sentido aplicada

al progreso global de una disciplina, es decir, al progreso a través de los sucesivos cambios

de paradigma (que es la idea que subyace en el modelo de Kuhn).

Cuando una teoría se ha atrincherado como paradigmática, cuando el sistema

conceptual y las leyes que la definen adquieren el carácter de herramientas a priori de la

investigación, no sucede que a ratos se le cuestione y a ratos se le considere válida. Sólo

así se podría hablar de tendencias en conflicto dentro de una fase de ciencia normal, en el

sentido que lo hace Putnam. Como él mismo reconoce, una vez que una teoría alcanza ese

rango deja de tener un carácter hipotético. Ciertamente, como señalamos en la sección

anterior, es posible que en la ciencia normal surjan conflictos de orden teórico entre leyes

alternativas de alto nivel, el cual es un problema que no se ajustaría al esquema de

resolución de enigmas (Esquema II), pero tampoco se podría reconstruir como una

dialéctica entre tendencias opuestas: explicativa y crítica.

Por otra parte, la concepción kuhniana de la ciencia normal no excluye de ninguna

manera que se aplique el Esquema I (el esquema crítico). A1 contrario, los métodos

críticos -confirmación y refutación- son necesarios para que se lleve a cabo la investigación

normal (para evaluar las conjeturas propuestas como solución a los enigmas). En términos

de Putnam, Kuhn diría que en esta etapa los científicos se concentran en problemas que

tienen como estructura básica el Esquema II, aunque desde luego su solución requiere de

la solución de problemas subsidiarios que se ajustan a los Esquemas I y III. En breve, la

tendencia dominante, la explicativa, puede coexistir pacíficamente con la tendencia crítica,

mientras el enfoque teórico del paradigma establecido siga siendo eficaz y fecundo.

Cabe una última observación sobre los supuestos adicionales, cuya naturaleza y

función se muestran en el ejemplo analizado. Los filósofos clásicos erraron el blanco de los

métodos críticos debido a que hacían recaer toda la responsabilidad de las predicciones en

las teorías, eximiendo con ello a los supuestos adicionales (si una predicción resultaba

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fallida se inculpaba a la teoría, si resultaba exitosa se aumentaba su credibilidad). Sin

embargo, los supuestos adicionales pueden ser conjeturas arriesgadas que encierran

grandes dosis de simplificación o idealización con respecto a los sistemas empíricos en

estudio (como el conjunto S1 del ejemplo), o bien enunciados que expresan datos cuyo

proceso de obtención es en muchos casos altamente complicado o falible (como S3, y

como suele suceder con las condiciones iniciales de un sistema). De aquí que el hecho de

que los supuestos adicionales sean el primer blanco de crítica durante la investigación

normal, lejos de ser un síntoma de irracionalidad o de dogmatismo hacia la teoría vigente,

resulte muy entendible.

Nos hemos extendido en el análisis de la ciencia normal por varias razones. En

primer lugar, consideramos que las aportaciones de ERC mejor trabajadas y articuladas,

aunque menos espectaculares, son justamente las que se refieren a la ciencia normal;

además, éstas ponen al descubierto aspectos centrales de la práctica científica cotidiana

que el paradigma filosófico anterior había relegado o incluso pasado por alto. Considérese,

simplemente, la vuelta de tuerca que significó destacar la naturaleza y el papel que tienen

los marcos de presupuestos en la investigación, y esto forma parte del análisis de la

ciencia normal. Por otra parte, creemos que estas aportaciones no han recibido la atención

ni la importancia debidas. Si bien es cierto que las tesis expuestas en ERC sobre los

cambios revolucionarios resultaron las más controvertidas y provocadoras, generando una

revolución en el análisis filosófico de la ciencia, sin embargo también es cierto que eran

tesis muy embrionarias, débilmente ensambladas y argumentadas, cuyas implicaciones y

coherencia estaban aún por explorar. No es de extrañar, entonces, que la clarificación y

desarrollo de estas tesis acapararan la atención de Kuhn hasta sus últimos años. Por

último, un buen entendimiento de la ciencia normal es una condición para apreciar, por

contraste, lo que sucede en los periodos de crisis y revolución. Pasemos al análisis de la

ciencia extraordinaria.

III . LA CIENCIA EXTRAORDIN ARIA: PRIM ER DIAGNÓSTICO

CONTRA LA IDEA DE ACUMULACIÓN

Si las teorías no se mantienen por la vía de la confirmación ni se rechazan por la vía

de la refutación, ¿cómo entonces se puede dar cuenta de su adopción o de su abandono?

¿Cómo explicar el cambio de un paradigma por otro? Qué respuesta queda a la pregunta

¿cómo eligen los científicos entre teorías rivales? Trabajando como historiador, Kuhn se

había topado con el siguiente hecho: los episodios de transición más notables en la ciencia,

como por ejemplo entre la astronomía de Ptolomeo y la de Copérnico, la teoría del flogisto

y la química de Lavoisier, la biología creacionista y la teoría darwiniana de la evolución, la

mecánica clásica y la mecánica relativista, etc., no se podían reconstruir como episodios

donde un cuerpo de evidencia compartida, más un conjunto de cánones de evaluación,

obligaran a los científicos involucrados a abandonar la vieja teoría en favor de la nueva.

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La idea básica de Kuhn sobre la evaluación interparadigmática, que permaneció

inalterada hasta sus últimas publicaciones, es que con respecto a las teorías empíricas no

podemos contar con procedimientos de evaluación que determinen decisiones unánimes, a

la manera como en las ciencias formales existen procedimientos que aplicados paso a paso

permiten identificar los errores en una demostración o aprobarla como correcta: "No hay

ningún algoritmo neutral para la elección de teorías, ningún procedimiento sistemático de

decisión que, aplicado adecuadamente, deba conducir a cada individuo del grupo a la

misma decisión' (Kuhn, 1969, p. 200; pp. 304-305). Para entender esta afirmación que

entraña un nuevo enfoque sobre la elección de teorías, y en consecuencia sobre el cambio

científico, debemos examinar primero la manera como originalmente Kuhn caracteriza las

situaciones donde impera el desacuerdo en una comunidad de especialistas, situaciones

que eventualmente desembocan en el desplazamiento de un paradigma por otro, es decir,

en una revolución.

Desde una perspectiva meramente histórica, la rivalidad y la competencia entre

enfoques teóricos alternativos, el abandono de unos y la adopción de otros, son hechos

bastante bien documentados. No hay duda de que en la historia de las diversas disciplinas

científicas se presentan situaciones que muestran esos desacuerdos y conflictos. Sin

embargo, lo que sí se puede poner en duda es que tales situaciones revelen aspectos

constitutivos, no meramente circunstanciales, sobre el modo como se desarrolla el co-

nocimiento científico. En palabras de Kuhn: "¿Hay razones intrínsecas por las cuales la

asimilación [...] de una nueva teoría científica deba exigir el rechazo de un paradigma más

antiguo?" (Kuhn, 1962, p. 95; p. 153). En otras palabras, ¿hay razones de fondo por las

cuales el desarrollo científico haya tenido que resultar discontinuo y no acumulativo?

En principio, una nueva teoría no necesariamente tiene que entrar en conflicto con

cualquiera de sus predecesoras: la nueva teoría puede tratar de fenómenos no estudiados

o no conocidos hasta ese momento, y simplemente ampliar las concepciones anteriores; o

bien, puede ser de un nivel de generalidad mayor y agrupar a sus antecesoras de manera

sistemática, sin modificar en lo sustancial a ninguna de ellas; o también puede bordar más

fino sobre lo ya dicho, precisando el contenido de teorías anteriores, etc. Esto es, pueden

existir, y de hecho existen, diversas relaciones de compatibilidad entre teorías sucesivas

(más precisamente, entre sus conjuntos de modelos o aplicaciones), como son las

relaciones de inclusión o subsunción, de especialización, de equivalencia, de aproximación,

etc. La cuestión es que si este tipo de relaciones interteóricas fueran las únicas que se

hubieran dado en la historia de las disciplinas, el desarrollo científico habría resultado

esencialmente acumulativo. Y como dice Kuhn: "En la evolución de la ciencia, los

conocimientos nuevos reemplazarían a la ignorancia en lugar de reemplazar a otros

conocimientos de tipo distinto e incompatible" (ibid., p. 95; p. 154).

Resulta notable la cantidad de autores que han pensado que el desarrollo científico

es realmente acumulativo. Esta difundida idea es el elemento clave de la imagen "oficial"

de la ciencia, que nace con el desarrollo mismo de la ciencia moderna en el siglo XVII, y

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que desde entonces ha sido alimentada por la gran mayoría de filósofos, historiadores y

científicos. De aquí que la noción de "progreso como acumulación" haya sido el primer

blanco que Kuhn tuvo en la mira cuando emprendió la redacción de ERC. Kuhn parte de la

idea de que la imagen dominante de la ciencia es, básicamente, resultado de una manera

particular de concebir y escribir su historia, la cual está estrechamente relacionada con la

pedagogía que se utiliza en el ámbito científico, con la manera como se enseña, transmite

y difunde el conjunto de teorías vigentes en una época.

Por una parte, los libros de texto en que se basa la enseñanza se reescriben cada

vez que tiene lugar un cambio de paradigma, y en ellos el pasado de una disciplina se

recupera con un enfoque "presentista", es decir, como la serie de escalones que

condujeron a su estado actual. Por otra parte, en la misma línea, la historiografía de corte

presentista tiene como rasgo distintivo el asimilar la ciencia pasada a la ciencia presente,

asimilación que básicamente se logra por dos vías: 1) la selección de lo que debe formar

parte de la narrativa histórica se hace con base en el contenido de la ciencia presente, es

decir, sólo aquellos elementos de las teorías previas que parecen estar incluidos en las

teorías presentes se consideran como históricamente relevantes y valiosos; 2) eso que se

considera históricamente relevante se expresa o reformula utilizando los conceptos de la

ciencia vigente. El resultado, naturalmente, es que la historia de la ciencia aparece como

un crecimiento acumulativo de conocimientos, donde no tienen cabida creencias o

supuestos que sean discordantes con los aceptados en la época del historiador.

Esta manera de reconstruir la historia es análoga a la forma en que opera la

antropología etnocéntrica, donde se pretende entender y evaluar otras culturas en

términos de los valores, creencias y prácticas de la cultura propia. Sin embargo, una de las

ideas rectoras del trabajo de Kuhn es que así como hemos aprendido a vencer "nuestras

arraigadas resistencias etnocéntricas" cuando se trata de entender el mundo social de

otras culturas, también podemos aprender a hacer lo correspondiente al estudiar las

concepciones del mundo natural vigentes en otros periodos históricos (cf . Kuhn, 1991a,

pp. 21-22). Quienes estudian la ciencia, sean filósofos, sociólogos, historiadores o

psicólogos, no tienen por qué partir de una imagen tan desvirtuada de esta empresa, la

cual resulta de proyectar en las fuentes históricas los conceptos, problemas y criterios de

la ciencia presente.

Kuhn mismo, con sus estudios de casos de historia de la ciencia, contribuyó a

consolidar un paradigma historiográfico no presentista. En su primera incursión en la física

de Aristóteles, en 1947, encontró que hay diferentes posibilidades de adscribir significado a

los conceptos clave de un texto científico, y que éstas traen consigo enormes diferencias

en la comprensión global del enfoque teórico plasmado en el texto. Kuhn también encontró

que una vía muy efectiva para descubrir interpretaciones alternativas es la de comenzar

por los pasajes anómalos de un texto, aquellos que en una primera lectura nos resultan

absurdos o sin sentido, intentando hacerlos inteligibles y coherentes por medio de

modificaciones en el significado de algunos de sus conceptos básicos. Cuando se tiene

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éxito, usualmente se logra una forma de lectura alterativa del texto entero, donde éste

parece representar un mundo diferente (en el siguiente capítulo retomaremos la manera

como Kuhn concibe el trabajo del historiador).

Desde luego, estas intuiciones sobre la forma de llevar a cabo una reconstrucción

histórica no resultaban novedosas para alguien que estuviera familiarizado con la tradición

hermenéutica continental, con la cual, por cierto, Kuhn no lo estaba en aquel tiempo. Sin

embargo, la aplicación de las técnicas interpretativas -de la lectura hermenéutica- a textos

científicos de otra época, sí era una novedad. Era el rasgo distintivo de una nueva

generación de historiadores de la ciencia, a la cual pertenecía Kuhn, generación que estaba

fuertemente influenciada por el trabajo de Alexandre Koyré. De esta manera, la

transformación que sufre este campo de investigación -en los años cincuenta- se da al

mismo tiempo que comienza el desarrollo de la historia de la ciencia, como una disciplina

académica, en los Estados Unidos.

 Ahora bien, en torno a la noción del progreso científico como acumulativo, también

es considerable el grupo de quienes aceptan que el desarrollo de la ciencia no siempre ha

sido acumulativo, pero piensan que ello sólo se debe a la interferencia de factores

subjetivos, a la distorsión que ejerce la idiosincrasia de los hombres en el camino hacia la

verdad. De aquí que sigan pensando que el incremento constante del conocimiento

científico es el ideal que hay que perseguir. Según Kuhn, este "ideal acumulativista"

encuentra su justificación en el paradigma epistemológico dominante, el positivista, "que

considera que el conocimiento es una construcción hecha por la mente directamente sobre

datos sensoriales no elaborados" (Kuhn, 1962, p. 96; pp. 154-155). De aquí que el

desarrollo científico se conciba como la continua incorporación de unas teorías en otras.

Las teorías más desarrolladas simplemente cubren más información empírica que sus

antecesoras, por lo cual éstas son -en principio- deducibles de (o subsumibles en) las

teorías posteriores.

Si bien esta explicación no es incorrecta, sin embargo no expresa el fondo del

asunto. Habría que rastrear la justificación del ideal acumulativista en el supuesto más

arraigado y extendido sobre un método universal de evaluación y elección de teorías. Este

método se ha considerado como la garantía de que las teorías sucesivas tiendan hacia la

descripción correcta del mundo, ya sea que el acercamiento se interprete en el sentido de

tener cada vez más verdades empíricas (paradigma epistemológico positivista), o en el

peculiar sentido popperiano de tener cada vez menos falsedades (paradigma

epistemológico del racionalismo crítico).

Un claro indicador de que el ideal acumulativista descansa en este supuesto

metodológico, lo encontramos en la estrategia que el mismo Kuhn utiliza al rebatir a los

defensores de dicho ideal. Esta estrategia argumentativa se podría delinear como sigue:

para entender por qué fracasa el ideal acumulativista hay que entender por qué la elección

entre teorías rivales no se puede resolver por un procedimiento sistemático de decisión

(apelando a una lógica inductiva y la experiencia neutral, como pretendían los empiristas

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lógicos; o mediante decisiones claramente gobernadas por reglas metodológicas, como

proponen los racionalistas críticos). El desarrollo científico no ha sido acumulativo -y

difícilmente podría haberlo sido- porque las diferencias entre paradigmas rivales los hacen

inconmensurables.

La inconmensurabilidad es la noción clave del modelo de Kuhn para entender las

revoluciones científicas, y en ella se encuentra la raíz de las principales desviaciones

respecto de los enfoques tradicionales en la filosofía de la ciencia. A reserva de emprender

un análisis detallado en el siguiente capítulo, a continuación sólo enumeramos algunos de

los rasgos e implicaciones de esta noción. En primer lugar, la inconmensurabilidad

representa el arma más efectiva contra la idea de progreso acumulativo dado que es el

indicador más claro de rupturas y pérdidas en la evolución de una disciplina. Las

revoluciones científicas siempre tienen algún aspecto destructivo, y las teorías sucesoras, a

pesar de ser globalmente más exitosas que sus antecesoras, con frecuencia no pueden re-

producir todos los logros explicativos de éstas. En segundo lugar, como la

inconmensurabilidad implica un cambio de significado en los conceptos básicos de teorías

sucesivas, tenemos que se viene abajo la popular idea de que las teorías posteriores

incluyen las anteriores. De esta manera, la relación de subsunción o reducción interteórica

pierde su lugar central en la explicación del desarrollo científico. En tercer lugar, la

evaluación de teorías alternativas se vuelve una cuestión mucho más complicada, ya que el

fenómeno del cambio conceptual impide reconstruirla como una simple comparación,

enunciado por enunciado, entre las consecuencias de las teorías rivales. Como también

veremos, a esto se le suma el problema de que los criterios de evaluación no tienen una

aplicación unívoca. De todos modos, bastaría el fenómeno de la inconmensurabilidad para

mostrar que la elección de teorías no está gobernada por procedimientos algorítmicos de

decisión. Pero si no podemos contar con un método canónico y universalmente aplicable,

el ideal de desarrolle acumulativo se queda sin justificación.

Conviene aclarar que Kuhn de ninguna manera niega la idea de progreso en la

ciencia; lo que no comparte con la tradición es la interpretación del progreso como un

acercamiento a la descripción verdadera del mundo. Su planteamiento sería, más bien, el

inverso del tradicional: a juzgar por los sorprendentes logros alcanzados por la ciencia, tal

parece que no es necesario (y quizá ni siquiera conveniente) que el desarrollo científico

sea acumulativo. Sigamos entonces la estrategia que acabamos de delinear, comenzando

con el análisis de las situaciones donde se gestan las rupturas o discontinuidades.

LA SITUACIÓN DE CRISIS

Toda tradición de investigación normal, en su afán de mejorar y extender el ajuste

entre teoría y experiencia, se enfrenta tarde o temprano con anomalías que se muestran lo

suficientemente reacias a solución como para minar la confianza de la comunidad en su

enfoque teórico, provocando la búsqueda de posibles sustitutos. Es entonces cuando se

inicia un periodo de ciencia extraordinaria, el cual puede desembocar en el desplazamiento

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de un paradigma por otro, esto es, en una revolución. Como vimos, sólo en estos periodos

se pone en tela de juicio una teoría que ha llegado a ser paradigmática -que ha generado

una tradición fecunda de investigación-, ya que dicho cuestionamiento no puede ocurrir si

no se cumplen al menos dos condiciones: que dicha teoría haya sido incapaz de resolver

ciertas anomalías, y que exista una teoría alternativa que parezca resolverlas. En palabras

de Kuhn: "la contrastación de un paradigma sólo tiene lugar cuando el fracaso persistente

en resolver un enigma importante ha producido una crisis. E incluso entonces, la

contrastación ocurre solamente después de que la sensación de crisis ha producido un

candidato alternativo a paradigma" (ibid., p. 145; p. 225).

Si bien no se puede caracterizar de manera general en qué circunstancias una

anomalía provoca una crisis, es decir, el brote de una serie de intentos de reajuste o

modificación de los supuestos básicos del paradigma vigente, no obstante queda claro que

las anomalías son una condición necesaria aunque no suficiente.

 A veces, una anomalía pondrá claramente en entredicho generalizaciones

explícitas y fundamentales de un paradigma, como lo hizo el problema del

arrastre del éter para quienes aceptaban la teoría de Maxwell. O, como en la

revolución copernicana, una anomalía sin aparente importancia fundamental

puede provocar una crisis si las aplicaciones que inhibe tienen una importancia

práctica particular, en este caso para el diseño del calendario y la astrología. O,

como en la química del siglo XVIII, el mismo desarrollo de la ciencia normal

puede transformar una anomalía, que anteriormente sólo había sido una molestia,

en fuente de crisis: el problema de las relaciones de peso tuvo un carácter muy

diferente después de la evolución de las técnicas químico-neumáticas.

Presumiblemente, todavía hay otras circunstancias que pueden hacer que una

anomalía resulte especialmente apremiante, y ordinariamente se combinarán

varias de ellas (ibid., p. 82; pp. 135-136).

 Ahora bien, la primera forma en que Kuhn intentó dar cuenta de los desacuerdos

que surgen una vez que se ha llegado a la situación de crisis dio lugar a mucha confusión.

Según decía, el conflicto entre el paradigma que descubre una anomalía y aquel que más

tarde hace que la anomalía deje de serlo era inevitable, dado que la teoría del nuevo

paradigma debería implicar algunas predicciones que fueran diferentes de las predicciones

derivadas de su antecesora para poder tener éxito en la solución de las anomalías. Y como

esa diferencia en las predicciones mostraba la incompatibilidad lógica entre las teorías

rivales, el proceso de aceptación de la nueva teoría debería implicar el rechazo de la teoría

anterior (cf . ibid., p. 97; p. 157).

Estas afirmaciones, que de entrada pueden sonar plausibles, resultaban sin

embargo poco coherentes con la tesis central de Kuhn sobre el cambio revolucionario, la

tesis de inconmensurabilidad; de aquí que hayan dado lugar a muchos malentendidos y

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algunas críticas justificadas (cf ., por ejemplo, Shapere, 1964). La afirmación de

"incompatibilidad lógica", si no se circunscribe, da a entender que los términos de teorías

rivales tienen, todos, el mismo significado; los enunciados empíricos, para poder entrar en

contradicción, tienen que suponer la misma semántica. Pero la tesis de

inconmensurabilidad apunta justamente a una divergencia de significado entre los

términos básicos de teorías alternativas. Aunque estas teorías utilicen los mismos términos,

algunos de esos términos expresan conceptos distintos. Por tanto, cuando Kuhn en ciertos

pasajes de ERC habla de "contradicción" entre, por ejemplo, la mecánica relativista y la

mecánica clásica, hay que tener presente que ésa era una forma inadecuada de expresar

sus ideas -que más tarde rectificó y para nada significa que las teorías en competencia

compartan los mismos conceptos.

El conflicto que en efecto se presenta entre teorías alternativas no se reduce a una

cuestión de inconsistencia lógica, es decir, al hecho de que haya enunciados que son

verdaderos en una teoría y falsos en la otra. El problema de fondo -que examinaremos en

detalle en el siguiente capítulo- estriba en que las diferencias entre las estructuras

conceptuales de las teorías rivales impiden que éstas tengan el mismo poder expresivo: en

cada teoría se hacen algunas afirmaciones sobre el mundo que no son formulables o

expresables en la otra.

Otra cuestión que podría quedar velada por estas primeras formulaciones es el

hecho de que la solución de una anomalía, por más recalcitrante que sea, no

necesariamente tiene que provenir de una teoría rival. Recordemos que las vías por las

cuales se puede lograr el acuerdo entre una teoría y los hechos son sumamente diversas y

numerosas. Como muestra el análisis de la investigación normal, el espacio entre leyes

fundamentales y experiencia puede ser llenado con supuestos adicionales de muy distinto

tipo. Este resultado, que Kuhn utiliza en su crítica a las metodologías tradicionales, había

sido anticipado desde principios de siglo por P. Duhem y H. Poincaré, representantes de la

filosofía convencionalista, quienes mostraron que en principio siempre es posible

restablecer el acuerdo entre una teoría y los hechos sin modificar los principios

fundamentales de la teoría.

La importancia central de los supuestos adicionales en la derivación de predicciones

se pone claramente de manifiesto en los casos en que una anomalía, por largo tiempo

reacia a ser resuelta, encuentra finalmente acomodo dentro del mismo paradigma al añadir

o modificar algún supuesto adicional. Tomemos el caso, citado por el propio Kuhn, de la

predicción del movimiento del perigeo de la Luna. Esta predicción, utilizando el cálculo

newtoniano, era sólo de la mitad del movimiento observado. Durante sesenta años, los

mejores físicos y matemáticos de Europa se ocuparon sin éxito del problema, y mientras

tanto se hicieron algunas propuestas para modificar la ley fundamental de la gravitación,

propuestas que nadie llegó a tomar muy en serio. Finalmente, la paciencia con esta

importante anomalía resultó justificada: Clairaut demostró que la falla estaba en las

matemáticas utilizadas al aplicar la teoría, y por tanto la teoría podía seguir como hasta en-

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tonces.

  Ahora bien, decíamos que cuando una anomalía -o familia de anomalías- llega a

provocar una crisis, se inicia la transición a la ciencia extraordinaria. En este periodo, los

acuerdos básicos se resquebrajan, las "reglas del juego" de la ciencia normal pierden

fuerza y su aplicación se vuelve cada vez menos uniforme. Los intentos de solución, en la

medida en que persisten las anomalías, se vuelven cada vez más drásticos, es decir, se

dirigen al cuestionamiento y modificación de los componentes más atrincherados del

paradigma. Es en estos periodos cuando los científicos llegan incluso a interesarse por el

análisis filosófico de los supuestos de su disciplina. "No es un accidente que el surgimiento

de la física newtoniana en el siglo XVll, y el de la relatividad y la mecánica cuántica en el

siglo XX, hayan estado precedidos y acompañados por análisis filosóficos sobre los

fundamentos de su tradición de investigación" (ibid., p. 88; p. 144). También es en esta

etapa cuando los experimentos pensados o mentales cobran su mayor importancia,

experimentos que tienen como principal objetivo aislar la raíz de las anomalías al

cuestionar el paradigma en crisis de maneras no realizables en el laboratorio.

  Así, las crisis debilitan los estereotipos pero al mismo tiempo generan los datos

necesarios para reconstruir el campo de investigación a partir de nuevos supuestos. Como

los científicos en esta situación "tienen la disposición para ensayarlo todo", proliferan los

intentos de articulación de estructuras teóricas alternativas, hasta que una de ellas logra

perfilarse como candidato rival del enfoque anterior. Ahora bien, es necesario insistir en

que no todas las crisis desembocan en el surgimiento de un candidato rival. Como vimos,

en algunas ocasiones el paradigma cuestionado se muestra finalmente capaz de resolver el

problema que provocó la crisis; en este caso se podría decir que la crisis sólo representó

un bache en el camino de la ciencia normal. En otras ocasiones, ni siquiera los enfoques

más radicalmente novedosos logran dar cuenta de las anomalías; esto hace pensar que en

el presente estado de la disciplina no es posible vislumbrar ninguna solución, y entonces

las anomalías se archivan y se les reserva para una etapa futura donde se cuente con

herramientas conceptuales o instrumentales más poderosas (cf . ibid, p. 84; en la

traducción al español no figura el párrafo donde Kuhn se refiere a estos dos casos). Sin

embargo, aquí examinaremos el caso que tiene repercusiones de mayor alcance, aquel

donde la crisis culmina con la aparición de un candidato rival y se inicia la competencia por

lograr la aceptación de la comunidad pertinente.

DIFERENCIAS ENTRE PARADIGMAS ALTERNATIVOS

¿Por qué la competencia entre enfoques teóricos alternativos no es el tipo de

competencia que pueda resolverse de manera concluyente? Las razones que ofrece Kuhn

se refieren a las diferencias que median entre paradigmas rivales, esto es, diferencias en el

nivel de los compromisos o supuestos básicos. En lo que sigue, examinaremos el repertorio

de estas diferencias de acuerdo con su presentación original, en ERC , pero al mismo

tiempo iremos destacando las conexiones entre ellas así como sus principales

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implicaciones.

El análisis histórico-filosófico de los periodos donde impera el desacuerdo revela que

cualquier componente de una disciplina, por más esencial y constitutivo que hasta ese

momento se hubiera considerado, puede quedar sujeto a revisión. Las revoluciones

científicas no sólo muestran el reemplazo de principios teóricos fundamentales, en algunos

casos vigentes por siglos, como por ejemplo el principio del movimiento circular de los

cuerpos celestes, las leyes de Newton, el postulado de que la luz viaja en línea recta, la ley

de la conservación de la energía, la tesis de que las especies biológicas son fijas, el

principio de que todo suceso tiene una causa, etc. También muestran el cuestionamiento,

y eventual modificación, de otros ingredientes básicos de la empresa científica, como son

los datos o reportes de observación, los objetivos explicativos, los criterios de evaluación,

las normas de procedimiento, las técnicas experimentales, etc. Aunque conviene aclarar,

desde ahora, que esto no significa que en los periodos revolucionarios se pongan en duda,

y menos aún se lleguen a modificar, todos y cada uno de los componentes del marco de

investigación hasta entonces vigente. De cualquier manera, el análisis de las revoluciones

viene a prestar un refuerzo decisivo a la línea de argumentación contra la idea tradicional

de "fundamentos últimos del conocimiento" (fundamentos fijos, universales y necesarios),

sean del tipo que fueren.

Cuando Kuhn emprende la tarea de examinar, en casos concretos, las diferencias

que se dan entre quienes defienden teorías rivales, encuentra el siguiente repertorio. En

primer lugar, "cuando cambian los paradigmas, es usual que ocurran transformaciones

importantes en los criterios que determinan la legitimidad tanto de los problemas como de

las soluciones propuestas" (ibid., p. 109; p. 174). Y dos marcos de investigación que

difieren en qué representa un problema y qué cuenta como una buena solución, tendrán

que chocar al discutir los méritos de sus respectivos enfoques teóricos. Paradigmas

distintos suelen manejar normas de procedimiento distintas, e incluso pueden llegar a

discrepar en la manera de concebir su disciplina misma, en lo que ésta debe hacer y

explicar. En este sentido Kuhn llega a hablar, en ERC, de "inconmensurabilidad

metodológica".

Este tipo de diferencias se pueden ilustrar con el problema de la causa de la fuerza

de atracción entre partículas. La mecánica de Newton se topó -en sus inicios- con una

fuerte resistencia debido a que, a diferencia de las teorías aristotélica y cartesiana, no sólo

no ofrecía ninguna respuesta a este problema, sino que ni siquiera se lo planteaba. Así,

con la aceptación de la mecánica newtoniana se eliminó un problema que hasta entonces

había sido central en la disciplina. Sin embargo, la teoría general de la relatividad lo

retoma y pretende, nuevamente, haberle dado una respuesta. Esto revela que el

compromiso con ciertos postulados teóricos tiene repercusiones metodológicas, y que los

criterios de legitimidad para los problemas y de corrección para las soluciones pueden

variar de un marco de investigación a otro.

Otro tipo de diferencias, que son las que constituyen el núcleo de la tesis de

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inconmensurabilidad -como lo precisará Kuhn en los años setenta-, son las diferencias de

tipo conceptual: en el nuevo paradigma "los conceptos y los experimentos anteriores

entran en relaciones diferentes entre sí" (ibid., p. 149; p. 231). Por ejemplo: antes de la

teoría de la relatividad por "espacio" se entendía algo necesariamente plano, homogéneo,

isotrópico y no afectado por la presencia de materia; de otra manera la física de Newton

no hubiera funcionado. Para hacer la transición al universo de Einstein se tuvo que

modificar la red de relaciones entre los conceptos de espacio, tiempo, materia y fuerza, y,

a la vez, conectar esa nueva estructura conceptual con la naturaleza por medio de una

serie de supuestos igualmente novedosos. Este tipo de cambio conceptual, responsable de

que las teorías resulten inconmensurables, es lo que impide que las leyes fundamentales

de una teoría se deriven de las leyes de su sucesora. Los enunciados análogos a las leyes

de Newton -los cuales se deducen de la física de Einstein como un caso especial- no

pueden ser idénticos a las leyes newtonianas, pues al contener conceptos relativistas

(espacio, tiempo y masa einsteinianos) tienen un significado diferente. Éste es el

argumento central contra la concepción acumulativista del cambio científico, que como

vimos supone que el desarrollo consiste en la incorporación sucesiva de las teorías

anteriores en las posteriores, a través de un proceso de deducción (subsunción).

La tesis de que un cambio de paradigma lleva consigo cambios decisivos de

significado, cambios en la red conceptual a través de la cual los científicos estructuran su

campo de estudio, explicaría los problemas de comunicación que surgen en los periodos

revolucionarios. Los cambios conceptuales se reflejan en el lenguaje utilizado por los

especialistas de un mismo campo, en el significado diverso que adscriben a términos

comunes y en la manera en que determinan los referentes de dichos términos. De aquí 

que quienes participan en los debates revolucionarios utilicen ciertas expresiones que, a

pesar de ser idénticas, se convierten en una fuente de malentendidos y pugnas

involuntarias. Sin embargo, como veremos, esta ruptura en la comunicación -que implica

un fracaso en establecer "un contacto completo con el otro punto de vista"- nunca es total

ni definitiva.

  Ahora bien, el cambio conceptual no sólo abarca variaciones semánticas en los

términos teóricos (aquellos ligados a las leyes fundamentales), sino también se puede dar

en el nivel de los términos de observación. De esta manera, los científicos en pugna

también pueden discrepar en la caracterización y descripción del cuerpo de evidencia

observacional contra el cual juzgan sus hipótesis. Como vimos, Kuhn emprende una crítica

de fondo al supuesto empirista de una base de experiencia neutral y su lenguaje

correspondiente. No es posible contar con un lenguaje de observación neutral por la

sencilla razón de que tanto las operaciones de laboratorio como las mediciones están

condicionadas -posibilitadas y constreñidas- por algún marco conceptual previo. Para que

algo cuente como "dato" tiene que estar inmerso en algún sistema conceptual, el cual le

da un lugar en un mundo ya subdividido de cierta manera. Como veremos, esta tesis de la

"carga teórica" de la observación es uno de los pilares de la inconmensurabilidad.

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En cuanto a las diferencias en los compromisos ontológicos, se podría decir que

cuando mejor se aprecia que los marcos de investigación dan forma a la vida científica, no

sólo en los aspectos normativos o metodológicos sino también en los cognitivos, es

cuando se atiende a las diferencias en los supuestos de existencia, las cuales están

estrechamente relacionadas con los cambios conceptuales. "Los paradigmas sucesivos nos

dicen cosas diferentes acerca de la población del universo y acerca del comportamiento de

esa población. Esto es, ellos difieren acerca de cuestiones tales como la existencia de

partículas subatómicas, la naturaleza material de la luz, y la conservación del calor o de la

energía" (ibid., p. 103; p. 165). Estos supuestos sobre la existencia de ciertas entidades y

procesos, así como sobre su naturaleza y comportamiento, se reflejan en las categorías o

clases de cosas que supuestamente pueblan el mundo, y por tanto en la clasificación o

taxonomía del dominio de investigación. De aquí que un cambio en los compromisos

ontológicos vaya siempre emparejado con alguna modificación de la taxonomía con la cual

se trabaja en una disciplina.

En una visión retrospectiva del trabajo de Kuhn, se puede apreciar que este aspecto

del desarrollo científico, el cambio en las categorías y sistemas taxonómicos, adquiere una

importancia cada vez mayor. Aunque ciertamente es un aspecto que ya se destaca con

fuerza en ERC, como lo muestra la debatida afirmación de que "quienes proponen

paradigmas en competencia practican su profesión en mundos diferentes" (ibid., p. 150; p.

233), sin embargo la elucidación de los diversos problemas que plantea la in-

conmensurabilidad fue llevando a Kuhn a otorgar un peso cada vez mayor a los aspectos

ontológicos del cambio científico.

La controvertida idea de que los científicos, después de una revolución, "trabajan en

mundos diferentes", pone de relieve la estrecha relación entre los cambios conceptuales,

los cambios ontológicos y los cambios en la percepción del mundo. En ERC se dice que:

mientras el mundo aristotélico contiene cuerpos cuya caída hacia su lugar natural ha sido

obstaculizada, el mundo de Galileo contiene péndulos que podrían repetir su movimiento

una y otra vez hasta el infinito; mientras en un mundo químico las soluciones son

compuestos, en el otro son mezclas; mientras un mundo físico está inmerso en una matriz

plana del espacio, el otro lo está en una matriz curva, etc. Y de esto se concluye que: "AI

practicar en mundos diferentes, los dos grupos de científicos ven cosas diferentes cuando

miran desde el mismo punto en la misma dirección" (ibidem). Se podría decir entonces que

la inconmensurabilidad, cuyo núcleo es el cambio conceptual, condensa las diferencias en

los aspectos cognitivos. Por una parte, la divergencia de estructuras conceptuales refleja

las diferencias en los compromisos ontológicos, y por otra, induce diferencias en la

percepción del mundo (al discutir la posición de Kuhn frente al problema del realismo, en

el capítulo VII propondremos una forma de interpretar la idea del cambio de mundos así 

como sus principales implicaciones).

El anterior recuento de las diferencias entre paradigmas rivales -entre normas de

procedimiento, estructuras conceptuales, supuestos ontológicos y percepción del mundo-

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permite dar cuenta del siguiente hecho: quienes discuten los méritos de teorías al-

ternativas no parten de las mismas premisas, ni en los aspectos cognitivos ni en los

normativos. Por tanto, no pueden probar, con base en una argumentación que todos

deban aceptar, que una teoría es mejor que otra. "Precisamente porque es una transición

entre inconmensurables, la transición entre paradigmas en competencia no se puede hacer

paso a paso, forzada por la lógica y la experiencia neutral" (ibid., p. 150; p. 233).

Quienes participan en un debate argumentan frecuentemente de manera circular,

pues utilizan los elementos que les proporciona su propio marco de investigación. De esta

manera, resultará que cada teoría satisface bastante bien los criterios que dicta su

paradigma, y que falla con respecto a los criterios que establece su oponente. En el

modelo de Kuhn, los paradigmas, como marcos generales de investigación, son las

unidades máximamente comprehensivas dentro de las cuales se desarrolla la actividad

científica. No existe una instancia superior de apelación, a la manera de un árbitro

universal, a la cual se pueda recurrir en los periodos revolucionarios. Justo por eso son

revolucionarios. La existencia de una instancia semejante significaría que, a fin de cuentas,

no hay más que una manera correcta de hacer ciencia, como han supuesto los filósofos

clásicos. "Si no hubiera más que un conjunto de problemas científicos, un mundo en el que

poder ocuparse de ellos y un conjunto de normas para su solución, la competencia entre

paradigmas podría resolverse por medio de algún proceso más o menos rutinario, como

contar el número de problemas resueltos por cada uno de ellos" (ibid., pp. 147-148 y 229).

Por último, hay que decir que si bien las diferencias que campean en una

comunidad dividida revelan que el proceso de elección de teorías es mucho más complejo

de lo que hasta entonces se había supuesto, sin embargo el análisis detallado de la incon-

mensurabilidad -en el que Kuhn trabajó hasta sus últimos años- permitió poner en claro

que existen vías efectivas para restablecer la comunicación y el acuerdo en una comunidad

de especialistas, aunque ciertamente no se trata de las vías que desde la filosofía

tradicional de la ciencia se hubieran podido vislumbrar.

IV. LA NOCIÓN DE INCONMENSURABILIDAD

PRIMERAS FORMULACIONES

Se puede decir, sin temor a exagerar, que no existe en la filosofía contemporánea

de la ciencia una noción que se haya considerado más extravagante, que haya sido más

controvertida y más distorsionada, que la noción de inconmensurabilidad. También se

puede afirmar que ninguna noción tuvo un papel más decisivo que ésta en la trayectoria

intelectual de Thomas Kuhn. En una de sus últimas publicaciones Kuhn declara: "Mi

encuentro con la inconmensurabilidad fue el primer paso en el camino hacia La estructura,

y esta noción todavía me parece la innovación central que introdujo el libro" (Kuhn, 1993b,

pp. 314-315). Y en otro trabajo de los años noventa nos dice:

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Ningún otro aspecto de La estructura me ha concernido tan profundamente

en los treinta años desde que se escribió el libro, y después de esos años emerjo

sintiendo más fuertemente que nunca que la inconmensurabilidad tiene que ser

un componente esencial de cualquier concepción histórica o evolutiva del

desarrollo del conocimiento científico (Kuhn, 1991, p. 3).

De aquí que la idea de inconmensurabilidad constituya un eje privilegiado para

rastrear las tesis centrales de Kuhn sobre el cambio científico.

En cuanto a la enorme controversia que desató esta noción, uno de los disparadores

se halla en su carácter eminentemente filosófico. Si bien las tesis filosóficas rara vez

reúnen un acuerdo significativo, la situación se agrava cuando se trata de tesis o nociones

que, como en este caso, tienen implicaciones de largo alcance. La inconmensurabilidad, al

poner al descubierto el cambio de significado que acompaña al cambio de paradigmas,

obligó a replantear el problema metodológico de la comparación y elección de teorías,

renovando con ello la discusión sobre la racionalidad científica. Pero no sólo eso. La

inconmensurabilidad tiene también implicaciones ontológicas, las cuales contribuyeron a

reavivar la vieja polémica sobre el realismo y, en particular, el debate sobre la relación

entre el conocimiento científico y el mundo. Se trata, entonces, de una idea que introdujo

nuevos vectores en los ejes centrales de la reflexión filosófica sobre la ciencia.

Por otra parte, la controversia se complicó por el hecho de que Kuhn no es el único

progenitor de la idea de inconmensurabilidad. Paul Feyerabend publica en 1962 -el mismo

año en que aparece ERC- "Explanation, Reduction and Empiricism", donde plantea una

noción que, a pesar de su parecido con la idea kuhniana, sin embargo presenta diferencias

de fondo. Esto ha dado pie para que con frecuencia se pasen por alto esas diferencias y se

confundan ambas nociones. A lo anterior se añade el hecho de que la idea de

inconmensurabilidad, en el pensamiento de Kuhn, atraviesa por un proceso de clarificación,

aunque no de modificación sustancial, como intentaremos mostrar; de aquí que un análisis

detallado deba tomar en cuenta que no hay una formulación única. Comenzaremos

entonces con un rápido cotejo de las formulaciones originales de Kuhn y Feyerabend, para

ubicar el punto del que arranca la evolución de la idea de inconmensurabilidad en el

pensamiento de Kuhn.

Feyerabend, desde un principio, ubica la inconmensurabilidad en el terreno

semántico: debido al cambio de significado que sufren sus términos básicos, las teorías

sucesivas no tienen consecuencias empíricas comunes, y esto impide que en una sucesión

de teorías las teorías anteriores se subsuman en las posteriores. Feyerabend, al igual que

Kuhn, tiene como uno de sus objetivos centrales atacar la concepción acumulativista del

desarrollo científico, pero le enfrenta una tesis mucho más radical: el cambio semántico se

extiende a la totalidad de términos descriptivos que ocurren en las teorías

inconmensurables, de aquí que estas teorías no puedan compartir ninguna afirmación

empírica. En cambio, para Kuhn, la variación de significado se queda confinada en un

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grupo limitado de términos, que usualmente se interdefinen, pudiendo subsistir cierta base

semántica común entre las teorías rivales.

  Al referirse a sus discrepancias y coincidencias originales con Feyerabend, veinte

años después, Kuhn afirma:

Mi uso del término [inconmensurabilidad] era más amplio que el suyo; sus

posiciones respecto del fenómeno eran más radicales que las mías; pero nuestra

coincidencia en aquel tiempo era sustancial. Cada uno de nosotros estaba

fundamentalmente preocupado por mostrar que los significados de los términos y

conceptos –‘fuerza' y 'masa', por ejemplo, o 'elemento' y 'compuesto'- cambiaban

con frecuencia según la teoría en que aparecían. Y ambos afirmábamos que

cuando ocurría este tipo de cambio era imposible definir todos los términos de

una teoría en el vocabulario de la otra. Cada uno de nosotros incorporaba esta

última afirmación al hablar de la inconmensurabilidad de las teorías científicas

(Kuhn, 1983, p. 669).

El uso "más amplio" del término inconmensurabilidad, al que se refiere Kuhn en esta

cita, abarcaba las diferencias entre paradigmas rivales señaladas en ERC, diferencias que

no se agotan en los aspectos semánticos. Como vimos en el capítulo anterior, después de

una revolución ocurren cambios en el campo de problemas que se consideran legítimos y

en el peso que se les otorga, cambios que con frecuencia vienen acompañados de

transformaciones en los procedimientos experimentales o en las herramientas formales, así 

como en los criterios de evaluación de las soluciones propuestas. También ocurre que

"después de una revolución los científicos trabajan en un mundo diferente", esto es, se

altera la forma como se perciben y describen ciertos fenómenos -lo cual pone de

manifiesto la dependencia teórica de la observación-, y se dan cambios en los

compromisos ontológicos básicos, es decir, en las entidades y procesos que los científicos

postulan como existentes.

Podemos decir entonces que la inconmensurabilidad, en la versión de ERC, queda

caracterizada como una relación que se predica entre paradigmas sucesivos, es decir,

entre tradiciones de investigación separadas por una revolución. La inconmensurabilidad

entra en escena, como protagonista principal, en la situación que plantea la transición

revolucionaria entre paradigmas, y abarca las diferencias que se presentan tanto en los

aspectos cognitivos (en los sistemas conceptuales, los postulados teóricos, los supuestos

de existencia y la percepción del mundo), como en los aspectos metodológicos en los

criterios de relevancia evaluación, las estrategias de procedimiento, las técnicas

experimentales, etc.). Por tanto, a esta primera caracterización la podríamos llamar "la for-

mulación global" de la inconmensurabilidad. Pero notemos que su carácter global viene

acompañado de una gran falta de precisión. Los paradigmas, como "constelación de

compromisos compartidos", contienen componentes muy diversos: creencias, prácticas,

valores, intereses, etc. De aquí que una relación entre entidades internamente tan

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heterogéneas resulte muy difícil de aprehender.

En sus trabajos de los años setenta, Kuhn restringe el dominio de la relación de

inconmensurabilidad, con lo cual se gana precisión. Las entidades de las que se predica

esta relación ya no son los paradigmas considerados globalmente, o las tradiciones de

investigación, sino las teorías que se proponen en paradigmas sucesivos, y más

precisamente, sus léxicos o vocabularios. De esta manera, la inconmensurabilidad queda

acotada en el terreno semántico: dos teorías son inconmensurables cuando están

articuladas en lenguajes que no son completamente traducibles entre sí . El cambio de

significado que sufren ciertos términos al pasar de una teoría a otra impide que todos sus

enunciados sean mutuamente traducibles. Cuando dos teorías contienen términos básicos

que no son interdefinibles habrá afirmaciones de una teoría que no se puedan formular o

expresar en el léxico de la otra.

En el desarrollo de esta formulación semántica se destacan las siguientes tesis. 1)

Dadas dos teorías, la comparación uno-a-uno entre sus enunciados requiere que sean

formulables en un lenguaje común: "La comparación punto por punto de dos teorías

sucesivas exige un lenguaje en el cual puedan traducirse, sin pérdidas ni cambios, por lo

menos las consecuencias empíricas de ambas" (Kuhn, 1970b, p. 266). 2) En el caso de

teorías inconmensurables tal lenguaje es imposible: "No existe un lenguaje común en el

cual se puedan expresar completamente ambas teorías, y al que por tanto se pudiera

recurrir en una comparación punto por punto entre ellas" (Kuhn, 1976, p. 191).

Notemos que estas tesis suponen el carácter transitivo y simétrico de la relación de

traducibilidad, tanto entre términos como entre enunciados. Si hubiera un tercer lenguaje

en el que se pudieran traducir completamente dos teorías rivales, por transitividad y

simetría tendríamos que todos sus términos y enunciados resultarían traducibles entre sí.

De este modo, a través de ese tercer lenguaje, los enunciados de una teoría se podrían

comparar uno-a-uno con los de la otra, y juzgar su ajuste con la experiencia. Pero

 justamente la divergencia semántica entre teorías inconmensurables cancela la posibilidad

de disponer de un lenguaje semejante. Como afirma Ulises Moulines: "enfrentados a dos

teorías inconmensurables, si son realmente tales, no podemos echar mano de algún

recurso indirecto, quizás una serie de teorías intermedias, que permita, aunque de manera

muy complicada, a la postre establecer una traducción adecuada de una teoría en la otra

[...]" (Moulines, 1991, p. 139).

De lo dicho hasta aquí, tenemos que la inconmensurabilidad queda ligada al fracaso

de traducción completa entre teorías, fracaso que repercute de manera directa en el tipo

de comparación que se puede establecer entre ellas. Y queda claro, por lo pronto, que la

inconmensurabilidad sólo impide un tipo determinado de comparación, la "comparación

punto por punto” a la que se refiere Kuhn. También se avizora que la clave para entender

esta situación se encuentra en un tipo peculiar de cambio semántico. Como veremos, un

léxico -un vocabulario estructurado- puede sufrir diversos y sucesivos cambios de

significado sin que ello conduzca a algún fracaso de traducción, como de hecho sucede en

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los periodos de investigación normal.

  Antes de examinar el tipo de cambio semántico que da lugar a la

inconmensurabilidad, debemos eliminar un grave malentendido que sigue rondando en las

discusiones metodológicas, malentendido que está en la base de buena parte de las

acusaciones de "irracionalista" que se le han hecho a Kuhn.

INCONMENSURABILIDAD Y POSIBILIDAD DE COMPARACIÓN

La tesis de inconmensurabilidad va directamente en contra de un supuesto muy

arraigado, que Kuhn considera un resabio del siglo XVll: la idea de que todo lo que se

puede decir en un lenguaje determinado puede ser dicho en cualquier otro lenguaje, al

menos aquello que sea suficientemente elemental, como es lo relacionado con la

percepción sensorial. Y Kuhn insiste, desde ERC hasta sus últimas publicaciones, tanto en

sus críticas a Quine como a Davidson y a Van Fraassen, en que hay que abandonar el

supuesto de la "traducibilidad universal" de los enunciados de observación, como quiera

que éstos se conciban (véase por ejemplo su crítica a Van Fraassen en Kuhn, 1992, pp. 4-

5).

 Aquí se pone de relieve la estrecha relación entre la tesis de inconmensurabilidad y

la tesis epistemológica de la "carga teórica" de la observación, la cual encierra la idea de

que lo que vemos depende en alguna medida de nuestros sistemas de conceptos. Cuando

Kuhn emprendió el ataque al supuesto empirista de una base de experiencia neutral,

independiente de toda perspectiva teórica, su principal objetivo era mostrar que las

predicciones o consecuencias contrastables (observacionales) de las teorías no siempre son

formulables en un lenguaje común, esto es, no siempre son traducibles entre sí.

Considérese el caso de la mecánica clásica newtoniana y la teoría especial de la relatividad:

la segunda, a diferencia de la primera, entraña el carácter relacional de toda longitud,

masa y duración, sin que importe si estas propiedades mecánicas se predican de entidades

observadas o inobservadas, observables o inobservables. De aquí que aunque dichas

propiedades puedan, en algunos casos, tomar valores idénticos en sus respectivas escalas

--casos donde la mecánica clásica y la relativista dan predicciones numéricamente

idénticas- no por ello podemos afirmar que se trata de propiedades conceptualmente

idénticas. Como dice Feyerabend: "Esta disparidad conceptual, si se la toma en serio,

infecta hasta [las descripciones de] las situaciones más 'ordinarias"' (Feyerabend, 1970a,

p. 123).

Pero si no hay una base semántica, ni siquiera en el nivel de la experiencia

sensorial, que garantice la traducibilidad universal de las predicciones o afirmaciones

empíricas, se viene abajo el enfoque tradicional de la comparación de teorías. Justamente,

cuando las teorías son inconmensurables, cada una de ellas contendrá algunos conceptos y

afirmaciones sobre el mundo que no son expresables en el léxico de la otra. Y este límite

en el poder expresivo de tales teorías -su incapacidad para articular todo el contenido

semántico de la otra- impide una comparación punto por punto entre ellas. Pues queda

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claro, bajo este nuevo enfoque, que en cada teoría puede haber enunciados de

observación que no tengan una contraparte en la otra.

La mayoría de los lectores de ERC estaban preparados para aceptar que, en efecto,

existen parcelas de la cultura donde un discurso es reemplazado por otro sin que exista

un protovocabulario, o un metavocabulario, en el que dichos discursos se pudieran traducir

completamente. Sin embargo, la afirmación de que este fenómeno también se presenta

entre teorías sucesivas de las ciencias naturales, se interpretó como si se afirmara que hay

teorías que no se pueden comparar, por lo que fue juzgada por muchos críticos de Kuhn

como un atentado contra la racionalidad de la ciencia. Bajo la penetrante influencia del

positivismo, la traducibilidad completa en el nivel de las consecuencias contrastables se

consideraba como un requisito indispensable de la comparación de teorías, y por tanto del

carácter racional de su elección.

