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1 Para una historia socialista de la América Latina I Formación capitalista y claudicación de la burguesía brasileña Ramon Rodrigues Ramalho

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Desde una epistemología descolonial evidenciaremos la formación capitalista en un lugar tan particular como América Latina, tal como de su burguesía “nativa”, llegando al concepto de desarrollo subalterno, desigual y combinado. Demostraremos los mecanismos de esta increíble “sangría” que sufren los latinoamericanos como su “realidad profunda” permanente. Su ambiente privilegiado es la Revolução Burguesa do Brasil.

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Page 1: Para una historia socialista de la América Latina

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Para una historia socialista de la América Latina

I

Formación capitalista y claudicación de la

burguesía brasileña

Ramon Rodrigues Ramalho

Page 2: Para una historia socialista de la América Latina

2

ÍNDICE

Prefacio……………………………………………………………………………3

1) Cuestiones epistemológicas: lenguaje y colonialidad………………………..7

2) Desarrollo subalterno, desigual y combinado: elementos generales……...20

3) La burguesía nativa: nacida del aborto.……………………………………38

4) La revolución nacional: la industrialización como norma del despojo…...52

5) Elementos del despojo……………………………………………………….85

6) Conclusiones parciales……………………………..……………………….103

Bibliografía…………………………………………………………………...106

Page 3: Para una historia socialista de la América Latina

3

Prefacio

La historia de “América Latina” es una historia de migraciones y mestizajes,

definida no por la voluntad de sus protagonistas sino preponderantemente por los ciclos

de parasitismo determinados por las necesidades de las economías centrales del

capitalismo, que de este modo se componen como el núcleo del eje externo definidor de

nuestra sociedad. Esta “América” de “latinos” nace a partir de la más bárbara de todas

las migraciones, la supresión bélica y la invasión cultural que es la Conquista ibérica.

Después de ocho siglos viviendo en condiciones semejantes al Estado de Naturaleza

descripto por la fantasía de Hobbes y Locke, y después de avasallar brutalmente al

litoral del continente africano haciendo su población migrar al interior (Bonfim, 2002a;

657-67), llegaron a las tierras vírgenes e indígenas con la más profunda sed, de oro, de

tragar lo que sea para el cumplimiento de la providencia y la voluntad del Rey, el

enriquecimiento inmediato aventurero. Sagaces, y con la importante capacidad de

adaptarse al medio y a las culturas que encontraban, los ibéricos fueron los únicos

europeos que tuvieron condiciones de empezar esta empresa del despojo (Holanda,

2002b). La Conquista implicó inmediatamente en el mestizaje entre los aventureros y

los autóctonos. Pero luego con el gigantesco movimiento migratorio ocasionado por el

esclavismo africano, tanto los mestizajes como el sistema del despojo se elevan a otro

nivel, amalgamados con diversos, extensos y profundos ciclos genocidas. En términos

cuantitativos podemos estimar en aproximadamente setenta millones de indígenas

masacrados por la espada, por la plaga o por la cruz (Galeano, 2010; 58), sumándose

además los millones de africanos que perecían en el camino entre el interior de África y

el desembarco en América, o que una vez instalados se suicidaban en masa (Bonfim,

2002a). Pero, en un cierto sentido, morir era una bendición. Pues en términos

cualitativos, además de la aculturación brutal que asesina a los pueblos indígenas, nunca

el ser humano se encontró en condiciones tan terribles como aquellas que tuvieron que

soportar los africanos en los navíos negreros o los indígenas en las minas de Potosí.

En este capitulo de la historia de la humanidad la barbarie superó a la

civilización. Eso vemos claramente haciendo un paralelo entre las fuerzas productivas

de toda Europa en aquellos tiempos con la producción de la vida en las complejas

civilizaciones indígenas. Por los años 1350 de la era cristiana, setenta y cinco millones

de europeos murieron debido a la “peste negra”, sobreviviendo los que adquirían la

fuerza de la inmunidad bacteriológica, elemento útil para la guerra biológica que

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desencadenarían como método del exterminio indígena. Pero, mientras Europa perdía a

un tercio de su población por no contar con sistemas de saneamiento básico, todavía hoy

vemos correr aguas canalizadas en las ruinas que restaron del imperio Inca. La

tecnología de la construcción que se asimila al morfoclima en vez de dinamitarlo, de los

cultivos que se integran con la naturaleza, se vio suprimida por el latifundio esclavista

monocultivado, la depredación del hombre y de la naturaleza para el drenaje de las

riquezas al exterior. Se instauró este tipo de sociedad en la cual “...existen las clases

sociales, y a la opresión de unas por las otras se la denomina el estilo occidental de

vida.” (Galeano, 2010; 22). “Nuestra comarca en el mundo, que hoy llamamos América

Latina, fue precoz: se especializó en perder desde los remotos tiempos en que los

europeos del Renacimiento se abalanzaron a través del mar y le hundieron los dientes en

la garganta. Pasaron los siglos y América Latina perfecciona sus funciones.” (Galeano,

2010; 15).

Los conquistadores dieran lugar rápidamente a los colonizadores que, si bien no

dejaron de ser unos aventureros educados en la brutalidad, la cubrieron con una cierta

“cordialidad”. Por la evidencia de las circunstancias perdieron el mito del “regreso”

enriquecido a Europa para sentirse una elite nativa, aún que se identificaban como

siendo los “ibéricos en las Américas”. Pero, aunque no raro se oponían – también con

las armas – a los dictámenes de la metrópolis, las elites nativas se especializaron en

acomodarse a las imposiciones adaptativas sentidas desde las económicas centrales,

siendo ésta su característica predominante.

Así, en tanto “América Latina”, el continente se funda en esta forma específica de

colonia, por el pillaje de rapiña junto a la ostentación desmedida tal como por las

condiciones laborales infrahumanas y su tipo particular de resistencia. Se impone la

colonia como la marca más fuerte y más duradera de nuestra composición social

actual. “La tentativa de implantación de la cultura europea en extenso territorio dotado

de condiciones naturales, si no adversas, largamente extrañas a su tradición milenar, es

en los orígenes de la sociedad brasileña el hecho dominante y más rico en

consecuencias.” (Holanda, 2002b; 945). Las venas siguen abiertas y nuestra sangre

chorrea; una realidad que se puede superar pero nunca olvidar, pues podemos cicatrizar

al dolor secular, sin embargo esta marca compone parte de nosotros.

La conquista y la colonia dan la característica más larga y profunda de nuestra

composición social, erigiéndose como hilo conductor de toda la historia posterior, sea

en el comportamiento derrochador descomprometido de las elites nativas, sea en la

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constante agitación y resistencia de los oprimidos, sea en las actualizaciones del “pacto

colonial”. De cierto modo la realidad de la colonia nuca se terminó, si bien se alteró al

extenderse, perfeccionando en el tiempo los varios ciclos de rapiña, las diversas formas

de imposición, los sistemas complejificados del despojo, las migraciones e interacciones

culturales anteriores y las subsecuentes de ahí originadas. Nunca cesaron los

movimientos migratorios internos, generando nuevos intercambios étnicos, definidos

por las necesidades de producción ajenas a estas tierras. Este hilo conductor es la

historia de un saqueo descomunal a través de largos siglos, los desplazamientos y

fusiones culturales en la resistencia. Un mismo principio conductor se evidencia de

modo que se confunden los tiempos sin perder la esencia de este movimiento

intercontinental del despojo:

…aparecen los conquistadores en las carabelas y, cerca, los tecnócratas en los jets, Hernán Cortez y los infantes de marina, los corregidores del reino y las misiones del Fondo Monetario Internacional, los dividendos de las ganancias de esclavos y las ganancias de la General Motors. (Galeano, 2010; 22)” …una región de piratas, mercaderes, banqueros, marines, tecnócratas, boinas verdes, embajadores y capitanes de empresa norteamericana [que] se han apoderado, a lo largo de una historia negra, de la vida y del destino de la mayoría de los pueblos del sur, y que actualmente también la industria en América Latina yace en el fondo del aparato digestivo del Imperio. (Galeano, 2010; 326).

La determinación externa de las condiciones y características internas productivas

y poblacionales – lo que es idéntico a la imposibilidad de nuestro desarrollo interno,

pues faltoso de una real soberanía en un continente que existe para suplir las

necesidades ajenas –, es la determinación fundamental de nuestra historia pretérita y

presente, pero no futura, pues mientras seamos apenas un eslabón en el sistema mundial

del despojo no habrá futuro, sino apenas repetición actualizada en el presente del pasado

colonial. Se han conformado una cantidad de ciclos productivos y poblacionales que se

fueron acomodándose unos sobre los otros, luego, ciclos de migraciones y de

intercambios étnicos sobrepuestos, que para ser considerados exigen una construcción

analítica que dé cuenta de tales dinamismos continuados y sobrepuestos. A cada ciclo

parasitario propulsado desde el exterior corresponde una forma específica de

superexplotación que a su vez erigirán un modelo particular de subdesarrollo. Diferentes

ciclos de parasitismo determinan enormes desplazamientos poblacionales

desorganizados, para en seguida encontrarse con prácticas laborales odiosas. En el

campo, el éxodo sufrido para los que se van y el feudalismo a los que se quedan; en las

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ciudades, una urbanización hecha con el deshecho de las economías centrales, siempre

en los ritmos con que tales deshechos se desmoronan sobre nosotros. A su vez, la

brutalidad de las elites nativas es correspondiente con su posibilidad de ostentación. La

violenta expropiación originaria y continuada, después de cimentada se trastoca en

inalienabilidad de la propiedad privada. “En este mundo nuestro, mundo de centros

poderosos y suburbios sometidos, no hay riqueza que no resulte, por lo menos,

sospechosa.” (Galeano, 2010; 338).

La consecuencia inaudita pues absurda, de nuestra conformación social a partir de

necesidades ajenas, es seguir siendo unos “ocupantes” de estas tierras que no nos

pertenecen; seguimos siendo apenas tolerados en este trozo del mundo mientras

nuestros brazos y vidas puedan convertirse en riqueza ajena: “...somos todavía hoy unos

desheredados en nuestra tierra.” (Holanda, 2002b; 945).

Nuestra historia tiene una finalidad ajena que es el despojo. Para nosotros que

caminamos por superar esta condición, las migraciones y los mestizajes componen el

elemento más importante, pues en esta composición social germina los fundamentos

materiales y culturales de la segunda, y verdadera, Independencia. Si bien de cierto

modo todos los pueblos son “mestizos”, llamamos la atención para el fenómeno de la

multilateralidad étnica originada en Latinoamérica. Esta pluralidad étnica, por un lado,

unifica elementos de diferentes cosmovisiones, no de modo equitativo sino desigual, en

tanto lucha cultural, política y física. Por otro, coexisten diferentes cosmovisiones en

una misma región o un mismo microclima, como alrededor del lago Titicaca. De estas

combinaciones étnicas podemos apreciar varios de los gérmenes de la sociedad

porvenir, diferentes formas de sociabilización comunales. Definir al “buen vivir” como

finalidad de la sociedad imposibilita la lógica del capital basada únicamente en la

extracción de plusvalía. La llamada “economía social” propone a la “solidaridad” como

elemento social regulador por sobre el sistema de la concurrencia. Nos centraremos

ahora en explicitar la formación de la dominación burguesa en Latinoamérica, sabiendo

que este relato no será completo sin otro estudio sobre las formas de resistencia rumbo a

la superación de la de opresión, que prometemos para un futuro próximo.

Esta es la historia socialista de América Latina visto que es su historia formulada

desde la perspectiva del trabajo, el mismo punto de vista que se utiliza para superar al

capitalismo pues es de la perspectiva del trabajo que erige el paradigma de la

emancipación humana, la emancipación del hombre sobre su trabajo.

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1) Cuestiones epistemológicas: lenguaje y colonialidad

Nuestra intención en el presente trabajo es demonstrar la definición de la

formación capitalista y de clase burguesa brasileña. Nos centraremos para este fin, en el

estudio del momento crucial de la formación de la dominación burguesa en Brasil tal

como de su clase estrictamente burguesa, a saber, en el periodo de industrialización del

país que constituye su “Revolución Burguesa”. En los límites de una empresa

intelectual inicial, intentaremos captar la formación capitalista brasileña en su punto

nodal de convergencia con aquellos rasgos que juzgamos extensibles a la historia

general del capitalismo en América Latina. Por tanto, más que las especificidades de la

burguesía brasileña frente a las otras burguesías latinoamericanas, buscaremos sintetizar

la diferencia specifica de la formación burguesa de América Latina, pero centrándonos

para esto en el análisis de la formación particular de Brasil. Lo haremos a partir de

textos que consideramos clásicos en el análisis histórico-sociológico de los macro-

movimientos seculares. Fundamentalmente tomaremos el estudio específico sobre la

formación de la burguesía brasileña realizado por el más notable y comprometido

exponente de la Teoría de la Dependencia, Florestan Fernandes, principalmente su libro

A revolução burguesa no Brasil. También sumamos como argumento central aquel que

sea quizás el texto más importante de la historiografía latinoamericana, sea por su

comprometimiento explicito, sea por la unidad necesaria realizada entre poesía e

historiografía, sea por su perspectiva plena de la Patria Grande, el libro de Eduardo

Galeano Las venas abiertas de América Latina. Ambos libros fueron escritos a

principios de la década de 1970 y son proféticos sin querer serlo. La “profecía” está en

la compresión del desarrollo capitalista dependiente. No es el intento del presente texto,

por lo tanto, presentar una lectura enteramente nueva, sino más bien una explicación o

sistematización nueva de una lectura ya hecha y acertada. Cuánto de esta narrativa cabe

a cada país latinoamericano en sus especificidades contiene el debate que dará los frutos

de un pensamiento autónomo idéntico al camino que nos hará libres

El lenguaje, siempre forma imperfecta, de algún modo insuficiente para designar

las especificidades de una vida tan múltiple, dinámica, que parece infinita en

posibilidades; el lenguaje aparece inmediatamente como una forma de interacción, de

comunicación, de testimonio, de documentación, pero es sobretodo una batalla cultural

y simbólica inmemorial, desde la imposición de la cultura escrita sobre la cultura oral

hasta la inversión entre palabra y contenido que vemos actualmente. Antes que una

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forma de transmisión cultural a través de las generaciones, es una forma de dominación

cultural a través de las generaciones. Llamamos nuestro hogar de “América Latina”,

exaltando, al colmo de la falsificación, a Américo Vespucio como el “descubridor”, tal

como invocando como nuestra una lengua europea muerta.

La lucha cultural ya empieza en la sobreposición de la cultura escrita a la oral, que

es juzgada como inferior en el discurso hegemónico vigente, sin embargo cercenada por

fuertes límites. La confianza en la escritura no produce a la “memoria” sino la

“rememoración” en tanto “trabajo interminable de contextualización y de

recontextualización en que consiste la lectura”, siendo así apenas una “memoria por

defectos”, pues siempre recurriendo a la escritura para recordar algo, haciéndose

pensamiento “regresivo” y conocimiento por “retrospectiva” (Ricouer, 2000:184a221).

Cuando la escritura se convierte en una técnica especializada, si bien se permite la

profundización del conocimiento, se posibilita también la monopolización del “capital

simbólico” de un área del conocimiento y la mecanización del discurso correspondiente.

Los sociólogos y los historiadores, presentan muchas veces un lenguaje en códigos, lo

que salta a la vista en el caso del lenguaje de la “Justicia” y sus tribunales. La

especialización del lenguaje crea un “lenguaje hermético” escondido en la erudición,

elevando la “incapacidad de comunicación” en “categoría de virtud intelectual”. Por

otro lado, es conformista el “lenguaje que mecánicamente repite, para los mismos oídos,

las mismas frases hechas, los mismos adjetivos, las mismas fórmulas declamatorias.”

Esta “literatura de parroquia” está “tan lejos de la revolución como la pornografía está

lejos del erotismo.” La memoria como retrospectiva, que “estudia historia como se

visita un museo y esa colección de momias es una estafa”, significa la memoria

selectiva interesada en la invasión cultural del oprimido, obligándolo a hacer suya

“…una memoria fabricada por el opresor, ajena, disecada, estéril. Así se resignará a

vivir una vida que no es la suya como si fuera la única posible.” (Galeano, 2010; 340).

El uso de la lengua imputa varias jerarquías epistémicas en el ordenamiento

cotidiano del mundo, imponiendo una “colonialidad” también en la construcción del

pensamiento. Como

…el pensamiento científico se posicionó como única forma válida de producir conocimientos y Europa adquirió una hegemonía epistémica sobre todas las demás culturas del planeta […] todos los conocimientos humanos quedaron ordenados en una escala epistémica que va desde lo tradicional hasta lo moderno, desde la barbarie hasta la civilización, desde la comunidad

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hasta el individuo, desde la tiranía hasta la democracia, desde oriente hasta occidente. (Castro-Gómez, 2005;74). Ahora América es, para el mundo, nada más que los Estados Unidos: nosotros habitamos, a lo sumo, una sub América, una América de segunda clase, de nebulosa identificación (Galeano, 2010;16).

La dominación en tanto “elemento ideológico o representacional” se basa en la

“construcción de un discurso” o de un imaginario sobre el “otro” que asienta como

“normal” las identidades formadas en la dicotomía “dominadores/dominados” o

“colonizadores/colonizados”, no apenas como “lugares geográficos” sino como “formas

de vida”, acrecentando un grado de naturalidad “racial” en la composición norte-sur

hegemónica actual. Con la Ilustración se construye una “identidad europea unificada” a

partir de su “imagen autocentrada” definida en contraposición al “otro” puesto como

objeto del conocimiento, es decir, se propaga y se fija como formación identitaria a

partir del prejuicio frente al otro. Obviamente es una definición que se basa en

“estructuras objetivas: leyes de Estado, códigos comerciales…”, pero que contiene su

estrategia de construcción en elementos simbólicos, como la filosofía de la historia que

busca en el pasado del mundo asiático los orígenes, los “momentos preparatorios” para

la emergencia de la “triunfante civilización europea” y de la “racionalidad moderna”,

pues si la civilización empezó en Asia, “…sus frutos fueron recogidos por Grecia y

Roma”. La resurrección del derecho romano o de la lógica griega como vinculación

directa con la civilización actual fueron elementos para la burguesía suprimir al antiguo

régimen, borrando los mil años de Edad Media. Sin embargo, se estipuló de un lado, la

“cultura occidental” como la parte activa, creadora y donadora de la racionalidad, de la

disciplina y de conocimientos universales, y de otro, “el resto” “representadas como

elementos pasivos”, pre-racionales, espontáneos, imitativos, “dominado por el mito y la

superstición, luego “receptores de conocimiento” sin otra misión que “acoger” el

progreso, la modernidad y la civilización europea. Así, esta concepción de la historia

deslegitima la coexistencia espacial de diferentes culturas al ordenarlas de acuerdo a un

“esquema teleológico de progresión temporal”, a través de la estética y de la erudición,

elaborando una distinción geopolítica básica del mundo (centro/periferia) fundada en

una división “ontológica” entre las culturas, en una maquinaria del “saber/poder” que

termina por lograr declarar ilegitima la “existencia simultánea de distintas “voces”

culturales y formas de producir” (Castro-Gómez, 2005). Unos nacieron “naturalmente”

para dominar otros para ser dominados. El “colonialismo mental, uno de los legados

más dramáticos de la era colonialista en América Latina…” establece que el

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conocimiento local es inútil y desnecesario pues existe un conocimiento universal, un

pensamiento único, y este podía ser importado de Europa…” (Bruckman,2009;1)

Pero las resistencias de los pueblos y los cambios en los contextos de dominación

exigen, que el imperio “reactualice” su “dominación epistémica” bajo un formato

“posmoderno”. El imperio posee hoy sus expertos en la dominación epistemológica,

“agentes capaces de producir y administrar conocimientos e informaciones” (Castro-

Gómez, 2005;80). Tal como los “asesores” internacionales con sus “planes” económicos

o en las fábricas los “gerentes de recursos humanos”, que logran llamar de “autonomía”

lo que es subordinación y “flexibilidad” lo que es precarización laboral (Figari, 2009).

La disociación entre palabra y contenido es una la faz moderna (o “posmoderna”)

de la dominación epistémica. Cuando la UNESCO en 2003 reconoce a las comunidades

indígenas, ella dirige un “…cambio en las representaciones sobre el otro. ¿En qué

consiste este cambio?” La tolerancia frente a la diversidad cultural se convierte en valor

“políticamente correcto” “en tanto que esa diversidad pueda ser útil para la

reproducción de capital.” Así, la biología moderna “…empieza a descubrir que los

sistemas locales de conocimientos son complementos útiles.” (Castro-Gómez, 2005;86).

La ciencia o la técnica no pueden ser neutrales, pues la producción del conocimiento y

su aplicación están determinadas por las condiciones político-económicas que la

impulsan y direccionan. Las palabras bonitas, muchas veces retiradas de los

vocabularios contra-hegemónicos, se trastocan así en una forma recontextualizada de la

opresión que al principio parecen combatir.

Una terminología difusa, sin definición exacta, será utilizada en la confección de

toda una “racionalidad de lo vago” (Tanguy, 2003), produciendo un “lenguaje

envenenado” de “palabras transgénicas” que mueren en el mismo momento que son

pronunciadas, orientando la negación de nuestra identidad y de la historia de los

pueblos, tal como la implantación de una cultura hegemónica. La utilización de ciertas

palabras direcciona el resultado final de nuestras acciones (Comelli, 2010)

La civilización es presentada como monopolio europeo, imposibilitando pensar en

otros paradigmas civilizatorios alternativos al capitalismo. Pero en su esencia macro-

histórica el proceso civilizador significa la automatización del pudor en tanto

inculcación de miedos y vergüenzas (Elias, 1993). La educación y la ciencia instauran

“aparatos disciplinarios que permitieran normalizar los cuerpos y las mentes para

orientarlos hacia el trabajo productivo” tal como construyendo el perfil de sujeto

“normal” o del “trabajador-padrón” (Castro-Gómez, 2005;67).

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La igualdad y la libertad derivan de la ley del valor para el intercambio de mercancías:

“el intercambio de valores de cambio es la base productiva, real, de toda igualdad y libertad.”

Estas, como ideas puras, “…son meras expresiones idealizadas de aquél al desarrollarse en

relaciones jurídicas, políticas y sociales; estas son solamente aquella base elevada a otra

potencia” (Marx, 2007, p.183). Iguales cantidades de trabajo social necesario dan valores de

una misma magnitud que pueden ser intercambiados entre sí, luego, son “iguales”. Un

individuo que posea una cantidad de valor, es libre para intercambiarlo por cualquier suma

equivalente de valor encarnada en otra especie de mercancía; no la toma por la fuerza sino

que la intercambia por su equivalente. De la “…relación en la cual están presupuestos como

iguales y se confirman como tales, a la noción de la igualdad se agrega la de la libertad.”

(Marx, 2007, p.181-3). La relación entre la ley del valor y la igualdad se distancia y se opaca

de la misma manera que el valor se distancia del dinero y del precio, hasta parecer invisible,

sino absurda, su conexión. La idea de la igualdad entre los hombres se deriva de la realidad de

la igualdad entre las cosas, luego una noción reificada de igualdad y libertad, visto que son las

cosas que poseen real libertad y el hombre apenas la consciencia de ella. “Al adquirir la idea

de igualdad humana la consistencia de una convicción popular, es que se puede descifrar el

secreto de la expresión del valor, la igualdad y la equivalencia de todos los trabajos, por qué

son y en cuánto son trabajo humano en general” (Marx, 1968, p.68).

Pero, quizás no haya palabra con mayor poder performativa que el desarrollo.

Importado desde la biología, la noción de desarrollo significa el proceso en el cual se

liberan las potencialidades de un organismo vivo “hasta alcanzar su forma naturalmente

completa.” En el discurso de investidura de Harry Truman, el presidente de Estado

Unidos designa por oposición la existencia de una parte del mundo “que

instantáneamente se convirtió en subdesarrollado”, transformando a miles de pueblos

originarios en “indios” y más de la mitad de la población terrestre dejó “…de ser lo que

eran, en toda su diversidad, y se convirtieron en un espejo invertido de la realidad de

otros…”, es decir, en pueblos subdesarrollados. Trasladada al ámbito social, la idea de

desarrollo impone la existencia de un proceso preestablecido que por naturaleza debe

darse en las poblaciones “subdesarrolladas” para alcanzar un estadio de plena

existencia, pues tales sociedades “poseen el potencial” de “transformarse a imagen y

semejanza” de los países centrales, lo que implica, a su vez, la posesión de los últimos

de la certidumbre acerca de las metas necesarias pues ‘ellos’ ya conocen al “final del

camino” hacia el desarrollo (Comelli, 2010). La realidad, sin embargo, reveló que el

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desarrollo es un “viaje con más náufragos que navegantes”; “…un banquete con escasos

invitados, aunque sus resplandores engañen…” (Galeano, 2010; 320).

Los Estados nacionales subalternos, por 1960 y 1970, asumen a la modernización

como un “continuum en el cual el subdesarrollo era la fase inferior del desarrollo pleno”

y determinarán a su “desarrollo” de acuerdo con sus “indicadores de industrialización”,

evidenciando que él depende del despegue del sector industrial, lo cual redundaría

“naturalmente” “…en un aumento del ingreso per capta, de los índices de alfabetización

y escolaridad, de la esperanza de vida, etc.” Las poblaciones deberían entonces ser

objeto de planificación siendo su agente privilegiado el Estado (Castro-Gómez,

2005;78). A partir de tal designación se pone “en marcha un vasto andamiaje de

instrumentos llamados a corregir el supuesto desfasaje”, que a su vez generan, siguiendo

con la metáfora biológica, varias “recetas” unívocas para “aplicar dosis justas de capital

y tecnología”. En este sentido surgen los organismos financieros internacionales

instrumentalizando diversos elementos del despojo, los “consensos” sobre el “carácter

del intercambio comercial, la implementación de programas y el incentivo de proyectos

de crecimiento”, siendo la “disponibilidad” de recursos naturales una necesidad obvia

para aquellos países que poseen reservas y buscan al desarrollo (Comelli, 2010;19).

Tanto desarrollo como progreso significan en verdad la penetración del capital

extranjero y su dominación por sobre el sistema productivo, comercial y bancario de los

países hospederos, que sirve para la capitalización de las empresas extrajeras a partir del

drenaje, la sangría y el despojo de tales economías hospederas, significando apenas

progreso, acumulación real, para los capitales de los países centrales del capitalismo.

En este sentido, la democracia no es más que el modelo político de la dominación,

garante de la estabilidad gubernamental que asegura la necesaria libertad para los

capitales: dicen haber “democracia” donde no hay más que “autocracia” (Fernandes,

2002c:1731). Lo que llamamos hoy de información no significa más que la

multiplicación de datos, presentados de modo a encubrir más que a evidenciar la

realidad, siendo comunicación la saturación de nuestra subjetividad con valores

alienantes, que más bien nos mantiene incomunicados pues presos a la estética de la

mercancías (Haug, 1997). La “seguridad” se resume en la práctica de la criminalización

de la pobreza y la maximización del Estado penal, tal como la judicialización de la

protesta y la militarización de los territorios donde las poblaciones resisten su saqueo.

Son terroristas los que combaten al sistema capitalista, el despojo y el saqueo legal,

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siendo la justicia estas leyes que reprimen aquellos que no se encuadran en la lógica del

valor. Finalmente, la ideología de los vencedores se llama “cultura universal”1.

La división internacional del trabajo significa la división de la extracción de

plusvalía, visto que la producción capitalista en general puede ser considerada como si

fuera una única empresa, de la cual cada capitalista saca lo correspondiente a la cantidad

de acciones que puso en el botín: la división internacional del trabajo consistente “…en

que unos países se especializan en ganar y otros en perder” (Galeano, 2010; 15).

Desde este punto de vista, las empresas son “multinacionales” apenas en la

medida en que, desde los cuatro puntos cardenales, arrastran grandes caudales de

recursos naturales y trabajo ajeno a los centros del poder del sistema capitalista. Son

“multinacionales” porque operan en muchos países, porque drenan el trabajo explotado

de múltiples países: “…pero bien nacionales, por cierto, en su propiedad y control”

(Galeano, 2010;205y341). Como tales empresas son controladas por capitales

originados de pocos o un país, son más bien, por tanto, corporaciones transnacionales.

Estas empresas, sus gobiernos y organismos financieros, realizaron diversas

“particiones del mundo”, pudiéndose por tanto hablar de “centros y periferias” en lo que

atañe a la historia del desarrollo capitalista, es decir, desde el punto de vista del capital.

En la división internacional de la expropiación del trabajo ajeno hay países que

prevalecen como hegemónicos, pues imponen los rumbos de este desarrollo,

influenciando rapazmente en el plan capitalista mundial, sea trabando o

desproporcionando la competencia entre empresas, países y hemisferios.

Si bien tomaremos esta nomenclatura dicotómica entre “centro y periferia” de la

Teoría de la Dependencia para explicar la “satelitización” de la economía

latinoamericana, deberemos considerar su otra terminología central, la del “desarrollo

dependiente”, pues también las economías centrales dependen fundamentalmente de sus

parasitismos para su propio desarrollo capitalista.

“La economía norteamericana necesita los minerales de América Latina como los

pulmones necesitan el aire”; no puede prescindir“…de los abastecimientos vitales y las

jugosas ganancias que le llegan desde el sur.” (Galeano, 2010; 175y269). Si bien es

profundamente correcto que un desarrollo autónomo no podrá darse en América Latina

sin romper con las amarras del imperialismo y del latifundio, como lo pregonan Celso

Furtado, Caio Prado Jr y Florestan Fernandes, preferiremos proponer la dicotomía

1 Definición colectivas originadas del 1º Juicio ético a las Transnacionales, realizado en octubre/noviembre de 2011 en Buenos Aires, Argentina.

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“desarrollo subalterno/autentico”, menos porque sean las economías centrales realmente

“autenticas” sino porque dan la dirección general y imprimen al mundo una civilización

a su “imagen y similitud”, pero también porque para nosotros la fuerza de tal palabra

puede simbolizar la superación del desarrollo subalterno, por uno autentico, luego

anclado en las formaciones societarias autóctonas. Hecha la crítica parcial y de ella

apenas una propuesta, no escaparemos al uso de la palabra “dependencia”, encontrada

en abundancia en la base teórica de nuestra exposición. Resta apenas agregar que al

decir “centro”, “países” o “economías” “centrales”, se refiere sintéticamente al “anillo

autoperpetuador” formado entre las transnacionales, los gobiernos de las naciones que

albergan las casas matrices de las transnacionales y los organismos financieros

internacionales: “…la sociedad civil, articulada alrededor del poder económico, asegura

la dominación capitalista sobre el Estado político y, a través de éste, sobre el conjunto

de la sociedad, formando así un anillo autoperpetuador” (Chasin, 2000, p.93).

Además, cuando decimos desarrollo “subalterno” hacemos referencia únicamente

al tipo de desarrollo capitalista y de dominación burguesa que se formó en América

Latina, una vez que fue una opción negociada y una claudicación consciente de la

burguesía nativa, que así, de modo subalterno, se forma en tanto burguesía. Las

personas o grupos que tildan al trabajador de sumiso o subalterno, normalmente son las

mismas que nunca se levantan para ayudarlo, ignoran completamente las formas propias

de manifestación popular y – tal como la izquierda ortodoxa – esperan ver en nuestro

continente la conflagración de las mismas insurgencias clásicas que se dieron en

Europa, ignorando lo diferencial del desarrollo histórico de cada continente. Si nuestra

formación económica es subalterna no lo es el pueblo, que resistió a la claudicación

burguesa. Jamás se podrá decir que es subalterno el obrero, el indígena, el esclavo o el

campesino, que han demostrado tanto las clásicas formas europeas de resistencia así

como han desarrollado otras enteramente novedosas que exigen un indispensable

estudio a parte, profundizando la especificidad de la resistencia popular, sin el cual la

historia latinoamericana resultaría fatalmente incompleta. Entender los elementos de la

opresión y las formas de resistencia y de agitación constante imbricadas en las diversas

cosmovisiones presentes en los pueblos latinoamericanos; la invasión cultural, la

formación de un complejo del oprimido que se asienta en la formación de un “sujeto de

derechos” pasivo, hoy visto en el asistencialismo, etc., son consideraciones

fundamentales para comprender las particularidades de la lucha popular emancipatoria.

Page 15: Para una historia socialista de la América Latina

15

Si por un lado, el aspecto material de la dependencia se encuentra en los ciclos

con ritmos variados que determinaran la desconcentración productiva en sentido centro-

periferias, los ciclos de producción extractivista mineral, animal y vegetal, la

penetración y dependencia del comercio extranjero (comunicación y transportes), por

otro, destacando la “dimensión cognitiva y simbólica de ese fenómeno” nos

encontraremos con la creación de “un imaginario sobre el mundo social del “subalterno”

(el oriental, el negro, el indio, el campesino)”, inculcando “paradigmas

epistemológicos” que generan “identidades (personales y colectivas) de colonizadores y

colonizados.” Pero, “…¿qué pasaría si la genealogía del Imperio tomase como punto de

referencia la economía-mundo [?]…”, en sustitución de un “plano de trascendencia

local por un plano de trascendencia mundial.” Entendiendo a la Conquista ibérica en

tanto importante eslabón en la constitución del modo de producción capitalista en

Europa, vemos que la situación “colonial” de los países latinoamericanos no se

contrapone a la situación de “modernidad” europea o estadunidense, sino que ambos se

complementan. Tomando al “…surgimiento de la economía mundial en el siglo XVI no

sólo tendríamos una fecha de nacimiento precisa (12 de octubre de 1492) sino, también,

un esquema de funcionamiento específico: la mutua dependencia entre colonialidad y

modernidad.” A raíz del descubrimiento de América y del intercambio derivado se pudo

“…administrar un sistema internacional de comercio que rompió en mil pedazos los

[…] límites de la antigua organización feudal o gremial”. Así, el “…dominio económico

y político de Europa en la economía-mundo se sostuvo sobre la explotación colonial y

no es pensable sin ella.” Por tanto, la formación capitalista en general ya posee una

“heterogeneidad estructural” en que lo moderno y lo colonial son fenómenos

simultáneos en el tiempo y en el espacio.” Por tanto, relaciones de producción arcaicas

se mezclan con la producción estrictamente capitalista, no por un engaño o accidente,

sino como componente necesario de este tipo de desarrollo capitalista. Pero la acepción

de “desarrollo” y “progreso” aquí criticada trabaja para hacer el tradicional y el

moderno fenómenos sucesivos en el tiempo (Castro-Gómez, 2005;14y76).

