pensando

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[1] Pensando A mis amigos amino rápido. Son más de las siete de la noche. Me detengo un momento y miro a mí alrededor. Nadie. La calle está desierta, es tranquilizante y terrorífico a la vez. Es domingo después de un partido de la selección, es natural que todo esté así, de- sierto, sin ningún alma a la vista. Voy rápido igual, no quie- ro encontrarme con un buen amigo y salir calato. La ciudad sabe ser bulliciosa, insoportable, sobre todo las calles del centro, pero hoy curiosamente están silenciosas, unos cuantos pasan a mi lado, ancianos saliendo de una iglesia evangelista seguro. Pienso en un cigarro pero no hay ninguna tienda abierta cerca. De aquí, en la calle Mel- gar, se tiene una vista magnifica hacia el pequeño horizon- te que crece en el fondo. Son las siete pero no parece, y no es verano. Son las siete y todavía sigue el atardecer, todavía las nubes grisnaranja en el cielo, todavía el sol muriendo por la luna. Recuerdo haber pasado muchas veces por aquí, el mismo día; futbol con mis primos y luego a casa, aunque ya más de noche, y no recuerdo que todo sea tan tranquilo. Uff. C

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Segundo cuento de la serie "La puerta gris"

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Page 1: Pensando

[1]

Pensando

A mis amigos

amino rápido. Son más de las siete de la noche.

Me detengo un momento y miro a mí alrededor.

Nadie. La calle está desierta, es tranquilizante y

terrorífico a la vez. Es domingo después de un

partido de la selección, es natural que todo esté así, de-

sierto, sin ningún alma a la vista. Voy rápido igual, no quie-

ro encontrarme con un buen amigo y salir calato.

La ciudad sabe ser bulliciosa, insoportable, sobre todo las

calles del centro, pero hoy curiosamente están silenciosas,

unos cuantos pasan a mi lado, ancianos saliendo de una

iglesia evangelista seguro. Pienso en un cigarro pero no

hay ninguna tienda abierta cerca. De aquí, en la calle Mel-

gar, se tiene una vista magnifica hacia el pequeño horizon-

te que crece en el fondo. Son las siete pero no parece, y

no es verano. Son las siete y todavía sigue el atardecer,

todavía las nubes grisnaranja en el cielo, todavía el sol

muriendo por la luna.

Recuerdo haber pasado muchas veces por aquí, el mismo

día; futbol con mis primos y luego a casa, aunque ya más

de noche, y no recuerdo que todo sea tan tranquilo. Uff.

C

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[2]

Ni mucho menos que, a pesar de no haber jugado, me

sienta tan cansado y tan tonto. Tomo a la derecha por

Jerusalén y antes de llegar a la primera esquina me deten-

go. Allí es donde la vi la ultima vez, si, pero eso ya tanto

tiempo que no vale la pena, ya todo está olvidado, ya no

me duele nada igual. Sonrío. Qué diferencia, carros, autos,

poca gente, pero ya no estoy tan solo, no me siento tan

solo. Cruzo la calle y bajo lento ahora por Ayacucho. Me

gusta esta calle. Siempre, cada vez que tuve que caminar

de noche por aquí, me sentí despreocupado, porque

siempre falta ya poco para llegar a tomar la combi para mi

casa. Un alivio. Me da tiempo para pensar en lo que hice

hoy, y en lo de toda la semana. La huelga en la universidad

me ahorró dinero y parece que tiempo.

Ya es de noche ahora. Las luces de los postes, de los au-

tos. Hay gente en la esquina de Santa Catalina, algunos en

parejas, otros celular en mano, y solo un pata en polo

mira a todos lados, choro, toma la cartera de una flaca y

corre, la adrenalina ayuda mucho, nadie hace nada por

seguirlo ni mucho menos confortar a la flaca, que solo

sube a una combi y se va, ya fue, para qué denunciar, para

que perder tiempo si quizás no tenía muchas cosas, si

seguro no es el único robo que se dará hoy. Esta parte de

la ciudad me causa más curiosidad siempre. Es una de las

más concurridas, zona turística, casonas viejas que parece

que solo les queda un terremoto en su vida y que además

sirven de hospedaje para turistas, vendedoras de anticu-

chos en cada esquina, librerías de libros viejos, restauran-

tes sucios en donde alguna vez comí y, lo más bonito se-

guro, empedrada. Me gusta agachar la cabeza y caminar

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[3]

viendo esos bloques que forman la pista por donde pasan

a diario carros y gente, y donde nunca he visto un acci-

dente, como sería un accidente en esta calle. Sonrío.

