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CRÍTICA/AMOR Y AMISTAD • PÉNDULO21/UNO/FEBRERO 2013 • R oma en muchas de sus facetas es sumamente original, a pesar del prejuicio que existe en el que se le asume como una copia del pueblo heleno. Es cier- to que allá en el horizonte griego está Safo, Anacreonte, las desencantadas y saqueadas extranjeras Medea y Hécuba de Eurípides; también, en la eternidad romana no bastarían miles de páginas para comprender la desesperación de Dido ante el abandono de Eneas en un monólogo sin precedentes, porque en la Eneida de Virgilio ya están todos los géneros. Sumemos además que aquel que quisiera aprender el arte de amar, como un arte de seducción y guerra, recordará los sabios consejos de Ovidio. O quizás, para reconocer los esfuerzos que provoca el amor por lo divino recitará en alguna ocasión la dulce voz de Apuleyo contando las des- gracias de Eros y Psique. Y qué decir de las plumas de Propercio, Catulo y Tibulo, inmortalizando su desgracia y su goce. Porque una de las características – tanto de la República como del Imperio – que los distingue es la visión amorosa. A este amor romano lo acompaña también una capacidad impresionante de dolerse de y con el otro. Pero, tenemos que elegir uno solo para hablar hoy de Eros y es Proper- cio nuestro invitado. El poeta no está solo porque escribe para alguien, para Cintia. Y aunque no toda la poesía de Propercio versa sobre el amor, podemos distinguir a través de las elegías la metamorfosis interna que sufre como amante y cómo las pasiones pueblan sus letras con una claridad, a veces cruel, a veces entusiasta y otras tantas llenas de tristeza. Por eso es tan universal, porque todos los amorosos han sentido celos, tristeza, lejanía, lujuria y miedo a la muerte del otro. Veamos pues, tres te- mas de esa metamorfosis. I. Deseo de Cintia Me preguntáis por qué escribo tantos versos de amor y por qué mi libro suena tierno en los labios. No me los dicta Calíope, no me los dicta Apolo: mi amada es la inspiración de mi talento. Si la veo caminar luciendo un vestido de Cos, todo este libro versará sobre las telas de Cos; si veo sus cabellos caer esparcidos sobre su frente, se alegra de ir orgullosa por mis elogios a su cabellera; si con sus dedos de marfil acompaña una canción a la lira, admiro con qué técnica rasgan sus ágiles manos; o cuando deja caer sus ojos que se inclinan al sueño, encuentro como poeta mil temas originales; o si despojada del vestido lucha desnuda conmigo, soy capaz entonces de componer largas Ilíadas; y haga lo que haga, diga lo que diga de una nadería surge una gran historia… 1 1 Propercio, Elegías, tr. Antonio Ramírez de Verger, Editorial Gredos, Madrid, 2001, p. 40. Raquel Mercado Salas CONTENIDO: ROMA AETERNA ROMA Y EL AMOR. Raquel Mercado Salas • ¿AMORES CON ROSTRO O DESEO DE CUERPOS ANÓNIMOS? Walkiria Torres Soto • LA VIRTUD Y LA AMISTAD. Jorge Alfonso Chávez La Jornada Aguascalientes/ Aguascalientes, México FEBRERO 2013/ Año 3 No. 71 Roma Aeterna Roma y el amor Que si ella quisiera otorgarme noches a su lado, incluso largo me parecerá un año de vida; y si muchas me concediere, en ellas me haré inmortal: en una noche así cualquiera puede ser incluso dios. Propercio El viento que lo eleva. Gabriela Itzagueri Mendoza S.

