patricio zunini: entrevista dardo scavino sobre rebeldes y confabulados
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Patricio Zunini: Entrevista Dardo Scavino Sobre Rebeldes y Confabulados, Eterna Cadencia, 2012TRANSCRIPT
“La política es antagonismo”
Entrevistas, Autores argentinos
22-05-2012
Dardo Scavino
Dardo Scavino habla del ensayo Rebeldes y confabulados. Narraciones de la
política argentina (Eterna Cadencia Editora). “En la narración política un montón
de figuras que supuestamente son exclusivas de la izquierda, en realidad no lo son”,
dice.
Por Patricio Zunini.
Todos las narraciones políticas cuentan (con) una historia bajo la forma de una
gesta popular, que cumple la doble función de incluir y constituir al pueblo. Ese
relato —sea de izquierda o de derecha— tiene reglas propias identificables: existe,
por lo tanto, una gramática de la narración política. Partiendo de esta tesis, Dardo
Scavino analiza en Rebeldes y confabulados (que puede leerse como la
continuación de Narraciones de la independencia) los discursos del siglo XX en la
Argentina —desde Yrigoyen hasta Menem— e identifica en ellos una singular
similitud argumental sostenida en la distinción entre amigos y enemigos, aliados y
antagonistas. «Las disputas políticas —señala—, de hecho, son en buena medida
enfrentamientos en torno a la imposición de una narración nacional, de una
na(rra)ción».
—Si bien el análisis no llega hasta la presidencia de Néstor Kirchner, ¿se
puede entender el kirchnerismo desde Rebeldes y confabulados?
—Hay que ver en los discursos de Néstor y Cristina Kirchner cuál es el relato que
elaboran de la historia argentina. Yo creo que hay dos momentos fundamentales de
todo relato político: un primer momento es el antagonismo, todos nos unimos
contra un enemigo —la misma idea de “el pueblo unido jamás será vencido”
supone ya que, si jamás será vencido, es porque hay un enemigo—; y luego aparece
un grupo que, como dice Ernesto Laclau, es la parte que es la totalidad. Una de las
cosas curiosas en los discursos de Néstor y Cristina Kirchner es prácticamente la
desaparición de la figura de la clase obrera como parte que representa al todo de la
patria o la nación. En el discurso de asunción de Kirchner en 2003, por ejemplo, se
menciona a la clase obrera únicamente como uno de los grupos vulnerables junto
con los jubilados y los niños. En el último discurso de asunción de Cristina
tampoco hay una presencia clara de la clase obrera. Esto, en un movimiento donde
la clase obrera era la columna vertebral, es muy fuerte. Pero qué figura aparece
como sustituto, tanto en el discurso de Néstor como en el de Cristina: nuestra
generación. El kirchnerismo es, tal vez, uno de los primeros relatos políticos
argentinos donde el protagonista de ese relato, el héroe y la parte que representa la
totalidad, es una generación: ni una clase ni un grupo, una generación.
—Pero, ¿ qué entiende por generación el kirchnerismo?
—Presume que la dictadura, y después el menemismo, supuso una ruptura con
respecto a un proyecto que se había iniciado en los setenta y que este gobierno lo
continúa, después de ese largo paréntesis de veinte años que fue la dictadura, el
alfonsinismo en parte, y el menemismo. Como articulación política esa figura de
nuestra generación es muy curiosa.
—En tu primera respuesta mencionabas al pueblo unido, que podría remitir
tanto a “los hermanos sean unidos”, que vos destacás en los discursos de
Perón, como a los “hermanos y hermanas de mi patria” de Menem: la
fraternidad es algo muy presente en la política argentina.
—En toda política: es la figura de la comunidad política. Lo que trato de demostrar
en este libro es que un montón de figuras que supuestamente son exclusivas de la
izquierda, en realidad no lo son. La política es antagonismo. Como decía Carl
Schmitt, para que haya política tiene que haber amigos y enemigos. Pero yo señalo
que los amigos aparecen siempre como los que se rebelan contra un orden
establecido: los enemigos son el orden establecido. La figura de la rebelión, que
generalmente reivindica la izquierda, es una figura de la política. A fines de los
ochenta, principios de los noventa, Menem plantea la revolución productiva en
contra del inmovilismo estatista y el proteccionismo. Presenta el neoliberalismo
como una rebelión y una revolución que va a subvertir ese orden. Cuando alguien
se coloca en la figura del rebelde hay que ver en relación con qué statu quo.
