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PAVEL ALEJANDRO BARRIOS SOSA 1

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PAVEL ALEJANDRO BARRIOS SOSA

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LAS UTOPÍAS Y SUS DISTOPÍAS La tierra o país de la Utopía existía antes de ser descubierta. Preexistía antes de existir Tomás Moro. Se formó del polvo de los fracasos sociales europeos, de sus involuciones y estancamientos. Vivía en las mentes de los hispanos mucho antes de la suposición de América. La Utopía era un lugar necesario para el refugio de las esperanzas, un proyecto de anhelos con la tentación de volverse reales. Un polvorín con una mecha larga para sacudir un esquema social inconmovible, que zarandeaba al hombre a conveniencia y lo convertía en mercancía de sí mismo, en lupus profesional de su especie. La Utopía era una consecuencia de la interacción continuada con un contexto alienante y altamente competitivo. Todavía lo sigue siendo. Si llega a desaparecer en algún momento entonces el hombre ya no sería un hombre, su imperfección natural se habría tornado en perfección ideal. Sería el fin de la historia. Karel Capek afirmaba en su libro Apócrifos: «Si no hubiera injusticias no habría historia». Si no hay injusticias no hay utopías, si no hay utopías entonces no hay historia, si no hay historia es que han desaparecido los hombres. Idear la utopía es una reacción lógica, pero fabricarla es una aventura plagada de peligros. La Utopía fue escrita tomando como referencia al Nuevo Mundo y a sus nuevos hombres. Fue inducida por el acierto que tuvieron los hispanos, por su elección providencial para encontrar algo nuevo: una realidad otra, no supuesta y por lo tanto no reglamentada con los preceptos fallidos europeos, no institucionalizada ni con la contaminación de sus arquetipos sociales, exenta de los males de una sociedad que negaba oportunidades a la mayor parte de sus integrantes. Tomás Moro cuenta de una isla muy parecida a Cuba, y de unos hombres que recuerdan a los gentiles arahuacos (aruacos), según las descripciones que hizo el Almirante en su Diario. Ezequiel Martínez Estrada se obsesionó con la idea y escribió aquel trabajo titulado El Nuevo Mundo, la isla de Utopía y la isla de Cuba. Roberto Fernández Retamar nos reivindicó al Calibán, y con él al Padre de las Casas, a Miguel de Montaigne, a Shakespeare y muy en especial, a nosotros mismos y a nuestras relaciones con el Otro. Las utopías que cruzaron el océano y conquistaron el hemisferio del occidente no eran las mismas utopías de los que esperaban en estas tierras por el retorno de sus dioses, tampoco se entienden dentro de las concepciones que después manifestaría el santo inglés. Son un conglomerado las utopías, no un sistema único, tampoco operan en un mismo sentido, ni persiguen los mismos objetivos. Según escribe Quevedo en la presentación del libro, la traducción del vocablo griego utopía es la de no hay lugar. Allí mismo refiere que el autor escribió su obra como una crítica a los males de las sociedades de su tiempo. Con este juicio se colocaba Quevedo en la posición de juzgar a la utopía como un imposible, como algo no realizable. Sin embargo, las utopías que traían los españoles necesitaban ser realizables. Una vez que tropezaron con el imprevisto continente, y luego de la sorpresa, persistieron aberradamente en sus

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utopías iniciales. Después, al constatar que se encontraban en una nueva tierra, se diversificaron las utopías. Algunas condujeron a la cadena de pensamientos que llegaron a Tomás Moro, y de allí hasta Shakespeare y luego hasta los enciclopedistas de la Revolución Francesa, y más tarde y complicadamente hasta nosotros. Las utopías que animaron a la conquista se enfrentaron a las de los indoamericanos, y a medida que se desarrollaban las primeras se aniquilaban las segundas, y las segundas debieron ser las primeras por derecho propio. Las utopías de la conquista se transformaron en distopías, no sólo porque malograron las de los indígenas, sino porque en sí mismas se alejaron de las condiciones humanas y cristianas, porque impactaron negativamente en las historias indoamericanas y posteriormente hispanoamericanas y latinoamericanas. Llegaron a negar el alma del continente descubierto, a sustituirla por una nueva que pasó a regir y todavía rige sus destinos. Un alma que ha venido purgando sus pecados y los que no le pertenecen y comulgando en liturgias miméticas de credos importados. Las distopías se formaron de las necesidades de los vencedores y sus cómplices, de inventarse realidades convenientes y convenidas, a manera de justificaciones lógicas, que cristianizaran sus procederes en las tierras destinadas a la conquista y a la colonización. Las utopías sobre el Nuevo Mundo comprendían las concepciones idílicas de sus hombres naturales y tierras edénicas, y las ideas condenatorias de los salvajes, idólatras y caníbales, desconocedores de Dios y poseedores de una naturaleza inmerecida. También se referían a las posibilidades de realización de proyectos sociales que no podían consumarse ni concebirse en el viejo continente, particularmente en los reinos españoles, y que podían experimentarse en la nueva tierra. Esta última tendencia de las utopías edificó Hispanoamérica y echó los cimientos que sustentaron y sustentan la Historia de los continentes americanos a partir del siglo del encubrimiento y de la conquista. Somos un conglomerado de naciones surgidas de la realización de un montón de utopías y de la puesta en práctica de otro tanto de distopías. ¿Qué posibilidades tenemos de desentrañar algunas verdades de entre tantos sueños y mentiras? ¿Hasta qué punto las utopías y las distopías se han convertido en nuestras únicas verdades? Si nos negamos a reconocer la historia trazada por las distopías estaríamos negando el derecho de hablar a las indoculturas ultrajadas. Estaríamos corriendo el peligro de ignorarlas y de esta manera nos arriesgaríamos a persistir, tarde o temprano, en ser distópicos. No reneguemos de nuestro pasado, sea cual sea. Alguien dijo una vez que quienes olvidan su pasado están condenados a repetirlo. Todas las ilusiones y desilusiones son aprovechables, unas conducen a las otras: «Por lo demás, es preciso partir de que la utopía es una noción reivindicable sólo si la recuperamos tanto del campo de lo distópico, ahora recordado, como de los territorios de la mera fantasía que relegan la utopía a lo imposible, a lo metafísicamente imposible».1 Pueden advertirse las diferencias de las utopías y hasta adjudicarles campos de acción y fuerzas que las protagonizan. La utopía vista sólo desde la óptica de lo imposible, desde 1 Alfonso Sastre, Los Intelectuales y la Utopía, en La Batalla de los Intelectuales. Nuevo Discurso de las Armas y de las Letras. Edición de Ciencias Sociales, La Habana, 2004. pp. 10-11.

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el no hay lugar, se inclina más hacia las fuerzas conservadoras e inerciales de la derecha, pues niega las posibilidades de cambio, surgidas de un proceso social fallido. Por el contrario, la utopía que implica un proyecto social deseable por todos, y por todos determinado como alcanzable, señala las proyecciones de las fuerzas de izquierda, pues reconoce el mejoramiento en la posibilidad de cambio. Por último, las distopías implican la hegemonía, el silencio impuesto por la tozudez, el fraude imperial que encumbra y aliena; estas pueden sorprender a ambas fuerzas en el intento de imponer voluntades y realidades que destruyen a las verdaderas realidades y a sus consecuentes sueños y visiones. No condenemos a las utopías, ocupémonos de dimensionarlas, valorar sus engendros y crearnos otras nuevas que puedan llevarse a vías de efecto y que no se contrapongan entre sí, que no nieguen los anhelos de cada grupo cultural que nos compone y nos peculiariza. No nos neguemos a las utopías, equivaldría a negarnos el derecho a un futuro mejor. Pero sopesémoslas desde el mismo principio, desde sus condicionamientos iniciales. Evitemos caer en la distopía de las imposiciones de sueños que nada tienen que ver con nosotros.

América es un invento: la gestación del engaño España no descubrió a América, la descubrieron los Reyes Católicos, España era solo una ilusión imperial, un conglomerado de reinos sin cabeza. Los reyes Católicos no descubrieron a América, la descubrió la reina Isabel de Castilla, de ella partieron los dineros para la empresa de cruzar la Mar Océana, fue ella quien escuchó y se dejó tentar por Cristóforo Colombus, el poseído navegante genovés. La reina Isabel no descubrió a América, la descubrieron los dineros que obtuvo su real majestad del empeño de sus joyas con los banqueros y comerciantes genoveses Francisco Pinelo, tesorero de la Santa Hermandad, Di Negro, Doria Catana, Riberol, Oria, Capatal, Spínola y el florentino Berardi, además de las inversiones del escribano de la Corte Luis de Santángel y de los hermanos Pinzón, navieros del puerto de Palos de la Frontera2. Los dineros de los inversionistas privados no descubrieron a América, la descubrió el castellanizado Cristóbal Colón con su fingida tozudez. Cristóbal Colón no descubrió a América, la descubrió Rodrigo de Triana, el infeliz que esperó eternamente por cobrar la recompensa prometida por Colón al que primero avistara tierra, en medio de un mar que ya amenazaba con incitar a una revuelta suicida. Rodrigo de Triana no descubrió a América, la descubrió Albérigo Vespucci, el adelantado en servirse de los medios para propagandizar el resultado de sus viajes. Vespucci era un cosmógrafo florentino que tuvo el cuidado y el acierto de firmar los mapas que confeccionaba del Nuevo Mundo, y enviarlos a las cortes europeas. En 1507 publicó el 2 Colectivo de Autores, América y Europa. Encuentro de dos mundos. Editorial Pueblo y Educación. Ciudad de la Habana, 1992. pp. 21-22, 33.

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primer mapa con su firma estampada. Posteriormente se limitó a firmar como Americus.3 En 1501, en una travesía al servicio de la corona portuguesa, nuevamente tras las especierías de las Molucas, bordeó la costa sur de Brasil y llegó a la Patagonia. El viaje aportó la idea definitiva de que las nuevas tierras no eran la prolongación del continente asiático, sino un nuevo continente. Sin embargo, sus méritos no han sido bien considerados. Aún así, la Historia le concede su parte de gloria y su nombre sirvió para identificar al hemisferio occidental. En su libro Amerigo Vespucci, un nombre para el Nuevo Mundo, Consuelo Varela Bueno explica que a finales del siglo XIX se descubrieron en la catedral de Santo Domingo los restos de Colón, el ataúd tenía la inscripción de Descubridor de América, una ironía manifiesta de las jugarretas de la Historia. Albérigo Vespucci no descubrió a América, si nos ajustamos al nombre con el que se reconoció en Europa al Nuevo Mundo, entonces América fue descubierta por el cosmógrafo alemán Martín Waltzemuller, quien en su obra Cosmographia Introductio, publicada el 25 de abril de 1507 nombró oficialmente como América a la tierra que se confundía con el Asia y a la que se le llamó también India Occidental, por aquello de persistir en el autoengaño. En España se alzaron muchas voces autorizadas que renegaban de la propuesta de Waltzemuller, entre ellas se destacó el Padre de las Casas, quien en su Historia General de las Indias, explica con lujo de detalles los errores de los procederes de Vespucci y del cosmógrafo alemán. Pero el nombre de América quedó gracias a un mundo que se tomaba las atribuciones de organizar, repartirse, enjuiciar y nombrar las demás partes del mundo. Waltzemuller no descubrió a América, la descubrió por accidente, en el año 1000, Leif Ericson, explorador islandés, vikingo, segundo hijo de Eric el Rojo.4 Los vikingos se establecieron en las islas y costa norte de América en el año 1005. Allí fundaron la colonia de L'Anse-aux-Meadows, en la septentrional Terranova (Newfoundland), llevaron ganado, construyeron viviendas e iglesias de piedra, donde los sacerdotes católicos mantuvieron relaciones con el Vaticano. Las colonias fueron abandonadas por las enfermedades, las inclemencias del tiempo y los ataques de los indígenas. Estas historias se refieren, a partir del siglo X, en las sagas de los groenlandeses y en las de Erik el Rojo. Los monjes islandeses las llevaron al latín. Cristóbal Colón, en 1477, en medio de un viaje a Inglaterra, insistió en visitar Islandia, y una vez allí, quiso conocer las sagas de los antiguos vikingos. Conocía además las obras de Eneas Sylvius, más tarde Papa Pío II, y del cardenal Pierre D´Ailly. Ya en año de 1425 se divulgaban en Europa mapas que situaban en medio del Atlántico unas islas denominadas Antillas, que separaban al continente asiático del europeo, el legado de los monjes islandeses se versionaba en la Europa renacentista. Colón sabía que existía tierra al Oeste, pero concretamente no sabía que tierra, esperaba a las Antillas y deseaba llegar luego a Cipango. Leif Ericson no descubrió a América, hay tesis más fidedignas que afirman que fue un mercader islandés llamado Bjarni Herjólfsson el primero que avistó Norteamérica. Leif le compró su barco y siguió sus descripciones para llegar al continente. Bjarni Herjólfsson no

3 Mary Ruiz de Zárate, Del Bravo a la Patagonia. La Habana. Instituto Cubano del Libro. 1973. p. 16. 4. Antonio Núñez Jiménez, Nuestra América. Editorial Pueblo y Educación. Ciudad de la Habana, 1990. p. 18.

