pajaro sin vuelo - luis mateo diez

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  • Luis Mateo DiezPjaro sin vuelo

  • 2011, Luis Mateo Diez De esta edicin: 2011, Santillana Ediciones Generales, S. L.Torrelaguna, 60. 28043 Madrid Telfono 91 744 90 60

    Telefax 91 744 92 24 www.alfaguara.comISBN: 978-84-204-7498-4 Depsito legal: M-29-507-2011 Impreso en Espaa - Printed in Spain Diseo:Proyecto de Enric Satu Imagen de cubierta:Mara Prez-Aguilera Fotografa de cubierta:TrevillionQueda prohibida, salvo excepcin prevista en la ley, cualquier forma de reproduccin, distribucin, comunicacin pblica y transformacin de esta obra sin contar con

    autorizacin de los titulares de propiedad intelectual.La infraccin de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 v ss. Cdigo Penal).

  • 1. EL ESCARABAJO EN LA COCINA

  • 1La maana en que Ismael Cieza comprob que no era capaz dehacerse la corbata, fue cuando tom conciencia de que su vida llegaba allmite que alcanzan los fugitivos que deciden entregarse, porque ya no lesquedan fuerzas para seguir huyendo.

    Esa maana inauguraba un da crucial en la vida de Ismael Cieza, unade esas jornadas que dejan en la playa los restos de lo que el mar arrojapara que, al menos, por unas horas queden depositados en la arena antes deque las olas se los vuelvan a llevar.

    Las manos irresolutas de Ismael Cieza intentaban hacer el nudo de lacorbata, y en la imposibilidad de lograrlo mostraban el temblor con que elnerviosismo pone en evidencia la incapacidad.

    Haban pasado muchos aos sin que necesitara hacerse la corbata, yaque esa encomienda estaba delegada, como tantas otras de la rutinadomstica, en Novelda, que siempre haba sido una esposa atrapada muchoms all de lo razonable en las tareas domiciliarias, como si lasdelegaciones no proviniesen de una obligacin convenida en el reparto dela convivencia sino en el rastro de las impericias y las dejaciones, queIsmael iba acumulando igual que el bicho que se aleja con la huella de lababa en el suelo.

    Las prendas que uno se quita, los objetos que se acaban de tener en lasmanos, los utensilios recin usados, lo que se descoloca y abandona sin queregrese a su sitio, contraviniendo cualquier norma de orden porque nisiquiera se acepta la existencia de una normativa, ya que el propiocomportamiento implica un desconocimiento absoluto de lo que pudieracontribuir a la naturalidad organizada de los actos cotidianos que, para bieno para mal, compartimos con quien se vive...

    La corbata siempre se la hizo Novelda y, desde la separacin, haba unremanente de corbatas hechas que colgaban en el armario como viejosdogales que esperaban el cuello del ajusticiado. Se trataba de la reserva conque Ismael aseguraba la tranquilidad de su inmediato y repetido uso, la

  • garanta de que poda salir corriendo al despacho sin que algo tan penosocomo una corbata sin hacer se contrapusiera en el camino. El patrimoniode las prendas as colgadas no resultaba muy edificante, pero en ningncaso le incitaba a la necesidad de adiestrarse con el lazo, como si en elintento de ese adiestramiento la previsin del fracaso supusiera un nudoms sin hacer en su vida.

    Y de la concatenacin de tantos nudos, hechos, deshechos y sin hacer,estaba colmada esa vida que adquira un ingrato espesor en la maana, conel desaliento que el fugitivo administra para darse por vencido.

    En el vano intento, ante el espejo que devolva la imagen ajada que elcuidadoso afeitado no lograba aliviar, y en la que las ojeras marcaban lasarandelas de un sueo peor digerido que el que mantiene crudos losalimentos en el estmago, Ismael Cieza fue sintiendo el desamparo quesupona una incapacidad tan flagrante.

    Se trataba de un mero gesto que poda haber sido imperceptibledurante mucho tiempo y que, sin embargo, adquira de pronto la dimensinexacta de su significado, lo que la carencia determina en el estupor con queuno acaba de comprobar su ineficacia.

    Es precisamente en esas pequeas cosas que no se ven, en los actosque solventan las necesidades menos relevantes y ms inmediatas, dondemejor se aprecia la inconsecuencia o la irresolucin de quien estdesarmado sin reconocerlo.

    En realidad, la convivencia ayuda en muchas ocasiones a que ladelegacin de lo que no se sabe hacer o ni siquiera se intenta, parezca no yaun demrito sino la peculiaridad divertida y hasta disculpable de quienvuela irredento por otros aires, sin que se requieran los servicios que lmismo no sabe prestarse.

    El da en que Novelda se fue definitivamente, cuando la separacinmatrimonial qued consumada tras la ltima y fracasada tentativa, IsmaelCieza tuvo la ocurrencia de reclamar la propiedad del coche familiar, unmodelo recientemente comprado, como si al ver a su mujer hacerse con lasllaves del mismo en la mesita donde habitualmente las dejaba, hubiesesaltado el resorte de lo que siempre fue la observacin de un gestointranscendente, nada distinto al de ponerse el abrigo o sacudirse la melena

  • antes de irse. Una especie de gesto utilitario que siempre le corresponda aella y al que l era ajeno, salvo en las ocasiones en que las llaves noestaban en su sitio y la soflama de la mala cabeza suba a sus labios comouna acusacin que a ella le indignaba.

    Es lo ltimo que debiera interesarte... asegur Novelda aquel da,sin reconvencin ni malicia, con parecida templanza a como habasobrellevado los trmites de la separacin. Jams te planteaste sacar elcarnet de conducir, y no hay cosa ms absurda que ser propietario de uncoche sin saber manejarlo.

    El temblor de los dedos se aferr a la confusin con que la corbataresbalaba como la piel de una serpiente que huye despavorida, y cuando laserpiente colg abatida del cuello de la camisa, supo Ismael Cieza que lajornada que le aguardaba sera la que mejor mostrara el extremo de lacontradiccin a que finalmente haba llegado su existencia.

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    El escarabajo se mova en el sueo con la lentitud y el temor de quiense encuentra en un medio extrao, y la curiosidad del durmiente adverta eltemblor de las antenas y el peso del caparazn que aplastaba las patassobre las baldosas.

    Era el mismo escarabajo que haba asomado por algn resquicio delos sueos infantiles de Ismael, con la cabeza rombal y los litrosapelmazados, el que haba recogido del suelo para guardarlo en el bolsillocon las canicas y las migas de pan.

    Los colepteros seguan una ruta reincidente y numerosa en lossueos de Ismael, al menos hasta que en su juventud dejaron paso a losroedores, que siempre corran asustados bajo la cama y a veces sequedaban quietos y le miraban amistosos y compasivos cuando abra elarmario, como si en el sueo el armario fuese la cueva donde se guarecan.

    Entre los insectos las noches de la adolescencia se hicieron msapacibles que los das y slo de cuando en cuando, la concordia se veaamenazada por su excesiva presencia, como si las filas que habitualmenteescoltaban desde las cunetas las carreteras por donde el durmientecaminaba sin tregua, se espesaran hasta convertirse en escuadrones que

  • adquiran un aspecto blico.El escarabajo se detuvo en medio de una baldosa, indeciso o ms bien

    extraviado, como si el temor ya corroborara la existencia de un mediohostil y, lejos de cualquier formacin, como un individuo solitario a quiennadie podr auxiliar, deposit todo su peso sobre s mismo, en esadisposicin de camuflaje que a Ismael, cuando era nio, le facilitaba laposibilidad de cogerlo con los dedos y meterlo en el bolsillo del pantalncon las canicas y las migas de pan.

    Dio la luz de la cocina y all estaba, igual que una diminuta piezaacorazada de acero oscuro.

    La continuidad del sueo repeta esa presencia en el inesperadodescubrimiento que pareca una redundancia en la realidad del despertar.

    Era un tramo habitual en ese pasillo que encerraba la noche como uncamino por el que andaba descalzo, casi siempre para llegar a la cocina y,tras encender la luz, abrir la nevera y dar un trago de leche de la botellaabierta, lo que siempre le recriminaba Novelda por la fea costumbre quesupona dejar las babas.

    Nada te cuesta usar un vaso... le repeta ella, poco convencida deque algn da llegara a hacerle caso, y l haba reconvertido la reincidenciaen un acto de desobediencia y desgana y hasta se complaca chupando elcuello de la botella como si las babas formasen parte de la necesidad debeber.

    El escarabajo estaba quieto.En el sueo la disposicin era la misma, el trabajoso movimiento

    desapareca, la inmovilidad transformaba la diminuta pieza acorazada enuna bola que muy bien poda haber cado al suelo desde el agujereadobolsillo de cualquiera.

    La intencin de dar dos pasos por las baldosas y acercarse paracogerlo, como de nio haba hecho tantas veces, apenas dur unossegundos en la somnolienta voluntad de Ismael Cieza.

    La leche estaba agria.Poda tratarse de una botella que llevase abierta demasiados das. Las

    provisiones no tenan el control de quien se ocupa de una compra regular yrazonable.

    La nevera despeda el olor de los alimentos que se descuidan.

  • Probablemente, de todos los electrodomsticos y muebles de la casa era elque ms preocupaba a Ismael y, al tiempo, el que mayor desazn leproduca. Un instrumento domstico que no participaba de la pasividad delos dems, que estaba vivo en sus necesidades y reclamos y que pona enevidencia, del modo ms insistente, la ino-perancia y descuido de suusuario.

    En el polo opuesto se encontrara, sin duda, la cama, siempredeshecha y, sin embargo, manteniendo el frescor de las sbanas arrugadasque apenas necesitaban ser estiradas en el momento de acostarse pararecuperar la tersura.

    No vaticin, como otras veces en el sueo, el camino del escarabajo.La presuncin le llevaba a quedarse observndolo el tiempo necesario,

    igual que si la espera se correspondiese con lo que el insecto necesitarapara recuperar las fuerzas y emprender de nuevo esa ruta extraviada por lasbaldosas, salvando con especial esfuerzo la juntura de las mismas.

    Le reconfortaba verlo.Senta el placer del nio que en ms de una ocasin se haba

    apoderado de l.Era un smbolo de sus vicisitudes o, al menos, le gustaba hacerse a la

    idea de que entre todos los bichos del mundo resultaba el nico al queprofesaba una secreta confianza.

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    Un nio perdido en una ciudad perdida.La infancia de Ismael Cieza dej la marca del largo camino que

    confunda las maanas incrementando la angustia de su desorientacin.No se trataba de un camino intrincado, aunque en la configuracin

    urbana de una ciudad como Doza la antigedad contribua a que noexistiesen direcciones razonables. Y tampoco era excesiva la distanciaentre la casa paterna de Ismael y el Colegio donde estudiaba, pero entre ladisposicin de salir cada maana y llegar con el tiempo preciso para entraren el aula antes de que la primera clase hubiese comenzado, exista untramo de reserva mental que aquilataba los pasos y ayudaba a que fluyeseun temor que fue alimentando la confusin.

  • Salir de casa suscitaba una tensin de aventura e inclemencia,adecuada al desamparo en que Ismael se sinti preso cuando la familiavino a Doza o, ms exactamente, cuando meses antes su padre le comunicque le trasladaban a Doza desde Armenta, que era la ciudad donde Ismaelhaba nacido y en la que siempre haban vivido.

