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ÁNGEL OSSORIO

Ex Decano del Colegiode Abogados de Madrid

EL ALMADE LA TOGA

PROLOGO A LA SÉPTIMA EDICIÓN(ARGENTINA).

VIVENCIA Y VIGENCIA DE DON ÁNGELOSSORIO. A LOS VEINTICINCO AÑOS DE SU

MUERTE.

"...seá w que tú sidoentre vosotros:afma.N.

A Don Francisco, Giner de los RíosAntonio Machado

He querido escribir este Prólogo, presentar esta edi-ción de un libro que, escrito cuando el autor celebraba susbodas de plata con la abogacía, a los veinticinco años dela muerte de su autor, sigue con vida. Acaso mi deseo deescribirlocorrespondaa la situación espiritualque un grande

del derecho, r¡;a.n~escoCarneluttgrefleja en las palabrascon que inicia el úmino de sus grañdes libros: "Este es unlibro que sólo un viejo cargado de experiencia y de tristezapuede escribir". A los veinticinco años de aquella luminosa

VII

¡-mañana de mayo, en la que tantos españoles y tantos ar-gentinos acompañamos el cadáver de don Ángel Ossorio,yo he sentido el deseo de expresar que el espíritu y la obra.de don Ángel no han muerto; que siguen siendo actuales (l);ocurre así porque todos los valores que se contienen en esaobra son permanentes, eternos. Y esto lo puede decir sinmerma de la emoción, con mayor objetividad, o al menoscon mayor independencia, quien no pertenece a su familia.De la mi~ma manera que solicité para la edición anteriorel prólogo de Manuel Ossorio, y para las Cartas, el deJosefina Ossorio, he deseado para esta edición, que tieneun cardtter de definitiva y el sentido de un homenaje, re-levarles de ese compromiso, y asumirlo yo, con esa ,inde-pendencia de quien no pertenece al círculo de la familia yI . ;puede, por tanto, contemplár la vida y la obra de don Angeldesde un ángulo visual en el que a ellos les sería difícilsituarse y expresarse.

La obra de Ossorio -no sólo este libro, sino toda ella-conserva su lozanía porque no es nunca la obra de unmomento sino la obra de una vida. No puede pasar porquelos valores que la integran son permanentes. La toga tienesu alma porque acompañó a don Ángel a lo largo de todasu existencia terrena. No fue sólo un símbolo sino tambiénuna realidad de existencia. No fue sólo un ropaje sino tam-bién un contenido.

t'"..(1) Como Satta respecto de Mortara (véase Soliloquie colloqui

di un giurista,Ed. Celam,Padova,1968;págs.459 y sgtes.)podríamostitular estas líneas "actualidadde Ossorio"..

l VIII

El fue, sobre todo antes que todo, abogado (2),qu~ escosa diferente de jurista (en el sentido que en castellanodamos a esta palabra) y de estudioso de derecho, aún sien"do compatible, No creyó, o quiso no creer, 'en la ciencia delderecho pero si en el arte del derecho y en la técnica delderecho; y más que nada en la vida del derecho. Sin de.recho no hay vida posible por más que, como se ha dichorecientemente, hayan sido muchos losfilósofos que han pres-cindido, en su filosofía, del valor derecho (3).

Pero a nuestro autor le interesaba el derecho como

medio de alcanzar lajusticia (4)y en cuanto fuese expresiónde la razón. Tener razón y expresarla de acuerdo con elderecho, para obtener justicia; ver a los tres valores: razón,

(2) Hombre representativo: parlamentario, ministro, embajador,,gobernante (de la Provincia entonces más importante y más

ditrcil de gobernar: Barcelc;>na),si entre sus múltiples altoscargos le hubieran preguntado a don Ángel cual fue el másvalorado, por él, sin duda habrra contestado que el Decanode Colegios de Abogados de Madrid; por encima de la pre-sidencia de la Academia de Jurisprudencia, del Ateneo deMadrid.

(3) Sebastián Soler, Las palabras de la Ley, Ed. Fondo de CulturaEconómica, México, 1969, especialmente, al principio, pág.7 Y en la pág. 72.

(4)Couture lo dijo, con hermf)!j¡;¡s'palabr~, en el octavo de susmandamientos: 'Ten fe e~1 derecho, como el mejor Instru-mento para la convivencia humana; en la justicia, como destinonormal del derecho; en la paz, como sustitutivo bondadosodEJ'lajusticia; y sobre todo, ten fe en la libertad, sin la cualno hay derecho, ni justicia, ni paz",

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derecho, justicia, caminando, juntos, por un campo único,de manera que quien tenga la razón la vea reconocida porel derecho y.amparada por la justicia.

y en ese poner la razón antes que e! derecho estribasu obsesionante tendencia a la sencillez; el derecho ha deser sencillo, claro, fácil, porque sus normas no están diri-gidas a iniciados sino a todos los ciudadanos. No es ésteel lugar para adquisiciones acerca de! destinatario de lanormajurídica; otro lugar habrá para ocuparse de ello. Elquiso hacer del derecho, de la Ley, un fenómeno de senci-llez, para que pudiera llegar fácilmente al hombre de lacalle, que es quien lo ha de vivir en todo momento de suexistencia, ya que desde el nacimiento, y aún antes, hastala muerte, y después de ella, se transita jurídicamente,aunque, como ocurre con el aire que respiramos, no per-cibamos la atmósfera jurídica que nos envuelve. Al negar,como Kirchmann, que el derecho, la jurisprudenoia, seaciencia, y al considerarlo como una técnica o como un arte,no disminuyó su valor. Los pueblos con mejor justicia no\

son precisamente los que más se preocupan por la cienciadel derechd5) sino por la realidad de la razón; y no escasualidad que la libertad se haya afirmado donde se hacreído en la sustancia del derecho más que en sus sutile-zas(6).El derecho ha de ser sencillo porque el ciudadano

(5) Recordemos a Galama~d.r4" ¿Cambiarfan los ingleses sumejor justicia por nuestra más alta ciencia?"

(6) No he conocido, entre las regiones españolas, otra con mayorsentido jurfdico que la del Alto Aragón: sentido que es tandistinto del de la chicana, que quizá se encuentra arraigado

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tiene, si no la obligación, la carga, la necesidad, de cono-cerlo; y se le deben ofrecer precepto.s sencillos y no con-ceptos abstrusosi7J.

He dicho que Don Ángel fue, ante todo, abogado. Esese carácter, no ya profesional sino vital, el que matiza ycolorea todos los aspectos de su existencia.

Si nos señala (8)que rara vez la política ha estadodominada por auténticos abogados, esto es, por Licencia-dos en Derecho dedicados al ejercicio de la profesión, no

en otras regiones. No fue así una casualidad que en esaregión naciera y muriera el gran don Joaquín Costa; y tam-poco que en Aragóncomo en Inglaterra, sea donde la torturano ha tenido nunca estado legal.

(7) Tampoco es lugar éste para discurrir sobre el sentido y elcarácter de la ignorancia del derecho. No he creído nuncaque estemos ante una ficción ni ante una presunción deconocimiento;creo, con toda claridad,que estamosante elconcepto de carga de conocer la ley, que pesa sobre elciudadano y como tal carga se debe procurar que sea lomenos pesada posible. Hombre de grandes conocimientosdel derecho debe serio quien hace la ley; pero su dominiodel derecho lo debe llevar a redactar normas perfectas en susencillez, que el ciudadano, no profesionaldel derecho, puedaentender sin esfuerzo.

(8) En el capítulo El Abogado y la política, que he' querido re-incorporar al libro,porque lo que haya perdido de actualidadlo compensa con su valor histórico,con la independencia desus juicios respecto de personas, algunas de las cualesmilitaronen campos contrarios al de Ossorio.

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r

puede negarse que uno de esos abogados fue él. Pero suactuación como abogado dominó a todas las demás suyas.

I Su oratoria es, ante todo, forense en su tendencia aldiálogo y a la publicidad; es la exposición natural y huma-na de quien está defendiendo una causa que cree justa y ladefiende con parcialidad correcta. El saber hablar y tam"bién saber escur;har,porque sólo así, escuchando y sabien-do escuchar (9),se puede llegar a dialogar (10)y cree en la

(9) Recuérdese la página final de La justicia (de sus conferenciassobre La justicia Poder) cuando plásticamente nos presentala escena del gran cómico que, después de un largo parla-mento, de una, "tirada", que otro escuha en silencio, sienteen todas las representaciones el halago del aplauso; perollega un día en que la enfermedad del que tiene a su cargoel papel aparentemente pasivo ,de escuchar, hace que se losustituya, considerando papel fácil el de escuchar sin abrir laboca; y aquel día, y los siguientes. la "tirada" no provoca elaplauso y se descubre el misterio de saber escuchar; al públicono lo electrizaba tanto la acción de hablar como la expresiónal escuchar.

í(10) No sorpresa, sino honda emoción, me produjo oír a Josefina

Ossorio, tan espiritualmente compenetrada con su padre, queen las visitas a la sepultura paterna, ella sostenía conversa-yiones con su padre: y me llevó a recordar a un fraternalamigo mio, alumno, como yo, en la preparación de oposicio-nes a la Judicatura icuántos años atrás! de aquel gran

magistrado que fue don Mariano Avellón y a cuyo entierro nopudo asistir, que al visitar su tumba poco tiempo después, enlugar de rezar, como católico practicamente que es, una ora-ción, le recitó un tema del programa de oposiciones. Conver-sar, dialogar. Y a falta de interlocutor, como ,el gran Machado,que' encabeza este prólogo: "Converso con el hombre que vasiempre conmigo".

XII

oralidad más que en t.poratoria; cree en la eficacia de lapalabra hablada, que es yiva; y no deja de recordamos conejemplos tomados de su propia actuaciónforense, los casosen que en un proceso, prácticamente sentenciado antes dela vista de segunda instancia con una confirmación, se haconseguido 'la revocación por medio de los argumentosexpuestos oralmente. Ve en la oralidad laforma natural depublicidad, contemplando la sala de justicia como un cua-drilátero, en cuyo frente está el Tribunal; a un lado, eldemandante o acusador; al otro, el demandado o el repre-sentante del acusado; ¿y en el cuarto lado, frente al tribu-nal? se pregunta; y la respuesta sólo puede ser: el público.

Pero el diálogo, que es salir del aislamiento, no rompela soledad del abogado; éste se encuentra solo y aisladofrente a su cliente y a su secreto; ni siquiera esaforma, tande hoy, de los estudios o despachos múltiples, consigue, enlos casos más graves, dar un poco de compañía en la soledadde su independencia", comopara eljuez quiere Calamandrei.

Hay en el libro un capítulo (11),de solemnidad máxima;es el que se refiere al secreto profesional. Para guardarlo

(11) Como se advierte por nota de pie de página a los títulos dealgunos de los capítulos, son varios de éstos los que figuranen la presente edición sin haber formado parte de alguna delas anteriores, y por razones diversas. Así "El secreto profe-sional" y "la chicana" se han incorporado, procedentes de laslecciones sobre "Etica de la abogacía" que don Angel Ossoriodictó en la Universidad de La Plata, y que formaron el se-gundo volumen de "El abogado", cuyo primer volumen loformó "El Alma de la Toga". Se ha mantenido el capítulo

XIII

.,

-nos dice el autor, con palabras sencillas- hay un solo pro-cedimiento: no contár!feloa nadie; ni a los compañeros dedespacho, salvo que lo sean también en el mismo asunto ytengan, por eso, el mismo deber, ni a la esp°!fa. Y no hayen ello nada peyorativo respecto de la mujer, porque encuanto a este concepto de secreto, y de la trascendencia delsecreto profesional, al lado del capítulo referidoespecíficamente a él, no puede dejar de tenerse presenteuno de los más hermosos de este libro: La mujer en elbufete; aunque hoy, y sobre todo en América, resulte des-usada la concepción del despacho en la propia casa fami-liar, acaso.quien lo ha vivido así sienta la añoranza de "la

relativo a "La defensa de los pobres", que nofiguró en laquinta edición, pero que reincorporamos ya a la sexta; y sele ha dado cabida también al dedicado a "La abogacía y lapolítica" por entender que, si bien, en cuanto a ciertas apre-ciaciones, puede considerarse superado, tiene un extraordi-nario valor histórico del que no debe privarse a los jóvenesabogados. Si hemos incorporado "Hacia una justiciapatriarcal", que, en realidad, no tiene carácter de un capítulomás, (o hemos hecho pensando en su carácter de síntesisdel pensamiento procesal o, mejor, judicial de Ossorio, quesería grave pecado no ofrecer; en la quinta edición (argen-tina, de la Editorial Losada), figuró en el Apéndice "Cuestio-nes judiciales de la Argentina"pero creemos que su valor no

. es local sino universal. Y, finalmente, tampoco podía faltar elDecálogo del abogado, con el que cerró el autor sus men-cionadas lecciones en la Universidad de La Plata, y algunosde cuyos mandamientos han (ogrado, entre nosotros, expre-sión legislativa. No ha de extrañar que alguna de estas in-corporaciones haya determinado inevitables repeticiones deconceptos o expresiones que ya figuraban en los primitivoscapítulos; preferimos este inconveniente al de privar al lectorde su valor total.

XIV

magia inconfundible del 'alma de mujer" como elementoindispensable de; y habrá de estarse de acuerdo en que "unabogado soltero, por talentudo y laborioso que sea, siempreresultará un abogado incompleto... Los grandes dramasfamiliares, ni suelen ser confiado.s a quien no fundó unafamilia ni en caso de serIo, llegan a ser totalmente pene-trados por el célibe"1l2).Y el capítulo termina con estaspq.labras: "-De modo que, ajuicio de este señor, ¿hay quecreer en la mujer?

"Y este señor le responde con un fervor desbordante:"-¡Hay que creer! Porque el desven.turadoque no crea

en la mujer, ¿a dónde irá a buscar el reposo del alma?".

El abogado - del demandante o del demandado, de laacusación o de la defensa- tiene un lugar en la Sala deJusticia. Y nuestro autor lo dice en el quinto de sus man-damientos: "No procures nunca en los tribunales ser másque los Magistrados, pero no consientas ser menos". La

(12) En época que serfa deseable poder olvidar,me correspondióformar parte de una Sala especial de Divorcios de laAudiclenciaTerritorial.La integrabamos cuatros compañeros,de los cuales uno era soltero. Siempre consideré lo anómalode su designación para aquella Sala: ¿cómo puede compren-der y sentir los problemas familiares y, sobre todo, los detenencia de hijos, quien no ha vivido esos problemas fami.liares de la paternidad?

Aql!ella Sala, con dos de sus integrantes casados, y unoviudo, y los tres padres de familia, hizo frente en aquelambiente caótico, de manera particular,a los incidentessobretal tenencia.

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misma altura que dosjueces (13).En otros países, el abogadoocupará la barra; hablará situándose al lado del público.¿ Cuál de ellas será una mejor representación de la demo-cracia y de la libertad de defensa? Calamandrei la ve enel contacto con el público (acaso democracia) (14).Ossorio,en la altura igual a la del Tribunal (acaso libertad).

La toga, no forma sino sustancia; como la peluca deljuez y del abogado if(gleses; como el bastón del juez espa-ñol. Así, la toga del legislador, la universitaria, la judicial,encuentran su origen en la toga romana, y se han perpe-tuado .en tanto países, resurgiendo después de momentosrevolu~ionarios en los que se la suprime o se la quema (15).

(13) Recuerdo las palabras del Secretario de mi primer juzgado:el juez y los Abogados a la misma altura; el Secretario y losProcuradores, un escalón más abajo. La modestia y los Pro-curadores de algún juzgado, al obligar a los abogados asituarse fuera y más abajo del estrado del juez, determinabaque hubiera que recordarles, que, moral y judicialmente,estábamos a !Ia misma altura.

(14) Elogio de los jueces escrito por un abogado, Ed. EJEA, Bue-nos Aires, 1956, pág. 55. La observación del Maestro deFlorencia (y prologuista de la traducción al italiano de El Almade la Toga) la suscitó la conversación no Con "un abogadoespañol" sino con dos jueces españoles; con el colega a queme he referido en la nota 10 Y conmigo, cpmpañero de becajudicial en aquellos tan lejanos años 1933-1934.

(15) Poco duró la supresión en algunos lugares de la zona repu-blicana durante la guerra civil española, debiéndose al Minis-tro de Justicia don Manuel Jrujo, el restablecimiento de ella.Yo, colgué la mfa en el Palacio de Justicia 98 Barcelona, el

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XVI

De igual manera que las revoluciones no es raro que su-priman al abogado, cuya necesidad se vuelve a sentir bienpronto.

La toga no es mito sino manifestación de espíritu ju-dicial. Quizá no sea aconsejable su instauración en lospaísesdonde no se la ha conocido; pero sí, siempre, su conser-vación donde existe.

La toga tiene su alma, su espíritu que es el espíritu dela justicia; por ello, esa alma existe igualmente donde latoga no se utiliza como atuendo judicial. La toga es unsímbolo cOmo los son las palabras; y éstas, en sus expre-sionesjudiciales, ofrecen la mayor trascendencia: Corte,Cámara,Sala, Tribunal, Audiencia, Juzgado, tienen un valorsemántico que, como el de Universidad, Facultad, soninsustituibles; una Corte, una Audiencia, un Tribunal, unaFacultad,pueden tener -la tienen siempre si son tales- alma;es difícil que la tenga una oficlna(J6J.

21 de enero de 1939, iniCiandopocos dras después el viajeque se prolonga hasta hoy. Pero a esa latitudargentina llegó,trarda por sus .familiares, la toga que perteneció a AdolfoFernál'1dezMoreda, el Presidente mártir de la Audiencia deBarcelona, a quien los sucesos revolucionariosencontradosde vacaciones en su pueblo natal. Logroño, donde fue ase-sinado a los pocos dlas, sin otro motivo que su probadalealtad a la República.

(16) Recuerdo siempre la repulsa que una titulada "OficinaJurf-dlca", creada en los momentos revolucionarios de la guerracivil, mereció hasta_de los mismos partidarios de quieneshablan creado aquel artilugio:"Noes una Sala'~,fue el comen-

XVII

....

Esa alma, ese espíritu, obliga, determina un compor-tamiento, una actuación. La toga,física o espiritual, atuendoo fantasía, obliga a una conducta, porque otorga carácter.

Es lo que se dice, a lo largo de todos sus capítulos, eneste libro.

Por eso el Prólogo se puede cerrar completando elfragmento con que se inició

"Sed buenos y no más, sed lo qu,e he sido - entrevosotros: alma".

Santiago Sentís Melendo

tario inmediatorespecto de aquella denominación;y ello bastópara que el engendro careciera de vida no sólo jurrdica (queen manera alguna la podra tener) sino práctica.

XVIII

PROLOGO A LA PRIMERA 'EDICIÓN

Estas páginas son algo más que unos apuntes de ob-servaciones y mucho menos que un cuerpo de doctrina.Nada hay en ellas de científico ni de narración amena. Son,sencillamente, la expresión de un estado de conciencia.

Vedpor qúé las escribo y no consideréis jactancioso loque vaya deciros. En este año he cumplido veinticinco deejercer la Abogacía. Llego a las bodas de plata joven aún-lo más joven que puede arribarse a ese puerto- y tengo pormi oficio no la misma afición que me animó al comenzar,sino una vocación multiplicada y depurada, un entusiasmoardiente, unafe invulnerable. Naturalmente, al saborear entan amplio período la vida interna de mi carrera, es decir,la que siguf! el alma sin que se traduzca en los menesteresexternos dél trabajo, se ha ido formando una red de con-ceptos, una serie de concreciones espirituales, unadecantación de la voluntad, una categoría de ideas abstrac-tas, que vienen a ser cómo el sedimento de mi existenciaprofesional.

¿Puede esto tener interés para alguien? Creo que sí,y ésa es la razón de existir este libro. Primeramente, por-que, a mi entender, todo hombre que ha cursado profunday dilátadamente una disciplina, está en la ob'igación de

XIX

explicar lo que piensa de ella; y después, porque la sustan-cia de la Abogacía descansa en sutilísimos y quebradizosestados psicológicos que no figuran en ninguna asignaturani se enseñan en las aulas. Por todas partes os explicaránlo que es el retracto y la tutela, y la legislación de ferro-carriles y el recurso de jÚerza en conocer y la doctrinainternacional de los Estatutos Pero la función social delAbogado, las tribulaciones de su (:onciencia, sus múltiplesy heterogéneas obligaciones, la coordinación de sus debe-res, a veces antagónicos... todo eso es para el principianteuna incógnita, y nadie se cuida de despejársela.

De esas cosas, quiero habla ros, sin pretensionesdidácticas, confesando de antemano mi carencia de auto-ridad. Ostento sólo la que, fatalmente, ineludiblemente, meha proporcionado el tiempo. Nadie, pues, tendrá el derechode motejarme como teorizante presuntuoso ni de señalarmecomo maestro Ciruela togado. Os digo Llanamente,mi sen-tir, y al confesarme con vosotros y trasmitiros lo que 'lavidame enseñó, aspiro a desempeñar el papel trivial, pero útil,

de quien, cuando llegáis a una población, os indica la di- Irección de un sitio que ignoráis.

Abundarán quienes os adviertan' que hay en estas pá-ginas bastante lirismo y que he poetizado a mi sabor, pin-talido las cosas, no cual son, sino cual las anhelamos. Nohagáis caso. A falta de otras dotes, tengo la de ser unobservador paciente y sereno. Mas si, a pesar de todo, lafantasía hubiese traspasado la rasante práctica, tampoco lotoméis como divagación de soñador. Pocas actividades haytan positivas y fructíferas como la ilusión. Renunciar a ellaes despojarse del mayor encanto, del más poderoso motor,

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de la rrulSpura exaltación que el esfuerzo cotidÍlJno ofreceal hombre. No trabajéis sólo por el indispensable manteni-miento, ni por la riqueza. Sin desdeñarlos -ello sería necio-trabajad primordialmente por hacer el bien, por elevarossobre los demás,por el orgullo de llenar un cometido tras-cendental. Creed, creed... Mal trabajo es el que se ejercesin lucro; pero el que se arrastra sin fe es mil veces másangustioso, porque tiene todos los caracteres de la escla-vitud.

Ángel OssorioJunio de 1919

XXI

ADVERTENCIA A LA TERCERA EDICIÓN(ESPAÑOLA)

La primera edición de este librofue publicada en 191-9;la segunda, en 1922. Los sucesos ocurridos de entonces ahoy han influido en importantes aspectos de la vidajudicialy hubieran justificado alteraciones y glosas para dejar laobra en tono de actualidad.

El autor, después de meditarlo, ha renunciado al iflten-to porque, de seguirle, habría acabado escribiendo un vo-lumen distinto. Preferible es que quede tal cual fue conce-bido, aunque en algún extremo brote el anacronismo. Asíperdurará la espontaneidad de sus páginas, y los puntosque pierdan valor de oportunidad lo adquirirán de datohistórico.

Excepcionalmente ha sido tachada una frase o adicio-nada a alguna apostilla por razones verdaderamenteinexcusables; más no excederá lo alterado de media docenade renglones. Lo cual indica que las ideas prevalecen in-cólumes a pesar de los diez años que han pasado desde queel libro vio la primera luz. y de los experimentos amargosque ha sufrido desde entonces quien la escribió.

Angel Ossorio.Octubre de 1929

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ADVERTENCIA A LA CUARTA EDICIÓN(ARGENTINA)

Tres ediciones se han consumido en España, de estelibro, el más popularizado de todos los míos. Al llegar a laArgentina me encontré con la gratísima sorpresa de quemuchos compañeros lo habían leído (y aun estaba recomen-dado expresamente por el profesorado en algunas Univer-sidades), y otros muchos, los más jóvenes, deseaban leerlo.Esto me ha determinado a interesar de la activa e inteli-

gente Editorial Losada una nueva edición. De ella he su-primido unos pocos capítulos que me paredan ya entera-mente inútiles o anacrónicos. En cambio, he añadido unasegunda parte dedicada a examinar ciertas cuestiones que

re;?utode capital importancia para la vida judicial de laArgentina. Récíbase esto como manifestació,n de mi interéspor el derecho de este mi país de adopción.

Ángel Ossorio.Junio de 1940.

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xxv

PREFACIO A LA SEXTA EDICIÓN(ARGENTINA)

Accediendo al requerimiento afectuoso del notable ju-rista y director de la editorial bajo cuyo prestigioso signose publica la obra, ofrecemos hoya los lectores, bajo eltítulo amplio y genérico de El Abogado, en un primervolumen,la sexta edición de El alma d~ la toga,producciónpopularizada efltre los profesionales del Derecho de todaslas n~ciones ibero-ameri¡:anas y que fue traducida al ita-liano' por el ilustre profesor Calamandrei. La 'difusiónadquirida por este libro, en que el autor vertió a taudalessus sentimientos de amor a la función humana y social delabogado, que le acompañaron hasta el fin de su laboriosavida, se advierte con sólo considerar que en el curso deunos años se agotaron tres ediciones hechas en España ydos en la Argentina. Puedo afirmar, por constarme de cien-cia propia, que cuando Ángel Ossorio decidió radicarsepara el resto de sus d(as en este país, al no poder ni querervolver al suyo de origen pOr las razones de orden políticoque son bien conocidas, entre las muchas satisfacciones querecibió, no fue\la menor el haber comprobado que El alTlUlde la toga era en los países americanos de habla españolatan conocida y tan estimada com() en España misma. Esafue la circunstancia que le movió a reeditarla aquí; si biencon dos modificaciones; una, la supresión de unos pocoscapítulos que. como el propio autor dice, le parecieron

XXVII

1

enteramente inútiles yanacrónicos; y otra, haber incluido,a continuación del texto, unos breves estudios sobre cues-

tiones judiciales de la Argenti'!a. Con esa parte que, natu-ralmente, no figura en las ediciones espaiíolas, quiso sinduda el autor, dar fe de Slf interés y de,su preocupación porlos problemas judiciales de la nació!! a cuya hospitalidadse había acogido.

Los hijos del autor -en cuyo nombre hablo por simplem,rtivo de primogenitura" nos hemos creído obligado.s aautorizar .esta nueva edición por una causa que puede no.interesar al público pero que a nosotros nos importa mu,-cho, y que no es otra sino rendir un test~moniod(!devo.cióna la amada memoria de nuestro padre. Si t{ll explicaciónno pareciese. suficientemente válida, todavía habría otra,derivada de las frecuentes quejas que desde hace variosaños venimos recibiendo por la absoluta imposibilidad deencontrar en el mercado libero ni un solo ejemplar de Elalma de la toga, demostración jndis<;utiblede que sigueinteresando al público y que los,profesionales y estudiantescontinúan buscándola con empeño.

\ .

En esta edición, se ha suprimido toda la parte corres-pondiente a las cuestiones judiciales de la Argentina, y sehaformado un segundo volumen con un trabajo inédito¡delautor que, sobre encaja mejor en la índóle y en lafinalidadde El alme¡de la toga, cumple igualmente con los propósitosde Ángel Ossprio de mostrar su vinculación espiritual conla Argentina. Me refiero al .cursillo de diez leccio,nes quesobre el tema Ética(ie la abogacía dictó el año de }942 enlafacultad de Derecho de la Universidad de La Plata, cur-sillo. especialmente dedicada a los alumnas de aquel alto

XXVIII

centro de estudios y desarrollado con la minucio;idad y conel entusiasmo que ponía en todos sus trabajos. así como laíntima alegría que siempre le produjo ponerse en comuni-cación con las juventudes estudiosas: En el lugar oportuno,es decir. como preámbulo de ese segundo volumen,expon-dré no sólo el programa de aquellas lecciones sino el modocomo han podido ser reconstruidas.

Grande fue el éxito alcanzado por esas lecciones, dic-tadas con el estilo sencillo y el tonofamiliar que el disertantegustaba emplear en ciertds ocasiones y que posiblementecontrastaba con el ambiente solemne de los claustros uni-

versitarios. Pero la cordialidad de su temperamento erasuperior a algunas consideraciones protocolarias, por loque resultaba grato huir de toda afectación de gravedad ypompa, para dejar que, sin merma de la elevación de supensamiento y de la corrección oratoria sus palabras flu-yesen sencillas y emotivas, como expresión de ideas y desentimientos formados y mantenidos a través de una largaactuación profesional y política.