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descubrió a América, la descubrió aquel que en las leyendas incas se llama Manco Capac y su hermana esposa Ollo Vaco, cuando en una de sus salidas al mar de las costas del Japón neolítico, en los tiempos de la Cultura del Jomón, milenios antes de Cristo, fueron atrapados por la corriente marítima Kuro-Siwo o corriente negra, que los depositó en días en las costas de California, donde fueron atrapados por El Niño que finalmente los dejó en las costas del Perú.5 Los hallazgos de la más antigua cerámica americana, propios de la llamada Cultura de Valdivia, dedujeron, en 1965, una relación entre la Cultura de Valdivia y la Cultura del Jomón. Sin embargo, estudios posteriores contradicen e invalidan tal teoría. Lo cierto es, que en la década del ´50 del pasado siglo XX aún se reportaban casos de pescadores japoneses trasladados, por la misma corriente marina, a las costas de California y del Perú. Manco Capac y su hermana esposa Ollo Vaco no descubrieron a América, la descubrieron los cazadores paleolíticos que hace más de 100 000 años atravesaron la Beringia y llegaron a Norteamérica. Todo ha sido un gran invento. Si las condiciones para ser descubiertos implican que un grupo humano en un estadio civilizatorio superior legalice la existencia de otro, menos desarrollado, entonces cabría preguntarnos, y preguntarles a quienes nos han escrito la Historia: ¿Quién descubrió a quién? Porque las grandes sociedades amerindias aventajaban en muchos aspectos a las sociedades europeas. ¿Cuáles son los patrones o requisitos que se tienen en cuenta para establecer el grado civilizatorio? ¿Quiénes los establecieron? Nuestra Historia se ha escrito para ocultar las verdades y concatenar los infundios y pretensiones. América todavía se está descubriendo, esta vez por sus propios hijos.

Utopías de los que esperaban y de los que venían

El 6 de noviembre de 1492 Colón cita por primera vez en su diario, que sus hombres fueron tomados por dioses venidos del cielo, y que los indígenas insistían en volverse con ellos, con la fe de llegar al reino de sus dioses. Los indoamericanos también tenían sus utopías. Estas comprendían ideas asociadas al fin de los tiempos o de un período, y el comienzo de una nueva vida a la llegada de los dioses blancos. Una vida de perdones y con el amparo paternalista de quienes habían hecho de ellos lo que eran. Basados en sus cálculos, los sacerdotes aztecas esperaban que el Dios Blanco volviera al cabo de 52 años; Cortés arribó a las costas de México precisamente en el año de la supuesta llegada.6 Esta primera coincidencia y las que le sucedieron condujeron a los aztecas al descalabro.

5 Del Bravo a la …op. cit. pp. 95-99. 6 Colectivo de Autores, Enigmas de la Historia. Editorial Progreso. Moscú, 1991. pp. 163-164.

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Los mitos fundacionales indoamericanos coincidían en la presencia de hombres blancos, responsables de la civilización de los grupos humanos que conformaron después las grandes culturas en el continente. Tal vez los vikingos no se conformaron solo con los territorios de Terranova. Tal vez algún otro grupo cultural llegó a nuestras costas. Hay muchas historias que refieren visitas de los fenicios, de los griegos con su Atlántida, de los egipcios, incluso no faltan criterios como los del escritor suizo Erich von Däniken de que las divinidades blancas de nuestros indígenas eran seres llegados del Cosmos. Sin embargo, la coincidencia con las indumentarias de los hispanos, también reconocidas por nuestros indígenas como propias de sus dioses blancos, contradice esta hipótesis. Tendile o Teutilé, uno de los dignatarios del emperador azteca Moctezuma, cumplió con su encargo de llevar como presente a los españoles un gorro lleno de oro. Cuando Cortés le preguntó qué regalo debía hacer al emperador para corresponderle, Tendile solo pidió el yelmo de uno de los soldados españoles luego de afirmar que era idéntico al que se puso una vez su Dios blanco.7 Cada cultura amerindia da testimonio de la presencia precolombina de un hombre blanco al cual otorgaron la calidad de dios: los mayas lo llamaron Kululcán; los aztecas le decían Quetzalcoatl; en las selvas de Tabasco, en la región Tzendal, le decían Votán; los zoques lo recibieron como Condoy; los quichés de Guatemala lo llamaron Gugumatz; los chibchas le decían Bochita; en la zona que hoy ocupa la actual Venezuela se le llamaba Tume o Zume; los chimúes y los incas lo nombraban Viracocha.8 Estas experiencias indígenas, estas andanzas misteriosas propiciaron que la llegada del europeo conquistador fuese confundida con la llegada de los dioses protectores y ayudantes de los pueblos. Cuando dejó de tener sentido el persistir en las utopías de los dioses blancos, ya era tarde. Ya Indoamérica tenía un nuevo Dios, y estaba siendo conquistada por los demonios. A la llegada de los españoles el Imperio Azteca estaba sólidamente conformado por ciudades-estados confederadas, modelo social que aventajaba incluso al de las repúblicas italianas de la época. Tenochtitlán, la capital azteca, tenía 20 barrios, era 5 veces mayor que la Madrid de entonces, y poseía el doble de población que Sevilla, la ciudad más poblada de la corte metropolitana. Sin embargo, Cortés la conquistó con poco más de 500 soldados, 16 caballos, 14 cañones, 32 ballestas y 13 escopetas.9 Algunas bibliografías consideran al Imperio Incaico como el mayor de la Historia hasta la llegada de los españoles. Su estructura interna, la organización del trabajo y de la economía tenían cierto carácter socialista; sus ejércitos y sistemas arquitectónico-militares eran imbatibles e inexpugnables, Pizarro comenzó su conquista con 13 hombres, conocidos luego como Los Trece de la Fama, trataba de emular la gloria de su pariente Cortés.

7 íbidem. 8 ídem. pp. 168- 174.

9 Hernán Cortés, Enciclopedia Microsoft® Encarta® 2000. © 1993-1999 Microsoft Corporation.

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Cierto que las armas de fuego, el hierro, las armaduras, los caballos y las estrategias hispanas de hacer la guerra, totalmente desconocidas por los indígenas, jugaron un papel fundamental en la conquista, pero aún así, la imposición europea lindaba con lo imposible. En las conquistas de México y del Perú los españoles no llegaron a sumar ni la mitad de la población que tenía en aquel momento la ciudad azteca de Tenochtitlán, más de 200 mil habitantes. Se calcula que vivían en la Confederación alrededor de 30 millones, al igual que en el imperio Inca. Lo que ayudó a los españoles a vencer, lo que desarticuló a los imperios indoamericanos fue la persistencia en sus utopías, el divinizar la naturaleza de los invasores, sobrevalorar sus potencialidades y aceptar los destinos de tiempos finales para sus historias. Las utopías de los que esperaban se transformaron en descalabros y se volvieron en contra de ellos. Persistir en ellas fue un error catastrófico. Las utopías de los que venían se convirtieron en distopías, también por la persistencia. Aparecieron otras utopías que al igual que las distopías justificaron, de alguna forma los procedimientos de despojo y exterminio de los hombres naturales o «caníbales» indoamericanos. Europa padecía la adicción a las mercaderías del Oriente. El comercio de productos orientales reportaba importantes ingresos, al tiempo que demandaba del consumidor considerables gastos, produciéndole perjuicios económicos irreparables, pues todo el oro con el que se pagaban tales mercaderías, iba y no retornaba del Imperio de las Indias. Algunos reinos, como los hispanos, sumidos en una guerra de centurias contra los árabes y sus últimos reductos en pleno siglo XV, y luego enfrascados en lograr la unificación del país, empobrecían considerablemente. Lejos de prescindir de tan valiosa mercadería o de encontrar otras soluciones se decidían desesperadamente por encontrar una nueva ruta hacia las Indias. Buscaban un comercio más libre y abaratado, para recuperar, con creces, todo el oro invertido. Este es el contexto que articula la empresa de cruzar la «Mar Océana». Es también el condicionante y responsable de las necesidades del Almirante y de otros conquistadores de divinizar las realidades de las tierras conquistadas, en pos de justificar los apremios y las inversiones de sus financistas, suscitar su interés permanente en los descubrimientos y conquistas, y garantizar los continuos abonamientos, además de procurar el respaldo oficial de la corte metropolitana allende los mares. Como consecuencia se sientan las bases para la aceptación y formación de una imagen mística y deslumbrante de la realidad amerindia, no solo en la lejana Europa Occidental, sino en las mentes supersticiosas y enfermas por la obtención del oro de los conquistadores y sus hombres, que ya se encontraban sobre las aguas rumbo a las desconocidas tierras. El hombre europeo estaba a punto de quebrar sus fronteras, límites y esquemas, de conocer y conquistar al resto del mundo, de transformarle, saquearle y comenzar a amasarle la herencia de la crisis económica. El español huía de su propia crisis económica y social, de la competencia con una Europa que ya validaba lo burgués y su correspondiente economía dineraria. Guardaba celoso y callado la pequeña esperanza de llegar a las Indias y hacerse con el protagonismo de sus mercados, ese sueño era su única salida, su única defensa y supervivencia ante las naciones vecinas. El español avanzaba

