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Eduardo Sartelli (Dir.) Fabián Harari, Marina Kabat, Juan Kornblihtt, Verónica Baudino, Fernando Dachevsky, Gonzalo Sanz Cerbino Patrones en la ruta Ediciones r r El conflicto agrario y los enfrentamientos en el seno de la burguesía, marzo-julio de 2008

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Eduardo Sartelli (Dir.) Fabián Harari, Marina Kabat, Juan Kornblihtt,

Verónica Baudino, Fernando Dachevsky, Gonzalo Sanz Cerbino

Patrones en la ruta

Ediciones r r

El conflicto agrario y los enfrentamientos en el seno de la burguesía, marzo-julio de 2008

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© CEICS-Ediciones ryr, 2008, Buenos Aires, ArgentinaQueda hecho el depósito que marca la ley 11�23Printed in Argentina- Impreso en Argentina

Se terminó de imprimir en Pavón 1625, C.P. 18�0.Avellaneda, provincia de Buenos Aires, Argentina.Primera edición: Ediciones ryr, Buenos Aires, octubre de 2008Responsable editorial: Gonzalo Sanz CerbinoDiseño de tapa: Sebastián CominielloDiseño de interior: Agustina Desalvowww.razonyrevolucion.org.areditorial@razonyrevolucion.org.ar

Patrones en la ruta. El conflicto agrario y los enfrentamientos en el seno de la burguesía, marzo-julio de 2008 / Eduardo Sartelli ... [et.al.]. - 1a ed. - Buenos Aires : RyR, 2008. 200 p. ; 20x14 cm.

ISBN 9�8-98�-1421-18-3

1. Política Argentina. 2. Conflicto Agrario. CDD 320.82

El “conflicto del campo” puso sobre la mesa que la principal riqueza del país está en su producción agropecuaria. Mostró también otro he-cho evidente: que la gigantesca masa de recursos que ha enriquecido a todas las capas de la burguesía rural y no rural, no tocó ni de cerca a su verdadero productor, el proletariado, ya sea rural o urbano. El “paro” chacarero reveló, también, que cuando la burguesía se lanza a la lucha no escatima ningún esfuerzo ni desestima ningún método. Aquellos que denostaban los cortes de ruta y los piquetes, los adoptaron como propios a fin de defender adecuadamente su bolsillo. Muchas son las enseñanzas, entonces, que deja el episodio, en particular para los tra-bajadores de este país, como dijimos en otra ocasión, verdaderos convi-dados de piedra de un festín que se acaba. Este libro tiene por función exponer esas conquistas pedagógicas de la manera más clara posible.

Conteniendo un amplio análisis sobre los problemas agrarios, este libro no es una “cuestión agraria” argentina, al estilo Kautsky. Por dos motivos: no tiene la amplitud temática y la profundidad histórica que un ejercicio tal implica, por un lado; por otro, su objetivo es desen-trañar la naturaleza del enfrentamiento interburgués que mantuvo en vilo al país durante 129 días. Nuestro interés radica, entonces, en hacer explícitos los intereses y las contradicciones que operan a lo largo de su recorrido, su significado político, la experiencia que cierra y las pers-pectivas que abre, en particular para la lucha socialista.

Por esas razones, este texto se esfuerza por exponer resultados cien-tíficos del estudio de la realidad y no por dejar sentada una “opinión”. En este sentido, es el resultado de un trabajo colectivo, que recupera mucho de lo estudiado por el Centro de Estudios e Investigación en Ciencias Sociales en diferentes campos de la realidad argentina, pero que también muestra una capacidad de trabajo intensa, necesaria para

Introducción

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poder abordar temas complejos y una problemática extensa en poco tiempo. Más de veinte compañeros se concentraron, desde los prime-ros días del conflicto, en recabar información, revisar bibliografía y reconstruir hechos y procesos.1 La mayor parte de ese material estuvo rápidamente disponible y mucho también, por razones de utilidad o espacio, fue dejado fuera. Lo demás fue escribir y decidir el momento de la publicación.

Otro de los objetivos de este libro, además de los mencionados, es derribar los abundantes mitos y leyendas sobre el mundo rural que entorpecen la comprensión de los problemas y generan confusiones fá-cilmente utilizables por las facciones en pugna. De allí el énfasis puesto en contextualizar el problema en el tema más amplio que lo contiene (el capítulo 1, sobre la cuestión agraria), como en poner al día el cono-cimiento sobre la situación concreta en nuestro país (el capítulo 2, so-bre la cuestión agraria argentina). El capítulo 3 intenta revelar la matriz económica del conflicto, mientras que el cuarto se dedica al análisis del enfrentamiento mismo. Cierra el texto un quinto capítulo, con un balance de la actuación de la izquierda (PC, PCR, MST, PTS, PO), en el que se realiza una propuesta estratégica.

La necesidad del estudio científico de la realidad no es simplemen-te un mandato propio de todo aquel que pretenda actuar con cono-cimiento de causa. Dado el desconocimiento generalizado de buena parte de la sociedad argentina (lo que incluye a una porción sustantiva de la izquierda revolucionaria) de los problemas agrarios nacionales y de la centralidad de la producción agraria en cualquier diseño futuro, conocer de primera mano el mundo real se vuelve una necesidad impe-riosa. Sobre todo ahora que, como creemos los autores de este libro, la Argentina comienza a deslizarse hacia una nueva crisis. Como notará el lector, a pesar de que casi todo su contenido no tiene más antigüedad que pocos meses, algunos análisis ya se han quedado atrasados con respecto a la realidad inmediata, en particular aquellos que aludían al desarrollo de la crisis mundial. En la medida en que no afectan al análi-sis general, los hemos dejado tal cual, en particular, el capítulo 3, sobre todo porque lo que allí dijimos que pasaría está ahora desarrollándose ante nuestros ojos.

1Además de los nombres que figuran como autores del texto, por el tipo de com-promiso que tienen con su producción, hay que mencionar el aporte invalora-ble, como auxiliares de investigación, de Sebastián Cominiello, Emiliano Mussi, Cristian Morúa, Bruno Magro, Guillermo Cadenazzi, María Zabalegui, Mariano Schlez, Santiago Ponce, Romina De Luca, Silvina Pascucci, Agustina Desalvo, Roxana Telechea, Nicolás Villanova, Ianina Harari, Ezequiel Lezama y Damián Bil.

Creemos, entonces, poder aportar en algo, aunque sea modesto, a la comprensión de la realidad que queremos transformar. Al menos esperamos que el lector, luego de terminar estas páginas, sepa y quiera tomar distancia y sospechar de aquellos que hablan de campesinos, de atraso tecnológico, de semillas malvadas y terratenientes tremebundos, de feudalismo y oligarquías inexistentes. También creemos que podrá estar mejor preparado para rechazar tonterías aún mayores, como la de que en el campo siempre hay trabajo, que los chacareros son producto-res de algo y no simples parásitos y que el hombre de campo es “espe-cial”. Como verá, disfraces que pretenden ocultar una verdad mucho más cruel: explotación, miseria y, sobre todo, acumulación continua de riqueza en manos de quienes no la producen.

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Capítulo I

La cuestión agraria

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Es una idea propia del sentido común y de algunas orientaciones teóricas, que todo lo que vale para la economía en general, no vale, o vale menos, para el “campo”. El ámbito agrario resultaría extraño y resistente a las categorías propias del resto de la economía. De esta ex-trañeza brota ese problema histórico conocido como “la cuestión agra-ria”, un problema tanto teórico como político. El análisis del actual “conflicto del campo” remite, entonces, a una larga historia de análi-sis económico-social que es necesario recuperar a la hora de entender nuestro presente. Mucho más cuanto que las posiciones políticas que se asumen hoy, no sólo no son nuevas sino que hunden sus raíces en los orígenes del capitalismo. Antes de entrar en el análisis del conflicto mismo, entonces, repasemos una serie de conceptos básicos.

¿Qué es la cuestión agraria?

A fines del siglo XIX, la sociedad europea vivió el momento final de un proceso excepcional, propio de las etapas iniciales del capitalismo, que empalmaba con otro proceso parecido, pero normal y perfecta-mente consistente con su desarrollo histórico. Estamos hablando de la acumulación originaria y la concentración y centralización del capital.1 En efecto: la acumulación de capital presupone la existencia del capi-tal. Para “invertir” en medios de producción es necesario que éstos se encuentren disponibles: que la tierra, por ejemplo, pueda comprarse y

1Recomendamos al lector, para un tratamiento más amplio de los temas de este capítulo, la lectura de La cajita infeliz, de Eduardo Sartelli (Ediciones ryr, Bs. As., 2008).

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venderse libremente, pero que también haya obreros a los que ocupar. Es decir, presupone que las condiciones básicas y elementales del capi-talismo se hayan desarrollado: que existan ya la propiedad capitalista y la fuerza de trabajo. Dicho de otra manera: toda acumulación de capi-tal presupone una acumulación anterior. Pero, salvo que creamos que el capital es eterno, en algún punto de la cadena lo que no era capital se transformó en tal. Es decir, ha de haber una acumulación primera, una acumulación que no depende de otra anterior, una acumulación “originaria”. Ese proceso, constituyente del capitalismo, consiste en la expropiación del productor directo de los medios de producción: en el campo, el campesino tiene que ser separado de la tierra y trans-formado en asalariado. Para eso hay que destruir la sociedad feudal (o cualquier sociedad pre-capitalista) ya sea erosionándola en su inte-rior, por el avance de la propiedad capitalista en el mismo seno de la estructura agraria o, como en algún momento se hace indispensable, por la transformación del conjunto de las relaciones sociales, es decir, por la revolución. Históricamente, tales procesos se desarrollaron en cada país en forma diferente, pero en Europa siguió un patrón más o menos común: partiendo de la sociedad feudal, las relaciones capita-listas comenzaron a desplegarse en el mundo agrario para luego hacer explotar el conjunto de la vida social. Así sucedió en Inglaterra (1640) y en Francia (1�89), donde, a raíz de estas violentas conmociones, la burguesía toma el comando de la sociedad. Entre otras tareas, la más importante, para la burguesía que ha llegado al poder, resulta ser la continuidad y el despliegue de la acumulación originaria. Para media-dos del siglo XIX la acumulación originaria había culminado en ambos países y en varios más de Europa, pero estaba empezando en otros: España, Italia, Rusia, Alemania.

Terminada la acumulación originaria, nos quedamos con una serie de figuras sociales resultantes de la destrucción de la sociedad feudal: por un lado, los señores feudales desaparecen, expropiados o transfor-mados en terratenientes capitalistas; los campesinos se dividen: una parte de ellos, definitivamente expropiados, engrosan las filas del pro-letariado rural y urbano; otra permanece como propietario rural, ya sea con el trabajo de su familia o empleando asalariados. El campesino feudal se ha transformado, entonces, en pequeño burgués, burgués u obrero. Tanto el pequeño burgués como el burgués comparten el hecho de ser propietarios de los medios de producción y, por lo tanto, en ese aspecto, forman parte de la clase dominante. La diferencia entre ellos es importante: el pequeño burgués carece de medios de producción en la escala suficiente como para explotar obreros asalariados en gran magnitud. Por esa razón debe seguir aportando su trabajo personal (y el de su familia). Si su dotación de medios de producción es tan baja que no alcanza a cubrir las necesidades de su propia familia y algunos

miembros deben trabajar afuera, decimos que se trata de un pequeño burgués en vías de proletarización. Por el contrario, en el momento en que sus ingresos empiezan a depender de masas crecientes de plusvalía, estamos en presencia de un pequeño burgués en vías de “aburguesar-se”, es decir, pasar al reino pleno de los explotadores.2

El proceso de expropiación no se detiene, sin embargo, con la acu-mulación originaria. Lo que caracteriza al capitalismo es la “dictadura democrática” del mercado: el mercado es un terrible dictador, porque el que no llega con precios que representen una productividad avanza-da, tarde o temprano perecerá; es también muy democrático, porque no hace excepciones con nadie. De modo que ningún capitalista tiene ningún certificado que lo proteja de un fracaso económico. Al que le va mal, tarde o temprano pierde. Por esa razón, si el campesino, transformado en pequeña burguesía, es liberado del yugo feudal (o de cualquier otro yugo pre-capitalista), la tierra es liberada del campesino, en el sentido de que ahora puede ser expropiado de ella (en el siste-ma feudal el campesino no puede ser expulsado de su parcela). En el mercado dominan los más eficientes, luego, los que tienen escalas de producción mayores. La sola actividad del mercado produce, automáti-camente, traslaciones de valor desde los productores menos eficientes a los más eficientes. El resultado normal es la concentración y centra-lización del capital, es decir, la expropiación de los pequeños a manos de los grandes. La concentración y centralización del capital lleva a la formación de empresas cada vez más grandes. Menos capitales cada vez más poderosos se alzan sobre masas de pequeña y mediana burguesía que, no soportando la competencia, se pauperizan (pierden capital) y se proletarizan (dejan de ser capitalistas). La sociedad termina, enton-ces, dividida en dos polos: el de una burguesía cada vez más reducida en número pero más poderosa en capital y un proletariado cada vez más grande y más pobre. Esta es la razón por la cual recurrentemente observamos oleadas de pequeña burguesía, agraria y no agraria, im-pulsadas a la proletarización, que reaccionan contra tales tendencias desarrollando activas intervenciones políticas que representan un reto, tanto para la burguesía como para el proletariado.

En efecto, la cuestión agraria es el nombre histórico que recibió la combinación de los dos procesos que acabamos de explicar: el de la liberación de los campesinos y el de la expropiación de la pequeña burguesía agraria. Si la liberación se produjera rápida y violentamente, la expropiación se manifestaría como un proceso separado por unos

2Estas tres figuras de la pequeña burguesía suelen ser denominadas como “campesi-nos”, adosándoseles el adjetivo de pobre, medio y rico, respectivamente. Resulta en un error teórico que va más allá del “nombre” que se utilice, ya que genera nefastas conclusiones políticas, como veremos en el último capítulo.

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cuantos años de su precedente inicial. En Inglaterra, Francia y hasta cierto punto Alemania, se dio algo por el estilo; allí la cuestión agraria era sobre todo la expropiación de la pequeña burguesía y sus conse-cuencias. En Italia hubo todavía un componente de “liberación”, que fue más poderoso en España. En Rusia ambos procesos se potencia-ron decididamente. Fuera donde fuera, la cuestión agraria se volvió un problema serio para el conjunto de la vida política, en la medida en que las masas campesinas-pequeñoburguesas resultaban, si no la mayoría absoluta de la población, un porcentaje decisivo a la hora de las grandes tormentas revolucionarias. Esa es la razón por la que los partidos políticos de izquierda y de derecha se disputaron sus favores y es también la razón por la cual los clásicos marxistas de la cuestión agraria se escribieron por esta fecha.3 Donde la política proletaria logró colocar de su lado a las masas rurales, como en Rusia, la alianza de “obreros y campesinos” resultó la clave del triunfo. Donde la burguesía lo consiguió, el resultado fue el fascismo. Esa urgencia tenía la política agraria en aquellos momentos en los que un porcentaje muy elevado de la población vivía en el “campo” y, por ende, constituía una base de masas indispensable para cualquier política.

Ligado a esta cuestión se erguía el problema del programa más ge-neral. Es decir, ¿era aplicable el socialismo en el campo? Quienes po-nían en duda esta posibilidad, esgrimían un argumento que se repetiría muchas veces en el futuro: no se produce, en el mundo agrario, un proceso de concentración tan marcado y tan veloz como en el resto de la economía. Incluso, hacia fines del siglo XIX, en varios lugares de Europa parecía verificarse el fenómeno contrario, lo que habilitaba una pregunta todavía más complicada para la política socialista: ¿era la gran propiedad agraria más progresiva que la pequeña, tal como todo marxista aceptaría en el mundo industrial, o por el contrario, la mayor eficiencia estaba en manos de los “campesinos”? Werner Sombart, en-tonces teórico de la socialdemocracia, lo expresaba con agudeza:

“Si hay en la vida económica dominios que escapan al proceso de so-cialización y que escapan porque, en ciertos casos, la pequeña explotación adquiere en ellos la mayor importancia desde que es la forma más produc-tiva, ¿qué hacer? Tal es el problema que se plantea hoy a la socialdemocra-cia con el lema de la cuestión agraria. ¿Es que el ideal comunista, que se

3Véanse Kautsky, Karl: La cuestión agraria, Siglo XXI, México, 1984; Lenin: El desa-rrollo del capitalismo en Rusia, Ediciones Estudio, Bs. As., 19�3 y La cuestión agraria, Lautaro, Bs. As., 194�; Gramsci, Antonio: La cuestión meridional, Dédalo edicio-nes, Madrid, 19�8; Lafargue, Paul: Peasant Proprietary in France, en Marxist Internet Archive, y Engels, Federico: “El problema campesino en Francia y Alemania”, en esta misma edición. Por la misma época Émile Vandervelde escribe La cuestión agraria en Bélgica (189�).

funda en la gran explotación y con él su programa agrario ha de sufrir una modificación de principio frente al campesino? Y, si se llega efectivamente a la conclusión de que no existe una tendencia al desarrollo de la gran ex-plotación, que en el campo la gran empresa no es ya la forma más elevada de la producción agraria, nos hallaríamos frente a una cuestión decisiva: ¿Debemos comportarnos como demócratas en el sentido de enrolar en nuestro movimiento estas existencias fundadas en la pequeña explotación, modificando, por consiguiente, nuestro programa y renunciando a la fina-lidad comunista, o debemos permanecer como proletarios consecuentes, fieles al ideal comunista, y por tanto excluir estos elementos de nuestro movimiento?

He debido valerme de proposiciones condicionales (“si”, “pero”) por-que hasta hoy, por lo que a mí respecta, no he podido establecer con certi-dumbre ni la tendencia de desarrollo de la agricultura, ni la forma superior de la explotación agraria, ni si, en general, existe una determinada forma superior de explotación. Por lo que puedo entender, aquí se halla el límite del sistema de Marx: a mi modo de ver, las deducciones de Marx no se pueden transplantar al dominio de la agricultura, tales como han sido enunciadas. También acerca de los problemas agrarios formuló Marx pen-samientos de mucha profundidad, pero su teoría de la evolución, fundada en el acrecentamiento de la gran explotación y en la proletarización de las masas de cuya evolución brota necesariamente el socialismo, es una teoría adaptable sólo al desarrollo de la industria. Pero no lo es para el desarrollo agrario, por lo que estimo que sólo la investigación científica podrá colmar esta laguna que de cualquier modo existe.”4

Efectivamente, si la pyme agropecuaria fuera el modelo de eficien-cia, el socialismo carecería de sentido en el “campo”, toda vez que su-pondría no un avance sino un retroceso de las fuerzas productivas. Dicho de otra manera, la humanidad ganaría más con la propiedad privada que con el comunismo. La historia de la producción rural ha resuelto, con argumentos irrefutables, aquello de lo que Sombart du-daba. Hoy día ya han desaparecido casi por completo personajes como los que preocupaban a la socialdemocracia alemana, desde los viejos chacareros argentinos y los farmers americanos y canadienses, hasta los propios “campesinos” europeos. Hoy la agricultura y la ganadería son asunto de corporaciones gigantescas y hasta los llamados “pequeños y medianos” del campo pampeano, de los que hablaremos más adelante, son burgueses hechos y derechos, con tamaños que empalidecerían a sus antecesores de un par de décadas atrás. Kautsky, que escribió La cuestión agraria precisamente para atacar planteos como el de Sombart, no tendría que hacer mucho para refutarlo, más que llevarlo a una

4Citado por Kautsky, op. cit., p. 5.

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exposición de maquinaria agrícola. De todos modos, veremos, cuando hablemos del MOCASE, que estas cuestiones elementales tienen toda-vía lugar en algunas mentes que se suponen progresistas.

No obstante, la idea de que la pequeña propiedad era más eficiente a largo plazo y que daba lugar a un “dibujo” social más democrático, iba a tener larga vida. Para muchos intelectuales y políticos, desde Walt Whitman a Vía Campesina, o, pensando en ejemplos locales, desde Sarmiento a la CTA, pasando por Juan B. Justo, una sociedad demo-crática y dinámica sólo podía fundarse sobre el modelo “farmer”: el pequeño propietario independiente que pobló las praderas norteame-ricanas, supuesta base de la democracia y de la pujanza del capitalismo yanqui. La cuestión agraria aquí aparece bajo otra dimensión: la refor-ma agraria. Eliminar residuos feudales y dar la propiedad al campesino, es una cara de la misma moneda que ubica del otro lado la tarea con-traria, evitar la desaparición del pequeño productor en manos de las grandes empresas capitalistas. La reforma agraria, como arma defensiva de los pequeños productores rurales, es esgrimida, entonces, contra los resabios precapitalistas, promoviendo la liberación del campesino, y contra la nueva dinámica del mercado capitalista, tratando de evitar la expropiación.

Otra dimensión que podemos advertir en la “cuestión agraria” te-nía (y tiene) que ver con un problema económico de enormes con-secuencias políticas. Y es la creencia en que la gran propiedad (el la-tifundio) tiene efectos negativos no ya para la sociedad, sino para la economía. No era una invención nueva, todo lo contrario. Figuraba como caballito de batalla en el nacimiento mismo de la escuela clásica de economía. Efectivamente, ya David Ricardo había señalado a los terratenientes como los causantes de las tendencias hacia la crisis del capitalismo, una clase parásita que se apropiaba de una porción cre-ciente de la riqueza social. Obviamente, el programa que sale de aquí es, otra vez, la reforma agraria, como forma de abortar la crisis futura, pero también como instrumento para relanzar sociedades estancadas. Ese aspecto del problema se puso “de moda” en los ’60. Por izquierda, se llamó dependentismo. Por derecha, desarrollismo y Alianza para el Progreso. En todos los casos, se trataba de enfrentar la crisis económica y social relanzando la economía capitalista de los países atrasados elimi-nando lo que se suponía la gran traba del desarrollo económico, la gran propiedad latifundista, pre-capitalista o capitalista, pero siempre para-sitaria. Esta situación explosiva llevó incluso al mismo Departamento de Estado norteamericano, preocupado por la guerrilla rural, a ordenar una serie de investigaciones agrícolas en varios países sudamericanos

con el fin de encontrar recetas para la “cuestión agraria”.5 La Argentina también tuvo su cuarto de hora reformista, alentada por dos o tres dé-cadas de lamentos por lo que se juzgaba un inexplicable aletargamiento del otrora “granero del mundo”.6

Hay todavía dos dimensiones más de la cuestión agraria: la super-población y el problema ambiental. La superpoblación se volvió una excusa válida para explicar la creciente miseria que se amontonaba, en particular, en las grandes ciudades del Tercer Mundo. Es decir, la mise-ria se expandía no como consecuencia de nuevos procesos de acumula-ción originaria en la periferia capitalista, sino como un subproducto de una demografía descontrolada. Así fue que la esterilización masiva para el Tercer Mundo convivió sin problemas con la revolución verde.� La emergencia de la cuestión agraria gestó incluso un movimiento político propio, viejo en su inspiración (puesto que se basaba en las formas tí-picas de resistencia campesina) pero novedoso por la aspiración radical que lo impulsaba: el maoísmo.8 Con variantes más o menos indepen-dientes, el maoísmo fue la fórmula general de la resistencia campesina en la era de la Guerra Fría. Con diferentes nombres, castrismo, gueva-rismo, sandinismo o senderismo, la guerrilla campesina comunista fue la expresión, por izquierda, de la cuestión agraria “tardía”.

5En 1966-6� la Fundación Ford colaboró auspiciando diversas “radiografías del sec-tor agropecuario” en varios países latinoamericanos. En el caso argentino, Fienup, Darrell, Brannon, Russell y Fender, Frank: El desarrollo agropecuario argentino y sus perspectivas, Editorial del Instituto, Bs. As., 19�2.6La cantidad de textos dedicados a la reforma agraria o a proyectos por el esti-lo es abrumador. Sirvan de ejemplo, para América Latina los siguientes títulos: Astori, Danilo: Controversias sobre el agro latinoamericano, Clacso, Bs. As., 1984; CEPAL: Problemas y perspectivas de la agricultura latinoamericana, Solar/Hachette, Bs. As., 1965; Gutelman, Michel: “Reforma agraria y desarrollo del capitalismo”, en AAVV: Transición al socialismo y experiencia chilena, Rodolfo Alonso ed., Bs. As., 19�4; AAVV: Chile: reforma agraria y gobierno popular, Periferia, 19�3; AAVV: Estudios sobre el campesinado latinoamericano, Periferia, 19�4; García, Antonio: Reforma agra-ria y desarrollo capitalista en América Latina, UNAM, México, 1988; Matos Mar, José y José M. Mejía: Reforma agraria: logros y contradicciones, 1969-1979, IEP, Lima, 1984. Sobre la Alianza para el Progreso, Selser, Gregorio: Alianza para el Progreso. La mal nacida, Iguazú, Bs. As., 1964. �Véanse, por ejemplo, los informes del Club de Roma, como el libro de Dennis Meadows, Los límites del crecimiento, FCE, 1982 y el de Mesarovic y Pestel, La huma-nidad en la encrucijada, FCE, 19�8. En ambos casos, la primer edición es de los años ‘�0, 19�2 para el primero, 19�4 para el segundo. Las críticas no se hicieron esperar: AAVV, Imperialismo y control de la población, Periferia, 19�3.8Para esta relación entre maoísmo y campesinismo, véanse Hobsbawn, Eric: Rebeldes primitivos, Ariel, Barcelona, 19�4; Chesneaux, Jean: Movimientos campesinos en China (1840-1949), Siglo XXI, Madrid, 19�8 y Deustcher, Isaac: Ironías de la his-toria, Península, Barcelona, 1969.

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El problema ambiental ya está presente en los primeros análisis so-bre el desarrollo del capital en el agro, no hay más que recordar las re-flexiones de Marx en El Capital. Pero es un tema que, indudablemente, ha ido cobrando una presencia cada vez mayor, en la medida en que se extiende la frontera agrícola y que se industrializa la agricultura. La cuestión agraria aparece aquí como la reflexión sobre las posibilidades de un desarrollo “sustentable”, es decir, que no destruya las condicio-nes generales de la existencia de la vida sobre la Tierra.

Estas cinco dimensiones de la cuestión agraria (acumulación origi-naria, concentración capitalista, desarrollo económico, desocupación y sustentabilidad) han estado presentes siempre en su desarrollo históri-co y han vuelto a plantearse con mucha premura en los últimos veinte años. En los años ’80, se transforman en tema corriente el despliegue veloz de las transnacionales en el campo y la desaparición de las “estre-llas” del agro mundial, los farmers americanos,9 el fin de la autosufi-ciencia alimentaria de regiones enteras10, la expulsión de millones de campesinos hacia ciudades ultrapobladas, el estancamiento del merca-do mundial y la escasa capacidad de supervivencia de la agricultura en los países centrales11, más toda una nueva serie de transformaciones decisivas en la relación con la naturaleza., en particular, eso que dio en llamarse agricultura sustentable. Estos hechos colocaron a la cuestión agraria en tema casi de moda, si se recuerda la importancia periodística de la Ronda Uruguay del GATT, los sucesos de Chiapas, la Bolivia cocalera o la Conferencia de El Cairo sobre población y desarrollo, donde el neomalthusianismo ha vuelto a florecer, de la mano de una “progresista” preocupación por el aborto. El inicio del siglo XXI nos encuentra casi de nuevo en este último punto, agravado ahora con las tensiones del mercado mundial de alimentos producto de la deman-da ascendente de China y la India y de los bio-combustibles. Como veremos, a lo largo del libro todos estos problemas aparecerán como argumentos de una batalla de naturaleza bastante más mezquina.

¿Qué es la cuestión agraria, entonces? El conjunto de problemas asociados a las peculiaridades del desarrollo del capital en el agro.

9Burbach, Roger y Patricia Flynn: Las agroindustrias transnacionales en Estados Unidos y América Latina, Era, México, 1983.10Barkin, David y Blanca Suárez: El fin de la autosuficiencia alimentaria, Nueva Imagen, México, 1982.11Berlan, Jean-Pierre: “Capital accumulation, Transformation of agriculture and the agricultural crisis: a long-term perspective”, en Arthur MacEwan and Wiliam K Tabb (ed): Instability and Change in the World Economy, Montly Rewiew Press, New York, 1989; Friedmann, Harriet: “The Political Economy of Food: a Global Crisis”, en New Left Review, 19�, ene-feb 1993; McMichael, Philip and Myhre, David: “Global Regulation vs. the Nation State: Agro Food Systems and the New Politics of Capital”, en Review of Radical Political Economics, URPE, vol. 22, n° 1, 1990.

Como dichas peculiaridades han dado pie a confusión, es importante aclarar en qué consisten.

Las categorías básicas de la economía agraria

En el ámbito agrario, las categorías económicas son las mismas que operan en el resto del capitalismo, con la diferencia única de la impor-tancia mayor que la renta tiene en su interior. Efectivamente, lo que hay que explicar, como peculiaridad de la producción agraria, es la influencia que la tierra tiene en el movimiento del capital, es decir, el obstáculo que significa a la acumulación de capital. Damos por senta-do que el lector sabe lo que es la ganancia capitalista y de dónde brota y nos concentramos entonces en el problema de la renta agraria. Al igual que hace Marx en El Capital, presuponemos el dominio pleno de la tierra por la propiedad capitalista, quedando excluido, entonces, todo tratamiento sobre las formas no capitalistas de renta.12

En efecto, esa interposición de la tierra tiene consecuencias impor-tantes, porque no es un bien reproductible. Es el soporte material de la producción agraria y, como tal, no puede ser reproducida: el planeta tiene un tamaño finito. Si se acabó una tierra dada, porque toda su extensión ha sido ocupada económicamente, para hacerme cargo de la demanda en expansión, debo pasar a otra. Si pudiera reproducirse, si cuando necesitara más pudiera fabricarla, no habría ninguna especifi-cidad propia de la producción agraria. Esa situación da pie a la consti-tución de un monopolio por parte de los dueños de la tierra, porque a diferencia de otras condiciones de producción (el aire, por ejemplo), puede ser monopolizada, es decir, puede ser objeto de apropiación pri-vada. Que es monopolizable quiere decir que puede transformarse en propiedad privada, o sea, que pueden reivindicarse sobre ella derechos de propiedad. Por ejemplo, el derecho a no permitir su uso. Está claro que el dueño, el terrateniente, no ganará nada con ejercer este derecho. Que lo que le permite participar de la riqueza social es, precisamente, cederlo, lógicamente que a cambio de una porción de dicha riqueza. ¿Por qué debiera entregar gratis la tierra? En principio, porque no tiene valor: lo único que tiene valor en la economía capitalista es lo que con-tiene trabajo humano. Y la tierra, como tal, excluyendo “mejoras”, no lo tiene. Por eso el capitalista tiene que hacer una excepción a esa regla propia de la economía mercantil: las mercancías deben venderse a su

12Véase Sartelli, Eduardo: La cajita infeliz, op. cit. Los aspectos más específicos de la teoría de la renta son objeto de tratamiento en Sartelli, Eduardo: Tierra y Libertad, Ediciones ryr, en prensa. Obviamente, seguimos estrechamente la expo-sición de Marx en el tercer tomo de El Capital, en los Grundrisse y en las Teorías de la plusvalía.