Es en éste sentido que creemos usar Mariátegui (1994) el término “feudal” o

“semifeudal” para designar la subsistencia de elementos arcaicos, un tanto cuanto

bizarros, en la economía capitalista principalmente rural. No se trata del trasplante o de

la mezcla entre elementos de los modos de producción autóctonos con los europeos,

sino que la implantación de la colonia en tanto eslabón del mercado mundial en

constitución del capitalismo naciente, se dio a través de la reformulación de un “orden

Page 16: Para una historia socialista de la América Latina

16

señorial” en decadencia en Europa, el renacimiento de la esclavitud a mucho extinguida

allá, un modelo productivo basado en rasgos generales en el latifundio, el monocultivo y

la esclavitud, que si no es idéntico al feudalismo europeo, en mucho se asemeja al

“Ancien Régime”. Los puntos de extractivismos no son la transposición mecánica del

feudalismo a nuestras tierras, pero poseen elementos similares al patrimonialismo,

patriarcado y mandonismo feudal; la asignación de vastas extensiones a un individuo, el

monopolio de los medios de vida y de trabajo concentrados en la hacienda, etc.,

conferían a los terratenientes poderes similares al del “señor feudal”. Mariátegui, en este

sentido, ya sostenía que la forma combinada de producción capitalista que encontraba

en Perú era una consecuencia necesaria y no casual del tipo de desarrollo subalterno,

una vez que la colonización de América Latina se inserta en el esquema mundial de

producción capitalista.

El descubrimiento de las comarcas auríferas y argentíferas en América, el exterminio, esclavización y soterramiento en las minas de la población aborigen, la conquista y saqueo de las Indias Orientales, la transformación de África en un coto reservado para la caza comercial de pieles-negras, caracterizan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos constituyen factores fundamentales de la acumulación originaria. Pisándoles los talones, hace su aparición la guerra comercial entre las naciones europeas, con la redondez de la tierra como escenario (Marx, 1978a;638). De ahí que el aumento en el suministro de los metales preciosos a partir del siglo XVI constituya un factor esencial en la historia del desarrollo de la producción capitalista. (Marx, 1978b;307). Los habitantes de las ciudades comerciales importaban de países más ricos refinadas mercancías manufacturadas y costosos artículos suntuarios, alimentando así la vanidad de los grandes terratenientes, quienes compraban ávidamente estas mercancías, pagando en cambio grandes cantidades del producto en bruto de sus tierras. De ese modo, en esos tiempos el comercio de una gran parte de Europa consistía en el intercambio del producto en bruto de un país por los productos manufacturados de otro país de industria avanzada...” (Marx apud A.Simith; 1978b;318) La esclavatura directa, bien como las máquinas y el crédito, etc., son el punto de apoyo de nuestra industrialización actual. Sin la esclavatura no tendríamos algodón, sin algodón no tendríamos la industria moderna. Fue la esclavatura que dio valor a las colonias, fueron las colonias que crearon el comercio mundial, fue el comercio mundial que constituyó la condición necesaria de la gran industria mecánica. (Marx, 2001;182)

“Bajo el sistema colonial prosperaban como planta en estufa el comercio y la

navegación.” Por un lado, las colonias mandan sus riquezas a las metrópolis; por otro

incrementan la demanda de productos manufacturados, formando así un pacto colonial

que no pudimos romper hasta los días actuales. “La colonias brindaban, además de

Page 17: Para una historia socialista de la América Latina

17

materia prima, mercado para los productos manufacturados, que acumulaban capital

intensivamente gracias al régimen de monopolios…”. Así, las "sociedades monopolia",

como decía Lutero, constituían poderosas palancas de la concentración de capitales,

como la Compañía inglesa de las Indias Orientales. “El sistema proteccionista era un

medio artificial de fabricar fabricantes, de expropiar trabajadores independientes, de

capitalizar los medios de producción y de subsistencia nacionales, de abreviar por la

violencia la transición entre el modo de producción antiguo y el moderno.” (Marx,

1978a;640y651). Así como el sistema de monopolios fabricaba capitalistas en las

metrópolis, el sistema colonial fabrica asalariados en las colonias (teoría de Wakefield).

“Los tesoros expoliados fuera de Europa directamente por el saqueo, por la

esclavización y las matanzas con rapiñas, refluían a la metrópoli y se transformaban allí

en capital.” (Marx, 1978a;640). Con el sistema colonial se desarrollan las deudas

públicas, un sistema de crédito público, impuestos abrumadores, proteccionismo, su

comercio marítimo y la competencia (guerras) comerciales, etc.; “…estos vástagos del

período manufacturero propiamente dicho experimentaron un crecimiento gigantesco

durante la infancia de la gran industria.” (Marx, 1978a;646). Si el dinero, como dice

Augier, "viene al mundo con manchas de sangre en una mejilla" el capital lo hace

“chorreando sangre y lodo, por todos los poros, desde la cabeza hasta los pies.”

Como vemos, asentamos epistemológicamente a la historia de la sociedad civil

como base de la historiografía real, los diversos momentos que atraviesa la sociedad

civil como el fundamento de la historia. La expresión “sociedad civil” aparece en el

siglo XVIII y significa todas las relaciones de determinación recíprocas entre las fuerzas

productivas de un momento dado y los intercambios correspondientes, que

inmediatamente desarrollan una organización social. “La forma de intercambio

condicionada por las fuerzas de producción existentes en todas las fases históricas

anteriores y que, a su vez, las condiciona, es la sociedad civil.” La sociedad civil abarca

“todo el intercambio material de los individuos”, “toda la vida comercial y industrial”,

“en el interior de un dado momento de desarrollo de las fuerzas productivas”, “partiendo

para ello de la producción material de la vida inmediata”, que vemos en la “vida usual”

tanto como en “la actitud de los hombres hacia la naturaleza”, visando explicar la

“organización social que se desarrolla inmediatamente a partir de la producción y del

intercambio (que forma en todas las épocas la base del Estado […] y, en este sentido,

ultrapasa el Estado y la nación…” (Marx, 1986; 52-3). En la sociedad mostrase “una

conexión materialista de los hombres entre si, condicionada por las necesidades y por el

Page 18: Para una historia socialista de la América Latina

18

modo de producción”, esta “suma de fuerzas productivas, capitales y formas de relación

social con que cada individuo y cada generación se encuentran como con algo dado”,

como un “resultado material”, sucediéndose las “diferentes generaciones, cada una de

las cuales explora los materiales a ella transmitidas por las generaciones anteriores”,

“persigue en condiciones completamente diferentes la actividad precedente, en cuanto,

por otro lado, modifica las circunstancias anteriores a través de un actividad totalmente

diversa”, que asume “incesantemente nuevas formas y presenta, por tanto, una “historia

[…] una actitud históricamente creada de los hombres hacia la naturaleza y de los unos

hacia los otros, que cada generación transfiere a la que le sigue” (Marx, 1986; 42y70).

En este sentido podemos ver, en sus rasgos generales, a la historia de la formación

capitalista en la sociedad brasileña desde tres tipos de dominación: un orden señorial

desde la colonización hasta principio del siglo XIX, de ahí un orden aristocrático

(“neocolonial”) hasta la “emergencia y expansión del capitalismo dependiente”, primero

en un orden oligárquico-burgués desde 1870 hasta cera de 1900 y en seguida un orden

burgués-oligárquico que rige hasta hoy (Fernandes, 2004b;364). El orden señorial de los

primeros tiempos de “América Latina” sirvió como elemento hegemónico de supresión

de los modos de producción originarios, disolviéndolos, tal como en Europa, por la

fragmentación y separando al trabajador de los medios de trabajar: “…la relación

señorial y la relación de servidumbre corresponden a esta fórmula de la apropiación de

los instrumentos de producción y constituyen un fermento necesario del desarrollo y de

la decadencia de todas las relaciones de propiedad y de producción originarias, a la vez

que expresan también el carácter limitado de éstas.” (Marx, 1978b;462). Así, visto que

la Conquista se ancla con el inicio del capitalismo en tanto fuerza social hegemónica en

Europa, desde este punto de vista podemos ver al desarrollo capitalista latinoamericano

como paralelo al de los países centrales

La historia de la dominación capitalista general en el mundo, es cierto, también

puede ser vista desde diversos puntos de vista. Creemos captar la esencia de los

procesos de transformación internos al capital, la mirada que toma por eje los procesos

de transformación en los padrones de acumulación en torno a los tres diferentes tipos de

capital, el comercial, el industrial y a interés, que se suceden como hegemónicos en el

tiempo. La historia del capitalismo ancla su surgimiento en la hegemonía del capital

comercial, que deja el puesto al industrial a fines del siglo XIX pero decididamente a

principios del XX, iniciando su proceso de desconcentración productiva en busca de

brazos más baratos y de mundializar poderosamente la extracción de plusvalía.

Page 19: Para una historia socialista de la América Latina

19

Originariamente, el comercio fue el supuesto necesario para la

transformación de la industria corporativa y doméstica rural y de la

agricultura feudal en empresas capitalistas. […] El capitalista

industrial tiene constantemente ante sí el mercado mundial, compara y

debe comparar constantemente sus propios precios de costo con los

precios de mercado no sólo de su patria, sino con los del mundo

entero. En el período precedente esta comparación les corresponde

casi exclusivamente a los comerciantes, asegurándole así al capital

comercial el predominio sobre el capital industrial (Marx, 1978c;324).

Para cada tipo de dominación se ve una línea fabril y una línea política; la

hegemonía del capital industrial se identifica con la gestión fabril taylorista/fordista que

se expande bajo la fuerza del imperialismo, mientras el ascenso del capital a interés para

fines de la década de 1970 pero ciertamente por 1980, coincide con la determinación del

toyotismo bajo un imperialismo elevado a una nueva potencia, como veremos.

Pero, desde el punto de vista de la historia del capital como la sucesión de los tres

tipos de capital como hegemónicos en el tiempo, se puede incluso entender a nuestro

desarrollo como avanzado o acelerado, pues si despertamos en el siglo XX aún bajo

hegemonía del capital comercial, a fines de siglo estamos bajo hegemonía globalizada

del capital a interés, de modo parejo si bien subalterno a los países capitalistas centrales.

Si bien nos detuvimos con cierta insistencia en las definiciones epistemológicas,

no es nuestro intento, como estudio introductorio, cerrar esta cuestión o poner

conclusiones finales, que no pueden ser definidas teóricamente sino en el trascurso

práctico de los procesos emancipatorios.

Page 20: Para una historia socialista de la América Latina

20

2) Desarrollo subalterno, desigual y combinado: elementos generales

Existen diferentes tipos de desarrollo subalterno, sea entre diversos países o sea en

un mismo país, a través del tiempo o en diferentes lugares de él. La forma específica de

la dominación imperialista en cada país de economía subalterna refleja dentro de este

país su significado en tanto eslabón del sistema capitalista mundial. “Dentro de cada

país se reproduce el sistema internacional de dominación que cada país padece.”

(Galeano, 2010;323). La dominación imperialista general es “recontextualizada” a cada

realidad específica, determinado así las características de su capitalismo internamente,

la composición del eje económico interno, el modo como la elite nativa logra sobrevivir

como eslabón de la producción mundial en sus formas específicas de articularse con el

eje central. “Variantes de una misma forma de dominación burguesa surgieran, se

mantienen y se perfeccionan en otras naciones de América Latina, de Asia, de África y

de Europa.” Por tanto, “nuevas modalidades de dependencia en relación a las economías

centrales” significan “nuevas formas relativas de subdesarrollo” (Fernandes, 2002c;

1718). Pero, independiente de sus variantes es cierto el resultado social del capitalismo

subalterno: “…el desarrollo del capitalismo dependiente – un viaje con más náufragos

que navegantes – margina mas gente que es capaz de integrar.” (Galeano, 2010;322)

La dependencia económica “brasileña” aparece desde sus principios. Pero nuestra

atención aquí está centrada en aquel momento especial que fue la fijación de este

esquema de dependencia, la formación típicamente burguesa de la sociedad, urbanizada,

industrial y con una clase dirigente “capitalista”. En la “Revolución Burguesa” de Brasil

la clase dirigente solidificó la dependencia económica a partir de la articulación entre

sumisión-externa/explotación-interna, poniéndola en una faz moderna y permanente. La

especificidad de la comprensión de la revolución burguesa brasileña se contiene en

comprender “...la transformación capitalista donde el desarrollo desigual interno y la

dominación imperialista externa constituyen realidades intrínsecas permanentes…”

(Fernandes, 2002c; 1770).

El punto nodal o los dos polos componentes de la dominación capitalista

latinoamericana se encuentra en la doble articulación entre imperialismo externo y

desarrollo desigual interno (Fernandes, 2004c:231). Las clases dominantes internas se

benefician de los procesos de acumulación que concentran la riqueza para fuera,

exactamente al hacer su articulación con las necesidades capitalistas hegemónicas

mundialmente, garantizando supremacías en el intrincado juego de competencias

Page 21: Para una historia socialista de la América Latina

21

imperialistas. Como “la historia del subdesarrollo de América Latina integra la historia

del desarrollo del capitalismo mundial” (Galeano, 2010;16), entonces las naciones de

desarrollo subalterno comparten los procesos por los cuales se renueva la civilización

occidental como un todo, pero desde un lugar debilitado, con escasa margen de

maniobra propia e interiorizando de forma precaria o improvisada los designios del

extranjero. (Fernandes, 2004c;293). La periferia absorbe apenas los supuestos esenciales

del capitalismo, lo indispensable para entrar en la división mundial del trabajo y drenar

la plusvalía extraída. “Aquello que la parte dependiente de la periferia “absorbe” y, por

tanto, “repite” con referencia a los “casos clásicos”, son los rasgos estructurales y

dinámicos esenciales que caracterizan la existencia....” de una economía de mercado,

apenas “…garantizando uniformidades fundamentales sin las cuales la parte periférica

no seria capitalista.” Sin embargo, a esas uniformidades fundamentales “se superponen

diferencias fundamentales”. Son estas diferencias lo que se debe trata de explicar, si

queremos captar la differentia specifica del desarrollo capitalista latinoamericano, visto

que “…esa combinación se procesó en condiciones económicas e histórico-sociales

específicas, que excluyen cualquier posibilidad de “repetición de la historia”…”

(Fernandes, 2002c; 1746). Aquí vemos la debilidad de los estudios comparativos para la

historiografía latinoamericana, cuando la búsqueda por similitudes entre los procesos

actuales de América con el pasado europeo, se sobreponen a la evidencia de sus

especificidades.

La doble articulación no crea, apenas, su modelo de transformación capitalista.

“Ella también engendra una forma típica de dominación burguesa, adaptada estructural,

funcional e históricamente, en un mismo tiempo…”, a las condiciones y a los efectos

tanto del desarrollo desigual interno como de la dominación imperialista externa. La

dominación burguesa tiene que ajustarse, en su forma, “a un tipo de transformación

capitalista en que la doble articulación constituye la regla”, constituye los “requisitos de

la acumulación capitalista y de su intensificación” con la desconcentración productiva

que engendra la revolución burguesa, en sus diferentes ritmos a lo largo del siglo XX

(Fernandes, 2002c; 1753-4).

Las “influencias dinámicas externas” determinan preponderantemente a la

estructura interna del desarrollo dependiente (Fernandes, 2004c:229). Como el “espacio

económico estratégico” de las economías periféricas no está en estas mismas

economías, “sino en las economías capitalistas centrales”, podemos conceptualizar la

existencia de un eje externo, que en su forma particular de articularse con el eje interno,

Page 22: Para una historia socialista de la América Latina

22

constituye la formación especifica del capitalismo latinoamericano: materias primas,

capacidad de consumo o de producción, comercio externo, recursos humanos, excedente

económico, “…todo, por fin, es movilizado de adentro para fuera, puesto al servicio de

las necesidades, básicas o no, y del crecimiento de aquellas economías [centrales] y del

mercado capitalista mundial.” (Florestan, 2002c; 1729). “La actual estructura de la

industria en Argentina, Brasil y México – los tres grandes polos de desarrollo en

América Latina – exhibe ya las deformaciones características de un desarrollo reflejo.”

(Galeano, 2010; 271). Si bien el imperialismo debe saber adaptarse para mejor

introducirse en cada contexto nacional, siempre ha preponderado las necesidades del eje

externo como el principal de un engranaje que determina la rotación de sus partes;

representa la dirección de las fuerzas hegemónicas centrales, a ser recontextualizada en

cada caso, determinando, nunca totalmente, al eje interno, a la propia hegemonía

interna, la conducta de las clases dominantes frente a la ocupación de sus fuerzas

productivas, pues las “oportunidades de mercado”, los “modelos de desarrollo”, las

“formas de progreso” y los limites del “orden”, se establecen de acuerdo con el

“mercado mundial”. Determina, por tanto, el qué y el cómo deben producir los países

periféricos, corrientemente a través de muchos “impulsos” transmitidos por varios

mecanismos, como las “inversiones”, los “prestamos”, el apriete financiero, la

manipulación de los precios, etc. El eje interno se adapta a tales exigencias,

determinando dentro de sus escasas posibilidades el cómo y en qué zona instalar la

producción de las nuevas materias primas requeridas, cómo trasladar las masas de mano

de obra, y de qué modo asentarlas así cómo desecharlas posteriormente. Por tanto, la

determinación capitalista impuesta por el eje externo se alianza con la dominación de la

burguesía nativa, sintetizada en la doble articulación: imperialismo/desarrollo-desigual.

El modo específico por el cual los intereses externos “se encadenan con el eje

interno”, transmitidos indirecta y específicamente a través de los dinamismos de las

naciones hegemónicas y sus transnacionales, configura la particularidad de la doble

articulación (Fernandes, 2002c;1773). Los resultados de la doble articulación, en

general dentro de nuestra historia, encontramos en el trabajo forzoso como realidad

profunda componiendo a la esclavitud moderna y a la moderna esclavitud, o sea, el

trabajo del negro esclavo y del indígena por la mita, antes, o del asalariado de la

actualidad; en la desigualdad entre las regiones durante los diversos ciclos extractivistas

que se sobreponen a lo largo de la historia; la destrucción de modos de vida originarios;

en la combinación de diversos modos de producción y formas de pensamiento; y por fin

Page 23: Para una historia socialista de la América Latina

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en los ciclos genocidas que en la desaparición física de generaciones enteras, dejan

presentes las vidas arrebatas sea en el dolor resignado o revoltoso.

Es América Latina, la región de las venas abiertas. Desde el

descubrimiento hasta nuestros días, todo se ha trasmutado siempre en capital europeo o, más tarde, norteamericano, y como tal se ha acumulado y se acumula en los lejanos centros del poder. Todo: la tierra, sus frutos y sus profundidades ricas en minerales, los hombres y su capacidad de trabajo y de consumo, los recursos naturales y los recursos humanos. El modo de producción y la estructura de clases de cada lugar han sido sucesivamente determinados desde afuera, por su incorporación al engranaje universal del capitalismo. A cada cual se le ha asignado una función, siempre en beneficio del desarrollo de la metrópoli extranjera de turno, y se ha hecho infinita las cadenas sucesivas, que tiene mucho más de dos eslabones, y que por cierto también comprende, dentro de América Latina, la opresión de los países pequeños por sus vecinos mayores y, fronteras a dentro de cada país, la explotación que las grandes ciudades y los puertos ejercen sobre sus fuentes internas de víveres y mano de obra. (Galeano, 2010; 16).

Mientras a la América Latina “nos faltaba la comunidad económica”, vemos que

la hegemonía inglesa de otrora y la norteamericana actual componen un mismo camino

en la historia de la dominación capitalista extranjera. “Para que el imperialismo

norteamericano pueda, hoy día, integrar para reinar en América Latina, fue necesario

que ayer el Imperio británico contribuyera a dividirnos con los mismos fines.” Inglaterra

perfeccionó la estructura de la fragmentación para la dominación y los mecanismos de

intervención como las “…intrigas de guante blanco de los diplomáticos, la fuerza de la

extorsión de los banqueros y la capacidad de seducción de los comerciantes”, que los

Estados Unidos llevarán a la última potencia (Galeano, 2010; 334-5). Lo “… cierto es

que todo el fruto de nuestro trabajo o de nuestra pereza parece participar de un sistema

de evolución propio de otro clima o de otro paisaje.” (Holanda, 2002b;945)

La doble articulación determina las posibilidades de las elites nativas: “…el

drenaje para fuera de gran parte del excedente económico nacional, la consecuente

persistencia de formas pre o subcapitalistas de trabajo y la depresión medular del valor

del trabajo asalariado…” producen consecuencias que “sobrecargan e ingurgitan” las

funciones específicamente políticas de la dominación burguesa nacional. La apropiación

dual del excedente económico – a partir de dentro, por la burguesía nacional; y, a partir

de fuera por las naciones capitalistas hegemónicas provoca una “hipertrofia de los

factores sociales y políticos de la dominación burguesa.” (Fernandes, 2002c; 1747)

La característica que determinará la existencia material de la burguesía nativa será

la apropiación dual del excedente. Una parte de la plusvalía expropiada de los

Page 24: Para una historia socialista de la América Latina

24

trabajadores será apropiada por esa burguesía nativa; pero “la parte del león” migra para

las empresas matrices localizadas en los países de desarrollo propio (Fernandes,

2002c:1749). Esa apropiación dual del excedente quita la base material necesaria para

la burguesía nativa realizar las modernizaciones productivas e institucionales necesarias

y típicas de la sociedad burguesa, tanto como imposibilita el despliegue autónomo del

desarrollo capitalista, encubándola cada vez más en la doble articulación con el eje

imperialista externo. El matiz económico o social general, idéntico al político, es el

desarrollo subalterno, que lleva implícito la adaptación a las condiciones coyunturales y,

luego, de lo modelos cambiantes de apropiación de la plusvalía extraída, pues cada tipo

de actividad productiva (por ej., minería o agroindustria) genera volúmenes diferentes

de plusvalía, necesitan inversiones diversas, así como es diferenciado el nivel del flujo

de plusvalía al exterior, pero también generan tipos de proletariado diferentes.

La apropiación dual merma los fundamentos para desarrollar una económica

interna de modo independiente y un Estado efectivamente democrático, pues sin

suficientes condiciones materiales esta burguesía no podrá sostener profundos cambios

o reformas en el Estado o en el sistema político general, porque no puede deshacerse de

los grilletes que la aprisionan en el desarrollo subalterno, inapta a constituir una

sociedad política correspondiente a la sociedad burguesa. Es en este sentido que

podemos decir que en Latinoamérica la revolución burguesa como un todo será una

“…revolución burguesa “frustrada” o “abortada”…” (Fernandes, 2004c;235).

Agravando tal situación, la hegemonía norteamericana aumenta la parte del león

drenada pues además de sacar del botín lo suficiente para mantener alta su tasa de

ganancia media, también se apropiará de otra parte destinada a financiar artificialmente

mejores condiciones laborales en los países centrales, así como también artificialmente

“…financian con creces sus altos costos en Estados Unidos…” al imponer costos de

producción sobrevaluados desde las casas matrices a sus filiales en los países

periféricos. De tal modo que el producto industrializado paga mucho más que su materia

prima, a través de la manipulación de los precios, entorpeciendo la competencia, pero

posibilitando salarios de “aristocracia obrera” en las economías hegemónicas en

cambio de jornales de mera subsistencia para los trabajadores periféricos. El bajo nivel

de los salarios de América Latina sólo se traducen en precios bajos en los mercados

internacionales, para el cual la región ofrece sus materias primas: En los mercados

internos, en cambio, “…donde la industria desnacionalizada vende manufacturas, los

precios son altos, para que resulten altísimas las ganancias de las corporaciones

Page 25: Para una historia socialista de la América Latina

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imperialistas”. Los gobiernos periféricos rompen sus barreras aduaneras para recibir,

“…desde San Pablo, Buenos Aires o México, automóviles fabricados por las mismas

empresas que aún los venden desde Detroit, Wolfsburg o Milán a la mitad del precio.

[…]El intercambio desigual funciona como siempre: los salarios de hambre de América

Latina contribuyen a financiar los altos salarios de Estados Unidos y de Europa.”

(Galeano, 2010; 199y325). Por tanto, el intercambio de más horas de trabajo de los

países pobres por menos de horas de trabajo de los países ricos evidencia una clave de la

explotación, pues la enorme diferencia en los niveles de salarios de unos y otros países

“…no está asociada a diferencias de la misma magnitud en la productividad del

trabajo.” (Galeano, 2010; 309). Esto genera anomalías en el sistema productivo

mundial. “Los Estado Unidos pagan más barato el hierro que reciben de Brasil y

Venezuela que el hierro que extraen de su propio subsuelo.” (Galeano, 2010; 198).

El único mecanismo regulador del capitalismo, la competencia, se ve entorpecido,

y a la apropiación dual bruta se suma otra derivada, artificial, compuesta por los

mecanismos de prestamos, inversiones y las estafas diversas, determinando de ahí una

apropiación dual neta e imponiendo una debilidad estructural a las burguesías

nacionales, que así deberán completar su expropiación de plusvalía en la perpetuación

de modos de acumulación primitiva (por ej. ganadería) y de ciclos extractivos matizados

por relaciones pre o subcapitalistas, reactualizando permanentemente un régimen de

tenencia de la tierra que no sólo agudiza “…el crónico problema de la baja

productividad rural, por desperdicio de la tierra y capital en las grandes haciendas

improductivas y el desperdicio de mano de obra…”, sino que además “…implica un

drenaje caudaloso y creciente de trabajadores desocupados en dirección a las ciudades.”

(Galeano, 2010; 321). Crecen y se refuerzan así los “…puntos de estrangulamiento

estructurales en el seno mismo de la transformación capitalista”, que hace aparecer

como constante desafío la “…integración nacional de una economía capitalista en

diferenciación y crecimiento, bajo las condiciones y efectos inherentes a la doble

articulación…” (Fernandes, 2002c; 1759y1755).

Como la transición de la hegemonía del capital comercial para el industrial viene

desde fuera, el capital monopolista “…se superpone como el supermodelo o el actual”

por sobre todo lo que vino antes, a ser considerado “antiguo” o “arcaico”, frente a la

“modernidad” (Fernandes, 2002c; 1727). Así, la América Latina presenta un desarrollo

industrial inducido, correspondiente con la formación capitalista subalterna que optó la

burguesía nativa. El desarrollo industrial latinoamericano es un desarrollo inducido y

Page 26: Para una historia socialista de la América Latina

26

que necesita “pedir permiso”, que no se pone en marcha sin el aval extranjero, siendo

ésta la principal condición de la soberanía nacional. Así, lo que impide la desintegración

del orden burgués en la periferia es la “internacionalización de las estructuras

económicas, socioculturales y políticas”: el imperialismo es el “talón-de-Aquiles de la

dominación burguesa bajo capitalismo dependiente.” La dominación burguesa se ha

preservado hasta ahora mientras el continente continúe “…existiendo a servicio de las

necesidades ajenas, como fuente y reserva del petróleo y el hierro…”, de

extractivismos, materia-prima, etc. “Nuestro sistema de inquisidores y verdugos”

funciona para el “mercado externo dominante”, proporcionando “caudalosos

manantiales de ganancias que fluyen de los empréstitos y las inversiones extranjeras en

los mercados internos dominados.” El saqueo, el despojo y la sangría de nuestros

pueblos y nuestras tierras, corresponde a la determinación específica de la dominación

burguesa en Latinoamérica. “Nuestra derrota estuvo siempre implícita en la vitoria

ajena; nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza para alimentar la

prosperidad de otros: los imperios y sus caporales nativos.” (Galeano, 2010; 16).

La industrialización brasileña es también el proceso que pone al país como satélite

privilegiado, aceleradamente a partir de 1950, debiendo con eso soportar los sacrificios

de una movilización masiva de recursos, imprimiendo oscilaciones y distorsiones en sus

ritmos de crecimiento. “Creciendo para fuera” lo que se deja visible y llega a todos

“...son los sacrificios acarreados por esa movilización masiva. El gravamen económico

y los costos de tornarse un satélite de gran porte…”. El comercio externo pasa a marcar

las constantes oscilaciones por sobre este “proceso sin fin de drenaje”, ahora no sólo del

excedente económico sino de todas las riquezas y de todas las “fuerzas económicas

vivas, reales o potenciales, materiales o humanas, esenciales o secundarias.” Además,

como también desencadena presiones “…fuertes en el sentido de crecer aceleradamente

con “recursos internos”, se infunden nuevas distorsiones estructurales y dinámicas en el

proceso de acumulación capitalista.” El pasaje tan rápido y repentino de un padrón de

desarrollo a otro produce “efectos similares de una dieta irracional sobre el organismo

humano.” (Fernandes, 2002c; 1729).

Por tanto, la industrialización como desarrollo reflejo supone también un

desarrollo por ciclos, pues se atraviesan diferentes y sobrepuestos ciclos de producción,

de extracción de materias primas, de desconcentración productiva y de acumulación

primitiva de capitales. Estos ciclos son accionados como impulsos desde el eje externo

en diferentes ritmos como una especie de indirect rule, componiendo la permanente – y

Page 27: Para una historia socialista de la América Latina

27

no raro artificial – inestabilidad de las economías en general. La “... expansión

capitalista de la parte dependiente de la periferia estaba sentenciado a ser

permanentemente remodelada por dinamismos de las economías capitalistas centrales y

del mercado capitalista mundial...”, produciendo el efecto como de “oscilaciones

evolutivas”; un desarrollo por surtos, espasmos, irradiados desde el extranjero. Es

característico de la situación de desarrollo subalterno que los extractos sociales

dominantes y sus elites no posean autonomía para “…conducir y completar la

revolución nacional, gravitando históricamente por lo tanto, de un callejón sin salida

para otro.” La eclosión industrial continua “…largamente sometida al viejo modelo de

los ciclos económicos, tan destructivo para el desarrollo orgánico de una economía

capitalista integrada en escala nacional…”, como es “…igualmente abalada y debilitada

por los efectos implacables…” de la doble articulación (Fernandes, 2002c; 1759-61).

El complejo colonial suele modernizarse, pero bajo desarrollo capitalista

subalterno se ha cristalizado en la economía latinoamericana; la industrialización como

proceso inducido no rompe la “realidad profunda” de la colonización: el pacto colonial,

este movimiento extractivista por ciclos productivos y en ritmos oscilantes. Se

moderniza y se profundiza, pero no se lo supera sin superarse al desarrollo subalterno.

“En su conjunto, la colonización formaba ahí la realidad matriz, profunda y duradera; la

descolonización surgía, con frecuencia, como una realidad reciente, oscilante y

superficial…” (Fernandes, 2004a:362). Nuca dejamos de ser una “factoría” de las

economías centrales, “un simple proveedor de productos tropicales” en la división

mundial de la producción (Prado Jr, 2002;1229). Siguiendo las aspiraciones ajenas, las

élites nacionales movilizan sus recursos para adaptar el territorio a los ciclos

productivos coherentes con las necesidades del mercado mundial. En Brasil, primero el

azúcar pernambucano, después y concomitantemente los metales preciosos mineros, en

seguida el café paulista; hoy la minería y la soja. Casi que exclusivamente, esos ciclos

se contienen en la extracción vegetal y mineral para los fines productivos de los

capitalismos auténticos, estructurando de ese modo la economía latinoamericana en la

división del trabajo internacional: proveedora de las materias-primas y espacios de

traslado para las industrias centrales y de mano de obra barata, tanto calificable como

desechable si necesario. Se subraya el intenso desplazamiento de fuerzas productivas y

de mano de obra en el espacio dentro de corto periodo de tiempo para satisfacer las

exigencias de los mercados externos. Enormes contingentes humanos se desplazan entre

Page 28: Para una historia socialista de la América Latina

28

las zonas productivas, al movilizar la fuerza de trabajo barata, generando vastos ciclos

migratorios e inmigratorios sobrepuestos en el espacio y en el tiempo.

El eje externo induce al desarrollo capitalista definiendo tanto los ciclos

productivos como los ritmos de estos, o sea, impone tanto el contenido y la forma de

recepción de los capitales extranjeros como reactualiza constantemente al pacto

colonial, sin olvidar los eternos ciclos de acumulación primitiva, dando la característica

base del desarrollo subalterno. En una industrialización cíclica y con ritmos alternados,

que afecta más notablemente a la superficie que a la esencia económica de la sociedad e

impone un desarrollo desigual, “…los cambios se desparraman por un largo período,

determinando un padrón de industrialización que sufre oscilaciones coyunturales,

intermitencias estructurales y inconsistencias institucionales, o sea, con débil impulso

intrínseco de diferenciación, aceleración constante y universalización del crecimiento

industrial.” En consecuencia “…su impacto histórico tornase más evidente por la

superficie, en términos morfológicos, debido a la concentración de masas humanas, de

riquezas y de tecnologías modernas en un número reducido de metrópolis-clave.” De

hecho, en Brasil solamente San Pablo “capitalizó las transformaciones esenciales”, de

larga duración. (Fernandes, 2002c; 1752)

El abandono de un ciclo productivo significa la decadencia instantánea de toda una zona, por más prospera que antes se presentara, tal como vemos con varios ejemplos muy ilustrativos en la historia colonial respecto a los ciclos extractivistas. La historia del salitre, su auge y su caída, resulta muy ilustrativa de la duración ilusoria de las prosperidades latinoamericanas en el mercado mundial: el siempre efímero soplo de las glorias y el peso siempre perdurable de las catástrofes.” (Galeano, 2010;182).