Notemos que desde un punto de vista meramente histórico, el hecho de que ‘masa'

en la mecánica newtoniana no signifique lo mismo que 'masa' en la mecánica relativista, o

el que 'planeta' en la teoría de Ptolomeo no tenga el mismo significado que 'planeta' en la

teoría de Copérnico, podría considerarse sin mayor problema como un indicador más de lo

que sucede en el desarrollo científico. Sin embargo, tal divergencia semántica pone en tela

de juicio los modelos metodológicos clásicos, y no sólo los generados en la tradición del

positivismo lógico sino también los modelos de corte popperiano del racionalismo crítico.

  A pesar de sus profundas diferencias, se puede afirmar que estos modelos

presentan una misma estructura básica: primero se enuncian las consecuencias

contrastables de las teorías alternativas en un lenguaje común, y después, mediante algún

algoritmo que establezca una medida de comparación de su verdad/falsedad -de sus

grados de confirmación o de sus grados de verosimilitud-, se elige entre ellas con total

acuerdo. Pero éste es nada menos el tipo de comparación que la inconmensurabilidad im-

pide, lo cual pone de manifiesto que en los modelos tradicionales se da por sentado que

"el problema de la elección de teorías puede resolverse empleando técnicas que sean

semánticamente neutrales" (Kuhn, 1970b, p. 234). En el caso de Popper, vale la pena

notar que su modelo para comparar el contenido empírico de dos teorías requería,

además, que una teoría se pudiera deducir de la otra, lo cual revela la exigencia de

conmensurabilidad no sólo en el nivel de las consecuencias contrastables, sino incluso en

el nivel de los postulados teóricos.

Contra este telón de fondo, no nos puede sorprender que la inconmensurabilidad se

haya interpretado como imposibilidad de comparación, esto es, como si se predicara de

pares de teorías que nada tienen que ver entre sí. Sin embargo, Kuhn nunca hubiera dicho

que, por ejemplo, la genética mendeliana y la teoría del calórico son inconmensurables, a

pesar de que en efecto sus términos básicos no se pueden traducir entre sí (o tal vez

hubiera dicho que lo son, pero en un sentido totalmente trivial). Su objetivo era

precisamente iluminar un hecho hasta entonces ignorado: la existencia de teorías que

pretenden "hablar de lo mismo" utilizando términos que, sin embargo, no son

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intertraducibles. Por tanto, la tesis de inconmensurabilidad supone que las teorías tienen

un ámbito común de referencia; por eso pueden entrar en una competencia genuina y ser

objeto de un juicio comparativo. Piénsese en los consabidos ejemplos: la astronomía de

Ptolomeo y la de Copérnico, la química del flogisto y la del oxígeno, la mecánica cartesiana

y la newtoniana, la teoría del calórico y la termodinámica, etcétera.

Cuando Kuhn aclara que su noción no excluye la posibilidad de comparación, se

remite al origen del término:

'inconmensurabilidad' es un término tomado de la matemática y ahí no

tiene tal implicación. La hipotenusa de un triángulo rectángulo isósceles es

inconmensurable con su lado, pero ambos pueden ser comparados con el grado

de precisión que se desee. Lo que hace falta no es la comparabilidad sino una

unidad de longitud en términos de la cual ambos puedan ser medidos directa y

exactamente (Kuhn, 1976, p. 191).

Es así como la inconmensurabilidad matemática, entendida como la falta de una

unidad común de medida, se utiliza metafóricamente en el terreno de las teorías empíricas

para indicar la falta de un lenguaje común que permita su traducción sin pérdidas ni

residuos.

No está por demás subrayar que la tesis de inconmensurabilidad no invalida los

modelos tradicionales en todos los casos de comparación de teorías; sólo restringe su

campo de aplicación. Como dijimos (sección "Evaluación en ciencia normal", capítulo II), se

dan casos de teorías alternativas o, mejor dicho, "subteorías", que a pesar de discrepar

respecto a hipótesis de alto nivel de generalidad de hecho se desarrollan dentro de una

misma tradición de investigación y suponen, por tanto, el mismo sistema de conceptos y

leyes fundamentales. Estas subteorías, aunque rivales, son conmensurables, pues en

principio todas sus predicciones serían intertraducibles o formulables en un lenguaje

común, y en consecuencia se las podría comparar de acuerdo con el patrón básico

tradicional. Sin embargo, hay que decir que Kuhn no se ocupó de este tipo de

comparaciones -quizá por haberlas considerado hasta cierto punto rutinarias- y tampoco

analizó la posibilidad de que dentro de un mismo marco de investigación se generen

controversias significativas de orden teórico.

De cualquier manera, la pregunta que acapara la atención es cómo se comparan

teorías inconmensurables, y si es posible una elección racional entre ellas. Si la

inconmensurabilidad implicara, en efecto, imposibilidad de comparación, de entrada

quedaría cancelado todo intento por reconstruir la elección y el cambio de teorías como un

proceso racional. Pero semejante consecuencia no puede tener cabida en el proyecto de

alguien que, como Kuhn, está convencido de que "la práctica científica, tomada en su con-

 junto, es el mejor ejemplo de racionalidad de que disponemos" (Kuhn, 1970c, p. 520). Lo

que sucede, más bien, es que la inconmensurabilidad abrió el camino hacia una nueva

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concepción de la racionalidad científica, una concepción que, entre otras cosas, no está

fincada en la posibilidad de traducción completa.

 Aunque pospondremos para el siguiente capítulo la cuestión de cómo se elige entre

teorías inconmensurables y cuál es la noción de racionalidad que introduce Kuhn en la

filosofía de la ciencia, desde ahora debemos iniciar el rastreo de una idea clave sobre la

relación entre inconmensurabilidad y racionalidad: la racionalidad sólo supone la

posibilidad de comprensión, no la posibilidad de traducción. La importancia de esta idea se

aprecia frente a la cantidad de críticos que todavía, en la década de los noventa, siguen

sosteniendo que la inconmensurabilidad obliga a Kuhn a concluir que "la elección racional

entre perspectivas teóricas rivales [es] imposible" (Laudan, 1996, p. 9). De acuerdo con la

reconstrucción que aquí se propone, la estrategia de Kuhn frente a este tipo de críticos

consistió en defender dos tesis encaminadas a apoyar la idea recién enunciada: 1) la

posibilidad de comprensión y la posibilidad de traducción no son equiparables; 2) la

elección de teorías rivales no requiere que éstas sean completamente intertraducibles. En

este capítulo (sección "Traducción y comprensión") veremos cuáles son las vías para lograr

la comprensión de teorías inconmensurables, comprensión sin la cual ni siquiera tendría

sentido plantearse el problema de su comparación, y menos aún el de su elección racional.

El examen de la segunda tesis se deja para el capítulo V. Por lo pronto, debemos retomar

la discusión de la inconmensurabilidad en el punto que la dejamos: considerada como un

fracaso de traducción generado por un tipo peculiar de cambio de significado.

INCONMENSURABILIDAD Y CAMBIO TAXONÓMICO

Cuando Kuhn rastrea el tipo cambio semántico que conduce a los fracasos de

traducción completa entre teorías, la clave la encuentra en las relaciones básicas de

semejanza/diferencia de acuerdo con las cuales se identifican y clasifican los objetos de un

dominio de investigación:

Un aspecto de toda revolución es que algunas de las relaciones de

semejanza cambian. Objetos que antes estaban agrupados en el mismo conjunto

son agrupados después en conjuntos diferentes, y viceversa. Piénsese en el Sol,

la Luna, Marte y la Tierra, antes y después de Copérnico; en la caída libre, el

movimiento pendular y el movimiento planetario, antes y después de Galileo; o en

las sales, las aleaciones, y las mezclas de azufre y limaduras de hierro, antes y

después de Dalton. Como la mayoría de los objetos, incluso dentro de los con-

  juntos que se alteran, continúan agrupados igual, los nombres de los conjuntos

generalmente se conservan (Kuhn, 1970b, p. 275; cursivas añadidas).

Pero el hecho de transferir ciertos items (objetos, hechos, procesos) de una clase a

otra, puede implicar alteraciones cruciales en la estructura conceptual de las teorías:

"Transferir los metales del conjunto de los compuestos al conjunto de los elementos tuvo

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un papel en el surgimiento de una nueva teoría de la combustión, de la acidez, y de la

diferencia entre la combinación física y química" (ibidem).

Este cambio en la forma de clasificar los objetos, que supone una alteración en las

pautas básicas de semejanza/diferencia, remite a un cambio en cierto tipo de conceptos,

los conceptos de clase, a los que Kuhn más tarde -en los años ochenta- se referirá como

"categorías taxonómicas". Se trata, por tanto, de un cambio semántico que no se reduce al

modo como las teorías rivales caracterizan su ámbito de referencia, sino de un cambio que

implica una modificación en la estructura de dicho ámbito. De aquí que no sólo varíe el

sentido (la intensión) de ciertos términos, sino también su referencia (su extensión). Esto

se aprecia fácilmente en el caso de la transición de la astronomía ptolomeica a la coper-

nicana. Antes de esta transición, la Luna era un caso paradigmático de planeta, el Sol

también era un planeta y la Tierra estaba fuera de la discusión; después, la Tierra pasó a

ser un planeta como Marte y Júpiter, el Sol pasó a ser una estrella, y la Luna se catalogó

como un nuevo tipo de objeto, un satélite. Es claro que la referencia del término 'planeta'

se alteró de manera drástica, alteración que no se puede interpretar como una mera

corrección puntual en el sistema ptolomeico. Se trata de un cambio que involucra una

modificación de los principios teóricos fundamentales -de las supuestas leyes de la

naturaleza-, junto con una manera diferente de asociar los términos con los objetos del

dominio de investigación.

Cuando ocurre un cambio de este tipo tienen que surgir problemas insuperables de

traducción. Por ejemplo: el contenido semántico de la afirmación copernicana "los planetas

giran alrededor del Sol" no se puede expresar en ningún enunciado que remita a la

taxonomía celeste supuesta en la afirmación ptolomeica "los planetas giran alrededor de la

Tierra". El término 'planeta', que aparece en ambas, refiere a conjuntos de objetos que a

pesar de traslaparse no contienen los mismos cuerpos celestes. De aquí que Kuhn afirme,

desde 1970, que los problemas de traducción se deben a que "los lenguajes recortan el

mundo de maneras diferentes" (ibid., p. 268).

Por contraste, conviene notar que la mayoría de los cambios de significado, aquellos

que ocurren en los periodos de ciencia normal, no implican alteraciones en la forma de

agrupar los objetos, ni por tanto en la estructura del ámbito de referencia. Por ejemplo:

una propiedad recién postulada de un fenómeno, pongamos por caso el de la radiación,

puede alterar el modo en que se determina la presencia de ese fenómeno, e incluso esa

propiedad puede llegar a considerarse necesaria para identificar los referentes del término

'radiación'. Sin embargo, tal tipo de alteración no necesariamente conduce a un cambio en

el conjunto de entidades o procesos con los que normalmente se relaciona un término. No

todo desarrollo semántico implica cambios en la estructura conceptual vigente, ni por tanto

genera inconmensurabilidad.

En los años ochenta, cuando Kuhn formula sus ideas sobre las revoluciones

científicas en términos de la taxonomía compartida por una comunidad, afirma: "lo que

caracteriza a las revoluciones es un cambio en varias de las categorías taxonómicas que

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son requisito previo para las descripciones y generalizaciones científicas" (Kuhn, 1981, p.

20). De aquí que ahora se concentre en las características del cambio taxonómico,

haciendo explícitos algunos otros aspectos de la inconmensurabilidad. Un cambio de taxo-

nomía tiene siempre un carácter holista, es decir, nunca se da como una modificación

puntual en categorías aisladas. Por ejemplo: en la mecánica newtoniana los términos

'fuerza' y 'masa' son mutuamente dependientes, tanto en su aprendizaje como en su

aplicación, y la forma de su dependencia está dada justo por la segunda ley. Por esto los

términos 'fuerza' y 'masa' no son traducibles al lenguaje de una teoría física, como la

aristotélica o la einsteiniana, donde no se adopta la versión de Newton de la segunda ley.

"Para aprender cualquiera de estos tres modos de hacer mecánica, los términos

interrelacionados en alguna parte local de la red del lenguaje deben aprenderse o

reaprenderse juntos, y aplicarse luego a la naturaleza como un todo. No es posible

simplemente transmitirlos de manera individual mediante una traducción" (Kuhn, 1983, p.

677). Cabe decir que este aspecto holista está presente en todos los lenguajes, sean

naturales o científicos.

 Ahora bien, un cambio de taxonomía, a pesar de tener un carácter holista, sólo se

refleja en un conjunto limitado de términos:

La mayoría de los términos comunes a las dos teorías funciona de la misma

forma en ambas; sus significados se preservan [...]. Surgen problemas de

traducción únicamente con un pequeño subgrupo de términos (que usualmente

se interdefinen), y con los enunciados que los contienen. La afirmación de que

dos teorías son inconmensurables es más modesta de lo que la mayor parte de

sus críticos ha supuesto (ibid., pp. 670-671).

Es aquí donde Kuhn hace explícito el carácter local (parcial) de la

inconmensurabilidad, y deja en claro que las teorías inconmensurables cuentan con una

considerable base semántica común, y por tanto con un cuerpo de información

compartida.

Sin duda, el carácter local de la inconmensurabilidad representa una ventaja. Desde

el punto de vista de la comparación de teorías, los términos que preservan su significado

proporcionan una base para llegar a comprender los términos inconmensurables. Pero

además, el margen de conmensurabilidad que subsiste en una revolución permite sostener

una de las tesis centrales de Kuhn: los cambios de paradigma traen consigo pérdidas de

contenido empírico, pérdidas que impiden dar una respuesta -desde la nueva teoría- a

problemas que antes la tenían. Como señala Larry Laudan, "la tesis de la pérdida de

contenido indiscutiblemente requiere de grados significativos de conmensurabilidad entre

marcos rivales" (Laudan, 1996, p. 10); de lo contrario, difícilmente se podría decir que una

teoría resuelve problemas donde la otra fracasa. Y si esta tesis no se pudiera hacer

inteligible, la crítica de Kuhn al modelo acumulativista se quedaría sin apoyo.

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Sin embargo, el carácter local de la inconmensurabilidad también permite sacar a la

luz un problema que había estado latente desde un principio: cómo se explica que la

inconmensurabilidad se restrinja a unos cuantos términos, es decir, a una región bien

delimitada de las estructuras conceptuales de teorías rivales. En otras palabras, ¿cómo se

explica que ciertos términos básicos cambien de significado, al pasar de una teoría a otra,

sin que contaminen o alteren a los demás? Aunque Kuhn no propone explícitamente una

vía de respuesta, ni se compromete con algún criterio general de distinción para los

términos científicos (que permitiera establecer cierta independencia entre ellos), sin

embargo, su análisis de las estructuras taxonómicas destaca ciertos aspectos del

significado que parecen acotar el efecto holista del cambio semántico. Como veremos,

tanto el carácter local de la inconmensurabilidad como la preservación de significados a

través de los cambios revolucionarios encuentran una explicación en la elucidación de los

cambios taxonómicos.

De lo dicho hasta aquí se destacan los siguientes aspectos: 1) la

inconmensurabilidad como un fracaso de traducción completa entre teorías; 2) el fracaso

de traducción como resultado de un cambio de tipo taxonómico, y 3) el cambio taxonómico

como un cambio de carácter holista pero al mismo tiempo local. Antes de seguir adelante

con el análisis de la formulación taxonómica de la inconmensurabilidad, conviene ilustrar

con un ejemplo los aspectos precisados hasta ahora.

UN CASO DE TEORÍAS INCONMENSURABLES

Como señalamos, la mayor parte de las intuiciones filosóficas de Kuhn está

motivada por su experiencia y su trabajo como historiador de la ciencia. Como él mismo

narra, su idea del cambio revolucionario se genera cuando intenta comprender la física

aristotélica, siendo un estudiante graduado de física, con el fin de impartir un curso sobre

el desarrollo de la mecánica a personas sin formación científica (en el año de 1947).

Invirtiendo el orden histórico, Kuhn describe de manera autobiográfica el proceso por el

cual una persona educada en el paradigma newtoniano llega a comprender el paradigma

aristotélico (cf Kuhn, 1981, pp. 8-12).

En un primer acercamiento a los textos de Aristóteles y teniendo en mente la

mecánica newtoniana, Kuhn esperaba responder "cuánta mecánica había sabido Aristóteles

y cuánta había dejado para que la descubriera gente como Galileo y Newton". Desde esta

perspectiva presentista, la respuesta era sencilla: Aristóteles no había sabido nada de

mecánica. Respuesta que por lo demás refleja la opinión que sigue siendo común. Pero no

sólo eso. Mientras Kuhn avanzaba en la lectura, Aristóteles le parecía un físico

"terriblemente malo" sobre todo en sus escritos sobre el movimiento, los cuales se le

presentaban como "llenos de errores garrafales". Sin embargo, estas conclusiones eran

inverosímiles. No podía ser que un talento como el de Aristóteles hubiera fallado de

manera tan sistemática al abordar los problemas de la mecánica; esto simplemente no

encajaba con la riqueza y el impacto de sus aportaciones en otros campos. Es entonces

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cuando Kuhn se pregunta "¿No podrá ser que la culpa [sea] mía y no de Aristóteles?

Quizá sus palabras no significaban exactamente lo mismo para él y sus contemporáneos

que para mí y los míos" (ibid., p. 9). Y es cuando comienza a tratar de comprender los

textos desde otra perspectiva, logrando un reacomodo de las piezas del rompecabezas en

el que éstas encajan entre sí y aparecen de un modo globalmente nuevo. En esta

transformación, "una parte del flujo de la experiencia se ordena por sí misma de una forma

distinta y manifiesta pautas que no eran visibles anteriormente" (ibidem).

Lo que Kuhn logra en este proceso es un modo de leer la física aristotélica que le da

sentido y coherencia a los textos, sobre todo a los pasajes aparentemente absurdos. Se

destaca, por ejemplo, que el término 'movimiento' se refiere al cambio en general, y no

sólo al cambio de posición de un cuerpo físico (que es el objeto de estudio exclusivo de la

mecánica, a partir de Galileo y Newton). Fenómenos tales como el crecimiento (la

transformación de una bellota en roble), las alteraciones de intensidad (como el calen-

tamiento de una barra de hierro), y otros cambios cualitativos más generales (como la

transición de la enfermedad a la salud), son considerados por Aristóteles como tipos

particulares de movimiento. La relación de semejanza que él encuentra entre estos fenó-

menos hace que se agrupen en una misma clase o familia natural.

Otro aspecto de la física aristotélica, muy relacionado con el anterior, es el papel

fundamental que tienen las cualidades, desde un punto de vista ontológico, a diferencia

del que tiene la materia. Mientras que en la física newtoniana un cuerpo está constituido

por partículas de materia, y sus cualidades son una consecuencia del modo en que esas

partículas están dispuestas, se mueven e interactúan; en la concepción aristotélica la

materia es casi prescindible, en el sentido de que es un sustrato neutro que está presente

dondequiera que haya espacio o lugar. Un cuerpo particular existe en cualquier lugar en

donde ese sustrato neutro esté, a la manera de una esponja, lo suficientemente

impregnado de cualidades (calor, humedad, color, etc.) como para darle una identidad

individual. Por tanto, para Aristóteles el cambio se da por la alteración de las cualidades,

no de la materia. Y como la posición de un cuerpo -su "lugar"- es una de sus cualidades, el

movimiento como cambio de posición es un cambio de cualidad, es decir, un cambio de

estado, en lugar de ser en sí mismo un estado, como lo es para Newton.

Cuando se destacan estos y otros aspectos del punto de vista aristotélico, dichos

aspectos comienzan a prestarse apoyo entre sí y adquieren colectivamente un sentido que

no tienen por separado. Resulta claro, por ejemplo, que el hecho de ver el movimiento

como un cambio de cualidad es precisamente lo que establece su semejanza con todos los

demás tipos de cambio: de bellota a roble, de enfermedad a salud, etc. Otra idea que

cobra sentido, y que considerada en forma aislada parece absurda, es la del cambio de

posición como un cambio asimétrico, el cual se explica por el esfuerzo de los cuerpos para

alcanzar su "lugar natural". Cuando se supone que existe un conjunto de cualidades que

representan el estado natural de los cuerpos -aquel que realizan por sí mismos sin

intervención externa, y en el que permanecen una vez que lo han alcanzado-, el cambio de

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posición aparece claramente como una de las formas en que los cuerpos alcanzan su

estado natural (la posición natural de los cuerpos pesados, como las piedras, es el centro

del universo, la del fuego está en la periferia o esfera sublunar, etc.). Por tanto, de la

misma forma en que una bellota se desarrolla naturalmente en un roble, y no al revés, el

cambio de posición tiene que ser en un solo sentido, es decir, no puede ser simétrico.

Otro componente que resulta clave es la concepción aristotélica del vacío, sobre

todo por la particular claridad con que muestra las interconexiones de los aspectos ya

mencionados. Para Aristóteles el vacío resulta una idea incoherente: si la posición es una

cualidad, y si las cualidades no pueden existir separadas de la materia, entonces debe

haber materia dondequiera que haya posición, es decir, dondequiera que un cuerpo pueda

estar. Pero esto equivale a afirmar que debe haber materia en todas las partes del espacio.

Por tanto el vacío, es decir, el espacio sin materia, tiene el carácter de una noción como

círculo cuadrado. Alguien podría objetar que aunque el argumento es correcto su premisa

parece arbitraria, pues no es necesario que Aristóteles conciba la posición como una

cualidad. Sin embargo, como se dijo, este supuesto está en la base de su concepción del

movimiento como cambio de estado, concepción estrechamente ligada a la primacía

ontológica que Aristóteles otorga a las cualidades.

 Además, si pudiera existir un vacío, el universo aristotélico no podría ser finito. Justo

porque materia y espacio son coextensos, el espacio termina donde la materia termina,

esto es, en la esfera más exterior, aquella más allá de la cual no hay nada en absoluto, ni

espacio ni materia. A esto se agrega otra razón, más fundamental, para excluir el vacío: si

el universo fuera infinito no tendría centro (cualquier punto podría ser considerado como el

centro), y en consecuencia no habría ninguna posición en la que los cuerpos pesados

pudieran realizar su estado natural. En términos de Aristóteles, en un vacío un cuerpo no

podría encontrar su lugar natural, pues sólo lo encuentra a través de una cadena

intermedia de materia. Es la presencia de materia lo que proporciona estructura al espacio.

"De esta manera, tanto la teoría de Aristóteles del movimiento local natural como la

antigua astronomía geocéntrica se verían amenazadas por un ataque a la doctrina

aristotélica del vacío. No hay manera de 'corregir' las ideas de Aristóteles sobre el vacío sin

reconstruir la mayor parte del resto de su física" (ibid., pp. 11-12).

Con base en este análisis, Kuhn intenta mostrar cómo embonan las distintas piezas

de la concepción aristotélica en un todo integral, el cual tuvo que romperse y

recomponerse en el camino hacia la mecánica newtoniana. Dada la fuerte

interdependencia de ciertos componentes conceptuales, la transición no se podría haber

hecho paso a paso, componente por componente. Aceptar, por ejemplo, que es posible un

vacío, dejando igual el resto de la estructura conceptual aristotélica, hubiera generado una

serie de inconsistencias y sinsentidos. Y lo mismo hubiera sucedido con la introducción

aislada del movimiento como un estado, o de las cualidades como dependientes de la

materia, o del movimiento como un puro cambio de posición, etcétera.

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En el cambio revolucionario, o bien se vive en la incoherencia o bien se

revisan a la vez varias generalizaciones interrelacionadas. Si estos mismos

cambios se introdujeran paso a paso, no habría ningún lugar intermedio en el que

pararse. Sólo los conjuntos inicial y final de generalizaciones proporcionan una

explicación coherente de la naturaleza [...]. Una imagen integrada de varios

aspectos de la naturaleza tiene que cambiarse a la vez (ibid., p. 19).

En esto consiste precisamente el carácter holista del cambio revolucionario.

La transición de la física aristotélica a la newtoniana también ilustra con claridad el

cambio taxonómico de fondo que tuvo lugar. Casos de movimiento que habían sido

paradigmáticos para Aristóteles, simplemente dejan de ser movimientos en el enfoque de

Newton. En la transición, una "clase natural" dejó de serlo; sus elementos fueron

redistribuidos en distintas clases de semejanza, alterando con ello algunas otras de las

clases preexistentes; y sólo una de ellas conservó el nombre de 'movimiento'. Esto es, se

operó un cambio en las pautas básicas de qué es semejante (diferente) a qué. Para los

aristotélicos, la piedra que cae era como el roble que crece, o como la persona que sana, o

como la flecha que vuela. Todos eran fenómenos que se ajustaban a la misma pauta de

semejanza: la de ser cambios de estado, donde el punto final del cambio (las cualidades o

los estados naturales) y el tiempo transcurrido en la transición eran los parámetros

relevantes. Esta relación de semejanza, que agrupaba dichos fenómenos bajo la misma

clase o categoría taxonómica, tuvo que ser sustituida en el desarrollo de la física

newtoniana; de otra manera, el movimiento no hubiera podido entrar en la misma

categoría que el reposo, y la idea de movimiento infinito -sin un punto final- hubiera sido

una contradicción en los términos.

Estos cambios en algunas de las categorías taxonómicas, a pesar de todo el

vocabulario común que permanece inalterado (piedra, roble, persona, caer, crecer, sanar,

etc.), tenían que generar cambios cruciales de significado y fracasos de traducción. Esto

es, tenían que dar lugar a teorías inconmensurables. Por tanto, se trate de un físico

aristotélico o newtoniano, el camino que tiene que seguir para llegar a comprender el otro

modo de hacer mecánica no puede reducirse a un proceso de traducción. Se requiere, más

bien, de un proceso de adquisición simultánea de conocimiento del lenguaje y

conocimiento del mundo. Por un lado, se debe aprender el significado de ciertos términos

básicos y la manera de asociarlos con la naturaleza; pero por otro, al mismo tiempo es

necesario aprender qué categorías de cosas pueblan el mundo y cuáles son los

comportamientos que les son permitidos. "En la mayor parte del proceso de aprendizaje

del lenguaje, estas dos clases de conocimiento -conocimiento de las palabras y

conocimiento de la naturaleza- se adquieren a la vez" (ibid., p. 21).

En conclusión, el ejemplo analizado muestra con claridad que el rasgo central de las

revoluciones científicas es la transformación del conocimiento del mundo que se encuentra

incorporado en las estructuras taxonómicas.

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TRADUCCIÓN Y COMPRENSIÓN

El caso de inconmensurabilidad que acabamos de examinar se basa en una

reconstrucción de la física aristotélica, hecha en el presente, encaminada a mostrar el tipo

de cambio que tuvo lugar en la transición a la física newtoniana. Pero entonces surge la si-

guiente pregunta: ¿cómo pueden tener éxito los historiadores de la ciencia al interpretar

teorías del pasado si éstas no son completamente traducibles al lenguaje de las teorías

actuales? ¿Acaso ese éxito no es una prueba de que tales teorías no son realmente

inconmensurables? Esta duda abre una línea de crítica a la tesis de inconmensurabilidad

que iría como sigue: autores como Kuhn y Feyerabend afirman que es imposible traducir

viejas teorías a un lenguaje actual, pero luego ellos mismos emprenden la tarea de

hacernos inteligibles esas teorías en el lenguaje que todos hablamos. Ciertamente, los

trabajos de Kuhn sobre Newton (1951), Copérnico (1957), Bohr (1969a), Carnot (1960),

 Aristóteles (1981), Volta (1981) o Planck (1978) intentan hacernos comprender la forma en

que estos científicos concebían el mundo de su investigación. ¿Es incoherente entonces el

trabajo de Kuhn como historiador con sus ideas sobre el cambio científico?

La respuesta de Kuhn -en pocas palabras- es que esta línea de crítica, desarrollada

sobre todo por Davidson (1974), Kitcher (1978) y Putnam (1981), parte de un supuesto

equivocado: la ecuación entre interpretación y traducción (ecuación que conduce a la

boyante identificación entre inteligibilidad y traducibilidad). Según Kuhn, cuando estos

autores "esbozan la técnica de interpretación, todos ellos describen su resultado como una

traducción o esquema de traducción; y todos concluyen que su éxito es incompatible

incluso con la inconmensurabilidad local" (Kuhn, 1983, p. 671 ). Se podría decir, entonces,

que la estrategia de Kuhn consiste en voltear el argumento de sus críticos: el hecho de que

podamos llegar a comprender viejas teorías, inconmensurables con las actuales, muestra

que traducción e interpretación son dos quehaceres distintos. No en balde la idea de

inconmensurabilidad surge justamente de su trabajo como historiador de la ciencia.

Traducción e interpretación son actividades que fácilmente se confunden porque la

primera involucra casi siempre algún componente interpretativo, aunque sea mínimo.

"Pero en ese caso es necesario considerar que la traducción efectiva encierra dos procesos

que son distinguibles. La filosofía analítica actual se ha concentrado exclusivamente en uno

de ellos y lo ha confundido con el otro" (ibid., p. 672). Aquí es necesario aclarar que Kuhn

está considerando la traducción como generalmente se entiende a partir de las tesis de

Quine en Palabra y objeto (1960). La traducción "es una actividad cuasi-mecánica

gobernada por completo por un manual que especifica, como una función del contexto,

qué secuencia [de palabras] en un lenguaje puede ser sustituida, salva veritate, por una

secuencia dada en otro lenguaje. La traducción de esta clase es quineana" (Kuhn, 1990, p.

299). Un manual de traducción quineano, dicho rápidamente, consta de dos listas de

palabras y frases, una en la lengua del traductor, la otra en la lengua de la comunidad en

estudio. Cada elemento de una de las listas está conectado al menos con un elemento de

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la otra -frecuentemente con varios-, y cada conexión especifica una palabra o frase que,

según supone el traductor, puede ser sustituida en contextos apropiados por la expresión

correspondiente en la otra lista. Donde las conexiones son de uno a muchos, el manual

incluye especificaciones de los contextos en que debe preferirse una de las alternativas.

Este manual es el producto final de los esfuerzos de un "traductor radical" (cf . Quine,

1960, pp. 68-82).

De la naturaleza y función de un manual de traducción se desprenden, de acuerdo

con Kuhn, algunas diferencias importantes entre traducción e interpretación. La principal

es que el lenguaje en el que se expresa la traducción ya existía antes de que ésta

comenzara, y esto revela que el hecho de la traducción no altera los significados de las

palabras o frases que se utilizan al efectuarla. La segunda diferencia, estrechamente

vinculada con la anterior, es que la traducción consiste única y exclusivamente en una acti-

vidad de sustitución de expresiones; de aquí que las glosas y prefacios de los traductores

no formen parte, en sentido estricto, de la traducción; es más, una traducción perfecta no

los necesitaría en absoluto (cf . Kuhn, 1983, p. 672). Se podría decir, entonces, que la

traducción de un texto de un lenguaje ajeno tiene lugar cuando uno "cuenta la misma

historia" utilizando expresiones del lenguaje propio, pero donde lo distintivo de esta

actividad es que se lleva a cabo sin modificar los significados o rasgos semánticos de las

palabras o frases utilizadas (en particular, la forma en que se determinan los referentes de

las expresiones permanece inalterada).

Por contraste, el trabajo de un historiador de la ciencia exige, ante todo, tareas de

interpretación, no de traducción. El historiador que al leer un texto antiguo se topa con

pasajes sin sentido, pasajes que por lo general son relegados o descartados como pro-

ductos de la ignorancia, el error o la superstición, si es un buen historiador, sabe que las

aparentes anomalías del texto suelen ser producto de una lectura incorrecta, es decir, de

una lectura en que las palabras y frases se están entendiendo como si ocurrieran en el

discurso contemporáneo. De aquí la necesidad de construir una forma de lectura

alternativa y, en consecuencia, un léxico o vocabulario alternativo (que en ese momento

no existe): "Para comprender algún cuerpo de creencias científicas del pasado, el

historiador debe adquirir un léxico que, en algunas partes, difiere sistemáticamente de

aquel que es usual en sus días" (Kuhn, 1990, p. 298). La construcción de este léxico

requiere detectar aquellos términos -interconectados- que han cambiado de significado, y

además descubrir, por la vía de hipótesis interpretativas, el uso que tenían dichos términos

en el texto original. Un buen indicio de que se ha llegado a una interpretación adecuada es

que ésta permite dar sentido y coherencia a los pasajes anómalos. Quien realiza este tipo

de trabajo sabe que se necesitan lenguajes distintos para comprender textos de épocas

distintas: "Encontrar y transmitir un vocabulario que permita la descripción y la

comprensión de otros periodos u otras culturas es una parte esencial del trabajo de la

historia y la antropología" (Kuhn, 1983a, p. 568).

Un antropólogo en la situación en que Quine lo supone, al igual que el historiador

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de la ciencia, comienza su investigación dominando sólo uno de los lenguajes. Al principio,

el texto sobre el que trabaja consiste, total o parcialmente, en ruidos o inscripciones

ininteligibles: "El 'traductor radical' de Quine es, de hecho, alguien que efectúa una

interpretación, y 'gavagai' ejemplifica el material ininteligible con el que comienza" (Kuhn,

1983, p. 672). Observando los comportamientos y las circunstancias en que se produce un

texto, el investigador se esfuerza por extraer un sentido del comportamiento

aparentemente lingüístico, formulando hipótesis que hagan inteligibles las proferencias o

inscripciones. Si tiene éxito en su empresa, al final habrá logrado aprender una nueva

lengua. Sin embargo, "aprender un nuevo lenguaje no es lo mismo que traducir de ese

lenguaje al propio. Tener éxito en lo primero no implica que se vaya a tener éxito en lo

segundo" (ibid., p. 673).

Queda como una cuestión abierta, que se tiene que dirimir en cada caso, en qué

medida el lenguaje recién aprendido es traducible a aquel con el que comenzó el

investigador. El nuevo lenguaje puede ser el de una comunidad extraña, como aquel

donde 'gavagai' es un término; o bien una versión más antigua del propio lenguaje, donde

ciertos términos funcionaban de forma diferente, como es común en el caso de los

historiadores; o bien el lenguaje de una nueva teoría científica, que es el caso del

investigador que se encuentra con una teoría rival de la suya. Ahora bien, puede resultar

que, en efecto, una parte del vocabulario del nuevo lenguaje sea traducible al del

investigador. Por ejemplo: en el caso del antropólogo de Quine, éste puede provenir de

una comunidad de hablantes familiarizados con los conejos, donde hay una palabra para

referirse a ellos; en estas circunstancias, el antropólogo sólo tiene que asociar 'gavagai'

con el término correspondiente de su propia lengua. También es posible que aun cuando

no se den esas circunstancias, el investigador logre describir en su propia lengua los

referentes de 'gavagai' (son peludos, tienen orejas largas, su cola parece un arbusto, etc.).

Si la descripción resulta afortunada, es decir, si cubre los objetos o situaciones que

suscitan las expresiones que contienen 'gavagai' (al menos en una correlación bastante

aproximada), el investigador habrá logrado producir una traducción, aun cuando ésta

consista en una larga secuencia de palabras.

Sin embargo, el quid del asunto está en que también es posible que no haya en la

lengua del antropólogo-intérprete una expresión que tenga la misma referencia que

'gavagai'. En este caso, al aprender a identificar gavagais lo más probable es que el

intérprete haya tenido que aprender a reconocer características de esos objetos que son

desconocidas o totalmente irrelevantes en su propia comunidad. Pues es muy posible que

los nativos de la comunidad estudiada estructuren el mundo animal de forma diferente,

utilizando patrones de semejanza/diferencia que generan clasificaciones distintas,

clasificaciones que no son homologables a las de la comunidad del antropólogo. "En estas

circunstancias, 'gavagai' permanecerá como un término nativo irreducible, que no puede

ser traducido [al lenguaje del antropólogo] [...]. Estas son las circunstancias para las que

yo reservaría el término 'inconmensurabilidad"' (ibidem).

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El caso crucial, no sólo para el antropólogo y el historiador de la ciencia, sino

también para el científico que intenta comprender una nueva teoría, es cuando se topa con

términos cuyos referentes no puede determinar (identificar o describir) con sus propios re-

cursos lingüísticos, términos que además no puede incorporar a su propio léxico sin que

sus clases de objetos, sus "clases naturales", se vean seriamente trastocadas. Es decir,

cuando el investigador se encuentra con una clasificación o taxonomía que diverge

estructuralmente de la suya. En ese caso, la única vía para lograr la comprensión es el

aprendizaje del lenguaje. Al aprender un nuevo lenguaje, o teoría, aprendemos las

relaciones conceptuales que nos permiten determinar la referencia de sus términos, aun-

que algunos de esos términos no sean traducibles ni incorporables a nuestra lengua

materna o al lenguaje de nuestra comunidad científica.

De aquí que Kuhn -desde sus primeras alusiones a las tesis de Quine- haya

defendido la intuición de que el problema de la referencia es independiente del problema

de la traducción: "...identificar la referencia en un lenguaje ajeno no es equivalente a

producir un manual sistemático de traducción para ese lenguaje. La referencia y la

traducción son dos problemas, no uno solo, y no se resolverán juntos" (Kuhn, 1976, pp.

191-192). Sin embargo, hay que decir que las tesis de Quine sobre la traducción y la

referencia son más ricas y complejas de lo que Kuhn supone en sus observaciones críticas

a la idea de manual de traducción. Por una parte, la tesis de la "indeterminación de la

traducción" afirma la posibilidad de tener varios manuales empíricamente equivalentes

pero lógicamente incompatibles, sin que haya un hecho que nos permita decidir entre

ellos, con lo cual Quine puso de relieve una serie de dificultades semánticas hasta

entonces inadvertidas (cf . Quine, 1970). Por otra parte, sus tesis sobre la referencia y los

compromisos ontológicos revelan acuerdos importantes con la posición que Kuhn adopta

frente al realismo científico (cf. la sección "El realismo científico", capítulo VII).

La diferencia de fondo entre Kuhn y Quine está en que mientras Quine parte de un

supuesto de traducibilidad universal -el supuesto de que lo que puede expresarse en un

lenguaje puede ser expresado en cualquier otro-, Kuhn supone la capacidad, en principio,

de aprender cualquier lenguaje, lo cual claramente lo compromete con un supuesto de

inteligibilidad universal. Y si bien éste es un supuesto muy fuerte de racionalidad, sin

embargo es distinto del de traducibilidad: "Cualquier cosa que se puede decir en un

lenguaje puede, con suficiente imaginación y esfuerzo, ser comprendida por un hablante

de otro lenguaje. El requisito previo para tal comprensión, sin embargo, no es la

traducción sino el aprendizaje del lenguaje" (Kuhn, 1990, p. 300). Quine observa que su

traductor radical podría escoger el camino "costoso" y "aprender el lenguaje directamente,

como lo aprendería un niño", pero considera que éste es simplemente un camino

alternativo hacia el mismo fin que se alcanza con su método del manual de traducción (cf.

Quine, 1960, p. 70 ss.). Kuhn, en cambio, afirma que el traductor radical es en realidad

alguien que aprende una nueva lengua, y que aunque eso no garantiza la posibilidad de

traducción completa entre su lengua y la recién adquirida, sí le permite llegar a

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comprender una manera distinta de ver el mundo: "El aprendizaje del lenguaje y la

traducción son, como he enfatizado en años recientes, procesos muy distintos: el resultado

del primero es volverse bilingüe, y las personas bilingües reportan repetidamente que hay

cosas que pueden expresar en uno de los lenguajes que no pueden expresar en el otro"

(Kuhn, 1993b, p. 324).

El aprendizaje de un lenguaje no garantiza la traducibilidad completa debido a que

un léxico -un conjunto estructurado de términos- limita de entrada el rango de mundos, o

formas de ver el mundo, que son accesibles. Lo que de hecho se puede decir es relativo al

léxico de una comunidad, y los límites de lo expresable los ponen, en primer lugar, las

categorías taxonómicas que se expresan en los términos de clase. Por tanto, si diferentes

léxicos reflejan distintas estructuras taxonómicas, aprender un lenguaje implica aprender a

categorizar y estructurar el mundo de la experiencia de una determinada manera. Dicho

coloquialmente, aprender un lenguaje es aprender una cierta manera de recortar el

mundo.

Por otra parte, el fracaso de traducción no impide a los usuarios de uno de los

lenguajes aprender el otro. Incluso se podría decir que después de haberlo aprendido

pueden "enriquecer" su léxico añadiendo el nuevo, pero se trata de un enriquecimiento en

un sentido muy peculiar. La integridad de cada lenguaje requiere que el léxico añadido se

mantenga segregado y claramente reservado para cierto tipo de propósitos o discursos,

discursos donde los participantes tienen claro que el léxico de otras culturas o periodos

históricos no se está utilizando para referirse al mundo tal como ellos lo conciben. Para que

la comunicación sea efectiva, quienes participan en ella deben saber, en todo momento,

qué léxico es el que está siendo utilizado. De otra manera, el resultado sería una mera

confusión. Así es como los filósofos pueden hablar de otros mundos posibles, como los

historiadores o antropólogos se refieren al mundo de otras épocas o culturas, o como los

escritores describen ciertos mundos ficticios (cf . Kuhn, 1990, p. 308).

Pasemos ahora a examinar más de cerca las nociones de taxonomía, significado y

aprendizaje, cuyo desarrollo paralelo mantiene como eje la idea de inconmensurabilidad.

TAXONOMÍAS, SIGNIFICADO Y APRENDIZAJE

Como habíamos dicho, en los años ochenta la noción de taxonomía adquiere

abiertamente el lugar central en el análisis de la inconmensurabilidad. El hablar de

taxonomía, en lugar de mera clasificación, apunta a cierto tipo de estructura jerárquica

entre los conceptos de clase (categorías) que comparte una comunidad. La idea de

 jerarquía supone una relación de subordinación o inclusión entre algunas de las clases de

entidades que conforman un dominio de investigación (como sería la relación entre la clase

"arsénico" y la clase "veneno"). Se trata además de una partición en sentido lógico, donde

las clases contenidas en alguna categoría superior, clases que no están subordinadas entre

sí, no se pueden traslapar, esto es, no pueden tener ningún elemento en común (dicho

muy burdamente, no puede haber perros que también sean gatos, ni objetos de oro puro

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que también sean de plata).

Debido a este "principio de no-traslape", cuando los miembros de una comunidad se

encuentran con un objeto que aparentemente pertenece a clases distintas (como en el

caso del ornitorrinco con pico de pato), no pueden limitarse a agregar una nueva clase al

repertorio de sus clases de objetos, sino que se ven obligados a rediseñar una parte de la

taxonomía establecida (cf. Kuhn, 1991, pp. 4-5). Pero en ese caso, la estructura de la

taxonomía resultante ya no será homologable (congruente o isomorfa) con la anterior, y es

en esta divergencia de estructuras donde se encuentra, justamente, el origen de los

problemas de traducción: "las dificultades en la traducción surgen de la misma causa, el

frecuente fracaso de diferentes lenguajes para preservar las relaciones estructurales entre

las palabras, o en el caso de la ciencia, entre los términos de clase" (Kuhn, 1993b, p. 324).

Es así como se obtiene la siguiente formulación, que podríamos llamar "la

formulación taxonómica" de la inconmensurabilidad: dos teorías son inconmensurables

cuando sus estructuras taxonómicas no son homologables.   Y como se puede ver, la

relación que hay entre la formulación semántica y la formulación taxonómica es la misma

que se da entre un nivel sintomático y un nivel explicativo. Si bien el síntoma inequívoco

de que dos teorías son inconmensurables es el fracaso en su traducción completa, la causa

de dicho fracaso es la falta de homología entre sus estructuras taxonómicas. No estamos,

entonces, frente a un viraje en el pensamiento de Kuhn, sino ante un proceso de

clarificación y profundización de sus planteamientos e intuiciones originales.

Por lo que toca a la idea de estructura taxonómica, hay que decir que si bien no es

necesario que los conceptos de clase tengan un nombre o un término asociado, "en las

poblaciones lingüísticamente dotadas la mayoría de ellos lo tiene"; de aquí que Kuhn

concentre su atención en los términos de clase y en las taxonomías léxicas. Los términos

de clase incluyen clases naturales, clases de artefactos, clases sociales, y probablemente

otras. Desde el punto de vista gramatical, son aquellos sustantivos que pueden tomar el

artículo indefinido (un, una), y en el caso de los sustantivos de masa (mass nouns), como

'oro', lo toman cuando se unen a un sustantivo contable (count noun), como en 'un anillo

de oro'. Desde el punto de vista lógico, son precisamente los términos que inducen una

partición en el ámbito de referencia de una teoría. También hay que insistir en que una

taxonomía léxica se adquiere junto con las relaciones primitivas (no definidas) de

semejanza/ diferencia que se aprenden durante la educación, ya sea en la educación

profesional o en el proceso más amplio de socialización. Pero sobre todo, el interés en los

términos de clase obedece a que las categorías conceptuales que nombran son un

requisito indispensable de cualquier descripción y generalización empírica, y por tanto de

toda comunicación:

alguna taxonomía léxica debe estar dada antes de que pueda comenzar la

descripción del mundo. Las categorías taxonómicas compartidas, al menos en un

área bajo discusión, son requisito previo de la comunicación no problemática,

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incluyendo la comunicación requerida para la evaluación de las pretensiones de

verdad. Si diferentes comunidades de hablantes tienen taxonomías que difieren

en algún área local, los miembros de una de ellas pueden hacer afirmaciones que,

a pesar de ser completamente significativas dentro de su comunidad, no pueden

en principio ser articuladas por los miembros de la otra (Kuhn, 1991, p. 4).

Esto es, cuando divergen las taxonomías se presenta la inconmensurabilidad.

Por otra parte, resulta imprescindible detenerse en la concepción del significado que

Kuhn presupone y desarrolla. Como él mismo declara, los conceptos centrales de

revolución científica e inconmensurabilidad estuvieron basados, desde un principio, en el

cambio de significado. Sin embargo, "esa base estaba lejos de ser firme. Ni las teorías

tradicionales del significado, ni las teorías posteriores que reducían el significado a la

referencia, resultaban adecuadas para la articulación de estos conceptos" (Kuhn, 1993a, p.

xii). De aquí que Kuhn haya intentado elaborar algunos aspectos del significado que

permitieran apuntalar sus tesis sobre el cambio científico. Si bien es cierto que Kuhn nunca

emprendió directamente el desarrollo de una teoría semántica -al menos no en los trabajos

que publicó en vida-, su claro y constante interés en los problemas que rodean a la

traducción lo llevó a adentrarse, cada vez más, en el análisis de cuestiones sobre la

referencia y el significado. También cabe subrayar que las aportaciones de Kuhn al campo

de la semántica se distinguen por su fuerte apoyo en el proceso de aprendizaje de un

léxico; las intuiciones que subyacen en su concepción del significado, así como en sus

críticas a las concepciones tradicionales, surgen del examen del modo en que aprendemos

a asociar un lenguaje con el mundo.

Para delinear la concepción kuhniana del significado, lo primero que se debe señalar

es que los conceptos son algo que comparten ampliamente las comunidades (culturas o

subculturas), y además su transmisión de una generación a otra cumple un papel clave en

el proceso por el cual una comunidad "acredita a sus nuevos miembros" (véase Kuhn,

1991a, p. 20). Este carácter social de todo concepto, como producto y herramienta de una

colectividad, se manifiesta sobre todo en un primer aspecto del significado: "saber lo que

significa una palabra es saber cómo usarla para comunicarse con otros miembros de la

comunidad lingüística donde dicha palabra es común" (Kuhn, 1990, p. 301). Pero es im-

portante notar que esa habilidad no implica que se ha atrapado algo que es esencial o

intrínseco al concepto expresado, pues Kuhn rechaza la vieja distinción entre cualidades

primarias (definitorias) y cualidades secundarias (aparentes), aduciendo casos como el

siguiente: en 1750 los químicos consideraban que las diferencias primarias entre las

especies químicas reconocidas eran aquellas que se dan entre lo que ahora llamamos

estados de agregación (sólido, líquido, gaseoso), y en el caso del agua la liquidez era una

propiedad esencial; sin embargo, con la revolución que tuvo lugar a fines del siglo XVIII, la

taxonomía de la química se transformó de tal manera que una especie química podía

existir en los tres estados de agregación, y en adelante la distinción de estados se

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consideró como una distinción física, no química (cf . ibid., p. 311). Este aspecto se vincula

claramente con la concepción de los significados como productos históricos, que cambian

inevitablemente en el transcurso del tiempo cuando cambian los usos y las demandas

sobre los términos que los expresan.

Por otra parte, salvo en contadas excepciones, "las palabras no tienen significado

individualmente, sino sólo a través de sus asociaciones con otras palabras dentro de un

campo semántico. Si cambia el uso de un término, normalmente el uso de los términos

asociados con él también cambia" (ibid., p. 301). Este aspecto holista, muy presente en el

análisis de la inconmensurabilidad, se conecta con otro aspecto del significado mucho

menos reconocido y de mayores consecuencias, que Kuhn desarrolla en estrecha relación

con el concepto de estructura taxonómica, y es el siguiente: dos personas pueden usar de

la misma manera un conjunto de términos, identificando los mismos referentes y

comunicándose con éxito, sin coincidir en los criterios que emplean: "Diferentes individuos

pueden elegir los referentes de los términos de diferentes maneras; lo que todos ellos

deben compartir, si la comunicación ha de ser exitosa, no son los criterios por los cuales

identifican los elementos de una categoría, sino más bien el patrón de relaciones de

semejanza/diferencia que esos criterios proporcionan" (Kuhn, 1993a, p. xiii).

Para aquilatar la alternativa semántica que encierra esta cita, así como la crítica que

implica a la concepción tradicional del significado, es necesario examinar cómo se adquiere

un léxico. Si bien desde ERC está presente la preocupación por la forma en que las

personas llegan a asociar un lenguaje con el mundo, Kuhn presta cada vez mayor atención

a este proceso de aprendizaje. En "Dubbing and Redubbing: The Vulnerability of Rigid

Designation" (1990), se concentra en la situación en que un estudiante aprende el léxico

específico de una teoría científica; sin embargo, se podría decir que este proceso es

básicamente similar al de un científico o un historiador que intenta comprender un

lenguaje inconmensurable con el suyo.

En primer lugar, el aprendizaje de un léxico especializado requiere que una buena

parte del vocabulario complementario esté bien asimilado (considérese la base semántica

que comparten las teorías rivales, dado el carácter local de la inconmensurabilidad). En

segundo lugar, en el proceso de adquisición de los nuevos términos las definiciones

cumplen un papel mínimo. Estos términos se transmiten, básicamente, mostrando las

situaciones a las que se aplican; esto es, a través de los ejemplos paradigmáticos de su

uso. Por lo general, esta tarea la realiza alguien que domina la nueva teoría y consiste en

demostraciones directas en el laboratorio, o en descripciones de aplicaciones donde se

utiliza el vocabulario que ya es familiar pero intercalando los términos por aprender. Por

tanto, en esta tarea es indispensable un componente ostensivo o estipulativo. Como vimos,

las palabras se tienen que aprender junto con las situaciones donde funcionan, y las

estipulaciones afectan "tanto al mundo como al lenguaje". De aquí que Kuhn afirme que

"las palabras y la naturaleza se aprenden juntas", y de aquí la importancia decisiva de las

aplicaciones paradigmáticas y de la práctica de resolución de problemas.

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En tercer lugar, para que el estudiante logre identificar los referentes de los nuevos

términos es necesario presentarle una cierta variedad de objetos o situaciones, variedad

que conforma un conjunto de contraste. Los conjuntos de contraste muestran las pautas

de semejanza/diferencia que son propias de una taxonomía. Para aprender el término

'líquido' -como se usa en un lenguaje no técnico- uno debe dominar también los términos

'sólido' y 'gas', de aquí que se deban aprender a la vez y formen un conjunto de contraste.

