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STY-89 ORGANIZACIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS PARA LA EDUCACIÓN, LA CIENCIA Y LA CULTURA PARA COMPRENDER EL DESARROLLO; MODERNIZACIÓN Y VALORES CULTURALES EN LA REGION DE ASIA Y EL PACIFICO por el Profesor Stephen H.K. Yeh Departamento de Sociología de la Universidad de Hawai Las opiniones sostenidas en el presente documento, la selección de los hechos y su interpretación incumben al autor y no reflejan necesariamente la opinión de la Unesco.

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STY-89

ORGANIZACIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS PARA LA EDUCACIÓN, LA CIENCIA Y LA CULTURA

PARA COMPRENDER EL DESARROLLO;

MODERNIZACIÓN Y VALORES CULTURALES

EN LA REGION DE ASIA Y EL PACIFICO

por el

Profesor Stephen H.K. Yeh

Departamento de Sociología de la Universidad de Hawai

Las opiniones sostenidas en el presente documento, la selección de los hechos y su interpretación incumben al autor y no reflejan necesariamente la opinión de la Unesco.

Hay muchos caminos para ascender a cada montaña, y muchas montañas que apuntan al cielo

Herman Kahn

I. INTRODUCCIÓN

. El presente.trabajo tiene por objeto "realizar un estudio comparado sobre las condiciones de.interacción entre los procesos de modernización y los valo­res culturales de distintas sociedades". Sobre esta base, se nos pide además analizar "la interacción entre los modos de vida, las formas de organización social y los distintos estilos de desarrollo" y examinar "la interrelación entre los distintos aspectos: económico, social, político y espiritual, de un enfoque multidimensional e integrado del desarrollo". Por otra parte,- el. exa­men de las lecciones que deben extraerse del estudio, habrán de basarse en la solidez de la teoría y en las exigencias de la realidad.

Con este amplio marco; de referencia, dividiremos el trabajo en las siguientes secciones: 1) examen del valor de la perspectiva del sistema, capi­talista mundial para entender el cambio social a.nivel nacional; 2) utiliza­ción de esa perspectiva mundial para analizar las vías de desarrollo de Japón y China; 3) evaluación de la experiencia del desarrollo en el Asia oriental tomando como base la relación entre las instituciones económicas, políticas y culturales (confucianistas); 4) estudio de la evolución reciente de la econo­mía política en Tailandia sobre la base de la interacción entre democracia y capitalismo; y 5) examen sucinto del enfoque integrado o unificado del.análi­sis del desarrollo tomando como base los modelos de desarrollo reales y pre­feridos en Filipinas.

II. EVOLUCIÓN DE LAS PERSPECTIVAS TEÓRICAS

Durante las últimas tres décadas han .cambiado las perspectivas teóricas del desarrollo en función de la cambiante realidad histórica de los procesos de desarrollo, de la relación entre países desarrollados y en desarrollo y del debate entre, los especialistas en ciencias sociales. En esta sección haremos una síntesis, breve e incompleta, de la evolución de los modelos, teóricos, que servirá de base a un análisis ulterior de la naturaleza del desarrollo.

Nuestra panorámica comienza con la aparición de la teoría de la moderni­zación a finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta, teoría que es fruto de la nueva posición de hegemonía internacional de Estados Unidos y de la preocupación por resolver los problemas de los países pobres. Sin embargo, en parte.como resultado.de la intervención de Estados Unidos en Viet Nam y del fracaso de los programas de modernización, a finales de los años sesenta apareció la escuela de la dependencia, de inspiración marxista, que vino a poner en tela de juicio la escuela de la modernización, calificada por algunos intelectuales radicales de apología del imperialismo. No obstante, la batalla entre la escuela de la modernización y la de la dependencia había empezado a calmarse. El debate sobre el desarrollo del Tercer Mundo se volvió menos ideológico y apasionado. Los teóricos del cambio social centraron su atención en proponer una nueva perspectiva que. pudiera trascender, el horizonte

a

de ambas escuelas. Precisamente en este contexto histórico hizo su aparición la .perspective del sistema mundial de Wallerstein que debe su contenido teórico a la literatura marxista sobre el desarrollo y a la escuela de cien­cias histórico-sociales llamada de los Annales, que critica la excesiva espe-ciallzación de las disciplinas académicas contemporáneas. En su formulación inicial la perspectiva del sistema mundial tenía ciertos rasgos de la teoría de la dependencia y por esto se citaba con frecuencia junto con dicha escuela. Sin embargo, conforme se desarrollaba la perspectiva del sistema mundial, los estudiantes interesados por el cambio social empezaron a observar las impor­tantes diferencias entre las dos perspectivas y entre ellas y la literatura sobre la modernización en lo que atañe a la estructura teórica, al enfoque de la investigación y a las consecuencias en el plano de la acción.

La escuela de la modernización centra su atención en el Tercer Mundo, especialmente en cómo promover el desarrollo en él, poniendo implícitamente al Primer Mundo como modelo. Según esta escuela, hay en los países del Tercer Mundo algo que no marcha bien y que los hace económicamente atrasados. Por ejemplo, los sociólogos han destacado la persistencia en ellos de los valores y las instituciones tradicionales; los psicólogos han puesto de realce el bajo nivel de motivación; los demógrafos se muestran sorprendidos por la explosión demográfica; los especialistas en ciencias políticas hacen hincapié en buro­cracia ineficiente y corrupta; y los economistas señalan la falta de inversio­nes productivas. A este respecto puede decirse que la escuela de la moderniza­ción ha hecho posible una "explicación interna" de los problemas relativos al desarrollo del Tercer Mundo.

La teoría de la modernización consta de dos partes principales: la estructural y la psicológica, que no condicen necesariamente entre sí. La dimensión estructural de la teoría consiste en una visión uniforme y revolu­cionaria del desarrollo económico, social y político según ..el modelo del Primer Mundo industrializado, basado en el capitalismo y la democracia. Tal vez sea Rostow quien ha dado a la teoría de la modernización su forma más concreta y conocida con sus cinco fases de transición, a saber: economía tradicional, adopción de la tecnología moderna, rápida acumulación de capital e industrialización temprana, alto grado de industrialización con bajos nive­les de vida y fase de alto consumo. La dimensión sociopsicológica de la teoría de JLa modernización explica el ascenso de Occidente afirmando que los occiden­tales, sobre todo los protestantes, posean un alto grado de racionalidad y de rendimiento. Quiere ello decir que la posibilidad de desarrollo de una socie­dad depende, al menos en parte, de la estructura psicológica de sus miembros. Lo malo de este argumento es que en el análisis no se tienen en cuenta las importantes variables estructurales que determinan el sentido de la motivación de la persona. Desde otro punto de vista sociopsicológico, se estima que el contacto con las instituciones modernas produce el hombre "moderno", pero esta hipótesis no explica por qué hay más instituciones modernas, por ejemplo, en Japón que en Indonesia.

Por lo que a la escuela de la dependencia se refiere, comparte en lo esencial los mismos centros de interés con la de la modernización. Los teóri­cos de la primera se interesan también en fomentar el desarrollo del Tercer Mundo, pero impugnan el modelo teórico de la escuela de la modernización. En vez de una "explicación interna", la escuela de la dependencia propone una "explicación externa" del desarrollo del Tercer Mundo. La esencia de su argu­mentación es que los países del Tercer Mundo siguen estando económicamente atrasados no porque posean valores e instituciones tradicionales, sino porque son explotados por los países capitalistas avanzados. La posición periférica

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de las naciones del Tercer Mundo no . es el fruto de un proceso de evolución natural, sino el resultado histórico de varios siglos -de dominación colonial. Así pues, los países del Tercer Mundo actual no son subdesarrollados, sino que en realidad los han subdesarrollado los países centrales. El mecanismo mediante el cual el centro mantiene subdesarrollado al Tercer Mundo consiste en reestructurar la economía periférica, por ejemplo, mediante el monocultivo, la extracción de materias primas y minerales y la destrucción de las indus­trias nacionales, de modo que el excedente económico pueda transferirse conti­nuamente de la periferia al centro.

Su contraste con la escuela de la modernización y con la de la dependen­cia, la perspectiva del sistema mundial presta poca atención a la distinción interno/externo a la hora de analizar las causas del subdesarrollo. Insiste más bien en que tomando todo el mundo como una unidad de análisis social se tendría un enfoque mucho más amplio. Este escuela estudia no solamente las periferias atrasadas del Tercer Mundo, sino también los centros capitalistas avanzados y los nuevos Estados socialistas, así como el ascenso, la evolución y el futuro de la economía capitalista mundial.

Este interés por estudiar el sistema mundial en su conjunto es consecuen­cia del legado teórico recibido por Wallerstein y de su método histórico-'-/. El percibe la realidad social como en estado dinámico de flujo, señalando que "en nuestra terminología tratamos de captar una realidad en movimiento y, por consiguiente, solemos olvidar que la realidad cambia mientras la encapsulamos en nuestras fórmulas, y en virtud de ese mismo hecho". A fin de captar esa realidad siempre cambiante, Wallerstein propone un estudio de "conjuntos pro­visionales de larga duración y en gran escala dentro de los cuales los concep­tos tienen sentido. Tales conjuntos deben poder aspirar a una relativa autono­mía e integridad espaciotemporales ... A. esas totalidades las denominaría "sistema histórico" ... Se trata de un sistema que tiene una historia, es decir una génesis, una evolución histórica y un fin (destrucción, desintegra­ción, transformación)".

Esta óptica del sistema mundial podría ilustrarse con un ejemplo de Hawai. Este Estado está formado por un conjunto de pequeñas islas situadas en medio del océano Pacífico, de sus habitantes se dice que tienen una mentalidad localista y que prestan escasa atención a lo que sucede en otros lugares. Sin embargo, desde la perspectiva del sistema mundial ese localismo hawaiano es un mito. Por ser parte del sistema capitalista mundial, el Estado de Hawai se halla necesariamente sometido a la influencia de los acontecimientos mundia­les. Por ejemplo, la situación conflictiva de los años ochenta en el Oriente Medio ha afectado a la economía local por lo menos de dos maneras. Por una parte, ese conflicto asustó a los turistas que se proponían visitar Europa, por lo que muchos de ellos prefirieron Hawai. Por otra parte, al ser una base militar importante de Estados Unidos, Hawai se beneficia de los mayores gastos que hacen los miembros de la infantería de marina que van rumbo al Oriente Medio. En resumen, el conflicto en cuestión ha contribuido al crecimiento del turismo y del sector de los servicios.

La perspectiva del sistema mundial no sólo es útil para entender el desa­rrollo nacional sino que arroja además nueva luz sobre muchos fenómenos socio­lógicos de larga duración como las relaciones de clase. Según esta teoría, las clases no sólo luchan dentro de un Estado, sino que pueden generar conflictos en el plano mundial. En este sentido, cabe explicar por qué algunos sectores de la clase trabajadora estadounidense luchan en vano contra las compañías trasnacionales que establecen sus industrias manufactureras en el Tercer Mundo y emplean mano de obra inmigrada ilegalmente de América Central. Si se acepta

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la hipótesis de que la unidad de análisis es el sistema mundial y no el Estado o el pueblo, son muchas las cosas que cambian como resultado del análisis. Más concretamente,, ya no nos preocuparemos por las características internas de un Estado sino por su relación con los demás países. Dejamos de ver las clases y demás grupos sociales en el marco de un Estado para analizarlos como grupos en el marco de la economía mundial. —

Estructura teórica comparada. Tras las observaciones anteriores, vamos a hacer seguidamente un análisis comparado de las teorías de la modernización, de la dependencia y del sistema mundial partiendo de sus grandes orientaciones teóricas. Se hace hincapié en la perspectiva del sistema mundial que puede ser importante para comprender, la teoría del cambio social. No propugnamos dejar completamente, de: lado la teoría de la modernización, sino más bien revisar algunas de las .creencias y prácticas, actuales tomando como base las nuevas dimensiones del cambio social en los planos mundial, nacional y subnacional.

La versión clásica de la escuela de la modernización tiene una estructura teórica esencialmente polar: la sociedad moderna contra la sociedad tradicio­nal. Las naciones occidentales son modernas mientras que las del Tercer Mundo son tradicionales. Todas las versiones de la teoría de la modernización creen en el mejoramiento social, admitiendo la posibilidad de un cambio positivo acelerado mediante mecanismos de propagación tales como la ayuda externa, la transferencia de tecnología, la reforma de las instituciones jurídicas y eco­nómicas, la acción psicológica encaminada a promover orientaciones universa­listas y productivistas, o bien una combinación de estos factores.

El auge de esta teoría se debe en parte a la minuciosa reconstrucción de la tradición clásica del siglo XIX hecha por Parsons basándose en las obras de Weber y Durkheim. Una mayor "racionalidad" se define como un movimiento hacia la modernidad o el progreso. A esto cabe agregar el análisis cultural de Weber sobre el fundamento motivacional del capitalismo, tal como lo desarrolló en su famosa teoría sobre la ética protestante y el espíritu del capitalismo. Según Parsons, son necesarios ciertos esquemas de valores y de normas para lograr un progreso social y político .hacia el modelo occidental. Por ejemplo, hay que sustituir el "particularismo" por el "universalismo" y el rendimiento por la adscripción; para generar un cambio paulatino. Por otra parte, para la versión parsoniana de la modernización es esencial la tesis; de Durkheim sobre la creciente diferenciación funcional como proceso clave del desarrollo de la sociedad industrial.

La escuela de la modernización tiene además en cuenta la preocupación de Durkheim por las consecuencias erosivas o desequilibradoras de la industriali­zación. La preservación de la "unidad orgánica" de la sociedad frente a los cambios estructurales fundamentales fue uno de los grandes problemas con que se enfrentaron las sociedades europeas en los comienzos de la industrializa­ción. Los teóricos de la modernización ven los mismos problemas en el Tercer Mundo. Conforme se difunden en la vida social las normas y valores "modernos", se ven amenazadas en algunos de sus aspectos las orientaciones tradicionales y, lo que es más importante, se socava el consenso normativo de la sociedad. Así, gracias a su componente idealista la escuela de la modernización traza el repertorio de las condiciones socioculturales del desarrollo. Y Durkheim hizo ya un diagnóstico de los problemas que pueden encontrar las sociedades tradi­cionales en el proceso de modernización. En consecuencia, para los países del Tercer Mundo y los que les prestan asistencia la estrategia de desarrollo consistiría en dar con la forma de inculcar los valores y normas de los países capitalistas occidentales, sin que tan drásticos cambios ocasionen demasiados conflictos.

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Las repercusiones de la perspectiva de la modernización han sido muy importantes en la planificación del desarrollo nacional de muchos países del Tercer Mundo y en la asistencia al desarrollo prestada por organismos interna­cionales, entre ellos varias organizaciones de las Naciones Unidas. No obstan­te, la evolución histórica que se ha producido en los últimos tres decenios y el creciente interés por el análisis comparado han.suscitado diversas críticas a este enfoque. Una de las cuestiones que surgen es la relativa a la:posibili­dad de que los modelos,de desarrollo del siglo XX puedan adoptar formas dife­rentes de las del pasado,' lo que plantearía, importantes interrogantes acerca del sentido , del desarrollo y de la posibilidad de un cauce multilineal para éste. Esta observación crítica viene a poner reparos a la tendencia a utilizar una versión idealizada de la sociedad.occidental contemporánea como meta del desarrollo, particularmente cuando las sociedades occidentales están en pleno cambio. Por otro lado, la promoción del modelo de democracia capitalista for­jado según lá experiencia occidental o norteamericana crea la impresión de un etnocentrismo excesivo, al considerarse que toda variación del modelo occiden­tal es una desviación que debe corregirse.: Esto plantea la cuestión-de saber qué debe hacerse con las culturas particulares del Tercer Mundo que parecen estar en vías de modernización.

La escuela de la modernización admite la existencia de conflictos y ten­siones durante el desigual proceso de desarrollo, pero desde el punto de vista teórico no se ha analizado suficientemente los distintos actores (grupos y clases) implicados en la lucha. Más concretamente, los teóricos de la moderni­zación propenden a ver los conflictos como ajustes más bien que como conse­cuencias a largo plazo tanto para la sociedad como para sus diferentes grupos. Por último, en este enfoque no son muchas las posibilidades que existen de abordar la economía política mundial. No podemos ignorar la importancia de las influencias externas en el cambio social que se produce en una sociedad o nación. La difusión de ideas y valores modernos desde el exterior de la socie­dad es un medio para derruir una estructura social tradicional internamente coherente. La perspectiva de la modernización no toma en consideración la existencia posible de un auténtico conflicto de intereses entre los países desarrollados y los países en desarrollo. No menos importante es la idea de que los problemas y las posibilidades del desarrollo dependen parcialmente de la posición que ocupe un país dentro de un sistema más amplio de interrelacio-nes con otros. Para un país con un pasado colonial reciente es difícil aceptar este olvido como algo abstracto, ya que constituye el rasgo más importante de su historia y explica en parte algunos de sus problemas.

También la .escuela de la dependencia presenta una estructura teórica •esencialmente polar: el centro• contra la periferia^). Los países desarrolla­dos, en su mayoría occidentales, son el centro, mientras que los del Tercer Mundo . son la periferia. Según esta escuela, el centro explota a la periferia en provecho propio. La fase histórica del colonialismo y la utilización en provecho propio por los países colonizadores del excedente económico de la periferia han tenido como consecuencia su subdesarrollo, proceso éste que se ha calificado de "desarrollo del subdesarrollo". Dado el predominio del centro la periferia tiene muy pocas posibilidades de lograr un desarrollo autónomo. De ahí que, en general, los teóricos de la dependencia se muestren pesimistas respecto del futuro del Tercer Mundo. Este irá siempre a la zaga del centro y las desigualdades serán cada vez mayores.

En el modelo teórico de la escuela de la dependencia desempeña un papel central la economía política internacional. La lucha entre las clases y demás grupos de intereses nacionales, se halla condicionada por la relación del país

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del Tercer Mundo con las naciones industrializadas del "centro". Así pues, los actores extranjeros están íntimamente imbricados en la lucha y en las alianzas de clases de cada país de la "periferia". En vez de suponer que el contacto entre el centro y la periferia podría dar lugar a un desarrollo más rápido, esta escuela considera que la vinculación con el exterior origina un retroceso del Tercer Mundo. Dicho de otro modo, la vinculación con los países desarro­llados es el problema y no la solución. Por ésta y otras razones los países en desarrollo no pueden tomar el mismo camino seguido por los países desarrolla­dos. Tras haberse industrializado y haber creado una poderosa organización estatal, el Primer Mundo se encuentra en condiciones de explotar al Tercer Mundo e impedirle que ascienda de la misma manera. Se sostiene, pues, que el principal obstáculo con que tropieza el cambio en los países subdesarrollados no es un apego irracional a los valores tradicionales sino los esfuerzos, per­fectamente racionales, de las elites locales y sus aliados extranjeros para defender sus propios intereses.

En términos teóricos, los seguidores de esta escuela construyen sus tesis en torno a casos históricos concretos en cuyo estudio va incluido el examen integrado de los actores locales e internacionales. Tanto en el plano local como en el internacional, lo importante para esos actores son los intereses (riqueza, poder, prestigio) y no los valores y las normas, las instituciones económicas y políticas y no los modelos culturales. De ahí que la escuela de la dependencia haya hecho hincapié en el valor de los estudios históricos comparados que, al reorientar la investigación, han contribuido a sentar las bases para la teoría de la perspectiva del sistema mundial.

La perspectiva del sistema mundial tiene un componente teórico diferente del de la escuela de la modernización y del de la escuela de la dependencia. En vez de la estructura tradición/modernidad, centro/periferia, el sistema mundial capitalista según Wallerstein consta de tres componentes: el centro (países occidentales industrializados), la periferia (naciones no industriali­zadas del Tercer Mundo) y la semiperiferia (países situados entre el centro y la periferia que presentan características de ambos).

La semiperiferia sólo puede definirse como relación. Respecto del centro puede ser simplemente una periferia, pero respecto de la periferia actúa como centro y ejerce su dominio sobre ella. La formulación del concepto de semipe­riferia es un adelanto teórico ya que permite a los investigadores analizar la complejidad y la naturaleza cambiante del sistema mundial capitalista. Este modelo tripartito permite mantener la posibilidad de una movilidad tanto hacia arriba como hacia abajo. Gracias a este modelo la perspectiva del sistema mundial está en condiciones de estudiar las distintas posiciones del Estado en relación con las contradicciones y crisis que surgen en el sistema mundial capitalista. De ese modo, el modelo tripartido de Wallerstein evita la afirma­ción determinista de la escuela de la dependencia de que la periferia está sujeta necesariamente al subdesarrollo y los países del centro no pueden perder su situación preeminente sin lucha armada. La perspectiva del sistema mundial no tiene ya por qué definir las vías de un "desarrollo genuino" en la periferia del Tercer Mundo. En cambio, puede contribuir a formular interrogan­tes interesantes como éste: ¿Por qué en los últimos decenios del siglo XX varios países de Asia oriental han logrado superar su condición de periferia e industrializarse con éxito?

Por otra parte, la perspectiva de Wallerstein ofrece una visión concreta de la dinámica histórica de la economía mundial capitalista que considera como un fenómeno autoevolutivo gracias a un proceso secular de asimilación, de

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comercialización de la agricultura, de industrialización y de proletarización. La asimilación consiste en el proceso de expansión externa del sistema mundial capitalista que le permite ir ganando nuevas zonas geográficas. Tan pronto como se incorpora una zona determinada, el proceso de intensificación de las relaciones capitalistas comienza por convertir sus campos en tierras agrícolas de alto rendimiento, por transformar las materias primas en productos semiaca-bados destinados a los países del centro y por incitar a los productores directos a vender su capacidad de trabajo para ganarse el sustento.

Junto .con estas tendencias seculares, la economía mundial capitalista genera ritmos cíclicos de expansión y estancamiento como resultado del dese­quilibrio entre la demanda efectiva y la oferta de bienes. Cuando la oferta es mayor que la demanda, hay que cerrar fábricas y despedir trabajadores. La eco­nomía mundial pasa entonces a la fase B del estancamiento económico. Durante esa fase descendente se atenúa el control del centro sobre la periferia, lo que brinda a ésta una posibildiad de volverse autónoma y ponerse a, la altura del centro. Así pues, la fase B hace de periodo de redistribución del exce­dente mundial desde el centro hacia la periferia. Sin embargo, tras un periodo de recesión se reanima la producción en el centro gracias a una mayor demanda de la periferia y a los avances tecnológicos. Cuando la demanda mundial supera la oferta, se inicia una nueva fase ascendente A de expansión económica. Durante el auge económico el centro trata de recuperar su poder e intensificar su control sobre la periferia a fin de dominar el mercado mundial. Sin embargo, la expansión económica no puede durar eternamente y a la larga ori­gina un exceso de producción. Lo que Wallerstein llama fase A de expansión y 'fase B de estancamiento parece haberse producido en ciclos de 40-55 años. A cada aparición de la fase ascendente y de la descendente en la economía mun­dial, la periferia tiene la posibilidad de equipararse con el centro o incluso de dejarle a la zaga, lo que lleva a la economía mundial a una nueva fase de desarrollo. Se trata de un modelo dinámico ya que los Estados están siempre tendiendo hacia el centro, o bien hacia la periferia en la fase siguiente del desarrollo cíclico.

