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DeustoGrupo Planetaedicionesdeusto.comfacebook.com/EdicionesDeusto@EdicionesDeusto#PasiónPorLaTierraPasiónPorLaEmpresa
Hace treinta años, en 1988, Carlos Moro se lanzó a una aventura incierta:
recuperar la tradición familiar de cultivar viñedos y dedicarse a la elaboración
del vino. En 1995, Matarromera, su vino más emblemático, sería escogido
el mejor del mundo. Ahora, décadas más tarde, posee una de las empresas
bodegueras más prestigiosas e innovadoras de España, con multitud de reco-
nocimientos nacionales e internacionales y presencia en seis denominaciones
de origen.
¿Cuál ha sido el secreto de su éxito? Como él mismo explica, la suya es una
empresa profundamente arraigada en la tierra, pero es también un proyecto
profundamente innovador. Conocer el pasado es imprescindible para cons-
truir el presente. En el caso del vino, Bodegas Familiares Matarromera ha
adoptado algunos preceptos de los monjes procedentes de la Borgoña que
se instalaron en Santa María de Valbuena en los siglos xii y xiii. Los religiosos
trajeron consigo cepas y técnicas de esa región vinícola francesa que Moro ha
puesto al día, bajo el principio de que se puede aplicar la máxima modernidad
a algo absolutamente clásico.
Porque la empresa que olvida sus orígenes y la historia difícilmente puede
crear un presente con proyección de futuro.
Una historia personal y empresarial de éxito en torno a la tierra, el vino y la innovación
Carlo
s Mo
ro
PVP: 18,95 € 10233799
Carlos Moro (Valladolid, 1953) es ingeniero
agrónomo y, como sus antepasados, viticultor,
enólogo y bodeguero. En 1988 fundó la Bode-
ga Matarromera, ubicada en la Ribera del Due-
ro. Tres décadas después, el grupo Bodegas
Familiares Matarromera, del que también es
presidente, está presente en seis denominacio-
nes de origen: Ribera del Duero, Rioja, Rueda,
Toro, Cigales y Ribeiro; y sus vinos se exportan
a gran parte del mundo. Además de la viticul-
tura, sus empresas apuestan por la biotecnolo-
gía, el enoturismo, y elaboran productos como
aceites y cosméticos.
Actualmente es reconocido como uno de los
empresarios españoles más innovadores y com-
prometidos y ha recibido numerosos reconoci-
mientos y premios por su labor empresarial. En
2016, su fomento de la investigación y el desa-
rrollo fue galardonado con el Premio Nacional
de Investigación otorgado por el Ministerio de
Economía y Competitividad.
Es además autor de siete libros, entre ellos va-
rias guías de quesos de España.
www.carlosmoro.es
La de Bodegas Familiares Matarromera no es
sólo una historia de éxito personal, empresarial
y gastronómico, sino una lección del trabajo
bien hecho, la pasión por la tierra, la ambi-
ción como motor de la innovación y la puesta
al día de un legado que abarca varias genera-
ciones. Nos enseña que la tierra se debe arar
bien para luego poder recoger su fruto. Habrá
imponderables que no controlarás (los cambios
imprevistos, los azares, las acciones ajenas que
te perjudican), pero si te entregas al trabajo y
haces lo que buenamente sabes, estarás en paz
contigo. Y al final, esa paz es el mejor y más
valioso tesoro.
Este libro supone la composición de una gran sinfonía cuyos acordes predominantes son el
amor y la pasión creando así frases musicales que inspiran y motivan desde la humildad y la
generosidad. La tonalidad principal de esta sinfonía es la exigencia por el trabajo bien hecho y por la búsqueda de la excelencia como melodía
predominante de innovación y progreso.—Inma Shara, directora de orquesta,
premio a la Excelencia Europea yEmbajadora de Honor de la Marca España
Carlos Moro nos comparte en este libro su pasión por emprender e innovar sin límites. Es un
ejemplo del que debemos aprender los académicos, los jóvenes y la sociedad en general.
