paz, abel - durruti en la revolucion española
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PAZ, Abel
Durruti en la Revolucin espaola / Abel Paz ;introduccin de Jos Luis Gutirrez Molina. - 2*ed. en castellano. - Madrid : Fundacin de
estudios libertarios Anselmo Lorenzo, 1996. -773 p., [32] h. de lm. ; 25 cm, - (Biografas ymemorias ; 3)
Seud. de Diego CamachoBibliografa: p. 739-748ndice onomstico: p. 749-771ISBN 84-86864-21-6
1. Durruti, Buenaventura-Biografas2. Anarquismo I. Gutirrez Molina, Jos Luis(pr.) II. Tit. III. Serie
O
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% A b e l P a z
Durrutie n l a R e v o l u c i n e s p a o l a
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A b e l P a zA D e ui M #
Dumitie n l a R e v o l u c i n e s p a o l aiDlniductiondfJ o s L u i s G u r r e z M o l i n a
C o l e c c i n B i o g r a f a s y M e m o r i a s / 3 Fiitfacii 4e cstiidits libcrUrtoi Aiselmo Urcu
NiMlIlft
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2 edicin en casteano
D e LA OBRA
Diego Camacho 1978,1996
D t t PR LO GO
Jos Luis Gutirrez Molina 1996
D e LAS FOTOGRAFAS INTERIORES
Diego Camacho, Rafols, Vicent D. Palomarese Instituto de Historia de Barcelona - 1978
D e LA EDICIN, CUBIERTA E ILUSTRACIONES
Fundacin de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo
Paseo Alberto Palacios, 228021 Madrid
ISBN
84-86864-21-6
D e p s i t o l e g a l
SE-S31-96
No est permitida la reimpresin de parte alguna de este-hbro,ni tampoco su reproduccin,,ni utilizacin, en cualquier formao por cualquier medio, sin el permiso por anticipado, expresoy por escrito del autor y editor
T r a t a m ie n t o b e t b c t o s y c o r r e c c i o n e s
Jos L u is GutirtezSergio LpezManuel Carlos GarcaAntonia RuizFemando VenturaMarisol C alditoAurora Caldita
D i s e o y m a q u e t a q n
Enrique Lpez Marn
Fo t o m e c n i c a , f i l m a q n CBSSalvador Castro
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A Je n n y ,
cuya constante y continuada colaboracin hicieron
posible este libro
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I n d i c e g e n e r a l
DEDICATORIA 7
NDIC E GENERAL 9
PREFACIO A LA ED ICIN ESPAOLA 13
INTRODUCCIN ' 1 /
P R I M E R A P A R T E
El rebelde (1896-1931) 45I. ENTRE LA CRUZ Y EL MARTILLO 4 7
II . AGOSTO DE I91 7 56
III. DEL EXILIO AL ANARQUISMO 6l
IV. LOS JUSTICIE ROS 68
V. ANTE EL TERRO RISMO GUBERNAMENTAL 73
VI. ZARAGOZA, I9 22 80
VII. LOS SOLIDARIOS 8 9
VIII. JOS REGUERAL Y EL CARDENAL SOLDEVILA 9 4
IX. HACIA LA DICTADURA DE PRIMO DE RIVERA IO 7
X. EL CENTRO REVOLUCIONARIO DE PARS I18
XI. GUERRILLEROS EN SUDAMRICA I30
XII. DE SIMN RADOWITZKY A BORIS WLADIMIROVICH I39
X I I I . LOS ERRANTES EN BUENOS AIRES DURANTE EL AO I9 25 I4 9
XIV. HACIA PARS: 1 9 2 6 I 5 6
XV. EL CO MPL OT CONTRA ALFONSO XIII 162
X V I . EL COMIT INTERNAC IONAL DE DEFENSA ANARQUISTA I7 0
X V I I lA U NIN ANARQUISTA Y EL GOBIER NO FRANCS DE POINCAR I7 4
X V I I I H ANTIPARLAMENTARISMO DE LUIS LECOIN 182X I X . KMILIENNE, BERTHE Y NSTOR MAKHNO I9 I
X X . l.YON, O DE N UEVO EN LA CRCEL I98
X X I . CLANDESTINOS A TRAVS DE EUROPA 2o 6
X X I I . lA ( ADA DE PRIMO DE RIVERA 214
X X I I I . BL ASESINATO DE FERM N GALN 219
XXIV. VISCA MACiAi MORI CAMB I 23 I
XXV. EL NUEVO GOBIERNO Y SU PROGRAMA POLTICO 235
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INDICE GENERAL
S E G U N D A P A R T E
El militante (18311936)
T E R C E R A P A R T E
El revolucionario 0 9 j o a 2 0 n o m b r e l 9 3 6 )
2 3 7
I . 14 DE ABRIL DE I93 I ' 239
II. ANTE EL PRIM ERO DE MAYO; LAS FUERZAS EN PRESENCIA 2 4 7
III. EL PRIMERO DE MAYO DE I93 I 255
IV. EL GRUPO NOSOTROS ANTE LA C N T V LA REPBLICA 263
V. LOS CO MICIO S DE LA FAI Y DE LA CN T 2y 2
VI. LA POLTIC A SOCIAL REPUBLICANA Y LA CN T 2 8 0
VII. EN PLENA TORMENTA Y SIN BRJULA 288
VIII. DURRUTI Y GARCA OLIVER RESPONDE N A LOS TREINTA 29 7
IX. DOS PROCESOS PARADJICOS: ALFONSO XIII Y EL BANCODE GIJN 3O4
X. LA INSUR REC CIN DEL ALT LLOBREGAT 313
XI. EL VAPOR BUEN OS AIRES 318
XII. GUINEA - FERNANDO POO - CANARIAS 323
XIII. ESCISIN EN LA CN T 33 3
XrV. EL CICLO INSURRECCIONAL 34I
XV. PRESID IARIO EN EL PUER TO DE SANTA MARA 35O
XVI. DE LA HUELG A ELECTORAL A LA INSU RRE CCI N 359
XVII. EL SOCIALISMO, AUSENTE EN DICIEMBRE DE I933 ' 372
XVIII. LA HUELGA GENERAL DE ZARAGOZA 381
XIX. UNA ENTREVISTA HISTRICA ENTRE LA CNT Y COMPANYS 387
XX. DEL BOICO T A LA DAMM A LOS CALABOZOS DE LA JEFATURA 395
XXI. EL 6 DE OCTUB RE EN BARCELONA: CONTRA QUIN 40 3
XXII. LA COM UNA ASTURL\NA 4IO
XXIII. EL ORD EN Y LA PAZ REINAN EN ASTURIAS 41 7
XXIV. BAND IDISMO, NO; EXPROPIACIN COLECTIVA, S! 4 2 I
XXV. HACIA EL FREN TE POPULAR 4 2 7
XXVI. LA CNT JUZGA A DURRUTI 43 2
XXVII. EL 16 DE FEBRERO DE I9 36 4 4 I
XXVIII. EL rV CONG RESO DE LA CN T 4 4 9
XXIX. LA LARGA ESPERA DEL 19 DE JULIO DE I9 3 6 4 5 5
4 6 9
I. BARCEL ONA EN LLAMAS 4 / 1
II. LA REND ICIN DEL GENERAL GOD ED 4 7 9
III. MUERTE DE ASCASO 48 6
IV. EL 2 0 DE JULIO 4 9 1
V. I.Llll s COMPANYS ANTE LA CNT , YLA CNT ANTE Sf MISMA 5 0 6
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^ VI. EL COM IT CENTRAL DE MIU CIAS ANTIFASCISTAS DE CATALUA 513
VII. LA OFENSIVA DURR UTI-GARCA OLIVER 525
VIII. LA COLUMNA DURR UTI 53 5
IX. LA REVOLU CIN CLANDESTINA 55I
X. KOLTSOV VISITA LA COLUM NA DURRU TI 563
XI. LARGO CABALLERO, RECON STRUCT OR DELESTADO REPUBLICANO 5 / 2
XII. GARCA OLIVER , LARGO CABALLERO Y EL PROBLEMA DE MARRUECOS 5 7 9
XIII. ANT ONO V OVSSENKO Y GARCA OLIVER 589
XIV. EL ORO ESPAOL CAMINO DE RUSLV 59 6
XV. LA CONF EDERA CIN LIBERTARIA ARAGONESA 6 0 8
XVI. LA SOMBRA DE STALIN SOBRE ESPAA 618
XVII. VTVA MADR ID SIN GOB IERNO ! 63 2
XVIII. EL PASO DEL MANZANARES 64 I
XIX. LA COLUMNA DURRUTI EN MADRID 6 49
XX. EL 19 DE NOVIEMBRE DE I9 36 6 6 2
XXI. DUR RUTI MATA A DURR UTI 67 3XXII. EL ENTIERRO DE DURRUTI 6 7 9
INDICE GENERAL I I
C U A R T A P A R T I
Las muertes de DurrutiI NTRODUCCI N 6 8 9
I. LAS PRIMERAS VERSION ES 6 9 III. LEYENDA O REALIDAD? 7O 4
I I I . CONTRADICCIONES Y FANTASAS E N LAS VERSION ES PRESENTA DAS 715
IV. LA SEGUNDA MUERTE DE DU RRU TI, O SU ASESINATO POLTICO 725
V. CONCLUSIN 72 9
APNDICE: EL ROMPECABEZAS DE LA BSQUEDA DEL CADVERDE DURRUTI 732
B i b l i o g r a f a e n d i c e sBIBLIOGRAFA 7 3 9
AMPLWCIN BIBLIOGRAFICA
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IJ
P r e f a c i o a l a e d i c i n e s p a o l a '
Por muy diversos motivos, la primera edicin de esta obra n o pudo ap arecer en la
lengua en que fue escrita y para el pblico a quien iba dirigida. Debido a ello,antes que en su idioma original, la presente biografa fue conocida a travs de sus
diferentes traducciones. Esta realidad, donde se juntan ntimamente nuestra pro
pia vida con el con tex to social y poltico de nu estro pas, nos obliga a prev en ir al
lector que tenga la curiosidad de comparar la edicin espaola con la versin
francesa, pues se encontrar con la sorpresa de hallarse ante dos libros con
muchas diferencias. Si bien esta edicin en castellano no significa una obra
nueva, adelantamos que contiene muchos cambios y novedades. Igualmente, pre
venimos a los lectores en general que desconocen la edicin francesa y las otras,
para que no se sorprendan de enco ntrar en la presente obra hechos, circunstan-
c las y relatos que, muy estrechamente relacionados con el biografiado, probable
men te ya ha br n visto transcritos en libros de mayor o me nor difusin y en rev is
tas especializadas en temas h istricos. S ucede que, gracias a la escasa escrupu losi
dad de ciertos escritores "historiad ores o especialistas , los datos, refere n-
i-ias y documentacin sobre algunos hechos y circunstancias fiieron, en gran
parte, extrados de la mencionada primera edicin en francs de esta obra, sin
lomarse g eneralm ente la mo lestia de indicar la fue nte o, peor todava, ocu l
tando delibera dam ente el origen. El lector inquieto po dr apreciar que casi siem
pre y cuan do n o, porq ue nos era imposible nosotros recurrimos a materialesde primera mano y no a refritos.. . Por otra parte, nos excusamos por la abu nd an
cia de notas y referencias bibliogrficas, pero preferimos hacerlo as, pensando en
l.i importancia de sealar las fuentes y las obras, particularmente por tratarse de
un tem a y de un person aje sobre los cuales pesan muc hos silencios, sombras y ter-
>jiviTsaciones. Prev enido s ya el lecto r y el estudioso, nos incum be a hora el de be r
lie explicar las causas y razones que concurrieron para realizar esta modificacin
cutre la primera e dicin francesa y esta primera en castellano.
