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18 «Patris Mei del P. Claret anciano» Interpelaciones y horizontes Juan Carlos Martos, cmf 1. INTRODUCCIÓN a. Presentación “Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, - lo cuenta Eduardo Galeano-, pudo subir a lo alto del cielo. A su vuelta contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos. “El mundo es eso”, reveló, “un montón de gente, un mar de fueguitos”. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende” 1 . “Arder la vida con tantas ganas” es la preciosa metáfora que indica el sentido de mi intervención. Pretendo solamente dirigiros a vosotros, hermanos, una invitación a despertar energías que puedan estar aletargadas y adoptar en esta hora de nuestra vida que ya atardece una postura de generatividad y no de estancamiento. b. Plan de mi intervención Seguiré en mi presentación un esquema ya frecuente: Primero, dirigimos la mirada al P. Claret ya anciano y, en un segundo momento, dejaremos que su vida nos plantee propuestas para seguir caminando, conscientes de que esta edad nuestra en un lugar teologal, un espacio de crecimiento que nos es concedido para alcanzar la excelencia. Hoy el problema que late en la Fragua –y en cualquier proceso de formación permanente- es si es posible cambiar, si hay lugar para la reformabilidad de la persona, aunque obviamente no la realice por sí sola, sino con la ayuda de la misericordia de Dios. ¿Podemos evolucionar? La gracia de Dios en nosotros puede ser perfectible –y defectible-. La Fragua, como un eco del evangelio, se nos está ofreciendo como un gran grito que nos invita a apostar, a superarnos, a asumir el riesgo de nuestra propia grandeza. Desde esta perspectiva van hilvanadas estas líneas. 1 EDUARDO GALEANO, El libro de los abrazos, Madrid 1999, p. 1.

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«Patris Mei del P. Claret anciano» Interpelaciones y horizontes

Juan Carlos Martos, cmf

1. INTRODUCCIÓN

a. Presentación

“Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, - lo cuenta Eduardo Galeano-, pudo subir a lo alto del cielo. A su vuelta contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos. “El mundo es eso”, reveló, “un montón de gente, un mar de fueguitos”. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende”1.

“Arder la vida con tantas ganas” es la preciosa metáfora que indica el sentido de mi intervención. Pretendo solamente dirigiros a vosotros, hermanos, una invitación a despertar energías que puedan estar aletargadas y adoptar en esta hora de nuestra vida que ya atardece una postura de generatividad y no de estancamiento.

b. Plan de mi intervención

Seguiré en mi presentación un esquema ya frecuente: Primero, dirigimos la mirada al P. Claret ya anciano y, en un segundo momento, dejaremos que su vida nos plantee propuestas para seguir caminando, conscientes de que esta edad nuestra en un lugar teologal, un espacio de crecimiento que nos es concedido para alcanzar la excelencia.

Hoy el problema que late en la Fragua –y en cualquier proceso de formación permanente- es si es posible cambiar, si hay lugar para la reformabilidad de la persona, aunque obviamente no la realice por sí sola, sino con la ayuda de la misericordia de Dios. ¿Podemos evolucionar? La gracia de Dios en nosotros puede ser perfectible –y defectible-. La Fragua, como un eco del evangelio, se nos está ofreciendo como un gran grito que nos invita a apostar, a superarnos, a asumir el riesgo de nuestra propia grandeza. Desde esta perspectiva van hilvanadas estas líneas.

1 EDUARDO GALEANO, El libro de los abrazos, Madrid 1999, p. 1.

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2. LA EXPERIENCIA DE SAN ANTONIO MARÍA CLARET

a. Delimitando el espacio temporal2

Toda la vida del P. Claret está salpicada e impregnada de muy diversas y prolijas experiencias teologales. Desde temprana edad, su existencia estuvo marcada por una inseparable experiencia personal de Dios. Dios marcó su vida de una manera profunda, permanente y vigorosa.

No voy a desarrollar aquí, ni siquiera sucintamente, el recorrido de las experiencias teologales fundantes de nuestro Fundador a lo largo de su vida. Ello superaría con mucho mi pretensión, que es mucho más modesta. Me ceñiré en la experiencia teologal que vivió en los últimos años de su vida; precisamente aquellos que corresponden a nuestra misma edad. Es el tiempo del P. Claret sexagenario (1867-1870). O más exactamente, desde sus 59 años hasta el final de su vida, que no llegó a alcanzar los 63 años de edad.

¿Por qué reducirnos a este espacio? Encuentro, ante todo, dos razones de peso:

• Una coincidencia existencial: Admito que la vida del P. Claret, a sus sesenta años, no es comparable en muchos aspectos a la nuestra por muchas razones (se ha elevado el índice de vida, las circunstancias son del todo diversas, existen intereses vitales muy distintos, el equipamiento físico medio es comparativamente más cuidado, la trayectoria social y religiosa del P. Claret es irrepetible…). Aun a pesar de ello, hay algo sustancial en lo que coincidimos: A partir de los sesenta años, se inicia –de maneras muy diversas-, una etapa de la vida catalogada como “etapa de la reducción”3, como detallaré más adelante.

• Hay otra razón de concentración: No nos interesa dispersarnos. No es necesario repetir aquí los análisis que otros han hecho. Tampoco debemos perdernos en aspecto secundarios. Nos centramos en el «Patris mei» que nuestro santo Fundador vivió en los últimos años de su vida. Esta presentación es de síntesis. Clavaremos nuestra mirada en lo más nuclear de la experiencia teologal del P. Claret, sin distracciones. Ofrecemos, pues, un guión que reúne los aspectos básicos, fundamentados y claros de su postrero «Patris mei».

2 Hay dos laderas en el misterio de la existencia humana: dos puntos de vista para escudriñar la trayectoria biográfica de cada uno de nosotros. Mirar desde fuera, o mirar por dentro. Nadie consigue, ningún biógrafo, perforar la vida de otra persona. Simplemente rozamos su secreto.

• El método razonable consiste en escudriñar paso a paso los episodios de lugar y tiempo cumplidos por el protagonista de su entorno: Intentado “desvelar” las motivaciones que “posiblemente” guiaron su conducta a lo largo de los años. Le vemos “desde fuera”, mediante la observación externa.

• Otro método se nos ofrece cuando disponemos de accesos directos a la intimidad profunda de una persona “en sus relaciones trascendentes”, quiero decir: su diálogo entablado con la misteriosa presencia de Dios. Penetramos entonces la hoguera de la espiritualidad, intentamos verle “por dentro”.

Cuando sea posible conjuntar los dos métodos por fuera y por dentro, rozaremos su secreto. 3 Así la designa Javier Garrido, ofm, en sus escritos.

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b. Algunas circunstancias históricas y hechos acaecidos en estas fechas

La experiencia teologal del P. Claret es incomprensible si se olvidan las circunstancias históricas que le tocó vivir en los últimos años de su vida. Nos interesa recordar alguna de ellas, de manera telegráfica.