    Se trataba de un traslado profesional que supona un ascenso en lacarrera del padre y que en el destino familiar tambin marcara el lmite delas razonables ilusiones con que el matrimonio afrontaba un porvenirmodesto, con dos hijos de edades cercanas que complacan cada unorespectivamente a la madre y al padre, tal vez por un apego ms instintivoen la madre hacia Ismael y en el padre hacia Elvira. Ese apego que en nadadetermina un valor injusto en las preferencias y que deriva de la tempranaorfandad de la madre y de la circunstancia de que en la familia numerosadel padre no existiese ninguna hermana.

    El lmite de las razonables ilusiones con que la familia se instal enDoza fue hacindose perceptible en lo que poco a poco la mala suerteretrae de la expectativa, y la desgracia repone para llenar el hueco de loque se va perdiendo, como si en la medida de lo que honorablemente sepretende se interpusiera el destino como un dato en la suma negativa.

    El destino, una palabra que no tard mucho tiempo en conformar en lacabeza de Ismael Cieza un ruido parecido al de las ruedas en los rieles, conel eco de la necesidad en el veloz recorrido de direccin inexcusable, y unaliento parecido al humo de la locomotora que justificaba la fatalidad de sucurso: el humo que igualaba las aguas del ro de Doza, que siempre fluanen la misma direccin en que se iban los trenes.

    Hubo un contratiempo en la Oficina bancaria que diriga el padre deIsmael, un problema de contabilidad que escap de sus obligaciones perono de sus responsabilidades y, aunque qued aclarado a pesar delquebranto, el distinguido empleado que haba obtenido el merecidoascenso en el traslado fue observando, con mayor celeridad de laimaginable, la subterrnea desconsideracin que labrara el descrdito o lafalta de confianza.

  • El destino pareca reido con la desorientacin con que Ismaelemprenda aquellas maanas infantiles en la ciudad desconocida.

    Doza era muy distinta de Armenta, aunque nada familiariza ms lasestructuras urbanas que ese valor del tiempo en el patrimonio monumentalde las ciudades antiguas, donde el laberinto se construye entre losimponderables volmenes con que la piedra se adue del espacio.

    El destino no conformaba todava la conciencia de lo necesario y lofatal en el pensamiento de Ismael, a fin de cuentas no era otra cosa que unnio perdido en la que todava se le apareca como una ciudad perdida.

    La desgracia creci en los aos siguientes sitiando a la familia, con elpadre profesionalmente relegado con esa impa y sibilina estrategia conque las entidades bancadas planifican las cuentas de resultados y cortan lospies al cuadrar bienes y personas.

    La madre fue constatando el declive de aquel hombre arrinconado, ysilenci hasta donde pudo la dolencia que alteraba su corazn enfermo.

    En lo ms recndito de la familia, tambin entre los parientes msallegados, el secreto del corazn maltrecho de la madre formaba parte delsobreentendido con que tan reiteradamente preservan las familias lo quepertenece a la intimidad del sufrimiento, de manera que la preocupacinque todos asumen se solidarice en la discrecin.

    La historia del corazn maltrecho de su madre la supo Ismael cuandola enfermedad se la llevaba, mientras su hermana Elvira volva a repetirleaquellas palabras que fraguaron una relacin tan cariosa comocontradictoria:

    Nunca te enteras de nada.

    4

    Se hizo un hombre perdido en la misma ciudad, ya que en Doza,exceptuando algunos estudios y viajes, sigui viviendo, lo que determina elcompromiso de Ismael con un escenario urbano que integr el destinofamiliar y auspici el suyo, aunque nunca lleg a sentir a Doza como laciudad que le corresponda.

    En ella conoci a quien sera su esposa, Novelda Lama.

  • Celebraron el matrimonio en la Capilla de la Colegiata, naci Abril, lahija nica, vivieron en un piso de la Plaza Ceranda, que el suegro ayud acomprar, y nada vari en la ocupacin profesional de Ismael, que siempretuvo clara la aversin a las encomiendas bancarias, donde su padre tantohaba sufrido, y acept sin mucho entusiasmo pero con la resignacinremunerada en la que sus capacidades le hicieron brillar lo suficiente parallegar a puestos de mayor responsabilidad, un empleo en la Compaa deSeguros Occidentales, donde el dueo en seguida profes a Ismael laestima que jams pudo depositar en un hijo calavera, que socav hastadonde pudo un negocio muy necesitado de la seriedad y solvencia en lasrelaciones.

    Don Medardo, el dueo, y su hijo Tulio tenan para Ismael esacercana que sustituye lo familiar por el compromiso de unas relaciones deconfianza que desbordan lo laboral y establecen la trama de unadependencia no evaluada, como si en los Seguros hubiese una herenciacompartida que jams se repartir.

    El nio que Ismael haba sido se perda en el tramo de las maanas,todava reclamado por el sueo que habitualmente alargaba un sopor queexpresaba su torpeza en los pasos desordenados y en la desorientacin.

    La experiencia de la ciudad desconocida, y tambin lo que supona eldesamparo de los amigos dejados en Armenta, afianz la dificultad de uncamino al que no se le presta la atencin debida, el curso de las calles quecontradecan la direccin en el desorden de su antigedad, y la prdida lehizo consciente de un espacio hostil, como si el temor que se fueapoderando de su nimo no tuviera otra alternativa que la de suincapacidad para dominar aquel nuevo escenario.

    Tuvo que pasar bastante tiempo hasta que el nio adquiriera elconocimiento y el poder precisos para aduearse de un paisaje taninmediato e incierto, pero ni siquiera ese poder y conocimiento sirvieronpara que desterrara la temerosa sensacin de no llegar a donde iba y en elhorario establecido, ni volver sin que el recelo se disipara.

    Los nuevos amigos fueron contribuyendo a que el desamparo sealiviase, aunque la inseguridad del futuro empleado de la Compaa deSeguros nunca desapareci, y el hombre perdido era un heredero cabal enla misma ciudad perdida de la que jams consigui apropiarse.

  • En la contradiccin de aquel tramo de la maana hubo un detalleespecial que reforz los desordenados pasos del nio que estabadescubriendo las calles de Doza.

    Sin darse cuenta, como del modo inadvertido en que un peligro nosacecha o alguien a quien pudiramos considerar enemigo nos vigila, Ismaelcomenz a sentir el temor como un veneno que circulaba por las venas,tambin la cobarda que poco a poco paralizaba la torpeza de sus pasos.

    Haba en Ias calles, sobre todo en los alrededores de la Colegiata,algunas casas que tenan unos portales enormes, en los que la piedra y laoscuridad daban la misma impresin que las bocas abiertas de algunascuevas donde resultara difcil que habitaran seres humanos.

    El temor reforz la cobarda y la torpeza y, a la vez, una intensacuriosidad que en muchas ocasiones le haca detenerse ante ellos,tembloroso y necesitado de que alguien, fuera quien fuese o lo que fuese,asomara para reclamar lo que Ismael soaba.

    De ese mal sueo particip el hombre perdido en Doza.Lo que el nio vivi entre las contradicciones de su camino, la

    hostilidad que sugera la amenaza o la vigilancia, entre la desorientacin yel apremio por llegar cuando deba, aliment los sueos que perpetuaronalgunas emociones secretas y los recuerdos que Ismael Cieza recuperabamuchas tardes, al volver a casa desde el despacho en la Compaa deSeguros, cuando cruzaba ante un portal que ya no le pareca tan enormepero s igual de oscuro y peligroso...

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    Decir que estaba perdido en la vida tiene algo de justificacin que aIsmael poda gustarle, ya que las coartadas que establecan su aprendizaje,y en las que logr un alto grado de especializacin, asentaban lacomplacencia de su conocimiento.

    No hay mejor manera de complacerse que sentirse complacido, hacerpropicia la propensin a que cualquier cosa nos satisfaga, de modo que notengamos que arriesgar lo que puede perjudicarnos.

  • Ismael fue administrando esa idea de la prdida como un atributo dela inconsecuencia, lo que era fcil de achacar a una notoria falta devoluntad que muy bien poda haberlo convertido en uno de esos seresextraviados que padecen algunas de las enfermedades de la voluntad queauspician sus trastornos.

    Perderse en la vida requiere, en casos como el suyo, una capacidadparecida a la del marino que no gobierna la navegacin y siempre se sientesegundo o tercero de a bordo, sin ambicin para cumplir en su puesto lasrdenes previstas ni pasarse de la raya en el incumplimiento.

    Dejarse llevar era el sistema de no ir a ningn sitio que no fuese elirremediable, y en esa disposicin conviene que el aprendizaje ayude alimar las asperezas. El navio navega en la quietud de un mar en calma, y laplacidez anima el placer de que esa navegacin no tenga trmino. Se gozade la vida con la complacida conciencia de que uno no pretende muchoms de que le dejen en paz, sin que el tiempo contraiga las urgencias queprovienen de las necesidades, sin que el espacio no sea otra realidad que laque encamina la deriva de un barco que parece navegar sin que haya sidopreciso rescatarlo del dique seco o soltar las amarras.

    Ismael Cieza saba de sobra que la prdida, o el desvo de unaexistencia ajustada a un ideal tan vano, o tan vacuo, segn tena queescuchar en las variadas admoniciones de quienes ms cerca de l estaban,y lo queran y soportaban, era una excusa y una variante del extravo, loque llega a disimularse mal cuando la coartada muestra el resquicio de laresignacin culpable.

    Ests resignado a ser como eres, a nadie engaas. Nunca vendiste loque no te perteneca. Mi mayor ambicin es que me dejen en paz, enproporcin a mi capacidad para no meterme con nadie, y no pido lo que nodoy y jams me gust reservar el derecho de admisin en ningn negociode la vida.

    La resignacin culpable.Del mismo modo que el nio atesoraba un temor venenoso ante los

    enormes portales oscuros de Doza, las cuevas de las que podra salir un serdaino para devorarlo, el hombre perdido en la vida atesoraba con

  • creciente inquietud esa sensacin de que su conciencia perda lasconvicciones morales que hacan de la resignacin un bien honorable.

    Resignado a esa existencia subsidiaria que le ayudaba a permaneceren segunda, tercera o cuarta fila, comenzaba a hacerse fastidiosa lanavegacin cuando los requerimientos, sobre todo en la esfera familiar,eran tan imprescindibles como su deriva marinera, y en la actitudresignada que mostraba las mejores armas de sus justificaciones, el fluidode la culpabilidad presagiaba en los peores momentos algo parecido almareo o al corte de digestin.

    La vida no se resuelve de cualquier modo.Las reservas de Ismael Cieza se fueron consumiendo mientras la vida

    discurra y, como era fcil de prever, ese cmulo imperceptible de lascontradicciones comenz a subir a la superficie con la mismaconsternacin con que ascienden los restos de un naufragio en que lapropia conciencia rescata lo que permanece desaparecido.

    Ms que perdido, echado a perder, dijo Novelda en una de las ltimasconversaciones que precedieron a la separacin, cuando todava no habanllegado al convencional esfuerzo, que intentaron pactar varias veces, paralograr que la ruptura no acumulara ms daos de los necesarios, a lo quecontribuy mucho la templanza de ella.