—Luis Sagasti dice en Perdidos en el espacio que la palabra revolución sólo la
usan quienes no la hacen: los militares. ¿Cómo se usa la palabra revolución en
la política? ¿Hay alguna relación entre la Revolución Argentina, la Revolución
Libertadora y la Revolución Productiva? ¿Por qué en la última dictadura
militar se usó “Proceso de Reorganización Nacional” en lugar de
“Revolución”?
—Las posiciones más platonizantes de la filosofía piensan que hay una idea de
revolución. O sea: que la revolución es algo que hay que definir y que, por
consiguiente, todos aquellos movimientos que no cumplan con esa definición,
aunque se digan revolucionarios, no lo son. Mi posición es que, como no hay un
mundo de las ideas, no hay una idea de revolución. Revolución es el uso que se
hace de la palabra: no hay ninguna definición que pueda ser intemporal y
ahistórica. Por consiguiente, una definición va a estar necesariamente en
coordenadas espacio temporales muy precisas. Con respecto a la revolución o la
política: no hay una definición de política sino una gramática de la política; los que
hacen política cumplen con ciertas reglas al igual que los hablantes cumplen con
cierta gramática. Tal vez no haya elementos en común entre todos los usos de la
revolución pero siempre aparece la idea de una transformación. Aunque los
militares de la última dictadura no usaran “revolución”, seguramente porque la
palabra tenían connotaciones muy izquierdizantes, siguen pensando en lo mismo:
hay que cambiar un orden. Menem también: ¡vaya si hizo una revolución!
Transformó el país. Desde mi punto de vista para mal, pero yo trato de hacer la
diferencia en el libro: una cosa es cómo evalúo una política, y otra cosa es cómo se
puede analizar esa política desde el punto de vista de una gramática.
—¿Yrigoyen y Alfonsín cometen el mismo error: el de plantear como único
antagonista al régimen fraudulento/dictatorial?
—Yo no diría que es un error, diría que es la política radical. El radicalismo es ese
antagonismo: no es otra cosa. En la época de Yrigoyen y en la de Alfonsín tuvo
cierta pregnancia la idea que el respeto del orden institucional iba a solucionar de
manera automática una serie de problemas: “con la democracia se come, se cura, se
educa”. Esa democracia es un respeto del orden institucional. Por supuesto, yo no
digo que no haya que respetar el orden institucional; digo que ese respeto no
redunda necesariamente en una mejora de ciertas situaciones sociales. Además
quise empezar con Yrigoyen y con la revolución de 1905, para mostrar otra cosa
importante: la violencia política argentina no se inventó en los setenta. Ese es otro
tópico al que nos acostumbraron. No hablemos ya del siglo XIX, que fue el siglo de
las guerras civiles sangrientas: en el siglo XX el propio Partido Radical comenzó
como un partido que hacía una revolución armada.
Borges, Eva, Penella y Perón
—Hablemos de Perón y Eva. En La sangre derramada, Feinmann, dice que
Eva, al poner a Perón en el lugar de Cristo, lo está obligando: al decir que es
todo amor y comprensión, lo obliga a serlo. Vos, por el contrario, decís que
Eva (y su ghostwriter Penella de Silva) siguen una línea impuesta por Perón.
—Hay una figura muy interesante. Eva dice que Perón todos los días está con los
ministros y secretarios y por eso no tiene oportunidad de entrar en contacto con el
pueblo. En cambio, como ella sí está en contacto directo, cuando habla con él le
cuenta las cosas que realmente le pasan al pueblo.
—Es una vicaria.
