perec georges - que pequeño ciclomotor de manillar cromado en el fondo del patio

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  • 8/10/2019 Perec Georges - Que Pequeo Ciclomotor de Manillar Cromado en El Fondo Del Patio

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    Georges Perec

    Qu pequeo cicl mot

    c e manillar cromad

    en el fondo del patio?

    Traduccin de

    Marisol Arbus y Hermes Salceda

    (con la colaboracin de Merc Burrel)

    Revisin estilstica:

    Jos Cibeira, Juan Gabriel Lpez Guix

    ALPHA DECAY

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    Nuestro agradecimiento a Jordi Abela, Antonio

    Altarriba, ric Beaumatin, Bernard Magn, Xina Vega,

    por sus lecturas, sus consejos, sus informaciones, su

    paciencia.

    4 k

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    Relato

    pico en prosa

    engalanado

    con ornamentos versificados

    extrados

    de los ms excelsos

    autores

    por

    el autor de

    cmo

    ser til

    a sus amigos

    (Obra laureada

    por varias Academias

    Militares)

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    Dedico este relato a L. G.

    en memoria de su ms hermosa hazaa guerrera

    (que s, que s)

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    Haba un to, lo llamaban Karamanlis, o algo as:

    Karatoro? Karavaka? Karagevo? Bueno, Karaalgo.

    En todo caso, no era un nom bre cualquiera, era de

    esos que se te quedan, que no olvidas as como as.

    Hab ra podido ser un abstracto armenio de la Es-

    cuela de Pars, un luchador b lgaro, un carnicero tr-

    taro; o sea, un tipo de por esas tierras, un balc nico,

    un yogurtfago, un eslavfilo, un turco.

    Pero, en ese momento, resultaba ser un m ilitar,

    segunda clase en un regimiento de Tren, en Vincen-

    nes, haca catorce meses.

    Y, entre sus amigos, haba un buen colega nues-

    tro, Henri Pollak, nada menos, cabo f urriel, exento de

    Argelia y d e los T erritorios de U ltramar (una triste

    historia: hurfano desde su m s tierna infancia, vcti-

    ma inocente, pobre infante indefenso arrojado al as-

    falto de la gran ciudad con apenas catorce semanas)

    y q ue llevaba una doble vida: mientras luca el sol, se

    enredaba con sus furrieles ocupaciones, abroncaba a

    los homb res de faena, gravaba corazones asaetados y

    eslganes detersivos en las puertas de las letrinas.

    Pero, as que daban la media de las dieciocho, se mon-

    taba en su petardeante pequeo ciclomotor (de mani-

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    llar cromado) y volva a toda m echa a su M ontparnasse

    natal (porque haba nacido en Montparnasse), que es

    donde lo esperaban su amada, su cuartucho, nosotros

    sus colegas y sus qu eridos libros, y se metaformoseaba

    en un rozagante bollicao, sobrio pero limpio, vesto

    cun jersey verde de rayas rojas, un pantaln bomba-

    cho, un par de zapatos de lo m s zapatudos que tena,

    y se juntaba con nosotros, nosotros sus colegas, en

    algn caf, que era all donde charlbamos de papeo,

    de pelis y de filosofia.

    Y de maanita, el tal Pollak Henri, se volva a en-

    fundar el traje militar, la lima k aki, los jarales kak i, el

    chapiri kaki, la corbata kaki, la cazadora kaki, la ga-

    bardina beis y los azapatos marrones, se suba de

    nuevo en el petardeante pequeo ciclomotor (de ma-

    nillar cromado) y recorra agitao el trayecto en di-

    reccin inversa, abandonando sus queridos libros, su

    cuartucho, a nosotros sus colegas y a su amada, e in-

    cluso su natal Montparnasse (porque alli haba naci-

    do) y se reincorporaba al Fort Neuf de Vincennes,

    donde le esperaba un duro da idntico a todos los

    que la Puta. Jodida Mili de Mierda le daba desde ha-

    ca cuatrocientos setenta y un das y le seguira dando

    (pero no adelantemos acontecimientos) durante tres-

    cientos setenta y nueve.

    Frunca los labios, el tal Pollak H enri, se pona de-

    recho, pasaba, mentn erguido, por delante de la gran

    bandera de los tres colores, por delante del puesto de

    guardia, por delante del capitn a quien saludaba, del

    teniente a quien saludaba, del cabo-furriel-jefe-ad-

    junto-en-funciones-de-adjunto-interino, a quien ya

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    no saludaba, prefiriendo cambiar de acera, desde el

    da en el que haban tenido unas palabras, y de los

    hombres de la tropa, del bueno de Karaschoff, del

    bueno de Falempain, de V an Ostrack (un cerdo racis-

    ta) .y del peque o Lavidriera, cariosamente apodado

    Rompecristales por quienes lo saludaban con varia-

    dos gritos de pjaros, porque caa bastante bien el tal

    Pollak Henri.

    Empezaba entonces la dura jornada de quehace-

    res militares, con los informes, las vistas, las revistas,

    el pur de guisantes hecho un mazacote, la cerveza

    caliente, los cuartillos de tintorro, las tareas, los tiem-

    pos muertos, los ejercicios de estilo, las latas de con-

    servas oxidadas que galochas expertas hacan rodar

    por el pelado csped, los trujas, las chicharras y los

    pitos.

    El majestuoso Ap olo tardaba en alcanzar el Zenit.

    Las horas iban cayendo como a travs de un reloj de

    arena lleno de arenisca (el lector lamentar sin duda

    la vulgaridad de esta imagen: que valore, en cambio,

    su pertinencia geolgica).

    Y a la tan esperada media hora de las dieciocho

    treinta, H enri Pollak, el colegusimo nuestro, siempre

    y cuando no estuviera de guardia, ni de retn de in-

    cendios, ni acuartelado, ni enchironado, apretaba las

    fofas manos de Karabinowicz, de Falempain, de Van

    Ostrack, el cerdo racista, y del pequeo Lavidriera

    (cariosamente apodado Rompecristales), meta en el

    bolsillo izquierdo de su cazadora kaki su pase per-

    nocta, debidamente sellado por el Semana, se monta-

    ba en su petardeante pequeo ciclomotor (de mani-

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    llar cromado), saludaba segn el reglamento al

    teniente deriervicio, al oficial de cocina, al ayu dante

    de turno, al subof icial de cuartel, al cabo fu rriel de la

    semana, al brigadier del da y a los hombres de guar-

    dia, que lo ovacionaban con diversos gritos de anima-

    les, porque estaba bastante bien visto Henri Pollak

    (nada orgulloso, con clase, de una gran ben evolencia

    bajo una apariencia quizs algo hosca), y levantaba el

    vuelo cual ave de Minerva a la hora en que beb e el

    len, regresaba, presto como el halcn de so adora

    mirada, a su Montpamasse, donde hab a visto la luz

    del da, y donde lo esperaban su amada, su catre, no-

    sotros sus colegas y sus queridos libros, se ex traa del

    odiado traje, se mudaba en un santiamn en un fla-

    grante civil, torso holgado en un ch aleco de cachemi-

    ra, pierna ceida por un par de vaqueros, el pie bien

    sujeto en unos mocasines encerados a la antigua

    usanza, y se juntaba con nosotros, nosotros sus cole-

    gas, en el caf de enfrente, donde hablbamos de

    Etillass, de Heliforo, de Jguel y de otros impertinen-

    tes

    de idntica calaa, pues todos andb amos un poco

    zumbados por entonces, hasta horas tan adelantadas

    como nuestras ideas.

    Bah Anda que no se pegaban una buena vida,

    esos m ilitares...

    16

    Pero hete aqu que un b uen da, cataplam, cata-

    plum, todo se fue al garete.

    Seran las dos, dos y media, puede incluso que las

    tres menos cuarto.

    El susodicho K arafn fue a ver al susodicho Po-

    llak Henri (che dich o ya q ue era un buen colega nues-

    tro?), y como dice el famoso fabulista:

    le dijo estas palabras, o poco ms o menos:

    A mis sorprendidos odos ha llegado una noti-

    cia, que me h a dejado a la vez patidifuso, perplejo,

    piltrafa, postrado y casi putrefacto: el Alto, el Altsimo

    (bendito sea) M ando, imposible precisar si por el

    pronto de un impulso repentino o tras abundantes y

    maduradas cogitaciones, habra decidido, el Alto

    Mando, repito, confiarle al Capitn que Comanda el

    Servicio de los Ef ectivos, la extenuante tarea de pre-

    parar la lista de aquellos de entre nosotros q ue, a la

    primera ocasin, irn a regar con su sangre e sas no-

    bles colinas de frica, que nuestra historia gloriosa ha

    convertido en tierras francesas. No sera imposible,

    sera incluso probable, que el apellido que mi f amilia

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    lleva con honor y dignidad desde h ace cinco genera-

    dones y qu he heredado sin mcula, figurase en esa

    lis.ta.

    Y el desdichado K araplasma rompi en sollozos

    como un nio chico.

    Ea, ea dijo burln el cabo furriel Pollak H enri,

    el colega nuestro, que hub iese preferido estar en otro

    sitio, verbigracia en su M ontparnasse natal, donde h a-

    ba nacido, y donde tena a su gran amor, su estudio

    sin lujos, a nosotros sus colegas, y su biblioteca Oscar,

    vilmente birlada a su m ejor amigo (su mejor am igo

    era yo).

    Maldita filomaquia prosigui insensible Kara-

    maola, basta de beligerancia, no me gusta la gue-

    rra, no quiero ir a luchar, no q uiero ir a Argelia, quie-

    ro quedarme en. Pars donde vive la mujer de mis

    desvelos; quiero estrecharla entre mis grandes y f uer-

    tes brazos.

    iEh Qu podra hacer yo por vos? inquiri

    guasn y filsofo, nuestro amigo Pollak Henri (cabo

    furriel) desconcertado por tan repentino lirismo.

    Amigo mo, querido amigo mo, distinguido co-

    lega, mi compa ero fiel, paisano mo, mi lechoncito

    continu, admirable, Karalerowicz, no me dejes

    con este pesar, iapidate de m, so

    crreme

    Eh Q u podra hacer yo por vos? repiti

    Henri Pollak, nuestro amigo, cabo furriel, de Mont-

    parnasse nativo, donde al mundo haba venido y d on-

    de se encontraban ah ora mismo su novieta, su nidito

    de amor, sus am iguitos (sus amiguitos ramos noso-

    tros) y su coleccin encuadernada de

    Science et

    18

    Que cojas el Yip profiri el otro, con voz de

    Centauro, qu e cojas el Yip insisti y m e atrope-

    lles, me rompas el pie, y nunca m s pueda yo usarlo

    con fines morticidas, y ande yo arrastrando mi dolor y

    mi pesar de ho spital militar en militar hospital. Que

    con su varita me toque el hada Convalescencia. Que la

    ms larga de las moratorias me sea concedida. Y yo

    la pasar, s, la pasar en el lecho d e la mujer de mis

    desvelos, a verlas venir. Los argelinos nos darn un

    repaso. Y a lo mejor incluso la paz, la paz d igo, se fir-

    ma entonces.

    De q ? de qu? dijo el amigo Pollak H enri

    partindose de risa ante tan extravagante requeri-

    miento.