Al comenzar hacia el ao 1962 nuestras investigaciones en tom o a la vida de
Buenaventura Durruti, plena de intensa m ihtancia revolucionaria y proyeccin
liisii'>riLa, fuimos advertidos sobre las dificultades que encontraramos en nuestrotfibajo. De todos modos, nos interesaba tanto su figura que arrostramos la tarea
IH'iiN.indo que si no logrbamos cubrir todos los vacos de su vida, transcurrida en
MI mayor parte en la cland estin idad y en las crceles, al men os podramos r eu nir
nuK hi)s i.le los diversos materiales dispersos y dar con ellos una versin suficien-
Icincntc co here nte de la personalidad y la trayectoria del biografiado. Y fue co n
F,ttc prefacio corresponde a la segunda edicin de la obra, primera en castellano, de1978
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1 4 PREFACIO A LA EDICIN ESPAOLA DE I978
esa idea que iniciamos la labor. Pacien tem ente, fuimos reun iend o informaciones
y datos sobre nuestro personaje. An te este primer agrupam iento de notas, discur
sos, cartas y comentarios tuvimos la sensacin de que nuestra bsqueda no era
satisfactoria, ya que, por ejemplo, los mismos hechos y actitudes eran siempre
contados c on mayor o men or pasin. Pero u na vez pasados por el tamiz de la refle
xin, los granos eran escasos.Cambiamos entonces de tctica. Y donde pensbamos encon trar un muro de
silencio, hallamos, en cambio, un a am plia y clida com prensin. Los primeros en
abrimos el archivo de sus recuerdos fueron Aurelio Fernndez y Miguel Garca
Vivancos. U n escollo imp ortante estaba as orillado, como era el perodo de 1920
a 1930, que contena muchas zonas oscuras. Sin embargo, quedaban todava
muchas lagunas, cuan do la suerte nos hizo con tar con la colaborac in de M anuel
Buenacasa, el cual nos puso en relacin con Clem ente Ma ngado, quien result un
testimonio de v alor n ico porque n os revela el paso de Du rruti por Zaragoza y elencu entro con F rancisco Ascaso. Pero esto n o era todo...
Qu haba hecho Durruti hasta 1921, es decir, durante sus primeros aos?Entonces aparecieron los testimonios de los hijos de Te jerina y de otro amigo de
la infancia de Buenaventura: Florentino Monroi. Y aqu ya empezamos a pisar
terreno seguro. Emilienne Morin, la compaera de Buenaventura, nos facilit la
direccin de Rosa Durruti, quien nos correspondi poniendo a nuestra disposicin materiales imp ortantes pertene cientes o relativos a su hermano . Esto, para
nosotros, era una verdadera m ina. Pero cmo explotarla si en n uestra calidad de
exiliado en Francia estbamos imposibilitados de viajar a Len? La madre de
Durruti viva, pero sus noventa aos cumplidos amenazaban con perderla.
Afortun adam ente, u n nie to de la familia nos ofreci la oportunid ad de hacer per
sonalmente lo que nosotros no podamos o btener an te testimonios fundam entales de la primera poca de Durruti.Haban transcurrido cinco aos, pero ya en nuestra cosecha haba mucho y
buen grano. Lo suficiente como para pod er abordar la investigacin de la llama
da excursin americana de Durruti y sus compaeros, en aquel itinerario por el
Nu evo M undo; viaje en el que nosotros empleamos cerca de dos aos antes de lle
gar a tierra firme. Nos faltaba slo completar lo relativo a la Columna, durante la
Revolucin. Y aqu, una infinidad de hom bres que pe rtenecie ron a ella nos faci
litaron en gran manera nuestra labor, particularmente Francisco Subirats,
A nto nio R oda, Ricardo Rionda, Jos Mira, Nicols Bemard, L. R. y tantos otros.
Todo esto aadido a las comunicaciones de Liberto Callejas, Marcos Alcn,
Diego Abad de Santilln y muchos ms. Asimismo, nuestras propias vivencias,
estimuladas por los recuerdos y come ntarios hecho s por personas ntimas o cerca
nas a Durruti, como Teresa Margalef, Juan Manuel Molina, Dolores Iturbe,
Emilienne Morin, Berthe Favert, Felipe Alaiz, Jos Peirats, Federica Montseny y
otros muchos.
Entonces, ya nos sentimos animad os a pasar a la redaccin d e nuestra biografa y su poca, puesto nuestro pensamiento en Espaa, su pueblo y su revolucin.
Cuando la obra estuvo terminada, su publicacin en Espaa era muy hip
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de una edici n francesa. Pero Fran cia no es Espaa, cosa que implicaba un a res
triccin del texto original. Esta exigencia ha motivado que circulen ediciones
reducidas de la presen te biog rafa en francs, portugus e ingls. Este era el desti
no del presente libro sobre Durruti y su tiempo cuando la Editorial Bruguera de
Barcelona nos abri la posibilidad de ofrecer, por fin, la edicin completa en
nuestro idioma y para nuestros pueblos.Al aceptar el comprom iso de dar a luzDurruti. El proletariado en armas en cas
tellano, sentimo s la responsabilidad de volver sobre el tex to original. Pero eso no
era todo. Desde que en 1972 se public la edicin francesa, hasta 1976, Durruti
haba seguido viviendo y creciendo e n nosotros. Adems, nos haban llegado nu e
vas aclaraciones y rectificaciones p or parte de algunas personas me ncionad as en
la obra y que viven actualmente. Esto nos obligaba a incorporar determinadas
correcciones. A la vez, una importante correspondencia cruzada con Garca
Oliver vino a echar nuevas luces sobre muchos sucesos y aspectos, y, sobre todo,
nos situ mejor en el clima que vivi nuestro biografiado. Por ltimo, la perso na
lidad de D urruti y la poca en q ue se desenvolvi su vida, fecunda un a y otra e n
importantes y decisivos acontecim ientos, nos obligan a frecuentes referencias his
tricas.Finalmente, lo que nos haba sido difcil en nuestros comienzos, se hizo facti
ble despus. El con jun to de toda s las nuevas inform aciones y publicaciones co nse
guidas enriqueca sum am ente n uestra investigacin. Tod o ello nos ha impulsado,
como un deber, a darlo a conocer. No podamos limitamos al marco de la prime
ra edicin francesa, ni privar a los lectores de estas nuevas aportaciones, mxime
(. liando ahor a se publica e n n ue stra pro pia lengua y puede servir de ma terial infor
mativo a toda una nueva generacin ansiosa por saber su inmediato pasado. En
consecuencia, optamos por reescribir la obra sin traicionar ni al personaje, ni a la
investigacin histrica, n i a las contribuciones o btenidas desinteresadamente.Pese al grandioso escenario do nde actu Durruti, tratamo s de mostrar su per-
M)ii.ilidad humana, la cual trasluce permanentemente la pasin que le caracteriz
iiompre; o sea, su tiempo , el me dio social de donde emergi y contra el que luch
11)11 fervientes deseos de transformarlo radicalmente. El hombre hace la historia
y :i la vez es su producto. Durruti, como todo tipo humano cuya virtud esencial es
lii de ser fiel a s mismo, n o pued e, sin embargo, escap ar a esa regla genera l de los
hombres que hacen historia, siendo, a la vez, hijos de ella.
En la reelaboracin de esta obra, hondamente dedicada al proletariado espa-
ftttl y mundial, m uchos son quienes h an dado su colaboracin. Por ejemplo, en los
iiliimos tiempos conseguimos nuevas cartas de Durruti gracias a los ofrecimientosdr t 'olcttc, su hija, y de Jos Mira. Tambin contamos con el grato trato de
Onvalilo Rayer, que nos brind informacin de lo que se refiere a la Argentina.
IV i|nal m(xlo, sobre los captulos de Amrica y especialmente del Ro de lalliita, a la par que en otros aspectos, tuvimos la ayuda de Estela y A lber to B elloni.
I'.n m an to a R udolf de Jt>ng y el com peten te equipo del Instituto de HistoriaS
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ha prestado toda clase de concurso. Otro tanto tuvimos del personal de losInstitutos de H istoria Social de la ru Vielle du Tem ple y del Museo S ocial de la
ru de las Cases; de los Archives des Affaires Etrangres y de los Archives
N alinales franceses, todos de Pars. A dem s obtuvimos docu m entacin del
Spanish Refugees Aid, del Hoov er Institution , de Nu eva York, EE.UU. Los docu
men tos en ingls ha n sido traducidos al espaol por el amigo canadiense Do naldCrowe, y An ton io Tllez llev a cabo el ndice alfabtico de nom bres. De Julin
M artn hemos de agradecer su colaboracin e n la doc um entaci n fotogrfica.
A todos ellos, y a todos cuantos de una manera o de otra nos han ayudado o
alentado en la elaboracin de esta obra, excusando los olvidos, expresarnos nues
tro profundo reconocimiento.
Cerramos d iciendo que, por supuesto, tenemo s y asumimos la total responsabilidad de la pre sente biografa.
Pars, febrero de 1977
M a a l a s e g u n d a e d i c i n e s p a o l a
Quiero agradecer a los compae ros de la Fund acin An selmo Lorenzo y del equi
po editorial la realizacin de esta nueva edicin revisada y corregida delDurruti. .., y en especial a Jos Luis Gutirrez por su intro du ccin y anotac iones.
Barcelona, abril de 1996
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I n i r o d u c d n
Se cumple el centenario del nacimiento de Jos Buenaventura Durruti Domn-
(Juez, una de las principales figuras del anarquismo espaol que es lo mismo quedecir de los ltimos cie nto cin cu en ta aos de nuestra historia. Porque a pesar de
los intentos por minusvalorar, despreciar, cuando no ignorar, la extensin, per
sistencia y arraigo de las ideas cratas en nuestra sociedad cualquier observador
que se aproxime a nu estro pasado m s reciente no po dr dejar de observar la pre
sencia de mujeres y hombres que, desde distintas organizaciones y planteamien
tos, han m an tenid o las ideas libertarias.
1 . P o r q u u n a n u e v a e d i c i nAhora, a fines del presente siglo, las organizaciones anarquistas espaolas no
gozan de su mejor momento. Sin embargo, quizs por ello es por lo que cobra
mayor impo rtancia y opo rtunid ad la redicin de la biografa de Durruti que de be
mos a Abel Paz. Ha transcurrido casi un cuarto de siglo desde la aparicin en
Francia de su prim era edicin. S u difusin ha sido am plia tanto e n leng ua caste
llana como en ingls, portugus, italiano, alemn o japons. Hoy es muy difcil
enc ontrar ejemp lares de la edicin espao la de 1978, e incluso de la resumida de
ocho aos ms tarde i. Slo po r este m otivo es op ortun o que aparezca un a nu eva
i|ue adems incorpora ciertas novedades: una revisin de su texto y notas y una
.ictualizacin bibliogrfica. De esta forma el pblico espaol tendr la misma
hicilidad para acc eder al libro de A bel Paz que la que hoy tienen franceses y ale
manes.