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suplemento crítico de La Jornada Aguascalientes

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CRÍTICA/AMOR Y AMISTAD

• PÉNDULO21/UNO/FEBRERO 2013 •

Roma en muchas de sus facetas es sumamente original, a pesar del prejuicio que existe en el que se le asume como una copia del pueblo heleno. Es cier-to que allá en el horizonte griego está Safo, Anacreonte, las desencantadas

y saqueadas extranjeras Medea y Hécuba de Eurípides; también, en la eternidad romana no bastarían miles de páginas para comprender la desesperación de Dido ante el abandono de Eneas en un monólogo sin precedentes, porque en la Eneida de Virgilio ya están todos los géneros. Sumemos además que aquel que quisiera aprender el arte de amar, como un arte de seducción y guerra, recordará los sabios consejos de Ovidio. O quizás, para reconocer los esfuerzos que provoca el amor por lo divino recitará en alguna ocasión la dulce voz de Apuleyo contando las des-gracias de Eros y Psique. Y qué decir de las plumas de Propercio, Catulo y Tibulo, inmortalizando su desgracia y su goce. Porque una de las características – tanto de la República como del Imperio – que los distingue es la visión amorosa. A este amor romano lo acompaña también una capacidad impresionante de dolerse de y con el otro. Pero, tenemos que elegir uno solo para hablar hoy de Eros y es Proper-cio nuestro invitado. El poeta no está solo porque escribe para alguien, para Cintia. Y aunque no toda la poesía de Propercio versa sobre el amor, podemos distinguir a través de las elegías la metamorfosis interna que sufre como amante y cómo las pasiones pueblan sus letras con una claridad, a veces cruel, a veces entusiasta y otras tantas llenas de tristeza. Por eso es tan universal, porque todos los amorosos han sentido celos, tristeza, lejanía, lujuria y miedo a la muerte del otro. Veamos pues, tres te-mas de esa metamorfosis.

I. Deseo de Cintia

Me preguntáis por qué escribo tantos versos de amory por qué mi libro suena tierno en los labios.

No me los dicta Calíope, no me los dicta Apolo:mi amada es la inspiración de mi talento.

Si la veo caminar luciendo un vestido de Cos,todo este libro versará sobre las telas de Cos;

si veo sus cabellos caer esparcidos sobre su frente,se alegra de ir orgullosa por mis elogios a su cabellera;

si con sus dedos de marfil acompaña una canción a la lira,admiro con qué técnica rasgan sus ágiles manos;

o cuando deja caer sus ojos que se inclinan al sueño,encuentro como poeta mil temas originales;

o si despojada del vestido lucha desnuda conmigo,soy capaz entonces de componer largas Ilíadas;

y haga lo que haga, diga lo que digade una nadería surge una gran historia…1

1 Propercio, Elegías, tr. Antonio Ramírez de Verger, Editorial Gredos, Madrid, 2001, p. 40.

Raquel Mercado Salas

CONTENIDO: ROMA AETERNA ROMA Y EL AMOR. Raquel Mercado Salas • ¿AMORES CON ROSTRO O DESEO DE CUERPOS ANÓNIMOS? Walkiria Torres Soto

• LA VIRTUD Y LA AMISTAD. Jorge Alfonso Chávez

La Jornada Aguascalientes/ Aguascalientes, Mé xico OCTUBRE 2010/ Añ o 2 N o. 20La Jornada Aguascalientes/ Aguascalientes, México FEBRERO 2013/ Año 3 No. 71

Roma Aeterna Roma y el amor

Que si ella quisiera otorgarme noches a su lado, incluso largo me parecerá un año de vida; y si muchas me concediere, en ellas me haré inmortal: en una noche así cualquiera puede ser incluso dios.

Propercio

El viento que lo eleva. Gabriela Itzagueri Mendoza S.

• PÉNDULO21/DOS/FEBRERO 2013 •

Walkiria Torres Soto

¿Amores con rostro o deseo de cuerpos

anónimos?

