pardo, jose luis. falta de vivienda

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148 A cualquier cosa llaman arte una imagen ha prevalecido sobre las demás: la de Bartolomé como una piel sin cuerpo que sostiene en la mano un cuchi- llo (instrumento punzante, punzón, estilo). Los evangelios apócrifos le representan como fiel escribiente', y una miste- riosa cita del Pseudo-Dionisio le relaciona también con el sentido literal de la escritura: «En este sentido dice el divino Bartolomé que la teología es al mismo tiempo abundante y muy breve, que aunque el Evangelio es vasto y copioso no por ello es menos conciso» (Theol. Myst., 1, 3, rooob). Como el santo escribiente de cuya identidad sólo ha quedado la ima- gen externa de su piel descorporeizada con un cuchillo en la mano (símbolo invertido, pues no es él quien usa el cuchillo sino únicamente su víctima), Bartleby es el pergamino (des- pués de todo, un pellejo desprendido de su cuerpo) que lleva en la mano la pluma de escribiente, es decir, el estilo con el cual ha sido escrita la letra inconfesable de su nombre. tado Ribera, por N. Alunno (en la iglesia de San Bartolomé de Marano) o por Jacobo Agnesio, pero cuya consagración pictórica más contundente e influyente es la imagen de Miguel Ángel en El Juicio Final, en donde apa- rece en el modo que se ha convertido en canónico: teniendo en la mano el cuchillo que sirvió para su propio suplicio y cargando con su propio pelle- jo al hombro. 1. «Tunc Bartholomeus scribens haec omnia f. .. (Evangelio de san Bartolomé, Evangelios Apócrifos, ed. bilingüe y crítica de Aurelio de San- tos, Madrid, BAC, 1956, parágr. 69, p. 569). Ensayo sobre la falta de vivienda':' La intimidad mantiene una estrecha relación con la ruina. Esto no deja de ser paradójico. Si bien es cierto que un edifi- cio recién construido, una habitación perfectamente ordena- da o una casa a estrenar no sugieren en absoluto sensación de intimidad, también lo es que, al menos a primera vista, no asociamos la intimidad con las fincas apuntaladas o los in- muebles abandonados, que más bien imaginaríamos como símbolo de lo inhóspito y de la desolación. En cualquier caso, esta paradoja obedece al hecho, inscrito incluso en el lengua- je común, de que la intimidad no es algo que se pueda poseer y, por lo tanto, sólo puede experimentarse de forma directa y explícita como ya perdida y, en cierto modo, perdida para siempre. Esta advertencia resultará muy decepcionante pa- ra el lector, que quizá esperase de este texto algunas sugeren- cias más o menos decorativas para «crear intimidad» o, lo que aún sería peor, algunas rutinas de auto ayuda para me- jorar su propia intimidad (en caso de que algo así exista). El deber de quien esto escribe es decepcionar de antemano este tipo de expectativas -no por el mero placer de fastidiar, se en- tiende, sino en aras del simple entendimiento del tema que aquí se trata, para el cual dichas expectativas son sencillamen- te letales- y, a renglón seguido, avisar de que la decepción no debe ser motivo de abandono: hay cosas (y seguramente » "Vivienda, intimidad y calidad», Arquitectos n." 176, vol. °5 /0 4, Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España, abril de 2006, páginas 63-68.

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  • 148 A cualquier cosa llaman arte

    una imagen ha prevalecido sobre las dems: la de Bartolomcomo una piel sin cuerpo que sostiene en la mano un cuchi-llo (instrumento punzante, punzn, estilo). Los evangeliosapcrifos le representan como fiel escribiente', y una miste-riosa cita del Pseudo-Dionisio le relaciona tambin con elsentido literal de la escritura: En este sentido dice el divinoBartolom que la teologa es al mismo tiempo abundante ymuy breve, que aunque el Evangelio es vasto y copioso no porello es menos conciso (Theol. Myst., 1, 3, rooob). Como elsanto escribiente de cuya identidad slo ha quedado la ima-gen externa de su piel descorporeizada con un cuchillo en lamano (smbolo invertido, pues no es l quien usa el cuchillosino nicamente su vctima), Bartleby es el pergamino (des-pus de todo, un pellejo desprendido de su cuerpo) que llevaen la mano la pluma de escribiente, es decir, el estilo con elcual ha sido escrita la letra inconfesable de su nombre.

    tado Ribera, por N. Alunno (en la iglesia de San Bartolom de Marano) opor Jacobo Agnesio, pero cuya consagracin pictrica ms contundente einfluyente es la imagen de Miguel ngel en El Juicio Final, en donde apa-rece en el modo que se ha convertido en cannico: teniendo en la mano elcuchillo que sirvi para su propio suplicio y cargando con su propio pelle-jo al hombro.