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hacia América temeroso de lo desconocido, pero sediento de oro, especias y ganancias, desequilibrado por la imperiosa necesidad, y huyendo de los esquemas y normas de un mundo inquisidor y escolástico que por soluciones y esperanzas sociales y económicas sólo ofrecía reglas, amenazas, condenas y muerte. Cristóbal Colón se convierte en el primer propagandista de lo excelso del mundo americano, su necesidad de «abultar» hasta el asombro las riquezas intentaba justificar las inversiones en su empresa, y los resultados que a cambio debía y había prometido ofrecer. Comienza la mistificación de la realidad amerindia, de por sí extraordinaria para la tripulación y para el Almirante mismo, quienes pensaban y presuponían al mundo de acuerdo a las concepciones ptolomeicas, platónicas y aristotélicas que divulgaba la Iglesia. El proyecto de viaje de Colón era partir del continente hasta las Antillas, reabastecerse, descansar, y luego enfilar proa hacia Cipango, la isla maravillosa del Oriente, para entrar definitivamente en el mundo del oro y las especias. Colón estaba completamente seguro de su empresa hacia el Oeste para el hallazgo de tierras y el desembarco en Las Indias. Las ideas, visiones y previsiones deformadas que traían los españoles y el Almirante eran su única referencia cognitiva del mundo que buscaban. Posteriormente se transformaron en referencia obligada en medio de la nueva realidad que encontraron. Ellos no se habían lanzado a lo desconocido de los mares, con sus supuestos monstruos y caídas infernales, por amor a la aventura o con el afán de descubrir nuevos mundos; América no estaba en los planes. Los viajes hacia el desventurado Oeste se hicieron en busca de oro y especias, y eran estas las referencias a las que circunscribían todo lo demás; el mundo oriental de las riquezas no podía, de ninguna manera, estar fuera de este paraíso desconocido, de lo contrario, el viaje, el riesgo y la inversión hubiesen sido en vano y peligraría la devolución a los prestamistas del dinero invertido y de las prometidas ganancias. La utopía se resquebrajaba por la imposición del autoengaño como programa a realizar a cualquier costo. Cuando Colón comienza su desembarco en la pléyade de islas antillanas lo único que puede ofrecer a la Corona y a sus inversionistas es la posesión de la tierra y los hombres que encuentra, los cuales asume en calidad de esclavos, de siervos ideales que pagarían con su libertad y su vida el oro invertido en la empresa. Más adelante ofrece innumerables posesiones al citar un sinnúmero de islas, por lo tanto, la Corona vería sus dominios muy multiplicados. Serían los primeros dominios del Imperio Español. En el Diario de Navegación de su primer viaje deja escrito en la página correspondiente al 24 de octubre:

Esta noche á medianoche levanté las anclas de la isla Isabela […] para ir a la isla de Cuba, á donde oí desta gente que era muy grande y de gran trato, y había en ella oro y especierías y naos grandes y mercaderes […] es la isla de Cipango de que se cuentan cosas maravillosas.10

Vuelve la referencia a las Indias Orientales, las cuales hacía convenir desesperadamente el Almirante con la realidad americana, para no dejar margen alguno de sospecha a la 10 Colectivo de Autores, Antología de la Literatura Hispano-Americana. Tomo 1. Editorial Pueblo y Educación. 1970. p. 34.

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Corona y demás deudores de que estas tierras eran desconocidas y que por tanto era ignota la presuposición de oro y especias en ellas. Nuestro mundo se confundió desde la organización de la empresa del encubrimiento. El hallazgo de una nueva realidad fue negada desde el primer momento, y por lo tanto, al olmo se le exigieron peras. El mundo amerindio se mistificó, aunque en realidad, la naturaleza americana, sus hombres, sus pequeñas y grandes sociedades, constituyeron un asombro para la decadente y empobrecida Europa. Las necesidades de riquezas, verdaderos móviles que lanzaron a Colón, a sus hombres, a los inversionistas privados y a la Reina, a la empresa de la Mar Océana, se convirtieron, ante la irrupción de América, en utopías a realizar a cualquier costo, y su puesta en práctica se volvió distópica. Era lógico, las nuevas tierras eran las únicas oportunidades de sobrevivencia del incipiente reino español y de los inversionistas y participantes en la empresa. El Viaje estaba hecho, había que cumplir sus objetivos y recuperar los dos millones de maravedíes invertidos en la empresa. Europa aceptó sin dilaciones, los cuentos y las historias que sobre el nuevo mundo se le referían, y aún le puso otro tanto más de acuerdo a sus conveniencias, obsesiones y posteriores exigencias.

Las distopías se lanzan a la conquista

Según su Diario de Navegación Colón encontró un mundo lleno de leche y miel, de oro y especias, de tierras las más hermosas, un edén maravilloso de los mejores y sin pares puertos del mundo, de las aguas sanas y claras, la eterna felicidad, el clima perfecto, una tierra prometida en donde cantan ruiseñores y todo es color y riquezas, una tierra poblada de ingenua gente. Encontró esclavos que saquearían su propio mundo y sus propias vidas, trabajando y muriendo para justificar las historias que llegarían a Europa. Un mundo nuevo, paradisíaco, donde lo único tosco y burdo parecía ser sus pobladores, seres idólatras, salvajes y caníbales. Los cuentos de Colón, imbuidos de la misma mística que los relatos de Marco Polo, funcionaron como estrategia para resultar creídos y captar la atención. La realidad amerindia no era interesante, resultaba más atractivo el prisma con que el europeo la miraba. Los infundios de los descubridores se convirtieron, incluso para los protagonistas y ejecutores de la conquista, en distopías a realizar. Se aniquilaron poblaciones completas tras el sueño de El Dorado, suceso litúrgico de las ceremonias de los muiscas, una cultura procedente de los chibchas de Colombia. En el estado de Guatavita, los zaques o sacerdotes realizaban su ritual embadurnado el cuerpo de una sustancia dorado-amarillenta, un mineral desprovisto de todo valor que puede encontrarse en las superficies de las montañas, fundamentalmente en la zona comprendida entre el Amazonas y el Orinoco. Los indios lo llaman mica, y en polvo es parecido al oro por ser dorado y muy refulgente. Revestido de mica el zaque tomaba una balsa y se internaba en el lago sagrado de Guatavita, en la travesía lanzaba objetos de oro

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a sus aguas, como ofrenda a sus divinidades, luego él mismo se lanzaba al agua y se lavaba del polvo que lo revestía; era esta la verdadera liturgia.11 Sin embargo, la distopía para los españoles era otra, y llevaba el nombre de El Dorado. Por supuesto que no faltaron algunos «testigos» con payasadas como las siguientes: «…en la capital de aquella nación, llamada Manoa, en donde el sol reverbera en las cúpulas doradas del dios sol y las casas tienen tejados de oro […] se alzan unas montañas de oro, y a la puesta de sol sus brillos ciegan los ojos humanos».12

Un supuesto testigo, Juan Martínez, de los hombres de Diego Ordaz, vivió siete meses en Manoa como huésped de su cacique. Martínez desborda la ambición de los españoles y del mundo europeo, pendiente de la leyenda, con tales desatinos: «…en una sola calle existían 3000 talleres de orífices que trabajaban el rico metal día y noche».13

Los jefes militares atraídos por la leyenda, que prepararon expediciones armadas y se lanzaron tras el rastro de El Dorado, indican varias nacionalidades, lo que prueba la universalización de los infundios divulgados sobre nuestra ingenua América. Sebastián de Benalcazar, español, fundador de Quito; Gonzalo Jiménez de Sandoval y el capitán Suárez Rondón, españoles; capitán Nicolás Federmann, agente alemán de Carlos V; Ambros Dalfinger, por encargo de la Casa Banca Welser, de Augsburgo, alemán; George Hohemut, alemán; Philipp von Hutten, alemán; Don Pedro de Ursúa, noble hidalgo navarro; incluso el famoso corsario inglés, inmortalizado por la pluma de Shakespeare, Sir Walter Raleigh. Entre todos ellos se desataron pugnas que incluían la aniquilación de los indígenas y la de ellos mismos. Un ejemplo claro lo fue el incendio de cuatro ciudades españolas por el vicealmirante de la expedición financiada por Sir Raleigh, destino: El Dorado.14

A oídos de la propia Reina Isabel de Inglaterra llegaron los cuentos del fabuloso país del oro. Miles y miles de vidas se perdieron por culpa de las exageraciones y falsedades acerca de la realidad amerindia. No solamente los conquistadores, aventureros, soldados y mercaderes fantasearon sobre la América, también lo hicieron los hombres de ciencia, artistas e intelectuales. El profesor de Retórica de la Universidad de Alcalá, Francisco Gómez de Gomara, describe, en su muy citado libro Historia General de las Indias publicado en 1533, el palacio de un cacique suramericano llamado Guaina capa, o tal vez Huaina Capac Inca:

Toda su vajilla, hasta los pucheros de su cocina, son de oro macizo. En sus salas hay enormes estatuas de oro puro. Además se puede admirar una representación en oro, de tamaño natural, de todo animal que vive en su reino, tanto si es cuadrúpedo como si es pájaro o pez. Tiene un jardín para solazarse en el que todos los árboles,

11 Del Bravo a la… op. cit. pp. 77-78. 12 István Ragh-Vegh, Historia de la Estupidez Humana. Editorial Arte y Literatura. 1985. p. 44. 13 íbidem. 14 ídem. p. 48.

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matas y flores y otras plantas son de oro. Entre otros tesoros, posee cantidades incalculables de oro bruto, sin labrar, amontonado como se suele hacer con la leña.15

El exterminio de los indígenas que encontraban a su paso los seguidores de El Dorado, y el de aquellos que no quisiesen revelar detalles de su existencia, era inminente. Los artistas plásticos, fundamentalmente los grabadores, representaron a nuestros indígenas con musculaturas olímpicas, correspondientes con las formas humanas devenidas de un Renacimiento en boga en la Europa Occidental. Nuestras cortes eran exaltaciones de los sueños e ideales de lujo y riqueza de las cortes europeas, y nuestros paisajes, emulsiones en paroxismo, cuadros superlativos de las campiñas del Viejo Continente. Muchos de estos artistas ni siquiera conocían América, sus únicas fuentes referenciales lo fueron los cuentos que les llegaban como historias deformadas, y los manuscritos de los conquistadores, plagados de ilusiones, ansiedades y obsesiones. Los animales fueron convertidos en monstruos, las ciudades en Babel, los paganos en idólatras y feroces caníbales, y los reyes o caciques en Salomones. América fue inventada para Europa y la invención la convirtió en otro mundo, como si ella misma no existiera. La América real fue encubierta por los españoles, también encubiertos pretendían realizar su impaciente labor de conquista y de aniquilación, y su paciente labor de conversión y de aculturación. Los libros que se escribieron sobre Historia de América, aún desde el mismísimo Diario de Colón, se escribieron con censuras y normas, conocimientos que imponía la Iglesia o la Corona y que no se podían desafiar. Nuestra Historia se comenzó a escribir tomando en consideración conveniencias y dictados preconvenidos. Así, cuando Colón creyó que por las características de la corriente del Orinoco en su desembocadura al mar, este debía provenir de tierra firme, es decir, de una masa continental, su juicio aunque cierto, no podía ser ejercido ni proyectado de otra forma que no fuera la de la consonancia con los escritos bíblicos, en los cuales solo se mencionaban 3 continentes y 4 enormes ríos. Entonces el Almirante comunicó a Europa que había llegado por fin al Asia y a la corriente de uno de sus grandes ríos. Pero existieron otros infundios más peligrosos que justificaban el magnicidio indoamericano. Infundios que han trascendido hasta nuestros días y que determinan ideas erróneas sobre los sistemas culturales y la naturaleza de nuestros indígenas. Nuevamente es Colón el primero en tentar la imaginación y desmeritar la realidad cuando afirma, en su Diario de Navegación: «…Lejos de allí había hombres de un ojo y otros con hocicos de perro, que comían hombres, y que en tomando uno lo degollaban y le bebían su sangre, y le cortaban su natura».16 A esta afirmación de Colón hay que añadirle otra sobre la existencia en la isla de Cuba de hombres con cola. Estas son las primeras incomprensiones de la realidad cultural amerindia. Lo que para los españoles era desconocido y ajeno a su cultura era herético, incomprensible e intolerable. Para ellos era sobrenatural toda

15 ídem. p. 45. 16 Antología…op. cit. p. 38.