…Potosí, Zacatecas, Ouro Preto cayeron en picada desde la cumbre de los esplendores de los metales preciosos al profundo agujero de los socavones vacíos, y la ruina fue el destino de la pampa chilena del salitre y de la selva amazónica del caucho; el nordeste azucarero de Brasil, los bosques argentinos del quebracho o ciertos pueblos petroleros del lago de Maracaibo tienen dolorosas razones para creer en la mortalidad de las fortunas que la naturaleza otorga y el imperialismo usurpa. (Galeano, 2010; 17).

El “efecto perdurable” es la profundización constante de la subalternidad pues las

imposiciones externas aniquilan las chances de desarrollo interno, mismo cuando es la

misma soberanía la pauta del ciclo en cuestión. En México y Perú fue la independencia

que arruinó el precario desarrollo alcanzado de su manufactura, sucediendo lo mismo,

en menor proporción, con Brasil, Bolivia y Argentina (Galeano, 2010 228).

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29

Desperdiciando a los medios de producción en el afán de captar lo más

rápidamente las posibilidades de ganancia que aparecen indicadas desde los impulsos

externos; desorganizando el asentamiento poblacional al buscar lo más barato de la

mano de obra existente; resulta imposible un desarrollo sostenido de las actividades

productivas en América Latina. Políticas aduaneras que permiten importar hasta lo que

se produce internamente, además de otras regalías y estafas, componen la historia de

“…sucesivas muertes y despertares de las manufacturas criollas, sin la posibilidad de

un desarrollo sostenido en el tiempo.” (Galeano, 2010 228). Son exiguos los espacios

para desarrollar el capital interno y la burguesía es temerosa. La única planificación que

hay es la necesidad de saber cómo adaptar la situación corriente a las exigencias

externas. Se abandonan regiones enteras. Ricos polos materiales y culturales se ven

transformados en raquíticos poblados o simplemente en ciudades fantasma. Por tanto,

en esta situación, cualquier planificación de la económica a largo o medio plazo resultan

impracticables pues no son factibles con el más obvio del desarrollo subalterno, una vez

que son imprevisibles los ciclos y necesidades puntuales del eje externo. Sin

planificación el desarrollo industrial, que ruega por coherencia y continuidad como

condición de posibilidad, se ve afectado por estas oscilaciones, intermitencias e

inconsistencias, generando diversos ciclos caóticos sobrepuestos de asentamientos

poblacionales y un modo de producción capitalista siempre incipiente, como que a

vísperas de un despliegue ulterior de mayores magnitudes, pero también siempre

frenado por el eje externo de acuerdo con sus conveniencias.

En la débil situación que se encuentran las elites nativas, debido a la apropiación

dual, ellas imponen, como solución para sí, una fuerte “sociabilización por el tope”

(Fernandes, 2004c;237). Apenas aquellos grupos que ya ocupaban “posiciones

estratégicas” antes o durante el “ciclo económico de la industrialización intensiva

tuvieron un aumento real […] de su poder socioeconómico y político.” (Fernandes,

2002c; 1752). Eso implica al resto de la sociedad una situación de fragmentación social

constante debido a la frágil agregación que genera esta situación de monopolio de los

beneficios de cada ciclo de desarrollo. “Las oligarquías portuarias consolidaron, a través

del libre comercio, esta estructura de la fragmentación, que era su fuente de

ganancias…” (Galeano, 2010; 335). Así, la “revolución nacional”, tal como los demás

ciclos del pasado, se establece “segundo semejante circuito cerrado” (Fernandes, 2002c;

1755). De la industrialización propiamente apenas la gran burguesía logrará beneficiarse

en larga escala. La prosperidad económica recae indirectamente sobre la clase media

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30

que, eufórica y extasiada, se deja cooptar a favor del mantenimiento del régimen,

especializándose en la administración de la extracción de plusvalía y componiendo las

capas intelectuales que diseñan las formas de recontextualización de la dominación

imperialista en cada momento y ritmo determinado. La monopolización de las

posibilidades de movilidad social, de los “efectos constructivos de las varias formas y

fases de la modernización”, de las ventajas directas e indirectas ocurridas de las

transformaciones de los padrones de acumulación capitalista (Fernandes, 2002c; 1738),

es encarada como un privilegio de las elites nativas, es decir, “naturalmente” como su

privilegio, si bien es su estrategia de defensa frente a su debilidad estructural, originada

por la apropiación dual pactada.

Pero los efectos sociales prácticos son los más importantes. “En el conjunto, el

proceso está concurriendo para aumentar el drenaje de poblaciones del campo a las

grandes ciudades…” (Fernandes, 2002c; 1735). Crecer aceleradamente con recursos

internos y en ritmos oscilantes con una estructura productiva intermitente, resultará en

1) una fuerte compresión de los salarios; 2) en “técnicas de transferencia de renta” para

amparar “sistemáticamente”, como su privilegio monopólico, a “todos aquellos que

están fuera y arriba de la economía popular” (Fernandes, 2002c; 1729); 3) un desarrollo

inconsistente y desigual, que por ejemplo vemos cuando los microempresarios tienen

una vida más difícil que el alto proletariado (ejecutivos, expertos, managers).

La “economía-mundo se sostuvo sobre la explotación colonial y no es pensable

sin ella” teniendo a lo moderno y lo colonial como fenómenos simultáneos en el tiempo

y espacio. (Castro-Gómez, 2005;73). El capital no crea al mundo sino que encuentra a

un mundo dado, al cual se adapta para hacerle adaptar. No existe “un modelo básico

democrático-burgués de transformación capitalista”, o si no apenas quizás en donde

ocurrieron los casos “clásicos” de Revolución Burguesa (Fernandes, 2002c; 1744). La

interacción de los varios elementos económicos y extra-económicos que él realiza en la

composición de su dominación nos dan un desarrollo capitalista combinado; además

como su estructura interna es intermitente y sufre constantes bloqueos y aceleramientos,

se presentará conjuntamente un desarrollo capitalista desigual.

…la transformación capitalista no se determina, de manera exclusiva, en función de los requisitos intrínsecos del desarrollo capitalista. Al contrario, esos requisitos […] entran en interacción con los varios elementos económicos (naturalmente extra o pre-capitalistas) y extra-económicos de la situación histórico-social, característicos de los casos concretos que se consideren, y sufren así bloqueos, selecciones y adaptaciones que delimita:

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1º) cómo se concretizará, histórico-socialmente, la transformación capitalista; 2º) el padrón concreto de dominación burguesa […] y cómo ella se impregnará de elementos económicos, socioculturales y políticos extrínsecos a la transformación capitalista); 3º) cuáles son las probabilidades que tiene la dominación burguesa de absorber los requisitos centrales de la transformación capitalista… (Fernandes, 2002c; 1744)

El capital “…tendrá de adaptarse para coexistir con una variedad de formas

económicas persistentes, algunas capitalistas, otras extracapitalistas. No podrá

eliminarlas por completo, por la simple razón de que ellas son funcionales para el éxito

del padrón capitalista-monopolista de desarrollo económico en las periferias.” Por tanto,

para crecer en las economías periféricas, el padrón de desarrollo capitalista “…tiene que

satelitizar las formas económicas variablemente “modernas”, “antiguas” y “arcaicas”,

que persistirán al desarrollo anterior de la economía…”, sea competitiva, neocolonial y

colonial. “Su mayor impacto constructivo consiste en cavar un nicho para si proprio, en

aquellas esferas de las económicas periféricas que son más compatibles con la

transición, formando así un exiguo espacio económico…”, pero que burguesía nacional

creía, como veremos, en seguida se iba a irradiarse a toda la económica.

Las formaciones económicas no-capitalistas que persisten pueden operar como

“…fuentes de acumulación originaria de capital. De ella son extraídos, por tanto, parte

del excedente económico que financia a la modernización económica, tecnológica e

institucional requerida […] y otros recursos materiales o humanos, sin los cuales esa

modernización seria inconcebible.” (Fernandes, 2002c; 1727). Las burguesías centrales

supusieron a Brasil como un satélite “privilegiado”, de “gran porte”, pues sus

capacidades son bastante amplias para dislocar capital de los ciclos de acumulación

originaria, pero sobretodo para desplazar y concentrar fuerza de trabajo. Por tanto, la

económica capitalista subalterna es, en general, compuesta por una parte realmente

capitalista y otra no-capitalista o sub-capitalista, como en las formas autóctonas de

producción o las de acumulación originaria, renovando a las relaciones patriarcales,

patrimoniales, mandonistas, personalistas también en el “mercado de trabajo”, en la

económica netamente capitalista. Esto no es un accidente o un fraude contra el

capitalismo periférico sino la forma misma de capitalismo en la periferia. Varios focos

de desarrollo económico pre o subcapitalistas mantienen, indefinidamente, estructuras

socioeconómicas y políticas arcaicas o semiarcaicas operando como impidiendo a la

reforma agraria, a la valorización del trabajo, a la proletarización del trabajador, a la

expansión del mercado interno, etc.” (Fernandes, 2002c; 1759).

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32

En el desarrollo desigual entre países o regiones vemos que hay una disparidad

entre profundidad y extensión de la expansión del mercado, pues las relaciones

capitalistas pueden extenderse por un vasto territorio sin penetrarlo en profundidad o

concentrándose en un foco. Los “…extremos del espectro burgués se encuentran en las

formas subcapitalistas o pre-capitalistas de producción agraria, por un lado y por otro,

en la “empresa multinacional” extranjera o en la “gran corporación estatal.” (Fernandes,

2002c; 1760). El Estado nacional se construye, por tanto, de forma sincrética. “Bajo

ciertos aspectos el recuerda el modelo ideal nuclear como si fuera un Estado

representativo, democrático, pluralista bajo otros aspectos él constituye la expresión

acabada de una oligarquía perfecta, que se objetiva tanto en términos paternalistas-

tradicionales cuanto en términos autoritarios y modernos…” (Fernandes, 2002c; 1798).

Este “mandonismo oligárquico”, a su vez, se reproduce también afuera de la oligarquía

(Fernandes, 2004c:428), combinándose tales matices no-capitalistas con las formas de

asalariamiento, entorpeciendo la competencia interna, etc.

Para fines didácticos, podremos clasificar al desarrollo combinado en sus dos

vertientes, una interna y otra externa al modo de producción capitalista, si bien ambas se

componen como elemento de composición interna de la dominación burguesa del

capitalismo subalterno. Externamente al capitalismo, diferentes modos de producción

interactúan con él, como la producción campesina, la de los pueblos originarios, o de las

poblaciones dispersas que viven de modos de producción y trueque netamente

diferentes del capitalismo. Normalmente esos modos de producción sirven al capital

como reserva de tierra y de mano de obra. Además, las formas de acumulación primitiva

que en América Latina nunca han cesado, perpetuando a la capa latifundista, pueden

servir en un primer momento para alocar recursos a la modernización, pero en un

segundo merman a esta misma modernización, pues como el proceso industrializador es

subalterno, la inversión en la tierra aparece a la burguesía nativa como la más segura,

descapitalizando a la industria nacional, pues parte de su plusvalía, en vez de

reinvertidas en la industria, migran para actividades de tipo latifundista.

Internamente, vemos a las permanentes relaciones patrimonialistas direccionaren

tanto la relación entre capitales, la relación capital-trabajo como también la relaciones

trabajo-trabajo como claramente vemos en los sindicatos arcaicos mandonistas de tipo

burocratizado. Corrupción, mesianismo, autoritarismo, hipocresía, incoherencia y

patrimonialismo, serán ocurrencias necesarias de este tipo de capitalismo. Además,

frente a su debilidad estructural, la necesidad de preservación de su status quo es

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33

fundamental para la burguesía nativa, sin el cual no puede siquiera reproducirse en tanto

elite ni mucho menos en tanto burguesía. Las relaciones capitalistas estarán siempre

combinadas con matices no-capitalistas como condición necesaria del desarrollo

subalterno. La competencia mayor, entre los grandes, está dictada por las necesidades

adaptativas exigidas por el eje externo y presenta una composición de tipo trusts

descentralizados. Como la apropiación es dual, la rapiña por la apropiación de la

plusvalía que se queda deja poca migaja a las burguesías menores. Los criterios de

mercado no logran extenderse al campo o a ciertos tipos de trabajo urbanos (Fernandes,

2002e:1733) y la oligarquía persiste como fuerza social importante en la estabilización

política. El asalariamiento está cubierto por matices patrimonialistas, mandonistas y

clientelares, apareciendo como una acto de “gracia” del empleador por sobre el

empleado. Por ultimo, al desarrollo capitalista se combina las formas extractivistas del

momento, es decir, el desarrollo industrial se imbrica con las renovaciones de los pactos

coloniales. Lo más importante de retener para nosotros de este movimiento es primero

la formación desigual de los tipos de proletariado, negro, indígena o inmigrante, y su

interacción en el tiempo y en el espacio, produciendo manifestaciones de mundo y

formas de resistencia diferenciadas. Segundo, la determinación externa de la producción

genera desigualdades entre el desarrollo capitalista de las diferentes regiones de los

países y de sus regiones entre sí.

Confusamente mezcladas están las regiones que ya cayeron en decadencia con las

que están en ascensión, formando un gran mosaico temporoespacial caótico de

sucesivos desarrollos por saltos, aceleraciones y abandonos, que salta a la vista en los

diferentes desarrollos regionales, “…produciendo efectos similares al de una dieta

irracional sobre el organismo humano” (Fernandes, 2002e:1729). “Un enano de cabeza

enorme y tórax henchido es subdesarrollado en cuanto a que sus débiles piernas o sus

cortos brazos no articulan con el resto de su anatomía; es el producto de un fenómeno

teratológico que ha distorsionado su desarrollo”. El desarrollo dependiente es entonces

un “desarrollo distorsionado” conllevando “…peligrosas especializaciones en materias

primas, que mantienen en la amenaza del hambre a todos nuestros pueblos. Nosotros,

los subdesarrollados, somos también los del monocultivo, los del monoproducto, los del

monomercado. Un producto único cuya incierta venta depende de un mercado único que

impone y fija condiciones”. Por tanto, el desarrollo dependiente, “…como parte del

sistema global capitalista atomiza las sociedades, las fragmenta y las hace muy

vulnerables.” (Guevara, 2004).

Page 34: Para una historia socialista de la América Latina

34

Cada región desigualmente desarrollada debe combinarse, de un modo más o

menos directo, con la estructura de la doble articulación y de la apropiación dual de

plusvalía. Las metrópolis o los puertos monopolizan los privilegios de cada ciclo,

imponiendo una forma de integración interna por la rapiña, luego, fragmentada,

discontinua, caótica y sin desarrollo sostenido. Del movimiento en el cual las regiones

“satélites” drenan la plusvalía de las regiones “subsidiarias” el gran ejemplo

latinoamericano, metafórico para todos esos países, consiste en la oposición entre el

sudeste y el nordeste brasileño.

El ochenta por ciento de la industria brasileña está localizada en el triángulo de sudeste – San Pablo, Río de Janeiro y Belo Horizonte – mientras el nordeste famélico tiene una participación cada vez menor en el producto industrial nacional; dos tercios de la industria argentina está en Buenos Aires y Rosario; Montevideo abarca las tres cuarta partes de la industria uruguaya, y otro tanto ocurre con Santiago y Valparaíso en Chile; Lima y su puerto concentran el sesenta por ciento de la industria peruana. (Galeano, 2010;323)

Tal como vemos respecto a la integración nacional de Brasil, “….la integración

latinoamericana tendrá también a sus nordestes y sus polos de desarrollo.” Consciente

de su situación, la burguesía nativa admitía que la “…asignación eficiente de recursos

requiere un desarrollo desigual de las diferentes partes de un país o región”, como lo

afirmaba el principal vocero de la economía brasilera en tiempos de la dictadura militar

(Galeano, 2010; 331). Se repite como un reflejo inmediato la composición imperialista

externa para dentro de cada país subalterno. San Pablo, “…esta ciudad gigante se

apropia también, por medio de un vasto embudo, de los capitales generados por todo el

país, a través de un intercambio desventajoso, de una política arbitraria de precios, de

escalas privilegiadas de impuestos internos y de la apropiación en masa de cerebros y

mano de obra capacitada.” Por tanto, “…dentro de Brasil el nordeste cumple a su vez

una función satélite de la “metrópoli interna” radicada en la zona sudeste.” (Galeano,

2010; 324). La ocupación poblacional acentuada en los puertos de exportación expresa

claramente la determinación exterior en nuestra ocupación geográfica, visto que esa

satelitización se da apenas porque toda vida latinoamericana está articulada con la

necesidad de extraer de nuestras venas toda riqueza posible. El desarrollo portuario, que

aparece como “modernización”, no hace más que acentuar la dependencia externa y las

desigualdades internas. “Los países latinoamericanos continúan identificándose cada

cual con su propio puerto, negación de sus raíces y de su identidad real…”. Los

transportes interiores sufren enorme desfasaje si comparados con el transporte destinado

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35

a la exportación: “los fletes sangran la económica latinoamericana” (Galeano, 2010;

336).

Los puertos de América Latina, escalas de transito de las riquezas extraídas del suelo y del subsuelo con destino a los lejanos centros del poder, se consolidaron como instrumentos de conquista y dominación contra los países a los que pertenecían, y eran los verteros por donde se dilapidaba la renta nacional. Los puertos y las capitales quería parecerse a Paría o a Londres, y a la retaguardia tenían el desierto. (Galeano, 2010; 232).

Alrededor de los polos que prosperan se deteriora toda la producción: “…todo un

mapa de miseria rodeando un centro de opulencia admirado en el ejercicio de un

dominio interno que uno no puede disimular ni consentir”. El monopolio de los

beneficios se refleja también es esta oposición entre regiones. “La riqueza que genera

no se irradia sobre el país entero ni sobre la sociedad entera, sino que consolida los

desniveles existentes e incluso los profundiza.” (Galeano, 2010; 323-4). En síntesis, fue

así como “…los puertos triunfaron sobre los países y la libertad de comercio arrasó la

industria nacional…” (Galeano, 2010; 270).

Las regiones se desarrollan de modo diversificado, jerarquizándose en estructuras

de poder nacionales y subcontinentales. La región central de cada ciclo en un país será

aquel polo o satélite que en un momento se pone como principal eslabón de conexión

con el eje externo, imperializando a las regiones subsidiarias así como las economías

centrales imperializan a los países periféricos, dando a la rapiña reciproca el tono de

relaciones humanas mundiales. Así se integra y así se desarrolla el capitalismo

imperialista, en sus relaciones-mundo con el desarrollo subalterno interno: “…los

mercados se extienden a medida que los satélites van incorporando nuevos satélites a su

órbita de poder dependiente.” (Galeano, 2010; 332). La prosperidad de los capitalismos

subalternos se sortea en esta capacidad de incorporación de nuevos “nordestes”; luego,

internamente a cada país y región la prosperidad de uno conlleva la explotación de su

vecino. Las desigualdades dentro del país, con un satélite vinculado al eje externo

parasitando a las regiones subsidiarias; la desigualdad regional, con un satélite

privilegiado parasitando a los satélites subsidiarios; por fin, un mínimo de desarrollo

también de estas regiones y países subsidiarios, significa vislumbrar el máximo alcance

del desarrollo subalterno. Brasil invierte capitales en Bolivia, Paraguay, Chile,

imponiéndoles en seguida los mismos acuerdos unilaterales que es obligado a firmar

con los países centrales, o sea, necesita de reproducir las ventajas de los elementos del

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despojo que él mismo es victima. Brasil: “Éste es el país llamado a constituir el eje de la

liberación o de la servidumbre de toda la América Latina.” (Galeano, 2010; 334).

Frente a un tal desarrollo cíclico, de ritmos oscilantes, por surtos, con una

estructura incompleta e intermitente, las migraciones de personas y de medios de

producción son constantes y afectan a casi todas las clases sociales, pero se justifican

siempre por la necesidad de acceso brutal pues barato a enormes contingentes de mano

de obra. Cada ciclo extractivista produce enormes enmarañados productivos y

asentamientos poblaciones que caen en desgracia con el final de ese ciclo específico y la

apertura de otro, arbitrado desde el exterior. “Los hombres y los capitales se desplazan

al vaivén de la suerte del oro o del azúcar, de la plata o del añil, y sólo los puertos y las

capitales, sanguijuelas de las regiones productivas, tenían existencia permanente.”

(Galeano, 2010; 335). La tendencia al éxodo rural para formación de contingentes de

asalariados “…se asocia al movimiento de migraciones del campo para las ciudades y

de clasificación propiamente dicha de los nuevos contingentes en la estructura de las

clases de la sociedad. Pero es a través de ellas que se definen las características

históricas más salientes del “Brasil moderno”.” (Fernandes, 2002c; 1738). Los

desplazamientos poblaciones, principalmente desde los “nordestes” a los “sudestes”,

moldean la composición societaria de los pueblos, que son incorporadas en su

vocabulario, evidenciando – a veces mejor que los teóricos – a estos procesos de

captación de mano de obra barata. “Huaico significa, en quechua, deslizamiento de

tierra, y huaico llaman los peruanos a la avalancha humana descargada desde la sierra

sobre la capital en la costa…”. Se constituyen “…asentamientos que escapan a las

normas modernas de construcción urbana”, un eufemismo para designar “los tugurios

conocidos como favelas en Río de Janeiro, callapampas en Santiago de Chile, jacales

en México, barrios en Caracas y barriadas en Lima, villas miseria en Buenos Aires y

contagriles en Montevideo.” (Galeano, 2010; 322). Todo el modelo civilizatorio está

puesto a la disposición del eje externo “para mantener la revolución nacional en los

estrechos límites” de la forma adaptativa y conciliada, lo que influye y genera una

cultura propia no siempre consciente de los procesos totales. “La gente empieza a hablar

de las compañías como quien evoca una fábula dorada. Se vive de un pasado mítico y

funambulesco de fortunas derrochadas en un golpe de dados y borracheras de siete

días.” (Galeano, 2010; 220). Los ciclos en boga penetran incluso en la apariencia y en el

pensamiento de sus protagonistas verdaderos, los trabajadores, como en el caso de los

campamentos petroleros del lago Maracaibo, aquel “bosque de torres” en el cual la

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opulencia y la miseria conviven lado a lado: “…allí el petróleo tiñe de negro las calles y

las ropas, los alimentos y las paredes, y hasta las profesionales del amor llevan apodos

petroleros, tales como “La Tubería” o “La Cuatro Válvula, “La Cabria” o “La

Remolcadora”. Los precios de las vestimentas son aquí más caros que en Caracas.”

(Galeano, 2010; 217). Ya en la urbe satélite “…prospera una atolondrada clase media

con altos sueldos, que se atiborra de objetos inservibles, vive aturdida por la publicidad

y profesa la imbecilidad y el mal gusto en forma estridente.” (Galeano, 2010; 221).

Bajo desarrollo desigual las relaciones de clase parecen retornar a un “pasado

remoto”, como si las clases antagónicas representasen realmente mundos o naciones

distintas, en una socialización por el tope cerrada y hostil, imponiendo una “implacable

guerra civil latente.” (Fernandes, 2002c; 1757). La fijación de un Estado autocrático por

el gobierno totalitario, como veremos, reproducen también la coexistencia de estas “dos

naciones”, una que logra incorporarse al orden civil hegemónico, y la gran mayoría, la

“nación real”. La adaptación de la dominación burguesa a las condiciones históricas

emergentes, impuestas por la industrialización intensiva, por la metropolización de los

grandes centros humanos y por la eclosión del capitalismo monopolista, se ha procesado

mediante la “multiplicación y la exacerbación de conflictos y antagonismos sociales,

que enfranquecían crónicamente y así ponían en riesgo el poder burgués.” (Fernandes,

2002c; 1788y1771). La debilidad material de la burguesía nacional es, por tanto, una

característica congénita del desarrollo subalterno. Su debilidad psicológica un resultado

conscientemente conciliado con las necesidades externas de adaptación interna.

Page 38: Para una historia socialista de la América Latina

38

3) La burguesía nativa: formación combinada y claudicación negociada.

Es importante conocer en cada país, los orígenes de su burguesía nativa, para

comprender la especificidad de su dominación capitalista en el desarrollo subalterno. Si

aludimos al origen latifundista de la burguesía peruana resta especificar qué tipo de

latifundistas eran, como en el caso argentino en el cual gran parte de su burguesía

proviene de los extractos ganaderos, la elite más conservadora (Galeano, 2010; 277-8).

La burguesía brasilera se compone con la “revolución” industrial brasilera de 1950

(Fernandes, 2004b;288), pero proviene germinalmente de los cafeticultores paulistas

que se modernizan estableciendo residencia permanente en las ciudades, y de los

inmigrantes comerciantes que logran prosperar menos por su capacidad mercantil que

por todo tipo de artimañas. Las elites nativas se componen en tanto clase burguesa, solo

a partir de la fragmentación del orden aristocrático a principios del XX, por la

revolución nacional idéntica a la industrialización como el tipo de “modernidad”

brasileña, es decir, como sistema productivo subalterno, la capitulación de su elite

nativa y la formación de un Estado autocrático como ejes de la conformación de un

orden burgués-oligárquico (Fernandes, 2002c;1733).

Los impulsos sentidos del eje externo imponen el surto modernizador a las elites

locales, exigiendo el desabrochar de las elites arcaicas, que insistían en arrastrar el

orden aristocrático. “En la ausencia de una burguesía urbana independiente”, en “ la

improvisación casi forzada de una especie de burguesía urbana”, los “candidatos” a la

nueva clase burguesa “se reclutan, por fuerza, entre individuos de la misma masa de

antiguos señores rurales.” (Holanda, 2002b;996). Pero no es cierto que estas burguesías

nativas son agrarias, pues si bien salen en gran parte del extracto latifundista se

componen exactamente por aquellos terratenientes que se “modernizan”, abandonan la

vida rural y se instalan en las ciudades multiplicando sus influencias y negocios.

En Brasil, cuando del último cuartel del siglo XIX, la antigua aristocracia

“tradicional” pasa a irradiarse a los sectores “modernos” de la economía urbana y

penetrar en “todas las elites burguesas o pequeño-burguesas (tanto económicas y

profesionales, cuanto militares, judiciarias, policiales, religiosas, culturales,

educacionales, etc.)” (Fernandes, 2002c; 1731). La influencia tradicional en la política

moderna se fijará como realidad profunda y conlleva un aspecto militar, encontrado en

el tenentismo de la era varguista de 1930 o en elementos de la dictadura militar de 1964.

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Por tanto, destacamos el origen también “combinado” de la burguesía nativa, que

si bien se moderniza nunca eliminará el estorbo terrateniente, las amarras del latifundio

y la mentalidad subalterna. El propio ethos burgués brasilero fue incorporado desde el

“cosmos patrimonialista en que fuera insertado.” (Fernandes, 2002c; 1764). La

formación psicológica combinada de la burguesía nativa cobrará su precio frente a la

apremiante necesidad de industrialización sentida desde fuera. “Los recientes orígenes

patrimonialistas de la burguesía brasilera, con su agresivo particularismo y su arrogante

mandonismo conservador, impedían una comprensión más amplia o flexible del

problema [nacional]…” (Fernandes, 2002c; 1776). La burguesía nacional

latinoamericana es una burguesía de “mercaderes sin sentido creador, de inapelable

vocación rentista”, está “atada por el cordón umbilical al poder de la tierra” y es incapaz

de percibir las bases del desarrollo tecnológico (Galeano, 2010; 287). Está privada

“…de los principales factores externos de difusión y conformación de la mentalidad

burguesa, o como seria mejor decir: del horizonte cultural burgués.” (Fernandes,

2002c; 1765). En el desarrollo combinado de la burguesía nativa son los personalismos

los elementos centrales de la definición del consenso de clase. Monopolizando a una

“fluida red de canales”, la burguesía nativa “…brinda siempre la posibilidad de

multiplicar y entrelazar sus intereses a través de la amistad, la asociación en los

negocios, el matrimonio, el compadrazgo, el otorgamiento de favores mutuos, la

pertenencia a ciertos clubes o agrupaciones, las frecuentes reuniones sociales y, desde

luego, la afinidad en sus posiciones políticas.” (Galeano apud Monteverde, 2010; 278).

El mantenimiento del status quo aparece como elemento clave en la composición

de la clase burguesa debido a la debilidad causada por la expropiación dual. El “fulcro

del poder real interno de la burguesía” en el capitalismo dependiente “pasa por este

status” al representar el elemento que legitima a las elites nacionales como agentes

mediadores exclusivos del eje externo. Sin status de elite ellas no tendrían “soporte y

funciones políticas” para “existir y sobrevivir como comunidad económica”: por sobre

el “flujo de capitales, de tecnologías y de empresas” y por sobre la aceleración del

desarrollo capitalista las elites se veían “en la contingencia de resguardar ese status”,

pues si él “…fuera afectado, no habría base material para cualquier proceso de

autodefensa y de auto-afirmación de la burguesía nativa como parte del sistema mundial

de poder”. Perdiendo la condición de elite en tanto portadora de status la burguesía

nacional “…se revertería a la condición de burguesía-tapón, típica de las económicas

coloniales y neocoloniales…” (Fernandes, 2002c; 1777).

Page 40: Para una historia socialista de la América Latina

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El status da identidad a las clases dominantes pues, desprovistas de la coherente

racionalidad burguesa, un “movimiento unificador de la burguesía” sólo podría reposar

en “…aquello que ella poseían en común, o sea, su status como y en cuanto clases

poseedoras.” (Fernandes, 2002c;1784). Pero mantener esta forma de identidad exigen

comportamientos aún mas incoherentes con los supuestos capitalistas de acumulación,

despertando una “economía del despilfarro” debido a este “fetichismo de la mercancía

como símbolo de poder”, lo que sella su suerte: “Se puede morir de indigestión tanto

como de hambre.” (Galeano, 2010; 343). El mantenimiento del necesario status

profundiza la debilidad resultante de la apropiación dual del excedente, dejando la

burguesía sin un “excedente de poder”, pues no posee la base material necesaria, para

realizar una transformación autónoma o mismo para imprimir un sistema parlamentar

democrático, aún dentro del orden burgués. La burguesía nativa se ve en la crónica

carencia de excedente de poder: “...carecían de un excedente de poder [...] que no les

diese apenas “autonomía de clase para dentro” sino también “autonomía de clase para

fuera”; que sirviera de sustrato para una ruptura con el imperialismo y una consecuente

inversión autonomizadora del desarrollo capitalista (Fernandes, 2002c; 1787y1801).

Enredada en este ciclo vicioso de la dependencia, la matriz económica de la

burguesía nativa será la constante adaptación a las condiciones coyunturales de acuerdo

con los ciclos y ritmos determinados por el eje externo. La apropiación dual merma los

fundamentos materiales para desarrollar una economía interna de modo independiente,

a partir de las vocaciones y potencialidades de inversión propias a las burguesías

nativas, que así tampoco podrá sostener profundos cambios o reformas en el sistema

político general, no podrá deshacerse de los grilletes de los terratenientes que les

completa la forma de dominación subalterna. Aprisionada en el desarrollo subalterno e

inapta a constituir una sociedad política correspondiente a la sociedad burguesa, su

debilidad material le da poca condición de extender los criterios de mercado a toda la

sociedad, tal como una emancipación política, un Estado laico de Derecho elegido por

Sufragio Universal, constantemente fraguada o frustrada por la propia burguesía como

necesidad intrínseca de defensa frente a las condiciones de dependencia. Atados “…de

pies y manos a los centros extranjeros de poder por las múltiples sogas de la

dependencia […] La burguesía industrial integra la constelación de una clase dominante

que está, a su vez, dominada desde afuera.” Así son “nuestras clases dominantes –

dominantes hacia adentro, dominadas hacia afuera” (Galeano, 2010; 277y17).

Page 41: Para una historia socialista de la América Latina

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Pero la burguesía nativa se puso en este callejón sin salida por cobardía propia.

Teme mucho más “…la presión de las masas populares que a la opresión del

imperialismo, en cuyo seno se está desarrollando sin la independencia ni la imaginación

creadora que se le atribuyen…” (Galeano, 2010; 278). El capitalista local prefirió

convertirse “…en socio menor o en funcionario de los vencedores.” Sueña apenas en

conquistar la “más codiciada de las suertes”: cobrar el rescate de sus bienes en

acciones de la casa matriz extranjera y terminar sus días “viviendo gordamente una

vida rentista” (Galeano, 2010; 288). Una vez incorporadas “…a la constelación del

poder imperialista, nuestras clases dominantes no tienen el menor interés en averiguar si

el patronismo podría resultar más rentable que la traición o si la mendicidad es la única

forma posible de la política internacional. Se hipoteca la soberanía porque “no hay otro

camino”.” (Galeano, 2010; 18). Así, el “orden” y su mantenimiento se mitifican como la

única opción posible y los designios desde Washington a priori como la mejor decisión

a ser tomada: “….es el orden, en efecto, de la cotidiana humillación de las mayorías,

pero orden al fin: la tranquilidad de que la injusticia sigue siendo injusta y el hambre

hambrienta.” (Galeano, 2010; 22). La claudicación de la burguesía nacional como

formación de una clase burguesa vendepatria fue una definición consciente, negociada

y, por fin, conciliada. “La burguesía se ha asociado a la invasión extranjera sin

derramar lagrimas ni sangre…” (Galeano, 2010; 271). “El sistema es muy racional

desde el punto de vista de sus dueños extranjeros y de nuestra burguesía de

comisionistas, que han vendido el alma al Diablo por un precio que hubiera

avergonzado a Fausto.” (Galeano, 2010; 17).