—Sí, pero dice algo más interesante todavía: dice que Perón no puede divorciarse
de su pueblo porque se tendría que divorciar de ella. La alianza matrimonial entre
Perón y Eva es la alianza entre Perón y el pueblo. Perón se casa con el pueblo a
través de Eva Perón. Esto es interesante porque es una figura muy antigua.
Kantorowicz estudió que, sobre todo hacia el final del Medio Evo, la ceremonia de
asunción del rey aparecía como un casamiento con el pueblo. Por eso el rey se
ponía un anillo. Es una figura de la tradición judeocristiana donde ya en el Antiguo
Testamento la relación de Dios con el pueblo aparece como un matrimonio: la
Alianza, en los dos sentidos, de Dios con el Pueblo de Israel.
—En el análisis de los discursos de Perón de 1943 aparece la abierta oposición
al marxismo: ¿qué sucede, luego, con la izquierda peronista?
—El discurso de Perón del ‘43 al ‘45 es un discurso fascista, no cabe dudas. Es el
discurso fascista en su forma más acabada porque, justamente, la parte que
representa la totalidad, el custodio de la nacionalidad, es el ejército. Los militares
son los patriotas que defienden a la patria. Ese discurso viene de la extrema derecha
de los años ‘20 y ’30, hay una colaboración entre el capital y el trabajo y, por
consiguiente, el enemigo es el comunismo o el anarquismo que quiere introducir la
lucha de clases, dividir a los argentinos y debilitar la Nación. Ese discurso es el
equivalente del fascismo mussoliniano en la Argentina. Pero, después, incluso en el
discurso del 17 de octubre, cuando Perón dice “yo me saco el uniforme de militar y
me pongo la casaca civil” hay una transformación y un cambio completo. Ya no
habla en nombre de los militares sino en nombre de los trabajadores. Hay una
redefinición del discurso. El enemigo es el gran capital aliado con el imperialismo.
El peronismo en el sentido histórico como lo conocemos comienza ahí. En ese
segundo momento, la alianza de clases va a ser una alianza antiimperialista y
antioligárquica. Está muy claro que, sin decirlo abiertamente, Perón habla de luchas
de clases en los discursos de la campaña electoral del ‘46: estamos nosotros y están
los ricos.
—Los ricos, a quienes presenta como egoístas.
—Evita dice eso: dice que los oligarcas, en última instancia, son todos los egoístas
que en lugar de ponerse al servicio de una causa utilizan la política para su propio
beneficio. El oligarca sería el burgués de la tradición hegeliana, el individuo que
todavía no es ciudadano, que no está al servicio del Estado sino que busca el
individualismo posesivo. Al mismo tiempo hay un elemento religioso, porque Eva
trae la idea del pecado original. Penella de Silva —el ghostwriter de Eva— era un
tipo que venía de la extrema derecha española y recicla en el discurso de Evita toda
la tradición de Ernest Hello y León Bloy. Los discursos de Evita están plagados de
citas de estos personajes. Ahí es donde yo difiero con algunos estudiosos que dicen
que en Mi testamento, Eva tiene su propia palabra. No lo creo porque hay citas
enteras (sin comillas) de estos pensadores. No veo muy bien por qué se quiere
demostrar que ahí está la verdadera Evita; que la otra era falsa.
—En tu análisis, Borges y Perón no son tan distantes.
—Exacto. Trato de mostrar cómo, prácticamente al mismo tiempo que Penella
tomaba a León Bloy para el discurso de Evita, Borges lo tomaba en el texto “El
espejo de los enigmas”. La idea de que, en definitiva, esa providencia de la que
habla Bloy, y que Evita repite todo el tiempo, —y yo creo que es de la pluma de
Penella— es el relato político.
El antagonismo del ñoqui
—En la creación de alianzas frente a un único antagonista, en 2001 se dio una
unión fugaz entre ahorristas y piqueteros: “piquete y cacerola la lucha es una
sola”. ¿Son asociaciones naturales o requiere de un líder político que los
reúna?
—Se pueden dar de manera espontánea. Una de las cosas que a la izquierda, campo
al que pertenezco, siempre le resultó difícil pensar es “cómo puede ser que un
obrero o un trabajador asalariado apoye esto o se alíe con tal grupo”.