    6

    Tambin el primer episodio de la maana de ese da crucial, cuandoIsmael llevaba seis meses viviendo solo, y el domicilio de su soledadsegua siendo el familiar de la Plaza Ceranda, pues Novelda prefiri irseuna temporada al piso de sus padres, que estaba vaco desde su trgicofallecimiento en un accidente de circulacin, fue la constatacin del maldel cuerpo con que siempre arrancaban sus jornadas.

    El mal del cuerpo era la denominacin eufemsti-ca con que Ismael serefera al estreimiento. La forma de hacerlo no era inocua, como tantasotras constataciones y expresiones que usaba de manera reiterada en la

  • denominacin de sus asuntos ms personales, no slo fisiolgicos, tambinrelativos a sus costumbres, al modo de relacionarse con los dems y a laadvertencia de la autocomplaciente mirada que esparca con irnicacomplicidad sobre lo que en cualquier momento tena ms cerca.

    En el punto de mira de Ismael, exceptuando la condolencia excesivade sus dolores, siempre ms terribles y menos compensables que los de losdems, emerga la irona o un humor improvisado, capaz de perfilar lagracia en la observacin y el comentario, lo que facilitaba las armas de surelacin y procreaba la simpata en los alrededores, como si en lanaturalidad de sus palabras, tan insistentemente conmiserativas, ese humordestilara una comprensin benigna que irradiaba la correspondientecomplicidad.

    Eres un encantador de serpientes, le deca Novelda, pero al magoquien de veras lo conoce es quien se sabe sus trucos, el encantamientotiene la trastienda de lo que no brilla en el escenario...

    No es que Novelda hubiera llegado a sentirse la ayudante delilusionista, tampoco Ismael ejercitaba las artes estrictas delprestidigitador, ms bien al contrario: a Novelda la subyugaba la capacidadhumorstica de su marido, la facilidad para ganarse a la concurrencia, y enlas bromas con que Ismael se sobrepasaba ponindola a ella en una suertede evidencia no por cariosa menos pesada, llegaba a sentirse complacida,como si l la ganara para que el humor la contagiase y lo sintiese suyo.

    El encantador de serpientes, el ilusionista, dejaba que la ayudante, sipor tal quera sentirse apreciada, diera ms pasos que l bajo los focos obajo las bambalinas. El auditorio adjudicaba a Novelda lo que Ismael lehaba concedido y la pareja comparta esa felicidad instantnea que sesuma en el halago de la diversin y las risas.

    Luego, cuando acababa la funcin, que era una parte importante de lavida de Ismael, que no necesitaba escenarios ni pistas iluminadas, elencantador de serpientes mostraba lo que el nimo no puede mantener conla constancia definitiva de lo que somos: mostraba el desamparo quejustifica la carencia en que Ismael tanto se deleitaba, la fragilidad quetiende un resorte de melancola para que no dejen de verte y sentir queandas en las horas bajas, necesitado de que te echen una mano, aunque nosea imprescindible que lo hagan pero que, al menos, se sepa que la

  • necesitas.

    Los das peores, las horas bajas a las que todos tenemos derecho, losmomentos en que la irona falla en el propio espejo, aunque Ismael sabamirarse hasta en las ms duras ocasiones sin que la vela se apagara porcompleto, discurran en la razonable corriente de quien mantiene unespritu poderoso, capaz de aceptar esos vaivenes irremisibles sin que seproduzca el hundimiento, aunque el espritu se contradiga con lainseguridad y, sobre todo, con la incapacidad, como si en la administracinde la existencia sufriese Ismael una contradiccin extrema en la que sedesvanece cualquier poder bajo la lnea de flotacin del temor y eldesaliento.

    7

    Al mal del cuerpo le precedi ese momento del despertar que lopresagia, cuando el hecho de abrir los ojos se compadece con lacircunstancia de un nimo averiado.

    La cama revuelta, las sbanas ms usadas de lo debido, cierto hedorque la propensin higinica de Ismael detectaba como una variantedesoladora de su propio aislamiento contribuan a ese desnimo, ya que lamaana en el otoo de Doza filtraba a travs de las persianas una luz deespejo empaado o la opacidad del cielo que confunde nubes y brumas.

    El hbito de saltar de la cama con el sonido del despertador o con elrebullir incmodo de Novelda, que siempre se daba la vuelta con ladecisin malhumorada de quien encuentra en el final de la noche las horasms dulces para seguir durmiendo sin que nadie le moleste, se habatransformado a lo largo de los ltimos meses en una autnticadeshabituacin. Ni sonaba el despertador, porque no lo pona, ni rebullaNovelda, porque se haba ido.

    Y el despertar de Ismael Cieza se produca como el imprevistoregreso a la estacin de la que uno se fue hace muchsimo tiempo y a laque vuelve sin la mnima voluntad de hacerlo.

  • Los ojos abiertos corroboraban el vaco de la estacin, la inexistenciade trenes y horarios, el tendido de las vas como la medida de una longitudde acero que no daba * ninguna significacin a la distancia. Los ojos delque viene sin haberse ido o del que se fue sin haber llegado: un

    reflejo en el alma que incitaba a cerrarlos de nuevo, para que el nimoaveriado pudiera defenderse de la amenaza de levantarse, del hedor y eldesorden y la luz del otoo cautivo.

    El presagio se correspondi en seguida con la saliva amarga que lalengua recuperaba en el cielo de la boca, como si la arrancara del resecofirmamento que agrietaba la respiracin nocturna en la posicin en queIsmael, con la frecuencia con que Novelda maldeca sus ronquidos,mantena la boca abierta en la actitud del descabezado.

    Y se corresponda ms directamente con lo que poco a poco sentacomo un peso en alguna zona indeterminada del cuerpo que en seguida secentraba en el vientre.

    El peso era en el presagio la advertencia de su abatimiento, laindicacin de que la carne estaba vencida y yerta, literalmente desplomada,como si el atisbo de la maana, lo que el despertar supona en la huida delsueo, no fuese otra cosa que el efecto de una cada que lo derribaba sinremedio.

    El peso del cuerpo, la carne derrumbada, los huesos que ayudaban aldesplome...

    El vientre como el lugar donde, como tantas veces, ese peso era unespesor intestinal acumulado y rebelde, cuyo contenido no derivaba en larazonable evacuacin, un peso muerto que contaminaba esa suerte demortalidad con que Ismael padeca su condicin de estreido crnico,alguien que ya haba pasado por todos los diagnsticos y medicaciones,que haba recurrido a todos los ardides y, para mayor complicacin, venasufriendo un acrecentamiento del mal desde que Novelda lo habaabandonado.

    Piensa en mis despojos, haba dicho Ismael con la irona fuera delugar cuando hicieron el esfuerzo de despedirse, aunque una despedidaformal en absoluto era necesaria, y Novelda fren la sonrisa malvola

  • correspondiente, pero no pudo sujetarse en el momento del comentario: lasheces duras como peascos, ese estreimiento mental, moral y sentimental,no me tomes de nuevo el nmero cambiado, y aquellas palabras, tras lairona nada propicia que, en el fondo, como era habitual en Ismael,conservaba algo de requerimiento piadoso, se contaban entre las mscrueles que ella le hubiese dirigido.

    Lo tengo bien merecido, se dijo despus Ismael, cuando Novelda sefue, intentando aliviar la sonrisa malvola para demostrar de nuevo que noera vengativa.

    De todas formas, le haba dicho ella finalmente, si encuentro algnremedio que no hayas probado, no dejar de llamarte para decrtelo.

    8

    Mover el vientre se ajustaba al altisonante calificativo del mal delcuerpo, tan propio de las exageraciones con-miserativas de Ismael, sin quepasase de ser otra cosa que una vicisitud matinal, tan preocupante comofrustrada.

    La estoica vicisitud contaba con el convencimiento de la herenciagentica, ya que el padre de Ismael haba acarreado a lo largo de toda suvida el mismo problema, con un grado de obsesin que, en los aos finalesde su existencia, marc literalmente sus costumbres y destino.

    Don Arno viva amarrado a la dependencia intestinal, como la gabarraque no emprende la navegacin hasta que la descargan y va de dique endique en limitados viajes que apenas la permiten separarse de la ribera. Unhombre cariacontecido y severo, ensimismado en una expectativa quehabitualmente no se cumple y que, cuando se logra, no sobrepasa la exiguaresolucin del quiero y no puedo, como esas vanas esperanzas que jams sedan por satisfechas.

    Lo que Ismael Cieza contabilizaba, muchas veces con el regodeo de lapaciencia que le permita afinar la evaluacin de lo que el mal comportaba,era el tiempo que poda llevar invertido en la taza del vter, una estimacinbastante aproximada de los miles de horas en que el centinela permanece

  • en su puesto aguardando lo que su padre, en el lmite de la desesperanza ycon los nervios perdidos, denominaba el santo advenimiento.

    Esas horas infinitas, ese tiempo devaluado e inocuo, que siempreestaba precedido, y en eso tambin continuaba Ismael la enseanzapaterna, de una ablucin en ayunas y un contrastado desayuno, anteriores alreiterado ir y venir por los pasillos de la casa o, en el caso de Ismael, alpausado camino hasta el despacho en la Compaa de SegurosOccidentales.

    Con una novedad en la que, cuando surga, se jugaba la venturacorporal de la jornada, y es que en el trance de sus reconcentrados pasos seprodujera el aviso que los precipitaba, de modo que arribaba como almaque lleva el diablo al Caf Consorcio, muy cerca ya de la Compaa, sinretardar la respuesta a la reclamacin que conllevase el riesgo de alcanzarel puerto habitual de la Oficina.

    Y en el veloz recorrido al pie de la barra del Consorcio, donde tantoscafs tomaba y tantos asuntos profesionales haba atendido, con eseconocimiento y confianza que despiertan los clientes de tanta fidelidad ytiempo, siempre alguna voz animaba los pasos finales hacia las escalerasque bajaban presurosas a los Servicios:

    Vamos, vamos, don Ismael, no se amilane, que el que la sigue laconsigue...

    En la taza del vter se fragu buena parte de su espritu melanclico.Ismael no llevaba el peridico al vter ni se abasteca con una revista

    o un libro. Tampoco inverta el tiempo en las elucubraciones que vinieranal caso, haciendo volar la imaginacin o reflexionando sobre un asuntoprofesional o perdindose en los recuerdos que suben y bajan o vienen ydesaparecen en la insignificancia de la memoria sin dejar el menor rastro.

    Era un tiempo ensimismado.La fisiologa intestinal marcaba ese plegado desarrollo en el que tan

    lentos o escasos deban supurar los jugos de las cuantiosas glndulassecretoras, y el ensimismamiento era la actitud de resignacin de IsmaelCieza hacia la lentitud digestiva, un auspicio tan indefenso como derrotadoen la direccin en que los alimentos ya transferidos en su metamorfosisfuesen al recto en el tramo del intestino grueso tras superar el colon.

    Ensimismado, resignado, consciente de lo que el cuerpo debiera

  • cumplir con la voluntad de la materia, sabiendo que en el mal prevaleca ladisfuncin o la extraordinaria dificultad para que todo sucediera con lanaturalidad de los designios fisiolgicos.