Nuestras burguesías no fueron capaces de un desarrollo económico independiente y sus tentativas de creación de una industria nacional tuvieron vuelo de gallina, vuelo coroto y bajito. A lo largo de nuestro proceso histórico, los dueños del poder han dado sobradas pruebas de su falta de imaginación política y de su esterilidad cultural. En cambio, han sabido montar una gigantesca máquina del miedo y han hecho aportes propios a la técnica del exterminio de personas y las ideas. (Galeano, 2010; 360). El siglo XX no engendró una burguesía fuerte y creadora que fuera capaz de reemprender la tarea y llevarla a sus últimas consecuencias. Todas las tentativas quedaron a mitad del camino. […] Nuestros burgueses son, hoy día, comisionistas o funcionarios de las corporaciones extranjeras todopoderosas […] nunca habían hecho meritos para merecer otro destino (Galeano, 2010; 270).

Dentro de tal paradigma, el despojo nativo aparece como “derecho natural de los

países ricos.” (Galeano, 2010; 193). El paradojo de la burguesía que se dice “nacional”

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y de milicos que toman al poder exaltando nacionalismo no podría ser otro: hicieron

cuestión de coordinar la sangría del trabajo nuestro y de asesinar cualquier vestigio de

soberanía nacional. “Son los centinelas quienes abren las puertas: la esterilidad culpable

de la burguesía nacional.” (Galeano, 2010; 271). Durante algunos de los gobiernos del

radicalismo-burgués, que aparecen como “populistas”, la burguesía industrial y los

militares se llenaron de terror frente a la mínima posibilidad de romperse el indirect

rule, las amarras automáticas con el eje externo. Cuando Perón desató el “pánico en la

Unión Industrial” los dueños de fábrica confirmaran rápidamente que no son

fundamentales “sus contradicciones con la oligarquía, de la que, mal o bien, formaban

parte.” (Galeano, 2010; 273). Esta es la burguesía que entregará nuestros recursos en

nombre de la falta de recursos, opinando que “…faltan capitales en países donde los

capitales sobran pero se desperdician.” (Galeano, 2010;21).

La característica más importante de la burguesía nativa es su capacidad de

adaptación acomodativa a los designios parasitarios del eje externo. En tanto clase, la

burguesía se preserva al máximo adaptándose a las transformaciones cíclicas de

acumulación capitalista mundial hasta acomodarse en una situación en la cual la clase

tenga condiciones de conservarse al máximo en tanto elite, resguardando su status. Su

función esencial es hacer el eslabón entre eje externo e interno, el imperialismo y el

desarrollo desigual; proteger y renovar la dominación burguesa en su doble articulación.

De un lado, sólo es esencial para ellas la defensa y la promoción de intereses comunes de la burguesía nacional e internacional (relativos a la intocabilidad de la propiedad privada, de la iniciativa y del control burgués del poder político estatal); y el filtraje de intereses divergentes se hace en base de las concesiones mutuas y de ajustamientos recíprocos, que asienten o reducen drásticamente el impacto revolucionario de los desplazamientos de intereses burgueses dominantes... (Fernandes, 2002c; 1758).

El desarrollo capitalista subalterno es así un desarrollo por asociación, pero que

pesa más de un lado que del otro, cuando los intereses no son harmónicos. Los tratados

comerciales evidencian esta indirect rule aplicada. Lo que “entra en juego” en el

desarrollo del capitalismo subalterno frente a este tipo de burguesía, no son lógicamente

las “compulsiones igualitarias” o cualquier reformismo social. “Sino el alcance dentro

del cual ciertos intereses específicamente de clase pueden ser universalizados,

impuestos por mediación del Estado a toda la comunidad nacional y tratados como si

fueran “los intereses de la nación como un todo”.” (Fernandes, 2002c; 1755). El Estado

nacional pasa a jugar ahí un papel clave en la formación de un consenso burgués

Page 43: Para una historia socialista de la América Latina

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dirigido a la adaptación que acomode a toda la burguesía nativa resguardando su status.

Por eso comprende a la esfera política de modo muy duro y sistemático, terminando por

realizar un modelo autocrático disfrazado de democracia como expresión política del

monolitismo de las elites (Fernandes, 2002c;1741).

Lo que la burguesía crea en tanto burguesía es todo un aparato político-social que

le posibilita la adaptación, explotando sus regiones subsidiarias, monopolizando los

beneficios de los ciclos productivos y consolidando un Estado nacional autocrático para

dirigir todo el esquema. Pero nada inventaron. Sus ancestros demostraron impresionante

capacidad de adaptación cuando fueron capaces de pasar por todas las transformaciones

de la desagregación del régimen esclavista y del orden señorial rumbo a un régimen de

clases sin cualquier ruptura de los lazos de dependencia económica y cultural, sino que

apenas transformando y redefiniendo tales lazos de dependencia con relación al exterior

(Fernandes, 2004b:286). En tanto burguesía subalterna la nuestra sabe actuar con

primor: puede reacomodar una misma lógica de hegemonía bajo bloques históricos

contextualmente diferentes. Así, el anacronismo no es una perturbación teórica sino que

una realidad práctica entre nosotros.

Como función de recontextualizar internamente a las exigencias imperialistas,

introduce elementos nuevos en la formación de tales procesos adaptativos, tendiendo a

su vez “…a introducir mayores desequilibrios económicos en la base de los

antagonismos de clases y controles políticos más rígidos sobre sus efectos. […] Aunque

la única parte visible del conflicto de clase aparezca en el comportamiento

autodefensivo de las clases dominantes y en el modo agresivo de su dominación…”

(Fernandes, 2002c; 1734). La instauración de un “Estado brutal” es completamente

coherente con las funciones de una burguesía que debe apenas recontextualizar los

designios externos y gestionar los múltiples conflictos sociales impidiendo que estallen

todos de una sola vez, conteniendo el estadillo social al costo de su propia

sobrevivencia, pues si pierden esta capacidad pierden también su función tal como el

apoyo de la burguesía central. Por eso cualquier contexto de transformaciones más

bruscas o aceleradas aparece para la burguesía como un riesgo a todo el orden burgués,

por más que sea un riesgo apenas para su conservación como elite burguesa.

De este modo vemos que la “crisis” del poder burgués en la periferia será

normalmente apenas una dificultad o una “crisis de adaptación de la dominación

burguesa a las condiciones económicas que se crearon […] gracias al desarrollo

capitalista inducido de fuera y ampliamente regulado o acelerado a partir de afuera.”

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(Fernandes, 2002c:1750). La burguesía nativa es victima de un cierto pánico auto-

impuesto por acompañar el desarrollo externo, lo que se mezcla con su prejuicio étnico

travestido de superioridad “racial”, generando una visión terrorífica de todo tipo de

organización de los oprimidos, automatizando así impulsos represivos sumamente

exagerados e indiferentes a la vida ajena, y “creando”, eso sí, diversos ciclos genocidas.

El desarrollo subalterno del capitalismo, como es obvio, no comporta una

burguesía “heroica” y “conquistadora” (Fernandes, 2002c; 1765). Adaptando sus “líneas

de modernización” apenas desde las evoluciones del capitalismo central, el burgués

nativo no traza para sí cualquier “…epopeya como fuente de la realización del hombre o

de la libertad en la historia. Fronteras de esta naturaleza les son extrínsecas y

prohibidas...” (Fernandes, 2002c; 1765). Mientras las burguesías centrales se

ascendieron históricamente por medio de revoluciones, las naciones latinoamericanas

que procuran la irrupción del poder burgués “no son escenarios de revoluciones, sino de

contra-revoluciones.” (Fernandes, 2002c; 1728). La “revolución nacional”, la

industrialización inducida que llevó adelante la burguesía para las otras clases sociales,

“encarna actualmente la propia contra-revolución.” Entre la “ruina final” o el

“enrigidecimiento”, para estas burguesías no les queda mucha opción “propiamente

política” (Fernandes, 2002c; 1750). La dictadura militar no es por tanto una

consecuencia sorpresiva del desarrollo subalterno, sino una opción siempre plausible en

caso de amenaza del “orden”, es decir, caso pericliten sus bases de apoyo para realizar

la adaptación del desarrollo desigual interno con la dominación imperialista. La

burguesía nativa brasileña se formó como clase burguesa desde la opción por el

totalitarismo. “Desprovistas de cualquier romanticismo político, “revolucionario” o

“conservador”, se afirman inmediatamente en términos de las conexiones directas,

identificando la revolución nacional con sus objetivos particularistas.” (Fernandes,

2002c; 1755). Pueden encarnar los ideales burgueses centrales, pero apenas

artificialmente. Sus “…exterioridades “patrióticas” y “democráticas” ocultan el más

completo particularismo y una autocracia sin límites…”, como una especie de “folclore

político”, luego, sin contenido real. (Fernandes, 2004a;239).

La ausencia de sentido patrio es otra característica de esas burguesías nativas

(Mariátegui, 2006a;115). Es una situación bastante paradojal, pues si por un lado ellas

no poseen ningún “orgullo de raza” (Holanda, 2002b:964), por otro poseen una visión

racista de la sociedad. Adoptando a la visión de la burguesía central, la nativa también

ve a los pueblos latinoamericanos como racialmente inferiores. La concepción de

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mundo de la burguesía nativa no divide la sociedad en clases sociales sino que la divide

en términos de raza y de casta, lo que está de acuerdo con su composición combinada.

Para ella la sociedad en América Latina posee razas diferentes, una superior de la cual

hacen parte los “blancos” y otra inferior que es el resto. La raza superior a su vez se

divide en castas, componiendo a la casta inferior aquellos que son tutelados al entrar en

la orbita de las burguesía nativa que monopolizan a los beneficios económicos de la

modernización. En este sentido la emancipación política de los pueblos

latinoamericanos es un “regalo” de sus aspiraciones democráticas derivadas de su

“humanismo esclarecido”, luego algo revocable. Por otro lado, sin conexión patriótica

con su nación de nacimiento, el burgués nativo logra encarnar con cierta perfección a la

clase burguesa en su sentido cosmopolita, como un “ciudadano del mundo”.

Frente a la exigencia de la industrialización las clases dominantes generaron

consenso dentro del desarrollo subalterno a partir de una “aglutinación mecánica”

alrededor del mantenimiento generalizado de su status y en seguida por la

universalización de las necesidades particularistas de su adaptación. Este modelo de

generación de consenso entre las elites se fijó en la sociedad con la constitución del

Estado autocrático. Si bien en aquel entonces logró garantizar la dominación burguesa

“…esa aglutinación mecánica de la solidaridad de clase burguesa actúa como una fuente

de inhibición cuanto a las posibilidades de diferenciación, intensificación y

autonomización progresiva del desarrollo capitalista interno.” La “adhesión de todo el

bloque” al eje externo es una “…principia media de los intereses y valores burgueses

naciones y extranjeros.” En consecuencia todas tentativas reformistas realmente

democráticas “…son sofocadas a partir de las compulsiones que emanan de la propia

dominación burguesa y de la forma de solidaridad de clase en que ella reposa.” Por

tanto existen “ciertos imperativos universales” de ese padrón de dominación burguesa

que “…compelen las clases burguesas a omitirse, o mismo, a anularse frente de ciertas

tareas prácticas específicamente burguesas…”, como lo es la constitución de la

emancipación política. (Fernandes, 2002c; 1758-9). Las reivindicaciones que las clases

dominantes “pudieron impedir y unificar” se dieron “congregándose en torno de

intereses” que eran “articulables” con el eje externo, logrando “silenciar o excluir las

otras clases de la lucha por el poder estatal” al trasplantar para el Estado “sus propios

fines colectivos particularistas”. La “naturaleza autoritaria del presidencialismo y la

fuerte lealtad de los militares a la dominación burguesa” terminó por ejercer una

“domesticación particularista del Estado” a través de la “militarización de sus

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estructuras y de las funciones del Estado nacional” que “simplificó y fortaleció todo el

proceso” (Fernandes, 2002c; 1776). Esta es la realidad perdurable de la dictadura

militar, pues aquel Estado totalitario terminó por imponer la fijación de un Estado

autocrático. “Un poder que se impone sin disimulación de arriba para bajo, recurriendo

a cualesquiera medios para prevalecer, erigiéndose a si mismo en fuente de su propia

legitimidad y convirtiéndose, por fin, el Estado nacional y democrático en instrumento

puro y simple de una dictadura de clase preventiva.” (Fernandes, 2002c; 1751).

El Estado asume en el esquema subalterno un papel crucial de eslabón entre la

unidad interna de clase por aglutinación y el cumplimiento eficiente de las demandas

del eje externo, realizando así el “anillo autoperpetuador” moderno; la unidad entre

transnacionales, organismos financieros internacionales y gobiernos centrales, con el

gobierno del país periférico y su economía interna. Este anillo no contiene al pueblo,

siendo idéntico a la frustración de la emancipación política en tanto característica

permanente de la política periférica. El Estado se convierte en un bastión de defensa y

de ataque, sea contra la presión del extranjero, pues el socio mayor externo aparece

como un “peligroso compañero de ruta”, o contra la presión de abajo convirtiéndose en

una “terrible arma de opresión y represión” (Fernandes, 2004a;233).

Más que garantizar la inversión en grandes obras de infraestructura con largo

periodo de rotación de capital, el Estado nacional apareció en la revolución burguesa de

Brasil como la base sobre la cual se erigió el consenso burgués nativo sobre los rumbos

de la transición industrial. Aquello que la burguesía nativa “…no puede hacer en la

esfera privada intenta conseguir utilizando, como su base de acción estratificada, la

maquinaria, los recursos y el poder del Estado.” (Fernandes, 2002c; 1760). La

composición de la clase burguesa en tanto conjunto que da una dirección general al

desarrollo capitalista se logró transfiriendo el “espíritu de empresa” al Estado como

característica propia suya. Si bien eso fue “el impulso decisivo”, terminó por generar

una fuerza superior a las expectativas. “El Estado ocupó el lugar de una clase social

cuya aparición la historia reclamaba sin mucho éxito…” (Galeano, 2010; 273).

El Estado se ve así saturado en sus funciones, como resultado de la carencia de

excedente de poder de la burguesía nativa debido a la apropiación dual. Esta impotencia

“…ha colocado el Estado en el centro de la evolución reciente del capitalismo en Brasil,

y explica la constante atracción de aquel sector por la asociación con los militares…”. A

través del Estado nacional las clases burguesas “se aliviaban entre sí” logrando hasta

mismo convertir la “mencionada impotencia en su reverso, en una fuerza relativamente

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incontrolable…”. Por tanto, “…el Estado nacional no es una pieza contingente o

secundaria de ese padrón de dominación burguesa. Él está en el cierne de su existencia y

sólo él, de hecho, puede abrir a las clases burguesas el áspero camino de una revolución

nacional…” (Fernandes, 2002c; 1760). Postergando (o anulando) los objetivos

democráticos estatales, esta “clase social” que se convierte el Estado para dar rumbo a

la transición industrial será compuesta internamente por militares y tecnócratas.

El efecto práctico se contiene en, 1º) “…impedir que las divergencias en el seno

de las clases burguesas (variada y profundas a punto de exigir un mecanismo de unidad

de clase y de solidaridad de clase como el apuntado arriba)…”, pero también, y no

menos importante, 2º) lograr que la “presión de abajo para arriba (tan fuertes, a pesar de

la aparente “apatía” del proletariado…” fuera neutralizada, para la cual se exigió la

“sofocación de los medios de auto-afirmación” de las clases trabajadores, pues juzgan

las elites que eso destruiría las “precarias bases del equilibrio” del “orden”. “Aun aquí el

poder estatal surge como la estructuración principal y el verdadero dínamo del poder

burgués.” La burguesía nacional entabla entre si una solidaridad de rapiña a través de

sus cínicos acuerdos de caballeros, entorpeciendo a los mecanismos de concurrencia

(Fernandes, 2002c:1733). La determinación autocrática de la dominación burguesa se

contiene en la imposibilidad de tal dominación “…sostenerse, imponerse coactivamente

y suplantar los conflictos de clase apoyándose exclusivamente […] en las funciones

convencionales del Estado democrático-burgués.”(Fernandes, 2002c; 1760). El

resultado es el “vaciamiento” del orden competitivo frente a la rigidez o inercia de las

burguesías nativas, a su vez amparadas por la maquina estatal (Fernandes, 2004a;237).

Es la frustración permanente de los preceptos básicos de la emancipación política. Este

desarrollo subalterno define entonces, como necesaridad suya, no sólo la “depresión de

los requisitos políticos” sino que “exacerba, aún más, la importancia del elemento

político para el desarrollo capitalista dependiente.” Reforzada por la necesidad de las

naciones centrales de socios cada vez mas “sólidos”, de un “desarrollo con seguridad”,

lo que “…sugiere la Revolución Burguesa en la periferia es, por excelencia, un

fenómeno esencialmente político, de creación…” política de una dominación burguesa.

Su dependencia de tal elemento específicamente político se perpetúa como estabilizador

y director de la transición. El capitalismo dependiente “…es un capitalismo salvaje y

difícil, cuya viabilidad se decide, con frecuencia, por medios políticos y en el terreno

político.” (Fernandes, 2002c; 1748-9).

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La “solidaridad de clase” burguesa, fácilmente, se “expresa en la defensa pura y

simple del status quo (girando, con frecuencia, en torno de la “defensa” de la propiedad

privada y de la iniciativa privada)…”, siendo también “…suficiente para orientar los

preparativos y las composiciones de los sectores oligárquicos “tradiciones” o

“modernos” con los demás sectores…”. Esta “forma especial de solidaridad de clase”

que “articula mecánicamente” los “intereses capitalistas “nacionales” y “extranjeros”

convergentes y divergentes, mas o menos conservadores y más o menos liberales…”,

significa la imposición de los fines “particularistas” como fines “políticos” a través y

como finalidad misma del Estado, poniendo aquella clase dominante realmente

nacionalista en el ostracismo. Tal “estilo de dominación” burguesa claramente

“…refleja mucho más la situación común de las clases poseedoras y privilegiadas, que

la presumible ansia de democratización, de modernización o de nacionalismo…”. Por

eso reproduce antes el “espíritu mandonista oligárquico” que otras dimensiones de la

dominación burguesa, exactamente por que este espíritu mandonista es preponderante

“en la recomposición económica, social y política del poder burgués” (Fernandes,

2002c; 1751y1731).

Como el Estado es puesto “a servicio de fines particularistas de la iniciativa

privada” el monopolio de los beneficios es reforzado. Es decir, “…solamente las clases

altas y medias llegan a participar efectivamente de las ventajas proporcionadas por el

desarrollo capitalista. […] Esa participación es, en si mismo un privilegio...” que se

confunde con el Estado y el acceso a las funciones “públicas”, constituida, una vez

monopolizada, como el “vehículo por excelencia del poder burgués.” Los privilegios, y

no los “elementos dinámicos” del “espíritu capitalista”, que cimentan “esa especie de

solidaridad de rapiña”, dando la unidad necesaria a la clase burguesa para completar su

modernización2. La “participación” en la sociedad civil, los servicios y la riqueza

producida, aparece como “privilegio” de ciertas capas sociales. Por tanto, las “funciones

clasificatorias del mercado y las funciones estractificadoras del sistema de producción”

capitalista son limitadas, como consecuencia necesaria de esta formación de la

dominación burguesa subalterna, “…al punto del grueso de la población permanecer

excluida del funcionamiento normal del régimen de clases.” (Fernandes, 2002c; 1722).

2 Aquí cobra importancia la percepción de la “feudalidad” en la dominación burguesa. El status es el elemento común de las clases dominantes y no su “espíritu” capitalista. Para superar ese estado de cosas, sin romper con el orden burgués, hay que superar estos elementos persistentes de la “feudalidad”, entendidos no como vestigios esporádicos sino permanencia necesaria de este modelo de dominación subalterno.

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49

El monolitismo burgués garantizado por el Estado autocrático es idéntico a la

inexistencia de mecanismos de “control social efectivo” o de participación política real

de la población. La “…ausencia de ese control societario eficiente confiere una libertad

casi total a la “gran empresa” […] y a la devastadora penetración imperialista…”

(Fernandes, 2002c; 1759). Se confirma un “…capitalismo en que las relaciones de clase

retornan a un pasado remoto, como si los mundos de las clases socialmente antagónicas

fueran los mundos de “Naciones” distintas, recíprocamente cerrados y hostiles…”

(Fernandes, 2002c; 1757). La adopción de este modo de desarrollo subalterno se asocia,

en su eclosión, “a viejas iniquidades económicas y genera, a su vez, iniquidades

económicas nuevas […] se asocia a prácticas económicas tan inicuas, antidemocráticas

y deshumanas, que aparecerá, para las masas, como el paraíso de los ricos, de los

poderosos y de los privilegiados.” (Fernandes, 2002c; 1728). Como las ideologías y las

utopías de las clases dominantes dejan de sufrir un control societario eficiente, pues,

corrientemente, las demás clases no poseen margen de maniobra y de autodefensa

“dentro del orden” burgués, tales ideologías y utopías se convierten en fuente de

“legitimación de las ventajas que las clases dominantes extraen, rutineramente, de su

sumisión a los intereses y manipulaciones externos.” (Fernandes, 2002c; 1767).

No existiendo normales espacios de auto-afirmación para las clases alijadas del

monopolio del poder, cualquier expresión autónoma de los oprimidos podrá ser fácil y

automáticamente identificada como un amenaza al “orden burgués”. Si bien los

“problemas prácticos” de la adaptación industrializante “no amenazaban, en sí y por sí

mismos, la base económica, social y política del poder burgués”, estando lejos de poseer

una carácter de “crisis estructural”, sí “creaban una situación de peramente desgaste e

impotencia” para la burguesía nativa. La dificultad de adaptación como “crisis de

coyuntura” no significaba realmente un peligro final para las “bases propiamente dichas

de la dominación burguesa”. La crisis de adaptación comienza y termina “…en la

antecámara de la historia, por así decirlo en el salón de visitas de las burguesías

nacionales” (Fernandes, 2002c; 1721-2). Pero en su debilidad, tales “crisis de

adaptación” se confunden para las burguesías nativas como crisis de todo el “orden

burgués”, lo que se resolvió cerrándose aun más la estratificación social y el acceso al

Estado, colocando a toda expresión popular como automáticamente “fuera del orden”.

La existencia misma de la población ya aparece en estas condiciones como latentemente

“subversiva”. Durante el periodo de la revolución burguesa en Brasil, que se extiende

por casi todo el siglo XX, nunca llegó a existir una “situación pre-revolucionaria

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50

típicamente fundada en la rebelión antiburguesa de las clases asalariadas y destituidas”;

sin embargo “la situación existente era potencialmente pre-revolucionaria, debido al

grado de degradación, desarticulación y de desorientación de la propia dominación

burguesa…”, es decir, debido a la propia incompetencia e impotencia de las burguesías

nacionales. Era la burguesía misma que “…inhibía o paralizaba las potencialidades

sociodinámicas de la dominación burguesa y restringían substancialmente la eficacia

política del poder burgués, crónicamente pulverizado y oscilante” (Fernandes, 2002c;

1773-4). De un tal modo que mismo las “presiones dentro del orden” de las “clases

bajas o de extractos burguesas ultra-radicales fueron estigmatizadas y banidas por

medios represivos”, con fundamento en la “mera existencia” y propagación de

“presiones contra el orden”. Por eso la común confusión entre radicalismo-burgués y

comunismo. Las presiones dentro del orden son interpretadas inmediatamente como

presiones contra el orden capitalista en “un expediente práctico para facilitar la

estigmatización y aumentar […] la eficacia del sistema de opresión y represión.” Así, la

represión conferida en bloque por los sectores conservadores de la burguesía es idéntica

al “monopolio de seleccionar e inducir las innovaciones históricamente necesarias…” y

deseadas (Fernandes, 2002c; 17279-80).

El “terror burgués”, o la visión “terrorífica” que tiene la burguesía de todo

movimiento venido de abajo y su consecuencia práctica, la represión, es otra

consecuencia de la dominación burguesa subalterna. Mismo en la ausencia de

movimientos revolucionarios, “el pánico de la burguesía” provenía mucho más de su

precepción de las dificultades que tendría para “…realizar un movimiento económico

que la pusiese en condiciones de acompañar los dinamismos económicos y los ritmos

históricos que las naciones hegemónicas transferían para la nación brasileña…”, pues

los ritmos que se aceleraban dejarían la burguesía nativa “en una posición insostenible”

caso no se ajustara “estructural y funcionalmente” a las exigencias de la situación

emergente (Fernandes, 2002c; 1722). Como la “masa de los que se clasifican dentro del

orden es demasiado pequeña”, la “condición burguesa” en sí misma es un elemento

insuficiente para garantizar la estabilidad económica, social y política, haciendo

aumentar la mentalidad mandonista, inflexible e intolerante, el temor de clase y la

violencia preventiva (Fernandes, 2002c; 1780). Por tanto, no es el pueblo la real fuente

del estado de pánico de la burguesía nativa, pero funciona bien como “chivo expiatorio”

tal como “foco de referencia para la actuación de la solidaridad de clase burguesa”. La

represión como medio de “…defensa del “orden”, de la “propiedad privada” y de la

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51

“iniciativa privada” congregó el grueso de la minoría dominante”… elevando las

potencialidades unificadoras de sus toscos intereses y objetivos comunes.” (Fernandes,

2002c; 1724). Aparece entonces este “…tipo de dominación burguesa que se singulariza

por la institucionalización política de la autodefensa de clase…” (Fernandes, 2002c;

1722). La necesidad de mantener el status viene de la mano con la necesidad de reprimir

al pueblo. De ahí su inflexibilidad en la decisión de “…emplear la violencia

institucionalizada en la defensa de intereses materiales privados, de fines políticos

particularistas; y su coraje de identificarse con formas autocráticas de autodefensa y de

autoprivilegiamiento.” El Estado totalitario, “fundiendo la república parlamentar con el

fascismo”, fija al Estado autocrático (Fernandes, 2002c; 1751).

La incorporación del espacio económico nacional a la dominación imperialista

“vació históricamente” los papeles de las burguesías periféricas (Fernandes, 2002c;

1749), anulando las “tareas económicas, socioculturales y políticas que caben a la

burguesía” (Fernandes, 2002c; 1759). Al imperialismo se asocian factores de inhibición

de los elementos políticos internos a la periferia. Lo que se concretiza, con intensidad

variable, es “una fuerte disociación pragmática entre desarrollo capitalista y

democracia”. El desarrollo subalterno entra en conflicto “con cualquier evolución

democrática del orden social” por la “fuerte asociación racional entre desarrollo

capitalista y autocracia.” La noción de “democracia burguesa” es redefinida para

disimular su restricción (Fernandes, 2002c; 1746-7).

La revolución burguesa subalterna no concluye la emancipación política sino que

contiene intrínsecamente su frustración. En América Latina el Estado nunca se hizo

laico, sea por su vínculo con la Iglesia cristiana o por su prejuicio a otras formas étnicas.

El derecho diferencia cabalmente a los ricos de los pobres; el acceso a las instituciones

y funcionalidades estatales es drásticamente diferenciado; los ricos se zafan de los

impuestos y son absueltos al cometer flagrantes delitos de lesa humanidad, mientras los

pobres son sentenciados a la vía crucis por el más mínimo deslice. El Sufragio

Universal es meramente formal, definido por redes clientelares. La burocracia es

kafkaniana. Esas condiciones no fueron creadas porque la “democracia”

latinoamericana es joven y la burguesía nativa inexperta; por el contrario, es muy

experimentada en recontextualizar la adaptación. El desarrollo subalterno fue una

opción de las burguesías nativas. La emancipación política fue frecuentemente frustrada

por los mismos ilustrísimos señores que enunciaban defenderla.

Page 52: Para una historia socialista de la América Latina

52

4) Revolución brasileña: desconcentración productiva y reactualización del pacto

colonial en dos tiempos

Los capitales ingleses hegemónicos en el siglo XIX y las posibilidades

comerciales que se abren desde la exportación de las materias-primas crean en Brasil los

primeros espacios de la burguesía nativa, mercantil, a ser impulsada decididamente con

la desconcentración productiva mundial, lentamente a partir de principios del siglo XX

pero de modo acelerado a partir de 1950. Las industrias centrales, basadas en el binomio

taylorismo/fordismo, dejan de centrar sus actividades productivas en sus países de

origen en busca de reducir sus costos con mano de obra, trasladando parte o sus plantas

enteras a los países subalternos, cerca de las materias primas requeridas. Este es un

proceso largo e incipiente. Tal desconcentración productiva es la propia “revolución

burguesa” de Brasil, cuando de sus ápices en las décadas de 1950 y 1960. Si bien la

“formación” de la burguesía nativa es anterior, apenas a partir de ahí podremos hablar

de una burguesía nativa, de hecho formada en tanto clase y no más incipiente, si bien

nunca totalmente desplegada en sus potencialidades capitalistas en la América Latina.

El capital industrial al hacerse hegemónico y buscar extenderse mundialmente

para alcanzar una nueva escala de acumulación, pone al modo de producción capitalista

en una nueva etapa histórica, caracterizada por el imperialismo (Lenin, 1998) como

acción general del llamado “capital monopolista”, que primero se impone lentamente

cavando sus nichos en lugares que juzga más propicios, para en seguida acelerar sus

ritmos dejando apenas exiguos espacios económicos para las burguesías nativas. En el

caso brasileño ellas creían sinceramente que la modernización iba en seguida expandirse

e irradiarse a lo largo del país. Como desarrollo capitalista en general “hipertadío”

(Chasin, 2000), la revolución industrial “con la cual siempre soñó el país” se configuró

como una revolución burguesa “retardataria”, “atrasada”, de la periferia, hecha de modo

inducido de acuerdo las necesidades externas, “fortalecida por los dinamismos

especiales del capitalismo mundial”, pero anclada en “acciones políticas profundamente

reaccionarias, por las cuales se revela la esencia autocrática de la dominación

burguesa…”, tal como su “propensión para salvarse mediante la aceptación de formas

abiertas y sistemáticas de dictadura de clase” (Fernandes, 2002c; 1749). Por lo tanto,

“…bajo capitalismo monopolista, el desarrollo desigual de la periferia se vuelve más

perverso y “envenenado”.” (Fernandes, 2002c; 1729).

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53

Con la revolución industrial todos se miden por el orden capitalista, pero son

pocos los que se miden positivamente. El “orden social competitivo” se abre apenas

“…para los que se clasifiquen positivamente en relación a él; y que sólo es competitiva,

entre los que se clasifican positivamente frente a las clases poseedoras…”, resultando en

la “neutralización o exclusión de las demás clases, que solo se clasifican negativamente

en relación a él”. Si bien esta es la “revolución burguesa” de Brasil, no ocurrió un

“verdadero desplazamiento” de la “vieja clase” o de las “viejas clases” dominantes, por

“nuevas clases”, pues las oligarquías sofrieran apenas una “crisis de reabsorción”

(Fernandes, 2002c; 1781).

La desconcentración productiva que significó la recomposición del padrón de

dominación burgués en Brasil y exigió la modernización de su clase burguesa, a nivel

mundial significó la realización de una “segunda partición del mundo”, en la cual las

corporaciones transnacionales compiten ferozmente por el control de las económicas

periféricas. En esta nueva escala de la dominación burguesa “no existen fronteras para

el control externo”, pues se articulan redes de comunicación mundiales con el

“desplazamiento de grupos profesiones, civiles y militares” para el exterior y el

comprometimiento de sus propios gobiernos en entablar relaciones favorables con los

periféricos, cimentando “redes articuladas” de “modernización dirigida”. (Fernandes,

2002c;1766). Este es el “capitalismo posible” para la periferia “...en la era de la partición

del mundo entre las naciones capitalistas hegemónicas, las “empresas multinacionales”

y las burguesías de las “naciones en desenvolvimiento”.” (Fernandes, 2002c;1757). Su

resultado es la “profundización de la descapitalización de los países periféricos y la

desnacionalización de su industria”, que se acelera y “trae consigo una creciente

dependencia tecnológica”. “La tecnología, decisiva clave de poder, está monopolizada,

en el mundo capitalista, por los centros metropolitanos.” (Galeano, 2010; 354).

La única preocupación realmente “económica” de la burguesía nativa, pues su

única tarea en este ámbito, era fortalecer “…los lazos económicos entre las islas de

desarrollo de los países dependientes y el sistema económico mundial…” subordinando

las transformaciones internas a este objetivo prioritario (Galeano, 2010; 277). Pues con

el nuevo “…esquema de funcionamiento de la industria satelizada, en relación con sus

lejanos centros de poder…” la producción y circulación comprenden un completo

circulo cerrado, por ejemplo con la exportación de plátano en Honduras o Guatemala. O

la extracción de petróleo en Colombia, que es una “…transferencia física de aceite

crudo desde un campo norteamericano de extracción hasta unos centros industriales de

Page 54: Para una historia socialista de la América Latina

54

refinado, comercialización y consumo en Estados Unidos…”. Las fábricas más

importantes de América Latina, concentradas en Brasil, México y Argentina,

“… también integran un espacio económico que nada tiene que ver con su localización

geográfica. Forman, con muchos otros hilos, la urdimbre internacional de un país hasta

otro, facturando las ventas por encima o por debajo de los precios reales, según la

dirección en que desean volcar las ganancias.” (Galeano, 2010; 313).

Como si fuera poco esta desventaja inicial los gobiernos periféricos son impelidos

a abatir sus barreras económicas, financieras y fiscales “…para que los monopolios, que

todavía estrangulan a cada país por separado, puedan ampliar sus movimientos y

consolidar una nueva división del trabajo, en escala regional, mediante la

especialización de sus actividades por países y por ramas…”, hasta lograr la

“…fijación de dimensiones óptimas para sus empresas filiales, la reducción de costos, la

eliminación de competidores ajenos a la área y la estabilización de los mercados.” Las

filiales, presentadas por burguesías y gobiernos periféricos como las evidencias más

palpables de la “modernización”, en el mercado latinoamericano sólo pueden

desarrollarse en determinados rubros “…y bajo determinadas condiciones que no

afectan la política mundial trazada por sus casas matrices.” (Galeano, 2010; 328).