1867

− En octubre de 1867 Dios le revela lo que le queda de vida: dos años y diez meses.

1868

− Es el año en el que se patenta la máquina de escribir (C. L. Scholes) y la peseta se convierte en la unidad monetaria española.

− El 31 de mayo de 1868 el P. Claret renuncia a la presidencia de El Escorial, que la Reina acepta el 22 de junio.

− Estalla la revolución “La Gloriosa” (o la septembrina), en septiembre de 1868. Es destronada Isabel II. El 30 de septiembre el P. Claret acompaña a la Reina camino del destierro. Fuera de España, el P. Claret fijará su primera residencia en Pau (Francia).

1869

− El 30 de marzo decide separarse de la corte y viajar a Roma, donde llega el 2 de abril y se hospeda en el convento de los mercedarios de San Adrián. El 24 de abril es recibido por Pío IX.

− Instalado en Roma se dedica a orar, estudiar, escribir, visitar hospitales, predicar. También llevó a cabo los trámites para la aprobación de las Constituciones de las Religiosas de María Inmaculada. Publica “L’egoismo vinto".

− El 8 de diciembre asiste a la apertura del Concilio Vaticano I.

1870

− La reina Isabel II abdica del trono español y Amadeo de Saboya es coronado rey al frente de una monarquía parlamentaria.

− El 23 de julio es interrumpido el Concilio. El P. Claret se retira a Prades (Francia). Italia ocupa Roma. Desaparición de los Estados Pontificios.

− El 6 de agosto, a causa de la persecución, se refugia en el monasterio de Fontfroide, donde muere el 24 de octubre a las 8.45 de la mañana. Tenía 62 años y diez meses. Su funeral se celebra el 27.

c. Experiencias vitales del P. Claret: El último Padrenuestro del P. Claret

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Sorprende una frase del P. Claret escrita por su puño en el mismo año de su muerte (Cf. Luces y gracias, 1870, 4) y que recoge de forma metafórica y sintética la conciencia que él mismo tenía de su itinerario espiritual, abocado ya al desenlace final4: “Tengo que ser como una vela que arde, gasta la cera y luce hasta que muere”5. La expresión nos da pie para encontrar un orden sencillo en su experiencia.

a. COMO UNA VELA QUE ARDE

“Arder” es un verbo eminentemente claretiano. Remite a la experiencia del fuego con la que nosotros identificamos la etapa del «Patris mei» desde las claves que nos ofrece la Fragua. “Quien está cerca de Dios está cerca del fuego” (Orígenes). ¿Qué sentido tenía esa expresión, “arder”, en estos últimos años del P. Claret? ¿A qué alude exactamente?

Podemos concretarla en tres experiencias fundamentales que remiten a tres contenidos del Padrenuestro: El amor de Dios Padre bueno, el cumplimiento de su voluntad y la venida de su reino.

En primer lugar, alude directamente a su viva experiencia del “amor de Dios”6. En sus escritos y a estas alturas, Claret no se detiene a explicar cómo entendía y experimentaba él ese amor divino. Ha sido una realidad que le ha acompañado de por vida. Ahora rubrica su importancia. En efecto, el tema del amor de Dios será el único tema de su examen particular a lo largo de los últimos años de su vida, como consta en sus propósitos y anotaciones personales7. Fue su “porro unum est necessarium” (Lc 10, 42), su deseo único, caldeado diariamente por el discernimiento y la súplica. Ese amor de Dios tiene resonancias afectivas y emocionales muy intensas: “Diré con frecuencia: Deus cordis me, et pars mea, Deus in aeternum” (Ps 72,26)” (=Dios de mi corazón y mi porción; Dios para siempre)8. Y le lleva a la más profunda identificación con Dios: “Haré todas las cosas con la más pura y recta intención de agradar a Dios”9; buscando “hacer todas las cosas por Dios, a su mayor honor y gloria”10.

La segunda experiencia de fuego es la obediencia de la fe, el “hágase tu voluntad”. Consecuentemente, el amor de Dios se traduce en una resuelta actitud de disponibilidad y solicitud por cumplir la voluntad de Dios, manifestada de una forma reiterativa y apasionada en sus escritos de estos últimos años. Algunos de los cuales son en verdad inquietantes:

4 En sus apuntes escribe: “Mientras se vive se está muriendo, como una candela que arde, reloj de arena, rio” (Mss. Claret, VII, p. 306). 5 Propósitos de 1870 (n. 4). 6 “El que no pierde la cabeza por amor, no tiene cabeza” (A. Cencini). 7 Cf. Propósitos de 1867 (n. 7); de 1868 (n. 16); de 1869 (n. 1) . 8 Propósitos de 1867 (n. 11). 9 Propósitos de 1867 (n. 12). 10 Propósitos de 1867. Cosas que procuraré (n. 4).

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− 29 de agosto de 1867: “He conocido que soy una viga vieja y sin pulir, que estoy apuntalada a la pared del palacio de S.M. para que no se caiga; y así, no pediré salir ni quedar, sino que diré: Hágase en mi la voluntad de Dios”.

− “Estaré en santa indiferencia: dispuesto siempre a lo que Dios disponga de mi”11.

− El 4 de diciembre de 1867, “a las 4 de la madrugada pregunté al Señor: Domine, quid me vis facere?

− “La santidad de un alma consiste simplemente en un esfuerzo en dos cosas, a saber, esfuerzo en conocer la voluntad de Dios y esfuerzo en cumplirla cuando se haya conocido”12.

− “Hacer todas las cosas por Dios, a su mayor honor y gloria”13. − El P. Clotet en las frecuentes cartas que escribe desde Fontfroide al P. José

Xifré, informando sobre los pormenores de la enfermedad y muerte del P. Claret, recoge entre otras cosas una expresión que continuamente repetía nuestro santo moribundo en su lecho de muerte: «Che più? ¿Qué más?»14. Nuestro santo preguntaba continuamente qué más debía hacer para cumplir con exactitud, prontitud y hasta el final la voluntad de Dios. Hasta que le faltó el aliento vivió inquieto por cumplir exactamente y en todo momento la voluntad de Dios.

El fruto de esta experiencia es la paz. En esta época había tenido muchas ocasiones de perderla (barricadas madrileñas de junio de 1867, los folletos y cantares denigratorios, la salud, los problemas de El Escorial, la revolución de 1868, el exilio,…). Esta paz la entiende como paciencia y como alegría interior; pero el santo aspira a más: quiere que hasta su semblante se conserve siempre ecuánime y alegre.