    9

    La falta de corbata era, adems, la constatacin de una camisa malplanchada y el mejor recurso para percatarse de que cualquiera de los trajestena defectos o manchas ms que suficientes para haber ido a la costureray a la tintorera.

    Los bajos de los pantalones se descosan con reincidencia, porqueIsmael no era cuidadoso al ponrselos y estiraba la pierna con lacontundencia con que el dedo gordo buscaba una rpida salida, como si deun bicho angustiado se tratase. Ese dedo era el culpable de que los bajos sedesprendiesen y propiciaran su desplome, una y otra vez trabados al subirlos pantalones, con el dobladillo descosido.

    La sensacin de caminar con los bajos cados, asomando con eldescuido de su arrastre que llegaba a cubrir los zapatos, avergonzaba aIsmael casi tanto como lo incomodaba. Los pasos no podan tener lanaturalidad que libera su direccin sin ninguna cortapisa, quedabanconstreidos y acobardados en la direccin que se llena de cautelasculpables porque se camina con la advertencia de que nos van a descubriro, lo que es peor, con el disimulo para que no lo hagan, atentos al desvoque puede provocar que nos pisemos a nosotros mismos.

    No era ninguna novedad lo que, en este sentido, le suceda aquellamaana. El botn suelto, a medio desprenderse, en algn punto de la lneade cualquiera de las chaquetas, se corresponda con alguno de los botonessaltados en la mayora de las camisas.

    Los botones eran los objetos menos considerables en el vestuario deIsmael, los ms invisibles en la costumbre de su uso, los que msinsistentemente se perdan sin que se percatara de ello. Unos objetosbastante aborrecibles, que le hacan caer en la cuenta de su desaparicincon un rapto nervioso, como los contratiempos que ponen en evidencia loque menos nos importa pero que no atendimos, mostrando la carencia que

  • los hace miserablemente imprescindibles.

    La vida de Ismael estaba llena de botones cados, de ojales hurfanos.Las manchas, los descosidos, no pertenecan con tanta insistencia a

    ese hbito del vestuario que es ms indicativo de un abandono que de ladudosa higiene.

    La higiene personal, sin llegar a convertirse en obsesin, formabaparte cuidadosa de sus costumbres. Las manchas, los descosidos, se habanhecho ms evidentes desde la ausencia de Novelda. La vigilancia en laconvivencia, el cuidado de ella en la delegacin de tantas funcionesasumidas sin que hubiese otro pacto que el derivado de realizarlas, habacontribuido a que Ismael se liberara de esa atencin, como de tantas otrasen lo ms cotidiano de la supervivencia, en los actos menores que acarreanlos compromisos de la vida diaria.

    Los botones formaban, sin embargo, algo que responda a un conflictoms lejano, si el trmino no es excesivo para nombrar los sentimientos deun nio que por vez primera se percata de un botn cado en el trajecilloque acaba de estrenar, o no controla el manoseo del botn en el peto, hastaque el botn, una vez ms, se queda entre sus dedos como un objetoculpable.

    Durante mucho tiempo el nio hizo lo posible por guardar los botonescados, aunque no pudiera hacerlo con los que sujetaban los tirantes, yalgunas de las primeras rias, y hasta alguna bofetada, provinieron de esareincidencia de arrancar la pequea pieza de hueso, que fue guardando nocomo quien colecciona un tesoro sino como quien oculta la prueba deldelito.

    Tambin los botones estaban en los sueos de Ismael.A veces los insectos que cruzaban las baldosas de la cocina parecan

    redondeados y de ncar al detenerse, con un brillo de muescas o diminutosagujeros en el trax. Y no era raro que alguno de los roedores quedescubra en el interior de los armarios, en los ms reincidentes sueosjuveniles, tuviese un botn en la boca, como si tambin los ratones fuesenculpables de su sustraccin, aunque a nadie se le hubiera ocurridoachacarles ese cargo.

    Contar los botones fue en alguna ocasin repasar las cuentas de una

  • culpabilidad secreta.

    Las manos del nio se acomodaron ms tarde a manosear un botnsuelto, como si el botn ganara la credibilidad de un amuleto, y en esacostumbre, desviada como una mana que acab siendo nada agradable, yaque el nio la asumi con temor y hasto, se fragu el asedio que Ismaelsufri en la inmediata adolescencia, cuando las costumbres se hicieronactos maniticos, repetitivos, llenos de ftiles amenazas e inconfesablesobsesiones que contrariaban una conciencia crecientemente escrupulosa.

    Un da el nio enterr el ms sudoroso de los botones, el que mstiempo le haba durado en el nervioso manoseo. Lo hizo en el recodo de unjardn mientras caminaba hacia la Escuela, al pie de algunos tallosprimaverales.

    Lo que pareci una liberacin se convirti en seguida en un motivo depreocupacin.

    Pocos das despus ya haba arrancado otro botn para sentirlo en elpuo cerrado, y no mucho ms tarde intent recuperar el que habaenterrado.

    10

    Sin corbata, con la camisa mal planchada, un botn a punto dedesprenderse de la chaqueta y el dobladillo descosido de la pernera derechadel pantaln, sali Ismael Cieza de casa aquel da en que el otoo de Dozapona un brillo sucio en el incipiente bullicio de las calles.

    El horario regular con que llegaba al despacho en la Compaa deSeguros Occidentales no reclamaba una exactitud continuada, entre otrasrazones porque de cuando en cuando aprovechaba Ismael las primerashoras para hacer algunas gestiones bancarias o administrativas o visitar aalgn cliente, preferentemente empresarios o comerciantes a quienes lajornada laboral se les complicaba segn discurra.

    Los hbitos profesionales de Ismael haban aunado, en aras de unaeficacia suficientemente rentable y relajada, la capacidad de disposicin, el

  • servicio atento a cualquier sugerencia y, sobre todo, el poder modificar lasprevisiones y las citas cediendo en lo que fuera posible, como si laimportancia del tiempo de los dems siempre resultase superior a la delsuyo. Y sin que eso supusiera ninguna sensacin de sometimiento, como siel cambio de planes redundase en el beneficio del cliente, siempredispuesto a pedir las disculpas que Ismael conceda encantado, dandomuestras de una reconocida generosidad.

    Aquella maana llevaba por lo menos media hora de retraso, y notena ninguna encomienda profesional antes de ir al trabajo.

    Segua el mismo camino.Los itinerarios de Doza orquestaban la variacin laberntica que la

    cabeza de Ismael se complaca en no desenredar, como si la lejana delnio perdido, que vino de Armenta con muy poco conocimiento de causa yms temores de los debidos en el desplazamiento, fuese el aval del hombreperdido o, para mayor exactitud, ese hombre se hubiese despreocupado deatar los cabos necesarios para que el hilo guiara los pasos conscientes enuna urbe que, sobre todo en el entorno de la Ciudadela, se ufanaba de sucondicin laberntica.

    El camino inconsciente complaca a Ismael, el rumbo ms o menosdesvariado, las calles que no por conocidas y reconocidas pugnaban en elddalo de sus similitudes y confusiones.

    La desorientacin era otro atributo de lo que Ismael aceptaba no comoun don pero tampoco como un demrito y, adems, haba sido un atributocompartido con Novelda, ya que tampoco ella tena facilidad paraorientarse, aunque no en Doza, pues conoca perfectamente su ciudad.

    Donde no me oriento es en el mundo, deca compasiva e intentandodar una transcendencia irnica a su confesin, y sola aadir: y es algo queno me solucion el matrimonio, porque no encontr en l un gua, apenasun compaero de fatigas, bastante fatigoso por cierto.

    El dispositivo fisiolgico de Ismael no pareca accionarse en los pasoscalculados que administraban su requerimiento, pero aquella maanatampoco haba cumplido con las prescripciones reglamentarias.

    De las viejas recetas de su padre, ninguna erradi-cadora delestreimiento pertinaz que sustentaba el mal del cuerpo, mantena la

  • cucharada de aceite de oliva en ayunas, secundada por el vaso de aguatemplada. No los haba tomado y, adems, ese vaco en la cabeza tanbeneficioso en la indeterminacin del rumbo y en la incidencia fisiolgicatan necesitada de un fluir apacible que la alentase, haba cedido a lapreocupacin que lastraba su nimo desde el sueo y el despertar.

    La noche desasosegada con el remoto ruido de tantas cosas y el pesarde tantas percepciones oscuras, no ya el escarabajo hurfano en la soledadde las baldosas, tantas otras emanaciones en las que un cuchillo hiende elsueo rasgando lo que est ms all de la carne, en esa piel de seda y lodoque contiene lo que el espritu atesora como la bilis.

    Y el despertar no menos desolado, con las manos parodiando unacaricia en la arruga fra de las sbanas.

    11

    Entr al Caf Consorcio sin el menor indicio en el vientre,arrumbados los pensamientos que todava no se apoderaban de laspreocupaciones que en ese da iban a sobrevenir, y en vez de cruzarapurado hacia los Servicios se acerc a la barra, sin que la mirada deninguno de los camareros dejara de ratificar que el cliente no llegaba en lasadecuadas condiciones.

    La vida no es la rutina, don Ismael... le dijo Calixto que, comoencargado del Consorcio, llevaba la chaquetilla negra en contraste con lablanca de los otros camareros.

    La rutina se hace pero no se inventa... concedi Ismael, sinmuchos deseos de enzarzarse en la conversacin que Calixto gobernabamejor que nadie en los circunloquios, ya que tambin l padeca unestreimiento crnico en curiosa desavenencia con las dificultades pros-tticas.

    Todo lo que hago lo mido. La concentracin se corresponde con laexactitud. El remedio en ayunas, las cuatro flexiones, la manera de revisarla pupila y la media docena de palmaditas en el vientre. Ya no permito queel despertador me sobresalte, son las campanadas en el reloj del saln. Uncuarto es un aviso, una media una advertencia. La seal de que algo debe

  • suceder...El mal no admite cronometra, no le demos vueltas... remarc

    Ismael, que aceptaba la infusin que Calixto acababa de servirle.No es la rutina... dijo Calixto, contrariado. Porque si

    tuviramos el convencimiento de que de verdad la vida lo fuese, otro gallonos cantara. El cuerpo no es una maquinaria que, engrasada y limpia, haceel destajo con el equilibrio justo. Jams las piezas se engarzan a laperfeccin. Y adems del combustible, la mente, el alma, o un merosentimiento para echarlo todo a perder...

    Hoy no hice nada de lo prescrito, ya ves cmo vengo... reconociIsmael, buscando la comprensin solidaria que no necesitaba solicitar, yaque Calixto siempre estaba dispuesto a dar y recibir el mismo nimo.

    Lo mo comienza patas arriba, no se desconsuele. Por eso hagohincapi en lo de la vida. Sin encomendarme a Dios ni al Diablo, midiendoel mpetu pero no las consecuencias, fui a la taza como el torero a la plaza,responsable y valiente. La miccin exigua y, como puede imaginar,ninguna otra alteracin que me hiciese presumir mayores logros. Laprstata devalu lo que hubiera sido una faena ms o menos exitosa.Medida y contradiccin. Los impulsos repentinos.