    1. Tunc Bartholomeus scribens haec omnia f. ..} (Evangelio de sanBartolom, Evangelios Apcrifos, ed. bilinge y crtica de Aurelio de San-tos, Madrid, BAC, 1956, pargr. 69, p. 569).

    Ensayo sobre la falta de vivienda':'

    La intimidad mantiene una estrecha relacin con la ruina.Esto no deja de ser paradjico. Si bien es cierto que un edifi-cio recin construido, una habitacin perfectamente ordena-da o una casa a estrenar no sugieren en absoluto sensacin deintimidad, tambin lo es que, al menos a primera vista, noasociamos la intimidad con las fincas apuntaladas o los in-muebles abandonados, que ms bien imaginaramos comosmbolo de lo inhspito y de la desolacin. En cualquier caso,esta paradoja obedece al hecho, inscrito incluso en el lengua-je comn, de que la intimidad no es algo que se pueda poseery, por lo tanto, slo puede experimentarse de forma directa yexplcita como ya perdida y, en cierto modo, perdida parasiempre. Esta advertencia resultar muy decepcionante pa-ra el lector, que quiz esperase de este texto algunas sugeren-cias ms o menos decorativas para crear intimidad o, loque an sera peor, algunas rutinas de auto ayuda para me-jorar su propia intimidad (en caso de que algo as exista). Eldeber de quien esto escribe es decepcionar de antemano estetipo de expectativas -no por el mero placer de fastidiar, se en-tiende, sino en aras del simple entendimiento del tema queaqu se trata, para el cual dichas expectativas son sencillamen-te letales- y, a rengln seguido, avisar de que la decepcinno debe ser motivo de abandono: hay cosas (y seguramente

    "Vivienda, intimidad y calidad, Arquitectos n." 176, vol. 5/04,Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de Espaa, abril de 2006,pginas 63-68.

  • A cualquier cosa llaman arte

    Son las m' , ,d l as Importantes) que solo se pueden ganar perdin., o as y, por tanto, lo que desde cierto punto de vista puedepresentar e! aspect d f d ' ,~ , o e un racaso, po na ser sin embargo lamea manera de alcanzar ciertos logros.' ,

    a Aundue resulte ya un tpico, y aunque e! recordado vaya

    d mdenu o en detrimento de la amenidad, el punto de parti-a e este asu t . ,"'.' n o consiste SIempre en recordar (e intentarevItar) la conf " de la i , ,, USlOn e a intimidad con la privacidad. Queantes de Illtent '1 h, ar evitar a aya que recordar la existencia deesta confusi ' d 's" I on ya nos a vierte que hay en ella (en la confu-/od

    n) a go ~~e no se debe simplemente al descuido a la fal-

    a e atenclOn l I f ' '" o a a ma a e, SIlla que el equvoco de algu-'la manera hu d ' I ' "tod ? n e sus ratees en a cosa misma. ASI que anteb b~' precIsamente porque lo privado lleva adherida (pro-b: emen,te por buenas razones) una mala fama casi inevita-a e, convIene evocar sus cualidades: no har falta insistircerca de la enorm ' if , , l' ' "

    he sigru icacion po mea histrica social yasta econm' d Id h ' ,p' ICa e erec o a tener una habitacin pro-dla enarbolado por Virginia Woolf, ni el hecho de queurante SIglos l h d b de los si '