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valor. Como la tierra no tiene valor, en sentido estricto, el precio de ese derecho a la tierra es el resultado de un hecho de fuerza, de la fuerza del monopolio. ¿Por qué el capitalista permite tal extorsión? Porque el capital presupone la propiedad privada, razón por la cual violentar la propiedad privada del suelo es violentar un principio constitutivo de la sociedad capitalista. Pero, más importante que eso, porque el terra-teniente es también un capitalista, de modo que no habría razón para que la burguesía se negara a sí misma la posibilidad de un negocio.

Esta es la causa por la cual aparece en el agro una categoría que no le es exclusiva (también la hay en la propiedad urbana, o en la minería, por ejemplo) pero que en este ámbito alcanza una magnitud particular: la renta. La renta absoluta, así la llama Marx para distinguirla de otra que va a llamar diferencial, es el derecho que interpone el terrateniente gracias a su monopolio. La renta absoluta es una parte de la plusvalía que va a parar a un explotador indirecto de fuerza de trabajo, dicho de otro modo, a manos de un burgués no industrial, como consecuencia de las contradicciones del imperio de la propiedad privada. Toda tierra tendrá, entonces, una renta absoluta, porque nadie permitirá el acceso a su propiedad sin algo a cambio.

Ahora bien, ¿quién paga por ese excedente que constituye la renta? En principio, pareciera que los consumidores, que pagarían por los productos agrarios más valor del necesario: el que constituye el capital y su ganancia, además de un plus para el terrateniente. Sin embargo, no es así. Los productos agrarios se venden, como todos, a su valor. Sucede que la producción agraria no participa de la tendencia a la for-mación de la tasa media de ganancia, a pesar de que produce una masa de valor por encima de los precios de producción.13 De esa diferencia entre los precios de producción y el valor de los productos agrarios brotará la diferencia que constituirá la renta. La precondición para ello es que la agricultura se mantenga atrasada técnicamente con relación a la productividad media del trabajo del conjunto de la economía. Este atraso relativo hace que los productos agrarios contengan mucho más trabajo que la media, exceso que debiera ir (pero no va) a otras ramas más concentradas, como sucede en el resto de la economía. En suma, el valor apropiado como renta no afecta la ganancia agraria ni la no agraria, surge de la misma producción agraria como plusvalor de los obreros agrícolas. Esta es, según Marx, la verdadera renta de la tierra.

Como dijimos, Marx va a distinguir dos tipos de renta capitalista de la tierra: la renta absoluta (RA) y la renta diferencial (RD). ¿Qué es la renta diferencial? Volvamos a la idea de que la tierra no es reproduc-tible. Así como no es reproductible en general, tampoco son reproduc-

13Volvemos a remitir al lector a nuestros textos ya citados, en especial, al capítulo 4 de La Cajita…

tibles sus cualidades particulares. Dicho de otra manera: siempre exis-tirán tierras de distinta calidad, siempre habrá tierras mejores y tierras peores y esas cantidades no pueden modificarse. Esas cualidades pue-den ser tanto la fertilidad como la distancia. De modo que, dado un mercado concreto, la demanda de alimentos será satisfecha por las me-jores tierras (las más cercanas, las más fértiles o una mezcla de ambas). El consumidor pagará un precio equivalente al capital puesto en juego, la ganancia capitalista y la renta absoluta. Pero si la demanda crece y se acaban las tierras mejores (A), habrá que utilizar tierras peores (por la razón que sea). En estas tierras peores (B), los costos serán superio-res, de modo que los precios aumentarán. El consumidor tendrá que pagar precios mayores porque habiéndose acabado las tierras mejores sólo se podrá satisfacer la demanda con tierras menos productivas. Sin embargo, el productor de tierras A, con menores costos, viendo que el mercado está dispuesto a pagar precios superiores no tiene por qué ven-der sus productos a menos del nuevo nivel imperante en el mercado. Aparecerá para él, entonces, una nueva ganancia, una ganancia extraor-dinaria, por encima de la ganancia normal y de la renta absoluta. Esa ganancia extraordinaria brota no de una cualidad del capital, sino de la tierra. Por esa razón no se la apropia el capitalista, sino el terrateniente y por eso se llama renta, que como sale de la diferencia de las calida-des de tierras, se especifica como “diferencial”. La renta diferencial es, entonces, una renta extraordinaria que recibe el terrateniente de las mejores tierras. En realidad, como el precio de los productos agrícolas se regula al revés que los no agrícolas, es decir, por el productor menos eficiente, el de la peor tierra, todos los que tengan tierra mejor que la peor recibirán renta diferencial.

Dijimos que fertilidad o distancia son causa de renta diferencial, pero hay más. En efecto, ambos factores resumen lo que Marx llama “renta diferencial I”, dejando en claro que existe, entonces, una “renta diferencial II”. La renta diferencial II brota de las diferencias de las calidades de capital. Dos capitales de productividad diferente actuando sobre la misma tierra tendrán costos diferentes, pero por el mismo pro-ceso que rige la renta diferencial I, el capital más eficiente embolsará una ganancia extraordinaria que irá a parar al terrateniente. Hay una diferencia importante entre ambas formas de la renta diferencial: la primera la cobra directamente el terrateniente. La segunda, si es desa-rrollada por el capitalista después de la firma del contrato de arrenda-miento, mientras dure dicho contrato caerá en sus manos. Sólo podrá capturarla el terrateniente cuando venza el contrato. De allí brota la batalla permanente entre ambas figuras de la burguesía por la duración de los contratos, estando el terrateniente por plazos cortos y el capita-lista por plazos largos.

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Nos falta aclarar de dónde sale la RD. Si la RA podía extraer su cuerpo de la plusvalía producida en el ámbito rural, la RD no. Por el contrario, sustraerá valor por encima de la ganancia media del resto de la producción capitalista. Vemos, entonces, el carácter peculiar de la agricultura como rama de la producción capitalista: no concurre con su plusvalía sobrante, como todas las ramas con baja composición orgá-nica del capital, al “pool” general en el que se iguala la cuota de ganan-cia, porque la RA se interpone; por la RD, globalmente, una parte de la agricultura se apropia de plusvalía ajena. Mediante la renta diferencial, un personaje, el terrateniente, esquilma al resto de la sociedad.14

Estas conclusiones de Marx, que pueden ser mal interpretadas, es decir, interpretadas en un sentido ricardiano, han dado pie a la ilusión desarrollista-dependentista en la “reforma agraria” y ha infectado a mu-chos partidos de izquierda, que ven en ella el non plus ultra de la política revolucionaria. Volveremos hacia el final sobre este problema.

Las clases sociales en el campo

El asunto de las clases sociales en el campo también ha dado que hablar. O bien se supone que no hay clases, que la sociedad rural se organiza de otra manera, o bien que las clases “urbanas” se transmu-tan en otra cosa ni bien cruzan la tranquera. Sin embargo, las clases sociales no sólo están presentes allí como en todos lados, sino que son exactamente las mismas. Veamos.

La burguesía no ofrece mayores problemas, desde que todo el mun-do que reconoce la existencia de clases sociales, reconoce que existe una burguesía rural. Es, en sentido estricto, la única de las clases “ur-banas” que nadie niega tenga su representante agrario. En realidad, el problema suele plantearse con el resto. Lo que suele suceder con la burguesía agraria es, más que su negación, su simplificación. En efecto, suele entenderse como burguesía agraria sólo aquellos capitalistas que poseen o arriendan tierras y las explotan con fuerza de trabajo. Sin embargo, la burguesía agraria no se agota allí: el contratista, personaje sobre el que volveremos más adelante, es tan importante en la produc-ción agraria como el burgués “formal”.

El terrateniente produce mayores confusiones. Hay varias, particu-larmente importantes. La primera, la consideración de todo terrate-niente como personaje feudal. La segunda, la creencia en que todo te-rrateniente es absentista. La tercera, que no tiene racionalidad capitalista. La cuarta, que posee un monopolio todopoderoso.

14El Capital, FCE, 1984, t. III, p. 613-614.

En primer lugar, el terrateniente brota de la propiedad privada, sea ella feudal, tributaria, esclavista o capitalista. Hay, por lo tanto, un terrateniente específicamente capitalista. El terrateniente feudal te-nía derechos económicos, políticos y judiciales frente al campesino. Se quedaba, además, con todo el excedente feudal. Su propiedad era inembargable y sus derechos se transmitían por “sangre”, es decir, no dependían del mercado. El terrateniente capitalista no tiene sobre su tierra más derechos que cualquier burgués sobre su mercancía, incluso no tiene más derechos sobre la tierra que el obrero sobre su fuerza de trabajo. No tiene ningún derecho sobre persona alguna. Se apropia de una porción menor de la plusvalía, cuya explotación directa corres-ponde al burgués. Sus derechos sobre su mercancía se subordinan a la dictadura del mercado. En sentido estricto, el terrateniente no es una clase social. Es una de las tantas personificaciones de la burguesía y en ese sentido no se distingue de ningún otro rentista, sea éste arrendata-rio de un terreno, un departamento o bonista financiero. Un terrate-niente que sólo vive de rentas es un burgués rentista.

No todo terrateniente, por otra parte, se limita a arrendar su tierra. En la mayoría de los casos, la renta sirve para invertir en otros sectores de la economía y la tierra sirve de base a la producción agraria que el mismo terrateniente puede poner en acción. En este caso, nos en-contraremos con una figura particular, la burguesía terrateniente y sus ingresos se compondrán de renta y ganancia. Miembro de la burguesía, el terrateniente razona como cualquier burgués: si le conviene arren-dará, si no, invertirá en cualquier otro lado. Sometido al mercado, su monopolio resulta violentado por la competencia: si la demanda de tierras es muy elevada, la renta ascenderá; si la demanda es baja, caerá. En ambos casos, el terrateniente no podrá hacer nada y se limitará a aceptar la situación o, en el mejor de los casos, retirarse del ramo. El terrateniente es una fracción de la burguesía.15 La burguesía vive de

15No obstante, en el último capítulo del tercer tomo de El Capital, el dedicado a las clases sociales, Marx realiza una afirmación fuerte: “Los propietarios de simple fuerza de trabajo, los propietarios de capital y los propietarios de tierras, cuyas res-pectivas fuentes de ingresos son el salario, la ganancia y la renta del suelo, es decir, los obreros asalariados, los capitalistas y los terratenientes, forman las tres grandes clases de la sociedad moderna, basada en el régimen capitalista de producción”. El Capital, op. cit., t. III, p. 81�. Sin embargo, el mismo Marx se dedica, en más de una ocasión, a criticar la idea según la cual cada uno de los “factores” de la producción recibe un ingreso según lo que “aporta” al proceso productivo, mostrando que sala-rio, renta y ganancia no son más que las formas fenoménicas en las que se desglosa el trabajo del obrero, como valor de la fuerza de trabajo y plusvalía. Efectivamente, la renta no es más que un desglose, a su vez, de esta última categoría, lo que nos crea un problema: dos clases sociales diferentes, ambas sin embargo, capitalistas, se apoyan sobre la misma fuente de excedente. Por otra parte, la interrelación entre la burguesía y los terratenientes, el hecho de que éstos últimos normalmente reciclan

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plusvalía, el conjunto de la clase vive de plusvalía. Los mecanismos por los que se la reparten sus diferentes componentes, dependen de las características de la fracción de capital que poseen: los rentistas, a través de la renta; la burguesía mercantil, igual que el sector financiero, a través de la ganancia por explotación de trabajo improductivo; los burgueses industriales (lo que incluye a la burguesía agraria) a través de la expropiación directa de plusvalía. La magnitud de la plusvalía que le toca a cada uno, depende de las magnitudes de capital puestas en juego. Cada burgués reparte su capital, y por ende sus intereses, a lo largo del conjunto de la producción y circulación y de la riqueza social. Esa es la razón por la cual hay rentistas pero difícilmente se encuentre una fracción constituida como tal.

Confusiones similares han surgido en torno al “campesino”. Como señalamos más arriba, campesino es un personaje que carece de capaci-dad de acumulación porque no produce en relaciones capitalistas. Lo que suele suceder es que se comete con él lo que podríamos llamar una transposición indebida, que oculta, tras el “campesino”, a la pequeña burguesía. Efectivamente, muchos de los llamados “campesinos” son propietarios de parcelas que manejan en condiciones de mercado ca-pitalista. Como tales, reúnen en sí las figuras de burgués y de obrero simultáneamente. Si la suerte los acompaña, pasarán a alquilar fuerza de trabajo y, por lo tanto, a explotar, a extraer plusvalía. Se transforma-

la renta como burgueses en otras ramas de la economía, torna todavía más confusa la situación, porque resulta difícil encontrar una clase de terratenientes puros. Al mismo tiempo, el terrateniente que cede su tierra en producción no hace una cosa distinta del rentista que pone su capital en el banco (aquí, a su vez, habría que distinguir entre “rentista” y “financista”, viviendo el primero de la venta de capital-dinero, operando las actividades necesarias para realizar el flujo de plusva-lía sobrante el segundo). En ese sentido, señala Marx en los Grundrisse que “Si el capital es prestado a otro como dinero, tierra, casa, etc., se convierte como capital en mercancía, o la mercancía puesta en circulación es el capital como capital.” Finalmente, la tierra no es más que una magnitud de capital que debe arrojar una renta, como lo hace el capital puesto en un banco. De allí la íntima vinculación entre la renta agraria y el capital financiero, aunque la renta no se regula sólo por la tasa de interés sino que tiene su dinámica propia. En este punto, el terrateniente burgués mantiene con el conjunto de la producción capitalista una contradicción más profunda que el resto de las fracciones improductivas del capital. Este hecho, la torsión peculiar que ejerce la existencia de la propiedad privada de la tierra sobre el conjunto de la producción capitalista, más la aparente existencia de una clase de terratenientes puros en Inglaterra en su época, probablemente haya llevado a Marx a constituir una clase aparte. Debemos recordar, sin embargo, que Marx no desarrolló ninguna teorización de las clases sociales equivalente al tratamiento de la economía en El Capital. Es más, el tercer tomo no fue dado a la imprenta por él sino reconstruido por Engels. Por otra parte, el capítulo mencionado sobre las cla-ses está inconcluso. Concluyendo: aunque este punto requeriría una elaboración mucho mayor, nos parece más razonable la solución que adoptamos.

rán en burgueses. Si no, descenderán hacia el proletariado, las más de las veces, haciendo un pasaje, que puede ser largo, por el semi-proleta-riado: sin abandonar del todo la tierra, parte de sus ingresos proven-drán de comportarse como fuerza de trabajo fuera de la unidad propia. En general, buena parte de la confusión proviene de dos fuentes: la primera, del origen de la mayor parte de la pequeña burguesía rural; la segunda, del desconocimiento del peso del trabajo asalariado en la producción rural.

En efecto, históricamente, la pequeña burguesía rural proviene del antiguo campesinado. Normalmente, como resultado del proceso de liberación que describimos más arriba. Así, en odres viejos hay vino nuevo. El problema es que un pequeño burgués es una capa o de la bur-guesía o del proletariado. Por eso algunos autores lo consideran más que una clase, un lugar de pasaje, a la burguesía o al proletariado. La capa pequeño-burguesa que ha sido transformada en semi-proletariado es ya una capa de la clase obrera, mientras que aquella que explota fuer-za de trabajo lo es ya de la burguesía. El término campesino sólo es vá-lido para realidades pre-capitalistas. Sucede que durante el proceso de transición al capitalismo la figura del campesino sigue viva, a veces por mucho tiempo, incluso cuando una buena parte del proceso de libera-ción ha avanzado. Por ejemplo: los campesinos pueden ser liberados a la manera francesa, transformándolos en puntal del régimen burgués precisamente porque se convierten en burgueses; o a la manera rusa, donde los derechos feudales continúan vivos a través de otras formas de sometimiento, como las deudas originadas en una “liberación” a medias. En esas condiciones, los campesinos estarán todavía a mitad de su camino hacia la libertad, sin haberla conseguido totalmente. El capitalismo avanzará lentamente, produciendo a su lado infinidad de gradaciones desde el semi-proletario al burgués, que aparecerá, en virtud del conservadurismo del lenguaje, como un “campesino” rico, porque eso es en apariencia lo que sucedió: un campesino que se enri-queció. Sin embargo, aquí el verdadero campesino es, simplemente, un relicto de la sociedad feudal (o pre-capitalista).

El segundo punto es fácil de captar si se despejan una serie de cues-tiones molestas. En primer lugar, la naturaleza estacional del trabajo rural; en segundo lugar, el papel del trabajo familiar. La naturaleza es-tacional del trabajo introduce un punto muy importante, el de la dife-rencia entre tiempo de producción y tiempo de trabajo. Todo proceso de producción contiene uno o varios procesos de trabajo, separados por tiempos en los cuales no se produce valor alguno porque no se trabaja. Pero en el agro, la diferencia resulta más que importante. En sentido estricto y haciendo abstracción de tareas menores, se trabaja en la siembra y en la cosecha. De modo que, cuando queremos saber cuál es el tiempo de trabajo real del “campesino” o del pequeño-burgués,

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no tenemos que contar el año que suele implicarse entre ciclo agrí-cola y ciclo agrícola, sino sólo los meses de ambas tareas. Esto es muy importante, porque cuando se trata de establecer el peso del trabajo asalariado suelen compararse los “doce meses” del campesino con los dos o tres del asalariado. El resultado suele arrojar, entonces, como consecuencia, la superioridad del “trabajo familiar” del “campesino” frente al trabajo asalariado. Sin embargo, ni bien se descartan los meses improductivos, la importancia del trabajo asalariado salta a la vista.16 Lo que suele suceder es que el “campesino” que trabaja con mano de obra familiar y contrata asalariados eventualmente, se transforma en un pequeño burgués explotador, cuando no en un burgués hecho y de-recho. Esto nos lleva directamente al gran olvidado del mundo agrario, el proletariado rural.

En efecto, el trabajo asalariado es el gran ignorado del “campo”. Dada la naturaleza estacional de las tareas agrarias, la presencia del obrero rural en el lugar de trabajo se restringe notablemente. De allí que su residencia sea normalmente urbana, en la medida en que no tiene sentido económico tener peones permanentes durante todo el año para usarlos sólo uno o dos meses. Por eso los trabajadores perma-nentes en las unidades productivas agrarias se restringen al mínimo y, en las más chicas, suelen registrarse dentro del ámbito familiar.

Se ha especulado demasiado sobre la “mano de obra familiar”, pero se ha aclarado poco. En primer lugar, se magnifica su presencia. En segundo lugar, se supone siempre disponible. En tercer lugar, no se especifica qué hace. En cuarto, bajo qué relaciones. El tamaño de la mano de obra familiar es siempre magnificado: se suele contar, tam-bién, el trabajo de las mujeres y los niños como si siempre participaran del proceso de trabajo de la mercancía, incluso en producciones que se sabe no permiten tal empleo. Por otro lado, se supone que la mano de obra familiar siempre está disponible, lo que no es cierto, sobre todo en relación a los adultos, que suelen abandonar la unidad productiva cuando se casan o incluso antes, en particular si se trata de tamaños chicos. Se supone también que la mano de obra familiar se hace cargo de todas las tareas de las que no se hace cargo la fuerza de trabajo, sin especificar nunca de cuáles. Por ejemplo, se suele contar como “tareas familiares” los trabajos de “huerta y gallinero”, destinados al auto-con-sumo, cuando en realidad no tienen que ver con la producción de la unidad económica. Por último, se presupone que los hijos trabajan con el padre por relaciones de parentesco y no en relaciones asalariadas o, lo que es más común, comparten tareas gerenciales como personifi-

16Hemos desarrollado este punto en Sartelli, Eduardo: “La vida secreta de las plan-tas. El proletariado agrícola pampeano y su participación en la producción rural”, en Tierra y Libertad, op. cit.

caciones del capital. De modo que contar como “trabajo familiar” la simple presencia de la familia del pequeño burgués es un grave error metodológico que disminuye el peso de la fuerza de trabajo y rebaja el carácter capitalista de la producción agropecuaria.

Las tendencias generales del capital en el agro

Como ya señalamos más arriba, la economía agropecuaria no se di-ferencia en nada de la no agropecuaria, salvo que se entienda como di-ferencia cualitativa la presencia decisiva de la tierra y sus efectos. Dicho de otra manera: la acumulación del capital en el agro tiene sus peculia-ridades (como en cualquier otra rama de la producción), pero no deja de seguir la tendencia general. Coherente con esa tendencia, el capital agrario se concentra y centraliza: mayores masas de capital en menos manos, con la eliminación progresiva de los productores más peque-ños. Durante cierto tiempo estuvo en duda la validez de este proceso, aunque las transformaciones de los últimos treinta años han dado por tierra con todas las dudas.

En efecto: ya en época de Lenin era visible que las tendencias del capital en el agro reproducían las líneas generales del resto de la econo-mía, aunque el proceso no era tan fácil de ver, como se puede apreciar en las sutilezas que deben desplegar quienes desean demostrarlo. Tanto Kautsky como Lenin deben realizar un análisis muy fino de las relacio-nes sociales y de las fuerzas productivas para mostrar este proceso. El propio Kautsky arribaba a un resultado un tanto contradictorio:

“Antes de efectuar las investigaciones sobre la cuestión agraria del que este libro ofrece el resultado, consideraba, según mi concepción del desa-rrollo social, que la empresa campesina estaba amenazada desde un cos-tado por la fragmentación y desde el otro por la gran empresa, y que en consecuencia en la agricultura se daba la misma evolución, aunque quizás bajo otra forma, que ocurriría en la industria: la proletarización en un polo y el avance de la gran empresa capitalista en el polo opuesto. No era éste un dogma marxista; era también la concepción de la economía bur-guesa, y esta concepción estaba en armonía con los hechos observados en Inglaterra y en Alemania hasta una época bastante próxima a nosotros, y en Francia y en Bélgica todavía hoy, como lo ha demostrado Vandervelde. Sin embargo, las últimas estadísticas alemanas e inglesas demostraron que esta evolución no es una ley general, e indujeron a algunos teóricos a con-siderar que el porvenir de la agricultura no pertenece a la empresa capita-lista, sino a la empresa campesina. Yo realicé algunas investigaciones para ver cuál de las dos opiniones era la verdadera, y contra toda expectativa llegué a la conclusión de que ninguna de las dos tenía una validez universal

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y que no debíamos esperar en la agricultura ni el fin de la gran empresa, ni el de la pequeña empresa; que encontramos sí en un polo la tendencia, universalmente cierta a la proletarización, pero que en el otro polo se evi-dencia una constante oscilación entre los progresos de la pequeña empresa y los de la grande. Y esto no es lo que realmente se entiende por dogma marxista.”1�

Esta conclusión a la que arriba Kautsky es un tanto sorprendente, especialmente si se recuerda que era considerado un ortodoxo. Incluso Lenin saludó la aparición de La cuestión agraria remarcando la simili-tud con su propio esfuerzo en El desarrollo del capitalismo en Rusia. En realidad, hay que colocarlo en el contexto de las luchas políticas de la época, en la que se había puesto de moda, cuándo no, negar validez al marxismo por ser una doctrina atrasada y se acusaba de “dogmático” a todo el que insistiera en ello.18 Además, hay que entender la naturaleza del texto kautskiano: es una aplicación particular de la teoría general. Consciente de esto, Kaustky comienza deslindando su marco de acción en referencia a El capital. Éste analiza los problemas de la agricultura capitalista en un marco capitalista, abstracción expresa de la que parte Marx. Por el contrario, como aclara Kautsky, “lo que más nos ocupa hoy en día es precisamente el papel, dentro de la sociedad capitalista, de las formas precapitalistas y no capitalistas de la agricultura.”19 Lo que está en discusión es la suerte del campesinado una vez apareci-do el capitalismo en el campo. ¿Serían desplazados por completo los campesinos y, por lo tanto, estaban condenados a la proletarización? A partir de la respuesta a esta pregunta se abre un abanico posible de alternativas políticas de corto plazo sobre la relación entre obreros y campesinos. En el mismo partido alemán, una fracción empujaba una política favorable a la pequeña burguesía agraria, situación que provocó la intervención de Engels, a fin de fijar la posición marxista, en crítica incluso con los socialistas franceses. Dicha intervención va a ser el antecedente inmediato del texto kautskiano.20

Esta relación campesino-obrero va a ser objeto de debates y disputas en toda Europa, especialmente en aquellos países donde la efervescen-cia revolucionaria de la primera posguerra coloque a los movimientos revolucionarios frente a la difícil conjunción de fuerzas resultantes de dos actores bien diferenciados.21 Pero, en un sentido aún más impor-tante y menos coyuntural, lo que estaba sobre el tapete era la validez misma de la apuesta socialista, el dibujo mismo de la sociedad futu-

1�Kautsky, op. cit., prólogo a la edición francesa, pág. CXIV.18Ver la “Introducción”, de Giuliano Procacci a La cuestión agraria.19Kautsky, op. cit., p. CIX.20Véase el texto de Engels en el Apéndice VII.21En Italia, por ejemplo, véase la obra ya citada de Gramsci.

ra y, por ende, las líneas de acción necesarias a seguir a largo plazo, como objetivos finales del movimiento, como ya señalamos en la cita de Sombart.

Kautsky observa la dinámica del capital en el agro a fin de encon-trar la forma de explotación más eficiente, al mismo tiempo de de-terminar la tendencia en marcha en la relación entre la gran y la pe-queña hacienda. Y, a contrapelo de la aparente concesión hecha a los defensores de la pequeña explotación, va a demostrar las cualidades superiores de la más grande, así como explicará también las razones para la persistencia de la parcela “campesina”. La gran explotación tiene ventajas obvias (“menor pérdida de superficie cultivada, ahorro de fuerza de trabajo humana y animal, utilización perfecta del equipo técnico, posibilidad de empleo de aquellas máquinas que no puede utilizar la pequeña explotación, división del trabajo, dirección científi-ca, superioridad comercial, mayor facilidad de obtener crédito”), aún cuando se las compara con las de la pequeña (“mayor laboriosidad y los cuidados más asiduos del trabajador que trabaja para sí mismo, en contraste con el trabajador asalariado, y la sobriedad del pequeño cam-pesino, que supera aún la del obrero agrícola”), que son en gran parte ficticias.22 ¿Por qué sobrevive la pequeña propiedad? No sólo porque la autoexplotación del conjunto de la familia campesina puede llegar a niveles superiores incluso de los del obrero peor pago; no sólo porque la agricultura europea en su conjunto estaba en crisis a fines del siglo XIX como resultado de la expansión de la agricultura a gran escala en ultramar; un elemento más poderoso aún era el cambio de función de la pequeña explotación: de productora independiente a proveedora de fuerza de trabajo para las grandes haciendas. La decadencia de la pequeña explotación lleva a sus titulares a buscar trabajo fuera de la parcela. Dicho de otra manera, la persistencia de la pequeña explota-ción es funcional a los requerimientos de fuerza de trabajo temporaria de la gran hacienda, que cuenta con un semi-proletariado cautivo, listo para movilizarse en los momentos en los que la masa de trabajo se hace más importante. Al mismo tiempo, sirve como consumidora de los productos de la gran explotación.23

Este estancamiento relativo de la relación grande-pequeña explota-ción se sostenía, además, en las peculiaridades de la acumulación del capital en el agro: cada expansión de la escala de producción conlleva mayores gastos en el agro que en la industria (porque la mayor superfi-cie a explotar exige más gastos de vigilancia sobre los obreros, mayores pérdidas de material y gastos de fuerza por aumento de las distancias de transporte, tanto de los productos como de la fuerza de trabajo),

22Kautsky, op. cit., p. 122 y 125.23Ibid., p. 132-136 y 195.

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se hace más difícil (hay que expropiar al competidor antes de haberlo derrotado en el mercado, es decir, hay que comprar sus tierras o arren-darlas como condición para aumentar la escala de la producción: la concentración del capital, al revés que en la industria, debe preceder a la acumulación de capital) y tropieza con la contradicción entre la propiedad y la continuidad física (la expropiación de parcelas dispersas no permiten aumentar la escala de la producción). 24

Pero, además de las complejidades que impone la realidad, están las que imponen las formas en que se “mide” esa misma realidad: Kautsky desarrolló una muy aguda crítica de las estadísticas, señalando cómo es posible que se filtre la realidad a través de los números. Incluso, un parámetro de medición que parece dar cabida a una realidad ho-mogénea puede ocultar profundas diferencias: en varios momentos la concentración de la tierra parece disminuir y, sin embargo, la concen-tración y centralización continúa su marcha.25 Lo mismo ocurre con la formación de cooperativas, que más que mostrar la superioridad de la pequeña empresa demuestra lo contrario. Como dice Kautsky: “La empresa cooperativa es una gran empresa agrícola.” Es decir, el mo-vimiento en pro de la formación de cooperativas no es más que otra prueba de la búsqueda de eficiencia por el lado de aumentar el tamaño de la explotación y la cantidad de capitales en juego.

Por estas mismas razones, el proceso de proletarización del cam-pesino resulta extremadamente lento y repleto de pasos intermedios, permitidos por el desarrollo de la industria rural y por la migración externa. El proceso parece no producirse porque, objetivamente, mi-rando las cifras, nada cambia en la superficie. Sin embargo, por debajo la situación es en extremo fluida:

“A medida que el trabajo que rinde un ingreso en dinero pasa a pri-mer plano y el trabajo para la casa se convierte en un trabajo accesorio, el primero absorbe las mejores fuerzas de trabajo de la familia, y a veces esto ocurre precisamente en el momento en que éstas serían indispensables en los campos de propiedad de la familia, por ejemplo durante la cosecha. El trabajo en la parcela va siendo dejado de más en más en manos de la mu-jer, de los hijos más jóvenes y a veces de los viejos inválidos. El padre y los hijos mayores deben “ganar”. El cultivo de estas pequeñísimas haciendas -que hoy no son otra cosa que un apéndice de la administración doméstica- se asemeja a la administración doméstica del proletariado, en la cual los resultados más miserables son obtenidos al precio de la mayor dispersión del trabajo y de la explotación más inhumana de la mujer de la casa.

24Ibid., p. 169-1�1.25Ibid., p. 1�6.