    Soaste que tenas ganas de mear?...So, don Ismael, y esto como tantas otras cosas pertenece al

    secreto del sumario que usted me vela con la generosidad y comprensinque lo caracteriza, con mi cuada. Un ajetreo libertino, y a verlas venir.

    Yo, Calixto, como bien sabes, ni siquiera en la castidad vengoencontrando remedio para las otras trabas. La soledad no me ha hecho msdctil. El desamparo no me ayuda. Algunas rutinas las tena delegadas, yahora es peor, ni las respeto ni me acuerdo.

    Calixto atenda a otro cliente, que lo reclamaba n el lado opuesto dela barra.

    Ismael tom la infusin. El desamparo que acababa de citar imprimien su nimo la reconvencin de una alerta pesarosa, pero tambin fue elacicate para comenzar a considerar lo que le aguardaba.

    Entonces presinti que ese esfuerzo, la necesidad de enfrentarse conlo que provena de los sucesos que en los meses inmediatos se haban idoacumulando y que por alguna impremeditada circunstancia sus efectoscoincidan en ese da, incida en el reclamo del cuerpo, como si de pronto

  • fuese la conciencia quien suscitaba el requerimiento.No me diga que se predispone... coment Calixto admirado al

    regresar frente a l.Voy a intentarlo... admiti Ismael, encaminndose a los Servicios

    con tranquilidad. Lo que hoy me espera conviene que me pille ligero deequipaje.

    12

    Un hombre sentado en el receptculo.El aposento con las instalaciones necesarias para aliviar las

    necesidades fisiolgicas, orinar, mover el vientre, era de una extremalimpieza en el Caf Consorcio.

    La obsesin de Calixto, el encargado, rozaba el lmite de la alteradasensibilidad con que padeca su propio detrimento, ese efecto solidario enlas penalidades de una Cofrada que administra el quiero y no puedo con lantima congoja de un secreto que pertenece al barro del que estamoshechos. La seora de la limpieza cumpla las normas de un local impoluto,que eso era el Consorcio, con una dedicacin muy especial a los Servicios.

    Es el colon melanclico deca Calixto, cuando entre las razonesdel padecimiento se deslizaba la apreciacin sentimental, a la que era muyaficionado.

    Y la prstata pesarosa le animaba Ismael. Esa glndulahurfana que se siente desasistida.

    Es lo que somos, musit una vez ms en el receptculo, consciente deque el gesto no tena contribucin, ya que no exista el mnimo indicio y, alcontrario de las maanas propicias, lo que debiera haber hecho, tras lainfusin, era subir directamente al despacho de Seguros Occidentales,sabiendo que en ese tramo final, los tres pisos pacientemente superadoscon pasos lentos y un reposo en los rellanos, se podra suscitar el definitivoreclamo.

    Lo que somos, repeta Ismael all sentado y sin la ms mnimaposibilidad.

    Una constatacin inocua que en el pesimismo de otras maanas tena

  • un deje de irona, ya que en la conciencia de esa precariedad no dejaba deexistir una coartada de las que, con razones ms solventes, usan confrecuencia los enfermos. La precariedad que sufraga ese mal del cuerpo esun asunto que uno resuelve no sin cierta conmiseracin y que en elentramado solidario ofrece las particulares condolencias y comprensionesque las enfermedades ms serias no promueven.

    La pena del mal se hace insolidaria cuando el carcter del interfectoes agrio o se va agriando con la edad.

    Ismael recordaba los aos avejentados de su padre, sobrellevados conla autodefensa de su desgracia, como si el avatar de mover el vientre seinterpusiera a cualquier otra resolucin y la vida se radicalizara desde eseacto improductivo.

    No soy un hombre... dijo don Arno, dando un golpe furibundo enla mesa, el da de su cumpleaos, cuando los hijos acompaaban al viudoque, al fin, haba accedido a un festejo familiar, tras varios aos denegativa desde el fallecimiento de su esposa. No lo soy, y conviene quelo sepis. Las mismas fechas que cumplo son las que llevo sin cagar comoDios manda.

    La amargura superaba hasta las mismas inclemencias de lo que fuearruinando su corazn maltrecho.

    Un hombre avisado, lleno de notorias insuficiencias cardacas, contres operaciones y esa existencia limitada de quien, como tantas vecesafirmaba, llegaba a sentir el corazn en la boca cuando haca algnesfuerzo indebido, el propio esfuerzo de la deposicin, la malditanecesidad de que las heces viajen aunque sea como lo hacen quienessacaron billete de tercera o van en el tope del ltimo vagn.

    Esto somos, volvi a decir Ismael.Su padre aguardaba la muerte sentado en el silln del saln, tras la

    exigencia sin paliativos de que lo sacaran del Sanatorio aunque fallecieraen el traslado, lo que los mdicos no consideraban improbable. El infartolo haba dejado, como l mismo describa muy grficamente, igual que elprimer palote que hizo en su cuaderno de nio.

    Y ahora, Ismael... le dijo don Arno, aquella tarde en que lo velaba me llevas a la taza y me sientas. T eres el nico que me comprende,porque heredaste esta impericia. Quiero morir esperando lo que nuncalleg como deba, vengarme de la vida en el lugar ms inoportuno.

  • 13

    No tena Ismael esa maana la ms mnima intencin de subir aldespacho, aunque el camino justificaba el hbito de hacerlo y lo quesupona el intento, tantas veces baldo, de su visita al Caf Consorcio,donde como sucede con el comentario de las rutinas en los lugares dondenos conocen se encuentra un refrendo a lo que somos y hacemos.

    Nada hay ms alentador, pensaba Ismael, que esa confianza al pie dela barra que permite un entendimiento tan ntimo como desinteresado y enel que las palabras suman los sobreentendidos como cuentas de un rosarioen el que nadie implora nada.

    No apriete... aconsej Calixto, cuando Ismael dijo que lo que leesperaba ese da convena que le pillase ligero de equipaje. Djesellevar, no se contraiga. Hay ocasiones en la vida en que con la guardia bajase boxea mejor.

    Le molestaba aparecer sin corbata, con el botn de la chaquetadesprendido y la camisa arrugada. Del dobladillo no quera preocuparseporque saba de sobra que de todo ello lo nico apreciable sera la falta decorbata, la molestia del dobladillo apenas provocaba la aprensin depisarlo.

    Nadie observa ms de la cuenta y el exceso en sentirse examinadoderivaba del malestar de una inhabilidad tan patente, pero la decisin dellamar a don Medardo, el propietario de Seguros Occidentales, y darlecualquier disculpa para no presentarse esa maana, provena msdirectamente del desnimo al que le abocaba la cita con Abril, su hija.

    Y tambin la llamada conminatoria de aquel extrao sujeto que levena siguiendo en los ltimos meses, desde que le escribi una carta, casidesde el momento en que se formaliz la separacin matrimonial, cuandoIsmael acudi con Novelda a la reunin decisoria de los respectivosabogados y el acuerdo certific la buena voluntad de las partes y la tristezacompartida ante lo que ambos consideraran una prdida irremediable.

    Siempre hay alguien que pierde ms... haba dicho el abogado deNovelda, que era muy amigo del matrimonio. Es el que lo hace en aras

  • del engao, y esto lo sabes de sobra, Ismael. No has sido leal. La fidelidadno era una exigencia de vuestra felicidad, era un valor convenido,inquebrantable, propio de los cnyuges honorables.

    Esa consideracin le persegua como la peor de las acusaciones. Setrataba de una reconvencin que en la voz de Mirto, el abogado, adquira lasolvencia de lo que resuena en el escenario donde se representa una obra deculpabilidades domsticas, con actores que se recrean en sus palabras yhacen gala de una sinceridad retrica.

    La pierdes... dijo despus, mientras caminaba a su lado por elpasillo, como si no se resignase a soltarlo fcilmente sin terminar dedecirle todo lo que se le ocurriera. Y la pierdes porque todo lo hasechado a perder, del modo ms caprichoso y absurdo. La dignidad deNovelda no se corresponde con la tuya. La engaas y a todos nos tenasengaados.

    Estaba en medio del escenario y era de suponer que se trataba de laltima escena, las palabras del abogado, la pesadumbre moral delprotagonista, el mutis justiciero con alguna frase lapidaria, y esa aparicinde la herona sorbiendo la ltima lgrima de su dignidad conculcada,mientras sin alzar los ojos cruzaba el escenario y tambin haca eldefinitivo mutis.

    S de sobra lo que pierdo, no hace falta que nadie me lo recuerde.La soledad se llena de remordimiento.Har de tripas corazn.Nunca fuiste un hombre de muchos recursos. Siempre tuviste ms

    suerte de la merecida. No hay mujeres como Novelda y, sin embargo, elmundo est lleno de zascandiles.

    La taza en los Servicios del Consorcio recondujo a Ismael a unasituacin distinta de la habitual.

    No se trataba de la expectativa ms o menos probable. La ligereza delequipaje por la que porfiaba se desvaneca en el desnimo, y en ese tiempoen que poda permanecer all sentado el desnimo incrementaba unamelancola que poco a poco mostraba su apariencia ms desconsoladora.

    Esto somos. En esto nos vemos. As sentimos.La figura de su padre tena fatalmente el aspecto de una imagen

    destronada.

  • Don Arno se haba encorvado con el ahnco de la viudedad con mayorinsistencia que con el de la vejez.

    No era la soledad del remordimiento, que a Ismael le haba vaticinadoaquel abogado que sobreactuaba en las tablas, se trataba del sufrimiento dela soledad y no de otra soledad que la del vaco de una eterna compaa, lade la madre de Ismael que era el testigo invisible de todas las dolencias delpadre, un ngel de la guarda que amparaba sus suspiros.

    Ahora que me quedo solo, ya no hay nadie... dijo don Arno al dasiguiente del entierro, y los hijos que se haban convertido en hurfanossupieron que aquel hombre aceptaba la condicin de fantasma.

    14

    Las reconvenciones de Mirto, el abogado de Novelda y uno de losamigos matrimoniales que son como el recurso al que acudir cuando seadvierte la mnima complicacin sin que, al fin, el recurso sea necesarioporque la complicacin no resulta tal, persiguieron a Ismael ms all de lostrmites y resoluciones de la separacin.

    La presencia de Mirto se hizo ms reiterativa de lo que nunca habasido. No se trataba del amigo matrimonial al que se ve con frecuencia,tampoco Ismael se lo encontraba en la calle, en un bar o en el trmino desus gestiones. Y, sin embargo, de modo insistente, hasta el punto de tenerque precaverse para evitarlo, comenz a toparse con l, sin que en ningunaocasin, aunque hubiese alguien presente, se privase Mirto de echarle encara las responsabilidades de lo sucedido.

    La conciencia es una caja de resonancia. La mala conciencia es eleco maligno de esa caja, no lo dejars de or.

    Las sensaciones de Ismael en ese tiempo, cuando el deterioromatrimonial fue ganando un espacio cada vez ms visible en laconvivencia, entre el silencio que procreaba la perceptible disolucin hastaen la misma rutina de los vnculos, esa especie de vaco que se espesacomo un dramtico intermediario sin cometido, se amoldaron con menosangustia de la previsible a la espera de los acontecimientos que haranexplcita la ruptura.