Cabe señalar de paso que en los años cincuenta la modernización tendió a centrarse estrictamente en la fase A de expansión, prediciendo en forma opti­mista que la economía mundial iba a seguir mejorando indefinidamente. Por. otra parte, en los años sesenta la escuela de la dependencia pareció dar prioridad al estudio de la fase B de estancamiento, prediciendo que la.economía mundial empeoraría cada vez más. La realidad, empero, es la existencia tanto de la expansión como del estancamiento, que surgen cíclicamente a medida que se desarrolla la economía capitalista. Lo importante es examinar los diferentes momentos decisivos en que los Estados tienen más posibilidades de cambiar de posición.

Según la escuela de la modernización, la solución a los problemas del Tercer Mundo está en incrementar los vínculos entre los países modernos de Occidente y las naciones de estructura tradicional del Tercer Mundo. La escuela de la dependencia sostiene que una estrecha vinculación con el centro produce el subdesarrollo de la periferia. Debería, pues, atenuarse o suprimirse completamente la vinculación con el centro si se quiere que los países del Tercer Mundo alcancen un desarrollo autónomo. Para liberarse de la vinculación con el centro se precisa de una revolución socialista que promueva un modelo basado en la confianza en sí mismo.

Sin embargo, para ; la perspectiva del sistema mundial no hay solución general al problema del desarrollo del Tercer Mundo. No existen dosis ni

niveles prescritos ya que la participación en la economía mundial capitalista tiene al mismo tiempo consecuencias benéficas y perjudiciales para los países del Tercer Mundo. Todo país tiene la posibilidad de ascender hasta el centro, o bien de descender a la periferia. Como no hay modelo fijo, la perspectiva del' sistema mundial propugna el estudio concreto de la historia en cada caso particular y su análisis comparado antes de aventurarse a hacer cualquier generalización. Quiere ello decir que la perspectiva del sistema mundial es sólo una perspectiva, una forma de plantear nuevos interrogantes a la investi­gación y de proponer a ésta nuevos campos, y no una teoría que nos brinda hipótesis bien formuladas y generalizaciones comprobadas. Habida cuenta de ello, hay que preguntarse cuáles son algunos de los pasos que debe dar o la investigación al emprender el análisis del sistema mundial.

En primer lugar, es preciso analizar el carácter de la dinámica del sis­tema mundial en el periodo histórico estudiado. ¿Es éste una fase ascendente o una fase descendente de la economía capitalista mundial? ¿Hay una superpoten-cia hegemónica en la que un solo Estado del centro domina a los demás Estados centrales, como ocurrió con los Estados Unidos en los años cincuenta y sesen­ta? ¿0 bien hay varios Estados centrales que compiten entre sí por el dominio hegemónico, por ejemplo Estados Unidos, la Unión Soviética y el Japón en los años ochenta? ¿Hay una o varias naciones periféricas que rivalizan entre sí para atraer las inversiones y la ayuda extranjeras? Si la competición entre países centrales puede facilitar el desarrollo de la periferia, con la compe­tición entre países periféricos se refuerza el control de los Estados centra­les. La dinámica del sistema mundial es un factor muy importante para estudiar los problemas del desarrollo del Tercer Mundo y la evolución constante de los países "desarrollados", pero ni la escuela de la modernización ni la de la dependencia suelen tenerlo en cuenta.

Como esa dinámica sólo sirve para definir las limitaciones estructurales externas que pesan sobre el desarrollo, la vía concreta que cada país habrá de seguir dependerá en gran medida de las reacciones de las clases sociales y de las relaciones entre Estados. Son los individuos, las clases sociales y demás grupos (étnicos, religiosos) y el Estado los que tratan de modificar o superar las limitaciones impuestas por el sistema mundial. Es por este proceso como se hace historia y se abre camino al desarrollo nacional.

Otro paso en la investigación del análisis del sistema mundial será, por tanto, examinar la interacción constante entre las principales instituciones de un país: clases, grupos, familias y Estados (provincias), por un lado, y la dinámica del sistema mundial, por otro. Yendo más allá que los marxistas de corte tradicional para los que la lucha de clases (y su análisis) es la fuerza primaria de la historia, la perspectiva del sistema mundial considera que esas instituciones esenciales de la sociedad son factores dependientes y paralelos que, lejos de aparecer apartados y separados, las más de las veces se hallan entrelazados en formas complejas y tal vez contradictorias. Si tomamos, por ejemplo, la institución del Estado, Wallerstein señala que "las clases, los grupos étnicos o nacionales y las familias son definidos por el Estado, por conducto del Estado y en relación con el Estado, y a su vez crean al Estado y lo transforman. Es una vorágine estructurada en constante movimiento ícuyos parámetros son medibles mediante regularidades repetitivas, mientras que las constelaciones detalladas siempre son únicas".

El enfoque histórico-dinámico permite conceptualizar la clase social en el proceso de recreación perpetua y, por consiguiente, de cambio constante de forma y composición de la economía mundial, capitalista. Dicho de otro modo,

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las clases no tienen una realidad permanente, sino que se forman, se consoli­dan, se desintegran o desagregan y se vuelven a formar una vez más: es un pro­ceso en constante movimiento. Un ejemplo tomado de Taiwan ilustrará este concepto de clase como proceso, que puede también aplicarse a otros grupos nacionales. En 1988 los agricultores de Taiwan se volvieron de repente muy nacionalistas. Ello se debió a que empezaron a tener problemas para vender sus productos después de que el Gobierno permitiera la entrada en el mercado de cereales baratos provenientes de Estados Unidos. Los agricultores no sólo acusaban al Estado por abrir el mercado nacional, sino también a los norte­americanos .por vender sus productos en Taiwan. Este antiamericanismo sirvió para unir a los.agricultores taiwaneses y para compulsarlos a protestar públi­camente. Y cuando el Gobierno trató de impedir sus manifestaciones contra Estados Unidos, se produjeron actos violentos. Por este ejemplo podemos ver cómo el conflicto de clases (en este caso entre agricultores de Taiwan y de Estados Unidos) puede transformarse fácilmente en conflicto nacional (anti­americanismo) y conflicto estatal (agricultores contra el Estado).

Dos de las críticas que se hacen a la perspectiva del sistema mundial se refieren a la cuestión del análisis clasista y a la de la periferia pasiva. Hay críticos que afirman que para esa teoría las relaciones de clase no se sitúan en el: marco de la explotación en el lugar de producción, sino más bien en el movimiento total de los excedentes del mercado mundial. La lucha de clases no tiene por finalidad eliminar la explotación, sino que se la entiende como el esfuerzo de cada clase para apropiarse una parte mayor del excedente mundial. Y esta manera de ser rompe con la concepción esencial que de las clases sociales tiene el marxismo. Aun admitiendo la necesidad de reforzar el análisis clasista en la teoría del sistema mundial, debemos señalar nuevamente una importante fuente de desacuerdo que radica en las distintas concepciones de las clases sociales. Según Wallerstein, la clase social no es un atributo, sino un conjunto de relaciones cambiantes con otras clases en un determinado contexto histórico y, por tanto, no puede definirse de manera restringida desde el punto de vista de la producción. Dicho de otro modo, los críticos teóricos suelen adoptar un enfoque estricto de economía política respecto de las clases sociales que son relaciones económicas definidas en el plano de la producción en relación con la apropiación de los excedentes. Aunque esta con­cepción sea hasta cierto punto correcta, puede también argüirse que en ella no se incluyen los múltiples aspectos de las relaciones de clase én el sistema mundial capitalista, que ve asimismo en las clases una formación social y cultural, resultante de procesos que sólo pueden estudiarse una vez que se han constituido durante todo un periodo histórico.

La otra observación crítica a que nos referíamos es que el enfoque del sistema mundial exagera el poder del sistema mundial capitalista hasta el punto de que su dinámica puede determinar el modelo de desarrollo local inde­pendientemente de las relaciones de clase existentes en cada país. Cabe así elaborar una imagen del mundo tan determinado por el capitalismo, sobre todo por quienes controlan los Estados centrales capitalistas, que su resultado sea el fatalismo, ya que es difícil ver cómo podría quebrantarse un sistema tan compacto y tratado.

Es desde luego cierto que los teóricos del sistema mundial exageran a veces las repercusiones del sistema capitalista mundial en el desarrollo local. En consecuencia, si queremos reforzar la perspectiva del sistema mundial, habrá que reconocer que, aun partiendo de una misma dinámica del sis­tema mundial, existen muchas formas distintas de penetración capitalista en muy distintas estructuras de clase preexistentes y que esa dinámica puede

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manifestarse en la escena nacional o local con distintas formas e intensida­des. Así pues, puede haber diversas formas y vías de desarrollo de carácter nacional o local. No se trata de saber si la dinámica del sistema mundial es más importante que las fuerzas locales o viceversa, ya que ambos factores son determinantes. Es mucho más provechoso averiguar el modo cómo esas dos fuerzas actúan una sobre otra, dando lugar a un modelo particular de desarrollo nacio­nal o local. Podremos así comprender mejor y de modo más general el proceso de cambio y desarrollo social. En la sección siguiente vamos a ilustrar breve­mente la manera cómo la dinámica del sistema mundial interactúa con las insti­tuciones nacionales y con el Estado para producir una vía o modo particular de desarrollo en el caso de Japón y China.

III. JAPON Y CHINA DESDE LA PERSPECTIVA DEL SISTEMA MUNDIAL

Con frecuencia se ha aludido a la existencia de un "milagro japonés". Desde los años sesenta hasta comienzos de los setenta, el índice de creci­miento anual del PNB en el Japón fue todos los años del 10% o más. A finales de los años setenta numerosas industrias japonesas tales como las del acero, el automóvil y la electrónica estaban más avanzadas que sus homologas de Estados Unidos. A mediados de los años ochenta Japón ocupaba el segundo lugar en TNB per capita y dentro de uno o dos decenios puede llegar a superar a los Estados Unidos.

Japón. En su conocido estudio Japan as the Number 1 (Japón, el número 1), Vogel subraya tres factores importantes que explican el milagro económico de este país, todos los cuales se analizan desde la perspectiva de la moderni­zación3).

En primer lugar, señala el autor el papel del Estado japonés. En contraste con la administración pública norteamericana que no puede elaborar políticas económicas a largo plazo a causa de las presiones electorales, Japón creó el Ministerio de Comercio Internacional e Industria (MITI), que funciona de manera estable y eficaz. Dotado de planificadores económicos altamente calificados y protegido de la política electoral, el MITI formuló las estrate­gias de desarrollo a largo plazo que convirtieron a Japón en un país desarro­llado del "centro".

El segundo factor son los Zaibatsu -gigantescas sociedades anónimas japonesas estrechamente vinculadas unas con otras. Las asociaciones Zaibatsu, que representan a las grandes empresas y se mueven por objetivos más amplios que el simple interés de aquéllas, trabajan en estrecha colaboración con el MITI para planificar la economía japonesa a largo plazo. Esta armoniosa rela­ción entre el Estado y las empresas es distinta de la existente en Estados Unidos, donde hay una serie de leyes antimonopolistas en contra de las grandes compañías.

El tercer factor es el conocido principio de la lealtad a la compañía que practican los trabajadores japoneses. Al contrario del norteamericano que gusta de la movilidad laboral, el obrero japonés siente una profunda lealtad por su empresa, se entrega al trabajo con todas sus fuerzas y, en términos generales, procura trabajar para su Zaibatsu durante toda la vida. A su vez, el Zaibatsu practica una administración paternalista que toma a su cargo al trabajador proporcionándole seguridad en el trabajo, un salario adecuado y

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excelentes beneficios marginales, y posibildades de ascenso a los administra­dores: en resumen, un sistema de armonía laboral. Esta administración paterna­lista extiende su acción desde el lugar de trabajo hasta la comunidad. La empresa construye casas, financia las escuelas de los barrios y fomenta la vida social de las familias de los trabajadores. Como éstos gozan de la segu­ridad del empleo, los sindicatos rara vez se oponen a que se introduzca en la empresa una nueva tecnología. Sin problemas laborales, el Zaíbatxu puede concentrarse plenamente .en la innovación tecnológica, en conquistar nuevos mercados y en mejorar la eficacia organizativa. Bien conocida es la producti­vidad de la'mano de obra japonesa.

En pocas palabras, Vogel sostiene que la autonomía del Estado japonés, la armoniosa relación entre el Zaibátsu y el MITI y la ética de la"lealtad para con la empresa explican por qué Japón se ha convertido en número uno mundial. Estas explicaciones son propias de la escuela de la modernización ya que los factores causales del proceso son básicamente "internos". Desde la perspectiva del sistema mundial, tales explicaciones son válidas pero insuficientes. El primer interrogante que surge es por qué esos factores han aparecido justa­mente en Japón. ¿Por qué es el Estado japonés una institución autónoma que promueve activamente la economía? ¿Por qué existe una relación armoniosa entre el Estado y el Zaibátsu? ¿Y por qué ha adoptado el Zaibátsu una actitud pater­nalista para con los trabajadores? Dicho de otro modo, si queremos explicar las causas del rápido desarrollo japonés, tendremos que examinar la historia del país en el marco de la economía mundial capitalista y estudiar la inter­acción entre el Estado y las clases japonesas, por un lado, y la economía mundial, por otro. Cabe así sostener que Japón ha pasado por dos fases dife­rentes de desarrollo: antes y después de la Segunda Guerra Mundial."

A comienzos del siglo XIX Japón adoptó una política de aislamiento abso­luto. Separada del resto del mundo, era una "zona externa" de. la economía mundial capitalista. En ese momento el país era una sociedad feudal presidida por el emperador, detrás del cual verían los daimyos, los samurai, los campe­sinos, los artesanos y, en el peldaño más bajo de la escala social, los comer­ciantes. Para garantizar la estabilidad regía un estricto sistema de castas y la sociedad estaba estratificada con un mínimo de movilidad social.

Pero, a mediados del siglo XIX surgió la amenaza del colonialismo. Tras la revolución industrial de Europa Occidental, los países del centro fijaron' su atención en el Asia Oriental pensando en obtener de ella materias primas, mercados y mano de obra. Cuando los europeos llegaron por primera vez al Asia Oriental en los años 1830, se interesaron mucho más por China que por Japón ya. que éste era un país pequeño con escasos recursos. Así pues, dedicaron sus. esfuerzos a abrir China al exterior. A finales de los años treinta Gran Bretaña tomó la iniciativa emprendiendo la Guerra del Opio, seguida por otras naciones que impusieron a China una serie de tratados designados.

Lo que sucedió con China tuvo profundas repercusiones negativas en Japón. . Muy pronto se generalizó en la sociedad japonesa un sentimiento de urgencia: el país debía modernizarse lo más pronto posible si no quería verse condenado a la misma situación que China. Para gran número de japoneses los últimos decenios del siglo XIX eran la última oportunidad de modernizar el país y escapar al colonialismo. Este sentimiento de urgencia contribuye a explicar la rápida transición del feudalismo al capitalismo monopolista en la medida en que se extendió por el Japón un nacionalismo más profundo y riguroso. Durante la restauración Meiji el Estado japonés asumió la tarea de modernizar la economía.

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En vez de esperar durante largo tiempo a que madurara la burguesía indus­trial, los administradores públicos japoneses actuaban como si ellos fueran la burguesía. El Estado gravó con fuertes impuestos a los. campesinos a fin de obtener recursos para constituir el capital nacional; inició una planificación económica a largo plazo y emprendió una serie de proyectos de gran envergadura a fin de crear la infraestructura necesaria; importó tecnología avanzada del extranjero y estableció leyes comerciales para proteger las nuevas industrias; promovió activamente ramas esenciales como la industria textil, la de la seda y la de la defensa. Los administradores públicos se aventuraban con frecuencia a crear nuevas industrias. Cuando éstas resultaban rentables, el Estado las vendía a bajo costo a los hombres de negocios. De este modo, el Estado subven­cionaba a la industria procediendo a una arriesgada acumulación de capital. El activo papel del Estado ayuda a explicar no sólo por qué Japón pudo conver­tirse en pocos decenios en un país industrial, sino además por qué pudo saltarse la fase del capitalismo competitivo y pasar directamente al capita­lismo monopolista. En Japón la producción industrial en gran escala tuvo su origen no en pequeñas industrias sino en empresas subvencionadas por el Estado. Simplemente, el sector privado se hizo cargo de las empresas estatales y creó los Zaibatsu. Como se ve, desde el comienzo mantuvieron las grandes industrias excelentes y estrechas relaciones con el Estado.

Esta "rápida transición" explica también la persistencia en el capitalis­mo industrial de los viejos valores feudales como la jerarquía, la lealtad y la sumisión. Como señala la teoría del atraso cultural, habrán de pasar unas cuantas generaciones antes de que desaparezcan esos viejos valores culturales. Como Japón se industrializó tan rápidamente, sus valores feudales no habían sido desplazados todavía por los valores occidentales como el individualismo, el objetivismo impersonal y la autonomía individual. El Zaibatsu japonés se valió de la mejor manera posible de los antiguos valores y los fundió en las nuevas entidades industriales. A menudo se trataba simplemente de trasladar a grupos de campesinos acostumbrados a cooperar en el cultivo del arroz a las fábricas donde aprendían a cooperar en un nuevo entorno. En vez de exigir lealtad con la comunidad, el Zaibatsu pedía a los obreros que fueran leales con la empresa y los recompensaba por ello^).

Al desarrollarse las industrias nacionales, Japón comprobó las limitacio­nes que le imponían su pequeño territorio, su escaso mercado internacional y los pocos recursos de que disponía. El proceso ulterior de industrialización llevó al país a centrar su atención en sus vecinos débiles, con la mira puesta en la expansión territorial. Taiván, Corea y Manchuria se convirtieron así en colonias japonesas que contribuían a acelerar el índice de industrialización del Japón, gracias a los minerales de Manchuria, a los productos agrícolas de Taiwan y a la mano de obra barata de Corea. A comienzos del siglo XX empezó a trasladar sus industrias a las nuevas colonias, a fin de utilizar plenamente la mano de obra y los recursos de éstas.

La posesión de nuevas colonias facilitó también al Japón la creación de un modelo paternalista de empresa. El proceso fue el siguiente. En primer lugar, los grandes beneficios obtenidos en las colonias enriquecieron grande­mente al Zaibatsu, que era tan rico que podía pagar altos salarios para mante­ner tranquilos a los obreros. En segundo lugar, la producción y el mercado coloniales estimularon la industrialización y produjeron escasez de mano de obra. Ello impulsó al Zaibatsu a pagar altos salarios y beneficios marginales, a establecer el sistema de empleo vitalicio y a utilizar el valor feudal de la lealtad para cultivar la dedicación del obrero a la empresa.

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Además, dado que el proceso de modernización fue "tardío", el Zaibatsu pudo apreciar las nocivas consecuencias de la lucha entre el capital y las clases trabajadoras en la Europa Occidental. Como las protestas de los trabajadores podían perjudicar a la producción y la alienación obrera hacer bajar la productividad, el Zaibatsu procuró evitar la agravación de la lucha de clases en el país. Por una parte, suprimió la agitación laboral gracias a su derecho preferente sobre el trabajo del obrero y a la represión policial. Por otra, estableció, un modelo paternalista de administración que insistía en el bienestar del trabajador. Además, sólo los obreros japoneses recibían un trato paternalista por parte del Zaibatsu. De hecho, éste estableció una división étnica' de la mano de obra: los trabajos más calificados quedaban reservados para el trabajador japonés.

La urgencia de la expansión territorial dio como resultado el militarismo y la Segunda Guerra Mundial, tras la cual el país quedó muy debilitado: su economía estaba paralizada y gran parte de sus ciudades destruidas. La

•» siguiente pregunta que nos interesa contestar es ésta: ¿por qué pudo el Japón en tres décadas recuperarse convirtiéndose en un gigante industrial que desa­fía a los Estados Unidos?

La historia del Japón de la posguerra ha estado muy influida por la política norteamericana. Como nación victoriosa, los Estados Unidos empezaron por tomar una serie de medidas políticas para controlar el país. En primer lugar, decidieron disolver el ejercicio japonés y someterlo a la supervisión estadounidense. En segundo lugar, procuraron establecer un gobierno pluralista y democrático, en parte para evitar el renacimiento del militarismo. En tercer

• lugar, se proponían alterar la estructura de poder en el Japón rural porque temían a los grandes terratenientes que habían apoyado decididamente la polí­tica de expansión militar. De ahí que los Estados Unidos impusieran una reforma agraria y redistribuyeran la tierra entre los pequeños campesinos. La reforma tuvo gran éxito, incrementó considerablemente la productividad agrí­cola y originó un excedente de mano de obra rural que se trasladó a las ciuda­des. En cuarto lugar, los Estados Unidos, deseosos de deshacerse del poder de los Zaibatsu, disolvieron las gigantescas empresas erando a partir de ellas otras más pequeñas. Por último, estaban decididos a aprovecharse del mercado japonés en desarrollo^).

Tal era la política que los Estados Unidos trataron de aplicar a finales de los años cuarenta. Pero los acontecimientos políticos del Asia Oriental obligaron a los vencedores a cambiar rápidamente de estrategia. La revolución comunista china, victoriosa en 1949, se extendió pronto a Corea y dio origen a comienzos de los años cincuenta a la guerra de Corea. La mano de obra japonesa pasaba por un periodo agitado y organizaba huelgas y manifestaciones. Si se mantenía esa tendencia, el movimiento comunista podría extenderse a otros países. Tal fue el motivo de que los Estados Unidos consideraran que era nece­sario un Estado fuerte en el Asia Oriental para detener el avance del comunismo.

En vista de ello, los Estados Unidos cambiaron completamente su política para con el Japón. En vez de mantener un país débil, querían ahora construir una nación fuerte y una economía poderosa a fin de sujetar al Japón a su estrategia en el Asia Oriental. Esta relación con Estados Unidos sirvió de base para definir la vía japonesa de desarrollo en el marco de la economía mundial capitalista desde los años cincuenta.

Basándose en estas consideraciones, los Estados Unidos adoptaron una nueva política a finales de los años cincuenta. En primer lugar, se preocuparon

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más por crear un Estado fuerte, autónomo y burocrático que por promover la democracia y la participación popular. Querían un Estado fuerte que pudiera restaurar la economía, reprimir la agitación obrera y detener la expansión del comunismo en la región.

En segundo lugar, decidieron no fraccionar los Zaibatsu. Por el contra­rio, procuraron fortalecerlos, al mismo tiempo que a las fuerzas conservadoras de derechas, para que pudieran luchar eficazmente contra la agitación de los trabajadores. Además, favorecieron el renacimiento de una estructura de empre­sas capaz de asimilar y legitimar a la fuerza de trabajo mediante la lealtad para con la empresa.