1, La primera versin de este trabajo apareci con el ttulo de Durruti . Le peuple enarmes, ed. de la Tte de Feuilles, Pars, 1972. Cuatro aos ms tarde ya se haba traducido al ingls [Durruti. The people armed, Ed. Black Rose, Montreal, 1976] y al portugus [Durruti. O povo en armas, Ed. Assirio-Alvim, Lisboa, 1976]. En 1978, a la vezque aparece una nueva traduccin, esta vez al griego IDurruti , Ed, Eleftheros Tipos,
Atenas], se publica la versin espaola [Durruti. El proletariado en armas, Bruguera]que incorpora distintas novedades recogidas por el autor tras la aparicin de la pri-iTiigenia edicin francesa. En aos sucesivos, hasta hoy, se publicaron tanto nuevastraducciones como versiones reducidas de la edicin francesa. Entre las primerasestn la italiana [Durruti. Croruica della vita, Ed. La Salamandra, Milano, 1980], laalemana Durruti, Leben und Tode des spanischen Anarchisten, Ed. Nautilus,11,imhurgo, 1994] o la japon esa que seguramente ya ha br visto la luz cuan do sepuliliquen estas lneas. Adems, en 1993 apareci una nueva edicin en francs [ naiuirchiste cspa/^nol: Durruti, Ed. Quai Voltaire, Paris], esta vez basada en la espaolade 1978. De las segundas destaca la aparecida en 1986 con el ttulo de Durruti en larcvoluKn csl>a
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Pero adems hay, al menos, otras dos razones para esta nueva edicin. La pri"
mera, recuperar una de las figuras ms representativas del anarquismo espaol; la
segunda, la necesidad de replantear la historiografa existente sobre los aos
trein ta del presen te siglo en Espaa.Entre los libertarios se rechaza no slo el culto al dirigen te, al lder, sino tam -
bin a los smbolos, a las represe ntacion es de sus ideales. Co m o prev iene A gu stnGarca Calvo, el anarquista advierte los peligros de incitar la necesidad que las
gentes tienen de imgenes e dolos. Con la publicacin de esta biografa de
Buenaventura Durruti no se trata de mitificar al militante crata, ni elevarlo al
panten de los hijos ilustres muertos por la -patria o la revolucin. Sin embargo
tampoco hay que arrojar al olvido a personajes que, por sus cualidades personales
o por las circunstancias concretas que les toc vivir, pued en representar a otros
miles de homb res y mujeres annim os y sintetizar acontecim ientos que s deb en
ser recordados ms all de la historia oficial, de la elaborada por el poder. Y este
hecho, t iene u n valor aadido cuando se t iene en cuen ta el contexto en el que
vivimos. Cuando es preciso resistir el acoso de unas estructuras de poder que sesienten completamente seguras a pesar de sus pieade barro. Como instrumento
de lucha, como elemento de resistencia a la desinformacin imperante aparece
esta edicin d e Durru ti en la Revolucin espaola.
La biografa de B uenave ntura D urruti n o es la singular de u n rey o un p olti
co que deb en sus puestos en la mem oria de los pueblos a hech os ex ternos a ellos.
Por poner un ejemplo de los aos treinta espaoles, M anue l Azaa es hoy recor
dado ms por sus implicaciones en el asesinato de cam pesinos o por su labor con trarrevolucionaria duran te la guerra de 1936-1939 que por sus aportaciones para
cum plir las exp ectativa s reformistas despertadas en amp lias capas de la pob lacin
tras la proclam acin de la Segunda Repb lica espaola, o por su labor de im pul
so de las transformaciones sociales experimentadas durante el conflicto blico.
Conocida es la ancdota del desprecio manifestado por el poltico madrileo
hacia los integrantes del Consejo de Defensa de Aragn, el rgano revoluciona
rio de la regin, en tre los que se enc on traba u n antiguo chfer suyo 2.
Ms all de su vida aventurera, de sus mltiples vicisitudes, la existencia de
Durruti no es sino la de otros miles de revolucionarios espaoles que emp earon
sus vidas en la conquista de una sociedad ms justa. Recordando a Durruti, lo
hacemos tambin a los dems que no por annimos tienen menos importancia.
La trascendencia del anarqu ista leons no radica en su excepcionalidad, sino en
haber sido un o ms en tre muchos. Si no hubiera sido as ni el Estado hub iera ten i
do inters en man ipular su figura para traicionar todo aq uello que defenda, ni supersonalidad hu bie ra salido de las pginas de sucesos periodsticos.
Las partes en las que A bel Paz h a div idido su trabajo repro duc en las etapas del
pueblo espaol en su amino por su emancipacin. Primero su rebelda en los
l 8 INTRODUCCION
2. En Man uel Azaa, Obras Completas, Mxico, Ed. Oasis, 1966-1968, 4 vols,, vol. 4,pg. 614. Cifr. en Graham Kelsey, Anarcosindicalismoy Estada en Aragdn, 1930-1938.Orden pblico o paz pblica', Madrid, Gobierno de Aratjn-lnstitutu'in 'ernand el
I'uiiil.K1011.ilv,Ki>r Setjii, 1W5, IH2 nota 200.
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aos posteriores a la Primera Guerra Mundial. Tras la explosin econmica y su
enriquecimiento, las lites empresariales y financieras espaolas volvieron a
demo strar su egosmo. N o slo no invirtieron sus grandes ganancias en m ejorar el
tejido productivo nac iona l, y co n ello desde una p tica capitalista el nivel ad qui
sitivo de los ciudadanos, sino que adems se opusieron a la actividad de u nos sin
dicatos, que pretendan mantener las mejoras conseguidas durante los aos anteriores, mediante el terror de bandas de pistoleros organizadas por siniestros per
sonajes como Arlegui, Martnez Anido, Manuel Bravo Portillo o el barn de
Koning.
La rebelin de D urruti es la del pueblo espaol que n o ac epta el papel de com
parsa que se le adjudica. Traicionado por polticos y socialistas en 1917, el golpe
de Primo de Rivera e n septiem bre de 1923 puso un parntesis a la expresin masi
va de los rebeldes. S lo un parntesis, porque la rebelin continu . S oterrada, en
el exilio, aba ndo nad a por co mp aeros de clase como los socialistas que n o d ura
ron en colaborar y participar en las instituciones y organismos de la Dictadura.
Pero a pesar de todo continu. Fueron aos de persecuciones policiales, intentonas fracasadas, como la de Vera de Bidasoa, e incluso de la aparicin de dudas en
antiguos militantes revolucionarios como Angel Pestaa o Juan Peir.
Sin embargo, en contra de lo que se esperaba una vez restablecidas las libertades formales en abril de 1931, el espritu revolucionario del pueblo espaol
resurgi potente. Como Durruti, el proletariado espaol se iba a transformar en
m ilitante. C asi de la nada, con un a vertiginosa rapidez las organizaciones revo lu
c ionar ias espaolas renacieron. Pr incipalmente la anarcos indical is taCon federacin Na ciona l del Trabajo (CN T). Su renacer no slo trastoc los pla
nes de republicanos y socialistas de asentar un rgimen democrtico meramenteformal, sino que adems puso las bases para que la respuesta popular a la rebelin
militar del verano de 1936 acabara transformndose en el ltimo intento de cre
acin social desarrollado en este mortecino continente europeo.
La presencia de un a m ilitante C N T fue el dique que puso de manifiesto el fra
caso del rgimen republicano en solucionar, o por lo menos hacer frente, tanto
los problemas sociales y econmicos del pas como la creacin de una nueva
estructura poltica y social. El sindicalismo cenetista aviv las contradiccio nes de
unos gobernan tes que aupados al poder para realizar un a profunda labor reform a
dora de estructuras como las agrarias, las religiosas o militares no fueron capaces
de llevarlas a cabo. Sino que al con trario, en poco tiem po, de forma paralela a la
consolidacin del anarcosindicalismo , volvi a recurrir a actitudes y mtodo s tra
dicionales de las estructuras de poder espaolas: la persecucin, la represin y eldestierro.
As, la conflictividad social no dej de ser considerada un problema de ord en
pblico y las transform acione s culturales, religiosas y psicolgicas se co nv irtier on
en lneas subvertidoras del orden natu ral social. De tal forma que poco a poco
el rgimen republicano no slo perdi el apoyo de la mayora de la clase obrera,
incluida la socialista, sino que ta m bi n se vio privado d el de la burguesa. Fue sig
nificativo que ya en las primeras elecciones parlamentarias republicanas, las de
fines de junio de 1931 a Cortes constituyentes, aparecieran candidaturas que
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denunciaban la traicin de los partidos oficiales a los ideales republicanos de
Jaca, de Fermn Ga ln y Garca Hernnd ez.
El Durruti militante no es sino uno ms de los miles de cenetistas que man
tuvieron en pie al anarcosindicalismo a pesar de fracasos y represiones. De talforma que las organizaciones libertarias espaolas fueron catalizadoras de que lo
que comenz siendo un golpe de Estado de un grupo de militares acabara convirtindose en una reevolucin social. En ese momento Durruti y los dems
Genetistas- dejaron de ser militantes revolucionarios para convertirse en revolucionarios empeados en la construccin del m undo n uevo que l levaban en sus
corazones.
Tampoco fue Durruti el nico revolucionario, ni siquiera el prototipo, de laEspaa en guerra del verano de 1936. Co m o l miles ms de anarquistas y ana r
cosindicalistas, de personas de buena fe, se pusieron manos a la obra para que
na da v olviera a ser igual. Es a stos a quiene s repre senta la tray ectoria de los lti
mos meses de la vida de Durruti: a los llamados incontrolados que patrullaban
las calles de las ciukdes espaolas desde das antes del golpe de Estado dispues
tos a hacerle frente; a quienes, posteriormente caricaturizados, se fueron sin
dudarlo a los inestables frentes que comenzaron a formarse y dieron en muchoscasos sus vidas; a quienes en campos y ciudades creyeron que haba llegado el
m om ento de la ho ra revolucionaria, y a quienes, entre dificultades, creyeron vivir
la Utopa y ya nunca la olvidaron a pesar de la derrota, la tortura, los fusilamien
tos y el exilio. De todos ellos es la biografa de Durruti.
Como, tambin es la de ellos su muerte. La desaparicin de Durruti es tambin la del impulso revolucionario de julio de 1936. Aislados, atacados, vilipen
diados por todos, incluso po r sectores de las burocracias cene tista y faista surgidasal calor de las excepcionales condiciones de la guerra espaola. Las propias cir
cunstancias de su muerte, poco claras, son las de la disolucin del proceso revolucionario: sustitucin de las milicias por un llamado ejrcito popular; desmante-
lamiento de los nuevos rganos de pod er y reconstitucin de las viejas instituciones gubernamentales; exterminio de las colectivizaciones agrarias y de las inter
venciones industriales, y finalmente, sustitucin del entusiasmo revolucionario
por la sufrida pasividad de los homb res som etidos a la guerra.