—Juan Roure, profesor y miembro del Internacional Advisory Board (IAB) del IESE
Pasión
por la tierra, pasió
n po
r la empresa
Carlos Moro ha sido siempre un visionario que ha hecho de la innovación y del emprendimiento su pasión vital. Creo que la lectura de este libro puede
animar a muchos a seguir su camino y sus éxitos. —Ignacio Sánchez Galán, presidente y consejero delegado de Iberdrola
Pocas veces conoces la historia de alguien que ha sido de capaz de combinar tradición familiar, pasión personal y habilidad técnica. Carlos y su familia lo
han conseguido. Este libro es un testimonio muy didáctico de ello.—Bernardo Hernández, emprendedor y cofundador de compañías
como Idealista.com, Tuenti y StepOne
Carlos Moro
Pasión por la tierra,pasión por la empresa
Todo lo que he aprendido con la aventura de crear las Bodegas Familiares Matarromera
Prólogo de Carlos E spinos a de los Mon teros
Pasión por la tierra, pasión por la empresa
Todo lo que he aprendido con la aventura de crear las Bodegas Familiares Matarromera
CARLOS MORO
EDICIONES DEUSTO
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© Bodega Matarromera SL, 2019
© Editorial Planeta, S.A., 2019
© de esta edición: Centro de Libros PAPF, SLU.
Deusto es un sello editorial de Centro de Libros PAPF, SLU.
Av. Diagonal, 662-664
08034 Barcelona
www.planetadelibros.com
ISBN: 978-84-234-3018-5
Depósito legal: 1.374-2019
Primera edición: febrero de 2019
Preimpresión: Medium Preimpressió
Impreso por Black Print
Impreso en España - Printed in Spain
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.
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Índice
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11Introducción. Un despacho con vistas . . . . . . . . . 17
Primera Parte
Pasión por la tierra
1. La tierra y los ancestros . . . . . . . . . . . . . . . 23 2. Madrid, principios de los setenta . . . . . . . . . 29 3. Ver mundo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 34 4. Una carrera llena de retos . . . . . . . . . . . . . . 40 5. Volver a la tierra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47 6. Emprender no es tarea fácil . . . . . . . . . . . . . 53 7. Primera cosecha... ¡y primer éxito! . . . . . . . . 58 8. Cigales, el tesoro escondido . . . . . . . . . . . . . 64 9. Emina: un proyecto largamente acariciado . . . 67 10. Crecimiento y diversificación . . . . . . . . . . . . 73 11. Vinos ecológicos y sin alcohol . . . . . . . . . . . . 80 12. Diversificación: no sólo de vino vive Matarromera . . . . . . . . 88
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13. Valle de los Olivos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95 14. Una pica en La Rioja. . . . . . . . . . . . . . . . . . 102 15. Vinos de autor: un paso más hacia la excelencia . . . . . . . . . 107 16. La apuesta por el enoturismo . . . . . . . . . . . . 113
Segunda Parte
Pasión por la empresa
17. Conocer el pasado para construir el presente . . 121 18. Innovación: nuestra principal seña de identidad . . . . . . . 126 19. Sostenibilidad, mucho más que una palabra . . . 137 20. Economía esférica . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143 21. Vender, vender, vender . . . . . . . . . . . . . . . . 146 22. De Valbuena al mundo . . . . . . . . . . . . . . . . 150 23. Honradez, el valor más importante. . . . . . . . . 154 24. Más valores: autenticidad, esfuerzo, ejemplaridad . . . . . 158 25. Liderazgo y equipo . . . . . . . . . . . . . . . . . . 166 26. Juntos somos más . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 173 27. El valor de la comunicación . . . . . . . . . . . . . 179 28. Vino, arte y cultura . . . . . . . . . . . . . . . . . . 187 29. El futuro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 191
Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 201
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La tierra y los ancestros
Cuando uno es padre (y yo lo soy de dos maravillosas mu-jeres) y abuelo (de cinco maravillosos nietos), se da cuen-ta de que ya no es principio ni fin, sino un eslabón en la imparable carrera de la vida hacia sí misma. Y que para definirse uno mismo y definir su lugar en el mundo, tiene que mirar atrás y ver de dónde viene. En mi caso, proven-go de una saga de agricultores que han cultivado viñas y bodegas durante siglos en la provincia de Valladolid. Soy, por decirlo de otro modo, hijo, nieto, biznieto y tataranie-to de viticultores. Alguien podría decir que, dados estos precedentes, estaba predestinado a convertirme yo mis-mo en viticultor, pero lo cierto es que durante una parte de mi vida la cosa no estuvo tan clara, como contaré más adelante.