En tercer lugar, en vez de desindustrializar el país, los Estados Unidos fomentaron activamente- la industrialización del Japón permitiéndole incluso acceder en las mejores condiciones a las últimas novedades tecnológicas de Occidente. Entre 1950 y 1978 Estados Unidos y Japón firmaron cerca de 32.000 contratos de exportación de tecnología, lo que fortaleció considerablemente la

- base material y económica del país asiático. Además, la política de adquisi­ción de material militar durante la guerra de Corea contribuyó a estimular la economía japonesa. De la noche a la mañana Japón se convirtió en el arsenal de los Estados Unidos. Far Eastern Machine y su empresa Toyota vendieron al ejér­cito norteamericano gran cantidad de jeeps y camiones. Gracias a esta imbrica­ción del Departamento de Defensa de Estados Unidos con los Zaibatsu japoneses, se expandió rápidamente la industria pesada y química, formando una inmensa red de combinados industriales en los alrededores de Tokio, Osaka y Nagoya.

En cuarto lugar, como Japón no era autosuficiente en productos alimenti­cios, Estados Unidos se interesó por convertirlo en un mercado para sus pro­ductos agropecuarios. La estrategia adoptada fue exportar dichos productos a Japón e importar mercancías japonesas. Se trataba de una relación de intercam­bio desigual, ya que los productos industriales japoneses, más caros, se cambiaban por productos agropecuarios, norteamericanos relativamente más bara­tos. De ahí que en los últimos dos decenios Japón haya tenido un superávit comercial con los Estados Unidos.

Iniciado el auge de la industrialización y de la exportación, los efi­cientes Zaibatsu se propusieron conquistar no sólo una buena parte del mercado estadounidense, sino también del europeo, del asiático y del de otras regio­nes. Desde los años setenta los Zaibatsu han pasado de las industrias pesadas como las del acero y del automóvil a las industrias con alto empleo de tecno­logía, destacándose en. la producción de chips de computadora, semiconductores y circuitos integrados. Sus aparatos de televisión, cadenas estereofónicas, y cámaras fotográficas son superiores a los de Estados Unidos. Se • explica así que Japón se haya convirtido rápidamente en el número uno de los exportadores mundiales.

Conforme se ampliaban los mercados exteriores y aumentaba la productivi­dad, se elevaba también el salario real de los obreros. Los consumidores japo­neses, más de 110 millones, constituían un enorme mercado. Sin embargo, el mercado japonés impuso restricciones a la importación. Los severos controles impedían hasta hace poco a las compañías extranjeras penetrar en el sector de la distribución y de la venta al por menor, lo que permitió crear un gran número de pequeñas y medianas empresas nacionales.

El siguiente paso de la expansión económica del Japón fue la exportación de capital. ¿De qué servía conseguir inmensos excedentes comerciales gracias a

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las exportaciones industriales si no se utilizaban para inversiones de capital? Así pues, los Zaibatsu comenzaron desde finales de los años sesenta a hacer inversiones en. Asia Sudoriental a fin de procurarse materias primas, minerales y gaz. En los años setenta los Zaibatsu se dedicaron activamente a promover en Asia Oriental proyectos financieros de gran envergadura, por ejem­plo, la construcción del metro de Hong Kong. En la década del ochenta las inversiones japonesas en el extranjero se extendieron más allá del Asia Orien­tal. Los Zaibatsu están comprando en Estados Unidos, Canadá y Australia cade­nas de hoteles, mansiones lujosas, complejos de locales comerciales y obliga­ciones. Por ejemplp, en 1987 Japón tuvo un excedente comercial de 96.000 millones de dólares y compró valores en el extranjero por un total de 88.000 millones de dólares, mientras que en 1980 sólo había comprado 4.000 millones. La mayor parte de esas sumas se invirtieron en valores del tesoro de Estados Unidos, pero los japoneses están comprando cada vez más valores y obligaciones de otros países extranjeros.

Lo que observamos en los años ochenta es la competición fundamental entre Japón y Estados Unidos. La competencia en la economía mundial es como una carrera de fondo en la que los Estados Unidos llevó la delantera durante tres decenios, pero ahora hay otros países que están a punto de alcanzarlos. Esta competencia central puede observarse tanto en el ámbito político como en el económico.

Militarmente Japón está asociado con los Estados Unidos, que tienen allí una base, y el país está "protegido" por el ejército norteamericano en virtud 'de un Tratado de Seguridad. La política exterior japonesa sigue estando muy influida por la de Estados Unidos. Sin embargo, cuando a finales de los años ochenta Japón comienza a participar más activamente en los asuntos mundiales, el mundo comprueba que se ha convertido en una superpotencia. Por ejemplo, en 1988 destinó 50.000 millones de dólares a ayudar a los países del Tercer Mundo, convirtiéndose en el primer país donante. Además, se muestra cada vez más activo en el plano político: ha suprimido el límite que se había impuesto de no gastar en defensa más del 1% del PNB; se ha ofrecido como intermediario para lograr la retirada de las tropas vietnamitas de Kampuchea; ha participado en la operación de paz de las Naciones Unidas en Afganistán; y dirige la Organización Mundial de la Salud.

En términos económicos la competencia entre Japón y Estados Unidos ha originado enormes tensiones y conflictos, como puede verse en las fricciones comerciales entre los dos países. A finales de 1986 el déficit comercial de Estados Unidos con Japón se elevaba a 58.000 millones de dólares, más de seis veces superior al de 1980, con un crecimiento medio del 35% anual. Como muchas industrias norteamericanas ya no pueden competir con el Japón, los Estados Unidos han establecido barreras comerciales a base del aumento de las tarifas aduaneras y el sistema de cuotas y presionan a Japón para que abra su mercado nacional más ampliamente a los productos estadounidenses. En respuesta a la presión norteamericana y para atender a sus propios intereses a largo plazo, en los últimos años ochenta Japón cambió resueltamente de política económica, abogando por una mayor apertura del mercado, por un incremento de las importa­ciones y por una continua liberalización financiera y amplió el consumo interno, lo que tiene de por sí importantes repercusiones en el modo de vida japonés.

Como los Estados Unidos quieren, por una parte, proteger su mercado y, por otra, abrir el mercado japonés, es difícil que ambas políticas tengan éxito al mismo tiempo. Se ha llegado por ello a un compromiso: se alienta al

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Zaibatsu a establecer sus industrias manufactureras en Estados Unidos, lo que generará. puestos de trabajo, mientras que los productos "japoneses elaborados en Estados Unidos no quedan sujetos a restricciones de la importación. Muchos Zaibatsu importantes como Honda, Sanyo, Mazda e Hitachi han considerado interesante este acuerdo e invertido en Estados Unidos. El MITI japonés calcula que en 1988 las compañías japonesas empleaban en Estados Unidos a 250.000 obreros y que durante el próximo decenio la inversión japonesa allí creará otros 840.000 puestos de trabajo.

A riesgo de simplificar demasiado, con el análisis que acabamos de hacer hemos procurado mostrar que la perspectiva del sistema mundial coadyuva a explicar el modelo de desarrollo del Japón durante los últimos dos siglos. Queríamos hacer patente que fue la amenaza externa del colonialismo lo que generó una rápida transición del feudalismo al monopolio de los Zaibatsu y que fue la revolución comunista china lo que indujo a Estados Unidos a promover tras la Segunda Guerra Mundial un Estado japonés fuerte con una sólida econo­mía. Con tal fin, hemos expuesto brevemente la interacción entre las institu­ciones económicas y políticas y una parte del sistema de valores tradicionales del Japón en su peculiarísima vía de modernización o estilo de desarrollo. Como en el presente trabajo se da importancia máxima a la aplicación de la perspectiva del sistema mundial, no hemos ampliado el debate a los modos de vida cambiantes de los japoneses, que ya conocemos en sus grandes rasgos. Es en este punto donde más útiles resultan los estudios del cambio social a pequeña escala para analizar la dinámica interna.

China. Anthony Jones señala que existen tres modelos generales de desa­rrollo socialista?). El primero es el "modelo de economía política" conforme al cual, si bien un Estado socialista es dueño de los medios de producción, sus burocracias se han vuelto parasitarias y han creado intereses contrarios a los de la clase trabajadora. Al destacar el papel de la burocracia, este modelo suele caracterizar a los Estados socialistas como capitalismo burocrá­tico de Estado, socialismo burocrático de Estado o Estado obrero degenerado. El segundo es el llamado "modelo político" que destaca únicamente el sistema político y no la relación entre las instituciones políticas y las económicas. Este modelo caracteriza a los Estados socialistas como Estados totalitarios provistos de unos cuantos rasgos generales comunes, por ejemplo, la ideo­logía oficial exclusiva, el uso del terror y la dictadura del partido. El tercer tipo descrito por Jones es el "modelo de sociedad industrial" para el cual lo más importante es la base industrial de un Estado socialista. Gracias a los adelantos científicos y tecnológicos, los Estados socialistas avanzados han experimentado cambios industriales y sociales muy similares a los de los Estados capitalistas avanzados.

Los tres modelos expuestos se basan en la hipótesis de que un Estado socialista goza de amplia independencia para adoptar una política ideal que le sea propia. Dicho de otro modo, estos modelos suponen que los Estados socia­listas son en alto grado autónomos y que su economía política puede examinarse con independencia de otros Estados. Según la perspectiva del sistema mundial resulta problemático tal supuesto ya que un Estado socialista no es más que una unidad del sistema mundial; sus actividades se hallan limitadas por el sistema interestatal de la economía mundial capitalista. Así pues, la interac­ción entre los Estados socialistas y la economía mundial capitalista es un factor importante que contribuye a configurar en mayor o menor grado y de una u otra manera la vía de desarrollo de los Estados socialistas.

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Tomando de una vez más la perspectiva del sistema mundial como marco de referencia, vamos a mostrar cómo se interrelacionan los cambios de la estruc­tura de las clases sociales en China con los diferentes modelos de vinculación de este país a la economía mundial capitalista. Para ello, examinaremos el nuevo modo de desarrollo chino en dos fases: la retirada de la economía mundial entré los años cincuenta y mediados de los setenta; y la reintegración en la economía mundial a partir de finales del decenio de los setenta. En ambas fases prestaremos atención a las repercusiones sobre la estructura de clases**). . . . . . . . .

A comienzos' de los años cuarenta el Partido Comunista Chino (PCCH) adoptó un conjunto de políticas moderadas que se inspiraban tanto en el movimiento populista anticolonial como en la revolución clasista. Durante la Segunda Guerra Mundial el PCCH formó un frente unido con el Kuomintang (KMT) en el poder y" procuró crearse una base popular lo más ampliamente posible para hacer frente a la invasión japonesa. Respecto de política exterior, el PCCH mani­festó su deseo de establecer relaciones amistosas con Estados Unidos. Al final de la guerra, los Estados Unidos habían conseguido que se entablara una nego­ciación de paz entre el PCCH y el KMT que en último término no tuvo éxito.

El resultado de la guerra civil china fue la expulsión del KMT del conti­nente a finales de los años cuarenta. Como los países capitalistas centrales, con Estados Unidos a la cabeza, se oponían al ascenso de la Estrella Roja en el Asia Oriental, trataron de acabar con el nuevo régimen socialista de China mediante una serie de medidas como mantener al país fuera de las Naciones Unidas, imponer un embargo a los productos chinos, etc. La flota norteameri--cana fue enviada para que patrullara por el Estrecho de Taiwan y las tropas estadounidenses combatieron en Corea contra los soldados chinos. Fue el periodo de la guerra fría durante el cual en Occidente se consideraba que los Estados socialistas estaban regidos por el terror masivo; y los países capita­listas centrales se hallaban dispuestos a emplear las armas para detener el avance del comunismo.

Enfrentada a la creciente hostilidad de los Estados capitalistas centra­les, China no tenía otra alternativa que retirarse de la economía mundial capitalista. Así, cortó las relaciones diplomáticas con Occidente, suspendió sus actividades comerciales con las naciones occidentales (salvo con Hong Kong), y no podía contar con los inversores capitalistas extranjeros ya que en su mayor parte habían abandonado el país durante la guerra de Corea.

Para fortalecer el poder del Estado, el PCCH tenía que consolidar sus bases sociales. En el ámbito de la política exterior, el PCCH buscó la. ayuda de la Unión Soviética. Y en el de la interior, basó su acción en el apoyo de campesinos y obreros. Pero, ¿cómo despertar el entusiasmo popular tras la revolución comunista? La respuesta a este interrogante puede contribuir a explicar por qué el PCCH pasó repentinamente de la política moderada de frente unido propia de los años cuarenta a una política socialista radical de movili--zación popular ininterrumpida en los cincuenta.

A fin de granjearse el apoyo del campesinado China aceleró considerable­mente la reforma agraria en el momento crucial de la guerra de Corea. Durante la aplicación de la reforma se alentó a los campesinos a que expusieran las injusticias de que habían sido víctimas en el pasado y a que arrebataran la propiedad de las tierras directamente a los terratenientes. A. través de confrontaciones y choques a veces violentos los campesinos fueron adquiriendo paulatinamente conciencia política y de clase. La reforma agraria se consideró

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un éxito rotundo: no sólo satisfizo el deseo de los campesinos de poseer la tierra, sino que además suscitó la activa movilización política de las masas. Así fue como el PCCH consolidó su poder en las zonas rurales.

Sin embargo, distribuir la tierra entre los campesinos no era suficiente para lograr la igualdad social. Cada familia campesina poseía una parcela de tierra que cultivar, perb a las familias numerosas se les asignaron más recur­sos y muchas se hicieron más ricas que las pequeñas familias campesinas. A mediados de los años cincuenta el PCCH pudo comprobar que se había producido una rápida diferenciación social entre los campesinos. Estaban surgiendo gran número de campesinos ricos, mientras otros se quedaban económicamente reza­gados.. Para resolver el problema el PCCH aplicó una política de colectiviza­ción "y de comunicación. Se suprimió la propiedad privada de la tierra; se colectivizaron la propiedad de la tierra y los instrumentos agrícolas; y los campesinos empezaron a trabajar colectivamente en equipos de producción para la comuna. Las recompensas se distribuían no sobre la base de la propiedad de la tierra sino de acuerdo con la contribución de cada cual al equipo de producción. Esta política de colectivización tenía por objeto eliminar a los campesinos ricos a fin de consolidar al campesinado homogéneo y movilizarlo como clase.

Paralelamente, en las ciudades el PCCH empezó a nacionalizar la indus­tria. El primer objetivo era eliminar a los capitalistas como clase, aunque se les pagaron indemnizaciones y muchos fueron contratados como gerentes de las fábricas. Tras la nacionalización, empezó la planificación central a fin de evitar la inflación y garantizar el pleno empleo, todo lo cual contribuyó a consolidar el respaldo de los obreros al régimen.

Una vez desaparecidos los capitalistas, se pasó a los intelectuales. A comienzos de los años cincuenta el PCCH daba a los intelectuales un trato bastante aceptable. Sin embargo, una vez extinguidos su fervor revolucionario y en vista de que no mejoraba su nivel de vida, los intelectuales que habían estado en contacto con la idea de la democracia y el individualismo occidenta­les se volvieron más críticos respecto de la política socialista del PCCH. De ahí que, cuando en 1957 los intelectuales expresaron su opinión durante la Campaña de las Cien Flores, el PCCH acalló su voz rápidamente aplicándoles una serie de limitaciones. Dada la hostilidad de los países centrales, el PCCH no podía tolerar ningún grupo disidente que pusiera en entredicho su autoridad.

Tras la retirada de los soviéticos a finales de los años cincuenta por desacuerdos entre ambos países, China sólo podía contar consigo misma. En vista de ello, el PCCH elaboró un modelo endógeno de desarrollo y procuró mantener una autonomía casi completa tanto en el terreno de la economía como en otros.

A mediados de los años sesenta, en el ápice de la hostilidad de los países centrales contra China durante la guerra de Viet Nam, el PCCH radica­lizó aún más su política para movilizar el apoyo popular. Por entonces ya habían desaparecido o estaban muy debilitadas todas las viejas clases (capi­talistas extranjeros, terratenientes, campesinos ricos, burguesía, intelec­tuales). Los maoístas de la Revolución Cultural consideraban que los burócra­tas se habían convertido en una nueva clase explotadora. A fin de incrementar el respaldo de las masas, sacaron a la luz pública los abusos de esos burócra­tas que, una vez separados de sus cargos, fueron enviados al campo para que les reeducaran los campesinos y los obreros. Por otra parte, éstos entraron en masa en el Partido y en la burocracia estatal, y sus hijos fueron enviados en gran número a escuelas superiores y universidades.

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Dicho brevemente, lo que queremos poner de relieve es que la hostilidad de los países centrales y la retirada de China de la economía mundial capita­lista contribuyeron a que el país aplicara una política radical de moviliza­ción. A fin de suscitar el entusiasmo permanente de las masas, el PCCH, puso en marcha una política igualitaria de desestratificación que suprimía los intereses de todas las clases excepto los de los campesinos y obreros. Por ejemplo, en el momento álgido de la Revolución Cultural la admisión en el partido se basaba en" el origen de clase y en la dedicación política. Los buró­cratas eran .elegidos,de entre las masas para servir a las masas. Difícil sería dar con otro Estado más empeñado en implantar el igualitarismo y en movilizar a las masas que China durante la Revolución Cultural.

¿Cómo explicar, pues, el deseo de China de incorporarse nuevamente a la economía mundial capitalista a finales de los años setenta? Para responder a esta cuestión es preciso examinar la situación política y económica de los Estados capitalistas centrales, así como las condiciones de la China socialista.

A finales del decenio de los setenta, la hostilidad de esos Estados centrales hacia la China socialista fue disminuyendo paulatinamente. Tras haberlo intentado durante muchos años, empezaron a darse cuenta de que era inútil tratar de derrocar el régimen socialista. Además, resultaría provechoso para ellos atraer nuevamente a China a la economía mundial capitalista que se encontraba en fase descendente. China podría desempeñar un importante papel de 'estímulo de la economía de los países centrales facilitándoles mano de obra barata, grandes posibilidades de inversión y un inmenso mercado potencial para sus productos.

También convenía a China reintegrarse en la economía mundial capitalista. Su economía sufría las consecuencias de casi tres décadas de separación res­pecto de ésta y de la insuficiente atención prestada a la eficacia y al rendi­miento económicos. Su estancamiento parecía aún más grave cuando se lo compa­raba con la prosperidad de Taiwan, Corea del Sur y Hong Kong, por no.mencionar al Japón. A fin de incrementar la productividad y salir de ese estancamiento, China necesitaba las inversiones y los adelantos científicos y tecnológicos de los Estados centrales. Al reincorporarse a la economía mundial la ideología política del país hubo de someterse a ciertos ajustes.

Así pues, desde finales de los años setenta los reformadores de la econo­mía adoptaron una nueva política de puertas abiertas. El primer ministro Zhao declaró: "En el futuro debemos entrar en la economía mundial más decidida­mente, adoptar una estrategia adecuada de exportación e importación y de uti­lización de fondos extranjeros y ampliar el comercio y la cooperación econó­mica y tecnológica con otros países .. . Debemos hacer todo lo posible por crear industrias y fabricar productos propios para la exportación que sean competitivos y puedan procurarnos rápidamente unos beneficios elevados . . . Habrá de darse prioridad a la importación de tecnología avanzada y de equipos esenciales ... Es preciso consolidar y elaborar el modelo de apertura al mundo exterior que ha comenzado a tomar forma, ampliando paulatinamente la política de apertura desde las zonas económicas especiales a las ciudades costeras, luego a las regiones económicas costeras y por último a las zonas del inte­rior." Gracias a esta política de puertas abiertas, han reaparecido paulatina­mente en China los intereses de capitalistas extranjeros. Ello significa que están llegando al país productos occidentales que compiten con los chinos, lo que a su vez quiere decir que las empresas nacionales se ven obligadas a fabricar productos de mejor calidad y a precios competitivos si quieren man­tener su mercado.

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En el decenio de los ochenta se ha venido efectuando una importante rees­tructuración económica. En el campo se abandonó la política de colectivización y comunicación. En sustitución se implantó un nuevo sistema de responsabilidad personal en el que la familia campesina recibe una parcela de tierra para cultivar, corriendo por su cuenta las ganancias o las pérdidas. El objetivo de esta política es impulsar a los campesinos a producir más y a ajustarse a la demanda y a los precios del mercado. Con ello reaparecerá en las zonas rurales la diferenciación social, con una nueva clase de campesinos ricos de "diez mil dólares" cuyos ingresos anuales son aproximadamente veinte veces superiores a los de sus vecinos pobres.

Uno de los objetivos de la reforma económica en las ciudades es fortale­cer las empresas industriales vetustas. Los reformadores alegan que antes el Estado regulaba excesivamente la economía, con empresas que producían ciega­mente la cuota que aquél les asignaba pero sin prestar mayor atención a la productividad. Este tipo de ineficacia, fruto de una planificación burocrá­tica central, llevaba con frecuencia a la quiebra a las empresas industriales. De ahí la conveniencia de reducir el control de la planificación central. Se calcula que a fines de los años ochenta sólo el 30,5% de la economía china seguirá estando sujeta a la planificación central, mientras que el resto se regirá probablemente por las leyes del mercado. Además, existe una separación entre la propiedad estatal y la gestión económica a fin de dotar a las empre­sas de un verdadero poder de gestión. A la par de una familia campesina, una empresa industrial es en la actualidad una unidad independiente de producción y contabilidad. No sólo se acepta sino que se alienta decididamente el esfuerzo y la iniciativa individuales para crear empresas económicas. Con ello vuelve a surgir una clase "burguesa" de estilo chino cuyo único objetivo de producción sea lograr el mayor provecho posible para la empresa.

A fin de impulsar el desarrollo económico mediante los avances cientí­ficos y tecnológicos, los reformadores chinos dan prioridad a la expansión de empresas de carácter científico, tecnológico y educativo. La enseñanza univer­sitaria se está difundiendo con rapidez; existe una clasificación jerárquica de las universidades de elite, en las que cursan estudios los alumnos más brillantes seleccionados mediante pruebas eliminatorias de alcance nacional. Hoy en día los intelectuales gozan de prestigio y de ingresos elevados y buenas condiciones de trabjao y algunos incluso ocupan puestos importantes en el Partido y en la Administración. Es posible que en el futuro la clase inte­lectual haga sentir su influencia en la política.

Todas estas reformas económicas y otras que no hemos mencionado exigen que se modifique la estructura política del país. La reforma política más reciente ha sido la separación entre el Partido y el Gobierno. Se aconseja abandonar la práctica seguida hasta ahora de que los funcionarios del Partido ocupen también multitud de cargos en el aparato del Estado; se les advierte incluso de que no deben inmiscuirse en las actividades de los funcionarios civiles. Los reformadores desean que éstos posean conocimientos profesionales que les permitan desempeñar eficazmente sus tareas. También se da una ten­dencia a la funcionarización. Para ocupar un puesto en la administración pública es necesario aprobar un examen eliminatorio, y los ascensos, recompen­sas y sanciones de los funcionarios deben basarse fundamentalmente en los resultados profesionales. Estas reformas contribuyen a estabilizar la autori­dad de los funcionarios profesionales, cuya legitimidad se funda actualmente más en sus conocimientos técnicos y en normas administrativas internas que en la lealtad ideológica al socialismo.