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referencia a otros mundos, ya lo había anunciado Marco Polo y ahora bien lo hacían nuestros primeros cronistas. En la isla de Cuba existían, traídos por los arahuacos (aruacos), unos perros mudos que también hallaron los conquistadores. Los hombres con cola de los que habla Colón podrían haber sido hombres con pieles de estos animales como vestidos, o quizás todo no pase de una apreciación absurda, de querer ver y encontrar lo que se espera y necesita. Las sociedades amerindias, por su desarrollo y peculiaridad cultural, establecían un panteón de divinidades totémico-animistas, justo por constituir los animales y el medio natural los únicos elementos de sustento y de referencia cognitiva, dadores de todas sus respuestas. En las lecturas del Libro Sagrado Maya-Quiché, el Popol Vuh o el Chilám Balam, se explica y data, a manera de Biblia, toda esta ideología mágica, propia de los pueblos en un estadio cultural neolítico. Los hombres descritos con un solo ojo y hocicos de perro eran para los indios una mágica realidad con sus respuestas, condicionantes culturales, e implicaciones socio-económicas. Para los españoles, que apenas se autorreconocían culturalmente y asimilaban las diferencias culturales y religiosas de acuerdo con preceptos escolásticos, eran muestras de hechicería y demonismo. Para la Historia eran simplemente hombres participando de algún ritual o costumbre totémica que portaban determinadas máscaras de animales, o que llevaban el cuerpo pintado en alusión a ellos. Estos ritos, traducidos por las concepciones amerindias, podrían ser referidos oralmente o en la escritura dibujística e ideográfica, como era el caso de los mayas y aztecas, como hombres con cabezas de perros, todo lo cual aumentaba cada vez más la confusión de los europeos, cuyas noticias deformadas cruzaron los mares para alimentar aún más las fantasías en el Viejo Continente. Un continente afiebrado por los relatos de hombres sin cabeza, pájaros con plumas de hierro y unicornios, narrados con maestría por Marco Polo en la publicación de las memorias de su viaje al Oriente. Un continente al que la verdad no le resultaba interesante y que estaba a la expectativa respecto a los últimos viajes y a las noticias escritas por Colón, no sólo las atendía con curiosidad, sino que las exageraba aún más. Las utopías se referían desde América, se recreaban y promocionaban en Europa, retornaban fortalecidas con las visiones del más allá, y al llegar a esta otra realidad se trocaban en distopías. En lo concerniente a la cuestión del canibalismo, también advertida por el Almirante, en las crónicas de otros descubridores y colonizadores se describe de distintas maneras. Se dice que se consumía la sangre humana mezclada con la harina del maíz y moldeada en curiosas figuras, otro narra sobre los hábitos de algunos monarcas indígenas que comían niños guisados, algunos describen el ritual del sacrificio humano y el ofrecimiento del corazón y la sangre a los dioses, de cómo los sacerdotes y nobles se untaban la cara con la sangre y luego comían los muslos del sacrificado para luego echar el resto del cuerpo a los animales sagrados y que estos terminasen de devorarlo. El Inca Gracilazo de la Vega se ocupa de aclarar, en sus Comentarios Reales, como la costumbre antropofágica era abominada por los del Perú y criticaban por esto a los

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mexicanos. Lo cual demuestra que tan repudiable hábito, llamémoslo así por el momento, no era extensivo a todas las culturas amerindias como pretendieron hacer creer los conquistadores al mundo expectante. El canibalismo practicado en México no constituía un hábito alimentario sino una particularidad ritual, tampoco constante en todos los ritos. Un ejemplo a exonerar del sacrificio humano y de la antropafagia cultual lo es el dios Quetzalcoalt, la Serpiente Emplumada de los Aztecas. Tlaloc, dios azteca de la lluvia, exigía sangre en sus rituales, lo cual no indicaba, necesariamente, la ingestión de carne humana. El sacrificio humano ha existido en las edades tempranas de la mayoría de las religiones, incluyendo al judaísmo, pero es bien diferente el acto antropofágico. El Dios de la Guerra azteca, Huitzlipochtli, se alimentaba de los corazones y la carne de esclavos, de bellas doncellas, de adolescentes y de guerreros. Esta alimentación exigía como comensales a los sacerdotes, al Emperador supremo, y a algunos Tlaotanis o jefes destacados.17 Algunos otros grupos indígenas selváticos también desarrollaron el canibalismo: los tupinambá o tupí, los carijona del Brasil, los indios tapajo que devoraban a sus deudos fallecidos (endocanibalismo) al igual que los yanomami.18 En la mayoría de los casos, luego de ingerirse la carne humana como particularidad ritual, se vomitaba, pues resultaba abominable. El endocanibalismo, se consideraba parte de los rituales asociados a la fertilidad agrícola. Todo lo cual puede concluirse con la sentencia de que el canibalismo practicado era una lógica cultural peculiar de algunos grupos amerindios, nunca un hábito alimentario, nunca generalizado a todas las culturas y grupos humanos, ni siquiera a todos sus integrantes. El canibalismo atribuído a los indios caribes, de lo cual hasta los caribeños estamos convencidos, es un invento más. Jean-Baptiste Labat, más conocido como Pére Labat, explicaba en sus crónicas Viajes a las Islas de la América, publicadas en 1722:

Es un error creer que los salvajes de nuestras islas sean antropófagos y que vayan a la guerra expresamente a hacer prisioneros para hartarse con ellos o que, habiéndolos apresado sin esa intención, se sirvan de la ocasión que les ofrece el tenerlos para devorarlos […] Es cierto que cuando matan a alguien acecinan sus miembros y llenan jícaras con su grasa, que llevan consigo, pero es como un trofeo y una señal de victoria y de su valor, más o menos igual que los salvajes del Canadá se llevan las cabelleras de sus enemigos cuando los han matado […] Lo repito una vez más, si acecinan algunos miembros de los que han matado es para conservar

17 Véase El Dios de la Lluvia llora sobre México, novela en dos tomos de László Passuth. Editorial Arte y Literatura. 1975. 18 Emilio Serrano Calderón de Ayala, Indios y Criollos. (Lecturas para cualquier criollo). Ediciones Casa de las Américas. 1992. p. 301.

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más tiempo la memoria de sus combates y victorias y animarse a la venganza y a la destrucción de sus enemigos, y nunca para hartarse.19

Pero para una Europa crédula e inquisidora bastaba la más mínima mención de un acto de canibalismo para que de la noche a la mañana todos los amerindios lo practicasen, y esto pese a las explicaciones detalladas que posteriormente brindaron otros testigos y protagonistas de la conquista. La necesidad de riquezas que perseguía al aventurero europeo, alentada por justificaciones que abogaban por no considerar como seres humanos a los ultrajados indígenas, para explotarles y aniquilarles a conveniencia y a consecuencia, hizo que estos aceptaran las ideas de Colón y demás propagandistas sobre las bestiezuelas indias. La cuestión de si estas bestias eran caníbales y tenían alma, o si eran hombres inferiores, estuvo y ha estado definiéndose desde entonces y en cada momento de nuestra Historia.

Durante la colonización, España hizo en América un experimento de utopías sociales y económicas. Esas que conocieron en la península antes de la expulsión de los judíos y los moros. América era el lugar ideal, lejos de la Corona Metropolitana, para ensayar lo que en el viejo continente no podía tener lugar. Y ello se constató en el mismo siglo de la conquista.

Desde 1560 existía el decreto real que prohibía imprimir y vender libro alguno sobre la Historia de las Indias Occidentales sin previa autorización real, sin embargo en 1546 ya México tenía una imprenta. En América se imprimieron libros prohibidos en Europa. En 1641 el monarca español prohíbe que se impriman en América libros de historia. Felipe IV indica que absolutamente nadie podía traerse a la América libro alguno de la materia proscrita, sin previa autorización. En 1778, período que corresponde a la Ilustración Europea, se prohibió por real voluntad, que los nativos y pobladores de América estudiasen o escribiesen sobre algún tema relacionado con las colonias. Incluso en el siglo XIX continuaron las mismas restricciones. Sin embargo, en América se fundaron un gran número de universidades no equiparable al de la península. Acá se hicieron reformas arquitectónicas, jurídicas, se tomaron licencias artísticas, todo lo que los españoles no podían hacer en España lo experimentaron en América. Las colonias inauguraron la política de vivir jugando ante las imposiciones emitidas desde el centro. España no estaba lista para las potencialidades de América, ni siquiera supo qué hacer con las riquezas que nos arrebataba. Todo el oro y la plata extraídos de las colonias americanas fueron a parar a manos de las potencias europeas industrializadas: Inglaterra y Holanda. España no tenía industrias para elaborar las mercaderías suficientes. Su cultura y estructuras económicas se basaban aún en los conceptos de hidalguía, nobleza y posesión de tierras. España tuvo las riquezas para convertirse en la primera potencia de la época, sin embargo, mantuvo su sistema feudal y con ello comenzó su decadencia. Un reino con tales estructuras socio-económicas no podía menos que molestar a sus colonias. Cuando estas alcanzaron un desarrollo social, cultural y económico notable, cuando sus

19 Jean-Baptiste Labat, Viajes a las islas de La América. Editorial Casa de las Américas, Colección Nuestros Países, Serie Rumbos. Ciudad de la Habana, 1979. p. 195.

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nacionales comenzaron a reconocerse, a exigir que se les reconociera, y a valorar sus riquezas y posibilidades, España parecía una anciana caduca que trataba de aferrarse ciegamente a un mundo que se le había adelantado y escapado de las manos. Las armas de la conquista poseían el filo de las distopías, asesinaron al indio, desarticularon sus culturas, destruyeron sus utopías y marcaron el nacimiento del subindio o indígena discriminado, convertido en un animal. Las voluntades de alcanzar un esplendor y un grado de libertad socio-cultural, patentizadas en la colonia, estaban poseídas por las utopías del poder empezar de nuevo, sin tomar en cuenta que el recomenzar de las historias del hombre europeo negaba la existencia y la continuación de las historias del indoamericano. De esas utopías nació el criollo hispanoamericano, nació Latinoamérica. Posteriormente también se le negaron los derechos al mestizo, al criollo, al hispanoamericano. Entonces se hizo impostergable la necesidad de la independencia, pero solo de la independencia señorial, pues se mantuvieron los mismos esquemas sociales y económicos. Las independencias latinoamericanas conservaron su cordón umbilical con el viejo continente. Los próceres independentistas del Sur se habían formado en Europa, habían servido a Europa, y acá trasladaron sus proyectos e ideas más avanzadas. De su imposición en otros contextos nacían otras utopías, las de la independencia.

La doctrina de la autonegación del alma

A los ojos del cristiano que llegaba a la América colonial o del que se quedaba en Europa los indios eran paganos, idólatras y caníbales, desconocedores de Dios, de Cristo y de sus mandamientos. Habrían de pasar varios siglos para que la cuestión de la humanización de los indios se considerara por un mundo, que al hacerlo, comenzaba a replantearse las condiciones de civilización y de barbarie, de hombre natural y de sociedad, aunque se hiciera, lógicamente, con un prisma occidentalizado. Sin embargo la colonización y el aniquilamiento del amerindio no han terminado, aún se continúan escribiendo páginas en nuestras propias tierras. Al indio se le sigue exterminando, profanando sus pequeños reductos y culturas sobrevivientes, invadiendo injustificadamente su entorno, y saqueando sus únicas riquezas: animales, aire, aguas y floresta. Se les ofrecen comidas envenenadas, se contaminan sus aguas, se diseminan enfermedades entre ellos, son considerados un problema en cualquier país de Latinoamérica, y todo ello es practicado por los propios latinoamericanos. Se les prostituye su cultura para alentarlos a la confusión, al éxodo hacia ciudades con esquemas sociales que no comprenden y en donde no pueden insertarse, terminan transformándose en parias, en «socializados» que se alienan. Vivimos en una América con un actual problema indígena que sienta sus bases discriminatorias desde el mismo descubrimiento, cuando se comenzó a deformar la apariencia de nuestra realidad autóctona, a sobrevalorar nuestras riquezas y a subvalorar a nuestros antiguos y legítimos pobladores.