    Y a ex plicarle para el carro que ni hablar de

    hacer tonteras sin previa reflexin, que haba q ue mi-

    rar de ver, que l tena all fuera, en lo civil, en Mont-

    parnasse, de donde era l originario del cual, por ha-

    ber nacido all, a unos amigos suyos (los amigos suyos

    ramos nosotros) y que antes de nada iba a pedirles

    su parecer.

    D e hecho, cuando dieron la media de las diecio-

    cho, el cabo furriel Henri Pollak, que aprovech o la

    ocasin para reiterarle una vez ms mi inquebranta-

    ble amistad, se mont en su petardeante peque o ci-

    clomotor (de m anillar cromado), distribuy alrede-

    dor saludos confraternales y apretones de manos

    indolentes, pedale a toda pastilla hacia su natal Mont-

    parnasse que lo haba visto nacer y donde tena a su

    nico amor, su habitacioncita limpita, sus amigos de

    siempre y su b iblioteca de hom bre culto, se extrajo

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    de su funda belicosa, se lav en agua abundante, eli-

    gi un atuendo militante, a saber: un pantaln de lo-

    neta de costuras a la vista, un jersey de cuello redon-

    do de

    algodn naranja, una chaqueta de ante sin

    cuello, un par de sandalias de piel de bfalo, gafas de

    sol,

    L'Observateur, Arguments ,

    una separata del artcu-

    lo de Arthur Schmildknapp sobre Otto Preminger

    (Untersuchungen ber das premingerische Welten-

    bild,

    Prolegomenc4

    1960, 27: 312-387), se reuni con

    nosotros en el caf de al lado, y no descans hasta

    que nos cont su historia de punta a cabo:

    Que l, Pollak (Henri), cabo furriel nativo de

    Montparnasse, tena un colega que se llamaba Kara-

    schmerz y que (Karaschmerz, pero tambin Pollak

    Henri, y cualquiera: a esa edad es lo normal) se des-

    velaba por una chica y que l (sigue tratndose de

    Karaschmerz) manifestaba una indiferencia notoria y

    a pesar de todo desenfadada acerca de los desacuer-

    dos que oponan el futuro de Francia, por un lado,

    y un atajo de gamberros y de delincuentes comunes,

    por otro lado, y que l (Karaschmerz,

    again

    haba

    expresado el deseo de permanecer en Francia vin-

    dolas venir en los brazos de la mujer de sus desvelos,

    en vez de ir a juguetear por los cerros argelinos, y que

    l (es decir, Pollak Henri) se haba emocionado como

    el da de su primera comunin y que haba pregunta-

    do qu poda hacer, al tiempo que se deca

    in petto y

    en su fuero interno que no poda hacer nada, y que l

    (Karaschmerz) le haba sugerido que l (Henri Po-

    llak) le pasase encima del pie con un Yip, con el obje-

    to de que una vez estropiado (Karaschmerz, natural-

    20

    mente) ira al hospital militar y que (Karaschmerz,

    evidentemente) tendra una larga convalecencia y que

    ya se (o sea todos en general, y ms concretamente

    Karaschmerz, Pollak Henri, las mujeres de sus desve-

    los y, para complacerle, el guardia de trfico que re-

    gula la circulacin en el cruce de la calle Boris-Vian

    con l bulevar Teilhard-de-Chardin) vera cmo pin-

    taban las cosas, y que q uizs la firman, la paz.

    Y que l (esta vez se trata nada menos que de Po-

    llak Henri, el mismsimo, nuestro colega) haba dicho

    que pasa un ngel no se

    (Gquid est

    ste?) hacan

    tonteras y que l (el cabo furriel de Montparnasse,

    nuestro amigo Pollak Henri, claro) iba a hablar con

    unos colegas suyos (ramos nosotros los colegas su-

    yos) y a preguntarles lo que ellos (es decir nosotros,

    los colegas de Henri Pollak) pensaban del asunto.

    Y q ue ya estaba, que y a rios lo haba contado todo,

    y que qu pensbamos del asunto?

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    Pues bien, lo menos que se puede decir es que lo

    que se dice mucho no pensbamos. En realidad nos

    la traa al pairo el camelo del to que pretenda que le

    estropien para escaquearse de Argelia y tumbarse a

    la bartola en los brazos de la mujer de sus desvelos

    mientras la paz, la paz digo, se firma. Pero como, por

    una parte no queramos apenarlo, a nuestro gran ami-

    go, Pollak Henri, y por otra, l nos haba pedido muy

    amablemente que penssemos, y como, ya se sabe, el

    pensamiento es vida (al menos eso pretende Berg-

    son), dos o tres de nosotros cavilaron un buen rato y

    dijeron no muy convencidos:

    i Mm...

    O bien:

    Bueno, bueno.

    Pero al tal Pollak Henri no pareci bastarle con

    eso. Conmovidsimos por la muda insistencia que

    emanaba de su inteligente mirada, nos decidimos a

    diversificar nuestras apreciaciones.

    Un graciosillo cant:

    El colega Karaco-o

    con su brazo roto-o

    tendr que h acer resposo-o-o

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    Pero los dems, en plan trgico:

    Esto; d coser y cantar, nada d ijo el primero.

    D e divertido, poco dijo el segundo.

    De gilipollas, mucho dijo el tercero.

    D iantre de diantre dijo el cuarto.

    En lesumidas cuentas nuestla implesin final fue

    ms bien desfavolable.

    Y convinimos conjuntamente y de comn acuer-

    do qu e, a todas luces, no

    era en demasa deseable que

    el individuo honorablemente conocido con el nom-

    bre de P ollak Henri pasase al volante de un vehculo

    automvil q ue ni siquiera le perteneca, por encima

    del o los pies de un individuo al qu e no conoca ni su

    madre, ni aun con el consentimiento previo y formal

    de este, dado que:

    en primer lugar, podra hacerle dao, incluso mu-

    cho dao;

    y que:

    en segund o lugar, la justicia local casi castiga el

    estropiemiento o pedotoma vo luntaria con el nico

    objeto de no beligerar, tanto en lo que respecta al in-

    dividuo q ue a ello se entregase con deleite' como en

    lo que respecta a las personas que ostentoriamente lo

    ayud asen en su criminal proyecto, o a aquellas que,

    teniendo conocimiento de causa, no lo hubiesen noti-

    ficado a las autoridades competentes.

    Pero, cmo, por todos los cielos bamos, noso-

    tros, a dejar a un buen amigo en la estacada? Se dira

    que nosotros, los colegas de Pollak Henri, ramos in-

    capaces de socorrer precisamente a aquel q ue, como

    ltimo recurso, haba cometido la imprudencia de di-

    24

    rigirse a l, Pollak Henri, nuestro querido compa ero,

    su cabo furriel, y sin embargo amigo, para que acu-

    diese en su ayuda? Se dira que incumplimos ese

    compromiso implicito asumido por uno de los nues-

    tros oh funesta incongruencia en nombre de todos

    nosotros? Se dira que la flor y nata de la

    intelligent-

    sza

    francesa (o sea nosotros) iba a ser cogida en f alta,

    una vez ms?

    No, n ada de eso llegara a decirse.

    Ya q ue, de comn acuerdo, decidimos, con toda so-

    lemnidad, que, todos a una y con sigilo, romperamos

    el brazo de 'Karajorguvich un da en q ue estara de

    permiso, y que despus ya contara l que h aba res-

    balado con una piel de pltano en las escalinatas del

    metro de Opra y q ue, aunque no tragaran, l se plan-

    taba ante el psiquiatra del regimiento y que, de l, se

    olvidan por un tiempo, y q ue a lo mejor los argelinos

    nos pondrn de verano y que la paz se f irma.

    Y al da siguiente, apenas la dulce aurora de re-

    chonchos dedos hu bo sacado de la cama, no sin difi-

    cultad, al titi Febo, q ue el tal Pollak Henri, conv ertido

    de nuevo en furriel de los ferroviarios, bajando por

    las avenidas de circunvalacin con toda la mecha que

    le permita su petardearte pequea m qu ina ciclomo-

    torizada cuyas pastillas de freno acababan d e ser revi-

    sadas de arriba abajo, llev la buena nueva a su queri-

    do amigo Karaw urtz, a saber, que l Pollak Henri y

    sus amigos suyos (nosotros ramos esos amigos su-

    yos) le bamos a partir a l el brazo, todos a una y con

    `sigilo, un da de los que viniese a la ciudad, que des-

    pus bastara con que dijese que se ha resbalado con

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    la piel de pltano del gran trampoln mecnico de la

    parada de-inetro Tourelles, y que, aunque no se lo

    crean, la seccin psicoterputica del batalln tomar

    cartas en el asunto, y q ue se olvidaran de l por un

    tiempo; y qu e los franceses se arrojan al mar, mujeres

    y nios p rimero, y las legtimas se devuelven a su le-

    gtimos pagos y el armisticio lo tienen en el bote y se

    firma la paz.

    iAh Vaya, vaya se ri por lo bajini el tal Kara-

    stumpf , esta s que es buena.

    Y s puso super alegre, hiper contento (ms con-

    tento que unas pascuas).

    Mientras tanto nosotros, los amigos de Pollak H en-

    ri, los pelaos, los paisanos, nos encargb amos de arre-

    glarlo todo.

    Le escribimos una carta preciosa a un amigo que

    era mdico en Pau (puntualicemos que no era derma-

    tlogo y que su mujer no era amazona), una carta

    preciosa con muchos rodeos, ya que no nos fibamos

    de la Direccin de S eguridad del Territorio, de la que

    se deca que haba dispuesto hombres en todas las

    oficinas correosas.

    Y nosotros le pedamos, en esa carta, a ese amigo

    que era mdico en P au, sin ser por ello dermatlogo y

    sin que por lo mismo fuese su mujer amazona, le pe-

    damos en esa carta, a ese amigo mdico, que nos hi-

    ciese llegar, cuanto antes, con la mayor brevedad, a

    vuelta de correo, e incluso muy urgentemente, un

    anestsico de fulminante efecto y de fcil administra-

    cin y preferentemente intramuscular.

    Y luego, nos decamos unos a otros, est tirao, es

    fcil. Como dijo aqul bastar con:

    Que nos deje su brazo monn

    pa ke le hagamos un mun.

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    El tipo no siente nada, se le pilla el braz o entre el

    quicio y la-puerta o, en el peor de los casos, entre dos

    buenos tablones. Se le retuerce en seco, y l tuerce el

    gesto, se riega con orujo, se prende fuego, se deja se-

    car, y ya est listo; no le queda m s que irse braman-

    do por las calles donde, seg n dicen, pululan los mili-

    tares, que ha resbalado con una piel de pltano desde

    lo alto de los cuarenta peldaos casi seculares de la

    estacin de metro Pyramides, e incluso si nadie quie-

    re escucharle, el asunto pasar a ser de la incumben-

    cia de la Comisin Psicoanaltica de la Brigada, qu ien

    lo mandar al campo durante un tiempo, el suficiente

    para que los rebeldes se nos coman vivos y arranque

    el negocio y que la paz sea firmada.