Mi abuelo, Ursicino Moro, era un hombre muy inte-ligente, según cuentan. Era el mayor de diez hermanos. Aunque tenía tierras, se hizo funcionario de aranceles y re-
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caudador de contribuciones, y le asignaron la zona de Va-loria la Buena, cerca de Cigales, al norte de Valladolid. Sin abandonar las tierras familiares que poseía en Valbuena de Duero, se fue a Valoria y allí retomó de nuevo la agricultura, la viticultura y las bodegas. De ahí me viene que, en 1998, poco más de una década después de fundar Matarromera, creara la bodega Valdelosfrailes en la Denominación de Origen Cigales, una D.O. pequeña pero cada vez más co-nocida y apreciada por los aficionados y, sobre todo, por los entendidos.
A mi padre, como era tradición, le pusieron el nombre del suyo: Ursicino, nombre romano que significa «hombre fuer-te» o también «osuno» (del latín ursus, o sea, «oso»). Él, a su vez, me lo puso a mí cuando nací en Valladolid el 17 de abril de 1953, en concreto en la casa que mis padres tenían en el número 30 de la calle Panaderos. Del nombre bautis-mal completo, Luis Carlos Ursicino, quedó sólo el del medio, supongo que porque los tiempos mandan y lo de Ursicino empezaba a sonar antiguo.
Mi padre, que vivía casi todo el tiempo en Valbuena de Duero, empezó a estudiar en la Escuela de Comercio, pero llegó la Guerra Civil y no pudo acabar. Tuvo que ayudar a mi abuelo con la agricultura, las bodegas, la recaudación y otras tareas. Cuando se casó con mi madre, se hizo cargo también de las tierras de su familia. Elaboraba, junto con mi tío, vino para la venta, no para consumo propio, como muchas otras pequeñas bodegas familiares.
Aunque yo vivía y estudiaba en la ciudad, o sea, en Va-lladolid, pasaba todas las vacaciones en Olivares y Val-buena de Duero ayudándole en la agricultura. Aquello hizo que tuviera con él una relación muy estrecha. Me
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enseñó todo lo que sabía de viticultura, que era mucho, pues atesoraba el conocimiento acumulado a lo largo de generaciones y generaciones. No me daba lecciones ma-gistrales, sino que más bien me enseñaba lo que tenía que hacer, con algunas explicaciones, pero sin mucha retó-rica, con las palabras justas. Aprendía más estando a su lado y haciendo lo que me mandaba que escuchándolo.
Con diez o doce años ya me ocupaba de asuntos de cierta responsabilidad, como negociar la venta de la lana, pues también teníamos rebaños de ovejas. Así fue como me familiaricé con la idiosincrasia de las gentes de las tierras castellanas, algo que a la postre, después de las pe-ripecias vitales que más adelante detallaré, me ha servido de mucho.
De aquella época conservo la costumbre de madru-gar, pues en verano mi padre me despertaba a las tres o a las cuatro de la madrugada para ir al campo antes de que cayera el sol a plomo. Algunos que buscan huecos en mi currí culum me acusan de no pertenecer al mundo del vino, de ser ingeniero y venir de Madrid, pero yerran: provengo de estas tierras, de Valbuena, de Olivares, de Piña (mi madre, María Consolación González García, nació allí, junto al río Esgueva), y las he mamado desde pequeño. Soy muy agri-cultor cualitativa y cuantitativamente, y por todos los cos-tados, pues mi abuelo materno, Ángel González, además de veterinario y gran emprendedor, también tenía bodega propia.