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Las consecuencias de todo este encubrimiento y mistificación, en su momento y a largo plazo, han sido irreparables: aniquilación cultural, de la expresión artística, idiomática, cimentación de economías subdesarrolladas sometidas desde sus inicios al saqueo metropolitano, exterminio de los amerindios, discriminación y alienamiento indígena. Por citar un ejemplo podemos decir que la población amerindia, a la llegada de los europeos, se estimaba en 150 millones de habitantes, de ellos perecieron unos 70 millones en menos de un siglo. Se considera al hecho, según Walter Krickeberg en su libro Etnología de América, como «la mayor catástrofe demográfica en la historia de la humanidad», superando con creces lo que fue la segunda Guerra Mundial. Las epidemias de gripe, de tifus y de viruela traídas por los europeos, y las historias fantasiosas que hicieron correr entre ellos mismos y en el continente allende los mares, fueron las verdaderas asesinas del mundo precolombino. En 1987 apenas llegaban a 43 millones. En el año 2000 se estimó en unos 26,3 millones, la mayor parte de ellos viviendo en Bolivia, Ecuador, Guatemala, México y Perú. Sólo el 1,5% vive en estadio tribal en países como Brasil, Colombia, Panamá, Paraguay y Venezuela. En la Amazonía sobreviven en mayor número, sus vidas se sostienen en el intercambio constante con su medio ambiente, viven de la caza, la pesca y la recolección de raíces.20 Cada vez quedan menos, la voluntad de eliminarlos definitivamente no se diferencia mucho de las ideas fascistas de superioridad de la «raza». Aún en nuestros días se continúa alimentando la idea o la imagen del salvajismo americano en el Viejo Continente y en todo el mundo desarrollado. Todavía se cree que nuestros indígenas fueron y son una partida de caníbales belicosos, idólatras, herejes, humanos inferiores, incluso, muchos de nosotros, ingenuamente occidentalizados, lo creemos. Creemos y damos por sentado tantas cosas que bien nos han enseñado a repetir, como buenos papagayos. Hace 36 años que Galeano nos advirtió en un ensayo pequeñito, perteneciente a un libro monumental, que los indígenas del altiplano boliviano lucían, como trajes tradicionales, una vestimenta impuesta por el monarca español Carlos III a fines del siglo XVIII, y que los peinados de las indias, con la raya al medio, también fueron obras de la imposición, en este caso de un virrey llamado Toledo.21 ¡Y esto ocurre en un país en el que aproximadamente el 45% de la población la componen los indígenas! ¡Cuán mezclados están veracidad y mito en lo concerniente a la valoración de los indígenas y de sus culturas! ¿Quiénes son nuestros indígenas en realidad? Y, ¿cuáles son sus propiedades culturales? Para entender su verdadera naturaleza hay que discernir sobre qué es un indoamericano. Persiste la confusión en el reconocimiento del indígena. La mayor parte de las veces consideramos como tal al no-indio o indio socializado, integrado a las sociedades latinoamericanas. Ese que ha sido desplazado al eslabón más bajo de una sociedad en la que sus raíces culturales no se aferran. Cuya cultura ancestral sobrevive desmenuzada y ha sufrido un proceso de hibridación; no es un indoamericano, es un descendiente, un

20 Pueblos Indígenas americanos, Enciclopedia Microsoft® Encarta® 2000. © 1993-1999 21 Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina. Editorial Casa de las Américas, Colección Literatura Latinoamericana. Ciudad de la Habana, 2004. p. 87.

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eslabón común entre Indoamérica y Latinoamérica. El verdadero indoamericano es aquel que continúa viviendo en su propio grupo y sociedad, en pequeñas reservas en las selvas, es aquel que hereda y desarrolla sus peculiaridades socio-culturales sin la intervención nacional. El contacto con el hombre blanco o con el mestizo o con el indio socializado, comienza a marcar su propia muerte. Y debemos entender esta diferencia para poder responder a las necesidades del uno y del otro, para poder entender las estrategias de exterminio, de subvaloración y de humillación que se han venido desarrollando durante siglos en la América nuestra y por nosotros mismos. A los indios socializados los han desplazado de las tierras de sus ancestros, en este proceso de expropiación han encontrado, en la asimilación de las leyes y esquemas sociales de la civilización dominante, una forma de sobrevivir. Dejar de ser, y transformarse en lo se espera, se necesita, o se depara para él, es la firma de la sentencia de muerte de su condición de indoamericano, es adquirir la patente de la semejanza, del parecerse al Otro, aunque el Otro solo le permita parecer y no ser, no participar de los beneficios de su propuesta socio-cultural. A esta clase de indio se le explota miserablemente, se le subvalora, se le ha impuesto la postración a los pies de una sociedad que lo utiliza para los peores trabajos, si es que hay plazas vacantes. Se le arma y se le manda a la guerra, a dejarse matar por derechos a los que él mismo no tiene derecho, por intereses que no le toman en cuenta y que desconoce. Se le emborracha y endroga desde hace siglos, desde la conquista, y ahora el pobre ser masca las hojas de coca y se envenena con aguardiente para engañarse a sí mismo, a su hambre, a su estado deprimente, a su miseria y a su propia realidad. Se le engaña, se le arrebata su condición humana, se le ha expropiado hasta de sí mismo. Vive un proceso de negación constante, en el que las sobrevivencias de su cultura son vistas como una curiosidad bárbara, aunque habría que redefinir en donde está la curiosidad. Tal vez lo que ellos defiendan como supervivencias desarticuladas de sus restos culturales no son más que invenciones e imposiciones del Otro en su proceso de conquista y aculturación. Estos indios socializados son los que sobreviven como parias en los suburbios de las ciudades, y los que ocupan, con suerte, los empleos peor pagados. Son los que viven el engaño diario de los terratenientes y de los comerciantes en las zonas rurales. Los que se insertan en una sociedad nacional que los discrimina y que nada tiene que ofrecerles. Son aquellos por los que se están implementando procesos de cambio en Bolivia, en Venezuela y en Ecuador. Son los que se reunieron en el Encuentro Internacional Indígena, realizado este mes de octubre en las ruinas incas de Tihuanaco, al que asistieron el presidente Evo Morales y la luchadora Rigoberta Menchú, para pedir a los gobiernos latinoamericanos, incorporar a sus legislaciones la Declaración de los Derechos de los Pueblos Indígenas, recién aprobada por la ONU. Estos son los indios socializados. Debemos aprender a reconocerlos, a ellos pertenece una cultura peculiar, representativa del proceso de transculturación. La Declaración aprobada reconoce los derechos y el respeto a la diversidad cultural, a preservar el legado de nuestra historia en aquellos que son sus testimoniantes o sus

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descendientes. En el año 2005 la Comisión de Derechos Humanos proclamó que “los derechos culturales son parte integrante de los derechos humanos, que son universales, individuales e interdependientes.” También en ese mismo año la Asamblea General de las Naciones Unidas afirmó: “la importancia para todos los pueblos y naciones de mantener, desarrollar y preservar su patrimonio cultural y sus tradiciones.” Pero dentro de todas estas declaraciones, resoluciones y pronunciamientos, los países latinoamericanos, fundamentalmente los que se catalogan como pueblos testimonio, deben encontrar las diferencias y necesidades entre los indios socializados y los indoamericanos, para poder articular políticas diferenciadas que les respeten y preserven como una pluralidad de culturas. No nos dejemos embaucar otra vez por las utopías del Indigenismo. Su proyección paternalista pretende ayudar a las comunidades indígenas, los considera una cultura homogénea que necesita acercarse poco a poco al modo de vida occidental. Considera que todos somos iguales sin importar nuestra condición, este es un principio socialista que hay que redefinir si se pretenden edificar los socialismos en Latinoamérica. Étnicamente hablando en nuestro continente conviven una diversidad de grupos indoamericanos, los indios socializados, los mestizos, los blancos, los asiáticoamericanos y los negroamericanos. El Indigenismo se puede confundir con la buena voluntad que crea instituciones y leyes para salvaguardar los intereses indígenas. Mucho cuidado, son las diferencias las que nos identifican. Si las ignoramos, dejaríamos de reconocer la existencia de algunos de nosotros y estaríamos practicándole amputaciones a nuestra historia, a nuestra realidad y a nuestro futuro. A los indoamericanos que viven ocultos y aislados en pequeñas reservas naturales les ha tocado una historia de asesinatos y de continuas invasiones. Desde la conquista se legalizó su exterminio o su conversión forzosa, cuyo resultado es el no-indio o indio socializado. Morían como moscas por las enfermedades traídas por los europeos, todavía siguen muriendo con la diseminación de las mismas enfermedades iniciales. Hay otras formas de matarlos, algunos deciden ametrallar desde el aire sus aldeas, o arrojarles dinamita, o más dulcemente, obsequiarles azúcar mezclada con estricnina, también existe la variante salada, ofrecerles sal con arsénico.22 Que sí, que ha sido en algún momento como un deporte nacional, un entretenimiento, la forma más sencilla de expropiarlos de sus tierras para cambiar la naturaleza por dinero. Los indoamericanos viven en perfecta armonía con su medio ambiente, el mundo civilizado los destruye, los extermina y luego se reúne en congresos, escribe artículos, ensayos como este y da votos a la idea de que un mundo mejor es posible. Condenamos a los países que no firmaron el protocolo de Kyoto, instrumentamos políticas de reforestación, pero deforestamos los territorios que les arrebatamos a los indios muertos o expulsados, los transformamos en dinero o en energía, que es lo mismo, pero limpia, una energía que no contamine… ¡Qué aciertos tenemos! Acertados están los propios indígenas que constituyen el único ejemplo en el mundo de

22 ídem. p.91.

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convivencia en armonía con el medio ambiente. Deberíamos aleccionarnos y no aleccionarlos. Las aldeas indígenas desaparecen constantemente, con nuestra inacción como respuesta. Entre 1981 y 1983 desaparecieron 440 y se exterminaron a todos sus habitantes. ¿Qué legado estamos protegiendo? O acaso la política que se sigue es reconocer a las culturas amerindias una vez que han sido borradas del mundo de los vivos. Tal vez se pretenda que así sobrevivan, de hecho no les estamos dejando lugar. En el Paraguay se hablan dos lenguas oficiales: el español y el guaraní, sin embargo, quienes no hablan el español son considerados como animales. En julio de este año, los animales que no hablan guaraní, destruyeron el último refugio de los indígenas ayoreo-totobiegosode, quienes ocupaban una franja de bosques, limítrofe con la frontera de Bolivia. ¿Motivos? Desarrollar las industrias del caucho, maderera, del petróleo y del oro.23 En la desnuda paradoja civilización y barbarie, ¿quiénes son los civilizados y quiénes son los bárbaros? Lo salvaje no está propiamente en lo salvaje, sino en la expresión más acabada de no serlo. Se ha llegado al colmo de pesar y describir el cerebro de un indígena para demostrar que no es como el de los hombres blancos, y definir científicamente su inferioridad. A los descendientes que intentan socializarse se les ha considerado retardados mentales por no lograr expresarse correctamente en el idioma oficial del país en el que viven. Es loable lo que se está haciendo por la alfabetización de los indios socializados en algunos países como Venezuela, Ecuador, Bolivia y Guatemala. Se han realizado con éxito los programas educativos Yo si puedo, en español y en algunas lenguas y dialectos autóctonos. Pero habría que analizarse qué se les enseña y por qué se les enseña justo ahora. Habría que enseñarles quiénes han sido, quiénes son y cuáles son sus derechos. Los medios de comunicación, sin los cuales se hace prácticamente imposible desarrollar hoy un proceso cultural, siguen patrones emitidos por los centros de poder. Los códigos culturales que transmiten muchas veces entran en contradicción con la defensa de los valores nacionales. Tenemos que tener en cuenta que nuestros indios socializados van pasando a una escala social que tiene acceso a los medios. Tenemos que alfabetizarnos también nosotros mismos, replantear algunos conceptos y dar cabida a otros nuevos. Las sociedades latinoamericanas están cambiando. El abordaje económico y cultural continúa, y ha sumado nuevas metrópolis y nuevas terminologías como las de neocolonias, transnacionales, libre comercio, globalización cultural. Vivimos en un mundo imperialista, neoliberal y globalizado, un mundo que continúa alienando al indígena, al indio socializado, al mestizo y al latino. América debe dejar de tratar a sus indios como las grandes potencias tratan a América Latina.