Otro ejemplo simple es el caso del niño que aprende a identificar gansos, distinguiéndolos

de patos y cisnes (cf. Kuhn, 1974). Los patrones que el niño requiere para usar

correctamente el término 'ganso' -donde correctamente sólo significa el acuerdo con el uso

estándar- no sólo destacan las semejanzas entre estos animales, sino también sus

diferencias con otros animales con los que se les podría confundir. Esto apunta a la función

de los conjuntos de contraste en la discriminación de las semejanzas y diferencias que son

relevantes en una comunidad, es decir, al "papel esencial de los conjuntos de términos que

las personas educadas en una cultura, sea científica o no, deben aprender a la vez" (Kuhn,

1983, p. 682).

En el caso de las teorías científicas, éstas contienen además grupos de términos que

se tienen que aprender simultáneamente, pero no porque formen un conjunto de

contraste, sino porque están insertos en generalizaciones nómicas que establecen la forma

de su mutua dependencia. Como se dijo, términos como 'fuerza', 'masa' y 'peso' deben

aprenderse junto con las leyes de la teoría en que figuran, y en situaciones donde estas

generalizaciones se aplican en la solución de problemas concretos. Estos grupos de

términos, que se tienen que aprender conjuntamente, reflejan lo característico de la

taxonomía de una teoría, la manera peculiar en que estructura su ámbito de referencia.

En cuarto lugar, en este proceso de aprendizaje también se forman expectativas

respecto de las propiedades y el comportamiento de los referentes de los términos.

Cuando un sujeto aprende a usar un conjunto de términos, aprende al mismo tiempo

generalizaciones que implican proyecciones sobre fenómenos futuros o aún no

examinados. Estas expectativas, que son la base de la proyectabilidad de los términos de

clase y de las inferencias inductivas, pueden variar de un sujeto a otro, pero esa variación

está limitada por la estructura taxonómica compartida. "Es la congruencia de estructuras lo

que hace que los significados sean los mismos para quienes han adquirido expectativas

diferentes a partir de su experiencia de aprendizaje" (Kuhn, 1993b, p. 340, n. 8). Dos

sujetos pueden creer y esperar cosas distintas de los referentes de sus términos, pero

identificarán los mismos referentes mientras sus estructuras léxicas sean homólogas. Ésta

es la pieza clave de la concepción semántica que Kuhn defiende.

Por último, quienes aprenden un lenguaje pueden seguir rutas de aprendizaje

distintas, lo cual explicaría el rango de variación en sus expectativas y en los criterios de

aplicación de los términos que comparten. Si bien la mayoría de las situaciones de

aprendizaje a las que se somete a los estudiantes son del mismo tipo -pues en ellas se

trabaja sobre las aplicaciones paradigmáticas-, sin embargo las rutas del proceso pueden

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diferir. Por ejemplo: los términos 'masa' y 'peso' se pueden aprender por la vía de primero

introducir por estipulación la segunda ley de Newton y luego descubrir empíricamente la

ley de gravedad, o bien se pueden adquirir siguiendo el camino inverso.

Claramente estas dos rutas son muy diferentes, pero las diferencias no

interferirán en la completa comunicación entre quienes usan esos términos. Todos

ellos identificarán los mismos objetos y situaciones como los referentes de los

términos que comparten, y estarán de acuerdo en las leyes y otras

generalizaciones que gobiernan estos objetos y situaciones (Kuhn, 1990, p. 307).

En las comunidades no científicas, la diversidad de rutas de aprendizaje y criterios

de identificación de objetos es aún más evidente. Una anécdota graciosa que refleja esta

situación es la siguiente: una madre cuenta por primera vez a su hijita la historia de Adán

y Eva, y luego le enseña una estampa de la pareja en el jardín del Edén; la niña la mira y

dice con perplejidad: "Mamá, dime quién es quién, lo sabría si estuvieran vestidos" (cf.

Kuhn, 1983, p. 681).

El hecho de que personas con diferentes criterios y expectativas lleguen a usar de la

misma manera el léxico de su comunidad -identificando los mismos referentes- se explica

por el resultado al que conducen los análisis pedagógicos de Kuhn: el proceso de

aprendizaje de un lenguaje es, ante todo, un proceso en el que los sujetos adquieren

estructuras taxonómicas homólogas, estructuras que por tanto reflejan el mismo mundo.

De aquí que Kuhn afirme que: "cuando la estructura es diferente el mundo es diferente, el

lenguaje es privado, y cesa la comunicación hasta que un grupo aprende el lenguaje del

otro" (ibid., p. 683).

En conclusión, Kuhn intenta mostrar con su análisis del aprendizaje que la identidad

de significados -indispensable para la comunicación- depende básicamente de la

congruencia de estructuras léxicas, y por tanto el significado es una función de la estruc-

tura léxica. Esta concepción del significado tiene varias implicaciones. En primer lugar,

permite delinear una vía de respuesta al problema que habíamos dejado apuntado en

relación con el carácter local de la inconmensurabilidad: ¿cómo explicar que ciertos

términos cambien de significado, al pasar de una teoría a otra, sin que se alteren los

demás? La respuesta iría en el sentido de que sólo se alteran aquellos términos que están

directamente interconectados o vinculados, ya sea por pertenecer a un mismo grupo de

contraste o por estar insertos en alguna generalización nómica. Cuando se modifica alguno

de estos vínculos semánticos -la estructura de un grupo de contraste o de una

generalización nómica- naturalmente cambia el significado de todos los términos

involucrados, pero se trata de un cambio cuyo alcance se puede acotar. De aquí que Kuhn

afirme que, al cambiar un léxico, "puede cambiar el significado de algún grupo o grupos de

términos interrelacionados" (Kuhn, 1990, p. 308), y de aquí que sostenga el carácter local

de la inconmensurabilidad. Sin embargo, habría que analizar en detalle esta línea de

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respuesta y ver si, en efecto, es suficiente para acotar el efecto holista del cambio

semántico.

Por otra parte, el hecho de que los referentes de un léxico se aprendan a reconocer

mediante patrones de semejanza /diferencia- los cuales actúan sobre la percepción de una

manera holista o global- pone en claro que no es necesario contar con una lista de

propiedades necesarias y suficientes para determinar la referencia de un término (como se

pensaba en la concepción tradicional). Es más, como en general los términos de clase no

tienen significado individualmente sino sólo a través de sus ligas con otros términos, esto

es, como una función de sus vínculos semánticos, su significado simplemente no se podría

reducir a una lista de propiedades definitorias. El papel que cumplen los vínculos

semánticos también revela que la referencia no es independiente del significado. Cuando

Kuhn objeta a quienes piensan que la referencia de un término como 'agua' es inmune a

todos los cambios que ha sufrido el concepto, en la teoría y en la manera de elegir las ins-

tancias de esta sustancia, argumenta que no sólo el sentido o modo de uso de un término,

sino también "[su] referencia es una función de la estructura compartida del léxico" (ibid.,

p. 317, n. 22). Esto es, la estructura léxica, al determinar los vínculos semánticos entre los

términos -vínculos de contraste o vínculos legales- determina a la vez su referencia.

Esta concepción del significado también permite entender por qué la posibilidad de

traducción completa entre lenguajes depende de la homología o congruencia de sus

estructuras léxicas. Cuando dos estructuras taxonómicas no son idénticas pero son

congruentes, cualquiera de ellas se puede enriquecer -en sentido literal- agregando nuevas

clases de objetos o introduciendo particiones más finas en las clases ya existentes. De esta

manera se puede lograr, sin problemas de traslape de categorías, que los lenguajes

correspondientes tengan el mismo poder expresivo y sean completamente intertraducibles.

 Aunque ciertamente la traducción es el primer recurso de las personas que intentan

comprenderse, no es un recurso suficiente en todos los casos. Cuando los léxicos no son

congruentes, la traducción no basta. Sin embargo, siempre es posible, en principio, lograr

la comprensión y la comunicación a través de dos procesos más arduos y complejos:

interpretación y aprendizaje del lenguaje. Como dice Kuhn, estos procesos no son algo

misterioso; los historiadores, los antropólogos, y también los niños, los realizan co-

tidianamente. "Pero no son [procesos] bien entendidos, y su comprensión probablemente

requerirá de la atención de un círculo filosófico más amplio que el que actualmente se

ocupa de ellos. De esta mayor atención depende el que se comprenda no sólo la

traducción y sus limitaciones, sino también el cambio conceptual" (Kuhn, 1983, p. 683). De

aquí que Kuhn mismo haya aceptado este reto con el fin de mostrar el camino que permite

comprender teorías o concepciones del mundo inconmensurables.

ULTIMOS DESARROLLOS

En sus publicaciones de los años ochenta en adelante, donde Kuhn formula sus

ideas sobre los cambios revolucionarios en términos de cambios taxonómicos, se observa

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una tendencia a limitar la importancia del nivel lingüístico y a superar los análisis semán-

ticos que dejan de lado las implicaciones ontológicas. Esta tendencia se hace explícita en

"The Road Since Structure” (1991) y en "Afterwords" (1993b), donde Kuhn refiere las

líneas de investigación que había estado desarrollando en los últimos años, como parte de

un libro que no alcanzó a publicar en vida y del cual dejó escritas dos terceras partes

(material que será editado por P Hoyningen-Huene). Según él mismo declara, si bien este

trabajo está enfocado hacia temas como racionalidad, relativismo, verdad y realismo, su

eje de análisis sigue siendo la inconmensurabilidad. Con base en estos informes, se puede

afirmar que la atención creciente en las taxonomías estuvo acompañada, por una parte, de

un enfoque cada vez más afín a las llamadas "epistemologías evolutivas", y por otra, de un

especial interés en los problemas ontológicos que se condensan en el problema del

"cambio de mundos" que plantea la inconmensurabilidad.

En cuanto a la afinidad con las epistemologías evolutivas, esto es, con las teorías

que intentan dar cuenta del desarrollo del conocimiento tomando como modelo la

evolución biológica (véase, por ejemplo, Campbell, 1974; Bradie, 1986; Hull, 1988), Kuhn

describe a grandes rasgos la forma que él cree que debería adoptar dicha analogía

(analogía que por cierto ya estaba sugerida en ERC). Bajo este enfoque, la

inconmensurabilidad se rastrea en un nivel más básico que el lingüístico:

He descrito [mis] concepciones como versando sobre las palabras y la

taxonomía léxica [...]. Pero puede aclarar lo que tengo en mente el sugerir que

se podría hablar más apropiadamente de conceptos que de palabras. Esto es, lo

que he estado llamando taxonomía léxica estaría mejor nombrado como

esquema conceptual, donde la 'mera idea' de esquema conceptual no es la de

un conjunto de creencias sino la de un modo particular de operar de un módulo

mental, el cual es requisito previo para tener creencias; un modo que a la vez

proporciona y limita el conjunto de creencias que es posible concebir (Kuhn,

1991, p. 5).

Kuhn considera que un "módulo mental" de esta naturaleza es prelingüístico y no

exclusivo de los seres humanos, y también supone que se ha desarrollado con la evolución

de mecanismos biológicos más básicos como los sistemas sensoriales. En términos

filosóficos, se podría decir que dicho módulo es la condición material sin la cual no

podríamos aprender a reconocer clases de objetos, ya sea del mundo físico o social. Pero

además este módulo, en el nivel del análisis del conocimiento, permite reforzar una noción

de "clase" que no sólo remite a la partición de una población ya existente, sino al hecho

mismo de poblar el mundo (las implicaciones ontológicas de la noción de clase o categoría

las examinaremos en el capítulo VII). De aquí que el léxico remita ahora al "módulo en el

cual los miembros de una comunidad lingüística almacenan sus términos de clase" (Kuhn,

1993b, p. 315). Cabe señalar que aunque Kuhn parece otorgar un carácter de novedad a

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la idea de módulo mental, hasta donde se alcanza a ver esta noción no hace más que

destacar el sustrato material de las estructuras taxonómicas, pero no parece implicar

ninguna modificación sustancial en las funciones epistémicas que ya tenían asignadas

estas estructuras. De cualquier forma, queda como una noción poco analizada.

Una clara novedad que viene con el enfoque evolutivo se refiere a la forma en que

pueden culminar los periodos revolucionarios. Habíamos visto que la distinción original

entre desarrollo normal y revolucionario, que en ERC equivalía a la distinción entre los

desarrollos que simplemente añaden conocimiento y aquellos que requieren abandonar

una parte de lo que antes se creía, se reformula, en los años ochenta, como la distinción

entre los desarrollos que no implican un cambio taxonómico y los que sí lo implican. Pero

la novedad, en los noventa, estriba en que dentro de las transiciones a una nueva

estructura taxonómica Kuhn distingue un tipo de transición que conduce a incrementar el

número de especialidades científicas. Los episodios revolucionarios no sólo desembocan en

el desplazamiento de la taxonomía anterior, sino que también pueden conducir al

surgimiento de nuevas especialidades del conocimiento. En este tipo de transición el re-

sultado no es la reagrupación sino la fragmentación de una comunidad: el grupo más

conservador se queda trabajando sobre un dominio cuya estructura es básicamente

congruente con la de la taxonomía anterior, pero donde queda en uso una forma evolu-

cionada de las viejas clases de objetos; mientras el grupo disidente adopta una nueva

estructura taxonómica, no homologable con la anterior, cuyo dominio es más estrecho -a

veces mucho más- que el hasta entonces considerado. Se trata, entonces, de un proceso

de especialización que genera nuevas divisiones en los campos de investigación existentes,

proceso que es muy similar a los episodios de especiación en la evolución biológica (cf.

ibid., pp. 336337).

Este proceso de especialización del conocimiento puede ocurrir básicamente de dos

formas: o bien se separa una nueva rama del tronco original, como ha sucedido

repetidamente en el caso de la filosofía y de la medicina, o bien nace una nueva

especialidad en un área de aparente traslape entre campos de conocimiento ya existentes,

como en el caso de la biología molecular y la físico-química. En cualquiera de las dos

modalidades la inconmensurabilidad sigue estando presente, pues cada especialidad

genera un léxico distintivo y "no hay una lingua franca capaz de expresar por completo el

contenido de todas ellas, o siquiera de un par de ellas" (Kuhn, 1991, p. 8).

Con base en la idea de especialización como especiación, Kuhn extiende la analogía

con la evolución biológica. Afirma que aquello que permite que una práctica especializada

se ajuste cada vez mejor a su mundo es muy similar a aquello que permite que una

especie biológica se adapte cada vez mejor a su nicho, y en ambos casos el aislamiento

parece cumplir un papel clave. En el caso biológico,

la unidad de especiación (que no debe confundirse con la unidad de

selección) [...] es una población reproductivamente aislada, una unidad cuyos

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miembros incorporan colectivamente el pool genético que asegura tanto su

autoperpetuación como su continuado aislamiento. En el caso científico, la unidad

es una comunidad de especialistas que se intercomunican, una unidad cuyos

miembros comparten un léxico que proporciona la base tanto para conducir como

para evaluar su investigación, y que al mismo tiempo mantiene su aislamiento de

los practicantes de otras especialidades al impedir la comunicación completa con

quienes están fuera del grupo (ibidem).

La analogía entre la creciente incapacidad de los habitantes de diferentes nichos

para reproducirse y la creciente dificultad de los practicantes de diferentes especialidades

para comunicarse conduce a considerar la inconmensurabilidad como un mecanisrno de

aislamiento. La divergencia de estructuras léxicas, junto con los límites que ello impone en

la comunicación, parece ser el mecanismo requerido por el progreso del conocimiento. De

acuerdo con el último Kuhn, la transición a un recorte más especializado del mundo -con

un dominio más estrecho- se revela como la forma de cambio científico que permite

incrementar la capacidad de resolución de problemas. Por tanto, el proceso de especializa-

ción se presenta como la forma básica de progreso: "La especialización y el estrechamiento

del rango de los expertos me parece ahora el precio necesario de tener herramientas

cognitivas cada vez más poderosas" (ibidem).

 A luz de esta perspectiva, el viejo ideal de una ciencia unificada -la cual tendría que

ser una ciencia léxicamente homogénea- resulta ser no sólo un ideal inalcanzable sino más

bien amenazante para el progreso del conocimiento. Sin embargo, aquí parece surgir un

problema. Dejando de lado el aire paradójico que tiene la idea de especialización

generalizada y creciente -en cuanto evoca la imagen de una ciencia que progresa gracias a

que cada vez se parece más a una Torre de Babel-, subsiste la siguiente pregunta: ¿cómo

explicaría Kuhn los casos de progreso por sistematización? Es decir, aquellos casos de

construcción de estructuras teóricas más comprehensivas, las cuales logran articular

dominios de investigación que hasta ese momento se consideraban desvinculados.

Independientemente de que en este proceso surja la inconmensurabilidad, al resultar

modificados los conceptos insertos en las estructuras teóricas previas, el hecho es que el

dominio de la nueva teoría es más amplio, a veces mucho más que los dominios de las

teorías que la preceden. Se trata, por tanto, de un proceso que tiene un sentido

claramente inverso al del proceso de especialización, y que en ocasiones da lugar a

progresos espectaculares. Piénsese tan sólo en el trabajo de Galileo, que culmina con el de

Newton, donde se unifican la mecánica celeste y la terrestre; o bien en el intento actual de

construir una Gran Teoría Unificada que integre los cuatro tipos de fuerzas básicas que su-

puestamente existen en el universo.

Por otra parte, además de las grandes sistematizaciones, están aquellos casos de

cambio revolucionario -como la mayoría de los que Kuhn examina en ERC -donde una

teoría desplaza a otra sin que se reduzca en sentido estricto el dominio de investigación,

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aunque bien puede suceder que los dominios de teorías sucesivas se traslapen sin ser

idénticos (considérese, por ejemplo, el desplazamiento de la teoría del flogisto por la del

oxígeno, de la teoría de Ptolomeo por la de Copérnico, de la mecánica cartesiana por la

newtoniana, etc.). Si bien es cierto que Kuhn introduce la especialización sólo como otro

tipo de cambio revolucionario, también es cierto que termina otorgándole el carácter de

patrón básico del progreso científico: "el desarrollo de la cultura humana, incluyendo el de

las ciencias, se ha caracterizado desde el comienzo de la historia por una enorme y

acelerada proliferación de especialidades" (Kuhn, 1993b, p. 336). De aquí que Kuhn, en

sus últimos trabajos, concentre su atención en un patrón de desarrollo por proliferación o

especialización más que por desplazamiento o sustitución. De esta manera, la proliferación

de estructuras taxonómicas, con la consecuente diversificación de prácticas y mundos, se

revela como el motor que mantiene el impulso del desarrollo científico.

Esto hace pensar que quizá la falla de origen esté en el supuesto tácito de que

existe un patrón general o dominante de desarrollo, el cual subyace en los diversos

cambios que ocurren en la actividad científica. Supuesto que, por cierto, no sólo está en la

base del modelo de Kuhn sino también en la mayoría de los modelos de cambio científico

elaborados en las últimas tres décadas. De aquí que algunos autores hayan pensado, en

años recientes, que quizá resulte más adecuada la estrategia de primero explorar diversas

clases de cambio científico, distintos tipos de fenómenos diacrónicos, intentando identificar

su estructura, sin adoptar el prejuicio de que todos ellos son -o deben ser- subsumibles en

un patrón general (el trabajo más destacado en la elaboración de una tipología del cambio

científico se encuentra en Balzer, Moulines y Sneed, 1987, capítulo V).

Por último, en cuanto a los problemas ontológicos que plantea la

inconmensurabilidad -problemas que llegaron a ocupar un lugar central en los últimos

trabajos de Kuhn- por ahora nos limitaremos a señalar su origen y naturaleza. Dado que se

trata de problemas que remiten a discusiones tan añejas y complejas como aquellas que

versan sobre el problema del realismo y sobre la noción de verdad, es claro que ameritan

un tratamiento por separado (este conjunto de problemas se abordará en el capítulo VII).

Para dar una idea del reto ontológico que implica la inconmensurabilidad, conviene partir

del proceso por el cual se transmite un léxico de una generación a la siguiente. Como

vimos, en este proceso la nueva generación adquiere los conceptos de clase -las

categorías- de una cultura o subcultura. Pero el punto decisivo es que estos conceptos, de

acuerdo con Kuhn, no sólo permiten describir el mundo de cierta manera sino también son

constitutivos del mundo en el cual viven los miembros de una comunidad lingüística. Por

tanto, cuando las estructuras taxonómicas de dos comunidades no son homologables,

cuando sus concepciones del mundo son inconmensurables, "algunas de las clases que

pueblan [sus] mundos son irreconciliablemente diferentes, y la diferencia ya no es más

entre descripciones sino entre las poblaciones que se describen" (Kuhn, 1993b, p. 319). De

aquí la afirmación, presente desde ERC (capítulo X), de que dichas comunidades "viven en

mundos diferentes".

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Si esto es así, nos asaltan preguntas como las siguientes: ¿Cuál es la relación entre

la taxonomía que una comunidad comparte y el mundo que esa comunidad habita? Es

decir, ¿en qué sentido y en qué medida ese mundo está constreñido o constituido por la

estructura que esa comunidad le impone? Por otra parte, ¿cuál sería la relación entre los

mundos que experimentan los sujetos cuyas concepciones son inconmensurables? ¿Se

puede afirmar que en los diversos mundos subyace una realidad independiente de

nuestras estructuras conceptuales? ¿Acaso no es la relación con esa realidad

independiente lo que hace que nuestras creencias tengan un valor de verdad? De no ser

así, ¿en qué sentido se puede predicar la verdad de nuestras creencias? ¿En qué consistiría

su verdad?

Estas preguntas conforman, en su conjunto, el famoso problema de "el cambio de

mundos", el cual ha dado un nuevo impulso a las discusiones sobre el realismo,

especialmente al reciente debate sobre el realismo científico. De esta manera, la tesis de

inconmensurabilidad no sólo ha obligado a repensar los problemas metodológicos de la

contrastación y elección de teorías, renovando la reflexión sobre la racionalidad científica.

También ha alimentado la otra gran línea de problemas filosóficos sobre la ciencia, la línea

de los problemas ontológicos y semánticos, entre los cuales se encuentra el espinoso

problema de la verdad.

La anterior elucidación de la tesis de inconmensurabilidad, en su camino desde ERC,

ha intentado destacar sus principales aportes al análisis filosófico de la ciencia,

examinando la forma en que el problema del cambio científico se replanteó sobre nuevas

bases. Se puede decir que el efecto de esta tesis no se limitó a poner en jaque supuestos

fuertemente arraigados, sino que a su vez vino a plantear un abanico de problemas que

estimularon el desarrollo de nuevos enfoques y líneas de investigación. Frente al poder

heurístico e innovador que resultó tener la inconmensurabilidad, no es de extrañar que el

mismo Kuhn, en una mirada retrospectiva de su obra, la haya considerado como su

principal aportación. Y tampoco sorprende que haya quien la tenga por la noción más

desafiante y controvertida de la filosofía actual de la ciencia. A continuación analizamos sus

repercusiones en el ámbito de la racionalidad.

 V. CAMBI O CIENTÍFICO Y RACIONALIDAD

EVALUACIÓN DE TEORlAS INCONMENSURABLES

Cuando se examinan las primeras respuestas de los filósofos de la ciencia a la

publicación de ERC, lo que más destaca es su amplio acuerdo en considerar el libro como

un desafío al carácter racional de la ciencia. Si bien en aquellos años ya se reconocía que

las teorías científicas pueden cambiar de manera radical a través del tiempo, sin embargo

seguía imperando el supuesto de que el desarrollo del conocimiento se ajusta a ciertos

cánones o principios que no se transforman: los principios que al desprenderse de una

racionalidad absoluta y universal permiten evaluar las pretensiones de conocimiento y

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decidir sobre su aceptación o rechazo. En este contexto, las tesis de Kuhn sobre los

cambios revolucionarios se interpretaron -y todavía se interpretan en algunos círculos-

como un rechazo de los requisitos básicos de la razón que debe operar en la ciencia, y por

tanto como una negación del carácter racional de su desarrollo. Kuhn, por su parte, intentó

mostrar que su concepción del cambio científico no tiene las perniciosas implicaciones para

la racionalidad que sus críticos le atribuyen, y en una de sus últimas publicaciones declara

que sobre esta cuestión, más que sobre ninguna otra, sus puntos de vista siguen estando

muy cerca de los planteados en ERC (cf. Kuhn, 1993b, p. 337).

En el fondo de este desencuentro lo que hay es un conflicto entre distintas nociones

de racionalidad. El análisis diacrónico que realiza Kuhn, sobre todo de las transiciones

revolucionarias, implica una noción de racionalidad básicamente distinta de la tradicional.

Por un lado, Kuhn destaca el papel de las "buenas razones" en la elección de teorías, pero

por otro, insiste en que tales razones no tienen un carácter determinante o concluyente, es

decir, no bastan para imponer elecciones unívocas: "En materia de elección de teorías,

decir que la fuerza de la lógica y de la observación no pueden, en principio, ser

compelentes, ni es descartar la lógica o la observación, ni es insinuar que no hay buenas

razones para defender una teoría más que otra" (Kuhn, 1970b, p. 234). Kuhn nunca pone

en duda la racionalidad de la ciencia, pero alude a una racionalidad que nada tiene que ver

con procedimientos sistemáticos de decisión que pudieran gobernar la elección entre

teorías rivales. Su escepticismo con respecto a la existencia de un algoritmo de decisión

que fuera efectivamente aplicable, escepticismo que se desprende directamente de la tesis

de inconmensurabilidad, lo conduce a una concepción de la racionalidad científica que

rompe con el esquema de la ortodoxia anterior. Si bien es cierto que este autor no

desarrolla una teoría sistemática y detallada de la racionalidad que opera en la ciencia -al

menos no en sus trabajos publicados-, sus numerosas aportaciones sobre el cambio de

marcos de investigación permiten elucidar la idea de racionalidad que introduce en el

análisis filosófico de la ciencia. Aquí emprendemos esta elucidación por la vía de destacar

los puntos de ruptura con la concepción tradicional.

El punto de partida obligado es el problema de la evaluación de teorías

inconmensurables, a la que nos hemos referido como evaluación interparadigmática y cuyo

análisis habíamos dejado pendiente. Pero antes conviene señalar algunas características

generales del proceso de evaluación. Como se dijo, el análisis histórico-filosófico de los

cambios revolucionarios pone en tela de juicio la idea de fundamentos últimos del

conocimiento, de componentes absolutamente estables, se trate de supuestos metafísicos,

valores epistémicos, herramientas formales, estrategias de procedimiento o enunciados de

observación. De aquí que no se pueda disponer de ninguna plataforma privilegiada, de

ningún "punto arquimedeano", para la evaluación de las diversas propuestas que se

formulan en la actividad científica. Toda base de evaluación está históricamente situada y

es, en principio, revisable. De acuerdo con Kuhn, el abandono del fundamentismo trae

consigo, como consecuencia principal, el abandono de la teoría de la verdad como

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correspondencia, y esto eliminaría el supuesto de que la evaluación de las hipótesis y

teorías científicas tiene como objetivo primordial determinar su correspondencia con un

mundo externo, independiente de la mente o de nuestro conocimiento (lo cual no significa

que no se necesite de alguna noción de verdad para dar cuenta de la práctica de

evaluación, como veremos en la sección "Kuhn frente al problema de la verdad", capítulo

 VII).

También se dijo que las teorías no se evalúan en forma aislada, ya que la

evaluación es siempre un asunto comparativo que se da en la competencia entre teorías

alternativas. Y dada la naturaleza del cambio revolucionario, como un cambio de

estructuras conceptuales que tiene un carácter holista pero al mismo tiempo local, la

evaluación también presenta un carácter holista aunque delimitado. Esto es, la aceptación

de una nueva propuesta científica requiere por lo general que al mismo tiempo se

modifiquen o abandonen algunas otras creencias previamente aceptadas, pero nunca dicha

aceptación altera todo el cuerpo de creencias vigentes en un campo de investigación.

Lo que está en juego en la situación de evaluación es cuál de dos sistemas teóricos

es mejor -más eficaz- para hacer aquello que los científicos hacen, y "esto es así ya sea

que lo que los científicos hagan sea resolver enigmas (mi concepción), mejorar la

adecuación empírica (la concepción de Van Fraassen), o aumentar la dominación de la élite

gobernante (en parodia, la concepción del programa fuerte)" (Kuhn, 1991, p. 6). La idea

de fondo es que el viejo problema de la justificación de creencias no debe plantearse en

relación con una meta externa, con un objetivo que trascienda las capacidades y recursos

epistémicos de los sujetos involucrados (como sería buscar establecer la correspondencia

de nuestras creencias con la realidad independiente). La justificación que respalda la

aceptación de una teoría científica está en función de un objetivo central: disponer de

mejores herramientas para el trabajo que se tiene que hacer en una situación histórica

determinada. El carácter racional de una elección depende desde luego de su justificación,

de las razones que la apoyen, pero Kuhn separa el problema de la justificación del

problema de la verdad, y otorga a la justificación un carácter instrumental al cifrar la

elección de teorías en términos de su mayor capacidad de resolución de problemas.

 Volveremos sobre este punto.

Pasando a la cuestión de cómo comparar teorías inconmensurables, recordemos que

el problema de comunicación que surge entre sus partidarios no es un problema

meramente lingüístico, que pudiera resolverse mediante una simple "redefinición" de los

términos problemáticos en un lenguaje neutral. La razón es que las diferencias semánticas

entre este tipo de teorías obedecen a una divergencia en sus estructuras taxonómicas, y

por tanto a una organización distinta de su red conceptual. Sin embargo, como vimos, tal

problema de comunicación no es insuperable, aunque ciertamente su solución no es

simple: los científicos deben aprender cómo se concibe y manipula el mundo de su inves-

tigación desde la estructura conceptual alternativa. Si ésta es la situación, la posibilidad de

comparar teorías inconmensurables -indispensable para dar cuenta del cambio científico

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como un proceso racional- se puede reconstruir tomando como base la forma en que se

aprende un léxico (cf. sección "Taxonomías, significado y aprendizaje", capítulo IV).

En primer lugar, dos teorías inconmensurables pueden compararse porque el

carácter local de la inconmensurabilidad permite detectar, en el contexto, un conjunto de

afirmaciones empíricas que tienen el mismo significado en ambas teorías, y que además no

están en disputa. Este conjunto de afirmaciones o creencias compartidas, a pesar de ser

revisable en una etapa posterior, sirve por el momento como una base relativamente

estable y neutral desde la cual arranca la comparación. El papel que según los empiristas

clásicos sólo podían cumplir los datos absolutamente estables, o las observaciones

incorregibles, lo cumple el conjunto de creencias que abarca la información que no se

cuestiona en el contexto de la evaluación. De esta manera, el léxico que comparten las

teorías rivales permite, por una parte, que algunas de sus consecuencias contrastables

tengan el mismo significado, y por otra, que haya una base de información compartida

contra la cual se cotejan dichas consecuencias o predicciones. Por ejemplo: en el caso de

la astronomía ptolomeica y copernicana, es claro que aunque son teorías

inconmensurables, al menos algunas de sus predicciones -como las que se refieren a la

posición de ciertos planetas- se podían comparar de manera directa, dado su acuerdo

sobre el resultado de ciertas observaciones y mediciones. Hay que notar que este acuerdo

supone, a su vez, un acuerdo sobre procedimientos de medición y técnicas de observación,

los cuales son relativamente independientes de las teorías en juego. Ciertamente, este

primer nivel de comparación puede ser muy precario y parcial, pero ofrece ya algunos

elementos de juicio que deben ser tomados en cuenta.

En segundo lugar, el lenguaje compartido constituye la plataforma necesaria para

que los científicos inmersos en el viejo paradigma inicien el aprendizaje del nuevo léxico,

es decir, de los términos cuya introducción o modificación supone un cambio en la

estructura taxonómica del dominio de investigación. En este proceso, el vocabulario

previamente disponible puede servir para aprender a identificar los referentes de los

nuevos términos, aunque sólo sea en un rango limitado de situaciones. Pero esto abre

nuevas posibilidades de comparación. Cuando Kuhn discute las objeciones de Kitcher

(1978) en relación con el proceso cronológicamente inverso, pero análogo, que lleva a

cabo el historiador de la ciencia, afirma que, en efecto, el lenguaje de la química del

oxígeno puede usarse para identificar algunos referentes de los términos de la química del

flogisto; por ejemplo: se puede detectar que 'flogisto' en ciertas situaciones experimentales

se refiere a lo que más tarde se identifica como hidrógeno, aunque también se observa

que en otras aplicaciones no tiene referente alguno en la taxonomía posterior. Sin

embargo, Kuhn insiste en que es un error describir la tarea de identificar los referentes de

una teoría rival, o ya descartada, como una labor de traducción (cf. Kuhn, 1983, sec. 3).

En tercer lugar, los científicos pueden llegar a dominar el léxico de la teoría

alternativa, junto con sus leyes características, a través de una serie de prácticas -sobre

casos paradigmáticos- que los habilitan para reconocer todos los referentes del dominio y

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la forma en que éstos se comportan, logrando de esta manera una comprensión cabal de

dicha estructura conceptual. Ahora bien, una vez que se ha completado el proceso de

aprendizaje que permite la comprensión, los científicos están en condiciones de establecer

una comparación genuina de las teorías en juego, pero esta comparación sólo puede ser

de tipo global. Esto es, la comprensión de la nueva teoría, por profunda y completa que

sea, nunca podrá permitir una comparación "punto por punto" con la anterior, enunciado

por enunciado, pues la comprensión no elimina el hecho de que en cada teoría se formulen

afirmaciones sobre el mundo que no son expresables en la otra, es decir, no elimina el

hecho de su inconmensurabilidad. Y por tanto, sigue siendo imposible contar con una

métrica de comparación "punto por punto" que sea semánticamente neutral.

La comparación global que es posible establecer entre teorías rivales se apoya en

consideraciones diversas, como por ejemplo su adecuación empírica (concordancia entre

las consecuencias de cada teoría y los resultados de la observación y experimentación),

alcance (conjunto de aplicaciones que abarca cada teoría), simplicidad (capacidad para

sistematizar fenómenos diversos con el menor número o complejidad de supuestos),

consistencia (coherencia lógica, tanto interna como con otras teorías aceptadas en el con-

texto), fecundidad (capacidad de cada teoría para descubrir nuevos fenómenos y generar

soluciones a problemas distintos de los que originalmente motivaron su construcción), etc.

Es decir, la comparación global es una comparación que se establece sobre la base de

características que se juzgan como virtudes de una buena teoría, a la luz de los valores

epistémicos vigentes en la comunidad donde tiene lugar la elección. Como dijimos, este

tipo de evaluación comparativa está en función de un objetivo central, aquel que Kuhn

considera el objetivo último de toda actividad científica: contar con herramientas cada vez

más poderosas para la resolución de problemas. Y como veremos, la evaluación comparati-

va no requiere que las teorías sean completamente intertraducibles.

Pero el punto neurálgico de este tipo de evaluación se localiza en el siguiente

hecho: dos científicos expertos, que coinciden en la lista de valores epistémicos, que se

apoyan en las mismas técnicas y procedimientos experimentales, que manejan la misma

información y además comprenden cabalmente las teorías en competencia, pueden de

todos modos estar en desacuerdo sobre cuál teoría es mejor. Destacar este hecho ha sido,

a nuestro juicio, el aspecto más revelador y novedoso del análisis de Kuhn sobre la

elección de teorías, sobre todo porque dicho desacuerdo, lejos de representar una

amenaza para la racionalidad científica, permite elucidar sus principales rasgos. Contra el

telón de fondo del análisis filosófico tradicional, donde no cabía la divergencia de juicios

entre los sujetos más competentes en una materia, bien se puede entender que esta

aportación de Kuhn haya resultado tan distorsionada por sus críticos, y que además haya

provocado, en no pocos estudiosos de la ciencia, un gran desencanto por la racionalidad.

Pero también hay que decir que Kuhn contribuyó en alguna medida a este estado de cosas

al no haber trazado una distinción básica, que además se puede inferir de sus propios aná-

lisis. Veamos.

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En el proceso de transición de un sistema conceptual a otro se presentan dos tipos

básicamente distintos de desacuerdo. El primero sería el desacuerdo que acompaña al

surgimiento del enfoque teórico que se perfila como candidato rival. Este desacuerdo es el

resultado inmediato y directo de la inconmensurabilidad, pues los fracasos de traducción

entre teorías se reflejan, en el acto, en los problemas de comunicación -en ese "hablar sin

entenderse"- y en los argumentos de tipo circular que son característicos de las polémicas

donde al menos una de las partes no acaba de comprender la propuesta alternativa. Pero,

  justamente, el trabajo que emprendió Kuhn sobre las diferencias entre traducción e

interpretación y sobre el aprendizaje de un léxico permitió poner en claro que la

inconmensurabilidad no impide la comprensión.

Sin embargo, hace falta subrayar que la comprensión, aunque ciertamente permite

establecer una comparación genuina entre teorías inconmensurables, no basta por sí sola

para poner fin a la situación de desacuerdo. Los científicos que están en condiciones de

establecer una comparación global pueden seguir discrepando sobre cuál teoría es mejor.

Pero éste es un segundo tipo de desacuerdo, muy distinto, que ya no es producto de una

serie de malentendidos ni tampoco gira sobre argumentos viciosamente circulares. Se trata

de un desacuerdo que podríamos llamar "racional", en cuanto supone la comprensión de

las alternativas, el cual se da entre quienes sencillamente no aquilatan de igual manera los

méritos de las teorías en competencia. Esto es, se trata de un desacuerdo que resulta de la

aplicación no uniforme de los valores epistémicos aceptados, y que simplemente depende

de argumentos que no tienen un carácter concluyente. El desacuerdo racional es posible,

entonces, en el espacio que deja la ausencia de procedimientos algorítmicos de decisión.

La importancia de esta distinción está en que permite esclarecer la naturaleza del

proceso que conduce a la formación de nuevos consensos. La tesis básica de Kuhn sobre

los desacuerdos sigue en pie, pues éstos, aun cuando sean racionales, no se pueden re-

solver por un algoritmo neutral que dicte elecciones unánimes. Sin embargo, se aclara que

el debate del que finalmente surgen nuevos acuerdos puede ser un auténtico ejercicio de

argumentación y deliberación, y no una mera secuencia de discusiones viciadas o diálogos

de sordos. Como veremos, el peso que Kuhn otorga a los valores que guían la elección de

teorías revela que este proceso depende de argumentos de plausibilidad, esto es, de argu-

mentos que pueden llegar a convencer y conducir a nuevos consensos.

Desafortunadamente, en sus primeros escritos Kuhn no distingue los argumentos de

persuasión de los argumentos circulares, y nunca los deslinda explícitamente. Esto

explicaría que en los años noventa, después de que ha quedado claro que la inconmen-

surabilidad no impide la comprensión, ni por tanto el carácter genuinamente argumentable

o discutible de la elección de teorías, se hagan declaraciones como la siguiente en un

congreso dedicado a discutir la obra de Kuhn: "niego que haya una inconmensura-

bilidad/intraducibilidad que genere dificultades insuperables para [...] la elección de

teorías" (Earman, 1993, p. 17). Las dificultades serían insuperables, en efecto, si la

circularidad y la falta de entendimiento estuvieran presentes en todo intento de com-

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paración. En ese caso, los cambios de teoría no serían explicables por razones epistémicas

sino sólo por mecanismos de tipo social o psicológico, como por ejemplo el ejercicio de

poder de unos grupos sobre otros, que es la vía que proponen algunos sociólogos del

conocimiento, o bien por el fenómeno de mimetismo o contagio colectivo entre los

especialistas de un campo, que es como Lakatos interpreta las tesis de Kuhn sobre las

revoluciones científicas, y acto seguido lo acusa de defender la irracionalidad de la ciencia

(cf. Lakatos, 1970).

En lo que sigue, tomando en cuenta la distinción aquí trazada, partiremos de los

desacuerdos racionales para examinar su origen y su función en el desarrollo científico, así 

como la manera en que finalmente se resuelven en nuevos consensos. Este examen

permitirá despejar algunos aspectos de la noción de racionalidad que introduce Kuhn en el

análisis de la ciencia. En cuanto a los desacuerdos que preceden a la comprensión cabal de

las teorías alternativas, éstos quedaron examinados cuando nos ocupamos de las

diferencias que surgen entre paradigmas rivales (cf. sección "Diferencias entre paradigmas

alternativos", capítulo III).

DESACUERDOS RACIONALES

Reparemos primero en algo que Kuhn deja claro desde la "Posdata-1969": en los

periodos críticos de una disciplina, la comunidad no deja de compartir un conjunto de

valores como pueden ser precisión, alcance, simplicidad, fecundidad, consistencia, etc., a

los que este autor se refiere como "valores metodológicos". Ahora bien, si comparamos los

valores a los que Kuhn alude con aquellos que se han propuesto en la tradición, no

encontramos nada novedoso. Sin embargo, la novedad estriba en afirmar que los sistemas

vigentes de valores condicionan pero no determinan las decisiones de los científicos. Lo

cual significa que aunque estos valores son la base efectiva de los criterios para evaluar

teorías, sin embargo no funcionan como reglas algorítmicas, esto es, reglas mecánicas en

su aplicación, no ambiguas en su sentido y capaces de producir un resultado único. De

aquí que los valores compartidos no basten para imponer a cada científico la misma

elección.

El contraste con una concepción clásica como la de Popper permite resaltar esta

novedad. Popper reconoce que la situación de comparación de teorías requiere que los

científicos tomen decisiones, lo cual implica el reconocimiento de que las reglas de la lógica

y los enunciados de observación no son suficientes para elegir entre teorías alternativas.

Incluso afirma que "son las decisiones las que determinan el destino de las teorías"

(Popper, 1935, p. 104). Pero a diferencia de Kuhn, Popper piensa que las decisiones sí 

pueden gobernarse por reglas metodológicas y tomarse con total acuerdo, lo cual revela el

compromiso con un conjunto fijo de valores epistémicos, cuya aplicación es uniforme e

independiente de las perspectivas locales o individuales. Las teorías cambian porque la

evidencia es siempre limitada y corregible, no porque los valores epistémicos o las reglas

metodológicas puedan sufrir alguna transformación.

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En el enfoque de Kuhn, la racionalidad de la elección de teorías también está

fincada en los valores metodológicos, pero en los valores que comparte una comunidad de

especialistas en cierto periodo histórico. Dichos valores, que son la fuente de las "buenas

razones", constituyen los parámetros objetivos -en el sentido de que reúnen el acuerdo

intersubjetivo- a los que se ajusta el proceso de elección, pero sobre todo son aquello que

hace posible la comparación de teorías aun cuando éstas sean inconmensurables. Notemos

que este modelo de evaluación comparativa permite discutir los méritos de teorías rivales

sin necesidad de que todas sus consecuencias contrastables sean traducibles en un len-

guaje común. Por ejemplo, la capacidad relativa de dos teorías para la solución de

problemas, sus grados de coherencia interna o su simplicidad, se pueden establecer al

margen de los límites en que es posible su intertraducción. De esta manera, con el modelo

de comparación global, Kuhn da entrada a parámetros de evaluación que son

perfectamente aplicables a pesar de la inconmensurabilidad.

Sin embargo, los valores metodológicos o epistémicos presentan dos características

que habían sido ignoradas en la tradición, las cuales ponen en pie de igualdad los juicios

de valor que se hacen en la ciencia con los juicios de valor que se hacen en cualquier otro

campo. La primera es que si bien los valores compartidos condicionan fuertemente el

comportamiento de los miembros de un grupo, sin embargo no todos los sujetos los

aplican de igual manera. Cada uno de los valores vigentes puede ser interpretado y

ponderado de maneras diversas por los miembros de la misma comunidad, dando lugar a

  juicios de valor que varían de un individuo a otro. La segunda característica es que la

variabilidad individual en la aplicación de los valores compartidos cumple, en el caso de la

ciencia, una función vital para su desarrollo.

En cuanto a la aplicación no uniforme, primero se destaca el hecho de que los

valores epistémicos no tienen un sentido unívoco. Por ejemplo, qué significa que una

teoría sea más "simple" que otra y a qué aspectos se refiere la simplicidad, es algo que no

queda fijado de manera precisa por el compromiso de una comunidad con este valor.

Después está el hecho, todavía más importante, de que los valores pueden entrar en

conflicto en su aplicación concreta. Por ejemplo, una teoría puede dar predicciones más

exactas que otra, pero ser menos consistente o tener menor número de aplicaciones

(menor alcance). Esto hace necesaria una jerarquización donde se asigne un peso relativo

a los distintos valores. Pero el problema, de nuevo, es que ese peso relativo no queda

unívocamente determinado por el mero hecho de que una comunidad esté comprometida

con la misma lista de valores. Kuhn cita un caso famoso de juicios de valor divergentes:

"Lo que para Einstein resultaba una inconsistencia intolerable en la vieja teoría cuántica,

una inconsistencia que hacía imposible continuar en la investigación normal, para Bohr y

otros sólo era una dificultad de la que cabía esperar se resolviera por medios normales"

(Kuhn, 1969, p. 185; p. 284).

Pero entonces, si los valores compartidos no determinan las decisiones individuales,

¿cómo es que cada científico toma una posición ante la presencia de teorías rivales? La

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respuesta es que de hecho intervienen otros factores, entre los cuales aparecen factores

subjetivos, que pueden estar poco vinculados o incluso ser ajenos a la práctica científica de

la comunidad de que se trate. En los juicios individuales pueden influir, por ejemplo, la

trayectoria profesional y la experiencia de un científico en otras áreas de investigación, la

familiaridad con otras prácticas o herramientas teóricas; también pueden influir supuestos

de tipo metafísico (por ejemplo: sobre la causalidad, el determinismo, los componentes

últimos de la realidad, etc.), e incluso convicciones ideológicas y religiosas. Por otra parte,

ciertos rasgos de personalidad como el temor o el gusto por el riesgo también pueden

tener un peso en esta situación. Por tanto, el análisis de la elección de teorías, en el nivel

de las decisiones individuales, revela la confluencia de dos tipos de factores: los factores

objetivos, los valores epistémicos compartidos, y los factores subjetivos, las motivaciones o

valoraciones personales.

 A este respecto, vale la pena citar extensamente un pasaje de "Objetividad, juicios

de valor y elección de teorías":

Otros factores pertinentes en la elección se hallan fuera de las ciencias. La

elección temprana que hizo Kepler del copernicanismo obedeció, en parte, a su

inmersión en los movimientos neoplatónico y hermético de su época; el

romanticismo alemán predispuso a quienes afectó hacia el reconocimiento y la

aceptación de la conservación de la energía; el pensamiento social de la

Inglaterra del siglo XIX ejerció una influencia similar en la predisposición y

aceptación del concepto darwiniano de lucha por la existencia. Otras diferencias,

también importantes, son función de la personalidad. Algunos científicos valoran

más que otros la originalidad, y por tanto están más dispuestos a correr riesgos;

otros prefieren teorías amplias y unificadoras, en lugar de soluciones precisas y

detalladas de problemas, que aparentemente tengan menor alcance (Kuhn,

1977a, p. 325).

Este tipo de factores, que en conjunto Kuhn llama ideológicos, conforman la manera

específica en que cada científico aplica los valores compartidos, la manera en que los

interpreta y los jerarquiza en las situaciones donde las reglas del juego dejan de ser claras

y precisas, es decir, en los periodos de ciencia extraordinaria.

 Ahora bien, la divergencia de juicios permitida por el carácter flexible de los valores

epistémicos, lejos de ser un defecto que debiera ser eliminado, cumple una función vital

para el desarrollo científico: la distribución de riesgos en las coyunturas de elección. La

existencia de un método que en todo momento y circunstancia prescribiera decisiones

uniformes, podría resultar paralizante o incluso mortal para la ciencia. La situación de

elección de teorías es casi siempre una situación de riesgo, pues los científicos tienen que

optar entre teorías que no están suficientemente desarrolladas, por una parte, y teorías

que no es evidente que estén agotadas, por otra. Por tanto, resulta más que conveniente

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que haya quienes emprendan el desarrollo de las teorías embrionarias, y quienes

continúen trabajando en las teorías en crisis con la mira de encontrar una solución a sus

anomalías. Éste es el único camino para lograr una estimación más o menos confiable del

potencial de las alternativas, de su capacidad para la resolución de problemas. Sin el

desacuerdo, la investigación correría el peligro de anquilosarse dentro de un marco teórico,

o de abandonar un marco antes de haberlo explorado lo suficiente.

En palabras de Kuhn, la elección de teorías "requiere de un proceso de decisión que

permita que los hombres racionales estén en desacuerdo" (ibid., p. 356), ya que: "Si hay

que tomar una decisión en circunstancias en las que incluso el juicio más meditado puede

resultar equivocado, puede ser de una importancia vital el que diferentes individuos

decidan de maneras diferentes. ¿Cómo si no podría el grupo como un todo cubrirse en sus

apuestas?" (Kuhn, 1970b, p. 241). La importancia de la variabilidad individual también se

observa en la reacción que provocan las anomalías:

La mayor parte de los juicios que afirman que una teoría ha dejado de

sostener una tradición de resolución de enigmas resultan ser erróneos. Si todo el

mundo coincidiese en tales juicios, no habría nadie que pudiese mostrar que la

teoría existente explica la aparente anomalía, cosa que por lo general sucede. Si,

por el contrario, nadie estuviese dispuesto a correr el riesgo de buscar una teoría

alternativa, no existiría ninguna de las transformaciones revolucionarias de las

que depende el desarrollo científico (ibid., p. 248).

De esta manera, "los resultados necesarios se logran distribuyendo entre los

miembros del grupo el riesgo que hay que correr" (ibid., p. 262).

La función vital que cumple la divergencia de juicios pone de manifiesto que los

desacuerdos profundos, las situaciones de conflicto, son un hecho constitutivo del

desarrollo científico, que por tanto debiera ser tomado en cuenta por cualquier teoría

epistemológica que intente dar cuenta del progreso del conocimiento. Los desacuerdos,

como dice Kuhn, no pueden simplemente considerarse como "un indicio de la debilidad

humana" y descartarse por la vía de relegarlos al contexto de descubrimiento -como se ha

hecho en el análisis tradicional-, pues son más bien un indicio de la naturaleza del

conocimiento científico. Por otra parte, si a este carácter constitutivo le añadimos el

supuesto de que "la práctica científica, tomada en su conjunto, es el mejor ejemplo de

racionalidad de que disponemos" (Kuhn, 1970c, p. 520), obtenemos que al menos algunos

desacuerdos tienen que ser racionales: "Ningún proceso esencial al desarrollo científico

puede ser etiquetado como 'irracional' sin violentar fuertemente el término" (Kuhn, 1970b,

p. 235). De aquí la importancia de contar con un criterio que permita deslindar distintos

tipos de desacuerdo, pues aunque Kuhn se encarga de poner en claro que desacuerdo no

implica irracionalidad, también es un hecho que no todo desacuerdo que se presenta en la

ciencia resulta racional (como dijimos en la sección anterior).

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Son justamente los desacuerdos racionales -los que suponen la comprensión de las

alternativas- la pieza clave para desarticular la concepción tradicional de racionalidad, pues

ésta prácticamente no da cabida a desacuerdos donde no se tuviera que concluir que al

menos una de las partes en conflicto está procediendo incorrectamente. En los modelos

metodológicos clásicos se parte del supuesto de que cualquier conjunto de alternativas es

decidible en principio. Esto se aprecia fácilmente en el modelo positivista, donde se

pensaba que las reglas del método científico -universales y necesarias- y los datos que

proporciona la percepción sensorial -independientes de cualquier sistema de conceptos-

constituían una base suficiente para decidir entre hipótesis alternativas, y resolver de

entrada cualquier posible discrepancia. Dicha base supuestamente permitía localizar el

origen de los desacuerdos y saber qué pruebas habría que realizar para obtener la

evidencia decisiva. Es claro que este modelo supone una racionalidad estricta, esto es,

atada a procedimientos efectivos (algorítmicos) de decisión, donde no cabe el desacuerdo

racional. En contraste con esta concepción, Kuhn encuentra, a través del análisis de casos

históricos, que los juicios que en un momento dado expresan opiniones encontradas

pueden tener ambos razones de peso en su favor, sin que ninguno contravenga los

estándares aceptados ni la evidencia disponible. Esto es, se dan casos de desacuerdo

donde ninguna de las partes está procediendo de manera irracional. Además, en ciertos

cortes sincrónicos donde la balanza entre las altemativas esté muy pareja, es posible que

los científicos no tengan claro cómo se podría dirimir su discrepancia.