Estas haciendas, que se van empequeñeciendo y empobreciendo pro-gresivamente terminan por ser incapaces de hacer frente a todas las ne-cesidades de la familia. El ingreso monetario suministrado por el trabajo accesorio no debe servir solamente para pagar los impuestos al Estado y al municipio y para comprar productos industriales y productos de la agricul-tura importada (café, tabaco, etc.) sino también para adquirir productos de la agricultura nacional, en particular cereales. La propiedad suministra todavía papas, repollos, leche de alguna cabra o, cuando existen buenas condiciones, de una vaca; la carne de un cerdo, huevos, etc., pero no sumi-nistra cereales sino en forma del todo insuficiente.”26

Cuando se mira de cerca, entonces, se

“...demuestra también que la gran mayoría de la población agrícola no figura ya en el mercado como vendedora de medios de subsistencia sino como vendedora de fuerza de trabajo y como compradora de medios de subsistencia. Las pequeñas haciendas dejan de hacer la competencia a las grandes explotaciones y aún las favorecen y las sostienen como hemos in-dicado precedentemente suministrándoles obreros asalariados y comprán-doles sus productos.”2�

La conclusión lógica es que buena parte de lo que se considera pequeña explotación o “campesino” no es, en la práctica, más que proletariado:

“Cuando se ha llegado a este punto, el aumento de las pequeñas explo-taciones constituye sólo una forma particular del aumento de las familias proletarias, que se produce al mismo tiempo que el aumento de las gran-des explotaciones capitalistas.”28

Así, Kautsky ha mostrado el segundo aspecto claro del complejo proceso de concentración y centralización del capital en la agricultura. Este proceso, la eliminación de buena parte de los campesinos por su transformación en asalariados, no sólo puede coexistir con la dinámica de la gran explotación sino que incluso puede pasar desapercibido si nos fijamos exclusivamente en la relación del productor con la tierra y nos olvidamos de su relación con el capital: muchos “campesinos” sólo lo son si enfocamos su relación con la tierra, en tanto todavía guardan una parcela de la que obtienen parte de su subsistencia, pero, si enfoca-mos su relación con el capital, es ya un proletario. En el mismo sentido

26Ibid. p. 202.2�Ibid. p. 203-204.28Ibid. p. 209.

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se desarrolla la agricultura rusa donde el campesino ya proletario retie-ne su derecho a la tierra comunal:

“El proletariado agrícola (rural) de la provincia de Samara debe en gran parte su existencia y aumento numérico a los últimos tiempos, con su cre-ciente producción de grano destinado a la venta, con su elevación de los precios de arriendo, con la roturación de eriales y pastos, con el desmonte de bosques y demás fenómenos semejantes. En toda la provincia se cuen-tan 11.624 hogares campesinos sin tierra, al tiempo que hay 33.��2 sin ha-ciendas (con lote de tierra comunal); sin caballo o con un solo caballo hay 110.604 familias con 600.000 almas, contando a cinco personas y fracción por familia. Nos atrevemos a considerarlos también proletariado, aunque jurídicamente dispongan de alguna parte de la tierra comunal; en rigor son jornaleros, mozos de labranza, pastores, segadores y demás obreros de las grandes haciendas, y en su nadiel siembran de media a una desiatina para alimentar a la familia que se queda en casa.”29

La conclusión de Kautsky era categórica y su aparente contradic-ción inicial era sólo una apariencia:

“Quien crea que las simples cifras estadísticas agotan el contenido infinitamente variado de la vida social, puede recuperar su tranquilidad leyendo las cifras de la estadística de las haciendas, las cuales demuestran que, por más lejos que pueda llegar el desarrollo en la ciudad, en el campo todo permanece como antes y no se percibe desarrollo decisivo en ninguna dirección.

Pero quien mira más allá de estas cifras y no se detiene como hipnoti-zado sólo en la relación entre pequeña y gran explotación, llega a formular un juicio muy distinto; advierte que, ciertamente, las grandes explotacio-nes no varían de número, que las pequeñas haciendas no son absorbidas por las grandes, pero que las unas y las otras, gracias al desarrollo indus-trial, sufren una completa revolución, y una revolución que establece un contacto siempre más estrecho entre la pequeña propiedad agraria y el proletariado sin tierra y hace siempre más idénticos sus intereses.”

Resumiendo: con Marx examinábamos la inevitabilidad de la acu-mulación originaria para el desarrollo del capitalismo; en Lenin obser-vábamos el desarrollo de la acumulación en su fase inicial; y en Kautsky, las tendencias del desarrollo de la agricultura ya capitalista. Podemos afirmar que con estas obras se cierra todo un ciclo de reflexión sobre la cuestión agraria que contiene en sí el núcleo de la discusión posterior, tanto en lo que hace a la vertiente que ve el desarrollo del capital como

29Citado por Lenin, El desarrollo del capitalismo en Rusia, op. cit., p. 89.

un proceso coherente en todas las ramas de la economía (incluyendo la agricultura) aunque no sin sus peculiaridades (Marx, Lenin, Kautsky), como sus detractores (los populistas rusos, Danielson, Chayanov y Sombart). Puede afirmarse que, hacia la primera década del siglo veinte, todo lo que podía pensarse acerca del desarrollo agrario estaba “pensado”. Las líneas básicas del debate habían sido establecidas y, a la primera ocasión importante, volverán a enfrentarse los viejos ene-migos, enfatizando unos el carácter capitalista del desarrollo agrícola, esgrimiendo razones “campesinistas” otros. Así lo señalaba, con justa razón, Daniel Thorner, aunque limitándolo a la polémica rusa:

“Quienes en la actualidad se esfuerzan por comprender el comporta-miento económico del campesinado parecen en su mayoría ignorar que las vías que emprenden actualmente están muy próximas de las que tomaron a partir de 1860 varias generaciones de economistas rusos. Los problemas que acosan en nuestros días a los economistas al estudiar países tales como el Brasil, México, Nigeria, Turquía, la India e Indonesia presentan asom-brosas similitudes con los problemas que estuvieron a la orden del día en Rusia desde la emancipación de los siervos, en 1861, hasta la colectiviza-ción de la agricultura, hacia fines de los años ‘20.”30

El “campesino” volvió por sus fueros, efectivamente, después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se reanudó la acumulación en bas-tas zonas de la periferia. En particular, porque ese fenómeno se ligó al problema de la revolución mundial, cuya última oleada, la de los ’�0, tuvo un sesgo claramente “campesinista”, no sólo por sus protagonistas principales en varios lugares del globo, sino también porque su estrate-gia (la guerrilla rural) tuvo una enorme influencia incluso en aquellos agrupamientos y procesos revolucionarios que no se enfrentaban a un contexto rural. Es así que algunos autores señalaban la persistencia de la pequeña explotación en prácticamente todo el mundo y llamaban a aceptar el hecho que Kautsky intentaba negar: que la pequeña explo-tación ofrecía ventajas suficientes como para no estar verdaderamente amenazada por la empresa capitalista. Otros señalaban que, si bien el campesinado había desaparecido en algunos lugares, en otros, sobre todo en el Tercer Mundo, mantenía la misma vitalidad de siempre. Así, Armando Bartra decía que

“En ciertas condiciones históricas o coyunturales de una formación social, la economía campesina puede surgir o extenderse, mientras que

30Thorner, Daniel: “Una teoría neopopulista de la economía campesina: la es-cuela de A. V. Chayanov”, AAVV: Chayanov y la teoría de la economía campesina, Cuadernos de Pasado y Presente, México, 198�.

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en otras condiciones puede descomponerse e incluso desaparecer, pero su condición de posibilidad está presente en la estructura misma del modo de producción capitalista. Tanto la campesinización como la descampesi-nización de ciertos sectores de la agricultura son tendencias inmanentes a la lógica del sistema y el predominio de una u otra estará determinado por circunstancias concretas. El campesino no es una herencia histórica ni una clase del pasado, es nuestro contemporáneo. Sobre los pequeños producto-res agrícolas modernos operan, sin duda fuerzas centrífugas, pero también centrípetas y si la descomposición del campesinado en ciertas regiones o países es indudable, pues probablemente han dejado de ser funcionales al capitalismo concreto que vive ese sistema, creación o reproducción amplia-da de campesinos, en otros espacios donde resultan funcionales es igual-mente evidente.”31

Sin embargo, el análisis de la situación en países como EE.UU. (y como veremos más adelante, la Argentina) la tendencia era muy clara a fines de los ‘�0, ya no para “campesinos” sino para las capas más débi-les de la burguesía agraria:

“En consecuencia hace mucho que tiende a reducirse cada vez más el número de granjas poseídas y operadas por familias individuales. Actualmente toda la estructura de clases del sector rural norteamericano está sufriendo una gran transformación. Los que tienen mayores probabi-lidades de sobrevivir a la crisis no son, necesariamente, las grandes corpo-raciones agroindustriales, sino una nueva raza de granjeros, una burguesía agraria próspera, surgida de la granja familiar tradicional. Esta nueva clase capitalista se volverá cada vez más dependiente del trabajo asalariado y sus granjas tendrán cada vez más el aspecto de fábricas. Otro tipo sobrevivien-te es el que entra en la categoría cada vez más numerosa de los granjeros de medio tiempo, que combinan el trabajo asalariado en las poblaciones cer-canas con el trabajo agrícola en su propia tierra en un esfuerzo por salvarse de la bancarrota. Aunque en el campo norteamericano todavía predomina la granja familiar, es concebible que dentro de una década caracterice a las comunidades rurales una estructura de clases polarizada, constituida fun-damentalmente por una pequeña pero poderosa burguesía agraria y por un gran número de granjeros de medio tiempo, semiproletarios.”32

En efecto, en esos momentos una nueva etapa mundial de reestruc-turación agrícola se estaba produciendo, en torno a nuevos sistemas de regulación agroalimentarios que se reorganizaban con eje en las corpo-

31Bartra, Armando: “Campesinado: Base económica y carácter de clase”, en Cuadernos de Antropología social, volumen 2, n°. 1, 1989, ICA, FFyL, UBA p. �.32Burbach y Flynn , p. 24.

raciones transnacionales. Como reconoce una apologista del peque-ño capital agrario, dichas transformaciones no dejaban lugar a la vieja “granja familiar”33. Entre otras cosas, porque el capital avanza hacia el dominio de la naturaleza a pasos agigantados:

“En el siglo XX ha habido nuevas revoluciones en la tecnología agrícola que aumentan enormemente la productividad. Estos adelantos han depen-dido del acceso a fertilizantes y pesticidas derivados del petróleo, a la irriga-ción mediante presas gigantescas y bombeo eléctrico y a tractores y demás máquinas movidas por motores que queman petróleo. Un elemento cru-cial ha sido el desarrollo de las llamadas variedades ‘milagrosas’ de maíz, trigo y arroz, criadas específicamente para prosperar con la aplicación de cantidades masivas de fertilizantes, agua y pesticidas, y para prestarse fácil-mente a la cosecha mecánica. Todo esto dio lugar también al cultivo más intensivo y continuo, como en el caso en que la irrigación permite a los productores tres o más cosechas por año en climas templados.

Todo ello nos acerca cada vez más a una auténtica agricultura indus-trial. Para la mayoría de los sectores agropecuarios norteamericanos (es-pecialmente aquellos en los cuales predomina la granja familiar), estos adelantos técnicos todavía no logran por completo combinar los procesos mecánicos y biológicos en una producción de tipo fabril. El único sector en el que ha habido un avance importante en esta dirección ha sido la cría de animales.

El corral de engorda moderno, por ejemplo, tiene poca semejanza con los antiguos terrenos ganaderos. La producción ya no depende de la tierra y la naturaleza. Una vez que entran los becerros a los corrales de engorda nunca vuelven a ver prados verdes. Se cercan miles de cabezas de ganado en un espacio reducido en donde se les dan alimentos cuya fórmula es vigilada por computadoras. Para estimular la engorda y controlar enferme-dades se añaden a los alimentos o inyectan en los animales dosis masivas de antibióticos y hormonas artificiales. Miles de cabezas de ganado pasan diariamente por corrales especiales que operan con la eficiencia de una línea de ensamble.

Hoy en día la producción de pollo y huevo se parece aún más a un proceso de tipo fabril. En una granja moderna una sola persona puede atender hasta �5 mil pollos. Algunas de las grandes corporaciones de la industria alimentaria, como Ralston Purina, Cargill y Allied Mills, tienen en operación plantas enormes que producen decenas de miles de pollos al día. Como en una fábrica, las claves de semejante escala de producción son la cría especial, la alimentación enriquecida intensiva, la estimulación química (hormonal) y control químico de las plagas. Además se puede apretujar a los animales en ambientes artificiales en donde sus funciones

33Friedman, op. cit.

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biológicas son atendidas en forma mecánica y continua en un proceso se-mejante al de una verdadera fábrica. La producción de huevo, sobre todo, utiliza una operación tipo línea de ensamble completamente automatiza-da. Frente a las gallinas inmovilizadas pasa el alimento en una banda sinfín mientras otras bandas se llevan los huevos y los productos fecales. La luz artificial deshace el ciclo diario natural induciendo a las gallinas a poner huevos continuamente. Algunas granjas producen más de medio millón de huevos diarios.

También la producción de leche se está industrializando. Los establos de California y Florida pusieron el ejemplo hace años cuando instalaron enormes salones de ordeña en gran escala en los cuales se podían extraer miles de litros de leche en cuestión de horas. Hasta la biología de la vaca de establo se ha modificado. Gracias a las cruzas especiales y los alimentos científicamente formulados, que actualmente llegan a los cubículos de las vacas en dosis “personalizadas” mediante un proceso regido por computa-dora, se han desarrollado vacas que producen un �5% más de leche que hace treinta años.”34

La cita describe, sin embargo, una realidad atrasada para los cáno-nes actuales, pero permite remarcar el sentido de estos desarrollos: hoy más que nunca estamos cerca de aquello que Kautsky consideraba la conclusión más importante de su trabajo, la industrialización del agro, la fábrica rural. Es claro el desarrollo en ese sentido y lo que significa es sencillo: el triunfo del capital frente a la naturaleza. Aunque todavía se está a buena distancia de la meta, los avances son evidentes. La conse-cuencia lógica es que, una vez removido el obstáculo que impedía el li-bre desarrollo del capital, la imposibilidad de someter a la naturaleza a sus ritmos, se elimina la traba para su dominio absoluto, clausurándose el espacio que permitía y hacía posible la existencia de ese tipo parti-cular de empresa capitalista que es la explotación familiar. Mientras tanto, del viejo “campesino” no queda gran cosa ya a fines de los’80:

“Durante la mayor parte de la historia conocida, la mayoría de los se-res humanos ha vivido de la tierra y sus animales. Esto fue así hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando aún en los países altamente industria-lizados como Estados Unidos y Alemania, la cuarta parte de la población todavía dependía de la agricultura. Sin embargo, entre 1950 y 19�5 esto dejó de ser así en la mayor parte del mundo. En Europa, en las Américas y el mundo islámico occidental -de hecho, en todos lados con excepción del Asia Sudoriental y el África Sub-sahariana- los campesinos son ahora una minoría de la población. Y este proceso ocurrió con velocidad dramática. En España y Portugal, en Colombia y México, el porcentaje de campesinos

34Burbach y Flynn, op. cit., p. 33-4.

se redujo a la mitad en veinte años; en la República Dominicana, Argelia, Iraq y Jamaica cayó más aún en el mismo período de tiempo.”35

Estas tendencias se han reforzado notablemente con las transforma-ciones económicas de todo el sudeste asiático, de China y la India. De modo que aquel que pretenda seguir hablando en términos de “terra-tenientes” y “campesinos”, no sólo no entendió nunca nada sino que repite un error viejo.

Un paso adelante, dos atrás

Como veremos, sin embargo, todo este largo repaso de la cuestión agraria en Europa (y sus proyecciones para contextos similares), no sirve para entender la situación argentina. En efecto, tanto Lenin y Kautsky como sus contrincantes, desde Chayanov a Sombart, tienen poco para decirnos. La agricultura pampeana nunca tuvo “campesi-nos”, al menos desde el momento de su gran expansión. No existieron en la pampa los problemas que aquejaron al Este del Elba o a las es-tepas rusas. De allí que, paradójicamente, todo análisis de la cuestión agraria pampeana deba dar un paso adelante en relación a Kautsky, volviendo a Marx, cuyo punto de partida, la presuposición del dominio completo del modo de producción capitalista, se aplica perfectamente a nuestra historia rural.36

35Hobsbawn, Eric: “The Crisis of Today’s Ideologies”, en New Left Review, n° 192, marzo 1992.36De hecho, el análisis de la cuestión agraria ha tendido a abandonar la discusión del campesinismo y la viabilidad de la pequeña explotación, dada por terminada habida cuenta de las transformaciones actuales de la economía agrícola. Véase Bengoa, José: “Agricultura y mundo rural. Las derivaciones de los temas rurales y sus fuentes en los últimos veinte años”, en América Latina en la historia económica, n° 10, julio-diciembre de 1998.

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Capítulo II

El agro pampeano, ayer y hoy

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Como hemos visto en el capítulo anterior, la única forma de tomar posición en relación a la realidad inmediata es hacer un análisis con-creto de la situación concreta. Dicho de otra manera, de nada sirve glosar textos clásicos si no se ha de estudiar la realidad misma que se pretende transformar. Cualquier consideración estratégica presupone dicho conocimiento. Debemos pasar, entonces, de la cuestión agraria a la cuestión agraria pampeana hoy.

La cuestión agraria pampeana

El agro pampeano ha estado desde siempre en el centro de una serie de debates historiográficos y políticos que, a su vez, han sido eje de la reflexión sobre la trayectoria histórica de nuestro país. En efecto, el problema central que atraviesa la historia nacional es el que resulta de sus promesas incumplidas: ¿por qué la Argentina no logró mantenerse en el “Primer Mundo” al que había arribado a comienzos del siglo XX? Resulta obvio que la pregunta presupone que la Argentina estaba en el “Primer Mundo”, conoció el “paraíso” y fue expulsada de él. No nos detendremos a cuestionar esta idea, que era sentido común allá por 1900, cuando se suponía que la nación reproduciría en el siglo XX la trayectoria de los EE.UU. en el XIX, porque, a los efectos de la discu-sión que nos proponemos, basta con reconocer que la dinámica de la economía nacional tenía, por aquel entonces, una trayectoria notable. ¿Por qué no pudo continuar su ritmo de crecimiento y desarrollar la escala de acumulación de capital, retrasándose no sólo en relación a los EE.UU. sino también en relación a países de una contextura similar como Canadá y Australia?

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Más allá de las respuestas episódicas y sicologistas, se ha tendido a buscar la respuesta en la potencia (o impotencia) de su recurso econó-mico fundamental, la producción agropecuaria. Dicho de otra manera: en la Argentina, la cuestión agraria emerge como una preocupación “desarrollista” más que como una preocupación por la suerte de cam-pesinos inexistentes o revoluciones no planteadas por la realidad. Ni Kautsky ni Lenin nos sirven, entonces, de mucha ayuda.

Las primeras preocupaciones por la cuestión agraria datan ya desde la época de Sarmiento y el intento de recrear una economía “farmer”, es decir, de copiar el modelo norteamericano. Avellaneda sancionó una ley de colonización y el mismo Sarmiento buscaba crear “cien, dos-cientos Chivilcoy”, en alusión a la experiencia de ese pueblo bonaeren-se en el que dominaba la pequeña propiedad. Ese sueño estuvo detrás también de la colonización en Entre Ríos y el norte de Santa Fe, donde se repartieron lotes en cuotas, formándose así las primeras “colonias”, en las décadas de 1860 y 18�0.1

El mayor impulso a la agricultura provino del sur de Santa Fe y Córdoba y de la provincia de Buenos Aires, cuya producción despegó hacia 1880, pero ahora bajo la forma dominante del arrendamiento. Este cambio en la matriz de la expansión agrícola va a dar pie a la re-novación de la preocupación sarmientina, ahora por parte del Partido Socialista, en particular por Juan B. Justo. Los socialistas se preocupan tempranamente por la agricultura de pequeños propietarios, enten-diendo su fracaso como la consecuencia del predominio del latifundio, base y soporte de la clase dominante argentina, la burguesía terrate-niente, según el feliz título de Jacinto Oddone.2

Esta identificación del latifundio con el atraso económico y social va a tener una larga vida en la historiografía pampeana. El Grito de Alcorta, la rebelión de chacareros de 1912, reavivó la discusión y po-pularizó una imagen muy recurrente del agro pampeano, que enfatiza el rol negativo jugado por su estructura en el conjunto del desempeño económico argentino y que ve a la pampa dividida en chacareros bue-nos y terratenientes malos. Imagen, dicho sea de paso, que domina hoy el imaginario político, ya sea para rechazar las retenciones o para defenderlas. En el primer caso, toda la burguesía agraria se esconde detrás del “chacarero”; en el segundo caso, detrás de la “oligarquía”.3

1Las virtudes de ese proceso y sus “éxitos” pueden verse en Gallo, Ezequiel: La pampa gringa, Sudamericana, Buenos Aires, 1984.2Véase Oddone, Jacinto: La burguesía terrateniente argentina, Líbera, Bs. As., 1965. Sobre Juan B. Justo, Aricó, José: La hipótesis Justo, Sudamericana, Bs. As, 1999.3Simplemente como ejemplo de esta posición, véanse Sábato, Jorge: Notas sobre la formación de la clase dominante en la Argentina moderna (1880-1914), Ed. Biblos, Bs. As., s/f; Scobie, James: Revolución en las pampas, Ediciones Solar, Bs. As., 1982 y Palacio, Juan Manuel: La paz del trigo, Edhasa, Avellaneda, 2004.

La mirada “chacarerista” va a dominar la historiografía “de izquierda”, con unas pocas excepciones.4 El campo pampeano pasa a ser, en esta vertiente, un territorio feudal o al menos no capitalista, dominado por terratenientes absentistas que se dedican sólo a cobrar la renta y, por lo tanto, a desinvertir y a condenar a la economía argentina al atraso. Desde el Partido Comunista al desarrollismo, pasando por el Partido Comunista Revolucionario y el dependentismo, la necesidad de una reforma agraria para poner la economía argentina en la ruta del Primer Mundo resultó un consenso incuestionable. Ya sea que se tratara de terratenientes feudales, simples parásitos irracionales o capitalistas para quienes la renta resulta más importante que la ganancia, para desarrollar el modelo farmer era imprescindible repartir la tierra a los pequeños productores.5

Esta concepción del agro pampeano arrastra problemas serios a la hora de dar pruebas de sus dichos. La pampa ha sido, históricamen-te, uno de los competidores más productivos del mundo, con el ma-yor desarrollo tecnológico posible y con una inserción muy exitosa. Constituyó, además, un mercado interno muy amplio para todo tipo de mercancías, en particular para la maquinaria agrícola.6 Lo cierto es que, más allá de los pocos intentos de reforma agraria que se produ-jeron en la Argentina, la agricultura pampeana salió de la crisis de los ’40 ya a fines de los ’50 y multiplicó varias veces su productividad sin necesidad de ningún cambio de estructura. Este solo hecho debería ya dar por cerrada toda discusión sobre la naturaleza capitalista del agro pampeano, pero en tanto la leyenda resulta persistente, bien vale un repaso de la evolución de su estructura, no sin pasar antes por una mínima descripción de la evolución de la producción.

La evolución histórica del agro pampeano

Los primeros latidos del futuro corazón productivo de la Argentina se dan en las tierras cercanas al Río de la Plata, a partir de la vaquería,

4Básicamente se trata de la variante trotskista de Antonio Gallo y José Boglich, aunque dentro del trotskismo encontramos en una línea cercana a la imagen stali-nista-desarrollista a Milcíades Peña. Otra excepción es Ismael Viñas.5Exponentes de esta posición son, con variantes, Pucciarelli, Alfredo: El capitalismo agrario pampeano, 1880-1930, Hyspamerica, Bs. As., 1986; Giberti, Horacio: El desa-rrollo agrario argentino, EUDEBA, Bs. As., 1964; Flichman, Guillermo: La renta del suelo y el desarrollo agrario argentino, Siglo XXI, Bs. As., 1982; Gastiazoro, Eugenio: Argentina hoy. Capitalismo dependiente y estructura de clases, Polemos, Bs. As., 19�2; Ferrer, Aldo: La economía argentina, FCE, Bs. As., 1986.6Para sostener estas afirmaciones remitimos nuevamente al lector a los ensayos compilados en Tierra y Libertad, de Eduardo Sartelli.

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una empresa de características cuasi capitalistas. La vaquería era un permiso para “cazar” vacas a los efectos de extraer cueros. El cuero fue la primera mercancía de la larga cadena que constituiría la estructura productiva pampeana. Se inició a comienzos del siglo XVIII y durante un largo período fue el soporte material del desarrollo de la burguesía pampeana, aquella que protagonizaría la Revolución de Mayo. Ya co-menzada la etapa de la independencia, la producción de cueros va a ser reemplazada por la del tasajo, saladero mediante. A fines del ciclo del cuero, la “cacería” de animales salvajes había dado paso a la aparición de la estancia ganadera, proceso que se refuerza con el auge del sala-dero. Una nueva transformación productiva y una nueva reestructura-ción de la estancia, se producen con la aparición de la economía lanar, cuyo ciclo va a abarcar unos cuarenta años entre 1840 y 1880.

Por esta última fecha se desarrollará una nueva revolución en la estructura productiva, con la reaparición de la ganadería vacuna, esta vez renovada en su stock. Es la era del Shorthorn, que requiere nue-vas pasturas. Se extiende la producción de alfalfa y, con ella, también la agricultura. La exportación de ganado en pie y luego el frigorífico, fueron los puntales de la transformación. La agricultura pampeana no se inició aquí, sin embargo. Surgió a fines de la década de 1860 en Santa Fe y Entre Ríos con la formación de “colonias” de inmigrantes dedicados a la producción cerealera. Rápidamente ocupó el mercado interno de granos y comenzó a exportar. El desarrollo de los ferroca-rriles y del barco a vapor serán, sin dudas, las bases tecnológicas de la violenta expansión que transformará la Argentina. Como dijimos, el desarrollo del mercado mundial de cereales y carnes, que se aceleraría en los próximos 40 años, va a estimular la expansión de la agricultura al resto de las provincias pampeanas, en algunos casos en combinación con la ganadería del vacuno. La expansión en el sur de Santa Fe, en el sur de Córdoba y en Buenos Aires, tendrá por protagonista ahora al arrendatario capitalista, sobre el que hablaremos más adelante.

Trigo, maíz y lino, en ese orden, más carne congelada y enfriada, serán las bases de la producción pampeana, que alcanzarán su frontera productiva hacia 1920. La década de los treinta verá la aparición de nuevos cultivos industriales, en un contexto de estancamiento del área sembrada de los cultivos tradicionales y de la crisis latente de la gana-dería vacuna. La llegada de la Segunda Guerra Mundial significará la expansión de la ganadería y el estancamiento de la agricultura, aunque hacia el final se consolidará una tendencia a la depresión profunda que alcanza la sima en 1951. A fines de los ’60 comenzará una nueva expansión, lenta al principio, que se extenderá de la mano de la carne y el trigo hasta comienzos de los ’�0, en que la posta será tomada por un “yuyito” que protagonizará la explosión actual del agro pampeano:

la soja. Ha llegado la hora, entonces, de hablar de la “sojización” y del resto de las transformaciones del agro pampeano.

La “sojización”

En las últimas décadas, se han producido cambios profundos en el agro argentino, promovidos principalmente por la explosiva expansión del cultivo de la soja, expansión que aun continúa, desplazando otros cultivos y a la ganadería, y ganando espacio en áreas hasta hace unos años no aptas siquiera para la producción pecuaria.

El cultivo de la soja se inició a comienzos de la década del ´�0 y se consolidó durante las décadas siguientes, llevando a un extraordina-rio crecimiento del área sembrada y provocando el corrimiento de la frontera agrícola hacia nuevas regiones. Nuevas variedades de semillas transgénicas, cambios en el tratamiento del suelo, siembra directa y el desarrollo de nuevos y mejores agroquímicos, son algunos de los facto-res sobre los cuales se asienta este crecimiento.

La soja hace su aparición en las estadísticas nacionales de la SAGPyA en la campaña 19�1/�2 ocupando �9.800 has. Diez años después ya se ubica entre los principales cultivos, ocupando 2.040.000 has. en la campaña 1981/82. Para 1986/8� el área sembrada de soja supera a la del maíz, haciendo lo propio con el trigo en la campaña 1991/92, con-virtiéndose así en el cultivo más importante del país. En la actualidad, el área sembrada con soja supera los 16 millones de hectáreas, con una producción total de 4� millones de toneladas, ocupando el 50% de la superficie cultivada del país y constituyéndose en el único cultivo en muchas provincias, gracias a la aplicación de tecnología y a su gran adaptabilidad a diferentes suelos y climas.

El paso de la soja de ser un cultivo marginal y prácticamente desco-nocido a ocupar la mitad de la superficie cultivable del país es lo que comúnmente se conoce con el nombre de “sojización”, proceso que se enmarca dentro de otro más general denominado “agriculturización”, es decir, la producción agrícola permanente en lugar de las rotaciones agrícola-ganaderas que fueron la estrategia productiva principal en la Argentina hasta mediados de la década de 19�0. Ambos procesos se reflejan en el gran incremento de la producción, la cual pasa de algo más de 38 millones de toneladas de granos y oleaginosas en 1990/91 a superar los 80 millones en 2004/2005.

Como dijimos, la soja ingresa al país en la década de los ’�0 a través de la incorporación del doble cultivo trigo-soja de segunda. Transformaciones climáticas y mejoras en las técnicas agrícolas, suma-das a la mayor rentabilidad de la agricultura frente a la ganadería, pro-vocaron el reemplazo de la clásica rotación agricultura/ganadería. La soja, por ser un cultivo de fácil manejo y gran adaptabilidad, permitió

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la realización de una doble cosecha luego de la del trigo. Al intensificar-se las prácticas agrícolas, el laboreo más intenso y el abandono de prác-ticas anteriores como la rotación agrícola ganadera, los abonos verdes y los períodos de descanso, implicaron una mayor presión sobre los re-cursos naturales. Hacia los ´80, como consecuencia, empezaron a caer los rendimientos por el desgaste y la erosión que sufrían los suelos.

La solución a estos problemas, que permitió el despegue definitivo del cultivo de la soja en los ´90, llegó de la mano de los nuevos paque-tes tecnológicos y productos químicos desarrollados por grandes em-presas multinacionales. El paquete tecnológico básico consiste en una combinación de semillas transgénicas, nuevos métodos de trabajo de la tierra, como la siembra directa y la agricultura de precisión, nuevos y mejores productos químicos (herbicidas, plaguicidas, fertilizantes) y el desarrollo de maquinaria agrícola acorde a las nuevas tecnologías. Esta combinación de desarrollo tecnológico en diferentes áreas de la producción agraria dio un enorme impulso no sólo al cultivo de la soja sino a toda la agricultura, permitiendo una combinación de aumento de los rendimientos y reducción de los costos.

En el gráfico 1, podemos observar cómo, a partir de 1996, comienza un crecimiento más acelerado, tanto del área sembrada con soja como de la productividad, de la mano de un aumento en el rendimiento. Los rendimientos pasan de un promedio de 20 qq/ha, en el período 1990-199�, a un promedio de 26 qq/ha entre 199� y el 2006, llegando a los 32 qq/ha en las mejores tierras. Este crecimiento, como podemos observar en el gráfico 2, se realizó en gran medida al margen de la evo-lución del precio de la soja, que cae abruptamente a partir de 199� y se recupera recién en el 2003. El principal determinante del despegue de la producción fue la aplicación del nuevo paquete tecnológico en combinación con una ampliación de la tierra apta para el cultivo.