  • Era como si en la corriente de una lejana sin palabras el nadadormenos avezado pudiera continuar con las brazadas que lo mantuvieran enla superficie, no ya con la tranquilidad de quien se deja llevar, porque lasituacin no era grata ni sosegada, pero s con la dosis de resignacin enque la indolencia extiende un sentimiento conmiserativo para justificar ladesgracia que se avecina.

    El silencio era una norma de debilidad en el comportamiento deIsmael, como tantas otras que avalan lo que en la cobarda se obtiene deautodefensa, esas actitudes de emboscamiento y dejadez que ayudan a lacualidad de ser frgil, de sentirse necesitado, unas pautas de actuacin queafianzan el poder que las reconvierte en armas estratgicas.

    Iba pasando el tiempo. Los das silenciosos no acumulaban otra cosaque un desaliento en la rutina que comprima la tristeza de Novelda.

    Ismael se callaba como un muerto, extremando el cuidado en lasobservaciones, mostrndose tan inocuamente obsequioso comoinadvertido. Se acomodaba a la ingrata situacin sin que la sospecha dieraotro cauce a la condicin del sospechoso que la conviccin de quecualquier cosa que hubiera hecho bajo el signo de la culpabilidad resultabaimprobable, porque no era posible que le hubiesen descubierto.

    La culpabilidad tambin era una norma de debilidad en elcomportamiento de Ismael. No se poda considerar culpable o no se podaconsiderar totalmente culpable, porque lo que sucediera nunca provenapor completo de su voluntad. Era muy difcil asumir tantos actos, tantasocasiones, tantas decisiones, desde la malformacin de una voluntad nomenos dbil, o de lo que mejor poda considerarse una autntica falta devoluntad.

    En lo que se avecinaba, los das ms largos de un silencio que se ibaramificando desde la tristeza a la desolacin y el desamparo de Novelda,que ya no era la nadadora que se deja llevar por la corriente, sino la quearrib a una orilla olvidada de la que le gustara no regresar, el temor deIsmael suma la contrariedad y el afn de que, al fin, todo se resolviera enun sueo.

    Cerrar los ojos, lograr que en el intervalo de la noche se fundiesen lasocupaciones de la conciencia y la memoria, lo que el peligro alienta detrsde nosotros, con ese aire o esa mano fra que va a rozarnos el cuello o, en

  • el peor de los casos, a acariciarnos la nuca para indicar el lugar exacto dela incisin.

    A Ismael le haban clavado en el sueo ms de una vez la aguja de unaenorme jeringuilla pero luego, al despertar, la nuca no estaba dolorida,apenas quedaba un suave hormigueo de malos recuerdos cauterizados.

    15

    Hubo dos cartas que casi coincidieron en la recepcin de losdestinatarios y que, en ambos casos, anticipaban el mecanismo de ladesavenencia que se iba a poner en marcha, aunque en lo que a Noveldacorresponda ese mecanismo tena bastantes antecedentes.

    Ismael era dueo de un pasado anterior al matrimonio que Novelda nodesconoca por completo o que fue reconociendo entre algunasinformaciones casuales, la confesin desinteresada que suele producirse enlos momentos bajos en que la sinceridad es un aliciente de la estupidez odel vano pagamiento de uno mismo, al que Ismael no era nada propensopero que fluye sin previo aviso en un instante sentimental con el aadidode alguna copa de ms, o en lo que se descubre en el inconscientepatrimonio de quien vive a nuestro lado.

    La compaa no comporta sin remedio la vigilancia pero concita,tambin sin remedio, ese encuentro de cosas, objetos, pertenenciascasuales que aparecen donde menos se espera y sin que exista ningunaapetencia de bsqueda, como si el patrimonio inconsciente se pareciese ala piel mudada que la culebra abandona con la naturalidad que no imponeel descuido.

    Un alfiler de cabeza dorada con la punta que denota la suciedadsanguinolenta, el frasquito de esencia rancia que expande un sospechosohedor, la postal que amarillea hasta desvanecer su paisaje y que, sinembargo, mantiene en el dorso la inequvoca huella del carmn y la firmailegible, el pendiente suelto en la vieja caja de puros resecos y rotos, lapenosa agenda de un ao del que cuesta trabajo hacerse una idea en lahistoria personal del dueo, con ms nombres y telfonos femeninos,tachados y reescritos, de los que parecera razonable, y luego, en el orden

  • ms incomprensible de lo que el patrimonio atesora, como si hasta laaprensin de una intimidad preservada pudiera causar mayores reparos, elpauelo sucio, el rizo chamuscado, la barra de labios desgastada ypolvorienta, los anillos, las agujas, el sello de correos arrancado como unareliquia y el retrato hecho trizas que se intent recomponer de la maneramenos habilidosa...

    Novelda no hizo nada con los hallazgos, los dej donde estaban ytampoco requiri a Ismael ninguna informacin al respecto, pero losrecord con insistencia cuando las cosas comenzaron a ir mal. Nadajustificaba la persistencia de aquellos desperdicios y no dejaban de serhuellas de un abandono tan maltrecho como penoso.

    Estaba convencida de que todo lo que correspondiera a ese patrimonioinconsciente de Ismael ya ni siquiera tendra un reflejo en su memoria, eldescuido le daba al enterramiento un destino de pertenencia ajena, lo nicopreocupante era la falta de decisin para que todo aquello no hubiera sidoliquidado en su momento.

    Probablemente nada delataba algo especial y, en el fondo, lo msingrato era esa subsistencia de unas huellas que el tiempo ensuciaba, lo quepoda suscitar la propia impresin de que siempre haban estado sucias ode que a quien le correspondieran no haba sido capaz de borrarlas con unespontneo gesto de higiene.

    Hay un lastre en esta materia de la que estamos hechos... decaLucio Caada, que era el amigo con quien Ismael mantena la mayorconfianza a lo largo de los aos, uno de esos amigos que asumen elgeneroso testimonio de lo que somos, siempre con la mejor disposicin yla puerta abierta.

    El amigo a quien Ismael Cieza tendra que recurrir aquel da crucial,cuando lo que la jornada le reservaba motiv que, en un momentoconcreto, se le cruzaran los cables.

    Era el amigo que en el trato cotidiano no suscitaba ningnrequerimiento explcito, nada que les concerniese en lo que no fuera elsentido de la vida, la observacin de las cosas, ese sustrato de la realidadque se percibe desde la sensibilidad y la inteligencia, procurando que la

  • inteligencia enfre hasta donde pueda los sentimientos.No s por qu puetas se hace imposible que la baba no marque

    algo del camino que llevamos, igual que los caracoles.Hay temporadas reconoca Ismael en que vivo preocupado por

    lo que pierdo, por lo que se me cae, por lo que dejo. Menos mal que luegose me pasa, y hay un momento en que ya no me acuerdo de lo que se medesprendi.

    Novelda le haca continuas advertencias, sobre todo cuando elmatrimonio cubri su primera larga etapa de felicidad inconsecuente y aIsmael, como ella deca, se le vio el plumero.

    Un mnimo cuidado es imprescindible. El orden es una forma deconsideracin.

    Sabes cundo lo pas peor en la vida? requera Ismael, haciendopatente la contricin y echando el anzuelo para que ella recobrase lasonrisa comprensiva. Los tres aos que estudi en Ordial viviendo en laPensin Burdeos. Una habitacin sin armario. Una mesa, una silla, unacama. Lo que haba a mi alrededor era la suma amontonada de lo que ibanecesitando y dejando. El montn creca y la habitacin se iba haciendocada vez ms pequea. Hubo un momento en que me fue imposibleencontrar nada. Un da ya no pude salir a la calle porque no tena quponerme, o lo que pudiera aprovechar ya no estaba a la vista.

    16

    La carta que recibi Novelda vena de Ordial, segn atestiguaba elmatasellos, aunque ni estaba firmada ni el sobre tena remite.

    La consideracin de annimo era pertinente pero el tono de la mismano se ajustaba en absoluto a lo que pudiera parecerse a una denuncia sino auna lamentacin.

    No se trataba del mensaje acusatorio de una tercera persona queesconde la mano ofensiva en la delacin, sino de un escrito muy personal ysentido de alguien que ya no soporta el silencio de su desgracia desde elabandono y el olvido. Alguien que parece haber enfermado aceptando loque no tena otra alternativa y a quien, sin embargo, la resignacin no

  • fortaleci lo suficiente, de modo que en el transcurso de los aos laobsesin sufrag esa enfermedad debilitadora y ya, sin armas ni defensas,se dispuso a contar lo que perteneca a un secreto que el propio tiempohabra malbaratado y casi hecho desaparecer.

    Era una carta que llegaba cuando ya las desavenencias matrimonialeshaban cobrado sobradamente su anticipo, y que abonaba sin remedio loque Novelda saba y sospechaba, ese otro lado de la infidelidad y ladesdicha que en Ismael tena componentes tan sorprendentes comoincalculables, muy en consonancia con sus incapacidades y descuidos, ocon la deteriorada voluntad de quien tanto tiempo despus todava seperda en el tramo que le llevaba de su casa a la Oficina o desgastabamentalmente lo que debieran ocupar otras preocupaciones en aras de laimprobable deposicin.

    La carta estaba escrita a mano, con una letra muy esmerada enalgunos prrafos y desigual en otros, como si quien la escribiera lo hubiesehecho en momentos diferentes y con el nimo variado que matizaba gradosdistintos de lucidez y emocin.

    No solicitaba en ninguna frase la disculpa o la comprensin, perotampoco exista la mnima intemperancia, y se poda percibir algunavacilacin, como si el trance de la confesin, ya que de algo as se trataba,conllevara las reservas de una vergenza derivada de la dignidad herida, ellamento de lo que hubiera sucedido y ese brillo nublado de laautocompasin que subyace como una huella consoladora en el desaliento,el engao que tanto se necesita para no desesperar.

    El lamento y el poso autocompasivo fueron los elementos que mshirieron la sensibilidad de Novelda, lo que ms la perturb en las escasaslecturas, antes de destruir la carta y pasado el primer golpe, cuando lo quese sobreentenda en el relato respecto al compromiso que generaba unlargo amor mal atendido, la imagen de Ismael, apenas nombradoexpresamente en tres ocasiones, se corresponda perfectamente con la decualquier fotografa que certificara un modo de ser, una manera decomportarse.

    No sera merecedor de un recuerdo ofensivo y ni siquiera el agravioprovendra de un engao tramado para el mayor aprovechamiento con lavileza de quien en nada repara ms all de s mismo. Se tratara de laconfusa voluntad que enredaba lo que haba que plantearse y, por supuesto,de la irresponsabilidad de quien no madur en ese conducto por el que los

  • actos reclaman la conciencia, y la voluntad se ajusta o se orienta alpensamiento, de modo que pueda existir un comportamiento moral en labase de lo que hacemos y pensamos.

    Una manera de ser... deca Novelda sin que la indignacinatenazara sus palabras, en tantas ocasiones en que Ismael no parecapercatarse de los ms flagrantes incumplimientos. No se trata de estar enlas nubes. No me refiero a que no te enteres de nada, porque te sea cmodono enterarte. Es que no hay disculpa para no ser como se debe.