Si ésta es la situación por la que pasan los cambios de teoría, incluso los casos más

destacados en la historia de la ciencia, desde la perspectiva de la concepción clásica

tendríamos que concluir que la ciencia no es una empresa racional. Pero como Kuhn com-

parte con esta concepción la idea de que la empresa científica es el paradigma de actividad

racional, se entiende que describa su proyecto como

el intento por mostrar que las teorías existentes sobre la racionalidad no

son lo bastante acertadas, y que deberíamos reajustarlas o modificarlas para

explicar por qué la ciencia funciona como lo hace. Suponer, en lugar de ello, que

poseemos criterios de racionalidad que son independientes de nuestra

comprensión de lo esencial del proceso científico es abrir la puerta a las mayores

arbitrariedades (ibid., p. 264).

SUBJETIVIDAD Y RACIONALIDAD

La noción de racionalidad que emerge del proyecto kuhniano se capta mejor si se

parte del fenómeno de la variabilidad individual. La afirmación de que dos científicos

competentes pueden diferir en sus juicios -en la misma situación de elección de teorías- sin

que ninguno esté procediendo de manera irracional, va directamente en contra de un

principio de racionalidad muy arraigado, que constituye el núcleo de la concepción

tradicional: si es racional para un sujeto s elegir A en cierta situación, entonces no puede

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ser racional para otro sujeto s' elegir B, con B distinto de  A, en esa misma situación. La

racionalidad implica, entonces, que todos los sujetos que se encuentran en las mismas

circunstancias objetivas deben tomar la misma decisión. La fuerza que tiene este principio,

que está en la base de todos los intentos por codificar la racionalidad en algún modelo

algorítmico, explica que con frecuencia se acuse a Kuhn de hacer de la ciencia una

empresa subjetivista o irracional, y se le considere un defensor del anarquismo meto-

dológico al estilo de Feyerabend.

Sin embargo, afirmar que es posible el desacuerdo racional en la ciencia sólo refleja

una concepción menos rígida de la racionalidad, donde lo racional rebasa con mucho el

campo de lo obligatorio y queda ligado al campo de lo permitido. Como afirma Bas van

Fraassen, el término 'racional' es más un término de permiso que de obligación, ya que:

"Los límites o constreñimientos de la racionalidad dejan mucho subdeterminado" (Van

Fraassen, 1985, p. 248). Kuhn incluso podría haber dicho, con este autor, que la

racionalidad no es más que "la irracionalidad refrenada" o "la irracionalidad con bridas"

(ibidem). De esta manera, el dominio de cuestiones que abarca la racionalidad, tanto en el

nivel de las creencias como de las acciones, se ensancha considerablemente.

Pero notemos que la adopción de esta concepción más flexible no basta para

eliminar una seria preocupación. Todavía se podría objetar el que dentro de los límites de

la racionalidad científica puedan tener injerencia factores meramente subjetivos. Esto es, si

bien las motivaciones personales pueden tener un peso en la decisión de cada científico,

este tipo de factores pocas veces logra el acuerdo intersubjetivo en la comunidad

pertinente, y esto pondría en peligro la racionalidad de las decisiones en cuanto decisiones

científicas. Notemos además que el destacar la ventaja funcional -la distribución de

riesgos- que trae consigo el desacuerdo tampoco basta para dar cuenta de la racionalidad

del proceso de elección de teorías. Lo racional está ligado a lo intencional, y los científicos

no discrepan deliberadamente con la intención expresa de distribuir los riesgos. ¿Cómo

responder entonces a esta objeción desde el modelo de Kuhn? La vía de respuesta, a

nuestro juicio, requiere tomar muy en serio dos cosas: 1) que el principal agente en la

ciencia no es el individuo sino la comunidad, y 2) que la elección de teorías no es un

suceso, algo que puede ocurrir en cualquier momento, sino un proceso, el cual comienza

con un desacuerdo y termina con un nuevo acuerdo, pudiendo tomar un tiempo

considerable.

Cuando se considera a la comunidad profesional como la instancia que tiene el

papel decisivo en el desarrollo de una disciplina, se introduce una dimensión social,

imprescindible, en la racionalidad científica. Esto establece otro fuerte contraste con la

concepción clásica, donde la ciencia es esencialmente una empresa desarrollada por

individuos, que incluso podrían trabajar aislados, dado que las supuestas reglas

metodológicas constituyen un control suficiente de su actividad. Dichas reglas constituyen

el mecanismo que garantiza el acuerdo intersubjetivo en el contexto de evaluación de las

creencias y prácticas individuales. En la concepción de Kuhn, por lo contrario, la ciencia no

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se puede entender como "un juego de una sola persona". Justo porque en las propuestas

y juicios de los científicos intervienen factores subjetivos, y porque además no hay

mecanismos que permitan depurarlos, el peso de resolver los desacuerdos recae, en último

término, en la comunidad de especialistas.

Una vez que están planteadas las alternativas rivales, y los expertos están en

condiciones de compararlas globalmente, éstas se vuelven objeto de un debate abierto en

la comunidad profesional. Y  sólo los juicios que sobreviven al escrutinio o crítica

comunitaria pueden calificarse como científicamente racionales. No todas las decisiones

que son racionales desde la perspectiva de quien las toma resultan racionales desde el

punto de vista científico. La comunidad es entonces la instancia que de hecho controla la

interferencia de la subjetividad. Al filtrar a través del debate las valoraciones que no logran

reunir el acuerdo de otros especialistas, la comunidad limita la dependencia de la empresa

científica respecto de los sujetos individuales, haciendo posible la objetividad del resultado

final del proceso de elección. En este sentido no hay un tribunal por encima del grupo de

expertos al cual poder apelar en las situaciones de conflicto. En una frase no muy

afortunada, que años después él mismo corrigió, Kuhn expresó esta idea diciendo que "es

la comunidad de especialistas, y no sus miembros individuales, la que toma la decisión

efectiva" (Kuhn, 1969, p. 200; p. 305). De cualquier manera, la idea de fondo sigue en pie:

la elección de teorías debe entenderse como un proceso socialmente mediado, o arbitrado,

dado que no es un proceso gobernado por reglas algorítmicas.

Por otra parte, concebir la elección de teorías como un proceso, y no como algo que

se puede decidir en cualquier momento, permite darle un lugar tanto a los factores

subjetivos que de hecho inciden en este proceso -generando los vitales desacuerdos- como

a la crítica comunitaria que controla dicha intervención y conduce a un nuevo acuerdo. Es

cierto que Kuhn dice relativamente poco acerca de cómo se forma un consenso una vez

que un grupo de especialistas difiere en sus "apuestas". Algunos críticos incluso afirman

que esta transición queda como un misterio, y Kuhn mismo reconoce -en la terminología

de su enfoque más maduro- que, en efecto, no ha quedado suficientemente articulado "el

proceso por el cual tiene lugar la proliferación y el cambio léxico, y hasta qué punto se

puede decir que dicho proceso está gobernado por consideraciones racionales" (Kuhn,

1993b, p. 337). Sin embargo, este autor dio algunas claves que permiten descifrar

aspectos centrales del cambio de teorías y del tipo de racionalidad involucrado. En lo que

sigue nos ocuparemos del papel de los valores epistémicos en la formación de nuevos con-

sensos.

Una de las cuestiones que Kuhn deja muy claras es que el punto de partida del

proceso de cambio teórico es una situación de riesgo. Como se dijo, los científicos tienen

que optar entre teorías que no están suficientemente desarrolladas, por un lado, y teorías

que no es evidente que estén agotadas, por otro. Esta situación, en que los recursos

epistémicos disponibles no bastan para establecer -fuera de toda duda razonable- la

superioridad de una de las alternativas hace necesaria la búsqueda de nuevos elementos

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de juicio. La divergencia de opiniones funciona entonces como un acicate que lleva

adelante la investigación, tanto teórica como experimental, en la búsqueda de nuevos

argumentos. Los científicos inmersos en este proceso siguen trabajando en las teorías

rivales hasta el punto en que alguna de ellas logra concentrar el peso de las razones en su

favor -lo cual puede llevar un tiempo considerable- y se conforma un nuevo consenso. Aquí 

se pone de relieve otro rasgo de la racionalidad científica, su carácter no instantáneo.

Si bien la frase "racionalidad no instantánea" se le debe a Lakatos, la idea se

desprende directamente del modelo de Kuhn. Las razones en contra de los modelos

algorítmicos son razones en favor de una racionalidad que no permite establecer acuerdos

en cualquier momento. Por una parte, la inconmensurabilidad vuelve inaplicables los

algoritmos de decisión, pues éstos suponen que las alternativas son completamente

formulables en un lenguaje común. Pero por otra parte, aun cuando las teorías fueran del

todo conmensurables, subsistiría el hecho de que los parámetros compartidos -los valores

epistémicos- no tienen una interpretación canónica ni una jerarquía fija, y en consecuencia

no dictan decisiones uniformes. Esto obliga a esperar a que alguna de las líneas de

argumentación se refuerce, y sólo entonces se puede llegar a un acuerdo racional en la

elección de teorías. Por contraste, los modelos metodológicos clásicos -incluidos los mo-

delos para el cambio de creencias que utilizan la teoría matemática de la probabilidad-

suponen que, en cualquier corte sincrónico, la información disponible permite decidir cuál

es la mejor alternativa, sin que quepa la divergencia racional. Así, este tipo de modelos

supone una racionalidad instantánea, además de suponer que lo racional está ligado a lo

obligatorio.

 Ahora bien, en el modelo de Kuhn también queda claro que la búsqueda de nuevos

elementos de juicio está guiada por los valores compartidos, lo cual destaca su función

heurística. Estos valores son la base que permite reconocer las buenas razones, es decir,

los argumentos que pueden ser esgrimidos públicamente y tener algún peso entre los

demás especialistas (a diferencia de los argumentos que sólo tienen una significación

personal). Esto es, independientemente de las motivaciones por las cuales cada científico

decide "apostar" en favor de una u otra teoría, en los debates se suelen presentar

argumentos que puedan tener alguna resonancia en la comunidad, y éstos son los

argumentos avalados por los valores compartidos:

Copérnico estuvo respondiendo a estos valores durante los años necesarios

para que la astronomía heliocéntrica pasara de ser un esquema conceptual global

a ser un dispositivo matemático para predecir la posición de los planetas. Tales

predicciones fueron lo que los astrónomos valoraron, sin ellas hubiera sido muy

difícil que se le hubiera dado crédito a Copérnico, algo que ya había ocurrido con

la idea de una Tierra que se mueve. El que su versión haya convencido a tan

pocos es mucho menos importante que su conocimiento de la base sobre la cual

debían apoyarse los juicios necesarios para que sobreviviera el heliocentrismo. Si

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bien se debe recurrir a su idiosincrasia personal para explicar por qué Kepler y

Galileo fueron de los primeros en convertirse al sistema copernicano, los huecos

que llenaron con sus respectivos trabajos para perfeccionar dicho sistema (sobre

todo en la exactitud predictiva y en su consistencia interna] fueron especificados

solamente por los valores compartidos (Kuhn, 1977a, pp. 331-332).

De esta manera, aquello que los especialistas valoran establece los constreñimientos

a los que debe ajustarse la elección de teorías. No cualquier argumento es aceptable, no

toda razón es una buena razón, pero dentro de lo aceptable hay un amplio margen de

variación, el rango de lo que queda subdeterminado (no especificado) por los valores

compartidos. De aquí que el campo de lo racional sea el campo de lo permitido, no de lo

obligatorio.

Consideremos un valor como la concordancia o adecuación empírica (el ajuste entre

las consecuencias de una teoría y los resultados de la observación o experimentación), sea

en sentido cuantitativo de precisión o exactitud, o meramente cualitativo. Sin duda, hoy en

día este valor es reconocido como el criterio más básico -además de ser el más

generalizado- en las ciencias naturales. En consecuencia, el nivel de las predicciones o

consecuencias contrastables se considera como el nivel en que más claramente se ponen

de manifiesto los méritos de las teorías: "En última instancia, [este criterio] demuestra ser

el más cercanamente decisivo, en parte porque es menos equívoco que los otros, pero

sobre todo porque las capacidades predictivas y explicativas que dependen de él, son

características [de las teorías] a las cuales los científicos no están dispuestos a renunciar"

(ibid., pp. 322-323). Sin embargo, incluso este valor carece de una fuerza determinante,

pues es un hecho que las teorías no siempre se pueden distinguir en función de su ajuste

con la experiencia. Por una parte, existen teorías rivales, ambas empíricamente adecuadas,

pero cuyos éxitos predictivos o explicativos no cubren exactamente el mismo dominio de

fenómenos. En este caso, la adecuación empírica no basta para elegir entre ellas; es

necesario ponderar sus respectivos éxitos y decidir cuáles son preferibles. Por otra parte,

también existen teorías rivales que son empíricamente equivalentes, es decir, cuyas

consecuencias contrastables se ajustan igualmente bien con toda la evidencia disponible.

En este tipo de casos es aún más claro que no basta la adecuación empírica como criterio

de elección.

Por ejemplo: el sistema de Copérnico no fue más exacto en sus predicciones que el

de Ptolomeo sino hasta que fue revisado a fondo por Kepler, más de sesenta años después

de la muerte de Copérnico. Kuhn refiere otro caso en que está en juego la adecuación

empírica en sentido cualitativo: la teoría del oxígeno, a diferencia de la del flogisto,

permitía explicar las relaciones de peso observadas en las reacciones químicas, resultado

que era ampliamente reconocido; pero en cambio, la teoría del flogisto podía explicar por

qué los metales son mucho más semejantes entre sí que los minerales a partir de los

cuales se forman. Así, cada una de las teorías se adecuaba mejor con la experiencia en un

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sector de fenómenos que en otro. A1 elegir entre ellas, los científicos debían decidir qué

sector de la experiencia y qué conjunto de problemas era más importante, decisión que en

aquel tiempo no era para nada evidente (cf. ibid., p. 323).

En cuanto al caso de teorías que siendo inconmensurables son también

empíricamente equivalentes, caso no contemplado por Kuhn, tenemos un claro ejemplo en

el campo del electromagnetismo. En su Treatise on Electricity and Magnetism, J. C.

Maxwell establece una comparación entre la teoría de campos y la teoría de acción a

distancia con el fin de mostrar la superioridad de la primera. Dado que Maxwell desconocía

la causa de la electricidad, el único recurso efectivo consistía en comparar cada una de las

teorías con todos los fenómenos pertinentes conocidos. Sin embargo, llega a la conclusión

de que ambas teorías se ajustaban igualmente bien con la experiencia, esto es, de hecho

eran empíricamente equivalentes (cf. MacKinnon, 1989). De aquí que aunque la

adecuación empírica sea ciertamente el criterio más básico y generalizado, difícilmente

resulta un criterio suficiente para elegir entre teorías inconmensurables.

El carácter restrictivo pero no determinante de los criterios de evaluación deja a los

científicos en una situación muy parecida a la descrita en el modelo del razonamiento

práctico, elaborado por Aristóteles para el campo de la ética (aunque cabe decir que en

una situación muy distinta de la representada en el modelo de lo que este filósofo llamaba

"ciencia"). Como observa Bernstein, no es casual que Kuhn utilice el lenguaje del discurso

práctico al examinar las controversias científicas: "Muchos de los rasgos del tipo de

racionalidad que se exhibe en tales debates muestran una afinidad con las características

de la fronesis (del razonamiento práctico) que describe Aristóteles [...] la fronesis es una

forma de razonamiento que se ocupa de la elección e involucra deliberación. Trata con

aquello que es variable y acerca de lo cual puede haber diferentes opiniones (doxa)"

(Bernstein, 1983, p. 54). En el razonamiento práctico existe una amplia mediación entre

los principios generales y las situaciones concretas, por lo cual se hace necesario tomar

decisiones; y no existen reglas que permitan subsumir mecánicamente lo particular en lo

general. Se requiere de una especificación de los principios que gobiernan la acción para

poder aplicarlos a los distintos casos concretos. Esto corresponde puntualmente con la idea

de Kuhn de que los valores compartidos por una comunidad científica son lo

suficientemente flexibles y poco específicos como para requerir de una interpretación y

una cuidadosa ponderación de las alternativas, cuando se elige entre teorías rivales. "Al

igual que Aristóteles, Kuhn insiste en que tal elección es una actividad racional, a pesar de

que las razones a las cuales apelamos no dicten necesariamente una elección unívoca.

Esperar o exigir más precisión que ésta es mal entender el carácter de tal deliberación"

(ibidem).

Se podría establecer otra analogía, esta vez entre los valores epistémicos -como

máximas o principios que guían una elección- y otro componente central de la

investigación científica, las leyes fundamentales de las teorías. A pesar de que estas leyes

tienen un carácter empírico, muchos de sus rasgos (cf . "Naturaleza y función de los

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paradigmas", capítulo II) son analogables a los de los parámetros de evaluación, entre

ellos: su carácter poco específico, la necesidad de ser complementadas con supuestos

adicionales para aplicarse a situaciones concretas, su aplicación no directa ni mecánica, su

función de establecer ciertos lineamientos -en este caso de tipo teórico- dentro de los

cuales se desarrolla la investigación en un campo, y por último su carácter constitutivo, en

el sentido de que su abandono significa nada menos que un cambio de paradigma.

La analogía en este último punto se pone de relieve cuando Kuhn, refiriéndose a los

valores epistémicos, afirma: "concebidos como imperativos que comprometen al científico

a tomar determinado tipo de decisiones, estos [valores] son lo bastante fuertes como para

afectar profundamente el desarrollo científico" (Kuhn, 1970b, p. 239), ya que: "Si los

científicos no se agarrasen a valores como éstos [precisión, consistencia, alcance,

simplicidad, fecundidad, etc.] sus disciplinas se desarrollarían en forma muy diferente"

(ibid., pp. 261-262). Y estableciendo una curiosa analogía con lo ocurrido en ciertos

periodos de la actividad artística, dice Kuhn: "No todos los hombres pintaron de la misma

manera en los periodos en que la representación era un valor primario, pero el patrón de

desarrollo de las artes plásticas cambió drásticamente cuando ese valor fue abandonado.

Imagínese lo que ocurriría en las ciencias si la consistencia dejara de ser un valor básico"

(Kuhn, 1969, p. 186; p. 285).

Todas estas analogías muestran algo que casi resulta trivial: los principios

generales, aun cuando sean totalmente compartidos, no garantizan por sí solos

aplicaciones uniformes o resultados únicos. Pero además muestran que en la pobreza de

detalle de los principios generales está su utilidad, pues sin dejar de ser una guía para la

acción y sin dejar de establecer ciertos límites permiten la variedad, de la que depende la

evolución de las distintas actividades humanas. Este hecho, bien reconocido cuando se tra-

ta de principios éticos o estéticos, se ha topado sin embargo con fuerte resistencia dentro

del análisis de la actividad científica, sobre todo en el nivel de los parámetros epistémicos

de evaluación (aunque tampoco ha resultado evidente en el nivel de las leyes o principios

teóricos). Esto revela la fuerza que ha tenido -desde Aristóteles- el supuesto de que en la

ciencia opera una racionalidad estricta, donde no tiene cabida la diferencia de opiniones, y

también permite explicar el hecho de que en las metodologías clásicas se haya pasado por

alto la función vital que cumple la variabilidad individual.

CONSENSOS RACIONALES

La importancia que Kuhn otorga a la variedad y divergencia de juicios tiene su

contraparte necesaria en la importancia que concede a la búsqueda de consenso. Es claro

que los desacuerdos no serían un motor tan poderoso del desarrollo científico si el ideal de

consenso no tuviera un peso equivalente. Los debates entre especialistas -a veces muy

prolongados- resultarían incomprensibles si en la ciencia no se persiguiera con tenacidad el

acuerdo. Desde esta perspectiva, el modelo de Kuhn para las transiciones revolucionarias

se podría considerar como una propuesta para explicar cómo opera, en las comunidades

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científicas, el ideal regulativo de alcanzar un consenso racional una vez que prevalece la

situación de desacuerdo.

La tesis básica de que "no hay un algoritmo neutral para la elección de teorías" se

complementa con la postulación de una estrategia de "persuasión", para dar cuenta de

cómo se forman nuevos consensos en las comunidades divididas. Ante una propuesta

alterativa que polariza a una comunidad, lo común es que se genere una serie de

argumentos y contraargumentos que persiguen convencer al oponente de que el propio

punto de vista es superior. Esto es, se inicia un proceso dialógico donde se esgrimen

argumentos de plausibilidad. Kuhn se refiere a la persuasión como "la manera en que un

conjunto particular de valores compartidos interactúa con las experiencias compartidas por

una comunidad de especialistas para asegurar que, a fin de cuentas, la mayoría de sus

miembros encuentre decisivo un conjunto de argumentos por encima de otro" (Kuhn,

1969, p. 200; p. 305).

La estrategia de persuasión se pone en marcha desde que se perfila el enfoque

teórico rival. Primero se debe lograr que quienes todavía no comprenden el enfoque

alternativo se percaten de las ventajas que éste reporta, de los resultados que permite

obtener. Esto persuadirá por lo menos a algunos de que vale la pena indagar cómo se

logran esos resultados, de que vale la pena aprender cómo se concibe y manipula el

dominio de investigación desde el otro punto de vista. Sin embargo, esta comprensión no

garantiza la adopción del enfoque rival, pues dichos científicos todavía pueden tratar de

obtener resultados equivalentes con su propia teoría. De este modo, en función de los

elementos de juicio que presente cada grupo se va definiendo la situación, esto es, se va

concentrando el peso de las razones en una de las alternativas, hasta que se conforma un

nuevo consenso. "De cualquier manera, los contraargumentos siempre son posibles y no

hay reglas que prescriban cómo debe cerrarse el balance. No obstante, a medida que los

argumentos se apilan uno sobre otro y se enfrenta exitosamente un reto tras otro, sólo

una ciega obstinación podría explicar al final una resistencia continuada" (ibid., p. 204; p.

310).

Hay que señalar que en la "Posdata-1969" Kuhn suponía que la persuasión se apoya

en la traducción como recurso básico (cf. pp. 202-204 y 307-312). Kuhn le otorgaba este

papel a la traducción -que más tarde restringe- movido por la importancia que de hecho

tiene la semántica compartida: por un lado, el lenguaje común permite acotar el léxico que

es fuente de problemas en la comunicación intergrupal, y por otro, permite transmitir los

resultados que cada grupo obtiene, aunque cada grupo no pueda explicar en sus propios

términos dichos resultados. Sin embargo, a pesar de conceder a la traducción el papel de

herramienta básica en la formación de nuevos consensos, Kuhn afirmaba que el hecho de

"aprender a traducir" no basta para que alguien logre "interiorizar" la concepción

alternativa, para que sea capaz de "sentirse como en casa" en el mundo que esa

concepción contribuye a conformar. Con esto Kuhn apuntaba ya a la necesidad de un

proceso de aprendizaje donde se logra una comprensión que no se puede alcanzar por la

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vía de la traducción.

También hay que subrayar, pero ahora a la luz de sus últimos trabajos

(especialmente Kuhn, 1991; y 1993b), que las transiciones revolucionarias no siempre

desembocan en un acuerdo que reagrupa a la comunidad dividida, donde se sustituye el

enfoque teórico anterior. Como vimos, estas transiciones también pueden desembocar en

el surgimiento de nuevas especialidades científicas, donde la comunidad profesional resulta

fragmentada. Pero el cambio por especialización exhibe básicamente los mismos rasgos

que el cambio por sustitución: ambos tienen como origen el conflicto entre estructuras

taxonómicas rivales, ambos están precedidos por un debate comunitario, y en ambos la

estrategia de persuasión conduce a consolidar nuevos acuerdos (con la salvedad de que en

el primero se trata de acuerdos que unifican a los grupos que emprenden el desarrollo de

las nuevas especialidades). Por tanto, se mantiene la idea central de que las

transformaciones revolucionarias, sean por proliferación o por sustitución de estructuras

taxonómicas, son cambios que resultan de la confrontación de teorías inconmensurables,

de estructuras conceptuales que recortan el mundo de investigación de manera diferente.

Como habíamos dicho, el desacuerdo del que arranca este tipo de transiciones

plantea la necesidad de una deliberación, de una forma de razonamiento que opera

cuando hay que tomar decisiones en casos en que el margen de incertidumbre es conside-

rable. Pero este hecho pone de relieve que el ejercicio de la racionalidad científica supone

una habilidad para emitir juicios en situaciones donde justo no hay procedimientos

canónicos. Dicha habilidad -cuya adquisición exige entrenamiento y competencia en un

campo específico- involucra una labor de ponderación de los argumentos que generan

otros especialistas en el proceso de elección, labor que evidentemente supone la capacidad

de los sujetos para revisar sus propios juicios, y en consecuencia modificarlos o reforzarlos,

hasta que finalmente se conforman nuevos consensos.

Los juicios de valor que trascienden en la ciencia son aquellos que al lograr algún

acuerdo significativo dan lugar a tradiciones de investigación, tradiciones que van trazando

las líneas del árbol evolutivo de las disciplinas científicas. Las propuestas que en su

momento no logran convencer a otros especialistas se quedan sin efectos en la práctica,

por más que desde un punto de vista posterior se consideren acertadas. De esta manera,

los juicios o decisiones que finalmente cuentan son resultado, por una parte, de una serie

de argumentos que buscan convencer (de una estrategia de persuasión), y por otra, de

una compleja y siempre falible ponderación de dichos argumentos (de una actividad de

deliberación). Pero este hecho, lejos de mostrar que las decisiones que prevalecen en la

ciencia son epistémicamente sospechosas, revela más bien el amplio alcance de la

racionalidad, de la habilidad para pensar y razonar más allá del rango de lo que es

capturable en algoritmos. De aquí que Kuhn sustituya el modelo de reglas por un modelo

de razones, y abandone las razones concluyentes en favor de las modestas buenas

razones.

Este modelo de elección de teorías permite dar cuenta del carácter a la vez falible y

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racional de los juicios científicos, sin apelar a ningún elemento que trascienda la situación

epistémica de las comunidades donde tiene lugar una evaluación. En este respecto resulta

iluminador destacar los paralelismos entre la idea de racionalidad que introduce Kuhn en el

ámbito de la ciencia y la idea de racionalidad implicada por la facultad de juzgar, la cual se

desarrolla en la tercera Crítica de Kant. Cito extensamente las palabras de un experto en

Kant, Fernando Salmerón, quien condensa el núcleo de esta concepción:

la facultad de juzgar es una manera ampliada de pensar, que se apoya en

la posibilidad de llegar a un acuerdo con los otros, con lo cual logra una forma de

validez específica. Tan específica, según Kant, que nunca puede ser la validez

universal para todos los sujetos racionales posibles. La raíz de este proceso de

pensamiento no se asienta en el diálogo interior de la racionalidad estricta, sino

en los hábitos del sentido común que revelan la naturaleza del mundo sólo en la

medida en que se trata de un mundo común; y los juicios tienen validez

solamente para los individuos concretos que comparten ese mundo y lo juzgan.

Es la naturaleza pública del mundo lo que obliga al diálogo con los otros, en el

ejercicio de la facultad de juzgar; y la posibilidad del acuerdo es lo que funda la

validez específica del juicio. La sana lógica reclama, para su validez, la coherencia

con uno mismo en el seno de la propia conciencia; de igual manera, el juicio

exige, para ser válido, la presencia del otro, la discusión con él, la persuasión y la

búsqueda del acuerdo [...]. Todo lo cual tiene que contar, como presupuesto

necesario, con la pluralidad del juicio, en oposición a la unidad del razonamiento

lógico, que insiste en la verdad demostrable (Salmerón, 1993, pp. 139-140).

Claramente, esta serie de rasgos propios de una racionalidad no estricta coincide

punto por punto con los de la racionalidad que, de acuerdo con Kuhn, opera en los

procesos de elección que conducen al cambio en las disciplinas científicas. Sólo faltaría

examinar el papel que cumple la idea de "mundo común" o "mundo compartido" en el

desarrollo del conocimiento, lo cual remite al problema de si podemos aceptar el carácter

relativo y comunitario de la racionalidad científica, y seguir afirmando que la ciencia

"alcanza" una realidad independiente (cuestiones que abordaremos en el capítulo VII).

Por otra parte, el hablar de "persuasión" -recurso que desató airadas reacciones- no

sólo permite destacar que la racionalidad científica está lejos de ser una cuestión de

prueba o demostración; también permite contraponerla a ciertas formas epistémicamente

ilegítimas de lograr un consenso. Veamos este segundo contraste. En sus últimas

publicaciones, Kuhn reconoce que aludir a "la decisión de una comunidad" es cometer un

error de tipo categorial. Dicha expresión tomada literalmente resulta un sinsentido, puesto

que "un grupo no tiene una mente [...] no elige ni toma decisiones" (Kuhn, 1993b, p. 328).

Por tanto, "la decisión de una comunidad" no puede significar otra cosa que una decisión

más o menos uniforme de los sujetos que conforman un grupo, si bien incluye una

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connotación que limita su referencia a aquellas decisiones que los sujetos toman como

resultado de un intercambio colectivo de opiniones. Por tanto, se podría decir que, en

efecto, Kuhn defiende un modelo consensual de la racionalidad científica.

Pero de esto no se sigue que cualquier consenso sea racional, ni que el puro

consenso acerca de una creencia baste para considerarla como conocimiento. Kuhn

deslinda claramente su posición de "los excesos de movimientos posmodernistas como el

programa fuerte", donde la aceptación y el cambio de creencias se pretenden explicar con

base en un modelo causal que sólo apela a factores de tipo social, sin incluir ninguna

consideración epistémica sobre la justificación o el valor de verdad que se les atribuye a las

creencias en una comunidad (véase, por ejemplo, Barnes y Bloor, 1982). Además, cabe

aclarar que un análisis del conocimiento que se ocupe de las condiciones sociales --del

entorno amplio- donde éste se produce y reproduce, no tiene que reducirse al análisis de

la determinación causal de las creencias. Incluso algunos autores consideran que una

sociología del conocimiento necesita integrarse con una teoría epistemológica, para poder

dar cuenta de la dimensión social de los sistemas de creencias (un programa de

investigación en esta dirección, así como una crítica al "programa fuerte", se desarrolla en

Olivé, 1988).

Según Kuhn, el acuerdo al que puede aspirar una comunidad científica es un

acuerdo entre expertos, entre "mentes preparadas de un modo particular", cuyo juicio en

una materia se basa en el dominio de los criterios, los procedimientos y la información per-

tinentes. Pero esto impone fuertes restricciones a los consensos de hecho. La racionalidad

nada tiene que ver con consensos manipulados a través del engaño, impuestos por la

fuerza, o que son simple resultado de una moda. Es decir, consensos donde los agentes no

podrían ofrecer alguna justificación epistémica de las creencias o decisiones que

prevalecen. El lamentable episodio protagonizado por Lisenko ofrece un claro ejemplo de

consenso no racional (cf. Kuhn, 1970b, p. 263). Ningún hecho o proceso de la vida cien-

tífica podría aspirar a la etiqueta de 'racional' si fuera explicable sólo por mecanismos de

tipo social o psicológico (ejercicios de poder, contagios colectivos, manipulaciones

ideológicas, etcétera).

Sin embargo, si bien no disponemos de ninguna evaluación más competente ni más

confiable que aquella en la que llegan a coincidir los sujetos al ejercer su calidad de

expertos, dicha evaluación no garantiza que la teoría elegida sea verdadera o esté más

cerca de la verdad que sus rivales. Y se podría decir que esto es así tanto si se concibe la

verdad como correspondencia con la realidad independiente (verdad en sentido

metafísico), o como aceptabilidad en condiciones ideales de justificación (como una verdad

puramente epistémica). En el enfoque de Kuhn, la racionalidad de los procesos de

evaluación es independiente de cualquier noción absoluta de verdad, sea metafísica o

epistémica, y tampoco requiere de ningún otro fundamento absoluto (en "Kuhn frente al

problema de la verdad", capítulo VII, se examina la relación entre el concepto de verdad y

la racionalidad de la evaluación de teorías). El hecho metodológicamente importante es

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que los juicios que reúnen un consenso calificado, a pesar de ser claramente revocables,

han demostrado su eficacia para el progreso científico, es decir, para incrementar la

capacidad de resolución de problemas.

El papel que según los filósofos clásicos sólo podía cumplir alguna clase de

fundamentos últimos, algún sistema fijo de referencia, lo cumple en la práctica una base

meramente provisional. El hecho de que toda evaluación comparativa de teorías se apoye

en una plataforma históricamente situada, cuyos componentes pueden estar en tela de

  juicio en un tiempo posterior, es del todo inofensivo para la racionalidad del resultado.

Dicha plataforma tiene una estabilidad relativa al estar conformada por aquello que

comparten quienes tienen que elegir entre teorías inconmensurables. En este proceso no

sólo se comparte un conjunto de valores epistémicos, pues siempre subsiste un cuerpo de

creencias y de prácticas que no están en duda en el contexto del debate. Esta base

compartida hace posible que la elección sea un asunto genuinamente argumentable o

discutible, y un auténtico ejercicio de deliberación. Los argumentos de persuasión no

podrían comenzar a operar si en las transiciones revolucionarias no estuvieran presentes

elementos de continuidad de diverso tipo. En el caso de transición que examinamos a

continuación, que refiere la controversia entre Galileo y sus contemporáneos inmersos en

la tradición aristotélica, se pone especial cuidado en destacar tanto las profundas

diferencias que acarrea la inconmensurabilidad como los diversos elementos de

continuidad presentes en ese episodio.

Por lo que toca a los valores epistémicos -el común denominador más extendido

entre los científicos naturales- es importante insistir en que éstos han sufrido una

evolución como resultado de la dinámica interna de las distintas disciplinas. La lista de

valores compartidos por los científicos naturales no ha sido siempre la misma. Algunos

estándares evaluativos han ido perdiendo terreno de jurisdicción, mientras otros,

incorporados en periodos relativamente tardíos del desarrollo científico, lo han ido

ganando. El análisis histórico de un valor como la precisión (concordancia numérica o

cuantitativa), que actualmente ocupa un lugar central en muchas áreas de investigación,

muestra que antes del siglo XVII este valor sólo regía en la astronomía, siglo en el que se

extiende a la mecánica; a finales del XVIII y principios del XIX se adopta en la química y

otros campos como el de la electricidad y el calor; y en el presente siglo se incorpora en

diversas ramas de la biología (cf. Kuhn, 1977a, p. 335). Por otra parte, en la historia de las

ciencias naturales también se observa el fenómeno inverso, como ha sucedido con el valor

del alcance o generalidad. Como muestra Dudley Shapere, antes de los siglos XVII y XVIII

dominaba la búsqueda de teorías o explicaciones abarcantes y totalizadoras, del estilo de

las que se daban -y todavía se intentan dar- en el terreno de la filosofía. Sin embargo,

poco a poco se fue imponiendo el enfoque que se dirige a problemas cada vez más

específicos, donde se cubren dominios de investigación cada vez más restringidos, que es

precisamente el enfoque metodológico que subyace en los procesos de especialización del

conocimiento (procesos que, como vimos, cobran una importancia central en los últimos

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trabajos de Kuhn).

Esta transformación en lo que se juzga como virtudes de una buena teoría podría

explicarse, al menos en parte, por el objetivo instrumental de la actividad científica. Los

valores se van arraigando o debilitando en función del desempeño de las teorías elegidas

con base en ellos, es decir, qué tan eficaces resultan en la resolución de problemas. Pero

aunque el caso de los valores se ajusta cabalmente al viejo dictum "por sus frutos los

conoceréis", el mayor o menor éxito de las teorías seleccionadas sobre la base de distintos

valores no asegura, sin embargo, su permanencia o extinción de manera definitiva. La

extendida impresión de que existen valores autónomos como atributos permanentes de la

ciencia, cuya lista es la misma en todas las disciplinas, quizá obedezca a que el ritmo con

que evolucionan es sumamente lento --casi imperceptible- comparado con la frecuencia

con que cambian las teorías y otros componentes de la investigación, como las técnicas y

procedimientos experimentales. Pero aunque a la larga el mismo desarrollo científico

pueda conducir a modificar el conjunto de valores epistémicos que lo sustentan -lo cual

muestra su carácter dependiente o no autónomo-, el hecho es que en las situaciones de

desacuerdo estos valores funcionan como parámetros estables que orientan las decisiones.

La importancia de los elementos de continuidad en los periodos de cambio

revolucionario -que no sólo incluyen valores compartidos- radica en que dichos elementos

eliminan la necesidad de contar con algún sistema fijo de referencia como ingrediente

básico de un modelo de desarrollo. La reconstrucción de la evolución de una disciplina, que

intente hacer inteligibles las transformaciones que en ella ocurren, sólo necesita detectar

los elementos que en cada transición comparten los marcos de investigación sucesivos, es

decir, los elementos que sirven de puente o eslabón en el paso de un marco al siguiente.

De esta manera se puede reconstruir el desarrollo de una disciplina, rastreando su

identidad a través de sus diversos cambios, sin tener que suponer de entrada algún núcleo

que permanezca idéntico desde el origen. Y todavía menos se requiere de un núcleo fijo -

se trate de valores, creencias o prácticas- que compartan todos los marcos de inves-

tigación en cualquier etapa del desarrollo de las diversas disciplinas. Cabe la posibilidad de

que en una misma disciplina, al tomar dos marcos suficientemente distantes en el tiempo o

en la línea evolutiva, nos encontremos con que no tienen elementos sustantivos comunes.

Pero notemos que esta forma de abordar el análisis del desarrollo científico, la cual se

opone a los enfoques esencialistas, permite dar cuenta del hecho de que la misma noción

de "ciencia", lo que se entiende por esta actividad, también se ha transformado desde sus

orígenes. Aquello que ahora se considera como "atributos permanentes de la ciencia" es

algo con lo que no nos podemos comprometer en lo futuro, aunque de hecho nos permita

distinguir esta actividad de otras parcelas de nuestra cultura y corresponda a la noción que

actualmente tenemos acerca de esta empresa (hacia el final de "El cuestionamiento del

dualismo metodológico", capítulo VI, se analiza el problema de la demarcación).

 A la luz del modelo de Kuhn, el análisis del desarrollo científico muestra que además

de las transformaciones profundas en los contenidos de la ciencia, en las teorías sobre el

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mundo, también cambian las formas en que se conduce la investigación y se evalúan sus

resultados. Pero este cambio en los métodos y valores significa, como lo expresa Shapere,

que también aprendemos a aprender (cf. Shapere, 1984, capítulos 10 y 11). Así como

nadie diría que tenemos un conocimiento a priori -universal y necesario del mundo de la

experiencia, tampoco se puede afirmar que sabemos de antemano, con independencia de

nuestras prácticas y sus resultados, cuáles son los mejores medios para aprender a

conocer el mundo. Pero si esto es así, la conclusión inescapable es que la racionalidad

humana también evoluciona históricamente.

Resumiendo, en la reconstrucción aquí presentada del proceso de elección de

teorías y formación de nuevos consensos, desde una perspectiva kuhniana, se destacan los

siguientes rasgos de la racionalidad que opera en la ciencia: su carácter no algorítmico ni

instantáneo; su afinidad con el razonamiento práctico y la facultad de juzgar; su

dependencia del juicio calificado; su independencia con respecto a cualquier noción

absoluta de verdad y cualquier otro tipo de fundamentos últimos; su relación con la noción

de progreso, la cual destaca el objetivo de incrementar nuestra capacidad en la resolución

de problemas; y por último, su carácter evolutivo en cuanto capacidad humana de

aprender, el cual implica la dependencia de los estándares de evaluación respecto de la

misma dinámica del proceso de investigación, es decir, respecto del cambio de teorías y de

prácticas en las diversas disciplinas (la "naturalización" que esta dependencia introduce en

el análisis filosófico de la ciencia se examina en "La naturalización de la filosofía de la

ciencia", capítulo VI).

No debe sorprendernos entonces que no dispongamos de cánones autónomos de

racionalidad, dados de una vez y para siempre, que controlen la falibilidad y la diversidad

de los juicios humanos, sobre todo cuando es posible explicar el poder cognitivo

desarrollado por la ciencia sin suponer la existencia de tales cánones. El modelo de Kuhn,

como intento pionero en esta dirección, desencadenó la construcción de una serie de

modelos alternativos del cambio científico, los cuales han aportado nuevos elementos a la

discusión filosófica sobre la racionalidad. Entre los más destacados están los modelos

propuestos por Paul Feyerabend, Imre Lakatos, Larry Laudan, Wolfgang Stegmüller,

Dudley Shapere y Philip Kitcher (en el último capítulo presentamos las principales tesis de

estos modelos alternativos).

UN CASO DE TRANSICIÓN REVOLUCIONARIA

El debate que examinaremos entre Galileo y sus contemporáneos aristotélicos

constituye sólo un episodio -aunque central- de una transición revolucionaria que llevó casi

un siglo y medio en completarse. La revolución copernicana -donde se inserta este debate-

representa uno de los cambios en la concepción del mundo de mayor trascendencia y

alcance en la historia de la ciencia. Si bien su núcleo residía en una transformación de la

astronomía, también implicó cambios conceptuales de fondo en la cosmología, la física, la

filosofía, e incluso en la religión. Como afirma Kuhn, refiriéndose a la obra con que culmina

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el trabajo de Copérnico (publicada en 1543): "Aunque su De Revolutionibus consiste prin-

cipalmente de fórmulas matemáticas, tablas y diagramas, sólo podía ser asimilada por

hombres capaces de crear una nueva física, una nueva concepción del espacio, y una

nueva idea de la relación del hombre con Dios" (Kuhn, 1957, p. viii). De aquí que los

trabajos de Kepler y Galileo, aunque hayan contribuido de manera decisiva a la sustitución

de los viejos esquemas conceptuales y a la extinción del supuesto de una Tierra inmóvil,

sin embargo no hayan bastado para poner fin a la oposición al copernicanismo. Se puede

decir que no es sino hacia finales del siglo XVII cuando las aportaciones de estos científicos

logran una aceptación general entre los astrónomos y físicos de Europa (cf. ibid., capítulo

 VI).

Galileo (1564-1642) se incorpora al debate sobre el copernicanismo unos 60 años

después de la publicación de De Revolutionibus, y permanece como una figura central por

casi treinta años. La polémica entre éste y los científicos naturales inmersos en el pa-

radigma aristotélico ilustra con claridad las divergencias sobre cuestiones fundamentales,

tanto de contenido como de método, presentes en esta transición revolucionaria. De aquí 

que resulte un buen ejemplo para apoyar las tesis que hemos venido elucidando sobre la

naturaleza del proceso que arranca de profundos desacuerdos y desemboca en nuevos

consensos. En el análisis de este debate haremos especial hincapié en los siguientes

aspectos: la divergencia en ciertas categorías básicas, la cual contrapone estructuras

conceptuales no homologables pero con traslapes considerables; el desacuerdo sobre

principios teóricos fundamentales, el cual se da contra el trasfondo de un amplio cuerpo de

creencias compartidas; el acuerdo sobre un conjunto de criterios de evaluación, que sin

embargo se aplican y jerarquizan de maneras diversas; finalmente, la discrepancia sobre lo

que cuenta como observación, que coexiste con la utilización común de una serie de

observaciones no controvertidas. En esta tarea nos apoyaremos en la reconstrucción

histórica y conceptual que hace Harold Brown (1988, pp. 210-220) de este famoso debate.

Comencemos con el aspecto que, de acuerdo con Kuhn, es el rasgo distintivo de

toda revolución científica: el cambio en categorías taxonómicas muy básicas, que

determinan el enfoque teórico hasta entonces vigente. El principal problema que

enfrentaba Galileo para defender una astronomía copernicana era que la idea de una

Tierra en movimiento resultaba incompatible con la única teoría física existente. De aquí 

que haya asumido el desafío de construir una nueva física. La concepción medieval del

mundo físico planteaba serias objeciones, tanto teóricas como observacionales, a un

sistema heliocéntrico. Copérnico aceptaba que todos los movimientos de los cuerpos

celestes eran circulares, pero al poner a la Tierra en los cielos trastocaba la imagen

aristotélica del universo físico: borraba la distinción entre el ámbito celeste y el terrestre, y

alteraba por completo los "lugares naturales" de los elementos de este último dominio.

Esto generaba un amplio repertorio de dificultades, como por ejemplo: si la caída de los

cuerpos pesados es un movimiento hacia el centro del universo, y la Tierra ya no está en el

centro sino moviéndose rápidamente alrededor del Sol, una flecha disparada lo

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suficientemente lejos hacia arriba podría perder su punto de retorno. Copérnico no ofreció

ninguna explicación alternativa del universo físico, y Galileo emprendió esta tarea en su

Diálogo sobre los dos grandes sistemas del mundo, ptolomeico y copernicano, publicado

en 1632.

En primer lugar, se percató de que la división del mundo físico en dos ámbitos

ajenos tenía que ser abandonada, pero esto requería que hubiera sólo una clase de

movimiento natural. Galileo postuló entonces que todo movimiento natural -el movimiento

donde no interviene ninguna fuerza- era de tipo circular (con lo cual mantenía la

concepción tradicional sobre el movimiento de los cuerpos celestes, a pesar de que tuvo

conocimiento de los argumentos de Kepler contra el movimiento circular de los planetas).

El supuesto de que todo movimiento natural es circular eliminaba uno de los problemas a

que se enfrentaba Copérnico, pues ya no era necesario explicar qué es lo que mantiene a

la Tierra en movimiento.

De acuerdo con Galileo, la Tierra tiene dos movimientos circulares naturales: un

movimiento diario de rotación sobre su eje, y un movimiento anual alrededor del Sol.

También sostenía que estos movimientos eran propios de todos los objetos terrestres, lo

cual le permitía dar una respuesta a varias de las objeciones contra el movimiento de la

Tierra. Los aristotélicos argumentaban que si la Tierra estuviera rotando de oeste a este,

una piedra que se deja caer desde lo alto de una torre no caería al pie de ella; y como esto

es lo que de hecho sucede, se tiene una refutación observacional del movimiento de

rotación. Según Galileo, este argumento falla al no considerar que la piedra misma es un

objeto terrestre, y por tanto comparte el movimiento natural de la Tierra; la piedra en

caída tendría un movimiento vertical hacia el centro de la Tierra, y un movimiento circular

  junto con ésta. Así, la concepción copernicana, adecuadamente desarrollada, estaría en

conformidad con los hechos que todos observamos.

Por otra parte, Galileo también formuló la ley cuantitativa de que todos los cuerpos

caen con la misma aceleración constante, de la cual sacó dos consecuencias: que la

velocidad de un cuerpo en caída se incrementa proporcionalmente con el tiempo, y que la

distancia recorrida se incrementa tanto como el tiempo a la segunda potencia. Estas

formulaciones decisivas fueron resultado de un estudio experimental de cuerpos en caída

en condiciones un tanto artificiales (Galileo midió la aceleración haciendo rodar bolas de

acero por canales inclinados, utilizando materiales que minimizaran lo más posible la

fricción con el fin de simular la situación de caída libre). En su Diálogo concerniente a dos

nuevas ciencias, publicado en 1638 en Leyden, Galileo recapitula los resultados de sus

primeros experimentos, así como su concepción más madura sobre los principios de la

mecánica.

El trabajo de Galileo pone de manifiesto su profunda convicción de que tanto las

matemáticas como la experimentación son las herramientas adecuadas para el estudio de

la naturaleza, convicción que chocaba de lleno con el marco metodológico de sus ad-

versarios aristotélicos. Por una parte, éstos negaban que las matemáticas debieran tener

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un papel central en la ciencia natural; si bien los astrónomos ptolomeicos consideraban

que las matemáticas eran una herramienta útil para calcular las posiciones de los planetas,

el hecho de que las predicciones resultantes fueran exitosas no nos decía nada acerca de

la naturaleza de los objetos físicos a los cuales se aplicaban. Se seguía pensando que la

naturaleza de los objetos del ámbito celeste estaba plasmada en la concepción de

  Aristóteles de los cielos. Por otra parte, si bien los científicos aristotélicos realizaban

cuidadosas observaciones del mundo natural, esta tarea no incluía el tipo de intervención o

manipulación involucrado en la experimentación. Pensaban que dicha intervención

conducía a una distorsión de las propiedades de los objetos estudiados, en lugar de

revelarlas. De esta manera, la metodología de Galileo fue considerada fundamentalmente

inadecuada.

En cuanto a los objetivos epistémicos, dado que Galileo no concebía la caída de los

cuerpos como causada por una fuerza gravitacional, llega a decir que el intento de

descubrir la causa de la caída no es una meta apropiada de la ciencia física. Lo cual marca

otra ruptura con la metodología tradicional, donde la búsqueda de causas se consideraba

constitutiva de la investigación científica. Sin embargo, frente al problema de por qué un

cuerpo en caída -que está buscando el centro del universo- tendría que regresar a la

Tierra, Galileo intenta dar una respuesta en la línea apuntada por Copérnico, sugiriendo

que al tomar como lugar natural de los cuerpos terrestres a la Tierra misma, y no al centro

del universo, se desplaza la definición de "lugar natural". Así, se sigue sosteniendo que un

cuerpo cae porque se mueve hacia su lugar natural, sólo que al hacerlo busca a la Tierra y

no un punto abstracto en el espacio. Pero notemos que con esta estrategia se está

modificando un concepto muy atrincherado en la tradición, cosa que Galileo también hace

con las categorías ontológicas de las sustancias elementales (tierra, agua, aire y fuego) de

las que, supuestamente, se conformaban los objetos terrestres (cf. Brown, 1988, pp. 214-

215).

Por último, pero no menos importante que sus contribuciones a la mecánica, está el

trabajo de Galileo con el telescopio. Las observaciones que éste realizó se toparon con una

fuerte oposición (incluso más radical que la que encontró la hipótesis de Kepler de las

órbitas elípticas). Con el advenimiento del telescopio, el copernicanismo dejó de ser

esotérico, esto es, dejó de ser objeto de estudio exclusivo para astrónomos con una

sofisticada preparación matemática, con lo cual se volvió más amenazante para el

paradigma oficial. Los nuevos fenómenos observados con el telescopio (como las fases de

  Venus) pusieron en marcha la maquinaria eclesiástica de la oposición católica al

copernicanismo. Después de que Galileo anunciara sus observaciones -en 1610 el

copernicanismo ya no podía ser relegado a mero dispositivo matemático, útil pero sin

ninguna significación o contenido físico. Ni el más optimista de sus oponentes podía

esperar que el lunático concepto del movimiento de la Tierra cayera, tarde o temprano,

por su propio peso (cf. Kuhn, 1957, pp. 225-226).

La oposición tomó varias formas. Algunos se negaron incluso a mirar por el

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telescopio alegando que si Dios hubiera querido que el hombre usara semejante artilugio

para adquirir conocimiento lo habría dotado con ojos telescópicos. Otros reconocieron los

nuevos fenómenos, pero sostuvieron que los objetos no estaban realmente en el cielo sino

que eran apariciones causadas por el mismo instrumento. Y finalmente, un considerable

grupo de adversarios de Galileo -entre ellos Bellarmine- aceptaban que los fenómenos en

efecto estaban en el cielo, pero negaban que éstos probaran las tesis de Galileo. Esta

oposición a los resultados de la observación telescópica reflejaba una oposición más

profunda al copernicanismo durante el siglo XVIl, derivada de "una resistencia a consentir

en la destrucción de una cosmología que por siglos había sido la base de la vida cotidiana,

tanto práctica como espiritual" (ibid., p. 226).