Una aclaración o, mejor dicho~'una advertencia pareceindispensable. El tema de la ética de la abogacía guardatan íntima relación con el desarrollado en El alma de latoga que. no obstante los años transcurridos entre uno yotro trabajo, el lector encontrará en el segundo de ellos,temas y conceptos que aparecen en el primero. Era inevi-tabledada la continuidad del pensamiento de Ángel Ossorio.Hay, sin embargo, mucho. la mayor parte, que es nuevo enlas conferencias, bien por su contenido, bien por su forma.Nunca transcripciones literales. Y son ésas las razones que/

XXIX

permiten y aún que aconsejan la publicación simultánea deuno y otro trabajo.

En elfondo de todos los de Angel Ossorio va contenidauna exaltación de los grandes ideales de Justicia, de Liber-tad y de Demoaacia, en defensa de las cuales batalló conardor, sacrificando su tranquilidad y el ejercicio de la abo-gacía que era la esencia de su vida. Por eso la reiteraciónde las ideas, tiene hasta un valor simbólico.

Resta por decir que las lecciones fueron resumidas endiez máximas en las que se concretan los principiosinspiradores de cada una de aquéllas. El conjunto de esasmáximas forma el Decálogo del Abogado, tan ampliamentedifundido en la Argentina, que es raro el es.tudio de abo-gado en que no se halle exhibido. Sentís Melendo -que fueamigo del autor y que lo es mío muy apreciado- ha queridoque ese Decálogo figure destacadamente en la edición queél patrocina. I

Manuel Ossorio y Flarit.

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11II

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xxx

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INDICE SUMARIO

Dedicatoria .Prólogo a la séptima edición (Argentina)Vivencia y vigencia de Don Ángel Ossorio ........Prólogo a la primera edición ................................Advertencia a la tercera edición (Española) ........Advertencia a la cuarta edición (Argentina) ........Prefacio a la sexta edición (Argetttina) ................Quién es Abogado .................................................La fuerza interibr ...................................................La sensación de la Justicia ...................................La moral del Abogado ..........................................El secreto profesional............................................La chicana ..............................................................La sensibilidad .......................................................

El desdoblamiento psíquico ".................La independencia ...................................................El trabajo ................................................................La palabra ..............................................................El estilo forense .....................................................Elogio de la cordialidad ........................................Conceptos arcaicos '" ,.....El Arte y la Abogacía ...........................................

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~

v

VIIXIX

XXIIIXXV

XXVII1

1122324365818997

105115127151159167

XXXI

La clase..................................................................Cómo se hace un despacho ..,...............................E

.l. I

specla Istas " ........

La hipérbole ...........................................................La abogacía y la política ..,...................................Libertad de defensa ...............................................El amianto ..............................................................Los pasantes ...........................................................la defensa de los pobres ........................................La toga ...................................................................La mujer en el bufete '............................Hacia una justicia patriarcal..................................Decálogo de. Abogado ..........................................

g

XXXII

177187197205211227233239249259

- 267277303

QUIEN ES ABOGADO,

Urge reivindicar el concepto de Abogado. Tal cual hoyse entiende, los que en verdad lo somos, participamos dehonores que no nos corresponden y de vergüenzas que nonos afectan.

"En España todo el mundo es abogado, mientras no.pruebe lo contrario". Así queda expresado el teorema, que~»arp':¡¡)por boca de unos de sus personajes (1),condensa

(1) f5::"~1TaBlado-de ~lequ1.&

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en estos otros ténninos: "Ya que no sirves para nada útil, ,

estudiapara abogado".Los corolariosson inevitables. r¡

¿Con quién se casa Pepita? - ¡Con un abogado! Esteabogado suele ser escribiente temporero del Ayuntamientoo mecanógrafo de una casa de banca.

En el actual Ministerio hay' siete Abogados. La realidad, es que apenas si uno o dos se han puesto la toga ysaludado el Código Civil. I

Numerosos conck1ctores en ,tranvías son Abogados. .,

Elque ayer asesinó a su novia oel que escaló la a1can-

r

'tarilla es Abogado.

El inventor de un explosivo, o de,

'

una nave aérea o de

Iunas pastillas para la tos, es abogado.. i

Hay que acabar con ese equívoco, m~rced al cual lacalidad de Abogado ha venido a ser algo tan difuso, tanambiguo, tan incoercible, como la de "nuestro compañeroen la Prensa" o "el distinguido sportman".

La abogacía no es una consagración académica, sinouna concreción profesional. Nuestro título universitario noes de ."Abogado", sino de "Licenciado en Derecho, queautoriza para ejercer la profesión de Abogado". Basta, pues,leerle para saber que quien no dedique su vida a dar con-sejos juódicos y pedir justicia en los TribunaléWserá to~)0 Licenciado que quiera, pero Abogado, no.

La Universidad presid~una infonnación ci~"ífica...cuando la preside. En nuestrl carrera ni siquiera sirve para

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eso. De la Facultad' se sale sabiendo poner garbanzos depega en los rieles del tranvía, acosar modistas,jugar al montey al treinta y cuarenta, organizar huelgas, apedrear escapa-rates, discutir sobre política, imitar en las atdas al gallo yal burro, abrir las puertas a empujones, destrozar los bancoscon el cortaplumas, condensar un vademécum en los puñosde la camisa, triunfar en los bailes de máscaras y otraporciónde conocimientos tan varios como interesantes. El bagajecultural del alumno más aprovechado no pasa de saber decirde veinticinco maneras -tantas como profesores- el "concep-to del Derecho", "la idea del Estado", la "importancia denuestra asignatura" (cada una es más importante que lasotras para el respectivo catedrático) , la "razón del plan" y"la razón del método". De ahí para adelante, nada. En nues-tras facultades se enseña la Historia sólo hasta los ,ReyesCatólicos o sólo desde Felipe V; se aprueba el Derecho Civilsin dar testamentos o contratos, se explica Economía Polí-tica. ¡¡Economía política del siglo xx!! en veinticinco otreinta lecciones, se ignora el Derecho social de nuestrosdías, se rinde homenaje a la Ley escrita y se prescindeabsolutamente de toda la sustancia consuetudinaria nacio-nal, se invierten meses en aprender de memoria las colec-ciones canónicas y se reserva para el Doctorado -esto 'es,para un grado excelso de sabiduría, y aún esto a título pu-ramente voluntario- el Derecho municipal... A cambio desistema docente tan peregrino, los señores profesores siem-bran en lajuventud otros conceptos inesperados, tales comoéstos: que hora y media de trabajo, puede quedardecorosamente, reducida a tres cuartos de hora; que sindesdoro de nadie, pueden las vacaciones de Navidad comen-zar en noviembre; que el elemento fundamental para luciren la cátedra y en el examen es la memoria; que la tarea

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del profesorado' debe quedar supeditada a las atencionespolíticas del catedrático, cuando es diputado o concejal; quese puede llegar a altas categorías docentes, Gonstitutivas,porsí solas, de elevadas situaciones sociales, usando un léxicoque haría reír en cualquier parte y' luciendo indumentos,inverosímiles, reveladores del poco respeto de su portadorpara él mismo y para quienes le ven..Y).

¿A qué seguir la enumeración? En las demás facultades,la enseñanza, tomada en serio, sólo ofrece el peligro de queel alumno resulte un teórico pedante; en la nuestra hay laseguridad de que no produce sino vagos, rebeldes, destruc-tores anarquizantes y hueros. La formación del hombre viene-después. En las aulas quedó pulverizado todo lo bueno queaportara de su hogar.

Mas demos esto de lado y supongamos que la Facultadde Derecho se redime y contdb~ye eficazmente a la ¡:;ons-titución técnica de sus alumnos; aún así, el problema segui-ría siendo el mismo, porque la formación cultural es abso-lutamente distinta de la profesional y un eximio Doctorpuede ser -iba a decir, suele ser- un Abogado detestable.

(1) Los esfuerzos innegables de un profesorado joven y culto, nobastan a remediar el mal, que es de organización, de sistemay de educación. No se puede -vivir sin 'la Universidad, perohay que cambiarla. En mi libro La Justicia Poder he expuestolos remedios que se me ocurren.

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II

I

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¿Por qué? Pues por la razón sencilla de que en lasprofesiones la ciencia no es más que un ingrediente. Juntoa él operan la conciencia, el hábito, la educación, el engra-naje de la vida, el ojo clínico, mil y mil elementos que,englobados, integran un hombre, el cual, precisamente porsu oficio, se distingue de los demás. Una persona puedereunir los títulos de Licenciado en Derecho y capitán deCaballería, pero es imposible, absolutamente imposible, quese den en ella las dos contradictorias idiosincrasias del military del togado. En aquél ha de predominar la sumisión; en ésteel sentido de libertad. ¡Qué tienen que vér las aulas con estascristalizaciones humanas!

Un catedrático sabrá admirablemente las Pandectas y lat Instituta y el Fuero Real, y será un jurisconsulto insigne;

I pero si se conoce las pasiones, más todavía, si no se sabeatisbadas, toda su ciencia resultará inútil para abogar.

El esclarecido ministerio del asesoramiento y de laI defensa, va dejando en el juicio y en el proceder unasI modalidades que imprimen carácter. Por ejemplo: la fuerte. definición del concepto propio y simultáneamente, la

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antitética disposición a abandonarle, parcial o totalmente, enbien de la paz; la rapidez en la asimilación de hechos eideas, coincidentes con las decisiones más arriesgadas, como

I

si fueran hüas de dilatada meditación; el olvido de la con-veniencia y de la comodidad personales para anteponer el

I interés de quien a nosotros se confía (aspecto éste en que

I coincidimoscon losmédicos);el reuniren unamismamenteI la elevadaserenidaddel patriarcay la astuciamaliciosadel

aldeano: el cultivar a un tiempo los secarrales legislativosy el vergel frondoso de la literatura ya que nuestra misión

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se expresa por medio del arte; el fomento de la pacienciasin mansedumbre para con el cliente del respecto sin humi-llación para con el Tribunal, de la cordialidad sin extremosamistosos para con los compañeros, de la firmeza sin amorpropio para el pensamiento de uno, de la consideración sindebilidades para el de los demás.

En el Abogado la rectitud de la conciencia es mil' vecesmás importante que el tesoro de los conocimientos. Primeroes ser bueno; luego, ser firme; después, ser prudente; lailustración viene en cuarto lugar; la pericia, en el último.

No. No es médico el que domina la fisiología, la pa-tología, la terapéutica y la investigación química ybactereológica, sino el que, con esa cultura como herramien-ta, aporta a la cabecera del enfermo caudales de previsión,de experiencia, de cautela, de paciencia, de abnegación.

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Igual ocurre con los Abogados. No se hacen con el títulode Licenciado, sino con las disposiciones psicológicas, adqui-ridas a costa de trozos sangrantes de la vida.

Fijémonos en ~n ejemplo característico. Habrá en Madrid10 ó 12.000 Licenciados en Derecho; de ellos figuran incor-poradosal Colegio unos 2.500; ejercen más de 1.000;merecende verdad el concepto de Abogados 200 ó 300; y se gananla vida exclusivamente como tales dos docenas. ¿Será justollamar Abogados a los 12.000 y distribuir sus glorias o suscrímenes entre los contados centenares que consagran suexistencia al ejercicio diario de la profesión? Con análoga tproporción, lo mismo ocurre en todas partes.

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Quede cada cual con su responsabilidad. El que apro-vechó su título para ser Secretario de Ayuntamiento, entre)éstos debe figurar; e igualmente los que se aplican a serbanqueros, diputados, periodistas, representantes comercia-les, zurupetos bursátiles o, modestamente, golfos. Esta cla-sificación importa mucho en las profesiones como en eltrigo, que no podría ser valorado si antes no hubiera sidocernido.

Abogado es, en conclusión, el que ejerce Rermanente-mente (tampoco de modo esporádico) la Abogacía.Los demásserán Licenciados en Derecho, muy estimables, muy respe-tables, muy considerables, pero Licenciados en Derecho,nada más.

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LA FUERZA INTERIOR

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El hombre, cualquiera que sea su oficio, debe fiar prin-cipalmente en sí. La fuerza que en sí mismo no halle no laencontrará en parte alguna.

Mi afirmación no ha de tomarse en acepción herética,tomo negatoria' del poder de Dios. Muy al contrario, alponderar la confianza en la energía propia establezco la feexclusiva en el poder divino, porque los hombres no lleva-mos más fuerza que la que Dios nos da. Lo que quiero decires que, aparte de eso, nadie debe esperar en otra cosa, y esto,que es norma genérica para todos los hombres, másdeterminadamente es ap'1icablepara los Abogados.

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. IFuera de nosotros están todas las sugestiones, el

doctrinarismo contradictorio para sembrar la duda, élsensualismo para perturbar nuestra moral, la crítica paradesorientamos, el adversario para desconcertamos, la injus-ticia para enfurecemos. Es todo un cuerpo de ejército quenos cerca, nos atosiga y nos asfixia. ¿Quién no ha sentidosus llamamientos y sus alaridos?

Cuando se nos plantea el caso y hemos de formar opinióny trazar plan, una voz de timbre afectuoso nos dice: "¡Cui-dado! No tengas el atrevimiento de juzgar sin leer lo quedicen los autores y consultar la jurisprudencia y escuchar elparecer de tu docto amigo Fulano y del insigne maestroMengano". La palabra cordial nos induce a perder el sentidopropio a puro recabar los ajenos.

Después, otra voz menos limpia nos apunta: "¿Cuántopodrá ganar con ese asunto? En verdad que debiera produ-cirte tanto y cuanto". Y aun alguna rara vez añade coninsinuaciones de celestineo: "¡Ese puede ser el asunto detu vida!". Si admitimos la plática, estaremos en riesgo depasar insensiblemente de juristas a facinerosos,

Desde que la cuestión jurídica comienza hasta mucho.después de haber terminado, no es ya una voz sino un griteríolo que nos aturde sin descanso. "¡Muy bien, bravo, así sehace!" -chillan por un la\lo-; "¡Qué torpe! ¡No sabe dóndetiene la mano derecha! ¡Va a la catástrofe!" -alborotan porotro-. "Defiende una causa justa" -alegan los menos-, "Estásosteniendo un negocio inmoral y sucio" -esc;andalizanlosmás... En cuanto nos detengamos cinco minutos a oír elvocerío, estaremos perdidos. Al cabo de ellos no sabremoslo que es ética ni dónde feside el sentido común,

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A todo esto, nosotros somos los únicos que no ejerce-mos a solas como el médico, el ingeniero o el comerciante,sino que vivimos en sistemática contradicción. Nuestra la-bor no es un estudio sino un asalto y, a semejanza de losesgrimidores, nuestro hierro actúa siempre sometido a lainfluencia del hierro contrario, en lo cual hay el riesgo deperder la virtualidad del propio.

Por último, hemos de afrontar constantemente el pesode la injusticia. Injusticia hoy en el resultado de un conciertodonde pudo más la fuerza que la equidad; injusticia mañanaen un fallo torpe; injusticia otro día en el cliente desagra-decido o insensato; injusticia a toda hora en la crítica apa-sionada o ciega; injusticia posible siempre en lo que, congraciosa causticidad llamaba don Francisco Silvela "elmajestuoso y respetable azar de la justicia humana"... Encuanto estas injusticias nos preocupen, perderemos la brú-jula para lo porvenir o caeremos rendidos por una sensaciónde asco.

Frente a tan multiplicadas agresiones, la receta es única:fiar en sí, vivir la propia vida, seguir los dictados que unomismo se imponga..., y desatender lo demás.

No es esto soberbia, pues las decisiones de un hombreprudente no se forman por generación espontánea, sino comofruto de un considerado respeto a opiniones, convenienciasy estímulos del exterior. Otra cosa no es enjuiciar, es ob-cecarse. Pero, una vez el criterio definido y el rumbo tra-zado, hay que olvidarse de todo lo demás y seguirimpetturbablemente nuestro camino. El día en que la volun-tad desmaya o el pensamiento titubea, no podemos excusar-nos diciendo: "Me atuve al juicio de A: me desconcertó la

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increpación de X; me dejé seducir por el halago de H".Nadie nos perdonará. La responsabilidad es sólo nuestra;nuestras han de ser también de modo exclusivo la resolucióny la actuación.

Se dirá que esta limitación a la cosecha del propio criteriotiene algo de orgullo. No hay duda; pero el orgullo es unafaceta de la dignidad, a diferencia de la vanidad, que es unafórmula de la estupidez. Cuando yo defiendo un pleito o doyun consejo es porque creo que estoy en 10 cierto y en 10justo. En tal caso debo andar firme y sereno, cual si 10queme rodea no me afectase. Y si vacilo en cuanto a la verdado a la justicia de mi causa, debo abandonarla, porque mipapel no es el de un comedia.nte.

Hacer justicia o pedirla -cuando se procede de buena fe,es 10mismo- constituye la obra más íntima, más espiritual,más inefable del hombre. En otros oficios humanos actúanel alma y la física, el alma y la economía, el alma y labotánica, el alma y la fisiología; es decir, un elementopsicológico del profesional y otro elemento material y ex-terno. En la Abogacía actúa el alma sola, porque cuanto sehace es obra de la conciencia y nada más que de ella. Nose diga que operan el alma y el Derecho, porque el Derechoes cosa que se ve, se interpreta y se aplica con el alma decada cual; de modo que no yerro al insÜ¡tiren que actúa elalma aislada.

Pues si toda la labor ha de fraguarse en nuestrorecón-dito laboratorio, ¿cómo hemos de entregarnos a ningúnelemento que no esté en él? En nuestro ser, sólo en nuestroser, hállase la fuerza de las conv,icciones, la definición dela justicia, el aliento para sostenerla, el noble estímulo para

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II

anteponerla al interés propio, el sentimentalismo lírico paratemplar ll;lsarmas del combate...

Quien no reconozca en sí estos tesoros, que no abogue;I quien por ventqra los encuentre, que no busque más ni atiendaI a otra cosa. En las batallas forenses se corre el peligro de

verse asaltado por la ira, pues nada es tan irritante como lainjusticia. Pero la ira de un día es la perturbación de mu-chos; el enojo experimentado en un asunto, influye en otroscien. Ira es antítesis de ecuanimidad. De modo que no puedehaber Abogado irascible.

Para librarse de la ira no hay antídoto más eticaz queel desdén. Saber despreciar es el complemento de la fuerza

I interna.Despreciopara los venalesy los int1uibles,paraloshipócritas y los necios, para los asesinos alevosos y losperros ladradores. Contra el Abogado -contra el verdaderoAbogado- se concitan los intereses lastimados, el amor propioherido, la envidia implacable. Quien no sepa despreciar todo

i eso, acabará siendo, a su vez, envidioso, egoísta y envane-cido. Quien sepa Idesdeñarlo sinceramente verá sublimarsey elevarse sus potencias en servicios del bien, libres deimpurezas, iluminadas por altos ideales, decantadas por losgrandes amores de la vida.

Ninguna de las cuatro virtudes cardinales podría darsesin el aderezo del desdén. para con todo aquello que lascontradice.

En resumen: el Abogado tiene que comprobar a. cadaminuto si se encuentra asistido de aquella fuerza interior queha de hacerle superior al medio ambiente; y en cuanto leasalten dudas en este punto debe cambiar de oficio.

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LA SENSACIÓN DE LA JUSTICIA

¿Dónde ha de buscar el Abogado la orientación de sujuicio y las fuentes de su actuación? ¿En el estudio delDerecho escrito? Terminantemente lo niego.

Un literario ha dicho que el~erech()~~scomo una mujer.casquivana que se va detrás de cualquier hombre que hagasonar espuelas. Si se refiere al Derecho positivo de c;adadía.la imputación el) de. triste certeza. Detrás de una violenciatriunfánte o siquiera amenazadora, cambia el estado legal. '

Mas esto no es incompatible con la profecía de Isaíassobre la inmutabilidad del Derecho; porque son consistentes

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los cimientos morales del mismo, que la sociedad elige ydetermina, muchas veces a despecho de la fuerza coactivadel Estado. Lo cambiante es la expresión actual y concretade la vida jurídica.

La fuerza arrolladora de los hechos y de los hombrescristianos humanizó el concepto de la familia romana, va-riándolo en absoluto. En cambio, el egoísmo de esos mis-mos cristianos ha negado o falsificado el sentido cristianode la propiedad, y ésta sigue siendo perfectamente romana.La fu~rza (entiéndase bien, la fuerza de la¡realidad, no lafuerza brutal de las armas) ha logrado que cuaje un Derechocristiano para la familia y pagano para el dominio.

Mas lo que en veinte siglós no lograron la razón ni lapiedad, lo está logrando en pocos años el empuje arrolladorde las masas obreras; y a pasos agigantados surge un de-recho socialista, triturador del individualista exaltado quehace poco más de un siglo culminó en la ~evolución.

Las fuentes de la responsabilidad no eran otras, tradi-cionalmente, sino la acción y la omisión. Pero llegan lasleyes de accidentes del trabajo y aparece una fuente nueva:el hecho de ser patronQ,f."

La autoridad, símbolo supremo del propietario, en lavida industrial ya se cQmparte hoy con los ~breros.

Los atributos de usar y disponer que en lo antiguoaparecían como cosa sagrada, yacen ahora hechos pedazospor las leyes de expropiación forzosa, por las de "cultivoadecuado" y aun por simples ordenanzas municipales.

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Una corriente establece en España la organizaciónpolítica centralista; otra corriente, antes de transcurrida unacenturia, empuja hacia el régimen autonomista.

Las expansiones de la vida han creado en pocos añosun derecho mercantil al margen de los Códigos y más fuerteque todos ellos.

El derecho administrativo sufre tumbos y vaivenesporque le impulsan las conquistas científicas, y así le vemoscambiar según se aprovechan mejor los saltos de agua, o seacierta a utilizar los subproductos mineros, o se electrificanlos ferrocarriles o se descubren la aviación.

Gobiernos liberales promulgan leyes de excepción.Hombres que abogaron contra la pena de muerte, ahorcany fusilan a mansalva. Defensores del libre cambio colaboranen políticaS proteccionista,s. El movimiento legislativo entodos los pueblos es obra de una Penélope de mil manos.

¿Es arbitrario? ¿Es signo del tiempo presente? ¿Esremediable? No. Es fenómeno consustancial a la vida, cuyascomplejidades aumentan por instantes, y escapan a las másescrupulosas previsiones reguladoras. El derecho no esta-blece la realidad sino que la sirve, y por esto caminamansamente tras ella, consiguiendo rara vez marchar a supaso.

Postulado: que lo que al Abogado importa no es saberel Derecho, sino conocer la vida. El derecho positivo estáen los libros. Se buscan, se estudian, y en paz. Pero lo quela vida reclama no está escrito en ninguna parte. Quien

tenga previsión, serenidad, amplitud de miras y de senti-mientos para advertirlo, será Abogado; quien no tenga másinspiración ni más guía que las leyes, será un desventuradoganapán (1).Por eso digo que la justicia no es fruto de unestudio, sino de una sensación.

A veces oigo censurar estas afirmaciones cual sientrañasen una bárbara profanación. Consuélame, sin em-bargo, verlas de vez en vez proclamadas por jurisconsultosde saber indiscutible. Léanse estas palabras de León Duguit:"El Derecho es mucho menos la obra del legislador que elproducto constante y espontáneo de los hechos. Las leyespositivas, los Códigos, pueden permanecer intactos en sustextos rígidos: poco importa; por la fuerza de las cosas, bajola presión de los hechos, de las necesidades prácticas, seforman constantemente instituciones jurídicas nuevas. Eltexto está siempre allí, pero ha quedado sin fuerza y sinvida, o bien por una exégesis sabia y sutil, se le da unsentido y un alcance en los cuales no había soñado el le-gislador cuando lo redactaba".

(1) Giurati, en su Arte Forense, para ponderar lo difícil que esla formación de un Abogado, no dice que haya de ser un pozode ciencia jurídica. Elevándose y humanizándole, dice losiguiente: "Dad a un hombre todas las dotes del espíritu,dadle todas las del carácter, haced que todo lo haya visto,que todo lo haya aprendido y retenido, que haya trabajadodurante treinta años de vida, que sea en conjunto no literato,un crftico, un moralista, que tenga la experiencia de un viejoy la infalible memoria de un niño; y tal vez con todo estoformaréis un Abogado completo".

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Hay en el ejercicio de la profesión un instante decisivopara la conciencia del Abogado y aun para la tranquilidadpública: el de la consulta. El Letrado que después de oír alconsultante se limite a preguntarse "¿qué dice la ley?", corremucho riesgo de equivocarse y de perturbar la vida ajena.Las preguntas introspectivas, origen del consejo inmediato,han de ser estas otras: "¿Quién es este hombre que me .consulta? ¿Que se propone íntimamente? ¿Qué haría yo ensu caso? ¿A quién dañará con sus propósitos?". En unapalabra: "¿Dónde está lo justo?". Resuelto esto, el apoyolegal es cosa secundaria.

Para comer, lo importante es tener salud, tener apetito,tener tiempo y tener dinero. Con estas cuatro cosas, hallarfonda y elegir lista son extremos subalternos, que logracualquiera con un poco más o menos de trabajo.

Cuenta el ilustre novelista Henry Bordeaux (1)que,cuando fue .pasante, su maestro, Mr. Romeaux, le enderezóestas observaciones, que le causaron profunda impresión:"Un Maistre, un Bonald, un Le Play, un Fustel de Coulanges,todos esos cuyas obras ha visto usted en primera línea enmi biblioteca, encuadernadas con más esmero que los reper-torios de jurisprudencia, han conocido y amado la tierra; nohan dejado de pensar en en~. Razonaron sobre realidades,no sobre libros o lecciones de escuelas. Por eso no hay ensus libros vagas abstracciones ni falsa sensiblería. Pongausted figuras sobre los autos, sobre las cifras, sobre laspalabras, sobre las ,ideas. Esa partición que estudiaba usted

(1) Le Camet d'un staglaire, pág. 364.

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cuando le he llamado, es el patrimonio fundado por unhombre, sostenido o agrandado por una serie de generacio-nes, dividido hoy sistemáticamente entre los hijos. Undominio que ha vivido, una familia que se divida son tam-bién novelas o tragedias".

El mismo autor refiere que cuando visitó a Daudet y lemanifestó que era estudiante de Derecho, el glorioso escritorle dijo: "Las leyes, los códigos no deben ofrecer ningúninterés. Se aprende a leer con imágenes y se aprende la vidacon hechos. Figuraos siempre hombres y debates entre loshombres. Los códigos no existen en sí mismos. Procure very observar. Estudie la importancia de los intereses en la vidahumana. La ciencia .de la humanidad es la verdadera cien-cia".

Fijémonos en un ejemplo mínimo y, por desdicha,constante. Viene a copsultarnos un sujeto que pretende li-tigar en concepto de pobre. No tiene n;:ntas,carrera ni oficio.Vive en casa de 9tro. Carece de ,esposa y de hijos, cuyasrentas pudiera disfrutar. Hállase, en fin, dentro de las con-diciones señaladas en el Enjuiciamiento civil para gozar delbeneficio. Y, no obstante, conforme le miramos y oímos,advertimos que su vestir es decoroso y su reloj es de precio,que veranea, que va a casinos y teatros, que tiene amantes,que se interesa en negocios y que no da explicación racionalde la antinomia entre esta buena vida y aquella carencia debienes. Si para contestarle y aceptar su defensa buscamoslo que dice la Ley, habremos de darle la razón y nos con-vertiremosen cómplices de una trapisonda o de una infamia:¿Qué hipocresía. es esa de buscar en la Ley solucionescontrarias a las que nos traza nuestro convencimiento?

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Pues el ejemplo es aplicable a todos, absolutamentetodos los casos.

¿Qué hemos de contestarle a esta mujer casada quepretende divorciarse? ¿Lo que dicen las leyes? No. Lo queinteresa a sus hijos y a la ejemplaridad pública.

¿Qué diremos a este propietario que quiere discutir consu colindante? ¿Lo que manda el Código Civil? No. Lo queconviene a su bolsillo, atendidas las circunstancias del casoy los gastos del pleito.

¿Qué aconsejaremos a este patrono intransigente, quese empeña en llevar a punta de lanza sus desavenencias conun operario? ¿Lo que preceptúe la Ley? No. Lo que asegurela cordialidad de relaciones para el desenvolvimiento de laindustria.