Y junto a la paz permanente, recibió además una singular gracia de luz. El día 22 de junio de 1868 escribe el P. Claret esto: “Vi una luz muy grande y muy resplandeciente que estaba cerca de la luz de la lámpara. Y después de un largo rato, se juntó con la luz de la lámpara y no se vio más. Ya me figuro lo que significa”15. Esta visión significa probablemente, la unión transformante o matrimonio espiritual que, según san Juan de la Cruz, presenta este tipo de fenómenos luminosos: “como cuando la luz de la estrella o de la candela se junta y une con la del sol, que ya el que luce ni es la estrella ni la candela sino el sol, teniendo en sí difundidas las otras luces” (Cántico espiritual, canc. 22, n. 3).

b. GASTA LA CERA

11 Luces y gracias. 29 de agosto de 1867. 12 Propósitos de 1867 (n. 15). 13 Propósitos de 1867. Cosas que procuraré (n. 5). 14 ANTONIO Mª CLARET, Autobiografía y escritos complementarios. Apéndice IV: El P. Claret en Fontfroide, nn. 8-9. Ed. Claretiana, Buenos Aires, 2008. 15 Luces y gracias, 1868, 22 de junio.

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La cera, al arder e iluminar, se consume. La experiencia del amor de Dios tiene una estructura pascual. Va indefectiblemente unida al dolor purificador y redentor. Ese amor de Dios le llevará pues a beber del cáliz de la pasión, como el Hijo de Dios. Su consumación provenía de sufrimientos internos y externos, aceptados en una actitud de total ofrenda de sí mismo.

Hubo de aceptar el desmoronamiento de su cuerpo y los cuidados que le exigía como humillación y con plena resignación a la voluntad de Dios. “Siento en mi una descomposición, aunque lenta, y me alegro, para que no tenga que ver de cerca los males que ya estoy mirando de lejos”16. La actitud no puede ser más explícitamente acogedora: “Sufrirlo todo por Dios y como cosa enviada por Dios”17.

En marzo de 1868 estuvo a punto de morir a causa de un mal canceroso. El Escorial le acarreó muchas tribulaciones. Todavía en el destierro fue infamado como ladrón por causa del Escorial. “Es el potro para atormentar a los que le han de cuidar” (Carta a D. Dionisio González, Lequeitio, 17 de agosto de 1868). Y el 22 de junio de ese mismo año recibió del cielo grandes deseos de martirio18.

Es ilustrativo el párrafo de la carta que escribe a la M. María Antonia París, ya desde Roma el 21 de julio de 1869: “Yo me ofrecí por víctima, y el Señor se digno aceptar mi oferta, pues sobre mí han venido toda especie de calumnias, infamias, persecuciones, etc. No tenía otra cosa que el testimonio de mi buena conciencia, y así siempre me he quedado tranquilo y en silencio. No pensaba sino en Jesús”. Estas circunstancias le llevan a vivir una auténtica “noche oscura”19.

En 1869 apareció una Biografía del P. Claret, escrito denigratorio firmado por O***, que pudiera ser Salustiano Olózaga, embajador de España en París y, años antes, alcalde de Madrid. Este escrito fue decisivo para la orientación de las primeras biografías de Claret, una de cuyas finalidades será desmontar tanta mentira. De la época de Madrid se conoce una docena de intentos de acabar con la vida del santo.

Posiblemente la mayor virtud del Santo, desde que se inició su período en la corte, fue su capacidad para sobrellevar la calumnia. Hay quien defiende que deberían hacerlo el patrono de los calumniados. Es, en definitiva, el mártir de las insidias políticas del siglo XIX español. De manera resumida recordemos, como en una letanía de homenaje a su santa paciencia, un pequeño catálogo de algunas calumnias de las que fue objeto:

16 Carta al P. José Xifré, Madrid, 29 de junio de 1866, EC, II, p. 1017. 17 Propósitos de 1867. Cosas que procuraré (n. 5). 18 Luces y gracias, 22 de junio de 1868. 19 Como explicó Carlos Dorvier en su interesante comunicación: «La “noche oscura” en san Antonio María Claret».

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− La falsificación de sus libros. Es decir, que, utilizando su nombre e incluso los títulos de sus obras, se hacían ediciones plagadas de barbaridades y obscenidades.

− Fue el principal personaje de la pornografía de la época. − Los periódicos publicaban coplillas denigrantes, que eran coreadas en las

tabernas. − Contra él, se repartían hojas sueltas por las calles, de contenido

escandaloso. − A las cajas de cerillas les añadieron pegatinas con las caricaturas más

vergonzosas. − Ya en el destierro, cundió una campaña donde se le acusaba de haberse

llevado las custodias del El Escorial. Fue tan intensa que hasta se convirtió en dicho popular.

Los propósitos de 1869 recogen una aspiración que nos lleva a las agonías de Getsemaní: “Non mea voluntas sed tua fiat”.

En sus propósitos de 1870 –los últimos que escribe- no hay ningún plan para el porvenir, fuera del memorare novissima tua (acuérdate de tus postrimerías). Hallándose en actitud de espera de la muerte, y engolfado en el examen particular del amor, es muy significativo que copie aquel aviso “Jamás deje de humillarse y mortificarse hasta la muerte”20.

El domingo 29 de mayo de 1970 sufre un ataque de apoplejía al ver la oposición que se hacía a la definición de la infalibilidad pontificia; pero, recogiendo todas sus fuerzas, el martes siguiente día 31 pronunció su alocución a favor de ella. El amago de apoplejía fue como la respuesta de la muerte a la aspiración el día de la Ascensión.

c. Y LUCE HASTA LA MUERTE

El presagio de la muerte que se acerca es otro ingrediente que marca de manera progresiva esta última etapa de su vida. No como acontecimiento negativo e irremediable, sino como etapa cumbre –no final- del trayecto que da sentido a todo lo que ha vivido hasta ese momento.

Claret fue consciente de la proximidad de su final en esta tierra. En 1868 alude a su muerte: “Me acordaré de esta verdad: dos años y diez meses”21. El santo no explica esta lacónica y misteriosa frase, que hace suponer alguna revelación

20 Propósitos de 1870 (n. 6). 21 Propósitos de 1868 (n. 15).

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precisa y concreta de su cercana muerte. Vuelve a repetirla en sus Propósitos de 186922.

En carta a D. Paladio Currius, fechada el 2 de octubre de 1869, le confiesa abiertamente: “Yo he sufrido mas de lo que acostumbro. Tengo ganas de morir”. Y el día 26 de mayo de 1870 en el punto 3 de sus Propósito declara abiertamente: “Deseo que tengo de morir para ir al Cielo y unirme con Dios”23.

En su percepción de la cercanía de la muerte se siente llamado a mantenerse especialmente unido a Dios, a vivir en santidad24. En su Padrenuestro existencial no podía faltar la invocación “santificado sea Tu nombre”. Hay experiencias que así lo fijan por su intensidad y la emoción que subrayan:

− “Dios mío, Vos sois omnipotente: hacedme santo. Os amo con todo mi corazón”25.

− “Pensaré que Dios está siempre en mi corazón”26. Lo repite en sus propósitos de 186927.

− “Andaré siempre en la presencia de Dios y a mi Dios y Señor le ofreceré todas las cosas en general y cada una en particular, haciéndolas con la más pura y recta intención”28. Que nuevamente repite en 1869: “Procuraré andar siempre en la presencia de Dios, haciendo y sufriendo por su amor”29. Busca “ofrecer a Dios todas las cosas”30 con una dedicación intensa a ese empeño, ya que se propone “en cualquier obra y hora examina tu conciencia, y, vistas tus faltas, procura la enmienda con el divino favor”31. También se propone “ejercitarse mucho en el temor del Señor”32.