De todos modos, si hacemos un análisis de la evolución del área sembrada por provincia se observa que en las zonas extrapampeanas el crecimiento más acelerado comienza en los años 2002 y 2003, cuando aumenta el precio internacional de la soja. Esta diferencia se debe a que en dichas zonas los costos son mayores y los rendimientos me-nores, lo cual provoca que no siempre sea viable poner esas tierras en producción. Efectivamente, en el año 2002, de las 49.064 EAPs (Explotaciones Agropecuarias) que cultivaron soja, el 92% se encon-traba en la región pampeana, ocupando un 8�% de la superficie total dedicada a dicho cultivo.

De acuerdo con los análisis de costos realizados últimamente por la publicación Márgenes Agropecuarios, una futura caída en el precio o un aumento de la presión fiscal podría provocar el retiro de la producción de las peores tierras, cuya rentabilidad se vería seriamente amenaza-da. Un proceso similar sucede en Brasil, donde a raíz del aumento en

los costos se ha frenado la expansión de la frontera agrícola, cuando todavía quedan millones de hectáreas disponibles en la zona de los Cerrados.

El último factor a considerar para explicar el crecimiento es el cli-mático. Junto con el aumento de los rindes de la soja y otros cultivos por mejoras técnicas y el aumento de los precios internacionales de los alimentos, ha habido un cambio en los regimenes de lluvias que ha influido fuertemente en los procesos descritos. Según un trabajo de Alicia da Veiga, desde mediados del ´�0 se está transitando un ci-clo húmedo que permanecería hasta el 2020, desplazando las isohietas principalmente hacia el oeste varios cientos de kilómetros. El aumento de las lluvias sería de un 30% en los últimos 20 años, comparando con el promedio histórico.� Esto permite desarrollar la agricultura en tierras en las que antes no se podía y a la vez expandir el área de doble cosecha (soja de segunda).

a. Las bases tecnológicas de la expansión

La primera semilla genéticamente modificada introducida en la Argentina fue la soja RR (RoundUp Ready), producida por Monsanto. La soja RR fue aprobada para su uso en Argentina en 1996, casi al mismo tiempo que en EE.UU. La principal propiedad de la soja RR es ser resistente al glifosato, un herbicida total o de amplio espectro, que acaba con todas las malezas en cualquier momento del ciclo, lo cual im-plica una reducción importante de costos por la eliminación de las la-bores e insumos asociados con la aplicación de herbicidas selectivos de pre y post-emergencia, que requerían las variedades convencionales.

Según Eduardo Trigo y Eugenio Cap, de ArgenBio, de 1996 en adelante se han realizado cerca de 900 pruebas de campo en distin-tos cultivos y características y se han aprobado para comercialización nueve eventos adicionales en maíz y algodón (tolerancia a herbicidas y resistencia a insectos). De ahí en adelante, se desarrolló un rápido proceso de difusión de este tipo de tecnologías que en la última campa-ña agrícola llegaron a representar más del 90% del área cultivada con soja, cerca del �0% del área de maíz y alrededor del 60% en el caso del algodón. En este proceso, la Argentina se ha transformado en el segundo productor mundial de este tipo de cultivos, detrás de Estados Unidos, con más de 1� millones de hectáreas plantadas con cultivos transgénicos.

La otra innovación importante, que se desarrolló de la mano de la introducción de las semillas transgénicas, fue la siembra directa. Los sistemas de labranza de la tierra fueron modificados en los últimos 20

�da Veiga, Alicia: “La soja y la expansión de la frontera agrícola”.

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años con el fin de mantener los suelos cubiertos con residuos vegetales durante la siembra y el crecimiento de las especies cultivadas, a fin de reducir la erosión causada por el viento y el agua. A comienzo de los años ‘80, se introdujo el arado de cincel, una herramienta con fuertes púas que remueve el suelo pero mantiene mayor cobertura vegetal que el arado de discos, y no lo invierte, como lo hace el arado de reja y ver-tedera. La siguiente innovación fue la siembra directa, un sistema por el que no se recurre a un arado ni se remueve el suelo antes de la siem-bra. La siembra directa comenzó a ganar importancia en la agricultura argentina a fines de la década de los ‘80, debido a que en muchas de las zonas más importantes de la región pampeana los efectos acumula-tivos de la erosión del suelo, resultante de la “agriculturalización”, ya comenzaban a manifestarse negativamente en los resultados operativos de la explotación.

Con la siembra directa, el suelo se deja intacto antes de la siembra, que se realiza con máquinas preparadas especialmente a tal fin, colo-cando la semilla a la profundidad requerida con una remoción mínima de la tierra, eliminando el uso del arado y minimizando el laboreo. De esta manera, el suelo queda cubierto con el rastrojo de la cosecha anterior, que lo protege de la erosión, conserva la humedad y sirve de abono. No es necesario mencionar el ahorro en tiempo y trabajo que este sistema implica.

Según AAPRESID, la principal asociación promotora de la siembra directa, las ventajas de la misma se pueden resumir en: 1) necesidades menores de mano de obra; 2) economía de tiempo; 3) menor desgaste en la maquinaria; 4) mejoramiento de la cantidad de agua superficial; 5) disminución de la erosión; 6) mayor retención de humedad; �) au-mento de la infiltración de agua en el suelo; 8) menor emisión de gas carbónico en la atmósfera.

Este sistema sería imposible de aplicar sin el complemento de la semilla resistente al glifosato, ya que la no remoción del rastrojo de la cosecha anterior provoca un aumento de la cantidad de maleza que crece junto a la planta de soja. Además, las prácticas de laboreo directo, al acortar el tiempo requerido entre la cosecha de trigo y la siembra de soja, hacen factible el empleo exitoso de variedades de soja de ci-clo corto como cultivo de segunda, y viabiliza un planteo trigo-soja de segunda en zonas donde no era agronómicamente factible. Este efecto ha sido, sin duda, uno de los principales determinantes económicos de los cambios en los comportamientos productivos de muchos de los pro-ductores y se vio potenciado por la reducción del precio del glifosato, que pasó de alrededor de 10 dólares el litro, a principios de los años de ‘90, a menos de 3 dólares en el año 2000, como resultado del venci-

miento de la patente y la rápida ampliación de las fuentes de oferta de ese producto que ese hecho permitió.8

Como tercer componente del paquete tecnológico implementado con el avance de la soja, debemos mencionar el desarrollo de maquina-ria compleja correspondiente a la “agricultura de precisión”. Se trata del uso de la tecnología de la información para adecuar el manejo de suelos y cultivos a la variabilidad presente dentro de un lote, permi-tiendo un tratamiento diferencial a distintos sectores del mismo. Las técnicas de la agricultura de precisión más usadas en Argentina son el monitor de rendimiento y el sistema de guía por GPS (banderillero satelital), aunque también incluye la densidad de siembra variable, las dosis variables de fertilizantes, el manejo localizado de plagas, los sen-sores remotos y muchas otras aplicaciones.

En grandes extensiones, la tecnología usada en la agricultura de precisión permite medir diferencias de humedad o de propiedades del suelo de una hectárea a otra. Se hace posible elegir la mejor combina-ción de factores para cada sector preciso de un campo. Los monitores de rendimiento también se usan como herramienta para diagnosticar malezas, pestes, enfermedades, problemas de drenaje y fertilidad, dife-rencias en sistemas de labranza, y por lo tanto, como una herramienta para la toma de decisiones en la elección de variedades de semillas, pesticidas, herbicidas y fertilizantes del suelo.

Antes de contar con monitores de rendimiento y GPS se tomaban los lotes como una unidad productiva, obteniendo datos promedio de productividad y de características físicas y químicas del suelo. Pero en los datos promedio del lote se englobaba la variabilidad que existía dentro del mismo. La “agricultura de precisión” permite emplear dis-tintas dosis de siembra, de fertilizantes y de pesticidas por sectores de unas pocas hectáreas, luego de realizar un cuidadoso relevamiento de sus condiciones ecológicas y de sus resultados productivos pasados. La detección de heterogeneidad en un lote y de su dinámica espacial y temporal permite trabajar de forma diferencial unidades de tamaños antes impensados, hasta de 1 metro cuadrado.9 Al igual que en los casos anteriores, el uso de estas tecnologías permite tanto aumentar el rendimiento (en cantidad y calidad) como reducir los costos, haciendo un uso más eficiente de los insumos.

8Eduardo Trigo y Eugenio Cap: “Diez años de cultivos genéticamente modificados en la agricultura Argentina”, ArgenBio, diciembre de 2006.9Bongiovanni, Rodolfo: “La Agricultura de Precisión en la cosecha”, Revista IDIA del INTA, diciembre de 2003.

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b. Una comparación internacional

Cómo podemos observar en el gráfico 3, tanto en Estados Unidos desde fines de los ´90 como en Brasil a partir de la campaña 2003/04, la expansión del área ocupada con soja se ha frenado, fenómeno que no se reproduce aún en nuestro país debido a los menores costos. Argentina presenta ventajas tanto comparativas como competitivas en la producción de soja frente a Brasil y a Estados Unidos, y si bien la ex-pansión de la superficie bajo cultivo debe realizarse a costos crecientes por tonelada, aún continúa.

En Brasil, el aumento de los costos ha puesto un freno a la expan-sión y puede generar un retroceso. Quedan muchas tierras por ocu-par, que lo colocan como el mejor posicionado para incrementar la producción, de aumentar el precio. El aumento de los costos de los insumos (combustibles, fertilizantes y control de la Roya Asiática) y de los costos del transporte, han vuelto antieconómico el cultivo de soja en el Centro Oeste y se registran también bajas rentabilidades en la región del Paraná.

En los costos directos por hectárea Argentina presenta ventajas en labores más baratas (precios subsidiados de los combustibles) y menor uso de agroquímicos y fertilizantes que Brasil, lo cual pesa aún más cuando se calcula el costo directo por tonelada, dado que los rindes obtenidos en la zona núcleo argentina son superiores a las principales zonas productivas del Brasil. Esto se debe a que en nuestro país, por la mayor calidad de los suelos, se requiere un menor uso de fertilizantes y consumo de agroquímicos, a la vez que la localización de la producción se encuentra a una menor distancia de los puertos, lo cual redunda en un menor costo de los fletes.

Según datos de Márgenes Agropecuarios, Brasil triplica la necesidad de uso de fertilizantes y duplica el uso de agroquímicos por hectárea comparado con Argentina, mientras que los fletes son un 50% más caros si se comparan las dos zonas más productivas. En cuanto a los menores costos de comercialización observados en Argentina, por el subsidio a los combustibles, se ve más que compensado por las reten-ciones a las exportaciones y los impuestos en la cadena de valor. La ma-yor limitación competitiva se observa en el record de presión tributaria debido a las retenciones, que alcanza entre el 43 y el 4�% del ingreso neto por hectárea.

En cuanto a Estados Unidos, comparando la zona núcleo argentina con la región de Iowa, la diferencia en costos también es ampliamente favorable a la Argentina, aunque el saldo neto es mayor en Iowa por los subsidios norteamericanos y las retenciones argentinas, a pesar del menor rinde y el mayor costo por tonelada. Una de las explicaciones del mayor costo en Iowa es la utilización de mayores dosis de fósforo y

potasio (aunque a un menor precio unitario que en Argentina). Cabe destacar que en Argentina las dosis aplicadas de fertilizantes no alcan-zan a reponer los nutrientes que el cultivo extrae del suelo y exporta en el grano, configurando un déficit. El costo en Argentina, si se utilizara el criterio de reposición necesario de fósforo y azufre sería el doble del actual. En este aspecto, la mayor ventaja argentina se realiza a costa de un mayor desgaste del suelo.10

Por último, otra ventaja argentina con respecto a ambos países radi-ca en que en nuestro país, a diferencia de Brasil y Estados Unidos, no se pagan regalías por el uso de la semilla transgénica. Aunque no hay cifras que midan la magnitud de este “ahorro”, sabemos que en Brasil la empresa Monsanto acordó un pago de una tasa de U$S 3,45 a U$S 6,90 por tonelada al entregar la cosecha a los cargadores, mientras que en la Argentina, por lo menos hasta que se definan los juicios, no se paga nada.

El no pago de regalías a Monsanto implica una situación conflic-tiva. En el país, la legislación y los acuerdos que rigen el uso y la co-mercialización de semillas se rigen por dos leyes principales: la Ley de Semillas, cuyo objeto de protección son las variedades vegetales obte-nidas a través del fitomejoramiento (mejoramiento tradicional); y la Ley de Patentes, cuyo objeto de protección son las invenciones y des-cubrimientos tales como los genes RR, derivados de la biotecnología, que se encuentran incorporadas en las semillas, que funcionan como vehículo.

El problema entre ambas leyes es en el concepto del “uso propio”. Mientras que la Ley de Semillas establece una excepción para el agri-cultor, a través del cual el productor puede guardar semilla para uso propio, la Ley de Patentes no la contempla. De esta manera, como en Argentina se le denegó a Monsanto la patente RR en soja (que sí obtuvo en otros países como Brasil, USA, Canadá, Japón, la Unión Europea, Rusia y Sudáfrica) la empresa no ha estado cobrando regalías por el uso de su gen tolerante al glifosato. Si bien este hecho genera una ventaja en cuanto a los costos para los productores argentinos a comparación de Brasil y Estados Unidos, a su vez plantea interrogantes a futuro acerca de la posibilidad de aplicación de otros nuevos avances que están siendo desarrollados y testeados por Monsanto y otras em-presas de biotecnología, como las semillas resistentes a la sequía y las

10Para estudios de costos comparados entre los tres países ver principalmente Rebolini, Juan Martín: “Soja en Argentina y Brasil”, Márgenes Agropecuarios, ju-lio de 2006 y Miles, Enrique: “Soja en EE.UU. y en Argentina”, en Márgenes Agropecuarios, diciembre de 200�.

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nuevas variedades con aceites alto oleicos, que ya se están usando en Brasil y EE.UU.11

c. ¿Qué retrocede frente al avance de la soja?

Como ya mencionamos, el gran impulso que la tecnificación dio a la soja y a la agricultura en general produjo un aumento de la su-perficie total dedicada a la agricultura. A continuación, intentaremos observar con más detenimiento la expansión de la frontera agrícola. Normalmente, partiendo de suposiciones o del sentido común, se ha afirmado que el avance de la soja reemplazó a otros cultivos tradiciona-les del país, los cuales habrían perdido hectáreas y producción. Pero un análisis detallado de las cifras nos muestra una situación distinta.

Si analizamos cuantitativamente este proceso podemos observar que el avance de la soja no se explica en su totalidad por la reducción del área ocupada por otros cultivos. El gráfico 4 contempla, sumadas, las áreas sembradas con alpiste, arroz, avena, cebada cervecera, ceba-da forrajera, centeno, maíz, mijo, sorgo, trigo, trigo candeal, cártamo, maní, girasol, colza, lino, ajo, cebolla, papa, poroto seco, algodón, caña de azúcar, jojoba, té, tung y yerba mate, desde 1980 hasta el 200�. Si tomamos la evolución total del área sembrada por todos éstos cultivos vemos que hay un descenso de 5 millones de hectáreas mientras que la soja crece en 14 millones de hectáreas, con lo cual quedaría explicado sólo un tercio del avance sojero por reducción de otros cultivos. Los otros 9 millones de hectáreas son tierras que antes no se dedicaban a la producción agrícola o soportan doble cultivo. Si vemos el área sem-brada total observamos un crecimiento de 9 millones de hectáreas, de 22 a 31 millones.

El aumento del área sembrada con soja se realizó de diferentes ma-neras. Una parte del mismo, se dio sobre tierras marginales, no dedi-cadas a la producción agropecuaria (desmontes) y sobre tierras antes dedicadas a la ganadería. Otra parte se da en la llamada zona núcleo (Noroeste de Buenos Aires, sur de Córdoba y Santa Fe), las mejores tierras para la agricultura, donde la soja desplazó a otros cultivos menos rentables (trigo, maíz y girasol) a tierras peores, sean tierras dedicadas a ganadería o nuevas tierras puestas en producción. Sin embargo, hay que notar que el área total de esos cultivos no desciende, más bien se mantiene estancada, con altibajos, desde los ’80, lo que no ha im-pedido que la producción de los tres aumente, aunque más pronun-

11Para un informe más detallado sobre los intentos de Monsanto de cobrar regalías en Argentina véase Teubal, Miguel: “Expansión del modelo sojero en Argentina. De la producción de alimentos a los commodities”, en Realidad Económica, nº 220, mayo/junio de 2006.

ciadamente en el maíz y el trigo (gráfico 5). Parte del aumento de la producción de soja es cultivo de segunda12, con lo cual la expansión es “virtual”, en el sentido de que no se debe a la extensión de la planta a tierras en las que se desplaza otros granos, sino a una duplicación de la siembra y, por lo tanto, a la intensificación de la producción en el mismo lote. Otra parte de la expansión sojera se realiza sobre cultivos regionales (algodón, caña de azúcar, tabaco).

En estos procesos, los perdedores son, por un lado, la ganadería, pasando a las peores tierras o directamente perdiendo hectáreas de producción, y por el otro los bosques, eliminados para dedicar esas tierras a la producción agropecuaria. En este punto, los datos dispo-nibles no permiten hacer un análisis preciso, debido principalmente a que las estadísticas sobre ganadería publicadas se miden en cabezas de ganado y no en hectáreas ocupadas. En cuanto al desmonte de bos-ques sí encontramos algunos datos, aunque comienzan a publicarse recién en 1998, año en que se realizó el “Primer Inventario Nacional de Bosques Nativos”. Según las cifras publicadas por la Unidad de Manejo del Sistema de Evaluación Forestal (UMSEF) de la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable (SAyDS) de la Nación, en el período 1998-2006 se habrían deforestado un total de 1.890.600 hectá-reas. El promedio de deforestación, contando sólo 6 provincias, es de 280.000 hectáreas anuales, siendo el más afectado el llamado Parque Chaqueño, que incluye zonas de Chaco, Salta y Santiago del Estero (Cuadro 1). Considerando que en el mismo período hay un aumento total del área sembrada de 4,3 millones de hectáreas, se podría inferir que de ese aumento, un poco más de la mitad (2,4 millones de has.) pertenece a tierras antes dedicadas a la ganadería mientras que el resto (1,9 millones de has.) son tierras nuevas puestas en producción a través del desmonte de bosques. De todos modos se debe tener en cuenta el carácter aproximativo de estos datos. Habría que determinar qué porcentaje de las hectáreas desmontadas se utilizan para agricultura, cuántas para ganadería y cuántas son consecuencia de la tala indiscri-minada, no destinada a poner tierras en producción agrícola.

Otros trabajos intentan a su vez estimar el retroceso de la ganadería en manos de la expansión de la frontera agrícola. Un estudio de Carlos Nasif, realizado en el 200�, afirma que desde 1994 hasta la actualidad la ganadería ha perdido 11 millones de hectáreas, aunque no explica como llega a esta cifra.13 Trigo y Cap, por su parte, estiman para la década 1996-2005 una reducción del área con pasturas de más de 5

12Se entiende por cultivo de “segunda” una siembra suplementaria en el mismo ciclo agrícola, que permite obtener una segunda cosecha. Normalmente, se realiza combinando dos cultivos diferentes: soja-trigo; trigo-soja; maíz-soja, etc.13Nasif, Carlos: “El nuevo mapa ganadero”, SuperCampo, Buenos aires, 200�. En www.producción-animal.com.ar.

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millones de hectáreas. Según los autores, ante la inexistencia de datos precisos, es legítimo especular que parte de la pérdida de terreno para ganadería proviene de hectáreas de verdeos y praderas. Comparando los datos del CNA de 1988 con los del 2002, Trigo y Cap comprueban que la superficie total destinada a pasturas cayó de 14,9 a 11,9 millones de hectáreas. El NOA y NEA no vieron reducida su área implantada con pasturas, pero sí hubo una reducción de casi 2 millones de hectá-reas de pastizales naturales. En base a estos datos, concluyen que en la región pampeana la superficie ganadera sustituida por soja provino principalmente de tierras con pasturas anuales y perennes mientras que en el NOA y el NEA los reemplazados fueron los pastizales natu-rales y montes.14

Resumiendo, la agricultura pampeana ha aumentado su produc-ción de una manera explosiva, liderada por la soja. Su expansión no crea problemas para el resto de los cultivos, que también crecen aun-que en una proporción mucho menor. Ha mejorado su dotación tecno-lógica, protagonizando una verdadera revolución productiva, con con-secuencias positivas en la conservación de suelos y en los rendimientos generales, de los que han participado también los otros cultivos pam-peanos. Ha expandido también la frontera agrícola, desplazando allí sí a cultivos regionales, como el algodón, el tabaco y la caña de azúcar. Esa expansión también se dio en profundidad, intensificando los cul-tivos dobles y haciendo sustentable la “agriculturización”. Más que un monstruo que se come todo, la soja es la punta de lanza de una moder-nización general de la agricultura pampeana y no pampeana.

Las vaquitas son ajenas…

La actividad ganadera argentina, lejos de ser la actividad principal del país como lo fue en los orígenes de la conformación del Estado argentino, se encuentra estancada desde los últimos 30 años. De todas formas, logró conservar su stock bovino frente a la expansión agrícola de la última década. Esto fue posible gracias al aumento de la produc-tividad mediante la incorporación de la tecnología, que compensó la menor cantidad y fertilidad de las tierras utilizadas.

Hacia fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, la ganadería demostró ser la rama más dinámica en términos cuantitativos y cua-litativos; se puede afirmar que fue la punta de lanza del capitalismo argentino.15 Hoy en día, a contrapelo del imaginario social, la ganade-

14Trigo, Eduardo y Eugenio Cap: op. cit. p. 41.15Harari, Fabián: “La izquierda y el debate sobre la génesis del capitalismo argen-tino: la formación de la burguesía y la cuestión agraria colonial”, Anuario CEICS, Bs. As., 200�, p. 18-23.

ría es una actividad relegada en el total de producción del país: para la década del ´60 representaba el 2,�6% del total del PBI a precios de mercado, en millones de pesos de 1993. Para el año 2003, la cifra había caído a casi la mitad, al 1,69% (Gráfico 6). Más significativo es si lo comparamos con el total del rubro “agricultura, ganadería, caza y silvi-cultura”: hacia 1960 representaba el 45,21% del total, mientras que en el 2003 el número había descendido al 28,1�%16 (Gráfico �).

Por otro lado, si vemos el total de existencias de vacunos, se pue-de afirmar que la ganadería está estancada. Los datos revelan que en 18�5 la Argentina contaba con 13.338.000 de cabezas de ganado vacu-no; esa cifra no dejó de crecer hasta 19��, cuando alcanza el tope de 61.054.000 de cabezas. A partir de ese momento, el stock de vacunos ha sufrido altibajos, llegando al 200� con 55.889.965 cabezas.

La agricultura desplazó la actividad hacia zonas más marginales. La superficie del país se puede dividir en cinco zonas ganaderas. En la región pampeana encontramos a la provincia de Buenos Aires, el sur de Córdoba, sur de Santa Fe, sur de Entre Ríos y Noreste de La Pampa. Esta región cuenta con 560.000 km2 (15% del país) y en general posee entre el 55 y el 58% del total del stock vacuno. La región del noreste argentino (NEA) cuenta con 309.000 km2 (8% del país) y está formada por las provincias de Corrientes y Misiones, este de Formosa y Chaco, y norte de Entre Ríos y Santa Fe y tiene alrededor del 25% de cabezas. La región del Noroeste argentino (NOA) tiene una superficie de 603.000 km2 equivalente al 16% del total, y la comprenden las provincias de Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca, Santiago del Estero y el norte de Córdoba. Posee alrededor del 8% del total del stock vacuno. Las pro-vincias de la Rioja, San Juan, Mendoza, San Luis y centro-oeste de La Pampa conforman la zona semiárida. Cuenta con una superficie de 519.000 km2 (14%) y alrededor del 8% del total de vacunos. Por último la región Patagónica está compuesta por las provincias de Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz, y Tierra del Fuego. Tiene una superfi-cie de 1.�53.000 km2 y posee el 3% del total de ganado vacuno.1�

Ahora bien, el total de stock en las cinco regiones entre los años 2003-200�, en términos absolutos, aumentó. El total de ganado vacu-no pasa de 52.960.513 a 55.889.965 cabezas de ganado. De ese aumen-to de las existencias, la región pampeana, desde 2004, pierde 500.000 cabezas, mientras que regiones del NEA o el NOA aumentan en casi un millón de cabezas cada una. Si lo vemos en términos porcentuales, la región pampeana pasó de tener el 58% del total de cabezas en el 2003, a tener el 55% en el 200�. En cambio, el NEA y el NOA en el

16Ferreres, Orlando: “Dos siglos de economía Argentina. 1810-2004”, Fundación NorteySur, versión digital.1�Rearte, Daniel: La producción de carne en la Argentina, INTA, septiembre 200�.

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2003 tenían el 23 y el �% respectivamente, pero para el 200� su stock había aumentado al 25 y al 8%. La región semiárida y la región pata-gónica, en términos porcentuales, se mantienen constantes (Gráfico 8).18 Incluso si tomamos a la región pampeana como la suma de las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Entre Ríos, La Pampa, San Luis, Santa Fe, sin distinguir entre norte o sur dentro de cada provincia, entre los años 1995-2002 se pasa de 41.684.304 cabezas de bovinos a 36.903.011, es decir un pasaje del �9,2% en 1995 al �6% en 2002.19

En conclusión, estos datos permiten ver que existe un desplaza-miento del ganado vacuno de la zona pampeana, la más productiva del país, a zonas menos productivas, aunque en porcentajes no tan altos como hace creer el proceso de sojización. En gran medida porque, como veremos, gracias a cambios tecnológicos se pudieron aprovechar tierras marginales dentro de la misma zona geográfica. Volveremos so-bre este punto más adelante.

Si prestamos atención a la faena registrada del total del país entre 1990 y 200�, ésta se mantiene entre los 12 y los 14.000.000 de cabezas de ganado vacuno por año, con un promedio mensual de alrededor de 1.100.000 cabezas (Gráfico 9). El peso promedio por cada res ronda los 215 kg. Si miramos en qué zonas se faena en mayor cantidad encontra-mos a la zona pampeana con 13.109.00� cabezas en el 200�, siguiendo el NOA con 482.�2�, muy cerca el NEA con 420.158, por último, la zona semiárida y patagónica con 503.531 y 223.�06 cabezas de ganado respectivamente.20

La producción de carne vacuna se mantuvo durante la década del ´90 en alrededor de los 2.600.000 toneladas de res, mientras que del 2004 hasta el 200� la producción aumentó, llegando a alcanzar en 200� los 3.218.000 toneladas de res (Gráfico 10). Si comparamos estas cifras con las de nuestros competidores, veremos que la carne argentina se ha quedado muy atrás. Los principales productores mundiales son los Estados Unidos, con 12 millones de toneladas, seguido por Brasil con 9 millones.21 Lo cual nos coloca lejos de dominar el mercado mun-dial. Si observamos el consumo de carne vacuna per cápita (el cociente entre la producción de carne producida y el número de habitantes) que se ve en el gráfico 11, se notará que en la década del ´90 se registró el promedio más bajo de la historia nacional, ubicándose en 65,2 kg.

18www.produccion-animal.com.ar.19Azcuy Ameghino, Eduardo: La carne vacuna argentina, Imago Mundi, Bs. As., 200�, p. 210.20Según datos de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentos (SAGPyA).21Fava, Silvia: “El bife: objeto preciado del siglo XXI”, en Agromercado, nº 2�3, enero de 2008, p. 12-13.

En las décadas anteriores no había bajado de �� kg.22 En la actualidad la cifra creció pero no alcanzó los niveles previos a los ‘90. Aún así el consumo argentino es uno de los más altos del mundo, lo que debilita aún más su capacidad exportadora.

No obstante, esto no significa que en los últimos años haya des-cendido la capacidad exportable. En el 2004, Argentina ocupó el �º lugar dentro de los principales exportadores de carne bovina, con una suma de 811 millones de dólares. Los primeros puestos los ocuparon Australia y Brasil.23 En el 200�, según Sagpya, se exportaron 1.280 mi-llones de dólares, mientras que el promedio de la década del ´90 fue de �30 millones. En la década del ´90 el promedio de toneladas de res con hueso exportadas fue de 421.000. El promedio entre el 2000 y el 200� es de 468.050 toneladas, siendo el 2001 uno de los peores años con 152.000. En 200�, la cifra fue de 539.011 toneladas. Es decir, no es un efecto precio, sino un crecimiento real de las exportaciones. Si bien el monto de exportaciones crece (Gráfico 12), si tomamos las exportaciones en miles de dólares dentro del rubro Manufacturas de Origen Agropecuario (MOA), la participación de las carnes en 1980 era del 31%, mientras que en el 2004 cae al 10%.24 De todas formas, sólo se exporta alrededor del 15% de lo que se produce, dado el alto nivel de consumo interno.

En relación a la cadena cárnica, como explica Azcuy Ameghino:

“El eslabón primario del complejo cárnico está constituido por dece-nas de miles de productores distribuidos por todo el país. La característica principal es su heterogeneidad y diferenciación, definidas especialmente por la especialización productiva y el volumen económico de sus explo-taciones (extensión de los campos, magnitud de los rodeos, facturación anual, nivel tecnológico y productividad, capital de trabajo, etc). También en la diferenciación influyen la localización y sus formas de integración y participación en la cadena.

Según su especialización dichos empresarios pueden dedicarse a una o más de las etapas y/o sistemas de producción que constituyen al sector: cría, recría, invernada y feed lot. Asimismo, de acuerdo al tamaño de sus empresas pueden ser caracterizados como pequeños, medianos, y grandes ganaderos.

La industria cárnica, por su parte, abarca desde los grandes estableci-mientos especializados en la exportación de carne fresca y termoprocesa-da hasta pequeños colgaderos donde, legal o ilegalmente, se faenan unas pocas reses al mes. Las plantas frigoríficas según las características de los

22Azcuy Ameguino, Eduardo, op. cit., p. 221.23www.fao.org.24Ferreres, Orlando, op. cit.

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procesos productivos que desarrollan pueden ser de ciclo 1 (faenadoras), de ciclo 2 (dedicadas a la elaboración de cortes y preparados en base a reses previamente faenadas) y de ciclo completo (engloban a las anteriores).