    Pero, por nica respuesta recibimos una malvada

    nota como garabateada por alguno que se hubiese

    tragado de travs la estilogrfica, invitndonos de for-

    ma conminatoria a cuidar a los hijos que el cielo nos

    enviase, y fueron precisos varios intercambios de co-

    rrespondencia explicitadora, y por ello mismo peli-

    grosamente comprometedora aunque sabamos asu-

    mir nuestras responsabilidades cuando era n ecesario ,

    para que llegasen dos ampollas de Solucrivine activa-

    da al 7% acompa adas de su prospecto y de u na nota

    manuscrita, sin duda de gnero irnico, de la que se

    deduca que no era fcil en absoluto romperle el bra-

    zo con suavidad a un to, ni siq uiera entre varios, dado

    que se corra el riesgo de partirle a la vez los huesos,

    los tendones, las bolsas sinoviales, las articulaciones, los

    filamentos, los ligamentos, lo graso, lo magro y toda

    la pesca, y que aun hub indose podido, ello no impe-

    28

    dir que se vaya al campo de honor, el colega, con el

    brazo en cabestrillo y cuJ

    renta y cinco das de calabo-

    zo y que nosotros, sus amigos humeroclastas, tenga-

    mos a la bofia de trs durante siglos.

    Venga, nos d ijimos quitndole hierro, y trans-

    mitimos a travs de Pollak Henri a Karabum q ue no-

    sotros

    estbamos cuasi listos y Karabum nos transmi-

    ti por medio de H enri Pollak que l tambin estaba

    cuasi listo. Y hete aqu que todo quisque estaba cuasi

    listo.

    Pero sucedi en aquellos tiempos que, por motivos

    en cuya ignorancia de los cuales permanecimos hasta el

    final, Karamelo no se f ue. No entr en la liza, l. Falem-

    pain, el bueno de Falempain s que entr en la liza, l, y

    el peque o Lav idriera, tambin entr, n la liza, l, el

    buenazo de L avidriera cariosamente llamado Rom-

    pecristales. E incluso V an Ostrack, el cerdo racista,

    tambin entr en la liza, l. Pero Karamelo no.

    Ning n camin cub ierto con lona lo vio acercarse,

    tambalendose b ajo el peso del petate arabicida. Nin-

    gn brigada de bigotes en forma de colmillos revist

    su petate, ningn capitn bromista introdujo sil dedo

    enguantado de blanco en el can reluciente de grasa

    de su ch opo para sacarlo manchado dicindole est

    sucio, ningn coronel melanfago y eritrfobo lo es-

    trech en sus brazos m usclosos dicindole te echar

    de menos, h ijito, ningn general de arqu eadas pier-

    nas dej caer una lgrima por el rabillo de la pestaa

    blanqueada bajo el arns, asegurndole por ensima

    vez q ue Francia y que D ios contaban con ellos, con

    los valientes pelaos de los regimientos de Tren, y que

    29

  • 8/10/2019 Perec Georges - Que Pequeo Ciclomotor de Manillar Cromado en El Fondo Del Patio

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    enarbolaban bien alta la sagrada antorcha de la civili-

    zacin occidental en peligro (amarillo).

    As que, entonces pues, Karabina no se fue y una

    amplia sonrisa se dibuj en su rostro de oreja a oreja

    cuando vio irse a sus amiguetes. Se qued solito en su

    habitacioncita limpita y en ella se lo habra podido

    ver, acompandose de una vieja escoba, ejecutando

    unos torpes trenzados, o tarareando las arias ms fa-

    mosas del

    Combate de Conflans y Honorina

    mientras

    fregaba con agua abundante el enlosado suelo de la

    susodicha.

    Y, desde el sbado por la tarde hasta el domingo

    por la maana, hunda su cabezota en la frondosa ca-

    bellera de reflejos dorados de la mujer de sus desve-

    los y le susurraba breves odas galantes como si jams

    las nubes argelinas hubiesen velado el puro sol de su

    amor.

    Pero nosotros, los colegas de Pollak Henri, a decir

    verdad, estbamos muy decepcionados. Mira que ha-

    berse deslomado para nada, pardiez, habamos echa-

    do los bofes en balde. Nos dejaba bastante jodidos.

    Vaya palo de frustracin. Por Dios que s. Bien lo sa-

    br yo Al amigo Pollak Henri, por muy cabo curriel

    que fuese, le arreaban hasta en el galn, nos cachon-

    debaraos de l, con permiso de fa mesa.

    Por suerte, o mejor dicho, por desgracia, s, por

    "desgracia, ejem, ejem, apenas haban pasado dos me-

    ses en el gran reloj de la estacin de Lyon que se

    arm de nuevo la de Christo en el Fort Neuf de Vin-

    cennes.

    30

    Entonces los burcratas, los chupatintas de mier-

    da del Servicio de Efectivos abrieron sus grandes re-

    gistros encuadernados en tela flameada y sealaron

    con sus dedazos secos de Parcas parkinsonianas los

    nombres de toos los aquellos que pronto se iran a

    jugar a los soldaditos, y en una preciosa maana so-

    leada de junio de mil novecientos y pico (nada de

    nombres ni de fechas, nos suplic de rodillas nuestro

    amigo cabo funiel Henri P.), las compaas en forma-

    cin fueron todo odos para el fatdico llamamiento:

    Agave, A labn (Alabn-Alabinbonb), Atala (Ren),

    Baldragas, Beaucitron, Birlibirloque, Bourbon, Bo-

    vary, Buonaparte (Max), Burberi, Catilina, Cececlilla,

    Colic,

    ulopajarero, Diego-Surez,

    Dostoievski, Epaminondas, Flaqueza de Hespride,

    Fnaff, Gorgorito, Galocha, Guripa, Harsenio, Horgo-

    rigmo, Hospodar, Ignace-Ignace, Juanbragazas, Jo-

    nas, Jujube, Jussieu...

    Desfallecer en ese momento sintise el buen Ka-

    radigma. Y cuando su nombre, que cinco generacio-

    nes y media de Karadigma haban

    llevado sin darse

    cuenta siquiera y le haban legado atado de pies y ma-

    nos, sali de los labios de culito de pollo del Teniente

    31

  • 8/10/2019 Perec Georges - Que Pequeo Ciclomotor de Manillar Cromado en El Fondo Del Patio

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    Trinchera, quien adems lo estrope (el nombre slo,

    desgraciadffiente, y no la persona: sutil distingo del

    que me comprometo a extraer

    ipso facto

    varios desa-

    rrollos jocosos y vertiginosos; pero el momento es de-

    licado y debo proseguir: Ah iLiteratura iA qu tor-

    turas, a qu tormentos nos condena tu sacrosanto

    amor por la continuidad )...

    Por dnde iba? Ah, s. As que cuando su nom-

    bre, que cinco generaciones, etc., sali de los labios,

    etc., el valiente Karatchi volvi su cara bonach ona con

    los ojos hmedos hacia su grave gombafiero Bollak

    Henri quien, incisivo como siempre y cabo furriel

    hasta la mdula de los huesos, le espet una adver-

    tencia porque en firmes no se debe volver la cabeza.

    Aun as esa misma tarde lo sabamos todo. A tres-

    cientos noventa y ocho hectmetros por hora haba

    volado el curtido Pollak Henri, en su petardeante velo-

    cpedo con turbina y con suspensin hidrulica, del

    Fort Neuf de Vincennes a su Montparnasse natal, don-

    de es que estaban su dulce trtola, su mansarda arre-

    glada con amor, sus

    alter ego

    (ramos nosotros sus

    alter

    ego),

    sus setenta y cinco centmetros de Pliades. Si-

    quiera se cam bi, dadas las circunstancias, y a nosotros

    vino todo de kaki, ansioso por contamos los aconteci-

    mientos de los que el da haba sido escenario de los

    cuales: que sta era la buena, que Karalberg estaba en

    las listas, que se le haba venido el mundo encima, que

    no haba probado el almuerzo y eso que haba croque-

    tas y estn ricas las croquetas, que era una catscrofe.

    Y entonces nosotros, demudados pero sublimes,

    decidimos actuar.

    32

    El lector que quiera hacer una pausa ahora, pue-

    de. A fe ma q ue hemos llegado a lo que algunos auto-

    ' res excelsos (Jules Sandeau, Victor Margueritte, Hen-

    ri Lavedan, incluso A lain Robbe-G rillet en su reciente

    Cuaresma de Navidad)

    llaman una articulacin natu-

    ral.

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    Permitidme recordar a grandes rasgos lo que

    vuestro cerebro de lector ha podido, o habra podido,

    o hub iera debido almacenar:

    En primer lugar: que hay un individuo llamado,

    quizs aproximadamente, Karacosa, que se niega a

    irse al mar Mediterneo (no estoy muy seguro de que

    se escriba as) mientras las condiciones climticas

    sean las que son. Punto este que, adem s, se precisa

    poco, atentos como estamos a aquimilar piquios mis-

    terios en torno a nuestro mod esto relato;

    en segundo lugar: que hay una panda de buena

    gente entre los cuales de los cualos yo me cuento, va-

    lientes como Marignan, fuertes como Pathos, sutiles

    como Artemis, orgullosos como Artabn;

    en tercer lugar: que h ay una tercera persona, de

    apellido Pollak, y de nombre Henri, de condicin

    cabo furriel, que parece pasarse el tiempo y endo de

    uno a otros y de o tros a uno, y viceversa, en un petar-

    deante peque o ciclomotor;

    en cuarto lugar: que este pequeo ciclomotor tie-

    ne un manillar cromado;

    en quinto lugar: que unos individuos que pueden

    y deben calificarse de comparsas, circulan entre los

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  • 8/10/2019 Perec Georges - Que Pequeo Ciclomotor de Manillar Cromado en El Fondo Del Patio

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    intersticios del asunto principal y ponen aq ueste de

    relieve siguiendo los mejores preceptos que los bue-

    nos autores me ensearon de peque o;

    en sexto lugar: que estando las cosas como estn,

    donde las hem os dejado, tiene uno perfecto derecho

    de preguntarse: Santo Dios, Santo D ios, cmo acaba-

    r todo esto?

    As pues los Argelpetas hicieron la mochila, jun-

    taron los brtulos, se remendaron los jarales, se zur-

    cieron los picantes, dieron betn a los calcos, engra-

    saron los chopos, recibieron la racin de caldo K ub,

    de caf en polvo, de sal de quinina, de polvos verm-

    fugos, compraron botones, h ilo, dentfrico, las obras

    de Camus (Albert), boligrafos, Nivea, shorts y babu-

    chas.

    Entonces el brigada de bigotes conquistadores

    pas revista al neceser de Karapotch; el capitn ju-

    guetn hasta la punta de su juguetito pas el dedo

    enguantado de cab ritilla blanca por la culata relucien-

    te de grasa de su fu sil y la consider pringada, pre-

    guntando con un tono en el qu e la insolencia rivaliza-

    ba con la perplejidad: A esto llama usted un fusil

    limpio? (pero Karapotch se guard mucho de con-

    testar); el coronel le dirigi un extenso discurso b as-

    tante bien engrasado para ser de un coronel y del que

    se desprenda primo que Karapotch era un juneta,

    que eran todos iguales; dosio que preferira l, el co-

    ronel Pusil-Anim, un hijo del oficio, criado en la

    troupe,

    ir a pegar barrigazos a Sidi-Belle-Abesses, an-

    tes que estar al mando de una panda d e ceporros de

    36

    7

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    esa calaa; tertio, que menudo regalito tener tipos as,

    que qu bato

    aba cado Francia.