—La pregunta de Deleuzze y Guattari: ¿por qué los hombres luchan por su
servidumbre como si se tratara de su libertad?
—Exactamente. Durante mucho tiempo yo me hacía esa pregunta. Cómo pueden
los trabajadores votar a Menem. En esa época trabajaba en una villa de emergencia
y buena parte de la gente que estaba en una situación muy difícil económicamente
fue a votarlo masivamente en el ’89.
—Pero en el ’89 no se sabía que Menem iba a ser el neoliberalismo. La
pregunta debería haberse hecho en el ’95.
—Sí: en el ’95 ese apoyo se verifica. El problema es que nosotros decimos “por
qué el obrero, el trabajador o el desclasado vota esto” y esa persona no se siente
interpelado solamente como trabajador. Ahí está el tema. Puede estar interpelado
como mujer, como homosexual, como usuario de servicios. Nosotros lo definimos
con esa identidad y queremos que responda a esa identidad. Pero esa persona está
dando una respuesta política, no por su identidad de trabajador asalariado, sino en
función de otro tipo de identidad. Menem logró algo que instaló el tatcherismo en
los setenta y que volvió a hacer Sarkozy: una alianza de trabajadores, tanto de los
que trabajan asalariados como de los que trabajan como patrones, en contra de los
empleados del Estado y los ñoquis. El ñoqui aparece en ese momento en una serie
de leyendas populares. Todo el mundo empezó a contar esas historias. Ese fue el
relato popular del neoliberalismo. La rebelión se da en contra de una casta de
privilegiados que ganan un sueldo, que vive a costa de los impuestos que paga el
pueblo, que son corruptos y que no trabajan. Es un relato muy poderoso y muy
eficaz. Que tiene, por supuesto, siempre el pequeño pedacito de realidad que
permite validarlo y que permitió justificar las privatizaciones. Tatcher lo hizo en la
década del setenta en Inglaterra, Menem lo hizo en los noventa, Sarkozy lo hizo en
2007 y volvió a funcionar.
—¿Cómo se elige al antagonista? ¿Hay una vocación política de buscarlo? ¿La
búsqueda del ñoqui es una construcción del discurso menemista o surge de un
análisis de la realidad?
—Esos relatos son prepolíticos, circulan en la sociedad y en determinado momento
alguien tiene la habilidad de apropiárselos y darle un estatuto político. Se puede
analizar en muchos ejemplos históricos. Con el que comparo el menemismo, no
porque sean comparables en términos de contenido político pero sí como
procedimiento fue el nazismo. El antisemitismo existía en la sociedad alemana
antes de la llegada de Hitler, pero también existía en otros países. Hitler hizo un
primer intento en el ’23 y fracasó. Luego, con el proceso inflacionario y la crisis del
‘29, volvió a la carga con ese relato, y logró que prendiera favorecido por una
coyuntura histórica del desprestigio de la izquierda socialdemócrata. De la misma
manera, Sarkozy, para ganarse los votos de la extrema derecha, sacó el discurso
antimigratorio y sobre todo antimusulmán y lo llevó a un plano político. Hasta
ahora, el rechazo a los musulmanes, que circula de manera cotidiana en la sociedad
francesa, era propio de la extrema derecha. Pero de repente, Sarkozy necesita los
votos de la extrema derecha y recurre a esa figura del musulmán odiado por los
franceses.
—No le salió mal: sacó el 48% de los votos.
—No le salió tan mal: podría haber ganado. Y, si Hollande no resuelve el tema de
la crisis en Europa, probablemente ese discurso pase el 50% y haya un gobierno de
extrema derecha en Francia y seguramente en otros países de Europa. Así como la
crisis del ‘29 la terminaron pagando los judíos que fueron sacrificados, muy
probablemente esta la paguen los musulmanes.
El meñique de los invasores
—¿Hay alguna opción que supere la necesidad de conflicto para que exista la
política?
—Desde el punto de vista político, no. Carl Schmitt dice que todo grupo político en
determinado momento histórico habla en nombre de la humanidad, pero también
dice que la humanidad no es un grupo político porque no podría tener un
antagonista.