− Particularmente incisivo es el Obsequio de mayo de 1870: “En obsequio de la Santísima Trinidad y de María en este mes de mayo: Todas las cosas que haré y cada una en particular será con la perfección posible. La causa impulsiva será el Amor de Dios. La causa intencional será la mayor gloria de Dios. La causa final será el hacer la voluntad de Dios”33.

22 Propósitos de 1869 (n. 12). 23 Propósitos de 1870. Día 26 de mayo de 1870. Ascensión del Señor (n. 3). 24 Cito un artículo del cardenal J. Ratzinger: “Ser santo no comporta ser superior a los demás; por el contrario, el santo puede ser muy débil, y contar con numerosos errores en su vida. La santidad es el contacto profundo con Dios: es hacerse amigo de Dios, dejar obrar al Otro, el Único que puede hacer realmente que este mundo sea bueno y fe”. (Cf. JOSEPH RATZINGER Dejar obrar a Dios, ABC, 6-10-02. 25 Propósitos de 1868. Para perseverar y adelantar en la perfección (n. 8). 26 Propósitos de 1868 (n. 8). 27 Propósitos de 1869 (n. 8). 28 Propósitos de 1868 (n. 9). 29 Propósitos de 1869 (n. 9). 30 Propósitos de 1869 (n. 10). 31 Propósitos de 1870 (n. 7). 32 Propósitos de 1870 (n. 8). 33 Propósitos de 1870. Obsequio.

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Junto a esa dinámica en vertical destaca una en horizontal. El la califica también como “gracia grande”34, y le fue concedida el 12 de octubre de 186935: “A las once y medio del día, el Señor me ha concedido el amor a los enemigos. Lo he sentido en mi corazón. El Señor lo ha asegurado con un prodigio: en el acto mismo que lo he sentido en el corazón, he visto que el crucifijo y el cuadro de la Sma. Virgen se han juntado sin que nadie los haya tocado. Ya hacía algunos días que Dios me daba un conocimiento extraordinario al leer las Moradas quintas de Sta. Teresa, c. 3, y hoy, día 12 de octubre en la meditación 27 de los Ejercicios explicados me ha concedido esta grande gracia. Vivo ego, iam non ego, vivit vero in me Christus. Jesús miraba a los judíos como una madre que mira a sus hijos enfermos, delirantes, ebrios de vino, que no saben lo que hacen ni lo que dicen. Son más dignos de lástima y compasión que de indignación”.

3. «PATRIS MEI A MI EDAD» a. ¿Qué empieza a pasarnos a partir de cruzar el umbral de los sesenta años?

La Biblia nos habla sobre los cambios físicos y fisiológicos, que sufren las personas que van llegando a la vejez en el libro del Eclesiastés (Qohelet) 12, 1-7:

[1] Acuérdate de tu Hacedor durante tu juventud, antes de que lleguen los días aciagos y alcances los años en que dirás: No les saco gusto.

[2] Antes de que se oscurezca la luz del sol, la luna y las estrellas, y a la lluvia siga el nublado.

[3] Ese día temblarán los guardianes de casa (labios temblorosos) y los valientes se encorvarán (piernas dobladas y espalda encorvada), las que muelen serán pocas y dejarán de moler (encías en lugar de dientes), las que miran por las ventanas se ofuscarán (los ojos),

[4] las puertas de la calle se cerrarán y el ruido del molino se apagará, se debilitará el canto de los pájaros, las canciones se irán callando (la sordera),

[5] darán miedo las alturas y rondarán los terrores (el problema de las fobias). Cuando florezca el almendro (una cabeza encanecida) y se arrastre la langosta (las articulaciones se ponen rígidas) y no dé gusto la alcaparra, porque el hombre marcha a la morada eterna y el cortejo fúnebre recorre las calles.

34 La denomina con el mismo título a la gracia de permanencia eucarística recibida anteriormente el 26 de agosto de 1861 a las 7 de la tarde en la Iglesia del Rosario de La Granja (cf. Aut. 694). 35 Este día –martes 12 de octubre de 1869- estaba en ejercicios. Los comenzó el 5 y los terminó el 14. Hay una gradación de gracias místicas: el 25 de noviembre de 1858, el Señor le concedió el amor a las calumnias y a los desprecios; ahora, el amor a los perseguidores y calumniadores. El esfuerzo ascético por alegrarse en las calumnias y amar a los enemigos viene de más atrás. Ya en 1856 había perdonado al asesino de Holguín.

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[6] Antes de que se rompa el hilo de plata, y se destroce la copa de oro, y se quiebre el cántaro en la fuente, y se raje la polea del pozo,

[7] y el polvo vuelva a la tierra que fue, y el espíritu vuelva a Dios, que lo dio.

Junto a los cambios físicos y fisiológicos, se dan otros más estructurales e internos. Una opinión, muy extendida y compartida por muchos autores, defiende que la madurez se inicia con la crisis de realismo (que comienza hacia los 35 años) y culmina con la crisis de reducción, dando paso a la ancianidad. Se trata de una referencia general, porque a una misma edad, las situaciones personales son sumamente diversas y polivalentes. Ciertamente, nadie se sentirá reflejado con precisión de relojero en lo que vamos a decir. Pero con eso cuenta toda reflexión antropológica seria; y a nosotros nos sirve como referencia.

Teniendo en cuenta esa indicación, a partir de los sesenta años –y de forma progresiva, aunque no en todos simultánea-, van apareciendo paulatinamente en las personas algunos síntomas. Entre los más frecuentes y característicos destacamos:

— Sensación progresiva de reducción. No sólo «goteras», sino incapacidades físicas, psíquicas, intelectuales... Físicamente, al acentuarse la reducción, viene la impotencia y el desvalimiento. Pérdida de autonomía del propio cuerpo. Psíquicamente, puede ocurrir cualquier cosa: lo mismo la serenidad de quien, al fin, no tiene miedo a nada, que su contrario: la ansiedad devoradora del cuidado obsesivo de la propia salud.

— Desplazamiento social. No sólo se cuenta menos, sino que la persona se ve sustituido por otros y debe retirarse del trabajo, de la toma de decisiones, de la convivencia, de las relaciones, de las fuentes de información... Por sus secuelas, Azorín definió la vejez como una “falta de curiosidad”.

— Aparece, además, la realidad totalizadora de la muerte. A partir de ahora y a medida que el tiempo vaya transcurriendo, se vive de recuerdos. No existe futuro.