    En lo que al general se refiere, envi un telegrama

    para excusar su ausencia.

    Y nosotros nos dimos unos telefonazos y vimos

    que ese era el momento.

    La maana de autos del gran da de autos nos le-

    vantamos de maanita y nos fuimos a hacer grandes

    compras. Compramos vino, mucho vino, dado que es-

    taramos sedientos, y despus compramos arroz, acei-

    tunas, anchoas, huevos, fiambre dado que tambin

    estaramos hambrientos, y como no queramos ser ro-

    osos y como tenamos que ponerle un blsamo en el

    alma al valiente Karacosa, iqu menos , mientras es-

    perbamos ponrselo en el hombro dislocado o en el

    hmero descolgado, tambin adquirimos pasteles,

    dulces, golosinas, chucheras, fruta y licores.

    Despus, en el gran bazar que hay en el cruce de

    la calle Boris-Vian y el bulevar Teilhard-de-Chardin,

    enfrente de la salida del metro, justo al lado de la car-

    nicera, agujas hipodrmicas, jeringuillas adecuadas,

    algodn hidrfilo, gasas, once metros de venda Vel-

    peau, imperdibles, unos alicates, una mordaza, un

    gato y por cuarenta cntimos tachuelas de tapicero

    que a lo mejor nos serviran para algo.

    Por la tarde estuvimos de limpieza, porque la casa,

    la casa digo, estaba realmente sucia y, adems, no es-

    tara bien recibir a un amiguete al que le bamos a

    desatornillar el cbito en una casa realmente sucia.

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    Y, com o curramos de lo lindo, estuvo todo listo

    en un pisps: toda la casa bien fregada, las botellas

    apiladas en la chimenea, la comida slo esperaba

    nuestra seal para saltar sobre la mesa ya puesta (una

    de las cosas que ms n os enorgulleca, dicho sea entre

    nosotros: era una mesa de aldea, visiblemente poco

    hab ituada a la civilizacin trepidante de las grandes

    zonas urbanas; haba conservado de sus orgenes ru-

    rales una propensin a veces inquietante al nomadis-

    mo; h aba manifestado h acia nosotros, al principio,

    una hostilidad pertinaz, muda, pero terriblemente efi-

    caz y habam os necesitado casi seis meses, seis meses

    de paciencia, de dulzura, de firmeza pero nunca la

    habamos maltratado, no temis para conseguir que

    nos obedeciese, que se quedase en su sitio de una vez

    por todas y se estuviese quieta cuando ponamos el

    servicio).

    Eran las seis menos diez. El aire refresc. Cerra-

    mos las ventanas y nos absorb imos con deleite en la

    lectura de la

    Grande Encyclopdie,

    artculo Fracturas

    y complicaciones varias, con el fin de docum entar-

    nos respecto al asunto del que, sin demora, de l ba-

    mos a tratar.

    A las seis nuestro gran amigo Hu bert entr, que

    traa un soplete que le h abamos prestado haca once

    meses. Dijo:

    iVaya Qu limpia tenis la casa.

    Le respondimos:

    Estamos esperando a Karasplash.

    Dijo que estaba con nosotros y se ofreci a ir a

    buscar ginebra, hecho este por el que lo congratula-

    4

    mos. B aj y pronto volvi a subir acompaado por

    Lu cien a quien, segn dijo, se hab a encontrado por el

    camino.

    Y L ucien telefone a su querida Emilie y H ubert

    telefone a su jermana y nosotros telefoneamos a los

    D rcula, que hab an salido, a los G aita, quienes nos

    exprsaron su intencin de venir y al Besugn q ue

    siempre nos hace rer, pero con quien no logramos

    contactar.

    Y los amigos acudieron en masa, q ue ni en el Ven-

    dame el da d el estreno de

    Los paraguas de Cherburgo

    (leve anacronismo que el indulgente lector me perdo-

    nar de bu en grado). Y cmo no todos estaban meti-

    dos en el ajo, los que y a estaban en el ajo metieron en

    el ajo a todos los que a n no estaban en el ajo.

    Y entonces siempre pasa no falt quien habl

    de esta manera que haba que estar majareta para

    plantearse ni siquiera por un instante rom perle el

    brazo a-K aralahari, que era la hostia de peligroso, que

    si le pones una inyeccin no siente nada y no les par-

    tes slo el brazo, sino q ue le descolocas las bolsas si-

    noviales, que le h aces polvo las articulaciones, que le

    revientas los tendones, que le d esincrustas los fila-

    mentos, que le haces papilla los ligamentos y toda la

    pesca.

    Qu e (para ms inri) a los mdicos militares les

    bastara con echar un ojo distrado sobre la supuesta

    contusin para adivinar hasta en los ms nimios deta-

    lles el estpido complot que la haba perpetrado y

    que, po r consiguiente, se ira no obstante el llamado

    Karapedo, con el b razo en cabestrillo y sesenta das

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    de calabozo de propina y que nosotros sus pobres

    cmplices, tIldramos a la pasma en los talones h asta

    la undcima generacin.

    Entonces qu? exclamamos todos al unsono

    y a la una, interrogndonos unos a otros con la mira-

    da.

    En esto el presidente de la sesin decret la diso-

    lucin temporal de la Asamb lea G eneral y orden la

    constitucin de tres Comisiones qu e se reuniran a

    puerta cerrada, una en la cocina, otra en la habitacin

    y la tercera en la gran sala del Consejo, com isiones

    soberanas y ventripotentes que deberan informar de

    los diversos proyectos presentados en la Secretara, la

    cual se los remitira a medida q ue fuesen constando

    en las actas, reservndose nicamente el derecho a

    decidir sobre su atribucin (una treta de procedi-

    miento que no enga a nadie y retras otro tanto la

    instauracin del debate d e verdad).

    42

    Las principales propuestas relativas al inmediato

    futuro de Karapaleto se vieron finalmente, tras algu-

    nas enmiendas, mociones, embargos de retencin,

    cuestiones de orden, proyectos, contraproyectos, in-

    terrupciones, incidentes, salidas en falso y otros suce-

    sos, reducidas a cinco, que votamos a brazo partido y

    a mano alzada.

    La primera contemplaba a fin de cuentas romper-

    le, de todos modos, el brazo a Karablasto ya que, re-

    calcaba, a eso se haba venido. Esta propuesta forma-

    lista desat el entusiasmo de un 9% de la Asam blea,

    lo cual era demasiado.

    La segunda apostaba porque se empujase a Ka-

    rawann, cocido com o un cerdo, a traicin por las esca-

    leras; la Naturaleza, se deca, se encargara del resto:

    conclusin podrida de ideologa y que, como sutil

    neurofisilogo que soy cuando me viene bien, aniqui-

    l en cuatro segundos demostrando que el proverbio

    Al nio y al borracho, D ios les echa una mano tiene

    un fundam ento cientfico concreto, lo cual no fue bi-

    ce para que la antedicha mocin cosechase el 13% de

    los votos.

    Para la tercera slo haba salvacin en el marco de

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    un posicionamiento poltico proclamado a los cuatro

    vientos: con un par, Karaniet declara con voz potente

    y a ser posible inteligible que est en contra de la gue-

    rra sucia de mierda, se tumba a lo ancho de la va de

    mierda hasta que los mierdas de los guardabarreras

    lo dejen hecho una mierda. Esta propuesta bellaca

    pero, convengamos, no carente de humor, levant

    cierto revuelo en la medida de que, al insinuar que

    ms nos vala que el trabajito fuese realizado por ma-

    nos juradas, nos dejaba simplemente como unos co-

    bardes: lo que slo fuimos en una afluencia del 23%.

    La cuarta propuesta pretenda que Karachs se

    pusiera enfermo, gravemente a ser posible, y daba a

    escoger entre tuberculosis sea, ictericia, flemn do-

    ble y raquitismo avanzado. Logr la aprobacin de la

    cuarta parte de nosotros.

    Finalmente, la quinta sugera que Karakiri se vol-

    viese majara. Tal idea nos hizo gracia a un 37%.*

    Y de este modo se decidi que Karastenio, sir-

    vindose, bajo nuestra benvola gua, de los maravi-

    llosos resultados obtensibles a partir de los datos ac-

    tuales de la psicopatologa militante, simulara un

    intento de self-suicidio y hara que lo declarasen in-

    til por esquizofrenia galopante o por paranoia

    sim-

    plex.

    Aquel de nuestros amigos que (lo tenamos todo

    previsto) haca tercero de Farmacia (todava sigue

    hacindolo, por cierto, y acaba de casarse; tiene once

    hijos, todos varones, todos guapsimos, todos viables:

    iqu cosas tiene la vida... ) fuese a su casa a por su v a-

    demcum, para ver la droga que se poda pillar sin

    receta para que Karapn pudiese engullirse la cual

    hasta saciarse, sin peligro real (o mnimo), aunque sin

    placer alguno.

    * El lector desconfiado que haga el cmputo tal vez se

    encuentre con que el total supera el 100%. Acertar si deduce

    que algunos votaron dos veces.

    44

    5

  • 8/10/2019 Perec Georges - Que Pequeo Ciclomotor de Manillar Cromado en El Fondo Del Patio

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    En fin, a eso de las nueve menos cuarto, cuando la

    desesperacin de dedos rapaces y clientes descarna-

    dos empezaba a apoderarse del lugar, Karajuana hizo

    su entrada entre aplausos. Precedido del noble y ge-

    neroso Pollak Henri, su superior jerrquico, quien se

    haba vuelto a poner el traje de las grandes ocasiones:

    jersey color morado con cuello de pico, camiseta bur-

    deos, pantalones de tubo color ultramar, zapatillas de

    baloncesto negras con ornamentos de estrs; era, Ka-

    rajuana, un militar guapo, vestido de militar, con la

    guerrera kaki con alamares iguales, la gorra chulesca-

    mente colocada de travs sobre el sincipucio y las

    grandes chaf.mierdas tachonadas que rechinaban so-

    bre el suelo recin encerado. Entr intimidado, lo re-

    cibi un gritero. Le hicimos un sitio. Sinti sobre s

    el peso de las miradas clidas de toda la cuadrilla.

    Karastein era un individuo de tipo espigado, que

    no desluca cierta corpulencia. Del dedo gordo del

    pie a la punta de los pelos, meda, a ojo de buen cube-

    ro, sobre ciento ochenta centmetros. De ancho total

    se acercaba a los setenta centmetros. Su capacidad

    torcica era literalmente fenomenal, su pulso lento, su

    semblante agradable. Su cara no presentaba ninguna

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  • 8/10/2019 Perec Georges - Que Pequeo Ciclomotor de Manillar Cromado en El Fondo Del Patio

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    particularidad destacable: tena dos ojos azules, una

    nariz estupenda, una g ran boca, dos orejas de soplillo

    y un cuello algo sucio. Ni barba, ni bigote, en seguida

    nos hubisemos fijado. Cejas bien pob ladas, aletas de

    la nariz sensuales, mejillas rollizas, labios carnosos,

    mentn decidido, mandb ula cuadrada, frente baja,

    sienes despobladas, prpados espirituales. Con todo,

    el nmero de sus gestos pareca limitado. Tena el as-

    pecto inteligente del indgena a quien Arthur de

    B ougainville pregunt el camino cuando sali de la

    estacin de L yon el 11 de septiembre de 1908.