¿A dónde miraremos para asesorar a los que quierenconstituir una Sociedad industrial? ¿Al texto preciso delCódigo, de la Ley del Timbre y del impuesto de DerechosReales? No. A las condiciones que prácticamente hagan elempeño más viable y fácil para sus autores y más prove-choso para el cuerpo social.(1)

(1) En términos elocuentes desarrolla Idea análoga Julio Sena-dor'en La Canelón del Duero. "Sobran también los.juriscon-sultos. Aquellos que empollaron la generación krauslsta nosllevaron al 28,.porque el único derecho verdadero es el quebrota de la vida, y ellos no lo conocen. En la Ingenlerfa socialsobran trabajos de gabinete. Faltan trabajos de campo".

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Así en .todo. La pugna entre lo legal y lo justo no esinvención de novelistas y dramaturgos, sino producto vivode la realidad. El abogado debe estar bien apercibido paraservir lo segundo aunque haya de desdeñar lo primero. Yesto no es estudio SiIlOsensación.

De modo análogo veo el Arte. Todas las reglas de lostécnicos no valen nada comparadas con el me gusta delsentimiento popular. La obra artística no se hace para sa~tisfacer prescripciones doctrinarias, sino para emocionar,alegrar, afligir o enardecer a la muchedumbre: si logra esto,llena el fin del arte; si no lo consigue, será otra cosa -reflexión, estudio, paciencia, ensayo- pero arte no.

Alguna vez he visto tachadas de anárquicas estas ideasque yo tenía por inocentes. Personas de gran respetabilidadsostienen que la inteligencia es facultad suprema a la quedebe subordinarse el sentimiento, por ser aquélla una normaen la vida individual, y un nexo de sociabilidad; que sobrela percepción difusa, indefinible e informulable ha de estarla lucidez y la precisión de las ideas definidas, objetivas;que la supremacía de la razón es un principio de conductaque pertenece a lá moral; que el catolicismo y la tradiciónclásica proclaman que la Sociedad ha de estar formada porhombres de razón, por caracteres lógicos, consistentes, porhombres capaces de juzgar y de refrenar sus propias impre-siones, degenerados, que sean juguete del oleaje de la vida;y que las esencias del genio latino son las ideas de unidad,universalidad, orden y organización, es decir, las contrariasa la singularidad y al individualismo.

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Leyendo esas razones y escuchan<iootras análogas mehe preguntado muchas veces sí realmente seré yopag¡u)OenArte y anarquista en Derecho. Pero no llego aintranquiliza(IDe.~especto al Arte, estoy conforme en queel autor debe tener ideología, sistema y finalidad genéricasen toda suopra, es decir, .q!le debe estar gobernado podarazón. El1tregarse alaimpresipn de cada mQmentoequivalea un.mero cultivo sensualista; mas para establecer la,comu-nicación con el público sólo cuenta el artista con la sen,sa-ción. Un filósofo, un jurista, un pensador, deben llamar ala razón del público con los útiles,de la razón mínima. Pero.el pintQf, et mú>sico,el drama,turgo" el D,()velista,debqndeterminar la sepsación, y por el camino del sentimientoinducir al público ,al raciocinio, '~i se limitan a mover elsentimiento serán sensualistas, soñadores eróticos, y su oqrano tendrá finalidad; si, al contrario, se empeñan en prescin-dir de las sensaciones como hilo conductor, serán cualquiercosa menos artistas... o serán artista,s del genre ennuyeuxque anatematizaba el poeta.

Cosa semejante ocurre en la vida jurídica. El legislador,el juriscopsulto y aun el abogado, deben tener un sistema,una orientación del pensamiento; pero cuando se presentael pleito en cQncreto, su inclinación hacia uno u otro ladodebe ser hija de la sensación. Claro que esta sensación esun simple reflejo de todo el cuerpo doctrinal que el juristalleva en su alma. Por donde la sensación es aquí el vehículode la justicia como en el otro caso lo es del arte.

El abogado que al enterarse de lo que se le consulta noexperimenta la sensación de lo justo y lo injusto (natural-mente, con arreglo a su sistema preconcebido) y cree hallar

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la razón en el estudio de los textos, se expone a tejer ar-tificios legalistas ajenos al sentido de la justicia.

El organismo del derecho responde a una moral. Elhombre necesita un sistema de moral, para. no ser juguetede los vientos; y cuando se halle orientado moralmente, supropia conciencia le dir4lo que debe aceptar o rechazar, sinobligarie a compulsas legales ni a investigaciones científi-cas.

Después de todo, esto es lo que los antiguos sosteníanmediante el aforismo summum jus summa injuria. Lobueno, lo equitativo, lo prudente, lo cordial no ha de bus-carse en la Gaceta. Viene de mucho más lejos, de muchom4s alto...

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LA MORAL DEL ABOGADO

¡He aquí el magno, el dramático problema! ¿Cuáles sonel peso y el alcance de la ética en nuestro ministerio? ¿Enqué punto nuestra libertad de juicio y de conciencia ha dequedar constreñida por esos imperativos indefinidos,inconsútiles, sin títulos ni sanciól) y que, sin embargo, sonel eje del mundo?

Alguien teme que existan profesiones caracterizadas poruna inmoralidad intrínseca e inevitable, y que, en tal supues-to, la nuestra fuese la profesión tipo. Paréceme .másjustoopinar, en contrario, que nuestro oficio es el de más alam-

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bicado fundamento moral, si bien reconociendo que eseconcepto está vulgarmente prostituido y que los Abogadosmismos integran buena parte del vulgo corruptor, por suconducta depravada o simplemente descuidada.

Suele sostenerse que la condición predominante de laAbogacía es el ingenio. El muchacho listo es la más comúnsimiente de Abogado, porque se presume que su misión esdefender con igual desenfado el pro que el contra y, a fuerzade agilidad mental, hacer ver lo blanco negro. Si la Abo-gací').Juera eso, no habría menester que pudiese igualarIa envileza. Incendiar, falsificar, robar y asesinar serían pecadiIIosveniales si se les comparaba con aquel encanallamiento; laprostitución pública resultaría sublimada en el parangón,pues al cabo, la mujer que vende su cuerpo puede ampararseen la protesta de su alma, mientras que el Abogado venderíael alma para nutrir el cuerpo.

Por fortuna, ocurre todo lo contrario. La Abogacía nose cimenta en la lucidez del ingenio, sino en la rectitud dela conciencia. Esa es la piedra angular; lo demás, con sermuy interesante, tiene caracteres adjetivos y secundarios.

Despréndese de ahí que el momento crítico para la éticaabogacil es el de aceptar o repeler el asunto. En lo más omenos tupido del cernedor van comprometidos la paz social,el prestigio personal y hasta la rendición de cuentas en laEternidad.

¿Puede aceptarse la defensa de un asunto que a nuestrosojos sea infame? Claro es que no. El planteamiento de lacuestión parecería un insulto si no lo justificase la observa-,

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ción de la vida. Sin ser generales, ni demasiado numerosos,bien vemos los casos en que, a sabiendas, un Letrado aceptala defensa de cuestiones que su convicción repugna. Un díaes el crimen inmundo que se patrocina para darse a cono-cer y para lleg~ a paladear lo que llama un escritor francés"ese honor particularmente embriagador para un Abogado,que consiste en el favor de los grandes criminales"; otro, esla reclamación disparatacta que se plantea para conseguiruna transacción; otro, es la serie de incidentes enredosos quese promueven con el objeto exclusivo de engrosar unoshonorarios... Por bochornoso que sea reconocerlo, ¿habráquien niegue que esos ejemplos se dan?

Apartémoslos como excepcionales y vengamos a losmás ordinarios, que, por lo mismo, son los más delicadosy vidriosos.

Primero.- Duda sobre la moralidad intrínseca del ne-

gocio. El problema es sencillo de resolver. Como la respon-sabilidad es nuestra, a nuestro criterio hemos de atenemosy sólo por él nos hemos de guiar. Malo será que erremosy defendamos como moral lo que no lo es; pero si noshemos equivocado de buena fe, podemos estar tranquilos.Adviértase que he confiado la solución del conflicto al criterioy no al estudio. Quien busca en los libros el aquietamientode la conciencia; suele ir hipócritamente a cohonestar laindelicadeza para beneficio del interés. Aquella sensaciónde la justicia a que me he referido en otro capítulo es normapreferible, para la propia satisfacción, a los dictámenes delos más sabios glosadores y exégetas.

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Segundo.- Pugna entre la moral y la ley. Empiezo porcreer que no es tan frecuente como suele suponerse. Cuandoen v<::rdady serenamente descubrimos un claro aspecto moralen un problema, raro ha de ser que, con más o menos tra-bajo, no encontramos para él fórmula amparadora en lasleyes. Si no la hallamos, debemos revisar nuestro juicioanterior, porque sería muy fácil que el caso no fuese tanclaro moralmente como nos 10habíamos figurado. Pero si,a pesar de todo, la antinomia subsiste, debemos resolverlaen el sentido que la moral nos marque y pelear contra la leyinjusta, o inadecuada o arcaica. Propugnar lo que creemosjusto y vulnerar el Derecho positivo es una noble obligaciónen el Letrado, porque así no sólo sirve al bien en un casopreciso, sino que contribuye a la evolución y al mejoramien-to de una deficiente situación legal. Para el juez, como paracualquier autoridad pública, es para quien puede ser arduoy comprometedor desdeñar la regla escrita; y así y todo, yavemos que cada día los Tribunales son más de equidad ymenos de Derecho.

Tercero.. Moralidad de la causa e inmoralidad de losmedios inevitables para sostenerIa. Es éste un conflictofrecuenÚsimo... y doloroso; pero su solución también semuestra clara. Bay que servir el fin bueno aunque sea conlos medios malos. Por ejemplo, ocultar la falta de una madrepara que no afrente a sus hijos; dilatar el curso del litigiohasta que ocurra un suceso, o se encuentre un documento,o llegQeuna persona a la ma~oría de edad, o fallezca otra,o se venda una finca; amedrentar con procedimientos extre.mados a un malvado que no se rendiría a los normales;desistir de perseguir un crimen, si así se salva la paz o uninterés legítimo...

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Todos nos hemos hallado en casos semejantes, y no essólo admisible sino loable y a veces heroico, comprometerla propia reputación usando ardides censurables para serviruna finalidad buena que acaso todos ignoran menos elAbogado obligado a sufrir y callar. Huelga añadir que enla calificación. de esa finalidad ha de usarse la balaQza demás escrupulosa precisión, pues, de otra suerte, en esa quejuzgo labof abnegada encontrarían parapeto todos lostrapisondistas.

Cuarto.- Licitud o ilicitud de los razonamientos. Diré

mi aprec(;¡ción en pocas palabras.fNunca ni por nada esrnícito ialt~r a la verdad en la narración de los hecholLetrado~ .que hace tal, contando con la impunidad de su función tienegran similitud con un estafador. Respecto a las tesis jurídi-cas no caben las t~rgiversaciones, pero sí las innovacionesy las audacias. Cuando haya, en relación a la causa que sedefiende, argumentos que induzcan a la vacilación, estimoque deben aducirse lealmente; primero, porque contribuyena la total comprensión del problema, y después, porque elLetrado que noblemente expone lo dudoso y lo adversomultiplica su autoridad para ser creído en lo favorable.

Quinto.- Oposición entre el interés del Letrado y el desu cliente. No pretendo referirme a la grosera antítesis delinterés pecuniario, porque esto no puede ser cuestión paraningún hombre de rudimentaria dignidad. Aludo a otrasmuchas incidencias de la vida profesional en que el Letradoharía o diría, o dejaría de hacer o de decir tales o cualescosas en servicio de su comodidad, de su lucimiento o desu amor propio. El conflicto se resuelve por sí solo, con-siderando que nosotros no existimos para nosotros mismos

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sino para los demás, que nuestra personalidad se engarza enla de quienes se fían de nosotros, y que 10 que ensalzanuestras tareas hasta la categoría del sacerdocio es, preci-samente, el sacrificio de lo que nos es grato en holocaustode lo que es justo.

Sexto.- Queda por considerar, una sabrosa adivinanzaque Colette Iver plantea en su originalísima novela LesDames d,u Palais. "Nuestro oficio ¿es hacer triunfar a laJusticia o a nuestro cliente? ¿Iluminamos al Tribunal oprocuramos cegarle?"

l

Los \nterrqgantes reflejan una vacilación que a todashoras está presente en muchos ánimos. Pero, si bien se mira,el conflicto no puede existir para quien tenga noción de lamoral, ya que está planteado sobre la base de que seancontradictorios el servicio de la Justicia y el servicio delcliente; es decir, que presupone la existencia de un Letradoque acepte la defensa de un cliente cuyo triunfo sea, antesu propio criterio, incompatible con el de la Justicia. Peroen cuanto destruyamos esa hipótesis innoble, se acaba lacuestión.

Cuando un Abogado acepta una defensa, es porqueestima -áunque sea equivocadamente- que la pretensión desu tutelado es justa; y en tal caso al triunfar el cliente triunfala Justicia, y nuestra obra no va encaminada a cegar sinoa iluminar. t

Claro que hay abogados que hacen lo opuesto, y, plan-teando a sabiendas cuestiones injustas, necesitan cegar alTribunal; mas. no se escriben para los tales las. feglas de

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conducta, ni ellos pueden ser los hombres representativosdel alma 'profesional. A nadie se le ocurre estudiar comomaterias de psicología si la función de un militar~scorrerdelante del enemigo y la del arquitecto halagar al bolsillodel contratista aunque se derrumbe el edificio.

...Y ahora se erige ante nosotros la médula del proble-ma. ¿Qué es la moral?

¡Ah! Pero esta no es cuestión para los Abogados, sinopara la Humanidad entera, y ha sido tratada por eximiosfilósofos y teólogos. Sería de evidente inoportunidad y devanidad condenable dar mi parecer sobre aslinto que va tanpor encima de lo profesional. Además, las normas moralesson difíciles de juzgar por el múltiple y cambiante análisismundano, mas no son tan raras de encontrar por el juiciopropio antes de adoptar decisión.

Derívase la moral de un concepto religioso y se carac-teriza y modula por circunstancias de lugar y tiempo. Conesto se entiende que ateniéndose cada cual a sus creenciassobre aquel particular -creencias que poseen igualmente losque no tienen ninguna, valga la paradoja- y subordinándoserelativamente a las segundas, es asequible una orientaciónque deje tranquila la conciencia. Lo primero es norma fija,sobre todo para. los que reputan la moral como emanaciónde un dogma revelado por la gracia. Las modalidades so-ciales son ya más difíciles de aquilatar, porque influyenconsiderablemente en el juicio y ofrecen, sin embargo, unapoyo flaco y tornadizo. Lo que una sociedad de hace cin-cuenta años estimaba condenable, la sociedad actual, con elmismo concepto religioso, lo estima inocente, y viceversa.

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Justo es, pues, reconocer un m!lfgen considerable al criterioindividual que, en esto como en todo, necesita expansiónproporcionada a la responsabilidad que asume. En otrostérminos, la moral tiene caracterís~icas de género que todosconocemos y que a iodos se nos imponen, y característicasde especie en las que entran por mucho la crítica y el al-bedrío.

He hablado de crítica, y al hacerlo he invocado uno delos manjares más amargos para el Abogado. Precisamentepor ese margen de libertad en las estimaciones de índoleética, todo el mundo entra en el sagrado de la concienciade aquél y la diseca con alegre despreocupación, cuando nola .difama a sabiendas. En cuanto al 'contertulio del Casinoo al parroquiano de la peluquería le parece mallo que haceun Letrado, no se limita a discutir su competencia. ¡Conmenos que hacer trizas su honra no se. satisface!

Hay que ser refractario al alboroto. Soportar la amar-gura de una censura caprichosa e injusta, es carga aneja alos honores profesionales. Debajo de la toga hay que llevarcoraza. Abogado que sucumba al qué dirán debe tener suhoja de servicios manchada con la nota de cobardía.

No recomiendo el desdén a priori del juicio público,siempre digno de atención y, sobre todo, de compulsa. Loque quiero-decir es que después de adoptada una resolución,habiéndole tomado en cuenta ~mo uno de tantos factoresde la determinación volitiva, no es lícito vacilar ni retroce-der por miedo a la crítica, que es un monstruo de ciencabezas, irresponsables las ciento y faltas de sindéresisnoventa y nueve.

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Cuando se ha marcado la línea del deber hay que cum-plirla a todo trance. El viandante que se detenga a escucharlos ladridos de los perros, difícilmente llegará al término desu jornada (1),

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(1) No he lerdo nada tan Importante y diáfano sobre la moral delos Abogados, como la conferencia que sobre Moral paraintelectuales dio en 1908 en la Universidad de,Montevideo elilustre profesor de Filosoffa Carlos Vas Ferrelra. Es lamen-table que no haya sido divulgada.

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ELSECRETOPROFESIONAL.

(*) Este caprtulo no figuraba en las anteriores ediciones. Peroconstituyó el tema de una de las lecciones del cursilloquedon Ángel Ossorlo desarrolló en la Universidadde La Plataen 1942; lecciones ~ue formaron el segundo volumen de ElAbogado. cuyo primervolumen lo constituyóla séxta edicióndel presente libro. Nos ha parecido que su Interés obligabaa Incorporarloa los capltulos de las anteriores ediciones daEl Alma de la Toga (Nota del editor a la octava edición).

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Antes de hablar del secreto profesional, convendrá decircómo se guarda un secreto. No hay más que una manera deguardarlo: no diciéndoselo a nadie. Esta afirmación le pa-recerá a ustedes excusada y tonta pero yo sé por qué la hago.En el mundo, el hombre más reservado y más discreto noconfía los secretos a nadie, absolutamenCea nadie... más quea una sola pers,ona, pariente o amiga de absoluta confianzaque tampoco comunica lo que sabe a nadie... más que a otrapersona de idénticas virtudes. La cual, a su vez, cuidará muybien de-no divulgar lo sabido y solament(f lo participará aotra persona que jurará callarse como un muerto. En efecto,

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esta persona se dejará matar antes que decir lo que sabe anadie... más que a otra persona por cuya fidelidad pondríalas manos en el fuego. Esta sólo se lo refiere a otra y éstaa otra, y ésta a otra y ésta a otra, con la cual, dentro de losjuramentos del astlnto media humanidad. El que haya deguardar los secretos de esa manera hará muy bien no de-dicándose a abogado.

Todos sabemos que el abogado está obligado a guardarsecreto y sabemos muy bien que el no guardarlo es undelito. El Código argentino no menciona específicamente alabogado, pero castiga en su artículo 156 con multa e inha-bilitación a todo el que teniendo noticia por razón de suestado, oficio, empleo, profesión o arte, de un secreto cuyadivulgacióllPudiera causar daño, lo revelare sin justa causa.El Código español, prescindiend,o de esa última salvedad,pena en su artículo 365 al abogado que "con abuso mali-cioso de su oficio o negligencia o ignorancia inexcusablesperjudicare a su cliente o descubriera sus secr~tos habien-do tenido de ellos conocimientos en el ejercicio de suministerio".

Con saber esto parece que lo sabemos todo. Pero nosabemos nada. Esta materia de la revelación de los secretoses una de las más sutiles, quebradizas y difíciles de apreciaren la vida del ab,ogado. Antes de examinarla convendrádetenerse un punto a considerar cuál es la relación jurídicaque media entre el abogado y su cliente. Suelen mostrarselos autores conformes en decir que es un contrato. La di-ficultad está en saber de qué contrato se trata. Para algunos'es un contrato de mandato, mas los tales se olvidan, primerode que el mandato es una función de representación mien-

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tras que el abogado, por regla general, no representa o nodebe representar a su cliente sino que le asesora y ampara,quedando la representación a cargo del propio litigante o desu procurador; y después, de que es esencial en el mandatola obligación por el mandatario de obedecer al mandante,en tanto que el abogado se deshonraría si aceptase el deberd~ obedecer a su cliente, pues en su especialísima relaciónocurre todo lo contrario; que el cliente le obedece a él o queél abandona la defensa;

qicen otros que se trata de un arrendamiento de servi-cios y esto s610puede ser~erdadrespectode los ab8gado~f sueldo que renuncian a sliÚbertad para asistir a quien Ie~paga y cumplir las órdenetc¡ue les de la empresa 1:\.quiedisirven pues la consideran como su superior, mas no respectode los abogados libres que nOaceptan compromiso ningunosino que defienden el asunto mientras les parece bien y loabandonan en cuanto les parece mal, sin subordinarse aninguna prescripción, orden ni reglamentación de su cliente.

Para algunos, la abogacía es un servicio público porquela Administración de justicia lo es y el abogado es un auxiliarde la justicia. La equivocación es también aquí evidente. Yadije en mi primera lección que el abogado desempeña unafunciónsocial;pero una cosa es servira la sociedady otramuy distinta servir al Estado que es su mero representante.Precisamente la característica del abogado es no tener quever nadacon el Estadoy pelearcon él frecuentemente,yaque combate los fallos del Poder judicial y los Decretosministeriales, y las leyes inconstitucionales y exige la res-ponsabilidad civil y criminal de los funcionarios de todaslas jerarquías y pide la modificación y la inaplicación delas

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leyes que reputa malas. Persona que a tales menesteres sededica ¿cómo va a reputarse desempeñante de un serviciopúblico?

No pocos sostienen que la relación profesional es uncontrato sui generis e innominado, lo cual puede ser unmedio discreto de solventa la dificultad. Y Demogue, coningenio sutil, ha establecido la diferencia de la prestaciónde servicios para medios o para resultados, explicando queel arquitecto se obliga a dejar acabada una casa y el escultora dejar ~i.Wlm}Jl ~,tatua,..ko§as amqas .q~- ~iesul-

~dosl(en ta~to que e.

lá11~dj~~!.ofbliga_a asistir ,al..a.nfermófin comprometerse asu curacIQJIy el abogado, a...de~der...~l pleito sin obligarse a,ganarlQ]por donde se ve que susfunciones son simples medios. La distinción es exacta ygraciosa pero no resuelve nada en definitiva, porque des-pués de aceptar que, en efecto, el abogado ofrece su serviciopero no responde de su resultado, seguimos sin saber cuáles el verdadero vínculo jurídico que lo une a su cliente.

Todas estas confusiones vienen de la depresión delsentido de la abogacía y de equipararla con los trabajos dejornal. La función del abogado fue en sus primeros orígenes,de alto patronato, d~ protección, de confidencia. El hechode que enton~es fuera gratuita y después haya venido a serremunerada, no quita nada a su singular dignidad ni a sugrandísima elevación, de igual manera que el sacerdote norebaja su condición aunque reciba un estipendio por decirmisa.

La alusión al sacerdote nos encamina hacia la solución.La abogacía no es una carrera ni un oficio sino un ministerio

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y como tal hay que contemplarla sin que le alcance ningunaotra regulación. Cuando se habla del servicio judicial en lospleitos, nos olvidamos del campo inmenso de los serviciosextra-judiciales. Cuando se quiere enjuiciar el caso por elpago de honorarios, nos olvidamos de 'que el abogado de-rrocha la mitad de su actividad sin gan¡1rnada, cumpliendorequerimientos de la amistad, del partidismo políticd o dela misericordia. Cuando recordamos que se pone al serviciodel cliente nos desentendemos de que no le debe sumisión,acatamiento ni obediencia de ningún género y que su con-ciencia actúa siempre por encima de los deseos del intere-sado. En cuanto nos detengamos a meditar sobre esas noblescaracterísticas del abogado, nos persuadiremos de que norealiza un contrato sino que ejerce un mini$terio y nosacercaremos a entender lo que es el secreto profesional.

En el empeño de encuadrar el secreto profesional dentrodel marco de la técnica jurídica, han llegado a producirsechistosos extravíos. Algunos autores como Pellegrin, Merjery Sadoul han sostenido que el se:creto profesional era uncontrato de depósito. Así, como suena. A cualquiera se leocurre que un depósito sólo puede constituirse sobre objetosmuebles y que una confidencia, una relación, un estado deespíritu no pueden depositarse aunque al que lo ,recibe sele llame, en ¡lenguaje figurado, depositario del secreto. Nisiquiera el lenguaje figurado conocían aquellos juristas. Amuchos les pasa lo mismo. No entienden sino el tecnicismodel derecho. Había en España un catedrático de Derechocivil que vivía siempre encerrado en su ciencia. Paseaba undía por la calle de Alcalá, de Madrid, en compañía de miamigo Isidoro Vergara, que fue quien me refirió el suceso.Cruzáronse con un conocido de los dos al que apellidaremos I

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López, que iba con una mujer llamativa y de gran estampa.Airosa, metidita en carnes, provocativa. La miró Vergaracon apetito y dijo a su acompañante:

.- ¿Ha visto usted, Don Manuel, que moza usufructúaLópez?

y Don Manuel, recluido siempre en su punto de vistajurídico, gritó indignado:

- Pero querido Vergara ¿qué concepto tiene usted delusufructo?

No nos-metamos, pues, en la técnica y volvamos almundo de las realidades morales.

El abogado debe guardar el secreto a todo trance, cuestelo que cueste. Antiguos autores franceses lo relevaban de laobligación ante la amenaza del Rey. Pero en buenas normasprofesionales, no es admisible quebrantar el secreto ni antela mayor amenaza ni ante el mayor peligro. Comprendo quees bien grave lo que digo, pero ello es una consecuencia demi punto de vista. Si miramos la profesión como un' merocontrato"no habrá contrato ninguno que obligue a morir. Sila miramos como un ministerio, morir será un simple acci-dente. ¿Qué diríamos de un militar que ejerciese su profe-sión como un simple contrato con el Estado y dijera que elcontrato no le obligaba a jugarse la vida? Pues pensemosque una mujer casada nos ha confesado que el hijo que tienees adulterino.

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¿Qué pensarían de nosotros si descubriéramos la terri-ble verdad, deshonrásemos a aquella mujer, exhibiéramos almariao su desventura y pusiéramos en trance de duda el~stado civil del hijo? Ninguna amenaza, ningún miedo, jus-tificaría tal conducta.

El abogado, en la guarda del secreto profesional, puedeencontrarse en tres conflictos; conflicto con su propia con-veniencia, conflicto con el interés particular ajeno y conflic-to con un grave interés social. '

PRIMER CASO. A veces, por guardar un secreto sepuede formar mala idea de nosotros. Pondré un ejemplo quea mí me ocurrió. Llega un día una señora a verme y mecuenta que la tarde anterior se ha casado una sobrina suyay se ha ido a pasar la noche de bodas al Hotel Nacional.Al día siguiente, a las 7 de la mañana, el marido se la hadevuelto a su madre sin dar la menor explicación. La tíabrama. Evidentemente, el esposo es incapaz para las funcio-nes conyugales y la sobrina ha sido víctima de una burlaafrentosa.

Con todo respeto me permito indicarle que también cabeen lo posible todo lo contrario y que el engañado haya sidoél. Ella me replica, indignada. '

- Ya sabía yo que iba usted a salir por ahí. Todos loshombres son lo mismo de mal pensados. Pues sepa ustedque antes de venir aquí hemos hecho reconocer a mi sobrinapor el Dr. R. y nos ha asegurado que está tan pura comoel día que nació.

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El argumento me impresionó porque yo tenía muy buenaidea de aquel médico. Me instó la dama a acometer sinperdida de momento el pleito de nulidad de matrimonio. Yole dije que no podía dar ningún paso sin hablar con lainteresada.

- Pues ella no puede venir porque es presa de constantesataques nerviosos.

- Bien, pues esperaremos uno o dos días a que se re-ponga.

- ¿No puede usted venir a veda en casa?- Yo no voy nunca a casa de mis consultantes.

No más tarde del día siguiente aparecieron en mi casatía y sobrina. Recibí sólo a ésta y dispuse que la primeracontinuase aguardando en la sala de espera. Cuando me visolo con la joven le dije:

-Perdóneme, señora, pero tengo que proceder con ustedde un modo brutal porque la situación desairada de su tíano puede prolongarse. Cuando se encerró usted anoche consu esposo en el Hotel Nacional ¿era usted virgen o no?

Sin emoción ninguna la ¡recién casada me respondió:- No señor.- No necesito saber más. Voy a hacer entrar a su tía.