Pero no acaba c on su muerte el carcter simblico de B uenav entura Durruti.
Com o la revolucin no se sabe donde est. En un entierro m ultitudinario su cuer
po em balsamado se escap. Co m o se iban a escabullir las ilusiones de las miles de
personas que le acompaaron en su ltimo viaje. Adnde fue? Como las espe
ranzas revolucionarias no se sabe. Quizs aguarde tiempos mejores para reaparecer. Pero estos no llegarn por infusin d ivin a. Los rebeldes, los militantes, los
revolucionaribs no nac ern por gnesis espon tnea de debajo de las piedras.
Durruti en la Revolucin espaola no es un l ibro debido a una pluma m ercena
ria. Su autor ren e a la vez la doble co ndic in de protagon ista de gran parte de
los hechos relatados y la del escritor autog estiona rio y auto didac ta. N o se trata de
un nov ato en estas lides. Ni siquiera lo era en los aos en los que com enz a escri
bir esto trabajo. C^onoca el oficio desde todas sus caras. Desde la de colaborador
tk la prcn.sa liber taria y desile la de t rab ajad or tipogrfico. U na ms de las mucha s
xo INTRODUCCION
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INTRODUCCION
ocupaciones a las que los num erosos avalares de su vida le ha impelido.
Lejos de los cenculos literarios o de los crculos universitarios no tuvo para
redactar su obr a ni las facilidades editoras de los primeros, n i los instru m ento s ta n
(.[ueridos por los historiad ores profesionales. S in em bargo, desde su apa ricin esteDurruti se ha conve rt ido en instrumen to inexcusable para comprender y conocer
no slo a su protago nista sino ta m bin al primer tercio del presente siglo de la historia de Espaa. Ha sta el pu nto de que A bel Paz puede quejarse, sin tem or a ser
desmentido, de la utilizacin que especialistas ha n h ec ho de informaciones p ro
porcionadas por l sin citar su procedencia.Pero el valor del trabajo de A bel Paz no es slo la intensidad y profu ndidad de
su investigacin. A dem s est su car cter de fresco histrico, en el que resalta co n
fuertes trazos la personalidad de Buenaventura Durruti. Y esto es posible porqueel autor no ocu lta su compromiso ta nto con la obra como con el pblico. N o se
escuda en maniqueos argumentos de una pretendida objetividad de la historia.
A pesar de la declarada m ilitancia libertaria de Ab el Paz su trabajo es ms obje
tivo que m uchos de los que presum en de serlo desde un falso neutralismo. PorqueDurruti en la revolucin espaola goza de una coherencia interna que para s qui
sieran muchos trabajos de dep artam entos universitarios.
Podr no estarse de acuerdo con su interpretacin, pero nunca podr decirse
que manipula documentos o hechos. Coherencia que le proviene al autor de la
suya personal tanto com o Diego Cam acho, Ricardo Santany o Abel Paz. Au nqu e
existen cua tro volm enes e n los que el propio protagonista relata su periplo vital
basta mediados los aos cincu enta, no me resisto a extraer de ellos unas pinc ela
das que acerquen el autor al lector 3.
2 . D e D i e g o C a m a c h o a A b e l P a z p a s a n d o p o r R i c a r d o S a n t a n yNuestro autor nac i u n caluroso da de mediados de agosto de 1921 como Diego
( 'amacho en Almera. Hijo de jornaleros su infancia transcurri entre calores
veraniegos refrescados co n gazpachos bebidos en la puerta de su casa e inc on ta--
bles horas no cturn as enfrascado en la contem placin de la luna y las estrellas. Su
primera escuela fueron las narraciones junto a la chimenea y una anciana ten-
ilcr.i que le ense a leer y escribir. Ms tarde, en Barc elona, ingres en la escue-
l.i racionalista Natura. Su adolescencia se desarroll entre las enseanzas all
re ibidas y las lecturas de la biblioteca del A tene o L ibertario del Clot. Ad em s
.isisti a la escuela de la vida do nd e fuer on asignaturas las insurrecc iones liber-i.iri.is de 1933 y los partidos de ftbol, conversaciones discretas y visiones de
prostitutas al atardecer e n el Ca m po del Sidral. A los catorce aos Diego no slo
(izaba de las excursiones del gru po Sol y Vida sino que tamb in p erten eca al
I. I.os cuntro volm enes son, por orden de publicacin, Alpie del muro (1 94 2-19 54 ), l'diloriiil ll.Kcr, Riircelona, 1991; Entre la niebla (1939-1942), Ediciones Autor,IVinelona, IW l; C'humhenLi y aLicninc: (1921-1936), Ediciones Autor, Barcelona,1W4 VViaje al Pasado (1936-1939), Ediciones Autor, Barcelona, 1995.
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sindicato Fabril y Textil de la CNT y a las clandestinas Juventudes Libertarias
del Clot.
A las cuatro de la madrugada del 19 de julio de 1936 vio cmo se alzaban las
primeras barricadas y oy las cientos de sirenas fabriles que avisab an de la suble
vacin militar. Despus vinieron los disparos, los clxones qu e ritma ban C N T ,
CNT, CNT, el asalto de una iglesia y las primeras quemas de dinero. Como untorren te desbordado la revolucin se po na en marcha. En su cauce se enco ntra
ba el quinceaero Diego Cam acho que al caer la noc he d e ese da, en plena fies
ta revolucionaria, se durmi plcidamente. Cuando despert pudo contemplar la
metamorfosis revolucionaria. No slo en los medios de produccin inmediata
mente controlados por los comits de fbricas, o en una ciudad dominada por
mltiples barricadas, sino en la mentalidad de la gente. Pocos das despus perte
neca al grupo anarqu ista Orto y era u no de los miles de barceloneses que cons
truan un a nuev a sociedad.
Quizs por ello slo conoci la creacin del Comit Central de Milicias
Antifascistas cuando se lo explic, como a otros muchos vecinos del Clot,
Federica Mo ntseny subida en unos ladrillos. En ese mom ento no percibi lo peli
groso que poda su pone r que los comits Genetistas y faistas obraran por su cuenta. Lo importante era consolidar la revolucin fuera de Barcelona nutriendo las
filas de las columnas milicianas que se aprestaban a salir hacia Aragn; ocupar el
seminario de la calle Diputacin p ara Universida d P opular u organizar el ateneo
libertario de su barriada. La Barcelona revoluciona ria se hab a puesto en marcha.
Cada cosa iba por su lado, pero marchaba. Nada entorpeca el caos maravilloso
en el que aunq ue no haba orden n i conc ierto el transpo rte funcionaba, la distri
bucin de alimentos atenda las necesidades de la ciudad y las expropiaciones de
fbricas y talleres se generalizaban.
Fue en este contexto en el que Diego Camacho y otros jvenes formaron ungrupo de oposicin a lo que cada vez vean como mayor actividad reformista de
los comits cenetistas. Lo llamaron Quijotes del Ideal. Todo haba ido dema
siado rpido y Los Quijotes se sentan presos de los acontecimientos. Aunque
no vencidos. Nunca olvidara Diego la conversacin que tuvo con Ramn Juv,
un viejo anarq uista de algo ms de tre in ta aos, los das del en tierro de D urruti.La revolucin era algo ms que el propio B uenaventura, qu e la C N T y la FAl. Era
sobre todo lo que los obreros, anarquistas o no, haban hecho los das de julio.
Haberlos vivido era algo maravilloso que nad ie le podra ya arrebatar.
Al comenzar 1937 la contrarrevolucin marchaba a toda mquina: las mili
cias hab an sido militarizadas; el com unismo haba comenzado su metdica luchacon tra el anarquismo y comenzaba a sentirse la prolongacin del conflicto bli
co. Mientras, el quinceaero Diego Camacho, adems de su militancia en los
incontrolados de la revolucin, traba jaba de aprendiz en un taller de calderera
y maduraba personalmente. Hasta que el estalinismo crey llegado el momento
de desembarazarse definitiv am ente de los molestos trosquistas y anarquistas espaoles. Una semana se pas nuestro autor inmerso en los hechos de mayo.
C'uando terminaron, aunque el anarquismo no haba sido barrido Diego
C'atnacho sinti que haba sido derrotado. Das ms tarde sufri su primera de ten
l a I NTRODUCCI ON
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cin de la que sali con b uen p ie aunque no eran t iempos para que un c enetis ta
cayera en man os de la polica.
En octubre de 1937, invadidas ya las colectividades aragonesas por las tropasdel comunista Lster, parti nuestro autor hacia una colectividad agraria de
Cervi, en Lrida. All conoci de primera mano cmo se haba efectuado la
colectivizacin; la desconfianza que despertaba la gen te d e la ciudad en los campesinos y lo duro q ue es garfiar los olivos. Tam bin percib i los cambio s de eos-
tumbres y modificaciones que estaba introduciendo el rgimen colectivo en la
mentalidad agraria; los esfuerzos de los jvenes por elevar su nivel cultural y el
nuevo papel que empezaba a adoptar la mujer. En este mundo en el que el dine
ro si apenas se utilizaba perm anec i Diego Cam acho hasta la primavera de 1938
cuando regres a Barcelona. Enco ntr u na ciudad desconocida y a un m ovim ien
to libertario q ue cam inaba por la senda del ejecutivismo: E ran tiempos difciles,
de cada de dolos; de retrocesos revolucionarios; hambre y avances de las tro
pas franquistas, Pero tambin fueron meses de amores y veladas cinematogrficas.
A principios de 1939 la derrota pareca inevitable. En las primeras horas del21 de enero Diego Cam acho se despert con la noticia de la inm inente en trada
de los fascistas en la ciudad. Le sucedieron horas de desconcierto, quem a de d ocu
mentos y organizacin de la evacuacin. El da siguiente fue un infierno. Los
bombardeos de la aviac in franqu ista se sucedieron. Se desat el pnico y al a no
checer del 25, junto con su compaera, su madre y sus dos hermanos, nuestro
autor suba en u n cam in requisado a pu nta de pistola hacia u n destino descono
cido.La caravana qu e se diriga hac ia la frontera francesa era todo u n smbolo. En
ella se con fund an m ilitares y civiles pon iendo de man ifiesto que el conflicto no
haba sido el de dos ejrcitos en fren tado s, sino el de dos clases sociales. Qu e ha ba
.sido un a revoluc in con vertida en guerra. A fines de mes Diego Cam acho , com o
Dtros muchos miles de personas, se arremolinaba en La Junquera ante el puesto
tronterizo francs esperando que se le permitiera su entrada. Cuando lo hizo, a
primeros de febrero, una etapa de humillaciones le aguardaba. Aunque se pensa
ba que el gobierno del F rente Pop ular francs no iba a recibir con grandes mu es
tras de alegra la avalancha de refugiados espaoles que se le vena encima, pocospudieron imaginar el trato que las autoridades galas les iban a dispensar. Apenas
cruzada la frontera, los gendarmes separaban a hom bres de mujeres y n ios. A los,
primeros les rob aba n las per ten enc ias de alg n valor y despus los internaban^ enL'iirpos de concentracin que se iban levantando fl las plavas rerranas.