Según el destino de su producción, se dividen en exportadoras y “consumeras”, aún cuando las primeras también participan del merca-do interno. Dentro de las consumeras encontramos tres clases: a) los frigoríficos nacionales, habilitados para el tráfico federal y con control sanitario de SENASA; b) los frigoríficos provinciales, habilitados sani-tariamente y limitados al tráfico dentro de una provincia determinada; c) los mataderos que sólo poseen control sanitario municipal.”25

La distribución y comercialización de carne vacuna sufrió una gran transformación durante la década del ´90, con la consolidación de los grandes súper e hipermercados. Se calcula que venden entre el 20 y 24% de la carne consumida en el Gran Buenos Aires, alrededor del 30% en Capital Federal, y del 18 al 20% en el interior del país. De to-das formas, hasta la crisis del 2001 crecieron con firmeza, desplazando a sus competidores, pero a partir de la devaluación del 2002, las carni-cerías tradicionales lograron permanecer en el mercado, compartiendo espacios con autoservicios.

a. Desplazamiento y cambios tecnológicos

Existen diferentes ventajas comparativas que siempre gozó la Argentina a la hora de producir carnes. Una de ellas es el sistema de producción que históricamente utilizó el país: los animales se crían al aire libre, siendo el pasto el principal recurso forrajero, obteniéndo-se un producto con bajo nivel de contaminantes y con bajos niveles de grasas saturadas, que son las precursoras del colesterol “malo”. En efecto, Argentina tiene la ventaja de contar con un sistema de produc-ción pastoril que permite la obtención de una carne que además de ser reconocida internacionalmente por su calidad expresada en terneza, jugosidad y demás características organolépticas, es de alto valor nutra-céutico (contenido de nutrientes con efectos beneficiosos para la salud humana), justamente lo que hoy prioriza el mercado de alimentos.26

Otra ventaja, es que el consumo interno modera los altibajos del mercado de exportación y permite el aprovechamiento integral de la res. Por otro lado, tampoco existen muchos países que cuenten con granos de cereales de tan bajo costo, lo que asegura competitividad también en la producción de carne en base a granos para aquellos mer-

25Azcuy Ameguino, op. cit. p.158 y 234.26Rearte, Daniel: “El futuro de la ganadería argentina”, en Planteos ganaderos en siembra directa, marzo 200�, p. �-10.

cados que los demanden. Sin embargo, al ser desplazada de las mejores tierras frente a la expansión agrícola de los últimos años, la ganadería tuvo que desarrollar diferentes estrategias de producción, que pudieran reemplazar a la producción pastoril, que tantas ventajas representaba para el sector.2�

La alta rentabilidad obtenida por la producción de productos agrí-colas puso en jaque al sistema pastoril. Tal es así que buena parte de las existencias ganaderas se trasladaron a zonas marginales, abriendo paso para que la agricultura ocupara la zona pampeana. Este proceso obligó a las empresas pecuarias a aumentar la eficiencia de la producción para poder obtener una rentabilidad que les permitiera continuar como ta-les. Entre las herramientas utilizadas para dicha tarea encontramos al feedlot, al maíz, al suplemento, al aumento de la carga, a una mayor tecnificación, etc. El feedlot

“es un sistema intensivo de producción de carne; se refiere al engorde de la hacienda vacuna en corrales, donde el total del alimento consumido es suministrado diariamente por el hombre. Es una tecnología en donde los animales se encuentran en corrales, bajo un estricto control sanitario y nutricional, recibiendo dietas de alta concentración energética (general-mente basadas en maíz) y alta digestibilidad.”28

Las ventajas del feedlot son diferentes. Una de ellas es que permite liberar la superficie para otras actividades; genera una alta producción de carne por hectárea al aumentar el ritmo de engorde, permitiendo la terminación de los animales en un corto período de tiempo. Otra ven-taja es que permite terminar animales aprovechando los diferenciales de precio por estacionalidad, ya que se puede engordar los animales en forma independiente de la producción de forraje.

Además, una de las razones de la calidad del ganado de feedlot es que cambia menos de entorno cuando se decide su venta: sale del co-rral al camión, no del potrero al corral, con o sin encierre nocturno, y de allí al camión. Otro punto que no siempre se tiene en cuenta, es que los cueros de feedlot son mucho mejores que los cueros de campo. Esto se debe al amansamiento que trae el engorde a corral y al menor estrés durante el procesamiento final. Además no tienen problemas por la mosca de los cuernos, que produce un gran daño durante los meses en que está activa (noviembre a marzo).29

2�Elizalde, Juan: “Hacia donde va la tecnología y los sistemas ganaderos en Argentina”, en Planteos ganaderos en siembra directa, marzo 2005, (aapresid.org.ar).28www.feedlot.com.ar.29Giménez Zapiola, Marcos: “Hacia una mayor eficiencia en la cadena ganadera”, en Márgenes Agropecuarios, suplemento ganadero, 200�, p. 18-21.

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Otro factor que hace aumentar la demanda del feedlot es el frigorí-fico, que se está integrando en la cadena de la carne para asegurarse el insumo y ocupar en forma plena las plantas frigoríficas. El frigorífico compra novillos recriados, para engordarlos en feedlots y luego faenar-los. Es decir que ya no sólo compra hacienda gorda, sino que partici-pa en la etapa productiva. Para un productor es bastante fácil hacer un ternero bolita30, porque no requiere demasiada cantidad de maíz o suplemento. Pero para ser eficiente en el engorde de un novillito de 300 kg, se requiere una ración muy bien preparada. Aquí es donde se introduce el frigorífico, que no reemplaza al productor, sino que crea una demanda donde no existía.31

Ahora bien, ¿qué pondría en jaque la producción en feedlot? Buena parte de la posibilidad de mantener el stock ganadero en menos hec-táreas depende del maíz.32 El precio del maíz no es estable desde que EEUU decidió que este cereal fuese insumo básico para la generación de etanol. Como consecuencia, el maíz pasó a otra escala de valores acorde a su nueva utilidad.33 Estos cambios lograron mantener el stock vacuno inicial, a pesar de haber perdido una buena parte de las tierras antes ganaderas. Se puede afirmar que el proceso de agriculturización no relega a la ganadería, sino que le ofrece la oportunidad de integrarse a un proceso productivo menos dependiente de factores climáticos que condicionan la oferta forrajera para el engorde.

Existe un cierto acuerdo entre los diferentes autores de que la mejor forma de aumentar la producción, no es aumentando stock, sino me-jorando la eficiencia de preñez de las vacas que ya existen. Una forma de lograr este propósito es la técnica del destete precoz, que permite destetar terneros a partir de 45 días de edad, reemplazando el aporte nutricional de la leche materna con suplementación, hasta completar la transición del ternero de lactante a rumiante. El principal objetivo es liberar a las madres de los requerimientos de lactación para mejorar su desempeño reproductivo. Este método se utiliza en aquellos rodeos en los que se busca mejorar la eficiencia del sistema o en los que el porcentaje de preñez se ve comprometido por la falta de estado y bajo

30Para lograr un/a ternera/o bolita (220 a 240 kg) el animal debe ser de raza britá-nica o sus cruzas (careta) y se lo debe comenzar a engordar con un peso no mayor a 160-1�0 kg. Los terneros bolita provenientes de un destete precoz suelen terminarse en 200 a 210 kg/cab., porque su capacidad de consumo es más que proporcional al de su tamaño corporal, destinando menos kilos de alimento para mantenerse y por lo tanto más kilos a producir. Los terneros suelen tener un rinde de 55 a 58%.31De Achaval, Miguel: “La producción, el feedlot y la industria frigorífica”, en Márgenes Agropecuarios, suplemento ganadero, 200�, p. 16-1�.32Iriarte, Ignacio: “Reflexiones ganaderas”, en Márgenes Agropecuarios, suplemento ganadero, 2006, p. 10-15.33Troncoso, Rodrigo: “Perspectivas para el feedlot”, en Agromercado, Cuadernillo temático nº 136, marzo de 200�, p. 9-10.

perfil nutricional de las vacas previo al servicio. Para asegurarse un menor estrés del destete y un pronto consumo de la ración es necesa-rio mantener a los terneros por lo menos unos 5 días y no más de 15 dentro de un corral. Al ser el alimento balanceado la única fuente de alimentación en el corral, los terneros se ven obligados por el hambre a un pronto consumo. Esta técnica permitiría obtener más vientres/ha. con mayor porcentaje de preñez, con más terneros por cabeza y por lo tanto más pesados al destete. De esa forma se lograría aumentar la producción de carne y la rentabilidad por ha.34

El avance de la agricultura de la mano de la siembra directa y la suba de precios, en particular la soja, implicaron fuertes movimientos de la ganadería hacia tierras marginales, que son difíciles de cuantificar porque no hay cifras oficiales. Este avance no se da ya sólo en tierras de invernada que eran agrícolas aunque sólo de alfalfa, sino incluso sobre tierras de cría que no soportaban cultivos. Según señala la revista Márgenes Agropecuarios, esto llevó a una fuerte suba del precio de los arrendamientos, lo que hace inviable la explotación de ganadería en campos ajenos. La cría se empieza a realizar en campos de peor calidad, con una reducción en la productividad y en los costos que, según expli-ca la misma fuente, lleva a una menor rentabilidad. Afirma, aunque sin cifras, que sólo pueden sobrevivir capitalistas ganaderos en los campos arrendados si logran compensar esa pérdida con la mayor ganancia por la soja cosechada en sus campos originales.35 Una serie de artículos de la misma revista explican que la velocidad de abandono de la ganadería no es tan alta pese a la baja rentabilidad, entre otras razones, por el llamado costo fiscal que implicaría deshacerse de todas las cabezas de ganado. Otras explicaciones apuntan a la resistencia a abandonar la tradición, a la espera de una mejor situación

Una forma de responder a esta transformación es la concentración de la producción, como se ve en el gráfico 13. Tomando como referen-cia el año 2002 se observa una pronunciada concentración en la acti-vidad ganadera. El 21% de las explotaciones ganaderas de la Provincia de Buenos Aires concentran el �0% del ganado.

Resumiendo otra vez: la ganadería argentina no está en el mejor de los mundos, es indudable. Ha perdido su competitividad natural con el desarrollo del feedlot, pero gracias a éste logra escapar de la presión de una renta de la tierra creciente empujada por la soja. A su vez, el aumento del maíz cuestiona en algún grado la rentabilidad del mismo feedlot, aunque esto vale también para sus competidores,

34Departamento Técnico de Grupo Pilar S.A.: “Mejorando la eficiencia de los ro-deos de cría: destete precoz”, en Agromercado, septiembre de 200�, p. 23-26.35Cirio, A.: “Cría en campos arrendados 200�”, en Márgenes agropecuarios, agosto de 200�.

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probablemente en mayor grado. Al mismo tiempo, pierde tierras en ge-neral y, en particular, las de mejor calidad, lo que debe estar afectando la rentabilidad de sectores importantes, sobre todo en la cría en áreas pobres en agua y pasturas.

La leche también

La industria lechera se caracteriza por una fuerte concentración y centralización del capital. Este no es un proceso novedoso. Las caídas más fuertes en la cantidad de tambos se producen en la década del ’90. Sin embargo, desde la devaluación el proceso no se revirtió. El cuadro 2 nos muestra la dinámica a escala nacional y el 3 focaliza en el sur de Santa Fe. Este proceso de concentración y centralización se ve acele-rado por la alta rentabilidad de la soja. Según un estudio del INTA, sólo los tambos más grandes y más productivos pueden alcanzar una rentabilidad mayor produciendo leche que cosechando soja: “De esto se desprende que el tambo será competitivo frente a la soja si su eficien-cia de producción logra superar el rendimiento promedio esperado de dicha oleaginosa. (…) Ello ocurre a partir de un valor de productividad de aproximadamente los �.000 litros de leche/ha VT/año.”36

Según señala el mismo estudio, el �0% de los tambos se ubica en-tre 3.000 y �.000 litros de leche/ha VT/año y sólo el 20% supera las �.000, con lo cual la gran mayoría estaría en desventaja frente a la soja. La diferencia de productividad está dada tanto por la calidad de las pasturas como por el tamaño. La rentabilidad del sector en aquellos tambos más rentables subió por encima del sector agrícola. Esta situa-ción implicaría como hipótesis una dinámica de la rama en términos generales más ventajosa que la evidenciada por la ganadería (Gráfico 14). Sin embargo, la suba de costos afectaría su rentabilidad. En parti-cular el maíz, base de alimentación del ganado (Gráfico 15). A pesar de la caída del número de tambos, la producción total de leche no dejó de crecer desde los ’80 hasta hoy, alcanzando en 2006, luego de la crisis del 2001, su máximo histórico.

Otra cuestión clave para entender las protestas del sector es la si-tuación del mercado externo. Los precios internacionales crecieron en forma sostenida, sin embargo, la exportación de leche en polvo se contrajo. La explicación más aceptada para esta contracción son las retenciones. Para el mes de mayo de 2008 el nivel alcanzó, para la leche entera en polvo, un 33,5 por ciento.3� El sistema de retenciones a la le-

36http://www.inta.gov.ar/rafaela/info/documentos/economia/competitividad%5Ftambo%5Fagric%5F2004.pdf.3�http://www.infocampo.com.ar/ganaderia/14122-las-retenciones-sobre-la-leche-en-polvo-entera-fueron-en-mayo-del-33/.

che se aplica desde principios de 200�, que es cuando empieza la caída de las exportaciones. Baja que no se refleja tanto en el valor exportado porque la suba del precio compensó la fuerte caída en la cantidad. El mecanismo de retenciones ya lleva recaudado 100 millones de dólares. Según estaba estipulado dicha recaudación iba a volver a los tamberos bajo la forma de compensaciones. Sin embargo, según denuncias del Centro de Industriales Lecheros, sólo el 20 por ciento fue reintegrado por el ONCCA.38 A su vez, la redistribución de los reintegros va a parar a las empresas más concentradas, dejando de lado a los pequeños tam-bos. Según informa la ONCCA, junto con los molinos harineros, la industria láctea es la que recibe más compensaciones (22,6% del total de reintegros). Dentro de la rama, Mastellone es la principal beneficia-da y Sancor la tercera (Cuadro 4 y Gráfico 16).

Al igual que ocurre en la producción de cereales, son los capitales más pequeños los más afectados por los mecanismos adoptados para fi-jar precios. En el caso de la leche esto se da por una doble vía. Primero, porque cualquier retención es trasladada en la cadena por el exporta-dor que acopia leche al capitalista que explota la producción. Segundo, por la dirección de las compensaciones, que van dirigidas al acopiador y no al productor. Los acopiadores son los agentes de la compensación, por la vía de asegurar un precio mínimo a los productores. Un último dato a tener en cuenta, es que al igual que con la ganadería, aparece en forma creciente la combinación tambo/soja en un mismo campo, con lo cual la retención se les aplicaría a las dos actividades.

Al igual que la ganadería, la retención se aplica con el objetivo fun-damental de aplacar la inflación interna, ya que implica una imposibi-lidad efectiva para la exportación de gran parte de la producción. Esto ocurre por la baja productividad del sector en relación a los principa-les productores mundiales, donde Argentina se encuentra por debajo de EE.UU., la Unión Europea, Nueva Zelanda, Polonia, Australia y Canadá, en la producción de leche por vaca y año (Cuadro 5).

Tomando la producción por hectárea, que es como recomiendan medir diferentes especialistas, la situación Argentina mejora. La con-clusión a la que llega un estudio es que la ventaja argentina reside en un menor costo, que no logra hacer a la industria nacional tan compe-titiva como la de Nueva Zelanda, ya que allí tienen una mayor produc-tividad gracias a mejores tierras y más tecnología para alimentación de las vacas.39 Un estudio del INTA confirma ese dato ya que señala un promedio de 11.000 litros/ha/año en Nueva Zelanda, mientras que en la Argentina sólo el 10% de los productores supera los 8.000 litros/

38El Cronista, 12/06/08.39Ostrowski, Bernardo: La competitividad mundial en la producción de leche, ver-sión digital disponible en internet.

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ha/año y el �0% se encuentra, como dijimos, entre 3.000 y �.000.40 La ventaja de Nueva Zelanda en cuanto a productividad se refuerza cuando se analiza la calidad de la leche producida. La leche argentina, por su alimentación en base a pastoreos, tiene baja concentración de sólidos (grasas).

Resumiendo una vez más: la leche argentina tiene problemas de competitividad que brotan sobre todo de la pequeña escala de la ma-yoría de los tambos. El proceso de concentración y centralización va “solucionando” el problema, en la medida en que, expulsando a los más pequeños, reúne la producción progresivamente en el 10% más poderoso de los productores. El crecimiento de la renta y las retencio-nes son los mecanismos que operan esta concentración. Un puñado de productores está en condiciones de afrontar la situación, mientras la gran mayoría se enfrenta a la expropiación.

Concluyendo…

No hay ninguna catástrofe agraria en marcha por culpa de la soja. Se trata de un proceso general de ascenso de precios de los productos agropecuarios que opera un aumento de los precios de la tierra, no im-porta si éste se manifiesta como pago del arrendamiento o como pago más las retenciones, que no son más que una expresión del precio de la tierra. El crecimiento de la renta presiona a los productores, que en busca de rentabilidad, deben llevar adelante una verdadera revolución productiva general, que tiene como consecuencia una reestructuración amplia de toda la producción pampeana y un proceso de concentración y centralización del capital. En todo este proceso, la soja es, simplemen-te, el elemento que corporizó mejor estas tendencias y se transformó en su vehículo privilegiado. Este es el contexto en que ha de moverse la protesta agraria.

Chacareros, terratenientes, asalariados y otras yerbas

La evolución de la estructura agraria pampeana resulta un insumo clave a la hora de reflexionar sobre el conflicto actual. Dicha estructura surge del proceso de acumulación originaria sui generis que vive la Argentina. A diferencia del europeo, en la región pampeana no hay una población campesina preexistente a la que haya que expropiar. Desde fines de la colonia hasta comienzos del rosismo se utilizaron mecanis-mos extraeconómicos a fin de arrastrar la población de la campaña a

40Gallardo, Miriam: “Nutrición de Ganado Lechero”, INTA Rafaela, en www.en-gormix.com/producir_19_o_26_s_articulos_538_GDL.htm.

las estancias. Pero el medio de producción fundamental, la tierra, fue apropiada de otra población, la aborigen, que no resultó proletarizada en el proceso, sino simplemente asesinada. La acumulación originaria en la Argentina se da fragmentada en dos espacios distintos: en Europa (España e Italia) se expropia al productor directo, el campesinado, a los efectos de producir al proletariado; en la Argentina, se expropia al productor directo, la población aborigen, a los efectos de constituir a la burguesía, apropiándose del medio de producción, la tierra. Esta peculiaridad va a tener una serie de consecuencias enormes para la historia argentina, que no corresponde tratar aquí.41 Sí corresponde señalar que las clases sociales, en la Argentina en general y en el agro pampeano en particular, tendrán este origen especial. No nos interesa examinar la historia completa de los personajes en cuestión, en tanto el eje de este libro es la situación actual, pero un poco de historia ayudará a clarificar el presente. Empecemos por el más cuestionado de todos, el chacarero.

El chacarero

La imagen popular sobre el chacarero pampeano es notablemente simple. No ha faltado, sin embargo, un debate considerable sobre su naturaleza contradictoria. Ansaldi ha sintetizado el abanico de defi-niciones del chacarero: campesino, campesino enfrentado a la expo-liación y los abusos feudales, campesino de tipo capitalista, capa capi-talista de origen campesino, productor familiar capitalizado, farmer, prefarmer, productor directo expoliado por terratenientes, pequeña y mediana burguesía, pequeño productor capitalista, pequeño produc-tor mercantil, pequeña burguesía rural propietaria, agricultor arrenda-tario, burguesía agraria federada, burguesía agraria frustrada. Para el mismo Ansaldi el chacarero es un chacarero.42 En otro lugar hemos

41Véase Sartelli, Eduardo: “Celeste, blanco y rojo: Democracia, nacionalismo y clase obrera en la crisis hegemónica (1912-1922)”, en Razón y Revolución, n° 2, pri-mavera de 1996.42Ansaldi, Waldo: La pampa es ancha y ajena. La lucha por las libertades capitalistas y la construcción de los chacareros como clase, Ponencia presentada en las Terceras Jornadas Interescuelas Departamentos de Historia de Universidades Nacionales, Facultad de Filosofía y Letras, UBA, septiembre 1991, p. 3. Los autores citados son: campesino: Asinari, Amanda: “Aportes para la historia rural. Surgimiento del mo-vimiento campesino: el Grito de Alcorta en Córdoba.”, en Instituto de Estudios Americanistas, Homenaje al Doctor Ceferino Garzón Maceda, Universidad Nacional de Córdoba, Dirección General de Publicaciones, Córdoba, 19�3; Fuchs, Jaime: Argentina, su desarrollo capitalista, Cartago, Bs. As., 1965; Grela, Plácido: El grito de Alcorta, CEAL, Bs. As., 1985 y Alcorta. Origen y desarrollo del pueblo y de la rebelión agraria de 1912, Litoral Ediciones, Rosario, 19�5; Kohen, op. cit.; expoliado por abu-sos feudales: García, José María: Reforma agraria y liberación nacional, CEAL, Bs. As.,

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criticado estas posiciones, por lo que resumiremos aquí la conclusión.43 La mayoría de las definiciones no expresan cualidades reales, sino qué quiso o no pudo hacer, qué fue en el pasado o va a ser en el futuro, o designan a varios objetos en la misma expresión. En realidad, “chaca-rero” es un nombre de fantasía, una categoría histórica que se usó para designar a las capas más débiles de la burguesía rural que marcharon en alianza en un momento histórico concreto. A partir de allí, el mismo continente fue variando su contenido. Si a principios del siglo XX, el “chacarero” es la expresión de la alianza de capas burguesas que incluye a la pequeña y mediana burguesía agraria pampeana dedicada al cereal, hoy es la expresión que designa a la burguesía agraria más chica, la que ya no incluye a la pequeña burguesía, que ha desaparecido.

¿En qué consistió esa alianza que dio en llamarse “chacarero”? Esa alianza surgió en 1912 en Alcorta, provincia de Santa Fe, durante el fa-moso “Grito de Alcorta”. Alcorta expresó la primera crisis de la estruc-tura de la agricultura pampeana. Mientras la expansión de la agricultu-ra tuvo por delante una frontera abierta, la renta se mantuvo baja y el acceso al arrendamiento, fácil. Sin embargo, a medida que ese proceso avanzó, la renta de la tierra fue creciendo hasta chocar con la ganan-cia capitalista, en un contexto mundial en el cual los precios cesan de crecer al abrirse una crisis de superproducción del mercado cerealero. Esa situación hace crisis a comienzos de la década de 1910 y se expresa

198�; campesino capitalista: Boglich, José: La cuestión agraria, Bs. As., 193�; capitalista de origen campesino o productor familiar capitalizado: Murmis, Miguel: “Sobre una forma de apropiación del espacio rural: el terrateniente capitalista pampeano y un intento de transformarlo”, en Murmis, Miguel, José Bengoa y Osvaldo Barsky: Terratenientes y desarrollo capitalista en el agro, Ediciones Ceplaes, Quito; farmer: Taylor, C.: Rural Life in Argentina, Baton Rouge, 1946; Archetti, Eduardo y Kristi Anne Stolen: Explotación familiar y acumulación de capital en el campo argentino, Siglo XXI, Bs. As., 19�5; prefarmer: Mascali, Humberto: Desocupación y conflictos laborales en el campo argentino (1940-1965), CEAL, Bs. As., 1986; productor directo expoliado por la clase terrateniente: Peña, Milcíades: Industria, burguesía industrial y liberación nacio-nal, Ediciones Fichas, Bs. As., 19�4; pequeña y mediana burguesía: Bonaudo, Marta y Cristina Godoy: “Una corporación y su inserción en el proyecto agroexportador: la Federación Agraria Argentina (1912-1933)”, en Anuario n° 11, Rosario, 1985, p. 151-216; pequeño productor capitalista: Borón Atilio y Juan Pegoraro: “Las luchas sociales en el agro argentino”, en Pablo González Casanova (Coord.), Historia polí-tica de los campesinos latinoamericanos, Siglo XXI; pequeño productor mercantil y peque-ña burguesía rural propietaria: Pucciarelli, op. cit.; agricultor arrendatario: Arcondo, Aníbal: “El conflicto agrario argentino de 1912. Ensayo de interpretación”, en Desarrollo económico, n° �9, Bs. As., oct-dic 1980; burguesía agraria frustrada: Pérez Brignoli Héctor: “Los intereses comerciales en la agricultura argentina de exporta-ción, 1880-1955”, en Enrique Florescano (comp): Orígenes y desarrollo de la burguesía en América Latina, 1700-1955, Nueva Imagen, México, 1985.43Sartelli, Eduardo: “Entre la esencia y la apariencia, ¿qué es un chacarero?”, en XVI Jornadas de Historia Económica, Quilmes, septiembre de 1998.

en la negación de los chacareros, es decir, de las fracciones más pobres de la burguesía y la pequeña burguesía rural, a convalidar el nuevo nivel de la renta. Es una batalla típica entre terratenientes y burgueses agrarios, pero que afecta sobre todo a los más pequeños, simplemente porque la renta es más pesada cuanto menos se arrienda, además de que cuanto menor es la unidad productiva, más ineficiente es. Durante los siguientes diez años los chacareros batallaron por una rebaja de los arrendamientos y mayores plazos, pero el alivio recién vino en los ’20, con una mejora de los precios (producto de la destrucción de la capa-cidad productiva agraria europea durante la Primera Guerra Mundial), un proceso de concentración y centralización del capital, en particular mediante cooperativas, y con una revolución técnica en la cosecha y el transporte, así como con la elevación de los rindes.44

Durante los años ’30 retornan las condiciones de superproducción, de modo que los chacareros que habían conseguido salvarse, caen víc-timas de la crisis en los primeros años. Un breve respiro se produce a mitad de los ’30, por la sequía norteamericana, que vacía la super-producción, pero el productor argentino vuelve a sufrir la misma si-tuación, mucho más grave que antes, con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.

Este personaje está acompañado en la estructura agraria pampea-na, desde sus orígenes, por otros miembros de la cofradía burguesa: grandes productores agrícolas conviven con grandes productores ga-naderos. En todos los casos, el arrendamiento se distribuye a lo largo de toda la escala. En efecto, aunque se amontonan más en el estrato chacarero, los arrendamientos son un porcentaje elevado también en la ganadería y en los niveles más altos. Hay también terratenientes puros, es decir, quienes no hacen otra cosa que arrendar sus tierras, pero la clase dominante en el agro (y fuera de él) es burguesía terrateniente, es decir, explotadores directos e indirectos de fuerza de trabajo. En gene-ral, el grueso de la producción cerealera tiende a caer fuera del universo chacarero, en unidades de producción burguesas que superan las 200 o 300 hectáreas.45

El chacarero típico no superaba las 200 hectáreas, el límite del tamaño rentable de la unidad económica a comienzos del siglo XX. Durante los primeros años de la colonización, se distribuyó la tierra en lotes de 66 has. pero los colonos rápidamente elevaron su tamaño dos o tres veces. La tecnología disponible impulsaba tales escalas, sin la cual no había posibilidad de rentabilidad alguna. Por esta razón, no

44Sartelli, Eduardo: “Cuando Dios era argentino: La crisis del mercado triguero y la agricultura pampeana (1920-1950)”, en Universidad de Nacional de Rosario, Anuario, 1994.45Pucciarelli, op. cit.

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hay chacarero que pueda sobrevivir sin explotar fuerza de trabajo, es decir, el más chico de los chacareros de entonces, es un pequeño bur-gués explotador, mientras que el chacarero más común es un burgués en toda la regla.

Durante los años ’40 se va a desarrollar una tendencia a la crisis y al estancamiento que recién va a recuperarse a comienzos de los ’50 y que se va a consolidar en las dos décadas siguientes. Durante este período, el mundo chacarero va a transformarse, en particular, por el pasaje a la propiedad de la tierra, por la concentración y centralización del capital agrario que va a dar por resultado unidades de producción mucho mayores,46 y por la caída espectacular en el número de los obre-ros rurales, producto del aumento de la productividad del trabajo en la agricultura. Ese proceso se va a hacer más visible todavía durante la etapa posterior, que abarca los años ubicados entre 1980 y 2001, en el que todas las características señaladas se acentúan. Las diferencias de este último período con la etapa anterior se encuentran, no en la tra-yectoria de la estructura agraria -más propiedad, reducción del número de las explotaciones más chicas y las más grandes en beneficio de los estratos medios (entre 2.000 y 5.000 has.), predominio cada vez mayor de la propiedad de las explotaciones, reducción de las necesidades de mano de obra, aumento de la productividad permanente, incorpora-ción de tecnología, etc.-, sino en la aparición del complejo sojero y del sistema de pools de siembra.

a. El mito de la agricultura familiar

Uno de los tópicos ideológicos más distorsivos acerca de la estruc-tura rural pampeana es la idea de la persistencia de la agricultura fa-miliar o, lo que es lo mismo, de una estructura social no capitalista o escasamente capitalista. Una compilación reciente sobre las transfor-maciones agrarias que defiende la “agricultura familiar” nos permitirá acercarnos al corazón del mito. El campo argentino en la encrucijada47 defiende la superioridad de la pequeña y mediana explotación, frente al carácter “expoliador” de la “agricultura sin agricultores” y, por ende,

46La concentración y centralización del capital no debe confundirse con la concen-tración de la propiedad de la tierra, ni siquiera con el aumento promedio o absolu-to de la superficie de la unidad productiva. La tierra no es el capital, sino el soporte de las actividades capitalistas. Lo que hay que reconstruir es la unidad empresaria y la evolución de la producción según los diferentes tipos de empresas, trabajo que no ha sido realizado hasta ahora. La cuenta se complica porque se deben descontar de este cálculo todas las interferencias y distorsiones producidas por la traslación de actividades productivas, que deben ser comparadas entre sí.4�Giarraca, Norma y Miguel Teubal (coord): El campo argentino en la encrucijada, Alianza, Bs. As., 2005.

considera negativos los últimos cambios, en particular la expansión de la soja transgénica y la aparición de pools de siembra y fideicomisos. Dicho de otra manera, en nombre de la “sustentabilidad” social y eco-lógica, se embellece la agricultura anterior a los cambios cuestionados y se carga sobre ellos la responsabilidad por la expansión del hambre en el “granero del mundo”. Al mismo tiempo, dichos cambios serían la expresión de la política económica dominante en los ’90, el modelo “neoliberal”. En un discurso estilo MOCASE, la compilación defiende el estancamiento de las fuerzas productivas. La víctima principal de las transformaciones es la agricultura familiar. Uno de los textos examina, precisamente, la suerte de este tipo de unidad económica en lo que ha sido, históricamente, su “patria chica”, el sur de Santa Fe. Sus autores repasan la suerte de las explotaciones de hasta 200 hectáreas:

“Estas explotaciones, que constituyen el grupo más numeroso, en tér-minos absolutos y relativos en el sur de Santa Fe, tienen una organización laboral en la que predomina el trabajo familiar tanto en tareas físicas como de dirección y gestión. Como ya señalamos, aunque en la mayoría de los casos la mano de obra familiar se combina con el trabajo asalariado y/o la contratación de servicios, en una importante franja el trabajo depende solamente de la familia. Es importante destacar que, entre estas explota-ciones, adquieren relevancia las unidades que ocupan a un solo integrante de la familia: alcanzan al 46%, el porcentaje más alto en comparación con el resto de los estratos. En el mismo sentido, las unidades de hasta 200 hectáreas representan el �0% del total de unidades que sólo ocupa a un integrante de la familia en la producción agraria predial.”48

Como puede apreciarse a simple vista, los autores reconocen que en el estrato chacarero más pequeño, el de menos de 200 hectáreas, sólo se emplea, en la mitad de los casos, a un miembro de la familia. O la productividad del trabajo es tan elevada que un solo trabajador familiar puede asumir la dirección y el trabajo directo en una magnitud superior al de los asalariados transitorios o tercerizados (contratación de “servicios”), o las autoras no justiprecian seriamente el peso y la importancia de estos últimos.