Entro la señora y le dije que en el rápido cambio deimpresiones tenido con su sobrina me había dado cuenta deque el pleito sería ruidoso y complejo y que yo no teníatiempo ni humor para aceptar un asunto de aquella enver-gadura. La señora se puso frenética y me faltó al respeto

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cuanto la vino en ganas. Díjome que mi leyenda de hombreaustero y decidido era pura fábula, que al igual que todoslos hombres amparaba las infamias del sexo y que allí noocurría otra cosa sino que me faltaba valor para defendera una inocente. Marcháronse y toda la familia emprendióuna campaña contra mí. Como se apoyaban en un informemédico, la gente les prestaba asenso. Yo iba quedandq enmuy mal lugar. La cosa llegó al punto de que algunos amigosvinieron a prevenirme seriamente que mi crédito andaba enlenguas y que era imprescindible que dijese la verdad de l~que supiera.

- No hay más verdad sino la que he dicho: que no tengotiempo ni ganas de meterme en pleitos de escándalo.

y nadie me sacó más. Lo que me tenía intrigado era laactitud del médico. La contradicción entre su informe y laconfesión de la muchacha era inconcebible. Un día meencontré con él. Yo no quería preguntarle nada,'pero fue élquien me abordó diciendo:

- Bueno lo están poniendo a usted por ahí a causa dehaberse negado a defender a Fulanita.

- Ya que me saca usted la conversación -le dije- voya satisfacer una curiosidad legítima.

¿Es verdad que esa muchacha está virgen?

Rompió a reír ruidosamente y me respondió:- Virgen como mi abuela.Me indigné.- Entonces, ¿cómo ha informado usted en sentido con-

trario?

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-Sencillamente, porque no tenía ganas de tomarme inú-tilmente quebraderos de cabeza. ¡Pues buenas estaban aque-l1amadre y aquella tía para decirles la verdad!

No necesito puntualizar la idea que formé del médico.

¿He contado esto como un mérito mío? De ningunamanera. El choque se había producido entre el secreto pro-fesional y mi conveniencia y yo hubiera sido el más mise-rable de los hombres si para defender mi prestigio y miconducta hubiese descubierto la tremenda verdad. Ya se

descubriría todo en el pleito si l1egaba a haberle -que no sési le hubo-. Y si no había pleito, ya se calmaría con eltiempo la murmuraéión. Pero había una verdad innegable,a saber, la prioridad del derecho del consuItante sobre laconveniencia del abogado. Seguro estoy de que todos losabogados españoles y todos los argentinos y los de todos lospaíses hubiesen procedido de la misma manera.

SEGUNDO CASO. Cuando surge un pleito, el aboga-do depositario del secreto de su cliente, perjudica al otrolitigante guardando la reserva. Pero la debe guardar. Lacuestión para el abogado está en decidir si ese secreto queél sabe le permite defender el asunto o si le ha de movera rechazarlo. Por ejemplo, en un pleito sobre reclamaciónde cantidad, el demandado sostiene que no debe nada peroen la intimidad confiesa a su abogado que la deuda es ciertay que no la ha solventado. El abogado debe desechar elasunto porque nunca se debe defender la mentira, pero puedeguardar la reserva estrictamente. El hecho de que él sepa laverdad del caso nada quita ni pone para la contienda. Elacreedor dispone de sus argumentos y de sus medios de

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prueba. El Juez tomará en cuenta la posición de las dospartes y resolverá lo que repute justo. El hecho de que hayauna persona enterada de lo íntimo del asunto, en nada in-fluye para la solución. El letrado ha cumplido con su debernegándose a patrocinar la injusticia. Lo demás no es cuentasuya ni nadie puede exigirle el quebramiento de la obligadareserva. Tampoco este problema ofrece verdadera dificul-tad.

TERCER CASO. Este es el gravé. Se ha cometido unterrible asesinato. Los tribunales persiguen A como autordel delito y el Fiscal pide para él la pena de muerte. Mien-tras tanto, B consulta reiteradamente a un abogado sobre larápida liquidación de todos sus bienes en el país. La relaciónentre ambos es amplia, compleja y profunda, Un día. Bconfiesa al abogado que su deseo de ausentarse responde aque es el verdadero autor del asesinato y mientras se per-sigue A él quiere desaparecer por temor de que algún díase descubra la verdad. La situaciónpara el abogadoes terrible.Si cumple su deber y guarda el secreto podrá ser ejecutadoun inocente. Si, para evitar este mal, descubre la verdad, elejecutado será el cliente que a él se confió. ¿Qué hacer entan horrendo caso? Alguien creerá que la solución puedeestar en dejarlque se escape B y hacer luego la revelación,pero esto es inútil, primero porque la denuncia contra unhombre que se ha escapado nadie lo creerá y todo el mundopensará que es un ardid para salvar al procesado;y en segundolugar, porque si se acepta l~ denuncia como cierta, se pedirála extradición del presunto delincuente y los efectos de que-brantar el secreto serán los mismos. Para el abogado lasituación no tiene salida. Aquí no se trata del conflicto entreel secreto y un interés, sino del conflicto entre el secreto y

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la sociedad toda que está interesada en que se castigue alverdadero asesino. Para resolver el caso hay que volver lamirada a mi primera lección. El abogado es un servidor delinterés social. A fin de que éste quede satisfecho, es indis-pensable decir la verdad, pase lo que pase y cueste lo quecueste. De la palabra del abogado depende fatalmente lavida de un hombre. ¿Cuál debe morir ajusticiado, el inocen-te o el culpable? No pueden caber dudas. Debe morir elculpable. El abogado ha de entenderse relevado de guardarel secreto y debe descubrir la verdad. Caso durísimo,desgarrador, pero de solución indiscutible.

He tratado los puntos fundamentales del problema, peroel asunto es tan arduo que ofrece otras mil materias dudosas.No hay tiempo más que para apuntarlas.

1.- Una persona consulta a un abogado y por necesidad leconfía un secreto. El abogado no acepta el asunto. Nollega, pues, a establecerse el vínculo moral ni contractualentre defensor y defendido. Sin embargo, ¿está obligadoel abogado a guardar ese'secreto? Muchos dirán que no,puesto que no asumió la función defensiva. Yo digo quesí, por dos razones: una, que el abogado es abogado siem-pre y aunque se limite a escuchar una consulta, repeliendodespués el negocio, sus obligaciones nacidas de aquellaconversación son tan apretadas como si hubiese asumidola defensa; y otra, que si se dispensara el secreto profe-sional, podría darse la inmoralidad monstruosa de que elabogado se juzgara en liqertad para buscar a la partecontraria y transmitirle todo lo que acababa de saber y aunponerse a su disposición para defenderla. Tal comporta-miento sería intolerable con relación a un hombre que nos

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'honró con su confianza, aunque nosotros no hayamosaceptado su defensa.

2.- El abogado de un Banco sabe que éste va a quebrardentro de pocos días. ¿Podrá preveni~de lo que ocurrea las personas de su amistad, descubriendo el secreto?Confieso que éste es de los casos que más dudas me haninspirado. Con bastantes vacilaciones de mi ánimo pro-pongo esta solución. Si la quiebra es honrada, es decir,si se trata de un fenómeno necesario por la marcha delos negocios, el abogado debe guardar absoluto secreto,tanto porque no tiene motivo legal para faltar a susobligaciones, como porque al dar la noticia a sus amigospara que retirasen su dinero, beneficiaría a éstos conperjuicio de los demás acreedores. Pero si el Banco no

responde a una necestdad sino que procede con ánimofraudulento y hace maniobras para estafar a sus acree-dores, el abogado debe dimitir su cargo y h~cerpúblicolo que ocurre, pues de otro modo sería cómplice de undelito.

3.- ¿Está obligado a guardar secreto el abogado nombradoen turno de oficio, es decir, que defiende a la fuerza,sin poder excusar"su intervención, porque la ley se leimpone? Este caso del abogado en turno de oficio, seda en aquellos países donde' todos los abogados o unnúmero de ellos alternan en el patrocinio de los pobres.En países como la Argentina, donde existe como cargooficial el de defensor o asesor de pobres y de menores,debe trasladarse a este funcionario la pregunta. Y larespuesta es obligada. Quien es defensor por ministeriode la ley, tiene exactamente las mismas obligaciones

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que quien acepta voluntariamente el encargo. El origende la función es lo de menos. Lo importante son losdeberes que se derivan de la función misma.

4.- Hay casos en que el cliente no paga al abogado alegan-do una insolvencia ficticia, pero el abogado sabe porrazón de su oficio dónde tiene el cliente su dinero y cuáles la manera de descubrírselo para cobrar. ¿Podrá 'ha-cerlo? Categóricamente hay que responder que no. Esees un caso característico del conflicto entre el secreto

y el interés del abogado. A nadie medianamente pulcropuede caber duda de que la respuesta negativa esinexcusable.

5.- ¿Puede el abogado declarar contra su cliente? Preséntaseen este supuesto una distinción elemental. Si lo que sabelo sabe por su función de abogado, evidentemente nopuede declarar. Si lo sabe por otros motivos, está enlibertad sin que puedan cohibirle otras razones que lasde la cortesía o las de la amistad.

En España nuestra libertad era respetada escrupulosa-mente. El Tribunal no-preguntaba y nosotros respondía-mos: -no puede contestar. Me amparo en el secreto pro-fesional. Nadie se atrevía a insistir en las preguntas.

Lo malo del caso es que muchas veces, el ampararse enel secreto vale tanto como una confesión contra el clien-

te. Supongamos que el acusado de un delito intentaprobar la coartada diciendo que en el día y la hora delsuceso, estaba en nuestro despacho consultándonos. Senos pregunta si eso es cierto y nosotros nos amparamos

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en el secreto profesional. ~o hay duda de que todo elmundo entenderá que es mentira lo dicho por el inte-resado, pues si fuese cierto que hubiese estado no ha-bríamos tenido inconveniente en contestar con un si. De

modo que al abrigamos en el secreto vale tanto comodecir que no.

6.- Este caso trae aparejado otro problema. El abogado,para guardar el secreto profesional ¿está obligado amentir? ¿Le es lícito siquiera hacerla?

En el ejemplo propuesto ya hemos visto que ampararseen el secreto vale tanto como declarar contra el intere-sado. Triste es que sea'asÍ, pero no se nos puede exigirotra cosa. El abogado no sólo no está oWigadoa mentirsino que no le es lícito hacerla. La verdad debe ser sunorma. Además, mentir es abrir la puerta a que puederecaer la responsabilidad sobre un inocente.En los casosaludidos, su opción única será entre la verdad y el si-lencio. Si éste perjudica al interesado tanto como aqué-lla ¡qué le vamos a hacer! A callar pueden estar obli-gados los profesionales, a mentir no lo está nadie.

7.- El secreto es obligado no sólo para aquellos pechos queel cliente nos revela encargándonos la reserva, sinotambién para aquellos hechos que apreciamos por no-sotros mismos y que por discreción no'debemos publi-car. Por ejemplo: frecuenta nuestro bufete una .señoracasada acompañada de un caballero a título de amigo.Nosotros nós damos cuenta de que son amantes. Estehecho o e,<;tasuposición no pueden ser revelados. Nohace falta que los interesados nos lo encarguen, hasta

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que nos demos cuenta de cuál es la realidad para saberque de ella no podemos hablar.

8.- En la revelación de secretos ¿será sólo punible la ava-ricia o lo será también la ligereza? El tema es delicadoporque es muy raro que .alguien revele un secreto conel ánimo de dañar, pero en cambio es frecuentísimo quese charlen las cosas por pura insustancialidad, por pru-rito de hablar, por gusto de darse por bien enterado detodo. Esto es lo habitual y lo deplorable.

Alguien ha supuesto que esta conducta puede calificarsecomo de delito por imprudencia, pero a mí me pareceque en la revelación del secreto no puede haber delitopor imprudencia porque la imprudencia es el delitomismo. Ya hemos visto que el Código español castigano sólo el abuso malicioso del oficio sino la negligenciao ignorancia imperdonables. La negligencia es charlarsin tino, dejarse arrebatar por la conversación, olvidarel deber de ser reservado, poner en circulación, porgusto, sucesos conocidos en la intimidad de la consulta.No cabe, pues, alegar imprudencia en el acto. Si seexcusase la imprudencia se habría acabado el deber deres.ervar lo aprendido en secreto.

9.- Por fortuna, los límites del secreto son mucho másestrictos de lo que pudiera suponerse. Desde luego, nocabe exigir secreto de lo que figura en actuacionesjudiciales. Lo que allí consta, ]0 saben e] abogado y susauxiliares, el procurador y los suyos, el empleado y susdependientes, el secretario y sus empleados, todos losmismos elementos de las partes contrarias y el Juez.

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¿Cómo hablar entonces del secreto que conocen doce-nas de personas? .

El secreto sólo cabe mientras los asuntos no salen dela intimidad del estudio. Y aun entonces hay que dis-tinguir. Si la consulta.se evacua verbalmente o si sólorequiere un apunte, nota o instrucción breves, el trabajolo puede hacer por sí mismo el abogado y responder dela fidelidad de su secreto. Pero si se trata de un informe

extenso que ha ,de reclamar el concurso de sus pasanteso auxiliares para buscar textos o notas de jurisprudenciay que se traducirán después en un dictamen que tomaráun taquígrafo o un escribiente)' que copiará un meca-nógrafo, claro es que la cuestión sale ya de la jurisdic-ción estricta del letrádo, porque a ningún letrado se lepuede exigir que escriba de su puño pliegos y pliegoso que domine la mecanografía. Ese colaborador modes-to, necesariamente se enterará del asunto. El abogadodeberá tener "elmayor esmero en elegir su personal yprocurará imbuirle los deberes de fidelidad y reserva,pero es imposible que responda de la conducta de elloscomo de la suya propia. De modo que, en puridad, elsecreto no puede exigírsele más que en aquellas cues-tiones que queden confiadas a la conversacióno al apuntepersonal.

1O.-Otroproblema grave ha sido examinado minuciosamen-te por la jurisprudencia francesa. ¿Puede la Justiciaregistrar los papeles profesionales de un abogado? Si sédecide que no, el santuario de un abogado puede degra-darse hasta ser el refugio inviolable de los mayorescrímenes.

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Si se decide que sí, el secreto profesional ha desapare-cido. Propongo sobre esto una distinción. Si se acusa per-sonalmente al abogado de la perpetración de un delito, hayderecho a registrarle toda su documentación, pues de otromodo la Justicia sería impotente y el delito quedaría impu-ne. Pero si a quien se persigue no es a él sino a un clientesuyo, el caso varía en absoluto. Entonces el abogado ha demostrarse en toda su majestad e impedir que se revuelvanlos papeles de su clientela. En ellos está el secreto y laJusticia deberá buscar otros modos de averiguación. Porqueen tal caso, al abogado no se le persigue como presuntodelincuente sino como abogado verdadero y en ese conceptono hay derecho a mezclarse en su intimidad profesional.

Por este orden podría seguir planteando docenas ydocenas de cuestiones. Dejémoslo aquí. Basta saber que lamentira es gravísima; que aparecen en pugna constante elderecho del cliente a la reserva y el derecho de la Justiciaa buscar la verdad; qué el abogado puede ser un sacerdoteo un encubridor; y que cada caso ofrece matices, sutilezasy detalles que son imposibles de prevenir. Los Códigosmismos indican la gravedad de la función. El Código argen-tino impide la revelación del secreto sin justa causa. ElCódigo español trata de que el abuso sea malicioso, negli-gente o de ignorancia. ¿Quién gradúa la justa causa? ¿Quiéndetermina lo que es malicia, ignorancia o negligencia?¿Dónde acaban los deberes con el cliente y empiezan lasobligaciones con la Justicia? ¿Dónde puede existir un ver-dadero perjuicio y dónde puede no haberlo?

Todo esto envuelve una gama de peculiaridades de laconductaque no pueden entraren las definicionesde los autores

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ni en los textos de los Códigos. Sólo la concienciadel abogadopuede resolverlas con acierto. A ésta le incumbe recordar atoda hora que los abogados no son sólo hombres independien-tes sino los más independientes de los hombres. Y para res-ponder dignamente a calidad tan alta, hay que extremar laspreocupaciones, los miramientos y los escrúpulos.

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LA CHICANA *

(*) Decimos de este capItulo lo mismo que se dice por nota, aliniciar el capItulo anterior (Nota del editor).

Tomo un diccionario y leo: CmCANA: =Triquiñuela= Enredo = Artería =Mentira = Embuste. Echo mano acualquier libro de ética forense y encuentro la condenaciónmás terrible de la chicana y las sanciones más severas contralos chicaneros. La Ordenanza del Parlamento de París delaño 1344, obligaba a los Procuradores Generales a jurar queno pondrían, no harían ni dejarían poner a sabiendas ningúnartículo no pertinente, que harían expedir lo más pronto queles fuese posible las causas de qu~ se encargan. Que nobuscarían de ninguna manera maliciosamente plazos ni

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subterfugios, no harían de ningún modo maniobras para

alargar los procesos.Las Leyes 4 y 8, Título 22, Libro V, Ide la Novísima Recopilación, prohíben presentar alegatosmaliciosos, pedir términos para probar lo que no ha deaprovechar () no puede justificarse y aducir excepciones ydefensas para prolongar los litigios. En la Grecia contem.poránea se previene a los abogados la obligación de noobstruir el trámite ni demorar las terminaciones de los li-tigios. En Suiza, una ley federal de 22 de marzo de 1893,modificada por otra de 6 de octubre de 1914, impone san.ciones y penas disciplinarias de 100 francos a quieninfringiere las conveniencias y usos sociales o perturbare lamarcha regular de un proceso. Si es el abogado quien haceeso, puede ser multado hasta 200 francos. La FederaciónArgentina de los Colegios de Abogados estableció en 1932unas normas de ética profesional y la señalada con el n° 12dice: "El abogado debe abstenerse en absoluto de la reali.zación de todo trámite innecesario y en especial de todaarticulación puramente dilatoria, cuidándose de no entorpe-cer el normal desarrollo del juicio. El empleo de los recursosy formas legales, como medio de obstrucción o dilación delprocedimiento, es uno de los más condenables excesos delejercicio profesional, porque afecta a un tiempo la conductadel letrado que los emplea y el concepto público de laabogacía" .

y así por el orden podrían multiplicarse las citas. Masno hay necesidad de acudir a ningún resorte de la erudiciónpara saber que en el concepto público la chicana es la cosamás condenable de los abogados, el gran vicio en los pleitoses la trapisonda, el enredo, la dilación maliciosa, la compli-cación interesada. Usando tales armas el abogado &edes.

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honra pero la justicia se volatiliza. Todos los Jueces vivenprevenidos contra la chicana y procuran evitarla, atajarla ocorregirla. La chicana es lo más vergonzoso de la adminis-tración de Justicia. Estamos todos conformes. Pero he aquíque un día tomo en mis manos el libro de un abogado yescritor distinguidísimo, el Dr. Ramón Gómez Masia, titu-lado La trastienda de Themis, y me encuentro unas consi-deraciones desconcertantes sobre la chicana. Por ejemplo,dice que la misión de los abogados es ganar los pleitos yque para ello deben usar primero todos los argumentos debuena fe, velando por el propio decoro y la tranquilidad delespíritu, y después los de mala fe, porque éstos en ocasio-"nes, tienen un peso decisivo en la balanza de la justicia. Nole falta razón en la advertencia, pero también habría buenasrazones para rechazarla.Más grave es la consecuencia quesaca: "Luchamos contra la iniquidad, que es grande, pode-rosa e implacable como un dios asirio. Luchamos contra lainiquidad con todas nuestras fuerzas y hasta con la fuerza'de nuestra chicana". El ánimo se queda suspenso. La obli-gación de luchar contra la iniquidad es la razón de ser denuestra profesión. De modo que en esto, es decir, en serviruna causa moral, en luchar contra la perversión, no puedehaber dudas. Nuestro deber es, en efecto, combatir la ini-quidad. Pero ¿y si para combatir la iniquidad hace falta lachicana? ¿Y si no hay más armas que la chicana frente alabuso malicioso del otro litigante, frente a la presión polí-tica, frente a la ignorancia o a la desidia del Juez? ¿Siúnicamente por el camino de la chicana condenable o, porel contrario, estaremos obligados a emplearla? En síntesis,el fin ¿justifica o no justifica los medios?

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Adorna Gómez Masia sus vacilaciones con ejemplosimpresionantes. Cuando los lacedemonios amenazaron conla guerra a Atenas, Atenas designó varios emisarios quefuesen a Esparta para discutir el caso. Mientras tanto, Ate-nas reparó precipitadamente sus mu~allas, pero necesitabaganar tiempo para que alcanzasen la suficiente altura. Entrelos comisionados fue nombrado Temistocles, y éste exigióir a Esparta solo. Llegó allí y mantuvo en aplazamiento eldiálogo hasta que llegasen sus compañeros. El aplazamientoduró todo lo necesario para terminar las murallas. Una vezacabadas éstas, fueron los demás riegociadores, peroTemístocles ya obraba seguro porque sabía que su ciudadse había hecho inexpugnable. Pura chicana; procedimientodilatorio; vulgar enredo para distraer a las partes contrariasy ganarlas por la mano en la defensa de la causa justa. ¿Hizobien o hizo mal Temístocles? ¿Fue un chicanero condenableo un patriota eficaz y un guerrero hábil?

Acude nuestro autor a otro ejemplo. El del Mercader deVenecia. El deudor ha prometido a Shylock, su usurero, ,unalibra de su propia carne si no le paga. Llegado el caso, elusurero reclama la libra de carne y un Juez, atendiendo ala alegación del demandado, concede la libra de carne, masa condición de no verter ni una gota de sangre de la víctima,porque la sangre no ha entrado en el contrato. Naturalmente,la condición es de imposible cumplimiento. Allí el acreedorqueda burlado. ¿Qué es esto? ¿Chicana o humanidad? ¿Quéera preferible; dejar que un usurero destrozase cruelmente

.a su deudor o buscar una sutileza ingeniosa para que elempeño usurario fracasara? Ya sé yo que mis compañerosdirán que había otros medios de defensa y se podía haberllevado la discusión a otros términos. El usurero, si hubiese

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estado bien defendido habría alegado que los contratosobligan, no sólo a lo que expresamerite disponen, sino tam-bién a todo aquello que es su indeclinable y necesariaconsecuencia. Por su parte el deudor, podría haber alegadola nulidad de la obligación por inmoral. Mas las cosas nofueron por esos caminos sino por el de la imposibilidad decortar carne sin verter sangre. Emplazado el problema enese terreno de humana piedad, ¿la chicana fue vituperableo plausible?

Dejemos a Temístocles y al Mercader de Venecia yvengamos a la realidad del día y de las leyes vigentes.

PRIMER CASO.- Durante el trámite de un pleito or-dinario, surgen gestiones para una transacción. El deman-dado teme perder el pleito y busca apasionadamente el ,arreglo; las cosas van por buen camino, pero requierenalgunas semanas de estudio para compulsar datos, redactardocumentos o hacer menesteres análogos. En esto le con-fieren al démandado el término para alegar. Este término esde nueve días, al cabo de los cuales hay que presentarinexcusablemente el escrito y después de él puede venir sinla menor demora la sentencia. El abogado del demandado,procediendo honradamente, quiere a todo trance evitar quesu cliente corra este peligro. Propone al compañero deman-dante pedir la suspensión de los autos de común acuerdopero el demandante se niega. El letrado demandado tieneuna razón firme y afronta una actitud honesta¡-busca la paz,quiere el arreglo a todo trance, necesita evitar la eventua-lidad que teme de que le quiten la razón. Para lograr esto&buenos fines no tiene más remedio que ganar tiempo. Ha deesforzarse, pues, en mantener el pleito pendiente de fallo.

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¿Qué hacer? Procediendo con la escrupulosidad que ense-ñan los libros, no puede hacer otra cosa sino despachar sualegato en nueve días, esperar la sentencia perjudicial a sucliente y dar por fracasadas sus ansias de paz. ¿Procederábien si hace esto? ¿No será más honrado exprimir el ingeniopara que la sentencia tarde lo bastante a fin de dar lugar ala transacción? Pienso que esto último es lo que procede,y cuanto más honesto sea el abogado, con más afán lobuscará. ¿Qué hacer entonces? El problema no tiene másque una solución: inventar una chicana y suscitar un inci-dente que interrumpa la tramitación de los autos principales.Ganados de esta manera a su término y todo acabará en bienpara el cliente. Pregunta mía. ¿Cuál es la obligación de eseabogado? ¿Utilizar la chicana para que se produzca el buenefecto, o mantenerse purísimo, sin chicanerías, dando porfrustrados sus deseos de arreglo y dejando que la sentenciaarruine a su defendido? Me parece que el buen abogadodebe hacer lo primero y hacerlo con sacrificio de su propiaconveniencia, ya que haciéndolo comprometerá su prestigiopersonal.

SEGUNDO CASO.- En un pleito es decisiva la decla-ración de un testigo, cuyo dicho bastará para resolver elasunto a favor de una de las partes. Pero ese testigo acabade salir de Buenos Aires para Canadá. Se puede pedir tét:-mino extraordinario de prueba para que declare allí; pero dala casualidad de que allí no va a estar más de 15 ó 20 días.Después se marchará al Perú, donde estará otros 15 ó 20días y luego regresará a la Argentina. Inútil pedir términoextraordinario de prueba, porque mientras se tramita elexhort;opor la vía diplomática, no se encontrará al testigoni en el Canadá ni en el Perú ni en el viaje. Hay que perder

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tres o cuatro o más meses hasta lograr que el declarantevenga aquí. ¿Concederá el Juez el término extraordinario deprueba para escuchar a un testigo tan inquieto y mudable?Es posible que no. Y si no lo concede, ¿qué hacer? Entérminos de perfecta disciplina ética, recomendada por to-dos los autores, dejar que el testigo no declare y consentirque por falta de su testimonio el pleito se pierda. La con-ducta del abogado será irreprochable, pero ¿no cumplirámejor su deber en defensa de su patrocinado inventando unachicana cualquiera que gaste el tiempo necesario hasta queel testigo regrese a Buenos Aires y se le pueda tomar aquíla declaración? El procedimiento es malo, pero el fin esbueno. Mediten ustedes la solución.

TERCER CASO.- Un acreedor promueve juicio ejecu-tivo contra un deudor suyo, apoyándose en un pagaré fir-mado por éste. Ya es sabido que, con arreglo a la ley deenjuiciamiento, el deudor ha de ser citado para reconocer sufirma, y si la reconoce el juez despacha inmediatamente laejecución y le embarga los bienes, permitiéndole despuésoponerse a la ejecución y abrir la discusión pertinente. Eldeudor viene a consultarnos y nos dice: "Esto es una infa-mia. Esta deuda se la pagué a este hombre hace ya variosaños, encontrándonos los dos en Barcelona. El no me pudodevolver el pagaré porque se lo había dejado en BuenosAires, pero me dio recibo de la cantidad. Este recibo me lohe dejado en Barcelona y tardaré aproximadamentedos mesesen recibirlo aquí aunque lo pida ahora mismo. ¿Qué hago?¿Reconozco la firma o la niego?". Naturalmente, la pulcri-tud recomendada al abogado exige que éste de el consejode reconocer la firma, puesto que ella es cierta. Pero encuanto la reconozca surgirá el embargo, se apoderarán los

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bienes embargados, se desprestigiará al ejecutado y si porcasualidad es comerciante se le arruinará el establecimientoy el crédito. Claro que después se abrirá la discusión yvendrá el documento que está en Barcelona y los Tribunalesle darán la razón y el ejecutante malicioso será condenadoen costas, si es que no le pasa algo peor. Todo eso está muybien. Pero mientras tanto la posición del deudor cae por rossuelos, su crédito se pierde, sus bienes se perjudican,su I

nombre queda en entredicho y le sobrevienen otros mil per-cances de los cuales difícilmente se levantará más tardeaunque gane el litigio. Para evitar tantos trastornos no haymás que un camino: negar la firma. Negada la firma, el

, demandantetendráque acudira pleito Qrdinariosin embar-gar a su deudor. En el pleito se dilucidará todo tranquilamen-te, vendrán las pruebas oportunas y el demandante maliciosoperderá el asunto. Igual suceso puede ocurrir si el documentoestá prescrito. No hay más que leer la fecha para darse cuentade que esto es así. Pero como en la diligencia no se habla nadade la fecha ni se permite ninguna alegación de esta índole, sinoque únicamente se exige el reconocimiento o la negativa dela firma, el deudor se hundirá inexcusablementt<, aunquedespués suscite la excepción de prescripción y gane el pleito.¿Quédeberecomendarel abogadoen estecaso? Yo me confiesoante ustedes como chicanero. Cuando me he visto en situaciónsemejante he recetado a mi cliente que niegue la legitimidadde la firma. Luego en el juicio ordinario todo se pondrá enclaro. ¿Está bien? ¿Está mal? ¿Era mi deber dejar que arrui-nasen y desprestigiasen a mi consultante, sabiendo que enconciencia éste no debía nada y los Tribunales forzosamentehabían de darle la razón? Yo he reputado preferible buscar elbien en el fondo, aunque tenga que refugiarme en una chicanaen el trámite.