Las filiales venden el petróleo crudo a las subsidiarias, que lo refinan y venden los combustibles a las sucursales para su distribución: la sangre no sale, en todo el circuito, fuera del aparato circulatorio interno del cártel, que además posee los oleoductos y gran parte de la flota petrolera en los siete mares. Se manipulan los precios, en escala mundial, para reducir los impuestos a pagar y aumentar las ganancias a cobrar: el petróleo crudo aumenta siempre menos que el refinado (Galeano, 2010; 203).

Las acciones bursátiles de algunas empresas “nacionales” en poder extranjero

pueden ser pocas pero su dependencia tecnológica es muy alta. Al final, “¿cuántas

fábricas podrían ser consideradas realmente nacionales en América Latina?”. En las

“sociedades mixtas” el capital privado latinoamericano puede ser incluso mayoritario,

“pero nunca decisivo frente a la fortaleza de los cónyuges de fuera. […] A menudo, es

el Estado mismo quien se asocia a la empresa imperialista, que de este modo obtiene, ya

convertida en empresa nacional, todas las garantías deseables y un clima general de

cooperación y hasta de cariño.” (Galeano, 2010; 315).

La “aceleración” del crecimiento no es un hecho menor, pues este ritmo

desorganizaba aún más en su pánico adaptativo a la burguesía nativa, que además se vio

Page 55: Para una historia socialista de la América Latina

55

inmersa en mecanismos desleales de penetración del capital extranjero, más allá de los

estrictamente capitalistas, que sólo podría darse para aquellos que operaban en una

escala mundial. Fuera la manipulación de los mecanismos formales del sistema

financiero, de los precios, de la dominación por la monopolización de la técnica, los

capitalistas gringos aumentaban el ritmo del despojo a través de trampas descaradas.

Lograban un “drenaje de dólares por asistencia técnica”, haciendo pasar por know-how

patentado “…técnicas que son del dominio público y que se importan como licencias de

conocimiento especializado…” (Galeano apud Perbisch, 2010; 319). Está dentro del

esquema “normal” de dominación por la técnica el hecho de que “…las casas matrices

nunca proporcionan a sus filiales las innovaciones más recientes, ni impulsan, tampoco,

una independencia que no les convendría.” (Galeano, 2010; 318). Pero el caso de

General Motors en Toluca llega a ser odioso, mirando el comentario de un técnico: “Fue

peor que arcaico. Peor, porque fue deliberadamente arcaico, con lo obsoleto

cuidadosamente planeado… Las plantas mexicanas son equipadas deliberadamente con

maquinaria de baja productividad.” (Galeano apud Fenster, 2010; 319).

Claro está que esta “…eficiencia en la coordinación de las operaciones en escala

mundial, por completo al margen del “libre juego de las fuerzas del mercado“, no se

traduce…” en precios más bajos para los consumidores nacionales, “sino en utilidades

mayores para los accionistas extranjeros.” (Galeano, 2010; 314). La potencia de la

sangría vemos cuando los automóviles producidos en Argentina o Brasil terminan

costando más baratos a los consumidores de Estados Unidos, Italia o Alemania, que a

los de estos países (Galeano, 2010; 315). “Los Estado Unidos pagan más barato el

hierro que reciben de Brasil y Venezuela que el hierro que extraen de su propio

subsuelo.” (Galeano, 2010; 198).

La libre competencia es una completa falacia dentro de este esquema mundial del

despojo. Los países centrales predican la apertura comercial pero son proteccionistas

con sus capitales internos; imponen condiciones artificiales al mercado mundial,

entorpeciendo a la competencia y manipulando precios; así, logran imponer también las

condiciones económicas internas a cada país periférico; y como si fuera poco, imponen

sus definiciones políticas, interviniendo de diversas maneras o incitando guerras entre

vecinos. “Nunca ha existido en los llamados mercados internacionales el llamado libre

juego de la oferta y la demanda, sino la dictadura de una sobre la otra, siempre en

beneficio de los países capitalistas desarrollados.” (Galeano, 2010; 307).

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56

Para las naciones latinoamericanas el pacto colonial determinó su entrada en la

división del trabajo mundial. El pacto colonial es la realidad latinoamericana más

profunda y constantemente renovada, poniendo a las naciones latinoamericanas como

fuente de las materias prima esenciales al desarrollo del capital monopolista en los

países centrales, siendo este un elemento importante en el ascenso del capital industrial

como hegemónico por sobre el comercial (Fernandes, 2002c; 1715). “En su mayoría, los

países latinoamericanos se identifican, en el mercado mundial, con una sola materia

prima o con solo alimento.” La región ha sido condenada por los capitalistas

hegemónicos a vender sobretodo productos primarios para dar trabajo a las fábricas

extranjeras, siendo sus productos “…exportados, en su gran mayoría, por fuertes

consorcios con vinculaciones internacionales, que disponen de las relaciones necesarias

[…] para colocar sus productos en las condiciones más convenientes…” para su codicia

de lucros (Galeano, 2010; 306-7). “La región continúa estrangulándose en el

intercambio de sus productos por los productos de las economías centrales.” (Galeano,

2010; 311). “¿Cómo puede significar “beneficio mutuo” vender a precios de mercado

mundial las materias primas que cuestan sudor y sufrimientos sin límites a los países

atrasados y comprar a precios de mercado mundial las máquinas producidas en las

grandes fábricas automatizadas del presente?” (Guevara, 1988). Tras la secular

renovación del pacto colonial, las “…sociedades hegemónicas engendraran formas

ultradestructivas de utilización de las materias primas de la periferia…”, y si bien esto

es un factor de equilibrio, resultó en una “…forma de incorporación devastadora de la

periferia a las naciones hegemónicas y centrales, que no encuentra paralelo ni en la

historia colonial y neocolonial del mundo moderno, ni en la historia del capitalismo

competitivo.” (Fernandes, 2002c; 1715). “Los capitales norteamericanos se concentran,

en América Latina, más agudamente que en los propios Estados Unidos…” (Galeano,

2010; 271).

Hay en los mercados internacionales un virtual monopolio de la demanda de materias primas y de la oferta de productos industrializados; a la inversa, operan dispersos los ofertantes de productos básicos, que son también compradores de bienes terminados […]. Los países del Tercer Mundo intercambian entre sí poco más de la quinta parte de sus exportaciones, y en cambio dirigen las tres cuartas partes del total de sus ventas exteriores hacia otros centros imperialistas de lo que son tributarios (Galeano, 2010; 306-7).

La furia norteamericana por la hegemonía mundial terminó determinando también

la identificación entre “…los intereses de los capitalistas norteamericanos en América

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Latina, con la seguridad nacional de los Estados Unidos.” (Galeano, 2010;175). El

“capitalismo posible” parece inescapable cuando el suceso de las inversiones

imperialistas se identifica con el sentido de “seguridad” del país hegemónico: “…la

captura o el control de las minas fuera de sus fronteras constituye, más que un negocio,

un imperativo de la seguridad nacional.” (Galeano, 2010;193). Los empresarios de los

países hegemónicos exigen de sus gobiernos centrales intervenir conjuntamente en el

proceso, poniendo en “…primer plano los requisitos políticos de la transformación

capitalista en la periferia.” Para eso se desencadenan simultáneamente proyectos de

asistencia económica, financiera o tecnológica, policial-militar, educativa, de salud

pública, sindical, etc. (Fernandes, 2002c; 1713). Se imponen intereses ajenos a los

países periféricos como si fueran suyos, mismo por sobre las intenciones de parte del

gobierno o de ciertos “círculos industriales” que se prestan “…más propensos a graduar

la transición industrial a partir de dentro, combinando el intervencionismo estatal a un

nacionalismo económico.” (Fernandes, 2002c; 1715). Para el eje interno, a su vez, este

“desarrollo por asociación” exige una estabilidad política y un consenso, logrado por la

represión de las “protestas contra las iniquidades”; por tanto, el “desarrollo con

seguridad” de los Estados Unidos significa la disociación entre el desarrollo interno y

el modelo de civilización de las naciones hegemónicas, vista en la negligencia de los

“requisitos igualitarios, democráticos y cívico-humanitarios” de la sociedad subalterna,

debido a la “transición salvaje” que impide “cualquier conciliación concreta,

aparentemente a corto y a largo plazo, entre democracia, capitalismo y

autodeterminación.” (Fernandes, 2002c; 1714).

La Revolución Burguesa aparece vinculada a las alteraciones “condicionadas por

la irradiación del capitalismo maduro […] un desarrollo capitalista provocado en la

periferia por las económicas centrales, por tanto, extensa y profundamente inducido,

graduado y controlado por fuera.” (Fernandes, 2002c; 1745y1726). El crecimiento fabril

de América Latina fue “alumbrado” desde afuera. “La industria latinoamericana nació

del vientre mismo del sistema agroexportador […] No fue generado por una política

planificada hacia el desarrollo nacional, ni coronó la maduración de fuerzas

productivas…” internas. Lo consciente que estaba la burguesía nativa de la

profundización de la dependencia en todo el proceso vemos en documento oficial

brasileño de 1969, el cual afirma que la industrialización en Brasil no fue paulatina.

“Antes bien, fue un fenómeno rápido e intenso, que se superpuso a la estructura

económico-social preexistente, sin modificarla por entero, dando origen a profundas

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diferencias sectoriales y regionales que caracterizan a la sociedad brasileña.” (Galeano,

2010; 272). Pero estar conscientes del contexto en el cual deberían insertarse, no

significa que comprendían la magnitud del proceso global. A la burguesía nativa le

significaba estar apenas conscientes de las grandes dificultades de adaptación en tal

transición, lo que retroalimentaba la histeria burguesa, sin estar necesariamente

conscientes de los propósitos generales del nuevo modelo de acumulación mundial.

La penetración profundizada y extendida del capital extranjero hace que nuestros

países se conviertan “con plena impunidad, en seudónimos de las empresas extranjeras

que los dominan.”. Las importaciones son el eslabón medio de todo proceso,

permitiendo tal profundización tal como la capitalización de las empresas extranjeras en

constante flujo de capitales. La General Motors, por 1970, empleaba la misma cantidad

de la población económica activa de Uruguay, ganaba cuatro veces más que todo el

producto interno de Bolivia y su volumen mundial de ventas equivalía a nada menos

que al producto nacional bruto de la Argentina entera, siendo que las ventas de toda las

filiales norteamericanas diseminadas por el mundo eran seis veces mayor que el valor

de todas las exportaciones de los Estado Unidos, que siempre atribuyen buena parte de

su hegemonía a su “vocación” comercial internacionalista (Galeano, 2010; 351y329).

La “nueva etapa de industrialización, en gran medida inducida y orientada por las

necesidades extranjeras y los dueños extranjeros de los medios de producción”, fue una

desconcentración productiva, que buscaba sobretodo a la mano de obra barata. “El

principal producto de exportación de América Latina, venda lo que venda, materias

primas o manufacturas, son sus brazos baratos.” El proceso colonial de Brasil

encuentra, no en el azúcar pernambucano o en el oro minero, sino en el tráfico de

esclavos su principal fuerza de acumulación de capitales. Pero hoy el sistema se ha

perfeccionado. “Ya los barcos negreros no cruzan al océano. Ahora los traficantes de

esclavos operan desde el Ministerio de Trabajo.” La sórdida fórmula, garantizada por la

injerencia, desobedece hasta mismo la ley del valor. Paga a los trabajadores-nacionales

“salarios africanos” y a los capitales-extranjeros “precios europeos”. “¿Qué son los

golpes de Estado, en América Latina?, sino sucesivos episodios de una guerra de rapiña.

[…] Las flamantes dictaduras invitan a las empresas extranjeras a explotar la mano de

obra local, barata y abundante, el crédito ilimitado, las exoneraciones de impuestos y los

recursos naturales al alcance de la mano.” Los gobiernos periféricos dedican una parte

ínfima de su poder de crédito para la alimentación interna, educación y salud,

dependiendo de las exportaciones para suplir sus “huecos” internos. Darcy Ribeiro decía

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“…que una república Volkswagen no es diferente, en lo esencial, de una república

bananera.” Frente al modo de producción capitalista como un todo, sus supuestos y

resultados son en general los mismos (Galeano, 2010;355-6). La búsqueda de brazos

parece que nunca se agota. “En la mayor parte de los países latinoamericanos, la gente

no sobra: falta.” (Galeano, 2010; 21).

La revolución burguesa brasileña, inducida como fue, obedeció por lo menos a

dos tendencias o momentos distintos en el tiempo. Hasta fines del siglo XIX el

desarrollo capitalista en Brasil es extremadamente lento, casi que por “generación

espontanea” debido a la presencia comercial inglesa y la reactualización del pacto

colonial en la orbita del capitalismo mundial. Pero entrado el siglo XX, bajo la

hegemonía no más del capital comercial sino del industrial, empieza la

desconcentración productiva desde el centro para las periferias, lo que exige el flujo

adecuado de capitales, otra actualización del pacto colonial así como elevando a una

otra potencia la penetración extranjera3. Inicialmente de modo lento hasta la primera

guerra mundial, sucedida por un periodo particular de sustitución de importaciones que

apresura un poco más el proceso, pero que encuentra intermitencias debido a la crisis

central de 1929, los ritmos de industrialización se acelerarán terminada la segunda

Guerra Mundial hasta el frenesí de los principios de 1960 cuando ya está muchísimo

acelerada la desconcentración productiva. El periodo principal abarca, como un todo,

desde fines de 1920 hasta la década de 1960. Las “…cuatro décadas que sucedieron al

fin de la Primera Guerra Mundial constituyen el periodo nuclear de maturación histórica

de la burguesía brasilera.” (Fernandes, 2002c; 1761). “Primero, lentamente, del término

de la Segunda Guerra Mundial al fin de la década de 1950; en seguida, de modo muy

rápido, bien en el principio y durante la década de 1960.” (Fernandes, 2002c; 1722).

La “aceleración de la Revolución Burguesa” corresponde al “efecto histórico” de

la industrialización y eclosión del “capitalismo monopolista” (Fernandes, 2002c; 1792).

Empieza por el traslado para los países periféricos de aquellas “industrias en que el

costo del trabajo sea muy importante.” (Galeano, 2010; 354). En el plan político, la

aceleración de la industrialización brasileña corresponde al “Plan de Metas”

desarrollista de Juscelino Kubitscheck. “Aquéllas fueron las horas de la euforia del

crecimiento. […] Los billetes circulaban con la tinta todavía fresca”. Brasilia, la nueva

3 La excepción parece ser México que, además de una historia manufacturera única, empieza su primer despliegue industrial a fines del siglo XIX. Pero, si las fechas nunca son exactamente iguales para todos países, es notables que nunca son muy discrepantes.

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capital, nace “brotada de una galera mágica, en medio del desierto donde los indios no

conocían ni la existencia de la rueda”4. Pero “…el salto adelante se financiaba con

inflación y con una pesada deuda externa que sería descargada, agobiante herencia,

sobre los gobiernos siguientes.” Un sin número de ventajas estatales al sector privado

son confeccionadas, como beneficios para la importación de maquinaria y un “cambio

especial” garantizando “…las remesas de las utilidades a las casas matrices de las

empresas extranjeras y para la amortización de sus inversiones.” (Galeano, 2010; 280).

Estos “absurdos posibles” están apenas empezando.

En aquel contexto, las economías centrales ya habían experimentado amplios y

durables procesos de acumulación de capital, de expansión de una sociedad y consumo

de masas, y una modernización institucional y tecnológica como antecedentes para el

despliegue ulterior. La ausencia de tales requisitos impidieron la periferia de “absorber

el padrón económico” del capital industrial, monopolista. Los requisitos que nos

faltaban en aquel entonces son los mismos requisitos para el despegue de un desarrollo

autónomo: una cierta renta per capta de parte de populación que le permita incorporarse

al mercado de trabajo y así a los extractos medios y un cierto padrón de vida al menos

para estos sectores; diferenciación, integración y densidad económica interna a nivel

nacional; cantidades de capital incorporable al sistema financiero, para dar crédito a la

producción y al consumo (en vez de ser alocados para la renta de la tierra);

modernización tecnológica realizada y en potencial; efectivo control del Estado por la

burguesía nativa y estabilidad política (Fernandes, 2002c; 1711). A su vez, lo que

Brasil poseía era algún desarrollo demográfico, derivados de los ciclos extractivistas

anteriores, y su dimensión geográfica que “…hacía viable y fácil una nueva eclosión del

industrialismo […] con colaboración externa; la asistencia técnica, económica y política

intensiva de las naciones capitalistas hegemónicas…”; además, la “fuerte identificación

de las fuerzas armadas con los móviles económicos” capitalistas tuvo su “contribución

práctica decisiva” en la rearticulación del padrón de dominación burguesa subalterno.

Así, lo que Brasil poseía eran las condiciones para convertirse en polo privilegiado, en

un satélite de gran porte para el sistema mundial (Fernandes, 2002c;1762).

4 Su construcción oculta una metáfora a la industrialización del país. Los trabajadores (“candangos”) provienen de partes lejanas del país. Se trabajaba veinticuatro horas por día y las jornadas eran larguísimas, en las condiciones de salubridad deshumanas y sin libertad para dejar la zona de las obras, resultado en la masacre de trabajadores por la policía tras un incidente debido a la alimentación podrida que se servía (Cavalcanti, 2011).

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61

Como las economías centrales operaban en una otra escala, de monopolios

mundiales (Fernandes, 2002c; 1718), tuvieron condiciones de vislumbrar el cuadro

general, decidiéndose conscientemente por una estrategia imperialista, lo que nunca fue

un secreto. El “Jornal do Comercio” publicaba en 1950 el discurso del jefe de una

misión técnica norteamericana en Brasil:

Los Estados Unidos deben estar preparados para ‘guiar’ la inevitable industrialización de los países no desarrollados, si se desea evitar el golpe de una desarrollo económico intensísimo fuera de la égida norteamericana. La industrialización, si no es controlada de alguna manera, llevaría a una sustancial reducción de los mercados estadunidenses de exportación (Galeano, 2010; 312).

Decididas después de la Primera Guerra Mundial a desplegar su desconcentración

productiva las industrias centrales veían en las economías periféricas un “mercado

atractivo y un área de inversión promisoras”. Para aquel entonces la “estrategia

generalizada viable consistía en la penetración segmentada” de las “grandes

corporaciones”, para el cual este “modelo” de la gran transnacional capitalista se

convertía en la “espina dorsal de la adaptación del espacio económico y político interno

a los requisitos estructurales y dinámicos del capitalismo monopolista”. Se “instalaron y

expandieron”, primero apenas con un control parcial pero con gran intensidad en las

economías subalternas, operando directamente o por medios de filiales que pasaban

paulatinamente a ser responsables por todo el desarrollo interno, los servicios,

exportación agrícola, producción industrial de bienes de consumo, construcción,

comercio interno, crédito, etc. Todavía ganando la confianza necesaria, mas en sí mismo

que en sus socios periféricos, las corporaciones se someten al esquema competitivo

interno, también porque sacaban de eso otras ventajas económicas en el comercio

interno y extra-económicas como los privilegios políticos que se iban gestando. Para

lograr sus objetivos las corporaciones aún no “necesitaban intervenir, extensa o

profundamente en la estructura colonial, neocolonial o competitiva de las económicas

hospederas”. Pero, como las economías latinoamericanas “no disponían de mecanismos

económicos de autodefensa”, su dependencia se hacia paulatina aun que lentamente,

pero la “incorporación” ya no se hacia a la “economía capitalista central, sino al imperio

económico de las grandes corporaciones.” (Fernandes, 2002c; 1712-5). Esta es la

especificidad del padrón de acumulación en la hegemonía industrial norteamericana.

Con la fase de “sustitución de importaciones” y la crisis de 1929, las burguesías

nacionales desperdiciaron una chance de desarrollo autentico. Los gobiernos del

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62

radicalismo-burgués fueron los intentos más sólidos hasta hoy de un “despegue”

autentico. El gobierno de Perón, de Vargas y de Cárdenas, internamente muy

diferenciados, expresaron “…la necesidad de despegue, desarrollo o consolidación,

según cada caso y cada periodo de la industria nacional.” En Chile y Colombia también

se observa una industrialización sustitutiva de importaciones. En Uruguay se crea una

avanzada legislación laboral con el presidente Batlle y Ordoñez (1903-11), decretando

la jornada de ocho horas y una especie de Estado de Bien-Estar, con todo sin tocar la

banca ni el comercio exterior. Sin embargo, en este momento decisivo, los industriales

vieron que sus contradicciones con terratenientes no eran fundamentales. En Brasil y

Argentina la industrialización dejaba intacta la estructura latifundista. Excepto Cárdenas

que rompió con los terratenientes y llevó adelante la Reforma Agraria.

Pero la sustitución importaciones se basó apenas en la producción de los bienes

necesarios para “sustituir” aquellas importaciones que se mermaban temporariamente,

elevando la dependencia a otra potencia. La producción de los bienes “sustituidos” va a

generalizar en seguida la demanda por maquinaria, repuestos, combustibles y productos

intermedios. Surge una demanda derivada que será muy superior a toda sustitución de

importación realizada. “La necesidad de “asociación” de la industria nacional con las

corporaciones imperialistas se hacía perentoria a medida que se iban quemando etapas

en la sustitución de manufacturas importadas y las nuevas fábricas requerían más altos

niveles de técnicas y organización.” El resultado práctico fue la penetración aun más

intensiva del capital extranjero, preparando el próximo contexto, de aceleración, pues la

industria de medios de producción necesita previamente de una masa consumidora para

desarrollarse, de una industria más elementar, de bienes de consumo. “Los oligopolios

extranjeros, que concentran la tecnología más moderna, se iban apoderando no muy

secretamente de la industria nacional de todos los países de América Latina, incluido

México, por medio de la venta de técnicas de fabricación, patentes y equipos nuevos.”

Así, el “mercado de América Latina se fue integrando al mercado interno de las

corporaciones multinacionales.” (Galeano, 2010; 272-6).

Mostró la cara el tipo de “dominación por el know-how”; y “…el know-how de las

corporaciones incluye una gran la pericia en el arte de devorar al prójimo.” (Galeano,

2010; 287). Celso Furtado ya decía que, a medida que América Latina sustituye la

importación de productos más complejos, “la dependencia de insumos provenientes de

las matrices tiende a aumentar. […] Esa tendencia parecería indicar que la eficacia

sustitutiva es una función decreciente de la expansión industrial controlada por

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63

compañías extranjeras.” (Galeano apud Furtado, 2010; 312). Como el capital nacional

se restringe apenas a sectores de baja tecnología la “dependencia no se rompe sino que

cambia de calidad: los Estados Unidos venden, ahora, en América Latina, una

proporción mayor de productos más sofisticados y de alto nivel tecnológico”, generando

oportunidades nuevas para exportaciones adicionales. Argentina, Brasil y México se

convierten en “muy buenos compradores de maquinara industrial, maquinaria eléctrica,

motores, equipos y repuestos de origen norteamericano.” Como no podía ser diferente,

las trampas profundizan el proceso: las filiales se abastecen de las casas matrices a

precios deliberadamente caros (Galeano, 2010; 312-3).

La profundización de la dependencia por la sustitución de importaciones crea el

nicho necesario para la segunda tendencia industrializadora, acelerada y decisiva. El

contexto mundial post 1945 exige la aceleración del proceso de desconcentración, pues

la “sociedad de clase” llegó, después de la Segunda Guerra Mundial, a “un nivel

evolutivo que la distingue” de todo lo que fue anteriormente (Fernandes, 2002c; 1739).

Las economías periféricas aparecen como el “último espacio disponible para la

expansión del capitalismo.” Internamente, la “…decisión se cristaliza paulatinamente,

después de la Revolución de 1930; se fija de manera vacilante, a principio en favor del

impulso externo como la “única solución” a fines de la década de 50, por fin cuando

surge la oportunidad crucial (lo que solo se da de 1964 en adelante) ella se convierte en

el principal dinamo político del todo el proceso.” (Fernandes, 2002c; 1713y1717).

La burguesía decide optar por el desarrollo dependiente. La base de la “decisión

interna” no es solamente económica. “Ella reposa en una compleja motivación

psicosocial y política” anclada en dos ilusiones fundamentales: de que se podría resolver

los problemas del periodo neocolonial con tal modernización y que las dificultades del

desarrollo interno serían momentáneas, pues se irradiarán tarde o temprano a toda la

sociedad. “La verdadera dificultad fue escamoteada”, pues no se contenía en los

“padrones alternativos del desarrollo capitalista” sino en la doble articulación; es decir,

no se creaba otro padrón de industrialización diferente del modelo “clásico” pues no se

rompía con la dominación imperialista que significaba la descapitalización interna, la

fijación de la dependencia y del Estado autocrático. (Fernandes, 2002c; 1718). El

contexto mundial hizo la burguesía nativa pensar como única solución la profundización

del desarrollo subalterno, “…forzándola a entender que no podía preservar la

transformación capitalista rompiendo con la doble articulación, pero haciendo

exactamente lo inverso, entrelazando con aún más vigor los momentos internos de

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acumulación capitalista […] con los avasalladores dinamismos de las “empresas

multinacionales…”. Otra opción significaba la imposibilidad de la máxima preservación

de las elites, pues exigía realizar rupturas que a la burguesía nativa parecían “…tan

terribles como la amputación de un brazo o de una pierna.” Si bien el “…éxito histórico

de la burguesía se circunscribe a la superación de las perturbaciones inmediatas de la

crisis del poder burgués…”, la profundización de la doble articulación “bajo todos los

aspectos” se presenta como “una autentica arma de doble filo.” (Fernandes, 2002c;

1770). La burguesía nativa no se atentó para el hecho de que la ultra-concentración de la

riqueza “…era, en si mismo, la manifestación más brutal del conflicto de clase ocurrida

en Brasil después de la universalización legal del trabajo libre y que la economía

brasileña se convertiría, automáticamente, en una volcán en ignición si tal proceso

ganase el carácter de una realidad permanente…” (Fernandes, 2002c; 1734).

Por tanto, la segunda tendencia se contiene en la incorporación del capital

monopolista al interior de Brasil en tanto polo dinámico de la periferia, tras destinar un

vasto volumen de recursos en su interior para “implantar dentro del país el esquema de

organización y de crecimiento económico intrínsecos a la gran corporación.” Pero las

economías centrales se topaban en los mismos obstáculos que habían puesto para

impedir el desarrollo del capital industrial en el periodo anterior, faltando la

infraestructura necesaria para la desconcentración de producción, a ser puesta, entonces,

a cargo del Estado. El gobierno Kubitscheck y la dictadura militar atestan que la

burguesía nativa estaba “plenamente preparada para transformar el control económico

segmentar en un desarrollo capitalista-monopolista adaptado”. Creando el “espacio

económico necesario”, buscaban la tolerancia de la “imaginación popular” a las grandes

corporaciones y al “imperialismo económico”, pero debilitando todo tipo de control

económico o político internamente. “A pesar del predicado “nacionalismo” de los

industriales y de las clases medias, eran poco expresivos e influyentes los círculos de

hombres de acción que defendían objetivos puramente nacionales o nacionalistas.” Con

todo, es menester resaltar que en la ausencia de un apoyo político tan decidido de las

burguesías nativas, las economías centrales “…no contarían con un espacio económico

y político para ir tan lejos.” (Fernandes, 2002c; 1715-7).

El resultado fue un fuerte movimiento de éxodo rural rumbo a las metrópolis,

dando origen al fenómeno de urbanización más fuerte de su historia. “El elemento

central de la alteración fue, naturalmente, la emergencia de la industrialización como

proceso”. La modificación de la estructura urbana dentro del sistema económico

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65

brasileño cambia “…por completo las relaciones de las ciudades con la economía

agraria y con el respectivo complejo urbano-comercial…”. La “hegemonía urbana y

metropolitana” aparece como un subproducto de la “hegemonía del complejo industrial-

financiero.” (Fernandes, 2010; 1751). Si la urbanización es el efecto más fuerte de la

revolución burguesa brasileña, vemos que ella es un “subproducto” de la penetración

del capital extranjero, en extensión. La dependencia se pone ahora en otra escala.

Por 1840 en Argentina y Brasil hasta los materiales más sencillos son importados

de Inglaterra que suministra todo: fabrica los utensilios de uso corriente, la caldera, la

olla, la taza, el poncho, “hasta las piedras de la vereda”; en Brasil, los amos y sus

esclavos se visten con “manufacturas del trabajo libre”, mientras la “euforia de la

importación en los puertos de los países periféricos reproducía la condición de debilidad

crónica interna.” El esquema impone una “…impotencia muy conocida en América

Latina: el mercado interno, limitado por la pobreza de las mayorías, es incapaz de

sustentar el desarrollo manufacturero más allá de ciertos límites.” (Galeano, 2010; 220).

Pero a partir de la Segunda Guerra Mundial, con el “repliegue de los intereses

europeos, en beneficio del arrollador avance de las inversiones norteamericanas”

(Galeano, 2010; 267), la dominación extranjera asumirá otro nivel, como imperialismo,

que se “…hace dueño del mercado interno y de los resortes clave del aparato

productivo”, define al “progreso” apuntando su rumbo y fijando sus fronteras; “orienta

a su antojo el comercio exterior; […] impulsa el desperdicio de recursos al desviar la

parte sustancial del excedente económico para afuera”; desnacionaliza la industria y sus

ganancias, luego “no aporta capitales para el desarrollo sino que lo sustrae.” Si en 1916

el capital norteamericano abarcaba menos de una quinta parte de las inversiones en

América Latina, en 1970 abracará nada menos que el ochenta por ciento. Pasado el

gobierno Kubitscheck, en 1962, de las empresas en Brasil con capital superior a diez

mil millones doce son extranjeras y apenas cinco brasileñas, siendo muy pocas las que

“…no están ligadas por acciones a los capitales de los países centrales. […] Pero todo

esto aparece un juego de niños al lado de lo que vino después.” (Galeano, 2010;

175y281). Hasta las “funciones económicas directas del Estado” serán satelitizadas,

absorbidas por la estrategia externa de incorporación.” (Fernandes, 2002c; 1731).

La revolución industrial de Brasil, se da entonces bajo “…una evolución que

agravaba el desarrollo desigual interno e intensificaba la dominación imperialista

externa, pues ambos deberían ser, irremediablemente, los huesos, la carne y los nervios

del industrialismo intensivo”. La transición al capitalismo monopolista “captura todo”

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para los “dinamismos y los controles de las económicas capitalistas centrales”: el

mercado interno, “el vasto sistema de producción capitalista en expansión, el comercio

internacional de materia primas y utilidades extraídas o producidas en Brasil, parcelas

del excedente económico generado internamente”. Más fuertemente que en la fase

anterior, que dejaba para desarrollo propio buena parte del comercio interno. Ahora

opera “a partir de dentro y en todas las direcciones, enquistándose en las economías, las

culturas y las sociedades hospederas”, dejando que crezca la “iniciativa privada” apenas

“bajo los influjos de los dinamismos y de los controles económicos manipulados”. La

industrialización intensiva profundiza “de manera explosiva” las influencias externas

sobre el desarrollo interno, exigiendo de la burguesía nativa “nuevos esquemas de

ajustamiento y de control de aquellas influencias” (Fernandes, 2002c;1731y1776).

Las “tres funciones derivadas centrales de esta forma de dominación burguesa”

son, 1º) la preservación de la dominación burguesa mismo; 2º) su incorporación

estructural al sistema corporativo mundial como garante de la intensidad de la

modernización; y 3º) la formación de una “máquina del Estado” para “infundir al poder

burgués la máxima eficacia política” como su “base institucional” de “autodefensa y

auto-irradiación de naturaleza coactiva y del alcance nacional.” (Fernandes, 2010;1757).

La integración latinoamericana queda así atrapada en las necesidades del eje

externo pues la“…integración económica de la Zona ha de lograrse con base en el

desarrollo de la empresa privada fundamentalmente”, sin embargo atada a la

penetración extranjera. El eje externo recomienda a los gobiernos locales realizar una

“legislación común” para la formación de “empresas multinacionales”, la creación de un

mercado común para las acciones de tales empresas y la integración de las bolsas,

llegándose hasta mismo a recomendar “…lisa y llanamente la desnacionalización de las

empresas públicas.” Este “mercado común” se convierte pronto “en un serio elemento”

de la recomposición del capital, pero del capital transnacional. Por ejemplo la Ford en

Brasil “piensa tejer una linda red con la Ford de Argentina”, alcanzando mayores

escalas y más amplios mercados, tal como la Kodak en Brasil y México, o la General

Electric y la General Motors (Galeano, 2010; 326-9). “El resultado está a la vista: en la

actualidad, cualquiera de las corporaciones multinacionales opera con mayor

coherencia y sentido de unidad que este conjunto de islas que es América Latina,

desgarrada por tantas fronteras y tantas incomunicaciones.” (Galeano, 2010; 335).

El contexto de aceleración del crecimiento significó también otra oportunidad

perdida por la burguesía nacional. Para aprovecharla la burguesía debería poner como

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su función la de “concretar y de centralizar socialmente las fueras económicas,

socioculturales y políticas que se disponían.” (Fernandes, 2002c; 1786). Pero la

burguesía nativa perdió su “oportunidad histórica” optando por un cierto “capitalismo

de Estado”, visto que el consenso burgués se logró por aglutinación mecánica vía

Estado autocrático. (Fernandes, 2002c; 1718). El Estado autocrático fue un “éxito

histórico relativo” visto que logra el objetivo fundamental, preservar la elite burguesa,

pero “solo alcanza eficacia práctica a corto plazo.” No se podía engendrar “cualquier

especie de “estabilización definitiva” del orden burgués (Fernandes, 2002c; 1771), una

vez que se tenía sin atención a la nueva composición social explosiva que surgía.

Mismo después de la fijación de un Estado autocrático, con el “regreso a la democracia”

post-dictaduras, la burguesía nativa puede verse impelida a socorrerse siempre otra vez

en una forma totalitaria de Estado nacional, caso sienta cualquier peligro al “orden”.