Es la historia de un amor como no hay otra igual, que me hizo comprender todo el bien, todo el mal…

Canción popular mexicana

Propercio murió joven, no se sabe la fecha exacta pero murió a punto de cumplir los 30 años, la misma suerte corrieron Catulo, Cornelio Galo y Tibulo. Por ello el amor que experimentó nuestro lírico no fue un amor maduro, ni el de la senectud, el suyo fue un amor con las resonancias directas de la carne, con desmesura y has-ta suicida. En la medida en que experimentaba las delicias de la afrodisia humana, reconocida en el perfume femenino de la entrega, le impone la lírica a la épica. No importa Troya ni Grecia, no importan los dioses, ni el destino. No es la Polis ni la República por lo que se ha de vivir o morir. La batalla más importante fue en la que Helena y Paris se enfrentaron desnudos. Los soldados en la guerra nunca ganarán lo que los amantes en el lecho. Ningún héroe trágico tuvo la oportunidad de morir boca a boca con el Hado, indiferente y silencioso. ¿Cuántas muertes se habrán dado Helena y Paris? ¿Cuánta resurrección de la carne habrá experimentado Cin-tia a lado de Propercio? No lo sabemos, pero lo adivinamos.

II. Celos

Se dice que la enfermedad poética por excelencia es la hipocondria, la imagina-ción se exacerba a tal manera que cualquier episodio, el más mínimo, puede orillar a la muerte. Pero hay otra enfermedad que tiene esos efectos de fantasía, los ce-los. Representados a partir de vestidos bordados de infinitos ojos e infinitos oídos, los celos hacen ver y escuchar al atormentado mil cosas a la vez. Llenan su mente las escenas más inverosímiles y a la vez posibles. Y es que, para el poeta, las pro-mesas de amor son las más difíciles de cumplir porque en el amor Marte siempre interviene, es decir, siempre hay guerra y no paz. Sin embargo, la indiferencia es la muerte, por ello Propercio prefiere la riña a la negación de la vida con sus avatares:

No es verdadera la fidelidad que no experimente riñas,¡a mis enemigos toque una amada insensible!

Vean mis amigos heridas de mordiscos en mi cuello:las moraduras muestren que he poseído a mi amada

En el amor quiero sufrir o sentirte sufrirver mis propias lágrimas o las tuyas

2.

No faltan los ejemplos de Propercio para acentuar la traición de su amada o la suya propia. Por ejemplo, ya recuerda a Penélope en su espera, o a Calipso en su entrega, para recordarle a Cintia que no fue capaz de pasar una noche sola sin su compañía.

Más allá de lo enfermizo de este amor de rupturas y reencuentros, tene-mos la condición de lealtad a la excepción, él sabe que Cintia será eterna porque la poesía se encargará de inmortalizarla y viceversa, la poesía no podría haber sido capaz de presentarse sin la absoluta y abrumadora presencia de Cintia en su vida. Al parecer ella era una liberta, una condición poco común en la cultura romana para el sexo femenino, una mujer que obtuvo su libertad sin matrimonio y sin herencia. Una condición lograda por aptitudes políticas activas. Cintia al igual que nuestro poeta tuvo muchos amantes, muchos de ellos poderosos, pero constan-temente volvían a buscar refugio el uno en el otro.

III. Muerte

Sólo el amante sabe cuándo morirá y de qué muerte,y éste no teme los soplos de Bóreas ni las armas.

Aunque esté sentado sobre los remos en el cañaveral estigioy distinga las lúgubres velas de la barca infernal,

sólo con que lo llame el aliento de su amada reclamándolo,Él recorrerá de nuevo el camino que ninguna ley permite3.

Roma no es un lugar de paz, es más bien un lugar dinámico, cambiante, lleno de baños públicos, de festines, de poder y guerra. Se vive intensamente y se muere de la misma forma, Propercio retrata todo ese ambiente en los protagonistas de sus elegías. Cintia, esencialmente, es quien se enferma, quien traiciona, quien ama, quien llora, quien se aleja, quien muere, ella es también la gran maestra del poeta. Hay muchas muertes que el poeta es capaz de experimentar en la me-tamorfosis de su amor: la muerte por el placer, la muerte de celos, la muerte de la separación, la muerte del otro arrastrado por la Fortuna en su condición finita. En todas esas muertes el poeta se renueva y se reconstruye a partir de la poesía. Propercio le dedicó gran parte de la suya a Cintia, y no la dejó morir. No es un dios para otorgar la eternidad, pero es en los versos en los que salva esos instantes que parecen fuera del tiempo. Sin duda estos ecos sobrevivieron a través de expresiones posteriores, ecos que nos llevan a poetas como Francisco de Quevedo, Fernando Herrera, John Keats, Vicente Aleixandre, Johann Wolfgang Goethe y Ezra Pound, quienes entre otros, reconocieron en algún punto la influencia del poeta romano de Asís. Más que preguntar quiénes son los poetas que en nuestra época le siguen cantando al amor, sería repetir: ¿vale la pena vivir sin sentirse, aunque sea una sola vez un dios, en los brazos del amante? Creo que todos sabemos la respuesta.