Pero esta dinámica es nuclearmente espiritual: Se encarna en una fenomenología de la finitud (reducción, marginación, soledad...), pero contiene una dimensión de fe, que debe ser estimulada. Eso ayuda a afrontar lo que dos autoras destacan: “hemos conseguido estirar la vida en longitud, pero no hemos aprendido a gestionar inteligentemente el suplemento de años conseguidos. Cultivamos la juventud con frenesí. Nos ocupamos de vivir mucho pero no tenemos derecho de ser viejos”36. Por eso la figura clave insuperable de esta etapa de la vida es la del abandono en las manos de Dios Padre. Es la hora de responderse a algunas preguntas:

— ¿Cómo iniciar la travesía de este período de la vida, sin equivocar el rumbo? 36 Ar. BRENAN-J. BREWI, Pasión por la vida. Crecimiento psicológico y espiritual a lo largo de la vida, Bilbao, 2002, p. 91. (Libro escrito por dos religiosas psicólogas norteamericanas).

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— ¿Cómo afrontar la disyuntiva que se establece? — ¿Retener la vida como una presa o abandonarse a ciegas en el Dios que promete

la vida eterna? — ¿Resignarse a la decrepitud creciente o abrirse al don de la verdadera alegría, que

en esta hora se nos da como anticipo del cielo? — ¿Doblegarse ante el sufrimiento o asumir la parte que nos toca en el sufrimiento

redentor?

Sólo la fe ofrece una respuesta lúcida a estas preguntas. Ser plenamente hombre en este camino hacia el fin es el don de los santos. Los demás, si estamos a la altura de nuestra edad, tendremos que aprender a convertirnos en ancianos y a morir, haciendo de nuestra ancianidad participación del amor de Dios.

b. ¿Cómo vivir nuestro «Patris mei»?37

José Saramago, en su Ensayo sobre la ceguera (Alfaguara, Madrid, 1996), traza una parábola en la que refleja los horrores de una sociedad cegada. En la narración, los que asumen su ceguera descubren los valores soterrados de la ternura, el cariño y el afecto. La única persona que queda con vista, una mujer, al ver los horrores que se van cometiendo a su alrededor, sufre tanto que prefiere estar ciega. No obstante, como ve, actúa, se pone al servicio, de los que sufren a causa de la ceguera generalizada. Entrega su vida para ayudar a los que viendo no ven. Este es el proyecto de su vida, lo que da sentido a su existencia.

¿Hacia donde vamos si vamos como vamos? Es el nombre de un artículo de Mons. Gea Escolano. Decía Aldous Huxley que “la realidad no es aquello que nos sucede, sino lo que nosotros hacemos con lo que nos sucede”. Ninguno de nosotros está en una fase terminal. Nos quedan aún, si Dios así lo dispone, muchos años aún de vida y de ministerio. Pero no la debemos vaciar de sentido, ni creer que es una mera prolongación de lo anteriormente vivido. El testimonio personal del P. Claret en sus últimos años, nos indica como conseguir que el fuego del amor de Dios nos haga arder en esta etapa. Si es cierto lo que decía W. Durant que “para dar significado a la vida hay que fijarse un objetivo mayor que uno mismo”, tales actitudes la llenan de

37 «¿Puede por ventura, un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en una fosa?» (Lc 6,39)

En Nápoles, (Italia) hay un cuadro de Pieter Bruehel con el título de “Parábola de los Ciegos”. Hace mención al pasaje bíblico (Lc 6,39) que decía del mal conductor que puede ser un ciego, o del que no quiere ver, como se decía de los fariseos. Ante una naturaleza que los contempla en silencio, la estéril y estúpida imagen de los que sin hacer caso de la razón, del sentido común, de su propio interés; animados solo por una patética solidaridad de los comunes que creen que la debilidad de todos puede ser alguna vez virtud, caen los ciegos confiados en quien les guía: otro ciego.

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significado. Al presentarlas, sugiero que nuestro esfuerzo se reduce a rezar bien un “Padrenuestro existencial”.

1) “Padre nuestro… Tú eres nuestro Padre” Asumir la reducción como escuela de amor

• Cuando le permitimos a Dios instalarse en la propia existencia y habitarla, podemos negociar con Él los caminos que abre el avance de la edad. Hay que “echarle mística” a las desapropiaciones a que se verá sometida y “echarle esperanza” a las posibilidades que se nos abren. Con el orante del salmo, habremos de pedir: “Enséñanos a calcular nuestros años para que adquiramos un corazón sensato” (Sal 90,12). Es tiempo propicio para volver a aprender el arte de amar a Dios, de iniciarse en la gratitud, la interioridad y la paciencia que todo lo alcanza, por encima de la eficacia, la exterioridad y el activismo. Ese es un amor “de vuelta” –porque antes hemos sido amados- y se aprende por tres caminos: por la fe, por la oración y por la obediencia.

• El progresivo envejecimiento debe ser acogido como una oportunidad para emprender el viaje más importante de la vida con plena conciencia. Es tiempo propicio para amar en serio. Nunca es demasiado tarde para amar más que cuando se ha decidido que es demasiado tarde. El amor no es una condición para que el hombre sea bueno, sino para que sea hombre. En una experiencia mística la beata Ángela de Foligno entendió que Dios le decía: “¡No te he amado en broma!”. El amor es lo más serio y lo más cargado de consecuencias que existe en la historia.

• Y es tiempo propicio para amar como misioneros. No está dicho que en este ciclo no se pueda seguir viviendo y testimoniando el Evangelio. Se es misionero hasta el final de la vida. Habrá que ensayar la “espiritualidad del decrecimiento” que nos conecta con algunos armónicos del Evangelio apenas explorados en momentos en los que éramos protagonistas y abundábamos en fuerzas: No creernos irreemplazables, ser sobrios al hablar de nosotros, acoger los cambios aunque no nos gusten, apoyando a los que toman el relevo, bendecir y agradecer, por encima de la queja o el reproche…

• Es tiempo propicio para amar en esperanza. Para eso hay que dejar que la esperanza imprima a nuestra trayectoria la “velocidad de crucero” viviendo como “ciudadanos del cielo, que esperan la venida de Nuestro Señor Jesucristo” (Fil 3,20). La esperanza, la más pequeña de las tres virtudes teologales, pero que sostiene a las otras dos, como decía Péguy, nos va enseñando pacientemente un modo nuevo de hacer que consiste ahora en estar y esperar38.

38 “Milton en uno de sus poemas va hablando de su larga ceguera: Al pensar cómo mi luz se vio apagada...se pregunta si él y los que son como él, privados de estar enteros, han podido servir de algo, para concluir que Dios no precisa el talento y las obras de todos los seres, sino que también sirven los que sólo están y esperan” (Javier Marías, “A los que sólo están y esperan”, El País Semanal, 2 de Agosto 1998).

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“No sé lo que ocurrirá del otro lado, cuando todo lo mío haya basculado hacia la eternidad. Lo que creo, lo que únicamente creo, es que un Amor me espera. (…) Todo lo que yo puedo hacer es creer, creer obstinadamente que un Amor me espera”39.