"Diego y otros com paeros evadieron su intem am iento unos das hasta que fuedetenido y trasladado al campo de Saint Cyprien. Lleg al caer la tarde. Su pri
mera noche con la arena por cama; el cielo por manta y cientos de piojos como
compaeros. Tanto all, como despus en Argels-sur-Mer, la vida se mantena
gracias al sentid o de la sociabilidad y del apoyo mutuo . M uch o se ha escrito sobre
los campos de concentracin, sobre el sufrimiento al que se someti a los refu-Uiiidos. Pero poct) sobre su alto grado de sociabilidad. Gracias a ella tuvieron
vivienda y una organizacin que les permiti estar informados de lo que pasaba
rn el exterior; que la guerra estaba a punto de acabar con la toma de Madrid y
INTRODUCCION XJ
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que haba hecho acto de presencia una nueva epidemia: la del embarque aSudamrica.
Aunque la estancia en el campo de concentracin se consideraba una situa
cin temporal, los das pasaban y nada cambiaba. As, la correspond encia se convirti en algo vital. T an to para inte nta r localizar a amigos o familiares como p ara
expresar los sentimientos e ideas. En mayo, Diego Camacho fue trasladado a unnuev o campo: Bateares. All recibi un paqu ete con ropa y utensilios higinicos
y conoci la firma del Pacto de no agresin Germ ano-R uso y el nuevo reparto dePolonia entre alemanes y soviticos. Tras muchos meses de soportar las acusacio
nes comunistas de traidores, ahora les llegaba el turno a los chinos como se
deno m inaba a los comun istas en el m und o libertario espaol. Au nqu e pronto un a
nueva preocupacin ensombreci el futuro: con el inicio de las hostilidades en
Europa, las autoridad es francesas inicia ron un a po ltica cada vez ms agresiva para
enrolarles en com paas de trabajo o en la Legin Extranjera.
A fines de 1939 Diego se encontraba en el campo de Bram, en el Aude, En
febrero de 1940, co n su amigo Ral Ca rballeira, fue co ntratad o para realizar tra
bajos de construccin en un oleoducto. Provistos de unas botas de agua y un
impermeable negro fueron embarcados en vagones de mercancas hacia Ch ateau-
Renault, pequeo pueblo de Indre-Loire. All, en casa de unos ancianos emi
grantes espaoles pudo dormir, por primera vez en ms de un ao, en una cama
con sbanas limpias.
Da tras da llegaban las noticias de que el ejrcito francs no era capaz de
aguantar la embestida alemana. As, no le extra que a mediados de junio de
1940 la carretera donde trabajaba se viera inundada por una multitud que hua
del avance germano. Como en enero de 1939 en Espaa. La diferencia era que
esta vez faltaba conciencia de por qu se hua. Slo se saba que el destino era
uno: luchar. Nuevamente la lucha, bien contra los alemanes bien intentadoentrar de nuevo en Espaa. A Burdeos lleg el 26 de junio, dos das antes de que
lo hicieran los alemanes. De nuevo la vida de refugiado: dormir al raso y comer
en improvisados fuegos encendidos al aire libre. Para cobrar el subsidio de refu
giado que daba el gobierno francs nuestro autor afrances su nombre. As, por
primera vez, Diego Camacho tom una nueva identidad: Jacques Kamatscho. De
momento la convivencia con los ocupantes alemanes no era mala: les interesa
ban ms los espaoles como m ano de obra bara ta que como e xperimentados en e
migos que no tenan nada que perder. Pero viva a salto de mata. Por lo que su
compaera no tuvo dificultad para convencerle de marcharse a Boussais, en el
departamento de Deux Svres, donde vivan sus hermanas.A ll disfrut de un a buclica vida camp estre hasta que a fines de julio los gen
darmes los detuvieron y embarcaron en un tren con destino a Espaa. En el tra
yecto huy. Nu eva m ente comenz el vagabu ndeo por la C orte de los Milagros
que era la capital de la Gironda ocupada. En octubre los alemanes le llevaron a
trabajar en la co nstru cci n del muro del A tln tic o. Fue regresar a la vida de los
campos de concentracin. Tras cobrar su primera paga, despist la vigilancia y
tom un tren para Burdeos. En el camino se desprendi de todos sus papeles y
decidi que a partir de ese instante se llamara Juan Gonzlez. Y con ese nombre
M INTRODUCCION
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vivi la cada vez mayor presin alemana sobre los refugiados espaoles, sobre
todo a partir del primer atentado contra las fuerzas de ocupacin ocurrido a
comienzos de 1941.
En marzo se traslad a Marsella como miembro de una comisin de la CNT
para contactar con los compaeros de la zona libre. En el gran puerto mediterr
neo, la CNT, por medio de la embajada mexicana, le proporcion documentacin y algn dinero. A los pocos das logr entrar en una casa, a las afueras de la
ciudad, donde los mejicanos acogan a los refugiados espaoles antes de embar
carlos hacia Amrica. A comienzos del verano de 1941 parti hacia Grenoble
para trabajar de albail. Eran los das que H itler termin aba su relacin con Sta lin
invadiendo Rusia.
El trabajo consista en la con struccin de una presa en Isre. All, en u n tele
frico, a pu nto de c um plir los 20 aos, experim ent p or Vez primera la sensacin
de volar. Unos meses despus recibi una carta de su amigo Ral Carballeira.
Estaba en el cam po d e Argeles y tem a que le trasladaran al desierto argelino, a la
con struccin del ferrocarril Transah ariano . Le peda dinero para escapar. La res
puesta de Diego no se hizo esperar. A vuelta de correo le gir dinero y una n ota
en la que le deca que estara presente en el casam iento de su herm an a. Am bos
tenan en la cabeza cruzar la frontera y entrar clandestinamente en Espaa.
Regres a Marsella. Pero antes de terminar los preparativos para volver a
Espaa, fue detenid o. Prisionero de la crcel de Chavez, en la ciudad del Rdan o,
comenz a escribir una nov ela autobiogrfica en la que realidad y ficcin se en tre
mezclaba. Era una forma de evadir la realidad; de vivir lo menos posible, de ir
pasando los das. En marzo de 1942 fue juzgado y condenado a tres meses de cr
cel por falsificacin de documentos pblicos. Cumplidos, fue internado en un
Centro de Extranjeros a la espera de su extradicin a Mxico. Sin embargo, en
abril fue trasladado a u na com pa a de trabajo en unas salinas de Istres. En realidad era un campo de exterminio. La misma noche de su llegada se escap.
Regres a Marsella y despus parti, junto a sus amigos Ral y Javier Prado, a
Toulouse para term inar de prep arar el regreso a Espaa. All se entrevistar on c on
Francisco Ponzn, el encargado del paso de la frontera. Este les proporcion dos
salvoconductos espaoles en blanco y 25 pesetas. El 1 de junio de 1942 Diego y
1-iberto Serrau se encaminaron hacia la frontera y al da siguiente la cruzaban.
Quienes lo hacan no eran Diego Camacho y Liberto Serrau, s ino Ricardo
Siintany Escmez y Vctor Fuente. El primero apenas tena 21 aos y ya haba
pasado ms de tres en el exilio.
Las primeras sensaciones que tuvo de la Espaa franquista fueron que se ne cesitaba pagar la cha pa del A uxilio Social para consumir e n los bares y que n adie
p.iM-aba del brazo. Despus, sus contactos en Barcelona le puso de manifiesto el
iikance de la represin y el terror que invada incluso a curtidos m ilitantes. Diego
V .su amigo pe rcibie ron q ue si lo que ha ba n vivido e n Fra ncia era de locos, la vida
en Hspaa era lo ms parecido al Infierno de Dante. Hasta la palabra haba que-
iliidi) reducida a una mera articulacin mecnica y un intenso olor a miseria,
iiiiilcri.il y moral, invada todt). Cuatro meses ms tarde Ricardo y Victor se sepa-
rtiron. Entonces Santany encontr compaera, comenz a trabajar en una obra y
INTRODUCCION Z$
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se reencontr con su familia.En diciembre fue detenid o y conoc i el trato que se prodigaba en las comisa
ras franquistas. Acusado de desarmar a un sereno fue trasladado a la crcel
Mod elo. En ella se integr en la organizacin inte rn a de los miles de presos liber
tarios y aprendi a jugar al ajedrez con piezas hechas de miga de pan. En marzo
de 1943 fue juzgado y condenado a siete aos de crcel. Poda considerarse afortunado. En prisin fue testigo de las ejecuciones de Joaqun Pallars, Bernab
Argelles, Esteban Pallarols, Justo Bueno Prez, Luis Latorre y otros tantos. La
bestia no h aba saciado todava su apetito.
Fueron meses de ru tina y castigos carcelarios; de misas obligatorias y mala ali
mentacin. Pero tambin de encuentros inesperados; pequeas alegras compar
tidas y, desde 1943, de la esperanza del triun fo aliado. Esperanza pro nto disipada
porque los vencedores dejaron ver de inm ediato que preferan la tranquilidad que
les proporcionaba el cem enterio franquista que u na restauracin de la Repblica,
o incluso de la monarqua, que supondra el regreso a la Espaa conflictiva de
1936. A med iados de 1943 Ricardo fue trasladado al penal de Burgos. El ao 1945
fue el ms desnudo de esperanzas. Tras las ilusiones levantadas por el desembar
co de No rman da, v ino la realidad del aban don o de Espaa y seis meses de celdasde castigo. A mediados de 1946 fue trasladado a la crcel de Gerona. All, desti
nado en las oficinas, ad virti que por un error en su expe diente poda solicitar la
libertad co ndicional.
Aguardndola qued mediado marzo de 1947. El mes de espera no result
fcil: tuvo pesadillas, fue presa del nerviosism o y se co nv irti e n u n em pede rnido
fumador. Por fin, en la tarde del doming o 13 de abril aband on la crcel. Hab a
entrado con 21 aos y sala cercano los 26. Era primavera, y aunque le hubieran
robado ms de cuatro aos de su juventud, Ricardo not que, como un rbol,
renaca tras un largo y nevad o inv ierno. N o cum plira los 26 en libertad. Ap enasciento catorce das pasaron antes de que volviera a cerrarse a sus espaldas un ras
trillo carcelario. A nte s, su primera v isita fue a la casa familiar. Despus a un com
paero que le puso al corriente del decaim iento que haba prov ocado el abando
no de los aliados; el debilitamiento de los sindicatos cenetistas y le recomend
que se exiliara. Pero Ricardo no estaba dispuesto a salir de Espaa. Bueno,
Ricardo por poco tiempo . Porque unos das ms tarde, con la ayuda de su amigo
Liberto Sarrau, se converta en el falangista Luis Garca Escamez, nacido en
Granada. Muy pronto Luis Garca saldra para Madrid con el fin de ocupar un
puesto en el Comit Peninsular de la Federacin Ibrica de Juventudes
Libertarias.En la capital del Estado su primera visita fue a la Puerta del Sol para cono cer
el exterior de su antigua casa de Correo, Direccin G ene ral de Seguridad en ese
momento, cuyos stanos ms pronto o tarde conocera. Despus encontr a sus
com paero s de com it: Juan G mez Casas, Jos Prez y Jua n Po rtales. En casa de
este ltimo se instal provisionalmente. Su misin era la de coo rdinar la impresin de propaganda impresa en una im pren ta mo ntada con los beneficios ob teni
dos de cambiar billetes falsos introducidos desde Francia. I\- ella s.ili el jirimer
nmero de fuveruwl jhrc y la propa^iinda conrra el refermliim de nilio de 1947.