La serie de profundas diferencias aquí señaladas: de tipo teórico-conceptual (en

categorías ontológicas básicas que estructuran el universo de maneras distintas, así como

en principios teóricos que supuestamente regulan ciertos procesos físicos), de tipo meto-

dológico (en el papel de la causalidad, de la experimentación y de las matemáticas en la

investigación sobre la naturaleza), y de tipo epistemológico (en el peso y confiabilidad que

se les otorga a nuestros sentidos para revelar las propiedades del mundo físico, así como a

instrumentos o medios distintos, y por tanto en aquello que se acepta como observación

legítima), son diferencias que se debaten en un amplio trasfondo de elementos

compartidos, de elementos que constituyen los ejes de continuidad sobre los cuales corre

el proceso de transición. Estos elementos permiten que entre los contendientes pueda

haber un mínimo de entendimiento, el cual es la base necesaria para iniciar el aprendizaje

de una nueva forma de ver y manipular el mundo, y para que puedan tener resonancia los

argumentos de persuasión, las "buenas razones", que se van esgrimiendo y construyendo

en el transcurso del debate, y que finalmente conducen a la formación de un nuevo

consenso.

Entre los elementos de continuidad, en ese periodo existía un considerable acuerdo

sobre observaciones relativamente simples (como sobre el punto de llegada de una piedra

que cae desde lo alto de una torre, o el punto de retorno de una flecha lanzada hacia

arriba). También había acuerdo en que esas observaciones eran relevantes para el debate,

y que una teoría que implicara consecuencias inconsistentes con ellas estaba en serias

dificultades. El acuerdo en cuestiones de tipo lógico también era sustancial. Para Galileo, el

que los aristotélicos infirieran conclusiones falsas a partir de principios copernicanos era un

indicador de que debía haber algún error en su razonamiento; e incluso ambas partes en la

disputa reconocían que había situaciones observables para las cuales las teorías rivales

daban predicciones contrarias (cf. Brown, 1988, p. 217).

Por otra parte, el sistema conceptual alternativo que introduce Galileo con su teoría

física conserva muchos puntos en común con el sistema aristotélico, puntos que servían de

puente para lograr la comprensión del sistema galileano. La afirmación de Galileo de que

todo movimiento natural es circular seguramente era comprensible para los aristotélicos,

aunque les resultara sorprendente o equivocada (comprensión que hubiera requerido de

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un proceso de aprendizaje mucho más arduo si en el sistema galileano se hubiera

rechazado por completo la noción de movimiento natural, o se hubiera negado que los

movimientos planetarios siguen una curva geométrica simple, conclusiones a las que

después llegó Newton). Galileo también aceptaba que muchos rasgos de los objetos físicos

debían explicarse con base en un conjunto de sustancias o elementos básicos, que se

distinguían entre sí por sus propiedades dinámicas, y tomó esos elementos de la lista tradi-

cional; pero introdujo cambios de fondo en las propiedades dinámicas relevantes, e incluso

eliminó el fuego como uno de los elementos de la lista. Como afirma Brown:

Mucho de esto fue rechazado por los aristotélicos, e incluso pudo haberles

impactado como absurdo, pero las concepciones de Galileo estaban presentadas

en un lenguaje que era lo suficientemente inteligible para sus contemporáneos

como para que éstos pudieran ofrecer contraargumentos, a los cuales Galileo

podía responder (ibid., p. 218).

También cabe destacar que este debate se daba en el marco de un conjunto de

criterios de evaluación compartidos. Un valor como la exactitud o precisión, que en

astronomía venía siendo un desiderátum, sin embargo no se interpretaba como revelando

alguna adecuación con el mundo físico. Incluso Galileo no ofreció nuevos argumentos

cuantitativos en favor de la astronomía copernicana. Por otra parte, Galileo también

compartía como criterio de evaluación de toda teoría física la conformidad con las Escritu-

ras, y trató de mostrar que la concepción copernicana no entraba en conflicto con la

verdad revelada. Aunque ciertamente su defensa por esta vía no resultó muy convincente,

sobre todo para aquellos cuyos intereses primarios estaban en otros campos, pues, como

señala Kuhn: "Los ataques [al copernicanismo] habían sido escasamente abatidos hacia

mediados del siglo XVlI. [Y] muchos tratados importantes que insistían en una

interpretación literal de las Escrituras, y en el carácter absurdo del movimiento de la Tierra,

continuaron apareciendo durante las primera décadas del siglo XVIlI" (Kuhn, 1957, pp.

226-227).

Para concluir, hemos examinado un episodio de debate sobre cuestiones

fundamentales, que incluyen algunos de los aspectos más básicos de la estructura del

mundo físico, así como sobre los objetivos mismos de la teoría física. En este episodio, que

forma parte de una de las revoluciones científicas más radicales, hemos destacado que los

desafíos a diversos presupuestos del paradigma aristotélico se dan sobre la base de un

cúmulo de elementos compartidos (problemas, creencias, prácticas, valores) que permiten

la comprensión, la discusión con base en lo que califica como buenas razones, y finalmente

el convencimiento que conduce a nuevos acuerdos. También se observa que, por lo

regular, en los desacuerdos ninguno de los científicos competentes procede de manera

irracional (según los estándares aceptados).

Por otra parte, si bien las divergencias entre los sistemas conceptuales en pugna

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generan problemas inevitables de comunicación, la base conceptual compartida permite

lograr la comprensión, si bien mediante un aprendizaje que en ocasiones resulta arduo y

lento. Cuando los adversarios comprenden la concepción rival, se genera una serie de

argumentos y contraargumentos que estimulan la producción de nuevos elementos de

  juicio. El cambio de paradigma o concepción del mundo es necesariamente un proceso

que, como en este caso, puede tomar décadas para completarse o consolidarse.

En cuanto al cambio en los estándares epistémicos, es claro que, hoy en día,

criterios como el de conformidad con las Sagradas Escrituras prácticamente ha

desaparecido; mientras que un valor como la precisión, que en el debate examinado tenía

poco peso, se ha convertido en uno de los criterios centrales en el campo de la física.

 Además, una consecuencia de gran alcance del uso que hizo Galileo del telescopio fue el

cambio en la noción de lo que cuenta como observación científicamente relevante. Lo cual

muestra cómo los desarrollos en las prácticas de investigación pueden modificar los

criterios de relevancia y evaluación. Por último, aunque la adecuación empírica sea uno de

los criterios más decisivos, tanto entonces como ahora es claro que no basta para poner

fin a los desacuerdos más profundos entre sistemas conceptuales divergentes. Los debates

entre los científicos más competentes en su campo no se pueden resolver por

procedimientos efectivos de decisión. Pero la racionalidad no autónoma ni algorítmica que

opera en la ciencia, con su carácter comunitariamente dependiente, ha sido suficiente para

encontrar formas y métodos de producir sistemas de creencias sobre el mundo cada vez

más eficaces.

 VI. REPERCUSIONES METODOLÓGICAS

LA AMENAZA DEL RELATIVISMO

Kuhn bajo la perspectiva de Laudan

La difundida idea de que el modelo de Kuhn hace de la ciencia una empresa

irracional, tiene como una de sus principales fuentes el relativismo que ciertamente implica

este modelo. Sin embargo, el sentido en que Kuhn es relativista sigue siendo, hasta la

fecha, una cuestión poco clara y ampliamente debatida; incluso el mismo Kuhn reaccionó

defensivamente ante tal catalogación. Una muestra de la confusión reinante es el hecho de

que algunos de los enfoques más radicalmente relativistas, provenientes sobre todo del

campo de la sociología del conocimiento, hayan utilizado tesis centrales de Kuhn como aval

y punto de partida de su posición. Frente a este panorama, se justifica el intento de

precisar los distintos sentidos en que estas tesis implican un relativismo, lo cual nos

permitirá reforzar la idea de que lejos de representar una amenaza para el carácter

racional de la ciencia contribuyen a conformar una noción más adecuada de la racionalidad

que en ésta opera.

De entrada, queda claro que hay un sentido en el que Kuhn no es relativista y otro

en el que sin duda lo es. Kuhn mismo se ocupó de deslindar su posición frente al

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relativismo radical, el cual conduce al subjetivismo, al insistir en la idea de que: "Existen

estándares compartidos y justificables, aunque no necesariamente permanentes, que las

comunidades científicas utilizan en la elección de teorías" (Kuhn, 1988, p. 23, n. 24). Por

otra parte, hay un sentido muy básico y casi trivial en el que Kuhn es relativista -que tam-

bién asoma en esta cita- que es el sentido implicado por su rechazo de fundamentos

últimos, universales y necesarios, del conocimiento científico (aspecto en el que hemos

insistido como constitutivo de su modelo de desarrollo). Sin embargo, dada la generalidad

de este sentido, es necesario desglosar las diversas implicaciones del antifundamentismo

de este autor para determinar la naturaleza y el alcance de su relativismo.

En esta tarea nos resultará de mucha ayuda examinar las críticas de Larry Laudan a

las tesis centrales de Kuhn sobre el cambio científico, ya que dichas críticas se dirigen a los

distintos tipos de relativismo con los que supuestamente Kuhn queda comprometido. Por

otra parte, dado que el ataque de Laudan condensa las principales objeciones de tipo

filosófico que hoy en día se siguen haciendo al modelo de Kuhn, su examen nos dará pie

para recapitular los argumentos que hasta ahora hemos dado en favor de este modelo, y

también para establecer un contraste entre la presente reconstrucción del pensamiento de

Kuhn y una interpretación no sólo alternativa, sino incluso contrapuesta en aspectos

centrales.

Comencemos con la estrategia general que estructura las objeciones de Laudan a

Kuhn, la cual queda trazada en el capítulo introductorio de su libro Beyond Positivism and

Relativism, publicado en 1996. Laudan intenta mostrar que las tesis centrales de la

corriente historicista o pospositivista, encabezada por Kuhn y Feyerabend, lejos de

constituir una reacción contra el positivismo son, en realidad, netamente positivistas (cf .

Laudan, 1996, p. 5). El pospositivismo -al que aquí nos hemos referido como "nueva

filosofía de la ciencia"- vendría a representar, entonces, el último estertor del programa

iniciado por los positivistas o empiristas lógicos; de aquí que, en palabras de Laudan, su

crítica al "relativismo rampante" implicado por las tesis historicistas "tome la forma de un

postmortem".

En este espíritu demoledor, Laudan destaca su primer desacuerdo con Kuhn, el cual

se ubica en el terreno semántico. Ciertamente, como vimos, cuando Kuhn y Feyerabend

entran en escena en los años sesenta, uno de los supuestos filosóficos imperantes era que

la elección entre teorías rivales involucraba necesariamente algún tipo de traducción. La

traducción completa, al menos en el nivel de las consecuencias observacionales de las

teorías, se consideraba como un requisito indispensable de su comparación, y por tanto de

su elección racional. Pero Laudan, en su reconstrucción del pospositivismo, da por hecho

que tanto Kuhn como Feyerabend "aceptaron sin reservas esta curiosa historia acerca de la

comparación de teorías" (ibid., p. 8), y tomando en cuenta el rechazo de estos autores de

la doctrina de un lenguaje de observación neutral -en el que se pudiera efectuar la

traducción requerida por la comparación de teorías- les atribuye la deplorable conclusión

de que "la elección racional entre perspectivas teóricas rivales [es] imposible" (ibid., p. 9).

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Por esta vía, Laudan intenta mostrar que el relativismo al que conducen las tesis

pospositivistas tiene, como uno de sus pilares, el compromiso con un supuesto 100 %

positivista, el supuesto de que la racionalidad científica depende de la posibilidad de

traducción.

 Aquí debemos advertir que aunque Laudan establece una fuerte mancuerna entre

Kuhn y Feyerabend, en el nivel de sus compromisos básicos, en adelante consideraremos

las críticas de Laudan como si estuvieran dirigidas sólo a Kuhn. A nuestro modo de ver, las

marcadas diferencias entre estos autores limitan considerablemente el intento de tomarlos

como un blanco común de crítica, diferencias que, por lo demás, permitirían explicar que el

análisis que hace Laudan del pospositivismo resulte tan certero en el caso de Feyerabend,

pero no en la misma medida en el caso de Kuhn (la breve reseña que hacemos del modelo

de Feyerabend para el cambio científico, en el último capítulo, permite detectar algunos de

sus desacuerdos básicos con las tesis de Kuhn).

En la crítica recién referida, subyace la interpretación que tiene Laudan de la

inconmensurabilidad. Según Laudan, esta tesis describe "la supuesta incapacidad de los

defensores de cosmologías y ontologías rivales para comprenderse entre sí" (ibidem;

cursivas añadidas). Sin embargo, en su opinión, Kuhn "no presentó ninguna evidencia de

que los científicos naturales que se encuentran en bandos teóricos opuestos fracasaran

sistemáticamente en comprenderse" (ibidem). Y en esta misma línea, Laudan retoma el

argumento utilizado por Davidson, Kitcher y Putnam, que considera que los trabajos del

propio Kuhn en historia de la ciencia "desmienten la afirmación de que un esquema

conceptual nunca podría ser inteligible para aquellos que sostienen un esquema diferente;

pues qué es escribir historia de la ciencia [...] si no se supone que marcos conceptuales

diferentes de los nuestros pueden, sin embargo, ser inteligibles para nosotros" (ibidem;

cursivas añadidas).

Sin duda, si la inconmensurabilidad implicara incapacidad de comprensión, Laudan

tendría razón en afirmar que el pospositivismo de Kuhn no es más que un "fracaso

intelectual". En ese caso, la comunicación entre científicos de bandos opuestos y la

comparación que de hecho establecen entre teorías rivales serían casualidades

sorprendentes o incluso milagrosas. Además, si la inconmensurabilidad fuera tan radical

como Laudan parece suponer, en efecto sería imposible establecer la pérdida de contenido

empírico en el paso de una teoría a otra, es decir, no se podrían identificar problemas que

dejan de tener una solución en la teoría sucesora. En consecuencia, una de las principales

aportaciones de Kuhn, como fue mostrar el carácter no acumulativo del desarrollo

científico, se vería seriamente amenazada por la idea misma de inconmensurabilidad.

Sin embargo, estas supuestas incongruencias se diluyen cuando se reconoce que las

intuiciones iniciales sobre la inconmensurabilidad, en su proceso de depuración,

condujeron -entre otras cosas- a transformar la noción de racionalidad. La inconmensu-

rabilidad, que en efecto es una tesis semántica con implicaciones ontológicas, resultó ser la

principal herramienta en la desarticulación del enfoque metodológico que dominó por casi

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cinco décadas. Esta tesis fungió como el delator del supuesto que también denuncia

Laudan, arraigado no sólo en el positivismo sino también en el popperianismo, el supuesto

de que toda comparación de teorías, y por tanto toda evaluación racional, supone la

posibilidad de traducción. Contra lo que piensa Laudan cuando afirma que, en el

pospositivismo, "lo que sobrevivió al abandono de la doctrina del lenguaje de observación

teóricamente neutral fue la idea de que la traducción completa entre teorías era un sine

qua non de la racionalidad científica" (ibid., p. 8), y en consecuencia la certificación de la

irracionalidad, nosotros diríamos que lo que subsistió, al menos en el caso de Kuhn, fue

más bien la idea opuesta: la evaluación racional no requiere de la traducción completa.

Cuando Laudan intenta mostrar que Kuhn está comprometido con el supuesto

referido, se apoya en la siguiente afirmación de este autor: "La comparación punto por

punto de dos teorías sucesivas exige un lenguaje en el cual puedan traducirse, sin pérdidas

ni cambios, por lo menos las consecuencias empíricas de ambas" (Kuhn, 1970b, p. 266).

Pero Laudan, al citar esta frase, prescinde de la cualificación "punto por punto" (cf.

Laudan, 1977, p. 142; y 1996, p. 10), lo cual muestra la poca importancia que le concede.

Sin embargo, como vimos, dicha cualificación resulta clave para entender la

concepción de Kuhn sobre la evaluación de teorías, ya que en ella se distinguen dos tipos

básicamente diferentes de comparación, "global" y "punto por punto", y sólo la segunda

exigiría la posibilidad de traducción.

El hecho de que las teorías inconmensurables no tengan el mismo poder expresivo,

lo cual implica su incapacidad para articular todo el contenido semántico de la otra, impide

  justamente una comparación enunciado por enunciado entre ellas. Se hace necesario,

entonces, formular un modelo alternativo que dé cuenta de la evaluación de teorías

rivales. Pero esto exige, a su vez, forjar una concepción de la racionalidad científica que no

dependa de la traducción. De acuerdo con nuestra reconstrucción, para llevar adelante

este nuevo programa de investigación -generado por el problema de la

inconmensurabilidad- Kuhn tomó como brújula la idea de que la racionalidad sólo depende

de la posibilidad de comprensión. De aquí su interés en defender dos tesis que, sin lugar a

dudas, socavaron los cimientos de la tradición positivista: 1) la posibilidad de comprensión

-inteligibilidad- no es equiparable con la posibilidad de traducción, y 2) la evaluación de

teorías inconmensurables se apoya en criterios que no suponen su intertraducción

completa, ni siquiera en el nivel de sus consecuencias observacionales. Y cabe destacar

que los argumentos que Kuhn desarrolló en apoyo de estas tesis, sobre todo a partir de los

años ochenta (examinados en los capítulos IV y V, respectivamente), revelan

convergencias de fondo con tesis centrales de Laudan. Veamos.

El primer acuerdo básico entre estos autores se refiere a la existencia de estructuras

o esquemas conceptuales genuinamente diferentes. Es obvio que la tesis de

inconmensurabilidad implica este supuesto, ya que se refiere a situaciones en que los

sujetos se topan con términos cuyos referentes no pueden determinar (identificar o

describir) con sus propios recursos lingüísticos, términos que además no pueden incorporar

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a su propio léxico sin violar el principio de no-traslape entre sus clases de objetos. Es decir,

situaciones en que están en juego estructuras conceptuales que no son del todo

homologables o congruentes entre sí. De aquí que la vía para lograr la comprensión sea el

aprendizaje, que involucra tareas de interpretación, pues no basta la traducción. Como diji-

mos, Kuhn supone la capacidad -en principio- de aprender cualquier lenguaje, lo cual lo

compromete con un fuerte supuesto de inteligibilidad universal. Pero este supuesto -a

pesar del engañoso parecido- es muy distinto del supuesto positivista de traducibilidad

universal, que también adoptan autores como Quine o Davidson.

En el terreno de esta discusión, cuando Laudan se refiere al argumento de Davidson

que pretende establecer que siempre es posible la traducción entre conjuntos rivales de

afirmaciones sobre el mundo, afirma que a pesar de compartir con este autor sus sos-

pechas sobre la inconmensurabilidad, sin embargo se niega a aceptar la conclusión de que

en realidad no existen esquemas conceptuales diferentes. Según Laudan, Davidson llega a

esta inaceptable conclusión porque sigue atrapado en el giro lingüístico del positivismo al

asumir la doctrina que asocia tener un lenguaje con tener un esquema conceptual, más el

corolario que dice: donde difieren los esquemas conceptuales también difieren los

lenguajes (cf. Laudan, 1996, p. 13). En contraste con este diagnóstico de Laudan, Kuhn

diría que la falla se deriva, más bien, de la doctrina que asocia inteligibilidad con

traducibilidad. Pero a pesar de este desacuerdo, Laudan claramente coincide con Kuhn en

afirmar que existen sistemas conceptuales diferentes y que éstos son, en principio,

inteligibles para cualquier sujeto. En efecto, Laudan insiste en que el cosmos de Aristóteles

y el universo de Einstein representan concepciones del mundo genuinamente diferentes, y

sin embargo cada una de ellas puede ser inteligible para quienes sustentan la otra (cf.

ibidem).

Por otra parte, como hace ver Laudan, Kuhn y Davidson comparten una tesis de

fondo: la identificación de esquemas conceptuales diferentes se apoya en su no-

traducibilidad (aunque ciertamente la utilizan para extraer conclusiones opuestas; para

Kuhn, el fracaso de traducción completa muestra que hay esquemas diferentes, mientras

que para Davidson, la traducibilidad universal implica que no los hay). Laudan rechaza esta

tesis de carácter semántico y en su lugar propone que tal identificación se apoye en un

análisis de las divergencias que presentan los esquemas conceptuales en sus compromisos

ontológicos, axiológicos y metodológicos. Sin embargo, aunque aparentemente esta

propuesta nos permitiría esquivar los serios problemas que rodean a la traducción, hasta

ahora no es claro que las divergencias en los compromisos ontológicos puedan

establecerse por medios no semánticos. Además, si Kuhn tiene razón, los fracasos

(siempre parciales) de traducción tienen su origen precisamente en discrepancias de tipo

ontológico; por tanto, el análisis de tales fracasos sería la vía más directa para la detección

de divergencias en el nivel de los supuestos ontológicos.

La anterior propuesta de Laudan se inscribe en su tendencia a minimizar la

importancia de las cuestiones semánticas para la filosofía de la ciencia, por contraste con

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el lugar central que éstas han tenido tanto en el positivismo como en el pospositivismo. Sin

embargo, el propio Laudan deja abierto un resquicio, pues acaba otorgando un papel clave

a la posibilidad de traducción en la tarea de distinguir esquemas conceptuales. Laudan dice

que poniendo de cabeza la tesis que comparten Kuhn y Davidson, incluso estaría inclinado

a creer que: "el establecer relaciones de mutua traducibilidad entre dos marcos es un

prerrequisito para determinar que se trata de esquemas conceptuales diferentes" (ibidem;

cursivas añadidas). Pero si esto es así, y se concede que la tarea de identificar y distinguir

marcos teóricos no es una tarea de menor importancia en la filosofía de la ciencia, se

tendría que otorgar al menos una importancia equivalente a los análisis de tipo semántico.

Pasemos ahora al supuesto que Laudan y Davidson comparten, y que Kuhn

rechaza: la asimilación entre inteligibilidad y traducibilidad. El compromiso de Laudan con

este supuesto se hace presente cuando interpreta inconmensurabilidad como imposibilidad

de comprensión. Desde luego, Laudan podría argumentar que él entiende la traducción de

una manera distinta -menos rígida- que Kuhn, y que eso le permite equipararla con la

comprensión. De todos modos, independientemente de cómo se conciba la traducción y su

relación con la comprensión, subsiste un componente de la inconmensurabilidad -el

componente nuclear- que Laudan no podría rechazar sin poner en peligro su propia teoría

del progreso científico.

 Al defender la tesis de la pérdida de contenido empírico en el cambio de teorías,

Laudan reconoce que "algunos de los problemas resueltos por ciertas teorías ni siquiera

pueden formularse, ya no se diga resolverse, dentro de la ontología presupuesta por las

teorías competidoras o sucesoras" (ibid., p. 116; cursivas añadidas). Por ejemplo: el

problema sobre el carácter de las relaciones de fuerza entre las partículas de calor, que era

un problema resuelto e importante en la teoría del calórico, después se volvió irresoluble

porque simplemente no podía formularse de manera coherente en el léxico de las teorías

sucesoras. Y Laudan insiste en que, "Evidentemente, una teoría no puede responder

preguntas acerca de entidades cuya existencia no suscribe" (ibidem). Pero éste es

precisamente el hecho alrededor del cual gira la idea de inconmensurabilidad: los cambios

en los compromisos ontológicos alteran la estructura de las redes conceptuales, y esta

alteración se refleja en el distinto poder expresivo de los lenguajes de teorías rivales o

sucesivas.

Por tanto, la defensa que hace Laudan de la pérdida de contenido en las

transiciones teóricas, pérdida que constituye la piedra de toque de su teoría del "progreso

sin acumulación", descansa en el núcleo de la tesis de inconmensurabilidad. Dicho de otra

manera, el reconocimiento de cambios conceptuales que, por una parte, suponen

divergencias en los compromisos ontológicos y, por otra, limitan el poder expresivo de las

teorías, constituye el punto de partida de la teoría del progreso sin acumulación. Desde

esta perspectiva, Laudan bien podría haber afirmado que su modelo no sólo reconcilia

progreso con pérdida, sino también progreso con inconmensurabilidad.

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Kuhn y el relativismo

Examinemos ahora la cuestión del relativismo. Laudan considera que las tesis de

Kuhn sobre el cambio científico implican un relativismo por partida triple, el cual cancela

por completo el carácter racional de la evaluación de teorías:

1) la tesis de inconmensurabilidad implicaría un "relativismo lingüístico" (un

esquema conceptual nunca puede hacerse inteligible en el lenguaje de un esquema rival);

2) la tesis de la subdeterminación de las teorías implicaría un "relativismo

epistémico" (la evidencia disponible y los criterios de evaluación vigentes nunca permiten

decidir entre teorías rivales);

3) la tesis del carácter convencional de los criterios de evaluación implicaría un

"relativismo metametodológico" (los métodos y objetivos de la ciencia son, en última

instancia, cuestiones de gusto y preferencia subjetiva).

En lo dicho hasta aquí hemos intentado descargar a Kuhn de la primera acusación.

En pocas palabras, si la inconmensurabilidad no impide la comprensión, resulta inofensiva

para los procesos de evaluación. Sin embargo, hay que reconocer que esta tesis implica

cierto relativismo lingüístico, en el sentido de que supone que no todos los lenguajes

tienen el mismo poder expresivo (no todo lo que se puede decir en un lenguaje resulta for-

mulable en cualquier otro).

  Ahora bien, para aquilatar en qué medida Kuhn queda comprometido con el

relativismo epistémico, debemos partir de la tesis que Kuhn intentó defender en respuesta

a los cargos de irracionalismo, la tesis de que la evaluación comparativa de teorías

inconmensurables se apoya en criterios compartidos -y en este sentido objetivos-, cuya

aplicación no requiere de la intertraducción completa. Como argumentamos, el

compromiso de Kuhn con esta tesis se muestra en su postulación de un modelo de com-

paración "global", el cual permite discutir los méritos epistémicos de teorías rivales sin

necesidad de traducir todos los enunciados del lenguaje objeto de una teoría en el

lenguaje de la otra. Como señala el mismo Laudan, la capacidad relativa de las teorías en

la resolución de problemas, el grado de coherencia interna, o la simplicidad, se pueden

establecer al margen de los problemas de traducción. Si esto es así, Kuhn, con su

propuesta, no hizo más que tomar el camino que más tarde sugiere Laudan: "una solución

al problema de la inconmensurabilidad involucra el desarrollo de criterios de evaluación de

teorías que no requieran de la intertraducción" (ibid., p. 12).

Sin embargo, Laudan insiste en que las tesis de Kuhn desafían cualquier

caracterización de la elección de teorías como racional, ya que incluso si las teorías fueran

completamente intertraducibles todavía subsistiría el problema de las discrepancias en

cuanto a los estándares de evaluación que utilizan los científicos de un mismo campo,

discrepancias que Kuhn introduce en el análisis metodológico, con lo cual acabaría de abrir

la puerta al relativismo epistémico. La catalogación de Kuhn como subjetivista e irraciona-

lista se apoya en otro elemento, que se desprende de su manera de concebir la naturaleza

y función de los estándares epistémicos: su idea de que en las ciencias empíricas no

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operan procedimientos efectivos de decisión. Si bien Laudan reconoce que hay una ruptura

entre los positivistas y los pospositivistas, en tanto estos últimos rechazan que la ciencia

sea una actividad gobernada por reglas, sin embargo minimiza esta ruptura afirmando que

por debajo de ella hay una convicción compartida con los positivistas, la convicción de que

"la única clase de regla racional que merece ser considerada como tal es algún tipo de

algoritmo, mecánico en su aplicación, no ambiguo en su sentido, y capaz de producir inva-

riablemente un resultado único" (ibid., p. 18). De aquí que los pospositivistas, al negar la

existencia de tal tipo de reglas, se vean obligados a concluir que la racionalidad científica

es imposible.

Pero, como intentamos mostrar, Kuhn fue el principal promotor de una concepción

en que la racionalidad científica no es codificable en algoritmos. Si él de hecho pensaba

que la ciencia es el mejor ejemplo de actividad racional de que disponemos, y además

consideraba que dicha actividad no está gobernada por reglas, tenía que concluir que la

racionalidad científica no es de naturaleza algorítmica. Laudan está en lo cierto cuando

señala que, para Kuhn, la evaluación de teorías está subdeterminada por la evidencia y los

estándares aceptados. Pero cabe destacar que como el propio Laudan también adopta una

concepción no algorítmica de la racionalidad, y acepta que los criterios de evaluación no

siempre tienen una aplicación uniforme ni una jerarquía fija, en este terreno no le queda

más que cifrar su desacuerdo con Kuhn en una interpretación radical de sus tesis que,

además de resultar injustificada, no bastaría para concluir que Kuhn es un "subjetivista

radical" y un "profundo pesimista" acerca de la resolución racional de los debates

científicos. Dice Laudan: "Yo sería el primero en conceder que los científicos algunas veces

se encuentran suscribiendo estándares contrarios [...]. Pero Kuhn no está diciendo que

esto ocurre sólo ocasionalmente" (ibid., p. 95), y agrega que el conflicto entre estándares

metodológicos se presenta, según Kuhn, en todo momento y en cualquier grupo de

científicos razonables (ibidem). Sin embargo, desde la primera respuesta a sus críticos

Kuhn afirma básicamente lo mismo que suscribe Laudan: "Los científicos que los

comparten [los estándares metodológicos] pueden sin embargo hacer elecciones diferentes

en la misma situación concreta" (Kuhn, 1970b, p. 262; cursivas añadidas).

La verdadera diferencia entre estos autores está en el peso que otorgan a los

factores subjetivos o "externos", y en el papel que en consecuencia asignan a la

comunidad de especialistas en la resolución de los desacuerdos. Al reconocer la injerencia

que de hecho tienen los factores subjetivos en los juicios de los científicos, Kuhn asigna un

papel fundamental a la comunidad en la elección de teorías: sólo los juicios que logran un

acuerdo significativo, a través del escrutinio y debate comunitarios, pueden ser

considerados como científicamente racionales. De aquí que la elección de teorías sea un

proceso intrínsecamente colectivo, constreñido y orientado por los estándares compartidos,

que al final conduce a nuevos consensos. Por esta vía Kuhn escapa al subjetivismo.

Cuando los procesos de evaluación se reconstruyen bajo los lineamientos apuntados

(cf. "Consensos racionales", capítulo V), se puede sostener que la tesis de la

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subdeterminación, tal como funciona en el modelo de Kuhn, no conduce a un subjetivismo

radical ni resulta amenazante para la racionalidad científica. Aunque esta tesis supone una

racionalidad "blanda" o flexible, dado que permite el desacuerdo en el nivel de los

estándares de evaluación, y con ello ciertamente da entrada a cierto relativismo

epistémico, sin embargo se puede decir que se trata de un relativismo acotado o

restringido, donde hay un control epistémico sobre la divergencia de juicios, control que

ejerce la comunidad de expertos.

En cuanto al relativismo metametodológico que Laudan le atribuye a Kuhn cuando

afirma que éste comparte "la idea [positivista] de que los objetivos y los métodos de la

ciencia son, en último análisis, cuestiones de gusto y preferencia individual" (Laudan,

1996, p. 16), la mejor referencia en este respecto es la discusión que Kuhn sostiene con

Hempel sobre la racionalidad de la elección de teorías. Primero, Kuhn supone que es

posible evaluar los mismos estándares de evaluación, es decir, los criterios que de hecho

se utilizan para elegir teorías; y después afirma que dicha evaluación se hace de acuerdo

con los objetivos o metas que se persiguen con la elección: "la evaluación de los criterios

para la elección de teorías requiere de una especificación previa de las metas que se

persiguen mediante esa elección" (Kuhn 1983a, p. 563). Si bien la meta sería incrementar

la eficacia en la resolución de problemas, Kuhn acepta que es una cuestión que hay que

argumentar, aunque reconoce -en el diálogo con Hempel- que él no ha ofrecido ninguna

  justificación. Sin entrar por ahora en esta discusión, por lo pronto queda claro que Kuhn

propone una forma de establecer el carácter racional de una elección: cuando los criterios

que utilizan los científicos al juzgar teorías alternativas son congruentes con los objetivos

que persiguen (como quiera que éstos se caractericen) (cf. ibid., p. 564).

Por otra parte, la naturalización que introduce Kuhn en el análisis filosófico de la

ciencia, en el sentido de que un modelo del desarrollo del conocimiento debe ser

contrastable y tener adecuación histórica -debe poder dar cuenta de los hechos y procesos

que tienen lugar en la evolución de las diversas disciplinas-, es un claro indicador de que el

nivel metametodológico, para este autor, es un nivel donde cabe proponer y discutir

criterios para evaluar teorías metodológicas alternativas. No toda reconstrucción

epistemológica es igualmente buena o aceptable. Por tanto, quedaría claro que la manera

de entender y dar cuenta de los hechos y procesos científicos tampoco es una cuestión de

gusto o preferencia personal (cf. "La naturalización de la filosofía de la ciencia", capítulo

 VI).

Por último, conviene establecer un somero contraste entre el modelo de Kuhn para

las transiciones revolucionarias y la manera en que Rachel y Larry Laudan reconstruyen la

formación de consensos (cf. el último capítulo, en coautoría, de Laudan, 1996). Estos

autores proponen la hipótesis de la "dominancia de una teoría" como mecanismo

explicativo básico de la formación de nuevos consensos: "una teoría es dominante en un

campo sólo cuando resulta superior a todas sus rivales existentes, a la luz de todo con-

  junto de estándares utilizados en dicho campo" (ibid., p. 235). De esta manera, "los

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científicos logran un acuerdo sobre la aceptación de una teoría sólo si esa teoría es

'dominante' sobre sus rivales" (ibidem). A reserva de que habría que estimar cuánta

adecuación histórica -con los casos efectivos de aceptación de nuevas teorías- tiene esta

manera de reconstruir la formación de consensos en la ciencia, sin duda es una propuesta

original que aporta nuevos elementos a la discusión del cambio científico.

Notemos primero que esta hipótesis de la dominancia se apoya de manera

fundamental en la divergencia en el nivel de los estándares epistémicos presentes en un

campo de investigación. Pero a diferencia de Kuhn, los Laudan proponen una explicación

de las discrepancias en la evaluación de teorías que no necesita recurrir a factores

externos o subjetivos, es decir, factores del ámbito psicológico, social, geográfico o

disciplinario (cf. ibid., p. 240). Su idea, sugerente aunque discutible, es que cuando una

teoría logra satisfacer todos los estándares que suscriben los científicos que trabajan en un

mismo campo, dicha teoría alcanza la aceptación general, aunque los científicos sigan

aferrados a distintos estándares. Esto es, basta con que una teoría cumpla las diversas exi-

gencias epistémicas de los especialistas. De aquí que, según estos autores, la formación de

consensos no requiere que los científicos discutan ni modifiquen sus estándares de

evaluación. Pero entonces, en el nivel de los juicios de valor, el papel de la comunidad

como instancia donde se dirimen las diferencias es prácticamente nulo.

Por otra parte, los Laudan argumentan que la tesis de estándares divergentes

también permite explicar el fenómeno de la innovación en la ciencia. Si los especialistas de

un campo tienen diversas exigencias epistémicas, al surgir una nueva propuesta teórica es

claro que ésta será aceptada por unos y rechazada por otros, lo cual explicaría el hecho de

que algunos científicos emprendan el desarrollo de una teoría mucho antes de que la

mayoría de sus colegas llegue a convencerse de que dicha teoría es superior. Esta manera

de dar cuenta de la innovación parece tener ciertas ventajas sobre la propuesta de Kuhn,

dado que destaca un factor explicativo que permitiría cubrir casos donde la búsqueda de

nuevas teorías no necesariamente surge de la crisis de una teoría dominante.

Se podría concluir que los Laudan, a pesar de su insistencia en considerar los

factores externos o subjetivos como innecesarios para dar cuenta del proceso de cambio

de teorías, y a pesar de la poca importancia que en este proceso otorgan al debate

comunitario sobre juicios divergentes de valor, de todos modos suscriben ciertos rasgos

característicos de la idea de racionalidad que introdujo Kuhn en la filosofía de la ciencia: la

evaluación racional de teorías rivales no depende de la posibilidad de traducción completa;

la racionalidad científica no es codificable en algoritmos; y las divergencias en los

estándares epistémicos no son un síntoma de irracionalidad, sino un hecho constitutivo de

la actividad científica, un hecho que en consecuencia tiene un fuerte peso explicativo en la

reconstrucción de su desarrollo.

El anterior análisis comparativo encuentra su justificación en las constantes

referencias que en los últimos veinte años ha hecho Larry Laudan a las ideas de Kuhn, si

bien en su gran mayoría se trata de referencias encaminadas a destacar sus desacuerdos,

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o a mostrar la mayor capacidad de sus propias propuestas para resolver el arsenal de

problemas que Kuhn nos heredó. Y en este sentido se puede afirmar que el modelo de

Laudan representa, en algunos aspectos, un progreso frente al modelo de Kuhn, justo en

el sentido de progreso que Laudan forjó (en el último capítulo se hace una revisión de las

principales tesis de Laudan sobre el cambio científico).

LA AMENAZA DEL ANARQUISMO METODOLÓGICO

En dos de sus últimas publicaciones -de 1993-Kuhn señala un problema que no ha

sido suficientemente analizado por quienes, como él, se oponen al individualismo o

  “solipsismo” metodológico e intentan defender, en cambio, que "la ciencia es intrínseca-

mente una actividad comunitaria". El problema, en pocas palabras, es elucidar la relación

individuo-comunidad y el papel que cumplen tanto los sujetos como los grupos en el

desarrollo científico. Este problema se vuelve especialmente agudo cuando se intenta

reconstruir el cambio de teorías a partir de un modelo complejo, no reductivista en ningún

sentido, como es el modelo kuhniano.

Kuhn afirma que: "Necesitamos urgentemente aprender maneras de comprender y

describir los grupos que no se apoyen en los conceptos y términos que aplicamos sin

problema a los individuos" (Kuhn, 1993b, p. 328). Y también sostiene que: "La separación

entre los conceptos aplicables a los grupos y los conceptos aplicables a los individuos,

constituye una poderosa herramienta para eliminar el solipsismo característico de las

metodologías tradicionales" (Kuhn, 1993a, p. xiii). Sin embargo, además de subrayar la

importancia de este problema y dar algunas pistas sobre la forma en que intentaba

abordarlo, Kuhn no llegó a publicar en vida una propuesta más detallada de solución.

Por otra parte, el hecho de que por un lado se atribuya a Kuhn la defensa de un

modelo consensualista de la aceptación de teorías, y por otro se le acuse de defender un

anarquismo metodológico, muestra la dificultad que en efecto presenta su modelo en

cuanto al deslinde entre el papel que tienen los individuos y el que tienen las comunidades

en el proceso de elección de teorías y formación de consensos. En el capítulo anterior

intentamos mostrar que si bien -de acuerdo con Kuhn- éste es un proceso intrínsecamente

comunitario, dado que no es un proceso controlado por reglas algorítmicas, sin embargo la

divergencia de juicios también cumple una función vital en el cambio de teorías, la

distribución de riesgos en este proceso, lo cual ciertamente destaca el papel de los

individuos. Dado que ya argumentamos que no cualquier consenso puede calificar como

racional (cf. "Consensos racionales", capítulo V), con lo cual se intentó descartar las

interpretaciones sociologistas del modelo de Kuhn, en lo que sigue nos ocuparemos de

rebatir las interpretaciones que lo catalogan como anarquista metodológico, tarea que

además de reforzar su ataque a las metodologías solipsistas nos permitirá abordar el

problema de la identificación o caracterización de las comunidades científicas.

Como se dijo, la etiqueta de anarquista tiene su origen en la importancia que Kuhn

otorga a los desacuerdos y por tanto a la variabilidad individual. Además, la afirmación de

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que los desacuerdos pueden ser racionales atenta directamente contra el principio que

subyace en la concepción clásica -estricta o algorítmica- de la racionalidad, principio según

el cual: los sujetos que se encuentran en las mismas circunstancias objetivas deben tomar

la misma decisión. Dicho de otra manera, los cánones de racionalidad garantizarían una

uniformidad básica de juicios en cualquier momento y circunstancia. Una concepción

donde dichos cánones o estándares son universales, autónomos y determinantes, va de la

mano con una metodología individualista o solipsista, como son los modelos metodológicos

tradicionales, donde el hecho de que el desarrollo del conocimiento requiera de un trabajo

colectivo sólo responde a las limitaciones materiales y contingentes de los sujetos

individuales.

 Ahora examinaremos una propuesta que pretende conciliar el carácter universal de

las normas o cánones de racionalidad con los desacuerdos que se presentan en la ciencia,

pero introduciendo un sentido de universalidad distinto del tradicional. Desde un enfoque

como éste, desarrollado entre otros por Stephen Wykstra, el supuesto anarquismo de Kuhn

es atribuido a una concepción equivocada de la actividad gobernada por normas. A esta

concepción Wykstra la llama "robinsoniana", en alusión al solitario Robinson Crusoe en su

isla, y la describe como aquella que supone que las normas guían exclusivamente los

compromisos de los científicos como individuos autónomos, y no como miembros de una

comunidad con metas comunes. A esta concepción Wykstra le enfrenta la siguiente

"analogía correctiva":

considérese un grupo de personas perdido en una caverna; uno puede

imaginar fácilmente circunstancias en las cuales sería racionalmente necesario

que algunos miembros del grupo exploraran un pasaje de posible salida, pero

irracional que todos los miembros del grupo hicieran lo mismo. Las normas

implícitas en tales decisiones acerca de la "explorabilidad racional" podrían, en

este caso, ser aceptadas por todos los miembros del grupo. Pero no porque las

normas pertenezcan a los esfuerzos del grupo necesitan recomendar a todos los

miembros actuar de la misma manera (Wykstra, 1980, p. 218).

Según este autor, algo muy similar ocurre en la ciencia.

Cuando Wykstra examina la universalidad de las normas, se pregunta de qué

manera deben legislar la actividad científica: "¿Debe ser el caso de que siempre que sea

racional para algunos científicos adoptar cierta actitud cognitiva hacia una teoría, sea

racional para todos los científicos hacerlo así?" (ibid., p. 217). La respuesta negativa lleva a

la propuesta de concebir las normas epistémicas como reglas para distribuir racionalmente

las tareas en una comunidad: a pesar de ser obligatorias para cada uno de sus miembros,

tales reglas no exigen que todos trabajen en la misma teoría. De aquí que con objeto de

"exorcizar" el anarquismo Wykstra rechace el sentido kantiano de universalidad para el

caso de las normas científicas. Recordemos que, según el imperativo de Kant, el principio

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de la acción de una persona debe ser tal que pudiera universalizarse de manera

consistente.

Wykstra está en lo correcto cuando señala que Kuhn parte del siguiente principio de

racionalidad: si un conjunto de normas excluye como irracionales ciertos pasos esenciales

al progreso científico, esas normas son objetables. En efecto, como vimos, ésa es la razón

de fondo por la cual Kuhn rechaza las metodologías tradicionales junto con los cánones de

racionalidad que presuponen. Pero luego afirma que la argumentación de Kuhn conduce a

conclusiones anarquistas porque "corrompe" dicho principio al adoptar una concepción

robinsoniana de los juicios gobernados por normas, lo cual implica formular las preguntas

acerca de la elección de teorías en primera persona: ¿Debería yo adoptar la teoría T?, a lo

cual Juan responderá que sí, mientras Pedro responderá que no. En opinión de Wykstra, la

clave está en que "la ilusión de 'desacuerdo' se evapora cuando [...] utilizamos la

formulación correcta: ¿Quién debería adoptar T?, y entonces nuestros científicos pueden

estar de acuerdo en que Juan debería y Pedro no" (ibid., p. 219).

El rechazo del carácter universal de las normas científicas en el sentido de Kant lleva

a Wykstra, y a otros autores como Adolph Grünbaum y Alan Musgrave, a proponer que la

racionalidad de las normas debe ser "estadísticamente relativizada". En palabras de

Grünbaum:

Dado que la investigación es conducida por una comunidad de científicos,

las estrategias, las políticas o las prácticas de investigación que serían irracionales

si fueran adoptadas por esa comunidad como un todo, o por una mayoría de ella,

no necesariamente tienen que ser irracionales cuando sólo una minoría talentosa

se compromete con ellas (citado en Wykstra, 1980).

Esta propuesta, como Grünbaum y Musgrave reconocen de manera explícita, está

claramente inspirada en la idea defendida por Kuhn sobre la necesidad de una cierta

heterodoxia en las decisiones individuales.

Sin embargo, la diferencia de fondo entre Kuhn y Wykstra -tal como éste elabora la

anterior propuesta- está en que el primero no ve en los desacuerdos una amenaza para la

racionalidad científica. Lo que se necesita, diría Kuhn, es una forma de entender la

racionalidad que permita incorporar los desacuerdos como un hecho constitutivo del

desarrollo de la ciencia. Wykstra, por lo contrario, al suponer que los desacuerdos

implicarían la no universalidad de las normas, y con ello el anarquismo, se ve obligado a

negar los desacuerdos como algo que efectivamente ocurre; en realidad sólo existiría "la

ilusión de desacuerdo".

Comparemos las estrategias de estos autores. En el modelo de Kuhn, como en la

propuesta de Wykstra, los estándares epistémicos también permiten distribuir las tareas en

una comunidad, ya que a pesar de ser aceptados por cada uno de sus miembros no exigen

que todos trabajen en la misma teoría. Pero esta distribución de tareas -y por tanto de

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riesgos- no es algo intencionalmente buscado, algo que se persiga de acuerdo con un plan

preconcebido. De aquí que, en sentido estricto, no se pueda hablar de una "distribución

racional". Dicha distribución es más bien resultado de la naturaleza de los valores o

estándares que orientan la elección de teorías. Kuhn puede dar cuenta de los desacuerdos

como un hecho efectivo, donde ninguna de las partes procede de manera irracional,

argumentando que los científicos que se enfrentan a una elección comparten un mismo

conjunto de estándares -y en este sentido se podría decir que son "universales" en su

comunidad-, pero afirmando que éstos no tienen un significado unívoco ni una jerarquía

fija, lo cual da lugar a juicios no uniformes. Esta naturaleza de los estándares epistémicos,

que a la vez permite y acota la divergencia de juicios, tiene como efecto la distribución de

riesgos. Por tanto, es posible dar cuenta del desacuerdo en la ciencia con independencia

de sus efectos benéficos, esto es, sin ningún tinte teleológico.

Por contraste, la propuesta de concebir la racionalidad como estadísticamente

relativizada, a pesar de su aire atractivo y prometedor, presenta un serio problema en la

versión de Wykstra. El problema, justamente, de cometer el error categorial señalado por

Kuhn en sus últimos trabajos, esto es, concebir las comunidades en términos que sólo son

aplicables a los individuos. Si, como dijimos, lo racional está ligado a lo intencional, ¿qué

clase de agente podría ejercer ese tipo de racionalidad estadísticamente relativizada? En la

propuesta de Wykstra este error resulta evidente, pues se compromete con una entidad

que ni siquiera en un sentido forzado se podría considerar como una idealización de las

comunidades científicas. Sólo una superconciencia que dominara del todo el panorama en

un campo de investigación, ponderara los riesgos de las teorías alternativas, y distribuyera

el trabajo en función de ello, sería capaz de formular y responder la pregunta "¿quién

debería adoptar la teoría T?" Y sólo así los esfuerzos dispares de los científicos podrían

verse como si formaran parte de un plan organizado y coherente.

Como afirma Kuhn: "Un grupo no tiene una mente [...] no elige ni toma decisiones,

a pesar de que cada uno de sus miembros lo haga" (Kuhn, 1993b, p. 328). Esto impide

que las comunidades científicas se reifiquen como entidades que operan deliberadamente,

aplicando una racionalidad estadísticamente relativizada. La distribución de tareas y riesgos

es simplemente un efecto no buscado de los desacuerdos reales, que ningún individuo

podría orquestar. Tan así es que cuando Kuhn consideró un modelo de este tipo, diez años

antes de que lo propusieran los autores mencionados, lo descartó por ficticio, por no tomar

en cuenta las razones y motivaciones personales que de hecho entran en juego en la

elección de teorías. En una nota a pie de página de "Consideración en torno a mis críticos",

dice Kuhn: "Si no interviniera la motivación humana, se podría lograr el mismo efecto [la

distribución de riesgos] haciendo primero un cálculo de probabilidades, y asignando

después una fracción de los profesionales a cada una de las teorías en competencia, la

fracción exacta de acuerdo con el resultado de dicho cálculo", y concluye con esta

reveladora observación: "De alguna manera esta alterativa confirma mi punto de vista por

reductio ad absurdum (Kuhn, 1970b, p. 241, n. 1).

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Pero esta crítica plantea el problema del tipo de entidades de las que tiene sentido

predicar la racionalidad. Si bien Kuhn concibe la investigación científica como una actividad

intrínsecamente comunitaria, y si bien la elección de teorías se debe entender como un

proceso colectivamente arbitrado, la racionalidad no se puede predicar directamente de los

grupos, dado que éstos no son una entidad con facultades mentales. De aquí que aunque

la frase "la decisión de una comunidad" pueda remitir, en sentido figurado o derivativo, a

una decisión en la que concuerdan los miembros de un grupo, cuando dicha frase se toma

en sentido literal representa un error categorial.

Cabe señalar que el predicado 'racional' se puede atribuir tanto a los individuos

como a sus juicios (se trate de creencias o decisiones). En el primer caso, afirmar que una

persona es racional significa que posee cierta facultad -la razón- que le permite actuar de

determinada manera en ciertas circunstancias (existen diversos modelos sobre las

condiciones para establecer cuándo un agente actúa de manera racional, pero aquí no

entraremos en ello). En el segundo caso, desde la perspectiva de Kuhn se destacan dos

requisitos para atribuir el predicado 'racional' a los juicios científicos: 1) que se trate de

 juicios formulados por individuos que poseen las destrezas y la información pertinentes en

un campo de investigación, y 2) que hayan sido sometidos al escrutinio de otros

especialistas, esto es, que sean resultado de un debate comunitario. Pero el hecho de que

sólo los juicios que logran un consenso (calificado) en una comunidad puedan considerarse

como racionales, no implica afirmar que la comunidad, como tal, sea racional (un modelo

de racionalidad en la línea trazada por Kuhn, que refuerza el ataque a los modelos de corte

individualista, se puede ver en Brown, 1988, capítulo V).

En cuanto al problema de qué es lo que identifica o caracteriza a un grupo

científico, ciertamente existen varios tipos de respuesta. Por ejemplo, desde un punto de

vista sociológico, las comunidades se pueden identificar considerando cierto tipo de

instituciones (tanto educativas como de apoyo a la investigación), ciertas formas de

interacción entre los agentes, los medios a través de los cuales se transmiten las ideas

producidas, etc. Sin embargo, desde un punto de vista filosófico, cabe plantearse este

problema en relación con el marco de investigación que comparten quienes desarrollan

una disciplina o una especialidad científica. En este terreno, la vía de respuesta explorada

por Kuhn apunta a la estructura taxonómica -el sistema de conceptos de clase o

categorías- que comparten los miembros de un grupo (cf . "Taxonomías, significado y

aprendizaje", capítulo IV, donde se analiza este tipo de estructuras y su contraparte

lingüística, las taxonomías léxicas).