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De .1° anterior se desprende que la reintegración en la economía mundial capitalista está dando lugar a una serie de nuevas relaciones de clase en la China socialista. La política de puertas abiertas, con sus zonas económicas especiales y sus empresas mixtas, atrae de nuevo a los capitalistas extran­jeros. La descolectivización y el régimen de autorresponsabilidad está dando origen a un campesinado rico. Las reformas aplicadas en las ciudades, que vuelven a instaurar el mercado, la separación entre el Estado y la economía y el régimen de autorresponsabilidad de las empresas concurren a la expansión de la clase burguesa. La enseñanza de elite, que considera que los intelectuales también son trabajadores, permite la formación de una prestigiosa capa inte­lectual. Por último¿ la separación entre el Partido y el Estado y la profesio-nalización y funcionarización están produciendo una clase de tecnoburócratás. Por otro lado, las dos clases sociales que menor atención han recibido en los últimos tiempos han sido los campesinos pobres y los trabajadores menos espe­cializados. Durante la fase de repliegue, ambas clases constituyeron el prin­cipal grupo que respaldaba al PCCH y fueron movilizadas para hacer frente a las otras clases. Al haberse pasado del choque frontal a la cooperación, las masas se han despolitizado en cierta medida y ahora se las incita a preocu­parse por mejorar su bienestar personal y familiar y a afanarse por ascender en la escala social en lugar de dedicar sus esfuerzos a la política de clase. En los años ochenta, las masas chinas ya no constituyen una clase unificada ni se expresan en la acción de clase.

Recapitulando lo dicho, recalquemos una vez más que la dinámica del sistema mundial -con sus aspectos como el colonialismo, el choque frontal y la lucha por los mercados mundiales-, aunque tiene su importancia, no es el único factor que conforma el desarrollo nacional, socialista o no. Esa dinámica actúa por lo general a través de un contexto social o nacional particular, .juntamente con otros factores. La comprensión de cómo funciona el sistema mundial nos ayuda a entender mejor la complejidad y la diversidad del proceso de cambio social, aunque aspirando siempre a hallar explicaciones generali-zables.

IV. ¿EXISTE UN MODELO DE DESARROLLO DE ASIA ORIENTAL?

Desde los años setenta, las experiencias de desarrollo en Asia Oriental han sido objeto de creciente atención, tanto entre los especialistas en ciencias sociales como entre quienes se interesan por el planeamiento del desarrollo. Es cada día mayor el interés que despierta el estudio de los logros alcanzados no sólo por el Japón sino también por los otros cuatro países recientemente industrializados -Corea, Taiwan, Hong Kong y Singapur-, a los que se suele denominar "los cuatros pequeños dragones". Responsables polí­ticos y económicos de otros países sienten gran curiosidad por averiguar las causas que explican la dinámica del éxito de esos países y si es posible apli­carlas en otras partes. Desde el punto de vista de las ciencias sociales, esos casos son tan particulares -habida cuenta sobre todo del contexto cultural-qúe se puede empezar a considerarlos una "segunda modalidad" de la moderniza­ción capitalista, relativamente diferenciada del modelo occidental clásico.

No es menester detallar ahora con estadísticas las relevantes consecuen­cias de los diversos casos de desarrollo económico habidos en Asia Oriental, que han sido rápidos, sostenidos y relativamente equitativos, a partir de un nivel bajísimo de renta per capita al final de la Segunda Guerra Mundial. Ahora bien, esos rasgos definen el éxito alcanzado pero no lo explican. Lo que

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necesitaríamos sería un modelo que no fuese descriptivo sino explicativo, gracias al cual apareciesen con claridad las principales variables económicas, políticas y socioculturales, así como sus múltiples concatenaciones. A este respecto, estamos muy lejos de poder responder satisfactoriamente a la pre­gunta de si existe un modelo de desarrollo propio de Asia Oriental; aún habrá que efectuar muchos más estudios sobre la cuestión. En esta sección de nuestro trabajo, analizaremos brevemente algunos de los hechos y de las teorías, lo cual nos dará pie para circunscribir el ámbito de las investigaciones ulte­riores.

La dimensión económica. Hay quienes afirman que el interés de la expe­riencia en materia de desarrollo de Asia Oriental radica primordialmente en si es posible extraer de ella un modelo económico que explique en buena medida su éxito en este plano. Esta escuela de pensamiento se distingue totalmente de quienes opinan que la explicación se halla fundamentalmente en el terreno cultural, que abarca los valores, las estructuras institucionales y las rela­ciones sociales. El modelo de índole esencialmente económica es conocido también con el nombre de "modelo coreano", porque el Japón ya es un país desa­rrollado y, por otra parte, Taiwan, Hong Kong y Singapur, se afirma, presentan rasgos propios intransferibles.

Una explicación muy difundida pero insuficiente es que esos países o territorios de Asia Oriental poseen pocos recursos naturales, por lo que tienen que trabajar, ahorrar mucho, mostrarse innovadores y tener espíritu de empresa para desarrollarse. Lo malo de esta explicación es que existen muchos países con escasos recursos naturales que no se han desarrollado económica­mente. Otra explicación muy difundida es que esos países aplican una estra­tegia capitalista. Esta explicación presenta el mismo inconveniente que la primera: hay otros muchos países, sobre todo latinoamericanos, que podemos calificar de regímenes de libre empresa y que, pese a ello, apenas han crecido económicamente, mientras aumentaba la desigualdad. Además, salvo en el caso de Hong Kong, se abusa algo de la denominación de capitalismo cuando se afirma que en los otros cuatro países considerados apenas interviene la administra­ción pública en la vida económica, pues, al menos en el Japón y en Corea, la administración y las empresas están estrechamente imbricadas.

En sus periodos de crecimiento acelerado, esos cinco países de Asia Oriental tuvieron índices de inversión que eran superiores a la media y que en algunos casos figuraban entre las más elevadas del mundo. Ahora bien, en la base de esos índices más elevados había tres variables cuyo influjo no tuvo la misma importancia en los cinco países: el índice de ahorro interno, la ayuda externa y las inversiones privadas extranjeras. Japón ha tenido desde la Segunda Guerra Mundial un volumen anormalmente elevado de ahorro que ha bas­tado no sólo para financiar las inversiones internas sino también, más recien­temente, las inversiones en el extranjero. Pero en ocasiones se ha pasado por alto que también Japón recurrió en considerable medida a recursos externos para financiar la primera fase de su crecimiento económico durante la pos­guerra. De igual modo, Corea y Taiwan financiaron en los años cincuenta bastante más del 50% de sus inversiones gracias a la ayuda exterior. A lo largo de su historia reciente, Singapur ha descansado también de manera impor­tante en la aportación de capitales extranjeros, así en forma de inversiones como de préstamos. Sea como fuere, lo que importa es que los cinco países supieron inducir a los inversores privados a que financiaran un ritmo elevado de inversiones desde mediados de los años sesenta por lo menos, pese a los riesgos y las incertidumbres que en cada uno de ellos se manifestaron en distintos momentos.

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Tres son los factores que ayudan a explicar la capacidad de esos países para generar un índice elevado de inversiones. En primer lugar, todos ellos se beneficiaron de uno de esos ciclos fructíferos en que un crecimiento elevado facilita la acumulación de ahorros e inversiones considerables, lo que a su vez produce un crecimiento elevado. En segundo lugar, los cinco países acepta­ron e incluso propiciaron la obtención de un rendimiento eíevado por las inversiones privadas. Las políticas económicas aplicadas permitieron a algunas personas enriquecerse rápidamente sin temor a nacionalizaciones u otros ries­gos que pudiesen privar arbitrariamente a los inversores.de sus ganancias. En tercer y último lugar, en todos los casos se trataba, al menos durante algún tiempo, de suciedades austeras . en las que los empresarios y hombres de nego­cios se ganaban el reconocimiento social por ampliar sus empresas, no por su consumo de lujo. ,

Se ha formulado la hipótesis de que la existencia de gestores económicos competentes ha jugado un papel importante en el logro de un ritmo elevado de crecimiento, el cual refuerza los altos índices de inversión y a la inversa. En lo fundamental el subdesarrollo consiste en una carencia de equipo y personal adiestrado en las técnicas de la industria moderna, junto a una abun­dancia de mano de obra no especializada, que debe ser absorbida en parte por el sector industrial. Así pues, una estrategia de desarrollo eficaz exige unas políticas favorables al incremento de las exportaciones de productos manufac­turados que requieren el empleo de abundante mano de obra, así como a la obtención de productos sustitutivos de las importaciones. De ese modo, el comercio y la industria utilizarán lo más posible la mano de obra barata a su disposición, al tiempo que se esfuerzan por conservar los factores de produc­ción más onerosos. Como es probable que se produzcan distorsiones de precios, los cuatro gobiernos asiáticos -todos menos el de Hong Kong- han adoptado políticas que compensan las insuficiencias del régimen de propiedad privada de las empresas.

Muchos gobiernos de países del Tercer Mundo han aplicado al cambio de monedas una política de tipos bajos, con el resultado de fomentar las.importa­ciones y desalentar las exportaciones. Al mismo tiempo, incrementaban los costos de las industrias de exportación. Ninguno de los cinco países asiáticos a que venimos refiriéndonos ha impuesto trabas de esa índole. En lugar de dificultar las exportaciones, la mayoría han utilizado deliberadamente los tipos de cambio y un sistema de subvenciones -en su mayoría ocultas- para fomentar las exportaciones y desalentar las importaciones. Las subvenciones implícitas a -las exportaciones de productos manufacturados y otros productos no vendidos al extranjero compensan tradicionalmente eí costo añadido de pene­trar en el mercado mundial, y al subvencionar bienes que requieren una alta proporción de mano de obra los gobiernos subvencionan indirectamente la inte­gración de los trabajadores no especializados en ese mercado.

Dejando aparte Hong Kong y Singapur, que probablemente no tenían otra opción, los otros tres gobiernos adoptaron medidas de protección de sus res­pectivas industrias, cuando éstas se hallaban en sus inicios. Ahora bien, una vez que las industrias se hubieron asentado sobre bases sólidas dejaron de aumentar esa protección. Lo cual quiere decir que, una vez llegadas a la madurez, las industrias tenían que competir en precios y calidad con los mejo­res productos del mundo, y la distinción entre las empresas públicas y las grandes empresas privadas era menor en esos casos que en cualquier otro país. Gracias a esa política, la presión de la competencia hizo que aumentara la eficacia, a diferencia de lo sucedido en algunos países del Tercer Mundo cuyos gobiernos pusieron casi totalmente al resguardo de la concurrencia a sus empresas de propiedad estatal.

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Además, los cuatro gobiernos -todos menos el de Hong Kong- hicieron gran­des inversiones en la enseñanza, la formación profesional y la investigación orientada a la adaptación a fin de suprimir las dificultades que para los pri­meros inversores supuso tener que aprender a fabricar sin ayuda exterior. Por último, todos ellos elaboraron una estrategia a medio plazo de desarrollo industrial: los gobiernos decidían qué inversiones industriales era conve­niente efectuar en un futuro próximo y proporcionaban incentivos o subvencio­nes ocultas para compensar la debilidad del sector privado.

Gracias a esas medidas, el sector dominante fue en los cinco países el de la producción de bienes manufacturados para la exportación. El crecimiento industrial no sólo predominó en los ingresos nacionales, sino que además des­empeñó un papel esencial para facilitar las divisas que el desarrollo preci­saba. Otro aspecto esencial es el de la composición de las exportaciones: conforme se iba absorbiendo el excedente de mano de obra y aumentaban los salarios, y conforme la enseñanza, la formación y los elevados índices de ahorro incrementaban las posibilidades de disponer de personal formado y de capital, estos países se fueron orientando hacia la producción de bienes con intensa aplicación de capital y de técnica. De ese modo, la composición de las exportaciones se volvió cada vez más diferenciada y especializada. El tipo de especialización depende en parte de dónde se inicia una industria y en parte de la orientación del desarrollo económico. Así, por ejemplo, Japón y Corea se encuentran en una situación ideal para desarrollar la industria de la automo-ción, gracias a las mayores dimensiones de su mercado interno, mientras que Hong Kong y Singapur aprovechan su localización para desarrollar las indus­trias del sector de los servicios. Naturalmente, también se han cometido errores: Corea se orientó probablemente demasiado pronto hacia las industrias con fuerte utilización de capital y de energía en los años setenta y Singapur pasó con excesiva rapidez a las industrias con fuerte empleo de capital en los años ochenta, lo que dio lugar a una recesión que duró tres años.

El economista Papaneck ha detectado tres factores generales que pueden influir en los resultados económicos y y que están más o menos sujetos a una manipulación política manifiesta^). La importancia relativa de cada uno de ellos determinará en gran medida hasta qué punto puede transponerse la expe­riencia lograda en Asia Oriental a otros países. Sus factores son:

1) las políticas económicas oficiales, que pueden modificarse fácil­mente;

2) diversos aspectos de la economía y de la sociedad que pueden modifi­carse mediante la política a largo plazo del Estado, como la ense­ñanza y la participación de la mujer en la fuerza laboral; y

3) distintos aspectos de la cultura, entendida en sentido amplio, en los que resulta difícil influir positivamente con una política pública deliberada, al menos a plazo medio.

Papaneck sostiene que el principal factor del éxito económico de los paí­ses de Asia Oriental ha sido la estrategia adoptada, que puede reproducirse en cualquier otro lugar y cuyos aspectos fundamentales son: 1) un conjunto de incentivos que hicieron rentable invertir en actividades con fuerte empleo de mano de obra, al tiempo que se utilizaba lo mejor posible el capital y la mano de obra especializada, escasos; 2) una decidida intervención del Estado en la economía, que compensa las distorsiones que pueden darse en la economía de mercado; 3) el haber dejado ancho campo a las presiones de la concurrencia, en

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gran medida mediante la aplicación de incentivos para que la industria compi­tiese en el mercado mundial y, de ese modo, fomentando su eficiencia; y 4) unos altos márgenes de beneficio de las inversiones y un sistema político-administrativo que pone cortapisas a las decisiones arbitrarias e individua­listas-^). Al mismo tiempo, los Gobiernos deberían intervenir más enérgica­mente en el fomento de la enseñanza y de la participación de la mujer en la fuerza de trabajo, aunque las consecuencias de una política orientada en tal sentido no sean visibles a breve plazo. Los gobiernos de Asia Oriental invir­tieron masivamente en educación desde los años cincuenta. Pero es que, además, los sistemas educativos de esas sociedades parecen más idóneos para satisfacer las necesidades de la economía en su conjunto, en parte a causa de las presio­nes del mercado,y en parte debido al talante más autoritario de los gobiernos. Habida cuenta de ello, no debe subestimarse el papel desempeñado por los gobiernos en la planificación de la fuerza de trabajo. La actitud diferente respecto de la instrucción de las mujeres, no sólo en la sociedad en su con­junto sino también en política estatal, ha dado lugar a una mayor participa­ción de la mujer en la mano de obra industrial, que en los años ochenta era en Asia Oriental aproximadamente el triple que en la India y siete veces mayor que en Pakistán, lo cual significa que los países de Asia Oriental disponen de una mano de obra mucho más abundante a la que recurrir, y a la que se abonan salarios menores. Por otro lado, ello no entraña un aumento de los costos en concepto de infraestructuras urbanas, dado que la mayoría de las mujeres forman ya parte de una familia residente en la ciudad.

Ahora bien, Papaneck no afirma que, si otros países adoptasen una estra­tegia similar, lograrían los mismos ritmos de crecimiento o el mismo grado de equidad, pues hay otros factores y las circunstancias de cada país son distin­tas. Además, no deja de tener en cuenta el papel que desempeñan los factores no económicos, como son las fuerzas históricas que presionan a los gobiernos para que apliquen las pautas culturales propias de China o basadas en la tra­dición china. Al tiempo que insta a que se estudien los rasgos culturales des­favorables o favorables al crecimiento económico acelerado, Papaneck expone tres motivos por los que, a su juicio, los factores no económicos sólo en pequeña medida explican los éxitos alcanzados: en primer lugar, la existencia de una motivación económica sólida y coherente. En segundo lugar, que el éxito no se alcanzó hasta que los países modificaron su estrategia económica. La cultura era un factor constante y el rendimiento económico cambió una vez que se cambió de estrategia. En tercer lugar, el hecho dé que haya otros países de culturas muy diferentes que han conseguido la equidad y el crecimiento econó­mico adoptando una estrategia similar. Por último, no parece que exista forma satisfactoria de distinguir claramente las repercusiones en el ritmo del cre­cimiento económico de las variables culturales, comparadas con las de la polí­tica económica.

La dimensión política. Es más fácil clasificar a los países de Asia Oriental a que nos venimos refiriendo en una categoría económica clasifi­carlos políticamente. Los regímenes políticos del Japón, Corea y Taiván han evolucionado de forma muy distinta, por no hablar de lo de Singapur y la colonia de Hong Kong. También existen considerables variaciones en el modo en que cada Gobierno administra su economía. No cabe duda de que el Ministerio de Comercio Internacional e Industria japonés influye en la economía del país conforme a un estilo distinto de como el Gobierno de Seúl dirige las grandes firmas industriales coreanas y de como trata el Ministerio de Hacienda de Taiwan a las empresas, más pequeñas pero más numerosas, de la isla. El Gobierno de Hong Kong interviene en muy escasa medida, mientras que las auto­ridades de Singapur imponen orientaciones muy rigurosas a las actividades comerciales e industriales del Estado insular.

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Ello no obstante, cada día es mayor el interés que en otros países des­pierta el estudio de la importancia del papel del Estado en el crecimiento inducido por la exportación en estos países de Asia Oriental, sobre todo en Japón y Corea, y siempre con la excepción de Hong Kong. Pese a la heterogenei­dad de sus respectivas políticas económicas, se trata de averiguar si, además del crecimiento económico, comparten algunos rasgos políticos. A este propó­sito, Pye ha señalado dos factores políticos comunes a los cuatro Estados estudiados: 1) todos ellos poseen una tradición cultural confuciana, y 2) están estrechamente vinculados a los Estados Unidos, ya que éstos intervie­nen en aquéllos merced - a su asistencia económica y militar y/o la economía de los cuatro países depende de su acceso al mercado estadounidense. De ambos factores, el del carácter confuciano de los cuatro regímenes políticos debe examinarse más a fondo, y Pye ha . elaborado el siguiente modelo descrip­tivo11):

I. Se trata de un paternalismo benévolo de cuyos adalides se espera que combinen el elitismo con la atención prestada a los inferiores. La jerarquía es objeto de gran respeto, pero de los gobernamentes se espera que se ocupen de todos los sectores de la sociedad, los cuales deben aceptar a su vez al gobierno como fuerza rectora de la sociedad.

II. El ideal confuciano de gobierno por una. elite instruida ha dado paso al gobierno de los tecnócratas, los cuales son instruidos e inteligentes y se interesan por todos los sectores de la sociedad. Además, deben mostrar defe­rencia para con los dirigentes políticos.

III. Una manifestación clave del paternalismo benévolo es proteger las industrias nacionales frente a la concurrencia extranjera, fomentar las expor­taciones con un espíritu resueltamente nacionalista y respaldar la idea de consenso nacional, incluso entre trabajadores y empresarios.

IV. Los gobiernos consideran que están facultados para reprimir las disensiones que puedan surgir a fin de alimentar un espíritu de solidaridad corporativista en la sociedad. Se pone sordina a los enfrentamientos y a quienes emiten críticas se les muestran las ventajas que reporta el conformis­mo. Las autoridades pueden obrar con nepotismo, pero ya no se considera acep­table la corrupción flagrante.

V. Dirigir políticamente al país consiste en fijar objetivos y priori­dades nacionales y en movilizar los recursos y el interés general en pro de tareas colectivas. El gobierno considera que encarna el destino nacional y, por tanto, se siente obligado a decir a cada cual lo que hay que hacer y a censurar las ideas e iniciativas que puedan entrañar divisiones.

VI. Salvo en el Japón, la conducción política del país supone la exis­tencia de una personalidad dominante, una autoridad que decide en última ins­tancia sobre todos los problemas, por lo que su sucesión puede poner en peli­gro la estabilidad de todo el sistema.

VII. A diferencia de lo que sucedía con el confucianismo tradicional, que menospreciaba el mundo mercantil, hoy en día la legitimidad política depende cada vez más en Asia Oriental de que no se interrumpa el progreso económico. Cuanto más inseguro se siente un gobierno, más presiones ejerce sobre la industria para que mantenga su expansión y un periodo prolongado de estanca­miento puede dar lugar a una crisis de gobierno.

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VIII. El paternalismo de las autoridades de Asia Oriental se combina con una actitud psicológica de dependencia por parte de los ciudadanos, actitud que parece llevarles a considerar aceptables algunas prácticas aparentemente autoritarias mientras persista cierto nivel de bienestar social. Pero si la autoridad se tambalease, podría producirse una reación explosiva de ira.

IX. La capacidad de previsión que exige el mantenimiento de la prosperi­dad económica no reside tanto en la existencia de un conjunto de leyes como en que los dirigentes políticos se atengan a las políticas y los principios que proclaman. El espíritu de contradicción de las prácticas jurídicas occidenta­les se considera en"esas sociedades una extravagancia, comparado con la cohe­rencia de juicio de unos funcionarios con amplia y prolongada experiencia.

X. En Corea y Taiwan, el ejército es una institución cuyo amplio poder se reconoce,'- aunque la ambivalencia es profunda respecto del papel que habrá de desempeñar en el futuro, pues no está claro si los gastos militares consti­tuyen un obstáculo o un incentivo para el crecimiento económico del país. El paso por el ejército ha servido tradicionalmente de trampolín para desempeñar cargos políticos, pero ya no se considera aceptable la existencia de gobiernos militares.

De lo anterior se deduce que sobre los regímenes políticos de Asia Orien­tal parece ejercerse una notable influencia confuciana. Ahora bien, esa influencia es capaz de distintas adaptaciones y da lugar, no a un confucia-nismo clásico, sino a lo que se ha denominado neoconfucianismot así en el -terreno de la política como en otros. Son varios los factores de adaptación importantes que intervienen decisivamente en la evolución de los organización política en Asia Oriental. El primero es que la concepción del mundo confu­ciana tradicional, que considera primordial al grupo, no al individuo, se ha ampliado más allá de la parentela y abarca hoy día la nación entera. El senti­miento de poderío del nacionalismo procede de la gran importancia atribuida tradicionalmente al grupo, que se convirtió en la nación a raíz de la irrup­ción de un Occidente avanzado tecnológicamente y centrado en la idea de la nación-estado como unidad política fundamental. Los chinos, los japoneses y, posteriormente, los coreanos tuvieron una reacción idéntica: trataron de dife­renciar sus valores culturales esenciales de la "mera" tecnología, a la que consideraban un aspecto menor de la cultura. La estrategia que de esa diferen­ciación se desprendía consistía en afirmar que estaba muy bien aprovechar la tecnología occidental para propiciar el crecimiento económico, pero prote­giendo al mismo tiempo los valores tradicionales. La consigna japonesa del "wakon yosai" (espíritu japonés, tecnología occidental) se convirtió en un llamamiento a la movilización del país durante la época Meiji. La primera versión de este nacionalismo asiático oriental enraizado en el confucianismo adoptó la forma de una búsqueda de la riqueza y del poder. El lema adoptado en el Japón fue "fukoku Kyohei" (país rico, ejército fuerte) y en China "fu-min ch' iang Kuo" (habitantes prósperos, país fuerte).