Hoy los contratistas son responsables de cerca del 80% de la super-ficie cosechada en el país y alrededor del 60% del área sembrada. El contratismo también tiene un desarrollo importante en otras tareas, como las de pulverización. El supuesto productor, de esta manera, no se encarga siquiera de dirigir directamente la producción, sino que lo hace por medio de empresas tercerizadas.

48Giarraca, Norma, Carla Grass y Pablo Barbetta: “De colonos a sojeros. Imágenes de la estructura social del sur de Santa Fe”, en Giarraca y Teubal, op. cit., p. 121.

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Los pequeños productores son los que no pueden escapar del con-tratismo puesto que no tienen recursos para adquirir las nuevas má-quinas e incluso su gasto de mantenimiento anual no se justifica para pequeñas superficies. Este hecho, por todos reconocido, es confirmado por todas las investigaciones más detalladas sobre productores de dis-tintas regiones. Clara Craviotti señala que la contratación de la cosecha es “unánime” entre las explotaciones más pobres de la localidad de Junín, mientras que las unidades de explotación capitalizadas pueden dirigir ellas mismas la actividad mediante recursos propios.49 Lo mismo señala un estudio de Andrés Lazzarini sobre Pergamino, que realiza todos los esfuerzos posibles por eludir las consecuencias lógicas de sus propias conclusiones:

“En este contexto, el recurso al contratismo de servicios para la reali-zación de las labores agrícolas incorpora un interesante problema teórico e interpretativo […] Así, tomando como ejemplo nuestra propia investigación, tenemos que 21� Eaps [Explotaciones agropecuarias] (50%) contratan la siembra, 235 (54%) la protección de los cultivos y 326 (�5%) la cosecha. Entendiendo que existen razones suficientes para mantener la califica-ción de pequeña producción de base familiar aun incluyendo la contra-tación de los cuidados y la cosecha -además del posible efecto compen-sador de las labores ganaderas que eventualmente se registren en dichas explotaciones-”50

Basta con que el dueño de la explotación dirija la siembra (aunque sea auxiliado por trabajadores temporarios) para que se considere que se trata de una producción de base familiar, es decir, que se basa fun-damentalmente en el trabajo del chacarero y su familia. Sin embargo, una explotación que contrata todas las tareas y que dirige la siembra empleando hasta 25 jornadas de trabajo (que es límite que el autor es-

49Craviotti, Clara: “Tendencias en el trabajo agrario y dinámicas familiares”, Buenos Aires, mayo de 2001, ASET.50Lazzarini, Andrés: “Anatomía de las pequeñas explotaciones de base familiar: el caso de Pergamino en 1988”, en http://www.inta.gov.ar/ies/docs/otrosdoc/ex-plot.pdf. Cabe señalar que los porcentajes indicados fueron calculados sobre un universo de estudios ya reducido a las supuestas unidades de explotación familia-res. Azcuy Ameghino mantiene la misma caracterización considerando capitalistas a las explotaciones que contratan siembra y cosecha, pero evaluando como fami-liares aquellas que no contratan la siembra. Azcuy Ameghino, Eduardo y Diego Fernández: “Causas, mecanismos, problemas y debates en torno al proceso de con-centración del capital agrario en la región pampeana: 1988-200�”, en V Jornadas de Investigación y debate: Trabajo propiedad y tecnología en el mundo rural argentino, Universidad Nacional de Quilmes, Bernal, 23, 24 y 25 de abril de 2008. Por su par-te el PROINDER mantiene la caracterización de familiares para las explotaciones que contraten cosecha y siembra.

tablece para las explotaciones familiares) puede desarrollar su actividad sin poner en juego la mano de obra familiar.51

Este límite de la contratación de hasta 25 jornadas anuales viene repitiéndose en la bibliografía sin atender al gigantesco aumento de la productividad del trabajo. Quizás en algún momento pasado este fue un parámetro adecuado, pero hoy claramente no lo es. Un campo de 200 hectáreas lo siembran 3 personas en un día o dos, lo mismo para la cosecha. Es decir que podría realizarse siembra y cosecha pa-gando no más de 12 jornadas de trabajo. La fumigación con glifosato no puede sumar más de 2 jornadas. Estamos hablando de que en una explotación de este tamaño todas las tareas principales pueden ejecu-tarse contratando tan sólo 14 jornadas de trabajo anuales. Las cuales se reducen si en vez de emplear asalariados en forma directa, se terceriza la cosecha. Con lo cual ninguna explotación de este tipo que contrata 25 jornadas anuales de trabajo puede considerarse familiar, mucho me-nos si a esto se añade la contratación de la cosecha y otras actividades secundarias a terceros.

Habiendo falseado de tal manera la noción de “explotación fami-liar”, se torna necesario crear una nueva: Lazzarini propone ahora la categoría “explotación familiar rigurosa”, que sería la que no contrata jornadas de trabajo adicionales. Llama la atención que ni siquiera en esta categoría “familiar rigurosa” resulta excluyente contratar la cose-cha. Si quisiéramos hablar de una explotación que realmente no de-pendiera ni del trabajo asalariado ni de su empleo indirecto mediante la contratación de la cosecha -si tal unidad existiera-, ¿debiéramos en-tonces inventar una tercera categoría? Podría sugerirse “Explotación familiar estrictamente rigurosa”. No suena bien, pero a esto se llega cuando, para subsanar una definición errónea, se crean otras con las mismas deficiencias que la primera. El autor del trabajo debiera asumir primero que su “explotación familiar” no es familiar ni depende del trabajo familiar. Luego debiera concluir que lo que denomina “explota-ción familiar rigurosa” tampoco es familiar ni, mucho menos, rigurosa. Porque difícilmente las jornadas de trabajo familiar invertidas en la

51El estudio considera que es familiar una unidad económica que contrata menos de 25 jornadas de trabajo al año. Pero para realizar la siembra esas 25 jornadas son suficientes para que ningún miembro del grupo familiar tenga que trabajar verda-deramente. Más adelante citamos un ejemplo, en Sastre, Santa Fe, de una explo-tación agrícola de 2�0 has. donde contratan cosecha, delegan cuidados culturales y seguimientos de los cultivos en un ingeniero agrónomo. La siembra se realiza en uno o dos días de trabajo por obreros temporales (3 a 6 jornadas de labor). Con mucho menos de 25 jornadas de trabajo asalariado y contratando el resto de las actividades ya han resuelto todas las actividades sin involucrarse directamente en ninguna de ellas.

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siembra superen el total de las jornadas de trabajo de personal externo invertido en la cosecha y otras actividades tercerizadas.

Por otra parte, tampoco se sostiene el intento de defender el carác-ter familiar de una explotación agrícola aludiendo a supuestas tareas ganaderas complementarias. No es posible afirmar que una explotación que produce soja tercerizando la cosecha y otros servicios y emplean-do asalariados para la siembra, es una producción familiar porque el dueño del campo críe algunas gallinas u otros animales. La producción de soja -al igual que toda la producción agraria pampeana- es plena-mente capitalista, se basa en el trabajo asalariado, sea éste contratado en forma directa o mediante una firma tercerizada (contratista). La de-bilidad de los argumentos empleados para defender la tesis opuesta no hace más que confirmar este hecho: los supuestos productores -incluso los considerados pequeños y familiares- son gerentes capitalistas de las explotaciones. Otros fenómenos han acompañado este retroceso del trabajo familiar en las explotaciones rurales, entre ellos no resulta me-nor el incremento de la residencia urbana. Por ejemplo, un estudio sobre la zona de Zabala, en el departamento de Rosario muestra que el 81% de los productores locales tenía una residencia urbana. La mi-noría que residía en el ámbito rural se dedicaba a la ganadería, no a la agricultura.52 El abandono de la residencia rural es consecuencia del decrecimiento del trabajo familiar en las pequeñas explotaciones, pero también tiende a reforzarlo. A este debilitamiento del trabajo familiar también contribuyen los cambios educativos: un mayor desarrollo de estudios secundarios y universitarios alejan a los jóvenes del trabajo directo en la explotación.

Los cambios en el empleo de la fuerza de trabajo familiar a par-tir de la contratación de servicios han sido estudiados por Cravioti, quien plantea que “la externalización puede suponer una relativización del trabajo familiar”. Esto, entre varios factores, favorece el empleo en otras actividades, lo que luego realimenta la situación “porque el he-cho de desarrollar actividades externas puede dar lugar a incompatibi-lidades, particularmente en el caso del doble cultivo trigo-soja, llevan-do a la contratación de tareas previamente realizadas por los propios productores.”53

Los pocos productores que no recurren al contratismo no son los más pequeños sino los que tienen a su cargo explotaciones de tamaños más respetables. En un rango que se encuentra por sobre las 500 has. el tamaño de su superficie les permite costear su propia maquinaria. Pero estos productores son una excepción respecto al empleo del contratis-

52Rosenstein, Susana: “La siembra directa: heterogeneidad de los patrones de adop-ción.” Cuadernos de Desarrollo Rural, 2° semestre 2001, Bogotá, Colombia. 53Craviotti, op. cit.

mo, no respecto al empleo substancial de fuerza de trabajo asalariada. Por ejemplo, los Grazioli, en Inriville, en la provincia de Córdoba, pro-ducen trigo, maíz y soja, en 1.000 hectáreas, entre propias y arrendadas. Nahuel Grazioli, hijo mayor y socio de Omar en el negocio, contó que “los Grazioli se ocupan de todas las labores: siembra, pulverización, cosecha, fertilización, embolsado y extracción”. La producción se lleva a cabo a partir de maquinaria propia, “además, poseemos dos camio-nes para llevar el cereal al puerto”. Es decir, no toman contratistas. Lo de ocuparse directamente ellos es falso pues cuentan con 5 empleados permanentes y además contratan trabajadores temporarios.

Sólo si se toman en cuenta los empleados permanentes, para esta “empresa familiar” es más importante la explotación de trabajo asala-riado que la fuerza de trabajo familiar: cinco obreros versus dos fami-liares (dueño e hijo) ya que la familia reside en Casilda (Santa Fe). Pero la primacía del trabajo asalariado es mayor dado que precisamente el trabajo rural se concentra en la siembra y la cosecha, donde se contra-tan obreros temporarios. Aún así el diario insiste en la importancia del trabajo familiar, mientras el trabajo asalariado, el más importante, es citado apenas como “auxiliar”.54 Otro ejemplo tomado de los medios es el de Matías Meli, de Gardey. En 600 hectáreas cultiva soja, maíz y trigo; posee ganado y tambo. “Acá se trabaja de sol a sol. No hay ho-rarios ni feriados. Pero me gusta mucho la sensación de libertad que me da el campo. Además tengo la posibilidad de trabajar alejado del ruido”, opina. Todos los días recorre el campo. Tiene a cargo a 15 per-sonas, que viven en el establecimiento junto con sus familias.55 Otro ejemplo de trabajo “familiar”.

Afortunadamente, la tecnología actual nos provee de nuevas fuen-tes para nuestra investigación. Los blogs agrarios, tan intensamente empleados durante el paro rural, son asiduamente frecuentados por todo tipo de chacareros, donde discuten continuamente los avatares de sus negocios. En esos diálogos, al igual que en noticias publicadas antes de la confrontación, encontramos a los supuestos productores fuera de la pose mediática, desnudándose claramente la naturaleza de su actividad.

Elio Tortone, intendente de Despeñaderos, entrevistado durante Produagro, evento realizado en su localidad, es consultado por su acti-vidad en el sector agropecuario. Tortone afirma: “la empresa la manejan

54Clarín, 29/3/08.55La Nación, 30/3/2008. En la Provincia de Buenos Aires existen, según el censo agropecuario de 2002, 5.1�4 explotaciones entre 500 y 1.000 ha. Tienen 4.40� empleados permanentes viviendo en la explotación (pueden tener más que no resi-dan en ella) y contratan 182.6�6 jornadas de trabajo anuales en forma directa (35 jornadas en promedio cada una). Además de contratar una importante cantidad de servicios.

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mi señora y mi hermano. Tenemos campo al norte de Colonia Caroya, y hacemos trigo, soja y maíz, pero toda la tarea la hacen contratistas. Yo me he dedicado sobre todo al servicio mecánico en el campo”.56

En los foros hay una discusión permanente: contratar o dirigir el trabajo en forma directa, comprando la maquinaria y, si hace falta, pagarla en parte mediante el trabajo para terceros. Quienes optan por comprar máquinas cuestionan a los primeros por no seguir su misma decisión:

“con 300 toneladas de soja, hoy 8 de agosto, te comprás un precioso tractor John Deere �515 de contado. Es la producción de 100 has. Si no hay más boom es porque somos una sarta de pijoteros que pensamos más en comprar algún departamento que en renovar herramienta. Pero claro, es mas fácil dar a sembrar, dar a fumigar, dar a cosechar, llamar el camión, en fin, hacer todo por teléfono y después putear porque los números son chiquitos, o echarle la culpa que no hay gente cuando le ofrecemos para trabajar una máquina de un cuarto de millón de dólares y le queremos pagar como al barrendero.”5�

Otro posteo responde con un argumento, probablemente acertado: la cantidad de máquinas casi nuevas que se ofrecen a la venta hace sos-pechar de la rentabilidad de su compra. “Si agarro el diario El informe venadense o la ruta 8, veo en los concesionarios máquinas con 1.000 horas a la venta ¿que les pasó a esos cosecheros, la pagaron con mil horas de trabajo?”58 Como contrapartida, frente a quienes plantean las dificultades para contratar gente confiable, dice el mismo personaje que conseguir quien haga el servicio no puede ser una tarea imposible y que, en última instancia, forma parte de su trabajo. Su trabajo de gerencia, agregaríamos nosotros.

Como dijimos, el 80% de la cosecha es tercerizada. Veamos, en-tonces, cuáles son las tareas de los chacareros que contratan esta acti-vidad. Primero atendamos a las recomendaciones que desde el INTA PRECOP, un programa del INTA destinado a disminuir las pérdidas durante la cosecha de soja, se les formulan a los “productores”: “Estar presente durante la cosecha”; “Motivar al equipo de trabajo (recordar que el operario de la cosechadora es la figura clave del proceso).”59 Las pérdidas se producen por una velocidad excesiva de la cosechadora (al

56La fiesta donde es entrevistado es “Produagro”, en http://www.todoagro.com.ar/todoagro2/nota.asp?id=5905.5�elvaquero, 08/08/2007, http://www.fyo.com.ar/foro/message_vistaasp?forumid=6&messageid=96312&threadid=96312.58Ídem, Maradona(10), el 09/08/2007.59http://www.cuencarural.com/agricultura/como-reducir-un-15-las-perdidas-en-la-proxima-cosecha-de-soja/, 25/2/08.

contratista le conviene terminar rápido el trabajo para poder cosechar más campos, lo que tiende a disminuir el rendimiento) y por peque-ños desajustes del equipo, especialmente los cabezales, por lo que es importante el estado de la máquina. Por ello, el gerente de la explo-tación debe estar en el lugar de la cosecha y vigilar la velocidad de la cosechadora y su puesta punto. Hoy en día las cosechadoras cuentan con monitores de rendimiento conectados con GPS, de manera que, al terminar su tarea, el contratista entrega una tarjeta de memoria que puede conectarse a una PC. Con ella el chacarero puede analizar los mapas en los que aparecen, con distintas tonalidades, los rendimientos de cada metro: “el sistema es una forma de controlar el trabajo del con-tratista, porque en la memoria están almacenados datos tales como la velocidad, que puede influir en la calidad del grano cosechado.”60 Pero el control en la computadora se realiza luego de que la pérdida ya fuera ocasionada, de ahí la insistencia del INTA de que el “productor” esté presente en la cosecha.

De todas formas, esa presencia no es para trabajar, sino para con-trolar el verdadero trabajo: no en vano el INTA también recuerda que el operario es la clave del proceso. Leamos las recomendaciones que se hacen entre sí los chacareros respecto de los mejores métodos de control:

“Una sola pregunta: ¿por qué los contratistas rurales que al momen-to de requerir sus servicios se pintan como el mejor y el más guapo, se molestan cuando, una vez en tu campo, te subís a la máquina con un GPS y le controlás la velocidad de cosecha o siembra? ¿A eso es a lo que aquí en Argentina se le dice “Chanta”? ¿Cómo se combate al Chanta? ‘Comprensen’ un GPS, hagan una tirada de 500 metros y a contar pérdi-das, luego ajustar el equipo. Cuando todo parece que ya está, no se bajen de la máquina: controlen con el GPS 15 o 20 hectáreas desde arriba; van a ver que los rindes suben solos...”61

Un segundo “productor” cree tener un método mejor:

“La peor manera de controlar a un contratista, en principio, es subirse a la máquina. En dicho momento (desde que ve la tierra de la chata) el maquinista hará todo bien: velocidad, viento, cóncavo, zaranda… ¿Qué hay que hacer? Cronometrar una tirada sin ser visto y luego otra paralela arriba de la máquina. Y comparar.”

60“Los contratistas: la expansión de una empresa familiar”, en http://www.clarin.com/suplementos/rural/2008/01/26/r-015936��.htm, 26/01/2008.61“Precio de trilla”, enviado por: geozil el 26/02/200�.

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Finalmente un contratista hace su propia recomendación:

“Si el problema es la velocidad, pasate todo el día arriba de la máquina, así de fácil. Yo soy productor y además presto servicio de cosecha y nunca cosecho a más �,5... Nunca. Es más: �,5 es lo máximo-máximo. Estaba harto de tener que subirme arriba de la máquina, pesar los camiones, etc. Ahora estoy mucho más tranquilo que nadie me roba nada, cosecho cuan-do quiero, como quiero. Igual para los que no tienen máquina: no se crean que los contratistas ganan bien, los números parecen mejores de lo que son. En una estancia grande de la zona en que estamos nosotros (2�.000 has. de agricultura) tienen 13 (trece) ingenieros agrónomos afectados a controlar puesta a punto y velocidad. Cada uno con GPS en mano, arriba, tomando velocidad, o abajo de la máquina tomando tiempos, que es lo mismo….”

De esta descripción surge que no siempre el “productor” está siquie-ra presente en el momento de la cosecha. Por los testimonios, parece que cuando llega (cuando ven venir su camioneta) el operario de la cosechadora empieza a trabajar mejor. Esta discusión acerca del méto-do de control más económico (para el tiempo del “productor”), toma ribetes “foucaultianos” cuando el “productor” recomienda controlar sin ser visto. Por otra parte, queda clara la diferencia de eficiencia con la gran explotación donde 13 ingenieros agrónomos monitorean todo el proceso, disminuyendo al mínimo las pérdidas.

En una entrevista realizada por nuestro equipo de investigación a productores de Sastre surge lo mismo. Ante la pregunta sobre su trabajo en su explotación, el chacarero, que posee 30 has. dedicadas a tambo y 2�0 has. para agricultura (de las cuales arriendan 1�) nos detalló las formas de vigilancia implementada. Efectivamente, esa es la actividad central que despliegan: “El productor esta siempre viendo, controlando los campos. Hay algunos contratistas que con tal de trillar rápido tiene una maquina que está perdiendo cereal, entonces, uno los controla, los ve.”

Para la siembra emplean una sembradora Bertini de 25 surcos. El trabajo comienza a las 6 de la mañana y se continúa hasta la noche. La velocidad depende de “la voluntad del hombre que vos tenés, porque hay algunos que no se preocupan, que vos tenés que estarle atrás”. El matrimonio titular de la explotación y su ingeniero controlan la tarea. A su vez, ellos también supervisan al ingeniero: “Supervisamos, recorremos, miramos que también el ingeniero haga las cosas como nosotros querramos y que se maneje bien.” El verdadero trabajo queda a cargo de obreros temporarios. El pago a destajo, por hectárea traba-jada, introduce otra forma de control. La siembra la realizan obreros

temporales: “se paga no por hora sino por hectárea porque no podés estar todo el día vigilando que te diga que trabajó 3 y trabajó 2”.

De esta manera, las tareas del titular de la explotación, tanto en siembra como cosecha, se limitan a la supervisión y a otras tareas geren-ciales (por ejemplo, la compra de insumos). Por otra parte, el cuidado del campo entre siembra y cosecha tampoco depende de labores suyas: “en el medio de siembra y cosecha que se hace eso que va más en el ingeniero que tiene el conocimiento y vos le delegás”.62

¿Por qué tercerizar en lugar de elegir la explotación directa? Un pri-mer motivo es el costo de la maquinaria y de su mantenimiento. En superficies pequeñas estos gastos no se amortizan. Además de una tem-porada a otra la máquina tiene que ser ajustada por completo. Tanto por su uso continuo (que alcanza en los contratistas más importantes 8 a 10 meses al año), como por su mayor dedicación al cuidado de las máquinas (numerosos testimonios indican que los contratistas desar-man y vuelven a armar la maquinaria por completo al terminar la tem-porada) las mismas se mantienen en mejores condiciones. Los cambios técnicos han reforzado esta situación, pues surgen nuevos equipos que tornan obsoletos anteriores, obligando al chacarero a una actualización permanente. A su vez, el contratista con maquinaria más moderna au-menta la productividad del trabajo, rindiendo, a la postre, más de lo que el chacarero podría ganar con máquinas viejas y trabajo propio. Al chacarero le conviene acudir al contratista para lograr una productivi-dad del trabajo que él con sus medios no podría lograr. Así lo muestra un estudio que indica un mayor rinde de las tierras trabajadas por con-tratistas.63 Una descripción de la cosecha por un contratista moderno, que levantó 35 has. en un día, contrasta con la semana que tardaría con maquinaria más atrasada.64 Esto no sólo implica un salto en pro-ductividad sino una disminución del riesgo, al achicar las chances de que, a último momento, una tormenta arruine la cosecha.

Un segundo motivo se vincula a la gestión de la fuerza de trabajo. Para el chacarero, un obrero menos es literalmente un problema me-nos. Decía un entrevistado que el productor llama contratistas para evitarse el trabajo de supervisar él mismo la mano de obra: “prefieren

62Entrevista a Hugo (Sastre, Santa Fe) realizada por Verónica Baudino.63El rendimiento de las tierras trabajadas por contratistas resulta superior en un 11% para el trigo, 8% para el maíz, 3% en el girasol y �% en la soja. Véase Agustín Lódola y Román Fossati: Servicios agropecuarios y contratistas en la provin-cia de Buenos aires. Régimen de Tenencia de la Tierra, Productividad y Demanda de Servicios Agropecuarios, Universidad Nacional de La Plata y Dirección Provincial de Estadística de la Provincia de Buenos Aires.64Descripción de la trilla por Héctor Huergo, en Clarín Rural, 15/2/98.

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que sea el contratista el que lidie con los problemas”65. En la búsque-da de abaratar costos, flexibilizar la fuerza de trabajo también podría haber sido una variable. De este modo, el fenómeno del contratismo estaría asociado a la misma actitud hacia los obreros que ha prevalecido en la tercerización formal de todo tipo de tareas en el ámbito urbano.66 A su vez, claramente la tercerización externaliza los costos relacionados con seguridad social y los accidentes laborales, lo que no es menor en una actividad que se encuentra segunda en relación a este tipo de problemas. Finalmente, los chacareros se quejaban de dificultades para conseguir mano de obra para siembra y cosecha: siendo un trabajo es-tacional y habiendo una demanda simultánea de brazos, debían pagar más del mínimo legal para conseguir obreros. En cambio, el contratis-ta, al ofrecer un trabajo más continuo podía negociar mejor con sus empleados.6�

Como vemos, se repite un prejuicio muy viejo que avalúa muy por debajo el aporte real de los obreros rurales. Un campo sin agricultores, es decir, sin el trabajo directo ni la participación gerencial de pequeños y medianos capitales no es, sin embargo, algo nuevo. Todo lo contra-rio, está inscripto en el desarrollo propio del capital, en la expansión de las fuerzas productivas y de la concentración y centralización producida por el aumento de la productividad del trabajo.

b. Relaciones peligrosas: chacareros y terratenientes

Dada la importancia que en el imaginario popular y en el conflic-to actual tiene el “chacarero”, resulta importante detenerse un poco en el análisis de su naturaleza y de las relaciones que trazaban con otros miembros del mundo rural. La leyenda quiere que los chacareros fueron siempre enemigos de los terratenientes, aliados de los obreros, pelearon por la propiedad de la tierra y mantuvieron un frente interno unido. La historia política de los chacareros comienza, como dijimos, con el Grito de Alcorta, un enfrentamiento con los terratenientes por los plazos y el monto de los arriendos.

Contra tales enemigos, los chacareros esgrimieron, en la primera instancia que los encontró frente a frente, la única estrategia posible: renunciar a poner en marcha el proceso productivo. Eso podía llevarse adelante de dos maneras: primero, levantando el capital y girándolo ha-cia otras áreas de la economía; segundo, organizando la representación

65Tort, María Isabel: Los contratistas de maquinaria agrícola: una modalidad de orga-nización económica del trabajo agrícola en la Pampa Húmeda, CEIL, Documento de Trabajo nº 11, Buenos Aires, marzo de 1983, p. ��. 66Ver comunicado del MOCASE en http://eco21.com.ar/2008/el-paro-del-campo-segun-el-mocase.html.6�Tort, op. cit.

colectiva de la clase, imponiendo artificialmente el fin de la competen-cia interna por la tierra. El primer modo implicaba la enajenación defi-nitiva de la tierra y su modo de vida. No les costaba demasiado, habida cuenta de la vida errante de todo inmigrante. La dificultad surgía del hecho que esta decisión normalmente llegaba cuando el pequeño ca-pital estaba comprometido por las deudas acumuladas tras varios años de cosechas difíciles. Hacia 1910 era posible concluir que un ciclo de buenos años había finalizado y que era mejor abandonar la tierra. Pero nadie piensa en eso cuando todo parece ir más o menos bien. De modo que, por lo general es el chacarero el que abandona la tierra pero no su capital, que ha sido expropiado por terratenientes, rameros, bancos, etc. Normalmente, el chacarero abandona la tierra cuando ya su capital lo ha abandonado a él. Hacia 1910-12 la única opción era quedarse y pelear.

A pesar de la orientación socialista y anarquista de muchos de los fundadores de la FAA, a lo largo de la década del ´10 se va perfilando el dominio de una facción de extracción deliberadamente pro burgue-sa encabezada por quien va a monopolizar la jefatura de la organiza-ción por más de 30 años, Esteban Piacenza, un italiano admirador de Mussolini. Esta línea, sin duda, calzaba mejor con el carácter del chacarero pampeano. Los anarquistas son raleados rápidamente, mu-chos de ellos, como los hermanos Menna de Firmat, por la vía rápida del asesinato. Hablando de revolución social, los anarquistas no tenían nada que ofrecer a los chacareros. Los socialistas nunca pudieron ela-borar una política coherente, entrampados en las convicciones inte-lectuales de Justo. Aún en el momento más álgido, la marcha sobre Buenos Aires, en 1921, los chacareros no tuvieron más objetivo que exigir la sanción de la ley que impusiera plazos de arrendamiento más largos, a pesar de las declaraciones de “emancipación” que delegados como Boglich firmaron en San Pedro con los titulares de la FORA.68 No fueron estas las únicas apelaciones políticas que debieron enfrentar los chacareros. Sabida es la vinculación con el radicalismo y, menos co-nocida, pero muy importante, la de la Liga Patriótica.69 Lo importante es que la línea que se va acentuando en la conducción de la FAA es la

68Ver Sartelli, Eduardo: “Sindicatos obrero-rurales en la región pampeana”, en Ansaldi, Waldo (comp.): Conflictos obrero-rurales pampeanos, CEAL, Bs. As., 1993, tomo 3.69Ver sobre todo Bonaudo y Godoy, op. cit., p. 199 y ss. para el radicalismo. La FAA vio a la Liga como un competidor poderoso, capaz de moverse en su propio terreno. Son abundantes las denuncias desde La Tierra, de las actividades liguistas. Véase, como ejemplo, 28/1/21 y 1/3/21. Una descripción de la actividad de la Liga puede verse en Sartelli, Eduardo: “Celeste, Blanco y Rojo. Democracia, nacio-nalismo y clase obrera en la crisis hegemónica (1912-1922)”, en Razón y Revolución, n° 2, Primavera de 1996.

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que propone una solución de la crisis que siga la más estrecha línea de acción capitalista: la crisis sólo puede solucionarse siguiendo aquellos remedios exclusivamente capitalistas, sin contar como tal atentar con-tra la propiedad privada.

En efecto, la movilización chacarera no aspira a revolución alguna. Por el contrario, la FAA inmediatamente se apura a disipar cualquier duda sobre sus verdaderas intenciones, las más de las veces, en boca de Piacenza. Los métodos preferidos para enfrentar la subida de la renta y la reducción de los plazos fueron, además de la movilización política (que incluyó amagos de formación de un partido propio), el incremen-to de la composición orgánica del capital, incorporando máquinas que redujeran el costo de la mano de obra, y aumentando la productividad de la tierra mediante la introducción de nuevas variedades de semillas y el paso a actividades más intensivas, como la orientación tambera que van a seguir los colonos del centro de Santa Fe.�0 En ningún momento los chacareros pelearon por otra cosa que por la reducción del arrenda-miento. Que esta línea revelaba el contenido burgués dentro del envase chacarero, lo demuestra la historia posterior de los mismos personajes, que podemos seguir con la siguiente anécdota, que no tiene, sin embar-go, nada de anecdótica.