    P , , a muc e um re e os sin clase antes y des-ues de la dis I ', de os v , 't d ' o ucion e os vnculos de servidumbre regis-ta a en Occlde te en la d ' , 'a h bi n e en a epoca mo erna, dlC/lmente accedaun a Itaculo d t d d 'e- II o a o e una puerta que se pudiera cerraron ave Ta bi '1 't' " m ien esta e aro que quienes han estado o es-

    e:n

    despo~a??s de este derecho a la vida privada no padecenSta condIclOn ' , id

    s', bi por VIvIr sumergi os en el espacio pblicotno len al 'P d' contrano, por habitar en la casa de otro (la dela re o la del ) fv id amo y, por tanto, por armar parte de la pri-ba,cI ad (~os bienes privativos) de ese otro. En el espacio p-ICOnadIe est

    (a I a en su casa, porque el espacio pblico no esa menos no d b ) ,

    l1l. l ' e e ser una casa para nadie. Por eso es muya Sllltoma cu d I I h 'ea ,an o, a caer a noc e en algunas CIUdadesntemporaneas l ios nbli ,d. " os espacios pu 1C0Scorruenzan a llenarse

    ~ gentes sin casa d b I 11' ",d.. ' que eam u an por e os sin proposito III-..;stmo que pa I 're lid d h recen esperar a go o a alguien, pero que en

    a I a an pe d id dte " r ico to a esperanza, gentes que simplernen-, traglcamente' 11' C d lb', un/en a t. uan o e uen burgues exterio-

    Ensayo sobre la falta de vivienda 151

    riza su reprobacin ante esta evidencia sealando que deeste modo se ensucia el espacio pblico, expresa sin em-bargo -sin duda de forma algo despiadada- esa condicinestructural de! espacio pblico que acabamos de recordar(que no debe ser la casa de nadie)'. De todos aquellos que seven obligados a vivir de esta manera (en la casa de otro o enla casa de nadie) cabe decir que su absoluta expropiacin deprivacidad, su carencia de vida privada les coloca en si-tuacin de intimidad con respecto a todos los dems. Locual nos indica que la intimidad se relaciona con una suertede vulnerabilidad o de desnudez caractersticamente huma-na, y que se hace especialmente visible (si no es que ste es elnico modo en que puede experimentarse) cuando falta laprivacidad, cuando ha sido arruinada o est echada a per-der. Comprendo que esto parece conducir a la conclusinalgo asombrosa -que ms tarde intentaremos amortiguar,pero que no es de suyo eludible- de que la intimidad remitea la condicin de estar sin casa o de carecer de privacidad,y de que por tanto su relacin con la vivienda parecera seruna relacin puramente negativa.

    Pero lo anterior no solamente nos ayuda a percibir las vir-tudes de algo tan cargado de connotaciones peyorativas comola privacidad, sino tambin a hacernos conscientes del aspec-to menos amable de algo tan cargado de connotaciones po-sitivas como la intimidad (de la cual cabra en algn sentidodecir, como Mara Zambra no deca de la poesa, que es real-mente el infierno). Las relaciones de intimidad que los sbdi-tos mantienen con el dspota o los esclavos con el amo no son,en verdad, envidiables, y nos llevan enseguida a la idea de quelo nico justo sera que todo el mundo (al menos todo el mun-

    I. Vivir all en donde nadie debera vivir es siempre un castigo (la con-dicin de quienes no pueden irse a su casa, como no pueden hacerla los pre-sos que habitan en el espacio pblico de la crcel), y precisamente por esoresulta completamente injusto cuando quienes lo padecen no han cometidodelito alguno (como las muchedumbres recin evocadas o todos aquellos aquienes, para su propia proteccin, es preciso alojar en casas de acogida,que no son sino simulacros de casas erigidas en el espacio pblico),

    ,

    l ~

  • A cualquier cosa llaman arte

    do que no mereciera ser castigado) pudiera irse a su casa -enlugar de tener que vivir en la de otro o en la de nadie, en inti-midad con el amo o con todo el mundo-, pudiera tener unacasa propia con una puerta y una llave capaz de cerrarla des-de dentro, cosa que sin duda se expresa en el derecho univer-sal a una vivienda digna. Qu significa en este caso digni-dad? Qu es lo que confiere dignidad a una vivienda? Megustara intentar mostrar en lo que sigue hasta qu punto estacuestin est relacionada con la intimidad -es decir, hasta qupunto dignidad e intimidad estn relacionadas- y de qu ma-nera este pensamiento se pervierte completamente, sin que seafcil recuperar el sentido lo suficiente como para saber de quse est hablando en realidad, cuando el trmino dignidad(como ltimamente les viene sucediendo a muchos otros de sumisma familia, como bondad, excelencia o virtud) essustituido por el trmino calidad.