Kuhn acepta que un grupo no es sólo la suma de sus miembros, y también que la

identidad de un individuo está en parte conformada por los grupos a los cuales pertenece

(cf. Kuhn, 1993b, p. 328). De aquí que, por una parte, se apoye en la distinción entre un

léxico y una estructura léxica, y afirme que lo que caracteriza a una comunidad, como un

todo, es el hecho de que los léxicos particulares de sus miembros tengan la misma

estructura: "es la estructura taxonómica compartida lo que enlaza a los miembros de una

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comunidad" (Kuhn 1993a, p. xiii). Por otra parte, Kuhn encuentra que el paralelismo entre

la relación individuo-grupo y la relación organismo-especie, objeto de estudio de la biología

evolutiva, ofrece pistas importantes para elucidar el sentido en que la ciencia es una

actividad intrínsecamente colectiva, y por tanto para rebatir el solipsismo metodológico. En

esta línea se destaca la idea de que lo que caracteriza a un organismo es un conjunto

particular de genes, mientras que lo que caracteriza a una especie, el "pool genético" de la

población entrecruzable, no es el mero agregado de los genes de los organismos (cf. Kuhn,

1993b, p. 329).

Pero, si bien se afirma la primacía de la comunidad sobre sus miembros, los

científicos individuales siguen teniendo un papel indispensable. De nuevo, el paralelismo

con la teoría evolutiva permite destacar este hecho: "En un sentido, los organismos que

procrean y perpetúan una especie son las unidades cuya práctica permite que la evolución

ocurra. Pero para comprender el resultado de ese proceso uno debe ver la unidad de

evolución (que no debe confundirse con una unidad de selección) como el pool genético

compartido por esos organismos" (Kuhn, 1991, p. 11). De manera análoga, la evolución

cognitiva depende del intercambio de información entre los científicos individuales, que

serían las unidades que realizan este intercambio; pero la comprensión del avance del

conocimiento, resultado de las prácticas de los científicos, requiere considerarlos como

parte constitutiva de una unidad más amplia, la comunidad de practicantes de alguna

especialidad.

Lo dicho en esta sección es suficiente para atisbar el amplio campo de problemas

que plantea el análisis de la naturaleza y el comportamiento de los grupos científicos, en

particular en relación con los aspectos normativos o evaluativos del cambio de teorías. Y 

como bien señaló Kuhn, se trata de un campo de problemas que todavía está lejos de

haber sido suficientemente explorado.

EL CUESTIONAMIENTO DEL DUALISMO METODOLÓGICO

La reiterada pregunta ¿son las ciencias sociales realmente ciencias? encierra la

extendida creencia en la superioridad de las ciencias naturales, o ciencias "duras", frente a

las ciencias humanas en general, y en particular frente a las ciencias sociales. Esta preten-

dida superioridad descansa, en buena medida, en una imagen estereotipada de lo que son

las ciencias naturales, imagen que surge de una popularización simplista de las tesis del

positivismo lógico. Pero dejando de lado este tipo de prejuicios, nos detendremos en un

problema que se ha planteado seriamente y que ha preocupado sobre todo a los teóricos

de las ciencias sociales, el problema de la demarcación entre ciencias naturales y ciencias

humanas. En este respecto, el modelo de Kuhn, entre sus muchas contribuciones a la

comprensión de la empresa científica, permitió mostrar la existencia de afinidades muy

básicas entre estos dos grandes territorios de la investigación empírica, con lo cual tuvo el

efecto de reavivar la vieja polémica entre el monismo y el dualismo metodológico.

Como dijimos en el primer capítulo, durante la primera mitad de este siglo, dentro

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de la tradición anglosajona, los filósofos con mentalidad científica defendían un monismo

metodológico, esto es, la idea de que el estudio de las acciones humanas no es cuali-

tativamente diferente del estudio de los fenómenos naturales, y por tanto los

procedimientos, normas y objetivos propios de las ciencias naturales debían extenderse a

las ciencias sociales. Este monismo metodológico partía del supuesto de que el poder de la

razón y la reflexión crítica es suficiente para trascender nuestro contexto social y nuestro

horizonte histórico, y en consecuencia para conocer objetivamente el mundo tanto natural

como social. De aquí el interés de estos filósofos por codificar las reglas del método que

supuestamente garantizaba la correcta práctica científica y el auténtico conocimiento. Sólo

la existencia de un método semejante permitía explicar, en su opinión, el asombroso

progreso alcanzado por ciencias como la física.

En contra de esta concepción están los filósofos y científicos sociales que han

defendido la especificidad y la autonomía de otras formas de experiencia y de reflexión, las

cuales no tienen que ser asimilables o reducibles a los cánones de las ciencias naturales

para que se les pueda considerar como formas legítimas de conocimiento. Sin embargo,

cabe destacar que los mismos defensores de este dualismo metodológico siguen

aceptando como correcta la concepción tradicional de las ciencias naturales, y consideran

que éstas están libres de los problemas propios de las ciencias humanas, los cuales

obedecen al carácter peculiar de su objeto de estudio. A este respecto, resulta reveladora

la reacción de Kuhn frente a algunos textos de metodología de las ciencias sociales,

escritos por autores tan destacados como Max Weber, Ernst Cassirer o Charles Taylor: "Se

trataba, en mi opinión, de ensayos brillantes y penetrantes sobre las ciencias sociales o hu-

manas, pero de ensayos que aparentemente necesitaban definir su posición utilizando

como contraste una imagen de las ciencias naturales a la que sigo oponiéndome

profundamente" (Kuhn, 1991a, p. 18).

 A continuación enlistamos, de manera muy esquemática, los principales contrastes

que los defensores del dualismo metodológico han establecido entre ciencias naturales y

ciencias humanas, lo cual nos permitirá repasar las tesis básicas de la concepción de

ciencia natural que Kuhn rebate (cf . "La nueva filosofía de la ciencia frente a la tradición",

capítulo I), y que todavía prevalece en muchos medios académicos e intelectuales (un

análisis más detaIlado de estos contrastes se encuentra en Hesse, 1980, pp. 167-186):

-En las ciencias naturales los datos son independientes de las teorías, no así en las

ciencias sociales donde lo que cuenta como dato se determina a la luz de alguna

perspectiva teórica, y donde los hechos mismos tienen que ser reconstruidos con base en

alguna interpretación. Por tanto, las ciencias naturales, a diferencia de las sociales,

cuentan con una base empírica teóricamente neutral, la cual permite a los científicos poner

a prueba sus teorías y elegir, con total acuerdo, entre hipótesis alternativas.

-En las ciencias naturales las teorías explican los hechos con base en un esquema

hipotético-deductivo, esto es: si la naturaleza fuera de tal y cual manera, los datos de la

experiencia se darían como en efecto se nos presentan. De aquí que las teorías se evalúen

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por su capacidad para dar explicaciones deductivas de los fenómenos, a partir de hipótesis

o leyes generales. En cambio, en las ciencias sociales el criterio de lo que cuenta como una

buena teoría es la comprensión que ella nos permite lograr tanto de las intenciones de los

agentes como de los significados de los fenómenos humanos.

-El lenguaje de las ciencias naturales, además de tener una estructura formalizable,

está constituido por términos que tienen un significado unívoco; se trata, por tanto, de un

lenguaje que debe interpretarse literalmente. En cambio, el lenguaje de las ciencias

humanas es inevitablemente multívoco y muchas veces metafórico. Esta diferencia está en

estrecha relación con otra diferencia semántica: los significados, en las ciencias naturales,

son separables de los hechos, mientras que en las ciencias humanas los significados son

un componente constitutivo de los hechos. Esto se debe a que los objetos de estudio de

estas últimas: acciones intencionales, reglas sociales, instituciones, documentos, inscripcio-

nes, artefactos humanos, etc., son inseparables de su significado para los agentes. De aquí 

que los significados, en las ciencias del hombre, deban comprenderse mediante la

coherencia teórica y no por la correspondencia con el mundo. En otras palabras, para

comprender las acciones humanas y recuperar su intencionalidad -su significado- se

requiere de una interpretación o hermenéutica adecuada, la cual es relativa a las distintas

culturas e incluso a los distintos individuos.

Cuando se examina esta lista de contrastes, como observa Mary Hesse:

Lo que resulta inmediatamente sorprendente para la mayoría de los

lectores versados en la reciente literatura en filosofía de la ciencia, es que casi

todas las afirmaciones que se hacen sobre las ciencias humanas se han hecho

recientemente acerca de las ciencias naturales, y el que las [...] afirmaciones que

se hacen sobre las ciencias naturales presuponen una concepción empirista

tradicional de la ciencia que está casi universalmente desacreditada (Hesse, 1980,

pp. 171-172).

Esta observación, que coincide con la postura que adoptó Kuhn frente al problema

de la demarcación entre dos tipos básicamente distintos de ciencias, no pretende negar

que existan diferencias importantes entre estos dos grandes territorios de investigación; se

trata simplemente de señalar el carácter fallido de los criterios que hasta la fecha se siguen

utilizando para trazar una línea divisoria entre dichos territorios.

  A pesar de que el mismo Kuhn reconoce su poca familiaridad con las ciencias

sociales, y a pesar de que no aborda el problema de la distinción entre ciencias naturales y

humanas sino a finales de los años ochenta, se puede afirmar, sin lugar a dudas, que la

imagen de la ciencia natural que surge de ERC, imagen que entraña fuertes paralelismos

con la concepción tradicional de las ciencias sociales, resulta la principal fuente del

cuestionamiento por el que atraviesan las diversas versiones del dualismo metodológico.

En el origen de estos paralelismos está la tesis que justo constituye la columna vertebral

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del modelo kuhniano para la dinámica científica, la tesis de inconmensurabilidad.

Las implicaciones de esta tesis -analizadas en el capítulo IV- ponen al descubierto

ciertos rasgos de la investigación en el campo de los fenómenos naturales que los

defensores del dualismo habían considerado como rasgos privativos, e incluso definitorios,

de las ciencias de lo humano. Hagamos un rápido recuento, con el fin de enmarcar la

discusión que sostiene Kuhn con un destacado representante del dualismo metodológico,

Charles Taylor. La tesis de inconmensurabilidad permite destacar, en primer término, que

en las ciencias naturales tampoco hay una única manera de organizar conceptualmente

aquello que se nos da en la experiencia. Los hechos y procesos naturales no son algo que

esté dado de antemano, pues tanto su identificación como su descripción dependen -en

alguna medida- de nuestros sistemas de conceptos. Este hecho, que se expresa en la

famosa tesis de "la carga teórica de la observación”, implica que no puede haber un

lenguaje neutral, independiente de las perspectivas locales, que nos permita describir

asépticamente los hechos y objetos de la experiencia.

Por otra parte, como la inconmensurabilidad entre teorías implica que puede haber

enunciados de observación no traducibles entre sí, o formulables en un lenguaje común, la

elección entre ellas no se puede ajustar a los modelos de comparación propuestos por los

filósofos clásicos (ni positivistas ni popperianos). De aquí que la elección de teorías rivales

sea un proceso cuya reconstrucción está más cerca de los modelos que se han formulado

para explicar la acción en las ciencias humanas, que de los modelos que han pretendido

dar cuenta del "genuino conocimiento". Esto nos remite al hecho de que las ciencias

naturales tampoco cuentan con métodos algorítmicos para medir y comparar el éxito de

sus teorías. Además de las divergencias de tipo semántico, también se presentan

divergencias en el nivel de los estándares de evaluación, cuya suma hace que la elección

de teorías -en ciencias tan "duras" como la física- sea un proceso en buena medida

subdeterminado (el carácter de los desacuerdos en la elección de teorías, así como su

resolución en nuevos consensos, se examinaron en el capítulo V).

Pero esta subdeterminación, como vimos, da lugar a que factores de tipo externo

(ideológicos, metafísicos, psicológicos, sociales, etc.) puedan tener algún peso en la

actividad científica, con lo cual se abre la puerta al relativismo (cf. 'Kuhn y el relativismo',

en "La amenaza del relativismo', capítulo VI). Aquí cabe decir que la discusión sobre el

relativismo ---que tradicionalmente sólo se asociaba con cuestiones morales, sociales o

culturales- se desarrolló durante mucho tiempo con la firme convicción de que al menos en

las ciencias de la naturaleza sí se contaba con criterios universales y absolutos de

objetividad, racionalidad y progreso. Sin embargo, los análisis recientes de la ciencia natu-

ral, cuyo principal marco de referencia es el modelo de Kuhn, han hecho que se debilite

esa convicción y se revisen estas nociones, tan centrales, considerando su dependencia

contextual y su carácter histórico.

Para desarticular el dualismo metodológico, también hay que insistir en ciertos

aspectos de la concepción del significado que asume Kuhn (cf. "Taxonomías, significado y

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aprendizaje", capítulo IV). Los conceptos, sean del mundo natural o del social, son algo

que comparten ampliamente las comunidades (culturas o subculturas), y su transmisión de

una generación a otra cumple un papel clave en el proceso por el cual una comunidad

"acredita a sus nuevos miembros" (cf. Kuhn, 1991a, p. 20). Este carácter social de todo

concepto se vincula con la concepción de los significados como productos históricos, que

cambian inevitablemente en el transcurso del tiempo cuando cambian los usos y las de-

mandas sobre los términos que los expresan. Por otra parte, como la mayoría de las

palabras sólo tienen significado a través de sus vínculos con otras palabras dentro de un

campo semántico, cuando cambia el uso de un término normalmente cambia el uso de los

términos asociados (cf . Kuhn, 1990, p. 301). Por último, hay que mencionar la hipótesis

semántica más original que aporta Kuhn, la cual se apoya en el hecho de que dos personas

pueden usar en la misma forma un conjunto de términos, identificando los mismos

referentes y comunicándose con éxito, sin coincidir en los criterios que emplean (cf. Kuhn,

1993a, p. xiii). Esto sugiere que la clave para entender el significado está en concebirlo

como una función de la estructura taxonómica que comparte una comunidad.

Con base en esta concepción del significado y la tesis de inconmensurabilidad en su

formulación más madura: dos teorías son inconmensurables cuando sus estructuras

taxonómicas no son homologables (cuando clasifican su dominio de investigación de

manera diferente), Kuhn formula su desacuerdo básico con Charles Taylor. Según Taylor,

los conceptos de fenómenos sociales, como "negociación" o "equidad", conforman el

mundo al cual se aplican, y en consecuencia son culturalmente dependientes. Así, mientras

que cualquier sujeto, de cualquier cultura, puede identificar sin dificultad un planeta o una

estrella particular, no puede hacer lo mismo con algo como un episodio de negociación.

Kuhn responde, como era de esperar, que todo proceso de identificación, tanto de las

entidades que pueblan el mundo natural como el social, presenta el mismo tipo de

dificultades.

La inconmensurabilidad pone de relieve, precisamente, que la mera identificación de

fenómenos naturales -no menos que su descripción- es dependiente del sistema de

conceptos vigente en una comunidad. Las ciencias naturales no están en mejor posición

que las ciencias sociales, pues no hay ningún conjunto de categorías que sea

culturalmente independiente:

Los cielos de los [antiguos] griegos eran irreductiblemente diferentes de los

nuestros. La naturaleza de la diferencia es la misma que aquella que Taylor

describe tan brillantemente entre las prácticas sociales de diferentes culturas. En

ambos casos la diferencia está enraizada en el vocabulario conceptual [en los

términos de clase]. Y en ningún caso la diferencia puede ser superada mediante

la descripción en un vocabulario conductista de datos brutos (Kuhn, 1991a, p.

21).

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Esto significa que la situación epistémica en que se encuentran los científicos

sociales frente a su campo de estudio no es, en principio, diferente de la de los científicos

que intentan comprender los fenómenos naturales.

Por otra parte, en el contexto de esta discusión, también cabe destacar que el

científico que intenta comprender una teoría inconmensurable con la suya, sea del campo

de las ciencias sociales o de las naturales, se encuentra con una dificultad análoga a la que

se enfrenta el antropólogo o el historiador que intentan comprender una cultura ajena o

distante en el tiempo. Todos ellos se topan con términos cuyos referentes no pueden

identificar con su bagaje de recursos lingüísticos, términos que además no pueden

incorporar a su propio léxico sin trastocar sus clases o categorías de objetos. Por tanto,

todos ellos tienen que aprender cómo se estructura o "recorta" el mundo desde la teoría o

cosmovisióri que intentan comprender (cf . "Traducción y comprensión", capítulo IV).

  Al referirse al fuerte impacto que nos causa el cambiar nuestros "anteojos"

conceptuales por los de los miembros de otra cultura, en tanto nos damos cuenta de que,

de hecho, ellos viven en un mundo diferente, Kuhn afirma que: "Cuando se trata del

mundo social de otra cultura, hemos aprendido, en contra de nuestras profundas

resistencias etnocéntricas, a asumir dicho impacto" (Kuhn, 1991a, pp. 21-22; cursivas

añadidas). Pero podemos -y a juicio de Kuhn debemos- aprender a hacer lo mismo cuando

se trata de "su mundo natural". Se podría decir que esta intuición es uno de los motores

del trabajo que Kuhn desarrolló, por más de cuatro décadas, con la mira de lograr una

concepción de la ciencia natural menos idealizada, menos rígida y más apegada a la

complejidad de la práctica científica, que nos permitiera entender cómo esta empresa ha

evolucionado históricamente. Esta concepción tuvo, como una de sus muchas

repercusiones, el efecto de poner en tela de juicio los criterios de demarcación establecidos

por los defensores del dualismo metodológico.

Por último, cabe reflexionar en el poco interés que Kuhn mostró en los problemas

de demarcación, no sólo entre ciencias naturales y humanas, sino incluso en el problema

de qué es lo que distingue a la ciencia de otras actividades culturales (problema que había

acaparado la atención de los filósofos clásicos de la ciencia). Una primera pista para

entender este desinterés se encuentra en el supuesto básico de que la idea misma de

"ciencia" ha cambiado desde los orígenes de esta actividad. Hoy no entendemos por

ciencia lo mismo que Aristóteles entendía. Incluso lo que se considera valioso, desde el

punto de vista de quienes han desarrollado esta actividad, ha sufrido diversas

transformaciones. Como vimos, un valor como la precisión se ha ido arraigando y exten-

diendo en diversas disciplinas, mientras que el valor del alcance o generalidad ha sufrido

un proceso inverso. Por otra parte, en un mismo periodo, los valores comúnmente

aceptados no tienen el mismo peso en las distintas disciplinas o especialidades, como es

claro con un valor como la utilidad social.

Kuhn está consciente del problema que representa la variedad de maneras de

entender la ciencia: "Las actividades que observa un espectador de la ciencia pueden ser

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descritas de incontables maneras, y cada una de ellas es fuente de diferentes desiderata.

¿Qué justifica la elección de una de esas descripciones, o el rechazo de otra?" (Kuhn,

1983a, p. 565). Kuhn intenta dar una respuesta en que la concepción de ciencia que se

tome como punto de partida de un análisis no requiera de una justificación ulterior. Esta

respuesta es del todo congruente con su caracterización de los conceptos de clase --

categorías taxonómicas- que comparte una comunidad (cultura o subcultura), y el hecho

de que se trate de conceptos que refieren a fenómenos naturales o a actividades humanas

no implica ninguna diferencia (como se pone de manifiesto en su discusión con Taylor).

El concepto "ciencia", como cualquier otro concepto de clase, adquiere su

significado dentro de un grupo de contraste: la actividad de un grupo de personas se

reconoce como científica, en parte por sus semejanzas con otras actividades que integran

el mismo grupo disciplinario, y en parte por sus diferencias con las actividades que

pertencen a otros grupos. En general, ningún grupo disciplinario puede ser caracterizado

por medio de un conjunto de condiciones necesarias y suficientes. AI referirse a la palabra

'ciencia', acuñada por William Whewell alrededor de 1840, Kuhn afirma que

Evocaba el surgimiento [...] del uso contemporáneo del término 'ciencia'

para nombrar un conjunto de disciplinas, aún en formación, las cuales debían

situarse al lado de y en contraste con otros grupos [clusters] disciplinarios como

aquellos nombrados como 'bellas artes', 'medicina', 'derecho', 'ingeniería',

'filosofía' y 'teología' (ibid., p. 567).

De esta manera, los nombres de las disciplinas expresan categorías taxonómicas,

algunas de las cuales deben aprenderse simultáneamente, de forma análoga a como se

aprenden términos como 'masa' y `fuerza' en una mecánica determinada (cf.

"Taxonomías, significado y aprendizaje", capítulo IV).

Desde este enfoque, lo que permite identificar una actividad, sea ciencia, arte,

medicina, etc., es su posición dentro de un campo semántico determinado; en este caso, el

campo estructurado por los patrones de semejanza y diferencia entre disciplinas. Pero

estos patrones se modifican con la evolución de una cultura, y difieren de una cultura a

otra. Sería un error tratar de imponer una taxonomía disciplinaria contemporánea al

conjunto de actividades intelectuales de otra época. "Los términos que nombran disciplinas

funcionan de manera efectiva sólo en un mundo que posea disciplinas muy semejantes a

las nuestras" (ibid., p. 567). Aunque ciertamente las disciplinas actuales tienen su origen

en progenitoras más antiguas, estas deben ser identificadas y descritas en sus propios

términos, "tarea [que] exige un vocabulario que divida o categorice las actividades

intelectuales de una forma diferente de la nuestra" (ibid., p. 568).

Esta manera de concebir las clases o categorías taxonómicas, sean del ámbito

natural o del social, permite disolver el viejo problema de la demarcación entre ciencia y

no ciencia, y lo mismo valdría para el problema de trazar una línea divisoria definitiva y

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precisa entre ciencias naturales y humanas. La búsqueda de rasgos "esenciales" -

permanentes y universales- parece condenada al fracaso dado el carácter culturalmente

dependiente e históricamente cambiante de toda taxonomía. Pero además, es posible

identificar una actividad como "científica" aunque no posea todas las características que,

en un momento dado, resultan útiles para agrupar las disciplinas que caen bajo tal

categoría (hoy en día es claro que no todas las ciencias son exactas, no todas las ciencias

son experimentales, no todas las ciencias son predictivas, etc.). Kuhn incluso llega a

afirmar que: "Tampoco es necesario que siempre sea posible, utilizando estas

características, decidir si una actividad es ciencia o no lo es: no es necesario que esa

pregunta tenga una respuesta" (ibidem).

Esta poco ortodoxa afirmación apunta a la conclusión general de que no tenemos

ningún otro recurso para identificar y describir las entidades que pueblan nuestro mundo -

tanto natural como social- que las taxonomías en uso en nuestra comunidad, y además

que estas taxonomías son un recurso suficiente, en la mayoría de los casos, para realizar

estas indispensables tareas. Pero dada la concepción de Kuhn de los cambios

revolucionarios como cambios en las estructuras taxonómicas, también se podría decir que

es justamente la capacidad limitada de las taxonomías disponibles para resolver los

problemas a los que nos vamos enfrentando, tanto teóricos como prácticos, lo que

conduce a la construcción de nuevas formas de categorizar o recortar el mundo de nuestra

experiencia.

LA NATURALIZACIÓN DE LA FILOSOFÍA DE LA CIENCIA

Una de las repercusiones de mayor trascendencia del trabajo de Kuhn es su

contribución a una nueva manera de entender la filosofía de la ciencia, una manera que se

ha catalogado como "naturalizada". Si bien esta orientación tiene un antecedente im-

portante -dentro del mismo Círculo de Viena- en las ideas de Otto Neurath, y más tarde es

expresamente desarrollada por Quine (1969), el principal origen de este cambio de rumbo

se puede rastrear en ERC (1962).

Como dijimos, a partir de que la filosofía de la ciencia se reconoce como una

disciplina académica especializada -alrededor de los años veinte- dominó el supuesto de

que era posible descubrir y codificar los principios epistemológicos que regían la actividad

científica. Estos principios debían ser autónomos o independientes de la ciencia misma,

pues de lo contrario no podrían fungir como fundamento de la evaluación de teorías ni de

las normas del proceder científicamente correcto. Tales principios supuestamente

constituían el núcleo de una racionalidad científica también autónoma (incondicionada o

categórica), que estaba más allá de las prácticas y resultados de esta empresa cognitiva.

 Aunque Kuhn nunca utiliza el término 'naturalización' para caracterizar la orientación

de sus análisis -término que se vuelve de uso común a partir del trabajo de Quine (1969)-,

éstos encierran el núcleo de lo que hoy se entiende por "epistemología naturalizada". Por

contraste con el enfoque tradicional, se parte del supuesto de que no hay un conjunto de

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principios epistemológicos autónomos, pues ahora se considera que la epistemología no es

independiente de la ciencia. Pero esto -por lo menos en el caso de Kuhn- no significa negar

que hay mejores y peores maneras de hacer ciencia, ni rechazar la posibilidad de que el

análisis epistemológico permita formular recomendaciones de procedimiento o juicios de

valor sobre esta actividad (como, por ejemplo, sobre el carácter racional de casos

concretos de aceptación o rechazo de teorías). Pero sí implica que este tipo de nor-

matividad y evaluación crítica se debe contextualizar tomando en cuenta la manera en que

los agentes conciben su quehacer, lo que para ellos significa "hacer ciencia" (y como

acabamos de ver, esta tarea exige que se reconstruya la taxonomía disciplinaria vigente en

las comunidades o periodos analizados).

La epistemología tradicional -cuyo principal cuestionamiento ha provenido del

análisis de la ciencia- requiere principios autónomos debido a su compromiso con una

concepción aristotélica de la justificación, donde ésta debe proceder de manera lineal y en

una sola dirección. Esto es, se considera que la justificación de creencias debe partir de

principios "autoevidentes" o "autojustificatorios", pues de lo contrario se correría el peligro

de caer en un regreso al infinito o en una circularidad viciosa. De aquí que la justificación

de las afirmaciones empíricas de la ciencia deba apelar, en última instancia, a principios

que sean completamente independientes de cualquiera de esas afirmaciones. Lo que las

teorías científicas digan sobre el mundo -sobre los procesos de percepción y aprendizaje,

sobre la evolución de las creencias y prácticas, sobre los grupos en que se generan y

avalan los productos de investigación, etc.- no puede ser tomado en cuenta en la justifi-

cación de dichas teorías. En una palabra, aquello que requiere justificación nunca podrá

utilizarse para justificar. Lo fundamentado no puede ser fundamento.

Por contraste con esta concepción, resalta un sentido muy básico en que el modelo

kuhniano implica una naturalización de la epistemología: los estándares de evaluación no

son autónomos respecto de las teorías empíricas. Tanto el cambio como las diferencias de

estándares en las comunidades científicas se pueden explicar por la misma dinámica de la

investigación. Esto significa que los cambios de teoría -los cambios en el nivel de las

afirmaciones empíricas- repercuten, tarde o temprano, en el nivel de los criterios de

evaluación o justificación. Aquí vale la pena citar extensamente a Kuhn:

Lo que puede parecer especialmente problemático acerca de cambios como

éstos [cambios en los valores epistémicos] es, desde luego, que por lo regular

ocurren como secuela de un cambio de teoría. Una de las objeciones a la nueva

química de Lavoisier era que obstaculizaba el logro de aquello que hasta entonces

había sido uno de los objetivos de la química tradicional: la explicación de las

cualidades, como color y textura, así como el cambio de éstas. Con la aceptación

de la teoría de Lavoisier tales explicaciones dejaron de ser, por algún tiempo, un

valor para los químicos; la habilidad para explicar los cambios de cualidades dejó

de ser un criterio relevante para evaluar una teoría química. Está claro que si tales

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cambios de valor hubieran ocurrido tan rápidamente, o hubieran sido tan

completos, como los cambios de teoría con que estaban relacionados, entonces la

elección de teorías habría sido una elección de valores, y ninguno hubiera podido

ofrecer una justificación del otro. Pero, históricamente, el cambio de valores es

por lo común un demorado y en gran parte inadvertido acompañante del cambio

de teorías, y la magnitud del primero es por lo regular más pequeña que la del

segundo. Para las funciones que aquí he adscrito a los valores, tal estabilidad

relativa constituye una base suficiente. La existencia de un circuito de

retroalimentación a través del cual el cambio de teorías afecta a los valores que

condujeron a tal cambio, no hace que el proceso de decisión sea circular en

ningún sentido nocivo (Kuhn, 1977a, pp. 335-336).

Este sentido en que Kuhn naturaliza la epistemología, al afirmar que los valores o

estándares epistémicos son afectados y modificados por la dinámica de las teorías,

contribuyó en buena medida a una naturalización del análisis filosófico de la ciencia (sea

de carácter epistemológico, metodológico, semántico, ontológico, pragmático o ético). El

análisis filosófico requiere la información que generan otros estudios sobre la ciencia,

estudios que son de carácter empírico. La naturaleza social e histórica de la actividad

científica, así como la importancia que Kuhn otorga a los procesos de aprendizaje y -desde

luego- a los procesos de evaluación, destacan una red de relaciones entre las diversas

disciplinas en que se toma a la ciencia como objeto de estudio: la filosofía, la historia, la

sociología, la psicología cognitiva, y más recientemente la biología evolutiva. La tarea de

establecer la naturaleza de estas relaciones apenas está en marcha -se podría decir que

arranca en los años setenta- y proliferan las discusiones sobre la primacía o el estatuto

privilegiado de alguna de estas disciplinas frente a las demás. Incluso se defienden

propuestas excluyentes o reduccionistas que pretenden el monopolio del análisis de la

ciencia, afirmando que su perspectiva es suficiente para dar cuenta de esta empresa (una

buena parte de estas propuestas, que Kuhn calificó de "excesos de movimientos

posmodernistas", proviene del campo de la sociología del conocimiento).

Si bien no entraremos aquí en esta intrincada discusión sobre las relaciones de

complementación, presuposición o reducción entre las diversas disciplinas metacientíficas,

sólo mencionaremos, a modo de ejemplo, algunas de las principales posiciones en el

campo de la naturalización de la epistemología. La más radical es la posición que afirma

que la epistemología debería ser sustituida por una ciencia empírica de los procesos

cognitivos; según se conciban estos procesos se propone a la psicología, como en Quine

(1969), a la sociología, como en Bloor (1976), o a la biología, como en Campbell (1974).

También existen posiciones integradoras donde se intenta combinar los resultados de

ciertas ciencias empíricas con el análisis conceptual, considerando que la investigación

empírica sobre los sujetos epistémicos es una condición necesaria para comprender la

cognición humana, pero que, recíprocamente, las ciencias empíricas requieren un análisis y

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 justificación de sus presupuestos (por ejemplo, Shimony, 1993). En esta línea encontramos

modelos de interacción más dinámicos en que se argumenta que los cambios en las formas

o estrategias cognitivas conducen a cambios en los estándares de evaluación, y que a su

vez las nuevas consideraciones epistemológicas inciden en los programas de investigación

científica, planteando nuevos retos o dando lugar a nuevas preguntas (por ejemplo,

Kitcher, 1993).

Frente a las naturalizaciones radicales, la objeción más común es que sus

programas de investigación sobre el conocimiento no se libran de los problemas

epistemológicos tradicionales. Todos ellos parten del compromiso con ciertos modelos de

explicación, con cierto tipo de entidades, con cierta idea de verdad, con cierta teoría de la

percepción, etc., que requieren ser justificados. Como observa Shimony, si este tipo de

epistemólogos se abstuviera de supuestos normativos, su situación simplemente sería

análoga a la de alguien que "deposita toda su confianza en los matemáticos y asume la

corrección de sus útiles teoremas sin revisar las pruebas él mismo" (Shimony, 1993, p. 4).

Pero dado que la mayoría de ellos intentan lidiar con cuestiones normativas, no pueden

evitar el problema de la justificación de sus propios supuestos. Por otra parte, el reto para

los enfoques naturalizados que intentan preservar una función normativa o evaluativa para

la epistemología es en qué medida pueden dar cuenta de la racionalidad del proceso de

desarrollo científico, y cómo entender esta racionalidad.

En este respecto, cabe decir que la reticencia que se observa en los últimos trabajos

de Kuhn hacia los enfoques naturalizados se explicaría por su rechazo a las versiones

extremas o reduccionistas, las cuales chocaban con su inmersión cada vez mayor en el

análisis filosófico de la ciencia. El interés creciente de Kuhn en cuestiones como

racionalidad, relativismo, verdad y realismo -temas centrales del libro que no llegó a

publicar- tenía que contraponerlo a las propuestas que eliminan la filosofía de la ciencia

por irrelevante. Kuhn incluso afirma que el valerse de la fecunda analogía entre los

modelos de la evolución biológica y los modelos del desarrollo del conocimiento no

compromete con una naturalización de la epistemología.

Sin embargo, está claro que para este autor la racionalidad que opera en la

actividad científica no es autónoma ni categórica. Los criterios de evaluación, además de

sufrir transformaciones a través de los cambios de teoría, tienen un carácter condicional o

instrumental: conectan las estrategias de investigación con los objetivos perseguidos. Un

científico actúa de manera racional cuando elige y utiliza los medios que considera más

efectivos para alcanzar las metas deseadas. Y como

los científicos están entrenados para, y son recompensados por, resolver

intrincados problemas -ya sea instrumentales, teóricos, lógicos o matemáticos- en

la interfase entre su mundo fenoménico y las creencias de su comunidad sobre

ese mundo [...], la racionalidad de los criterios para evaluar creencias científicas

es obvia. Precisión, simplicidad, alcance, fecundidad, consistencia, etc., son

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simplemente los criterios que los resolvedores de problemas deben sopesar al

decidir si un cierto problema sobre el ajuste entre creencias y fenómenos ha sido

resuelto [...] Elegir una ley o teoría que los instancia de manera menos completa

que una competidora sería autoderrotante, y la autoderrota es el indicador más

seguro de irracionalidad (Kuhn, 1993b, p. 338).

Pero también cabe preguntar por la justificación del objetivo que Kuhn plantea

como meta general de la actividad científica, la resolución de problemas, sobre todo

cuando la defensa de una racionalidad de tipo instrumental suele ir acompañada del su-

puesto de que los fines o metas no son argumentables o discutibles. A este respecto,

cuando Kuhn rechaza la noción de un mundo completamente externo -independiente de

las prácticas y categorías de quienes lo exploran- como el objetivo al cual la ciencia debe

acercarse cada vez más, reconoce que su propuesta alternativa -maximizar la capacidad de

resolución de problemas- necesita una reflexión ulterior y una mayor elaboración (cf.

ibidem). Sin embargo, no hace más que reiterar su propuesta, presentándola como

descripción de una cuestión de hecho.

Esta dificultad hace pensar que la caracterización general de la ciencia como una

actividad de resolución dé problemas, si bien permite englobar los objetivos más

específicos que se persiguen en los diversos campos de investigación, sin embargo resulta

insuficiente para una discusión del carácter racional de dichos objetivos. Siendo

congruentes con las propias ideas de Kuhn sobre la evolución y diversidad en las maneras

de entender el quehacer científico, se podría plantear la cuestión de "los objetivos de la

ciencia" en un nivel menos general y manteniendo una perspectiva naturalizada, esto es,

sin tener que apelar a valores o principios epistemológicos autónomos y sin tener que

negar que es posible discutir sobre la racionalidad -o razonabilidad- de dichos objetivos.

Como muestran los estudios históricos, a partir del siglo XVII los mismos científicos

se han encontrado defendiendo objetivos diversos e incluso contrapuestos. El conflicto más

marcado ha surgido entre los científicos "instrumentalistas", que pretenden restringir la

actividad científica a la explicación y predicción de resultados observacionales, y los

científicos "realistas", que insisten en que la ciencia debería explorar los mecanismos o

estructuras causales que subyacen en los fenómenos. Frente a este tipo de conflictos

internos de la ciencia, el filósofo tiene que reconocer -al margen de sus propias

convicciones- que puede haber contextos de investigación donde resulte más fructífero

explorar el nivel de los fenómenos, dadas las herramientas conceptuales e instrumentales

disponibles, que elaborar especulaciones acerca de una estructura más profunda a la que

no hay manera de acceder por medios experimentales (la termodinámica del siglo XIX

podría ser un ejemplo). Pero en otros contextos (como en la biología molecular de los años

cuarenta), el objetivo contrario puede ser factible y resultar más redituable (cf. Giere,

1989). Esto indica que es posible la discusión sobre objetivos, en contextos específicos,

considerando qué tan realizables son y cuánto reditúa su prosecusión. Pero para poder

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elaborar un juicio sobre cuáles son los objetivos más razonables es necesario apoyarse en

un estudio empírico detallado del contexto de investigación. Y lo mismo valdría para la

tarea de evaluar la racionalidad de un cambio de teoría. En este sentido el análisis de

cuestiones filosóficas, en casos concretos, requiere la información que proporcionan otras

ciencias de la ciencia.

Esta vinculación no sólo echa abajo la idea de que la filosofía de la ciencia se basa

en principios autónomos y tiene un carácter puramente normativo, sino también la idea de

que el epistemólogo que adopta una perspectiva naturalizada se reduce a describir lo que

los científicos de hecho creen o hacen (ambas ideas comparten el supuesto de una

dicotomía tajante entre lo prescriptivo y lo descriptivo). Como señala Ronald Giere (1989),

una filosofía naturalizada de la ciencia es semejante a una teoría científica en el sentido de

que ofrece algo más que meras descripciones. En ambos casos hay una base teórica que

no sólo permite elaborar explicaciones sobre su objeto de estudio, sino también permite

orientar la forma en que se conduce la investigación. Esto es, las teorías, en general,

proporcionan una base para formular juicios normativos y evaluativos.

Cuando Feyerabend cree detectar en el trabajo de Kuhn una ambigüedad en este

respecto, dice: "Siempre que leo a Kuhn, me hago la siguiente pregunta: ¿estamos ante

prescripciones metodológicas que dicen al científico cómo proceder, o frente a una descrip-

ción, vacía de todo elemento evaluativo, de aquellas actividades que generalmente se

llaman 'científicas'?" (Feyerabend, 1970b, p. 198). La respuesta de Kuhn va justamente en

la línea de naturalización recién apuntada: "Si tengo una teoría de cómo y por qué

funciona la ciencia, dicha teoría necesariamente tiene implicaciones sobre la forma en que

los científicos deberían comportarse si su empresa ha de prosperar" (Kuhn, 1970b, p. 237).

Esta respuesta no sólo rompe con la dicotomía entre lo prescriptivo y lo descriptivo sino

también revela que los juicios normativos sobre la actividad científica, además de depender

de una teoría sobre la ciencia, tienen siempre un carácter condicional o instrumental. El

esquema del argumento de Kuhn sería: los científicos se comportan de tales y tales

formas; algunas de esas formas tienen -de acuerdo con mi teoría- tales y tales funciones

básicas (permiten lograr ciertos objetivos); en ausencia de formas alternativas que

cumplieran funciones similares, los científicos deberían comportarse de tales maneras, sí 

su objetivo es hacer avanzar el conocimiento científico (cf. ibidem). Desde un enfoque

naturalizado, ésta es la única clase de prescripciones legítimamente formulables. No hay

una racionalidad categórica.

EL DESARROLLO DEL ANÁLISIS METAMETODOLÓGICO

La idea de que las teorías metodológicas -como cualquier teoría científica- tienen

que ser empíricamente adecuadas, puso a discusión el objetivo del análisis filosófico de la

ciencia, y con ello la manera de entender este quehacer. Pero esta discusión, provocada

por el giro histórico de los años sesenta, abrió un nuevo campo de problemas, el campo

del análisis metametodológico, donde se explora la posibilidad de diseñar criterios que

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permitan comparar y evaluar las distintas teorías metodológicas. Por otra parte, el de-

sarrollo de este campo se disparó -a mediados de los setenta- frente a la proliferación de

modelos alternativos para reconstruir la dinámica de las ciencias empíricas. Se volvió

urgente, entonces, la tarea de encontrar fórmulas para evaluar las metodologías rivales.

El objetivo de "descubrir las razones de la especial eficacia de la ciencia", sin dejar

fuera como incorrectos o irracionales los episodios más destacados de su historia -tal como

Kuhn lo formuló-, fue interpretado por muchos teóricos como una cancelación de la

posibilidad de analizar críticamente los objetivos y los valores epistémicos que de hecho

operan en esta actividad. Sin embargo, como señalamos, también se han desarrollado

propuestas, como la que sugiere Laudan (1984), en que se considera que tanto la

investigación científica como la metodológica nos pueden ofrecer buenas razones para

pensar que ciertos objetivos no son realizables en ciertos contextos (con lo cual se volvería

inútil su postulación), o que ciertos supuestos valores son incompatibles con los valores

que exhiben algunas de nuestras mejores teorías científicas. Estas vías de discusión

racional de objetivos y valores permiten preservar una función crítica a las teorías

metodológicas naturalizadas.

 Ahora bien, dado que una buena parte de estas teorías pretenden estar avaladas

por la historia de la ciencia, se plantea la pregunta sobre cómo puede la historia ayudarnos

a elegir entre esa diversidad de metodologías. Cuestión que ha impulsado una de las

tareas centrales en el terreno metametodológico: clarificar las relaciones entre el análisis

histórico y el análisis filosófico de la ciencia. En lo que sigue, mencionaremos algunos de

los principales escollos de este terreno y rumbos que ha seguido su investigación. Por una

parte, algunos trabajos realizados en los sesenta, como los de Agassi y Grünbaum,

muestran cómo el quehacer histórico depende de supuestos filosóficos acerca de qué es la

ciencia y qué es importante buscar en ella. La selección de los datos y los diferentes pesos

específicos que se les asignan, la manera de organizarlos, los cánones de racionalidad y

plausibilidad involucrados en la reconstrucción de los argumentos que subyacen en las

afirmaciones explícitas de los científicos, etc., todo esto depende de un marco

metodológico. De aquí que historiadores con "imágenes" diferentes de la ciencia produzcan

explicaciones o narrativas muy distintas acerca de los mismos episodios científicos.

Correlativamente, la dependencia de la filosofía con respecto a la historia de la

ciencia -destacada por los filósofos historicistas- se afirma en el sentido de que la historia

de la ciencia constituye la base empírica, la base de contrastación, de toda metodología.

Una teoría del desarrollo científico que no tenga adecuación empírica con los hechos

históricos no puede ser aceptada. La falta de adecuación se toma como indicador de que la

metodología en cuestión no sirve, y no de que los científicos han procedido

incorrectamente. De aquí que autores como Lakatos conciban la metodología como un

intento de explicar la historia de la ciencia subsumiéndola en ciertas leyes generales del

desarrollo y cambio científicos. La mejor metodología será entonces aquella que dé cuenta

de más episodios del registro histórico.

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  A pesar de los numerosos argumentos esgrimidos en favor de la mutua

dependencia entre filosofía e historia de la ciencia, subsisten serios problemas en esta

relación. La crítica más común a los filósofos que consideran la historia de la ciencia como

fuente de genuina evidencia para una metodología, es que cometen la falacia de derivar el

deber a partir del ser, es decir, derivar normas metodológicas a partir de los hechos

históricos. Una manera de evitar la falacia, si se acepta la distinción entre hechos y

valores, consiste en agregar a esa concepción el supuesto de que la historia de la ciencia

es racional en el sentido de que el proceso científico es y ha sido metodológicamente

correcto (que es la línea que desarrolla Lakatos). De esta manera, el metodólogo

simplemente estaría haciendo explícitas las normas implícitas en el proceso y no derivando

normas a partir de hechos. Pero en ese caso, se hace necesario acotar el tipo de episodios

o casos que se consideran ejemplares del proceder correcto -que son los que constituirían

la base de contrastación-, pues no todo lo que ha sucedido en la historia de la ciencia sería

metodológicamente correcto. Además, esta falibilidad es lo que abriría paso a la función

crítica de la metodología.

Problemas de tipo más práctico que se plantean en relación con la tesis de la mutua

dependencia son, por ejemplo, que el historiador se puede negar a tomar en serio la

filosofía de la ciencia -al organizar su investigación- alegando que los modelos me-

todológicos existentes hacen muy poca justicia a la historia de la ciencia. Por su parte, un

filósofo de la ciencia se puede negar a tener que poner a prueba su modelo contra los

datos del historiador alegando que esos "datos" fueron seleccionados bajo la influencia de

alguna filosofía ingenua, mal digerida o incluso rival de la suya (en Laudan, 1977, capítulo

5, se examina esta discusión). El filósofo también podría argumentar que él no está in-

teresado en una descripción completa de la ciencia, sino en el descubrimiento de lo que es

constitutivo de esa empresa, es decir, le interesa su reconstrucción racional, y con qué

derecho o de acuerdo con qué criterios el historiador le va a indicar cuáles hechos utilizar

en su reconstrucción (en Kuhn, 1970c, se discute esta idea de Lakatos).

Un problema que recoge elementos de los planteamientos anteriores, y que es el

problema central para un defensor de la mutua dependencia entre filosofía e historia de la

ciencia, se refiere a la circularidad que esta dependencia parece implicar: si la historia de la

ciencia se escribe desde el punto de vista de cierta metodología M1, entonces M1 quedará

convalidada al ser puesta a prueba contra esa historia. Si, por otra parte, M1 está

compitiendo con una metodología M2, obviamente M2 saldrá muy mal librada si la

contrastamos con la historia reconstruida desde M1. La ventaja siempre la tendrá la

metodología utilizada en la reconstrucción histórica, pues leemos en la historia lo que ya

pusimos en ella. ¿Cómo romper entonces esta circularidad?

Si aceptamos con Lakatos que "la historia sin algún 'sesgo' teórico es imposible"

(Lakatos, 1971, p. 474), entonces parece haber sólo dos salidas. Una consistiría en dar

razones previas e independientes de todo cotejo histórico, que justificaran el uso de cierta

metodología -frente a todas las demás- en la reconstrucción histórica de la ciencia. Pero

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entonces esas razones bastarían por sí mismas para detectar la mejor metodología,

perdiendo todo sentido la contrastación de ésta con la historia. Además, la búsqueda de

razones y criterios independientes de la adecuación histórica, que por sí mismos fueran

suficientes, nos llevaría de nuevo a un normativismo radical, pero ahora en el terreno

metametodológico. El hecho de que los criterios propuestos por los filósofos aprioristas

hayan resultado tan deficientes a la luz de lo que, intuitivamente, consideramos nuestra

mejor práctica científica, ofrece buenas razones para pensar que se trata de una empresa

o programa de investigación "degenerativo" (utilizando la terminología de Lakatos), y

resulta degenerativo por tener la pretensión de que se pueden establecer tesis a priori

acerca de un fenómeno empírico y cultural, como es la ciencia. Dice Lakatos: "¿No hay

soberbia en exigir que si, por ejemplo, resulta que la ciencia de Newton o la de Einstein

han violado las reglas a priori del juego establecidas por Bacon, Carnap o Popper, la

empresa científica debería comenzar de nuevo?" (Lakatos, 1971, p. 490).

La otra posible salida al problema de la circularidad es la que han propuesto los

filósofos que Laudan (1986) llama "intuicionistas", que se podría formular en los siguientes

términos: si aceptamos que no hay historia de la ciencia metodológicamente neutral, y si

aceptamos que las metodologías deben ponerse a prueba contra la historia de la ciencia,

tal parece que lo que nos queda es buscar un conjunto de hechos históricos que esté lo

menos cargado posible de metodología. Ahora bien, el indicio de que hemos atrapado un

conjunto semejante de hechos, neutrales hasta donde es posible, sería el acuerdo

existente tanto con respecto a su descripción como con respecto a la manera de juzgarlos

o evaluarlos. Así concebido, ese conjunto de episodios históricos podría servir de piedra de

toque para evaluar las metodologías rivales.

La primera pregunta que surge cuando se apela al "acuerdo existente" es ¿acuerdo

existente entre quiénes? Lakatos propone a la élite científica, como la máxima autoridad en

ese tipo de juicios; Laudan (1977) a las "personas científicamente educadas", pues quiere

evitar las intuiciones "desarticuladas y frecuentemente conflictivas de los científicos" (como

si las personas científicamente educadas no tuvieran esos problemas); y Garber (1986)

propone a los filósofos de la ciencia (que es uno de los grupos en que menos acuerdos

existen). Pero independientemente de la comunidad que se elija como la comunidad

pertinente, queda claro que el conjunto de juicios de valor emitidos acerca de ciertos

episodios históricos, por más que logre el acuerdo unánime en un momento dado, también

cambia en función del desarrollo científico. Por ejemplo: en la actualidad un juicio

relativamente no controvertido (entre los físicos) es que la interpretación correcta de la

mecánica cuántica es la de Bohr y no la de Einstein, pero hace cincuenta años no era así.

Según Laudan, efectivamente existe un conjunto de casos de aceptación y rechazo

de teorías "acerca del cual la mayoría de las personas científicamente educadas tiene

fuertes (y similares) intuiciones normativas". A esas intuiciones, que sonj uicios básicos de

valor, las llama "intuiciones preanalíticas preferidas acerca de la racionalidad científica"

(Laudan, 1977, p. 160). Los ejemplos que da son del siguiente tipo: era racional aceptar la

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mecánica newtoniana y rechazar la mecánica aristotélica alrededor de 1800; era irracional

creer después de 1920 que el átomo químico no tenía partes; era racional aceptar la teoría

general de la relatividad después de 1925, etcétera.

La idea rectora es que para que tengamos una base empírica de contrastación de

las metodologías basta con que podamos contar con ciertos casos que la comunidad

pertinente juzgue o evalúe como instancias paradigmáticas del proceder científicamente

correcto. Y aunque esos juicios también tengan un carácter provisional, eso no los

descalifica como puntos de partida. Esta manera de concebir la base de contrastación está

en estrecha analogía con la manera como se procede en la investigación científica. Si en

las ciencias la base empírica siempre es revisable ¿por qué habríamos de pedir que la base

de prueba de las metodologías tenga un estatus epistémico más fuerte? Siempre es

posible que a la luz de nuevos desarrollos tengamos que revisar nuestras creencias más

básicas, nuestras intuiciones mejor atrincheradas. El trabajo científico ofrece numerosos

ejemplos de ello, lo cual no ha sido obstáculo para que en cada momento exista un

conjunto de creencias que una comunidad de especialistas juzga -con alto acuerdo- que

son lo suficientemente confiables como para servir de base de prueba frente a teorías

alternativas. Y esta manera de proceder ha permitido progresar.

De esta manera, se formula el criterio metametodológico que establece que una

metodología es aceptable en la medida en que su reconstrucción de los casos-prueba

coincida con los juicios o intuiciones normativas de una comunidad calificada. Pero si-

guiendo la analogía con la evaluación de las teorías científicas, cabe señalar que este

criterio intuicionista tendría que ser complementado con criterios adicionales, pues es

posible que dos metodologías distintas cubran adecuadamente los mismos casos-prueba -

como cuando dos teorías científicas son empíricamente equivalentes- y en ese caso dicho

criterio no sería suficiente para elegir entre ellas. Quedaría como tarea para una

metametodología intuicionista la formulación de criterios adicionales.

El enfoque intuicionista, como advierte Laudan, presenta semejanzas interesantes

con algunas propuestas que los filósofos morales han venido haciendo desde hace varias

décadas. En dichas propuestas se requiere que "cualquier teoría ética adecuada debe ser

compatible con ciertas intuiciones morales profundamente arraigadas acerca de casos

particulares" (Laudan, 1986, p. 118). Y siguiendo la analogía, Laudan afirma que una vez

que tenemos una teoría de la ciencia avalada por nuestras intuiciones más arraigadas,

podemos entonces utilizarla para abordar los casos problemáticos (fuzzy) -que son la

mayoría-, igual que en la ética recurrimos a un modelo normativo, no para explicar los

casos obvios (no necesitamos una teoría ética para decidir si el asesinato de un niño es

moralmente correcto), sino más bien para analizar el enorme conjunto de casos en

relación con los cuales no tenemos intuiciones claras (cf . Laudan, 1977, pp. 162-163). A la

luz de esta analogía, se podría reforzar la argumentación en favor del papel crítico que

puede jugar una metodología.