Pero tropezamos aquí con una paradoja que requiere una explicación, pues el nacionalismo de Asia Oriental hace hincapié en el crecimiento económico, mientras que el confucianismo clásico menospreciaba a los comerciantes y los bienes materiales. Hay que tener presente que en la tradición confuciana el fundamento ético-moral del gobierno entraña la utilización pragmática del poder para mejorar la situación de los ciudadanos. La gran importancia que otrora se atribuía a la pura erudición iba en detrimento del desarrollo econó­mico, pero la situación ya no es la misma, ahora que los funcionarios han comprendido la importancia política de mejorar los niveles de vida y de dotarse

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de conocimientos técnicos, por mínimos que sean, para fomentar la prosperidad económica. Además, el confucianismo clásico tuvo una actitud ambigua respecto del criterio que debía primar para ocupar puestos elevados en la jerarquía: la virtud o el mérito (y esto es, los conocimientos técnicos). Aquélla tenía más importancia en los primeros tiempos, pero la meritocracia fue ganando terreno conforme se fue advirtiendo la necesidad de la tecnocracia en el proceso de crecimiento económico. El razonamiento al respecto es nítido: la instrucción engendra tecnócratas meritorios que contribuyen al crecimiento económico y que son virtuosos o, al menos, que no son corruptos. Hay otro elemento confuciano de importancia: la primacía de la búsqueda de la armonía, principio éste cuya aplicación exige procurar el consenso y la sumisión. El valor de la armonía entraña asimismo menosprecio por quienes perturben el orden social dimitiendo; al mismo tiempo, la importancia dada a la cohesión del grupo lleva aparejada la creencia de que el individualismo es una manifestación de egoísmo burdo. Así pues, el valor de la armonía en la cultura política se convierte en un obstáculo para cualquier deseo de modificar el statu quo.

Otra adaptación de la ética confuciana tradicional consiste en transfor­mar el paternalismo en patrocinio directo. El paternalismo japonés fue el pri­mero en hallar la solución consistente en emplear al poder público como ins­trumento de patrocinio en el terreno del. desarrollo económico. El ejemplo habitualmente citado al respecto -al que ya nos referimos anteriormente en este trabajo- es el de la aparición de Zaibatsu. Lo que ahora nos interesa recalcar es que el papel de sustentador desempeñado por el Estado al ayudar a empresas privadas valiosas pero no independientes condice plenamente con el ideal confuciano.

Una característica muy importante de esas relaciones de patrocinio directo ha sido la disposición de los gobiernos a asumir buena parte de los riesgos a que habitualmente hace frente el sector privado en el sistema capi­talista. El espíritu paternalista que actúa en el fomento del nacionalismo entraña igualmente el temor al fracaso. De ahí el que en Corea, Taiwan y Singapur los gobiernos hayan espoleado a las empresas para que alcancen nive­les tecnológicos más avanzados. El fuerte sentimiento nacionalista ha servido también para distinguir con claridad entre extranjeros y compatriotas. A decir verdad, el sentimiento de la existencia de una profunda, línea divisoria entre "nosotros" y los "extranjeros" en las culturas de Asia Oriental ha hecho que el mercantilismo sea una verdadera segunda naturaleza en sus habitantes. Ese sentimiento del "nosotros", de la cohesión nacional, se robustece cuando existe una armonía entre los trabajadores, los industriales y las autoridades, lo cual da lugar a un tipo único de corporativismo nacional.

Al examinar, tanto en su pasado como en sus perspectivas, el proceso de desarrollo de Asia Oriental, debe señalarse también que el modelo general no está exento de problemas y de dificultades, en algunos casos singulares. En primer lugar, a un poder estatal fuerte han correspondido unos círculos diri­gentes débiles, como ocurría hasta hace poco en Corea y Taiwan. La centraliza­ción del poder en un 'hombre fuerte' o en la Presidencia genera su propia vul­nerabilidad al centralizar también las quejas contra el ejercicio del poder, chocando frontalmente con el estilo occidental de gobierno democrático. Ahora bien, hechos recientes han mostrado que el culto de la personalidad y la concentración del poder han disminuido en los países estudiados. Resulta difí­cil determinar en qué medida la institucionalización cada vez mayor de la sucesión entre dirigentes políticos suscita inestabilidad política. El Japón ha estado exento de crisis de transición gracias, por lo menos, a dos factores: uno de ellos es la Constitución de inspiración estadounidense que le

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fue impuesta tras la Segunda Guerra Mundial; el otro es que los políticos que ejercen el poder han establecido relaciones sólidas con sus electores respec­tivos. Aunque el Japón ha perdido la legitimidad que supone la existencia de un dios-emperador, los gobernantes han hallado una fuente igualmente poderosa de justificación de su poder combinando un régimen traído del extranjero con innovaciones autóctonas.

Otra interrogante que plantea el futuro del paternalismo político en Asia Oriental es si esos gobiernos se sentirán obligados algún día a proteger el nivel de vid'a de sué gobernados y, para ello, prestarles servicios sociales similares a los del Estado de bienestar de Occidente, donde una ética indivi­dualista más arraigada impone ciertas restricciones a la intervención del Estado. En el Japón, Corea y Taiwan ya se ha producido una expansión conside­rable del sistema de pensiones, de la asistencia médica y de otros servicios sociales, paralela al crecimiento económico acelerado. El Gobierno de Singapur se ha adelantado al problema y cuenta ya con una política tendente a traspasar al menos parte de los costos del bienestar social al sector privado. Sea como fuere, puede surgir un problema si antes de que se amplíe el pluralismo polí­tico surge una demanda social creciente para que el gobierno proporcione a los ciudadanos un nivel más elevado de servicios sociales, en cuyo caso es proba­ble que el Estado se esfuerce aún más por alcanzar el consenso, pues el pater­nalismo propio de Asia Oriental suele dar por supuesto que la dependencia debe engendrar la conformidad entre unos ciudadanos adecuadamente socializados. Dicho de otro modo, este espíritu de dependencia tradicional respecto del Estado puede transformarse en una fuerza explosiva si los gobernantes no son capaces de satisfacer las expectativas de mejoramiento. Es concebible una 'solución como la ideada por los japoneses: respeto mutuo y vínculos de con­fianza indestructibles entre unos dirigentes paternalistas y sus electores, dependientes pero que saben lo que quieren y lo^expresan con claridad. Pero ¿es aplicable esa solución en un contexto no japonés, aun dando por supuesto que sea conveniente? Y, por otra parte, ¿no se advierten en las instituciones políticas japonesas indicios de que están cambiando?

La dimensión sociocultural. Una de las cuestiones más interesantes y difíciles, pero menos estudiadas, del éxito de los países de Asia Oriental es la de saber con exactitud qué factores culturales intervienen en el proceso de desarrollo capitalista. Hasta ahora, sólo se han llevado a cabo algunos análi­sis interesantes y esclarecedores del tema cuya importancia es fundamental desde el punto de vista general y teórico-'-2). Aunque hay libros y artículos consagrados a la cultura empresarial japonesa y sus consecuencias en el comportamiento de los gestores, son rarísimos los estudios que relacionan la cuestión de la cultura con el dinamismo macroeconómico en un plano empírico; a decir verdad, no hemos hallado ninguno entre las obras que hemos consultado.

Ahora bien, no tendría sentido descatar sin más el papel que desempeñan los factores culturales en el desarrollo económico de Asia Oriental, pues determinados rasgos culturales de fundamento confuciano -como la ética del trabajo, el ahorro, la diligencia, el respeto por la instrucción, el evitar los conflictos declarados en las relaciones sociales, la lealtad para con los superiores, la importancia dada al orden y a la armonía- pueden influir consi­derablemente en la dinámica de las actividades económicas. Pero también sería poco sensato sostener que sólo los factores culturales explican los éxitos alcanzados. Como ya hemos dicho, no resulta fácil determinar las repercusiones de factores culturales concretos y distinguir al mismo tiempo las de los factores no culturales. Dicho de otro modo, no se plantea ya un enfrentamiento entre la "tesis política" y la "tesis cultural", sino que se trata de saber

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cómo se han combinado ambos aspectos. A este propósito, nuestro análisis de la dimensión política requiere explicar las relaciones que existen entre, por un lado, las instituciones políticas y económicas y, por otro, la tradición confuciana.

Naturalmente, el fundamento de la tradición cultural no es homogéneo en cada uno de los casos considerados y el confucianismo clásico es sólo un ele­mento de una base cultural mucho más amplia que puede comprender el budismo, el sintoísmo, las creencias religiosas populares e incluso el cristianismo. Además, no tiene en realidad sentido decir que la cultura en sentido lato tiene algo que ver con el desarrollo económico; lo que importa es detectar los elementos culturales específicos de Asia Oriental que podrían representar una "ventaja comparativa" en el proceso de desarrollo económico. Por desgracia, es probablemente cierto que aún están por descubrir las raíces culturales concre­tas del capitalismo asiático moderno.

Si se reflexiona acerca de la moderada "tesis cultural como parte de las complejas relaciones mutuas existentes entre la cultura, la organización polí­tica y la economía, no debemos interpretar los factores culturales como mero comportamiento social de las personas en la vida cotidiana per se. sino como un conjunto de disposiciones disciplinadas e institucionalizadas en el plano de la sociedad". En ese nivel podemos relacionar las prácticas culturales con las actividades macroeconómicas. Y, aun así, el papel de los factores cultura­les probablemente sea hacer de "disparador", dado que no pueden actuar por sí solos a falta de una serie de condiciones políticas y económicas particulares. Otra cuestión de importancia es la de la vinculación entre el comportamiento microcultural y la formulación de macropolíticas (nacionales). Así, por ejem­plo, en los últimos decenios se han expuesto ante la opinión pública -y sobre todo ante la clase empresarial- diversas políticas estatales de crecimiento económico asegurando que constituían otras tantas oportunidades probables y razonables, y por tales fueron tenidas. Se podría afirmar que a los políticos no les quedaba otra alternativa, habida cuenta de la situación interna y externa, pero también que sin la aceptación general de los ciudadanos la polí­tica seguida no hubiese sido posiblemente la "correcta". Que la gente se haya mostrado dispuesta a adoptar las políticas del Estado puede haberse debido a los factores culturales antes citados, pero ¿cómo saberlo con certeza?

Dos de los múltiples modos de observar cómo se han manifestado la ética y los valores confucianos en el desarrollo de Asia Oriental consisten en anali­zar la organización del trabajo y la de la familia, que son dos instituciones clave del tejido social, para poder mostrar cómo influyen los factores insti­tucionales o estructurales y los factores culturales en el espíritu empresa­rial de Asia Oriental y sudoriental en casos estudiados empíricamente. Poste­riormente estudiaremos el "familismo" empresarial.

Ante todo, será menester aclarar la función que desmepeñan los empresa­rios -función que representa una combinación nueva de los medios de producción y que consta de cinco elementos: la introducción de un bien o mercancía nuevos, la introducción de un nuevo método de producción, la apertura de un nuevo mercado, el descubrimiento de una nueva fuente de suministros y la puesta en práctica de una nueva organización de una industria cualquiera. Dicho de otro modo, la capacidad empresarial consiste en percibir la posibili­dad de una nueva actividad económica (producto, proceso de producción o mer­cado), evaluar su rentabilidad, lograr disponer de los recursos financieros necesarios, supervisar, contratar y formar al personal y tratar con las auto­ridades, los proveedores y los clientes. Un empresario no. tiene forzosamente

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que ocuparse personalmente de algunas o de todas estas tareas; su función consiste en lograr que se realicen. El empresario es quien inicia una nueva actividad, mientras que un gestor o administrador se ocupa de que se lleven a cabo las actividades en marcha. Naturalmente, el empresario desempeña habi-tualmente algunas tareas esenciales de la gestión, por lo que es útil dividir la función empresarial en dos aspectos principales: la inciación y la coor­dinación.

La importancia de los empresarios en el crecimeinto económico no radica tanto en su aspecto de iniciación como en el de coordinación. Lo que en último término habría que explicar no es cómo hay que hacer para encontrar empresa­rios sino cómo prosperan las empresas existentes. Es decir, lo más importante no, es la fundación de empresas ni su número, sino su expansión y su calidad; no la capacidad de invención, sino la de organización.

En un estudio acerca de los factores que propician el espíritu empresa­rial en Asia Oriental y Sudoriental -efectuado a partir de una muestra redu­cida-, se comprobó que tanto los factores institucionales como los culturales facilitan, en los casos de Corea y Japón, la aparición de los rasgos principa­les de aquél, esto es, la actividad de iniciación y la de coordinación.

En Corea la capacidad de organización se ha atribuido a dos factores principales, patentes desde los años sesenta.. En primer lugar, la dedicación del Gobierno al crecimiento económico permitió la posibilidad de aprender practicando. En segundo lugar, las funciones empresariales se fueron diferen-.ciando conforme a distintos aspectos, confiados cada vez en mayor medida a los empleados, los profesionales especializados, las autoridades y el mercado mismo. Gracias a ello, el mejoramiento de la gestión empresarial ha sido sistemático, y los propios empresarios se han sentido en su lugar, al contri­buir parcialmente a un resultado general. En este punto, las aptitudes más importantes parecen consistir en la coordinación de las tareas de gestión.

Sobran pruebas de que el caso del Japón es similar al de Corea. Durante el periodo de crecimiento económico de la posguerra, hubo grandes empresas que prosperaron merced a la adopción de innovaciones tecnológicas en gran escala gracias a las cuales pudieron aprovechar las ventajas que entrañan la produc­ción en masa y la comercialización. Ese periodo de crecimiento acelerado fue acompañado de cambios del tejido industrial y de una diversificación de las necesidades de los consumidores, que contribuyeron a suscitar enormes posibi­lidades de producción de distintos tipos de bienes -en cantidades reducidas y en empresas pequeñas. Esas posibilidades crearon condiciones favorables para la prosperidad y el desarrollo de empresas de dimensiones varias, entre ellas las pequeñas. Los chinos de ultramar -que comprenden Singapur, Taiwan, Hong Kong y las comunidades chinas de Indonesia, Malasia y Filipinas- forman un . grupo económico importantísimo en los distintos países y podemos considerarlos como una sola categoría por la notable coherencia de su actividad mercantil en toda la región. El estudio mencionado llega a la conclusión de que los chinos poseen unos valores familiares tradicionales que facilitan la iniciación de actividades empresariales, pero constituyen una traba para alcanzar los nive­les superiores de coordinación que se requieren para que una empresa adquiera grandes dimensiones. Hablaremos de ello más detalladamente en la siguiente sección de este trabajo. Ahora bien, ese punto flaco se compensa, al menos en parte, mediante una forma híbrida de coordinación en la que las dimensiones de cada empresa siguen siendo pequeñas pero se establecen redes de relaciones estrechas con otras empresas. En el caso de los chinos de ultramar resulta difícil generalizar los factores institucionales debido a la variedad de las

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circunstancias políticas y económicas en las que viven, aunque cabe conjeturar que, al menos en. los momentos actuales, esas circunstancias son por lo general propicias a la iniciación y a la coordinación de empresas en Singapur, Taiwan y Hong Kong, mientras que en Indonesia, Malasia y Filipinas la situación es menos clara.

De diversos estudios sobre la capacidad empresarial de la población autóctona de Indonesia, Malasia y Filipinas se deduce que, por lo general, los valores socioculturales vigentes en esos países constituyen otros tantos obs­táculos para la primera y crucial fase, la de iniciación, mientras que los efectos de los factores institucionales en la función de coordinación son más ambiguos-^) .

Recapitulando lo dicho, podemos formular con carácter provisional la hipótesis de que la causalidad se ejerce en lo fundamental en una sola direc­ción a partir de un conjunto de valores culturales (riesgo asumido, logros, riqueza, propiedad de los negocios) hacia el proceso de iniciación, el cual mantiene una relación recíproca con los factores institucionales. Los factores culturales (confianza, cooperación, "familismo", profesionalidad) también parecen influir unidireccionalmente en la función de coordinación, la cual mantiene igualmente relaciones de reciprocidad con muchas otras fuerzas insti­tucionales. Así pues, esta estructura de relaciones mutuas determina el rendi­miento económico del espíritu empresarial, que se puede exponer sencillamente con el diagrama siguiente:

Espíritu empresarial

Factores culturales

1. Iniciación

2. Coordinación 4r

Factores institucionales

Rendimiento económico

El "familismo" empresarial. Merece la pena dedicar algunas observaciones más a la abundancia de empresas comerciales propiedad de chinos de ultramar, por su importancia para la teoría del desarrollo en las ciencias sociales y por su importancia económica en el desarrollo nacional. Como es sabido, Max Weber postuló hace ya tiempo que el familismo chino tradicional, conforme al cual las relaciones de parentesco están por encima de prácticamente todo lo demás, es incompatible con el desarrollo económico. El motivo fundamental de que así sea es que la familia y el clan tradicionales instauran un régimen de relaciones benévolas y paternalistas que vela por el bienestar de todos sus miembros, cualesquiera que sean las aportaciones de cada uno. Los miembros de la familia que trabajan deben ceder sus ingresos para dedicarlos al bienestar de todos y no se fomenta el ahorro. La lealtad y las obligaciones para con la familia están por encima de cualquier otra lealtad y obligación. Por consi­guiente, el sistema de la familia extensa tiende a atenuar los incentivos individuales para trabajar, ahorrar e invertir. El familismo confucianista es, pues, una estructura sumamente "particularista" que dificulta la industriali­zación al menos en dos sentidos: en primer lugar, en el terreno del empleo,

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en el que los puestos se ocupan por nepotismo -esto es, por adscripción familiar- en lugar de por capacidad personal. En segundo lugar, en lo que atañe al mantenimiento de relaciones fructuosas con los grupos no emparenta­dos, que es un requisito primordial.de la organización social de una sociedad industrializada.

Desde la perspectiva del planeamiento del desarrollo, factores como este análisis negativo, que ha gozado de amplia aceptación, influyeron sin duda alguna en las elites chinas modernizadorás, con independencia de su ideología política. Ya en 1931, uno de los propósitos fundamentales del Código Civil chino era tenuar la-excesiva presión de los lazos de la familia sobre cada uno de sus miembros: Dos decenios más tarde, el Gobierno de la República Popular de China promulgó una nueva Ley del Matrimonio encaminada a abolir la geronto-cracia y la desigualdad entre los sexos. Era además evidente que las autorida­des chinas estaban resueltas a edificar una sociedad industrializada basada en los principios socialistas y que eran conscientes de la incompatibilidad entre semejante sociedad y un tejido social fundado primordialmente en el parentesco.

Las observaciones que acabamos de hacer apuntan a la necesidad de dese­char o de neutralizar los valores tradicionales de la familia china para pro­mover el desarrollo económico, y nuestro análisis intenta mostrar cómo no parece haberse seguido ese camino en las comunidades chinas existentes en varios países capitalistas. ¿Se han exagerado las consecuencias económicas negativas de los valores familiares tradicionales? ¿Acaso hemos subestimado la capacidad de adaptación de los valores tradicionales en los distintos sistemas de economía política? Si nos paramos a considerar el notabilísimo crecimiento e'conómico de Taiwan, Singapur y Hong Kong (que son de hecho sociedades chinas) .y la posición económica, comparativamente superior, de la comunidad china del Asia Sudoriental capitalista, puede resultar instructivo analizar más de cerca el familismo empresarial.

En un estudio empírico sobre empresas comerciales chinas de propiedad familiar sitas en. Hong Kong se llegó a las conclusiones siguientes-^) : el parentesco no desempeña un papel de importancia en la regulación de las trans­acciones comerciales externas. No se ha demostrado que la honradez y la con­fianza reinen únicamente en el seno del grupo emparentado ni de que fuera de éste se den únicamente actitudes predatorias. Esa solidaridad no basada en el parentesco en el orden económico interempresarial tiene una explicación sensi-11a, ya que no es fácil concluir alianzas comerciales mediante matrimonios y una sólida reciprocidad entre parientes reduce las opciones económicas. Además, los lazos de parentesco son intrínsecamente restrictivos y no es fácil ampliarlos. En sus tratos comerciales, los chinos no se comportan atendiendo al parentesco o ausencia de éste, sino a si conocen o no a la persona de que se trate. Los chinos -y probablemente no son los únicos asiáticos que así se comportan- tienden a personalizar sus relaciones, y el tener algo en común -parentesco, patria chica, establecimiento escolar ...- basta a menudo para iniciar una colaboración.

En segundo lugar, la influencia de la familia es mucho mayor en la orga­nización interna de la empresa que en sus tratos con el exterior. Dicha influencia se manifiesta a través de diferentes combinaciones de ideología y prácticas patronales paternalistas, contratación por nepotismo y propiedad familiar de la empresa. El autoritarismo es una característica muy acusada virtualmente de todos los empleadores de Hong Kong. Esa manera de enfocar la dirección de las empresas se halla condicionada por fuerzas culturales y eco­nómicas. La metáfora de la familia facilita una motivación cultural a punto

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para legitimar la autoridad de la dirección empresarial. Además, se cultivan las relaciones entre patronos y clientes para resolver el problema de la lealtad y poner freno a la tendencia de los subordinados a establecerse por su cuenta y convertirse en rivales. Económicamente, el paternalismo benévolo es una de las maneras posibles de mantener una mano de obra estable, como podemos ver también por la experiencia japonesa.

En tercer lugar, se ha calculado que en la mitad de las empresas chinas de Hong Kong se practica el nepotismo -esto es, la preferencia por los parien­tes- a la hora de la contratación. Ahora bien, esta generalización requiere algunas matizaciones. En efecto, los, parientes empleados en una empresa repre­sentan sólo un porcentajo reducido del personal de las compañías en que existe nepotismo, salvo que se trate de empresas muy pequeñas. Esos parientes son predominante miembros inmediatos de la familia del empleador, no del grupo extenso de parientes. Este fenómeno se conoce con el nombre de "nepotismo pasivo" porque la mayoría de los chinos sólo deciden pedir trabajo a sus parientes si no les queda más remedio. Por lo menos en Hong Kong, un chico difícilmente pueda creer que sus parientes tienen para con él, alguna obliga­ción económica por el mero hecho de serlo. Los propietarios de grandes empre­sas colocan a sus hijos en puestos de responsabilidad fundamentalmente para evitar la disgregación de los bienes familiares y la pérdida de beneficios comerciales frente a otros. Hay algunos indicios, todavía no contrastados, de que la presencia de miembros de la familia en la dirección de las empresas apenas influye negativamente en los resultados de éstas. La razón principal parece ser que los industriales chinos suelen proporcionar educación formal, y formación en la empresa a sus familiares destinados a ocupar puestos de res­ponsabilidad. Es decir, hay hechos que demuestran que el ritmo de crecimiento de una empresa y el nepotismo no son factores correlativos.