INTRODUCCION
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U n da de junio, paseando por el Retiro, se encon tr con el general Franco que
visitaba el palacio de Velzquez. Siemp re lam entara no habe r tenido ese da un a
pistola. Franco no deba m orir en la cama. Hacind olo perecera tam bin el esp
ritu de resistencia que animaba a sus opositores.
A mediados de julio se celebra ron los Plenos Peninsulares de la FAI y la FIJL.
En ellos se recibieron informaciones sobre la existencia en Barcelona de un tesoro oculto. Y hacia all sali Ricardo Santany a finales de mes. Cuando sala de
visitar el piso en el que se supon a estaba escondido el dinero fue detenido. U na
vecina hab a co m entad o a la polica las extraas visitas que reciba. El intervalo
de libertad se haba cerrado. Doce das permaneci detenido en la Jefatura
Superior de Polica barcelonesa. El 17 de agosto sala hacia la crcel Modelo.
Unos das antes haba cumplido 26 aos.
Otros cinco aos de encarcelamiento, de rutina carcelaria, intromisiones de
los curas y hu m illacion es. Pe ro tam bi n recobr las prctica s solidarias de los pre
sos; las discusiones sobre la o rien tac in a seguir por las organizaciones libe rtarias
y, sobre todo, reco rdar el 26 de junio de 1948. Ese da, en M on tjuich caa ab a
tido por la polica su amigo Ra l Carballeira. Fueron los aos de la con stataci n
del reflujo de la C N T . Su ac tividad dism inua sangrada por los cientos de de ten
ciones; sin solucionar su pleito interno entre moderados y pieles rojas y, sobre
todo, sin modificar su ac tuaci n al com ps de los tiempos que traa a la palestra
a una generacin de espaoles que no haba conocido la guerra.
En marzo de 1949 Eduardo Quntela, Jefe de la Brigada Poltico-Social de
Barcelona, sufri un atentado. En busca de sus autores, las autoridades comenza
ron a realizar excarcelaciones. Una de ellas la de nuestro autor. Trasladado a la
Jefatura Super ior de Po lica fue interrog ado y am enazado c on la ley de fugas. La
madrugada del 12 de marzo de 1949 en u n descampado barcelons sufri un simu
lacro de ejecucin. N un ca supo si fue una pan tom ima o si salv su vida por riva
lidades entre la polica de Barcelona y Madrid. Sea como fuere, ese da Diego
naci de nuevo. A fines de marzo volvi a ser trasladado a la crcel Modelo. Un os
das despus le fue diag no sticad a un a lesin pulm on ar, es decir tuberculosis. En
la enfermera de la crcel perm aneci hasta que fue juzgado, con dena do y trasla-
liado al sanatorio penitenciario antituberculoso de Cullar, en la provincia de
Segovia.Fueron las navidades de 1950 las ms difciles de las que pas en la crcel.
Slo las noticias de las huelgas de B arcelona de 1951 le anim aron. S in embargo
nada poda o cultar que las organizaciones ob reras estaban exhaustas y que la gue
rrilla daba sus ltim os estertores. Slo q uedab a la desespe racin y que de ella sur-^;lera una fuerza consciente que llevara la lucha hasta su fin. A fines de ao se le
lom unic que poda ob tener la l ibertad condicional si obtena un fiador. Co m o
en la anterior ocasin tena que hacer desaparecer la nota de su expediente queindicaba que cuando fuera puesto en libertad deba pasar a disposicin gubema-
iiv.i. En enero de 1952 logr traspapelar el dichoso papel. De nuevo comenzaba
iiii.i larga e.spera. Esta finaliz a fines de abril, el da 28. Ese dom ingo , sali ca m i
no de Porcuna, Jan, donde haba encontrado al fiador. Tena treinta y un aos
Vh.ibfa pa.sado la juventud en la crcel.
INTRODUCCION 17
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En la localidad jienense pudo g estionar su cambio de residencia a Barcelona.
En la ciudad condal no le fue fcil encontrar trabajo. Gracias a los ncleos Gene
tistas del sindicato de Alimentacin lo tuvo primero en la fbrica de cervezasMoritz y despus en la editorial Sopea. Pero adems, la organizacin le pidi
que permaneciese en la sombra para realizar un trabajo. Mientras, fueron
meses de lecturas y estudio en casa de Aurora. Durante ellos conoci a CarlosM. Rama y cmo la C N T continu aba alejndose de las nuevas generaciones naci
das bajo el franquismo mientras que los comunistas jugaban a las dos barajas de
la oposicin armada y la infiltracin en las estructuras de la CNS. Adems deintentar captar a los hijos de los vencedores. La Espaa de los cincuenta empe
zaba a notar los beneficios que le proporcionaban las divisas de los emigrantes y
el turismo.
El encargo que recibi Ricardo Santany fue el de acudir a Toulouse como
delegado de la CNT del inter ior a l congreso de la AIT y a l P leno
Intercontinental de los grupos del exilio. Hacia la ciudad francesa sali clandes
tinam ente el 25 de junio. A ll recobr parcialm ente, para los asuntos orgnicos,
el nombre de Luis Garca y tuvo algunos enfrentamientos con la organizacin
confederal en el exilio. La causa residi en el distinto pan oram a que se tena de
la CNT en Espaa: en el exterior se quera ignorar el decaimiento de la organi
zacin y la necesidad de u n plan reorganizativo que estuviera ms en c onco rdan
cia con las nuevas condiciones que se vivan.
En Pars, du ran te las sesiones del congreso de la A IT , supo qu e la polica espa
ola solicitaba su extradicin p or transpo rte de explosivos. Qued aba por lo tanto
descartada su vuelta a Espaa. Se instal en el local de la CNT en Toulouse y
comenz a recop ilar informacin sobre la vida cland estina de los libertarios espa
oles y a colaborar en la prensa confederal. En octubre de 1953 sala hacia
Brezolles, en el departamento de Eure et Loire, donde la polica francesa le habafijado la residencia. Com enz a trabajar de p en en una co nstructora. A fines de
noviembre recibi el encargo de la CN T de volver a Barcelona para montar una
imprenta. Ace pt, y a principios de diciemb re estaba de nuev o en Espaa. Antes
de que acabara el ao h aba cump lido su cometido; viajado a Madrid para tomar
contacto con el Com it Nacional de la C N T y regresado a Francia.
Con su exilio desapareci entre la niebla Ricardo Santany. Aos ms tarde
nacera A bel Paz, el autor de Durruti en la Revolucin espaola y de otros muchos
trabajos, unos publicados y otros toda va inditos. Todos centrados en el mund o
libertario, como sus giras de conferencias por numerosos pases, desde Italia a
Australia, pasand o p or Japn. A ctividad consagrada a difundir los ideales libertarios. Un a actua cin a contracorriente. C om o la del mund o libertario en los estu
dios histricos.
Z8 INTRODUCCION
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3 . E l d n a r c o s i n d i c a i i s m o e n l a h i s t o r i o g r a f a s o b r e l a S e g u n d a R e p b l i c a y l a g u e r r a 1 9 3 6 - 1 9 3 9Cjran parte de la actual historiografa espaola ha n acido del estudio de los m ov i
mientos sociales. Fruto de un a co yun tura especfica, los aos setenta y la in stau
racin del actual rgimen monrquico, adolece de carencias como falta de dba
le intelectual o m ala planificacin de los programas de investigacin t Si tuacinque no ha impedido que sean numerossimos los trabajos y publicaciones realiza
das. Sobre todo desde que tom auge la actividad ed itora de entes e institucion es
municipales o provinciales. U n a im portan te va de difusin, que no siemp re ha
alcanzado ni la distribucin n i la calidad adecuada.
No es casualidad que el estudio del movimiento obrero se haya llevado la
palma en c uan to al nm ero de investigaciones. En un a si tuacin de cambio ace
lerado, de nacimiento de nuevas estructuras sociales y polticas, el historiador
tena un importante papel que desempear: ayudar a establecer la memoria histrica, a instalar pautas de legitimacin, o deslegitimacin, que sirvieran de
soporte al sistema que n aca. Jun to al obrerismo, fueron hitos e n su m om ento tra
bajos de sociologa electoral, como los de Javier Tusell, o las primeras aproxima
ciones de autores nacionales y traducciones de investigaciones extranjeras, fun
damentalmente anglosajonas, de uno de los temas tabes para el rgimen fran
quista: la Segund a Rep blica y la llamad a Guerra Civil 5.
La op inin d e los historiadores no slo era tenida en cue nta sino que algun os
de ellos participaban en la actividad poltica. Se trataba de dotar de una justifi
cacin intelectual a los planteamientos democrticos de una sociedad que vea
como el dictador mora en la cama. Era preciso sustituir la rancia y anti-liberal
historiografa do m inan te hasta entonce s por otra n ueva que estableciera el n exo
entre el desarrollismo econmico del pas y sus procesos sociales. Se trataba de
superar la historia imp erante e strecha m ente un ida a la poltica del rgimen fran-ijuista por una nue va d e car cter social. Entonces, dos grandes lneas pob laron los
afanes de los nuevos investigadores: el papel de la sociedad espaola en los aos
treinta, com o referente a unos m om entos de libertad demo crtica a la que se vol
va a aspirar y las causas y desarrollo d el conflicto civil, origen d el rgim en d ic ta
torial que se esperaba fen ecie ra pron to.
INTRODUCCION 29
4. Sobre esta cuestin han aparecido algunos trabajos como los de Gonzalo Pasamar eIgnacio Pair, Historiografa y prctica social en Espaa, Zaragoza, Secretariado de
Publicaciones de la Universidad de Zaragoza, 1987; Santos Juli, Historiasocial!Sociologa histrica, Madrid, Siglo XXI, 1989 y Julin Casanova, La Historia.Social y os historicdores, Barcelona, Crtica, 1991.
5. La relacin de trabajos sera interminable. Baste con citar los nombres de ManuelTu n de Lara, Josep Termes, A nto ni Jutglar, Alb ert Balcells, Anto nio Elorza, JavierTiisi-ll o Jos Alvarez Junco entre los espaoles y Gabriel Jackson, Hugh Tbomas,Piiul Prcston, Stanley Payne, Vcmon Richards, Raymond Carr, Ronald Fraser, JohnRr,nimias y (eraid Rrcnan entre los anglosajones, No se puede olvidar tampoco laii|-Hirtacin de la historiografa francesa con los trabajos de Fierre Brou y EmileTminc, Jaciiues Mauncc, Max (allo o CJerard Brey.