2) “Santificado sea tu nombre… santifícanos” Desear ardientemente la santidad desde nuestra debilidad

El filósofo francés León Bloy sugiere que solo hay una verdadera tristeza humana: ¡el no ser un santo! Esto puede sonar demasiado piadoso o moralizante, sin embargo, hay una parte de nosotros que entiende exactamente lo que Bloy dice. Nuestras adicciones, nuestras infidelidades, y nuestros apegos poco saludables, pueden brindarnos algo de placer (aunque, muy pronto, ese placer se convierte en compulsión) y esto nunca nos trae felicidad. Puede haber mucho placer en nuestras vidas y sin embargo nuestros corazones están tristes y nuestras conciencias cargadas.

Al plantear el tema de esforzarse por ser santos traigamos a la mente las palabras del Señor recogidas en el evangelio de San Juan 5, 17: «Mi Padre obra siempre». Son palabras expresadas por Jesús en el curso de una discusión con algunos especialistas de la religión que no querían reconocer que Dios puede trabajar en el día del sábado. Un debate todavía abierto y actual, dado que algunos piensan que Dios, después de la creación, se ha «retirado» y ya no muestra interés alguno por nuestros asuntos de cada día. Según este modo de pensar, Dios no podría intervenir en el tejido de nuestra vida cotidiana; sin embargo, en las palabras de Jesucristo encontramos la respuesta contraria. Todo hombre abierto a la presencia de Dios se da cuenta de que Él obra siempre y de que también actúa hoy.

Esto nos ayuda a comprender que la tensión hacia la santidad muestra esa confianza de que Dios no se ha retirado del mundo, porque está actuando constantemente, y de que a nosotros nos corresponde solamente ponernos a su disposición, estar disponibles para responder a su llamada. Es un mensaje que ayuda a superar lo que puede considerarse como la gran tentación de nuestro tiempo: la pretensión de pensar que después del big bang, Dios se ha retirado de la historia. La acción de Dios no «se ha parado» en el momento del big bang,

39 Sr.Marie du Saint Esprit (Simone Piguet 1922-1967, Carmelita de Nogent sur Marne).

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sino que continúa en el curso del tiempo, tanto en el mundo de la naturaleza como en el de los hombres.

La santidad induce permanecer en diálogo constante, en contacto real con Aquel que nos ha creado y obra por nosotros y con nosotros. De Moisés se dice en el libro del Éxodo (33, 11) que Dios hablaba con él «cara a cara, como un amigo habla con un amigo». Eso de «hablar como un amigo habla con un amigo», abre las puertas del mundo para que Dios pueda hacerse presente, obrar y transformar todo. El P. Luis Martínez Guerra definió la oración como “el cara a cara en la tiniebla”.

En esta perspectiva se comprende mejor qué significa santidad. Conociendo un poco la historia de los santos, sabiendo que en los procesos de canonización se busca la virtud «heroica» podemos tener, casi inevitablemente, un concepto equivocado de la santidad porque tendemos a pensar: «Esto no es para mí». «Yo no me siento capaz de realizar virtudes heroicas». «Es un ideal demasiado alto para mí». En ese caso la santidad estaría reservada para algunos «grandes» de quienes vemos sus imágenes en los altares y que son muy diferentes a nosotros, pecadores normales. Tendríamos una idea totalmente equivocada de la santidad, una concepción errónea.

Virtud heroica no quiere decir que el santo sea una especie de «gimnasta» de la santidad, que realiza unos ejercicios inasequibles para llevarlos a cabo las personas normales. Quiere decir, por el contrario, que en la vida de un hombre se revela la presencia de Dios, y queda más patente todo lo que el hombre no es capaz de hacer por sí mismo. Quizá, en el fondo, se trate de una cuestión terminológica, porque el adjetivo «heroico» ha sido con frecuencia mal interpretado. Virtud heroica no significa exactamente que uno hace cosas grandes por sí mismo, sino que en su vida aparecen realidades que no ha hecho él, porque él sólo ha estado disponible para dejar que Dios actuara. Con otras palabras, ser santo no es otra cosa que hablar con Dios como un amigo habla con el amigo. Esto es la santidad.

Ser santo no comporta ser superior a los demás; por el contrario, el santo puede ser muy débil, y contar con numerosos errores en su vida. La santidad es el contacto profundo con Dios: es hacerse amigo de Dios, dejar obrar al Otro, el Único que puede hacer realmente que este mundo sea bueno y feliz. Cuando decimos que todos estamos llamados a ser santos, me parece que en el fondo está refiriéndose no a hacer por sí mismo cosas increíbles, sino limitarse a dejar obrar a Dios. Y eso hace nacer una gran renovación, una fuerza de bien en el mundo, aunque permanezcan presentes todas las debilidades humanas. Verdaderamente todos somos capaces, todos estamos llamados a abrirnos a esa amistad con Dios, a no soltarnos de sus manos, a no cansarnos de volver y retornar al Señor hablando con Él como se habla con un amigo sabiendo, con

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certeza, que el Señor es el verdadero amigo de todos, también de todos los que no son capaces de hacer por sí mismos cosas grandes.

Quien tiene esta vinculación con Dios, quien mantiene un coloquio ininterrumpido con Él, puede atreverse a responder a nuevos desafíos, y no tiene miedo; porque quien está en las manos de Dios, cae siempre en las manos de Dios. Es así como desaparece el miedo y nace el coraje de responder a los retos a los que nos conduce nuestra edad.

3) “Hágase tu voluntad” El desvalimiento, camino de obediencia

Al atardecer, seremos llevados a donde no queremos ir (cf. Jn 21,18). Otras voluntades se nos impondrán inevitablemente. Y solamente las sabremos asumir adecuadamente, si hemos pronunciado bien la palabra inicial -«Padre»- que clarifica el sentido de todo el Padrenuestro. La voluntad que queremos ver cumplida tanto en la tierra como en el cielo es la voluntad de un Padre todo-cariñoso.

“Todas las cosas se hacen por agradar a Dios o para agradar al amor propio. A Dios y no a mi me dirigiré siempre”40.

Mirando siempre a Cristo: “El primer acto del corazón de Jesús durante la vida y el último fueron una entrega total a la voluntad del Padre para hacer o sufrir lo que quisiese… Durante la vida dijo Jesús: Mi deber es ocuparme en cumplir los designios de mi Padre… (Lc 2,49). Al fin de su vida dijo: En tus manos entrego mi espíritu (Mc 23, 46). Este mismo principio, medio y fin serán imitados con el auxilio y la gracia del Señor”41.

Sería un error supino creer que sabemos mejor que Dios lo que nos conviene y al orar pretender conseguir que Él haga «mi» voluntad. El Padrenuestro que rezamos cada día debe recordarnos que no se trata de que Dios haga lo que nosotros queremos, sino de que nosotros hagamos lo que Él quiere, no anulando nuestra voluntad, sino haciéndola coincidir con la suya. Por eso le pedimos que no nos escuche si -engañados por el Tentador- le pedimos algo que nos parece bueno, pero en realidad es contrario a su voluntad. Norma es-tupenda sería añadir siempre en nuestra oración de súplica, al menos implícitamente, la cláusula de Jesús en Getsemaní: Pero «no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22,42).