Los requisitos políticos para la penetración del capital industrial “exigen un

elevado grado de estabilidad política […] que sólo una extrema concentración del poder

político estatal es capaz de garantizar.” (Fernandes, 2002c; 1725). Pero este “mínimo de

fluidez política” es a su vez “incompatible con un estado de tensión permanente”, frente

a la cual la burguesía nacional activó su mito de que tales tensiones deben ser sofocadas

o entorpecidas por la fuerza bruta del Estado (Fernandes, 2002c; 1732).

Lo que es el “Estado democrático” queda atrapado en la lógica autocrática. La

“simple autonomización de las funciones básicas del Estado” o la “centralización

independiente del poder” ya aparecen, para el pánico terrorífico ultra-conservador y

militar, como una “clara y temible” amenaza de revolución antiburguesa. Prevaleció, en

vez del aprovechamiento de la oportunidad, el pavor de no conseguir mantener el orden

burgués si no fuera capaz de adaptarse a las transformaciones de la modernización,

acompañando los nuevos dinamismos internacionales y gestionando además la presión

interna de las capas medias y la presión popular (Fernandes, 2002c;1776).

El dilema político burgués era apenas la “seguridad” y la “salvación del orden”.

“Aquí estamos delante de una burguesía dependiente, que lucha por su sobrevivencia y

por la sobrevivencia del capitalismo dependiente, confundiendo las dos cosas con la

sobrevivencia de la “civilización occidental cristiana”.”. La burguesía nativa “…se

devotó a la aceleración del tiempo económico de su revolución, entregándose por

completo a la neurosis del desarrollo extremista”, mientras atrofiaba o extinguía, “con

sus propias manos, cualquier posibilidad de convivencia democrática entre clases y de

una efectiva comunidad política nacional…”. La cosa se daba así para la burguesía

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nativa: “O “aceleración del crecimiento” o “fin del mundo”…”, mientras este

“apocalipsis” apariente era la respuesta histérica de la burguesía al miedo de ver una

parte suya amputada, sin embargo la parte “menos burguesa”, la más arcaica, estorbo

para el desarrollo capitalista. La máxima preservación de las elites a partir de su status

era un punto de apoyo de su consenso en el Estado totalitario. La burguesía nacional

“…identificaba la “defensa del orden” con una operación egoistica de rescaldo”, siendo

que, si bien la “contra-revolución precipitó efectos de unificación y de concentración de

los intereses y del poder de las clases burguesas”, lo logró a través de “procesos

“patológicos” o “sociopáticos”.” Las otras alternativas de desarrollo fueron “aplastadas

por el miedo de clase” y la “reacción común” se contuvo en el desplazamiento de tales

posibilidades alternativas “para un centro ultraconservador de acomodación, que deja de

reflejar la relación de las clases dominantes con la transformación de las sociedad

nacional…”, a favor de la “pura expresión de lo que todas las clases [poseedoras] en su

conjunto esperaban […] la preservación de su status quo.” (Fernandes, 2002c; 1800-6).

La dictadura de clase “total y absoluta”, controlada por la burguesía nativa, fue

meramente el medio que ella encontró, “exclusivamente” para preservar el capital –

luego su posición, pues identificaba inmediatamente ambos elementos – en la

incertidumbre de su capacidad para soportar la transformación requerida desde el eje

externo. (Fernandes, 2002c; 1805). Se negó a amputar una parte de sí, notablemente la

latifundista y la rentista, alegando que eso era idéntico a la “destrucción del

capitalismo” como un todo. Dentro de esta mentalidad, la ultra-concentración de la

riqueza es entendida como un “mecanismo de la naturaleza”, como la “propia orden

natural del capitalismo monopolista en Brasil.” (Fernandes, 2002c; 1734).

La burguesía observaba la doble articulación y comprendió que “…la aceleración

del desarrollo económico y su imposibilidad son los límites que separan la existencia

del capitalismo dependiente de su destrucción final.” (Fernandes, 2002c; 1806). Eso

resultó en el miedo de impulsar un desarrollo autónomo. Los estratos altos y medios de

la burguesía temían dar el salto para “transcender a la situación de intereses modelada

por la dependencia y por el desarrollo desigual interno.” Aceptaba abrirse para las

alteraciones del orden interna, “…desde que las condiciones y lo efectos de tales

procesos estuviesen bajo control conservador.”(Fernandes, 2002c; 1781). Lo que la

burguesía nativa temía eran cambios bruscos que pudiesen ponerla en una situación

débil, sin embargo se encontró con mucha dificultad, pues esas modificaciones bruscas

eran puestas como necesarias por el eje externo. La burguesía nativa mismo no quería

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“revoluciones”, pero para ella la “modernización dirigida desde fuera” ya le significaba

una “revolución” de tipo “industrial” pues representaba el pasaje del neocolonialismo o

del capital competitivo para el monopolista (Fernandes, 2002c; 1783).

“Cuando la crisis de transición alcanzó su auge aquellas clases definieron no solo

su lealtad, sino también sus tareas políticas y su misión histórica…”. Sin titubear definió

como salida que “…la revolución industrial continuaría a ser dimensionada por la

infausta conjugación orgánica de desarrollo desigual interno y dominación imperialista

externa. […] Por tanto, las clases burguesas procuraron compatibilizar la revolución

nacional con el capitalismo dependiente y subdesarrollado relativo…”, lo que para ellas

significó adoptar “…frente a la doble articulación una actitud política “realista” y

“pragmática”, lo que es en suma una demonstración de su racionalidad burguesa.”

(Fernandes, 2002c; 1754). Una “racionalidad burguesa” tupiniquim, típicamente

brasileña, que es sobretodo la adaptación, idéntica al paradojo nacionalista de la

burguesía y los militares: vender al país en nombre de la nación

Como la clase burguesa “defendía el monopolio de la ciudadanía válida, con los

dividendos políticos resultantes” (Fernandes, 2002c; 1787), su “comprensión política”

se hizo “extremadamente dura y sistemática.” El espacio político está abierto apenas

“para los miembros de las clases dominantes que se identificasen con los propósitos

económicos” correspondiente a la fase de transición burguesa bajo desarrollo

subalterno. “Los divergentes, perteneciesen o no a las clases dominantes, estaban

sujetos a la represión ostensiva o disimulada…” (Fernandes, 2002c; 1731). De este

modo, los derechos en el desarrollo subalterno no se definen en el plan político, sino en

el económico: “...la eficacia de los derechos civiles y de las garantías políticas se regula,

en la práctica, a través de criterios extrajudiciales y extra-políticos.” (Fernandes, 2002c;

1796). El “monolitismo” del poder burgués servía como biombo que “encubría los

intereses externos y la dominación externa, bajo el manto de la “iniciativa privada”.” El

imperialismo se diluía así en el “monolitismo” de las clases dominantes, que lo

encampaban y lo encubrían, reduciendo o eliminando su visibilidad y la de sus reflejos

internos. Fue “la imperialización de la propia dominación burguesa.” (Fernandes,

2002c; 1742). Además, este monolitismo podía también entorpecer o neutralizar las

funciones de la concurrencia en el mercado capitalista. En este sentido, era la burguesía

nativa la responsable por la “paralización” o “sabotaje” del mismo orden burgués que

trataba de defender. Eso también convergió para el “solapamiento precario del régimen

representativo.” (Fernandes, 2002c; 1788). “En última instancia, es en ese modelo

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autocrático de Estado capitalista que acaba residiendo la “libertad” y la “capacidad de

acción racional” de la burguesía dependiente.” El Estado oligárquico le da a la

burguesía nativa el “espacio político de que ellas carecen para poder intervenir […] en

el curso histórico de la Revolución Burguesa, retrasando o adelantando ciertos ritmos,

bien como escindiendo o separando entre sí sus tiempos diferenciados (económico,

social y político).” Logra así tener los mecanismos para poner en un mismo compás los

ritmos externos con las posibilidades internas de acompañarlos. El “grado de

diferenciación vertical y de integración horizontal de las varias clases burguesas”, que

se lograba con la autocracia, ponía la dominación burguesa en bases materiales y

políticas suficientemente “firmes, elásticas y estables”. Este “padrón composito y

articulado da hegemonía brasileira” pudo demonstrar entonces, toda su utilidad como un

“puente” entre la burguesía nacional y extranjera, un eslabón flexible, que facilita la

distribución de todos en el espacio político, tal como el “…flujo desigual de poder o de

sus ventajas entre los más iguales”. (Fernandes, 2002c; 1779).

La única movilidad social para arriba verificada en el proceso se debe al propio

componente militar y tecnocrático añadido a la nueva versión del Estado oligárquico.

Debido a él, los “…extractos medios ganan en el rateo y se privilegian muy arriba de su

propio prestigio social, moviendo las palancas del aparato estatal que están en las manos

de la burguesía burocrática, tecnocrática y militar.” (Fernandes, 2002c; 1805). Pero lo

cierto es que el consenso burgués está preso en la lógica represora, dejando cada vez

más a la burguesía apenas formas autodefensivas de manifestación, entrando con eso en

un ciclo autocrático vicioso (Fernandes, 2002c; 1790). La represión es casi la única

acción proactiva que posee la burguesía nativa.

En aquel contexto, la burguesía nativa entendió que el éxito obtenido en la

supresión de la emancipación política para la imposición del desarrollo subalterno

“…iría determinar hasta donde esa burguesía podría llegar en sus nuevas adaptaciones

históricas al capitalismo dependiente.” (Fernandes, 2002c; 1770). La profundidad del

éxito de la dictadura significaba el éxito de adaptación que tanto aterrorizó a la

burguesía nativa. Y fue para eso que ella se movilizó de la mejor manera que pudo.

La instauración de “…una dictadura de clase abierta y rígida convertía al Estado

nacional en el núcleo del poder burgués y en la viga maestra de la rotación histórica,

que se operó cuando la burguesía evoluciona de la autodefensa para la auto-afirmación

y el autoprivilegiamiento.” El Estado nacional “…pasa a asumir nuevas funciones,

diferenciar las antiguas o cumplirlas con más rigor, lo que implica la intensificación de

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la opresión indirecta y de la represión directa, inherentes a la “manutención del orden”.

El “enrigidecimiento” del orden “evolucionó naturalmente, así, para una excesiva y

desnecesaria demonstración de fuerza “preventiva”.” (Fernandes, 2002c; 1792). Por

tanto, el Estado autocrático de tipo oligárquico es una exigencia de este desarrollo

histórico dependiente, extremadamente contradictorio que la burguesía nacional se puso

a sí misma como reto único. El Estado nacional prevaleció en aquel entonces “como

factor de compensación” de la debilidad burguesa, pero terminó siendo el único

elemento que puede ser movilizado por las burguesías de la periferia.

La contra-revolución no creó esa situación histórica, que ella heredó de la

“República Vieja” y del “Imperio”. No fue una solución “creativa”, sino basada en el

pasado mismo de estas elites. “Aquí, pues, es evidente que el consenso burgués concilia

la “tradición brasileña”, de democracia restricta – la democracia entre iguales, esto es,

entre los poderosos que dominan y representan a la sociedad civil – con la “orientación

modernizadora”, de Gobierno fuerte.” (Fernandes, 2002c; 1795-6). El “elemento

saliente” en esta diferenciación de los papeles del Estado nacional en la dictadura “no es

la institucionalización de la violencia (el mismo tipo de violencia y su

institucionalización estaban presentes en la armadura anterior del arsenal opresivo y

represivo del Estado nacional).” Es, sin embargo, la “amplitud” de la “fundación de un

Estado nacional moderno” que tiene conectado todos sus servicios, funciones y

estructuras “a una concepción de seguridad fundada en la idea de guerra permanente de

unas clases contra las otras.” (Fernandes, 2002c; 1793). Es por tanto la fijación de la

autocracia. La característica profunda de la dictadura militar es el asentamiento de un

Estado moderno de ámbito nacional, como institución represora automática bajo los

mecanismos más sofisticados. Tenemos fuerzas productivas subdesarrolladas pero los

más modernos métodos de represión, que a menudo también surgen aquí.

Si es cierto que no atentan para la desigualdad social que generaría el esquema

“moderno” de desarrollo subalterno, la burguesía nativa, para “formarse, autoprotegerse

y privilegiarse”, visualizaba “dos series de antagonismos distintos: los que se vuelcan

contra las clases operarias y las clases destituidas (que se podrían considerar como el

“enemigo principal”)…”, y los antagonismos derivados de las “turbulencias de las

transiciones naturales del sistema capitalista mundial” (Fernandes, 2002c; 1797). La

unidad burguesa en el Estado totalitario sirvió como válvula de escape frente a los tres

focos de presiones que enfrentaba: 1º) las amplias presiones políticas, casi todas “dentro

del orden”; 2º) el Estado demasiado intervencionista, casi que por “naturaleza”, debido

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a la herencia imperial y al reciente gobierno radical-burgués; 3º) los ajustamientos

exigidos por el capital extranjero para su penetración, cambiando el orden de adaptación

acomodativa, lo que dejaba a toda la burguesía en alerta. “La extrema concentración de

la riqueza y del poder no confería a la burguesía nativa espacio político dentro del cual

pudiese moverse y articularse con los intereses sociales mas o menos divergentes.”

(Fernandes, 2002c; 1774-6). Como la burguesía nativa no podía contener tampoco

resolver dentro del orden aquellas presiones y tensiones, aún más con el intuito de

preservase al máximo frente a la transición brusca, ella poseía “limitadas salidas

históricas”, “compeliendo a las clases” altas para una “unidad de clase” por más

precaria que fuera (Fernandes, 2002c; 1873).

En síntesis, internamente la “…transformación en cuestión respondía,

globalmente, a las presiones del radicalismo burgués, de la oposición operaria y de la

insatisfacción popular.”. El elemento común “eficaz” de agrupación contra las presiones

fue la “defesa intransigente” del status quo y en la garantía del privilegio de los

intereses de las burguesías centrales. Aquí la democracia no apenas se disocia de los

principios estatales y sociales, sino que ella seria un “tremendo obstáculo al tipo de

autoprivilegiamiento que las clases burguesas se reservaban para poder enfrentar la

industrialización intensiva…”. Por tanto, aquellas presiones “…nunca pusieron a la

burguesía delante del problema de la democracia (mismo entendida como una

“democracia burguesa”), sino, eso sí, frente al problema del orden…”, del

mantenimiento del régimen burgués y de su preservación egoistica. La solución lógica

fue la instauración de una “oligarquía colectiva de las clases poseedoras. Lo que entraba

en cuestión, era por lo tanto, el problema de la autocracia.” En ese contexto, “el

elemento político se dibujaba como fundamento del económico y del social…”. Pues la

contra-revolución explica el modo como la burguesía impuso a las otras clases su vía

propia de transformación: “…el golpe de Estado se reveló una técnica suficiente de

transición política.” La sociedad política posibilitó a la burguesía nacional “…el tiempo

dentro del cual sus tendencias más conservadoras podrían dirigir […] la rebalsada

modernización provocada por la industrialización intensiva…”, a través de una

“autodefensa activa, militante y agresiva” que imprime en su auto-afirmación “el

carácter de una contra-revolución”. Las diferentes capas de las clases poseedoras

lograban “por vía política una unificación que permitía alcanzar los mismos fines…”

por lo menos durante el periodo de transición que se vivía. “Impotentes para componer

y sostener sus divergenticas, ellas dislocaran el foco de la unidad de acción

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73

transfiriéndolo de las grandes opciones históricas para el de la autodefensa colectiva de

los intereses materiales comunes…”, generada por un tipo de “hegemonía agregada”,

elementar y “tosca”, de “simples aglutinación mecánica de los intereses de clase”, pero

suficiente para el control del “tiempo, del espacio y de la sociedad, fijando los ritmos

internos del impacto de la industrialización…”. Servía para superar “al menos

transitoriamente, su impotencia histórica.” (Fernandes, 2002c; 1782-7y1802).

Con este “control absoluto del poder” la burguesía nacional lograba “…disociar,

casi a su voluntad, democracia, desarrollo capitalista y revolución nacional.” Es decir,

“…se operó una disolución acentuada entre desarrollo económico y desarrollo político.”

Por un lado, el padrón capitalista racional y modernizador del desarrollo económico; del

otro, y “...concomitantemente, medidas políticas, militares y policiales contra-

revolucionarias, atraillando el Estado nacional no a la clásica democracia burguesa,

sino a una versión tecnocrática de la democracia restita, a la cual se podría cualificar,

con precisión terminológica, como una autocracia burguesa.”. El Estado ya no tiene por

“función esencial proteger la articulación política de clases desiguales”, sino

exactamente en “suprimir cualquier necesidad de articulación política espontanea en las

relaciones entre clases, haciéndolas desnecesarias, ya que él mismo prescribe, sin

apelación, el orden interno que debe prevalecer y tiene que ser respetado.” Se practica,

“rutineramente, una democracia restricta o se niega la democracia. Ella es, literalmente,

un Estado autocrático y oligárquico”, una “composición sincrética” producto de la

“situación más contradictoria y anárquica que cualquier burguesía podría vivir.”

(Fernandes, 2002c; 1726y1800). A través del Estado la burguesía intentó vencer su

“debilidad congénita”, pero asentando en las “bases de su propia unidad política y de

integración política de la Nación”, esta simultanea “afirmación de la sociedad civil y

negación de la comunidad nacional”. Tal hegemonía posibilitaba “una cierta unificación

y una cierta centralización” fundamentada en intereses comunes, pero apenas después

de restringir “el alcance de los blancos colectivos”. Una unidad burguesa conquistada en

la restricción de sus propios objetivos y en la exclusión de las demás clases como

condición de garantía de control concreto del orden. El costo fue la “posibilidad

histórica de sobreponer la sociedad civil a la Nación.” Resistiendo “organizada e

institucionalmente a las presiones igualitarias” desde abajo en la sociedad nacional,

“sobreponiéndose y al mismo tiempo negando los impulsos integradores de ellas

decurrentes”, la burguesía configura así “un despotismo burgués y una clara separación

entre sociedad civil y Nación. De allí resulta, a su vez, que las clases burguesas tienden

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74

a identificar la dominación burguesa…” como un “derecho natural” suyo de “mando

absoluto, que debe beneficiar a la parte “activa” y “esclarecida” de la sociedad civil…”.

Así, lo que logran es “reducir la Nación a un ente abstracto” en tanto una “ficción legal

útil” que en realidad encarna la “voluntad política” en crear una sociedad civil “válida”,

que es aquella “activa” y “esclarecida”. “La articulación entre los más iguales se

degrada…” en esta sobreposición de la sociedad civil a la Nación, al equiparar la

“democracia restricta” con “la oligarquía de clase” (Fernandes, 2002c; 1756y1805).

“Para ellas, la nación no es una tarea a emprender, ni una bandera a defender, ni in

destino a conquistar: la nación es un obstáculo a saltar, porque a veces la soberanía

incomoda, una jugosa fruta a devorar.” (Galeano, 2010;271).

La exposición política de las presiones de abajo, de los perjudicados por la

industrialización acelerada, se impedía por la transferencia automática de aquellos

“comportamientos colectivos de autodefensa económica de las masas trabajadora” para

la esfera de la “seguridad nacional”. La condena de la presión política como “fuera de

orden” se automatizó con la dictadura. Así, las fuerzas burguesas, “que luchan por la

eternización de un régimen autocrático, ignoran la esencia del capitalismo privado…”,

confunden lo que “fue preciso hacer” con lo que se “debe hacer siempre”, poniendo a la

“proscripción represiva del conflicto de clase” como elemento permanente de la

“democracia” brasileña bajo desarrollo dependiente (Fernandes, 2002c; 1733).

Cuando la burguesía entendió que su desarrollo autentico era imposible al darse

cuenta de su papel en la división del trabajo mundial, ella abandona definitivamente a la

emancipación política y deja a los militares la coordinación de los procesos en la

sociedad política. Ese “cambio de horizonte” llevó a una solidaridad de clase que dejó

de ser “democrática” o mismo “autoritaria” para ser abiertamente “totalitaria” y contra-

revolucionaria, de 1930 a 1970. En suma, “el fermento de una dictadura de clase

preventiva”. Si bien es “…innegable que fue debido a tal cambio que […] los extractos

de clase burgueses dieron un salto histórico, realizando su integración horizontal, en

escala nacional.” Integrándose horizontalmente en el plano de la dominación burguesa

podían imponer a las demás clases y “a la Nación como un todo sus propios intereses de

clase.” Este tipo de aglutinación o de acomodación de intereses dispares y heterogéneos

“no comportaba riesgos políticos”. Los conflictos de fracciones fueron “capitalizados

exclusivamente por la propia burguesía”, en vez de servir para reformas estructurales y

democráticas (Fernandes, 2002c; 1768-9).

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75

En un corto plazo la dictadura comprimió los espacios políticos de todas las

clases; pero a medio y largo plazos “les tocaba una tarea más compleja”, a saber,

generar la estructura legal de las formas de represión preventiva, o los “reguladores

especiales” contra la “agitación política”, la “manipulación subversiva del

descontentamiento” o la “guerra revolucionaria” (Fernandes, 2002c; 1792-3). Toda

movilización política es igualmente estigmatizada y en seguida reprimida como “fuera

del orden”5. Siendo estigmatizados como fuera del orden y sofocados por medios

represivos, los conflictos entre las clases antagónicas aparecen como amenaza a la

“estabilidad del orden”, situación aprovechada por las clases dominante para “legitimar

la transformación de la dominación burguesa en dictadura de clase preventiva…”. La

nación burguesa se sobrepone e impera así a la nación legal. La legalidad se contiene

en pertenecer a la “nación burguesa” o, lo que es lo mismo, a la “ciudadanía validada”

(Fernandes, 2002c; 1769). Cuando la burguesía nativa pensó que ya no podía hacer

cualquier conciliación de clase sin arriesgar la dominación burguesa, restaba no más el

“enrigidecimiento y el uso organizado de la violencia de clase”, “mientras había

tiempo”, en tal juego de sobreponerse constantemente, en tanto clase, a la nación

general. (Fernandes, 2002c; 1784).

La burguesía se articula con el Estado en una especie de “capitalismo de Estado”,

de este modo automatizando en la sociedad la decisión adaptativa para acomodación de

las elites, tal como automatizando idénticamente a la política autocrática de la

ciudadanía validada. La modernización y la racionalización del Estado se contienen

apenas en los procesos de articulación de las clases poseedoras entre sí con el Estado,

que en su monolitismo, sin perturbaciones de “abajo”, resuelve las divergencias

intraclase. “Controlado, en última instancia, por la iniciativa privada”, el Estado “se

abre, en un polo en la dirección de un capitalismo dirigido por el Estado, y en el otro,

en la dirección de un Estado autoritario”. (Fernandes, 2002c; 1794).

Vemos, con todo, que este padrón “articulado de hegemonía burguesa posee una

precaria base de sostenimiento estructural e histórico” (Fernandes, 2002c; 1800). No

puede sostenerse por mucho tiempo sobre el volcán social que ha creado, sin adecuarse

constantemente. Haciendo así de toda estabilidad algo con apariencia siempre pasajera.

Las clases capitalistas dirigen por mecanismos directos e indirectos, visibles y ocultos,

5 Esto es especialmente caro a los partidos de izquierda que levantan consignas ultra-revolucionarias sin cualquier condiciones materiales de realizarlas, pero justificando la histeria burguesa.

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al Estado militar-tecnocrático, que a su vez coordina al capitalismo subalterno y en su

subalternidad, es decir, en su incorporación adecuada en el plano de la división mundial

del trabajo. Ésta es la formula del “anillo autoperpetuador” que permanece como

realidad profunda de la sociedad política, “un nuevo punto de partida histórico” para

convertir la “unidad exterior de las clases burguesas en un elemento de la socialización

política común, en escala nacional” (Fernandes, 2002c; 1801).

El “modelo típico de Estado capitalista moderno, en la forma que puede surgir en

la periferia” (Fernandes, 2002c; 1797) se contiene en ser el “eje político de la

recomposición del poder económico, social e político de la burguesía” (Fernandes,

2002c; 1722), al convertirse en “eslabón al florecimiento de grandes corporaciones”

poniendo en primer plano, incluso por sobre sí mismo, los intereses extranjeros y

definiendo así un orden de preponderancia preciso: “…los inversores extranjeros, los

grandes banqueros o comerciantes o industriales brasileños, el grande empresariado

rural capitalista, sectores “tradicionales” o “modernos” de la clase media, y de ahí en

adelante...” (Fernandes, 2002c; 1802).

Si bien frustró permanente la emancipación política, la eternización del Estado

autocrático posibilita, para la burguesía nacional, 1º) articular el eje interno al externo,

2º) la unidad entre la elite nacional para su auto-preservación. Esta unidad interna, a su

vez, posibilita la “...1) integración horizontal, en sentido y en escala nacionales, de los

intereses de las clases burguesas; 2) probabilidad de imponer tales intereses a toda

comunidad nacional de modo coercitivo y “legitimo”.” (Fernandes, 2002c; 1755).

El resultado político, que como vimos se hace económico, de la recomposición del

padrón de dominación burguesa dependiente, vemos en: “1º) dentro de los tiempos de la

Revolución Burguesa, la revolución económica fue disociada de la revolución nacional,

siendo esta relegada a un segundo plano; 2º) el Estado capitalista dependiente, al

modernizarse, se convirtió en el eslabón del tiempo económico de la Revolución

Burguesa...”, o sea, eslabón medio de la doble articulación (Fernandes, 2002c; 1794).

El resultado social, a su vez, no puede ser cuantificado. Aun que al “…costo del

congestionamiento anárquico y del hinchamiento de las ciudades, o de otros efectos

sociopáticos paralelos, la aceleración del desarrollo económico convirtió las realidades

del régimen de clases mucho más virulentas e irresistible de lo que eran antes.”

(Fernandes, 2002c; 1807). La altísima concentración de la riqueza hace con que una

muy reducida minoría coopte los recursos existentes. Ya en 1970 seis millones vivían

con los mismos recursos que otros ciento cuarenta millones. Cambian los ciclos de

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acumulación, pero los beneficios son igualmente tragados por las codiciosas elites que

dejan sentir libremente los demás efectos del despliegue capitalista. En Venezuela,

“…desde que el primer pozo de petróleo reventó a torrentes, la población se ha

multiplicado por tres y el presupuesto nacional por cien, pero buena parte de la

población, que disputa las sobras de la minoría dominante, no se alimenta mejor que en

la época en que el país dependía del cacao y del café.” En donde aparece el “desarrollo”

crece caóticamente las ciudades-polo, dejando a su vez a los pueblos “semidesiertos,

carcomidos, todo ulcerados por la ruina, las calles enlodadas, las tiendas en

escombros.” La realidad profunda de la Conquista se perpetúa con las técnicas del

genocidio moderno. “Son secretas las matanzas de la miseria en América Latina; cada

año estallan, silenciosamente, sin estrépito alguno, tres bombas de Hiroshima sobre

estos pueblos que tienen la costumbre de sufrir con los dientes apretados.” Pero la

muerte por la miseria, menos que un infortunio casual del “progreso”, posee su función

social bastante definida. “En América Latina resulta más higiénico y eficaz matar a los

guerrilleros en los úteros que en las sierras o en las calles.” Los países centrales

proponen resolver los problemas de los latinoamericanos eliminando de antemano a los

latinoamericanos (Galeano, 2010; 220y21).

Preservando aquellas condiciones que hacen coexistir “dos naciones” paralelas, la

oficial de la minoría y la “nación real” de la masa mayoritaria (Fernandes, 2002c; 1788),

el proceso de industrialización brasileño realmente representa su Revolución Burguesa

debido a los resultados societarios que conlleva, a la composición de clase que erige6.

Desarrolló definitivamente a una clase burguesa que subsume al individuo, tal como,

por lo tanto, una mentalidad burguesa; creó a una masa proletarizada, una historia de la

expropiación originaria, de la extracción de plusvalía y del movimiento de resistencia

obrera; impulsó la formación de una clase media, y ahí un consumo de masa y una base

popular como punto clave para mantener al sistema de dominación burguesa.

La formación de una clase burguesa se contiene inicialmente en aquella “extensa

e intensa movilización de clase” que caracterizó el movimiento de autodefensa colectiva

de la burguesía brasileña, después de 1945 (Fernandes 2002c;1787). Las elites se

unificaran a través de un profundo proceso de socialización por el tope del poder

económico, logrando de este movimiento“...alcanzar una verdadera forma burguesa de 6 Podemos ver la división de la sociedad en clases de varias maneras. Desde el punto de vista del capital, para el cual no hay nada más que la extracción de plusvalía, existen solamente burgueses y proletarios. Mirando a la renta familiar la sociedad se divide por lo menos en tres clases, alta, media y baja.

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solidaridad de clase...”. La burguesía, que fuera anteriormente no más que un

“…residuo social y más tarde un extracto pulverizado y disperso en la sociedad

brasileña, que se perdía en los elementos intermediarios y imitaba servilmente a la

aristocracia, gana su fisionomía típica y se impone como un cuerpo social organizado,

que constituye la cúpula de la sociedad de clases y su gran fuerza...”. Al construir su

forma de dominación burguesa en la doble articulación, constituyó igualmente su típica

“racionalidad burguesa” en aquel proceso que la hizo “comprender” su papel en el

mundo. Las “experiencias” en la primera mitad del siglo XX “despertaran la burguesía

brasileña para su verdadera condición”. Ya no se podía más buscar “…ventajas

comparativas para extractos burgueses aislados, al costo de su propia seguridad

colectiva y de la estabilidad de la dominación burguesa.” (Fernandes 2002c; 1764-5).

La burguesía debe moverse en bloque amparada en el Estado, monopolizando así

los beneficios de una apropiación dual de la plusvalía. La “integración horizontal” de las

clases burguesas privilegia a la gran burguesía que es la única que puede recoger

beneficios sólidos, mientras la pequeña y media burguesías se anclan siempre de modo

inestable en él, lo que cobrará su precio en el ciclo siguiente, neoliberal.

Esa “racionalidad burguesa típica” se aprendió en tres fases: primero la burguesía

nacional pensaba que iría “repetir a la historia” de las revoluciones “clásicas”, sea

anclándose en el federalismo norteamericano o en el liberalismo puro europeo,

entendiendo que podría realizar por estos caminos la transformación modernizadora que

se autonomizaría en seguida. Pero se hizo sentir el aparecimiento “…tardío y al mismo

tiempo muy lento […] del típico “empresariado moderno”, en el alto comercio, en la

industria, en las finanzas”. Varios elementos “concurrían, convergentemente, para

incentivar las clases burgués a una falsa consciencia burguesa”, manteniendo

“…ilusiones que violaban aún más las ideologías y las utopías importadas de la Europa

y de los Estados Unidos.” Quisieron realizar utopías sin heroísmo, sin riesgos y

sobretodo sin consideración real del pueblo. Las “experiencias” del primer surto

industrial y definitivamente de la “sustitución de importaciones” les dieron una ducha

de realidad. “Cuando eso quedó patente, también se evidenció que la concretización de

una democracia burguesa plena no era una “cuestión de tiempo” ni de “gradualismo

político”. La burguesía brasileña “aprendió, de un solo golpe, que la historia no es auto

germinadora; y no corrige a los errores de los hombres…” (Fernandes 2002c; 1765).

Abandonando las ideologías anteriores, que contenían la “ilusión” de una

emancipación política posible, la burguesía nativa adopta ahora las “evaluaciones

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pragmáticas” y establece como “ideal básico el principio, irradiado a partir de los

Estados Unidos, del desarrollo con seguridad.” Encontró ahí sus “nuevos eslabones de

“modernización”, descartándose de sus “…quinquillerías históricas libertarias de origen

europea, sustituidas por convicciones mucho más prosaicas, pero que ajustaban sus

papeles a la […] “defensa de la civilización occidental”.” (Fernandes 2002c; 1767).

La burguesía nativa se esquivaba ignorando “lo que se podría llamar de “dura

realidad” de su condición dependiente”, pero apenas hasta el momento en que tuvo

“…de enfrentarse con los problemas suscitados por la industrialización intensiva”.

Cuando la burguesía nativa “toma consciencia” de su situación global y del desarrollo

dependiente, ella “…intenta deshacerse […] de las ilusiones utópicas referentes a la

democracia burguesa y al nacionalismo burgués”, y con eso pierde “cualquier conexión

real” con la democracia-burguesa o nacionalista-burguesa, instaurando la autocracia,

“...1º) neutralizando las presiones específicamente democráticas y nacionalistas de los

sectores burgueses más o menos radicales; 2º) reprimiendo las presiones de igualdad

económica, social y política o de integración nacional...” (Fernandes 2002c; 1770).

Vemos que las oscilaciones ideológicas de la burguesía también se definen por el

eje externo. “Las burguesías de las periferias sufren, de ese modo, una oscilación

ideológica y utópica, condicionada y orientada a partir de fuera.” Aumenta el “grado de

alienación filosófica, histórica y política de la burguesía frente a los problemas

nacionales y su solución.” Florece “un padrón de libertad de clase que es

extremadamente egoístico e irresponsable”, en un nuevo tipo de “modernización

dirigida” que tendía a “…desplazar la lealtad a la Nación [...] en favor de lealtades muy

abstractas y supranacionales, como [...] la “defensa de la civilización cristiana y

occidental…”, confiriendo así “nuevos fundamentos” al “…enrigidecimiento de la

dominación burguesa e a su transfiguración en una fuerza social específicamente

autoritaria e totalitaria.” (Fernandes 2002c; 1767).