23 Periódico Granma. 26 de julio del 2007. Año 43/ Número 136. p. 7.

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El legado de las distopías

Como consecuencia inmediata de la realización de las distopías, a los indoamericanos se les impuso la anulación. Luego se decidió cristianizarlos para adoctrinarlos en el perdón, en la humildad y la sumisión, para canjearles un mundo celestial por el terrenal que poseían por derecho propio y pretender que se les hacía un favor. Las distopías encubrieron y aún encubren todo un mosaico de culturas, con tal acierto, que como por arte magia, han desaparecido centenares de pueblos, más de 70 millones de vidas y sus costumbres, sus contextos y hasta sus paisajes. Todavía hoy están desapareciendo, silenciosamente, o con el silencio e inacción de quienes nos percatamos de sus despedidas definitivas. Las distopías se declararon en leyes, ordenanzas, delimitación de naciones, adulteraciones de la historia y de la cultura. El establecimiento de virreinatos impuso fronteras, posteriormente replanteadas por las guerras independentistas del siglo XIX que auparon a las incipientes naciones; todavía hoy resultan un problema para la comunicación entre grupos indígenas de una misma etnia o cultura, sus hombres son detenidos en fronteras que no reconocen ni comprenden y hacia las que son empujados en desplazamientos forzosos. La transposición de esquemas económicos occidentales nos ha inculcado, durante siglos, la cultura del deudor, del productor de materias primas y consumidor de productos elaborados con nuestras propias riquezas. El ejemplo de estos tiempos es el canibalismo del TLC, que profundiza abismalmente las diferencias entre los países pobres y los países ricos. Con la firma de la Ley de Seguridad Agrícola, en mayo del 2002, el presidente Bush garantizó la exorbitante suma de 190 000 millones de dólares como subsidios a sus agricultores durante 10 años. El objetivo, además de garantizar la seguridad nacional, es el de llenarse los bolsillos con la venta de alimentos en todo el mundo. Al mismo tiempo se incita, como estrategia del Tratado, a los productores centroamericanos a sustituir la producción que garantiza la seguridad alimentaria nacional por la producción para la exportación.24 Lógicamente la competencia es demasiada y sus intentos terminan anulados y consumidos a precios irrisorios. Los países latinoamericanos terminan poniéndose en venta y canjeando todas sus pertenencias por las cuentas de vidrio y abalorios baratos que nos ofrece el TLC. No son pocos los industrialistas nacionales que de buenas a primeras afirman, que los terrenos que ocupan las pequeñas reservas naturales y los museables indígenas poseen

24 Givanni Beluche, Verdades Sobre los subsidios y el TLC. (Tomado de un artículo publicado en Ecoportal.net) Periódico Granma. 4 de septiembre del 2007. Año 43/ Número 234. p. 5.

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los recursos que son indispensables para el desarrollo económico, esta es la misma política del despojo que siguió en su momento el programa de la conquista. Por supuesto, las soluciones indican que los indígenas estorban. Nuestros gobiernos hacen suyos los problemas de los gobiernos y de las economías de los países del primer mundo. En América Latina, donde la mitad de la población come salteado, se valora convertir en combustible un porcentaje importante de la insuficiente producción de alimentos. Una vez más Latinoamérica está en desventaja. La cristianización de Indoamérica estableció definitivamente los mecanismos del poder político y social europeos. En medio de un mundo plural, complejizado aún más por la llegada posterior de africanos, asiáticos y europeos de diversas nacionalidades, otras formas de religión debieron sincretizarse para poder subsistir; las autóctonas sobreviven en los reductos indígenas y en algunas tradiciones culturales como muestra de un pasado borrado por la desvalorización y la amnesia. Los cultos animistas amerindios fueron propagandizados como festines en los que se practicaba la antropafagia. El cristianismo, cuya práctica en la Europa medieval de entonces debió haber llevado más cuerpos a la hoguera que víctimas a los sacrificios idólatras, apareció como religión sustitutiva y salvadora. Salvaba a los naturales de ir al infierno, el cual, a juzgar por los hechos, estaba reservado para los conquistadores blancos. Sin embargo, la Teología de la Liberación como proyecto social de cambio para las problemáticas latinoamericanas, parte de las doctrinas cristianas. El legado de las distopías en la formación de las culturas hispanoamericanas nos llevó, en primer lugar, a negar al indio, a aceptar las amputaciones y las versiones de una historia escrita por los vencedores, a vivir engañados de una parte fundamental de nuestra naturaleza, y a buscar desesperadamente en los procederes del Otro, las soluciones a los problemas propios. El legado de las utopías nos colocó en un tiempo distinto que pugnaba por salirse del control de las metrópolis. En esta lucha se llegó a las independencias, pero en vez de contemplarnos con ojos propios, lo que hicimos fue sustituirnos las metrópolis por oligarquías nacionales que emulaban la gloria y posición de la desalojada Europa. La historia de Indoamérica la han prostituido las distopías y los desaciertos utópicos. Ha sido y es aún tontamente reescrita por nosotros mismos con las buenas enseñanzas del Otro, o con la visión o los testimonios del Otro, que desde los inicios se preocupó por justificar, con más inventos, las acciones que cometieron en nombre de sus distopías. Llevamos tanto tiempo siendo lo que las persistencias y permanencias del Otro nos impusieron, que ya es imposible reconocernos sin advertir, en nuestra mismidad, la condición híbrida que nos enlaza indisolublemente con la otredad. ¿En qué nos hemos convertido? Galeano cita en su libro Las Venas Abiertas de América Latina: «La Historia es un Profeta con la vista vuelta hacia atrás». ¿Cómo sería la historia que nos contara el Profeta cuando volviese atrás su mirada? ¿Cuáles serían sus profecías o pronósticos para la América Latina? ¿Integración o imperio? ¿Nacionalidades o nacionalidad? ¿Mosaico cultural o cultura común?

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La historia de América es un invento. Continuamos siendo un conjunto de tentativas, y eso no es lo peor, nuestro mayor pecado ha sido no tener nuestras propias utopías y orientarnos por las que nos han sido impuestas. Pensar que la independencia política y económica garantiza el desarrollo de nuestras naciones. No nos estanquemos otra vez, como hicieron en el siglo XIX los independentistas europeizados, en la inercia y en el aislamiento. La independencia verdadera es la validación de las particularidades ideológicas, y de sus imbricaciones con las verdades históricas y con las identidades culturales de nuestros pueblos. Aún somos ingenuos. Todos los días nos levantamos y nos negamos el alma, nos arrebatamos los derechos y nos ponemos a reinventarnos una cultura, una sociedad y una ética en las cuales o nos intentamos desoccidentalizar y defender los supuestos valores nacionales, o nos occidentalizamos a conveniencia y en secreto, o sin darnos cuenta. ¿Acaso la occidentalización y la desoccidentalización no forman parte de las definiciones de nuestras identidades? Aceptemos eso. ¿Pensamos acaso que Europa o cualesquiera que sean los centros de poder, emisores de modelos sociales, filosóficos, culturales y económicos no se han americanizado, o latinoamericanizado en alguna medida? En los Estados Unidos viven millones de latinos y se habla el español como una segunda lengua que ya compite con el inglés, algunos incluso avizoran que podría oficializarse. ¿Qué sería de los Estados Unidos sin latinos? En el año 2004 el director Sergio Arau filmó una película titulada Un día sin mexicanos, la que recrea en divertidas escenas la inutilidad del mayor Imperio de la historia si desaparecieran de su territorio, definitivamente, los latinoamericanos. Tendrían que replantearse las economías agrarias, domésticas, incluso replantearse sus leyes y hasta la política exterior. En España, los sudacas, como despectivamente llaman a los latinos, se hacen con los empleos menores, invaden anualmente los mercados artístico y cultural, muchos de sus profesionales fijan allí sus residencias, aunque mantengan sus respectivas nacionalidades. El dilema de nuestras identidades se hace mayor porque existe una Latinoamérica viviendo fuera de América Latina. La otra calidad latinoamericana también debe tenerse en cuenta para la activación de sistemas socio-culturales que se correspondan con las verdaderas independencias. La Latinoamérica en el exilio es una consecuencia directa, la más preocupante, de la persistencia y sustentación social de las distopías y de las utopías del Otro que han enfermado a nuestros países. Las identidades culturales las hemos confiado a los que se preocupan por ellas, reconocemos sus verdades, publicamos sus libros, y les permitimos vivir en su otra izquierda. En América Latina existen dos grandes fuerzas de izquierda: una es la teórica-analista, la intelectual, esa que estudia y advierte, la otra es la práctica- ejecutante, es la que se traza un proyecto social revolucionario, de inmediata aplicación, moviliza a las masas y lo personifica. Con frecuencia esta última fuerza aplaude a la primera y apela a sus criterios con el sesgo de las circunstancias, pero en su protagonismo histórico y dominada por las urgencias sociales de modelos a desarrollar, termina por echar mano a

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teorías más universales y políticamente más creíbles, que gocen del conocimiento y del consenso popular, aún corriendo el riesgo de que estas teorías no se correspondan con las realidades latinoamericanas y tarde o temprano se conviertan en imposiciones de nuevas utopías.