    La discusin en torno a qu significa dignidad aplicada a lavivienda (como a cualquier otra materia) amenaza con con-vertirse en una de esas discusiones cargadas de presupuestossubjetivos en las cuales resulta imposible ponerse de acuerdo.Ello no obstante, y aunque la solucin parezca devolver-nos an ms crudamente al problema, es preciso recordar quela interpretacin de este adjetivo en la expresin viviendadigna no solamente no es problemtica, sino que indica unaverdadera tautologa. Que una vivienda sea o no digna no.es algo que pueda decidirse parla carencia o la presencia deciertas propiedades en una casa (y, por tanto, la dignidad noes algo que pueda aadirse a una vivienda previamente exis-tente o que pueda retirarse de ella); una vivienda digna nosignifica otra cosa ms que una vivienda que sea verdadera-mente una vivienda. Puede que la discusin acerca de lo quees o no una vivienda pueda considerarse tan bizantina e irre-soluble como la que concierne a qu es o no dignidad, pero almenos elimina la sospecha de que hubiera que contratar paradirimirla a profesionales especializados expertos en digni-

    Ensayo sobre la falta de vivienda 153

    dad y nos devuelve a un contexto ms manejable en el cualslo hace falta entender de viviendas.

    Con esto del entender de viviendas pasa lo mismo quealguien deca que sucede con el entender de flautas, que haydos maneras de interpretar este saber, pues tanto el lutiercomo el flautista entienden de flautas, pero lo que cada unosabe de ellas es muy distinto. La cuestin qu es verdadera-mente una vivienda podra parecer una cuestin que requi-riese, ms que expertos en tica (como sospechamos que ten-dran que serlo quienes fueran capaces de decidir acerca de ladignidad o indignidad de una vivienda), maestros de metaf-sica conocedores intuitivos de la Idea de vivienda situada en,un cielo inteligible que pudieran comparar con ese modelouranio sus pobres realizaciones terrestres para emitir su jui-cio implacable (

  • I54 A cualquier cosa llaman arte

    sino el usuario; quien sabe usarla y habitarla, sabe qu es unaverdadera vivienda digna ... de tal nombre. Una verdaderamanera de vivir (que es lo que cabalmente significa vivien-da, mucho ms que un edificio o una finca).

    Qu decir, pues, del otro saber, del saber hacer o fabri-car flautas o viviendas? Lo que sobre ello deca nuestra secretafuente de sensatez -autntico pozo de sabidura- es que este sa-ber, el d~ los productores, es necesariamente segundo aunquevenga pnmero: claro est que debe haber primero casas edifi-cadas para que alguien pueda habitarlas, y que el saber hacerbuen~s casas es un modo de entender de viviendas, pero nolo esta menos que slo se hacen casas para que alguien viva enellas o, si se quiere decir an con mayor propiedad, que slo esuna casa digna (de tal nombre) aquella que se construye para~ue alguien la habite (no se puede descartar que se construyanSImulacros de casas con otros propsitos, pero entonces no se-rn viviendas dignas [de su nombre], es decir, no sern verda-deras viviendas). He aqu, por tanto, un modesto criterio paraevaluar la dignidad de las viviendas: el propsito para el cualse han construido (el propsito real, se entiende, no el nomi-nal, pues nominalmente es de suponer que todas las viviendashan sido construidas para ser habitadas o usadas) y su adecua-ci?~ a l. La .odiosa pregunta y cmo se determina si el pro-pOSItO nominal de la construccin de una vivienda es suprops~to real? tiene tambin una respuesta sencilla, pero in-convementemente tarda. Si una silla es