    Y si aad imos que era taciturno por naturaleza,

    que pareca como perdido en un sueo interno, que

    el barbero se haba lucido con l y q ue le daba vuel-

    tas y m s vueltas en sus manazas v elludas al chapiri

    de pao spero, pensaremos que h emos hecho de este

    individuo un retrato lo bastante preciso como para

    que, si por az ar se lo encuentran en la confluencia de

    la calle B oris-Vian y el bulevar Teilhard-de-Chardin,

    se apresuren a camb iar de acera, lo mismo que h ara

    yo si semejante engendro se me echase encima (bien

    es cierto que en esta historia yo tengo la palabra lti-

    ma...).

    Estos inusuales elementos aadidos a las escasas

    confidencias que hubiese podido

    hacernos a salto de

    mata nuestro amigo Pollak Henri, cabo furriel (de ma-

    nillar cromado), nos llevaron a suponer,

    apriorz;

    que

    Karavagio era un ser simple, de los que y a no quedan,

    dotado de una fu erza poco corriente (acaso no h aba

    roto nuestra nica silla de enea con slo sentarse?),

    de una perspicacia ligeramente alejada de la media, y

    48

    de una fidelidad casi instintiva para con las norm as

    sociales en v igor en su tribu de origen: inducciones

    estas en las que no h urgamos a fondo, dado q ue nos

    eran indiferentes.

    Sirvieron un licor aperitivo cualquiera. L os bebe-

    dores, que ramos todos los que ramos (1,lie dicho

    ya cine ramos all una buena docena, por cierto?),

    cayeron sobre la botella como la pobreza sobre el

    mund o y com o la sfilis sobre el bajo, clero bretn.

    Pero K araleppedo rehus servirse. Permaneca acu-

    rrucado, con mocos en la nariz, pero sin atreverse a

    sonarse, en un rincn, no deca ni mu, o bien a veces,

    bajo la benvola insistencia de nuestras miradas, es-

    bozaba u na leve sonrisa y deca en tono neutro: No

    est mal vuestra casa, es peque a pero no est m al.

    Lo cu al era la pura verdad.

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    Pues, a la f in, nos sentamos a la m esa. iApretaditos

    s que estbamos Primero nos comimos unas sardi-

    nas con pan y mantequilla. Despus bebimos un blan-

    co seco de categora, puedo asegurarlo. D espus nos

    zampam os salchichn braseado, del de Ptras, el de la

    calle Volta, que vale ms q ue todos los salchichones

    braseados del mundo. D espus se present con gran

    pompa un gran plato de arroz adornado con abun-

    dantes aceitunas y filetes de anchoa dispuestos al

    tresbolillo, alternando con pequeos apilamientos de

    pepino en rodajas rodeados a su vez d e gambitas pe-

    ladas, todo ello deliciosamente cubierto con una orla

    de finas tiras de pimientos morrones, alcaparras y y e-

    mas de hu evo duro que parecan botones de oro.

    Y H enri Pollak, como el autntico cabo furriel que

    era desde haca q uince meses y pico, descorch una a

    una tres botellas de C hteau-Bercy tinto de aada in-

    definida, se meti el dedo nd ice en la boca y, utili-

    zando la mejilla a modo d e resorte hizo: P op, pop,

    pop, al tiempo que algunos, chasqueando la lengua,

    diciendo amn con el mentn, meneando el testuz y

    atusndose el bigote, dab an la sial para la jijilaridad

    general.

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    D espus de la comida, nos autotransportamos a la

    sala de estar, se sirvi el caf, se disfrut de puros y

    pitillos, se of recieron licores de todo tipo.

    Para h acer que K arafalck se relajase, intentamos

    hacerle hablar y a quematropa le preguntamos a boca

    de jarra qu pensaba de la guerra, si estaba a favor o

    si estaba en contra. Se trataba, quiz lo recuerde el

    lector, de una pregunta muy de moda en aquella po-

    ca y escasos eran los das que transcurran sin que

    suscitase algn debate, pblico o privado. Pero noso-

    tros tenamos, al hacerla, un inters muy concreto: y

    es que, el lector sutil como siempre seguro qu e se ha

    dado cuenta, pues no hemos evitado, D ios nos libre,

    dejar caer como si tal cosa algunas alusiones malicio-

    sas y a veces incluso engaosas al asunto, y es que,

    deca, estbamos un poco moscas por tener que com-

    prometernos en compaa de un individuo que ni

    siquiera estaba politiqueado; nos sentamos avergonza-

    dos por desplegar tantos esfuerzos para salvaguardar

    la tranquilidad de uno que lo nico que peda era

    tumbarse a la bartola en el lecho de la mujer de sus

    desvelos, mientras que sus coleguis montaban guar-

    dia delante de las instituciones arriesgando su honor,

    y q ue pareca no conceder ms que una importancia

    limitada, por no decir irrisoria a fa L ibertad, a la D e-

    mocracia, a los Ideales humanos, al So cialismo y toda

    la pesca.

    Pero, desgraciadamente para nosotros, que hubi-

    semos encontrado en ello materia para un buen ap-

    logo, Karagiduille era menos gilipollas de lo que pa-

    reca. Consciente de ese aspecto decepcionante de su

    52

    personalidad, algn esfuerzo hizo para ponerse a la

    altura y dijo justo lo que queramos hacerle decir es-

    perando que no lo dijese, es decir, que convino con

    nosotros en que era, l tambin, uno de esos q ue, en

    otras circunstancias, y si se lo hubiesen requerido de

    manera inteligente, habran aceptado pasar paquetes

    de m tute, alusin tan clara que no consideramos

    til parafrasearla.

    Pero adems, a fin de cuentas, era realmente ne-

    cesario correr tantos riesgos para acceder al aspecto

    especficamente poltico del asunto? No bastaba con

    ser sencillamente un buen h ombre, un b uen to, un

    humilde, un pobrecillo, un buena gente del barrio

    que sale por leche en zapatillas, al que no le gusta la

    guerra poque la guerra es fea fea, al que le gusta la paz

    poque la paz es gena, al q ue le gusta bailar el domin-

    go por la tarde al ritmo de

    Nini peau de chi en,

    al son

    del acorden, en las plazas p blicas, bajo los f arolillos

    tricolores. Y adems... el amor. No bastaba con que

    se desvelase por una mujer para salvarse?

    Com o sin duda esta absolucin terica le haba

    dado confianza, Karagandhi, y a avanzada la noche, se

    solt un poco. Nos confes que era obrero, que esta-

    ba hasta los huevos del ejrcito y que nunca haba

    visto tantos libros.

    Acto seguido, nosotros, que ramos de los que

    buscan a las masas, nosotros que llevbam os en la

    sangre el virus de la propaganda ilustrada, nosotros

    que h ubisemos querido ser maestros en un pueble-

    cito de Saboy a a fines del

    XIX

    para poder ob ligar a leer

    a Rousseau, V oltaire, Valls y Zo la a los nios campe-

    53

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    sinos con bata, le regalamos un buen surtido:

    Ifloby

    Dich,

    el

    Vokdn

    (iAh , iel

    Volcn

    iel viejo Popo i Q a-

    qahuaq '

    i Se gusta este jjjarrrdn iMescalito por favor

    Eso es un libro ),

    La crisis de la conciencia europea (Y

    por qu no? iOs veo venir, cerdos pedfilos iOscu-

    rantistas ), Henry Miller por entonces nos gustaba

    Henry Miller, Gaston Leroux (ini siquiera haba le-

    do G aston Leroux ) y otros ms que nos estorba-

    ban. Pero l los .rehus muy amablemente, diciendo

    que quizs, cuando volviese la paz, cuando tuviese

    tiempo [libre para leer esas obras con tranquilidad,

    cuando pud iese saborear toda su substancia, enton-

    ces s. Pero esta noche, aadi, no, esta noche no esta-

    ba parad eso.

    Ese extenso discurso, cuyas cuidadas expresiones

    permitan medir en toda su amplitud la nociva in-

    fluencia que haba ejercido en esa alma tierna la cul-

    tura sofisticada del cabo furriel Pollak H enri, al cole-

    ga nuestro (y lo deploramos por l), ese extenso

    discurso lo dej abatido. Casi se derrumb y se sumi

    en un mutismo agresivo. Un silencio pesado se cerni

    sobre la habitacin ahumada. Y se nos ocurrieron es-

    tos tristes pensamientos tristes, que se hab a acabado,

    que nos h aba hech o rer, el tal Karastenberger, con

    sus zapatrancos, con su cara simptica, sus entende-

    deras algo lentas, su buena voluntad, su tartamudez,

    pero ahora no s tocaba a nosotros tomar cartas en el

    asunto, no qued aba otra que d ecidirse a sacarlo del

    atolladero, y q ue ya no iban a tardar en correr malos

    vientos.

    Entonces el gur de nuestra tribu, la cabeza pen-

    sante, el venerable, se limpi las gafas, se quit la pipa

    de la boca, y as h abl:

    To, hemos estado pensando en lo tuyo. No tie-

    ne ninguna gracia. L o importante es no hacer el gili-

    pollas. Nosotros encantados de partirte el brazo con

    suavidad, pero

    mira

    que es peligroso, lo entiendes,

    no?, con la inyeccin, no te enteras de nada, nos

    arriesgamos a escach arrarte las articulaciones, reven-

    tarte las bolsas sinoviales, hacerte polvo los ligamen -

    tos y los tendones intraarticulares. Y, a ver si lo en-

    tiendes, tampoco te creas q ue los md icos militares

    son gilipollas. No se la puedes peg ar as como as. S e

    creen que somos gilipollas, eso dirn los md icos mi-

    litares y, to, no por eso te librars de las maniobras

    con la banda de V elpeau, y una patada en el trasero y,

    para acabar de rematarla, te caern noventa das d e

    castillo, eso si no es un con sejo de guerra, e l batalln

    disciplinario en Argelia, Fum T atawin y dem s, y a

    nosotros, las castaas del fueg o, la poli nos pisar los

    talones durante varios lustros, lo ves, no?

    iPor mi honor, que no son aquestas maneras de

    cristiano viejo dixo aqul. Si fuere menester me

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    tiro al Sena de cabeza, que s'acabe d'una bez, me ca-

    chin diez --

    Tranquilo, amigo mo, tranquilo dijo el que pa-

    reca ser el cabecilla nuestro, haciendo girar la cadena

    de la bici de forma supuestamente amenazante. No

    perdamos la cabeza. En el curso de los debates susci-

    tados por tu caso se nos ocurri que no ser una mala

    idea que se te enfermara el cerebro: te tragas unas

    cuantas pastillas, ests mareado, no sabes ni dnde

    ests, echas la pota, se te pone toda la pinta de h aber

    querido irte al otro barrio, a los militares eso no les

    gusta nada de nada, todo el mundo lo sabe, no es bue-

    no para la moral de la tropa, entonces t te vas a ver al

    psiquiatra, y te declaran intil, eso est hecho.