2 Ibid., p. 116.3 Ibid., p. 82.

El amor como experiencia no puede pasar inadvertido en la vida de cada ser

humano. No son pocos los que han padecido con dolor el quiebre de una

relación amorosa. ¿Quién no se ha involucrado existencialmente cuando

escucha una canción popular? El imaginario colectivo está cargado de fuertes

símbolos en torno al amor, el deseo y sus trágicos resultados, o acaso ¿no nos he-

mos estremecido con alguna historia de amor que vimos en el cine o que alguna

vez leímos en una novela?

La fascinación que producen las populares historias de amor tiene que

ver con un relato que se encuentra entre la mentira y la verdad; lo que hace apre-

ciable la narración es su singularidad, pues es una historia irrepetible, no obstante

que entre éstas existen algunas semejanzas. Gozamos del júbilo de los amantes,

padecemos sus desdichas; nuestro cuerpo vibra a lado de esos seres que se de-

sean, recreamos imágenes cargadas de erotismo y también de sensibilidad. A

Un jardín, senderos, bifurcaciones. Gabriela Itzagueri Mendoza S.

• PÉNDULO21/TRES/FEBRERO 2013 •

través de esa ficción el amor se hace vivencia, lo que significa que se recrea a través de una experiencia hu-mana que es situada, circunstancial y siempre frente a otro(s). Las historias de amor resultan emotivas precisamente porque narran una situación humana particular que es posible, es decir, nos identificamos con ella.

Otro ingrediente que no debe faltar en estos relatos es la constante tensión entre la posibilidad o no de ese amor. Para algunos masoquistas –que me atrevo a decir que no son pocos– entre más dolor más sabor. Y es aquí donde entramos a otro terreno, el gusto por el relato se centra en el deseo siempre insatisfecho por preservar al ser amado. Pues, siempre existe la sospecha de que todo puede cambiar: uno de los amantes puede dejar de querer, morir, accidentar-se, o tal vez, algunas intrigas finalmente separen a los amantes, etc. Los amores recreados a través de esta literatura algo nos dicen sobre como es pensado, ima-

ginado y sentido el amor. Al respecto hay que desta-car dos aspectos fundamentales: las historias de amor gustan porque los personajes de dichas narraciones hacen del amor una experiencia particular y, a la vez, esa singularidad al estar cargada de posibilidades y tensiones la hacen universal, pues toda vida humana es única e indeterminada.

Sin embargo, no dejo de pensar en otro res-quicio por el cual podemos echar un vistazo al imagi-nario colectivo sobre el amor, el deseo y la atracción humana. En una época caracterizada por el consumo, las campañas publicitarias algo dicen sobre las ideas que se tienen sobre el amor y el deseo. Por ejemplo, algunas marcas de desodorantes anuncian que las mu-jeres podrán domesticar al macho de su preferencia o, para beneplácito de los varones, que “los ángeles” caerán del cielo. La enredada complejidad del amor queda reducida a despertar el deseo y la atracción se-xual. Así, ya no importa quién nos ama sino el tenerlo

cautivo. El miedo a no ser correspondido es explotado por la mercadotecnia y poco a poco se van borrando los rostros, la historia de amor es irrelevante. No se ama a alguien sino se desea poseer un cuerpo que es anónimo, que no es nadie, que fácilmente se confunde con cualquier otro. Hasta me atrevo a decir que no sólo se desea poseer un cuerpo sino ser un cuerpo el que despierte este deseo. Esto da como resultado una ho-mogeneidad que diluye la individualidad, fabricación en serie de falsas identidades. Todos son abdómenes planos, rostros angelicales y sin alguna impureza.