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Com o bien h a indicado el historiador aragons Julin C asanov a este procesoexiga un aparato conceptual nuevo 6. El proceso de discusin haba comenzado
en la segunda mitad de los aos sesenta apoyado en los debates que, con anterio
ridad, haban tenido lugar fuera de nuestras fronteras sobre temas como la transicin del feudalismo al capitalismo o las revoluciones burguesas. Fue en ese
momento cuando tom carta de naturaleza la influencia de la metodologa mar-xista en los estudios histricos espaoles. Era un marxismo ms ligado al practi
cado en el m undo o ccidental, fun dam entalm ente a la historiografa marxista bri
tnic a y al relacionado con el complejo de A nnales, que a los rumbos que seguala ciencia histrica en el mundo oficialmente comunista. Es preciso tener en
cue nta este hech o p ara m ejor comp render el destino historiogrfico reservado al
anarquismo y an arcosindicalismo espaol.
As, comprometidos, en su mayora, con posiciones polticas progresistas,
los jvenes investigadores se dedicaron con ahnco a desentraar los avatares de
la vida de las entidades de carcter proletario, a escudriar las interioridades del
rgimen republicano y a analizar los sucesos del conflicto blico. Fue el momento e n el que se estableciero n las que hoy son sus verdades histricas. Se acab por
establecer un consenso, otro concepto muy ligado a la actividad poltica y social
de los aos setenta, que destacaba de u n lado el papel democrtico del rgimen
republicano, propulsor de la modernizacin poltica, social y econmica del pas,
y de otro, la considera cin de la llamada Guerra Civil como un conflicto en defen
sa de esos valores dem ocrticos burgueses.
El mecanism o justificatorio casaba co n la con clusin qu e se quera inferir: los
gobernantes republicanos se vieron incapaces de aplicar sus reformas por la radi-
calidad del conflicto que imprimieron extremistas, tanto de derechas como de
izquierdas, que evitaron que fructificaran las posturas reformistas de los partidos
republicanos apoyados por un socialismo responsable y con alto sentido h istri
co. La consecuencia inevitable fue la contienda fratricida que ensangrent el
solar ibrico dur an te casi tres aos y llev a la sociedad espa ola a un largo tnel
del qu e se comen zaba a salir.
U n cam po perfec to para aplicar, con tod os los artificios incorporados a la
metodologa histrica, un esquema muy atractivo para el momento poltico y
social que se viva. Por ejemplo quedaban perfectamente dibujados los que podr
amos denominar malos de la pelcula: una derecha golpista en la que figuraban,
entre otros, terraten ientes opuestos a tod a racionalizacin econ mica y dedicados
a beber caas de manzanilla, requebrar muchachas y engrosar el tpico de los
sombreros de ala ancha y chaquetilla corta. Como malo era u n anarcosindicalismo que, manipulando a campesinos ignorantes y milenaristas, Janzaba movi
mientos revolucionarios que no tenan ninguna perspectiva de xito.
En los aos seten ta y ochenta, com o e n la actualidad, el dramtico recuerdo
de las vicisitudes del conflicto blico de 1936-1939 serva de antdoto ante cual-
JO INTRODUCCION
6. Julin Casanova, La historia social y los historiadores, Barcelona, Crtica, 199 i , p. 159-160.
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quier puesta en cuestin del rgimen q ue se pretend a consolidar. La interve nc in
ante las cmaras televisivas la vspera de la celebracin del referndum sobre la
OTAN del entonces presidente del gobierno Felipe Gonzlez nos proporciona la
sntesis adecuada. Su m aniqu eo p lantea m iento de o yo o el caos, revivi los ms
sangrientos demon ios familiares. En el marco de una situacin tan inestable com o
la de aquellos aos interesaba destacar, y asentar como verdad histrica, la imagen de una Rep blica mo derada fracasada por los extremismos. De esta ma nera los
historiadores comen zaban, sin darse cue nta, a cavar la tumb a de su influencia: una
vez que cumpli la misin que se pre tenda de ellos, queda ron arrinconados, casi
sin funcin e n u na sociedad des tinada a ten er una cu ltura zombi y robotizada.
As aquellas lluvias han trado estos lodos. La actual historiografa espaola
tiene que atribuirse la parte de responsabilidad que le corresponde en el declive
de las humanidades en el panorama actual. Su posicin ante el estudio de losmovimientos sociales en g eneral y hacer de la Historia un a m era contingenc ia en
la que desaparecen las utopas y las dudas lie conv ierten en cmplice de la situa
cin a la que se ha llegado. Una historia al servicio de las necesidades de la tran
sicin espaola de los aos ha imped ido que la investigacin trate de forma co he
rente el estudio de los m ovim ientos sociales. Por ello quiero plan tear una serie de
cuestiones referidas a las ideas y organizaciones libertarias, que creo que si no
estn insuficientem ente contestadas, s pued en ser obje to de interpretaciones ms
matizadas de las existentes h asta ahora.
En las elaboraciones h istoriogrficas uno de los elemen tos ms olvidado, ata
cado, menospreciado e incluso ridiculidizado ha sido la importante presencia de
una cultura an arquista e n Espaa. En e l mejor de los casos se ha relegado tan to la
actuacin de sus entidade s sindicales, sociales o culturales com o la de sus
personas al bal de los recuerdos. Calificativos como incapacidad de anlisis,
irracionalidad, mesianism o, utopism o en su sentido ms peyorativo, terro
ristas o pistoleros son algunos d e los que se les h an dedicado . Si los an arc osi n
dicalistas de los ncleos urbanos practicaban una accin arcaica para los nuevos
modos industriales anejos al desarrollo econmico y social del pas, los sindicatos
campesinos cenetistas permanecan anclados en posiciones milenaristas ligadas a
modos de vida y sistema de trabajo e n trance de desaparicin.
As no debe ex traar que el anarcosindicalismo co ntine no ya desconocido
sino que, lo que es peor, hayan acabado asentndose como verdades histricas
afirmaciones que, como mnimo, son discutibles y que en la mayora de los casos
sufren el defecto de utilizar materiales de segunda man o. Por ejemplo, hoy, y cada
vez ms a me dida que aum enta la ignorancia de nuestra historia, el anarcosindi-i .ilisino espao l apare ce ligado o b ien a la accin de los obreros catalanes o co m o
ri-li-renre de la cr nic a de sucesos. La cues tin n o es ya que se ignore la presen cia
anarcosindicalista en regiones como Aragn o Levante, sino que se comete un
error metodolgico de gran importancia: estudiar como centralizada una organi
zacin citie no lo era, sino qu e resp on da a un sistema de relaciones con federa l. La
prolileintica y las reacciones de Catalua, el eje habitual de los estudios anarco-
siiulii-alistas, no tienen porqu corresponder con los de Madrid, Aragn o
Aiuliiluca.
INTRODUCCION JI
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Adems, si las grandes lneas de los planteamientos, la accin y el proyecto
social libertario han sufrido tales descalificaciones, tampoco debe extraar que el
estudio pormenorizado de su existencia, de las causas locales que pueden ayudar
nos a entender sus actuaciones, hayan sufrido igual o peor suerte. Con cierta
amplitud me gustara poner un ejemplo reciente: el trabajo Manuel Tun de
'xsra: Reforma Agraria y Andaluca (pginas 273-288) que el catedrtico sevillano Anton iO'M iguel Bernal firma en el libroM an ue l T un de L ara. El comprO'
miso con la historia, su vida y su obra editado por Jos Luis de la Granja y Albe rto
Reig Tapia, con prlogo de Pedro Lan Entralgo, publicado en 1993 por el
Servicio Editorial de la Universidad del Pas Vasco,
Este volumen quiere ser un homenaje a quien, ms all de las diferencias que
se puedan tene r con su obra, se considera como u no de los padres de la historio
grafa social espaola. Con su aportacin, Antonio-Miguel Bernal pretendeapuntar dos cuestiones de la historia andaluza referentes a la cuestin agraria a
la que tanta a tenc in h a dedicado Tu n . U na de ellas es la que se conoce como
el suceso de las bom bas al que B ernal sita d entr o de la relaci n de [los] an ar cosindicalistas sevillanos co n A za a a raz de la ley de reform a agraria
Adelanto que la obra investigadora del profesor Bemal goza de todo mi reco
nocimiento; que su amenidad como conferenciante siempre me ha deleitado en
las ocasiones en las que le he podido or; que comparto muchos de sus anlisis y
que, como para otros muchos historiadores, sus trabajos sobre la propiedad de la
tierra y las luchas agrarias en A nd aluc a son libros de cabecera. Sin embargo, en esta
ocasin, mi admirado catedrtico ha co me tido un error, sin premeditacin ni ale
vosa a buen seguro al contrario que otros autores, que una vez ms atribuye a las
organizaciones anarcosindicalistas, en este caso andaluzas, intenciones y hechos
de los que no son responsables. Y creo que es necesario aclarar el yerro teniendoen cuenta que Antonio-Miguel Bernal avisa de la publicacin de una investiga
cin sobre las bom bas En este caso, como podemos suponer, un a vez ms, que
dara fijada en la historiografa un hecho del anarcosindicalismo que no se corres
ponde con la realidad. Al menos tal como lo presenta el profesor sevillano.
La cuestin es que Bernal, inducido por dos testimonios en principio fiables y
quiz por cierta precipitacin a la hora de redactar el texto que le ha impedido
asegurarse de las referencias bibliogrficas y hemerogrficas que cita, ha elabo ra
do toda una explicacin de los acontecimientos de las bombas a partir de una
fecha equivocada: m ayo de 1933 en lugar de mayo de 1932 qu e fue cuando en rea
lidad ocurrieron. A partir de ah, la cuidada hilazn de su argu men tacin podra
pasar como un perfecto ejemplo de espejismo. Porque independientemente de
que, tal com o le con fi el cenetista sev illano Jos Len, e n los medios/afetas sevi-
J INTRODUCCION
7. An tonio-M iguel Bemal, Man uel T u n de Lara: Reforma Agraria y Anda luca enManuel Tu n de Lara. El compromiso con la historia, su vida y su obra editado por JosLuis de la Granja y Alberto Reig Tapia, Bilbao, Servicio Editorial de la Universidaddel Pas Vasco, 1993, pg. 280. [En adelante Bemal (1993)].
8. Bernal (199 ), pg. 284.
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llanos se pensara en atentar contra el mximo responsable de los asesinatos deC.i.sas Viejas este hecho no estuvo relacionado con la acumulacin de bombas
durante la primavera de 1932, y no de 1933 tras los sucesos de Casas Viejas.
C'omo tampo co es cierto qu e estos explosivos preten dieran utilizarse en una
nueva inten ton a insurreccional de los campesinos y anarcosindicalistas, al estilo
lie la fallida de enero de 1933 Segu ram ente quisieron emplearse en una accinrevolucionaria, como dice Bem al, pero no e n 1933, sino en 1932 y mu cho m enos
para un atentado contra Azaa que no slo vengara la matanza de la aldea gadi
tana sino que adem s sirviera como inicio de una nuev a revuelta. Las bom bas de
inayi) tle 1932, a m eno s qu e ana rcosindica listas, faistas y miembros d e los grupos
de I X-fensa Confed eral tu viera n el d on de la adivinacin, no podan utilizarse en
vendar unos asesinados que todava no haban sucedido.
El problema para B em al es que tan to Jos Len, como A nto nio Ro sado Lpeztro destacado cenetista de los aos treinta, confunden en sus recuerdos las
fccha.>.. No conozco en su totalidad las confidencias y documentacin que Len
tlcj a Ik-rnal. Slo las afirmaciones que aparecen en el texto publicado. Por el
coniruru), s es asequible el testimonio de Rosado que hace una detallada des-
tt |K n lie los acon tecim ientos desde que el 16 de mayo estallaron los artefactos
rn M imic ilano >.A partir de ambas informaciones erradas Bemal monta su explicacin.