Mi padre se encargaba de dos explotaciones, una en Olivares y otra en Valbuena. Entre toda la familia tenía-mos cinco bodegas: además de las de Valbuena y Olivares, una en Piña y dos en Valoria. También plantábamos trigo
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y remolacha, pues el Ministerio de Agricultura de la época promocionaba su cultivo porque no había importación y faltaba azúcar. Era un hombre muy activo, no paraba, y sin embargo tenía tiempo para todo el mundo. Ayudó a mucha gente. Por aquel entonces no había soporte social y él cum-plía esa función para muchas familias. Contrataba, para que tuvieran seguridad social, a muchas mujeres, que se encargaban de escardar la remolacha y quitar las hierbas. Fue un ángel de la guarda para toda aquella gente.
Como digo, de pequeño lo acompañaba y le sostenía la pajuela de azufre para quemar y desinfectar, o el car-buro para alumbrar cuando todavía no había electrici-dad. Y en septiembre participaba en la vendimia, que era una verdadera fiesta. Los chavales nos juntábamos para sacar los terreros, los conachos, las compuertas, y las mu-jeres cortaban la uva. Al final celebrábamos «la maña», la fiesta de fin de tareas, y a los pequeños nos daban pan con vino para merendar e incluso nos dejaban beber con moderación.
El resto del año estudiaba en Valladolid. De los cuatro a los siete años lo hice en Las Francesas y luego en el Cole-gio San José de los jesuitas. Recuerdo que tuve que hacer un examen de acceso y lo aprobé. Lo celebramos en Casa Mateo mi abuelo, mi padre y yo. O sea, tres Ursicino Moro en una misma mesa, algo que seguro podría figurar en el Libro Guinness de los Récords.
Desde el principio, mis padres tuvieron clara la impor-tancia de una buena formación. Incluso durante los meses de verano, mi padre me obligaba a dedicar un par de horas diarias a estudiar. No es que hiciese mucho, para qué va-mos a engañarnos, pero al menos repasaba y leía.
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Uno de aquellos veranos, ya con dieciséis años, mi pa-drino, que era médico y vivía en Bilbao, le dijo a mi padre: «Si os parece bien, me llevo al chaval unos días a Bilbao conmigo». Tenía ganas de salir de Valladolid, así que me pareció genial la propuesta. Estando en Bilbao, vi que había autobuses a Francia, y como tenía ganas de visitar Burdeos, pedí el permiso paterno correspondiente y, una vez obtenido, me fui para allá con lo puesto y calderilla en el bolsillo. El autobús me dejó en San Juan de Luz, de ahí a Biarritz y luego un tren nocturno (para ahorrarme una noche de hotel) hasta Burdeos. Pasé muy poco en la ciu-dad francesa, apenas el tiempo justo para dar una vuelta, comprarme una botella de vino (Burdeos, no hay ni que decirlo) y volver. De vuelta hice noche en un banco frente a la playa en Biarritz, entre otras cosas porque me había gastado parte del dinero en la botella de vino. Al día si-guiente, llegué sano y salvo a Bilbao, contento de mi aven-tura. Por cierto, la botella de Burdeos la guardé con tanto celo que no llegué a abrirla nunca.
Cuando terminé el bachillerato, mi padre me empu-jó a seguir estudiando. No quería que me dedicase a la agricultura, le parecía una vida demasiado dura y arries-gada. Quería que estudiase para tener otras opciones. En aquel momento no se me ocurrió llevarle la contraria. Eran otros tiempos y no podía uno replicarle a su padre sin arriesgarse a una buena reprimenda. Pero es que, ade-más, la idea no me disgustaba. Así que hice primero de Ingeniería en Valladolid y fui uno de los cuatro que apro-bamos en junio (de trescientos). Parecía claro que aque-llo se me daba bien, de modo que mi padre me buscó un colegio mayor en Madrid, el Jaime del Amo (en la aveni-
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da de la Moncloa) y me envió a estudiar a la Escuela de Ingenieros Agrónomos.
Corría el año 1970 y empezaba para mí una nueva vida, lejos de Valladolid y de los viñedos de Olivares y Valbuena. Lejos de la tierra. De mi tierra.
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