  • A cualquier cosa llaman arte Ensayo sobre la falta de vivienda I57

    o lo realiza (permite distinguir lo que legtimamente puedeconsiderarse vivienda de lo que no pasan de ser fantasas mso menos divertidas). No todas las maneras de vivir que losusuarios pueden imaginar son factibles (slo lo seran si ellosfueran dioses y, por lo tanto, no tuvieran que distinguir en-tre el saber usar yel saber producir), sino slo aquellasque en cada caso resultan verosmilmente producibles, es de-cir, susceptibles de convertirse en viviendas dignas (de talnombre), del mismo modo que no todas las maneras deproducir viviendas que a los productores pueden venrselesa la cabeza son susceptibles de dar lugar a viviendas habita-bles. En consonancia con todo lo anterior habra que decir,por tanto, que no es talo cual vivienda la que posee digni-dad, sino la regla (recta) o la ley en funcin de la cual se ha-cen viviendas dignas de tal nombre'.

    esas casas en las que el derrumbamiento de un tabique haconvertido de pronto a la privacidad en lo que ella nuncadebera ser, un espectculo, o aquellas otras en las cuales laruina y el abandono han dejado a la vista las estructuras yarmazones (o sea, en cierto modo la regla que se sigui alconstruirlas) que, sosteniendo al edificio sobre el suelo, se hi-cieron precisamente para no ser vistas, e incluso a veces tam-bin algunas, de las que hablamos al principio, que habiendosido construidas nominalmente para ser habitadas, se reve-lan una vez erigidas simulacros inhspito s que hacen imposi-ble la vida a sus moradores o se la amargan sin cesar. Vemosentonces la intimidad del nico modo que parece ser posibleverla directa o explcitamente, es decir, ya arruinada, echadamomentneamente a perder o definitivamente malograda.La cuestin es que esta fragilidad especficamente humanaque llamamos intimidad es algo que el derecho puede -ydebe- recubrir, pero que no puede en rigor abolir o sustituiren trminos absolutos. Es la condicin de radicalmente notener lugar alguno que sea en definitiva nuestro lugar (comos lo tienen, en cambio, los ros o las fieras), o sea la intimi-dad, lo que hace completamente necesario, imprescindible,tener alguna casa en la que refugiarse; pero es tambin ella laculpable de que ningn refugio sea nunca suficiente y de quehaya huspedes ante cuya visita no sirve de nada cerrar lapuerta con llave desde dentro, porque toda defensa contraellos es imposible. Lejos de ser algo interior o interno,la intimidad es tan externa y exterior como la ruina: es el ma-yor grado de exposicin y riesgo al que podemos llegar, elmodo ms cabal de estar afuera, de salir, no solamente decasa, sino incluso de uno mismo, en una suerte de entrega in-condicional, de derrumbe de todas las barreras defensivasque es lo ms prximo a lo que podramos llamar nuestro

    Qu tiene todo esto que ver con la intimidad?, se pregunta-r con razn. La vivienda digna -la posibilidad de habitardignamente la tierra, es decir, del nico modo en que losmortales podemos hacerla, o sea en viviendas- es, segn de-camos, un derecho (y, por lo tanto, un deber) universal,mientras que la intimidad, por lo que antes dijimos acerca dela vulnerabilidad y la desnudez, parece ms bien ser algo re-lacionado con el cese o la suspensin de los derechos, conel justamente no poder encontrar ya amparo, ni refugio, nitener casa alguna a donde acudir a encerrarse con llave trasuna puerta". sta es la sensacin que nos producen tambin

    1. Nada tiene ms valor que el que la ley le asigna. Pero la ley misma,que determina todo valor, tiene que tener, precisamente por ello, una dig-nidad, esto es, un valor incondicional, incomparable, para el cual solamen-te la palabra respeto proporciona la expresin conveniente de la estimacinque un ser racional tiene que hacer de ella (Immanuel Kant, Fundamenta-cin de la metafsica de las costumbres).

    2. Lo cual, aunque aqu slo pueda decirse de paso, prueba el carcterconstitutivo de la alteridad con respecto a la intimidad, puesto que vulne-rable o desnudo slo puede uno sentirse ante otro. E incluso aunque

    haya razones para decir de alguien que se halla en intimidad consigo mismo,esto slo puede decirse en la acepcin de este trmino que utilizaba a vecesAristteles, es decir, que se tratar de s mismo en cuanto otro (alguienque experimenta aquello de s mismo que es irreductible a su yo).