I Itibicra bastado una simple comprobacin en las hemerotecas o la consulta del
triihiiio sobre la Segu nda Rep blica e n Sevilla, por lo dems tend encioso para el
nniirco-sindicalismo, del tambin profesor universitario sevillano Jos Manuel
MiUiirro Vera '' para no equivocarse en las fechas de las explosiones: mayo de
|y 12. C) simp lem ente, qu e hu bie ra rec ordad o las pginas q ue a estos sucesos dedi-
n cI tcxii) de jacques Mau rice, que l mismo prolog, sobre el anarquismo anda -
i u i As, m;s all del patinazo el error de An tonio-M iguel Bem al puede co n-hlrrurK- un sntoma de cierta a ctitud en el estudio del anarquismo espaol.
I'.n rc.iliilad, cual fue la secuencia cronolgica y los acontecimientos que le
momp.ii'iaron? Sobre el origen, la finalidad y el contexto del suceso de las bom-
se tienen informaciones que nos hablan de la existencia de un acopio de
rxploitivos con destino a un intento insurreccional. No hay que esperar a lasinrm onas de R osado para establecer su existencia. En las notas que public en la
ptrn.s.i local Pedro V allina ac onsejan do n o secund ar la huelga campesina, se hace
I NI RODUCCI ON }}
9 IWrnaKIW?), pg. 284.
10 Antonio Rosado, Tierra y Libertad. MEmonos de un camjjesino anarcosindicalista anda-lu!, IHri.i'on>i, OtiLii, 1979, pgs. 89-100.
11 J
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referencia a la traicin... de falsos compaeros i3. Sobre este tema insiste en
ju lio de 1932 un fo lleto ' t que in ten taba ar ro jar luz sobre la pol m ic a desata da en
las filas cenetistas por la actitud de destacados militantes sevillanos durante las
explosiones de bombas y huelga cam pesina de mayo de 1932.
Pero si cier ta es la existencia de preparativos insurreccionales, en absoluto lo es
que fueran para asesinar a Azaa. Por los mismos das en los que se descubran losarsenales en los pueblos sevillanos, la prensa madrilea desvelaba noticias sobre
atentad os co nt ra im portan tes polticos >5. Azaa en tre ellos? No , las inform acio
nes se referan a quienes en esos momentos los cenetistas consideraban los autn
ticos instigadores de su acoso: Miguel Maura y Santiago Casares Quiroga, minis
tros de G ob ern aci n de los primeros gob iernos repub licanos X.
La relacin entre atentados y bombas sevillanas radicaba en la detencin de
un grupo de anarquistas en M adrid acusado no slo de preparar los atentados sino
tambin de ser el autor del robo en Puertollano de los explosivos empleados para
la fabricacin de los explosivos As pues, la polica ha ba estado al tan to de la
acumu lacin de armas. Las autoridades recono cieron que tena n controlados a los
anarquistas madrileos desde los primeros das de-abril gracias a las informaciones
que hab an recibido del gobernador civil sevillano. En palabras del propio Vicen te
Sol el servicio de la polica m adrile a no es co ntin ua ci n de los de Sevilla. Sin o
el principio, aunqu e se ha realizado despus porque as h a con ven ido A cop io
de explosivos que no se haba hecho de forma muy discreta. A 36 pesetas la
docena de bom bas escribi un corresponsal en Sevilla del peridico m adrileoLa
Tierra que se extraab a de que la polica hubiera ten ido qu e esperar a la explosin de M ontellan o para enterarse de algo que toda la ciudad conoca.
34 INTRODUCCION
13. El Liberal, Sevilla, 24 y 25 de mayo de 1932.
14. El Duende de la Giralda, El caso Vallina y la C N T , s.L, s.f.
15. El Sol, Madrid, titulaba el 21 de mayo de 1932 El movimiento anarcosindicalista ibaa iniciarse en Madrid con atentados contra altos polticos.
16. El fantst ico proceso de mayo de 1932, C N T , Madrid, 20 de septiembre de 1933.Tambin El Noticiero Sevillana y ABC, Sevilla, 21 de mayo de 1932. Las informaciones sobre el posible atentado contra Maura y Casares Quiroga procedan de fuentes
policiales y las recogi el fiscal de l proceso a los campesinos en octubre de 1933.
17. La notic ia de la detenc in de los cenetistas en Madrid e n ABC y El NoticieroSevillano, Sevilla, 21, 22, 24 de mayo de 1932. En la edicin del da 22 deEl Noticierose dio la no ticia de la detenci n e n Sevilla de Jos Len Garca, secretario del sindicato de Transportes y una de las fuentes de Bemal, acusado de intervenir como corredor en la compra-v enta del automvil Buickutilizado por los detenidos en Madrid.
18. ABC, Sevjlla, 21 de mayo de 1932.
19. La Tierra, Madrid, 27 de mayo de 192
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( ' on e st os elementos se com pren de m ejor la celeridad con la que el cap itn de,
lii itii.irdia civil Lisardo Doval Bravo, jefe de la Comandancia de Ecija, descubri
Um (irscnalci. D oval e ra u n viejo c on oc ido de los cene tistas desde que p articip ara
en 1926, bajo el rgim en de Prim o de Rivera, en la desarticulacin de lo que secomo el com plot de Pu ente de Vallecas, y sera el ejecutor de la represin
Je li revolucin asturiana de octubre de 1934 . Eficacia en el servicio a la que no fueM|rna >u habdidad para conseguir rpidas confesiones tal como afirmaron en el
los diputados Eduardo Ortega Gasset y Jos Antonio Balbontn
ha decir que la conc lusin a la que llega Bernal de e xistencia de preparativos
lHiirrfccionales y utilizacin gub ernam ental de los hech os c oinciden con la rea-
Ikliid. Pero hlo coinciden, pues parte de un supuesto falso. Porque la posibilidad
ir un atentado contra Azaa por los sucesos de Casas Viejas no es posible a la
llurM de mayo de 1932, siete meses antes de que sucediern. Como tampoco es
t Msrti) que no se desvelara este hecho por imposicin del jefe del gobierno para
"no avivar la polmica de su actuacin campesina tras lo de Casasviejas [sic] 21 .
No hab la ocurrido todava.
A u n q u e algo extenso , creo que ba star este ejemplo p ara sealar la despreo-
iiixicin de la historiografa acadmica por el estudio del anarquismo espaol.
I ' p rcm upacin que, como ya se ha dicho, se convierte muchas veces en mani-
ln cuand o se estudian los aos tre inta del presente siglo, los de la Segun da
I . 1 iibliia y la guerra 1936-1939.
Ij i Segunda Repblica espaola naci con un entusiasta apoyo popular que
. |drro Vi-ra, Im iJtopa revolucionaria. Sevilla en la Segunda Repblica Sevilla,
^ Sv v iIIm, Mon te de Piedad y Ca ja de A horros, 1985, pgs. 231-238.
. I iWnwl ( l W}),pK. 288.
11 ^ IdiiA, He revolu cin popular a revolucin burguesa",Historia Social, Alzira Irnuii) , n 1, rnn i.ive ra-V era no de IW8, pij;. 29 a 4?
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la prcticam ente d esaparecida C N T volviera a hacer acto de presencia, sino que
adems su reorganizacin, caracterizada por un fuerte pragmatismo, garantiz su
expansin. El rebelde an arcosindicalismo de los aos veinte volva a hacer acto
de presencia y de forma m ilitante. S u declarado deseo de la transformacin de la
sociedad deba ser tenido en cue nta po r los nuevos gobernan tes.
Pero no slo no fue as, sino que adems la incapacidad de los gobernantesrepublicanos para cumplir sus promesas y solucionar los problemas econmicos y
sociales del pas aca b destruy ndolos 3. En este se ntido cua nd o los historiadores
dicen que la C N T es una organizacin revolucionaria, quieren decir tamb in que
someti a un acoso y derribo sinfn al rgimen republicano. H asta el punto de llegar a decir, de forma maniquea, que la guerra de 1936-1939 lleg como conse
cuen cia de que fuero n los extremismo s, de izquierdas y derecha s, los que hic iero n
imposible la convivencia. Y ello es una verdad a medias. Durante el primer ao
de Repblica, de abril de 1931 a m ayo de 1932, las acciones de la C N T n o pu e
den ser catalogadas de revolucionarias. Para situar la accin de los sindicatos de
la C N T durante estos primeros mo mentos de la Segunda Repblica voy a pone run ejemplo.
U no de los conflictos que se han presentado com o prueba del inm ediato acoso
revolucionario cenetista a la Repblica, el de la Compaa Telefnica, no resis
te, al analizarlo en profundidad, tal denom inacin. En realidad respondi a la exi
gencia de cumplimiento de las promesas realizadas por republicanos y socialistas
antes de auparse en el gobierno. El propio Indalecio Prieto haba declarado, el
abril de 1930, que la situacin en la comp aa telefnica era la de una colonia.
Pero, proclamada la Repblica, estas afirmaciones pasaron a mejor vida y cuando
el recin creado Sindicato de Telfonos de la CNT convoc, en julio de 1931,
una huelga por reivindicaciones econmicas, pero sobre todo por el reconocimiento sindical que le negaba la empresa, el gobierno, a pesar del carcter pacfico que demostraron los trabajadores durante los primeros das del conflicto, la
trat como si fuera un mo vimien to revolucionario. Porqu?
En primer lugar por el inters de un a poltica-exterior que quera dar una ima
gen tranquilizadora al capital extranjero. En segundo lugar por.la obsesin por
borrar del mapa al anarcosindicalismo. El socialismo vea con preocupacin cmo
no slo la CNT se rehaca de sus cenizas sino que adems se abra espacio en sec
tores productivos hasta entonces controlados mayoritariamente por la UGT
como la Telefnica o los ferroviarios. La consecuencia fue una agresiva poltica
anti-cene tista que pusieron en p rctica sus ministros, sobre tod o Largo Caballero
desde la cartera de Trabajo. Y, finalmente, por los lmites del reformismo del
nuevo rgimen que olvid muy p ron to que su existencia se justificaba por llevar
a cabo un a a ut ntica p oltica de reformas que tuviera en cue nta a las fuerzas socia
les presentes e n el pas.
}6 INTRODUCCION
23. Son muy interesantes los planteamientos en este sentido que el investigador inglsGraham Kelsey hace en su trabajo Anarccnmdicalismo y estado en Aragn, 11930-I93H Orden nhUco o paz [nihlica.\ Gobierno de Aragn-lnstitiicii'in Femando el( .ilhco-I und.K ln S.iiv.ulor Si-t;u, Mtidrid, IW4
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7/29/2019 Paz, Abel - Durruti en la Revolucion Espaola
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El resultado fiie un reformismo republicano que no era capaz de dar solucin
I I li>s problemas que se esperaba diera. Ciertamente los problemas a los que deb-
III \ i-iifrentarse los escas am ente articulado s grupos polticos repub licanos era n
Importantes: galopante crisis que afec