¿En que dirección se orienta la voluntad de Dios? Nuestra edad es la edad de Nicodemo. Nicodemo, un hombre maduro, pide a Jesús algo así como una

40 Propósitos (1859): EA, p. 553. 41 E.A., p. 627.

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receta eficaz para entrar en el Reino. Jesús le responde que debía nacer de nuevo. Regresar a la infancia o hacerse niño no es infantilizarse –aunque a veces eso sea irremediable para algunos-, sino iniciarse en la infancia espiritual. ¿En qué consiste esta infancia espiritual a la que se nos invita en el declinar de la vida?

• En primer lugar, significa CONFIAR. En las cercanías de la fecha de la jubilación se desatan aprensiones y temores. Comienzan a rondar mil fantasmas que auguran pérdidas, soledades, decrepitudes y dolores sin cuento. Para afrontarlas se nos ofrecen cuatro palabras: “Te basta mi gracia” (2 Cor 12,9). Muchos creen, pero son pocos los que se fían… de Dios. Confiar implica dejar que sea Dios quien conduzca los hilos de mi historia personal de salvación por sus caminos y no por los míos. Nos fiamos de Dios e irle dando lo que vaya pidiendo. Porque, como decía Juan de la Cruz, “¿qué aprovecha dar tú a Dios una cosa, si Él te pide otra?”42.

• En segundo lugar, consiste en HACERSE PEQUEÑO. Para la sabiduría del mundo esto es algo absolutamente extraño porque se establece una inversión de valores. Los psicólogos repiten que el secreto de la madurez está en alejarse progresivamente de toda dependencia, de todo apoyo, alejarse de cuanto signifique padre o madre.

En cambio, en el programa de Jesús, la inversión es copernicana: salvarse consiste en hacerse dependiente, en vivir apoyado en el Otro, en no actuar por iniciativa propia sino por iniciativa del Otro, en reconocer la propia nada, esperarlo todo de Dios. El Reino se entregará solamente a los que se abandonan en las manos del Padre, a los que viven en infancia espiritual: "La infancia espiritual es un camino que, sin permitir a todos, ciertamente, llegar a las alturas a las que Dios condujo a Santa Teresa, es no solamente posible, sino también fácil para todos"43. Aquí todo es gracia, todo se recibe. Y sólo se abandonan aquellos que se sienten poca cosa.

Señor: No me ilusiona nada, no veo nada, no siento nada, sino lo que sientes Tú.

No decido nada, no juzgo nada, no examino nada, no sé nada, sino lo que sabes Tú.

(Eugenio d'Ors)

42 San Juan de la Cruz, Dichos, 72. 43 S. S. Pio XI en el discurso para la aprobación de los milagros en la causa de Teresa de Lisieux, 11 de febrero de 1923.

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• En tercer lugar, ser niño es APRENDER. Los psicólogos sostienen que la infancia es la época de los grandes aprendizajes. De por sí el niño ni es sabio ni culto aún, pero está aprendiendo. Aprender es como convertirse en el girasol, que todos los días se abre al sol y permanece orientado hacia él. Del sol lo espera todo, del sol lo recibe todo: calor, luz, fuerza, vida. Ese sol es Dios.

Pero no se aprende cuando se le rechaza: “Vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1,11). El verdadero aprendizaje lleva consigo no solo la aceptación de un mensaje sino sobre todo de una Persona, o mejor, la compenetración mutua. En la compenetración hay grados de intensidad.

− No se trata de una compenetración superficial. Un sarmiento atado a la cepa no está vitalmente unido a ella. Coincidir en algo no es estar compenetrado. Podemos ser buenos profesionales de lo sagrado, pero si no somos amigos…

− Tampoco se trata de una compenetración ocasional, por poco tiempo. De esta manera tampoco es vital. No se puede decir que es vida la vida que se acaba enseguida.

− Ni siquiera se trata de una compenetración pasiva, que no es vital. Una vida que no actúa no es vida. “Tienes aspecto de que vives, pero estás muerto” (Apoc 3,1).

− El conocimiento verdadero es profundo, permanente y activo. Mueve a la acción.

4) “Perdónanos… como nosotros perdonamos” Reconciliarse con nuestros enemigos

La etapa que comienza exige ser vivida en tu tono vital de paz y serenidad. Para alcanzar se requiere también saldar deudas antiguas y soltar el pesado lastre de la culpabilidad o de la acusación. Es tiempo de identificar no solo a los enemigos, sino también las propias hostilidades interiores, aquellas que nos llevan al desprecio del adversario o a su aniquilamiento virtual. Obviamente sin llegar a los extremos del Espadón de Loja. Una de las anécdotas atribuidas al General Ramón María Narváez, político liberal del XIX, ocurrió poco antes de su agonía, cuando el sacerdote fue a confesarle en su lecho de muerte le preguntó si perdonaba a sus enemigos, y la respuesta de Narváez fue la siguiente: "No puedo perdonar a ninguno porque los he matado a todos". Obviamente el general Narváez no es nuestro modelo de identificación.

Como es lógico, no sienten la conveniencia de pedir perdón quienes se consideran justos o víctimas del mal de los otros. Reconciliarse con los enemigos hasta llegar a amarlos (no con amor de sentimiento, sino orando por ellos y haciéndoles el bien) requiere una especial intervención del Señor, mediante la

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cual podemos rezar con autenticidad aquello de “perdónanos nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido”.

En un pasaje algo oscuro nos dice Jesús que, cuando venga el Espíritu Santo Consolador, «probará al mundo que hay pecado» (Jn 16,8). jVaya consuelo!, podríamos pensar. Sin embargo sí es un consuelo, porque por fin habrá claridad, conocimiento cierto de nuestro ser más íntimo y, como consecuencia, posibilidad de arrepentimiento. Por lo tanto, todos, incluidos los santos, debemos pedir: «Perdónanos nuestras ofensas».

En el Padrenuestro la palabra «como» no tiene el sentido de imitación sino de condición: Pedimos a Dios que nos perdone a condición de que nosotros per-donemos a los demás. Lo pone de manifiesto el Evangelio de san Mateo al añadir: «Si vosotros perdonáis a los demás sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas» (Mt 6,14-15).

El fruto de este esfuerzo viene formulado bellísimamente en estas confesiones autobiográficas de Atenágoras, quien expone su actitud al finalizar su vida. Su lectura y acogida sin duda es estimulante.

“He vivido en guerra conmigo mismo durante años y ha sido terrible, pero ahora estoy desarmado. Ya no tengo miedo de nada, porque el amor expulsa al miedo. Estoy desarmado del deseo de tener razón y de justificarme a mí mismo descalificando a los demás. Ya no vivo en guardia, celosamente crispado sobre mis posesiones. Acojo y comparto. No me aferro ni a mis ideas ni a mis proyectos: si me presentan otros mejores, e incluso no mejores sino sencillamente buenos, los acepto sin dificultad. He renunciado a hacer comparaciones y lo que es bueno, verdadero y real, es siempre a mis ojos lo mejor. Por eso ya no tengo miedo porque cuando no se posee nada, ya no se tiene miedo, Si estamos desarmados y desposeídos, si nos abrimos al Dios Hombre que hace todo nuevo, entonces Él hace desaparecer toda la negatividad del pasado y nos devuelve un tiempo nuevo en el que todo es posible”44.