    Un amor desatendido, una infidelidad lejana, probablemente paralelaa los primeros aos del matrimonio y, a lo que pareca, sin ningn regreso,como si en el tiempo transcurrido hasta el lamento de la carta, Ismael sehubiera volatilizado. Veintitantos aos, una enfermedad laboriosa que sealienta sin recabar la cura necesaria.

    La pena no se guarda como un desprecio, deca una de las frases peorescritas. Yo no puedo pensar que no haya culpa. Me gustaba un hombre quevena cuando menos lo esperaba.

    17

    No era raro que Ismael sintiera alguna imprecisa incomodidad ante unsuceso imprevisto o una observacin que se constituyese en la advertenciaque alertaba algo ingrato, y eso fue lo que le pas cuando una maana,entre el correo habitual de la oficina, el que dejaba Marita, la Secretaria dedon Medardo, sobre su mesa, cumpliendo las atribuciones que unificabanen ella la recepcin y el registro burocrtico de los Seguros Occidentales,descubri la que pareca una carta demasiado ajena a las dems.

    Nada particular de Ismael llegaba a la Oficina, ni siquiera un reclamopublicitario o la oferta de un viaje que podra disfrutar si contestaba a unaencuesta.

    En los Seguros las actuaciones profesionales estaban garantizadas conla reserva propia de una materia siempre delicada y confidencial, y la

  • misma reserva protega el trabajo de Ismael, lo que le resultaba grato.Ese territorio laboral de su vida no corra el riesgo de contaminarse

    con otros. Lo que corresponda a su jornada, incluidas las visitas y lasgestiones bancadas y administrativas, se concentraba reforzado en lacpsula de sus obligaciones y nada suceda fuera de ese entorno, como si lapropia oficina resultara una caja fuerte que el empleado abra y cerraba conla exactitud delimitada de sus responsabilidades.

    La carta despert la advertencia y la imprecisa incomodidad de suobservacin.

    La mantuvo en las manos unos segundos, sin decidirse a separarla delresto. Luego, cuando comenz a abrir la correspondencia y lleg a ella nose atrevi a cogerla de nuevo, la separ con la punta del abrecartas, y mirreticente las seas escritas con una letra muy redondeada. Ya habacomprobado que no tena remite, pero el matasellos era de Ordial.

    La maana y la tarde fueron bastante movidas.En el final del trimestre se renovaban muchas plizas y, para colmo,

    don Medardo llevaba una temporada en la que las aprensiones de su salud,un aviso brumoso que la lcera reconverta del modo ms impo y conttricas previsiones en las que no era descartable el tumor, se conjugabancon los reparos del negocio.

    La competencia aseguradora ya no tena en Doza la consideracinrespetable de una gestin tradicional. En algunos clientes se detectaba laindecisin que aos atrs hubiese sido inconcebible y los tantos por cientose compulsaban ms all de las garantas, como si en el mercado laseriedad, el valor fiable, ya no contase con la consistencia de una carterabien avalada.

    Occidentales no baja la guardia... deca don Medardo aquellamaana, como lo dira tantas otras, mientras repasaba un listado sobre lamesa y se llevaba la mano izquierda a la boca del estmago pero elcombate es desigual. El rbitro est vendido. Vamos perdiendo a lospuntos.

    Exagera usted... le deca Ismael, que acababa de refrendaralgunas de las plizas ms importantes, y daba cuenta de las nuevassuscripciones. El mercado se abre, qu duda cabe, y la competencia se

  • desmanda.Doza es un reducto. Aqu, como en la Edad Media, no hay ms cera

    que la que arde. No es un pleito entre lo poco y lo mucho, es una partidacon las jugadas establecidas. No sabes lo que te encarezco el tesn, yo yaestoy para el arrastre.

    Un mal da lo tiene cualquiera.Cierra la puerta y escucha, Ismael. La lcera es una boca abierta. La

    sustancia de los tejidos orgnicos se pierde. El pus es la saliva de esa boca.Un vicio local. No me quiero andar por las ramas, este dolor es una causainterna, el aviso fatal de lo que viene. Occidentales no atraviesa el mejormomento. Te agradezco el empuje y la perseverancia. No bajaremos laguardia pero el rbitro no es trigo limpio.

    Guard la carta en el bolsillo de la chaqueta.Ni siquiera aquellas consideraciones amargas de don Medardo le

    haban hecho olvidarla, aunque en el transcurso de las mismas hubo unmomento en que sinti que la salud de aquel hombre estaba realmenteresentida: el desnimo del propietario vena derivando con la insistencia dela enfermedad que contamina todo lo que trae entre manos, tambin laconciencia del negocio enfermo, amenazado como su propia salud.

    La carta la ley en la barra de un bar, camino de casa. La misma letraredondeada y clara del sobre se extenda sobre las cuartillas con la vozredundante de alguien a quien conocera meses ms tarde, tras lo queIsmael lleg a considerar una absurda persecucin y que, a la postre, no fueotra cosa que un compungido seguimiento o el fruto de reiteradosencuentros que no se consumaban.

    Dobl la carta, le cost trabajo reintegrar las cuartillas al sobre.

    Tulio me mata... susurraba una vez ms don Medardo, con esaconviccin con que los padres achacan a los hijos el homicidio moral de sucomportamiento, mientras Ismael corroboraba la culpabilidad del hijocalavera.

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  • Lo que voy a decirle sera mucho mejor que se lo dijese cara a cara,sentados en algn sitio como dos personas civilizadas, y el hecho de que leescriba esta carta no supone que no lo siga intentando, ya que me pareceimprescindible que usted y yo hablemos de esa manera.

    Lo he pretendido en diversas ocasiones, y hay una razn que mecuesta trabajo confesarle para que en ninguna de ellas haya pasado delintento. De todas formas, tengo la impresin de que en alguna, sobre todohace mes y medio viajando en el Correo de Ordial a Doza, usted parecidarse cuenta de que lo intentaba. Le refresco un poco la memoria, si me lopermite.

    Vena usted en un departamento de primera con otras dos o trespersonas, iba leyendo un libro cuyo ttulo no logr descubrir pero s elautor, una novela de Galds, ya ve qu dato ms fiable. Yo entr con unacartera de mano, le haba visto en la Estacin, lo segu para comprobardnde se sentaba, mi billete era de segunda. Entr y me sent justoenfrente, sujetando la cartera sobre mis rodillas. Le miraba. Usted alz losojos sin percatarse, pero luego, supongo que al sentirse observado, volvi alevantarlos en varias ocasiones. No s si hasta se puso un poco nervioso.Esto tiene que recordarlo. La novela era de Galds.

    Las otras veces no fue tan evidente. Lo he visto en un bar de Balboa,tambin saliendo de un hotel en Ordial. Siempre me lo imaginocumpliendo alguna obligacin de su trabajo. Hace tiempo que me enter deque trabaja en Doza, donde vive, en la Compaa de Seguros Occidentales.De todo ello, de las razones de todo esto, nadie sabe nada. sta es unahistoria personal, secreta, no se puede imaginar hasta qu punto lamantengo as, como algo ntimamente mo y que, adems, viene de laconfesin que alguien me hizo en un determinado momento, precisamentecon la promesa de mantenerla de este modo, lo que no evitaba que usted laconociese. Se trata de un secreto que jams contar a nadie pero que ustedtiene que saber y valorar. El asunto no supone ningn tipo derequerimiento que yo vaya a hacerle, ni siquiera una reclamacin moral.No es algo que vaya a trastocar su vida o a poner en evidencia lo que ustedmismo puede saber o sospechar desde hace mucho tiempo, acaso el mismotiempo que yo tengo, quiero decir la edad, los veintitrs aos que cumpl elmes pasado.

  • Usted se preguntar a qu viene todo esto. La verdad es que ladecisin de escribir esta carta fue muy costosa, y lo que ms me duele espensar que la recepcin de la misma tiene que incomodarle, lo que no esten mis intenciones.

    La carta, como le digo, parte de mi incapacidad para haberle requeridodirectamente y, en buena medida, esa incapacidad tiene mucho que ver conun defecto que ahora mismo me atrever a confesarle. Soy tartamudo. Estacircunstancia, que no he podido corregir desde nio, se acenta de formanotable en situaciones de nerviosismo, cuando tengo que hacer algoimportante o demostrar mis cualidades a los dems. El complejo inicial lofui superando de la mejor manera, y aunque no puedo negar laslimitaciones que me ha supuesto en la vida, tambin es cierto que elesfuerzo de esa superacin impuls un acicate para mi formacin yestudios.

    La carta me permite este acercamiento menos acomplejado y nerviosoaunque, como le digo, siento muchsimo la molestia que ha de causarle,entendiendo que no es posible borrar en ella la imagen de mensaje que serecibe con parecida sorpresa a la de quien va por la calle y le cae un tiestoen la cabeza.

    Me recuerda en el Correo, sentado frente a usted, con la carterasujeta en mis rodillas?...

    Le voy a decir lo que pretenda con aquella decisin, en la que nocontemplaba dirigirme a usted, apenas que me viese y que al mirarmepudiera surgir algn tipo de reconocimiento, como si de pronto su memoriaempezara a funcionar como un arma incontrolada. La memoria es tambinuna caja de sorpresas y un recuerdo es igual que una cerilla que seenciende.

    Me mira y al reconocerme se reconoce, quiero decir que hay algo enmi cara o en mis ojos, en la nariz o la barbilla, que involucra un parecido, ya lo mejor le inquieta o, como poco, le desconcierta.

    De eso se trataba, no de otra cosa, apenas un experimento. La novedadde un descubrimiento, que ahora la carta rememora.

    Tendr noticias mas. Mi nombre es Antino. No hay seas quemerezcan la pena, ms all del hecho de que vivo en Ordial, que es laciudad donde nac.

    Un ltimo ruego, si me recuerda le pido que piense en m. Es

  • importante que lo haga, antes de que llegue el momento en que hablemoscara a cara.

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    Cuando uno se percata de que le siguen no obtiene la certeza de lapersecucin, el seguimiento es como un sistema de vigilancia o una actitudde observacin distanciada y casual que no determina una resolucinprecisa, sino la intermitencia de lo que se presiente y la incertidumbre delo que no se desea ratificar.

    A raz de aquella carta, que a Ismael Cieza le provoc las msencontradas sensaciones, desde el desconcierto absoluto hasta laincredulidad con que se valora lo que no puede entenderse de otro modoque como una broma de mal gusto, abonada por el propio tiesto que te caeen la cabeza, tal como en la carta se insinuaba, esa idea del seguimientotom la relevancia de la precaucin, el camino ms adecuado para andarojo avizor y, al fin, picar en el cebo que la propia carta constitua.

    No era Ismael un hombre precavido y, sin embargo, tampoco podadecirse que no hubiera sido capaz de ahondar en la discrecin de una vidaencubierta, en tantos tramos de su existencia que exigan que eldesorientado no se perdiese ms all de lo conveniente, cuando en elextravo se producan encuentros y sucesos que desnorta-ban las reglas ylos hbitos que su voluntad mantena ms o menos a raya.

    La voluntad no era precisamente esa potencia del alma cabalmenteadiestrada en la maduracin y las convicciones. Alguien tan cercano a loque pudiera denominarse una enfermedad de la misma no poda sentirse ental sentido dueo de la salud necesaria y, con frecuencia, lo que mantenaal respecto era la condicin del convaleciente, otro elemento ms, nomenos impreciso que el estreimiento, en la intensificacin de lamelancola.