También interesa saber cómo se forman y se desenvuelven las empresas chinas. Una de sus características es el principio de la transmisión patrili­neal, gracias al cual se pueden constituir unidades de parentesco relativa­mente más perdurables encargadas de administrar los recursos económicos. Otra característica es la norma de la igualdad de derechos entre los herederos varones y la tercera es el proceso de la división familiar, que se efectúa en varias fases. Para repartir el usufructo y poder transmitir los bienes fami­liares, los hijos deben aguardar normalmente a la jubilación o fallecimiento del jefe de familia, que lo es asimismo de la ;empresa.

En resumen, se puede sostener teóricamente la afirmación de que los valo­res familiares vigentes en el Hong Kong posterior a la Segunda Guerra Mundial no son incompatibles con el desarrollo económico. Antes bien, en Hong Kong y en las comunidades chinas de otras regiones parece que hay una ética del "familismo empresarial" que resulta económicamente dinámica. Conforme a esa ética, la familia es .la unidad básica de la concurrencia económica, impulsa las innovaciones y respalda a quienes se arriesgan. El familismo empresarial no se limita a una sola clase social e impregna toda la sociedad o comunidad. Si el capital de que se dispone es reducido, los cabezas de familia se encar­gan de administrar los escasos recursos y de cultivar el capital humano para propiciar el avance de la familia. Según un estudio sobre familias de clase media y trabajadora de Hong Kong, todos los hijos que trabajaban aportaban la mayor parte de sus ingresos al presupuesto familiar y, una vez que las fami­lias han cubierto las necesidades materiales esenciales, la norma es que se designen más recursos a la instrucción de los hijos menores.

El familismo empresarial chino ofrece tanto ventajas como desventajas en el terreno de la concurrencia y tiene tres características que lo distinguen: un alto grado de centralización de la autoridad, combinado con un bajo nivel

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de formalizadón de la estructura organizativa; la existencia de una fuerza centrífuga interna, pues tanto los propietarios como los trabajadores valoran la autonomía y prefieren el autoempleo (el ideal de todos ellos es llegar a no depender de nadie); por último, la fluidez de la jerarquía económica: a menudo, las empresas familiares no duran, ya que es improbable que las empre­sas se coaliguen, defendiendo como defienden celosamente sus dueños su inde­pendencia, y, por consiguiente, las fortunas familiares pueden prosperar y hundirse con gran rapidez. Por lo dicho,' cabe incluso afirmar que el problema del familismo empresarial chino no es la inercia económica .y que, en cambio, puede muy bien serlo el peligro de una concurrencia desmesurada. Al extraer conclusiones más generales, algunos estudiosos quizá se hayan apresurado dema­siado a establecer una diferenciación excesivamente tajante entre el "univer­salismo" de la sociedad industrial y el "particularismo" de la sociedad "familista"..No cabe duda de que algunos valores esenciales del familismo tra­dicional -como la solidaridad familiar, la veneración de los antepasados y el respeto filial- han persistido en las comunidades chinas de ultramar, . las cuales han disfrutado de una notable prosperidad económica. Nosotros sostene­mos la tesis de que la familia china, en su condición de institución sociocul-tural, puede ser y es una fuerza económicamente activa. Cómo se plasme esa fuerza cultural es algo que dependerá del margen de maniobra que le deje el entorno -en el que incluimos la evolución de la situación en la propia China. Si en ésta se aplica una política de liberalización económica y de reformas, asistiremos con seguridad a la aparición de un familismo empresarial en el país, lo mismo en las ciudades que entre los campesinos.

Una perspectiva equilibrada. Nuestro estudio pretende ser un llamamiento a la cautela, frente a las explicaciones reduccionistas y mono causales de la influencia de los valores confucianistas en el desarrollo de varios Estados asiáticos. Aunque no podemos entrar ahora "en detalles, consideramos evidente que para explicar satisfactoriamente los cambios sociales y el desarrollo de cualquier país -incluidos los que son objeto del presente estudio- deben tenerse en cuenta tres factores primordiales de interacción: 1) el contexto político y económico mundial, 2) el papel del Estado en las relaciones entre las autoridades y los ciudadanos, y 3) los factores socioculturales -todo ello considerado en el contexto de la dinámica histórica de cada país o región.

Recurriremos una vez más al sistema capitalista mundial, por su pertinen­cia en lo que atañe a la cuestión del modelo teórico explicativo de la expe­riencia de desarrollo de Asia Oriental. Los analistas coinciden en afirmar que la economía mundial posee desde los años sesenta una dinámica propia. De ahí que debamos considerar de importancia crucial el momento en que los países asiáticos de reciente industrialización ingresaron en el mercado mundial, ya que ello coincidió con un alto grado de prosperidad de la economía mundial (y, más concretamente, de la de los Estados Unidos). El hecho de que éstos se convirtieran tras la Segunda Guerra Mundial en el núcleo central del sistema capitalista mundial puede considerarse como un acontecimiento histórico singu­lar que influyó notablemente en la evolución de aquellos países, habida cuenta del lugar que ocupaban en la geopolítica de la época.

En la fase inicial de desarrollo, a las elites gobernantes de Asia Orien­tal apenas les quedaba otra opción que considerar a la economía mundial como una suerte de desafío, toda vez que la seguridad de la región resultaba vulne­rable, sus recursos eran escasos y la población estaba aumentando. Una vez establecidos los lazos con el exterior, se puso en marcha un proceso de inter­cambio que benefició económicamente a los Estados de la periferia.

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Esto nos lleva al segundo factor primordial, el papel del Estado. La mayoría de los estudiosos darán por bueno que la dependencia respecto del exterior no ha disminuido la autonomía del Estado y que más bien parece haber sucedido lo contrario. A este respecto, la definición moral confuciana del Estado ha contribuido a recalcar la importancia del comportamiento benévolo de las autoridades. Los gobiernos se plegaron a los límites impuestos por las realidades externas y aun aprovecharon algunos para movilizar recursos en pro del desarrollo, como la apertura del mercado estadounidense. Sin un mercado mundial favorable y sin el apoyo de los Estados Unidos, es dudoso que los gobiernos hubiesen logrado un elevado nivel de respaldo por parte de sus ciu­dadanos, cuya principal preocupación era aumentar sus ingresos. Además, hay que reconocer que los gobiernos instituyeron un conjunto de políticas económi­cas eficaces.

No cabe la menor duda de que la cultura ha desempeñado un importante papel en el desarrollo económico de Asia Oriental; lo que importa es averiguar "cómo" se ha producido tal influencia en los múltiples contextos existentes. Frente a la abundancia de debates teóricos sobre la cuestión, apenas poseemos estudios empíricos de valor sobre este complejo fenómeno, que en buena parte escapa a las mediciones cuantitativas y a los análisis estadísticos. Aparte de reconocer que la aplicación de la ética confuciana a la vida cotidiana contem­poránea no puede ser la misma que en la tradición clásica, apenas se han investigado sistemáticamente los efectos de esos y otros factores culturales como la religión.

Entender la experiencia del desarrollo de Asia Oriental es una tarea cuya complejidad no se limita al enfrentamiento entre la escuela "estructuralista" (institucionalista) y la escuela "culturalista" de pensamiento. Este cuerpo de experiencias puede ser único si consideramos los tres factores concomitantes que intervinieron: el momento por el que pasaba el sistema capitalista mundial, las consideraciones de geopolítica y los elementos culturales. La "ventaja comparativa" de que gozaron durante cierto tiempo los países de reciente industrialización está desapareciendo a la par que cambia la economía mundial. El ascenso del Japón al núcleo central del sistema, paralelamente al declive económico de los Estados Unidos y a las modificaciones de la orienta­ción del desarrollo en China y en la Unión Soviética, puede dar lugar a una nueva configuración del sistema mundial. Al mismo tiempo, las instituciones políticas de algunos países recientemente industrializados están cambiando hacia posiciones más liberales. Por último, no hay que olvidar que los elemen­tos culturales no son constantes estáticas, sino que poseen una dinámica propia que puede ajustarse espontáneamente a entornos más generales o ser objeto de una intervención deliberada de las políticas del Estado.

V. DEMOCRACIA Y CAPITALISMO: EL CASO DE TAILANDIA

El capitalismo es un sistema económico en el que la producción se define por el beneficio y el intercambio y se rige por los principios del mercado libre. Un mercado libre es un mecanismo social de distribución de bienes sin planificación central como en el socialismo. Teóricamente, en un sistema de mercado libre todos poseen sus propios medios de producción y pueden ingresar en el mercado como compradores-vendedores en un plano de igualdad. Además de una economía de mercado libre, el capitalismo entraña el trabajo asalariado y el beneficio. Esto significa que hay personas que no poseen medios de produc­ción propios, por lo que sólo pueden vender su fuerza de trabajo. Por tanto, estas personas deben realizar un trabajo asalariado en beneficio de quienes

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poseen los medios de producción. En una economía capitalista también el tra­bajo es una mercancía que se compra y se vende en el mercado. Los trabajadores compiten entre sí para obtener trabajo y con los poseedores del capital para lograr salarios más elevados. A su vez, los poseedores del capital compiten entre sí para obtener beneficios. En una palabra, en el sistema capitalista todos los grupos (compradores, vendedores, productores y trabajadores) compi­ten entre sí. La competencia puede tener lugar en forma más o menos pacífica. A veces hay un conflicto abierto; según los casos, la competencia se desarro­lla en forma más pacífica o más violenta. La forma como se resuelve la competencia depende de las circunstancias históricas concretas.

Como forma social independiente del capitalismo, la democracia es un sistema político en el que se garantizan las libertades cívicas y el pueblo interviene en el gobierno. Más concretamente, la democracia significa que cada miembro de là sociedad tiene voz igual en la adopción de las decisiones polí­ticas. En las grandes sociedades, donde la participación política directa no es posible, es necesaria un tipo de democracia representativa. En la medida en que cada sector de la población con intereses similares tiene un representante y en que existe proporcionalidad entre el número de representantes y el de personas representadas, se respeta el principio de la democracia.

La relación entre capitalismo y democracia puede ser ambivalente. Por una parte, la democracia en las naciones desarrolladas occidentales tiene como correlato histórico el capitalismo. En realidad, la democracia fue el instru­mento ideológico utilizado por la clase capitalista en ascenso para promover sus intereses frente a los privilegios de la aristocracia feudal. Por otra parte, la democracia aparece disociada del capitalismo en algunos casos concretos y, además, por toda una serie de argumentos teóricos. Hay países esencialmente capitalistas en los que la represión política es muy importante. En el plano teórico, se ha sostenido que, puesto que el capitalismo concentra la riqueza en manos de una minoría a expensas de la mayoría, la persistencia de la democracia dará como resultado que la mayoría decida abolir el capita­lismo. Pero también se sostiene que las probabilidades de que esto ocurra se reducirán gracias a una distribución más homogénea de la riqueza. Cabe señalar que en algunos países en desarrollo ha ocurrido lo contrario: la minoría que ostenta el poder interviene para restringir la democracia.

De todos modos, la relación entre capitalismo y democracia se ve compli­cada en muchos países en desarrollo por el hecho de que ni el capitalismo ni la democracia tuvieron su origen en esos países, sino que una y otro fueron importados o impuestos desde el exterior por países más desarrollados. Con­viene pues señalar que la relación histórica entre capitalismo y democracia no es la misma en el contexto de las naciones desarrolladas de Occidente que en el de los países no occidentales en desarrollo. De manera más concreta, cabe decir que la clase capitalista de estos últimos países no se ha servido de la ideología democrática para promover sus propios intereses políticos. En muchas naciones en desarrollo son las clases medias (incluidos los intelectuales), la clase campesina y la clase trabajadora las que han recurrido a la ideología democrática para promover sus intereses políticos. Y como estas clases tienden a respaldar programas socialistas, puede resultar más patente la tensión entre capitalismo y democracia.

La ubicación periférica de las naciones en desarrollo dentro del sistema capitalista mundial puede acentuar aún más la tensión entre capitalismo y democracia. Las naciones en desarrollo son más pobres que las naciones desa­rrolladas, por lo que una idéntica concentración de la riqueza en una de las primeras coloca a las clases inferiores en una posición más desventajosa. Se

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ha sostenido también que las industrias de las naciones en desarrollo, que, a causa de su nivel tecnológico inferior, están en desventaja en la competencia propia del sistema capitalista mundial, se ven impelidas a buscar una compen­sación pagando un salario inferior a sus trabajadores.

Son muchos los autores que estiman que el proceso ideal de modernización o desarrollo consiste en una forma democrática de gobierno asociada con una economía capitalista. Es evidente que ese modelo de desarrollo es fruto de la experiencia histórica de Occidente y tiene un sesgo prooccidental. Pero si se examinan los procesos existentes de desarrollo y cambio social en las naciones en desarrollo, surgen importantes interrogantes respecto de la viabilidad y la conveniencia de adoptar la experiencia occidental como modelo mundial de desa­rrollo para otros Estados-naciones. Todos los países de Africa, Asia y América Latina han pasado por diversas experiencias democráticas, logrando resultados también diversos que definen el estilo de cambio o desarrollo propio de cada uno. Todo esto demuestra que la democracia no puede surgir en el vacío, sino que necesita una infraestructura política que la promueva. Por supuesto, en cada país la infraestructura política real en que arraiga la democracia está determinada por su estructura económica y social y por sus vínculos con el sistema capitalista mundial. Es evidente que el transplante de la democracia puede entrar en grave conflicto con la minoría dirigente tradicional, con los terratenientes, con algunas capas de burócratas y con las masas apolíticas y carentes de educación.

Por otra parte, el fracaso de la democracia consecutivo a la inestabili­dad política puede tener una repercusión negativa sobre la economía. Surgen así sistemas políticos de otro tipo que procuran promover el desarrollo econó­mico: regímenes socialistas, dictaduras militares y sistemas híbridos en los que se combinan el autoritarismo fuerte o,suave y la economía capitalista o de mercado. En efecto, varias naciones del Tercer Mundo, renunciando a un sistema político de participación, se han dotado de una estructura política centralizada con objeto de promover la estabilidad política, considerada como condición para el desarrollo económico sostenido. Tal es la pauta de desarro­llo que hasta ahora ha dominado en Tailandia. En la sección siguiente trazare­mos un breve bosquejo del proceso de desarrollo político en este país y de sus repercusiones socioeconómicas cuyo resultado ha sido lo que puede calificarse de semidemocracia asociada con una economía capitalista semiperiferica. Seña­lar la diversidad de modos de desarrollo que existen en el Tercer Mundo nos permite plantear la cuestión de si existen otros modelos satisfactorios de desarrollo que no sean el modelo occidental, habida cuenta de los distintos contextos históricos y culturales de los países no occidentales.

Un paternalismo benévolo. La mejor manera de concretizar el sistema polí­tico vigente én Tailandia durante cuatro decenios (1932-1973) es afirmar que fue un gobierno dominado por los militares más que una democracia-^). La fase importante se inició en 1957 cuando el mariscal Sarit Thanarat subió al poder gracias a un golpe de Estado. El mariscal y sus sucesores implantaron un modo de desarrollo nacional que sentó las bases de las transiciones ulterio­res. Muy probablemente, Sarit estimaba que la democracia no era adecuada para la sociedad tailandesa del momento. Lo que concibió para su país era una estructura política ternaria integrada por el gobierno, la administración y el pueblo. Consideraba también que en lo inmediato Tailandia necesitaba orden, disciplina, estabilidad política y un gobierno fuerte con un ejecutivo fuerte. Tales debían ser las bases del desarrollo económico y del progreso social.

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En vista de ello, Sarit lanzó un programa de desarrollo nacional que hacía hincapié en los aspectos económicos y sociales. En el plano económico, se crearon el Consejo Nacional de Desarrollo Económico y el Ministerio de Desarrollo Nacional cuya misión era elaborar las infraestructuras necesarias. Se fortaleció la base administrativa de la planificación contratando tecnócra-tas y universitarios competentes que elaboraron planes a plazo medio (5-6 años). En el plano social, el sistema de educación y capacitación profesional fue objeto de importantes mejoras, y se prestó atención a la represión del crimen y del vicio. Por otra parte, se procuró extender los frutos del desa­rrollo más allá de ,1a capital, Bangkok. Es indudable que algunos planes no fueron puestos en práctica o lo fueron de manera apresurada y que varios de ellos estaban mal concebidos. Tampoco falló el despilfarro de fondos o la duplicación de las actividades de desarrollo.

Debe recordarse que los programas nacionales de desarrollo en Tailandia recibieron asistencia financiera del exterior, en especial de los Estados Unidos y del Japón. Durante la guerra de Viet Nam los Estados Unidos moderni­zaron las fuerzas armadas tailandesas y algunos elementos importantes de la infraestructura material; gracias a estos y otros aportes se desarrollaron la construcción y los servicios. Se tomaron medidas para atraer las inversiones extranjeras, que tuvieron lugar, por ejemplo, hacia la industria textil y el montaje de los automóviles. En general, el sistema político instaurado por Sarit generó importantes cambios sociales y económicos que caracterizaron la primera fase de la modernización de Tailandia.

Como era de esperar, el rápido crecimiento demográfico, la urbanización y la industrialización acarrearon una serie de cambios estructurales en la sociedad tailandesa. La producción de arroz disminuyó respecto de otros culti­vos destinados a la exportación. Aumentó también la exportación de productos industriales. Y el número de trabajadores del sector no agrícola creció mucho más que el de trabajadores agrícolas. Entre 1960 y 1970 se incrementó en casi 10 veces el tamaño de los sectores administrativo, ejecutivo y gerencial. También aumentó en forma sostenida la renta per capita, aunque la forma cómo se distribuían los ingresos se prestaba cada vez más a censura.

La modificación y el mejoramiento de la economía originaron una mayor diferenciación de la estructura de clases en Tailandia. Entre las nuevas for­maciones sociales cabe mencionar tres grupos que tienen suma importancia para la dinámica del desarrollo. El primero es la clase media de los empresarios y negociantes. El desarrollo de la economía y la entrada de fondos norteamerica­nos durante el periodo más intenso de la guerra de Viet Nam creó una nueva clase media, los nuevos ricos, y fortaleció además la posición económica de los empresarios ya establecidos. Al mismo tiempo, se consolidó la alianza entre la minoría política dirigente y la cúspide de los negocios. Esta alianza en la que se fundían riqueza y poder dio origen a una nueva jerarquización social.

La segunda de las clases sociales a que nos referimos es la de los traba­jadores de las fábricas y los servicios. El activo fomento de la industria en el marco del plan nacional de desarrollo, sumado a la rápida urbanización, determinó el surgimiento y crecimiento de una clase trabajadora urbana. Por otro lado, los muchos estudiantes e inmigrantes de zonas rurales que no pudie­ron ser absorbidos por la economía urbana pasaron a formar una gran masa de desocupados. La burocracia había sido él destino tradicional para la minoría instruida, pero ello ya no era posible dada la rápida expansión del sistema educativo. La aparición de estos tres grupos o clases sociales acentuó la diferenciación clasista en las ciudades.

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El sistema político de Sarit logró éxitos notables en los. planos econó­mico y social, pero los aspectos inherentes al régimen militar acarrearon a la larga un resulta.do de peso: el desequilibrio entre los cambios económicosocia-les y el desarrollo político. La causa de ello era que el régimen de Sarit favorecía una estabilidad política forzada, congelando el proceso de cambio político mientras se producía una rápida reestructuración social y económica. El proceso de reestructuración dio lugar a una movilización social suscitada por la educación, la urbanización, el mejoramiento de las comunicaciones y los transportes, la difusión de los medios de comunicación de masas y el creci­miento de una clase media profesional. Se produjo así una elevación de la con­ciencia política y, por consiguiente, una presión sobre el sistema político orientada a promover la justicia social y a lograr una mayor participación en el proceso político. Pero el régimen autoritario dominado por los militares no estaba preparado para satisfacer las demandas de las nuevas fuerzas sociales. Las luchas políticas intestinas debilitaron aún más el mecanismo de autodefen­sa del régimen y éste fue derrocado en octubre de 1973 . como consecuencia de las manifestaciones masivas dirigidas por los estudiantes^?).

Recapitulando, el proceso que acabamos de exponer nos permite comprobar que el crecimiento económico y un cierto desarrollo social pueden producirse bajo un régimen autoritario fuerte (tal es el caso de Tailandia, y también el de Corea). De todos modos, hemos tratado de mostrar asimismo que las fuerzas sociales desencadenadas por el progreso económico y social pueden a su vez socavar el régimen autoritario, convirtiéndose en enterradores quien las ha creado. El régimen de Sarit hubiera debido adaptarse aflojando las riendas del poder para satisfacer las demandas de las fuerzas sociales que él mismo había suscitado con su política de desarrollo.

Semidemocracia. Al ser derrocado el régimen militar de Sarit en octubre de 1973, se inició un periodo de gobierno plenamente democrático que tuvo una vida relativamente corta, pues terminó en octubre de 1976. En esos tres años hubo cuatro gobiernos democráticamente elegidos y un gobierno semidemocrático. Fue un periodo tumultuoso de la vida política tailandesa caracterizado por la violencia y por los asesinatos políticos. Ni los observadores más optimistas auguraban larga vida a esta forma de política abierta. La polarización entre las ideologías políticas de izquierda y de derecha se acrecentó. A esta fase del desarrollo de Tailandia podría aplicarse la observación de Huntington sobre el "desarrollo y el declive políticos". Hubo una modernización en el sentido de que aumentaron la conciencia cívica y la participación políticas; pero el desarrollo político resultó insuficiente en lo atañente a las institu­ciones y los procesos necesarios para regular la participación. De ahí que el desequilibrio entre la modernización y el desarrollo condujera al declive.

En octubre de 1976 se produjo otro sangriento golpe de Estado que venía a ser una réplica a la violencia política anterior. Resultado del golpe fue que los militares volvieran a intervenir en la política de Tailandia. El nuevo gobierno era presidido por un civil, pero con el apoyo decidido de los milita­res. Este "gobierno ostra" (los militares en calidad de las valvas y dentro de ellas el gobierno) duró menos de un año y fue derrocado por otro golpe mili­tar. Esta evolución demuestra que los militares han sido y siguen siendo un elemento esencial de la política tailandesa con el que hay que contar-^). Como resultado de ello, ha surgido un nuevo sistema político en el que se combinan la intervención de los militares en los asuntos políticos y las exigencias formuladas por las nuevas fuerzas sociales. Este sistema de compro­miso, al que se suele calificar de "una democracia intermedia", seguirá proba­blemente rigiendo los destinos de la sociedad tailandesa durante cierto tiempo.