    La idea de tener que hacerse el harakiri en las

    cuatro horas siguientes no complaci en mayor medi-

    da a nuestro buen amigo (mejor dicho, al amigo de

    nuestro amigo Henri Pollak. Cuidado, no nos confun-

    damos. Los amigos de nuestro amigo Henri Pollak no

    son necesariamente amigos nuestros, a Dios gracias),

    K aracorum. Incluso refunfu u n rato. Pero, qu le

    vamos a hacer. Nosotros ramos ms y m s fuertes:

    no en vano h abamos asistido durante dos aos al se-

    minario de venta puerta a puerta organizado por la

    Seccin S exta de la prestigiosa Escuela de Altos Estu-

    dios: a golpe de argumentos contundentes, de copas

    de calvados y de orujo, de silogismos retorcidos y de

    brillantes improvisaciones, desencadenamos, en me-

    nos de ciento trece minutos (los habam os vista ms

    duros de pelar), su entusiasmo, y acab diciendo que,

    despus de todo, no era tan mala idea: que vale, que

    56

    aceptaba, que vale, que iba a tomarse unas cuantas

    pastillitas, cebarse el estmago de barbitricos y

    echarse un buen sue ecito. D espus se despertara en

    una cama de.h ospital con un tubito en la boca, una

    cuantas palanganas a sus pies, y algunos enfermeros

    militares (otros cabrones que se peg an la buena vida)

    que l daran palmad itas en la espalda, y despus le

    tocara estar con los p sicoanalistos, les calentara la

    cabeza, les dira

    que no estaba bien

    que algunos das quera volarse la tapa de los se-

    sos

    que prefera tirarse de un puente

    que estaba h arto de vivir

    que q uera tirarse de un puente algunos das

    que q uera volarse la tapa de los sesos

    que no estaba bien

    que prefera acabar de una vez por todas

    que era increble lo deprimido que estaba era

    como un agujero

    un agujero negro

    un gran agujero negro

    brrr

    estaba harto de la vida

    (,para qu vivir?)

    tena un miedo que no era normal

    no estaba bien

    prefera tirarse de un puente

    vamos que les dara a entender que, si haba algn

    majara en el regimiento, ese era l, y q ue los brotes de

    masperoclastia babosa del capitn D umouriez no eran

    57

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    ms que una chorradita comparado con lo que tena

    l: Y los pticoanalistos le diagnosticaran una m agnfi-

    ca paranoia

    s imp/ex,

    incluso una esquizo, y lo man-.

    daran al hospital, no ira a los cerros rocosos y a lo

    mejor los argelinos acabaran por ganarla su puta

    guerra y se concluir el alto el fuego se acordar y la

    paz se firma.

    D icho esto, cargado de emocin , Karamega se so-

    pl una buena copa de ginebra y se ech a rer solo.

    58

    La hora siguiente la pas sobando com un ben-

    dito al tiempo que algunos, entre los de los cualos me

    encontraba, se ocupaban de su destino militar, deter-

    minando vademcum en mano, el producto que iba a

    zamparse:

    el curare haba resultado, despus de todo, abso-

    lutamente ineficaz;

    el Acheronato de Atropion les estaba prohibido a

    las fuerzas armadas y a los suboficiales de reserva;

    el extracto liquido de Tdium Vitae costaba un

    huevo;

    y nos conformamos con la tanatina solucanforada

    del Dr. Mortibus:

    Nicotato de Metildo

    0,005

    8-Cloroteofilinato-dimetil-amino-etil-

    bencidril ter

    0,1

    Paradiclorobenceno

    0,4

    Balzak

    0,001

    Quinquina succirubra

    0,8

    James Bond

    0,07

    Agrippa dobignia

    trazas

    Excipiente placbico

    c s. (98,6%)

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    medicacin poco afamada pero de la que, al me-

    nos, nadie,-

    parece ser, nunca se haba nunca quejado

    nunca. Pollak Henri que era un chico metdico, tom

    buena nota de las caractersticas del producto en su

    agendita de hombre moderno con hojas de recambio

    (y cierre cromado), luego de lo cual decidimos, en pri-

    mer lugar, despertar a Karasweisz con mtodos de lo

    ms expeditivos, ponerlo en pie y emperifollarlo crin

    sus ms luscidas galas;

    en segundo lugar, acompaarlo, aguantndolo

    slo por un brazo, hasta la ms prxima de las farma-

    cias cercanas (a saber, la del cruce de la calle Boris-

    Vian y el bulevar Teilhard-de-Chardin) y comprar sin

    miramientos por la mirada de sus ojos prominentes un

    tubo de tanatina solucanforada del Dr. Matt Asanos,

    pagarle generosamente un caf en la barra del bar de

    enfrente y vigilar la ingurgitacin masiva pero no

    exagerada de las pastillitas hipnferas, somnitivas y

    dormgenas;

    tertio, acompaarlo a un hotel y desearle una lar-

    ga y feliz noche;

    y d pequea, no dejar de preguntar por l tan

    pronto lo permitiese la situacin.

    Luego, nos decamos nosotros, es coser y cantar.

    Bastar dijo uno con

    Que le d un sueo barbitrico

    para escacharrarle lo skico.

    El to duerme como un tronco. Sus cositas estn

    bien ordenadas. Ha dejado encima de la mesita noc-

    turna la foto de la mujer de sus desvelos, el tubo ali-

    gerado de sus pastillas amargas, un vaso medio vaco,

    una carta que tal cual dice se ha hartado de vivir, que

    l de ir a Argelia nada, que se habr tomado doce pas-

    tillitas de la tanatina del Dr. Cadver, que a su pap le

    pide perdn, y a su coronel, y a su mam, y al capitn

    que tn bueno era, y al brigada, que de verdad que ya

    no se enfadara ms con l aunque una vez le hubiese

    metido ocho das un da que no haba hecho nada, de

    verd que no, lo juraba, al cabo furriel Pollak, que

    hubiera sido un buen colegui, y al amigo Falempain

    (pero haca ya tres semanas que la haba palmado, el

    amigo Falempain) y al pequeo Lavidriera, al que ca-

    riosamente haban apodado Rompecristales).

    Y en la maanita gris, preocupado por el destino

    de aquel extrao viajero que llevaba el uniforme del

    glorioso ejrcito francs (el mejor, pues es el que ms

    se vende), el dueo del hotel de patibulario semblan-

    te y gesto desencajado, tamborileara en la puerta del

    susodicho, alborotara con fuertes gritos de cerdo de-

    gollado a los vecinos, a la pasma de paisano, a la PJ,

    a la SPA , a la VS OP, a la m orgue, al Eliseo, al

    Figaro,

    a

    Baudelocque y Cochin, y Karaschmurz el dormido

    continuara con su sueo devastador en el acolchado

    lecho de un catre de hospital y no se despertara hasta

    tener cuarenta y tres cm de sonda esterilizada en el

    esfago (o quizs en la faringe). Once (o mejor en la

    misma laringe), once (en la trquea, yo qu s), once

    (y diris vosotros que pa qu escribo si no tengo ni

    idea: cuando uno quiere escribir, hay que tener lo que

    hay que tener: vocabulario. Bueno, pero no creo que vo-

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    sotros sepis mucho ms que yo de esto. Adems, se-

    guro que Vsotros no serais capaces de escribir esta

    historia en mi lugar), once (pongamos que tenga cua-

    renta y tres centmetros de sonda esterilizada en la

    gargarita y no .se hable ms...), once psicocoroneles

    (pues) elegidos al azar le tomaran e l pulso, le sacaran

    la lengua, le mediran el intelecto, le miraran debajo

    de los dedos de los pies a ver la pinta que tiene el Ba-

    binski (ja, ja, esta es mi revancha: a que no sabis q u

    es el Babinski? No contis con que os lo diga yo) y,

    asqueados, lo mandaron a que le metiesen el term-

    metro por el culo en otra parte mientras que los bue-

    nos de los muyahidines le dan la vuelta a la tortilla, y

    que la tregua no va a tardar y que la paz se firma.

    Tal cual se hizo, pues: al tiempo que el grueso de

    la tropa no se mova del sitio para acabarse las bote-

    llas, Pollak Henri, el buen Pollak y otro (cuyo nombre

    no les sonara nada) cogan a Karabugaz del brazo y

    se lo llevaban a dar un paseto.

    Algn tiempo fugit. S'aca tarde. Unos cuantos se

    dorman en el suelo. Otros, se marcharon de puntillas,

    otros tropezaban con las botellas y se ponan a insul-

    tar el nombre del Creador, otros iban a la cocina para

    comer queso. Unas mujeres con velo negro se arrodi-

    llaban ante la imagen y se santiguaban rogando por

    la salvacin del soldado. Al tiempo que, indiferente al

    asunto, en el electrfono en sordina, Lester Young,

    acompaado por John Lewis al piano, Paul Chambers

    en el bajo y Kenny Clarke en la batera, interpretaba

    algo sencillo y muy bonito

    (Blue Star,

    Norman Granz,

    n. 6933).

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    Sobre las tres, tres y cuarto, Pollak Henri y su com -

    paero (cuyo nombre no os sonara a vosotros de nada)

    hicieron una aparicin notoria. Aquellos de nosotros

    que an tenan fuerzas para hablar, se levantaron apo-

    yndose en un codo y preguntaron que cmo haba

    ido el asunto.

    Se metieron en unas explicaciones tan, tan com-

    plejas, que en comparacin el famoso dictado de

    Claude Simon puesto a los candidatos en el examen

    de entrada a la Escuela Normal Superior de Puericul-

    tura (sesin nica de 195) habra parecido ms claro

    que la clebre sextilla de Isaac de Benserade (1613-

    1691) en que la evidencia rivaliza con la gracia y que

    no resisto al placer de citarlo

    in extenso:

    Entre la tarta y la queso

    mi coragn mucho dubta:

    si me pluguiesse la tarta,

    no me daran la queso;

    ms si escogiesse la queso,

    no me daran la tarta.

    (La obra parece ser de dudosa autenticidad. Yo

    no pondra la mano en el fuego, por si me quemo in-

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    sistiendo en q ue esta sextilla compo rta, como cual-

    quier otrarIos seis versos de rigor, y en que,

    sed etiam,

    la estructura, el tono, la textura y la fa ctura son indu-

    dablemente preciosos; en cuanto al sentido, si no est

    muy claro, es por culpa de la Alegora, que no ha so-

    portado bien el viaje; pero bueno, reconozcmoslo, es

    una monada.)

    Bueno. Pues Pollak H enri y el otro (cuyo nombre

    no os sonara a vosotros de nada) hab an arrastrado a

    Karastinck hasta una farmacia de Montparnasse (don-

    de, el lector recordar, uno de aq uellos sonmbulos

    haba visto la luz), lo haban pesado, a ver q u tal, y

    le haban comprado p ara su uso exclusivo un tubito

    verdoso, bastante cutre a mi entender, que contena

    doce pastillas color malva, de forma oval.

    Luego, h aban ido a un bar cutre y le haban pedi-

    do al camarero, que tena un crneo oval, una cara

    verdosa y un delantal tirando a malva, vaya, que pare-

    ca slido de la peli de Vicente Minelli, y le hab an

    pedido pues al camarero tres cafs negros, negrsi-

    mos, y el camarero les haba trado tres cafs negros,

    negrsimos, negros como la tinta china negra. Enton-

    ces Pollak Henri, o quiz fue el otro, cuyo nombre no

    os sonara a vosotros de nada (de todas maneras, ms

    vale no saber quin f ue), hab a puesto cuatro pastillas

    en la taza destinada a Karablum, y once terrones de

    azcar, haba removido enrgicamente con una cu-

    charita que haba sacado medio corroda, haba acer-

    cado la taza a los labios de Karacalla, quien se la haba

    bebido d e un trago, y luego le haba dado unos gol-

    pecitos para que echara el eructo.