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ULTIMO CASO.- Es innegable que el abogado no'debe.facilitar nunca la fuga de un procesado. La obligaciónde éste es comparecer ante los Tribunales, someterse a sufallo y cumplirlo. El abogado alegará cuanto juzgue nece-sario en su defensa, pero una ocultación del presunto delin-cuente no la puede hacer. Pues bien: yo les pongo a ustedesen el caso de amparar a un hombre inocente, evidentementeinocente, sobre el cual pesa, sin embargo, una tremendamaniobra política para hacerle purgar un delito que no hacometido. No dirán ustedes que exagero en la hipótesis,porque casos de éstos los hemos conocido todos, en todaslas partes del mundo. Se ha creado un estado de opinión,

\ sincero o artificial; la justicia está cohibida por una presióndel Gobierno o de los partidos; se hacer forZoso condenara aquel hombre para no afrontar dificultades políticas, cam-pañas parlamentarias o manifestaciones populares. La con-dena es inevitable. Y, no obstante, el abogado está honra-damente persuadido de la inocencia de su cliente. ¿Qué debehacer? ¿Proceder pulcramente, entregándolo maniatado a lainjusticia que ya descuenta o procurar a todo trance su li-bertad para que luego se fugue, eludiendo de este únicomodo posible la perpetración del atropello? Lo absoluta-mente honrado eS entregar.al cliente para que la maldad delos hombres lo descuartice con toda tranquilidad. Facilitarsu fuga es una chicana. Yo pregunto a cada uno de ustedes:¿haría la chicana o no?

Ya está, pues, planteado todo el problema. Problemamoral, estrictamente moral, para resolver el cual no creo quedebamos fiarnos de las leyes ni de los libros doctrinales nide las opiniones de los más sabios jurisconsultos. Es nuestraconciencia, nuestra conciencia, quien nos dirá qué se debe

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hacer y la que nos acusará por nuestra conducta o nosabsolverá por nuestra abnegación:

Me doy cuenta de que al plantear el problema tal comolo planteo, todos los abogados enredadores, trapisondistas ycodiciosos se aprovecharán de mi punto de vista para jus-tificar sus enredos, sus abusos y sus infamias. Yo me per-mitiría advertirles que no he defendido la chicana, porqueme doy cuenta de que en el 98 por 100 de los casos ellaes una maldad y constituye para el abogado un deshonor..La cuestión está en advertir que puede haber un 2 por 100de casos en que la chicana sea no sólo inevitable sino re-comendable y plausible.

Todo en la vida depende del hombre, de su pensamien-to, de su conciencia. Yo he mirado siempre con cierta sonrisaunos libros voluminosos y solemnes que se llaman psico-logía (conocimiento de las almas), lógica (arte de bien ra-zonar) y ética (dominio de la moral). Siempre me he pre-guntado entre escéptico y zumbón: ¿creen estos buenosautores que la psicología, la lógica y la ética se aprendenen los libros? Esas supuestas ciencias no se aprenden másque en la vida, rozándose con los hombres y consultandoíntimamente nuestra propia responsabilidad. No hay regla nicánones que valgan. Una misma conducta, un mismo con-'sejo, son a veces cosa vituperable y otras veces motivo desantificación. La cuestión está en distinguir casos y casos.

El abogado que acude a una chicana sabe que usándolase juega su prestigio y puede incurrir en el desprecio de laopinión. Si a pesar de todo la recomienda o practica, habrádado un ejemplo de abnegación. Todo el secreto está endeterminar para qué se usa la chicana.

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H~mos de volver al razonamiento de Gómez Masia: ¿lachicana es artificio perturbador que se emplea para molestaral litigante adverso o para entorpecer los procesos? Pueshabrá que maldecir la chicana. ¿La chicana es el único recursoviable para defenderse frente a la iniquidad? Pues habrá quedisculpar la chicana y aun mostrar gratitud al que la hayaempleado. Todo consiste en saber ~:;>erseguimosla iniqui-dad o la favorecemos, en precisar dónde está la iniquidad.

Hemos, pues, en el proverbio jesuítico de si el fin jus-tifica los medios. Unos dicen que sí; otros dicen que no. Yoentiendo que estamos ante el tremendo problema de con-ciencia de saber cuál es el fin y cuáles son los medios.Nuestra conciencia debe tener la tranquilidad de que el finque buscamos es bueno, absolutamente bueno, y que losmedios malos son los únicos posibles para que el fin pros-pere y no causan daño a nadie. Si sabemos que un testigova a falsear la verdad en un pleito, no podremos matarlepara que np mienta, pues en tal caso el mal que producimoses infinitamente mayor que el que tratamos de evitar. Perosi podemos lograr con habilidad y sutileza que no sea re-cibida su declaración o le confundamos y enredemos con lahabilidad de nuestras preguntas, los medios serándispensables porque con ellos, sin causar mal, se ha evitadoel daño que el testigo quería producir.

Resumen: en el abogado podrá dormitar la competenciacientífica, pero lo que tiene que estar siempre alerta y encentinela, es la conciencia.

Pero es evidente que la chicana maliciosa que no res-pÓnde a una necesidad sino a un vicio de la voluntad, debeser castigada. y aquí brota otro problema muy de antaño

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planteado y hasta ahora sin solución. ¿Los profesionalesdeben responder de su ignorancia o de su malicia? Hastaahora no responde nadie. Y, sin embargo, hay casos denegligencia o' ignorancia inexcusables; mas ni el médico niel abogado son perseguidos nunca. Hace no mucho tiempo,un médico de Tucumán realizó una operación, en la quemurió la paciente, con muestras de una ignorancia, y undescuido asombrosos. No le exigió nadie responsabilidadsino el hermano de la muerta, que le asesinó. A veces unabogado se olvida de proponer la prueba esencial o dejarpasar el término para un escrito o una diligencia trascenden-tales. Y en ocasiones también promueve sistemáticamenteenredos y chicanas que sólo tienen por objeto amparar unacausa injusta, molestar al adversario o engrosar la minutade honorarios. Todo esto queda impune siempre. Y, sinembargo, yo creo que debe ser castigado.

Tramítase ahora en Cuba cierto proyecto de reforma delCódigo Civil, y en su artículo 126 se expresan las circunstan-cias en que no procederá la declaración de paternidadextramatrimoniales. En otro artículo inmediato se estableceesta severa regulación: "Si concurriere alguna de las circuns-tancias expresadas en el artículo 126 y resultare que las co-nocía el actor o su representante legal, o si la atribución depaternidad apareciere hecha sólo por ánimo de lucro o devejar, se impondrán las costas al actor, o, en su caso, a surepresentante legal con declaración de temeridad. Igual pro-nunciamientopodrá hacerse respecto del letrado director y delprocurador del actor si resultare que tenían noticias de aquellascircunstanciaso de la falsedad de la imputación de paternidado de la improcedencia de la demanda, quedando obligadossolidariamente con el actor o su representante legal".

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rEncuentro excelente el precepto. Si un litigante plantea

una falsedad o una infamia, tan responsables como él debenser los que le defienden, y si se me apura, un poco más,porque el interesado tiene explicada su conducta por supersonal interés, por el apasionamiento. Pero los directoresse hallan establecidos por la ley precisamente para moderary aun suprimir esos apasionarnientos yesos intereses. Si enlugar de cumplir este deber los estimulan y alientan, bus-cando de paso su propio provecho, la grave inmoralidad nodebe quedar impune. Lo que el Proyecto de Código cubanodispone para un caso concreto, debiera aplicarse a todos lospleitos.

Venimos, pues, a la conclusión de que yo unas vecesexcuso la chicana y otras veces pido que se le impongancastigos materiales. ¿Hay en esto contradicción? No, sino unsentido perfecto de la realidad. Para el tratamiento de lachicana, lo mejor sería dejarse de frases huecas, decondenaciones sistemáticas y rimbombantes y tomar las cosastal como son. Anatematícenme ustedes, pero yo me inclinoa tratar la chicana como una institución jurídica. El proce-dimiento sería éste: cuando una parte litigante creyere queel defensor de la contraria acudía a malas artes para com-plicar el litigio o enredarles o causar gastos o vejámenesinnecesarios, acudiría al Juez en reclamación razonada queno necesitaría la firma del letrado. El Juez pediría explica-ciones al defensor acusado para que dijese los motivos desu proceder y adujese si sus medios de defensa respondíana un motivo razonable o a una necesidad verdadera para eldebido amparo de los derechos que le estaban encomenda-dos. Después, el Juez pediría dictamen a la Corporación aque el abogado perteneciese, si estaba incorporado a alguna.

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y luego resolvería negando la verdad o la justicia de laimputación o declarándola excusable o castigándola. Elcastigo podría consistir en imponer al letrado chicanero lascostas de las actuaciones indebidas o maliciosas, y aun enprohibirle que continuara interviniendo en el juicio por símismo ni por compañero interpuesto.

Este camino sería el atemperado a la verdad de la vida.Todos nuestros actos, a pesar de sus apariencias, puedenresponder a móviles muy diversos. Hay cosas que parecenbuenas y son malas. Hay cosas que parecen malas y sonbuenas. El homicidio es terrible delito, pero puede serexcusado si se ha perpetrado en legítima defensa. El hurtoes delito también, pero no se le debe condenar si se haperpetrado por motivos de necesidad extrema y angustiosa.Lo mismo habrá que enjuiciar la chicana: como mala sí,pero que puede tener excusa satisfactoria o puede merecerun castigo severo. Todo el secreto está en vivir la vida yno las frases hechas.

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LA SENSIBILIDAD

¿Puede un Abogado ser frío de alma? No. ¿Puede seremocionable? Tampoco.

El abogado; actúa sobre las pasiones, las ansias, losapetitos en que se consume la Humanidad. Si su corazón esajeno a todo ello ¿cómo lo entenderá su cerebro? La familiaarruinada, el hombre a las puertas del presidio, el matrimo-nio disociado, la ing(atitud del hijo, la lucha social en susrevelaciones más descarnadas, el fraude infame de un inte-rés legítimo, las nobles acometividades para traer a la Patrianuevas riquezas... todo eso es nuestro campo de operacio-

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nes. Quien no sepa del dolor, ni comprenda el entusiasmo,ni ambicione la felicidad, ¿cómo acompañará a los comba-tientes? Únicamente los desalmados, en las más aborrecibleacepción del vocablo, pueden ver impasibles todo eso, quees el nervio de la vida, la razón de vivir diríase más bien.

l.

Y, sin embargo, ¿es conveniente, es lícito siquiera, quetomemos los bienes y males ajenos comó si fueran propios,y obremos como comanditarios del interés que defendemos?De ningún modo. La sabiduría popular ha dichoacertadamente que "pasión quita conocimiento" y que "na-dié es juez en causa propia". El Derecho, al establecer nuestrafunción, no sólo ha querido crear un guía, sino tambiéninterponer un juicio sereno entre el interés enardecido y losestrados del Tribunal. El litigante lo pediría todo, a cual-quier hora y de cualquier manera; el defensor por obcecadoy malicioso que sea; sabe que hay barreras para la iniciativay que sus movimientos tienen el valladar de la circunspec-ción, perdida la cual, peligra el éxito de la causa y el créditode su amparador.

De ahí que, aun olvidado en las leyes, siga condenadopor el decoro el pacto de cuota litis. El letrado que ha deobtener la misma remuneración legítima, cualquiera que seael resultado del negocio, aconseja con templanza, procedecon mesura, hace lo que la moral y la ley consienten. El quesabe que ganará más o menos según la solución que obten-ga, tiene ya nublada la vista por la codicia, pierde su serenaausteridad, participa de la ofuscación de su defendido, ylejos de ser un canal, es un torrente.

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La fórmula para coordinar estados de ánimo tan oRues-tos es la que, según la fama, dio Cortina al decir, con re-lación al archivo de sus pleitos, que "los habí~ defendidocomo propios y les había sentido como ajenos". Así ha deser. Quien nos busca tiene la necesidad de que comprenda-mos y compartamos su anhelo. Por eso no es Abogadocompleto el soltero, ya que no conoce por experiencia desu sangrelo que son lasida conyugal, los deberes paternalesy la unidad de la familia. Una madre que llora no puede seratendida totalmente por un bon vivant de Casino; un finan-ciero que aspira a crear un ferrocarril, no tiene comunica-ción plena con un escéptIco indiferente a la riqueza del paísy a su progreso. En la' íntima y secreta comunión deconsultante y asesor, aqué~a menester que éste no se limitea leerle Códigos, sino que ponga el alma al mismo ritmo quemarcha la suya.

Pero nada más. Prestado el esfuerzo, otorgada la com-pañía cordial, ni se puede ni se debe dar otra cosa. El triunfocomo el fracaso han de hallamos no sólo tranquilos, sinoemancipados de su imperio.

La razón es clara. Cada cliente tiene derecho a disfrutarde la plenitud de nuestras facultades, y no puede ser discul-pa de nuestras torpezas la emoción de que seamos presa porel resultado de otros asuntos. Seguramente nosotros no nosfiaríamos de un médico a quien le temblase la mano y sele saltasen las lágrimas cuando nos fuese a operar, aunquediera como descargo la inqui~tud que le dominaba porhabérsele muerto dn enfermo al día anterior. Pues apliqué-monos el cuento. El cliente tiene derecho a nuestra cultura,a nuestra palabra y, sobre todo, a nuestra prudencia en el

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consejo y a nuestra serenidad en .la,acción.' Traicionaríamosnuestro deber si.aGtllásemosabatidos por un desastre o em-briagados por un triunfo. El Abogado es como la balanzade precisión de un lab~)fatorio:en separándose un milímetrodel fiel, origina la intoxicación o el fraude.

En otro sentido hay que tomar en cuenta la emotividad.Lo que rinde y destroza al hombre no es el trabajo, por duroque sea, sino la serie inacab~ble de sensaciqnes que tienenen tensión el sistema nervioso y que son las .característicasde la vida moderna, y especialmente de la vida del Abogado..

- ¡Se ha perdido el pleito de Fulano!- ¡Se ha ganado el de Mengano!

. - ¡No se logra colocar la emisión de obligaciones!- ¡Ha muerto el testigo más importante para tal pleito!- ¡No se encuentra un documento indispensable!- ¡El n:;curso de casación vence, esta noche!- ¡Acaban de señalar una vista para mañana!

, - ¡Se transigió felizmente la cuestión !- ¡Se han tirado los trastos a la cabeza en una junta de

acreedores!

y esto mil ~eces al día, y todos lo~ días y todos losaños... ¡Qh Dios, qué tortura! Si siquiera fueran las sacu-cdidas sucesivas, podrían tolerarse. Pero son simultáneas ysu coincidencia las aumenta y agrava. Al ir a entrar a-unavista, cuando vivimos sólo para el informe que hemos depronunciar, un procurador nos dispara una .noticia desagra-dable; cuando estamos en el instante crítico de una Junta,nos avisan por teléfono que a otr,o cliente le ocurre unacatástrofe y necesita nuestra asistencia inmediata..LEs como

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si gnomos invisibles se entretuvieran en damos constante-mente alfilerazos en todas las partes del cuerpo para impe-dimos el reposo.

No sería posible sobrevivir ni a un quinquenio de eserégimen de acoso, si no opusiéramos al ataque un sistemade prudente indiferencia, un ¡venga lo que Dios quiera! yun constante recuerdo de que "quien da lo que tiene no estáobligado a más". Si en cada minuto recibiéramos los chis-pazos sin el pararrayos de la relativa insensibilidad, mori-ríamos todos de rabieta.

La dificultad es ardua de veras. Hay que preparar labatalla con pasión y recibir impertérrito la noticia del resul-tado, tener ardor y no tener amor propio, amar y no preocu-parse por el destino del objeto amado... Tiene los caracteresde una dramática paradoja.

No es sencilla, no, la urdimbre sentimental del Aboga-do.

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EL DESDOBLAMIENTO PSÍQUICO

Da este nombre el profesor Ángel Majorana (1)al fenó-meno por virtud del cual "el ábogado' se compenetra con elcliente de tal manera, que pierde toda postura persOlral",pues '~comoel actor en escena, olvida la propia personali-dad, y a la realidad negativa de semejante olvido une lapositiva.de ensimismarse en el papel desempeñado por él".De aquí saca la consecuencia, que él mismo reputa paradó-jica, de que "la virtud que el Abogado necesita no es unverdaderoy propio valer". '

(1) Arte de hablar en público, traducción de Francisco Lombardía.

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Importa mucho detenerse a considerar si esa afirmación,harto generalizada, responde a un exacto concepto ético denuestra profesión. De creerlo a negarlo hay un mundo deconsecuencias contradictorias.

Suelen optar por la afirmativa quienes más se preciande enaltecer la Abogacía, porque en esa función, mejor dicho,en esa sumisión de la personalidad propia a la del cliente,ven una muestra de alta y difícil abnegación. No puededesconocerse que toda renunciación del propio ser en ser-vicio u homenaje ajeno envuelve un admirable desprendi-miento y un dificilísimo... desdoblamiento psíquico, comodice el autor aluQido.

A nú no me parece tan sencillo pronunciarse en esesentido. Quizás me lo dificulte -lo digo en confesión- el tintede orgullo, de rebeldía ingénita que siempre me tJ.aparecidocaracterística sustancial de la dignidad humana y motor deÍprogreso social.

Entendámonos. Yo encuentro plausible y santo renun-ciar a los intereses, al bienestar, al goce para entregarse albien de otro, matar el sensualismo en servicio del deber odel ideal. Eso es sustancial en la Abogacía. Defender sincobrar, defender a quien nos ofendió, defender a costa deperder amigos y protectores, defender afrontando la injuriay la impopularidad... no sólo es loable, sino tan estrictamen-te debido a nuestros patrocinados, que casi no constituyemérito, ya que en esa disposición del ánimo está la esenciamisma de la Abogacía, que sin tales prendas perdería surazón de existir.

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Pero el hombre tiene partes más nobles que esas de puraconveniencia. El criterio, el sentimiento, las convicciones...Yeso no puede supeditarse a las necesidades de la defensania la utilidad de cada interesado. Los patrimonios del almano se alquilan ni se venden.

El abogado no es un Proteo, cuyas cualidades varíancada día según el asunto en que ha de intervenir. Es un .hombre que ha de seguir su trayectoria a través del tiempoy que ha de poseer y mantener una ideología, una tendencia,un sistema, como todos los demás hombres; no tantas fór-mulas de pensamiento y de afección como clientes le dis-pensen confianza. Si lo lícito fuese esto y no aquello, seríadifícil concebir una abyección más absoluta ni más repug-nante. Ser a un mismo tiempo individualista y socialista,partidario y detractor del matrimonio, intérprete de un mismotexto en sentidos contradictorios, ateo y creyente, es unavileza que conjuntamente corrompe todas las potencias delalma. Quien doctrinalmente sea partidario de la abolición dela pena de muerte, ¿con qué atisbo de decoro pedirá en casosconcretos su aplicación?

No pretendo llevar mi afirmación hasta el punto de creerque nunca puede correctamente invocarse preceptos legalescon los que no se esté conforme. No. Sería imposible que unLetrado prestase su asentimiento teórico a todas las leyes queha de citar. Ni siquiera necesita tener concepto propio respectode ellas. Además, el imperio de la Leyes una cosa bastanterespetable y sustantiva para que no se denigren con reclamar~ucumplimiento aquellos que la apetecerían distinta. Lo quequiero decir es que la actuaciónjurídica en los Tribunalesdebecontar siempre con estos dos carriles:

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A) Que no se pida, ni aun consistiéndolo las leyes, aquellascosas que sean contrarias a nuestros convencimientosfundamentales o a las inclinaciones de nuestra concien-cia.

B) Que tampoco se sostengan en un pleito interpretacioneslegales distintas de las que se hayan defendido en otro.

Cabe compendiar la doctrina en la siguiente perogrulla-da: el pleito vive un día y el Abogado vive toda su vida.y como debemos ajustar la vida a normas precisas que ,setejen en las intimidades de nuestro ser, ha de reputarse comodespreciable ruindad olvidar esas cardinales del pensamien-to para girar cada vez según el viento que sople.

, ' .El concepto, pues, del desdoblamiento psíquico no ha

de interpretarse en el sentido que lo hace Majorana, dicien-do el Abogado "yo no soy yo, sinq mi cliente", si~o en elde la duplicidad de personalidades. "Hasta tal punto soy micliente, practicando un noble renunciamiento, y desde. talpunto soy yo mismo, usando facultades irrenunciables".

Cuando se ve más al vivo la razón de lo que sostengoes cuando ,se piensa en los Abogados escritores. ¿Caberi-dículo mayor que el de' un defensor a quien se rebate consus propios textos? Nunca olvidaré la vista de un recursode casación -sobre materia de servidumbres era- en. queamparaba al recurrente un jurisconsulto ilustre, autor.de unaobra muy popularizada de Derecho civil. El recurrido, en uninforme brevísimo, combatió el recurso íntegro limitándosea leer las páginas correspondientes de aquel libro dondecasualmente resultaban contradichas, unapor una, las ase.

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veraciones contenidas en los varios motivos. El azoramientodel tratadista fue tal, que pidió la palabra para rectificar ydijo esta tontería lapidaria:

- La sala se hará cargo de que cuando yo escribí mi obraestaba muy lejos de pensar en que hubiera de defender estepleito.

Para no errar, antes de aceptar una defensa debemosimaginar que precisamente sobre aquel tema hemos escritoun libro. Así nos excusaremos de contradecir nuestras obras,nuestros dichos o nuestras convicciones y no pasaremos elsonrojo de sustituir la toga por el bufonesco traje de Arle-quín.

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LA INDEPENDENCIA

No sólo en la acepción gramatical, sino igualmente porsu sentido lógico, las profesiones liberales lo son porque seejercen con libertad y en la libertad tienen el más importanteatributo. Esto produce el fenómeno de que juntamente con elderecho del cliente a ser atendido nazca el del profesional aser respetado y que paralelamente a la conveniencia del unovaya el prestigio del otro. Un arquitecto no trazará los planosque el propietario le mande, ni un médico prescribirá el tra-tamiento que el enfermo le pida, si el gusto de quien pagapuedepeIjudicar-enalgoJa buena famadel técnico.Hayderechoa reclamar el servicio, pero no a imponer el disparate.

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Con el Abogado ocurre otro tanto, porque es fácil queel litigante deslice sus deseos en la Goncienciadel asesor yle sugiera polémicas innecesarias o procedimientos inco-rrectos, convirtiéndole de director en dirigido y envolvién-dole en las mallas .de la pasión o el interés propios.

El Letrado had~sentirse siempre colocado en un gradode superioridad sobre,su defendido, como el confesor, comoel tutor, como el gerente. Por eso ha de huir cuidadosamentede los siguientespeligro$: .

A) Del pacto de cuota litis qUel~s'lyyes antiguas prohibíany la opinión, por regía general, reprueba. No es que esaforma de remuneración sea s1,1stancialmenteabsurda oinmoral. Acaso sea teóricamente la más atinada. Lo que.la hace condenable es que arraliéa al Abogado su inde-pendencia, haciéndole partícipe en el éxito y en ladesventura. Procedemós con serenidad sábiendo que loI

que se nos premia es nuestro trabajo, cualquiera que seasu resultado; p~ro perdemos la ecuanimidad y se nosnubla el juicio, y no distinguimos ló lícito de 10ilícito,si incidimos en la alternativa de ver perdido nuestroesfuerzo o lograr una ganancia inmoderada. La retrib\l-ción del trabajo es sedante. La codicia es hervor, inquie-tud, ceguera. El Abogado que a cada hora se diga "sigano este pleito, de los cinco millones me llevaré dos",se adapta a la psicología de los jugadores.

B) De la mujer a quien se ama. Ya Cupido sólo por serciego es un peligro; si además vistiel~ toga .sería undesastre.

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¿Quién resiste a la súplica de la mujer querida? ¿Quéno podrán sobre nuestra alma sus ojos, su voz y, sobretodo, sus lágrimas? Conviene recordar en este punto quelas litigantes son propensas al llanto. El amor es ren-dimiento, pleitesía, encadenamiento, servidumbre; y elque padece tan graves minoraciones de su albedrío,nadapuede dirigir ni de nada puede responder.

C) De la familia. La franca libertad con que se inmiscuyenen nuestra vida hermanos, abuelos, tíos o sobrinos, lesfaculta, en caso de pleito, para fiscalizar cada uno denuestros actos.

- ¿Por qué no presentas una denuncia? iA mí me pareceque eso es un delito! - Yo que tú haría más duro eseescrito. -Si por mi fuera, promoverías un incidente. -Dame gusto y suspende esa vista...

No hay, además, hora fija para escuchar la consulta, ni.facilidad para desistir de la defensa. El Tribunal, por suparte, supone en el Letrado una ofuscación afectiva,muy superior a la que padece, y le ,hace menoscaBO.

Hay parientes comedidos y prudentes que respetan lalibre iniciativa tanto y más que un extraño. Pero son laexcepción.

D) Del sueldo. Abogado que le percibe, fatalmente ha deverse.obligado a defender cuando le manden, o renun-ciar a su destino; y no siempre hay valor o posibilidadpara esto último; con lo que al dimitir la libertad se poneen grave riesgo la integridad.

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Nunca es tan austero ni t~n respetado un Letrado comocuando rechaza un asunto por no parecerle justo; ¿ypuede hacerlo quien percibe una retribución fija? El quela cobrase dos, tres y más años sin defender ningúnpleito,>¿lograría llanamente repeler el primero que leconfiaran, por no hallarle admisible? ¿Cómo justificaríaen tal caso la percepción de los emolumentos?

. Los compañeros que sirven en los negociados conten-ciosos de las grandes empresas o de las Corporacionesoficiales; saben muy bien los conflictos de concienciaque se padecen y aun las situaciones violentas que seatraviesan, teniendo que defender todo lo que gustanpleitear quienes pagan. .

Esta misma razón, que tan de cerca toca al decoro,aconsejaría modificar el régimen orgánico de los Abo-gados del Estado y del Ministerio Fiscal en lo conten-cioso-administrativo,a veces defensores forzadosde atro-pellos y desatinos que ellos repugnan más que nadie, ysin modos legales que les permitan velar por la libertadde la toga y por los fines de la justicia.

E) De la política. Raro y difícil es que quienes se afilian bajouna bandera, acatan una jefatura, y (esto es lo más lamen-table) buscan un porvenir, no sufran, cuando menos, unadeformación de juicio que les haga ver buenas todas lascausas que beneficien a su credo, y perversas cuantas locontradigan. Esto sin contar con los compromiso~, presio-nes y acosos que el partidismo hace gravitar sobre el

Letrado, ni c<imla frecuente complicación que se produceentre asuntos forenses e intereses políticos.

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El jurista, como todo ciudadano, ha de tener en materiaspolíticas su opinión y su fe; mas conviene educar a lajuventud -contrariamente a lo que con nosotros se hizo-en la alta conveniencia de separar el Foro de los nego-cios públicos.

Que la política sea una carrera ya es un concepto bár-baro; que sea un medio para que los Abogados hagancarrera, es un explosivo.

Alguien leerá esto con estupor, siendo un político quienle dice. Pero me parecería hjpócrita callario.