La atracción humana que se retrata en la publicidad borra la singularidad que se recrea en las historias de amor, pues ya no existen personas o personajes sino cuerpos vacíos de personalidad. No obstante, el deseo se generaliza: anhelo a quien me resulta atractivo y a la vez aspiro a ser objeto de de-seo para otro. Pero, además la imagen que presenta la mercadotecnia con respecto al deseo y al amor

suprime la posibilidad del fracaso. La adquisición del producto anunciado es garantía de poder y triunfo.

El éxito no depende exclusivamente de la vo-luntad del hombre y por supuesto tampoco depende de la compra de un producto. La fragilidad es parte de toda empresa humana, se puede tener disposición y entrega pero el destino, el azar o simplemente las circunstancias inciden en el resultado final. Esto no significa que nuestra vida se deba conducir pasiva-mente, por donde nos lleve la marea; más bien hay que reconocer que lo valioso de nuestra existencia es lo que hacemos frente a las situaciones que se nos pre-sentan. Así, volviendo a nuestro asunto ¿qué sucede en los amores concretos que se viven; se asemejan en algo a las historias ficticias, producto de la literatura y a las imágenes de la mercadotecnia?

Algunos filósofos existencialistas han señala-do que cada ser humano debe constituirse a sí mismo, elegir su propia vida debido a que somos seres sin

esencia; nuestra condición inicial es el vacío, la sole-dad que busca y apetece lo otro. Frente a esta condi-ción, hay al menos dos formas en las que los humanos le hacemos frente a los otros: una es el idealismo que divide el mundo en sujetos y objetos. Los sujetos son capaces de convertir todo su alrededor en objetos, porque las cosas reales (singulares) son abstraídas y se convierten en ideas sin vida, pero a cambio pueden ser reguladas por la razón y manipuladas a nuestro an-tojo. La segunda forma en la que podemos relacionar-nos con la otredad es a través de la empatía, donde se está más dispuesto preservar los rasgos particulares de ese ente que tengo frente a mí.

En la esfera de las relaciones humanas, en es-pecífico en la del amor, la vía del idealismo sólo puede exigir un amor despersonalizado, en abstracto: se ama desapasionadamente a la humanidad, pero no a un hombre o a una mujer. Lo cual se asemeja con el deseo que explota la publicidad, pues es un deseo vacío de

realidad, que presupone idealidad de cuerpos bellos suprimiendo la imperfección, por ello en apariencia parece una opción más segura pero no vivencial. En cambio, en la esfera de la empatía el amor sólo puede darse en la experiencia compartida con otros seres particulares, es decir, en pareja o en la amistad. Ambas son más cercanas a los retratos que nos presentan las historias de amor porque inciden en la singularidad, en sus circunstancias, en la fragilidad que sostiene la realización.

Entre amores con rostros o el deseo de cuer-pos anónimos, yo prefiero la experiencia de los pri-meros. Pues en ese sentido el amor es congénito a la vida porque siempre involucra al otro. Un amor para ser pleno en existencia y no idealizado es compartido, es sufrido y también gozado. Es aventura porque no sabemos hasta donde llegará. Coexistir en el amor es fragilidad aunque también una posibilidad humana creadora.

Cuerpos fugaces sobre el mar eterno. Gabriela Itzagueri Mendoza S.