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Esta semidemocracia de estilo tailandés presenta varios rasgos peculia­res. En el momento de promulgarse la nueva Constitución, el gobierno se pro­ponía continuar en el - poder todo el tiempo que fuera posible. En primer lugar, la Constitución dispone que el primer ministro no está obligado a presentarse a las elecciones mientras tenga el apoyo del Parlamento, integrado por una Cámara de Diputados elegidos y un Senado designado. En segundo lugar, la Cons­titución permite que los funcionarios de plantilla del Estado ocupen simultá­neamente puestos de carrera y puestos políticos. Esta disposición debía durar cuatro años, después'de los cuales se adoptarían usos más democráticos de modo que los funcionarios,civiles de plantilla y los oficiales militares no podrían ocupar puestos políticos y adminitrativos al mismo tiempo. También se reduci­ría el poder del Senado. Habiéndose aplazado varias veces la reforma de la Constitución, la prohibición de ocupar simultáneamente esos dos tipos de pues­tos sigue constituyendo un problema político.

En esta semidemocracia se refleja el enfoque realista en la elaboración de las instituciones tailandesas como fusión de elementos nuevos y viejos. A pesar de las modificaciones acaecidas, la estructura del poder y las institu­ciones sociales se mantienen prácticamente intactas, sobre todo en lo que toca a las administraciones militar y civil. Una de las razones de esa estabilidad es que Tailandia no fue colonizada nunca, es decir, que no se quebró la conti­nuidad de la minoría en el ejercicio del poder. Otra razón de la estabilidad tailandesa es que el país no sufrió ninguna revolución social que pudiera alterar la estructura tradicional o menoscabar los privilegios de la minoría. Durante la Segunda Guerra Mundial Tailandia fue poco afectada por el con­flicto; en particular, no sufrió daños materiales ni institucionales que

. pudieran inquietar al país. Por todas estas razones, la estructura del poder y la minoría que lo ejerce se han mantenido durante largo tiempo, y hoy son los elementos antiguos del sistema político con los que hay que contar. Por otro lado, está la capa en expansión formada por los sectores intelectuales, profe­sionales y empresariales, y han surgido sindicatos de trabajadores industria­les que formulan demandas cada vez más explícitas. En el dispositivo actual, una cámara de diputados elegida democráticamente coexiste con un senado cuyos miembros, muchos de ellos militares, lo son por designación. Hasta ahora el cargo de primer ministro ha sido ocupado por militares, lo que se ajusta a la cultura política tradicional de Tailandia, consistente en ceder el poder a hombres fuertes que lo asumen por invitación.

Desde la formación del gobierno de Prem Tinasulanonda se observan otras tendencias que pueden incidir en el futuro político de Tailandia-'-"). En primer lugar, se ha modificado la composición de la clase empresarial: ya no dominan las empresas que son propiedad de familias, sino las grandes empresas

< de capital anónimo, muchas de ellas asociadas con capitalistas extranjeros. Como es natural, estas compañías han establecido vínculos con el gobierno actual' y no verían con buenos ojos la introducción de cambios que afectaran a la estabilidad política. Las empresas intervienen así en la política para garantizar su propia supervivencia. Además de la tradicional relación entre patrocinador y patrocinado, los hombres de negocios participan de manera más directa en la política mediante la adhesión a partidos políticos, presentán­dose a las elecciones e incluso ocupando cargos ministeriales, con lo que ter­minan por formar una nueva casta política.

En segundo lugar, parece haber llegado a su fin la época de los golpes de Estado. Tras los varios ocurridos, en especial los de 1973 y 1976, los tailan­deses parecen haber comprendido que la estructura social ya no soportaría ese tipo de convulsión política. La existencia de varios grupos militares y la

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intervención de las jerarquías tradicionales en los momentos de crisis han demostrado la extrema dificultad (o la imposibilidad) política de llevar a cabo con éxito un golpe de Estado. El temor a que un golpe fracase parece haber contribuido a la estabilidad política, por engañosa que sea.

En tercer lugar, la cultura y el entramado políticos de Tailandia han ganado en general en madurez. Todos los sectores interesados establecen com­promisos. Los métodos de protesta son más sutiles y pacíficos. En general los políticos evitan atacar frontalmente a los militares. Por otra parte, los militares parecen haber cambiado de actitud y muchos de ellos estiman que hay que promover la democracia en Tailandia. Por último, el debilitamiento de la guerrilla comunista y la rendición de muchos de sus dirigentes han contribuido al sentimiento de paz y de unidad nacional.

El desarrollo político y la modernización pueden definirse de diversas maneras. Algunos autores hablan de un proceso de institucionalización; otros hacen hincapié en las modificaciones políticas dirigidas hacia un objetivo que se ajusta al modelo occidental. Por último, otros sostienen que el sistema occidental como conjunto no puede aplicarse a una nación caracterizada por circunstancias históricas y culturales muy peculiares y que, por consiguiente, hay que elaborar versiones modificadas de la democracia. Ideas tales como las de igualdad, diferenciación estructural, especificidad funcional y capacidad del sistema político en el marco del denominado "síndrome de desarrollo" cons­tituyen uno de los pilares esenciales del desarrollo político^O).

Podemos decir que el desarrollo político comienza con la agrupación de comunidades integradas por personas de clases, etnias, religiones y culturas diferentes para formar una gran unidad que recibe el nombre de Estado-nación. Este primer paso de construcción de una nación requiere un esfuerzo de unifi­cación de territorios y personas en un todo coherente, bajo la autoridad de un poder central unificado y aceptable o viable. Un ejemplo de este proceso es la decisión política adoptada por el Rey Chulalongkorn de Tailandia de transfor­mar su reino tradicional en un Estado-nación más moderno ajustado al modelo occidental.

Pero, tras la unificación nacional, el proceso permanente de desarrollo político pasa por dos fases más problemáticas: la adaptación y la participa­ción. La primera consiste en la capacidad del sistema político para satisfacer las demandas de la sociedad. Las demandas más importantes y visibles son las necesidades básicas tales como la alimentación y la vivienda. Pero las necesi­dades materiales son relativas. Son muchas las naciones del Tercer Mundo que deben hacer frente en primer término a la tarea inmediata de reducir el nivel de pobreza absoluta; pero es manifiesto que el crecimiento económico entraña la aspiración permanente de lograr niveles de vida más elevados y una existen­cia de mejor calidad. Además, la. idea de una privación relativa entre las diversas clases de una nación genera nuevas demandas de adaptación. En este sentido, puede definirse el desarrollo político como el grado en que un gobierno puede dar acogida a las demandas de los diversos grupos.

Por otra parte, las demandas trascienden los aspectos materiales de la vida: existe además una dimensión más abstracta que abarca el sentimiento de la ciudadanía, la garantía de las libertades cívicas y el derecho a participar en la adopción de decisiones. Esos elementos políticos (derechos cívicos y libertad) son también parte de las demandas a que un gobierno debe responder positivamente. Resulta irónico que en algunas naciones (por ejemplo, Corea) el progreso económico y el incremento de las exigencias políticas vayan a la par:

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cuanto más éxito tiene un sistema político en la satisfacción de las necesida­des materiales del pueblo, más vulnerable se vuelve a las críticas y a las exigencias de todo género.

Las demandas de tipo general y abstracto tienen directamente que ver con la participación, que es el otro factor del desarrollo político. Independien­temente de la forma o el mecanismo, la esencia de la participación consiste en permitir que el pueblo desempeñe un papel.en la elección de unos representan­tes mediante los cuales pueda, o crea que puede, intervenir en el proceso de distribución de la riqueza. Es evidente que ningún sistema permite una parti­cipación perfecta. Pero en términos relativos, cuanto más abierto sea un sis­tema político, mejor podrá responder a las demandas de participación..

El caso de Tailandia ilustra ese tipo de acomodo consistente en mezclar el sistema político antiguo y el nuevo y en combinar la necesidad de creci­miento económico con la de participación política. Este tipo de desarrollo representa hasta ahora una economía política caracterizada por la semidemocra-cia y el capitalismo periférico. Esta semidemocracia en que participan los militares, los funcionarios y la nueva clase media viene funcionando en Tailandia desde hace ocho años. Algunos sostienen que la vía media del budis­mo, religión tradicional de los tailandeses, ha tenido una influencia positiva en este sistema de acomodo.

Sin embargo, las cuestiones cruciales de la adaptación y la participación en su interacción dinámica seguirán ejerciendo una presión en favor de la modificación de la solución de avenencia que hoy se aplica. En el plano econó­mico, la distribución desigual de los ingresos entre las zonas urbanas y las rurales y entre la capital Bangkok y el resto del país puede agravar las dife­rencias de clase. Y la situación puede empeorar como resultado del reciente viraje de la economía tailandesa a medida que se integra en el sistema capita­lista mundial. En el plano político, parece que se está produciendo una creciente fragmentación del Parlamento, lo que podría socavar la estabilidad política. Por otra parte, persiste el debate sobre la elección directa del primer ministro y sobre la necesidad de una separación más clara entre las ramas legislativa y ejecutiva del poder público. Es decir, se pide al mismo tiempo que se mejoren la capacidad de adaptación y la participación. Sólo el futuro dirá si Tailandia puede seguir nadando y guardando la ropa al mismo tiempo. En todo caso, el éxito del país en su intento de combinar los elemen­tos nuevos y los tradicionales en el desarrollo político ha sido sólo mode­rado. La próxima etapa de transición estará determinada por la posición diná­mica que Tailandia ocupa en la economía mundial y en el equilibrio político de la región, pues estos factores se hallan en relación interactiva con la evolu­ción interna.

VI. UNA VISION INTERNA DEL DESARROLLO: FILIPINAS

En 1985, un número elevado de profesionales filipinos de los sectores público y privado se reunieron para examinar a fondo la crisis del país y definir un marco global del desarrollo nacional que sirviera de guía para nuevos análisis, para la planificación y para las tareas de ejecución. Otra finalidad conexa del proyecto era facilitar un amplio debate sobre la ideolo­gía nacional entre todos los sectores sociales. Para ello se puso en práctica un método similar al que condujo a la formulación de las ideologías del Panchasila en Indonesia y del Rukum Negara en Malasia y a la articulación de

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la ideología nacional en Singapur; pero a diferencia de estos tres países, donde el debate contó con los auspicios del gobierno, en Filipinas la inicia­tiva fue exclusivamente privada. En esta sección voy a procurar exponer recientemente algunos rasgos esenciales que se desprenden del informe inicial sobre el proyecto en marcha y ponerlos en relación con algunas cuestiones fun­damentales de los estudios sobre el desarrollo y de la planificación.

En cierto modo, este proyecto de "una visión para una nación" tuvo su origen en un estudio precursor llevado a cabo en 1980 sobre los indicadores sociales del que se infería la necesidad de ir más allá de las mediciones económicas tradicionales para evaluar el desarrollo^!). Pero el proyecto de que hablamos no pretende establecer indicadores sino proponer un enfoque conceptual del desarrollo general. Lo que de él se espera es poder establecer una relación entre las metas perseguidas y una ideología adecuada y entre las macroinstituciones y las microvariables tales como las formas de vida familiar y de comportamiento individual. El marco de análisis propuesto permite propo­ner un enfoque evolutivo basado en valores en el que se armonicen las necesi­dades, las metas, las orientaciones y los valores con miras a instaurar un orden social equilibrado. Por otra parte, el marco conceptual debe basarse en el pluralismo y la subsidariedad, de modo que el gobierno actúe como catali­zador ofreciendo oportunidades a la iniciativa privada^).

La crisis de desarrollo. El proyecto se inicia con el análisis de la crisis multidimensional en el contexto de la historia social de Filipinas. Desde el punto de vista sociocultural, se plantea la necesidad de integrar la subcultura minoritaria moderna con la subcultura popular tradicional. Aunque no se define con claridad la manera de alcanzar tal objetivo, se reconoce que los mecanismos para relacionar ambos fenómenos deben trascender las institu­ciones básicas de la familia, la escuela y la Iglesia. El creciente desequili­brio entre las dos subculturas se hace visible en el surgimiento simultáneo de expectativas crecientes y frustraciones cada vez más agudas. Esta estructura social dualista obliga a interrogarse sobre los aspectos negativos de la modernización: las influencias económicas de Occidente, los medios de comuni­cación occidentales y los estilos de vida de la minoría educada pueden resul­tar contradictorios con un "desarrollo auténtico". Hay además otros problemas sociales como la corrupción y el soborno generalizados en los sectores público y privado, el crecimiento de la criminalidad y la violencia, el abuso genera­lizado de las drogas, el desprestigio de los vínculos matrimoniales, la pornografía y la expansión de la industria del sexo.

Los problemas económicos de Filipinas son notorios. El país tiene una impresionante deuda exterior que representa casi la cifra del producto nacio­nal bruto; aumenta constantemente el déficit de la balanza de pagos; la moneda se desvaloriza; disminuye el poder adquisitivo mientras; y los niveles de desempleo y de subempleo son muy altos. Todos estos problemas vienen a agravar la desigualdad en la distribución de la riqueza y la renta. También son fuente de preocupación la existencia de factores socioculturales que limitan la pro­ductividad y la necesidad de sostener las economías tradicionales de subsis­tencia, lo que implica sustraer inversiones al desarrollo industrial.

El proyecto aborda la cuestión de la inestabilidad política en general y la que caracterizaba al régimen de Marcos, en particular. El descontento popu­lar creciente se traducía en la existencia de un "parlamento de la calle" y en la aparición de organizaciones de masas orientadas a la consecución de objeti­vos concretos. Cabe señalar también la creciente militarización y la amenaza constante de la guerrilla. Se acusaba de incompetencia y de corrupción a las

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burocracias estatales y las violaciones de los derechos humanos eran moneda corriente. Con la instauración del Gobierno de Corazón Aquino han mejorado la estabilidad política y la legitimidad del poder, pero se observan otros moti­vos de preocupación. Las relaciones con el mundo exterior y la dependencia respecto del mismo afectan al sentimiento de soberanía nacional.

El desarrollo de Filipinas puede caracterizarse por la oposición entre las aspiraciones y necesidades crecientes del pueblo y la escasa respuesta del Estado y la sociedad a ellas. La estrategia de la modernización económica considera que el atraso podría superarse gracias a la ayuda económica, a las inversiones y a la transferencia de tecnología occidental. Pero la moderniza­ción sigue beneficiando sobre todo a las minorías urbanas que en muchos casos poseen también vastas propiedades rurales. Por su parte, las clases pobres, que viven en una economía de subsistencia, experimentan un rápido crecimiento demográfico. -.La agricultura no se ha modernizado a falta de una verdadera reforma agraria y porque las innovaciones técnicas occidentales no llegan al campo y se mantiene una estructura social dualista. Agravan aún más los problemas la ausencia de homogeneidad cultural, la falta de experiencia histórica de una organización social por encima de la familia y del clan, el escaso control nacional sobre la política económica y educativa y sobre los medios de comunicación modernos, una ética del trabajo laxa, inicialmente facilitada por el rico medio natural, y la actitud sumisa de las clases más pobres. Así, el proyecto considera que la creencia de que los factores de pro­ducción por sí solos (los hombres, los recursos y el capital) podrían lograr que Filipinas se desarrolle es una falacia; si existe el subdesarrollo es por­que los sistemas social, económico, político y cultural no funcionan en armo­nía. Cabe señalar que países con menores recursos (por ejemplo, Japón y Corea) han tenido mucho más éxito en su esfuerzo por desarrollarse en un lapso rela­tivamente breve de tiempo.

En el diagrama de la página siguiente se exponen en forma esquemática las perspectivas de las crisis de la sociedad desde el punto de vista inicial del proyecto, por simplista que sea^3). La idea esencial es que la "moderniza­ción" rápida de la minoría ha tenido como resultado el desarraigo de una población no preparada, produciendo la emigración en gran escala a las ciuda­des, sin que la economía urbana haya sido capaz de absorber una mano de obra cada vez más numerosa. A gran número de trabajadores se les ha mantenido en los niveles más bajos de educación y de capacitación para justificar la polí­tica oficial de salarios bajos; todo ello ha ido en detrimento de la indus­trialización que requiere una fuerza de trabajo urbana bien estructurada y calificada en todos los niveles. Así, la baja productividad es el resultado de las actitudes laborales negativas, de la falta de capacitación y de los sala­rios bajos, todo lo cual fomenta la agitación social.

La política y las prácticas que acabamos de exponer conducen de manera inevitable a una polarización de las clases. Los pobres se vuelven todavía más pobres al interrumpirse las relaciones que tenían con el medio rural, donde les era posible sobrevivir. Por otra parte, ,1a minoría que ejerce el poder se alia con elementos del poder económico, lo que da lugar a la creación de mono­polios y a una mayor concentración de la riqueza en círculos cada vez más reducidos. El consumo ostentoso se convierte en símbolo de jerarquía social y los medios de comunicación de masas presentan al resto de la población esa imagen del lujo, lo que a su vez origina mayores expectativas y, consiguien­temente, agrava el sentimiento de frustración.

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Las iniciativas de desarrollo que toma el Estado se caracterizan por una planificación insuficiente, la mala ejecución, el "enchufismo" y la falta de claridad en la contabilidad. Como consecuencia de la contradicción flagrante entre las imágenes que. propagan los medios de comunicación y las promesas de los políticos, por una parte y, por otra, lo reducido de los cambios que comprueban en su vida, las clases pobres del campo y de la ciudad se sienten profundamente frustradas. El carácter pacífico y tolerante de los filipinos y su tradicional capacidad para soportar el sufrimiento se ven sometidas a ruda prueba viendo cómo los medios de comunicación presentan la brutalidad y la violencia como solución de los problemas. En vista de todo ello, el proyecto expresa profunda preocupación por las consecuencias que podrían tener todos estos desequilibrios, que pueden conducir a modos radicalmente diversos de "desarrollo", tal como se muestra en el diagrama, modos que a veces se han aplicado en otras latitudes.

Bases v objetivos del desarrollo. Partiendo de la ida de que la estrate­gia tradicional de modernización económica no ha logrado satisfacer las nece­sidades básicas dé las masas menesterosas ni contribuido a que cada sector de la sociedad desarrolle una estrategia peculiar basada en la cultura para hacer frente al cambio, el proyecto especifica una serie de bases y de objetivos que considera esenciales para el "auténtico" desarrollo de la sociedad. Las bases que se señalan son las siguientes: 1) Las metas que se propone una sociedad deben guardar relación con las condiciones culturales. 2) Las estructuras y los procesos de la sociedad deben manifestarse en el comportamiento de las instituciones y de los individuos. 3) Existe una moralidad general (conciencia moral colectiva) orientada a la consecución del bienestar de la sociedad y del individuo. Esta moralidad se basa en el concepto del "bien común", que puede definirse en términos de "solidaridad" (cooperación) y "subsidiariedad" (el fuerte ayuda al débil). 4) Se necesitan un conjunto de valores culturales integradores que puedan constituir una ideología nacional. Los principales valores de esta ideología nacional son la justicia social y la integridad cultural, considerados como instrumentos para él mejoramiento de la coopera­ción en la sociedad. La justicia social y la integridad nacional o cultural se expresan en objetivos intermedios o de desarrollo como el equilibrio; la par­ticipación, la cooperación, la autonomía, la apertura, el pluralismo, la tec­nología apropiada y la productividad.

Se ha propuesto que en el marco analítico para evaluar lâs bases y los objetivos señalados se incluya la "óptica de las necesidades básicas", la cual entraña ciertas opciones preferenciales en favor de los pobres, la existencia de dualidades socioeconómicas y método evolutivo de transformación de las instituciones sociales que se oponen al crecimiento. Procede también prestar atención a las consecuencias socioculturales del cambio, así como a las reper­cusiones económicas, y a la sensibilidad a las invasiones culturales, en espe­cial a las originadas por la transferencia de tecnología, por los sistemas de aprendizaje y por la difusión de la información.

En el proyecto se señalan cinco objetivos generales de desarrollo. El primero es la autonomía que implica la movilización del pueblo sin que dependa excesivamente del Estado o de la asistencia extranjera. La autonomía debe complementarse con la cooperación social y con un orden social justo. El segundo es la integración, por la que debe entenderse la interconexión general armoniosa de funciones con vistas a alcanzar metas sociales comunes. La inte­gración entraña además la unidad de objetivos, como la que se da entre diver­sos grupos culturales y clases ligados por sentimientos nacionalistas. El tercero se refiere a la justicia social, elemento primordial del desarrollo

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social, que implica un reparto equitativo de los frutos de la producción entre quienes integran la sociedad, así como de los medios de producción. En el plano político, la justicia social significa compartir el poder y, en términos de orden moral, reconocer la dignidad y los derechos humanos. Además, la jus­ticia social es igualitaria en el sentido de que requiere un cierto grado de discriminación a la inversa, basada más en la necesidad que en el mérito, es decir en un prejuicio favorable a los menesterosos. El cuarto objetivo es la participación, considerada como una meta que entraña la distribución equita­tiva del ingreso nacional y la igualdad de oportunidades y al mismo tiempo, como medio de desarrollo en forma de una amplia intervención popular en la adopción de decisiones. El último objetivo es la equidad en materia de calidad de vida, tanto en sus aspectos cuantitativos como cualitativos.

Una visión del futuro. Partiendo de estos principios y pronunciándose por un enfoque evolutivo en vez de revolucionario en la próxima fase del desarro­llo de Filipinas, el proyecto elabora un modelo hipotético de desarrollo y de orden social. En el orden social general se incluyen el gobierno, las institu­ciones y la población (es decir tanto los sectores que se están modernizando como los tradicionales). Cada uno de estos sectores está interesado en alcan­zar las metas políticas, económicas, sociales y ecológicas.

En el plano político, la visión global que nos ofrece el proyecto es la de una democracia representativa con un equilibrio de poderes entre la presi­dencia y el parlamento. También debería establecerse una administración orien­tada hacia la consecución de los objetivos sociales, con instituciones políti­cas centrales que coordinen su acción con las autoridades locales para instaurar un servicio público de doble dirección. Las minorías deben contri­buir aportando medidas equitativas de participación, mientras a los sectores tradicionales les toca cobrar mayor conciencia del nivel institucional o nacional del desarrollo.

En el plano económico, la visión general propugna la construcción de una economía de mercado con participación social. Al gobierno debe incumbir la tarea de crear los mecanismos institucionales y jurídicos favorables a la participación social en la producción, la distribución y el consumo. Las mino­rías pueden contribuir a establecer un equilibrio económico entre la orienta­ción exportadora y la expansión del mercado interno. Por su parte, los secto­res tradicionales deben acrecentar su productividad para mejorar su vincula­ción con el sector moderno.

En el plano social, la prioridad general se cifra en una identidad nacio­nal más fuerte e integradora. En este sentido, el gobierno debe facilitar un cambio social equilibrado que sea aceptable para los diversos sectores de la población y, al mismo tiempo, instruir a los jóvenes y al público en general acerca de las metas del desarrollo basadas en las realidades socioculturales. Las minorías podrían contribuir a acelerar el crecimiento de la clase media en la medida en que diversificasen sus actividades económicas. En el sector tra­dicional, el mejoramiento de la calidad de vida y la conciencia de sí tienen importancia para contrarrestar la tendencia a emigrar a las ciudades.