    66

    D espus de lo cual, Pollak H enri (nuestro amigo) y

    su compadre (cuy o nombre seguira sin sonaros a vo-

    sotros de nada) haba dictado una carta a Karaschwein,

    en la cual se deca que Karaschw ein estaba harto de la

    vida, pero algo exagerao, de verd, que no le molaba

    nada la idea de ir a peinar de nuevo los montes, que se

    haba tom ado las doce pastillas color malva de tanatina

    del Dr. Morty K hol, que el cabo furriel Pollak H enri no

    tena nada que ver con ello; que le peda perdn a su

    pap, a su mam , a su coronel, a su capitn, qu e era la

    flor y nata de los hombres, a sus amigos Lavidriera y

    Falempain (pero Falempain llevaba ya tres semanas

    con un agujero rojo en el costado derecho) y al gene-

    ral De G ol, Presidente de la Repblica Francesa.

    Karapn ley, reley, firm con su firma infantil y

    eruct otra vez. Pareca agotado y temblaba como un

    tallo nuevo acariciado por el suave Cf iro. La cara se.

    le haba q uedado de un color que no presagiaba nada

    bueno, la punta de la nariz se le estaba poniendo rosa

    y la bo la se le estaba quedando como si fuera de bi-

    llar. Pollak H enri y el otro pensaron que era el mo-

    mento de darse el piro.

    Buscaron un hotel pero no lo encontraron. Son

    cosas que pasan.

    Cam inaron durante much o tiempo, tanto que al

    final se cansaron y se pararon. Y K arafeld, sin avisar,

    se dej caer en la arrolla y se puso a roncar.

    Pero homb re, no lo vamos a dejar ah... dijo

    Pollak H enri.

    Claro que no contest el otro cuyo nombre no

    iba a interesaros a vosotros para nada.

    67

  • 8/10/2019 Perec Georges - Que Pequeo Ciclomotor de Manillar Cromado en El Fondo Del Patio

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    Venga pues insisti Henri Pollak.

    Se impone la evidencia concluy el otro cuyo

    nombre no os sonara mucho a vosotros.

    Contentos por su perfecto acuerdo, se miraron en

    el blanco de los ojos y, cogitando al unsono, se con-

    cedieron un ratito de

    brainstorming,

    del que sali esta

    luminosa idea: que ya que no haba sitio en los hote-

    les, lo que tena que hacer Karabronca era ir al cuar-

    tel.

    Dicho y hecho: Karabiniero, puesto otra vez en

    pie, fue empujado al interior de un taxi que pasaba de

    casualidad y en el cual Pollak Henri y el otro (cuyo

    nombre no os dira a vosotros nada en absoluto) se

    metieron tambin, y el taxi los transcarre a toda me-

    cha hasta las puertas del Fort Neuf de Vincennes, a lo

    largo de un camino muy largo que Pollak Henri cono-

    ca bien, por recorrerlo maana y noche en su petar-

    deante mdtillo de horquilla telescpica (y con el nivel

    de aceite a la vista).

    Entonces (y slo entonces), despertaron a Karas-

    cn incinerndole ramitas de lea en las onejas (,veis

    a quien aludo?) y le dijeron que se acostara pronto,

    que se tomara las cuatro pastillas color malva d tana-

    tina que le pusieron en la mano con una gran sonrisa,

    que pusiera la carta bien a la vista al lado del casco,

    y que esperara, confiando en la buena marcha de los

    acontecimientos. Y aun le dijeron que no les deba

    nada, ni por las pastillas, ni por los cafs, ni por el taxi

    (qu gran generosidad), que estaban contentos de

    haber podido ayudarle y que, como dicen los peones

    de nuestra Hermosa Francia:

    68

    Hara de nuevo el camino

    si tuviera que hacerlo.

    Despus de lo cual, disimulando bien su juego y

    mal su emocin, largaron a Karabesco fuera del carro

    venal y conminaron al chfer a dar m edia vuelta. Y, al

    pasar por el Sena, Pollak Henri, con el gesto augusto

    del sembrador, tir las cuatro pastillas color malva

    que quedaban a las negras aguas, que las engulleron.

    Y Dios, que todo lo ve, vio que todo eso no iba a

    servir de mucho.

    69

  • 8/10/2019 Perec Georges - Que Pequeo Ciclomotor de Manillar Cromado en El Fondo Del Patio

    34/42

    Ya est, marchado se ha. Apuramos otro trago.

    Fuese a acostar, Pollak Henri, luego los dems. En el

    sobre se durmi.

    A la maana siguiente hzose limpieza. De batalla

    rase un campo. L avronse los platos, los cuchillos,

    los vasos, los ceniceros. Tirronse las botellas, encer-

    se el parquet.

    M s o meno s a las cuatro, unos cuantos colegas

    presentarnse de improviso.

    Entonces? preguntaron. Y Karameraman?

    D nde est K arameraman?

    N de n sabemos, asn hicimos. Al Pollak Henri,

    al qu'esperarlo asn aadimos

    Luengo hzose esperar el tal Henri Pollak.

    M o meno presentse a las siete, el pellejo en los

    huesos, ms tonto que un haba, el rostro desencajado

    por los tics, la corbata mal corbateada alredodor de

    su cuello de pollo mal cocido, la nuez convulsionn-

    dose espasmdicamente.

    Entonces? nos extraarnos. Y Karaveato?

    Ay, ay, ay mira que refunfu el Pollak Hen-

    ri, no m e hables, no me hables.

    Y, tras haber bebido un poco de agua del Carmen,

    a contarnos la cosa que haba ocurrido.

    71

  • 8/10/2019 Perec Georges - Que Pequeo Ciclomotor de Manillar Cromado en El Fondo Del Patio

    35/42

    Cuando aquella misma maana nuestro querido

    gran amigo Pollak (H enri) cabo furriel, an no repues-

    to de las emociones de la noche y el estmago seria-

    mente revuelto por los cuatro tipos de b ebidas alcoh-

    licas que haba tenido la imprudencia de mezclar las

    cualos, se haba montado melanclico en su patinete

    de pedales ventilados, haba abandonado su Montpar-

    nasse natal, que es en donde tenan su residencia fija

    su prometida, su tlamo nupcial, sus caballeros de ho-

    nor, su canastilla de boda, y atraves muerto de sueo

    las puertas del Fort Neuf, salud a la guardia y a toda la

    parentela, qu'es lo qu e...

    (pero primero, le aconsejo al lector, o mejor, no

    me atrevera a aconsejarle, que vuelva a leer el texto

    entero, desde luego, pero concretamente la frase de

    arriba y que admire su barbaridez: esta implcita au-

    tocrtica valdr por todas las dems.)

    Q u'es lo que haba visto, pues, el Pollak H enri, en

    el patio del cuartel? Un pequeo ciclomotor de ma-

    nillar cromado? No, para nada, ini pensarlo Vio, el

    Pollak, haba con sus propios ojos visto los preciosos

    camiones cubiertos con lona que esperaban a que los

    llenaran para llevar a toda aquella gentuza a la esta-

    73

    cin. Y qu m s haba visto el Pollak H enri? Un pe-

  • 8/10/2019 Perec Georges - Que Pequeo Ciclomotor de Manillar Cromado en El Fondo Del Patio

    36/42

    queo veL2-iQ u va, triple cazurro Haba visto con sus

    propios ojos, dirigindose hacia los camiones con lona,

    doblando el espinazo bajo el petate del peso o ms

    bien bajo el peso del petate arabicida, con los ojos

    abotargados, la piel amarilla, con la cara d e imb cil, al

    gran Karatustra, al autntico Karatustra, al nico Ka-

    ratustra.

    Se haba acercado, el pobre Henri Pollak, y le ha-

    ba dicho:

    Quiyo, qu'haces aqu?

    iQu te jodan le haba espetado el muy grose-

    ro (e ingrato, y malvado) Karapopljico.

    El pobre Henri Pollak no pudo sacarle nada ms.

    Pero, como era la perseverancia en persona, este Hen-

    ri Pollak, fue a informarse. L es pregunt a los compa-

    eros de dormitorio, a los tos de guardia, a los miro-

    nes, a los vecinos, a los bedeles y, medio deduciendo

    (porqu'e tena dos dedos de frente, el tal Pollak Henri

    ese) medio imaginando (porque tambin tena imagi-

    nacin, y no poca, el tal Henri Pollak), consigui re-

    construir lo que pudieron ser las ltimas horas en

    Vincennes de su buen y generoso compaero.

    74

    Parece ser, pues, que el tal da de buena maanita,

    el Karapupa, que estaba quizs asustado ante la pers-

    pectiva de quedarse KO sin saber qu pasara des-

    pus, haba decidido en su cabecita que, en lugar de

    ir a acostarse

    stricto sensu,

    ira a disipar los vapores

    etlicos y a cazar mariposas nocturnas, haciendo algo

    defootingen

    el bosque cercano. Se le vio en el puesto de

    guardia, dirigiendo sus pasos loxodrmicos hacia el

    monte alto de la avenida Gustave-Gesselaire. Una

    hora despus, el centinela lo vio volver y repantigarse

    de spito. Lanzndose al ruedo, fue a despertarle y al

    Karamb no se le ocurri otra cosa que, apenas za-

    randeado, que aligerarse de tres cuartos de litro de

    ginebra, un cuarto y pico de ron, otro tanto de orujo,

    un poco menos de Calvados, algunas ralladuras de li-

    mn, arroz para contentar a un regimiento de chinos

    y algunas otras sustancias entre las cuales flotaban

    an algunas molculas de color malva y forma oval de

    propiedades eminentemente dormitivas, todo eso so-

    bre los jarales recin planchados del hombre de guar-

    dia, que casi se incomod a. Una estafeta llamada al res-

    cate fue a requerir los servicios del retn de bom beros,

    que envi a su mejor cabo, el cual puso a Karapata de

    75

    pie, lo amonest enrgicamente y lo mand a la cama

  • 8/10/2019 Perec Georges - Que Pequeo Ciclomotor de Manillar Cromado en El Fondo Del Patio

    37/42

    sin postre.

    Y Karapasmao al plido amanecer hizo su entrada

    en el dormitorio gris. Se dej caer en la cama, vestido,

    con los pies en la almohad a y la cabez a encima del

    casco; se puso a roncar como si en la escuela no hu-

    biese aprendido otra cosa.

    Tres horas ms tarde, la orquesta de la Guardia

    Republicana, llegada para tocar una alborada para el

    comandante de la gu arnicin con motivo del santo de

    su sobrina C arolina, atac

    vivace

    la obertura de

    La

    f lauta m gica

    de Mozart, continu

    presto

    con la pol-

    ka en fa, sacada de

    La urraca ladrona y

    acab (con

    bro)

    la

    Sinfona cefalona

    de Panfilus Longuis. Kara-

    crack se levant, se lav con agua ab undante, prepar

    sus cosas y se las pir como cualquier otro habra he-

    cho en su lugar.

    Lo q ue prueba, si hiciera falta, que la disciplina es

    de hech o la fuerza principal de los ejrcitos.

    Y eso fue todo, como dicen los buenos escritores

    para indicar que ya h a llegado el final.