Cabe señalar que a partir de sus trabajos de 1986 y 1987, Laudan abandona el

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intuicionismo metametodológico que él mismo había contribuido a formular en Progress

and its Problems (1977). Una de las razones que da es que, desde una concepción

intuicionista, las metodologías no pueden ser utilizadas para revisar o reestructurar

nuestras intuiciones básicas (cf . Laudan, 1986, p. 121). Sin embargo, un intuicionista

podría replicar que si las metodologías son un conjunto más de la clase de teorías

empíricas, también pueden estar sujetas a un proceso de autocorrección. Así como en el

desarrollo del conocimiento científico se llegan a cuestionar los presupuestos que lo

hicieron posible, de igual manera las intuiciones que guían la construcción de una

metodología pueden llegar a ser reformadas, o incluso abandonadas, a la luz de los

desarrollos metodológicos que esas mismas intuiciones posibilitan.

Por otra parte, la adecuación con las intuiciones acerca de casos paradigmáticos

sólo sería una condición necesaria para juzgar una metodología, que requiere ser

complementada con otros criterios. Tampoco el carácter necesariamente provisional de

dichas intuiciones, como es el de toda base empírica, disminuye ni cancela sus funciones.

El intuicionismo metametodológico no necesita suponer que las intuiciones son el único

mecanismo de selección de las metodologías, ni suponer que son incorregibles. Además, la

idea de que las intuiciones valorativas no controvertidas -por el momento- son la piedra de

toque tanto de la construcción como de la evaluación de las metodologías, lejos de ser

gratuita o arbitraria encuentra apoyo en varios argumentos.

Como apunta Lakatos: "Si bien ha habido escaso acuerdo en lo concerniente a un

criterio universal del carácter científico de las teorías, en cambio ha habido en los últimos

dos siglos considerable acuerdo en cuanto a las realizaciones concretas" (Lakatos, 1971, p.

478). Nuestras convicciones acerca del valor de ciertos episodios científicos son mucho

más claras y están más arraigadas que cualquiera de las teorías generales que existen

sobre la ciencia. Ante este hecho ¿por qué no partir de las convicciones más seguras que

tenemos? Otro argumento es la indispensable función heurística que desempeñan estas

intuiciones; le indican al metodólogo dónde y qué buscar, acotando el conjunto de casos

que mínimamente debe explicar con su modelo. El antiintuicionista tendría que decir qué

otra cosa podría cumplir esta función. ¿Qué podría sustituir a esas intuiciones que, a pesar

de ser revisables, encierran los valores epistémicos que se han ido conformando y

arraigando a lo largo del desarrollo científico?

En un enfoque naturalizado de la metodología -como vimos- lo normativo y lo

descriptivo están fuertemente ligados. Tanto el trabajo del científico como el del

metodólogo se apoyan en una estructura teórica que permite describir y formular

explicaciones sobre su objeto de estudio, pero que a la vez constituye una base para

formular lineamientos normativos. Así como no se puede hacer investigación empírica sin

consideraciones valorativas o normativas, tampoco se puede establecer un sistema de

evaluación o de procedimientos al margen de consideraciones empíricas. Sólo cuando se

tiene una teoría relativamente articulada y apoyada en la experiencia se pueden ofrecer

lineamientos normativos que sean realizables -al menos en alguna medida- y cuyo in-

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cumplimiento se ha visto que impide el logro de objetivos deseados. La normatividad y la

función crítica que de ella se deriva sólo son efectivas en la medida en que se apoyan en

una investigación empírica. Por más que Laudan insista en que el intuicionismo ya no tiene

nada que ofrecernos, parece difícil que una alternativa resulte más viable.

 VII. CAMBIO CIENTÍFICO Y REALISMO

LA PERSPECTIVA INTERNALISTA

En una panorámica del campo de la filosofía de la ciencia se puede apreciar que la

polémica sobre la racionalidad científica -desencadenada por las propuestas historicistas en

los años sesenta- ha ido perdiendo virulencia en los últimos años, y en cambio,

paralelamente, ha ido cobrando fuerza otra gran polémica, aquel' que versa sobre el viejo

problema del realismo. En efecto, una c las tendencias que se observan en el análisis

filosófico de la ciencia de los años ochenta en adelante es un creciente y renovado interés

por los problemas ontológicos y metafísicos, o dicho de manera simple, por la relación

entre la ciencia y la realidad.

Este cambio en el peso relativo de los problemas metodológico frente a los

ontológicos corre parejo con la transformación que ha operado en la noción de

racionalidad científica. Después de tormenta desatada por las tesis metodológicas de Kuhn,

cada vez son más los filósofos que renuncian a reconstruir la elección de teorías con

modelos de tipo algorítmico, que aceptan que la divergencia de juicios cumple una función

vital en el desarrollo científico, que destacan criterios de evaluación que no depende de la

traducción interteórica, etc. Así, la calina comenzó a restablecerse en el terreno

metodológico conforme fue cuajando un nuevo programa de investigación, liberado de una

noción estricta de racionalidad. Ian Hacking, refiriéndose a las nociones kuhnianas

centrales, afirma -con un optimismo un tanto exagerado- que: "A pesar de todo el ruido y

la irritación el efecto fue excelente, pues ahora existe un sorprendente consenso acerca del

poder y la significación de estas ideas" (Hacking, 1993, p. 275). Tan así es, según Hacking,

que incluso se ha transformado en la imagen que amplio público tiene de la ciencia, y

ahora resulta que hay que explicar a los estudiantes por qué La estructura de la

revoluciones científicas no es un libro obvio (ibidem).

Sin embargo, subsiste el hecho de que la tesis de inconmensurabilidad también

tiene implicaciones ontológicas, menos visibles y más duras de roer, las cuales han

contribuido a reavivar la polémica sobre el realismo, en particular sobre el realismo

científico, y con ello la discusión de su acompañante habitual, el problema de la verdad.

Son esas implicaciones ontológicas las que nos proponenos explorar en este capítulo con el

fin de elucidar el tipo de realismo con el que Kuhn queda comprometido. Intentaremos

mostrar que se trata de un realismo de raigambre kantiana, que en consecuencia comparte

el núcleo básico de los enfoques llamados "internalistas", adoptando la caracterización que

hace Hilary Putnam de las dos grandes perspectivas, externalista e internalista, que dividen

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el campo de batalla del realismo. Sin embargo, intentaremos defender -en la última

sección- que un enfoque genuinamente internalista, como sería el de Kuhn, no tiene por

qué comprometerse con una noción de verdad como la que Putnam defiende en su versión

del realismo interno.

Comencemos por el supuesto de la realidad independiente, que es el punto de

arranque de las diferencias entre realistas externalistas y realistas internalistas (o entre

realismo metafísico y realismo interno). El concebir la realidad como una totalidad de

objetos que existen con total independencia de nuestro conocimiento (mente, lenguaje,

esquemas conceptuales o representaciones), revela el compromiso metafísico con una

noción absoluta de "objeto" y de "existencia". La perspectiva internalista, en cualquiera de

sus versiones, se distingue ante todo por el rechazo de esta manera de concebir la

realidad. Por tanto, la clave para entender este desacuerdo fundamental está en la noción

de objeto.

Como es bien sabido, aunque poco entendido, Putnam afirma que: "Los 'objetos' no

existen independientemente de los esquemas conceptuales. Nosotros recortamos el mundo

en objetos cuando introducimos algún esquema de descripción" (Putnam, 1981, p. 52). Los

objetos dependen en un sentido fuerte, que incluye existencia, de los esquemas

conceptuales, y esta tesis implica, ante todo, el sinsentido de la idea de "objetos

autoidentificantes", esto es, de objetos que tienen una identidad propia y son, al mismo

tiempo, independientes de nuestros sistemas de conceptos. Para un internalista, la

identificación de objetos, como correlación entre conceptos y entidades no lingüísticas,

sólo se puede establecer desde algún punto de vista determinado, desde algún esquema

conceptual, y queda en consecuencia limitada por el repertorio de conceptos disponibles

en una comunidad. Los esquemas conceptuales, entonces, no son meros intermediarios

entre los sujetos y los objetos, son más bien una pieza clave en la constitución de los

objetos. Al aclarar la única noción de objeto empírico que él admite, dice Putnam: "los

'objetos' mismos son tanto algo que se hace como algo que se descubre, tanto productos

de nuestra invención conceptual como del factor 'objetivo' de la experiencia, el factor

independiente de nuestra voluntad..:' (ibid., p. 54).

 A esta noción de objeto se le suma la tesis de la relatividad conceptual, tesis que se

podría formular en pocas palabras diciendo que ningún concepto -ni siquiera las categorías

ontológicas más básicas- tiene una interpretación única o absoluta. Por tanto, la

identificación de objetos, que implica la atribución de existencia, es en parte producto de

nuestros sistemas de conceptos. Esto es así en todos los niveles, desde los objetos del

sentido común hasta las entidades y procesos de la física teórica. No hay un concepto

privilegiado de objeto, ni de existencia, que sea el metafísicamente correcto. La idea de

que la realidad o la naturaleza nos impone una correspondencia única entre nuestros

conceptos y las cosas, como si hubiera un pegamento metafísico entre lenguaje y mundo,

es una mera ilusión. El fenómeno de la relatividad conceptual "depende del hecho de que

los mismos primitivos lógicos, y en particular las nociones de objeto y existencia, tienen

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una multitud de usos diferentes, y no un 'significado' absoluto" (Putnam, 1987, p. 19).

La tesis de la relatividad conceptual, entonces, trae consigo un pluralismo

ontológico, pues abre la posibilidad de tener concepciones del mundo con ontologías

distintas -incluso incompatibles- que sean igualmente adecuadas en ciertos contextos, en

función de determinados intereses y objetivos. De aquí que la pregunta "¿qué es lo que

hay en el mundo?" requiera de la especificación del esquema conceptual, lenguaje o

teoría, en que se plantea e intenta responder. Sólo cuando se ha adoptado un sistema de

conceptos se puede afirmar que algunos hechos y objetos están ahí para ser descubiertos.

Dicho de otra manera, sólo desde el plano del conocimiento es posible plantear e intentar

responder las preguntas ontológicas. Pretender lo contrario es caer en el error de poner la

carreta de la metafísica delante del caballo de la epistemología.

De lo dicho hasta aquí se desprende que la crítica de fondo al realismo metafísico,

el realismo externalista, es que esta posición descansa en la noción de absoluto. La tesis

externalista de que ciertos enunciados, los verdaderos, describen el mundo de una manera

que es independiente de toda perspectiva local, supone el compromiso con categorías

ontológicas absolutas, categorías que sólo podrían ser las del punto de vista del Ojo de

Dios. Pero entonces uno se pregunta en qué sentido es "realista" una posición donde se

afirma que los objetos y los hechos no existen independientemente de los esquemas

conceptuales. ¿Qué queda de la idea de que hay algo "ahí afuera" que es independiente de

la mente o del lenguaje? ¿Acaso no se trata de un puro idealismo?

Parte de la respuesta está en considerar que los objetos son también algo que se

descubre, que son "productos del factor 'objetivo' de la experiencia, el factor

independiente de nuestra voluntad", al cual Putnam se refiere con el término 'insumos' (cf.

Putnam, 1981, p. 54). Y aunque se afirme que no hay insumos que no estén, hasta cierto

punto, moldeados por nuestros conceptos, es claro que se reconoce un sustrato o materia

de la experiencia a partir del cual se conforman los objetos. "El realismo interno no niega

que hay insumos de la experiencia al conocimiento; el conocimiento no es una historia

[story] sin más constreñimiento que la coherencia interna" (ibidem). Lo que Putnam no

acepta, siguiendo a Hanson y a Kuhn, es el supuesto de que hay una base empírica que es

conceptualmente neutral, o que sólo admite una única descripción.

Tenemos entonces que la noción internalista de objeto es una noción compleja: los

objetos no son meras invenciones libres de la mente, sin un sustrato independiente y sin

ciertas restricciones, pero tampoco son cosas puramente externas, dadas por sí mismas,

con propiedades y relaciones intrínsecas. Pensar en términos de esta alternativa sería

pensar en términos de una falsa dicotomía. Los objetos son, a la vez, productos de la

mente y del mundo. La mente no se limita a copiar un "mundo ya hecho", pero tampoco

es la mente la que hace al mundo: "la mente y el mundo hacen conjuntamente a la mente

y al mundo" (ibid., p. xi).

Esto nos Ileva a otra de las claves de la perspectiva internalista, su denuncia de la

extendida "falacia de la división", falacia que Kant puso al descubierto con toda claridad. El

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pretender que podemos distinguir entre nuestra propia contribución conceptual y aquello

que forma parte del mundo, tal como es en sí mismo, es cometer un grave error, error que

también está en la base del realismo externalista. Si bien la noción de "cosa en sí", o

noúmeno, puede tener cierto sentido formal, es más bien un concepto negativo que alude

a lo incognoscible por definición, y como tal sólo cumple el papel de señalar un límite

infranqueable de nuestra experiencia. En la concepción de Kant no tiene cabida ningún

tipo de isomorfismo o mapeo entre el mundo nouménico y el mundo fenoménico (dicho

muy burdamente, no se debe pensar que a cada perro que observamos le corresponde un

perro nouménico que no podemos observar). Hablar de objetos empíricos es siempre

hablar de fenómenos, de cosas para nosotros, y ésta es la única noción de objeto que es

relevante para el conocimiento: un objeto empírico no es más que el resultado de aplicar la

síntesis de las categorías a lo dado en la intuición sensible (cf. Kant, 1781 A, pp. 108-109).

De esta manera, aunque el realismo de filiación kantiana -el realismo interno- haya

abandonado el supuesto de que el esquema de categorías es único, y en su lugar defienda

la tesis de la relatividad conceptual, de todos modos puede incorporar la idea del algo

independiente como materia de la experiencia, y seguir rechazando como carente de

sentido la idea de la realidad como algo intrínsecamente configurado en objetos (ya que

éstos tendrían que ser objetos autoidentificantes). La perspectiva internalista permite

afirmar que "las cosas para nosotros" son simplemente las cosas; no hay "detrás" de los

objetos de nuestro conocimiento otros objetos (cosas en sí) que son los que realmente

existen. Los objetos de los que hablamos desde nuestras estructuras conceptuales no son

meras proyecciones, ilusiones o apariencias, sino que son los únicos objetos queen cuanto

objetos realmente existen.

Por otra parte, contra lo que muchos piensan, el reconocimiento elemental de que

"la mente humana no ha creado las estrellas ni las montañas" no basta para zanjar la

discusión entre externalistas e internalistas en favor de los primeros (véase Putnam, 1990,

p. 30). Este reconocimiento básico simplemente expresa un compromiso realista

indispensable, casi diríamos trivial, que se opone a un idealismo que afirmara que sólo

existe lo mental, o que todo lo que existe es un puro producto del pensamiento. A nuestro

modo de ver, ninguna concepción internalista que hoy en día afirmara tal cosa merecería

la pena de ser discutida (más adelante, al examinar la posición de Kuhn, retomamos la

cuestión de la realidad independiente).

 Antes de Kant, la polémica giraba en torno de si hay realmente objetos "ahí afuera",

objetos físicos o materiales, o si sólo existe lo mental (por ejemplo, Locke versus

Berkeley). Kant sencillamente rechaza los supuestos de esta discusión entre "realistas

trascendentales" e "idealistas empíricos", como él los llamaba, y plantea el problema del

realismo en otros términos. No se trata de decidir cuáles son los objetos realmente

existentes, el problema está en aceptar que todo aquello que llamamos "objeto", del tipo

que sea, está constituido dentro de un esquema conceptual y es, por tanto, "objeto para

nosotros". De aquí que todo conocimiento sólo pueda ser conocimiento de fenómenos.

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El verdadero contrincante, a partir de Kant, es el externalista, sea materialista,

idealista o dualista. Esto es, aquel que insista en suponer categorías ontológicas absolutas,

en distinguir lo que es en-sí de lo que es sólo para nosotros, en suponer que el mundo

nouménico es el responsable del valor de verdad de nuestros juicios empíricos y, en

consecuencia, aquel que siga preguntando, a secas, qué es lo que realmente existe. Si no

postulamos alguna facultad del estilo de la "intuición intelectual" que suponían los filósofos

medievales, que nos permita un acceso privilegiado o directo a ciertos aspectos del

mundo, no podemos pretender que existe alguna forma de referirse a objetos empíricos -ni

a propiedades o relaciones- que sea independiente de nuestros sistemas de conceptos.

EL REALISMO CIENTÍFICO

En el campo de batalla del realismo tiene lugar un tipo más específico de contienda,

aquella que se da entre los llamados "realistas científicos" y sus correspondientes

adversarios. Como graciosamente los describe Hacking:

El realista científico dice que los mesones y los muones son tan "nuestros"

como los monos y las albóndigas. Todas esas cosas existen. Sabemos algunas

verdades acerca de cada una de esas clases de cosas y podemos encontrar más.

El antirrealista discrepa. Según la tradición positivista, desde Comte hasta Van

Fraassen, podemos conocer el comportamiento fenoménico de las albóndigas y

los monos, pero hablar de muones es cuando mucho una construcción intelectual

para la predicción y el control. Los antirrealistas acerca de los muones son

realistas respecto de las albóndigas (Hacking, 1983, p. 95).

El núcleo del conflicto, como se puede ver, es el estatuto ontológico que se les debe

otorgar a las entidades teóricas de la ciencia. En líneas generales, el realista científico

sostiene que los objetos, estados y procesos que postulan ciertas teorías científicas

realmente existen, y que las teorías tienen un valor de verdad en el sentido de la

correspondencia. En cambio, el antirrealista científico rechaza el compromiso ontológico

con dichas entidades, y considera que las teorías que hablan de ellas sólo son

herramientas del pensamiento para poder predecir y producir sucesos que nos interesan.

Las teorías pueden ser empíricamente adecuadas, útiles, aplicables, o estar justificadas,

pero no podemos considerarlas -ni siquiera a las teorías más exitosas- historias

literalmente verdaderas acerca de cómo es el mundo (cf. Van Fraassen, 1980). Aunque es

importante señalar que los antirrealistas científicos no forman un bloque homogéneo, pues

existen profundas diferencias en la manera de concebir aquello que se considera "ob-

servable". Considérese, por ejemplo, la vieja polémica dentro del Círculo de Viena entre

fenomenalistas y fisicalistas (los primeros sostenían que los enunciados de observación se

refieren a experiencias sensoriales de los sujetos, y los segundos, que se refieren a

objetos, estados o comportamientos describibles en el lenguaje de la física). Pero no

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entraremos en esta línea de discusión.

Por otra parte, entre los realistas científicos hay un grupo radical, el de los

"objetivistas" o "cientificistas", que sostienen el carácter absoluto, independiente de toda

perspectiva local, del conocimiento científico, especialmente de las teorías de la física. En

esta versión del realismo metafísico se supone que la ciencia fundamental sí es capaz de

"converger" hacia la teoría verdadera y completa del mundo, cuya ontología sería la de los

componentes últimos de la realidad. Y en cambio, nuestra concepción cotidiana del

mundo, la del sentido común, se juzga como fundamentalmente falsa.

Consideremos la situación de las dos mesas que describe Arthur Eddington. Una

mesa es la del hombre común y corriente, la mesa de madera donde escribe, la cual es un

objeto sólido -en su mayor parte materia-, con cierta textura y color, con bordes definidos,

etc. La otra es la mesa del científico, la cual es más espacio vacío que materia, dado que la

distancia entre las partículas es inmensa comparada con el radio de los electrones o de los

núcleos de los átomos que la componen, y donde ninguna de las propiedades que el físico

atribuye a ese agregado de partículas puede identificarse con las propiedades de la mesa

del hombre común. Frente a esta situación, la reacción del realista que adopta una

metafísica científica, como Wilfrid Sellars, es la de negar que existe realmente la primera

mesa, la mesa tal y como la concebimos cotidianamente. En consecuencia, considera que,

en sentido estricto, es falsa la concepción del hombre común acerca de los objetos

materiales de tamaño medio. A esta concepción Sellars la llama "la imagen manifiesta" y la

contrapone a "la imagen científica" del mundo (cf. Sellars, 1962).

 Ahora bien, la idea de que en realidad sólo existen los objetos que figuran en la

"imagen científica", y de que la mayor parte del mundo del sentido común es mera

apariencia o proyección, revela el intento de erigir la física en metafísica, proyecto que

sigue vivo en nuestros días (piénsese en los trabajos de Bernard Williams o Saul Kripke,

que suponen una metafísica científica). Sin embargo, como señala Putnam, si bien es

cierto que la ciencia del siglo XVII resultó muy eficaz para derribar los fundamentos me-

dievales del conocimiento, ese éxito no implica que la ciencia sea capaz de ofrecer

fundamentos metafísicos: "La ciencia es asombrosa destruyendo respuestas metafísicas,

pero incapaz de ofrecer respuestas que las sustituyan" (Putnam, 1987, p. 29).

Irónicamente, la principal fuente de argumentos en contra del proyecto cientificista

es la ciencia misma. Uno de los principales retos para el realismo científico proviene de la

subdeterminación de las teorías por la evidencia, ya que este hecho permite que existan

teorías que dan cuenta del mismo conjunto de fenómenos -que hacen las mismas

predicciones sobre hechos observables y que sin embargo son incompatibles entre sí. Pero

además, este tipo de situaciones se puede generalizar. Con base en un teorema de la

teoría de modelos se puede mostrar que, dada cualquier teoría, siempre es posible

construir otra teoría empíricamente equivalente pero incompatible con ella. Por tanto,

siempre existen alternativas teóricas posibles, con ontologías diferentes, y con respecto a

las cuales no hay nada en el nivel de la evidencia empírica que nos permita decidir cuál es

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la mejor. Este argumento de la subdeterminación ha sido desarrollado principalmente por

Bas van Fraassen (1980); y cabe señalar que Kuhn lo tuvo en cuenta antes de que fuera

moneda corriente entre los críticos del realismo científico (cf. Kuhn, 1970b, p. 265).

La tesis internalista de la relatividad conceptual y el pluralismo ontológico que la

acompaña apuntan en esta misma dirección. El hecho de que en la física teórica, en

particular en la mecánica cuántica, los estados de un sistema puedan describirse como su-

perposiciones de interacciones de partículas o como superposiciones de estados de campo

pone de relieve que, en la misma física, los compromisos ontológicos -y por tanto la

identificación y descripción de entidades, estados y procesos- dependen del sistema

conceptual y de la perspectiva teórica que se adopte. Si esto es así, todo parece indicar

que las posibilidades que tiene la ciencia de erigirse en metafísica son prácticamente nulas.

Como dato no sólo curioso, destaca el hecho de que Putnam haya llegado al

realismo interno después de haber sido un gran defensor del realismo científico. En aquella

época Putnam estaba preocupado por elaborar una teoría semántica que permitiera

conjurar la amenaza que representaba la tesis kuhniana de inconmensurabilidad para el

realismo científico (cf. "The Meaning of Meaning", en Putnam, 1975). Sin embargo,

Putnam termina por rechazar esa teoría -la teoría causal de la referencia- en buena medida

por la influencia de las tesis de Quine sobre la traducción y la referencia. Con base en sus

análisis semánticos y su "liberal" noción de objeto físico, entendido como el contenido

material de cualquier porción del espacio-tiempo, Quine muestra cómo podríamos sustituir

los objetos físicos por sus lugares-tiempo, sin que ello implique ningún cambio perceptible:

Este cambio en la ontología, el abandono de los objetos físicos en favor del

puro espacio-tiempo, resulta ser algo más que un ejemplo ingenioso. Las

partículas elementales han estado tambaleándose alarmantemente a medida que

la física progresa. Surgen situaciones que curiosamente ponen en duda la

individualidad de una partícula, no sólo a lo largo del tiempo sino incluso en un

mismo tiempo. Una teoría de campos en la cual los estados se atribuyen

directamente a los lugares-tiempo puede muy bien darnos una mejor imagen, y

algunos físicos lo creen así (Quine, 1981, pp. 27-28).

Esto significa que podemos cambiar nuestros objetos "sin perturbar en lo más

mínimo ni la estructura ni el apoyo empírico de una teoría científica" (ibid., p. 30).

En Quine encontramos otros elementos que permiten reforzar el núcleo del

antirrealismo científico. Siendo Quine un defensor de la epistemología naturalizada,

sostiene que "la realidad tiene que ser identificada y descrita en el interior de la ciencia

misma, y no en una filosofía anterior" (ibid., pp. 31-32). Sin embargo, no suscribe el

realismo científico. Sus análisis semánticos -que, como él afirma, no pertenecen a la

ontología sino a la metodología de la ontología, y por ende a la epistemología- muestran

que "en verdad se podría volver la espalda a nuestras cosas externas (...] sin violentar

ninguna evidencia" (ibid., p. 32). Por esto, cuando Quine sostiene que "toda atribución de

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realidad debe efectuarse desde el interior de nuestra propia teoría del mundo, pues de

otro modo resulta incoherente" (ibidem), debemos interpretarlo en clave internalista, y no

como si dijera que sólo la ciencia puede establecer lo que realmente existe. La

naturalización de la epistemología, el considerarla como un capítulo más de la ciencia, no

implica entronizar la ciencia. Significa más bien que no puede haber una "filosofía primera"

que establezca fundamentos absolutos, ni de la realidad ni del conocimiento; y en ese caso

nada, ni la ciencia en su máximo grado de desarrollo, podría llegar a ocupar ese lugar. Con

la naturalización de la epistemología se ha ido evaporando "la cuestión de si nuestra

ciencia alcanza la Ding an sich [la cosa en sí] o en qué medida la alcanza" (ibid., p. 33).

"La verdad es inmanente y no hay una verdad más alta. Tenemos que hablar desde dentro

de una teoría, aunque ésta sea una entre varias" (ibid., p. 32).

La otra gran línea de argumentación en contra del realismo científico proviene de

los análisis históricos de la ciencia. La piedra de toque es el argumento de la

"metainducción pesimista", el cual se apoya en el registro histórico de los fracasos teóricos

del pasado. Este argumento, cuyo exponente más destacado es Larry Laudan (1981), y

que es considerado por los mismos realistas metafísicos como el argumento más

desafiante (cf. Devitt, 1991), se dirige contra la famosa tesis de que la mejor explicación

del éxito de una teoría consiste en suponer que dicha teoría es verdadera y, por tanto, que

las entidades que postula existen realmente (ya que "sería un milagro que todo funcionara

como la teoría predice, y sin embargo la teoría fuera falsa"). El antirrealista científico, con

base en el análisis de un amplio rango de teorías que en su momento se juzgaron exitosas,

muestra que en su gran mayoría han sido descartadas como falsas en una etapa posterior

de la investigación. Frente a esta evidencia empírica, tal parece que la inferencia a la mejor

explicación nos conduce más bien a conclusiones equivocadas.

El realista científico puede replicar que él sólo argumenta en favor de la "verdad

aproximada" de las teorías exitosas, ya que éstas no siempre son verdaderas en todos sus

detalles. Sin embargo, como Kuhn hizo ver, no hay evidencia histórica que apoye la

especulación de que el desarrollo científico converge hacia una concepción teórica última.

Ciertamente, es posible rastrear algunas series de ecuaciones cada vez más exactas en la

predicción de cierto tipo de fenómenos. Pero lo importante, para esta discusión, es el

hecho de que las concepciones sucesivas, utilizadas para interpretar o explicar dichas

ecuaciones, han sido trastocadas una y otra vez por cambios profundos o revolucionarios,

esto es, cambios en que se modifican los compromisos con las entidades o mecanismos

que se postulan como factores explicativos.

La concepción teórica de la mecánica de Newton fue fundamentalmente modificada

por la de la relatividad general, y por una especie de inducción histórica podemos muy

bien esperar que esta última sea globalmente reemplazada por la teoría de la

supergravedad, o por alguna otra concepción teórica aún no imaginada. Como dice Kuhn:

"La comparación de teorías en la historia no da lugar para pensar que sus ontologías se

aproximan hacia un límite: en ciertos aspectos fundamentales, la teoría general de la

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relatividad de Einstein se parece más a la física de Aristóteles que a la de Newton" (Kuhn,

1970b, p. 265). Pero si no hay convergencia, el supuesto de una "concepción última del

mundo" se queda como una mera especulación.

Consideremos, por último, qué diría un defensor de la perspectiva internalista frente

a la polémica entre un realista científico radical que afirma "sólo existen los objetos de la

imagen científica", y un realista del sentido común que afirma "sólo existen los objetos

observables". Diría que cuando se reconoce que toda atribución de existencia es relativa a

alguna concepción del mundo, nuestros compromisos ontológicos se ponen en su justo

lugar: no podemos otorgar un carácter absoluto o privilegiado a ninguno de ellos, pero sí 

podemos llegar a sostenerlos con razonable confianza dentro de sus respectivos contextos

epistémicos. Como dice Putnam, el escepticismo radical respecto de los objetos externos

no es la única alternativa frente al absolutismo metafísico.

Tal como Putnam dibuja el panorama, son los filósofos que de una u otra manera

están en la tradición kantiana -James, Husserl, Wittgenstein-, y no los realistas

externalistas, los únicos que pueden sostener que tanto nuestras sensaciones como las

piedras y los electrones son igualmente reales. La idea de fondo es que al no haber un

punto de vista privilegiado (ni el del Ojo de Dios, ni el de la ciencia, ni el del sentido

común), no podemos pretender que las diversas descripciones del mundo, generadas en

los distintos sistemas de conceptos, tengan que ser reducibles a una única descripción.

Pero hay que insistir en que al adoptar la perspectiva internalista nos vemos

obligados a reconocer que nuestras descripciones del mundo, sean cotidianas o científicas,

reflejan siempre nuestros constreñimientos biológicos y nuestros condicionamientos

culturales y profesionales. Tal parece, entonces, que esta perspectiva no hace más que

agudizar el "escándalo" del hecho señalado por Kant hace doscientos años: el que no

podamos ofrecer al escéptico ninguna prueba satisfactoria de la existencia de las cosas

externas (cf. Kant, 1781 B, p. xi). Por supuesto, no puede haber "pruebas satisfactorias"

cuando se esperan certezas o demostraciones concluyentes. Sin embargo, este tipo de

realismo nos permite mantener con razonable confianza nuestras creencias acerca de los

objetos externos en la medida en que esas creencias puedan ser justificadas de acuerdo

con los criterios y objetivos vigentes en su contexto epistémico, logrando un acuerdo

intersubjetivo.

KUHN FRENTE AL PROBLEMA DEL REALISMO

 Ahora intentaremos reconstruir las implicaciones ontológicas de las tesis de Kuhn

desde una perspectiva internalista. Como estrategia para argumentar que Kuhn queda

comprometido con un realismo de tipo interno, estableceremos un contraste con la in-

terpretación alternativa que propone Hacking, según la cual Kuhn defendería un realismo

de tipo nominalista.

En el capítulo X de La estructura de las revoluciones científicas queda planteado el

problema ontológico de fondo, el problema del cambio de mundos, que generan las tesis

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de Kuhn sobre el desarrollo científico: "Aunque el mundo no cambia con un cambio de pa-

radigma, el científico trabaja después en un mundo diferente" (Kuhn, 1962, p. 121; p.

191). Y Kuhn insiste, con total conciencia de la oscuridad de lo que está diciendo, en que

debemos aprender a dar sentido a afirmaciones como ésta. Lo primero que salta a la vista

es el doble uso de la palabra 'mundo'. Por un lado, se dice que "después de una revolución

el científico sigue mirando el mismo mundo", y por otro se afirma que "cuando cambian los

paradigmas, el mundo mismo cambia con ellos". ¿Cómo conciliar entonces ambas

intuiciones?

  A primera vista, "el mundo que no cambia" no debería representar demasiado

problema. Se refiere simplemente a la realidad que existe con total independencia de

nuestro conocimiento (mente, lenguaje, esquemas conceptuales o representaciones). Sin

embargo, cuando se considera la variedad de versiones propuestas, resulta que no hay un

mínimo acuerdo sobre cómo entender esa realidad. Como acabamos de ver, cuando se la

concibe a la manera del realismo externalista, como una totalidad de objetos

independientes de la mente, encontramos que en opinión de algunos filósofos sólo existen

las entidades observables o los objetos del sentido común; según otros, sólo existen las

entidades postuladas por nuestras mejores teorías científicas; y los más liberales están

dispuestos a admitir todas esas entidades en la lista del censo metafísico del universo (por

ejemplo, Devitt, 1991).

Cuando Hacking intenta elucidar la idea de "vivir o trabajar en un mundo diferente",

que conduce al problema del cambio de mundos o "problema del mundo nuevo" (como lo

llama Hacking), propone una interpretación nominalista de la posición de Kuhn, que se

resume como sigue: el mundo que no cambia es un mundo de entidades individuales,

dado que éstas no cambian cuando cambian los paradigmas; mientras que el mundo que

sí cambia es un mundo de clases de cosas, dado que toda interacción con el mundo se

hace necesariamente bajo alguna descripción, y toda descripción requiere de alguna

clasificación o agrupamiento de las cosas individuales en clases (cf. Hacking, 1993, p.

277).

Sin duda, esta manera de fijar los dos sentidos de 'mundo' resulta muy atractiva.

Por una parte, ofrece una interpretación del cambio de mundos que es relativamente fácil

de aceptar, pues propone que lo único que cambia es la manera de agrupar o clasificar las

entidades existentes, esto es, "el mundo de clases de cosas" en el cual y con el cual

trabajan los científicos. Por otra parte, también tiene el mérito de no trivializar la idea de

"mundo nuevo" al tomar en serio la tesis de inconmensurabilidad. Notemos que el carácter

no trivial del cambio de mundos depende del hecho de que algunas descripciones no sean

completamente traducibles entre sí, lo cual supone que las clasificaciones o taxonomías en

  juego difieren en su estructura. No todo término que nombra una clase de la taxonomía

utilizada en una comunidad resulta traducible, o expresable, en los términos de clase de la

taxonomía que surge de una revolución. Se reconoce, por tanto, que la

inconmensurabilidad impide la reducción de los diversos mundos a uno solo, lo cual revela

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que el hablar de mundos diferentes no es una mera forma retórica o metafórica.

Otro elemento seductor de la interpretación de Hacking es que está planteada en

los mismos términos en que Kuhn formuló, en sus últimos trabajos, sus ideas sobre la

inconmensurabilidad. Como vimos, a partir de los años ochenta Kuhn desarrolla un

enfoque de tipo taxonómico de esta noción, encaminado a destacar el origen de los

problemas de traducción y comunicación. Sin embargo, a nuestro juicio, Hacking fuerza

demasiado el enfoque de Kuhn al encajarlo en un realismo que a fin de cuentas es de

corte metafísico, comprometiéndolo con una ontología de entidades independientes que

entraría en conflicto con algunas de sus tesis más básicas. La formulación taxonómica de

la inconmensurabilidad, en nuestra lectura, más bien vino a poner en claro la perspectiva

internalista de Kuhn y su fuerte filiación con una tradición kantiana. Veamos.

La interpretación de Hacking de "el mundo que cambia" se ajusta perfectamente

con la tesis kuhniana de que un cambio revolucionario implica un cambio en el léxico de

una comunidad científica, el cual refleja un cambio en la estructura de la taxonomía

previamente utilizada. Claramente, con las revoluciones cambian las clases de objetos del

campo de investigación, esto es, el mundo de clases en el cual y con el cual trabajan los

científicos. Sin embargo, cuando Kuhn discute la teoría causal de la referencia, afirma que

la referencia de los términos es una función de la estructura de un léxico, y "quienes

sostienen que la referencia es independiente del significado también sostienen que la

metafísica es independiente de la epistemología" (Kuhn, 1990, p. 317, n. 22), in-

dependencia que Kuhn rechaza abiertamente como todo buen internalista.

Pero esto revela que "el mundo que no cambia" no se puede interpretar -como

propone Hacking- como un mundo de entidades individuales que subsisten inmunes a los

cambios de taxonomía, como si las entidades estuvieran "ahí afuera" sujetas a que

nosotros las agrupemos en clases a voluntad. Con base en su análisis del aprendizaje de

un léxico, Kuhn sostiene que en este proceso se adquieren las categorías taxonómicas que

permiten describir el mundo de cierta manera. Pero también afirma que las categorías

traen consigo, de manera inseparable, el mundo en el cual viven los miembros de una

comunidad lingüística. De aquí que cuando las estructuras léxicas de dos comunidades no

son homologables, es decir, cuando sus concepciones del mundo son inconmensurables,

"algunas de las clases que pueblan [sus] mundos son irreconciliablemente diferentes, y la

diferencia ya no es más entre descripciones sino entre las poblaciones que se describen "

(Kuhn, 1993b, p. 319; cursivas añadidas).

Esto apunta a que las categorías taxonómicas no sólo permiten describir el mundo

de cierta manera, sino también son constitutivas de las entidades que pueblan los mundos.

De esta manera, Kuhn queda comprometido con la noción de "objeto empírico" que es

característica de la perspectiva internalista. En consecuencia, desde su posición, tampoco

tendría sentido hablar de entidades independientes de nuestros sistemas de conceptos

(entidades autoidentificantes). Kuhn también afirmaría que no hay más cosas que las

cosas para nosotros: aquellas constituidas con base en nuestros sistemas de categorías.

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Cuando Kuhn se refiere al a priori de Kant, retoma la distinción que hace

Reichenbach entre un a priori fijo (el del carácter absoluto de las categorías), y un a priori

relativo a las distintas culturas y periodos históricos. Y es este segundo sentido el que

Kuhn otorga a las categorías taxonómicas, pues a pesar de no ser fijas, de todos modos

son constitutivas de la experiencia posible del mundo (cf. ibid., p. 331). Pero si el mundo

de la experiencia depende de manera constitutiva de los sistemas de categorías, queda

claro que el repertorio de objetos o entidades individuales no puede permanecer idéntico a

través del cambio de paradigmas (más precisamente, del cambio de estructuras

taxonómicas). La diversidad de mundos implica, de hecho, un pluralismo ontológico. Y si

esto es así, Kuhn no podría catalogarse como nominalista.

Pero si Hacking no tiene razón, cómo se concibe entonces "el mundo que no cambia

cuando cambian los paradigmas", esto es, la realidad independiente. Cuando Kuhn se

plantea el problema de la relación entre la taxonomía compartida por una comunidad y el

mundo que esa comunidad habita, responde sin vacilar que esa relación no se puede

entender a la manera del realismo metafísico, ya que: "En la medida en que la estructura

del mundo puede ser experimentada [...] dicha estructura está constreñida por la

estructura del léxico de la comunidad que lo habita" (Kuhn, 1991, p. 10). Y cabe señalar

que la estructura de un léxico no sólo está biológicamente condicionada, sino también

depende de los distintos procesos de socialización y educación profesional.

Kuhn reconoce que estas afirmaciones pueden sugerir que lo que llamamos "mundo

real" es dependiente de la mente, a lo cual reacciona de manera defensiva, pues interpreta

esa dependencia en el sentido aberrante de que el mundo es una mera invención o

construcción mental. Kuhn quiere dejar muy claro, como cualquier internalista sensato,

que los sujetos "ya encuentran el mundo en su sitio", que el mundo real es "el escenario

de toda vida individual y social", y que ese mundo tan nos impone restricciones que la

supervivencia sólo es posible si los sujetos se adaptan a ellas. "¿Qué más se puede

razonablemente pedir de un mundo real?" (ibidem), pregunta Kuhn.

 Aquí es importante destacar que cuando Kuhn se refiere a las restricciones que nos

impone el mundo real eso no significa que esté cometiendo la falacia de la división, esto

es, no pretende que podamos distinguir nuestra contribución conceptual de aquello que

forma parte del mundo tal como es en sí mismo. En este respecto, en analogía con la

evolución biológica, Kuhn supone una especie de "plasticidad mutua" entre los sujetos y el

mundo, plasticidad que impediría trazar una línea divisoria entre el mundo real y el mundo

descrito o representado (el cual es producto de nuestra interacción con el mundo real). Si

lo que de hecho evoluciona es la conjunción del nicho y las criaturas que lo habitan, para

poder hablar de adaptación no es necesario "trazar una línea entre las criaturas dentro del

nicho y su entorno `externo"' (ibid., p. 11). Kuhn podría haber dicho, con Putnam, que "la

mente y el mundo hacen conjuntamente la mente y el mundo".

También encontrarnos que Kuhn habla del mundo independiente como algo

"experiencialmente dado", que "no es para nada respetuoso de los deseos de un

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observador", y que "es muy capaz de proporcionar evidencia contra las hipótesis

inventadas que fracasan en ajustarse a su comportamiento" (cf. ibid., p. 10). Desde sus

primeros escritos, Kuhn decía que "no se puede forzar a la naturaleza a entrar en un

conjunto arbitrario de cajas conceptuales" (Kuhn, 1970b, p. 263). Pero también sostenía

que, como nos enseña la historia, seguramente la naturaleza tampoco se quedará

indefinidamente confinada en ninguna de las estructuras conceptuales que los científicos

hayan construido hasta ahora. Recordemos que Kuhn puso las bases del argumento de la

metainducción pesimista contra el realismo científico. Cabe señalar que como decidido

oponente del realismo científico, Kuhn también objeta la pretensión de que podemos

distinguir entre propiedades esenciales (intrínsecas) y propiedades secundarias

(aparentes), y ofrece una serie de argumentos contra la teoría causal de la referencia para

mostrar que el agarrarse del vocabulario científico más desarrollado --como en la línea

trabajada por Kripke- no mejora la situación del realismo metafísico en su versión

cientificista (cf. Kuhn, 1990, pp. 309-314).

Las anteriores afirmaciones ponen de relieve otros rasgos internalistas de la

posición de Kuhn. En primer lugar, la idea del mundo como algo "experiencialmente dado"

revela el acuerdo con el supuesto del algo independiente como sustrato o materia de la

experiencia que impone restricciones a nuestras manipulaciones y representaciones. Como

dice Kuhn, se trata de "un mundo que no es para nada respetuoso de los deseos de un

observador", esto es, que opone resistencia a través de los insumos de la experiencia, los

cuales son el factor objetivo o independiente de muestra voluntad. Y en este respecto,

Kuhn también concuerda con la idea de que, a pesar de su carácter independiente, no hay

insumos de la experiencia que no estén contaminados o moldeados por nuestros sistemas

de conceptos. Una de las argumentaciones más convincentes en favor de esta idea

proviene, precisamente, de este autor.

También se destaca el supuesto de que el mundo tiene alguna estructura, pero este

supuesto viene acompañado con la convicción de que ni siquiera de nuestras teorías

científicas más exitosas podemos aseverar un isomorfismo con dicha estructura. Por una

parte, el hecho de que la "naturaleza" no encaje en cualquier estructura conceptual, es

decir, el que no cualquier teoría resulte aceptable -a pesar de que toda evaluación se haga

siempre desde alguna perspectiva local-, permite suponer que el mundo tiene alguna

estructura. Pero por otra parte, tanto el argumento de la subdeterminación de las teorías

por la evidencia corno el argumento de la metainducción pesimista ponen seriamente en

tela de juicio cualquier pretensión de isomorfismo entre nuestras teorías y la realidad.

Si bien se puede objetar que no queda claro cómo se articularía el supuesto de que

el mundo tiene alguna estructura con las tesis internalistas más básicas -articulación que

en efecto subsiste como un gran desafío desde los tiempos de Kant-, sin embargo se

podría decir que, al menos en principio, este supuesto no resulta incompatible con un

realismo de tipo interno, siempre y cuando no rebasemos los límites de lo que

razonablemente podemos afirmar. Después de todo, como dice Quine con base en el argu-

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mento de la inescrutabilidad de la referencia, lo único que nuestra ciencia necesita es que

el mundo esté estructurado de tal manera que acredite nuestras predicciones, y ni siquiera

en el ámbito de la ciencia podemos plantear exigencias más concretas acerca del mundo

(cf . Quine, 1981, p. 32).

 Al final de "El camino desde La estructura" Kuhn resume su posición acerca de la

relación entre nuestro conocimiento y el mundo, lo cual se podría leer como una

declaración de su acuerdo básico con un realismo internalista. Lo citamos extensamente en

apoyo de la interpretación aquí propuesta:

Subyaciendo en todos estos procesos de diferenciación y cambio [de

categorías taxonómicas] debe haber, por supuesto, algo permanente, fijo y

estable. Pero, como la Ding an sich de Kant, es inefable, indescriptible,

indiscutible. Situada fuera del espacio y del tiempo, esta fuente kantiana de

estabilidad es el todo a partir del cual han sido generados tanto las criaturas como

sus nichos, tanto los mundos "internos" como los "externos". La experiencia y la

descripción sólo son posibles con el descriptor y lo descrito separados, pero la

estructura léxica que marca esa separación puede hacerlo de diversas formas,

resultando cada una de ellas en una forma de vida diferente, aunque nunca

completamente diferente. Algunas formas están mejor adaptadas a ciertos

propósitos, y otras formas a otros. Pero ninguna debe ser aceptada como

verdadera o rechazada como falsa; ninguna nos ofrece un acceso privilegiado al

mundo real (Kuhn, 1991, p. 12).

Examinemos ahora el sentido de esta última afirmación, que nos remite a la noción

de verdad.

KUHN FRENTE AL PROBLEMA DE LA VERDAD

En la obra publicada de Kuhn no se encuentra ningún análisis detallado de la noción

de verdad, a pesar de que constituye uno de los temas centrales del libro en el que este

autor comenzó a trabajar desde principios de los años ochenta. Sin embargo, sí se

encuentran algunas anotaciones sugerentes, que intentaremos articular desde la

perspectiva internalista. En esta tarea resultará útil establecer una comparación entre Kuhn

y Putnam, ya que su posición con respecto al realismo difiere, justamente, en la noción de

verdad.

  Ambos autores sostienen que la diversidad genuina de estructuras conceptuales

impide suponer que las distintas concepciones del mundo son reducibles entre sí, o que

convergen hacia una concepción teórica última. De aquí que la evaluación de teorías tenga

un carácter pragmático, es decir, que esté en función de la eficacia de éstas en la

resolución de problemas, o de su adaptación a determinados propósitos e intereses. Pero

podríamos decir que a pesar de las coincidencias básicas entre Kuhn y Putnam, el in-

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ternalismo de Kuhn resulta más coherente en virtud de que rechaza cualquier noción de

verdad que trascienda nuestros sistemas conceptuales.

Putnam ciertamente abandona la verdad como correspondencia, pero se empeña en

mantener una noción que le permita afirmar que los enunciados tienen un valor de verdad

estable, esto es, que no se puede alterar o perder (cf. Putnam, 1981, p. 55). Por eso

propone una noción epistémica de verdad como aceptabilidad en condiciones ideales de

  justificación. Sin embargo, la idea de la verdad como una propiedad estable de los

enunciados entra en conflicto con la tesis de la relatividad conceptual, dado que las

mismas nociones de "objeto" y "existencia" no tienen un significado estable (cf. Pérez

Ransanz, 1992). Kuhn, por su parte, también rechaza la verdad como correspondencia,

pero la razón de fondo sería que no sólo el significado de los términos, sino también su

referencia, es una función de la estructura de categorías vigente en una comunidad: "La

referencia es una función de la estructura compartida del léxico" (Kuhn, 1990, p. 317, n.

22). Por tanto, no puede haber una verdad que sea conceptual o léxicamente inde-

pendiente. Notemos, por lo pronto, que este carácter relativo o dependiente de la verdad

resulta del todo congruente con las tesis básicas del realismo interno: no hay categorías

ontológicas absolutas, ninguna perspectiva epistémica es privilegiada, y no hay un

pegamento metafísico entre las palabras y las cosas (o entre los enunciados y los hechos).

Sin embargo, Kuhn también reconoce que la idea de verdad cumple una función

básica en el conocimiento: la función de exigir la aceptación o el rechazo de ciertos

enunciados -o teorías- frente a la evidencia compartida. Función que refleja el supuesto,

implícito en toda evaluación, de que nuestros juicios empíricos son candidatos a tener un

valor de verdad. De aquí que para dar cuenta de este tipo de situaciones epistémicas Kuhn

proponga concebir la verdad como un juego de lenguaje, "el juego de lo verdadero/falso",

donde rigen ciertas reglas lógicas mínimas entre las que destaca el principio de no-

contradicción-, las cuales son un prerrequisito de la racionalidad de las evaluaciones. Dice

Kuhn: "Declarar que un enunciado es candidato a verdadero/ falso es aceptarlo como

contendiente en un juego de lenguaje cuyas reglas prohíben aseverar, al mismo tiempo,

un enunciado y su contrario" (Kuhn, 1991, p. 9).

 Ahora bien, cuando los lenguajes de dos comunidades difieren en alguna parte de

su estructura, habrá secuencias de palabras que expresen afirmaciones diferentes para los

miembros de dichas comunidades. Por tanto, una misma secuencia de palabras puede ser

candidato a verdadero/falso en un léxico y no serlo en el otro; además, en caso de que lo

sea, todavía podría diferir el resultado de su evaluación. "En la discusión entre miembros

de comunidades con léxicos estructurados de diferente manera, la asertabilidad y la

evidencia cumplen el mismo papel sólo en aquellas áreas (que siempre hay muchas) donde

sus léxicos son congruentes" (ibidem).

Por lo que se alcanza a ver, esta manera de concebir la verdad encajaría en la

familia de teorías deflacionarias (teorías de la redundancia, desentrecomilladoras,

minimistas, etc.), cuya idea básica común es que la verdad no tiene una estructura

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"oculta" que debamos descubrir, o una naturaleza que requiera explicación. También

coincidiría con aquellas teorías deflacionarias donde la verdad no se considera como una

propiedad genuina o intrínseca de los enunciados. Esto es, la propuesta de Kuhn parece

encajar en una familia de teorías "débiles" -que un realista externalista como Devitt tilda

de "anémicas"- en cuanto se contraponen a las teorías que pretenden dar una explicación

de la supuesta naturaleza de la verdad, explicación que descansa en la relación que los

enunciados tienen con la realidad independiente. En las teorías débiles de la verdad

 justamente se intenta evitar semejante tipo de compromisos metafísicos.

De aquí que la sugerencia de Kuhn, concebir la verdad como un juego de lenguaje,

y por tanto como léxicamente dependiente; resulte muy adecuada para un enfoque

internalista. Por una parte, nos permite abandonar el arraigado supuesto de que los enun-

ciados son en sí mismos verdaderos o falsos (el valor de verdad como una propiedad

intrínseca), supuesto que resulta incoherente con las tesis básicas de un realismo interno.

Pero además representa una ventaja adicional: nos permite recuperar la idea intuitiva de

verdad, es decir, la manera como de hecho entendemos y usamos esta noción, tanto en

los contextos cotidianos como en los científicos. Por esta vía, podríamos darle un lugar a

las pretensiones de verdad, las cuales juegan un papel clave en la evaluación de nuestros

 juicios empíricos.

Con esto tocamos un punto neurálgico en la discusión del realismo, el problema de

dar cuenta de las pretensiones de verdad, problema señalado por Miguel Ángel Quintanilla

en la crítica que le hace a Putnam (cf. Quintanilla, 1994). Coincido con Quintanilla en que

el realismo interno de Putnam fracasa en dar cuenta de las pretensiones de verdad, tanto

del sentido común como de la práctica científica. Pero hay que decir que este fracaso sólo

se debe a la noción epistémica de verdad que Putnam adopta. La idea de "justificación en

condiciones epistémicas ideales" está muy lejos de reflejar lo que queremos decir cuando

afirmamos un enunciado como verdadero. Luis Villoro ha destacado esta cuestión con

mucha claridad: la pretensión de verdad no se debe confundir con la pretensión de

 justificación universal. Una cosa es pretender que "si un enunciado es verdadero, el hecho

enunciado es", y otra, muy distinta, pretender que "nadie puede acceder a razones que

invaliden lo bien fundado de un enunciado" (Villoro, 1990, p. 83).