  • A cualquier cosa llaman arte

    lugar o el lugar al que pertenecemos (y que, obviamente,no es lugar alguno, puesto que como ya se ha dicho y es ocio-so repetir, los mortales no pertenecemos a ningn sitio).

    Qu es lo que nos arrastra, pues, a esa extraa salidade nosotros mismos que, sin embargo, slo podemos descri-bir de forma chocante como un ir en busca de nosotros mis-mas? No puede ser nicamente el coraje o el valor, como sila intimidad fuese una epopeya reservada a hroes privilegia-dos. Ha de ser una exigencia ms elevada an que la del de-recho y que, lejos de presuponer la disolucin de los vncu-los creados por la ley, implica ms bien su vigencia como unaautntica condicin formal y material de posibilidad (la exis-tencia de espacio pblico -ese espacio que no es de nadie nipuede ser la casa de nadie-, con respecto al cual el espacioprivado no presenta diferencia alguna de naturaleza, es yauna expresin de esta misma exigencia). La existencia de tallugar. (que no es lugar alguno, insistamos en ello para evi-tar la confusin de la intimidad con un recinto, por muy re-cndito que ste sea) en el cual toda defensa y todo refugioson ya intiles y, lo que es an ms grave -y que nos muestra,por una vez, la cara positiva de la intimidad-, la experien-cia de esa defensa como algo que, adems de imposible, resul-ta innecesario, el encuentro entre mortales en ese rgimen quelos antiguos llamaban amistad y en el cual el deber no pue-de ya estar afectado por la amenaza de coaccin en caso deincumplimiento, ese rgimen en el cual el respeto es ya la ni-ca causa de un comportamiento aparentemente incompren-sible -seguir respetando al otro incluso all en donde no pasanada si no lo hacemos-, es lo que nos muestra la profundaconexin entre dignidad e intimidad. No se trata del respetoal otro por ser uno o por ser otro, sino de respetar en l la en-carnacin de esa ley que, segn antes dijimos que alguien de-ca, es el origen de todo lo valioso que podemos reconocer enla existencia, incluidas las protectoras normas del derecho ylos defensivos muros de la privacidad. Es el reconocimientode nuestra condicin de radicalmente estar sin casa lo quenos hace a los mortales dignos o merecedores de una vivien-

    Ensayo sobre la falta de vivienda I59

    da digna de tal nombre. No podemos dejar de imitar a quie-nes en verdad tienen una casa (como la tienen definitivamen-te las fieras o los dioses), ya esa imitacin obedecen todos losprincipios de la construccin y produccin de viviendas; perono podemos nunca vencer del todo nuestra condicin dehuspedes interinos de la tierra, y a esta p~ecarieda~ obedece?todos los principios del uso o del habitar propiamente di-cho. Todo el mundo debe poder irse a su casa, pero con res-pecto a algunos, algunas veces, nos gustara que se que~~senun poco ms con nosotros antes de retirarse. Nuestras vrvien-das son dignas cuando no pretenden que vivamos en ellascomo dioses ni tampoco como bestias, sino simplemente, di-fcilmente, como mortales.

    Pero antes decamos que es preciso alertar contra la perver-sin que en estas cuestiones puede producir algo .tan apa-rentemente bienintencionado Ycoherente como la introduc-cin del trmino (y de la galaxia de valoraciones que llevaadheridas) calidad. Es evidente que aqu no tratamos conninguna significacin esencial de este vocablo, sino ~on elsentido que ha terminado adoptando en una determinada(e intelectualmente desnarigada) concepcin de la evalua-cin de los servicios pblicos y privados que se ha impues-to, no por casualidad, en el perodo correspondiente a ladescomposicin deliberadamente planificada de todo aquelloque, desde 1945 en adelante, haba venido llamndose es-tado de bienestar. Por algn funesto motivo, cuando los tra-dicionales derechos a un juicio justo, a una vivienda dig-na a una educacin ntegra o a un empleo decente (que, . . .vuelven a ser meros eptetos para designar un juicio, unavivienda una educacin o un empleo que sean verdadera-,mente merecedores de tales nombres) se sustituyen -comosubrepticia e inadvertidamente ha venido ocurriendo en losltimos tiempos- por justicia de calidad, vivienda de ca-lidad educacin de calidad o empleo de calidad, no,solamente ocurre que volvemos a la perplejidad de que pare-