A modo de condensación de lo expuesto, honraré estapágina transcribiendo las palabras que Mr. RaymondPoincaré pronunció con ocasión del centenario del res-tablecimiento de la Orden de Abogados: "En ningunaparte es más completa la libertad que en el Foro. Ladisciplina profesional es leve para los cuidadosos de su \

dignidad y apenas añade nada a los deberes que unaconciencia un poco delicada se traza a sí misma, Desdeque se crea por su trabajo una situación regular, elAbogado no depende más que de sí mismo. Es el hombrelibre, en tod1;lla extensión de la palabra. Sólo pesansobre él servidumbres voluntarias; ninguna autoridadexterior detiene su actividad; individual a nadie da cuentade sus opiniones, de sus palabras ni de sus actos; notiene, de tejas abajo, otro señor que el. Derecho.

De ahí en el Abogado un orgullo natural, a veces quis-quilloso, y un desdén hacia todo lo que es oficial yjerarquizado".

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EL TRABAJO

Siendo personalísima la labor en tQdas las profesionesintelectuales, quizá.s en ninguna lo sea tanto como en laAbogacía. La inteligencia es insustituible, pero másinsustituibles aún son la conciencia y el carácter. Entrenosotros, tanto o más se buscan y cotizan estas dos cuali-dades como aquella otra. Un sabio adusto será peligrosocomo Abogado, porque propenderá a la intransigencia, y ensu ~ano se enredarán las cue~tiones. Otro ilustrado ydespierto, pero de escasa pulcritud, constituirá un verdaderopeligro social y su actuación debiera clasificarse entre lasindustrias peligrosas, incómodas e insalubres. Adviértase

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que entre ambos ejemplos no se acertaría a clasificar cuálesson las condiciones más nocivas, si las buenas o las malas;porque un carácter esquinado es doblemente dañino si dis-pone de una gran competencia; y la falta de sentido moralno es tan de temer en los necios como en los inteligentes.

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Diré más. En el orden cultural el público nos atribuye-y no va equivocado- un nivel genérico próximamente igualen todos, y donde establece las diferencias es en la rectitudde proceder, en la exteriorización artística, en la fama de quedisfrutemos y -¡triste es decirlo!- en nuestra significaciónsocial, especialmente la política.

Rarísima vez oímos decir: "¡Cuánto sabe Fulano!; leencomendaré mi pleito, porque tiene una erudición extensay unos conceptos profundos". En cambio se ponderan yvaloran las otras distintivas. "Consultaré a H porque es muyhonrado y no me meterá en pleitos que no vea muy claros"."Haré que defienda mi causa Z porque tiene una palabraarrebatadora". "Encomendaré el asunto a X porque pesamucho en el Tribunal".

De estas innegables realidades se desprende que debe-mos esforzamos en hacer por nosotros mismos los trabajos,ya que el cliente tomó en cuenta, al buscamos, todas nues-tras condiciones, desde la intimidad ética hasta el estiloliterario. Mas como en una gran parte de los despachos esabsolutamente imposible que el titular realice personalmen-te la tarea íntegra, forzosamente habrá de delegar alguna ensus pasantes, y quien proceda ¡;;onescrúpulo efectuará ladelegación por orden de menor amayor importancia de lostrabajos, llegando hasta no confiar a mano ajena, mientras

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no sea inevitable, los escritos fundamentales, tales como elrecurso de casación, el contencioso, la demanda, la contes-tación y)os dictámenes.

Aun admitida la transferencia, hay dos extremos a queno debe alcanzar (salvo acuerdo expreso o tácito con elcliente), a saber: el estudio del caso consultado y el informeoral. Podrá ser indiferente para el interesado que talo cualescrito salga de manos del defensor o de las de un auxiliarsuyo; pero la formación del juicio es cosa tan privativa dela psicología, tan dimanante de la conciencia, que el .consultante se juzgaría defraudado si supiera que al decirleque lleva o no lleva razón, no había intervenido nuestrotemperamento, nuestro ojo clínico, nuestra experiencia,nuestra idiosincrasia, prendas que él buscó para su aseso-ramiento, muy por encima de la garantía de un simple títuloacadémico, igual en todos. E idéntico es lo que ocurre enlas vistas, El litigante no requirió a un hombre con un togapuesta, sino al Abogado Fulano con su palabra, con su sistemade razonar, con su acometividad y, sobre todo, con su pres-tigio en los estrados.

En cuanto a la manera de trabajar sería osado querer darcon'sejos, 'pues sobre la materia es tan aventurado escribircomo sobre la del gusto. No quiero, sin embargo, dejar deexponer una observación personal. Parece lógico que, antesde coger la pluma, se haya agotado el estudio en los papelesy en los libros. Seriamente, así debe hacerse, y no es re-comendable ningún otro sistema. Pues, a pesar de recono-cerlo, confieso que nunca he podido sustraerme a practicartodo lo contrario. Video meliora...

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Cuando empiezo a escribir son muy rudimentarias, muysomeras las ideas que tengo sobre el trabajo que he derealizar. Las cuartillas con su misterioso poder de sugestiónson las que me iluminan unas veces, me confunden otras,me plantean problemas insospechados hasta un minuto antes,me estimulan, encienden y exaltan. Tal problema fundamen-tal y gravísimo que no acerté a ver mientras estuve consi-derando el caso, me aparece amenazador y deconcertanteenganchado en un mínimo inciso de una oración; cual ar-gumento que no me alcanzó en el estudio, surge diáfano alcorrer de la pluma...

No hay nada en el mundo sin explicación y pienso queesta rareza también la tiene. Los sujetos de contextura mentalapriorista, doctrinaria, forman ante todo su construcciónideológica y la trasladan luego al papel. Al revés, para los

I realistas el escrito es ya la vida en marcha y al formarlemuéstrase ella con sus apremios invitándonos a contemplar-la eI1su plenitud. Mientras estudio me considero aislado, y,como no logro darme importancia a mí mismo, tampocollego a ultimar mi sistema ni mucho menos a enamorarmede él. Pero las cuartillas son ya el diálogo, la comunicacióncon el mundo, el peligro de errar, el vislumbre del éxito, latentación de la mordacidad, la precisión ineludible de ahon-dar en un punto oscuro o de mirar con respeto lo que antesfue desdeñado; son la evacuación inexcusable de una cita,

, la compulsa de un documento, el delinearse las figuras deldrama, el presentimiento dé la agresión contraria... ¡Son lapotencia biológica, en fin, tumultuosa, multiforme, arrolla-dora y soberana, que a un tiempo mismo nos encandila ynos esclaviza recordándonos que somos cada uno muy pocacosa y que todos estamos sometidos a su imperio incontras-

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table! Pudiera decirse de este sistema que por la improvi-sación nos conduce a la reflexión.

Informando me ocurre todo lo contrario. Jamás lo hagosin lJevar guiones minuciosos, concretos, verd~deros extrac-tos delpleito, y cuya redacción (siempre hecha con mi propiamano, con signos convencionales y tintas de diversos colo-res) me invierte largo tiempo y me pone los nervios eninsoportable tensión. Esto responde, ante todo, al terror, alespantosoterrorque me infundeel haceruso de la palabra..Llevo cuarenta y cinco años hablando en todas partes y entodos l<~sgéneros, en el Foro, en el Parlamento, en el Consejo,en el meeting ardoroso y en la serena conferencia académi-ca, en centros de cultura y en villorrios humildísimos; heejercido ante los Tribunales de todas las jurisdicciones; hedisertado en una escalera, en un pajar, en un horno de pancocer (¡y encendido precisamente a mis espaldas!), en cen-tenares de balcones, con auditorios de sabios paradespellejarme o de patanes para no comprenderme... Pues,a pesar de práctica tan dilatada y heterogénea, hoy me inspirala oratoria más espanto que el primer día.

Lo cual. obedece a que no hay obra más trascendenteque la de poner nuestra alma en comunicación con otras ytratar de imbuirlar nuestro propio pensamientp. Queremos,al hablar, que otros discurran como nosotros discurrimos,que obren como les recomendamos, que participen de nues-tra responsabilidad... El orador es un autor por inducciónpara el cual no existe Código penal. Quien acometa eseempeño sin pánico es un insensato o un héroe.

Para graduar, distribuir, acopiar y'matizar la oración, elguión es indispensable. Mas entiéndase que el guión no se

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refiere a las palabras, efectismos y latiguillos (destino quesólo le dan los cursis, quienes en materia oratoria estánsiempre en pecado mortal) ni constituye un atadero de laimaginación, ,ni una norma inquebrantable para formar eldiscurso. No. El guión es una especie de casillero donde -llevamos convenientemente clasificadas las materias. Peronosotros mandamos en el casillero, no el casillero en noso-tros. Y así, al pronunciar el discurso sustituimos la materiade una casilla, llenamos la que estaba vacía, vaciamos la que

. iba ~letórica... y a veces pegamos fuego al casillero con todosu contenido. Las contingencias de la polémica y las pres-cripciones de l~ oportunidad nos van recomendando lo quedebemos hacer con él ideario clasificado; pero sin la clasi-ficación previa, nuestro pensamiento caería en la anarquíay seríamos juguete del a,dversario diestro o del auditQriosevero. Véase, pues, por qué, al revés de lo que me ocurrecon el trabajo escrito, voy en el oral por la reflexión a laimprovisación.

Como fin de estas confesiones sobre el trabajo diré que,a mi entender, todas las horas son buenas para trabajar, peromás especialmente las primeras de la mañana, desde las seishasta las diez. Y ahí va la razón. A partir de las diez de lamañana nadie dispone de sí mismo. La consulta, las con-ferencias con otros colegas, las diligencias y vistas, las 'aten-ciones familiares, la vida de relación y las necesarias expan-siones del espíritu consumen todo nuestro tiempo. Esto sinpensar en los Abogados que desempeñan destinos o queintervienen en la política. De modo que desde esa hora laHumanidad manda en nosotros. Hácese, pues, indispensa-ble, si hemos de aprovechar la vida, que con antelación, yprevaliéndonos de su sueño, gobernemos nosotros a la

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IHumanidad. Muchos advierten que lo mismo da trasnochar,recabando el tiempo cuando los demás se acuestan. No loestimo así, porque antes de las diez de la mañana podemosdar al trabajo nuestras primicias y después de las diez dela noche no le concedemos sino nuestros residuos. Con la

cabeza despejada se ordemm ias ideas, se distribuyen lasatenciones, se aprovecha el estudio.. Con el organismo fa-tigado después de una jornada de la abrumadora vidamoderna, no es verosímil que se obtenga más que productosconcebidos con esfuerzo, con artificio, en situación de ago-tamiento.

En fin, todas las reglas del trabajo pueden reducirse aésta: hay que trabajar con gusto. Logrando acertar con lavocación y viendo en el trabajo no sólo un modo de ganarsela vida, sino la válvula para la expansión de los anhelosespirituales, el trabajo es liberación, exaltación, engrande-cimiento. De otro modo es insoportable esclavitud.

Sin ilusión, se puede llevar los libros de un comercio,o ser delineante o tocar el trombón en una orquesta. En lasmismas profesiones jurídicas cabe no tener ilusión para eldesempeño de un Registro de Propiedad, una secretariajudicial o una liquidación de Derechos reales. Son todasesas profesiones de las que se tira, obteniendo frutos aná-logos cualquiera que sea el estado de ánimo con que seejerzan. Pero Abogado, no. El Abogado o lo es conapasionamiento lírico, o no puede serIo, porque soportar depor vida una profesión que no se estima es miserableaherrojamiento, sólo comparable al de casarse con una mujera la que no se ama; y quien lleva clavadas tales espinas notiene resistencia más que para lo mecánico, para lo quepuede hacerse con el alma dormida o ausente.

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LA PALABRA

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"Las vistas no sirven para nada. Debieran suprimirse".

Claro que los Abogados que aseguran esto sólo preten-den deprirhir a la Magistratura suponiéndola so~da -imper-meable, dijo un hombre ilustre- al razonamiento oral. Y nopiensan que el arma se vuelve contra quienes la esgrimen.Yo me pregunto cuando les escucho: "¿Qué concepto ten-drán de sí rhismos estos compañeros?"

Hizo Maragall el elogio de la palabra en forma tanhermosa, tan noble, tan soberana, que la materia quedó

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consagrada como intangible, y nadie, discretamente, 'puedemover el tema, A aquel texto hay que remitir a los incré-dulos,

Quien no fíe en la fuerza del verbo, ¿en qué fiará? Elverbo es todo: estado de conciencia, emotividad, reflexión,efusión, impulso y freno, estímulo y sedante, decantación ysublimación", Donde no llega la palabra brota la violencia,O los hombres nos entendemos mediante aquella privilegia-da emanación de la Divinidad, o caeremos en servidumbrede bruticie,

¿Qué podrá suplir a la palabra para narrar el caso con-trovertido? ¿Con qué elementos se expondrá el problema?¿De qué instrumental se echará II;1anopara disipar las nubesde la razén, para despertar la indignación ante el atropello,para mover la piedad y par~ excitar el interés? .

Por la palabra se enardecen o calman ejércitos y turbas;por la palabra se difunden las religiones, se propagan teoríasy negocios, se alienta al abatido, se doma y avergüenza alsoberbio, se tonifica al vacilante, se viriliza al desmedrado.Unas palabras, las de Cristo, bastaron para derrumbar unacivilización y crear un mundo nuevo. Los hechos tienen, sí,más fuerza que las palabras; pero sin las palabras previaslos hechos DOse producirían, .

Abominen de las palabras los tiranos porque les conde-na, los malvados porque les descubre y los necios porqueno la entienden. Pero nosotros, que buscamos la convic.cióncon las armas del razonamiento, ¿cómo hemos de desconfiar¡:lesu eficacia?

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Se alega que cuanto hemos de decir en los informes yaconsta en los escritos y huelga repetirlo. Prescindiendo deque no siempre es así, bueno será advertir que, para el efectode persuadir, no cabe comparación entre la -palabra habladay la escrita, y que en aquélla los elementos plásticos de laexpresión mímica valen más que las resmas de papel ydenuncian más claramente la sinceridad o la falacia delexpositor. Cuando tratamos asuntos personajes, solemos decirque se adelanta más en media hora de conversación que enmedio año de correspondencia. Y lo que es verdad en todoslos órdenes de la vida, ¿dejará de serIo en el Jorense?

Hay aún otro argumento, definitivo a mi entender. Lospesimistas creen que en una vista los Magistra40s, todos losMagistrados, afrontando su recíproca crítica y el estigma delos Letrados y la censura del público, se han de dormir'mientras hablamos o, aunque no se duenrtan, no nos han deescuchar, y si nos escuchan no nos han de entender, y si nosentienden no nos han de hacer caso. iYesos mismos des-confiados piensan que los tales jueces, sin la presión delacto público, a solas en sus casas, velarán por el gusto desaborear nuestros escritos y los desmenuzaran letra por letray creerán cuanto en ellos decimos! Hay que ser congruentes:si un juez nos ofende no escuchándonos cuando nos vemos'cara a cara, mucho menos nos honrará leyendo nuestraslucubraciones cuando estemos cada cual encerrado en nues-tra casa. La compulsa entre la virtualidad de la primerainstancia y la de la segunda o el juicio criminal, me evitannuevos conatos de demostración.

Quiero contar aquí una anécdota que me confirmó, demanera irrebatible, en estas mis convicciones de siempre.

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Fui en cierta ocasión a informar como apelante en una SalaCivil de la Audiencia madrileña. Al llegar, me det\lvo en unpasillo el Secretario, diciéndome:

- Nos chocó mucho que no asistiera usted a la vista deayer.

-¿Ayer? -le repliqué-. Ayer no tenía señalada ningunavista.

- ¿Cómo que n()? -insistió-. ¡Ya lo creo! Lo que ocurrees que todos nos descuidamos de vez en cuando.

- Claro que sí, y a mí puede pasarrne como a cualquiera;pero le aseguro a usted que ayer no tenía yo señalamientoalguno.

- ¡Sí, hombre, sí! El pleito de A. contra B.

- ¡A ése vengo hoy!

- ¡A buena hora! Se vio ayer, y por cierto que su con-trario tampoco asistió.

- ¡Claro! Como que está aquí con la toga puesta parainformar.

- ¡Caramba! Eso ya me pone en cuidado. Porque es muyraro que se hayan confundido los dos. Pero, en fin, tan ciertoestoy de lo que afirmo, que, en confianza, .le diré a ustedque no sólo se dio por celebrada la vista, sino que se falló.Lo pierde usted y llevo ya aquí puesta la sentencia, porqueno hay ropa nueva. Se acepta totalmente la apelada.

Aquí debí lanzar una interjección. No recuerdo cuál fueni podría afirmar que fuese publicable. Pero que la expelí

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estoy seguro, porque yo iba muy ilusionado con el caso yme parecía indefectible lograr la revocación.

Total, que advertido mi compañero y no menos sorpren-dido que yo, visitamos al Presidente para dar y pedir expli-cación de lo ocurrido, que resultó ser un quid pro quo entreel libro de señalamientos, el rollo y las notificaciones.Deshecho el error y puesto que los dos Letrados estábamospresentes y conformes, la Sala accedió a celebrar nueva-mente la vista en aquel instante. ¡Calcúlese cómo subiría yoa informar, sabiendo que el negocio estaba ya prejuzgado...encontra mía!

y sucedió que se revocó la sentencia apelada y gané elpleito.

¿Tengo o no tengo, con ese caso en la memoria, obli-gación de creer en la eficacia del informe?

Verdad es que hay Magistrados inabordables,berroqueñas togadas para quienes la palabra y cualquiermanifestación racional e~ walmente ociosa. Con elJossóloes útil la jubilación o la d~.;ollación. Mas es muy raro queen una Sala no haya uno, siquiera uno (suele haber más),que escuche, entienda y discurra. Y en habiendo uno, basta,porque se hace casi siempre "el amo de la situación" yarrastra a los otros.

No es justo volcar sobre los Magistrados el peso íntegrode la ineficacia del informe. Muchas veces tenemos granparte de culpa los defensores por no hacemos cargo de larealidad, y hablar en forma inadecuada. Invito a mis colegas

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a reflexionar sobre estas cualidades de la oratoria forense:

A. La brevedad: ":Sébreve-'aconsejaba un Magistrado viejoa 'Un Abogado joven- que la brevedad es el manjarpredilecto de. los jueces. Si hablas poco, te darán larazón aunque no la tengas... y a veces, aunque la ten-gas".

Toda oratoria debe contar con esta excelsa cualidad,pero más singularmente la de estrados. El Magistradolleva consagrada toda su Yida:a;oi:r.;onO:6sjov,ea;.no4if:ne:grandesl1llSiones;está mal pagado; tiene seeas tas fuen-tes de la curiosidad; ha oído centenares de veces his-torias análogas y divagaciones idénticas. ¿Vamos aexigirle que se juzgue feliz atendiendo cada día a dosde nosotros, si le hablamos a razón de dos o tres horascada cual?

No es cosa sencilla esto de ser breve. "Te escribo tanlargo porque no he tenido tiempo para escribir máscorto", nos enseña' una frase memorable. Y verdadera-mente, el arte del orador estriba no poco en condensar,achicar y extractar antecedentes y argumentos, escati-mando las palabras y vivificando la oración a expensasde sus dimensiones. Recuérdese la diferencia decubicación entre una viña y el vino que-se obtiene deeJla. Proporción semejante ,ha de haber entre el conte-nido de un pleito y gUdefensa oral.

B. La diafanidad. En elogio de un Abogado, decía unMagistrado amigo mío. "Habla claramente, para que leentienda el portero de estrados; y si lo consigue, malo

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ha de ser que no le entienda también alguno de losseñores de la Sala". Aparte la hiperbólica causticidaddel concepto, así hay que proceder. Nuestra narraciónha de ser tan clara que pueda asimilársela el hombremás desprevenido y tosco; no porque los jueces lo sean,sino porque están fatigados de oír enrevesadas historias.Años y años de escuchar el inmenso e inacabable ba-rullo de nacimientos, matrimonios, defunciones, testa-mentos, transmisiones de fincas, deslindes, pagarés,escrituras, transacciones, etc.,etc., acaban por formar enel cerebro judicial una especie de callo de la memoriaproductor de un invencible desabrimiento, de una abso-luta inapetencia para asimilarse nuevas trapisondas dela Humanidad. Tal disposición, más fisiológica quereflexiva, sólo puede contrarrestarse diciendo las cosasprecisas y en términos de definitiva claridad. Hay quehablar con filtro.

C. La preferencia a los hechos. Alguna vez oí yo tachar aDíaz Cobeña en tono despectivo: "Es el abogado delhecho". jY yo que en eso encontraba su mayor mérito!Para cada vez que se ofr'<'Ceun problema de estrictDDerecho, de mera interpretación legaL cien mil se dancasos de realidad viva, de pasión o de conveniencia. Yeso es lo que hay que poner de relieve. La soluciónjurídica viene sola y con parquedad de diálogo. Lasopiniones que he asentado al tratar de la sensación dela justicia me excusan de un repetición.

D. La cortesía desenfadada o el desenfado cortés. Esto es,el respeto más escrupuloso para el litigante adverso ypara su patrono... hasta el instante en que la justicia

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ordene dejar de guardárselo. Es imperdonable la mor-tificación al que está enfrente sólo por el hecho de estarenfrente; pero es cobarde deserción del deber el abste-nerse de descubrir un vicio y de atacarle, ocultando asíextremos precisos a la propia defensa, por rendirse acontemplaciones de respeto, de amistad o de otra deli-cadeza semejante. Al ponerse la toga, para el Letradose acaba todo lo que no sea el servicio de la defensa.

E. La policía del léxico. Entre nuestra deficientísima cul-tura literaria y la influencia del juicio por jurado, losAbogados hemos avillanado el vocabulario y hemosdegradado nuestra condición mental. Bueno será noolvidar que somos una aristocracia y que, en todas lasocasiones, es la Abogacía un magisterio social. Aquellacompenetración que, en beneficio de la claridad, he

. defendido para que al Abogado le entienda un patán, noha de lograrse deprimiendo el nivel de aquél, sino ele-vando 'el de éste.

. F. La amenidad. En todo género oratorio hay que produ-cirse con sencillez, huyendo de lirismos altisonantes yde erudiciones empalagosas. Singularmente, los pleitosno se ganan ya cOl! c.itas de Paulo, Trib9niano yModestino, ni en fuerza de metáforas, imágenes,metonimias y sinécdoques. Aquello és sumergirse en unpozo, esto perderse en un bosque. El secreto está enviajar por la llanura, quitar los tropiezos del camino, yde vez en cuando provocar una sonrisa.

Con todo lo dicho va expresado mi voto en pro delprocedimiento oral en todo caso y a todo pasto. Lejos

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de amenguarle,. importa sustituir con él mil Ymil trá-mites que hoy se cumplen por escrito, con desventajapara la finalidad práctica y con lamentable dispendiodel tiempo.

y no se nos tache de charlatanes. Somos los que menoshablamos, justamente porqlJela experiencia nos adiestraen la cbntracción, mientras los demás se recrean en laexpansión. Decía el célebre Abogado Edmond Rousse,aplicándolas a Francia, estas palabras que a Españaconvienen de la misma manera: "¡Como si los Aboga-dos fuesen los únicos que hablan que hablan'en este paísdonde nadie sabe callar! ¡Como si todos los .que nosrepresentan)' gobiernan fuesen personajes mudos delgran teatro en que día por día se desenvuelve la his-toria! ¡Como si los filósofos, los pedagogos y los sa-bios; los escritores y los médicos, los periodistas y losalgebristas, los economistas, los vaudevillistas y losquímicos no hablasen más alto y más fuerte que noso-tros! ¡Como si no metiesen más ruido e hiciesen másdaño del que pueden hacer todos los Abogados medio-cres y todos los leguleyos desaprensivos!"

Glosando esos conceptos, el Abogado y novelistaBordeaux, añade: "El orador que es Abogado sabe, porlo menos, coordinar un discurso. Pero cuando La Bruyere.se burlaba de esas gentes que hablan un momento antesde haber pensado, de sobra sabía que se las encuentraen todos los empleos. La política es hoy su carrera".

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EL ESTlLO .FORENSE *

(*) Considérese repetido aqul lo que hemos dicho por nota alInicio de los capltulos El secreto ProfesIonal y La Chicana(Nota del editor).

¿Modestia? ¿Indiferentismo? ¿Egoísmo? ¿Pereza? Sealo que, sea, lo cierto es que los abogados no nos damos lamenor importancia a nosotros mismos. "Tiramos" de nues-tra profesión como si fuera una cosa insignificante, trivial,anodina.

Eso no puede ser. Hay oficios que se pueden ejercer conel alma fría (empleado de un Ministerio, de un Concejo ode un Banco, delineante, músico de los que manejan uninstrumento no cantante, viajante de comercio, etc), perohay otros que requieren el "alma caliente". -¿Cómo conce-

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biremos a un pintor, un novelista o un poeta si no estánenamorados de la Belleza? ¿Cómo entender a un médicosino tiene pasión por la salvación de sus enfermos, por losadelantos científicos, por la salud pública? ¿Cómo compren-der a un financiero, a un ingeniero si no sienten entusiasmopor crear riqueza con sus obras y sus 'iniciativas? Pues deigual manera, ¿qué abogado será aquel que no ame la Jus-ticia sobre todas las cosas y no sienta el orgullo de sersacerdote de ella?

Con una diferencia: que se puede vivir sin belleza, sinriqueza y hasta sin salud. Se vive mal, pero se vive. Mien-tras que sinjusticia no se puede vivir. Si no tenemos libertadpara andar por la calle o para guarecemos en nuestra casa,si no hay quien nos proteja para exigir el cumplimiento deun contrato, si no hallamos amparo para el buen orden denuestra familia, si nadie nos tutela en el uso de nuestrapropiedad y en la remuneración de nuestro trabajo, ¿quévaldrá la vida? Será sencillamente un tejido de crímenes yde odios, un régimen de venganzas, una cadena de expolia-ciones, el imperio de la ley del más fuerte; la barbariedesenfrenada, en fin.

No exagero. A poco 'que lo meditemos nos hacemoscargo de que si amamos y trabajamos y paseamos y come-mos y dormimos, es porque, muda e invisible, se atraviesaen todos nuestros actos esa diosa etérea e impalpable quese llama la Justicia. Si ella se duerme, estamos perdidos.Véase lo que pasa allí donde el imperio de la Justicia apa-rece sustituido por la caprichosa voluntad de un hombre. Noqueda en tales sitios nada de tipo humano, ni siquiera la vidavegetativa, porque aún ésta misma no está garantizada.

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La Justicia es la expresión material de la Libertad. Es,por consiguiente, para el hombre, algo tan esencial como elaire respirable. Una norma de Justicia inspira y preside todasnuestras acciones, hasta las más ínfimas, nuestros pensa-mientos hasta los más recónditos, nuestros deseos, hasta losmás nimios. Ser ministro de la Justicia es algo trascendental,definitivo. No se puede ser juez, fiscal ni abogado sin elorgullo de estar desempeñando las funciones más nobles ymás importantes para la Humanidad.

Una de las demostraciones de lo poco que los abogadosnos apreciamos a nosotros mismos está en la poca atenciónque prestamos a la herramienta de nuestro oficio que es lapalabra, escrita o hablada. Nos producimos con desaliño,con descuido. Redactamos nuestros trabajos como en cum-plimiento de mera necesidad ritual. No nos reconcentramospara alumbrar nuestra obra. Es decir, nos reconcentramospara el estudio del caso legal y apuramos los textos aplica-bles y la jurisprudencia de los tribunales y la doctrina de losautores. Eso lo hacemos muy bien y no debo desconocerlo.Pero yo me refiero a "lo otro": a la forma, a la expresiónliteraria, al decoro del decir. En eso somos lamentablementeabandonados. Aquí y en todas partes. No excluyo a España.Así se ha creado una literatura judicial lamentable, en quejueces y abogados, a porfía, usamos frases impropias, bar-barismos, palabras equivocadas, todo un "argot" ínfimo ytosco. No tenemos noción de la medida y nuestros escritospecan unas veces de insuficiencia y otras por pesados ydifusos. Es frecuente que el jurista haga por sí mismo losescritos a la máquina, es decir, sin revisión ni enmienda.Aun en aquellos casos en que la redacción es correcta, suelefaltar el hálito de vida, el matiz de pasión el apunte crítico,

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todo lo que es condimento y especia y salsa de las laboresliteraria. Consideramos los escritos como operaciones arit-méticas, a las que sólo se exige que sean exactas, pero queno son susceptibles de belleza ninguna.