• PÉNDULO21/CUATRO/FEBRERO 2013 •

Por lo regular los hombres actúan aturdidos y ce-gados por el bullicio y la proximidad de sus ne-cesidades y deseos pasajeros, por las exigencias

del reloj y de los otros, por su propio temor y duras convicciones cuyo arrastre han heredado sin notarlo. En ese torbellino ninguna figura se define, ningún cla-ro se abre, ninguna frase se articula. Por el contrario, todo se difumina, todas las cosas se atropellan unas a otras, precipitadamente, y todas las palabras son ecos. En resumen, no es posible distinguir lo que vale de lo que no: o todo brilla como el oro, o todo es apenas polvo. Los actos de los hombres son entonces, incan-sablemente, los mismos —vanos, banales, vacuos…

Son en efecto pocas cosas las que dignifican al hombre. Pero esas poquísimas cosas, ya su mera posi-bilidad incluso, hacen que todo lo demás tenga senti-do. La virtud, ya no en sentido moral, no puede consis-tir —esto lo sabían los griegos—, sino en acercarse lo más posible a la plenitud de las propias posibilidades, esto es, de lo que se es de una manera esencial. En

pocas palabras, eso que dignifica al hombre no es sino el más pleno desarrollo de lo que lo hace humano. Una de ellas es la justicia (acaso también la más improba-ble); otra la belleza (un verso en un poema, una breve melodía…); otra es el pensamiento (no la mera razón ni la simple inteligencia, sino el pensar profundo que algunos filósofos han logrado alcanzar); y otra, en fin, es la amistad.

Por eso, los actos de un hombre cobran valor en la medida en que se aproximan a esas poquísimas cosas. Sólo al alcanzar tales cosas el hombre se sobre-pone a sí mismo, sólo entonces es más que solamente sí, únicamente entonces se configura, en medio de la estupidez generalizada, algo de sentido. En la amis-tad, por ejemplo, los amigos se dignifican, en tanto humanos. Y es que la auténtica amistad tiene como condiciones el respeto y la admiración. No es posible considerar amigo a aquél por quien se siente despre-cio, sino sólo a aquél de quien uno considera poder aprender algo, por ejemplo. La auténtica amistad se

reconoce más bien cuando uno se esfuerza por ser

cada vez más digno de sus amigos.

Quien escoge a sus amigos pensando en quie-

nes habrán de facilitarle el camino quitando los obstá-

culos de él, en realidad no quiere amigos, pues estos

no serían sino medios que dejarán de ser útiles tan

pronto como hayan cumplido su función. Éste tampo-

co, por ende, se quiere virtuoso. En cambio, quien los

elige pensando en quienes habrán de ayudarlo, pero

no quitando obstáculos, sino contribuyendo a hacerlo

más hábil para superarlos, no sólo se quiere virtuoso

sino que, por ello mismo, quiere a sus amigos por lo

que de virtuoso hay en ellos y no meramente por lo

que le pueden dar. Así, la medida del respeto que uno

le puede tener a otros es inversamente proporcional

a la condescendencia y a la indulgencia que uno tiene

para consigo mismo. De la misma manera, los amigos

que se tienen son la medida de la exigencia con que

uno se trata.

Jorge Alfonso Chávez Gallo

EDITOREnrique Luján Salazar

DISEÑOClaudia Macías Guerra

La virtud y la amistad

La Jornada AguascalientesPÉNDULO 21

Publicación QuincenalFebrero 2013. Año 3, No. 71

COMITÉ EDITORIALIgnacio Ruelas OlveraJosé de Lira BautistaRaquel Mercado SalasRamón López Rodríguez

COLABORACIONESWalkiria Torres Soto

Jorge Alfonso Chávez GalloARTE

Litografías de Gabriela Itzagueri Mendoza Sánchez

Nada revela mejor la ignorancia del mundo como alegar cual prueba de los méritos y valía de un hombre que tiene muchos amigos. ¡Como si los hombres otorgasen su amistad con arreglo a la valía y al mérito! ¡Como si, por el contrario, no fueran semejantes a los perros, que aman a quien les acaricia o solamente les echa huesos que roer, sin más halago! Quien mejor sabe acariciar a los hombres (aun cuando sean asquerosas alimañas), ese tiene muchos amigos.

Arthur Schopenhauer

El deseo postergado. Gabriela Itzagueri Mendoza S.