Las tesis ontológicas de un realismo internalista no implican una noción epistémica

de verdad como la de Putnam. Sólo excluyen la verdad como correspondencia metafísica,

pues ésta nos comprometería con un isomorfismo entre nuestras representaciones y la

realidad independiente, y por tanto con la idea de objetos autoidentificantes, de "cosas en

sí", que es incompatible con las tesis internalistas. En cambio, la propuesta de Kuhn,

además de embonar con estas tesis, permitiría incorporar las pretensiones de verdad al dar

cuenta de la función epistémica que cumple nuestra idea intuitiva de verdad. La intuición

básica de que el mundo no es una pura creación mental se refleja en el hecho de que el

objeto intencional de nuestros juicios empíricos, aquello a lo que apuntan, es la realidad

independiente. Ahora bien, esta dirección o intencionalidad de nuestros juicios es lo que

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está en la base de la exigencia de aceptarlos o rechazarlos frente a la evidencia disponible,

exigencia que justamente quedaría recuperada en un juego de lenguaje como el que Kuhn

esboza.

Un realismo internalista que no le pida más a la noción de verdad, como sería el

realismo de Kuhn bajo esta interpretación, puede muy bien aceptar que las pretensiones

de verdad rebasan el terreno epistémico -el ámbito de las razones- y revelan un com-

promiso ontológico por parte de los sujetos. Por tanto, puede responder a la exigencia de

reconocer la importancia y el sentido que de hecho tiene '"la pretensión de representar

una realidad independiente de nuestras propias representaciones" (Quintanilla, 1994, p.

29). Como bien señala Quintanilla, un enfoque pragmático, como es el del realismo

interno, debería incluir este reconocimiento. Todo parece indicar, entonces, que una

noción débil y conceptualmente relativa de verdad, del estilo de la que Kuhn delineó en sus

últimos trabajos, permite configurar una versión más coherente y prometedora de la

perspectiva internalista.

 VIII . OTROS MODELOS DE CAMBIO CIENTÍFICO

SUPUESTOS COMUNES

Como dijimos en el primer capítulo al referirnos a la "nueva" filosofía de la ciencia,

en los años sesenta se conforma un enfoque alternativo a la concepción hasta entonces

dominante, que introduce un "giro histórico" en el análisis de la ciencia. Este movimiento

fue impulsado de manera decisiva por los trabajos de Hanson, Toulmin, Feyerabend y

Kuhn (quien resulta ser la figura más influyente). En los años setenta aparecen las

contribuciones de una nueva generación de filósofos de la ciencia: Imre Lakatos, Larry

Laudan, Wolfgang Stegmüller, Dudley Shapere y Mary Hesse, entre los principales, quienes

elaboran modelos para el desarrollo científico tomando como principal marco de referencia

el modelo de Kuhn (ya sea que dichos autores adopten, elaboren, modifiquen o rechacen

ciertos supuestos del modelo kuhniano, este modelo está en el trasfondo de sus

respectivas propuestas).

 A continuación enlistamos una serie de tesis de carácter general, cada una de las

cuales reúne un acuerdo significativo entre los filósofos que se han ocupado del problema

del cambio en la ciencia. Como se verá en los modelos que consideraremos, estas tesis

adquieren pesos específicos diferentes e incluso algunas de ellas resultan una fuente de

controversia. De cualquier manera, aunque en sentido estricto no constituyan un común

denominador de los modelos de cambio científico propuestos hasta la fecha, estas tesis

reflejan algunos de los principales lineamientos dentro de los cuales se ha desarrollado la

investigación en este campo. Cabe advertir que si bien estas tesis ya han sido discutidas

desde la perspectiva del análisis que aquí hemos hecho del modelo de Kuhn, resulta

conveniente recapitularlas y tenerlas presentes como parámetros, o puntos de referencia,

en el examen de modelos alternativos.

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1) La historia de la ciencia es la principal fuente de información para construir y

evaluar los modelos sobre el cambio científico. Esto es, los modelos que intentan dar

cuenta de la dinámica científica deben estar respaldados por estudios históricos de cómo

se han desarrollado las diversas disciplinas, y estar sujetos a contrastación empírica (Kuhn

y Feyerabend son los principales responsables de este giro histórico y empírico en la

filosofía de la ciencia).

2) No hay una única manera de organizar conceptualmente la experiencia. Si bien

se reconoce la importancia fundamental de la experiencia en la adquisición de

conocimiento, se insiste en que la mayor parte de la investigación científica consiste en un

intento por comprender la naturaleza en términos de alguna estructura teórica

presupuesta. De aquí que se afirme que no hay percepciones puras, neutras,

independientes de las perspectivas teóricas locales.

3) Las teorías científicas se construyen y desarrollan dentro de marcos generales de

investigación. Estos marcos están conformados por una serie de presupuestos que

establecen los compromisos básicas en una disciplina o especialidad científica. Entre ellos

figuran los compromisos ontológicos, conceptuales, epistémicos, metodológicos,

instrumentales y pragmáticos. Este marco de supuestos previos hace posible, y a la vez

constriñe, el desarrollo de las teorías. Si bien la caracterización de estos marcos de

investigación varía entre los distintos teóricos de la ciencia (paradigmas, programas de

investigación, tradiciones científicas, teorías globales, etc.), hay un acuerdo en

considerarlos como las unidades básicas del análisis metacientífico.

4) Los marcos de investigación también cambian. Si bien se trata de estructuras de

presupuestos que, por lo regular, tienen una vida media más larga que las teorías e

hipótesis empíricas con ellos asociadas, sin embargo ninguno de sus componentes tiene un

carácter permanente o absolutamente estable. De aquí la preocupación por elaborar

modelos que den cuenta de los cambios más profundos, y a más largo plazo, que ocurren

en el nivel de los presupuestos o compromisos básicos.

5) La ciencia no es una empresa totalmente autónoma. No sólo los procesos de

construcción de hipótesis y teorías están sujetos a la influencia de factores "externos"

(factores del ámbito psicológico, social, ideológico, etc.). Dado que no hay procedimientos

algorítmicos para la comparación de teorías rivales, el proceso de elección de teorías está

subdeterminado par la evidencia disponible y los estándares de evaluación aceptados en

cada contexto. Esta subdeterminación da lugar a que diversas consideraciones -que

pueden ser externas- influyan en las decisiones de los especialistas frente a teorías

alternativas, generando desacuerdos y controversias. De aquí el interés creciente de los

metodólogos por explicar cómo se forman nuevos consensos en la ciencia. Y de aquí 

también la defensa de diversos tipos de relativismo.

6) El desarrollo científico no es acumulativo ni lineal. Como por regla general las

teorías rivales no resuelven exactamente los mismos problemas, casi siempre la aceptación

de una de ellas trae consigo pérdidas explicativas. De aquí que la noción de progreso

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científico se deba desligar de la idea de acumulación. Por otra parte, como también puede

ocurrir que los desacuerdos respecto de enfoques teóricos alternativos desemboquen en

una fragmentación de la comunidad profesional, dando lugar al surgimiento de nuevas

especialidades, el desarrollo de la ciencia tampoco es lineal.

7) La racionalidad científica no se puede caracterizar "a priori ". Como los cánones

de evaluación y procedimiento no son autónomos, dado que ellos mismos han sufrido

transformaciones come resultado de la dinámica de las diversas disciplinas, se considera

que sólo an análisis de esta dinámica nos puede permitir elucidar el tipo de racionalidad

que opera en la actividad científica. El carácter no autónomo de los estándares epistémicos

ha conducido a un movimiento de naturalización de la epistemología, en que ésta se

vincula con -o incluso se sustituye por- teorías empíricas sobre los procesos cognitivos

(según se conciban estos procesos, se propone a la psicología, la sociología, la biología,

etcétera).

8) Los modelos del cambio científico no tienen una base neutral de contrastación.

Como se considera que la base para evaluar los modelos metodológicos es la historia de la

ciencia, y como no hay una historiografía de la ciencia que sea metodológicamente neutral

(toda reconstrucción histórica parte de ciertos supuestos sobre la naturaleza del quehacer

científico), se plantea el problema de una circularidad que aparentemente viciaría la

evaluación. De aquí la necesidad de elucidar las relaciones entre historia y filosofía de la

ciencia, relaciones que han sido muy discutidas en el nivel del análisis metametodológico.

En este última capítulo presentamos, a grandes trazos, algunos de los modelos más

citados en la bibliografía sobre desarrolla científico. Los modelos propuestos por Lakatos y

Laudan se examinan con un poco más de detenimiento, y sólo se señalan los aspectos más

originales de los modelos de Feyerabend, Shapere y Stegmüller. Al final destacamos los

principales puntos de acuerdo y desacuerdo entre estos modelos, haciendo un balance del

estado actual de la discusión. Aunque aquí no examinaremos en detalle estas valiosas

contribuciones, consideramos que el anterior análisis del modelo de Kuhn -en que

exploramos las diversas implicaciones de sus tesis sobre el cambio científico- puede servir

como base para adentrarse en el estudio de modelos que, de una u otra manera, lo toman

como marco de referencia.

EL MODELO DE LAKATOS

Imre Lakatos (1922-1974) propone su modelo con el propósito de reconstruir la

historia de la ciencia como un progreso racional. De aquí que su modelo tenga un doble

objetivo: servir como instrumento para la evaluación del carácter científico y racional de los

sistemas conceptuales, y como herramienta para la reconstrucción histórica del cambio y

desarrollo de dichos sistemas. La propuesta de Lakatos (desarrollada en Lakatos, 1970, y

1971) surge dentro de una perspectiva epistemológica popperiana, y comparte con ésta

los siguientes supuestos: el carácter falible de todo conocimiento, la importancia de

establecer un criterio de demarcación entre ciencia y no ciencia, el desarrollo del

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conocimiento como problema central de la epistemología, el carácter autónomo de ésta

("epistemología sin sujeto cognoscente"), y el compromiso con un método semánticamente

neutral para comparar sistemas conceptuales distintos. Sin embargo, la influencia de las

tesis de Kuhn -por demás notoria- aparta esta propuesta metodológica de la de Popper en

aspectos centrales.

Para Lakatos la evaluación de las teorías científicas es también una cuestión

histórica y comparativa. Dado que las teorías no se pueden poner a prueba de manera

aislada, ni considerando sólo momentos puntuales de su desarrollo, es necesario partir de

unidades de análisis más amplias y complejas que las teorías consideradas en lo individual.

Estas unidades son los "programas de investigación científica", los cuales pueden ser

  juzgados como "progresivos" o "degenerativos", como compitiendo entre sí, y como la

base para decidir sobre la racionalidad de una empresa científica particular. Las teorías

específicas surgen y se desarrollan como versiones sucesivas de estos programas de

investigación, de tal manera que cada programa se plasma en una serie de teorías que

evolucionan a lo largo del tiempo.

Cada programa de investigación científica (PIC, en adelante) está caracterizado por:

1) un "núcleo" (hard core) de leyes y supuestos fundamentales, que se considera inmune a

la refutación por decisión metodológica de los especialistas; 2) un "cinturón protector"

(protective belt) de hipótesis auxiliares, que está sujeto a revisión y debe recibir el impacto

de los resultados de las contrastaciones, y 3) una "heurística" o conjunto de reglas

metodológicas que guían a los científicos sobre qué caminos deben evitar (heurística

negativa) y qué caminos deben seguir (heurística positiva), tanto para resolver las

dificultades a que se enfrentan las teorías como para aumentar su contenido empírico.

Para que un PIC se pueda desarrollar es necesario proteger el núcleo que contiene

las ideas que lo identifican, sobre todo en las primeras etapas de su crecimiento. La

heurística negativa, entonces, prescribe que la evidencia en contra (las anomalías) se

desvíe hacia las hipótesis auxiliares. La heurística positiva complementa a la negativa

sugiriendo cómo modificar, enriquecer o desarrollar las hipótesis refutables del cinturón

protector, con el fin de ampliar el contenido empírico del programa. De esta manera, la

sucesión de teorías que constituye un PIC presenta dos características: a) cada teoría

conserva el núcleo de supuestos básicos, y b) cada teoría surge de su predecesora

mediante la aplicación de los lineamientos heurísticos. No sólo el núcleo sino también la

heurística permanecen sin cambios a lo largo de la vida de un programa.

La evaluación de un PIC consiste en considerar la serie de teorías a que da lugar y

determinar si ésta ha conducido a nuevas predicciones. Cuando las teorías posteriores

tienen mayor alcance, es decir, cuando explican más de lo que explicaban sus

predecesoras, el PIC es teóricamente progresivo y, por tanto, científico. Para Lakatos el

incremento de información empírica es el rasgo distintivo de los PlC auténticamente

científicos. Ahora bien, cuando además queda corroborado dicho excedente de información

(al menos en parte), se puede afirmar que el PIC es empíricamente progresivo. De lo

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contrario, se considera degenerativo.

Según Lakatos, una teoría de una serie se considera "refutada" sólo cuando es

reemplazada por otra teoría con mayor contenido empírico corroborado. En la

contrastación de una teoría, los casos decisivos son aquellos que corroboran su excedente

de información. Como se puede ver, Lakatos utiliza el término 'refutación' de manera

peculiar; a diferencia del uso tradicional, la evidencia en contra, por bien establecida que

esté, no es una condición suficiente para eliminar una teoría. Retomando la línea de crítica

de Kuhn a Popper, Lakatos afirma que las teorías de un PIC se enfrentan a múltiples

anomalías todo el tiempo, y sostiene que estas anomalías se vuelven decisivas sólo cuando

en el PIC se han dejado de predecir nuevos tipos de fenómenos, esto es, cuando el cambio

de teorías ha entrado en una fase degenerativa.

La historia de la ciencia, según la concepción de Lakatos, ha sido y debe ser una

historia de programas de investigación en competencia; pero entonces se plantea el

problema de cómo se eliminan los PIC. La respuesta de este autor es que un PlC se aban-

dona cuando además de haber entrado en una fase degenerativa tiene un rival que es

empíricamente progresivo. Sin embargo, en el cambio de un PIC por otro se presentan

serias dificultades que no surgen en el cambio de teorías dentro de un mismo PIC (donde

la eliminación de una teoría por otra es un proceso relativamente rutinario). Por un lado, el

carácter empíricamente progresivo de un PIC no es algo que se pueda determinar de

manera inmediata; la verificación de las predicciones novedosas puede tomar un tiempo

considerable. Por otro lado, siempre es posible que un PIC. que se encuentra en una fase

degenerativa se recupere gracias a ingeniosas y afortunadas hipótesis auxiliares, que

transformen las anomalías en casos corroboradores del programa. De aquí la importancia

de la tolerancia metodológica y el rechazo de la "racionalidad instantánea". Sólo a

posteriori se puede distinguir una simple anomalía de un auténtico contraejemplo y

reconocer qué experimentos tienen un carácter crucial. Un PIC triunfa sobre otro sólo

después de un prolongado periodo de desarrollo desigual (progresivo en un caso y

degenerativo en el otro), periodo que puede tomar decenas de años. Pero Lakatos no

establece ningún límite temporal.

Si el conocimiento crece por la eliminación de los programas degenerativos en favor

de los progresivos, el juicio sobre la racionalidad del cambio científico sólo puede ser

retrospectivo. Esta metodología es normativa en el sentido de que supuestamente permite

afirmar de ciertos episodios científicos que no deberían haber seguido el camino que de

hecho siguieron, pero no permite evaluar los programas actualmente en competencia,

pues no se puede establecer el curso que éstos seguirán en adelante. Por otra parte, la

afirmación de que cierto episodio de investigación no debió seguir el curso que de hecho

siguió, y que si lo hizo fue por la intervención de factores "externos", supone la distinción

que Lakatos establece entre historia interna e historia externa. Para Lakatos la historia

interna debe excluir todos los factores psicológicos y sociales. Debe ser la historia del

desarrollo de las ideas que tiene lugar en el mundo del conocimiento articulado, el cual es

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independiente de los sujetos que producen el conocimiento. En suma, debe ser la historia

de programas de investigación anónimos y autónomos. El cambio científico (el paso de un

PIC a otro) se considera racional cuando obedece sólo a razones de tipo interno, que en

idea de este autor son las razones objetivas.

En cuanto al problema de cómo evaluar los diversos modelos del desarrollo

científico (la evaluación metametodológica), Lakatos, en total acuerdo con el giro histórico

iniciado por Kuhn, sostiene que la historia de la ciencia constituye su base de contras-

tación. Una teoría de la ciencia (una metodología) que no tenga adecuación histórica no

puede ser aceptada. Y la mejor metodología será entonces aquella que reconstruya como

racionales una mayor cantidad de episodios de la historia de la ciencia. Sin embargo, este

criterio metametodológico parece implicar una circularidad. Se apela a la historia de la

ciencia como piedra de toque para comparar metodologías rivales, pero el problema es que

no hay una historia de la ciencia que sea metodológicamente neutral. Lakatos reconoce

esta dificultad y propone tomar como punto de partida las valoraciones, los juicios, que

hace la élite científica sobre ciertos episodios concretos, para proceder a construir una

teoría general que dé cuenta de los episodios así valorados. La teoría de la racionalidad

resultante deberá permitir la valoración de nuevos casos, e incluso puede conducir a la

revisión de juicios previamente aceptados. De aquí que Lakatos considere que la

evaluación de metodologías alternativas es un procedimiento básicamente análogo al que

tiene lugar en la ciencia cuando se evalúan programas de investigación en competencia.

EL MODELO DE LAUDAN

El modelo de cambio científico propuesto por Larry Laudan es un modelo que parte

de la idea de que el objetivo de la ciencia es obtener teorías altamente eficaces en la

solución de problemas. Por tanto, la ciencia progresa en la medida en que las teorías suce-

soras resuelven más problemas que sus antecesoras. Laudan considera que cualquier

modelo de desarrollo que pretenda dar cuenta de la ciencia como una empresa progresiva

y racional debe reconocer ciertos rasgos del cambio científico que la historia de la ciencia

nos muestra como persistentes, a saber:

-los cambios de teoría son, por lo general, no acumulativos;

-las teorías no se rechazan simplemente por la presencia de anomalías, ni se

aceptan tan sólo por haber sido empíricamente confirmadas;

-los debates en los cambios de teoría se centran, con frecuencia, en cuestiones

conceptuales y no en cuestiones de apoyo empírico;

-los criterios utilizados por los científicos al evaluar las teorías (que Laudan llama

"principios locales de racionalidad") han cambiado considerablemente a lo largo del

desarrollo científico;

-los estándares de evaluación varían considerablemente de acuerdo con los distintos

niveles de generalidad que presentan las teorías;

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-la aceptación o el rechazo no son las únicas actitudes cognoscitivas hacia las

teorías, existe una gama más amplia de actitudes epistémicas;

-la coexistencia de teorías rivales es la regla más que la excepción; por tanto, la

evaluación de teorías es, básicamente, una cuestión comparativa;

-resulta poco plausible que la caracterización del progreso en función de objetivos

trascendentes (como la verdad) permita reconstruir la ciencia como una actividad racional.

La propuesta de Laudan, en consecuencia, intenta responder al desafío de ofrecer

un modelo que incorpore estos rasgos de la ciencia efectiva (en Laudan, 1977, 1981, y

1984, se desarrolla este programa metodológico).

Laudan también considera que limitar nuestra atención a las teorías -entendidas a la

manera tradicional- nos impediría tomar en cuenta los compromisos más básicos, y a largo

plazo, que son un componente central de toda investigación científica. Las teorías son

versiones específicas de visiones más fundamentales acerca del mundo, y la manera en

que se desarrollan y cambian cobra sentido sólo cuando se analizan a la luz de sus

presupuestos más básicos. Laudan llama "tradiciones de investigación" (TI), en adelante)

al conjunto de compromisos compartidos por una familia de teorías. Una TI incluye: 1) una

ontología (un conjunto de supuestos generales acerca de la clase de entidades y procesos

que integran el dominio de investigación); 2) una metodología (un conjunto de normas

epistémicas y metodológicas acerca de cómo investigar ese dominio, cómo poner a prueba

las teorías, qué cuenta como evidencia, cómo modificar las teorías que estén en

dificultades, etc.), y 3) una especificación de los objetivos cognitivos (como por ejemplo, el

de restringirse a enunciados sobre propiedades manifiestas y a teorías inducidas por ellos,

objetivo predominante en la "filosofía experimental" del siglo XVIlI).

  Aunque las TI son las unidades que persisten a través del cambio de teorías, las

mismas TI pueden ser abandonadas. La evaluación tanto de las teorías como de las TI

depende fundamentalmente de su eficacia en la resolución de problemas. Los problemas

que han de ser resueltos son básicamente de dos tipos: empíricos y conceptuales. Entre

los problemas empíricos Laudan distingue: problemas potenciales, problemas resueltos y

problemas anómalos. Los problemas potenciales, o "no resueltos", son los hechos

conocidos acerca de los cuales no hay, hasta el momento, ninguna explicación; los

problemas resueltos, o "reales", son las afirmaciones acerca del mundo que han sido

explicadas por alguna teoría viable, y los problemas anómalos, en relación con una teoría,

son problemas que ella no resuelve pero que una teoría rival, que es viable, sí lo hace. Los

problemas conceptuales son los problemas que se le presentan a una teoría T en las

siguientes circunstancias: cuando T es internamente inconsistente o encierra

ambigüedades conceptuales; cuando T entra en contradicción con otras teorías, con los

principios metodológicos o con los supuestos metafísicos prevalecientes; cuando T no

utiliza conceptos de teorías más generales a las que supuestamente está lógicamente

subordinada.

En el modelo de solución de problemas, la eliminación de problemas conceptuales

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es tan constitutiva del progreso como el lograr un creciente apoyo empírico. Laudan llega a

afirmar que es posible que el cambio de una teoría por otra que tiene menos apoyo

empírico sea un cambio progresivo, cuando la segunda resuelve dificultades conceptuales

de peso que la primera no ha podido resolver. El objetivo de la empresa científica es,

entonces, maximizar la esfera de los problemas empíricos resueltos, al mismo tiempo que

se minimiza la esfera de los problemas anómalos y conceptuales. Como en este modelo se

rompe de entrada la liga entre retención acumulativa y progreso, resulta necesario

elaborar una forma de medida que compare ganancias contra pérdidas. Pero esto requiere,

a su vez, determinar no sólo el número sino también la importancia de los distintos tipos

de problemas (lo cual supone una estimación de tipo cualitativo, cuestión por demás es-

pinosa y compleja, que se intenta elucidar en Laudan, 1977). Siguiendo esta vía, Laudan

propone el siguiente criterio de evaluación: la eficacia global de una teoría en la resolución

de problemas se determina estimando el número y la importancia de los problemas

empíricos que resuelve, y restando a esto el número e importancia de las anomalías y de

los problemas conceptuales que la teoría enfrenta.

Por otra parte, las actitudes cognoscitivas de aceptación o rechazo no son las únicas

que una metodología debe tomar en cuenta. Laudan afirma que los científicos, en muchas

ocasiones, consideran que una teoría merece mayor exploración y elaboración, aun cuando

no la acepten por el momento. La racionalidad de este tipo de actitudes se muestra

apelando a la tasa de progreso de una teoría, es decir, a la rapidez con que ha resuelto

ciertos problemas. Por ejemplo: una alta tasa inicial de progreso de una teoría puede

 justificar que se trabaje en ella, a pesar de que su eficacia global para resolver problemas

sea menor que la de sus rivales más antiguas y mejor establecidas. La decisión de aceptar

una teoría depende de su eficacia global en la trayectoria seguida, la decisión de proseguir

en la investigación de una teoría depende de su tasa de progreso reciente, y ambas cosas

requieren de manera indispensable de la comparación con las teorías alternativas

existentes. De esta manera, la evaluación abarca tanto un componente retrospectivo como

uno prospectivo.

De acuerdo con el componente retrospectivo, una tradición de investigación es más

adecuada (más aceptable) que otra cuando el conjunto de sus teorías tiene una eficacia

global mayor que el conjunto asociado a la tradición rival. De acuerdo con el componente

prospectivo, una TI es más progresiva (más prometedora) que otra cuando su tasa de

progreso es mayor (donde la tasa de progreso de una TI se define como la diferencia

entre su adecuación en un momento t y su adecuación en un t anterior o inicial). Por

tanto, una TI puede ser menos adecuada que una tradición rival y, sin embargo, ser más

progresiva. La racionalidad estribaría, según Laudan, en proseguir la investigación de las

teorías más progresivas, y en aceptar sólo las teorías más adecuadas.

En Science aud values (1984), Laudan abandona el carácter hasta cierto punto

  jerárquico de su propuesta anterior. De acuerdo con el nuevo modelo, de estructura

reticular, las tradiciones de investigación evolucionan de tal manera que las primeras y las

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últimas versiones de una misma TI pueden tener muy pocos supuestos en común, si no es

que ninguno. Esto se explica por los patrones de dependencia mutua entre los distintos

niveles de evaluación, es decir, por las relaciones y acciones recíprocas entre teorías,

reglas metodológicas y objetivos cognitivos. Por ejemplo: el tipo de teorías que se esté

construyendo en un campo de investigación puede entrar en conflicto con los objetivos

vigentes y ocasionar cambios en el nivel axiológico. De acuerdo con el modelo reticular,

ningún nivel, en ningún momento de la evolución de una TI, es inmune a la crítica ni a la

revisión. A través de este proceso de interacción, una serie de cambios graduales puede

llegar a producir cambios profundos tanto en las creencias como en los estándares y

objetivos de una comunidad científica. Pero a pesar de que los componentes de una TI

forman una red interconectada, los cambios rara vez ocurren como una cuestión de todo o

nada, y tampoco tienen por qué implicar inconmensurabilidades globales. Como se puede

ver, en este enfoque de Laudan la línea divisoria entre evolución y revolución

prácticamente se desdibuja.

En el nivel metametodológico, en que se evalúan los distintos modelos de cambio

científico, la propuesta de Laudan en Progress and its Problems (1977, capítulo V) coincide

en aspectos importantes con la de Lakatos. Además de aceptar el giro histórico, conside-

rando que las propuestas metodológicas deben ponerse a prueba contra el registro

histórico de las ciencias, Laudan supone que existe un conjunto de casos del desarrollo de

la ciencia acerca del cual las personas científicamente educadas -no sólo la élite científica-

tienen fuertes y similares "intuiciones normativas" (por ejemplo: este tipo de personas

concuerdan en que era racional aceptar la mecánica newtoniana y rechazar la mecánica

aristotélica alrededor de 1800). Estas intuiciones normativas predominantes establecen los

casos estándar o prototípicos de racionalidad científica, y son el punto de partida para

poner a prueba los modelos metodológicos en competencia. Dado un conjunto de casos

estándar, los diversos modelos se juzgan por su capacidad para reconstruirlos como

racionales. El modelo que resulte más adecuado se utiliza entonces para interpretar y

evaluar el resto de episodios de la historia de la ciencia. Esta propuesta metametodológica

de Laudan combina aspectos descriptivos y normativos, intentando evitar los extremos de

un normativismo apriorista (indiferente a la historia de la ciencia) y de un relativismo

histórico radical (que cancela toda función crítica al análisis filosófico de la ciencia).

Cabe señalar que Laudan, en trabajos posteriores (1986, 1987), abandona este

"intuicionismo metametodológico" y emprende un nuevo programa, el "naturalismo

normativo", en el que desarrolla un intento de naturalización de la metodología que no de-

penda de nuestros juicios intuitivos sobre la racionalidad de casos ejemplares (juicios que

pueden tener infiltrados factores externos, psicológicos o sociales). En su lugar, se subraya

el papel de la evidencia como piedra de toque de la evaluación comparativa y aceptación

de las teorías científicas, lo cual ha replanteado el problema de la relación entre teoría y

experiencia. La evidencia, en el naturalismo normativo, es el eje de una epistemología

cuyo objetivo es dar cuenta de la confiabilidad del conocimiento científico, ya que

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progresamos en la medida que nuestro conocimiento es más confiable (cf . Laudan, 1990).

Por otra parte, desde el naturalismo normativo, Laudan ha reforzado su ataque a las

posiciones relativistas de la corriente historicista o pospositivista, encabezada por Kuhn y

Feyerabend (en "La amenaza del relativismo", capítulo VI, discutimos las críticas al

relativismo kuhniano, las cuales se condensan en Laudan, 1996, capítulo 1).

EL MODELO DE FEYERABEND

Con respecto al modelo de Paul Feyerabend (1924-1994), nos limitaremos a señalar

algunas de sus tesis más originales, sobre todo aquellas que más han contribuido a

enriquecer -y atizarla discusión sobre el cambio científico. Feyerabend centra el problema

del cambio científico en el cambio semántico (Feyerabend, 1965, 1970a, y 1970b).

Propone como unidades de análisis las "teorías globales" (teorías muy comprehensivas,

que dependen fuertemente de supuestos metafísicos), y afirma que cuando se acepta una

nueva teoría global, en un cierto campo de investigación, cambian los significados de los

términos cotidianos y observacionales utilizados en dicho campo. De aquí que un cambio

de teoría global conduzca, por lo general, a la reinterpretación de la experiencia a la luz de

las categorías conceptuales de la nueva teoría. Como incluso se reinterpreta aquello que

contaba como evidencia en favor de la teoría anterior puede resultar que desde la nueva

perspectiva se le considere como evidencia en contra.

Dado que este proceso Ileva tiempo, pues entre otras cosas requiere de la

articulación de un buen número de teorías colaterales auxiliares, la nueva teoría, en su

etapa inicial, nunca puede tener el grado de apoyo empírico alcanzado por su rival más

antigua. Si esto es así, para que las nuevas teorías tengan la oportunidad de llegar a ser

aceptadas han de ser evaluadas con criterios distintos de los que se aplican a las teorías

mejor desarrolladas. Las nuevas teorías ganan adeptos más por la propaganda de sus par-

tidarios que por la razón de que estén bien contrastadas o mejor apoyadas que sus rivales.

La aceptación de las teorías globales depende, en parte, de las preferencias subjetivas de

los científicos: la elección entre teorías que son lo suficientemente generales como para

darnos una visión global del mundo, y que además están empíricamente desconectadas

entre sí (dada la reinterpretación que sufre la experiencia), puede Ilegar a ser una cuestión

de gusto o preferencia personal.

De esta manera, la relación entre teorías globales en competencia es una relación

de inconmensurabilidad radical. Dado que sus respectivos conjuntos de consecuencias

contrastables pueden Ilegar a ser ajenos -en vista de que el cambio semántico afecta to-

dos sus conceptos-, resulta imposible la comparación de dichas teorías, al menos con los

métodos de comparación propuestos en la filosofía tradicional de la ciencia, los cuales se

basan en última instancia en el examen de consecuencias empíricas comunes. Como no

puede haber métodos de evaluación y comparación de teorías que sean semánticamente

neutrales, Feyerabend concluye que ningún método es universalizable, y mejor para la

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ciencia que así sea.

De la misma manera en que las crisis ecológicas favorecen las mutaciones, las crisis

y revoluciones en el desarrollo de la ciencia modifican y multiplican los estándares de

evaluación, incluyendo los modelos de argumentación. Este cambio y proliferación de los

métodos aumenta el poder de adaptación de la ciencia, y resulta ser condición

indispensable de su progreso. El anarquismo metodológico defendido por Feyerabend -en

el sentido de que el compromiso con normas inflexibles frustraría toda perspectiva de

progreso en la ciencia- da lugar a ciertas recomendaciones que pretenden favorecer el

desarrollo científico, como por ejemplo que la mejor manera de abordar un dominio de

investigación en el que impera una teoría global es inventando y proponiendo teorías

alternativas, ya que con frecuencia las pruebas más duras para una teoría sólo se diseñan

después de que se ha formulado una teoría competidora. El famoso "todo se vale" de

Feyerabend se traduce en un principio de proliferación de teorías, como un poderoso

motor de progreso.

La "ciencia normal" kuhniana es un mito según este autor. El crecimiento del

conocimiento resulta de la competencia incesante entre diversos puntos de vista

defendidos tenazmente. Proliferación y tenacidad coexisten en todos los periodos. Si bien

esto marca un acuerdo básico con Lakatos, en contra de Kuhn, Feyerabend por otra parte

niega el carácter acumulativo de cualquier cambio teórico, como sostiene Lakatos en

relación con los cambios de teoría que se dan dentro de un mismo programa de inves-

tigación. Según Feyerabend, lo usual en la historia de la ciencia es que cuando se sustituye

una teoría por otra haya pérdidas explicativas.

EL MODELO DE SHAPERE

Dudley Shapere rechaza los intentos de analizar el cambio científico en términos

semánticos -de significados y referencias- y propone un modelo basado en la noción de

"buenas razones" (Shapere, 1984, y 1989). El problema de la comparación de teorías

requiere que antes se resuelva el problema de la continuidad entre teorías sucesivas.

Shapere propone establecer esta continuidad por medio de "cadenas de razonamientos", y

aplica esta propuesta no sólo al cambio de teorías sino al cambio científico en general.

Según este autor, no hay ningún presupuesto de la investigación científica que sea

inviolable, esencial o universalmente aceptado, y una teoría filosófica de la ciencia debe

mostrar que el cambio científico -incluyendo el cambio en los criterios básicos de eva-

luación- es un proceso racional. La racionalidad de un cuerpo de creencias (tanto

científicas como metacientíficas) se establece mostrando la existencia de una cadena de

razonamientos que conecta este cuerpo con sus versiones anteriores, esto es, mostrando

que cada paso en su génesis a partir de sistemas de creencias anteriores es un paso

(cambio) motivado por buenas razones.

Según Shapere, difícilmente se podría negar que la ciencia se ha vuelto cada vez

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más autónoma, y trata de explicar esta tendencia a la autonomía proponiendo un modelo

que reconstruye el desarrollo científico como un proceso de internalización. De acuerdo

con este modelo, para que una creencia sustantiva funcione como una "buena razón"

(como un presupuesto científico legítimo) debe satisfacer los siguientes criterios: 1)

haberse mostrado exitosa (empíricamente adecuada en su dominio); 2) estar libre de

dudas específicas (ser consistente, compatible con otras creencias aceptadas, etc.), y 3)

ser relevante para el objeto de estudio. Ahora bien, estos mismos criterios son un producto

histórico y han sufrido alteraciones como consecuencia del curso de la investigación; ade-

más, su especificación está dada por la información disponible en cada contexto científico

particular.

Por tanto, existe una interacción dinámica continua entre los criterios y el cuerpo de

creencias que se acepta con base en esos criterios. El análisis de la historia nos muestra

que el desarrollo científico tiene un carácter autocorrectivo: los criterios de relevancia y

evaluación han sido, de hecho, revisados, refinados o abandonados a la luz de los

descubrimientos que ellos mismos han posibilitado. Si bien existen varios tipos de

situaciones en que resulta necesario utilizar consideraciones externas (como cuando surge

una nueva disciplina), el proceso de internalización las someterá, tarde o temprano, a los

procedimientos de revisión que esas mismas consideraciones ayudaron a establecer (un

análisis de este proceso de internalización se encuentra en Pérez Ransanz, 1986).

En la propuesta de Shapere se defiende la evolución y continuidad en el cambio

científico frente a la idea de revolución y discontinuidad. La concepción del cambio

científico como una cuestión global, de todo o nada, supone el carácter monolítico de los

contextos teóricos. Por contraste, en el modelo de Shapere el cambio en cada uno de los

componentes de un contexto de investigación ocurre contra el trasfondo de continuidad de

los otros componentes, trasfondo sin el cual no podría haber buenas razones para los

distintos cambios. El análisis del cambio en gran escala, el cual se presenta entre marcos

conceptuales que son muy distintos, consiste en reconstruir la serie de cambios parciales

que conducen de un marco a otro, y en determinar si cada uno de ellos se dio por buenas

razones. El problema del cambio científico no nos exige comparar directamente marcos

drásticamente distintos.

EL MODELO DE STEGMÜTLLER 

Wolfgang Stegmüller (1923-1991) descubre en el trabajo de Joseph Sneed (1971)

una nueva concepción de las teorías científicas, además de un esbozo de la dinámica de

éstas que permitía -según este autor- formular de manera precisa algunas de las tesis de

Kuhn sobre el desarrollo científico. La concepción de Sneed sobre las teorías se apoya, a

su vez, en el enfoque formal iniciado por Patrick Suppes. En Estructura y dinámica de

teorías (1973) Stegmüller presenta el formalismo de Sneed utilizando una notación más

clara y simplificada, junto con una elucidación del desarrollo de las teorías basada en este

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formalismo; también plantea agudas críticas a las concepciones del cambio científico de

Kuhn, Popper, Lakatos y Feyerabend. Stegmüller impulsa un programa de investigación

sobre las teorías científicas, la "concepción estructuralista", y tiene como principales

colaboradores a C. Ulises Moulines y Wolfgang Balzer, además del propio Sneed. Cabe

señalar que esta concepción se inscribe en el marco de una serie de trabajos orientados a

forjar un concepto de teoría empírica diferente del tradicional -no enunciativista-, dentro

del que también destaca la línea desarrollada por Bas van Fraassen (1980) (en Pérez Ran-

sanz, 1985a, se examina la propuesta de Van Fraassen y se establece una comparación

con la concepción estructuralista).

En opinión de Stegmüller, resultaba imprescindible construir un puente entre el

enfoque sistemático y el enfoque histórico de la ciencia que hiciera posible su

complementación y enriquecimiento. La base para construir este puente la encuentra justo

en el concepto de teoría acuñado por Sneed, pues según Stegmüller en el fondo de las

tesis de Kuhn subyace una concepción de las teorías distinta de la tradicional. Ahora se

sostiene que los elementos mínimos de una teoría empírica son sus modelos, y no sus

enunciados (tesis que es el común denominador de las propuestas alternativas). En la

concepción estructuralista, los modelos quedan caracterizados mediante un predicado

conjuntista que axiomatiza la teoría, caracterización que se da junto con los siguientes

supuestos: las teorías no tienen una aplicación única, "cósmica", sino distintas aplicaciones

o modelos que, en ocasiones, se superponen parcialmente; es importante distinguir entre

leyes y condiciones de ligadura (las primeras valen dentro de cada modelo, mientras que

las segundas establecen interconexiones entre los distintos modelos); existe una distinción

básica entre leyes fundamentales y leyes especiales (las primeras pertenecen al núcleo

estructural de una teoría y valen en todas sus aplicaciones, mientras que las segundas sólo

valen en algunas de ellas); por último, en toda teoría T hay dos niveles conceptuales, el T-

teórico y el Tno-teórico (el primero es el de los conceptos cuya aplicación o determinación

presupone las leyes de T, y el segundo el de los conceptos independientes de T). Una

exposición clara e intuitiva de la concepción estructural se encuentra en Moulines (1982,

sobre todo en 2.2 y 2.4).

De acuerdo con Stegmüller, esta forma de concebir las teorías permite, entre otras

cosas, introducir de una manera natural un concepto preciso que corresponde a la noción

kuhniana de "ciencia normal", y entender sus principales características, disipando la

apariencia de irracionalidad que rodeaba esta noción. También permite formular un

concepto de progreso que cubre los casos revolucionarios, es decir, los casos en que una

teoría es desplazada por otra cuyo aparato conceptual es distinto (cf. Stegmüller, 1976). Si

bien la concepción estructuralista no es la primera ni la única que ha propuesto un modelo

formal para dar cuenta del cambio científico (están también los modelos de Niiniluoto,

Toumela, Nowak, Rantala, Scheibe, Przelecki, etc.), es la primera que ha suscitado una

respuesta favorable por parte de la figura más destacada del enfoque histórico. Los

comentarios de Kuhn a la propuesta de Sneed-Stegmüller (en Kuhn, 1976), muestran en

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detalle el valor que puede tener una reconstrucción formal como ésta -que sea

suficientemente rica desde el punto de vista lógico y que dé un lugar a los factores de tipo

pragmático- como herramienta de análisis de la dinámica de las teorías.

Balzer, Moulines y Sneed, en An Architectonic for Science (1987), presentan la

versión más acabada que se ha elaborado hasta ahora de la concepción estructuralista. En

cuanto al análisis diacrónico de la ciencia, desarrollan el concepto de "evolución teórica", al

cual consideran como el punto de partida de cualquier análisis que intente ocuparse de los

factores históricamente responsables de los cambios que sufren las teorías (de la misma

forma en que, en un estudio mecánico de la naturaleza, el análisis dinámico debe estar

precedido por una descripción cinemática precisa). También se refieren estos autores a

otros tipos de fenómenos diacrónicos que caen fuera de la evolución de una teoría: el

surgimiento de una primera estructura conceptual (paradigma) en un campo de

investigación; el surgimiento gradual de un paradigma cuando el anterior ha declinado

tiempo atrás y transcurre un periodo de desorganización en la disciplina; el surgimiento

repentino de un nuevo paradigma que trae consigo el rechazo del anterior; y el cambio de

un paradigma por otro que tiene mejores perspectivas de éxito, cuando esto no implica un

rechazo completo del paradigma anterior sino, más bien, el intento de recuperarlo como

una buena aproximación del nuevo. De todos estos casos de cambio científico, que no se

pretende que sean exhaustivos, los autores reconstruyen formalmente el último y

muestran cómo funciona en algunos ejemplos. Con respecto a los otros casos de "cambio

profundo" en la historia de la ciencia, consideran que su comprensión requiere que antes

se elucide con precisión la estructura de los "cambios pequeños" --como son la evolución

teórica o la aproximación entre teorías-, tarea que llevan a cabo en esta obra.

ESTADO ACTUAL DE LA DISCUSIÓN

En relación con las unidades de análisis, se observa un amplio acuerdo en que la

comprensión del cambio científico requiere tomar en cuenta el marco de supuestos básicos

dentro del cual se desarrolla la actividad científica, pero existen discrepancias sobre la

estructura y el funcionamiento de estos marcos. Ciertamente, predomina la tendencia a

considerar que hay una relativa independencia entre los diversos componentes de un

marco de investigación, la cual permite que los cambios sean locales, a la vez que se

debilita la idea de estructuras rígidas de supuestos -monolíticas- que se sustituyen

globalmente (como una cuestión de todo o nada). También se ha fortalecido la tendencia a

considerar que los marcos de investigación tienen una estructura reticular, donde

interactúan teorías, objetivos y métodos, modificándose unos a otros a lo largo del proceso

de desarrollo de una disciplina, frente a la idea de que los marcos tienen un estructura

  jerárquica, en que cierto núcleo de supuestos se mantiene sin cambios mientras el

programa o tradición de investigación esté vigente.

En cuanto al problema de la evaluación, se observan acuerdos significativos

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alrededor de los siguientes puntos: las teorías no se eliminan por la mera presencia de

anomalías (las teorías se enfrentan con dificultades empíricas todo el tiempo); la

aceptación de las teorías involucra más factores que su mera relación con lo que cuente

como evidencia empírica (el tipo de factores que puede incidir varía ampliamente en los

distintos modelos); la evaluación es una cuestión básicamente comparativa, tanto en el

nivel de las teorías como en el nivel de los programas o tradiciones de investigación; los

estándares de evaluación sufren transformaciones considerables como resultado de la

dinámica interna de las disciplinas, y difieren de una disciplina a otra (aunque algunos au-

tores dirían que no sólo como resultado de la dinámica interna).

Sin embargo, hay muy poco acuerdo en la forma como los distintos modelos

reconstruyen la relación entre teorías rivales. Esta falta de acuerdo obedece, sobre todo, a

las diferencias en cuanto al tipo de continuidad que se puede establecer entre sistemas

conceptuales sucesivos o rivales, y por tanto, en cuanto a la naturaleza (gradual o

discontinua) del cambio teórico. Aquí encontramos una variada gama de posiciones que va

desde la tesis de inconmensurabilidad radical de Feyerabend (que implica la intersección

vacía entre teorías rivales y la imposibilidad de compararlas con métodos que supongan

una base semántica común), hasta la tesis de Stegmüller del desplazamiento progresivo de

teorías rivales (que implica la "inmersión o reducción aproximada" de una teoría en otra y

la posibilidad de comparar estructuras conceptuales completamente heterogéneas).

En estrecha relación con estas diferencias, encontramos autores que siguen

pensando que la comparación de teorías exige una base semántica común, al menos

parcial, mientras que otros sostienen que la comparación de teorías se puede establecer -

independientemente de que se acepte o no la tesis de inconmensurabilidad- mediante

criterios o procedimientos no semánticos, es decir, que no dependen de la posibilidad de

traducción interteórica. Como por ejemplo, las "cadenas de razonamientos" de Shapere,

las "buenas razones" de Kuhn, la "eficacia en la solución de problemas" de Laudan, o la

"relación de reducción" entre estructuras conceptuales de distinto tipo, que propone

Stegmüller. Y sigue abierta la discusión de hasta qué punto cada una de estas propuestas

permite superar o eludir el problema de la inconmensurabilidad.

Con respecto al problema de la racionalidad, hay un acuerdo creciente en que no

contamos con principios epistemológicos autónomos o categóricos. La racionalidad de los

cambios de creencias, prácticas o valores que ocurren en la ciencia se debe establecer en

relación con los distintos contextos de investigación. Sin embargo, este amplio acuerdo

viene acompañado por una variedad de maneras de interpretar la naturaleza dependiente

(no autónoma) de la epistemología, y por lo tanto de la filosofía de la ciencia. Según se

considere con qué ciencias empíricas está vinculado el análisis epistemológico y

metodológico, y según se conciba ese vínculo (complementación, presuposición,

continuidad, o incluso reducción), el análisis de la dinámica científica adquiere

características diferentes. De esta manera, los modelos ofrecen distintos tipos de

respuestas a cuándo un cambio de supuestos o de teorías resulta racional; qué tipo de

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factores influyen de hecho en las decisiones de los científicos, y cuáles pueden intervenir

de manera legítima; hay o no una distinción viable entre factores internos y externos a los

contextos científicos, o bien, entre factores subjetivos y objetivos; y en caso afirmativo,

qué carácter tiene esta distinción, etcétera.

Por otra parte, la mayoría de los modelos de cambio científico se ha concentrado en

los cambios de fondo, o de largo alcance, que ocurren en el nivel de los supuestos básicos

(en las estructuras conceptuales, en los compromisos ontológicos, en los valores epis-

témicos, etc.), y se ha descuidado el análisis de los cambios cotidianos, en pequeña escala,

que ocurren en y con la evolución de las teorías sustantivas (cf. Laudan et al, 7986). En

este respecto, cabe señalar que el análisis kuhniano de la ciencia norrnal ofrece una lúcida

caracterización del tipo de desarrollos que tienen lugar en la investigación cotidiana

(aportación que sin embargo quedó opacada por lo revolucionarias que resultaron sus tesis

sobre el cambio revolucionario). En esta misma dirección, la concepción estructuralista se

ha ocupado de precisar un concepto de teoría que permite reconstruir los cambios que

puede experimentar una misma teoría en su evolución, así como el cambio de una teoría

por otra cuando entre ellas media una relación de aproximación, cambios que pueden

considerarse como cambios en pequeña escala.

Por último, el examen de los diversos modelos revela que la gran mayoría de

teóricos del cambio científico ha asumido que su tarea es encontrar un patrón básico y

general, al cual se ajusta el desarrollo de las disciplinas científicas (objetivo que también

opera en los intentos de explicar el cambio y aceptación de creencias sólo por factores

causales, privilegiando alguna ciencia empírica). Ciertamente, algunos de estos teóricos

reconocen que sus modelos sólo tienen una adecuación limitada, que el ajuste en ciertos

casos históricos es bueno, pero precario o malo en otros; no obstante, consideran que,

como ocurre con las teorías científicas sistematizadoras, toma tiempo y esfuerzo articular

una teoría del cambio científico que sea comprehensiva. Sin embargo, es posible que

resulte más fructífero comenzar con un objetivo más modesto, explorando en detalle

distintos fenómenos diacrónicos con el fin de elaborar una tipología más fina sobre este

dominio de investigación; por esta vía se tendrían más elementos de juicio para abordar la

pregunta sobre si hay un patrón general del desarrollo científico donde encajen los

distintos fenómenos diacrónicos (un intento en esta dirección se encuentra en Balzer,

Moulines y Sneed, 1987, capítulo V). El éxito parcial de los modelos que han propuesto un

patrón básico nos permite suponer que han atrapado algunos aspectos significativos de

este dominio de investigación, pero es probable que ninguno de ellos nos pueda llegar a

contar "toda la verdad" acerca del cambio científico.

BREVE NOTA BIOGRÁFICA SOBRE THOMAS S. KUHN

Thomas Samuel Kuhn, nacido en Cincinnati el 18 de julio de 1922, estudió física en

la Universidad de Harvard. Como estudiante graduado trabajó en teoría del estado sólido

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con John van Vleck-premio Nobel de Física en 1978-, y obtiene su Ph. D. en física teórica

en 1949. En 7947 participa en uno de los cursos de ciencia para no científicos, organizados

por James Conant, y es entonces cuando se despierta su interés por la historia de la

ciencia. Al adentrarse en la física de Aristóteles, Kuhn descubre las revoluciones científicas

en la discontinuidad entre ésta y la física de Galileo y Newton, y a partir de 1949 se dedica

de lleno a la historia de la ciencia. De 1948 a 1951, como junior Fellow de la Harvard

Society of Fellows, goza de la libertad para explorar diversos trabajos relacionados con sus

preocupaciones por el desarrollo del conocimiento (entre ellos, la psicología evolutiva de

Piaget, la psicología de la Gestalt, la epistemología antipositivista y sociológica de L. Fleck,

la teoría lingüística de B. L. Whorf, y sobre todo los trabajos de historiadores que parten de

una epistemología de raigambre kantiana, como E. Meyerson, así como de A. Koyré, quien

subraya la discontinuidad entre los sistemas científicos y la no acumulación del

conocimiento). Entre 1951 y 1956, Kuhn trabaja como profesor asistente en el área de

Educación General e Historia de la Ciencia en esa misma institución, periodos en que fue

también Guggenheim Fellow.

De 1956 a 1964, Kuhn forma parte de la planta académica de la Universidad de

California -Berkeley- en el Departamento de Historia de la Ciencia. Entre 1958 y 1959 pasa

una temporada en el Center for Advanced Study in the Behavioral Sciences de Stanford,

donde descubre la importancia del aprendizaje de ejemplos paradigmáticos tanto para el

procesamiento de información como para la solución de problemas. A partir de entonces,

Kuhn trabajó cada vez menos en la historia de la ciencia, concentrándose en la filosofía.

En 1964 se incorpora a la Universidad de Princeton, ocupando la cátedra M. Taylor

Pyne de Filosofía e Historia de la Ciencia. También fue miembro del Institute of Advanced

Study de 1972 a 1979. Durante su estancia en Princeton, Kuhn mantuvo un intenso

intercambio de ideas con Carl Hempel -a quien consideró su "querido mentor" hasta el final

de su vida-, intercambio que marcó sensiblemente el pensamiento de ambos. Según su

propio testimonio, a raíz de dicha interacción Hempel transitó hacia una filosofía

naturalizada de la ciencia, y Kuhn concibió su trabajo como un intento de extraer las

ventajas que ofrece el instrumental analítico en el contexto de una filosofía de la ciencia

históricamente orientada.

Finalmente, Kuhn se traslada en 1979 al Massachusetts Institute of Technology

como profesor en Filosofía e Historia de la Ciencia, donde permaneció activo hasta 1992,

año en que se retira, después de haber sido nombrado -en 1991- Profesor Emérito de

dicha institución. Presidió la History of Science Society en 1968-1970, y la Philosophy of 

Science Association en 1988-1990. Recibió la Medalla George Sarton por parte de la

History of Science Society en 1982, y el reconocimiento John Desmond Bernal de la Society

for the Social Studies of Science en 1983. Obtuvo grados honoríficos de diversas

instituciones, entre ellas de las universidades de Notre Dame, Columbia, Chicago, Padua y

 Atenas. Después de un largo padecimiento de cáncer, Kuhn fallece en su casa el lunes 17

de junio de 1996, en Cambridge, Mass., a la edad de 73 años. Le sobreviven su esposa y

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tres hijos.

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