    En eso nos parecemos, aunque por razones bien distintas... ratificaba su amigo Lucio Caada, en alguna de aquellas conversacionestan expresivas de una compenetracin ajena a los sentimentalismos, en las

  • que la relacin de los viejos amigos estableca un punto de conocimiento ycomprensin que la adensaba, como en el entendimiento de dosinvestigadores que se exponen los resultados de sus descubrimientos paraconsiderarlos. La voluntad es tan necesaria como peligrosa, imagnateque la vida necesitase de un txico para sobrellevarla, quiero decir que losactos fundamentales de la misma, no slo biolgicos, precisaran de unveneno o lo segregasen. La decisin de hacer algo y llevarlo a cabo, lavoluntad de acometerlo. Un modo imprescindible de intoxicarse, unamanera de irse matando.

    No lo entiendo muy bien. La voluntad ms o menos enfermiza esmi mejor aliada. La justificacin de hacer lo que no debiera es parecida ala de quien se contagi de un mal y est en el Sanatorio. Qu va a hacer elpobre, qu pudo discurrir, qu se le puede achacar?...

    Es lo que te digo, estamos malos o, en el mejor de los casos,convalecientes. Yo no hago nada de lo que no debo sin sentir que me pongopeor, pero hacerlo supone la contrapartida de saber que el rendimientomerece la pena. Es algo parecido a la rancia idea del pecado. Me acuerdode los pecados mortales de la adolescencia, tan costosos, tan rentables. Ibasa condenarte sin remedio, pero daban tanto gusto, el placer, fuese del gradoque fuese, resultaba ms intenso con el aval de la condenacin y elinfierno.

    Yo lo pas peor. Tard ms tiempo en acomodar la conciencia.Todava no la tengo del todo centrada, se me desva a los lados. Menos malque la voluntad hace aguas. Cuando era adolescente daba ms vueltas en lacama que una peonza. Dorma mal, sudaba mucho. Durante demasiadotiempo fui un chico arrepentido.

    La novela de Galds poda ser El amigo Manso.Haba estado releyendo algunas de las que ms le gustaban, y no era

    raro que lo hiciese en el Correo en los viajes de Ordial a Doza, en losregresos despus de las consabidas visitas y gestiones, ms razonablementeen los regresos que en las idas, cuando aprovechaba para repasardocumentos o tomar notas con datos para las entrevistas.

    No recordaba en absoluto a nadie que hubiese entrado en elcompartimento del tren y se hubiese sentado enfrente con una cartera enlas rodillas, mirndole.

    No era mucho lo que recordaba de aquellos viajes triviales de los

  • ltimos tiempos por los tramos ferroviarios de sus encomiendas, apenas loque dejaban otros viajes ms lejanos, cuando Ismael era un mero Agente deSeguros parecido al Viajante de Comercio, tan habitual y cercano en lafraternidad de los destinos y las pensiones, un tiempo muy revuelto ydiluido en el que los das y las noches se parecan demasiado a las entradasy salidas de los tneles, cuando dormitaba y soaba en una mismadireccin sin mucha idea de llegar a ningn sitio y con la vaga sensacinno ya de ser seguido sino perseguido por lo que haca o dejaba de hacer.

    Todo haba cambiado mucho, hasta el sentido de lo que en el recuerdopudieran suponer las inciertas aventuras en las que, la mayor parte de lasveces, se haba visto involucrado con menos voluntad que indolencia.

    El tren viene detrs de ti... deca Lucio Caada, expulsando elhumo del cigarrillo como si quisiera simular el de la locomotora que pitabaen la distancia. Eres un hombre perseguido por una mquinadescontrolada que con un poco de suerte descarrila en la prxima curva.

    20

    Cerr el libro, y eso s que formaba parte de un sueo parecido al de lamquina descontrolada que describa Lucio, complacido en el humo delcigarrillo que simulaba el vapor.

    El tren era el conducto ms habitual de las duermevelas y lasensoaciones, un punto intermedio de velocidad y laxitud en el que Ismaelalcanzaba una benigna prdida de conciencia que le permita sentirse agusto, un placer inocente en el que las emociones y las aparicionesdesfilaban encadenadas en el friso de un cristal de colores que irradiabauna luz muy suave.

    Cerr el libro. No poda asegurar que se tratara de El amigo Manso,no quedaba recuerdo casi ni del tamao del mismo, poda ser cualquiera delos que hubiese ledo en los ltimos tiempos.

    El compartimento estaba vaco, el tren haba perdido ese traqueteoque resume el crculo montono de su direccin, las vas engarzadas, lastraviesas salpicadas por la carbonilla, un deslizamiento que apenas rechinaen el acero.

    Fue esa soledad la que lo alert.

  • Estaba seguro de que poco antes, aunque el tiempo del viaje notuviese medida y las estaciones de salida y llegada se diluyeran en lamemoria somnolienta, haba al menos tres pasajeros, y hasta asom elrevisor para comprobar que eran los mismos y no necesitaba solicitarles denuevo el billete.

    Abri los ojos.La laxitud ya no se corresponda con el temblor de las manos que

    sujetaban el libro en la inconsciencia hasta que se desprendi de l.Era un temblor que se acomodaba a la inquietud del despertar, como

    si abrir los ojos fuese un acto de ruptura ajustado a la amenaza de hacerlo,lo que en tantas ocasiones le suceda: el sueo, por malo o bueno que fuese,mantena la suspensin de su irrealidad, y la ruptura, la cada, incida en elvrtigo de quien se siente arrojado de algn sitio. No era muy conscientede esa cada, pareca un accidente del que uno se recobra igual que cuandopierde el conocimiento.

    En las duermevelas, en las ensoaciones ferroviarias, regresaba a larealidad como si al final de las mismas estuviera volando en un planeadorque tomaba tierra sin variar la suavidad.

    No haba nadie en el compartimento ni en el vagn, ni el paisaje quese mova acelerado por las ventanillas del pasillo le serva para ubicarse enalguno de los tramos por los que el Correo cubra su ruta.

    Nadie tampoco en las estaciones y los apeaderos, en el tramo de aqueltiempo acelerado que suceda al despertar, cuando todava no le era posiblepensar en nada.

    Fue entonces cuando, en el vano intento de volver al compartimentoen el que viajaba desde Ordial, al recordar de improviso que de all vena,tuvo la sensacin de que le seguan o, mejor, le vigilaban, le observaban,acaso con la insistencia disimulada de aquel con quien tropezaste en losandenes y presientes en los pasillos o adviertes mientras se abre y se cierrala puerta de los Lavabos.

    Un vagn vaco en el conjunto del convoy.Los dems, a los que se acerc sin mucha curiosidad, llevaban los

    pasajeros habituales y en ellos se perciba la animacin propia del viaje,como si aquel vagn tuviese prescrito el abandono de los que se derivan alas vas muertas, aunque lo que no haba comprobado era que se tratara del

  • ltimo.Van a desengancharlo en cualquier momento, se dijo Ismael. Me

    dejarn solo, pens con renovada angustia, y entonces ya no podr escapar,el que me sigue me encuentra, hay una orden de bsqueda y captura.

    No sucedi nada. La duermevela contrarrest aquella poderosa fisuradel sueo que tanto lleg a inquietarle, sobre todo en el lmite delsobresalto, cuando alguien abri la puerta del compartimento y dijo sunombre, sin que l se atreviera a contestar.

    Haba vuelto a sentarse, cerraba los ojos.Iba a Doza, era uno de sus viajes habituales, de Ordial a Doza en el

    Correo de la tarde, cuando entre las sombras del oscurecer volaban unospjaros que parecan motas de carbonilla. El aleteo fugaz, la esquirla de unvrtigo que muy bien poda venir del fondo de la mina...

    El Correo se cruzaba con frecuencia con los trenes mineros deMoravines.

    21

    Estreido y extraado, dos apreciaciones nada divergentes en esetiempo absurdo en que se mantuvo aquella maana, sin ninguna urgencia nireclamo fisiolgico, en la taza del vter del Caf Consorcio.

    Lo que iba a suceder converga en la previsin con que el temorahuyentaba el tiempo. Era un modo de buscar la coartada contra ese futuroinmediato en que el da discurre sin remedio. El recelo incita al acomodode que no exista otro comps que el de la inmovilidad absoluta. Nadie va allamarnos e incluso, con un poco de suerte, nadie sabe dnde estamos, elagujero en el que nos escondimos.

    No es que Ismael sacara conclusiones anticipadas de lo quesupondran los encuentros con aquel seguidor que no haba cejado en suempeo de la dichosa entrevista cara a cara, tras las vicisitudes de otrosrequerimientos, mensajes no menos persistentes que la primera carta,fotografas y objetos misteriosos, ni tampoco con su hija, a la que vena

  • rehuyendo en los ltimos meses de la manera menos convincente, ya quedesde la separacin matrimonial los encuentros con Abril resultabanparticularmente ingratos.

    Ninguna conclusin, nada previsible ms all del cumplimientopesaroso de las citas. Ni siquiera la curiosidad que, en el caso de aquelAntino que con tanta devocin haca el recuento de sus deseos, tanpulcramente escritos y tan comedidamente confesados, pudiese suscitar eldefecto de la tartamudez, lo que como indicacin lateral, aunque muyimportante para el sujeto, no dejaba de ser un dato peculiar.

    Has pensado en alguna ocasin lo que para alguien puede suponerser sordo, ciego o mudo?... le pregunt un da sin que viniera muy acuento a su amigo Lucio Caada.

    Ms de lo que te imaginas... dijo Lucio, sin el mnimo gesto deextraeza, como si la cuestin estuviera contemplada entre las prioritarias.

    Se me acaba de ocurrir.El sordo desconoce la soledad, tal como nosotros la entendemos. El

    ciego tiene una vida interior distinta a la nuestra. El mudo mantiene iguallimitacin de hablar con los dems que consigo mismo, quiero decir que seentiende con l tambin sin palabras.

    Te lo ests inventando.Es una mera suposicin, pero tambin el resultado de ms de un

    sueo, ya que de la vista, del odo y la voz me he sentido privado confrecuencia soando. Entre las peores pesadillas recuerdo la de un examenoral en el que me s el tema al dedillo y no soy capaz de articular palabra.

    Y el tartaja?Nada distinto del que tiembla por cualquier cosa.

    La actitud inocua de seguir all sentado se aliaba con la rareza de queel da no ofreciera ninguna de las alternativas habituales.

    Los actos cotidianos se encadenaban sin que fuera precisoconsiderarlos y nada rompiera los trmites de una costumbre consolidada,a la que Ismael se haba sometido incluyendo en ella los meandros en quela propia rutina se solidifica.

    Tambin Lucio razonaba sobre el destino trivial que constituyennuestros hbitos, y aseguraba que en la constatacin de los mismos radica

  • una parte importante no slo de la experiencia de vivir, tambin de lamadurez de hacerlo.

    Aborrezco al aventurero... deca Lucio, con la reiteracin radicalcon que enumeraba sus aborrecimientos. Es el prototipo del zascandilque no se aguanta a s mismo. La vida es una espiral. El que huye es el mscobarde, en cualquiera de los combates de que se trat