  • r60 A cualquier cosa llaman arte

    ce que deberamos contratar a unos misteriosos expertos encalidad (y que de esta situacin se aprovechan procazmen-te para medrar algunos farsantes acerca de los cuales ya lodijo todo nuestro informante acerca de la cuestin de lasflautas, o sea Scrates, cuando puso en su sitio a los exper-tos en calidad de su tiempo, que entonces se hacan llamarmaestros de virtud); no solamente ocurre que los que hande ensear geometra dejan de estudiar geometra para con-centrarse en el problema de estudiar cmo ensear geome-tra, y que los que han de aprender geometra dejan de apren-derla para concentrarse en el problema de cmo aprender aaprender geometra (sin que sea preciso discurrir gran cosapara comprender que este procedimiento engendra una esca-lada que va hasta el infinito, y que en cada uno de sus pasosaleja un poco ms de la geometra a sus vctimas); no sola-mente ocurre la curiosa situacin de que los jueces, como losconstructores de viviendas o los productores de empleo, in-centivados para llevar a cabo su produccin con mayor efi-cacia y celeridad, entran en nuevos procedimientos sutiles yhasta inconscientes (aunque nominalmente no delictivos) decorrupcin, descomposicin, cohecho y prevaricacin, su-miendo a los usuarios en la ms absoluta indignidad; no so-lamente ocurre todo eso, sino que lo peor es que, cuando lascosas o las maneras de vivir ya no son consideradas de cali-dad porque lo sean, sino simplemente porque unos presuntosexpertos en calidad as lo decretan (o sea, cuando lo nicode calidad que tienen tales cosas o maneras es el nombre,como en esas construcciones de alto standing que no tienende alto standing ms que el cartel que dice que lo son o, loque es lo mismo, el precio), cuando la dignidad intentatraducirse en una coleccin de propiedades cuantificablescuya presencia o ausencia puede certificarse mediante eseprocedimiento que normalmente se identifica con la actitudterica del cientfico (el ponerse frente a una casa y determi-nar enfticamente sta es una vivienda de calidad), comocuando en lugar de medir si es buena la educacin en geome-tra por la geometra que saben quienes la ensean y la que

    Ensayo sobre la falta de vivienda 16r

    aprenden quienes la reciben se evala ms bien si los ense-antes han aprendido a ensear y si los discentes han apren-dido a aprender, la dignidad misma queda perfectame~tearruinada (es decir, se echa en falta la recta regla que confi-re valor a todo aquello que lo tiene), los productores quedanconvertidos en productores de simulacros y los usuarios enesa clase de usuarios indignos de quienes antes hablba-mos. All donde -al menos retrica o nominalmente- est vi-gente el imperativo de que todo el mundo debe poder teneruna vivienda, y en donde el grado de cumplimiento de esteimperativo se considera como uno de los indicadores del ~ra-do de dignidad de la propia sociedad que lo enarbola, existesin duda la tentacin poltica de ganarse la medalla al gradode dignidad olvidndose precisamente de ella. En ~fe~to, sidel derecho a un empleo digno eliminamos el adjetivo fi-nal suceder que podremos llamar empleo a cualquier ocu-, . ,pacin con cualquier duracin y cualquier remuneracin(por ejemplo, al reparto gratuito de propaganda en las bocasdel metro), y que bastar el certificado de los expertos encalidad para culminar el proceso de no llamar a las cosaspor su nombre. Y lo mismo, evidentemente, mutatis muta n-dis, para las viviendas. Pero, como ya se ha explic~d~, .comoel adjetivo digna es en realidad un epteto, un smolllm~ ouna tautologa, al eliminarlo de la expresin vivienda dig-na hemos eliminado la vivienda misma.

    Es algo parecido lo que pasa cuando la intimidad, que porsu propia naturaleza tiene el carcter de 10 implcito", se in-tenta hacer efectiva en trminos explcitos. La intimidadtampoco es algo que se pudiera aadir, por ejemplo a unahabitacin a fuerza de colocar en ella tales o cuales detalles,, . ,colores o muebles, y por eso tenemos a menudo la impresinde que se trata de una sensacin subjetiva e indefinible.