Durante el “clímax de la transición industrial” se impuso la restauración y la

recomposición del poder burgués. “Simétricamente, el pueblo cambia de configuración

estructural e histórica, y el proletario adquiere un nuevo peso económico, social y

político dentro de la sociedad brasilera.” El asalariamiento cada vez más masivo, el

“mayor dinamismo de la economía de consumo de masas y una elevación constante del

padrón de vida medio”, van permitiendo una cierta “participación económica” en la vida

social. Eso no podría significar otra cosa sino la “…diseminación del conflicto de clases

segundo intereses específicamente operarios”. (Fernandes 2002c; 1736). Pero el traslado

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de complejos industriales a los países periféricos persigue, sobretodo, la mano de obra

barata. Así, la modernización, la penetración del capital industrial, monopolista, en su

segundo surto, de aceleración, significó la “depresión de los salarios y de la seguridad

en el empleo”, la depresión de las aspiraciones al acceso a educación de las “clases

bajas” por la “compresión de las oportunidades de educación democrática; depresión de

los derechos civiles y de los derechos políticos. […] Las palabras “deprimir” y

“comprimir” exprimen muy bien la sustancia de las relaciones de la nueva sociedad

civil…”. (Fernandes 2002c; 1791).

La masificación del asalariamiento de la mano de obra nativa trae consigo, “seguramente, el aparecimiento de un nuevo tipo de proletario, más calificado [...] para entender la complejidad de la economía capitalista, la realidad da dominación burguesa y la mistificación inherente al funcionamiento de un Estado que no podrá ser nacional en cuanto sea monopolizado por el poder burgués y “manipulado de arriba para bajo”. (Fernandes 2002c; 1740).

Hasta el principio del segundo surto de industrialización, el eje externo también

alimentaba el “apetito” de la burguesía interna, “entrechoques alimentados por

antagonismos intraclase” debido a los naturales “intereses o aspiraciones divergentes de

clases o extractos de clases burgueses” (Fernandes 2002c; 1767). Eso impedía la real

unidad de la burguesía nativa desesperada por la necesidad de captar las ventajas

escasas del proceso que vuelan al exterior debido a la apropiación dual. Los “surtos” de

“...crecimiento económico rápido exponían esas clases [...] arcaicas o modernas, a una

intensa e incontrolable avidez por “oportunidades” y “ventajas estratégicas” nuevas.”

(Fernandes 2002c; 1784). Así, “...los extractos de clases burgueses divergían y se

degladiaban entre sí por causa de varios intereses en conflicto...” hasta el punto en el

cual “...ciertos extractos de la alta burguesía se lanzaban unos contra los otros,

defendiendo políticas económicas o privilegios exclusivos”, en un “intento frecuente de

dinamizar en provecho propio” la ventajas momentáneas, sin importar si “rasgaban las

brechas” de la estabilidad política. “Se definan, así, varias orbitas en permanente roce,

alrededor de las cuales gravitaban los proyectos de revolución nacional.” Si en el

segundo surto de industrialización las ilusiones sobre diferentes proyectos nacionales

fueron definitivamente abortadas, aun durante aquel desarrollo contradictorio del primer

surto, en el cual el eje externo exigía estabilidad política pero toleraba también las

peleas intraburguesías, tal tolerancia permitió que “...sectores civiles o militares y

civiles-militares, de la alta y de la clase media burguesa, se lanzaran a aventuras tenidas

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como “nacionalistas”, “democráticas” y “revolucionarias”.” Si bien la tolerancia a cierta

“demagogia populista” agravaba los “conflictos políticos de clase sin aumentar con eso

el espacio político democrático”, ella terminó por difundirse y “contaminar” a

“…estudiantes, intelectuales, sacerdotes, militares, varios sectores de la pequeña-

burguesía etc. Además, infiltraran influencias específicamente antiburguesas y

revolucionarias en las masas populares [...] lo que establecía un peligroso eslabón entre

miseria y pobreza, “presión dentro del orden” y convulsión social.” Reflejando las

presiones de origen proletaria o sindical se “convirtieron ambiguas las relaciones del

radicalismo-burgués con el socialismo reformista”. Por tanto, si es cierto que la

“demagogia populista” era una “abierta manipulación sentida de las masas populares”,

ella demuestra claramente al mismo tiempo “un momento de tentativa de afirmación de

la masa” (Fernandes 2002c; 1773-8y1788). El populismo aglutinó y direccionó la

constante agitación popular por cambios reales, pero desperdició esta energía

esterilizándola en su efectiva posibilidad de transformación radical. El radicalismo-

burgués significó el despliegue de las masas en su forma ya totalmente inserta en la era

burguesa, en el antagonismo de clase típico del capitalista subalterno. Significa,

entonces, el surgimiento del proletariado como fuerza política nacional y definitiva.

En la nueva configuración social de la dominación burguesa, el peso de la clase

media es fundamental en la balanza de la estabilidad social y política. “La principal

característica de la reciente evolución del orden social competitivo fue la rápida

diferenciación y el enorme crecimiento de las clases medias, en escala nacional. Mas

que un “despertar de las masas”, asistimos a un “despertar de las clases medias”.

(Fernandes 2002c; 1810). Si hasta entonces las clases medias se componían de

elementos de decaían de las familias tradicionales, de los estamentos altos e

intermediarios, ahora ella pasa a ser compuesta por gente asalariada, la mayoría

expulsada del campo. (Fernandes 2002c; 1740). Respecto al peso de la clase media en el

equilibrio del antagonismo de clase, vemos que fueron los sectores medios que

convirtieron “…sus frustraciones y sus aspiraciones en factores que disociaban el

radicalismo burgués del orden burgués existente y posible.” (Fernandes 2002c; 1774).

Pero esto se dio en una vía de doble mano con las clases bajas, de donde provenían

muchos sectores medios nuevos y debido a su ascenso de forma asalariada. Hubo una

“socialización operaria en las clases medias”, que engendró durante el populismo un

clima de “revolución de expectativas” que no corresponde a las “potencialidades reales

de la sociedad brasileña”, al menos dentro del orden burgués subalterno (Fernandes

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2002c; 1741). Con todo, en estas condiciones la “masa de los que se clasifican dentro

del orden es demasiado pequeña para hacer de la condición burguesa un elemento de

estabilidad económica, social e política...”, (Fernandes 2002c; 1780). Eso “…forzará las

clases dominantes y sus elites a procurar aliados fuera de sus fronteras y a colocar los

“problemas” económicos, sociales e políticos también a la luz de los intereses de las

clases bajas...” (Fernandes 2002c; 1742). Lo que consiguen estructurar es una

plataforma amplia de cooptación, sin embargo muy lejos de la “revolución de

expectativas” y en condiciones muy precarias y difíciles para los que migran desde los

campos, además de los que siguen cayendo de los extractos supriores. Por tanto la clase

media no surge de una apertura societaria de los beneficios del ciclo de acumulación,

sino como un “resto tolerado”, marcada por el resentimiento, una “…fuerte

impregnación tradicionalista y una contradictoria ambivalencia de actitudes. Nascida de

resentimientos psicosociales (y no de impulsiones societarias de naturaleza reformista o

revolucionaria propiamente dichas)...” (Fernandes, 2002c; 1765).

Finalmente, frente a la monopolización de los beneficios de los ciclos

productivos, la socialización por el tope, en una situación social extremamente volátil

debido a los ritmos débiles y discontinuos del capitalismo subalterno (Fernandes,

2004a;363), las clases medias terminan por interactuar en un verdadero “sálvese quien

pueda”, abriendo mano de toda formación política, de toda agregación social

(amistades, familia, migraciones) para preservar su pequeña propiedad o cuando ven la

posibilidad de adquirir una pequeña propiedad. Son volátiles en su comportamiento y en

sus concepciones. Pueden respirar el lujo del status, pero viven en el miedo constante de

descender socialmente. La burguesía nativa tira sus migajas a esas capas medias, porque

sabe del peso final que ellas poseen en la correlación de fuerzas social. Si la clase media

se inclina decididamente a favor de las clases más oprimidas, la burguesía nativa se ve

imposibilitada de contener la revuelta y tiene que ceder grandes cantidades e

importantes privilegios, a ser debitadas en su propia cuenta, pues cada mejora sustancial

de las clases medias significa pérdida de status para los ricos.

La unificación y la centralización del poder real de las clases burguesas no alcanzaron niveles suficientemente altos y profundos – mismo con el auxilio, ulterior, de su Estado autocrático y de lo que él representa como factor de refuerzo y de estabilidad del orden – a punto de cambiar el significado de los intereses específicamente burgueses en términos de otras clases, de la Nación como un todo y de los centros de dominación imperialista externa. Por consiguiente, las clases burguesas continuaran tan presas dentro de sus capullos, [...] especialmente frente las exigencias inaplazables de las

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multinacionales, de las naciones hegemónicas o de su superpotencia y de la comunidad internacional de negocios [...], aisladas de la realidad política de una sociedad de clases y sometidas a partir de fuera, como estaban a veinte o a cuarenta años. Después de todo y a pesar de todo, ellas se enajenan de las demás clases, de la Nación y de la “revolución brasileña” por el mismo particularismo de clase ciego, el cual las lleva a percibir las clases operarias y las clases destituidas en función de una alternativa estrecha: o meros tutelados; o enemigos irreconciliables. (Fernandes, 2002c; 1801).

Como la reacción autodefensiva de la burguesía solo podía alcanzar su punto de

maturación y de eclosión bajo fuerte y persistente “impregnación militar y tecnocrática

de los servicios, estructuras y funciones del Estado”, eso elevó el volumen de todo un

cuerpo burocrático que tuvo ampliada su participación directa en la conducción de los

“negocios del Estado.” Sin la “militarización y tecnocratización” tanto del movimiento

contra-revolucionario de la burguesía cuanto del Estado nacional “regenerado,

autocrático-burgués” seria imposible colocar este Estado en el centro de las

transformaciones y convertir eficientemente la reacción autodefensiva de la burguesía

nativa en una “fuente de auto-afirmación y de autoprivilegiamiento”. Este proceso,

inserto en la doctrina norteamericana de la “seguridad nacional” lleva a la “…creación

de un nuevo status quo, necesario a la instauración y a la persistencia de la dictadura de

clases abierta y rígida.” (Fernandes, 2002c; 1789-94). La tecnocratización aparece como

forma privilegiada de cooptación de las clases medias, empujándola también a un cierto

movimiento migratorio en la búsqueda por “cargos públicos” u oportunidades variadas

Esa articulación política entre los más iguales, democrático-oligárquica en su esencia y en sus aplicaciones, asume de inmediato e irremediablemente la forma de una cooptación sistemática generalizada. La cooptación se da entre grupo y fracciones de grupos […] siempre implicando la misma cosa: la corrupción intrínseca e inevitable del sistema de poder resultante. Además, la cooptación se convierte en el vehículo por el cuál la variedad de intereses y de valores en conflicto vuelve a la escena política […] Desde ese ángulo la autocracia burguesa lleva a una democracia restricta típica, que se podría designar como una democracia de cooptación (Fernandes, 2002c; 1805).

La aceleración del crecimiento “hizo lo que la burguesía más recebaba”: concurrió

para “expandir bruscamente a la sociedad de clases.” Para tanto se armó el mecanismo

de autodefensa permanente que es el Estado autocrático, armando la sociedad de clases

con los recursos de autodefensa policial-militar y política que puedan rellenar, dentro

del orden, por tanto en un clima de “normalidad” y de “legitimidad”, las funciones

equivalentes a la contra-revolución preventiva, sea “a frio o a caliente”, con terror

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descarado o ocultado. Con la “situación bajo control”, eliminada toda una generación

con la más alta conciencia política, la “defensa a caliente del orden puede ser hecha sin

que los “organismos de seguridad” necesiten del soporte técnico de un “clima de guerra

civil”, mientras la “represión policial-militar” se mantenga a través de la “compresión

política”. De este modo la “contra-revolución preventiva” reaparece de “manera

concentrada e institucionalizada, como un proceso social y político especializado,

incorporado al aparato estatal”, a través de la “localización” del enrigidecimiento del

orden en “ciertas funciones dictatoriales permanentes del “Estado constitucional”,

continuando de este modo el “indefinido solapamiento del orden”. Es así que la clase

burguesa, siguiendo rígidamente su “naturaleza”, pretende “crear condiciones

normales” para el “crecimiento pacifico” del capitalismo “que se encontraba establecida

antes de 1964.” (Fernandes, 2002c; 1080-9). Las contradicciones sociales resultantes de

la aceleración forzada de la industrialización por desconcentración productiva, de este

modo, son resueltas “dentro del orden” no por la atenuación, “sino por el

recrudecimiento del despotismo burgués”, configurando un “Estado autocrático tan

complejo” como lo es su función sucesiva al estar “compelido a funcionar bajo extrema

tensión permanente y autodestructiva, de insoportable paz armada” (Fernandes, 2002c;

1812-3). La formación de una dominación capitalista de tipo dependiente resultan en la

desgracia social de los pueblos latinoamericanos. “En el periodo más exitoso del

“milagro” brasileño, aumentó la tasa de mortalidad infantil en los suburbios de la ciudad

más rica del país.” (Galeano, 2010; 359). La jornada laboral de ocho horas se redujo a

letra muerta. Se trabaja hasta catorce horas, as veces siete días por semana. Las

transnacionales, junto a gobiernos y bancos internacionales “…han convertido cada

centro de producción en un campo de trabajos forzados.” (Galeano, 2010; 357). Nuestro

estudio apunta al atraso tecnológico y la desorganización poblacional y productiva

como consecuencia necesaria del padrón capitalista subalterno. “El subdesarrollo no es

una etapa del desarrollo. Es su consecuencia.” (Galeano, 2010; 363).

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5) Elementos del despojo

El Estado autocrático-burgués tendría de contener por sí mismo a todas las

tensiones inherentes a una sociedad de clase (Fernandes, 2002c; 1805). Esa condición

da origen a una “formidable superestructura de opresión y de bloqueo”, la cual

convierte, “reactivamente”, la propia dominación burguesa en la única fuente de “poder

político legitimo”, imponiéndose “…como el punto de partida y de llegada de cualquier

cambio social relevante.” (Fernandes, 2002c; 1756). La autocracia totalitaria interrumpe

“los dinamismos del poder burgués a largo plazo, sustituyéndolos por otros”, pero

complejificando el proceso de formación capitalista para siempre (Fernandes, 2002c;

1804). “Con eso, el desplazamiento empresarial transciende a la fase de irrupción

propiamente dicha, instilando dentro de la económica brasileña tendencias que no

pueden más ser eliminadas por medios administrativos o políticos simples.” (Fernandes,

2002c; 1716). La burguesía se defiende con la monopolización de los beneficios,

entorpeciendo aun más los mecanismos competitivos del capitalismo y sus dinamismos,

profundizando aun más su debilidad de acción auto-afirmativa, que se va limitando cada

vez a una acción defensiva, es decir, afirmase reprimiendo a los movimientos sociales, y

a las presiones de abajo como un todo. Los “acuerdos de caballeros” dan el tono de la

socialización por el tope y dejan “las oscilaciones de los precios entregues a la ganancia

especulativa” externa, tal como internamente revigora la “reluctancia de extender los

criterios de mercado del trabajo en el campo o a ciertos tipos de trabajo urbano, los

bloqueos a la reforma agraria, etc.” (Fernandes, 2002c; 1733).

La producción capitalista mundial y la división internacional del trabajo derivada,

no son más para nosotros que un gran sistema global del despojo, siempre

perfeccionado. Hablar de los procesos del despojo significa apenas narrar la actuación

de los sujetos en la esfera económica y, claro, política. El imperialismo de los países

centrales corresponde a la imposición de este flujo compuesto de un lado por la

exportación de sus mercanticas a los países periféricos, de otro por la importación de

materia-prima, a un tal nivel que necesariamente involucra el saqueo, la rapacidad, los

“…empréstitos voraces de los monopolios financieros; las expediciones militares y las

guerras de conquista…” (Galeano, 2010; 263). Los elementos de la dependencia, que

encontramos en la actuación de los sujetos económicos y políticos de la Revolución

Burguesa en Brasil, son los elementos del despojo, las diversas armas que sangran a los

recursos internos, las visas concedidas para el saqueo: “…un siglo y medio de historia

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nacional – proclama un líder sindical argentino – ha presenciado la violación de todos

los pactos solidarios, la quiebra de la fe jurada en los himnos y las constituciones…”

(Galeano, 2010; 323). La estructura de la dependencia, enraizada por la recomposición

subalterna de la dominación burguesa bajo capitalismo monopolista, se constituye en: 1)

la desconcentración productiva y el flujo de capitales; 2) los ciclos extractivistas

vegetales y minerales; 3) las formas de acumulación primitiva y la puesta de la

producción no-capitalista como medio de reserva de recursos; 4) las importaciones y su

extensión como el elemento que da la unidad a los otros tres.

La “inversión” extranjera se presenta como el más espectacular elemento del

despojo. De hecho, significó la descapitalización interna por el drenaje de los recursos

para la capitalización de las empresas centrales, que además del acceso a contingentes

de trabajadores más baratos que en sus países, mantenían el monopolio técnico de la

producción. Las inversiones, y los préstamos, aparecen como “ayuda” externa, pero en

verdad son financiadas por los gobiernos latinoamericanos, luego, por su pueblo. “Todo

se computa con cargo a la ayuda, y todo pesa sobre la deuda externa de los países

agraciados por la diosa Fortuna.” (Galeano, 2010;303). Se “…denomina ayuda a la

ortopedia deformante de los emprestamos y al drenaje de las riquezas que las

inversiones extranjeras provocan.” (Galeano, 2010; 21). “A cambio de inversiones

insignificantes, las filiales de las grandes corporaciones […] se apoderan de los

procesos internos de industrialización.” Mismo un organismo imperialista como la OEA

admitía ya en 1969 que las inversiones extranjeras se daban en América Latina en

aquellas industrias más dinámicas y “…que son las más importantes en la

determinación del curso del desarrollo económico” (Galeano, 2010; 268). La estrategia

de las inversiones direccionadas generaba la debida “hemorragia de los beneficios de las

inversiones directas de Estados Unidos en América Latina”, que se hizo rápidamente

cinco veces mayor que las nuevas inversiones. Las inversiones estratégicas lograban por

tanto que la desconcentración productiva fuera también una centralización en el

escurrimiento de los capitales ajenos, a ser completada con los demás elementos del

despojo. Ya durante el gobierno electo de Kubitscheck (1955-62) el ochenta por ciento

de las inversiones de las empresas privadas que llegaron desde el extranjero fueron

computadas – legalmente – como deuda del Estado nacional (Galeano, 2010; 280).

Lenin, al ver la primera faz de la hegemonía del capital industrial, afirmaba que

imperialismo significaba la exportación de los capitales centrales a los países

periféricos. Ahora, elevado a otra potencia, “...el imperialismo importa capitales de los

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países donde opera.” Kennedy también admitió en 1960 que del “mundo

subdesarrollado” se habían “…retirado 1.300 millones de dólares mientras sólo le

exportábamos doscientos millones en capitales de inversión.” Desde entonces, apenas

creció la “sangría de los beneficios”. La lógica, por lo tanto, es sencilla pero absurda:

“…los países “beneficiados” se descapitalizan en vez de capitalizarse.” (Galeano, 2010;

292-3). Con razón se quejaba el embajador paraguayo cuando “…afirmó que los países

débiles absurdamente subvencionan el desarrollo industrial de los países más

avanzados…” (Galeano, 2010; 332). Las transnacionales retiraban capitales mismo

cuando anunciaban que les estaban poniendo. La Revista Fichas de 1965

…indica que las divisas insumidas entre 1961 y 1964 por la industria automotriz, en la Argentina, son tres veces y media que el monto necesario para construir diecisiete centrales termoeléctricas y seis centrales hidroeléctricas […] y equivalen al valor de las importaciones de maquinarias y equipos requeridos durante once años por las industrias dinámicas para provocar un incremento anual del 2,8 por ciento en el producto por habitante (Galeano, 2010; 292). …documento de la OEA informa que, nada menos del 95,7 por ciento de los fondos requeridos por las empresas norteamericanas para su normal funcionamiento y desarrollo en América Latina, provienen de fuentes latinoamericanas, en forma de créditos, empréstitos y utilidades revertidas. Esa proporción es del ochenta por ciento en el caso de las industrias manufactureras (Galeano, 2010; 289).

Hasta mismo los fondos de los organismos financieros internacionales, que

también están siempre listos para prestarnos su “ayuda”, son en gran medida cooptados

desde los países periféricos donde en seguida van a parasitar como “prestamos”.

“América Latina proporciona la mayoría de los recursos ordinarios de capital del Banco

Interamericano de Desarrollo.” Sin embargo, sólo Estados Unidos posee poder de veto

en el BID (Galeano, 2010; 297).

Las inversiones también se direccionan estratégicamente para renovar los pactos

coloniales en el tiempo y en el espacio. En 1970, la mitad de las inversiones

norteamericanas en América Latina “…está dedicada a la extracción de petróleo y a la

expropiación de riquezas mineras.” (Galeano, 2010; 176). Pero es el petróleo

venezolano el gran ejemplo del despojo latinoamericano. Las

…ganancias arrancadas a esta gran vaca lechera sólo resultan comparables en proporción al capital invertido, con las que en el pasado obtenían los mercadores de esclavos o los corsarios. […] Ningún país ha producido tanto al capitalismo mundial en tan poco tiempo: Venezuela ha drenado una

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riqueza que, según Rangel, excede a la que los españoles usurparon a Potosí o los ingleses a la India. […] De Venezuela proviene casi la mitad de las ganancias que los capitales norteamericanos sustraen a toda América Latina. […] en medio siglo, una renta petrolera tan fabulosa que duplica los recursos del Plan Marshall para la reconstrucción de Europa… (Galeano, 2010; 215-6).

Por tanto, nuestro “atraso” es muy relativo, pues siempre estuvimos encajados en

la división internacional del trabajo. También porque los países centrales no serian hoy

lo que son sin la sangría de los países periféricos, generando así una dependencia

reversa, pues el rendimiento que generan los países periféricos pasa a ser muy

importante para el desarrollo capitalista global. “Las filiales de Venezuela produjeron,

en 1957, más de la mitad de los beneficios recogidos por la Standart Oil de Nueva

Jersey en todas partes; en ese mismo año, las filiales venezolanas proporcionaron a la

Shell la mitad de sus ganancias en el mundo entero.” (Galeano, 2010; 205).

Pero son las importaciones que completan el ciclo de capitalización drenada de las

transnacionales. Además de la transferencia directa, su dominio del mercado interno en

todas sus dimensiones, incluso sociocultural, les permite una recaudación que sea quizá

aun más importante. “La concentración de las ventas de las empresas norteamericanas

radicadas al sur del rio Bravo se concentra en los mercados locales y no en la

exportación. Por el contrario, la proporción correspondiente a la exportación tiende a

disminuir.” (Galeano, 2010; 311).

En tal contexto de atraillamiento y debilidad es muy fácil predecir que la

dependencia del saber técnico existente se convertirá en dependencia del desarrollo

capitalista como un todo. “Se recibe la tecnología moderna como en el siglo pasado

[XIX] se recibieron los ferrocarriles, al servicio de los intereses extranjeros…”.

Nuestros “matemáticos, ingenieros y programadores” no raro encuentran “…trabajo en

el exilio: nos damos el lujo de proporcionar a los Estados Unidos nuestros mejores

técnicos. Además de la cuestión cultural, pues el mero trasplante de tecnología ya

“implica una subordinación cultural”, el control del know-how también se convierte en

fuente de extorsión política “a los países que se nieguen a aceptar” los designios

extranjeros, visto la posibilidad de que “…las empresas extranjeras dueñas de las

patentes fijen los precios de los productos por ellas elaboradas o que prohíban su

exportación a determinados países.” Cuando la universidad de algún país intenta

“…impulsar las ciencias básicas para echar bases de una tecnología no copiada […] un

oportuno golpe de Estado destruye la experiencia bajo el pretexto de que así se incuba la

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subversión.” Ejemplo claro tenemos en la Universidad de Brasilia, “abatida en 1964”.

La técnica es también la técnica del despojo, de abrir la hemorragia y drenar la sangría,

“la pericia en el arte de devorar al prójimo.” Frente a esta impotencia, la burguesía

nativa “…se hinca ante los altares de la diosa Tecnología.” (Galeano, 2010; 315-7).

La estructura imperialista mundial perfeccionada en el siglo XX fue articulando,

hasta su completa fusión orgánica, a las empresas transnacionales, los organismos

financieros internacionales, los gobiernos centrales y, finalmente en el eslabón más

débil, los gobiernos periféricos. Forman una unidad que se hizo cada vez más

harmoniosa hasta la perfecta composición de un “anillo autoperpetuador” en el cual las

fronteras de las diferentes instituciones no se separan claramente. “El capitalismo de

nuestros días exhibe, en su centro universal de poder, una identidad evidente de los

monopolios privados y el aparato estatal.” (Galeano, 2010; 292). El gobierno

norteamericano hace “siempre suya la causa de las corporaciones petroleras privadas.”

(Galeano, 2010; 212). A su vez, “el Banco Mundial responde a los Estados Unidos

como el trueno al relámpago.” (Galeano, 2010; 303). Y, completando la escena, no

faltarán “…políticos y tecnócratas a demonstrar que la invasión del capital extranjero

“industrializador” beneficia las áreas donde irrumpe.” (Galeano, 2010; 268).

Los funcionarios de estas diversas instituciones saltan de un cargo ejecutivo a

otro, posicionándose estratégicamente y creando así una “corporatocracia” (Perkins,

2005), en la cual los intereses de las diferentes instituciones ya no se divisan,

independiente de sus funciones originales, democráticas o privadas, y ponen a la

“seguridad” de la “iniciativa privada” como voluntad general del Estado. “Los

directores, abogados o asesores de la Hana [EUA] […] eran también miembros de más

alto nivel del gobierno de Brasil, y continuaron ocupando cargos de ministros,

embajadores o directores de servicios en los ciclos siguientes.” Pero con el golpe militar

de 1964, los hombres de la minera Hana, ocuparan directamente la vicepresidencia y

tres ministerios (Galeano, 2010; 200-1). La dictadura militar, haciendo saltar a la vista

la paradoja de su nacionalismo, realizó como nadie más la “desnacionalización de

Brasil” a través de la grave represión social. Los “…dictadores militares de Brasil

festejan los cumpleaños de las empresas del Estado anunciando su próxima

desnacionalización, a que la llaman recuperación.” Los militares actuaron para

viabilizar la mayor cantidad de “absurdos posibles”. En un mismo día pusieron una ley

que reservaba al Estado la explotación de la petroquímica y otra derogando la anterior,

abriendo espacio para las inversiones privadas. “No en vano el Comité de Comercio de

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la Alianza para el Progreso cuenta, entre sus miembros más distinguidos, con los más

altos ejecutivos del Chase Manhattan y del City Bank, la Standart Oil, la Anaconda y la

Grace.” (Galeano, 2010; 301).

Los grupos de “asesores”, formados por los organismos financieros

internacionales, entran en un país con el status de “todo-poderoso grupo asesor”. Sin

embargo él no asesora sino que manda (Galeano, 2010; 197). Su utilidad es preparar el

“asesinato económico” del país hospedero (Perkins, 2005), presentando a la penetración

del capital extranjero como capitalización interna, ocultando por tanto su verdadero

efecto. Recontextualizan a cada específica región la forma de dominación en boga, las

“doctrina Monroe”, los “consenso de Washington”, e implantan gobiernos títeres

“democráticos”. Componen toda una tecnología social del asesinato económico, para el

cual forjan estudios y hasta teorías económicas enteras, presentando los efectos

benignos de una futura “inversión extranjera”. “So pretexto de la mágica estabilización

monetaria, el Fondo Monetario Internacional […] agudiza los desequilibrios en lugar de

aliviarlos”, obligando los países hospederos “…a contraer hasta la asfixia los créditos

internos, congela los salarios y desalienta la actividad estatal […] aplastando aún más la

mezquina capacidad de consumo del mercado interno…”. Sus “formulas” nunca

generaron la estabilización o el desarrollo, sino que “…han intensificado el

estrangulamiento externo de los países, han aumentado la miseria […] y han precipitado

la desnacionalización económica y financiera, al influjo de los sagrados mandamientos

de la libertad de comercio, la libertad de competencia…”. Pero los asesores del FMI

todavía tuvieron coraje para decir que “…una demanda excesiva, en esta tierra de

hambrientos, tendría la culpa de la inflación.” Con todo, está claro que la razón es otra.

“La terapéutica empeora al enfermo para mejor imponerle la droga de los empréstitos

y las inversiones.” (Galeano, 2010; 286-7).

…la estructura del cártel implica el dominio de numerosos países y la penetración en sus numerosos gobiernos; el petróleo empapa presidentes y dictadores, y acentúa las deformaciones estructurales de las sociedades que pone a su servicio. Son las empresas quienes deciden, con un lápiz sobre el mapa del mundo, cuáles han de ser las zonas de explotación y cuáles las de reserva, y son ellas quienes fijan los precios que han de cobrar los productores y pagar los consumidores (Galeano, 2010; 206).

Actuando a nivel global esta “estructura del cártel” que son las transnacionales

impuso su adecuada partición del mundo. En 1969 un nuevo acuerdo “…consagró la

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división del mercado latinoamericano de equipos de generación, transmisión y

distribución de electricidad, entre la Unión Carbide, la General Electric y la Siemens.”

(Galeano, 2010; 330). Esta partición incluye la definición perversa de las partes del

globo destinadas como reservas, definiendo también así las fronteras de la

modernización periférica: “…las diversas filiales de la Estándar Oil, la Shell, la Gulf y

la Texaco no explotan las cuatro quintas partes de sus concesiones, que siguen siendo

reservas inactivas…” (Galeano, 2010; 216).

Los organismos financieros trasnacionales articulan en el plano macroeconómico

a los diferentes agentes del imperialismo y los varios elementos del despojo. “El

bombardeo del Fondo Monetario Internacional facilita el desembarco de los

conquistadores.” El “…FMI fue creado para institucionalizar el predominio financiero

de Wall Street sobre el mundo entero, cuando a fines de la segunda guerra el dólar

inauguró su hegemonía como moneda internacional.” Fuera sus prestamos directos, el

FMI también es el órgano que da la “luz verde” para prestamos de otros orígenes: “el

Fondo opera, en efecto, como un inspector internacional” cuyo visto bueno es necesario

para buen trato de la banca imperialista y la bolsa de valores (Galeano, 2010; 287).

Los bancos aparecen como otro mecanismo fundamental del despojo por

viabilizar los prestamos engañosos pero también haciendo la conexión de las empresas

filiales con las matrices, profundizando y extendiendo la dominación extranjera. “La

canalización de los recursos nacionales en dirección a las filiales imperialistas se explica

en gran medida por la proliferación de las sucursales bancarias norteamericanas que han

brotado, como los hongos después la lluvia […] a lo largo y a lo ancho de América

Latina.” (Galeano, 2010; 289). El esquema no era ningún misterio, tal como afirmaba el

presidente Woodrow Wilson: “Un país es poseído y dominado por el capital que en él se

haya invertido”.” (Galeano, 2010; 16).

La desnacionalización financiera es un requisito básico: los grandes bancos

adquieren a los bancos nacionales con sus sucursales ya existentes en cada país, lo que

sucedió fuertemente durante la década de 1960. Toda esta “invasión bancaria” sirve

para desviar y canalizar el ahorro interno latinoamericano, o de los países donde operan,

“para el uso de las corporaciones multinacionales” que operan en la región y son

clientes de sus casas matrices, mientras “las empresas nacionales caen estranguladas por

la falta de crédito.” La demagogia de la libre competencia la vemos aquí en toda su

potencia. “Ningún banco extranjero puede operar, en Estados Unidos, como receptor de

depósitos de los ciudadanos norteamericanos.” Además es “imposible conocer el

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simultaneo aumento de las actividades paralelas – subsidiarias, holdings, oficinas de

representación – en su magnitud exacta”, pero se sabe que en igual proporción han

crecido los fondos latinoamericanos absorbidos por bancos que “…están controlados

desde fuera a través de decisivos paquetes de acciones o por la apertura de líneas

externas de crédito severamente condicionadas.” Como si fuera poco, mismo los bancos

nacionales, “incluso los invictos”, “…también prefieren atender la demanda de las

empresas industriales y comerciales extranjeras, que cuentan con garantías y operan por

volúmenes muy amplios.” (Galeano, 2010; 290-1).

El FMI y el BID, a su vez, asaltan a los bancos centrales de los países periféricos,

ocupan ministerios decisivos, se apoderan de datos secretos sobre las finanzas,

“redactan e imponen leyes nacionales”, y por fin “…se arrogan el derecho de decidir la

política económica que han de seguir los países que solicitan los créditos.” (Galeano,

2010; 294-5). La previa invasión de los “marineros” del FMI facilita la penetración. La

deuda se convierte en una “trampa mortal”. “Así se han conquistado empresas mediante

un simple golpe de teléfono, después de una brusca caída de las cotizaciones en la

Bolsa…”, lo que también se puede dar con la simple ejecución de una deuda vigente,

luego, sin que el comprador extranjero ponga un centavo siquiera por la empresa

adquirida. De este modo el producto de la venta de una empresa nacional muchas veces

ni llega al país de origen, y “queda rindiendo intereses en el mercado financiero del país

comprador” (Galeano, 2010; 287-8).