La inauguración del elevador cooperativo de Leones, en los co-mienzos de los `30, contó, entre otros “próceres” con la presencia del presidente de la Sociedad Rural, Federico Martínez de Hoz. En su dis-curso alaba la cooperación y el ejemplo de Leones, que partiendo de la provisión de mercaderías, pasó luego a la adquisición de bolsas y la negociación colectiva de la cosecha. La instalación del primer eleva-dor cooperativo les aseguraba la independencia absoluta, ejemplo que harían bien, según Martínez de Hoz, en imitar todos los chacareros. Su entusiasmo llega a imaginar a los “colonos cooperadores” vendien-do directamente al consumidor desde los elevadores cooperativos y transportando la cosecha en “buques cooperativos”.�1 Uno de los nom-bres más aristocráticos de la ganadería pampeana, presidente de la aso-ciación de los grandes personajes rurales, que habían sido insultados hasta el cansancio en todo el decenio que va de Macachín y Colonias Trenel (1911) a la sanción de la ley 11.�20 (1921), aparece a fines de los `20 alentando la independencia de los chacareros. Se podría pensar que se trata de un discurso hipócrita, pero habría que hacer malabares para entender por qué los chacareros lo invitaron a hablar en seme-jante acto, que bien podría haber sido mirado como un manifiesto de

�0Esta reorientación productiva fue una de las salidas a la crisis, que, no obstante, también requirió la formación de cooperativas. Para el surgimiento de las mismas, su lucha contra la DAYRICO y la creación de SANCOR, ver Grela, op. cit., p. 2�1 y ss.�1Sociedad Rural Argentina, Anales, 1930, p. 55�.

independencia frente a su tradicional explotador. Pensar de esa manera equivaldría a no entender que la oposición terrateniente-arrendatario se basa en una contradicción de intereses que puede conciliarse y no en un enfrentamiento de vida o muerte. Por otro lado, impediría ver que nos encontramos en un momento diferente al de la segunda década del siglo. Allí, el antagonismo chacarero-terrateniente estaba en primer pla-no porque el peso de la renta era superior a todos los demás costos. Por eso, el comercio y los obreros podían ser interpelados como posibles aliados, mientras que el mayor problema era contra subarrendadores y terratenientes. Pasado el conflicto, la renta bajó a niveles inferiores a los de 1912. Esto explica que el choque con los terratenientes no renaciera. El eje pasó a colocarse donde sí podía lograrse un cambio substancial: el costo laboral y la intermediación comercial. Ahora son los terratenientes los aliados y esta alianza se muestra en varios puntos, pero sobre todo en el beneplácito con que la FAA y la SRA reciben la noticia del envío de tropas a Santa Fe y Córdoba para reprimir las huel-gas de braceros de 1928-9, en el acuerdo para la construcción de la red de elevadores y en el desarrollo de las cooperativas. El mismo Duhau, futuro ministro de Justo, el gobierno que negociará muy duramente la participación argentina en el Congreso mundial del trigo, alentará a los chacareros a constituir organizaciones cooperativas como las ca-nadienses.�2 Una prueba de la alianza chacarero-terrateniente, unos en defensa de la ganancia capitalista y otros de la renta. Ambos planean superar la crisis haciéndosela pagar al sector comercializador y a los obreros.

Uno de los errores que aquí intentamos combatir es atribuir a los actores conductas desgajadas de su contexto histórico específico, posi-ción común a las expresiones del marxismo vulgar en la problemática agraria, a la ideología oficial de la FAA e incluso a investigadores actua-les. Un tópico común es la creencia en la “eterna” lucha chacarera por la propiedad de la tierra, que no se ve por ningún lado y más bien se defiende como una manifestación metafísica.�3 Los “chacareros” eran expresión de una realidad burguesa. En consecuencia, la lógica que los guiaba tenía que ver tanto con los incentivos personales como con las presiones propias de la realidad que constituía su marco de acción. Más allá de lo que quisieran o desearan, la dinámica de la economía favo-recía la expansión de la unidad productiva frente a asegurarla (relativa-

�2Ver Duhau, Luis: “Los elevadores de granos en el Canadá”, en: Sociedad Rural Argentina, Anales, 1928, p. 22�. No estará de más recordar que Duhau poseía más de 4.500 has. sembradas en sus propiedades en Colón, Guaminí, Dolores y General Conesa (Ver Newton, Ricardo: Diccionario biográfico del campo argentino, Bs. As., Losada, 19�2, p. 155).�3Un ejemplo de este tipo de desatinos historiográficos se encuentra claramente representado por el texto de Palacios, op. cit.

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mente) con la propiedad. Decimos “relativamente” porque comprar la tierra significa inmovilizar capital por la vía de adelantar la renta. Ese capital podía utilizarse para expandir la unidad productiva y “promo-cionar” de clase, pasando de pequeña burguesía a burguesía. Cuando la renta alcanzó su punto máximo muchos chacareros pudieron sentir que era un problema y que se encontrarían mejor si hubiesen compra-do la chacra tiempo atrás. Sin embargo, ese era un sentimiento nove-doso para la mayoría de ellos, que habían preferido otra cosa, como la abundante prueba existente lo confirma: los chacareros, antes que comprar la tierra optaban por arrendar superficies mayores, algo com-pletamente lógico. Atribuir a los chacareros un deseo metafísico, es decir naciendo desde el “alma campesina”, en lugar de examinar las alternativas económicas que estaban a su disposición y resultaban más racionales, no caracteriza a un buen historiador sino a un comprador de buzones que ha creído a pie juntillas a los ideólogos del “productor pampeano”.

Por otra parte, la experiencia de los chacareros pampeanos es muy heterogénea: desde las experiencias de las colonias (y las hay de varios tipos) hasta el arrendamiento independiente, la propiedad individual, las colonias judías, un entramado de historias diferentes rehuye cual-quier simplificación superficial.

c. Relaciones más peligrosas: chacareros y obreros

La relación de los chacareros con los obreros fue siempre ambigua. En algunos casos y para acuerdos puntuales podían ser aliados, pero eran enemigos, estructuralmente hablando. Incluso las formas que el juanbejustismo gustaba imaginar como de “capitalismo con rostro hu-mano”, como se decía hasta no hace mucho, las cooperativas, agudiza-ban el conflicto de clase. Estas tomarán impulso durante la segunda década del siglo. Nuestro capitalista colectivo, la cooperativa, aparece en escena como el instrumento más adecuado para capturar parte del proceso productivo que había escapado de las manos del chacarero como la trilla y la desgranada. El chacarero cooperativista, no sólo es más eficiente, sino que es más capitalista, controla más el proceso pro-ductivo y aumenta su capacidad de retención de plusvalía. Una anécdo-ta muy significativa servirá para ilustrar el tema. De paso por Oncativo, en 1921, uno de los organizadores de la FAA, Narciso Gnoatto, recala en la Sociedad de Agricultores Unidos. Habla a los socios, los insta a enlistarse en la FAA y celebra la actitud de los mismos que han llegado a acuerdos de apoyo mutuo con los obreros estibadores y los carreros. Esto no entrañaba ningún problema porque ambos, chacareros por un lado y carreros y estibadores por otro, tenían relaciones conflictivas con los acopiadores, por lo que había bases para acuerdos de mutuo

beneficio. Sin embargo, Gnoatto relata, con sorpresa para él, la actitud de la cooperativa en el conflicto entre obreros y acopiadores: mientras los agricultores se solidarizaron con los obreros, la cooperativa se niega a hacerlo, porque, como explica su gerente, aceptar las condiciones de los obreros,

“... SI BIEN FAVORECERIA LOS INTERESES DE LOS SEÑORES COLONOS COMO TALES, IRÍA EN CONTRA DE LOS MISMOS EN CALIDAD DE MIEMBROS DE ESTA COOPERATIVA. Repetimos que SEREMOS LOS ÚLTIMOS en aceptar con el mayor placer (?!) lo que se acepte primero por todo el comercio de la localidad.”�4

No se trata de un caso de alucinante esquizofrenia sino de la con-secuencia lógica del avance capitalista de los chacareros, que ahora se enfrentan como tales a los obreros no sólo en el área de la producción sino también en la del transporte y almacenaje. No podía, entonces, ser más coherente la posición del “gerente” de la cooperativa, que no hacía más que reconocer la realidad de las relaciones en las que se hallaba inmerso.

Esta relación contradictoria con los obreros es una constante de la pequeña burguesía, generada por su ambigua situación social. Es decir, el desarrollo propio de la actividad económica lo transporta hacia el cielo prometido de la burguesía, promesa de ascenso social que no siem-pre se cumple (quizás las menos de las veces) pero que alimenta en ella la fidelidad al capitalismo que constituye una de las cartas ganadoras de la burguesía en su lucha frente al proletariado. La inversa también puede darse: en la medida en que está subordinada a sus hermanos ma-yores, la pequeña burguesía suele rebelarse frecuentemente con grados diversos de radicalismo, hecho que no impide posteriores “reversiones de alianzas”: durante la década del ‘10 los chacareros trazaron alianzas efímeras con la clase obrera en su lucha contra los arrendamientos y los sistemas asfixiantes de comercialización. Al final de la década siguien-te, cuando el problema se trasladó a los precios internacionales, los mismos chacareros se sumaron al resto de la burguesía para reprimir ferozmente y ejército mediante las demandas salariales de los braceros, que amenazaban con aguar la sangre que irriga los corazones de la bur-guesía, es decir, la plusvalía. Tal situación se repite a lo largo de toda la historia, simplemente porque los chacareros son burgueses.

�4Los signos entre paréntesis y las mayúsculas son del propio Gnoatto. La Tierra, 15/2/21 Otros ejemplos de conflictos obreros con cooperativas o chacareros aso-ciados, ver La Tierra, 11/3/21.

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d. Los chacareros, hoy

Dijimos que el chacarero es un personaje inexistente en términos de la estructura de clases. “Chacarero” es el nombre de fantasía que recibió una alianza entre fracciones burguesas y pequeño-burguesas del agro, atrapados por el peso creciente de la renta. Preguntarnos por el contenido de esa alianza hoy presupone desarmarla en sus compo-nentes y poder cuantificarlos. Hay un problema insuperable: la últi-ma fuente de alcance nacional es el Censo Nacional Agropecuario del 2002. Todos coinciden en que los últimos seis años han visto los cam-bios más dramáticos y que, además, el Censo 2002 es el de peor factura de la serie histórica. Es decir, una fuente lejana y mala. Un problema complementario es que la bibliografía existente suele utilizar como fuente privilegiada los censos, de modo tal que repiten sus problemas o no avanzan más allá del 2002, resultando atrasadas para el trabajo que nos proponemos.�5 Realizaremos, sin embargo, una aproximación, aunque más no sea a título de hipótesis.

Si observamos la evolución de las Eaps entre 1988 y 2002 (Gráfico 1�), observamos que, salvo algunas contadas provincias, la enorme mayoría presencia una disminución importante de las mismas en los cuatro años de la muestra. Se observa además la mayor caída en las provincias pampeanas. Esta reducción de las Eaps sería paralela a la expansión del contratismo, cuya situación por provincias en 2002 se muestra en el gráfico 18. Allí se hace evidente la enorme presencia de la modalidad en las provincias sojeras, como Córdoba y Santa Fe. Se destaca la menor proporción que representa en Buenos Aires, aunque sea igualmente alta. Como se trata de cifras de 2002, es muy probable que en la actualidad se encuentren subvaluadas.

Según revelan fuentes secundarias (no aparecen datos contunden-tes), del 2002 para acá creció el número de arrendamientos por sobre la explotación directa. En particular por el avance de la soja sobre tierras ganaderas y por la necesidad de los ganaderos de arrendar tierras para colocar sus vacas. A la vez la suba del valor de los arrendamientos y la escala de producción necesaria para operar, hizo que para muchos dueños fuese más rentable alquilar la tierra. Esto se refleja en que la presencia creciente de los pools de siembra, cuya magnitud real no po-demos cuantificar. Nadie tiene cifras reales, son todas especulaciones.

Un muy calificado especialista, Horacio Giberti, puede ayudarnos a sintetizar la situación del chacarero. Giberti reconoce el fin de la explo-

�5Bibliografía como la siguiente, entonces, tiene escasa relevancia, salvo como pun-to de referencia general: Barsky, Osvaldo y Jorge Gelman: Historia del agro argentino, Mondadori, Bs. As., 2005; Barsky, Osvaldo (editor): El desarrollo agropecuario pam-peano, GEL, Bs. As., 1991; Barsky, Osvaldo y Alfredo Pucciarelli: El agro pampeano. El fin de un período, UBA-FLACSO, Bs. As., 199�.

tación “familiar”�6, la concentración feroz de la producción sin concen-tración de la tierra, la transformación en terrateniente del ex chacarero y la supervivencia de los medianos productores. Buena parte de los pequeños productores propietarios de menos de 500 has. se ha trans-formado en rentista, actividad nada despreciable si se recuerda que 100 has. en arriendo en la región pampeana rinden entre 100 y 150.000$ anuales, lo que da un ingreso mensual por arriba de los 10.000$.

¿En qué están hoy, entonces, los componentes de esa alianza? Por un lado, uno de sus componentes, el más “popular”, casi ha desapa-recido. Es decir, prácticamente no hay pequeña burguesía en el agro pampeano. El burgués pequeño es hoy el componente fundamental de esa “identidad” chacarera. Por otro, la forma social de esa burguesía pequeña ha cambiado, incluyendo un conjunto de personajes que han adquirido en la actualidad una mayor importancia que tiempo atrás. La galería incluye, de mayor a menor, a: burgueses terratenientes que explotan su tierra con maquinaria propia y no necesitan arrendar más; burgueses terratenientes con maquinaria propia que deben ampliar su explotación arrendando; burgueses arrendatarios con maquinaria pro-pia y escala suficiente; burgueses terratenientes que además de su tierra actúan como contratistas de maquinarias; burgueses terratenientes que contratan la siembra o la cosecha o ambas; burgueses arrendatarios que contratan siembra o cosecha o ambas; terratenientes incapaces de poner en marcha la explotación capitalista de sus tierras y que deben arrendarla. En todos los casos, quedan afuera las explotaciones bajo la forma de pools o fideicomisos.

El tamaño de estas unidades productivas se suele medir en relación al tamaño de la tierra que explotan, medida muy aproximativa y enga-ñosa. En efecto, la tierra no es testimonio adecuado de la magnitud de capital: una hectárea de tambo, de ganadería lanar, de invernada, de horticultura o de cereales u oleaginosas, soportan magnitudes de capital muy diferentes. Por esa misma razón, 10.000 has. en plena me-seta patagónica no representan, ni por asomo, el valor de 1.000 de las mismas en Pergamino o 100 has. en las afueras de Buenos Aires. La medida adecuada es la magnitud de capital, razón por la cual, en la escala que señalamos, quienes tienen maquinaria aparecen por arriba de los que no la poseen.

El problema es cuantificar este complejo conjunto, a los efectos de observar su tamaño y ver la tendencia. Y es un problema porque no hay datos suficientes ni actualizados para ello. Según es consenso, los años ’90 vieron desaparecer unos 20.000 chacareros, quedando no más de 80.000 empresas agropecuarias. También es consenso que ese proceso se frenó en el 2001-2002, al calor del ascenso de los precios de la soja

�6Que, bien medida, sin embargo, desapareció hace rato.

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y que los que sobrevivieron son los protagonistas de la recuperación posterior. Un estudio sobre la evolución de los partidos del norte de la provincia de Buenos Aires, muestra que el proceso de desconcen-tración y pasaje a la propiedad que se dio entre 1940 y 1955 dio paso a un crecimiento del estrato medio y a una expulsión de los estratos más chicos, que se acelera en los ’90. Confirma el estudio que en estos años, la concentración de la propiedad da paso a la concentración de la producción, transformando en rentistas a la masa de los chacareros.��

Dicho de otro modo, la mayoría de los que protestan en las rutas son burgueses hechos y derechos, a los que se suman pequeños terra-tenientes. Esa es la “identidad” del chacarero actual: una alianza de pequeños parásitos y de burgueses al margen de la historia. Ningún partido de izquierda puede defender a esta gente.

Los “terratenientes” y la “oligarquía”

Un mito recurrente por estos días es la caracterización del corazón de la pampa como “oligarquía”. Es una caracterización que tiene una larga historia y que se remonta a fines del siglo XIX como mínimo. Desde las obras tempranas de Cárcano y Oddone, la idea de que la pampa húmeda estaba dominada por un puñado de terratenientes ab-sentistas que esquilmaban a pobres chacareros ha pasado casi al sen-tido común. Parasitarios que “tiraban manteca al techo”, dominaban el conjunto de la tierra pampeana y forjaban una estructura de clases aplanada y simplificada en grado sumo. Ya sea por boca de Aldo Ferrer, en su versión más simplificada, o de Guillermo Flichman, la más desa-rrollada, esta imagen domina al gran público e incluso algunos ámbitos académicos.�8 La última expresión de estas tesis es El nuevo poder terrate-niente, de Khavisse, Azpiazu y Basualdo, que planteaba la pervivencia, todavía en los años ’90 del siglo XX, de la estructura de clase propia de cien años atrás.�9 Es de esta perspectiva de la que brota la creencia en que la Argentina no fue lo que debía ser por el peso de la propiedad terrateniente y que la única forma de “liberar” al capitalismo argentino es una reforma agraria.

La versión original de esta mirada, que se remonta a los años ’50 por lo menos, es suficientemente burda como para ser desechada rápi-damente. Una clase de terratenientes puros, es decir, que no explotan directamente la tierra y viven exclusivamente de renta, no existió jamás

��Balsa, Javier: “Cambios y continuidades en la agricultura pampeana entre 193� y 2002. La zona agrícola del norte bonaerense”, en Balsa, Javier, Graciela Mateo y María Silvia Ospital (comp.): Pasado y presente en el agro argentino, Lumiere, Bs. As., 2008.�8Ferrer, op. cit y Flichman, op. cit.�9Khavisse y Basualdo, op. cit.

en la pampa. En el peor de los casos, tenemos burguesía terrateniente, es decir, un perceptor de ganancia y renta. Estudios suficientemente serios demostraron que no hay lugar para una mirada tal. Por esas razo-nes, la “teoría” debió sofisticarse: ahora los terratenientes no perciben renta exclusivamente, pero subutilizan la tierra pampeana dedicándose a la ganadería extensiva, es decir, se limitan a mirar cómo pastan las vacas y arrendar a chacareros para tareas agrícolas. Para eso era nece-sario defender la idea de una separación estricta entre agricultura y ganadería, defender la subordinación de la primera a la segunda y de-mostrar la ausencia de arrendamientos en la última actividad, así como la inexistencia de empresarios de tamaño medio. Afortunadamente, también contamos con investigaciones que refutan estas ideas, en su momento defendidas por autores como CIDA.80 Una variante un poco más sofisticada como dijimos, aparece con Guillermo Flichman, para el cual el latifundio brotaba de una lógica económica: la renta especu-lativa.81 A largo plazo el precio de la tierra tiende a crecer, razón por la cual la lógica lleva a acumular hectáreas y privilegiar el arrendamiento. Sin embargo, investigaciones de los últimos veinte años han demostra-do que hubo un proceso de desconcentración de la tierra entre 1940 y 1955 y de pasaje a la propiedad, sin necesidad de reforma agraria alguna. Sin reforma agraria, también, se aumentó la productividad y se relanzó la agricultura pampeana. Un paso adelante en la defensa de la misma tesis, una pampa plana y dominada por latifundistas improduc-tivos, por una vía o por otra, reaparece bajo la pluma de Jorge Sabato, en un texto que tuvo cierta influencia en la historia académica.82 Según Sabato, la clase dominante no era la burguesía terrateniente, sino una élite comercial y financiera que se asentaba, en el agro, en la invernada. La clave de su lógica de funcionamiento era la desinversión en capital fijo a largo plazo, combinada con su habilidad para los negocios de corto plazo. Así, la misma lógica explicaba el crecimiento y el estanca-miento del conjunto de la economía argentina. No podemos detener-nos en la crítica a esta posición, remitiremos al lector a uno de nuestros

80El mejor texto, que destruye esta “teoría” es Pucciarelli, Alfredo: El capitalismo agrario pampeano… op. cit.81Flichman debatía sobre este punto con un defensor de la tesis del terrateniente irracional, Oscar Braun. La polémica comenzó con “Modelo sobre la asignación de recursos en el sector agropecuario. (Con un comentario de Oscar Braun y respuesta del autor)”, en Desarrollo económico, n° 39-40, oct. 19�0-mar. 19�1 y siguió con “La renta absoluta y el uso ineficiente de la tierra en la Argentina”, en idem, n° 54, jul-set. 19�4 y la contestación de Flichman en el mismo número en “Nuevamente en torno al problema de la eficiencia en el uso de la tierra y la caracterización de los grandes terratenientes”.82Sábato, Jorge, op. cit.

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textos, señalando simplemente aquí que los planteos de Sabato carecen de todo fundamento empírico.83

Podemos volver, entonces, a la intervención de Khavisse y Basualdo, la última defensa de aquella vieja tesis. A través del análisis catastral de la provincia de Buenos Aires, ambos defendían la idea de la subdivi-sión ficticia de las propiedades. Por esa vía, los grandes terratenientes habían logrado evadir impuestos y camuflar su verdadero poder. Detrás de una serie de formas nuevas de propiedad, como las sociedades anó-nimas, los terratenientes habían incluso incrementado su poder. El li-bro, como lo han confirmado las críticas posteriores, es un verdadero desquicio metodológico, que termina confirmando precisamente aque-llo que niega: la dispersión de la propiedad y la pérdida de peso de la cúpula agraria más concentrada.84

En realidad, lo que ha sucedido coincide bastante bien con la des-cripción que Barsky y otros autores hacen sobre las consecuencias de la coyuntura 1940-1955, en la cual los mecanismos de herencia, la crisis del mercado agrícola, la política peronista y la dificultad para recuperar las tierras arrendadas, prohijó una división de las grandes estancias, en beneficio de los estratos medios, entre 200 y 5.000 has. En el mismo sentido habría actuado la desaparición, también en ese período, de los estratos más chicos. Entre uno y otro movimiento se produce, enton-ces, el pasaje a la propiedad y, por ende, la génesis, del chacarero actual. Los autores que defienden estas ideas le atribuyen gran importancia a la política peronista, postulando implícitamente la existencia de una re-forma agraria de hecho, a la que le adjudican, también implícitamente, la recuperación de la potencia productiva de la pampa.85 Reflotan, así, la tesis de Flichman. Aunque no es éste el lugar para desarrollar la críti-ca, digamos que Barsky, Murmis, Pucciarelli y otros en la misma línea, coinciden en la creencia en la superioridad de la pequeña y mediana producción agraria, a la que le adjudican una dinámica capitalista espe-cial. Reviven así el mito farmer.86

83Ver Sartelli, Eduardo: “El enigma de proteo. propósito de Jorge F. Sábato, Larry Sawers y el estancamiento de la economía argentina”, en Ciclos, n° 10, junio 1996, IHES, Facultad de Ciencias Económicas, UBA.84Las críticas, en particular, de Mario Lattuada, Miguel Murmis y Osvaldo Barsky se pueden ver en Barsky, Osvaldo y Alfredo Pucciarelli: El agro pampeano. El fin de un período, FLACSO-CBC, Bs. As., 199�, p. 16� y ss.85Véase Lattuada, Mario: La política agraria peronista (1943-1983), CEAL, Bs. As., 1986. Entre los que dudan de la existencia de tal “reforma”, se encuentra Lázzaro, Silvia: “La política y la reforma agraria en Argentina, 1940-19�0. ¿Hacia la destruc-ción del mito del terrateniente?”, en Balsa, Mateo y Ospital, op. cit. En el mismo libro, resulta ilustrativo el texto de Mónica Blanco.86Para una crítica más desarrollada, véase Sartelli, Eduardo: Tierra y libertad, op. cit.

Si el mito de la supervivencia de la vieja “oligarquía terrateniente” (si es que existió algo así alguna vez), puede desecharse definitivamen-te, ¿puede hablarse de una nueva “oligarquía”, si no terrateniente, al menos “agraria” en general? La aparición de grupos como Los Grobo, pareciera indicarlo, igual que los tan mentados “pools” de siembra. Veremos eso un poco más adelante. Anticipemos, sin embargo, nuestra respuesta negativa. Por tres razones: la importancia de la producción de valor en el agro, en relación al resto de la economía, no habilita a la acumulación de capital rural para constituirse en capital dominante; la producción está escasamente centralizada en comparación con otras ramas; la importancia de la tierra en la producción agraria disminu-ye aceleradamente. En efecto, aunque la producción agraria es la más competitiva y el peso del sector agrario en su conjunto es crucial a la hora de medir las exportaciones, no lo es en relación al conjunto de la economía argentina, donde no pasa del 10% del PBI. Por otra parte, los límites a la centralización y concentración del capital en el agro impiden la reducción del universo burgués a un puñado de grandes productores. Todo el mundo reconoce que el grueso de la producción sojera está en manos del 20% de los productores, lo que da un total de 10.000. Comparado con la producción de acero, petróleo, automotriz u otras ramas, la producción agraria está dispersa aún en la cúpula. Hoy día, por otra parte, el capital agrario resulta más importante que la tierra, como lo prueban los pools de siembra.

Por esas razones, los grandes capitales argentinos se ubican fuera de la producción agraria o en sus bordes: ni Macri, ni Pérez Companc, ni Techint u otros por el estilo, tienen su base de acumulación en el agro. Tampoco, como productor rural, Arcor, aunque su competitividad re-sulte una derivación del agro pampeano.8� Grobocopatel es un capital diez veces más chico que los ejemplos que acabamos de dar. Tampoco son los mismos personajes “tradicionales” los que concentran la mayor cantidad de producción en la pampa: ni Grobocopatel ni Werthein ni, mucho menos Cresud (Soros), pertenecen a nada parecido a la “vieja oligarquía” terrateniente, muchas de cuyas tierras se subdividieron en los ‘50. En la periferia del sistema rural, las cerealeras, las aceiteras y las productoras de semillas y fertilizantes, es decir, capitales comerciales e industriales, pueden acceder con más facilidad a la magnitud adecuada a lo que se supone es un miembro de la “oligarquía” argentina.

8�Véase Baudino, Verónica: El ingrediente secreto. Arcor y la acumulación de capital en la Argentina, Ediciones ryr, Bs. As., 2008.

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La clase olvidada: el obrero rural pampeano

Se ha sostenido, históricamente, que en el agro pampeano se ca-racteriza por una presencia determinante de la mano de obra fami-liar y, por ende, por el carácter secundario del trabajo asalariado. Sin embargo, nuestros cálculos demuestran lo contrario: para la empresa chacarera más chica, en torno a las 100 has., ya hacia 1910, la fuerza de trabajo asalariada representaba casi un 60% del total de la producción de valor.88 Obviamente, es propio de todo patrón negar la importancia de sus obreros:

“No conocerá el Sr. Lallemant la trasformación del colono en la República, si me es permitido emplear esta palabra. Viene el pobre inmi-grante, muchas veces casi desnudo, trabaja de peón, después de medianero y sucesivamente adelanta hasta ser “colono capitalista”. Ojalá fuese capita-lista su servidor, pero no es sino un simple arrendatario de 150 hectáreas bajo arado. Necesitamos peones todos los colonos porque los brazos son tan caros que tenemos que hacer la cosecha por medio de máquinas, y las máquinas son tan caras que necesitamos cultivar bastante terreno para sa-carle utilidad al capital empleado en ellas, lo que envuelve que necesitamos peones para arar y peones para cosechar, si no tenemos tanta familia como el finado Santiago de la Biblia. Y si dije que hemos pagado hasta diez pesos al peón durante la cosecha, es que no sólo fui yo quien tuvo que hacerlo, sino todos los colonos, medianeros también, salvo pocas excepciones de familias que cuentan con bastantes hombres.”

Así respondían los chacareros de aquel entonces a la acusación de “capitalistas” que se les hacía desde el diario El Obrero: no son capita-listas, pero necesitan peones… Efectivamente, a comienzos del siglo XX, sólo para levantar la cosecha del trigo hacían falta más de 300.000 obreros. Otro tanto para el maíz. Las condiciones de trabajo eran tre-mendas, las jornadas superaban las 14 o 15 horas diarias, expuesto el obrero a toda clase de peligros, infecciones y abusos, con salarios bajos y empleo inestable.89

Las cosas no han cambiado mucho hoy, explicando por qué el obre-ro asalariado fue el único actor ausente de la protesta agraria. De todos los testimonios de participantes en los cortes sólo encontramos uno de un obrero rural, Sergio Barreto, 38 años maquinista de una cose-chadora entrevistado por La Nación (30/03/08). Paradójicamente, su

88Sartelli, Eduardo: “La vida secreta de las plantas: el proletariado agrícola pam-peano y su participación en la producción rural”, en Escuela de Historia, Fac. de Humanidades y Artes, Univ. Nacional de Rosario, Anuario, 199�.89Sartelli, Eduardo: La sal de la tierra. Clase obrera y lucha de clases en el agro pampeano (1870-1940), Ediciones ryr, en prensa.

situación expresa claramente que sus intereses son contrapuestos a la de sus patrones: “Hace tres años ganaba 100 pesos por día; hoy son �0 porque, explica, ‘todo está más caro’”. A pesar de los crecientes ingre-sos de los pequeños y grandes capitalistas sojeros, el obrero rural ve caer su salario en medio de la espiral inflacionaria.

Unos simples cálculos ilustran la importancia del trabajo asalariado en la producción agropecuaria argentina. Se puede comparar la mag-nitud de la mano de obra asalariada (1.300.000 personas) frente a la mano de obra familiar. Para ello, tomamos a los productores-socios y su familia descontando sólo las personas mayores de 65 y menores de 14 años. Esto sobredimensiona el trabajo familiar, pero aún así los trabajadores familiares son una minoría, ya que los obreros rurales re-presentan el 6�% de las personas empleadas en actividades rurales. Peor aún si tenemos en cuenta que la mayoría de los “productores” no trabaja directamente en la producción.

Ignorados e híperexplotados, el 60% de los trabajadores rurales no tiene cobertura social. Es la segunda actividad con más accidentes de trabajo del país, sólo superada por minas y canteras. Durante el 2005, en el sector agrícola se notificaron 40.065 casos de accidentes de traba-jo y enfermedades profesionales, sobre una población de trabajadores cubiertos de 310.�4�. Esta estadística sólo contempla los accidentes en la pequeña porción de trabajo en blanco. Como las condiciones labora-les son peores entre los trabajadores en negro, la tasa de siniestros sería mucho mayor si se incorporaran los accidentes que estos experimentan. Como el caso de los 4 obreros chaqueños fallecidos en Santiago del Estero al ser aplastados por bolsas de semillas en el galpón donde dor-mían90 o los múltiples accidentes y muertes ocasionados en el traslado de los obreros rurales en acoplados sin ninguna seguridad. La principal recomendación de la Superintendencia de Riesgos del Trabajo para bajar los accidentes rurales es restituir “la cadena de responsabilidad solidaria en prevención de salud de los trabajadores”. Es decir que los titulares de las explotaciones que contratan servicios se hagan cargo de la integridad física los obreros tercerizados que trabajan para ellos.91

Los salarios pagados a los trabajadores en la soja o el maíz pueden ser algo más altos que los de otras actividades rurales, pero la producti-vidad de estos obreros es muy superior y ésta es la base de las gigantes-cas ganancias del sector. Las nuevas técnicas así como el perfecciona-miento de la maquinaria han reducido a un mínimo la necesidad de mano de obra. Por empezar, la siembra directa ahorra todo el trabajo de laboreo previo a la siembra. Éste es un factor importante al tomar la decisión de optar por este sistema. En un estudio un chacarero expli-

90cuencarural.com, 18/9/0�.91www.srt.gov.ar.

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caba: “la soja prendió porque te ahorra mano de obra y si lográs tener un empleado menos, es un problema menos”. A su vez, dentro de este sistema la modernización de las sembradoras año a año redujeron las necesidades de obreros. Una vía ha sido la ampliación del ancho de la sembradora: “Hasta 199� trabajábamos con sembradoras de directa de 3,80 de ancho de labor, ese año incorporamos una de 9,20 m y desde el año pasado todas nuestras sembradoras tienen una capacidad de trabajo de 10,20 m.”92

En la siembra se usan 3 personas por máquina, un maquinista y dos que pasan la semilla (uno la alcanza y otro la deposita en la sembra-dora). Antes un cuarto obrero vigilaba que el grano cayera bien, pero ahora las nuevas máquinas vienen con sensores especiales que pueden ser controlados por el mismo maquinista.