5) “No nos dejes caer en la –última- tentación” Ir aprendiendo el “arte del bien morir”45

Aprender a morir lleva su tiempo46. En cierta ocasión confesaba don Sabino Fernández Campo, quien fuera Jefe de la Casa Real española: “Quiero morirme un poco, para morirme menos cuando llegue la hora”. Tal vez tuviera razón.

44 Christus 191, Jul. 2001, p. 285. 45 ANTONIO Mª CLARET, Autobiografía y escritos complementarios: Notas espirituales. Padre del Concilio Vaticano I: 3. Arte de bien morir, Ed. Claretiana, Buenos Aires, 2008. pp. 778-780. 46 Cf. JUAN G. BEDOYA, Aprender a morir lleva su tiempo, en “El País”, 18 de mayo, 2001.

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Porque, como dice un refrán popular: “Le sucede una extraña cosa al hombre: Nacer no pide, vivir no sabe y…, morir, no quiere”. ¿Habremos de silenciar aquí la muerte, aunque teóricamente su visita no sea inminente? No estamos al final de la vida, seguramente, pero sí nos acercamos a una situación en la que conviene aprender a morir. Y eso lleva su tiempo. Claret hacía del pensamiento de la muerte un entrenamiento cotidiano: “Por la noche, al desnudarme, pensaré en la muerte, y la cama me recordará la sepultura”47. Y le daba un sentido vocacional muy preciso: “Todas mis aspiraciones han sido siempre morir en un hospital como pobre o en un cadalso como mártir” (Aut. 467). Eso no es morir de muerte. Tiene razón quien escribió que la verdadera muerte “no es producto de la vejez sino del desamor y del olvido”.

¿Es positivo hundirnos en la desesperanza hablando de nuestro final? La respuesta requiere un discernimiento para cada caso. Pero lo que, sin duda, no tiene justificación es esa conspiración sistemática que está haciendo de la muerte el fantasma innombrable.

«El hombre muere solo por muy acompañado que esté» (R. M. Rilke), es verdad. Nadie puede sustituir la propia conciencia ante el juicio de Dios. Hemos de tomar la propia vida como un todo. «Con temor y temblor», que diría Pablo (Flp 2, 12), mirando de frente las propias sombras, los errores, la vida vacía, los miedos... Pero también es necesario que la confiemos a la misericordia de Dios: «¿Quién nos separará del amor de Dios? ¿Acaso Cristo Jesús, el que murió, más aún, el que resucitó, el que a la derecha de Dios intercede por nosotros?» (Rom 8,35). En este combate es donde la angustia de la muerte cede su poder a la victoria de la fe. “La muerte no es algo que ocurre, sino Alguien que llega”48 (Cabodevilla).

Y finalizaremos, posiblemente, acompañados por los hermanos en la Iglesia y en la comunidad. Primero, los sacramentos, actualización salvadora de la muerte y resurrección de Jesús: eucaristía, unción de enfermos... Luego, la Comunión de los Santos: los hermanos que nos precedieron en la esperanza de la vida eterna. Simultáneamente, la presencia vigilante, en particular, de los hermanos de la propia comunidad.

Somos torpes ante el sufrimiento y la muerte. Es difícil morir con dignidad, estar a la altura de la hora más solemne de la vida. “Tal es la muerte según ha ido la vida” (Aut. 205). Así es la condición humana. Y también esto hay que asumirlo: con paz, consintiendo, aceptando la pequeñez hasta el final, vuelta la mirada al Padre, que nos acoge en su dulce e infinita misericordia. “La muerte no es un cambio de dueño, sino de territorio” (Cabodevilla). La mejor forma de preparar

47 Propósitos 1868 (n. 12). 48 J. M. CABODEVILLA, 32 de diciembre, BAC 2, 1989, p. 265.

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es “hacer acopio de obras buenas, ya que –como dejó por escrito nuestro Fundador- ellas son la única moneda que nos llevaremos al otro mundo”49.

4. CONCLUSIÓN

El sabio Bernanos decía que «para que una habitación esté templada es necesario que el fogón esté al rojo vivo». El fogón que calienta el mundo es el amor de Dios, encendido y abrasando en nuestra alma misionera. ¡Cómo temblarán mañana de frío muchos hombres y mujeres si hoy solo ofrecemos carbones congelados! Pidamos al Señor y a María nuestra madre, que aunque limitados y pecadores, no nos rebajemos a misioneros congelados o tibios. Esa es la catástrofe de las catástrofes, porque cuando se frustra un misionero, se mutila el universo. Más bien, al contrario: que en cada una de nuestras tumbas se pueda seguir escribiendo el más hermoso de los epitafios: «Aquí descansa un sencillo misionero, que al morirse dejó una ración de fuego a la humanidad».

«Dios mío, haz que tras haber descubierto la alegría de utilizar todo crecimiento para dejarte crecer en mi, acceda tranquilo a esta última fase de la comunión en el curso de la cual te poseeré, disminuyéndome en Ti. Tras haberte percibido como Aquel que es “más que yo mismo”, haz que, llegada mi hora, te reconozca bajo las especies de cada fuerza, extraña o enemiga, que parezca creer destruirme o suplantarme. Cuando sobre mi cuerpo (y aún más sobre mi espíritu) empiece a señalarse el desgaste de la edad; cuando caiga sobre mí desde fuera, o nazca en mí por dentro, el mal que empequeñece o nos lleva; en el momento doloroso en que me dé cuenta, repentinamente, de que estoy enfermo y me hago viejo; sobre todo en ese momento en que siento que escapo de mí mismo, y soy pasivo en manos de las grandes fuerzas desconocidas que me han formado; Señor, en esas horas sombrías hazme comprender que eres Tú (y sea mi fe lo bastante grande) el que dolorosamente separa las fibras de mi ser para penetrar hasta la médula de mi sustancia y llevarme a ti. (...) Energía de mi Señor, fuerza irresistible y viviente, puesto que de nosotros dos Tú eres el más fuerte a ti compete el don de quemarme en la unión que ha de fundirnos juntos. Dame todavía algo más precioso que la gracia por la que todos los fieles te ruegan. No basta que muera comulgando. Enséñame a comulgar muriendo»50.

49 ANTONIO Mª CLARET, Autobiografía y escritos complementarios: Notas espirituales. Padre del Concilio Vaticano I: 3. Arte de bien morir (n. 11), Ed. Claretiana, Buenos Aires, 2008. pp. 778-780. 50TEILARD DE CHARDIN, El medio divino, Madrid, 1964, pp. 84-85.