    76

    Vaya, la q

    tie hemos liado.

    Pues s aadi Henri Pollak.

    Rediez y rediez concluy un tercero.

    En serio; nos dieron ganas de llorar.

    Y la cosa no ha acabado nos dijimos as des-

    pus de un largo y silencioso recogimiento, dnde

    est ahora K aranoia? iNo se le ocurrir rendirse

    Los trenes cargados de argeloclastas partan, en-

    termonos por b oca de Pollak H enri (ducho en la ma-

    teria), mucho rato despus de anochec er, de una esta-

    cin reservada para ello nicamente, situada en algn

    sitio, en lo ms recndito de un bosque, cerca de V er-

    sanes.

    iPobre Karadina l que crea que se iba quedar a

    verlas venir en brazos de la mujer de sus desvelos y

    que no ira nunca a los picos rocosos, pues mira, quiz

    se encontraba en aquel tren, triste y solo. Pensamos

    en la guerra, all lejos, bajo el sol: la arena, las piedras

    y las ruirras, los fros amaneceres bajo la tienda, las mar-

    chas forzad as, las batallas de diez contra uno; la gue-

    rra, joder.

    iLa guerra, bonita, bonita no es, no En serio, nos

    dieron ganas de llorar (creo que ya lo he dicho).

    77

    Y entonces nos dijimos esto: Habr q ue ir a ver,

    sargentos reclutones cigarros repartan;

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    38/42

    no queda tro.

    Y y a est, todo el mundo en m archa, todos del

    brazo,- con el cabo furriel Pollak Henri a la cabeza.

    Cogimos el tren hasta V ersalles. Compramos un mon-

    tn de cosas b uenas: cigarrillos, puros, media b otella

    de whisky, caramelos, bombones rellenos, una bufanda

    bordada, revistas, libros de b olsillo y un juego de me-

    dallitas de la suerte que podran servir en diversas

    ocasiones. D ecidimos darle nuestras fotos y direccio-

    nes, para que nos escrib iera cuando llegara y le envia-

    ramos paquetes y seramos sus padrinos y madrinas

    de guerra.

    Ocurri en una noche luminosa y tranquila.

    En el gran calvero de unos bosques m uyfoscos;

    estaban los vagones, cuarenta en una fila,

    rebosando h asta el tope de petates y moz os.

    Estaba de guripas lleno hasta la band era.

    Lleno hasta la bandera haba d e soldados;

    los haba en segunda, los h aba en primera;

    toda Francia reunida, se vea bien claro.

    Estaban tres civiles, un padre y d os madres

    secndose los ojos llenos de dignas lgrimas

    despidiendo a sus hijos, sus q ueridos infantes,

    y estaban los soldados q ue en las puertas meaban.

    Estaban graciocillos que guitarras taan;

    grupos desgaitados cantaban al unsono;

    78

    los borrachos y tristes sentan calofros.

    Los borrachos' gritones soltaban sus eructos;

    los ms meditabundo s llenaban con gran celo

    pginas explicando las desgracias del mundo,

    y unos paracas curas miraban sonriendo.

    Estaba all la noche cubriendo los vagones

    y la loco emotiva estaba por silbar,

    la victoria estallaba en ojos militronches:

    slo en las estaciones se es feliz quiz s.

    Estuvimos buscando mucho, mucho rato. Cami-

    namos tren arriba, tren abajo una vez, dos veces, en

    un sentido y luego en el otro. Queramos subir a los

    vagones, pero no lo perm itan. Entonces, en cada

    compartimento, gritbamos:

    Eh, Karafrnico Ests ah? Anda, sal. iSoy tu

    amigo Pollak Henri

    A qu no h ay nadie Kara-lo-que-sea nos contes-

    taban; o bien

    Cierra el pico, Olipollas nos espetaban.

    Entonces, nos rendimos a la evidencia: que Kara-

    larico no iba en el tren ese, o bien que no quera ha-

    blar con nosotros.

    79

  • 8/10/2019 Perec Georges - Que Pequeo Ciclomotor de Manillar Cromado en El Fondo Del Patio

    39/42

    Entonces Pollak Henri y nosotros volvimos a la

    carretera versallesca. Volvimos a coger el tren hasta

    Invalides. Compartimos los libros, los cigarrillos y los

    bomb ones. Fuimos a tomar algo a la terraza del Select

    y vaciamos la botella de whisky. Y luego, cada uno

    volvi a su casa (cada mochuelo a su olivo). Y nunca

    ms se oy hablar de aquel mono cabreado.

    81

  • 8/10/2019 Perec Georges - Que Pequeo Ciclomotor de Manillar Cromado en El Fondo Del Patio

    40/42

    NDICE

    de las flores y los ornam entos retricos y, m s

    exactamente, de las metbolas y las parataxis que el autor

    cri haber encon trado en el texto que se acaba de leer.

    Abreviacin, p. 23

    Acirologa, p. 17

    Acumulacin, p. 16, p. 18

    Adagio, p. 45

    Adjuncin, vase

    Zeugma

    Adjuracin, p. 19

    Adorno, p. 24

    Afresis, p. 68

    Aforismo, p. 76

    Africanismo, p. 24

    Alejandrino, p. 67

    Aliteracin, p. 17

    Alocucin, p. 18

    Alusin, p. 53, p. 61

    Anacoluto, p. 40, p. 71

    Anadiplosis, p. 66

    Anfora, p. 60

    Anatangoge,

    Anfibologa, p. 14

    Anglicismo, p. 68

    Annominatio, p. 79

    Antanaclasis, p. 44

    Antapodosis, p. 14

    Anterologa, p. 54

    Antfrasis, p. 37

    Antiparastasis, ?

    Antipfora, p. 62

    Anttesis, aqu y all.

    Antitropo,

    Antonimia, p. 69

    Antonomasia, p. 61

    Antorismo, p. 61

    Aparitwesis, p. 24

    Aparte, p. 40

    Apcope, p. 74

    Apofona, p. 71

    Aposiopesis, ,?

    Apstrofe, p. 54

    Apotegma, p. 69

    Aproximacin,

    Arabismo, p. 37

    Arcasmo, p. 24

    Arenga oblicua, p. 20

    Argucia, p. 56

    Armona imitativa, p. 51

    83

    Asndeton, a lo mejor.

    Efresis,

    Glosografismo, p. 19

  • 8/10/2019 Perec Georges - Que Pequeo Ciclomotor de Manillar Cromado en El Fondo Del Patio

    41/42

    Asociacin, p.

    56

    Aumentatio,

    Barbarolexis, p. 42

    Berq uinada, p. 16

    Bombstica, p. 37

    B revitas, p. 35

    Cacnfaton, p. 74

    Cacografla, p. 29

    Calambur, p. 26

    Caliepia, p. 54

    Catacresis, claro que s.

    Cataglotismo, p. 75

    Catalctico, p. 69

    Circunloquio, p. 20

    Cita, p. 40

    Conmutacin,

    Conglobacin, p. 41

    Conspectus, p. 35

    Contraccin, p. 14

    Crasis, p. 14

    Crebillonismo

    amarivaudado,

    Datismo, p. 27, p. 60

    Deprecatio, p. 24

    D ifora, p. 44

    D istingo, p. 74

    Elegancias, p. 37

    Elipsis, p. 55

    Enlage, p. 56

    Enumeracin, p. 28

    Epanadiplosis,

    Epanfora, p. 57

    Epanalepsis,

    Epnortosis, p. 74

    Epntesis, p. 30, p. 60

    Epifana, p. 63

    Epifonema, p. 81

    Epfrasis, p. 57

    Epimerismo, p. 32

    Epstrofa, no tengo nada

    en contra.

    Epitetismo, p. 48

    Epteto contradictorio,

    p. 18

    Epteto superfluo, p. 23

    Equvoco, p. 23

    Eufemismo, p. 52,

    p. 61

    Extenuacin, p. 77

    Expletivo

    ;

    p. 51

    Feminizacin, p. 67

    Fraseologa, p. 54

    G alimatas, p. 24 "

    G erundiada, p. 69

    Gradacin, p. 51

    Helenismo, p. 29

    Helvetismo, no hay.

    Hermosa pgina, p. 47

    Hiplage, p. 48

    Hiprbaton, p. 31

    Hiprbole, p. 71

    Hipercatalecto, p. 17

    Hipotiposis, p. 51

    Hipozeugma, vase

    mezozeugma.

    Hipsografla,. p. 25, p. 26,

    p. 28

    Hispanismo, tampoco

    hay.

    Histeriologa, vase his-

    teroprotern.

    Histeroprotern, vase

    histeroprotn.

    Histeroprotn, vase

    histeriologa.

    Hom eoteleuton, p. 23

    Hom oeoptoton, sin

    inters.

    Homnimo, segura-

    mente.

    Imagen (h ermossima

    imagen), p. 30

    Interjeccin, p. 62

    Inversin, p. 74

    Involutio, p. 20

    Iotacismo, p. 35

    Irona, p. 25

    Italianismo, no h ay.

    Japonesismo, no hay.

    Juego de palabras (iya lo

    creo ), p. 13

    Labdacismo, p. 24

    Leptologa, p. 30

    Ltote, p. 31

    Logodiarrea, p. 39

    Marotismo, p. 24

    Mateologa, p. 43

    Megalegora, p. 78

    Metfora incoherente,

    p. 16

    Metfora, p. 15

    Metafrasis, p. 40

    Metagrama, hacen falta.

    Metalepsis, p. 53

    Metaplasma, p. 13

    Mettesis, p. 14

    Metonimia, p. 20

    Mesozeugma, vase

    zeugma.

    Mitacismo, p. 23

    Monstico, p. 17

    84

    5

    Necrologa, vamos anda.

    Parhom oeon, p. 31

  • 8/10/2019 Perec Georges - Que Pequeo Ciclomotor de Manillar Cromado en El Fondo Del Patio

    42/42

    Neogra.fa,T. 30

    Oblicuo (arenga), p. 20-

    21

    Onomatopeya, p. 57

    Ordo oscuro, por des-

    gracia no.

    Pgina (hermosa p-

    gina), p. 47-48

    Paragoge, p. 14

    Paralipsis, p. 14, p. 16,

    p. 19

    Parmbola, p. 52

    Parntesis, muchos.

    Paronomasia, p. 59

    Perisologa, vase pleo-

    nasmo.

    Pleonasmo, vase

    supra.

    Poliptote (especie de),

    p. 61

    Polisndeton, p. 29

    Precaucin,

    Prosopografia, p. 15

    Prosopopeya, p. 40

    Prstesis, p. 79

    Pseudoepgrafe, por su-

    puesto.

    Psitacismo, ciertamente.

    etc., etc., etc.

    Ttulo Original:

    Quel petit velo guidon chrom aufond de la cour?

    1998 ditions Denol

    de la traduccin:

    2009 Marisol Arbus

    2009 Hermes Salceda

    2009 Ediciones Alpha Decay, S. A.

    Gran V ia Caries III, 94 - 08028 Barcelona

    www.alphadecay.org

    Primera edicin: mayo de 2009

    Meritxell Anton: Correccin de pruebas

    Tipografa y diseo de la serie: Norbert Denkel

    Preimpresin: Fotocomposicin gama, si.

    Impresin: Romanya Valls, si

    ISBN: 978-84-936540-5-4

    Depsito legal: B-22137-09

    86