—Vos traés a colación a los extraterrestres de la serie Los invasores.
—¡Exactamente! La serie se inspira en la famosa película Invasion of the body
snatchers de Don Siegel, que era una película maccartista, donde los extraterrestres
se adueñaban del cuerpo y el cerebro de la gente que aparecía como normal pero
que eran invasores. Toda una alegoría maccartista del comunismo. Justamente, lo
que, de alguna manera sugiere Schmitt, es que, paradójicamente, el nazismo es una
política que se inspira en esta visión humanista. El antagonista del nazismo tiene
que ser alguien que no sea humano: luego, los judíos son subhumanos. Los
podemos eliminar porque salen de la categoría de lo humano. Schmitt señala la
paradoja de que el humanismo termine siendo un genocidio. El humanismo termina
siendo un elemento característico del imperialismo. Se habla en nombre de la
humanidad cuando se empieza a exterminar a otros pueblos como no humanos,
como subhumanos.
—¿Qué diría Sartre de todo esto?
—Sartre pensaba la humanidad como negatividad: lo humano es todo lo negativo.
Negri decía que ser hombre es estar en contra. Sartre decía “siempre tenemos razón
de rebelarnos”. ¿Por qué? Porque no hay ninguna situación que sea humana. Toda
naturalización o sacralización de una situación considerada naturalmente humana o
querida por Dios es necesariamente una cosificación de un orden injusto y, por
consiguiente, tenemos razón en rebelarnos porque nunca puede existir ese orden.
La historia es eso: si el hombre encontrara un sistema que se adaptara a lo humano
se terminaría la historia. De hecho, el fin de la historia, supuestamente, sería llegar
al punto en que no haya posibilidades de superación. Sartre estaría completamente
en contra. El decía que el marxismo es la filosofía del momento en cuanto a que el
orden imperante es el capitalista y, por consiguiente, la rebelión contra el
capitalismo pasa por el marxismo. Pero él no pensaba que una sociedad futura —
comunista o como se llamare— fuese una sociedad humana, porque lo humano es
lo negativo, la pura negatividad. Yo estoy de acuerdo, pero le doy una vuelta de
tuerca: el problema es que no todos estamos en contra de lo mismo. No todos
definimos el orden existente de la misma manera. Por eso comienzo Rebeldes y
confabulados hablando de Ernest Hello. Para él el hombre mediocre es quien
acepta el statu quo, el orden imperante, las normas vigentes. Ingenieros, como
hombre de izquierda, inspirador de la reforma universitaria, no toma ideas sólo de
Nietzsche sino que también las toma de Ernest Hello, un católico ultramontano que
consideraba que los cristianos estaban en rebelión contra el orden materialista e
individualista impuesto por el capitalismo y que la verdadera rebelión del
capitalismo no pasaba por el marxismo que seguía siendo materialista sino por el
catolicismo. El hombre superior para Hello es quien se rebela contra el orden
imperante y eso es lo que va a tomar Penella de Silva en el discurso de Evita: Perón
es el hombre superior. Estoy de acuerdo con Sartre: cualquier definición de lo
humano es una cosificación de lo humano, es una deshumanización de lo humano.
El problema es que no todos nos rebelamos contra lo mismo. Hace unos días leí un
artículo en el que me sentí involucrado porque hablaba justamente de “los que
hablan de la política como relato”, y seguía con una mezcolanza de posmodernidad,
neoliberalismo, Lyotard, Fukuyama y el fin de la historia. ¡Pero Lyotard y
Fukuyama son completamente opuestos! Lyotard muestra que el discurso liberal de
Fukuyama es un mito político. Dice que toda idea de un fin apocalíptico o
revolucionario o soteriológico de la historia es un mito. Yo agregaría que no se
puede hacer política sin ese mito; en ese sentido, estoy más cerca de Sorel. Creo
que la política es eso, que no puede separarse de ese mito. Por eso hay una
gramática de la política. Y la gramática del relato histórico, hasta nueva orden, es
esa.