La tienda de antes de llegar al puente Grau está abierta

como siempre. Entro y espero diez minutos para comprar

un par de cigarros. Como siempre. Llego al puente y es-

pero mi carro. Esta parte de la ciudad es la que me da más

curiosidad. Es como si aquí se juntara todo lo curioso de

Arequipa. En medio vendedores de DVDs bamba con los

últimos estrenos: Los Vengadores y Hombres de Negro 3.

Cuantas veces les compré películas. Tienen de todo: do-

cumentales, películas de acción, anime, series y, lo mejor

para algunos, pornografía caleta. Por otro lado, en una de

las esquinas un policía, seguro esperando que pase algún

tonto para sacarle sus cinco luquitas para la gaseosa. Cerca

mío un puesto de periódicos sin periódicos, “ya solo tengo

dulces causita”, si, ya ya, así no más. Y por el otro lo mejor,

los ricos anticuchos de todo precio y de toda carne: co-

razón, pollo, salchichas. Gracias a Dios no tengo hambre.

Pienso que no debería estar aquí ahora, pienso que para

qué fui de nuevo a “jugar futbol”, si igual no jugamos, pien-

so que mejor debería estar estudiando los cursos para no

jalar ninguno y probar una beca, pienso que mejor debería

estar durmiendo. Pero qué más da. Subo a una combi,

creo que oí bien, va para mi casa, espero. Está casi vacía,

entonces no va para mi casa, pero igual me siento, que me

lleve donde sea, solo quiero tiempo para pesar. Pensar.

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Último asiento atrás. Desde este lugar la ciudad se ve de

otra manera. Triste, melancoliza y, como pocas veces,

apagada. La gente me parece que está igual. Pienso en

Mariela. Ella también se veía triste la última vez. Debí pre-

guntarle, decirle algo, pero no pude o no quise. En defini-

tiva soy de los que se rinden rápido, de lo que prefieren

dejar pasar las cosas. ¿Pero si tanto me gusta, porque no

le dije algo? Ni idea. Ya no estoy para esas cosas, necesito

algo más serio, no quiero jugar con nadie ni que jueguen

conmigo. Que maduro. A veces quisiera aceptar que soy

inmaduro, pero prefiero lo contrario. Hay momentos para

todo. “Plaza las Américas, Alto Libertad”, al menos la combi

pasa por allí, de ahí puedo tomar otro carro. Son ideas

mías, además no creo que yo a ella, ya deja de pensar en

eso, recuerda lo que dijimos. Si claro. De pronto un

montón de gente sube, Son muchos, me levanto y atrope-

llo hacia la puerta. ¿Dónde estoy? Bajo, bajo. Ni idea don-

de estoy, a caminar, pero despacio.

En mi vida había estado por acá. Busco otra tienda para

otros Luckys, aspiro profundo, que frio, se parece a mi

cuarto en estas épocas. El estomago me pide algo de co-

mer y le compro unos chicles a la tía de la esquina, parece

que en definitiva todos están tristes hoy. Mejor pensar en

el pasado, mejor pensar en mejores tiempos. Vienen a mi

mente unas de Calamaro, como me gustan, “si te veo en el

fondo de mis ojos, no me pidas que no sea un inconsciente, si

no dejo de quererte”, todas dan con el momento, “un porri-

to”. Mejor recordar libros, historias, pensar en sí, pero

como, mañana sí, claro si se termina la huelga. Hay pocas

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luces. Como me arden los ojos, como se me olvidan los

lentes, y ni idea a donde voy, ni idea que hacer.

Ni idea que más ideas para escribir en un cuento. Antes se

me ocurrían muchas, antes estaba un poco mejor, antes

tenía en quien inspirarme, a quien dedicarle poemitas, a

quien cantarle una canción. Ahora solo tengo un cigarro

en la mano y no se a donde voy.