    1. Jos Luis Pardo, La intimidad, Pre-Textos, Valencia, 2004\ Y Laintimidad de nadie", en Fragmentos de un libro anterior, Ctedra de Poe-sa y Esttica Jos ngel Valente, Universidad de Santiago de Cornposte-

    la, 2004.

  • r62 A cualquier cosa llaman arte

    Nuestros ntimos son los que conocen nuestra ruina y, pu-diendo hacerla, no se aprovechan de ella. Los que nos amanjustamente por aquello por lo cual nos venimos abajo. En supresencia no podemos dar ni pedir explicaciones. Pero tam-poco nos hace falta hacerla. Lo ms ntimo de una viviendason las estructuras invisibles que hacen que se sostenga enpie, aquellas mismas que, cuando quedan al descubierto, laconvierten en una ruina, las que dejan ver que es algo que hasido hecho y que, ms tarde o ms temprano, ser deshecho.Nadie habita propiamente esas estructuras (o, de nuevo, na-die debera tener que hacerla): del mismo modo, lo ms nti-mo de una lengua es su estructura fonolgica, pero ningnhablante dice jams fonemas , a pesar de que ellos sosten-gan la lengua y estn siempre implcitos en ella, porque cuan-do se dicen -por ejemplo, cuando los enuncian los lingis-tas- tenemos ms bien la sensacin de que estn deshaciendo-descomponiendo, analizando- la lengua y, por tanto y encierta medida, echndola a perder como lengua. La clase deimplcito que define el carcter de lo ntimo es la de un impl-cito que no puede explicitarse sin arruinarse, algo a lo que ja-ms puede aludirse directamente sin pervertir su naturaleza,pero que no por ello es mstico ni inefable: estamos constan-temente dicindolo cuando decimos algo, pero no reside enel contenido informativo de lo que decimos, sino que alber-ga la razn por la cual queremos decir. Paralelamente, unavivienda -que es, antes que un edificio, un modo de vida- noes digna por nada de lo que en ella se muestra explcitamen-te, sino por haber sido erigida de acuerdo con una regla invi-sible -la que dirige secretamente las pautas del modo de vidade sus moradores- que la hace deseable.

    Nunca fue tan hermosa la basura"

    ApriZ is the cruellest month, breedingLilacs out of the dead land ...

    T. S. EUOT, The Waste Land

    El Libro Primero de El capital, de Marx, com~enza diciendo:La riqueza de las sociedades en las que domm.a el modo deproduccin capitalista se presenta como "una inmensa ac~-mulacin de mercancas". Nosotros tendramos que decir,hoy, que la riqueza de las sociedades en las que don:ma elmodo de produccin capitalista se presenta como una inmen-sa acumulacin de basuras. En efecto, ninguna otra ~orma desociedad anterior o exterior a la moderna ha producido basu-ras en una cantidad, calidad y velocidad comparables a las delas nuestras. Ninguna otra ha llegado a alcanzar el punto quehan alcanzado las nuestras, es decir, el punto en el que la b~-sura ha llegado a convertirse en una am~naza p.ara la propiasociedad. y no es que las sociedades pre-mdustnal.es no gene-rasen desperdicios, pero sus basura.s eran predommantemen-te orgnicas, y la naturaleza, los animales urbanos y los vaga-

    " Nunca fue tan hermosa la basura" / Never was trash so beauti-ful en Scott Brown, Denise, Koolhaas, Rern y otros, DstorslOnes .:nas/Urban Distorsions, Basurama-La Casa Encendida, 2006, pp. ;~8~Y 66-76. (Reeditado en Arquitectos n." 181, vol. 212007, pp. 85 - ,

    Madrid.uooz.) . /1. Aqu me veis, viajero / de un tiempo que se pierde en la espesura

    del paso y el me da lo mismo [...) pero / nunca fue tan hermosa la basura(Juan Bonilla, Treintagenarios, en Partes de guerra, Valencia, Pre-Tex-

    tos, 1994, p. 27)