Los peligros de volvernos distópicos Una de las tendencias recientes del pensamiento social en América Latina es el reavivamiento del socialismo. A finales de la década de los ’90 Venezuela experimentó, con el gobierno del presidente Hugo Rafael Chávez Frías, un proceso de cambio muy semejante al que 40 años atrás había comenzado la Revolución Cubana. Posteriormente se sucedieron procesos democráticos que llevaron a las fuerzas de izquierda a la presidencia en Brasil, Argentina, Chile, Bolivia y Ecuador. Se vive un momento de replanteo de los destinos de los muchos. Estamos en medio de grandes revoluciones sociales que tienden a importarse o a multiplicarse por condicionamientos propios, y extenderse a escala continental. El socialismo fue un camino para Cuba en medio de un mundo imperialista que intentaba sumergirla en su marea, un asidero necesitado para sobrevivir. El programa de cambios instrumentado por Fidel Castro y por los líderes de la lucha revolucionaria no mencionaba en sus inicios la alternativa socialista, aunque sí trazaba perspectivas análogas. En la construcción de nuestro socialismo tuvimos momentos para la importación manualista, tuvimos Realismo Socialista, tuvimos también una Política de Rectificación de Errores. Sólo con la caída del CAME, del bloque socialista de Europa del Este y de la URSS, concientizamos nuestras deficiencias y potencialidades. Comenzamos a desarrollar lo que en algunos esbozos habíamos insinuado como socialismo nacional. Con estos ejemplos es lógico que me asalten varias preguntas: ¿Qué alternativas se preveen para la segunda vuelta de la reconquista latinoamericana? ¿Se trata esta vez de alternativas propias o corremos los mismos riesgos de antaño, de importar utopías y de volvernos distópicos? ¿Qué consensos tenemos para la aplicación de tales alternativas? ¿Se trata de cambios esperados, condicionados por las realidades socio-culturales, o vivimos una irrupción catalizadora de tales procesos? El marxismo-leninismo y la aplicación de su proyecto socialista todavía están siendo replanteados, se han cometido errores de los que se saca el provecho de la lección y las promesas y cuidados de no repetirlos. Estos errores y estas lecciones provienen de los estrepitosos fracasos de los socialismos en Europa del Este y en la URSS, sin embargo, el sistema socialista persiste como una alternativa inmediata para cualquier revolución obrera y campesina. También existen precedentes más potables y optimistas, como los sistemas democráticos asiáticos, aún así… ¿se siguen modelos para la construcción del socialismo en Latinoamérica? ¿Qué modelos se toman como referencias? ¿En qué medida está preparada América Latina para asimilar lo que ya se discute en cumbres y congresos del área como socialismos del siglo XXI? Y, ¿qué ocurriría en estos sistemas con Indoamérica? Me refiero a las comunidades indígenas que subsisten ocultas o acorraladas y que no

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necesitan ni buscan contacto con las otras sociedades, con el mundo transculturado en el que vivimos. Rafael Correa, actual presidente ecuatoriano, en una intervención hecha el 23 de agosto del año en curso en el Foro Internacional Los Socialismos del siglo XXI, realizado en el Museo de la Ciudad de Quito, abogó por el socialismo.25 Posteriormente en una entrevista televisiva realizada en el aniversario de la caída del Che, afirmó, que las alternativas socialistas debían ser nacionales, pues «cada país es una realidad diferente». Advirtió además sobre la necesidad de no utilizar los referentes clásicos para la edificación acertada de los socialismos latinoamericanos. Con este acertado pronunciamiento elimina la posibilidad de la infiltración de las utopías occidentales en los proyectos de la izquierda ejecutante latinoamericana. Anda claro el presidente Correa, pero ha de tenerse un cuidado extremo antes de comenzar la carrera por las voluntades de cambio. No se debe olvidar ni limitar a la esfera cultural los juicios de la izquierda teórico-analista. En el último decenio han aparecido gobiernos de vocación integracionista que se afirman seguidores de las ideas de próceres independentistas como Bolívar y Martí. La izquierda intelectual ha publicado muy buenos libros, en los cuales se han analizado y discutido las deficiencias de los proyectos integracionistas del siglo XIX. El proyecto decimonónico de una América Latina unida jamás funcionó. Sin embargo, la izquierda ejecutante insiste en aseverar que existe una vocación integracionista porque «los líderes latinoamericanos se han dado cuenta de que tuvimos un pasado común». ¿A qué pasado común se refiere? ¿A la colonia? ¿A la conquista? O acaso se refiere a la Indoamérica? Pero es que en la propia Indoamérica las diferencias socio-culturales eran abismales, y las fricciones políticas se mantenían incluso entre los grupos que conformaban un mismo imperio. Ni la América indígena, ni la conquistada, ni la colonial, ni siquiera la de la primera independencia se proyectaron unidas o integradas. Los imperios maya, azteca e inca se estructuraron a partir de confederaciones de ciudades estados que interactuaban entre sí en las esferas económica y militar, pero que tenían independencia cultual y cultural. Este es el único ejemplo evidente y verdaderamente autóctono de integración en la historia de las Américas: el ejemplo de las confederaciones. ¿A este antecedente se refiere la izquierda política- ejecutante como pasado común? Porque los otros posibles pasados comunes fueron impuestos y modelados desde Europa, o protagonizados por las ideas occidentalizadas de líderes americanos, es decir, por utopías no correspondientes con las realidades socio-culturales de los pueblos latinoamericanos. En el siglo XIX, al cual se alude constantemente por sus proyectos y próceres independentistas, lejos de ocurrir una unificación americana lo que se evidenció fue una desintegración, como propuesta social, que condujo a las guerras contra las metrópolis y al nacimiento de las naciones. Sólo en el ideal común, las luchas por la independencia, se analogaron los pueblos latinoamericanos. Sin embargo, estas luchas no conquistaron la verdadera independencia, con el tiempo se constató lo fallido de sus proyectos sociales, entonces tuvieron lugar las guerras civiles. Unas guerras que dividieron aún más a las

25 Socialismo del siglo XXI frente al neoliberalismo, contrapone Correa. Periódico Granma. 24 de agosto del 2007. Año 43 / Número 202. p. 4.

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incipientes naciones latinoamericanas, replantearon sus fronteras, expropiaron a los indígenas de sus territorios, y de paso aprovecharon para exterminarlos, basten los ejemplos de Uruguay y de la Patagonia argentina. No era suficiente con las buenas intenciones de los libertadores, convenía la aplicación de un modelo social consecuente con la realidad imperante en cada región. El sueño de la izquierda ejecutante es viabilizar el sueño de Bolívar de una patria única: la América Latina, o al menos, la América del Sur. Hay contradicciones entre este planteamiento, entre este sueño y el reconocimiento de la pluralidad cultural, social e incluso histórica de las naciones latinoamericanas, lo cual conduce a una pregunta capital: ¿Cómo entender la idea de la construcción de los socialismos americanos en una gran patria única? Nuestra realidad es demasiado compleja para admitir simplificaciones y procesos de homogeneización. «¡Así pues, nunca simplifiquemos!», nos alerta Sastre, el comunista vasco, el marxista español. La URSS y los países socialistas de Europa del Este, junto con sus proyectos de Democracias Populares, cayeron por sus insistencias manualistas y por la importación de los mismos modelos en sus repúblicas, otro tanto de responsabilidad tuvo su programa integracionista de carácter homogéneo. Cuando al final Gorbachov lo comprendió y hechó a andar la Glasnost que dio vida a la Perestroika, ya era tarde. La homogeneidad es un fantasma que ronda por estos tiempos y que puede aparecer y trastornar tanto al sueño de la mundialización o globalización, como al sueño de la integración. El pensamiento único como dominancia es alienante, exclusivista, subvalora y elimina las particularidades. El lenguaje único es mimético, avasallador, y más que lenguaje es una jerga hueca que niega la posibilidad del cambio y del desarrollo, porque no tolera las diferencias. Es importante reconocer las diferencias y tenerlas en cuenta en la instrumentación de programas de cambio, de proyección socialista, para la América Latina. Sobre el peligro de una sociedad homogénea, sin contrastes ni diferencias me permito citar a Alfonso Sastre, una vez más, en el diálogo con su sombra:

La Sombra.- ¿Allá donde no hay diferencias aparece la muerte? ¿O incluso la falta de tensiones, de niveles, de oposiciones, es la muerte? Pero entonces, ¿adónde vamos con la clase única, o sea, con la «sociedad sin clases» de la utopía comunista? ¿No seria definitivamente el final de la dialéctica y, por tanto, el final de la historia? ¿Habría que refugiarse en las diferencias culturales, nacionales, para salvar la vida de la especie humana contra la entropía? Pero, no habiendo clases, ¿habría, sin embargo, naciones? ¿No se hundirían las diferencias culturales y nacionales con la desaparición de las clases? La desaparición de las clases, ¿no sería una gran catástrofe? ¿Y no es por eso por lo que nosotros, en la cuestión de las naciones, apostamos por las diferencias y su reconocimiento político?26

Sastre señala en su discurso la aparente incongruencia que puede existir entre el seguimiento de un proyecto social socialista, que propone el proceso de la erradicación de

26 La Batalla de los Intelectuales…op. cit. pp. 32-33.

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las diferencias de clases, y el asunto de las diferencias culturales como identidades verdaderas de las naciones. Esta cuestión se resuelve desde una integración confederada, con unas relaciones internacionalistas, de ayuda, de cooperación y participación conjunta en proyectos comunes. Una integración que contemple en sus relaciones y en el seno de cada una de sus sociedades, el respeto y protección de las diferencias culturales, étnicas y sociales. Y me estoy refiriendo ya directamente a los países latinoamericanos, a sus vocaciones integracionistas y decisiones de construir los socialismos auténticos del siglo XXI. Me refiero al lugar inviolable y a la comprensión total que se debe tener de los grupos amerindios, de los indios socializados, de los mestizos, blancos, negros. Me refiero a esa raza cósmica que implica no solo particularidades raciales, sino más bien de cultura.27 Aunque el mismo Vasconcelos se pronunciara, durante los años en los que ocupó la cartera de Ministro de Educación, por una revolución de la enseñanza, que contemplaba la alfabetización popular, rural, urbana, técnica e indígena. Una vez más el riesgo de resultar paternalista y defender los humanitarios principios del Indigenismo. El presidente Hugo Chávez advierte que el destino de los pueblos latinoamericanos, si quieren construir un mundo mejor, es el socialismo. Llega a establecer una definición para la justicia social: Socialismo o Barbarie, ya dicha, hace unos años, por el mismo Sastre: Comunismo o Barbarie. Puede ser cierto, si por barbarie entendemos pillaje y explotación, entonces está bien, socialismo, pero un socialismo en el que se reconozca que no todos somos ni debemos ser iguales en todos los sentidos. Y no hablo de la diferencia de clases, me refiero a la diferencia de culturas, de estadios y proyectos sociales, de religión, de lenguas. No somos un solo pueblo, aunque hemos tenido pasajes comunes en nuestras historias. En 1978, el entonces Presidente de la UNESCO Amadou-Mahtar M´Bow afirmaba: «Toda visión del mundo que exija un reequilibrio de fuerzas e influencias sólo parece que pueda basarse en un diálogo abierto y fecundo dentro del respeto total a los demás, es decir, tomando en consideración la dignidad de cada uno, o, en otras palabras, la especificidad cultural de cada pueblo».28 En América Latina hay alrededor de 600 grupos indígenas diferentes, con sus propias lenguas y dialectos. Somos un mosaico, un poliedro cultural. De seguir por los senderos del socialismo, entonces hay que aceptar el juicio del presidente Correa cuando habló de los socialismos, y dimensionar dentro de cada uno de ellos, el papel y el lugar de cada cual, articular políticas que impliquen y respeten las diferencias, no que las suplan en proyectos de homogeneización. Correa afirma que el socialismo en América Latina tiene como gran reto presentar una nueva concepción de desarrollo, “en la que se busque vivir bien, no vivir mejor, para lo cual hay que incorporar cuestiones como la equidad de género, regional o étnica.” 29

27 José Vasconcelos, La Raza Cósmica. 1925 28 Colectivo de Autores, Cultura y Sociedad en América Latina y el Caribe. UNESCO. 1978. p. 11. 29 Socialismo del siglo XXI…Ob. cit.