En lo que atañe a la ecología, el objetivo es conseguir la mejor utiliza­ción de los recursos naturales y la protección del equilibrio ecológico. El gobienro debe establecer el marco para la utilización equitativa de la tierra mediante una auténtica planificación regional. Las minorías y los sectores tradicionales pueden mejorar la utilización de los recursos naturales para fortalecer la autonomía.

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Los especilistas conocen bien estos objetivos generales del desarrollo en su forma abstracta. Los planificadores y decisores, aún reconociendo la impor­tancia de estos aspectos, estiman que no se prestan fácilmente a la aplica­ción. Para los críticos interesados, por la cuestión, el problema esencial sigue siendo quién tiene la responsabilidad de evaluar globalmente el desarro­llo de la sociedad antes de empezar a poner en práctica una política, cual­quiera que sea ésta. Después de todo, a los políticos se los considera esen­cialmente preocupados por el poder y animados por intereses a corto plazo. Los administradores públicos no se sienten suficientemente recompensados como para asumir un compromiso perdurable de rendimiento profesional. El sector empresa­rial se interesa por los beneficios y, en general, carece de conciencia social. Los universitarios, expertos en sus respectivas disciplinas, no se sienten cómodos cuando sus ideas tienen que enfrentarse con las complejas realidades y con el desafío concreto de la adopción dé decisiones. Por último, la masa de la población está demasiado ocupada en sobrevivir y carece de la educación necesaria para poder expresar sus quejas y sus aspiraciones. Suele decirse que el Estado debe paliar todas estas deficiencias. Pero en la mayoría de los casos, e incluso cuando se dan las mejores circunstancias, el Estado sólo puede tener una función de facilitación. La tarea es demasiado compleja y requiere la participación de muchos sectores. Además, debido a la falta de homogeneidad cultural, a las consecuencias desiguales de. la colonización y a las deformaciones consecutivas al desarrollo, en Filipinas las instituciones públicas no parecen estar a la altura de la tarea. j

Pero no todo está perdido. El proyecto "Una visión para la Nación" sigue en marcha e incluso se ha fortalecido desde la instauración del Gobierno de Corazón Aquino. Es evidente que el ejercicio del "poder popular" que contri­buyó al cambio de gobierno puso de relieve la existencia de un sentimiento de unidad en numerosos sectores sociales favorable al renacimiento de la nación. Entre marzo de 1986 y febrero de 1987, con los auspicios del periódico Solidarity, se celebraron con gran éxito de público once seminarios sobre el futuro de las Filipinas de los que resultó la elaboración del informe "Pro­grama filipino para el siglo XXI"24). La base de este Programa la constitu­yen una serie de ideas esenciales tomadas del informe sobre el proyecto "Visión" y relativas a la cultura, la lengua, la comunicación, la reforma agraria, el ejército y la seguridad nacional, la administración pública, el sistema judicial, los problemas ambientales y el futuro de la región del Pací­fico. Figuran en el Programa directrices (que no existían en el informe "Visión") acerca de las actividades públicas y privadas. Es demasiado pronto para saber qué resultados concretos tendrá para el desarrollo de la sociedad esta colaboración entre el gobierno y el pueblo, pero la búsqueda de la iden­tidad nacional y la lucha por un desarrollo equilibrado parecen haber alcan­zado una etapa crucial. En materia de planificación del desarrollo, algunas dolorosas experiencias han venido a mostrar las limitaciones de una visión exclusivamente económica de la modernización y, por cdnsiguiente, la necesidad ineludible del "desarrollo sociocultural". Los ejeiriplos de ellos podemos encontrarlos en todo el mundo. Lo que ahora toca plantearnos no es el problema del "qué" sino el del "cómo". {

¿Hacia un desarrollo integrado? Debemos establecer una distinción entre la realidad del desarrollo, es decir, lo que realmente ocurre en una sociedad, y el desarrollo desable, es decir, lo que algunos actores importantes de la vida social desean o esperan que ocurra. En Filipinas y otros países ha caído en descrédito la idea de que el crecimiento económico puro representa el desa­rrollo deseable, aunque todavía aparezca en numerosos discursos políticos. También se critica la identificación del desarrollo con la industrialización o la modernización. Si se concede prioridad absoluta e indiscriminada a la

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industrialización, no es posible lograr un desarrollo digno de tal nombre. Las concepciones tradicionales de la "modernización" tienen implicaciones etnocén-tricas cada vez más inaceptables. De ahí que en estos últimos tiempos se preste creciente atención al enfoque integrado o unificado en el análisis y la planificación del desarrollo. Partiendo del ejemplo de Filipinas, voy a procu­rar mostrar qué se entiende generalmente por "enfoque unificado" a fin de contribuir a la comprensión y al análisis del desarrollo.

El enfoque integrado o unificado supone el intento de descubrir y comprender las relaciones mutuas entre todos los componentes esenciales de un sistema nacional de desarrollo. Se considera que este esfuerzo de comprensión es indispensable para formular una política y una estrategia gracias a las cuales pueda afianzarse la realización de los valores nacional e internacio-nalmente aceptados.

Un enfoque unificado necesita utilizar dos formas complementarias de con­siderar el desarrollo: 1) el desarrollo como progreso ostensible hacia la con­secución de fines concretos basados en los valores de la sociedad; y 2) el desarrollo como sistema de los cambios sociales interrelacionados que funda­menta y facilita la posibilidad de ese progreso. De acuerdo con la primera perspectiva se estima que una sociedad tiene derecho y capacidad para adoptar decisiones e imponer sacrificios sobre la base de un consenso general. La segunda perspectiva ' supone que el desarrollo es un fenómeno que puede ser objeto de diagnóstico y de propuestas objetivas respecto de las interrelacio-nes de los factores y de los efectos generales del cambio sobre los principa­les componentes del sistema^).

Desde este punto de vista, el "desarrollo" no es un proceso único y uniforme de cambio; su resultado no puede consistir en que los países catalo­gados como "en desarrollo" se transformen en réplicas de los países cataloga­dos como "desarrollados". Todas las sociedades nacionales se desarrollan de un modo u otro, y todas tratan al mismo tiempo de hacer frente a las contradic­ciones y a las desventajas resultantes de su propio proceso de cambio social. No hay razón alguna para que sus actividades alcancen en el futuro resultados idénticos; tampoco hay razones para pensar que el "futuro", cualquiera sea la manera cómo se defina, es un factor estable.

Se piensa que uno de los problemas fundamentales del desarrollo radica en lograr un equilibrio satisfactorio entre la asignación o inversión de fondos para objetivos económicos y la asignación, para objetivos sociales. En su simplificación excesiva, esta perspectiva puede inducir a error pues distrae la atención de los factores determinantes y de las características de esas asignaciones de fondos. La alternativa entre aportar.fondos para fines socia­les y hacerlo para fines económicos puede resultar menos evidente que la competencia entre esos dos tipos de fines tomados conjuntamente y las asigna­ciones no. destinadas al crecimiento ni al bienestar: el exceso de armamentos, los edificios públicos fastuosos o las medidas en favor de grupos poderosos de intereses. Por otra parte, las asignaciones de fonods no son fines en sí sino medios; y siempre cabe interrogarse sobre la medida en que han contribuido a la consecución de sus supuestos fines.

Podemos encontrar ejemplos convincentes de ello en un país que tropieza con dificultades porque ha hecho excesivo hincapié en las inversiones con fines económicas, lo que acrecienta la inquietud social y las desigualdades. Otro caso ejemplar es el de un país que hace excesivo hincapié en los sectores sociales y, de ese modo, mina su crecimiento económico. En uno y otro casos,

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el diagnóstico correcto no parece consistir en que se haya otorgado preferen­cia a uno u otro aspecto, sino que se le ha concedido una forma equivocada de preferencia. En el primer caso la producción es tratada como un fin en sí, sin tener suficientemente en cuenta los mecanismos del mercado. En el otro la atención se centra en lo que la gente recibe mediante servicios y subsidios, y no en lo, que hace. En el informe "Visión" se alude a un' caso de este tipo: como resultado de un sistema de educación alienante, hay un número excesivo de personas con diplomas universitarios que a menudo responden a modelos forá­neos; la consecuencia es ' la fuga de cerebros por falta de vinculación sufi­ciente con el desarrollo endógeno y por no tenerse debidamente en cuenta la capacidad de absorción del mercado de trabajo.

Cuando hablamos de enfoque integrado, no queremos decir que deba haber un conjunto detallado de requisitos del desarrollo válidos para todo el mundo. Pero sí pueden aceptarse una serie de criterios mínimos para evaluar los modos de desarrollo. La cuestión principal es en qué medida un modo de desarrollo permite que una sociedad funcione a largo plazo en favor del bienestar de sus miembros. En el ejemplo de Filipinas que venimos considerando aparecen esos criterios de evaluación del modo de desarrollo, a saber: 1) la autonomía nacional, . 2) la participación, 3) la producción, 4) la distribución, 5) el consumo, 6) el medio ambiente y 7) unas relaciones humanas que contribuyan a la solidaridad, la seguridad, la realización personal y la libertad. Natural­mente, los criterios pueden aplicarse en sentidos y grados diversos y se rela­cionan entre sí en formas complejas propias de cada caso. Son esas complejas interrelaciones las que plantean un arduo problema al análisis del desarrollo, al que corresponde tomar decisiones sobre la planificación. De los modos de desarrollo evaluados con arreglo a estos criterios, algunos serán-viables pero no aceptables para la sociedad y otros serán aceptables pero no viables. Dicho de otro modo, si las contradicciones entre los criterios señalados alcanzan una cierta intensidad, el modo de desarrollo no será viable. Por otro lado, si en la etapa.de planificación las decisiones se toman con independencia unas de otras, puede ocurrir que la contradicción entre ellas alcance un. nivel peligroso.

La capacidad de elegir un modo autónomo de desarrollo influye en la posi­bilidad de tomar decisiones en todas las demás esferas. Si un país acepta un lugar en el orden internacional, vigente, en condiciones desfavorables tendrá un tipo de desarrollo dependiente durante un lapso de tiempo prolongado en el que las decisiones sobre producción y consumo escaparán en gran medida a su control. Además, ese país puede ser incapaz de tolerar formas de participación que amenacen los actuales modos de producción y de consumo. Uno de los proble­mas que. tiene planteados Filipinas es ese modo pasivo y dependiente de desa­rrollo que pone en peligro el futuro de la nación a largo plazo. Por otra parte, ningún país, si quiere ser realista, puede elegir una autonomía total. Lo que tiene que hacer es maniobrar en el marco del orden internacional sobre la base de su situación real. De los modelos de desarrollo deseable, el ideal sería aquel que combinara un alto grado de autonomía, un alto grado de asis­tencia económica extranjera y un alto grado de apertura a los modos culturales y de consumo vigentes en otros países: un modelo que probablemente resulta inviable.

La participación es una esfera esencial en la que las decisiones resultan sumamente difíciles. Y, en efecto, plantea grandes dificultades a los planifi-cadores y a los decisores políticos acerca de quién toma realmente las deci­siones, cómo se aplican éstas y si la participación debe considerarse sobre todo como un medio o como un fin. La participación decidida desde arriba se

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convierte en movilización. La participación que nace desde abajo se centra por lo general en la distribución. La participación auténtica es un proceso que acrecienta en los participantes la conciencia de los valores, y los problemas y la posibilidad de elegir, de influjo en el contenido del desarrollo; de generar nuevos modos de hacer las cosas y de salvaguardar el derecho de los participantes a obtener una parte equitativa de los frutos del desarrollo. En Filipinas y otros países, ese proceso sigue siendo una aspiración que hasta ahora no se ha materializado. Pero que esa aspiración se convierta en realidad puede ser en fin de cuentas el requisito esencial de un modo aceptable de desarrollo.

Los niveles de producción en Filipinas y otros muchos países del Tercer Mundo son demasiado bajos para ser aceptables en un modo de desarrollo desea- * ble. Esto significa que la producción debe dirigirse de manera más sistemática a la satisfacción de las necesidades humanas básicas y, al mismo tiempo, redu­cir al mínimo la degradación ambiental y el despilfarro de recursos naturales. Pero la elevación de los niveles de producción puede requerir cambios estruc- " turales en la sociedad que no pueden conseguirse fácilmente. Las decisiones en materia de producción requieren la adopción de otras decisiones coherentes en materia de distribución y consumo; en estos aspectos, las experiencias pasadas no han sido ni mucho menos coherentes y justas. La redistribución con miras a satisfacer las necesidades básicas de las masas no ha sido compatible con la naturaleza de los bienes y servicios producidos ni con la distribución del poder. Las contradicciones más graves se han manifestado en materia de bienes de consumo producidos por la industria, de vivienda y de educación.

Puede pensarse que las decisiones encaminadas a preservar un modo de vida "tradicional", supuestamente en armonía con la naturaleza y con la integración social, no son en realidad posibles ni están justificados a la luz de los rápidos cambios de la sociedad. En este sentido, es necesario llevar a cabo gran número de análisis empíricos para determinar qué debe preservarse y por qué, antes de decidir cómo preservarlo. Recordemos que, según el proyecto "Visión", algunos aspectos de la cultura tradicional no resultan compatibles con el modo deseable de desarrollo y de transformación social.

VII. ALGUNAS CONCLUSIONES

Para alcanzar un ritmo de desarrollo más aceptable se necesitan dos cosas. En primer término, una concepción más amplia del propio proceso de desarrollo en cuanto sistema interrelacionado de cambio de la sociedad en el que un conjunto de fuerzas (sociales y políticas tanto como económicas) actúan en mutua influencia. En el presente trabajo hemos subrayado la utilidad de la perspectiva del sistema capitalista mundial, la cual tiene en cuenta la inter­acción entre la dinámica interna de una nación-Estado y la dinámica externa del orden internacional como explicación adicional, aunque sea parcial, del modo real de desarrollo. Con esta perspectiva del sistema mundial hemos exami­nado los procesos de desarrollo de Japón y China. Al estudiar el modelo de desarrollo de Asia Oriental hemos tratado de elaborar una visión más equili­brada del papel de la cultura en el desarrollo poniendo de relieve la existen­cia de complejas interrelaciones entre el contexto politicoeconómico mundial, los factores institucionales de las relaciones entre el Estado y la sociedad y las tradiciones culturales del neoconfucianismo. El examen de la evolución histórica reciente de la economía política en Tailandia nos permite ver cómo convergen el Este y el Oeste en una forma de transición híbrida de democracia

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y capitalismo. En Filipinas, el estudio de los modos real y deseable de desa­rrollo nos ha permitido poner de relieve algunos problemas básicos que plantea la búsqueda de un enfoque integrado o unificado en el análisis del desarrollo.

En segundo lugar, un mejor conocimiento de la naturaleza del desarrollo puede contribuir a formular políticas y estrategias más racionales encaminadas a establecer un modo de desarrollo capaz de satisfacer una serie de objetivos. En estos objetivos se refleja la necesidad apremiante de que los frutos del crecimiento y del desarrollo se traduzcan en el mejoramiento de la vida de las masas populares. La 'dificultad principal con que tropieza un enfoque integrado consiste en cómo interconectar la multiplicidad de metas en un modo de desa­rrollo en el que esas metas (y los medios para alcanzarlas) se apoyen y forta­lezcan recíprocamente en vez de contradecirse.

Nuestra última observación girará en torno a las dos visiones dominantes y complementarias del desarrollo. La primera considera que el desarrollo es un proceso de cambio y crecimiento interrelacionado de las sociedades que tiene por límites las fronteras de la nación-Estado y se desarrolla en estrecha interdependencia con el orden internacional. Ese proceso puede haber producido resultados similares y consecuencias predecibles en los distintos países, pero en cada uno presenta características privativas que son consecuencia del desa­rrollo histórico, de los rasgos y valores culturales, de la abundancia o esca-cez de recursos naturales, de la estructura interna de clases y las relaciones de poder y del lugar que la nación ocupa en el orden internacional. La capaci­dad política de tomar decisiones en un determinado momento puede ser o no compatible con las opciones de desarrollo que existen realmente; y tanto esa capacidad de decidir como la gama de las alternativas posibles se transforman constantemente. En este sentido, el desarrollo es inevitablemente desarrollo de la sociedad en su conjunto; a los fines del análisis, los aspectos económi­cos, políticos y socioculturales aparecen cada vez más como un todo interrela­cionado.

La segunda visión del desarrollo expresa la aspiración a lograr una sociedad mejor. En este sentido entraña la adopción de decisiones basadas en juicios de valor sobre la forma y el contenido de esa sociedad mejor. También entraña juicios de valor acerca del derecho de la sociedad existente, sobre la base de un consenso general, a tomar decisiones y aplicarlas mediante una política y una estrategia. Esto supone que las decisiones que se piensa adop­tar son más o menos viables y no utópicas, por lo que deben ajustarse a las limitaciones impuestas por las posibilidades y los procesos de desarrollo antes mencionados.

De la combinación de estos dos puntos de vista o visiones del desarrollo, y en una perspectiva internacional, podemos llegar a la conclusión de que los diferentes modos nacionales de desarrollo son todos legítimos, posibles y, a decir verdad, inevitables. Todas las naciones tienen ante sí una determinada gama de decisiones respecto del modo de desarrollo, pero la gama de alternati­vas posibles varía de una nación a otra. Desde el punto de vista de los valo­res internacionalmente aceptados, el modo que se elija, cualquiera que sea.,, debe resultar compatible con los criterios mínimos de evaluación indicados anteriormente. Así pues, cada nación debe hacer frente a la difícil tarea qué implica elaborar un modo de desarrollo ajustado a esos criterios estudiando de manera realista y consciente las opciones existentes. Hacer hincapié en la necesidad creciente de racionalidad en el análisis y en la toma de decisiones sobre el desarrollo no significa adoptar un modo de desarrollo tecnocrático

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perfectamente armonioso. La decisión será siempre un proceso político; el debate y el conflicto en materia de decisiones tienen siempre legítima cabida en un modo aceptable de desarrollo. El resultado puede ser un modo coherente impuesto por un 'solo grupo dominante, o un modo semicoherente producto del compromiso entre grupos que tienen objetivos esencialmente compatibles, o incluso un callejón sin salida en el que ninguno de los grupos sea capaz de dominar y las posiciones se alejen demasiado de un compromiso de desarrollo viable.

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NOTAS

Véanse, entre otros, los estudios de Immauel Wallerstein y otros, por ejemplo, los del primero titulados The Capitalist World-Economy, Cambridge University Press, 1979 y The . Politics of the Capitalist World-Economy. Cambridge University Press, 1984.

La teoría de la dependencia ha sido también objeto de numerosos estudios. Ver, por ejemplo-, James Petras, Critical Perspective on Imperialism and Social Class in the Third Word. Nueva York, Monthly Review, 1978.

Ezra Vogel, Japan as Number Ome: Lessons for America. Cambridge Univer­sity Press, 1979.

Ronald Döre, British Factory - Japanese Factory. University of California Press, 1973.

Jon Livingston, y otros, Postwar Japan 1945 to the Presente, Pantheon, 1973.

Paul Sweezy, "Japan in Perspective", Monthly Review. Vol. 31, N° 9 (1980); Baosen Chen, "U.S. - Japan Trade Friction", Beijing Review, Vol. 11 (1987). . \

Anthony Jones, "Work, Workers and Modernization in the USSR", Research in the Sociology of Work. Vol. 1 (1981).

Los antecedentes de este debate pueden encontrarse en: Richard Kraus, "Withdrawal from the World-System: Self Reliance and Class Structure in China", en Walter Goldfrank, The World-System of Capitalism: Past and Present. Sage, 1979; Mark Blecher, China: Politics. Economics, and Society. Lynne Rienner Publishers, 1986; John Burns y Stanley Rosen, Policy Conflicts in Post-Mao China, M.E. Sharpe Press, 1986; y Christoper Chase-Dunn, Socialist States in the World-System. Sage, 1982.

Gustav Papaneck, "The Effect on Icome Distribution of Development, the Growth Rate and Economic Strategy", Journal of Development Economics, Vol 21 (1986).

Gustav Papaneck, "The New Asian Capitalism: An Economic Portrait", en Peter Berger y Michael Hsiao (ed.), In Search of an Asian Development Model, Transaction Books, 1988.

Lucian Pye, "The New East Asian Capitalism: A Political Portrait", en Peter Berger, op. cit.

El libro de Herman Kahn, Economic Development. 1979 and Beyond. Groom .Helm 1979, es representativo de esta tendencia, en especial los Capítulos 3 y 6.

S.G. Redding, "The Role of the Entrepreneur in the New Asian Capitalism", en Peter Berger, op. cit.; y L.P. Jones e I.L. Sakong, Government. Business and Entrepreneurship in Economic Development: The Korean Case, Harvard University Press, 1980.

K. Yoshihara, "Indigenous Entrepreneurs in the ASEAN Countries", en Singapore Economic Review. Vol. 29, N° 2 (1984).

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15) Siu-In Wang. "The Application of Asian Family Values to other Sociolo-cultural Settings", en Peter Berger, op. cit.; S.N. Chan, "Family Manage­ment in Hong" Kong", Hong Kong Manager. N° 6 (1970); y S.K. Lau, "Employ­ment Relations in Hong Kong: Traditional or Modern?" en T. Liu y otros (ed.), Hong Kong: Economie Social and Political Studies in Development. M.E. Sharpe, 1979.

16) Toru Yano, "Sarit and Thailand's Pro-American Policy", The Developing Economics. Vol. 6, N° 3 (1968).

17) Saneh Chamarik, "The October 14 Revolution", Thammasat University Journal. Vol. 3, N° 3 (1974).

18) Ben Anderson, "Withdrawal Symptoms: Social and Cultural Aspects of the October 6 Coup", Bulletin of Concerned Asian Scholars. Vol. 9, N° 3 (1977).

19) Likhit Dhiravegin, Thai Politics: Selected Aspects of Development and Change. Bangkok, Tri-Sciences Publishing House, 1985.

20) Samuel Huntington, Political Order in Changing Societies, Yale University Press, 1975.

21) Acerca del movimiento de los indicadores sociales en Filipinas, puede consultarse el siguiente resumen: Stephen Yeh, "The Use of Indicators in Planning Context", en Socio-Economic Analysis and Planning: Critical Choice of Methodologies, Unesco, 1986.

22) En los. párrafos que siguen se resumen algunos aspectos del informe ini­cial del proyecto, que tiene mil páginas. Véase Bernardo Villegas y otros. (Eds.), The Philippines at the Crossroads: Some Visions for the Nation, Manila: Center for Research and Communication, 1986.

23) Bernardo Villegas y otros, op. cit., p. 17.

24) F. Sionil josé (ed.), A Filipino Agenda for the 21st Century. Manila, Solidaridad Publishing House, 1987.

25) Acerca de la elaboración de un enfoque unificado, véase UNRISD, The Quest for a Unified Approach to Development. 1980. Véase también el estudio de Marshall Wolfe, Elusive Development. UNRISD y ECLA, 1981.

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