Tal abandono nos desprestigia. Es como si el artillerodejara oxidarse el cañón o el médico permitiera que se mellaseel bisturí o el arquitecto perdiese el compás y las reglas. ¿Noes la palabra nuestra arma única? Pues usémosla bien. Atoda hora debiéramos tener presente aquella prudente máxi-ma con que comienza el tratado de Crotalogía o arte de tocarlas castañuelas.

- Se puede tocar o no tocar las castañuelas; pero ya detocarlas, tocarlas bien.

De idéntico modo se puede ser o no ser abogado, puesnadie nace, por ley natural, obligado a serlo; pero ya deserlo, serIo bien. Y si no hay otra manera de ser abogadosino usando de la palabra, empleémosla como corresponde.

C.on dignidad. Con pulcritud. Con eficacia.

El abogado es un escritor y un orador. Dos veces artista.Si no lo es, será un jornalero del Derecho, un hombre quepone palabras en un papel, mas no un verdadero defensorde los hombres, de la sociedad y de la Justicia: que todoséstos son sus clientes.

He dicho que el abogado es un escritor. Y me he que-dado corto porque en el abogado hay tres escritores: elhistoriador, el novelista y el dialéctico.

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""

Hay, antes todo, un historiador, porque la primera tareadel abogado es narrar hechos. De narrarlos bien a narrados

, mal, va un mundo.Todoshemospadeciooen la consultalaangustia de soportar a esos clientes que no saben contar lascosas, que empiezan su explicación por la mitad, cual sinosotros estuviéramos previamente enterados de todos losantecedentes, que confunden las personas, que olvidan he-chos esenciales. Todos hemos leído libros en que hemos derepasar dos y tres veces las mismas hojas, porque el autorno supo decimos con claridad lo que se proponía. Todoshemos aguantado en la conversación a los interlocutoresdifusos, enrevesados o monótonos. Y en todos estos casosnos hemos sentido desesperados. Sólo porque el cliente, elescritor o el conversador no sabían contar.

Narrar no es fácil. Hay que exponer lo preciso, sincomplicaciones. Hay que usar las palabras adecuadas ydiáfanas. Yo recuerdo siempre a un abogado y políticoespañol, orador máximo de' nuestros tiempos, que en losestrados nos deleitaba con su facundia maravillosa cuandodesenvolvía el tema jurídico. ¡Qué pompa! ¡Qué fastuosidadimaginativa! ¡Qué metáforas! Pero no sabía contar y nosdejaba sin entender el pleito. Aquella exposición minúsculay ramplona (Juan se casó con Petra; tuvieron dos hijos,Jaime y Juana; Juana se murió y la heredaron sus padres,etc.), era para él inabordable. Le sobraban genio y elocuen-cia pero faltaba en él la virtud característica del historiador.

No todo el mundo vale para el caso. Si tocamos lahistoria argentina, querremos saber quién era San Martín yde dónde venía; quién le acompañó; por qué desoyó losllamamientos del Gobierno; qué hizo en Chile; por quéno

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se quedó; por qué siguió una línea marítima y no la ruta delAlto Perú; qué le pasó con Bolívar, etc., ete. Si nos locuentan bien, conoceremos a San Martín y su obra. Si noslo cuentan mal, nos quedaremos sin enteramos de nada.

Pensemos siempre que lo primero que necesita el juezes enterarse del caso. ¿Y cómo se enterará si nosotros nose lo explicamos con acierto? El extravío al apreciar unhecho o un detalle puede arrastrar una cadena de equivo-caciones y producir un fallo injusto. Despréndese de ahí queel primer cimiento para el acierto judicial depende de no-sotros: de que sepamos o no exponer el caso. De suerte queel historiador es el primer literato que aparece en nuestrapersonalidad profesional.

Mas no basta el historiador. Viene después el novelista.Cada pleito es un problema de psicología. La psicología esel conocimiento del hombre y su acertada descripción. Deahí que la narración no será completa ni alcanzará eficacia,si en los momentos oportunos no va acompañada de unaspinceladas que destaquen el tipo o acentúen el hecho.

Si atacamos a un usurero avariento, no nos debemoslimitar a explicar el contrato abusivó tiecho en su beneficio.Será conveniente que saquemos a la luz sus antecedentes ysus modos para hacerlo antipático al tribunal. Si estamosrefiriéndónos a un muerto por accidente, no será 10mismopara la narración que el muerto sea un soltero o que sea unpadre de familia con una docena de hijos en la miseria. Siestamos planteando un infidelidad conyugal, no podemospintar de igual manera a la mujer que se extravió una vezpor amor y a la que mostró siempre alma de empedernidaprostituta.

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Así en todo. El drama, la comedia y el sainete que elpleito entraña, se forma con personaje~ y con hechos. Re-trasar aquéllos y destacar éstos es necesidad primordial enel letrado. No és lo mismo decir "Fulano falleció que ex-plicar cómo faIteció, si la forma tiene algún interés para elasunt~. No es lo mismo señalar simplemente que Menganofaltó a su compromiso, que puntualizar su hábito de hacerloy apuntar los casos más sangrantes.

Todo esto no es ya de la jurisdicción del historiador sinode la del novelista o el dramaturgo. Ese juego de hombresy cosas, esas descripciones de sucesos y caracteres, son elnervio del litigio. Debemos esforzamos porque los juecesparticipen de nuestros sentimientos.

Fijémonos en lo que ocurre con las informaciones pe-riodísticas. Cuando un periodista toma entre sus manos uncrimen o un pleito, describe de tal modo lo ocurrido y retratatan vivamente los 'personajes, que los lectores se adentranen el hecho, toman partido, siguen con avidez las explica-ciones, se apasionan por este o por el otro protagonista ydefienden calurosamente talo cual solución como la másjusta o acertada.

. Naturalmente, no voy a recomendar que copiemos lasfórmulas de los diarios: primero, porque el periodista sueleescribir de lo que no está enterado e inventa la mitad o lasdos terceras partes; después porque su estímulo no es queprevalezca la justicia sino fomentar el sensacionalismo yaumentar la venta; y en último término porque losinformadores y repor~eros -perdónenme- suelen escribirbastante mal. No consienten tampoco primor más grande losapremios con que un periódico se confecciona.

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Pero salvados los mQviles y las distancias, el ejemploperiodístico es digno de ser tomado en cuenta. El periodistaquiere captar al público; nosotros queremos captar al juez.Para 10grarIo,aquél destaca hombres y hechos; nosotros notenemos mejor camino. Si los hombres son simpáticos oantipáticos, si los hechos son repulsivos o atrayente, ¿noserá para el letrado un imperativo pintar las cosas tal cualél las ve y procurar atraer a los jueces a su bando? Este esarte de novelista; de novelista honrado, fiel a la verdad, sinmás apasionarnientos que aquellos inexcusables en la defen-sa, sin malicia, sin chocarrerías, sin notas de mal gusto; peronovelista,en fin. '

y queda el dialéctico. Cuand.o el abogado pasa de lanarración del caso y de la pintura de los caracteres al ra-zonamiento jurídico, sus modos literarios han de cambiar enabsoluto. Ya no se trata de explicar una historia ni destacara sus actores, sino de afrontar una tesis, de interpretar unaley, de defender una solución. Esto es patrimonio de lalógica discursiva. Tomando pie de los hechos precedentes,hay, que plantear el problema de modo escueto, y tajantepara encuadrar la atención del juzgador y poner cuadrículasa su pensarniento."Dados los antecedentes expuestos: ¿Quéprocede, esto o lo otro? ¿Qué interpretación racional es lade tal artículo del código? ¿Cuál es el daño menor, éste oaquél? ¿Quién lo debe sufrir, A o B?" Hay que meter enparalelas el pensamiento judicial. '

y después, sazonar. Estrujar el magín, agotar los mo-tivos, elegir, entre varios argumentos para desecharlos otomarIos, según convenga. Es un trabajo de enumeración,de selección y de cernido. Sin perder de vista un dato

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lhumano importantísimo: quién es el juez al que los argu-mentos han de ir enderezados. Porque no a todos los hom-bres se pueden decir las mismas cosas. Cuando escribimosuna carta, nunca dejamos de tener en cuenta las caracterís-ticas de su destinatario: Otro tanto hay que hacer con losjueces, recordando siempre que el juez no es una categoríazoológica sino un hombre como los demás, investido de laalta potestad de juzgar a sus semejantes.

Si el juez es corto de alcances, deberemos machacaren los argumentos para ver de metérselos en la cabeza. Sies discreto y agudo debemos limitamos a las indispensablesinsinuaciones, pues de otro modo se enojará pensando quese le toma por un hombre de poco seso y corta iIustra~ión, con lo cual se prevendrá contra nosotros. Si las ideaspolíticas del juez nos son conocidas, debemos procurar queno se n<;}sescape nada que pueda herirlas. Otro tanto hayque hacer en relación con sus hábitos y orientaciones socia-les. Chocar con los idiosincrasia del juez es un peligro parael abogado... y para el pleito.

Esto requiere una aclaración para que no se creaque recomiendo la táctica adulatoria, indigna en cualquierhombre y mucho más en un abo.f:\ado.Hay ocasiones en quese debe y se puede mortificar al tribunal. Una de las másaltas empresas del Abogado es saber luchar contra los jue-ces. Mas esto ha de hacerse -sin miedo y sin titubeos- cuandose juzgue necesario para la causa, patrocinada. Lo que quierodecir es que no se debe entrar en el pleito a ciegas, desco-nociendo el temple del juez. Como dice el título de ciertasección de un periódico de Buenos Aires, "Hay que saberquién es quién... ". Atacar a un juez, por libre decisión, está

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muy bien y.es plausible. Molestarle sin necesidad, sólo porignorar de quién se trata, me parece tonta temeridad.

En esto de argumentar, me permito indicar que valemás un pensamiento propio de cien ajenos. Lo digo porquehay muchos compañeros que muestran afición a citar lasopiniones de todos los autores habidos y por haber... que endefinitiva suelen ser un par de docenas, siempre los mismos.Comprendo que, en ocasiones, es fructífera y hasta defini-tiva alguna cita; pero el fárrago de textos es tan enfadosoy pesado que los jueces acaban por decir irritados: "Bien,

. ya sé lo que piensan sobre este punto todos los autores delmundo, pero preferiría saber, simplemente, lo que piensa elautor .de este escrito".

Se dirá: "Piensa como los autores que cita". Pero no eslo mismo. Esa es su petición, su aspiración. Mas lo queimporta conocer son sus razones propias, no las copiadas deotros libros que el juez puede leer cuando quiera.

Nueva advertencia. Para el razonamiento son utilísimoslos ejemplos, especialmente los toscos y puntiagudos. Ya séque hay magistrados a quienes les saben mal. "¿Creerá esteseñor -refunfuñan- que sin este ejemplo burdo no me habríayo enterado?". Respeto su enfado, pero como estoy de vueltade tantas cosas en la vida, me hallo bien enteraQo de que,ese ejemplo primario, iluminando repentinamente al juez, leha ahorrado media hora de reflexión. Claro que con ellallegaría al mismo resultado, pero si con mi ejemplo se lapuedo evitar ¿por qué no hacerlo? Aunque simule ufiapequeña herida en el amor propio... por el buen parecer.

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Insisto. El abogado ha de ser, escribiendo, historiador,novelista y dialéctico. Si no, mediano abogado.

Sabido esto, ¿cómo escribir? Cualquiera creerá que éstees el lugar indicado para que yo, calándome las gafas,adoptando gesto doctoral y echándomelas de dómine, sl,lelteaquí una completapreceptivaliteraria. -

Pues... nada de eso. Casi todas las preceptivas, en todoslos órdenes, me parecen inútiles. Lo mejor que el hombrealumbra es lo espontáneo. Cada cual habla o escribe comoDios le da a entender y es vano intentar que el premioso seaafluente o que el desbordante sea moderado. Sólo cabe fijarunos cuantos jalones para orientar el juicio. Antes son líneasde conducta que normas técnicas.

La primera coudición del hombre de Foro es la vera-cidad. Se dirá que esto se relaciona con la ética y no conel estilo. Así es. Pero de todas suertes, no está de más fijaresa virtud como la primera y más esencial condición denuestro trabajo.

áunque un vulgo ignaro y prostituido suele creer quela gracia del abogado está en hacer ver lo blanco negro.,laverdad es exactamente la contraria. El abogado está paraque lo blanco deslumbre como blanco y lo negro seentenebrezca como negro. Somos voceros de la verdad, nodel engaño. Se nos confía que pongamos las cosas en orden,que procuremos dar a cada cual lo suyo, que se abra pasola razón, que triunfe el bien. ¿Cómo armonizar tan altosfines con un predominio del embuste?

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El abogado se debe a la verdad antes que a nada. Yono digo que en el orden del Derecho no puedan sostenerseteorías atrevidas y buscar a las leyes interpretaciones arries-gadas. En eso no hay maldad, por la sencilla razón de quelos jueces tienen nuestro mismo título académico, idénticapreparación profesional, los mismos elementos del juicio. Sidesb!lrramos, peor para nosotros porque cederá en nuestrodesprestigio, pero al tribunal no le podemos engañar. Conla ley a la vista, discurrirá según le plazca y nos discerniráel título de atinados o de descarriados. Lo único que noocurrirá es que le hagamos comulgar con ruedas de molino.

Pero en cuanto a los hechos, la situación es distinta. Eljuez no sabe sino lo que nosotros le contamos, no conocemás documentos sino los que nosotros le aportamos, fía ennuestra rectitud moral y supone que no le diremos que uncasado es soltero o que un muerto está vivo. Mentir en eldebate forense es poco útil, porque frente a nosotros estánuestro adversario para restablecer la verdad ydesenmascaramos. Pero si se trata de actuaciones en que nohaya parte contraria o no esté perdonada, o se distraiga ycaiga en la red de nuestro engaño, ¡qué tremenda respon-sabilidad de conciencia! Yo no sé cómo un letrado puedevivir tranquilo cuando está confesándose a sí mismo: "Estoque voy diciendo es falso. Me pagan por mentir. Estoyarrebatando a otro lo que le pertenece merced a una artima>ña embustera". ¿Qué concepto puede tener tal hombre de símismo? ¿No se contemplará como un ser pepreciable y vil?

Ejemplo categórico. Cuando sabemos que un hombre hamatado a otro podremos aceptar o rechazar su defensa, y sila acept~mospodremos exc~sar su acto alegando eximentes

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o aminorar la responsabilidad buscando atenuantes. Lo únicoque no podremos hacer es negar el hecho, para que, por talcamino, pueda recaer la responsabilidad sobre otra persona,aunque nosotros no la acusemos directamente. Sólo con habertriunfado en la ocultación y logrado la impunidad del crimenmediante una mentira, ya hay bastante para no vivir tran-quilo. Si, además, dejamos que sobre un inocente refluya laresponsabilidad o, cuando menos, la simple sospecha, laleve duda, la mínima insinuación ¿cómo se podrá volver aconciliar el sueño? Pocos crímenes habrá mayores que ése.

Esto es tan claro que no necesita argumentación. Uni-camente los miserables pueden desconocerlo. Tratemos,pues,de un matiz delicado que puede inspirar dudas. Me refieroal caso en que debamos alegar una razón de hecho o dederecho que a nosotros mismos no nos convenza. Descuentoaquellas tan totales y graves que nos brinden como únicasolución repeler el asunto. Aludo sólo a las que, entre otrasadmisibles, nos parecen inaceptables. Por ejemplo, nuestrocliente funda su derecho en cuatro motivos, de los cualestres nos parecen atendibles y otro desdeñable. Otro caso: eljuez nos ha dado la razón por siete motivos de los que cincoson excelentes y los otros dos disparatados. ¿Qué hemos dehacer en casos tales? ¿Fingir un convencimiento que notenemos? ¿Representar la comedia de una persuasión que nonos acompaña y poner idéntico calor en la defensa de todoslos aspectos, los buenos y los malos? No me atrevo a pro-pugnar tal solución. Al menos, nunca la he practicado. Hepreferido producirme con lealtad y decir: "Señor: de lascuatro razones en que mi cliente apoya su conducta, tres meparecen evidentísimas y las patrocino con fervor. En cuantoa la cuarta, estoy lleno de dudas y sólo la expongo porno

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abandonar ningún medio de defensa, por si fuese yo elequivocado". O bien: "De los siete motivos en que el señorjuez apoya su fallo, estoy compenetrado absolutamente concinco, pero no me convencen los otros dos. Los mantengotodos ante la Cámara sólo para que ella, con su elevadojuicio, pueda apreciar lo que estime mejor".

Tal conducta, sostenida en el curso de la vida profesio-nal, robustece el prestigio del que la practica. Los juecesponen duplicada confianza en el profesional a quien nuncahan visto trocar la toga por el disfraz de Arlequín.

Después de la veracidad, la primera, condición. delescritor forense ha de ser la claridad. Nunca se recordarábastante el precepto del Quijote: "llaneza, muchacho, llane-za, que toda afectación es mala". Todo el que escribe debehacerla para que le entiendan. Pero, al fin y al cabo, si elfilósofo, el novelista o el poeta se empeñan, el público abu-rrido no los leerá y allá ellos. Ellos solos serán los perdidosos.Pero las torpezas del escritor forense no las paga él con sudescrédito, sino que las sufre el cliente cuyo derecho no ha .quedado de manifiesto.

Hemos de contar, además con que los jueces son unosseñores que tienen secas las fuentes de curiosidad. Hartosestán de escuchar historias que no les importan, líos defamilia, enredos de sucesiones, complicaciones de cuentas,trapisondas de medianerías y de servidumbres. El juez cogesiempre el pleito a desgano y es naturalísimo que ocurra así.Por consiguiente, el arte del abogado consiste en plantearlas cosas con tal sencillez que el juez se sienta atraído a leeraún sin ganas. No ha de haber en nuestros escritos otros

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conceptos sino los necesarios y hemos de buscar las pala-bras más concretas y diáfanas. Un maestro de la literaturaespañola, Juan de Valdés, decía en su Diálogo de las len-guas, escrito en el siglo XVI: "cuando hablo o escribo tengocuidado de emplear los mejores vocablos que encuentro,dejando siempre a un lado los que no son tales. El estilo quesigo me es natural y sin ninguna afectación. Escribo comohablo; solamente pongo atención en usar palabras que sig-nifiquen bien lo que quiero decir y esto digo en la maneramás llana que me sea posible. Hay que decir lo que se quierecon el menor número de palabras, de manera que no sepueda quitar una sola sin menoscabar el sentido, la eficaciao la elegancia". ¡Magnífico consejo! Con seguirle al pie dela letra habremos logrado una de las mayores ventajas denuestra tarea. Hay -quizá fuera más propio decir que había-algunos colegas que se entretienen en trazar largos exordiosexplicando la importancia del pleito, la gravedad de lasentencia que se pretende, los motivos de convicción deldefensor, etc. Todo eso es paja y al tribunal le tiene ente-ramente sin cuidado. Salvo casos excepcionales que requie-ren una breve explicación previa, la regla general ha deconsistir en evitar alegaciones inútiles y acometer desde elprimer momento la explicación del caso.

Aneja a la claridad ha de ir la virtud de la brevedad.Cierto magistrado viejo, dando consejos a un abogado novel,le decía entre otras cosas: Sé breve, que la brevedad es elmanjar pref~rido de los jueces. Siéndolo, te darán la razónaunque no la tengas y a veces... a pesar de que la tengas.

Está, desgraciadamente muy difundida, la afición a losescritos kilométricos y dedicados en su mayor parte a citar

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sentencias y más sentencias de todos los tribunales nacio-nales, y, por añadidura, de los de Norteamérica. Eso deinvocar la jurisprudencia de los Estados Unidos sin duda"viste mucho". Igual afición muestran los jueces en sussentencias. Ello es debido, en parte, a la falta de recurso decasación. Si le hubiera, se daría aquí una sola, positiva yauténtica jurisprudencia que permitiría reducir enormemen-te las citas. Como no la hay, cada cual busca sus agarraderosdonde puede, y así se multiplican las citas de la SupremaCorte, de todas las cámaras, de los juzgados de primerainstancia, y, si a mano viene, hasta de los juzgados de paz.Como todos, por falta de una jurisprudencia orientadora,dan rienda suelta a su albedrío, las doctrinas son contradic-torias y cada parte puede transcribir varias docenas de lasque le convienen, sin perjuicio de que la parte contraria hagaotro tanto con idéntico fruto. Sistema delicioso merced alcual cada pleito se hace más farragoso, más complejo y másoscuro. Importa buscar el remedio. Decir poco y bueno esmil veces preferible a gastar el papel por toneladas, acudien-do a antecedentes no siempre adecuados ni oportunos.

Unida ala claridad y a la brevedad debe ir lá amenidad.Ya se comprende que no recomiendo el uso de chascarrillos,retruécanos y bromas inadecuadas para la seriedad de undebate judicial. Pero la vida brinda siempre aspectos cómi-cos y ,un hombre inteligente no debe desaprovechados: Unaalusión irónica, el relieve de un personaje ridículo, el subra-yado de una situación equívoca, la invocación de una agu-deza, el recuerdo de un episodio chusco, son cosas queaniman el relato, pueden dar eficacia a un argumento y,sobre todo, permiten al lector un reposo mental instantáneoque siempre sirve para continuar la lectura con el ánimo

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refrescado. La gracia es don del cielo que viene bien entodas las ocasiones de la vida y el usarla no sólo es lícitosino conveniente. En España, al menos, los anales del Par-lamento, de la Universidad, de los Tribunales, de la Admi-nistración, de la Prensa, abundan en notas alegres. Cadaespañol es una fuente de anécdotas. Y en los escritos forenses,el ataque intencionado, la palabra de doble sentido, la críticamordaz, la in\2repación desenfadada son toques jocundosque suelen adornar esa especial literatura, amenazada siem-pre de la pesadez y del aburrimiento.

* * *

¿y la erudición? -se preguntará-. ¿Y la filosofía? ¿Y laciencia del Derecho? ¿Es que todo eso ha de quedar pros-crito del estilo forense?

Vamos despacio. Yo empiezo por negar que el derechosea unélciencia. Fijémonos en que el Derecho no respondea ninguna ley fija. En las ciencias verdaderas hay unosprincipit'Js inmutables, sobre los cuales van los hombresestableciendo sus maravillosas creaciones: la ley de la gra-vedad, la de capilaridad, la de dilatación de los cuerpos, lade la estabilidad, la de refracción de los rayos solares, etc.En el Derecho no hay ni un solo principio fijo y seguro. Loque era magnífico ayer, es detestable hoy. Lo que es nece-sario aquí es nocivo cien kilómetros más allá. Lo que vienebien a Juan le daña a Pedro. Todo es circunstancial, move-dizo, inconsistente, mudable. ¿Cómo concebir una cienciaque no tiene un solo principio? '

Veamos la realidad. Desde hace poco más de un siglo,el Derecho civil estaba impregnado de libertad. La potencia

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individualista imperaba por todas partes como hija de laRevolución. ¡Pues ya estamos cambiando! Donde antes erasagrada la libertad contractual, ahora predomina la econo-mía dirigida. Al axioma "el que usa de su derecho a nadieofende" ha sustituido el abuso del derecho.

La patria potestad era antes una tiranía del padre, quellegaba a tener derecho sobre la vida del hijo. Hoyes unaservidumbre del padre para tutelar al hijo.

En países históricamente remotos, se edificó la sociedadsobre el matriarcado, dando a la mujer el lugar pref~rente.Después, durante muchos siglos, fue la mujer verdaderaesclava del marido. Hoy prevalece una tesis emancipatoriaque iguala a los dos sexos.

La libertad de asociación y la de comercio fue durantemucho tiempo ilusión de los pueblos. Pero el abuso de ellasy las nuevas necesidades han obligado a legislar contra lostrusts y monopolios y establecer esa complejísima regula-ción del contingente y del clearing.

El delincuente fue antes un malvado, necesitado de horca,prisión y apaleamiento; después fue un enfermo precisadode asistencia médica; hoyes un ineducado peligroso, a quienhan de atender pedagogos especializados. No obstante locual, para decepción de los científicos, se prodiga la penade muerte más que nunca y ha resucitado el hacha del verdugode la Edad Media.

Hubo en otras edades repudio de la mujer y estadosocial para la concubinas. La civilización cristiana borró

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todo eso y logró instaurar en las leyes y en las costumbresel matrimonio único, perpetuo e indisoluble. Hoy, a la sombradel divorcio, resurge el repudio, mejor o peor disimulado;y en cuanto al concubinato, ya se está produciendo unaabundante bibliografía para legitimarlo y se ha dado el primer

.paso de avance en su normalización con el aumento de losderechos de los hijos ilegítimos.

Las fuentes de las obligaciones eran tradicionalmente elcontrato y el cuasicontrato, el delito y el cuasidelito. Perolos fabulosos avances del industrialismo y el maquinismo,elevando a cifras astronómkas el número de sus víctimas,hizo surgir una inesperada teoría, la del riesgo profesional,ajena a todo principio jurídico, que hoy ocupa en el área d(~la práctica un espacio infinitamente mayor que las otrascuatro fuentes juntas.

¿A qué seguir la enumeración que sería inacabable? ElDerecho no es más que una norma de convivencia trazadapor la flaca e inconsistente realidad. Quien mejor conozcaésta, será mejor abogado. El científico será un jurisconsultoque tiene su puesto adecuado en la Cátedra y en el libro.El abogado que se proponga actuar de "pozo de ciencia"corre el peligro de ser un hombre que, para ver mejor, apagala luz.

La filosofía... Todos filosofamos. El abogado más ram-plón, cuando examina los motivos de un contrato, las causasde una conducta, las consecuencias de una actitud,'filosofa.Será en tonb menor, pero filosofa. Si filosofar es buscar elíntimo porqué de las cosas, no cabe duda de que cualquierpleito les una monografía filosófica. Ella marcha como las

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aguas siguen su curso. Sin pretensiones dogmáticas, sinalharacas técnicas pero cumpliendo su ofiCio de llegar a laraíz de los movimientos humanos.

¿y la erudición? La erudición es saber muchas cosas.Pero hay quien no lo entiende así y cree que la erudiciónconsiste en/decir "que se sabe". Todos, en mayor o menorgrado, somos eruditos, porque lo que sabemos se lo debe-mos a lo que hemos leído. Las lecturas han ido formandonuestra conciencia y nuestro ideario. Lo que hoy, es frutode lo que hemos leído en treinta o cuarenta años. Pero loque se reputa erudición es la invocación de doscientos otrescientos autores que, si a ruano viene, no conocíamoshasta el instante de citarlos. Lo cual no es erudición sinopedantería. ¿A qué viene envanecerse demostrando al pú-blico que uno ha leído diez autores franceses, veinte ital~a-nos y treinta alemanes? Lo que importa es el sedimento queesas lécturas han dejado en nuestro ánimo. Yeso dará sufruto en nuestras ideas y en nuestra conducta, sin necesidadde que presumamos de sabihondos y omniscientes.

* * *

Poco hay que tratar de la palabra hablada, porque aquítodavía eso "no se usa". Pero ya se usará. Las iniciativasde La Plata, Córdoba y Mendoza, los insistentes trabajos dela Asociación pro juicio oral, y la corriente del sentimientopúblico, llegarán a la debida granazón y la gente se conven-cerá (hace falta que se convenzan los abogados antes quenadie) de que la justicia escrita es justicia secreta, y la justiciasecreta no es 'verdadera justicia porque falta en ella la in-tervención del personaje principal en todas las institucionesdemocráticas: la conciencia popular.