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Otra vez ronda el fantasma de la homogeneidad. Es cierto que es una verdad absoluta el hecho de que en la unión esta la fuerza, y desde el punto de vista económico y político, en la integración, o prefiero decir, en la internacionalización de las relaciones entre los pueblos latinoamericanos, está su única oportunidad de sobrevivir. Pero se ha de tener mucho cuidado cuando se proponen los destinos de un continente. Mucho cuidado con la respuesta histórico-cultural, con su asimilación. En nuestra aventura de encontrar soluciones propias, tenemos que concientizar, que estamos propensos, en todo momento, a dejarnos orientar por las utopías del Otro, que no se corresponden con nuestras verdaderas realidades. Debemos replantearlas desde una óptica plural, que es la nuestra, de lo contrario estaríamos dejándonos conducir, sin darnos cuenta, hacia las distopías. ¿Equidad de géneros en las sociedades amerindias que subsisten en la América Latina y en el Ecuador? Además… ¿de qué equidad de género hablamos? La igualdad de la mujer en cuanto a sus derechos sociales se concentra sólo en más responsabilidades, esta vez laborales, políticas, sociales, científico-culturales, pero en esencia, sus obligaciones sexistas continúan siendo las mismas, amparadas, según el acertadísimo juicio de Margarite Yourcenar30, en el Dios progreso, que les facilita tales ocupaciones, digamos que les brinda la posibilidad de realizar sus obligaciones con menor esfuerzo. La mujer continúa abocada en las labores domésticas, continúa cocinando, lavando la ropa, fregando, atendiendo a los chicos y preocupándose por los productos del hogar, claro, ya dispone de equipos eléctricos, autos, ordenadores, toda una serie de extensiones técnicas, pero en esencia sigue en el mismo lugar de siempre. En su afán por alcanzar la igualdad solo ha alcanzado más responsabilidad. Entonces… ¿cómo alcanzar la equidad de género en las sociedades latinoamericanas que están menos desarrolladas que los países del llamado primer mundo? ¿Cómo alcanzarla aquí donde no todas las mujeres tienen el amparo del dios progreso para ayudarlas a viabilizar sus responsabilidades? Donde asistimos, todos los días, a las noticias de sus misteriosas muertes en los pueblos del interior de México, y a la naturalidad e inalterabilidad pasmosa con las que se consume la noticia y se articula su respuesta. En medio de sociedades patriarcales, y más que patriarcales, machistas, ¿cómo instrumentar procesos de equidad de géneros? Y ni pensar en las sociedades tribales del Amazonas o de los Andes, es que incluso, en los grupos de los indios socializados ya sería una tarea bastante ardua. ¿Cómo advertirla en un país, en el que la conformación étnica de su población se corresponda, según las categorías etnosociales propuestas por el antropólogo brasilero, Darcy Ribeiro, con la de pueblo testimonio? Es decir, con un alto porcentaje de indígenas viviendo dentro sus fronteras, tales son los casos de Paraguay, Bolivia, México, Brasil. Para entenderla e implementarla tendríamos que resolver otro problema aún mayor: el de la equidad étnica. La equidad étnica es un problema no porque su reconocimiento lo implique, no es un problema nuestro multiculturalismo, es una peculiaridad, el problema está en la voluntad de igualar a todos sus componentes. Tal vez la solución no esté en igualarlos sino en brindarles a todos el mismo respeto, ahí estaría la posibilidad de igualación.

30 Margarite Yourcenar, Memorias de Adriano. Editorial Arte y Literatura. Ciudad de la Habana. 2001. p. 86.

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Al intentar integrar socialmente e igualar a la mujer indígena habría que otorgarle derechos y deberes que no comprende y que no le hace falta comprender, deberíamos transformarla y con ella a sus hombres, a sus hijos y a su sociedad. ¿Equidad étnica? Entonces se presupone que el indígena debe socializarse, es decir, tener los mismos derechos sociales que otras etnias en el seno de una sociedad otra, que no comparte ni prefiere. Una sociedad para la cual no tiene un esquema de vida a no ser el del indio socializado, propiciado por la deculturación y aculturación occidentalizada. Al transformarse se convierte en un fantasma de sí mismo, en una curiosidad social, en un eslabón perdido, a medio camino entre lo que siempre fue y lo que debe ser para sobrevivir en una sociedad que no le interesa. Una sociedad que en su preocupación por integrarlo y por reconocer sus derechos, le brinda, poco a poco, sus propias dosis de derechos, que de hecho son los que se le asignan y los que lo definen y protegen. Nuevamente a la izquierda ejecutante se le plantea el problema indígena como un estrato étnico que se debe proteger integrándolo poco a poco a la benefactora sociedad, sin advertir que actuando de esta forma, están subvalorando sus propios esquemas y proyectos sociales, y lejos de preservar a las comunidades indígenas las están llevando a un proceso de fosilización, no les están dando oportunidad de sobrevivir por ellas mismas, las condenan a desaparecer, a practicarse un sesgo socio-cultural que implica un mestizaje que terminará definiendo un no indio, un indio occidentalizado que utiliza la penicilina, estudia el idioma español, el inglés, participa de los problemas económicos y ecológicos de la nación, acata el catolicismo y vota por un Presidente. Un indio con preocupaciones que van más allá de convivir armoniosamente con su entorno natural. Un indio que aprende el significado occidental de la palabra indio o indígena y se autorreconoce como tal en un mundo que ya no es como siempre ha sido para él. De esta forma, parece que el indoamericano debe aprender a verse como el mundo lo ha visto y lo ve para poder mantener sus derechos y conservar su cultura. Una vez logrado esto ¿quién sería? ¿Acaso no nos damos cuenta que de integrar a los indoamericanos a nuestras sociedades, incluso al tratar de integrar sus comunidades estamos incurriendo en forzosos desplazamientos culturales y territoriales? Esta es y no otra la intención del Indigenismo. ¿Cómo serían las relaciones entre las comunidades aisladas de indígenas de culturas y lenguas tan diferentes? ¿Resultarían? ¿Cuáles serían las reservas o refugios establecidos para este tipo de intercambios? Porque se trata de reductos aislados geográficamente en medio de sociedades nacionales con miles de deficiencias y sinsabores. De existir integración deben existir espacios para ella, para facilitar su comunicación. ¿Cómo serían nuestras relaciones con esas comunidades? ¿Cómo tendrían que ser para evitar su contaminación cultural y social? ¿Desearían esas comunidades establecer intercambios entre sí y con las civilizaciones dominantes? Una vez más encuentro la solución en el respeto de las identidades y de las diferencias. Los mecanismos de igualación y de equidad deben insistir sólo en el respeto y en el tomar en cuenta nuestras realidades, necesidades y respuestas. La equidad regional se sustenta en el mismo respeto y consideración a la pluralidad de regiones y naciones latinoamericanas. Por integración y conformación de una patria única, prefiero decir internacionalización de las cooperaciones, o Confederación de Pueblos y de Naciones Latinoamericanas. Una Confederación que no actúe como potencia, que no emule por cualquier tipo de poder. Toda potencia es hegemónica, toda potencia es imperial. La propuesta de integración para las Américas, el ALBA, no funciona ni conviene

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que funcione como la Comunidad Económica Europea, allí sobreviven las identidades culturales trituradas, más bien como curiosidades culturales. El ALBA no debe ser un conglomerado de fuerzas, es un conglomerado de ideas diversas, de puntos de vista igualados sólo en los esfuerzos por el bien común. No nos olvidemos nunca de las jugarretas del chovinismo y más cuando se trata de la mancomunión de voluntades políticas que conforman un grupo de países. Los chovinistas, en su efervescencia de autodeterminación y de poder, no se reconocen y les atribuyen su chovinismo a otros. La propuesta integracionista para las Américas es una solución a sus problemas económicos y políticos, pero podría ser un experimento más de las utopías del Otro, o de nuestras distopías en los terrenos sociales y culturales. Ahora es momento de compartir reflexiones. El acierto de las ideas debe preceder a la enorme voluntad de cambio. Las dos izquierdas deben andar juntas, como la plata en las raíces de los Andes. No caigamos una vez más en las trampas de la Historia y en los engolosinamientos de utopías que no son propias. En América Latina todavía se celebra el 12 de octubre como el Día del Descubrimiento, Día de la Hispanidad o Día de la Raza. Siguiendo las enseñanzas del Otro podríamos establecer, al referirnos a nuestra historia, las categorías de Antes del Cristo Conquistador (A.C.C.) y Después del Cristo Conquistador (D.C.C.), y nos referiríamos al cristiano de espada, armadura y títulos de propiedad, otorgados por la divina providencia, que llegó para quedarse, sangrando al continente a cada minuto. Hoy, a 515 años del encontronazo cultural y de la victoria del desentendimiento, entendido como construcción de las distopías y de las otras utopías, existen peligros en las voluntades integracionistas para las minorías indoamericanas. De seguirlos, podríamos contribuir a su transformación definitiva o a su exterminio, y terminaríamos dándole la razón al general norteamericano Henry Pratt, cuando a finales del siglo XIX aconsejaba: “Matar al indio y salvar al hombre.” ¿Cómo desarrollar un proyecto social que tome en cuenta las complejas reflexiones de la izquierda intelectual? ¿Cuán difícil sería ponerlo en práctica y cuánto tardaría en hacerse comprender, institucionalizarlo y superar sus posibles deficiencias? Es cierto, sería una empresa difícil, pero con la activación de la izquierda intelectual, apoyada por programas articulados por la izquierda ejecutante, algo se podría lograr, podríamos andar con los ojos más abiertos que nunca, y con la voluntad de que andar es una decisión que respeta el tiempo de cada cual. El Presidente Chávez bien dijo el domingo 14 de octubre, en una alocución televisiva al pueblo cubano: “Caminan lento los indios, pero ahí llevan 500 años caminando.” Llevan 515 años después de la conquista, pero en realidad llevan milenios, y los herederos de esos miles de años caminados son los indoamericanos de hoy. Por sus andanzas y sus permanencias merecen la consideración de respetarles su tiempo, su espacio, sus lugares, sus formas de vida y sus sueños. Porque tienen sueños nuestros indígenas, tal vez sueñen con que el mundo del se esconden se salve de sí mismo. Con que los hombres que los destruyen se convenzan de que hace mucho tiempo dejaron de ser dioses y son tan seres humanos como ellos.

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América Latina debe reconocer y dejar vivir a la pluralidad de vidas que existen en sus fronteras. Debe dejar de orbitar, de una forma u otra, alrededor de las antiguas metrópolis, hoy centros de poder. El mundo occidentalizado está en Latinoamérica y viceversa, no nos dejemos arrebatar también nuestro hemisferio, geográfico y cultural. Debemos practicarnos la introspección y encontrar, fríamente, los verdaderos engendros de las utopías, aún cuando aparezcan engalanados con las mejores intenciones; las buenas intenciones no bastan cuando las realidades nos abofetean el rostro por seguir a las utopías del Otro. Llevamos más de cinco siglos volviendo la otra mejilla. ¿No sería mejor evitar la bofetada? No se trata de dejar de soñar o de desesperanzar a las esperanzas, se trata de encontrar la alternativa para vivir sueños propios y propicios en medio de un mundo insomne. Se trata de entender la calidad y las atribuciones de lo propio. Se trata de no tener que escribir, nuevamente, otra Utopía, y de que esta vez no nos inventen las historias. La imagen que Latinoamérica tiene de si misma es la de la pesadilla que el mundo ha soñado y sueña que ella es. Debe dejar de ser un invento y volverse real, que es lo mismo que reconocer sus pecados y confesarlos. Solo así podrá sobrevivir en un mundo globalizado que solo respeta a las verdaderas independencias. Un mundo en el cual patria es cultura propia, nos lo dijo Fidel Castro, muy acertadamente, hace unos años, en un discurso en defensa de las soberanías culturales.

Pavel Alejandro Barrios Sosa. Historiador del Arte. Curador. Centro Provincial de las Artes Visuales. Camagüey. Cuba. [email protected]

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