El sistema de siembra directa, acompañado por la fumigación por medio de glifosato (que simplifica tanto las tareas de labranza como de cuidados culturales), junto a la soja resistente a dicho producto, ha-cen disminuir significativamente el tiempo de labranza: mientras que la labranza tradicional demandaba 3 horas hombre por hectárea, la siembra directa sólo requiere 40 minutos-hombre por hectárea, “lo que implica la pérdida de 4 de cada 5 puestos de trabajo”.93 En la cosecha también se calculan 3 obreros por equipo. Lo que incluye una tercera persona que efectúa los relevos, dado lo prolongado de la jornada de trabajo. En la cosecha también el mayor tamaño de las máquinas va aumentando su productividad. En esta actividad interviene un gran número de camioneros.94

Algunos grandes contratistas tienen sus propios camiones y ofrecen todo el servicio, en otros casos se contrata empresas especiales. Pero no sólo hay aumento de la productividad sino también una extrema intensidad del trabajo: no hay sábados, domingos, ni feriados, se tra-bajan jornadas de 14 horas diarias. El contratista quiere amortizar lo más rápido posible su máquina y por eso no da descanso a sus obreros. El chacarero también está apurado porque teme que la cosecha quede expuesta a mayores riesgos. El maquinista trabaja 8 a 10 meses, sin descanso y es considerado trabajador temporal aunque la cantidad de días trabajados supera a la de un trabajador permanente que tiene fi-nes de semana libres, vacaciones pagas y goza de feriados y un régimen de licencias adecuado. Podemos estimar 9.088 obreros trabajando en estas condiciones en empresas contratistas radicadas en la provincia de

92Bilello, G.: “Innovación productiva y empleo rural en la pampa argentina un estudio de caso de áreas mixtas”.93Botta, Guido y Dardo Selis: Diagnóstico sobre el impacto producido por la adopción de la técnica de siembra directa sobre el empleo rural, UNLP, 2003.94Aquí subsiste un foco de conflicto porque estos trabajadores no están encuadra-dos dentro del gremio de camioneros dirigido por Moyano.

Buenos Aires.95 Estos obreros corresponden a 5.000 empresas contra-tistas. En la medida que se calculan 15.000 empresas de este tipo en el país, podemos calcular que sólo 2�.000 obreros son responsables de la mayor parte de los cultivos argentinos (�0%). Ellos, por un salario de convenio de tan sólo 1.200$ mensuales, levantan las cosechas récord.96 Quienes los explotan pretenden usurparles hasta su nombre, arrogán-dose para sí el derecho de autodenominarse “productores” del campo.

Otras yerbas…

Junto con las diferentes fracciones de la burguesía agraria cerealera, existían ya a comienzos del siglo XX personajes que se supone son una novedad del siglo XXI: los contratistas y los “pools” de siembra. Los primeros eran personajes corrientes en una agricultura que utilizaba muchas y caras maquinarias, sobre todo en la cosecha. Una trilladora era una máquina enorme, muy cara y sólo rentable para extensiones su-periores a las 500 has. Por eso la mayor parte de los chacareros no tenía trilladora y contrataba la trilla.9� Lo mismo con los llamados “pools”, que no son más que asociaciones de arrendatarios. La variedad de em-presas posibles en el agro es muy amplia y todas estaban presentes ya a comienzos del siglo XX.

a. Los pools de siembra

Los datos más importantes de la situación actual parecen ser la influencia del contratismo y la presencia dominante de los pools de siembra. ¿Qué es un pool de siembra? Una asociación más o menos for-

95En base a RPSA 2002. Encuesta posteriores (EPSA 2004/2005 y 2006) muestran un crecimiento de la mano de obra que es a su vez simultáneo a una reducción relativa del número de propietarios y socios contratistas. 96Como en otras ramas, mucho se habla de las supuestas nuevas calificaciones del trabajador agrícola, sin embargo la tecnología ha simplificado el trabajo, lo que se refleja en los salarios. De esta manera, un maquinista gana lo mismo que el obrero manual mejor pago. Trabajadores de origen santiagueño que se emplean en el despajonado del maíz (tarea que consiste en cortar su flor) en los semilleros, ganan también entre 1.000 y 1.200$. Este dato fue aportado por el responsable de área rural de Manpower SA en la entrevista que le realizáramos. Quien también nos confirmó que no se necesitan calificaciones especiales para operar la maquinaria agrícola. Una constatación adicional la encontramos en el Manual de prevención de riesgos rurales de la Superintendencia de Riesgos de Trabajo. Allí se afirma: “En general, la maquinaria agrícola se emplea tras una breve explicación, en la que no se enfatizan los aspectos de prevención de riesgos, situación que favorece la ocurrencia de los accidentes”.9�Sartelli, Eduardo: “Ríos de oro y gigantes de acero. A propósito de tecnología y clases sociales en el agro pampeano, 18�0-1940”, en Razón y Revolución, n° 3, julio de 199�.

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mal, entre diferentes aportantes al negocio agrícola. Como tal, son tan viejos como la agricultura pampeana. Normalmente, un pool tiene un administrador, que muchas veces es el que organiza la empresa y reúne a los otros miembros, uno o varios propietarios de campo, inversores (que pueden ser productores agrarios o financiadores externos), con-tratistas socios o no. Cualquiera de ellos o todos pueden ser personas físicas o jurídicas.

Un paso adelante en el desarrollo de estas estructuras productivas lo constituyen los Fondos Comunes de Inversión. Un FCI es un pa-trimonio conformado por personas (físicas o jurídicas) con los mis-mos objetivos de inversión, que esperan compartir la rentabilidad y el riesgo. Son comunes en el resto de la economía, pero relativamente novedosos en el ámbito rural. Se constituyen mediante oferta pública de cuota-partes del capital que constituirá el fondo de inversión y los reembolsos a los inversores se realiza una vez cerrado el ejercicio y de-pendiendo del aporte realizado y la rentabilidad obtenida. En general los FCI han dejado paso a otra figura legal, el fideicomiso, por una serie de ventajas legales que éste último ofrece. El fideicomiso surge en Argentina con la ley 24.441, de diciembre de 1994, dándole cobertura legal y protegiendo el patrimonio de los participantes.

En cualquiera de los casos, pool informal, FCI o fideicomiso ex-presan lo mismo: una forma de operar que prescinde de la propiedad de la tierra en forma significativa, realizándose sobre grandes escalas de producción, con alta inversión en tecnología (aunque ésta suele ser aportada bajo la forma de contratismo), una gran capacidad de nego-ciación con proveedores, comercializadores y terratenientes y, por ende, rentabilidades que superan las del pequeño productor arrendatario o propietario individual. El pool de siembra, denominación genérica de este nuevo fenómeno, representa las escalas mínimas superiores que se imponen en el negocio agrario a partir de la revolución tecnológica de los ’90.

Es difícil evaluar el peso real de los pools, que se habrían expandido notablemente durante los años del menemismo y habrían frenado su expansión hacia el 2000, para retomar aceleradamente su marcha des-pués del 2002. El censo de este último año no permite realizar ninguna aproximación seria al problema, razón por la cual las cifras que circu-lan son altamente impresionistas. Un estudio temprano mencionaba la existencia de unos 130 pools, abarcando un 15 a 20% de la superficie total de la región pampeana.98 Según un informe de AACREA la super-

98Martínez de Ibarreta, Mariano y Marcelo Posadas: “Capital financiero y produc-ción agrícola: los pools de siembra en la región pampeana”, en Realidad Económica, Bs. As., n° 153, 1998, citado por Martinelli, Guillermo: “Pools de siembra y con-tratistas de labores. Nuevos y viejos actores sociales en la expansión productiva pampeana reciente”, en Balsa, Mateo y Ospital, op. cit.

ficie se habría quintuplicado entre 199� y 2002, pasando de 400.000 a 2.000.000 de has. Su peso actual debiera ser notablemente mayor, sobre todo después de la crisis del 2001.

Dos son los prejuicios que se tejen en torno a estas figuras: prime-ro, que se trata de capitales “financieros” o “especulativos”; segundo, que son gigantescos. Empecemos por el segundo. Se suele poner como ejemplo de típico pool de siembra a Grobo, algo desmentido por el propio Gustavo Grobocopatel, quien prefiere caracterizarse como or-ganizador de una red de “conocimiento”. De hecho, el grupo Grobo es, en realidad una gran empresa agropecuaria, con una base en la propiedad de la tierra muy limitada (sólo 20.000 de las 150.000 has. bajo su dirección son propias). Otros ejemplos de grandes pools serían Adecoagro, de Soros, con 225.000 has., que, igual que las de Grobo, se reparten entre Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay. Algo similar pasaría con El Tejar, con otras 150.000 has. en los mismos países. Sin embargo, los pools más comunes son bastante más chicos, como Espiga SRL, con 20.000 has., Marca Líquida, con 24.000 u Openagro S.A., con 4.000. Los hay incluso más reducidos.99

El primero de los prejuicios es el más arraigado y el más contradic-torio, porque pretende que los productores más eficientes y poderosos del mundo no son “productores” sino especuladores. Estas críticas sim-plemente no aceptan las formas en las cuales se desarrolla el capital, en el agro y fuera de él. En realidad, incluso, la llegada de los pools de siembra señala el arribo de formas capitalistas más avanzadas, que tienden a superar los límites que la acumulación de capital encuentra en la propiedad de la tierra, por un lado, y en las limitaciones de la financiación del proceso productivo, por otro. El pool de siembra es también la consolidación definitiva de la ciencia y la técnica en el pro-ceso productivo agrario. La acusación de “especulación” no es más que la forma que asume el mito del “buen capital”, es decir, para sus defen-sores, el pequeño capital, que tendría una dimensión más “humana” que el grande. Este mito es defendido por aquellos que no imaginan, como veremos en el último capítulo, una sociedad no organizada por relaciones capitalistas, al mismo tiempo que se asustan de las conse-cuencias del desarrollo normal de estas mismas relaciones.

b. Los contratistas

Los contratistas no conforman un bloque homogéneo, sino más bien un conjunto sumamente estratificado y enfrenta tantas o más pre-siones que el conjunto de los chacareros. Estas diferentes situaciones se explican en parte por orígenes distintos. En primer lugar, tenemos con-

99Martinelli, op. cit., p. 555.

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tratistas puros y contratistas productores. Los contratistas puros sólo se dedican a la prestación de servicios, generalmente de siembra y cose-cha, tienen una mayor dotación de maquinaria y mejor renovación de equipos. Trabajan para pools de siembra o grandes explotaciones (más de 3.000 ha.) Llegan a tener una ocupación de 8 a 10 meses anuales. Tienen una mayor incidencia de sociedades jurídicas.

Los contratistas productores tienen o alquilan tierras para ellos. Generalmente, brindan el servicio de cosecha y alguna otra actividad secundaria, pero no la de siembra. El contratista productor puede sur-gir de 3 ó 4 situaciones diferentes. Por un lado, de un productor capita-lizado que ha invertido en máquinas. En segundo lugar, puede tratarse de un productor que se fundió, perdió sus tierras, pero logró salvar su maquinaria y a partir de ellas reingresar luego en la actividad, alquilan-do tierras. Para el contratismo de tareas menores puede tratarse de un obrero despedido que, con la indemnización, compra una máquina que le permite realizar una actividad por su cuenta, por ejemplo, la fumigación. Es posible, también, que hijos de chacareros busquen una independencia económica de sus familias por medio de esta actividad, aunque no hemos encontrado referencias concretas que habiliten esta última suposición.100 Este tipo de contratistas dedica a la actividad una menor cantidad de tiempo, trabaja en explotaciones de menor tamaño y tiene más problemas a la hora de renovar equipos y maquinarias. Los que alquilan tierras experimentan los mismos problemas que el resto de los productores en tal situación.

Pese a la importancia del contratismo, su actividad no fue estudiada especialmente por el último censo agropecuario (2002). Para la pro-vincia de Buenos Aires, una encuesta anual ha buscado subsanar este problema. Los resultados pueden verse en el gráfico 19, que demuestra el abrumador peso de la fuerza de trabajo asalariada dentro del con-tratismo. Aún suponiendo que todos los socios de una empresa de contratistas efectivamente trabajen, lo que es completamente falso, su “trabajo” no representa más que el 31% del total, en cambio los asala-riados conforman el 69% de la fuerza de trabajo.101

Alguien podría objetar que no debiéramos considerar a los asala-riados transitorios. Esta objeción es falaz porque la misma actividad es temporaria, tanto para el empleador como para el obrero. Lo mismo ocurre con los contratistas que se dedican sólo a levantar la cosecha:

100En cambio, sí tenemos la referencia de un hijo de contratista que luego asu-mió la actividad por su cuenta, Carlos Trillini. También hay referencia a gente joven y nueva ingresando en el negocio, la que estaría en mayores aprietos por la competencia frente a los contratistas más establecidos y con clientes fijos. Clarín 26/1/08.101Se trata de �.855 socios, 12.132 obreros permanentes y 5.503 obreros tempora-les. Ibidem.

sus obreros son temporarios, pero ellos también. Sin embargo, para desbrozar cualquier discusión se puede sacar la cuenta omitiendo a los obreros temporarios y el resultado sigue siendo similar. Los obreros permanentes representan un 60% del total de personas (socios y obre-ros) empleadas en forma permanente en el contratismo.

Esto significa que el contratismo funciona en base al trabajo asala-riado y que los chacareros que encargan su tarea a contratistas, depen-den de ese trabajo asalariado. Cabe añadir que esta participación obre-ra dentro del contratismo viene incrementándose año a año. Así los últimos datos (2005-2006) mostraban un aumento de los trabajadores permanentes del orden del 19,2% respecto a la campaña 2004-2005, y del orden del 5,1% para los obreros transitorios en el mismo período. De continuar esta tendencia (y todo hace suponer eso) nos encontra-ríamos hoy con una participación obrera aún mayor.

Estudios de casos locales muestran que la mayoría de contratistas pequeños tienen un promedio de 2 obreros cada uno. Por supuesto, los grandes superan en mucho esa cifra. Pero la participación obrera es realmente mayor, porque en muchas ocasiones el trabajo del contratis-ta y -si los tuviera, de los familiares que trabajan con él- se limita a tareas capitalistas de gestión y supervisión de sus operarios y sólo secundaria-mente del trabajo efectivo.

Claramente este es el caso de Lalo Ramos, contratista y productor de la zona de Mar del Plata: corre en turismo carretera y “suele ocupar el lugar de sus maquinistas en el momento del almuerzo y cena.”102 En otros casos la proporción de trabajadores nos hace suponer lo mismo, como ocurre con Pérez, de colonia La Suiza, cerca de Napaleufú, que hoy cuenta con un plantel de cuatro sembradoras, una cosechadora, un “mosquito”, dos camionetas y cuatro tractores. El crecimiento de su empresa lo llevó a incorporar cuatro empleados, que lo “ayudan” con sus tareas. Llega a cosechar 3.000 hectáreas al año, siembra cerca de 6.500 y fumiga algo más de 12.000, por lo que se considera un con-tratista “mediano”.103

A pesar de los números (4 a 1 en este caso) para los medios de co-municación parece que siempre el trabajo asalariado es un simple auxi-lio, un complemento frente al del contratista. En una nota sobre un contratista puro, aparecida en Clarín, esta ideología que diluye el carác-ter capitalista del trabajo rural se muestra claramente: “Carlos Trillini, desde Saladillo, se rodeó de hijos y sobrinos para crecer invirtiendo en tecnología.” Comanda un equipo “en el que trabajan sus hijos, dos sobrinos y su cuñado, con � cosechadoras”. Trillini, se lamenta de la

102Clarín, 16/3/08.103La Nación, 30/9/06.

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dificultad de conseguir buenos obreros y al mismo tiempo aclara la función de la mano de obra familiar:

“Hoy es muy difícil conseguir buen personal y que esté comprometido con este tipo de trabajo. Hay que tener en cuenta que tanto en Navidad como año nuevo estuvimos cosechando, lo que da la pauta de que las máquinas en ningún momento se paran. Nosotros prestamos servicios y, como estamos abocados a hacer lo que nos piden, cuando empezamos a cosechar no importa que sea sábado y domingo. Para eso necesitamos que la gente acompañe. La cuestión familiar es fundamental porque, como dice el refrán, ‘el ojo del amo engorda el ganado’. Y acá el ‘ojo del amo’ siempre está, aunque también tenemos muy buenos empleados que se pueden dejar solos tranquilamente”.

Trillini indica que envía a su personal a capacitarse, pero en toda la nota no se brinda ningún dato acerca del número de esos empleados, que ha de ser importante dada la estructura de la empresa. Por otra parte, es probable (casi seguro) que los miembros menos cercanos de la familia mantengan una relación asalariada.

c. Cerealeras, aceiteras y proveedoras de insumos

La cúpula del sector agropecuario está, en realidad, fuera del sector mismo, en la comercialización, industrialización y la provisión de insu-mos. De toda la cúpula, la fracción más antigua es la de las cerealeras, un puñado de empresas mundializadas desde comienzos del siglo XX, cuya historia es muy conocida.104 Durante años se culpó a los “mono-polios” cerealeros de apropiarse de renta y ganancia de los chacareros pampeanos e impedirles todo crecimiento. No es necesario refutar ya esta idea bastante absurda. No hubiera existido la agricultura pampea-na si esto fuera cierto. En realidad, como sucede normalmente en el capitalismo, las grandes empresas tienen ventajas a la hora de negociar con las pequeñas. Así opera la ley del valor. La batalla entre chacareros y cerealeras no es más que un episodio recurrente del combate per-manente entre fracciones de la burguesía por la porción de plusvalía que a cada uno les toca, en este caso, entre la fracción industrial (los chacareros) y la comercial (las cerealeras). Si realmente las cerealeras fueran monopolios que impidieran toda acumulación de capital, ya hace rato serían dueñas de toda la región pampeana. Las “prácticas”

104Morgan, Dan: Los traficantes de granos, Editorial Abril, Bs. As., 1984 Pérez Brignoli, Héctor: “Los intereses comerciales en la agricultura argentina de exportación, 1880-1955”, en Enrique Florescano (comp): Orígenes y desarrollo de la burguesía en América Latina, 1700-1955, Nueva Imagen, México, 1985; Green, Raúl y Laurent, Catherine: El poder de Bunge y Born, Legasa, Bs. As., 1989.

monopólicas son en realidad la expresión de las tendencias disolven-tes y proletarizantes de los grandes capitales sobre los pequeños. Lo más grave, sin embargo, es la afirmación sistemática de estas ideas sin una investigación empírica que las respalde.105 En la actualidad, las cosechas argentinas están en manos de un puñado de empresas, que no han sido mentadas, sorprendentemente, en ningún momento del conflicto. Entre ellas figuran las empresas que más facturan por ex-portaciones, como Cargill, Dreyfus, Bunge, Aceitera General Deheza, Nidera, Vincentín y Pecom-Agra, que entre las siete reúnen el 60% de las ventas al exterior.

El dueño de Aceitera General Deheza, el Senador por la provincia de Córdoba, Roberto Urquía, del Frente para la Victoria, es uno de los grandes procesadores de soja y exportadores de aceite. Es virtualmen-te amo y señor del pueblo donde está radicada la empresa, General Deheza, Río Cuarto, tiene ferrocarril propio para sacar la producción hacia Rosario, donde tiene dos terminales portuarias, además de ex-plotar soja, girasol, maní, trigo, sorgo y maíz en campos propios, arren-dados y a través de socios. Produce, además, jugos naturales, bebidas de soja, manteca de maní, salsas y aderezos, distribuye agroquímicos, fertilizantes y semillas, sin por eso dejar de incursionar en la produc-ción porcina, en el biodiésel, etc. Facturó, en el 200�, 2.500 millones de dólares. Se lo conoce como el “rey del aceite”. Las aceiteras están, en relación a los chacareros dedicados a la soja y al girasol, en una relación muy parecida a la que tienen aquellos con las cerealeras. Las acusacio-nes que se cruzan son las mismas.

Las proveedoras de insumos (semillas, fertilizantes, pesticidas) han tenido un poco más de presencia entre los acusados por los males del “campo”, pero sobre todo reciben la inquina de los defensores de la agricultura “sustentable” y de programas como “Vía Campesina”. Entre ellas, la más importante es la creadora de la soja RR, Monsanto. Fundada en EE.UU. en 1901 como productora de sacarina, se especia-liza hoy en agroquímicos. Emplea a 14.000 personas en todo el mundo, estando presente en cincuenta países. Está en la Argentina desde 1956, pero es en los ’90 que se dedica a la producción de semillas híbridas y a los herbicidas, en especial el Roundup.

La pampa hoy

Las últimas transformaciones en la estructura agraria han sido dra-máticas. Esta afirmación goza de cierto consenso amplio. También goza

105En realidad, cuando esa investigación se realiza, al menos en un ámbito cercano, se demuestra todo lo contrario. Véase Kornblitth, Juan: Crítica del marxismo liberal, Ediciones ryr, Bs. As., 2008.

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de cierto consenso el que esas transformaciones se aceleraron después del 2001. En resumen, la pampa hoy estaría ocupada por una cúpula externa de cerealeras, aceiteras y proveedoras de insumos, una cúpula interna de grandes pools de siembra y empresas agrarias dedicadas a la agricultura, la ganadería y el tambo, acompañados por un grupo de medianos productores con dificultades a la hora de enfrentar la com-petencia de los mayores. Por abajo, una cantidad mayor, pero muy dis-minuida en términos históricos, de productores propietarios que com-plementan sus ingresos con servicios de contratismo. En el fondo de la tabla se encuentran quienes ya han sido expulsados del negocio rural y se limitan a arrendar pequeñas parcelas a sus vecinos más favorecidos. No queda clara la existencia de grandes terratenientes puramente ren-tistas, que tenderían, en realidad, a abandonar la ganadería e integrar con sus campos grandes pools de siembra. Este cambio en los actores y sus intereses, es lo que explica, además de su común pertenencia a la misma clase, que las cuatro entidades actúen en conjunto: la FAA de-fiende capitales nada despreciables, mientras muchos productores de CRA se han quedado “chicos” para las nuevas magnitudes del capital que se acumula en el campo hoy, habiendo muchos de ellos, además, hecho el pasaje hacia la agricultura, igual que buena parte de los gran-des estancieros normalmente representados por la SRA. El mismo fe-nómeno afectaría a CONINAGRO. Todos son, entonces, más grandes, y todos se dedican, de una manera u otra, al mismo negocio.

Esta estructura explica también por qué los grandes entre los gran-des parecen no tener mayores conflictos con las retenciones. Porque las retenciones vienen a gravar a la renta diferencial, no a la ganancia capitalista. Se trata de un ataque a la renta y a su personificación, el terrateniente (encarnado por terratenientes puros, por burgueses te-rratenientes y por el Estado). De allí que muchos de los participan-tes en las protestas resulten ser aquellos chacareros expulsados de la producción de los que hablamos más arriba. Además, muchos de los medianos supervivientes actuales sólo pudieron sortear los ’90 gracias a la devaluación y la suba de precios. En los años del menemismo, la revolución tecnológica habilitó escalas de producción mucho más elevadas, dejando fuera de combate a los más pequeños y permitiendo la capitalización de los más grandes. De no mediar devaluación y explo-sión de precios, el proceso de concentración y centralización hubiera expulsado muchos más productores aún.

Ambos mecanismos crearon un colchón de rentabilidad en el que se mezclan renta y ganancia, que permitió la supervivencia de los que hoy se resisten a una nueva etapa de expropiación. La licuación de la devaluación, por un lado, y el ascenso de la renta (ambas consecuen-cia del aumento de los precios internacionales y la recuperación de la economía nacional) eliminaron ese colchón de rentabilidad. En ese

contexto, el aumento de las retenciones (es decir, de la presencia del Estado como terrateniente) no es más que la forma de aparición del aumento de los precios de la tierra, es decir, del aumento de la renta. De no existir las retenciones, el problema se plantearía ya no contra el gobierno sino contra el terrateniente, pero se plantearía igual. En la medida en que muchos productores medianos son propietarios, obten-drían un beneficio, es decir, recuperarían parte de ese “colchón”, pero el incremento de los precios de la tierra les impediría toda expansión, con lo cual la dificultad para conseguir economías de escala continua-ría dibujando un escenario de concentración de la producción. A los grandes productores, que se ubican por encima de la productividad me-dia necesaria, las retenciones no los benefician, en tanto deben ceder una porción de plusvalía al Estado, pero tampoco los perjudica, porque tienden a reducir el precio de la tierra. Pero para aquellos que deben compensar una menor productividad con una cuota de renta, las reten-ciones son la forma en la cual la expropiación toca a sus puertas.

Ese es el proceso que afecta a todos los productores, no importa qué produzcan, aunque con diferente intensidad y de diferente forma, según la producción y según el tamaño del capital puesto en juego.

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Gráfico 1: Evolución del área sembrada y la producción de soja. Argentina. Campañas 1987/88-2006/07. Campaña Base 1996/97=100

Fuente: OME en base a datos de la SAGPyA

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Gráfico 2: Evolución del área sembrada y el precio internacional de la soja. Argentina. Campañas 1987/88-2006/07. Año Base 1996/97=100

Fuente: OME en base a datos de SAGPyA y USDA.

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Area Sembrada (Has) Precio (U$S corrientes)

Gráfico 3: Área sembrada con Soja. Argentina, Brasil y Estados Unidos. 1986/87-2007/08 (miles de hectáreas)

Fuente: OME en base a datos de la USDA

Gráfico 4: Evolución del área sembrada con y sin soja. Argentina. 1980-2007

Fuente: OME en base a datos de la SAGPyA

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Argentina Brazil EE.UU.

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106 10�

Gráfico 5: Superficie sembrada por cultivo (1980-2007). Miles de ha.

Fuente: OME en base a datos de la SAGPyA

Gráfico 6: Participación porcentual del sector “cría de animales” en PBI a precios constantes. Argentina 1960-2003

Fuente: OME en base Orlando Ferreres, “Dos siglos de Economía 1810-2004”. Versión digital

Gráfico 7: Participación porcentual del sector “cría de animales” en rubro “agricultura, ganadería, caza y silvicultura” Argentina 1960-2003

Fuente: OME en base Orlando Ferreres, “Dos siglos de Economía 1810-2004”. Versión digital

Gráfico 8: Argentina. Evolución de stock vacuno por regiones. 2004-2007

Fuente: OME en base a Producción Animal

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108 109

Gráfico 9: Faena registrada total en cabezas. Argentina. 1990-2007

Fuente: OME en base a Sagpya

Gráfico 10: Producción vacuna en miles de toneladas res. Argentina 1990-2007

Fuente: OME en base a Sagpya

Gráfico 11: Consumo de carne vacuna per capita en kilos. Argentina. 1990-2007

Fuente: OME en base a Sagpya

Gráfico 12: Exportaciones de carne vacuna en toneladas res con hueso. Argentina. 1990-2007

Fuente: OME en base a Sagpya

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110 111

Gráfico 13: Cantidad de explotaciones con ganado bovino en la Provincia de Bs. As. y nº de cabezas por escala de tamaño de rodeo (2002)

Fuente: OME en base a Azcuy Ameghino, 200�

Gráfico 14: Rentabilidad de la Agricultura y del Tambo. Sur de Santa Fe

Fuente: Ramírez, Liliana, M.; Zuliani, Susana B.; Porstmann, Juan C.; López, Gabriela, I. “EVOLUCIÓN HISTORICA DE LA RENTABILIDAD DE LA AGRICULTURA Y EL TAMBO EN EL SUR DE SANTA FE Períodos 1993-94 a 2004-05” en http://www.fcagr.unr.edu.ar/Investigacion/revista/rev11/2.htm

Gráfico 15: Costo de producción y precio al productor en la Industria Lechera. Argentina 2005-2006

Fuente: OME en base a Dirección Nacional de Alimentos

Grafico 16: Ranking de empresas que reciben compensaciones de la ONCCA*

*En millonesFuente: OME en base a Infobae

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33,94 6,9

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Explotaciones Cabezas

hasta 100 101-200 201-500 501 y más

Nota: Precio. Precio orientativo pagado por un grupo de industrias líderes que informan al Programa Nacional de Política Lechera. Costo. Promedio ponderado de los costos por litro de los cuatro modelos de tambo descriptos por la revista Márgenes Agropecuarios.

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112 113

Gráfico 17: EAP´s por provincia. Años 1988/2002

Fuente: OME en base a CNA

Gráfico 18: Cantidad de has trabajadas con maquinaria contratada por provincia. Censo 2002

Fuente: OME en base a CNA

Gráfico 19: Empleo en el sector contratistas campaña. Provincia De Buenos Aires 2005/2006

Fuente: EPSA, 2006

Cuadro 1: Deforestación. Argentina, 1998-2006

*Datos preliminares Fuente: Greenpeace

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Has totales Has trabajadas con maquinaria contratada

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ProvinciaSuperficie Deforestada (Ha)1998-2002 2002-2006*

Chaco 11�.9�4 12�.491Córdoba 122.�98 93.930Formosa 19.9�� 30.296Salta 194.389 414.934Santa Fe 20.�3� 11.32�Santiago del Estero 306.055 515.228TOTAL 781.930 1.108.669

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114 115

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Cuadro 3: Evolución de las principales variables de los tambos en el sur de Santa Fe Campañas 1993/94-2004/05

Fuente: Ramírez, L.; Zuliani, S.; Porstmann, J. C.; López, G.: “Evolución histórica de la rentabilidad de la agricultura y el tambo en el sur de santa fe Períodos 1993-94 a 2004-05”, en http://www.fcagr.unr.edu.ar/Investigacion/revista/rev11/2.htm

Campaña Nº de tambosNº de Vacas en ordeñe (VO)

Nº VO/tamboKg Grasa Butirosa

1993-94 4�8 24.495 �2 116,44

1994-95 456 36.123 �9 91,2

1995-96 419 33.128 �9 83,56

1996-9� 355 32.543 92 11�,12

199�-98 335 36.849 110 144,5

1998-99 33� 40.05� 119 156,5�

1999-00 332 41.315 124 185

2000-01 325 40.3�5 124 193,69

2001-02 293 36.352 124 182,03

2002-03 268 35.6�9 133 1�3,88

2003-04 285 38.�28 136 1�8,23

2004-05 240 35.956 150 22�,5

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116 11�

Cuadro 5: Producción mundial de leche (en mill. de t. métricas, mill. de vacas y prod/vaca). Año 2002

Fuente: USDA

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U.E. 115,35 29,5 20,35 5,6�

EE.UU. ��,03 19,� 9,13 8,43

India 36,2 9,3 36 1,01

Rusia 33,25 8,5 12,3 2,�

N. Zelanda 13,92 3,6 3,�4 3,�1

Polonia 12 3,1 3,1 3,8�

Australia 11,6 3 2,4 4,83

Mexico 9,56 2,4 6,8 1,41

Argentina 8,2 2,1 2,3 3,5�

Canadá 8,13 2,1 1,08 �,5

Otros 65,44 16,8 28,158 2,32

Total 390,� 100 125,3� 3,12