Los prestamos vienen de los organismos privados y oficiales de Estados Unidos,

los bancos internacionales, el FMI y el Banco Mundial, “…para que los países

latinoamericanos remodelen su economía y sus finanzas en función del pago de la deuda

externa.” Buena parte de las ganancias generadas por la explotación de nuestros

recursos se fuga a los países centrales “…donde pega un salto de circo para luego volver

a nuestras comarcas convertida en empréstitos. […] El ciclo vicioso es perfecto: la

deuda externa u la inversión extranjera obligan a multiplicar exportaciones que ellas

mismas van devorando.” (Galeano, 2010; 353). El pueblo y sus trabajadores se hacen

rehenes de la prosperidad ajena. A este “ciclo vicioso de la estrangulación” se suman los

nuevos prestamos tomados para cumplir con los pagos, “que generan compromisos

mayores, y así sucesivamente.” Las divisas van quedando en manos extranjeras pues la

deuda va excediendo a las exportaciones, dejando la burguesía nativa atrapada en este

esquema que merma la poca fuerza de negociación que posee. De este modo, dentro del

esquema de desarrollo dependiente, “el Banco constituye también un eficaz instrumento

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de extorsión” y de presión política, tal como se ilustra en los casos de Guatemala en

1966 y de Colombia 1967. Determina “el clima de inversiones” la evaluación de la

“performance” de cada país. “Los préstamos ofrecen indicaciones tan precisas como las

de un termómetro para evaluar el clima general de los negocios de cada país…”. Los

préstamos se condicionan “a la aplicación de la receta estabilizadora del FMI y al pago

puntual de la deuda externa”, siendo completamente “incompatibles con la adopción de

políticas de control de las ganancias de las empresas” (Galeano, 2010; 300-4). Los

resultados son siempre sencillos y absurdos: “…los países se hipotecan endeudándose

con la banca extranjera y con los organismos internacionales de crédito, con lo que

multiplican el caudal de las próximas sangrías.” (Galeano, 2010; 270).

Los préstamos también hacen el eslabón con otros mecanismos de la estructura

del despojo como las importaciones, que a su vez derivan en otras estafas. Desde el

desequilibrio en la balanza de pagos norteamericana en fines de1950 “…los préstamos

fueron condicionados a la adquisición de los bienes industriales norteamericanos, por lo

general más caros que otros productos similares en otras partes del mundo.” No es

casual que las transnacionales o sus filiales “resultan siempre los proveedores

finalmente elegidos en los contratos.” Los préstamos también suelen exigir “que no

menos de la mitad de los embarques se realice en barcos de bandera norteamericana.”

Pero los fletes de los buques norteamericanos son más caros, saliendo hasta el doble de

los fletes más baratos. Las aseguradoras contratadas también son normalmente

norteamericanas, tal como el banco que hace los contratos. “El BID determina la

política de tarifas e impuestos de los servicios que toca con su varita de hada buena…”,

fijando precios e impuestos hasta mismo “…para el alcantarillado o las viviendas,

previa propuesta de los consultores norteamericanos designados con su venida. Aprueba

los planos de las obras, redacta las licitaciones, administra los fondos y vigila el

cumplimiento.” Bloquean las posibilidades políticas de modificar “las leyes orgánicas o

los estatutos” sin su consentimiento, y a “…la vez impone determinadas reformas

docentes, administrativas y financieras [en el sistema educativo].” Prohíben el comercio

con determinados países, “imponen la eliminación de los impuestos y aranceles

aduaneros”, exigen la aprobación de acuerdos, de garantías de las inversiones contra

posibles perdidas y “obligan a aceptar la tutela administrativa de sus técnicos.” La

“atadura del financiamiento” – dice la OEA en el documento ya citado – otorga “un

subsidio general a las exportaciones norteamericanas”. Los fabricantes periféricos de

maquinarias “…sufren serias desventajas de precios en el mercado internacional, según

Page 94: Para una historia socialista de la América Latina

94

confiesa el Departamento de Comercio de los Estados Unidos…”. Los gobiernos

periféricos realizan acuerdos envueltos en grandes formalidades ceremoniosas que

anuncian el futuro hoy, pero “…las condiciones más lesivas raras veces figuran en los

textos de los contratos y los compromisos públicos, y se esconden en las secretas

disposiciones complementarias.” No faltan ejemplos escandalosos. “El Parlamento

uruguayo nunca supo que el gobierno había aceptado, en marzo de 1968, poner un

límite a las exportaciones de arroz de ese año…”. Cada vez más la manipulación

norteamericano va perdiendo la medida y el decoro. En la Conferencia de Punta del Este

en 1962 el delegado de Haití cambió su voto por un aeropuerto nuevo, dando a EUA la

mayoría necesaria para expulsar a Cuba de la OEA (Galeano, 2010; 295-8).

La realidad de los “absurdos posibles” supera a la ficción y vacía de contenido a

los préstamos. Según la propia OEA, de los prestamos extranjeros “…apenas el 38 por

ciento de la ayuda nominal se puede considerarse ayuda real. Los prestamos para

industria, minería, comunicaciones, y los créditos compensatorios, sólo constituyen

ayuda en una quinta parte del total autorizado.” Con todo, sin necesidad de mucha

matemática, ya sabemos que el resultado se siente en la composición social que

provoca. Las recetas del FMI “normalmente desatan el incendio de la agitación social.”

(Galeano, 2010; 295-8). Mientras los gobiernos latinoamericanos, “sombrero en la

mano”, presos en su debilidad “…golpearán cada vez más desesperadamente las puertas

de los prestamistas internacionales.” (Galeano, 2010; 308). “Las corporaciones

multinacionales, pues, no sólo usurpan el crédito interno de los países donde operan, a

cambio de un aporte de capital bastante discutible, sino que además les multiplican la

deuda externa.” (Galeano, 2010; 352). Como las inversiones extranjeras son pagas en

realidad con dinero del gobierno periférico, las exportaciones de cada ciclo extractivista

van siendo destinadas cada vez más para el pago de la deuda generada por lo que

deberían ser capitales foráneos invertidos en los países. Crean este círculo vicioso que

es el embrollo de la dependencia.

El desarme arancelario constituye otro elemento del despojo al liberar la

circulación de mercancías importadas, destinadas a reorganizar los centros de

producción y los mercados de América Latina: reina la “economía de escala”. En la

“…primera fase, cumplida en estos últimos años [1970], se ha perfeccionado la

extranjerización de las plataformas de lanzamiento – las ciudades industrializadas – que

habrán de proyectarse sobre el mercado regional en su conjunto.” (Galeano, 2010; 327).

Page 95: Para una historia socialista de la América Latina

95

La derrocada arancelaria, en tanto exoneración de impuestos, se completa con el

esquema de “inversiones”, haciendo que los gobiernos nacionales inviertan pero no se

queden con los beneficios, que son drenados para fuera. El gobierno de Castelo Branco

hizo el primer acuerdo con la empresa minera Bethlehen de Estados Unidos. Pero en

1970, la profundización del modelo era tan fuerte que “…de cada cien dólares que la

Bethlehen invierte en la extracción de minerales, ochenta y ocho corresponden a una

gentileza del gobierno brasileño: las exoneraciones de impuestos en nombre del

“desarrollo de la región” (Galeano, 2010; 177). El gobierno de Estados Unidos, para

mantener su hegemonía parásita, manipula los derechos aduaneros en Centroamérica,

“…con la elevación de las barreras contra la competencia extranjera externa.” (Galeano,

2010; 331). El gran ejemplo latinoamericano de desarme arancelario es el caso Nestlé

en Brasil: “…la más quemante contradicción entre la teoría y la realidad del comercio

mundial estalló cuando la guerra del café soluble cobró, en 1967, estado público.” La

Nestlé y la General Foods monopolizaban el mercado mundial del café. “Cuando las

fábricas brasileñas – apenas cinco de un total de ciento diez en el mundo – comenzaron

a ofrecer café soluble en el mercado internacional, fueron acusadas de competencia

desleal. Los países ricos pusieron el grito en el cielo, y Brasil aceptó una imposición

humillante: aplicó a su café soluble un impuesto interno tan alto como para ponerlo

fuera de combate en el mercado norteamericano.” (Galeano, 2010; 310).

Un verdadero “carnaval de las concesiones” establece la “sangría legal”:

“Venezuela sufre la sangría de más de setecientos millones de dólares anuales [1970],

convictos y confesos como “retas del capital extranjero”. (Galeano, 2010; 217-8). Las

“…concesiones legales arrancan a Brasil cómodamente sus más fabulosas riquezas

naturales.” (Galeano, 2010; 181). En 1967 “…la evasión por ganancia y dividendos,

asistencia técnica, patentes, royalties o regalías y uso de marcas superó en más de cuatro

veces a la inversión nueva. Y a estas sangrías habría que agregar, aún, las remesas

clandestinas.” En este año el Banco Central de Brasil asumía la emigración ilegal de

120 millones de dólares (Galeano, 2010; 291). Durante la dictadura, el gobierno de

Castelo Branco redujo los impuesto a la renta y otorgó “facilidades extraordinarias para

disfrutar del crédito […] La dictadura tentaba a los capitalistas extranjeros ofreciéndoles

el país, como los proxenetas ofrecen a una mujer.” En Argentina el gobierno dictatorial

disputa con el brasileño “la exaltación de las ventajas” para atraer al capital extranjero

(Galeano, 2010; 282).

Page 96: Para una historia socialista de la América Latina

96

Debido a la política de favorecimiento al capital extranjero entablada por el

gobierno de Castelo Branco, en 1965, las empresas extranjeras reciben créditos al ocho

pro ciento de intereses, además de contar con un tipo especial de cambio garantizado

por el gobierno, que le cubría eventuales desvaluaciones de la moneda brasileña,

mientras “…las empresas nacionales debían pagar cerca de un cincuenta por ciento de

intereses por los créditos que arduamente conseguían dentro del país.” El inventor de la

medida, Roberto Campos, explicó así: “Obviamente, el mundo es desigual […] Hay una

desigualdad básica fundamental en la naturaleza humana, en la condición de las cosas.

A esto no escapa el mecanismo del crédito.” Entonces, bajo esta lógica, unos están

“…condenados a obedecer; otros, señalados para mandar. Unos poniendo el cuello y

otros la soga. El autor fue el artífice de la política del Fondo Monetario Internacional en

Brasil.” (Galeano, 2010; 285).

Respecto a la minería de hierro en Venezuela, en apenas un año, 1960, el volumen

de las ganancias de dos empresas norteamericanas fueron iguales a diez años (1950-60)

de impuestos pagos a Venezuela (Galeano, 2010; 198). Los países periféricos

productores de petróleo cobran ocho veces menos impuesto que países centrales donde

están las casas matrices de las empresas petroleras (Galeano, 2010; 204). La

congregación de absurdos termina por generar situaciones también humillantes a los

países periféricos. “En Colombia, por ejemplo, donde el petróleo se exporta libremente

y sin pagar impuestos, la refinería estatal compra a las compañías extranjeras el petróleo

colombiano con un recargo del 37 por 100 sobre el precio internacional, y lo tiene que

pagar en dólares.” (Galeano, 2010; 207).

Al carnaval de concesiones legales se suman artimañas y trampas descaradas para

aumentar la sangría. La Standart Oil estafó a Perú a lo largo de medio siglo, “…a través

de los impuestos y las regalías que había eludido y de otras variadas formas de fraude y

la corrupción.” (Galeano, 2010; 214). La corrupción congénita de los extractos políticos

es apenas un vestigio de este aprendizaje originario. Los gobiernos periféricos, además

de hacer la “vista gruesa” al contrabando de recursos, diamantes, etc. (Galeano, 2010;

181), aceptan condiciones que llevan al sabotaje de sus propias empresas, incluso las

estatales. En Argentina, la “…empresa estatal, YPF, ha sido victima de un continuo y

sistemático sabotaje, desde sus origines hasta la fecha [1970].” (Galeano, 2010; 210).

Nuestra modernización, atada a las necesidades de importaciones, termina por significar

el hospedaje del capital fijo gasto de los países centrales, visto que “…la gran mayoría

de las instalaciones y los equipamientos fabriles exportados a países de América Latina

Page 97: Para una historia socialista de la América Latina

97

han cumplido anteriormente un ciclo de vida útil en sus lugares de origen.” Sin

embargo, son vendidos con un valor “arbitrariamente elevado” (Galeano, 2010; 292). Y

por fin, después de cumplir otro ciclo de vida, pero ahora drenando la plusvalía

internacionalmente, estas chatarras son ahora vendidas sobrevaluadas a los gobiernos

periféricos, como las empresas de teléfono y telégrafo nacionalizadas en Brasil “…con

indemnizaciones de oro puro a cambio de sus instalaciones oxidadas y sus maquinas de

museo.” (Galeano, 2010; 269).

La prosperidad subalterna es siempre fuego fatuo, pues derivada de fuerzas ajenas

siempre termina por enredarnos aún más profundamente en el esquema dependiente.

Tomando al caso más ilustre, el ciclo del guano y del salitre peruano, podemos

sistematizar algo del comportamiento padrón de las elites nativas y extranjeras frente a

un bien sucedido ciclo extractivista. La prosperidad llevó al gobierno usar sin medida de

su crédito. En vez de aplicarlo eficazmente, las elites vivían en el derroche. Inglaterra,

dueña entonces de la hegemonía central, “jugaba con los precios” de estos productos,

con el valor de los bonos en Perú para favorecer la compra de empresas por particulares,

con las tasas de intereses e instalaba varios mecanismos de la rapiña exportadora,

construyendo sus propias vías para el escurrimiento y creando depósitos, hasta que la

que “región del salitre se convirtió en una factoría británica”, terminando el país por

hipotecar su porvenir (Galeano, 2010; 183).

El pasaje a la hegemonía norteamericana se da con la decidida y enfurecida

penetración de sus empresas, productos y “consensos” por sobre la soberanía de los

países periféricos. Para alzarse como jefe del capitalismo mundial, los Estados Unidos

ganaban posiciones entorpeciendo a los mecanismos del modo de producción

capitalista, desestabilizando el único elemento regulador de este sistema de producción,

la competencia (Marx, 1978c). Es un absurdo hablar de libre competencia en economías

sometidas a los monopolios mundiales (Galeano, 2010; 345). La libre competencia sólo

es libre cuando está claro el lado más fuerte. Ella se convirtió en “verdad revelada” para

Inglaterra “…sólo a partir del momento en que estuvo segura de que era la más fuerte,

y después de haber desarrollado su propia industria textil al abrigo de la legislación

proteccionista más severa de Europa.” (Galeano, 2010; 233).

Como Inglaterra, Estados Unidos también exportará, a partir de la Segunda Guerra Mundial, la doctrina del libre cambio, el comercio libre y la libre competencia, pero para el consumo ajeno. El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial nacerán juntos para negar, a los países subdesarrollados,

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98

el derecho de proteger sus industrias nacionales, y para desalentar en ellos la acción del Estado. Se atribuyen propiedades infalibles a la iniciativa privada (Galeano, 2010; 264). Sin embargo, los Estados Unidos nunca abandonan la política proteccionista para sus empresas nacionales, internamente. Los países centrales exigen que los periféricos maldigan al proteccionismo pero ellos mismos utilizan barreras aduaneras para proteger sus altos salarios internos en los renglones que no podrían competir con los países pobres. (Galeano, 2010; 309).

Los países centrales, con su “corporatocracia”, cobran altos impuestos de

importación para defender sus productos internos que cuestan más caro; pero subsidian

los productos a ser exportados para ser más competitivos. La lógica del despojo cobra

aquí su efecto: “….con lo que obtienen por los impuestos financian los subsidios. Así,

los países pobres pagan a los países ricos para que les hagan la competencia.”

Además, las filiales que vienen a modernizar la periferia tienen su actividad limitada por

las casas matrices, no sólo respecto la producción, sino a la comercialización,

induciendo sus actitudes y restringiendo así su libre acción competitiva. Una encuesta

en subsidiarias de empresas norteamericana en México, de 1969, “…reveló que las

casas matrices de los Estados Unidos prohibían vender sus productos en el exterior a la

mitad de las empresas que contestaron el cuestionario.” (Galeano, 2010; 311).

En el esquema transnacional, con sus empresas líderes y las otras subsidiarias, las

corporaciones inflan los precios de venta y los costos de operación para sus propias

filiales en los países periféricos (Galeano, 2010; 292). Además de direccionar los

negocios de las filiales, impidiéndolo con ciertas empresas o países concurrentes,

impiden también la libre negociación de los gobiernos hospederos. Cuando Brasil

quería vender hierro directamente a Europa, el gobierno de Estados Unidos lo impidió

con un golpe militar pues arruinaría las empresas mineras norteamericanas en la región

(Galeano, 2010; 200).

“Al chantaje financiero y tecnológico se suma la competencia desleal y libre del

fuerte frente al débil.” Como las “corporaciones multinacionales integran una estructura

mundial…”, ellas tienen condiciones de bajar los precios de las mercancías jugando en

el mercado mundial, por distintas formas que aprendieron tras los ciclos anteriores. “A

propósito del dumping de precios” es ilustrativo el caso de la brasileña Adesite por la

Union Carbide. (Galeano, 2010; 288). En Chile cuando ganó la derecha en 1964, el

precio del cobre subió; pero cuando ganó la izquierda en 1970, su precio declinaba

(Galeano, 2010; 189). Comparando el hierro latinoamericano con el acero

norteamericano vemos que el precio de la materia-prima baja pero, por otro lado, el

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99

precio del producto industrializado sube (Galeano, 2010; 198). Como las

transnacionales petroleras tienen el monopolio mundial, logran controlar sus precios. El

refinado siempre sube más que el crudo (Galeano, 2010; 203-4). Pero no fue siempre sí.

Cuando el petróleo crudo salía del subsuelo norteamericano su precio permanecía alto.

Cuando Estados Unidos pasó a importar, después de la Segunda Guerra Mundial,

…la cotización se ha venido abajo sistemáticamente. […] aunque el precio del petróleo baja, sube en todas las partes el precio de los combustibles que pagan los consumidores. […] Curiosa inversión de las “leyes del mercado”: el precio del petróleo se derrumba, aunque no cesa de aumentar la demanda mundial […] no resulta necesario recurrir a las fuerzas sobrenaturales para encontrar una explicación. Porque el negocio del petróleo en el mundo capitalista está, como hemos visto, en manos de un cártel todopoderoso (Galeano, 2010; 204-5).

A. Emmanuel sostiene que “la maldición de los precios bajos no pesa sobre

determinados productos, sino sobre determinados países. […] Cada vez vale menos lo

que América Latina vende y, comparativamente, cada vez es más caro lo que compra.”

Uruguay podía comprar en 1954 un automóvil Ford con veintidós novillos; quince años

después necesita más del doble para comprar el mismo automóvil. La ONU estima que

América Latina perdió, “…a causa del deterioro del intercambio, más de dieciocho mil

millones de dólares en la década transcurrida entre 1955 y 1964.” (Galeano, 2010;308).

El elemento político de la dependencia es la permanente injerencia externa como

“impulso” para la adopción de las medidas “necesarias” eficaz y eficientemente. Las

presiones y las extorsiones determinan la política externa de los asuntos internos en los

países dependientes. Fue bajo “extorsión y amenaza” del cártel petrolero que el

gobierno uruguayo se retrató después de comprar petróleo soviético en 1931. El “golpe

palaciego de marzo de 1933 despedía cierto olor a petróleo…”; la dictadura derrumbó

proteccionismos a la producción petrolera nacional. El dictador Gabriel Terra en 1938

“firmó los convenios secretos” con el cártel petrolero. De acuerdo con sus términos, el

país “…está obligado a comprar un cuarenta por ciento del petróleo crudo sin licitación

y donde lo indiquen la Standart Oil, la Shell, la Atlantic y la Texaco, a los precios que el

cártel fija.” El Estado “paga todos los gastos de las empresas, incluyendo la propaganda,

los salarios privilegiados y los lujosos muebles de sus oficinas.” (Galeano, 2010; 208).

En el gobierno de Dutra, en 1952, se descubre la importancia minera de Brasil. En

1961, Janio Quadros anuló ciertas autorizaciones ilegales a una empresa minera

norteamericana. 4 días después Quadros renunciaba diciendo que “fuerzas terribles se

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100

levantaron contra mí”. En Perú el gobierno enteradas veces se reunía directamente con

las empresas discutiendo los acuerdos respecto al petróleo; cuando estos acuerdos no se

definieron favorables, el país sufrió un golpe de Estado (Galeano, 2010;200y214).

La injerencia externa por recursos minerales, especialmente el petróleo, es

grotesca. Las empresas del extractivismo son la punta de lanza de la corporatocracia en

la región. Los gobiernos caen antes o después de un acuerdo extractivista,

principalmente petrolero, minero o vegetal en este orden de importancia “El subsuelo

también produce golpes de Estado, revoluciones, historias de espías y aventuras en la

selva amazónica.” (Galeano, 2010; 176-9). Encontramos el paralelismo entre la caída de

los gobiernos con a aprobación de leyes o acuerdos sobre petróleo, por ejemplo, en:

1930 con H. Yrigoyen; 1943 con Ramón Casillo, en 1955 con Perón o 1962 con

Frondizzi, “Arturo Illia anuló las concesiones y fue derribado en 1966; al año siguiente,

Juan Carlos Onganía promulgó una ley de hidrocarburos que favorecía los intereses

norteamericanos en la pugna interna.” (Galeano, 2010; 210). “La Standart Oil y la Shell

levantan y destronan reyes y presidentes, financian conspiraciones palaciegas y golpes

de Estado, disponen de innumerables generales, ministros y James Bonds y en todas las

comarcas y en todos los idiomas deciden el curso de la guerra y la paz.” (Galeano, 2010;

203). Los empresarios nativos componen al cuerpo del esquema orgánicamente. Tal

como en la Bolivia anterior a 1952, vemos al empresario “…Simón Patriño. Desde

Europa, durante muchos años alzó y derribó presidentes […] planificó el hambre de los

obreros y organizó sus matanzas, ramificó y extendió su fortuna personal: Bolivia era

un país que existía a su servicio.” (Galeano, 2010; 191).

No es verdad que nunca se intentó salir del ciclo vicioso de la subalternidad. Las

reformas de Estado impulsadas por gobiernos elegidos terminaron todas en golpes de

Estado. La más escandalosa ilustración vemos en Chile con el golpe de 1973; Cámpora

en Argentina; en Brasil con Jango y en Bolivia con Juan José Torres, en los golpes de

1964 y 1971. Lindon Gordon asume la constancia en que su gobierno financiaba los

opositores a las reformas. Dijo: “Eso era más o menos un habito…”. Los dictadores

coronados reciben inmediatamente amplia “ayuda” (Galeano, 2010; 345-8).

Pero sabemos bien para que viene. Con apenas un año de gobierno Videla “el

valor real de los salarios se había reducido al cuarenta por ciento. Fue una hazaña

lograda por el terror.” (Galeano, 2010; 352). Los gobiernos militares inflan sus

discursos nacionalistas, pero son los que “desnacionalizan” empresas, y venden al país a

través de acuerdos secretos con los países centrales. Castelo Branco desnacionalizó la

Page 101: Para una historia socialista de la América Latina

101

industria petroquímica (Galeano, 2010; 208). Entre 1964 y 1968, quince fábricas

automotrices o de piezas brasileras fueron “deglutidas” por empresas estadunidenses o

europeas. Lo mismo ocurrió con el sector eléctrico y electrónico, de laboratorios,

medicamentos, metales, plásticos, química (y petroquímica), mecánica, metalurgia y

minería. Cuando una comisión parlamentaria pasó a investigar el tema, la dictadura

cerró en seguida al Congreso (Galeano, 2010; 281). En Argentina, entre 1963 y 1968,

Onganía desnacionaliza “…cincuenta importantes empresas argentinas, veintinueve de

las cuales cayeron en manos norteamericanas, en diversos sectores como fundición de

acero, automóviles y derivados, química, petroquímica, eléctrica, papel y cigarrillos.”

Los militares, paradójicamente a su habladuría nacionalista, entregaron todo, y dejaron

la penetración extranjera fijarse profundamente en América Latina. Desorganizaron

fatalmente la producción interna, aumentando la dominación externa a base de la

imposición del terrorismo de Estado a la población. “Cuando el dictador Marcos Pérez

Jiménez fue derribado en 1958, Venezuela era un vasto pozo petrolero rodeado de

cárceles y cámaras de torturas, que importaba todo desde los Estados Unidos: los

automóviles y las heladeras, la leche condensada, los huevos, las lechugas, las leyes y

los decretos.” (Galeano, 2010; 219). “En tiempos difíciles, la democracia se vuelve un

crimen contra la seguridad nacional – o sea, contra los privilegios internos y las

inversiones extranjeras.” (Galeano, 2010; 350).

El terror burgués a través del totalitarismo estatal gerenciado por los militares

ultra-conservadores, escindió las elites de la Nación y frustró definitivamente a la

emancipación política. “Negocios libres como nunca, gente presa como nunca: en

América Latina, la libertad de empresa es incompatible con las libertades públicas.”

(Galeano, 2010; 345). “En nuestros países no existiría la tortura si no fuera eficaz; y la

democracia formal tendría continuidad si se pudiera garantizar que no escapara al

control de los dueños del poder.” (Galeano, 2010; 350).

La propia población se vio convertida de inmediato en el enemigo interior, un

peligro para la seguridad nacional. “Se han articulado, pues, complejos mecanismos de

prevención y castigo.” La autocracia fijada en la sociedad transfiere el pánico de la

burguesía por adaptarse a la población generando una “angustia colectiva”: “… se

difunde el pánico de la tortura entre todos los ciudadanos, como un gas paralizante que

invade cada casa y se mete en el alma de cada ciudadano.” La estigmatización de la

izquierda y a desaparición física sirven para amenazar a los demás. “El terrorismo de

Estado se propone a paralizar a la población por el miedo.” Lo que se intenta imponer,

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oriundo de la propia burguesía, es su cultura de la cobardía: “…no delatar al prójimo es

un delito”. Los estudiantes son obligados a jurar por escrito que delatarán a cualquiera

que actúe fuera de las “funciones del estudio”. Este fue el proyecto de nación que

prevaleció: “una sociedad de sonámbulos”, en la cual “cada ciudadano debe ser el

policía de sí mismo y de los demás.” En Uruguay la dictadura se quejaba del balance

“de su programa de vaciamiento de conciencias y castración colectiva”, viéndose

obligada a reconocer que “todavía queda en el país un treinta por ciento de ciudadanos

interesados por la política.” (Galeano, 2010; 360-1).

Pero el eje externo también instiga y patrocina las guerras entre vecinos en la

periferia, como vemos, además de la guerra del Paraguay, la guerra del pacifico (1879-

83) entre Chile, Perú y Bolivia (Galeano, 2010; 183). El petróleo desencadenó la guerra

del Chaco (1932-5) “…entre los pueblos más pobres de América del Sur: “Guerra de los

soldados desnudos”, llamó René Zavaleta a la feroz matanza reciproca de Bolivia y

Paraguay.” El senador por Louisiana acusó la Standart Oil en 1934 de haber provocado

el conflicto “…y que financiaba al ejercito boliviano para apoderarse, por su intermedio,

del Chaco paraguayo, necesario…” para la construcción de un oleoducto. “Los

paraguayos marchaban al matadero, por su parte, empujados por la Shell…”. Por tanto,

esa era “…una disputa entre dos empresas, enemigas y a la vez socias dentro del cártel,

pero no eran ellas quienes derramaban la sangre.” (Galeano, 2010; 211).

Page 103: Para una historia socialista de la América Latina

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6) Conclusiones parciales

Fueron los recursos naturales y principalmente humanos de los países periféricos

que financiaron a las empresas extranjeras convirtiéndolas en poderosas corporaciones

transnacionales, como resultado permanente del esquema de despojo oriundo del

desarrollo capitalista subalterno.

La burguesía brasileña se formó en tanto clase burguesa a partir de su propia

claudicación. Se asentó como burguesía nacional y fundó un Estado nacional y una

sociedad “moderna” escindiendo a la sociedad civil “validada” de la Nación como un

todo: paradojalmente, para afirmarse a sí mismas como sociedad civil, las elites se

vieron impelidas a negar a la nación general. Alcanzó la unidad a través de la escisión.

La capa latifundista se preserva como elemento de estabilización social y política,

como elemento organizador de los ciclos extractivos y de las formas de acumulación

originarias, tal como base de la más segura de las inversiones en el capitalismo

subalterno, la tierra. Los industriales sacan parte de su plusvalía extraída para invertir en

la tierra, descapitalizando a la propia industria. El pacto colonial se reactualiza

constantemente: latifundio, monocultivo y esclavitud.

La fijación de una democracia de tipo oligárquica, un Estado autocrático, imprime

una inversión entre los efectos societarios reguladores de los elementos político y

económico. Alcanzando el consenso burgués a través de la aglutinación alrededor del

Estado totalitario, los rumbos económicos terminan siendo definidos políticamente;

mientras los derechos políticos son definidos económicamente, pues el encuadramiento

en la sociedad civil validada se da económicamente, tal como acceso a las funciones e

instituciones estatales.

Al consenso de la “seguridad nacional” se siguió el neoliberalismo (1980-90), que

significó la avanzada más decidida e inescrupulosa del eje externo, frente a la cual la

profunda debilidad en que se puso la burguesía nativa no le dejó cualquier capacidad de

autodefensa. Si es verdad que aquella unidad interna lograda por la burguesía nativa ya

tendía a una separación de intereses desde fines de 1970 (Fernandes, 2002c; 1808), ella

cobró su precio durante la aplicación del consenso de Washington, pesando fuertemente

sobre la pequeña y media burguesía que se vieron arrasadas; el Estado por libre, cobarde

y corrupta voluntad entregó casi todas las empresas que le restaba. La penetración se

hizo completa, incluso culturalmente. Con el neoliberalismo la penetración del capital

extranjero, notablemente norteamericano, está concluida.

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104

En el esquema de desarrollo subalterno, las fronteras del desarrollo interno son

definidas por ele eje externo. Debido al nivel de penetración alcanzado, el eje externo

ensancha las fronteras del desarrollo interno de los países periféricos, como forma de

perfeccionamiento del esquema de dominación imperialista.

La primera década del siglo XXI abrió también un nuevo ciclo de acumulación,

luego, de dominación capitalista. El consenso de Washington da lugar a la “buena

gobernanza”, una especie de “toyotismo político”. Como la dominación imperialista es

completa en un país hospedero como Brasil, la recontextualización se puede dar ahora

de modo casi que automático o automatizado. Los designios del eje externo se dan

apenas de modo general y los países periféricos tienen libertad de acción para adaptarse,

visto que está interiorizada esa su “naturaleza”. El desarrollo interno de los países

periféricos no presenta el menor peligro para las económicas hegemónicas, visto que la

penetración de sus capitales ya definió en sus niveles esenciales, los límites y

posibilidades de expansión de las economías periféricas. Esta perfeccionado también su

esquema de carteles mundiales. Los mecanismos de manipulación superaron toda

imaginación. No sólo de los precios sino de la propia realidad.

Once años del siglo XXI presenciaron tres guerras imperialistas (Afganistán, Irak

y Libia). A través de acusaciones absurdas y de un accionar increíblemente arrogante e

irresponsable, el consenso de la “buena gobernanza” viene con el sombrío alerta de la

injerencia externa, fácilmente belicosa. No existen más límites para la invasión, pues los

gobiernos de los países centrales, en su nuevo anillo autoperpetuador, pueden manipular

cualquier realidad, su propia población, justificar cualquier movimiento belicoso o de

capitales. No sólo puede fabricar escandalosamente una “guerra al terror” para invadir

al mundo árabe, sino que tiene la capacidad de manipular una crisis “financiera”

“global” para justificar salvajes fantásticos y todo tipo de medida y nuevas injerencias.

Vemos lo artificial de esta crisis no apenas en el salvataje automático disparado desde

todos gobiernos centrales e incluso de los satélites principales. Esta crisis fue

corrientemente comparada con la de 1929. Pero en ella los empresarios de las

gigantescas empresas que entraban en bancarrota no suicidaban como en la crisis del

pasado, sino que legalmente marchaban con fortunas millonarias. Visto la penetración

del capital central en los países periféricos, ellos pueden en lo general ser conservados

del grueso de los efectos de la “crisis financiera mundial”. Al final, esto no convendría a

los países centrales.

Page 105: Para una historia socialista de la América Latina

105

Los gobiernos de “centro-izquierda” que ascendieron en casi todos países de

Suramérica, muchos salidos de lo más autentico de los movimientos sociales, en ningún

aspecto parecen romper con el desarrollo subalterno del capitalismo, pese la prosperidad

económica oriunda de condiciones externas favorables jamás experimentadas y a pesar

también del supuesto despliegue imperialista de Brasil. “Tampoco se rompe la camisa

de fuerza por arte de magia cuando una materia prima consigue escapar a la maldición

de los precios bajos.” (Galeano, 2010;342).

Pero si es cierto que la burguesía logró construir todo un planeta a su imagen y

similitud, ahora que la población mundial se concentra mayoritariamente en centros

urbanos y su población busca sobrevivir a través del asalariamiento de su mano de obra,

también es evidente que la historia del capitalismo aún tiene capítulos importantes para

enseñar. China avanza decididamente frente a los Estados Unidos por la hegemonía

mundial. La penetración de sus capitales ya se percibe sustancialmente en los países

latinoamericanos.

Por otro lado, el nuestro, podemos verificar dentro de nuestras sociedades

aquellos prerrequisitos para un despliegue capitalista autónomo que en otra época nos

faltaban. Una sociedad de consumo de masa, con cierta renta per capta, una capa media

numerosa con una parte capacitada e intelectualizada, integración y densidad económica

interna a nivel nacional, capital incorporable al sistema financiero, alguna

modernización realizada, mucha en potencial, control del Estado por la burguesía nativa

y estabilidad política, fueron algunos efectos quizás positivos del desarrollo difícil que

atravesamos.

Mismo frente un mundo de disputas capitalistas encarnizadas ente dos o tres

superpotencias, y varios subimperialismos regionales, el desarrollo autónomo nunca es

imposible, mismo bajo las condiciones más terribles. A la burguesía alemana o japonesa

nunca les ocurrió como opción un desarrollo dependiente, en la situación que se

encontraban en el pos-guerra. Alemania rápidamente volvió a ser la primera economía

de Europa. El régimen nazi fue desplazado pero el capital nazi prosperó.

Pero, dentro de la composición social de nuestras elites nativas, no encontraremos

ningún extracto capaz ni siquiera interesado en dislocar a la doble articulación,

rompiendo con el imperialismo mismo sin romper con el orden burgués, para desplegar

un desarrollo capitalista autentico. Su posibilidad, por lo tanto, deberemos buscar en

otra parte de la sociedad…

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