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En España, la gloria del Foro estaba en la palabra.Comolos grandes abogados eran allí -igual que en todas partes-políticos de primera línea, en el Foro se daban cita losoradores más maravillosos. Sus informes eran monumentosde saber (no digamos de ciencia) y de arte. Sólo recuerdoun abogado de primera línea que no llegase a la cumbrepolítica: Don Luis Díaz Cobeña, que cien veces fue reque-rido a ser ministro y jamás lo quiso aceptar, limitándose a

. ser senador. Era expositor sereno, minucioso y diáfano. Susenemigos,_para deprimirle, decían que!era "el abogado delhecho".

y no se daban cuenta de que con eso hacían su mejorelogio. De los que yo alcancé, no Seborrarán de mi memo-ria, Salmerón, imponente como la tempestad; Gamazo, ra-zonador formidable; Silvela, incisivo, irónico, frío yCanalejas, frondoso, imaginativo, ambos oradores magnífi-cos, pero descuidados en el estudio; Maura, el mejor detodos, excelente y profundo jurista, orador arrebatado yardiente; Melquiades Alvarez, de gran palabra, aunque sinadecuación entre la materia debahda y sus estentóreos gri-tos; Bergamín, irónico, ondulante, graciosísimo; A1caláZamora, orador fastuoso,cuya gran elocuenciano teníamayorenemigo que su propia pompa oriental; Sánchez Román,helado, impasible, gran señor de la técnica; Jiménez de Asúa,en quien el exceso de competencia c:ientíficano logra ocul-tar su noble y hondo sentido humano... ¡Glorias de España!¡Personeros de una cultura y de un sentimiento que son deayer, de hby mismo (tres de ellos, venturosamente vivenaún) y que por la vorágine de estos tiempos crueles parecenevocación de otras épocas, de otro mundo... !

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Fío en que la Argentina creará su gran tribuna fúrense.Será gloriosa también, porque el material humano es exce-lente. Abundan aquí los letrados inteligentísimos y estudio-sos. Cuando se decidan a' comparecer ante el pueblo daránlustre y honor a su patria y a la justicia.

Para cuando eso llegue, yo me permitiré someterles estaponencia que acabo de defender. Siéntanse historiadores,novelistas y diálecticos. Usen de la veracidad, la claridad,la brevedad y la amenidad. Amplifiquen estas cualidadesporque la palabra hablada la consiente mejor que la escrita.Acentúen la pasión, que también al hablar tiene mejor aco-modo que al escribir. Y sientan el honor y el orgullo de serabogados, que es una de las cosas más grandes que en elmundo cabe ser.

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ELOGIO DE LA CORDIALIDAD

Abogados y Magistrados suelen vivir en un estadoparecido al que la ley de orden público llama "de prevencióny alarma". El Juez piensa del Abogado: "¿En qué propor-ción me estará engañando?". Y el Abogado piensa del Juez:"¿A qué influencia estará sometidQ para frustrarme la jus-ticia?"

Muy hipócrita sería quien negase que ambas suspica-cias tienen fundamento histórico, porque ni escasean los'defensores que mientan ni faltan Magistrados rendidos alfavor. Ello aConseja derrochar el esfuerzo para procurar a

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.aquéllos una depuración ética y para modificar la organiza-ción de éstos en términos que aseguren su independencia.

Pero, aun siendo cierto el mal, no disculpa el régimende desconfianza a que he aludido. Primero, porque el viciono es general, sino de ejemplares aislados y después, por-que, aunque fuese mil veces mayor, nada remedian lamalevolencia en el juicio ni la hosquedad en el trato.

Abundan los defensores correctos, veraces, enamoradosdel bien. Aunque se nos nieguen otras virtudes habrá dereconocerse que, día por día, aumenta entre nosotros la dela transigencia, que nos hace ser más patriarcas quecombatientes. Y en cuanto a los adrnlnistradores de la jus-ticia, fuerza es confesar que nunca se rinden por venalidad(en todo el cuerpo judicial español son bien excepcionaleslos funcionarios capaces de tomar dinero); que no siemprese entregan a la influencia; y que cuando sucumben es biena desgana, revolviéndose en ellos el espíritu de rebeldíaconsustancial en cada español, y la sus.ceptibilidad caracte-rística de la autoridad en todos los órdenes. En cambio ¡cuán-tos y qué representativos son los casos de los jueces que hancomprometido la carrera, la tranquilidad' y la haCienda porno sometersea una presión! '

Nos hallamos tan habituados a pensar mal y mal decirque hemos dado por secas las fuentes puras de los actoshumanos. Cuando nos desagrada una obra o un dicho aje-nos, no se nos ocurre que podemos ser nosotros lo~ equi-vocados, o que por su autor esté en un error, o proceda pordebilidad. No. Lo primero que decimos es: "se ha vendido"o "es un malvado" y cuando más benévolos, "lo ha hecho.por el gusto de perjudicarme".

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,Gran torpeza es ésta. Las acciones todas -y más espe-

cialmente las que-implican un hábito y un sistema, como lasprofesionales- han de cimentarse en la fe, en la estimaciónde nuestros semejantes, en la ilusión de la virtud, en losmóviles levantados y generosos. Quien no crea que es posiblevolar, ¿cómo logrará levantar el vuelo? Quien juzgue irre-mediablemente perversos a los demás, ¿cómo ha de fiar ensí mismo, ni en su labor, ni en su éxito? Hay que poner elcorazón en todas las empresas de la vida.

No se tome el consejo como dimanante de un optimis-mo ciego o de un lirismo pánfilo, enderezados a aceptarlotodo y afluentes a una risible succión del dedo. De ningunamanera. ¡Pues bonito concepto tengo yo de la Humanidad!Mi insinuación va encaminada a distinguir la malici~ gené-rica y abstracta, que com¡tituye una posición mentalinexcusable en los hombres discretos, de aquella otra des-confianza personalizada y directa que suele caracterizar alaldeano zafio y al usurero.

El espíritu tosco mira recelosamente no a la Humani-dad, sino, uno por uno, a todos los hombres: "Este viene arobarme". "Ese se ha creído que yo soy tonto". "Cuando elotro me saluda será porque le tiene cuenta". "Si el de másallá me pide dínero, no me lo devolverá". "Si el de más acáhabla un rato conmigo, me despellejará después". Tal en-juiciamiento es venenoso para el carácter, imprime un sellode ferocidad y encarrila hacia un aislamiento hurafío.

Lo recomendable es tina previa aceptación de todasmaldades posibles, sin preocuparse de personificarlas."¿Paraqué me buscará H?". "No lo sé". Y se le acoge con agrado.

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"¿Sabe usted que H. es un bribón?". "No me choca". Y serecibe la noticia sin el amargor del chasco.

Más claro: basta con saber que el hombre es igualmentecapaz de todo lo bueno y de todo lo malo. A diferencia delperro, que sólo es nativamente apto para lo bueno.

Si nos mirásemos con ese sentido comprensivo los quepedimos justicia y los que la otorgan, el régimen judicial setransformaría esencialmente. Hoy tiene un marcado sabor apugna. Cada vocero choca con el otro y el Tribunal con losdos. Se respira en el pretorio Un ambiente cbmo de receloorgánico.

¿Se pide reforma de una providencia? El Juez supone'que se trata sólo de una obcecación del amor propio o deuna argucia dilatoria.

¿Quedan los autos sobre la mesa para resolver? LosAbogados dan por averiguado que el Juéz no los mirará.

¿Se escribe conciso? Es que el Abogado no estudia, sinoque sale del paso.

¿Se escribe largo? No será por exigencia del razona-miento, sino por ansia de engrosar la minuta.

, ¿Perdemos el pleito? ¡Claro! De tales influencias gozóel contrario sobre el Juez.

¿Le ganamos sin las costas? Ya que era imposible quenos quitasen la razón sirvieron al adversario o a sus padrinoshaciéndole ese regalo.

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¿Le ganamos con las costas? No había más remedio,pero, así y todo, los considerandos no nos llenan.

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¿Reconocemos que hasta está bien escrita la resolución?¡Pues no será del Juez, sino del secretario, que es más listo!

Así no se puede vivir. Repito que esas hipótesis son, enocasiones, tesis innegables, pero al trocar la excepción enregla, envilecemos nuestra razón, rebuscamos los móvilesen la cloaca y acabamos por creer que ella es el mundoentero. Difícilmente se calcula el influjo deletéreo que sobrelas almas ejerce el hábito de pensar mal.

"La redención estaría en considerar que todos -Magistra-

dos y Abogados- trabajamos en una oficina de investigacióny vamos unidos y con buena fe a averiguar dónde está lomás justo; a falta de ello, lo menos malo, y en defecto detodo, lo meramente posible. Tan compleja es la vida que,con igu~l rectitud de intención, se puede patrocinar para unmismo conflicto la solución blanca y la negra y la azul. ¿Porqué empeñamos en que a fuerza de cachetes prevalezcadeterminado color, cuando lo más probable es que sea pre-ciso mezclarlos todos para formar la entonación que menosdañe a la vista?

Haría falta para esto perder un poco la afectaciónhieráticacon que las funciones judiciales se producen y abrir lacompuerta al cambio de opiniones indispensable para elhallazgo de la verdad. Lo preferible sería acabar con laexageración en que se desenvuelve hoy el concepto de lajurisdicción rogada que hace a la justicia prisionera de lahabilidad. El juez, dentro de los jalones fijados al litigio por

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'"

las partes, debiera tener libertad para procurarse elementosde indagación, para formular preguntas a los Letrados, paradiscutir con ellos y para proponer soluciones distintas de lasaportadas por los contendientes. Es lastimoso que lahumildísima simiente de esta libertad de investigación queexiste en la ley de lo contencioso-administrativo(l)haya caídoen desuso. .

Medidas secundarias, pero también útiles serían lapublicidad de los votos particulares juntamente con la sen-tencia, la libertad para que las partes pudieran, en todá clasede Tribunales, informar por sí mismas sin necesidad devalerse de Letrados, la facultad en los juzgadores de pedirconsejo a corporaciones, a tratadistas, a profesores o a otrosAbogados, sobre dudas de carácter jurídico.

Convenciéndose de que la labor de procurar lajusticia es de índole experimental como otra cualquiera, conapoyo en la realidad y matices científicos, acabarían portener los juristas el espíritu análogo al de los biólogos o losquímicos. El estrado sería un laboratorio, como ya lo es elbufete, y cuanto se perdiera en empaque se ganaría en efu-sión. Lo que ,somos los Abogados en los tratos para tran-sigir, ¿por qué no habían de serIo los Magistrados a todahora y en colaboración con aquéllos?

Los pleitos se fallarían con más acierto y las almasganarían en desembarazo y en limpieza.

(1) Art. 60, párrafo 32

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CONCEPTOS ARCAICOS

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Todavía cunde y es invocado el viejo aforismo judicial"lo que no está en los autos no está en el mundo". A suamparo se ahorran muchos juristas la funesta manía depensar. ¡Cosa más cómoda! ¿No está en el folio tal ni enel folio cual? ¡Pues no existe!

Se comprendía tan brutal encadenamiento del juiciocuando los contratos tenían fórmulas sacramentales y era.tasada la prueba. Hoy, con el juicio de conciencia y la plenalibertad contractual, es un absurdo. Porque la verdad es que

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en el mundo están las cosas aunque no se encuentren en losautos; y las realidades mundanas pesan más y tienen másimportancia que la resultancia del diligenciado.

Casi estoy por decir que no hay pleito que se falleestrictamente por lo que en él aparezca y digan las leyes.Viene de fuera una presión social incontrastable que, aun sinnotarIo el juez, gravita sobre su ánimo e influye en suresolución. En un pleito conyugal, la esposa logra aportarpruebas favorables a su conducta; pero si el juez sabe, porser de fama pública, que vive en el libertinaje, este datoguiará la conducta judicial. Un mismo hecho y unas mismaspruebas darán un resultado en un ambiente social, y otroabsolutamente contrario en ambiente distinto. El interés lícitodel dinero se aprecia fuera del pleito tanto como dentro deél. Mas ¿a qué fatigarse buscando ejemplos? Hay uno muyelocuente que se presenta a diario. ¿No dice el Enjuicia-mientQ civil que durante el pleito de divorcio los hijos,menores de tres años quedarán con la madre y los mayores'se quedarán con el padre? Pues a diario burlan los juecesla regla. Y hacen bien. Cumplirla al pie de la letra es, enmuchas ocasiones, criminal: y si los jueces no han de ha-cerse cómplices de corrupciones o abandonos, deben pro-veer al cuidado de los niños como mejor conduzca a sudefensa, digan lo que digan Códigos y autos. .

¿y no se ve t~mbién en ocasiones, que lá palabra dehonor dada al informar por un Letrado respetable sobre unhecho que no consta en parte alguna, influye considerable-mente en el espíritu del Tribunal?

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Hay en todas las relaciones humanas una serie infinitade matices, gamas, sinuosidades, acentuaciones y modalida-des que escapan a la prueba y, no obstante, se presentanfirmes, vigorosas, ante los ojos del juzgador. ¿Será posibledesdeñarIas porque no cupieron en un casillero probatorio?La ley se ha asustado de tan probable yerro, y al estatuirla apreciación de las pruebas en conciencia ha abierto en losfolios un enorme portillo para que en ellos entre a bocanadasel aire exterior.

Igual sucede en otros muchos aspectos de la contiendajudicial. ¿Cuántas veces prosperará, ni siquiera se alegará,el defecto legal en el modo de proponer la demanda? ¿Adónde fue a parar la invocación de la acción ejercitada, queantaño se tenía como cosa inexcusable y principalísima?Los informes forenses soh a veces arengas, a veces narra-ciones, a veces meros índices y ya casi nunca tienen aquellaclásica pompa que los llenaba de enfática solemnidad... yde pesadez.

No hace mucho tiempo que un compañero -y de granfuste- contrario mío en un pleito complejo, me reprochabaadustamente, al contestar la demanda, porque yo habíadividido ésta en capítulos y dentro de cada uno había agru-pado los respectivos hechos y fundamentos. Con la seriedadmás aparatosa me decía que el Juzgado no habría debidoadmitírmela, porque era grande atrevimiento redactarla así...

Ahora me acuerdo de aquel artículo de la ley de locontencioso que manda cruelmente intercalar las alegacio-nes entre los hechos y los fundamentos legales, es decir,precisamente donde más estorban, porque rompen la ilaciónv la armonía del discurso.

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Cada día cae por tierra uno de esos formulismos huerosque embarazan, complican y presentan como rito misteriosolo que en definitiva no debe ser otra cosa que diálogo entre.gentes con sentido común. Y es lástima que todavía quedenalgunos en pie, como la cita del número y artículo queautoriza el recurso, defendida por el Tribunal Supremo conuna tenacidad digna de mejor causa..

Muestran los pueblos su prdgreso y su depuración porel dominio de lo sustantivo sobre lo formal, y es cosa tristever a gentes cultas y buenas aferradas a mantener esto sobreaquello.

Recuerdo a este propósito un episodio lamentable enque me tocó ser precursor de una reforma legislativa... ysufrir un descalabro. Un militar destinado a una de nuestrasplazas fuertes de Africa había otorgado testamento ológrafo,y, no encontrando papel sellado, por las circunstancias dela localidad, consignó su última voluntad en un pliego tim-brado con el membrete de la dependencia en que servía. Fuedeclarado nulo el testamento por falta de aquel requisito.Vine en recurso de casación sosteniendo ,quela aludida traba,meramente externa y claramente falt~ de sentido, debíapreterirse ante lo sagrado de un testamento cuya autenticidadnadie ponía en duda; aduje que, en sentido amplio, selladoera el papel en que el documento aparecía extendido; pro-curé demostrar lo inconsistente del texto legal, ya que laíndole de papel nada quitaba ni ponía para identificar .laverdad del testamento; busqué salida alegando que el requi-sito podría ser exigible si el testamento ofreciera dudas, perono cuando era reconocido explícitamente como cierto... Todofue inútil. Perdí el recurso como si hubiera defendido la

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herejía más desaforada jY poco tiempo después era refor-mado el artículo pertinente del Código Civil y se suprimía,por baladí, el requisito del papel sellado!

Ante casos tan flagrantes de injusticia perpetrados enaras de ritualismos necios, debieran todos los magistradospensar que ellos no son solamente los ciegos ejecutores delas leyes, sino también sus intérpretes flexibles y discretos;más aún, los inspiradores de su evolución; y los Letrados,por nuestra parte, debiéramos contemplar como uno denuestros más honrosos menesteres el de que el espíriturecabara su ascendiente sobre la forma y se acercase a serla única fuente de inspiración en l¡¡vida jurídica y el rectorinsuperable de las relaciones humanas.

Por el tradicional empeño de guardar lo aparatoso aun-que pereciesen las realidades, es decir, por reverenciar loscánones sin contenido, pudo decir Baltasar Gracián que "enSalamanca, no tanto se trata de hacer personas cuanto Le-trados".

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EL ARTE Y LA ABOGACIA

El insigne Angel Ganivet -cuyo horror al Foro le llevóa afmnar que "pediría limosna antes de ejercer la Abogacíani nada que se roce con ella"- dice en una de sus cartas aNavarro Ledesma que el Abogado, por el hecho de serio,es una bestia nociva para el Arte.

Que hay Abogados bestias nocivas para el Arte y paraotras muchas cosas, es indiscutible; como también que hayartistas nocivos para el sentido común. Pero queel Abogadotiene tan lamentable distintivo por el hecho de serlo, ¿enqué se funda?

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En la naturaleza de la función no será. Podrán creerloquienes entienden que la Abogacía esta limitada a regirintereses y actúa solamente con los textos legales; pero laverdad no es ésa. La Abogacía, más que intereses rige pa-siones, y aun podrí~ totalizarse la regla haciéndola absolutaporque detrás de cada interés hay también una pasión; y susarmas se hallan mejor acomodadas en el arsenal de la psi-cología que en el de los Códigos. El amor, el odio, los celos,la avaricia, la quimera, el desenfreno, el ansia de autoridad,la flaqueza, la preocupación o el desenfado, la resignacióno la protesta, la variedad infinita de los caracteres, el almahumana, en fin, es lo que el Abogado trae y lleva. No yaen los pleitos familiares, donde casi todp es apasionado, sinohasta en una simple ejecución, hay un problema moral conalcance social y matices espirit~ales. De suerte que la índolede la profesión invita, más que la del ingeniero, el comer-ciante o el catedrático, a la cOl~teP;lplacióndel fenómenoartístico. Y aun en relación con los literatos conviene esta-blecer la distinción de que éstos casi siempre pintan losestados anímicos que su imaginación les sugiere, en tantoque nosotros manipulamos en almas vivas. Por este lado sellega a la afirmación opuesta al teorema que comento: noes cabal Abogado quien no tiene una delicada percepciónartística.

¿Provendrá la antítesis de las herramienta!>de nuestro. oficio?Eso sí que no habrá quien lo sostenga,porque mientrasotros tienen como elementos de expresión la aritmética, laquímica o el dibujo lineal, nosotros usamos la palabra es-crita y hablada, es decir, la más noble, la más elevada yartística manifestación del pensamiento. Y no la palabraescueta y árida que .basta para explicar botánica o planear

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una industria,eléctrica, sino la palabra cálida, diáfana, per-suasiva, emotiva que ha de determinar la convicción, movera la piedad, deponer el enojo o incitar a la concordia: lapalab,racon arte. Si el Abogado no es orador y escritor, noes tal Abogado.

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¿Serán los hechos el arranque de aquella rotunda afir-mación del pensador granadino? Tampoco. No escasean losjuristas aficionados a las Bellas Artes en las que se distin-guieron o brillaron. (1)

Sin detenerme siquiera en Meléndez Valdés o el Ma-gistrado Juan Pablo Forner, ni inventariar los excelentescultivadores de las letras que tuvo el Foro en el siglo pasado,¿cómo es posible olvidar, entre nuestros coetáneos, losmúltiples ejemplos que abonan' mi creencia? Arte, y arteexquisito, fue el de D. Francisco Silvela, quien, sólo con suprólogo a las cartas de la monja de Agreda, estaría biencolocado en las cumbres del pensar hondo y del bien decir.No fuera justo, al hablar de Silvela, olvidar los intenciona-dos y elegantes ensayos literarios en que su hermano D.Manuel hizo famoso el anagrama Velisla. Arte eran lafacundia pasmosa, la imaginación arrebatada y el inspiradoverbo de Canalejas. Artista inmenso era Maura, fragua enel pensamiento, cincel en la dicción, y cultivador afortunadode otras manifestaciones artísticas que no contribuirán a

(1) Veáse Pella y Forgas, El ejerciciode la jurisprudencia,es-pecialmente en Cataluñay se hallarána granel nombres deAbogados que fueron al propio tiempo filósofos, literatos oartistas.

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elevar su fama, pero sí a acreditar sus calidades. Artista eraCarvajal, orador, escritor, poeta y políglota. Del Foro, dondevivió largos años, viene Rodríguez Marín, el gran literatoa quien bastaría para la inmortalidad el soneto Agua quisie-ra ser... Abogado en el ejercicio era Feliú y Codina, elilustre autor de La Dolores.

A la poesía han consagrado estimabilísimos trabajos ¡::1Magistrado Ortega Morejón y el Abogado vallisoletanoMedina-Bocos -modelo de espontaneidad y sensibilidad bienemparentado literariamente con Núñez de Arce y Gabriel yGalán-. No se podrá negar grandeza artística a la oratoriade D. Nicolás Salmerón, Abogado toda su vida, ni apasio-nada elevación a la de D. Melquiades Alvarez, Abogadoigualmente. La dramática, la lírica y la crítica artística cultivócon fortuna en sus años mozos el inolvidable Díaz Cobeña.Al teatro ha mostrado también su afición Díaz Valero, y ala poesía y la novela Alberto Valero Martín.

¿Se dirá que no son muchos? ¿Se regatearán los mere-cimientos estéticos de unos u otros? Ese ya es otro cantar.y sobre gustos no hay nada escrito. Lo que me importa esdejar probado que no hay tal antagonismo entre el Arte yla Abogacía.

Y, a pesar de todo, la flagelación no está exenta defundamento. Encuéntrase éste -digámoslo cIaro- en la enor-me incultura que caracteriza a la mayor parte de los Letra-dos. El Letrado español apenas lee. Por regla general, mu-chos y muy eminentes de entre ellos estudian menos quecualquier médico rural salido de las aulas durante los últi-mos veinte años.

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Da grima v.er la mayor parte de sus bibliotecas. Digoma~ Lo que da grima es ver su absoluta carencia de biblio-teca. Muchos se valen sólo del Alct}billa. No pocos, faltosde este Diccionario, se bandean con los manuales de Medinay Marañón. Contar con Manresa y Mucius no es habitual;y alcanzar una cifra siquiera de 500 volúmenes, es casorarísimo. Movimiento científico moderno, revistas jurídicasextranjeras, libros de historia, de política o de sociología,novelas, versos, comedias... ¡Dios lo dé! Y, es claro, al noleer viene el atasco intelectual, la atrofia del gusto, la rutinapara discúrrir y escribir, los tópicos, los envilecimientos dellenguaje... Efectivamente, cuando se llega a ese abandono,apenas hay diferencia entre un Abogado y un picapedrero;y la poca que hay es a favor del picapedrero.

Se argüirá: "leer es caro y no todos los abogados gananbastantes para permitírselo". Lo niego. Es inasequible paralos bolsillos modestos formar una gran biblioteca; a nadiese le puede exigir!tenerJa, pero es fácil para todo el mundoreputar los libros como artículo de primera necesidad ydedicar a su ¡ldquisición un cinco o un cuatro o un tres porciento de lo que se gane, aunque para ello sea preciso privarsede otras cosas. Más costoso es para los médicos crear,entretener y reponer el arsenal mínimo de aparatos que laciencia exige hoy para el reconocimiento y para la inter-vención quirúrgica, así como elementos de higjene, desin-fección, asepsia, etc; y a ningún médico le faltan ni se lotoleraría el público.

Y si el Abogado no puede alcanzar ni aún ese límitemínimo, que no ejerza: La Abogacía es profesión de señoresy, a la manera que el derecho de sufragio, debe estar vedada

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a los mendigos. No se eche esto en la cuenta de un orgullomortificante, sino a la de una rudimentaria dignidad. ¿Quédiríamos de un médico que no tuviese fonendoscopio paraauscultar, ni espéculum para mirar la nariz y el oído, niiUndepresar para. la lengua, ni un bisturí, ni una lanceta, ni unalamparilla de alcohol, ni jofaina y jabón para lavarse lasmanos? Pues apliquemos la alusión al Abogado y tratémoslede igual manera.

Es tan cómoda cuanto disolvente la exculpación cotidia-na de la miseria togada. "Como no tengo dinero, no puedoilustrarme". "Como no tengo dinero, no puedo pagar lacontribución, y he de defraudarla o defender la cuota a pu-ñetazos". "Como no tengo dinero, no puedo sostener casani despacho y he de pasar la consulta en un café "como notengo dinero, no puedo detenerme a elegir asuntos y he dedefender todos los que me traigan, dando así de comer amis hijos... áunque deje sin comer a los hijos de los demás".Consideradas las cosas con tan holgado juicio, el título deLicenciado en Derecho se convierte en una patente de corso.Todas las profesiones requieren un mínimo de independen-cia económica, y quien no la alcanza no puede practicarlas.No hay carpintero sin banco., ni zapatero sin lezna, ni re-lojero sin lente, ni militar sin uniforme, ni sacerdote sinsotana; la excepción son los Abogados, que reputan muynatural serio sin toga y sin libros.

Hay que reaccionar contra esos conceptos, gue son más.bien hijos de la barbarie y la pereza que de la necesidad.Se discurre y se vive así porque es lo más cómodo.

El Abogado debe tener inexcusablemente:

a) Una revista jurídica española y otra extranjera.174

r-

b) Una mitad -según las aficiones- de todos cuantos librosjurídicos se publiquen en España. Y lo digo así, encantidad, casi al peso, porque, desgraciadamente, eneste orden puede asegurarse que no producimos casinada. Sin hipérbole cabe asegurar que todas las publi-caciones jurídicas españolas no cuestan cien pesetas alaño. Recomendando un dispendio de cincuenta, no mepongo fuera de lo racional.

e) Unos cuantos libros -pongamos otras cincuenta pesetasanuales- de novela, versos, historia, crónica, crítica,sociología y política.

¿Novela? ¿Versos? Sí. Novela y versos. Esa es la gim-nástica del sentimiento y del lenguaje. Se puede vivir sinmover los brazos ni las piernas, pero a los pocos años detan singular sistema los músculos estarán atrofiados y elhombre será un guiñapo. Pues lo mismo ocurre en el ordenmental. La falta de lectura que excite la imaginación, amplíeel horizonte ideal y mantenga viva la renovada flexibilidaddel lenguaje, acaba por dejar al Abogado muerto en suspartes más nobles, y le reduce a una ley de Enjuiciamientocon figura humana, a un curialete con título acádemico.

Permítome advertir que también existen bibliotecaspúblicas; pero no insisto en el concepto para no verme enla aflictiva necesidad de demostrar que nosotros contribui-mos en muy escasa proporción al contingente de lectores.

En fin, hay que estudiar, hay que leer, hay que apreciarel pensamiento ajeno, que es tanto como amar la vida, yaque-la discurrimos e iluminamos entre todos; hay que ha-cerlo o resignarnos con el insulto de Gavinet.

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LA CLASE

Es una positiva manifestación de la ferocidad humana,el odio entre artistas. Esos seres escogidos que viven, segúnellos mismos aseguran, en "las regiones purísimas del ideal",se muerden, se desuellan, se despedazan y se trituran demanera encarnizada y constante. Literatos, cómicos, músi-cos, pintores y escultores, no gozan tanto con el triunfopropio como con el descrédito ajeno. Sobre si una propo-sición estuvo bien empleada o un verso tiene reminiscenciasde plagio, los escritores se acometen furiosos y ocupancolumnas y columnas de los periodicos, con polémicas in-acabables, ¡como si su crítica debiera detener la marcha delmundo. Cada exposición de Bellas Artes es un repugnante

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- ,

tejido de intrigas y difamaciones. Y no hablemos de losbastidores del teatro, en los que diariamente se agotan conamplitud varios títulos del Código penal.

En grado menor, pero también con vigoroso empuje, loshombres de ciencia se detestan y menosprecian. Alrededorde cada tesis química, terapéutica o matemática se urdenataques enconados contra los que defienden la contraria.Quien frecuente UnatertuJiade l]1édicosno me dejará mentir.

Los Abogados tenemos la distintiva contraria. Por lomismo que nuestra misión es contender, cuando cesamos enella buscamos la paz y el olvido. No hay campañas de grupocontra grupo, ni ataque en la prensa, ni siquiera pandillasprofesionales. Al terminar la vista o poner punto a la con-ferencia, nos despedimos cortésmente y no nos volvemos aocupar el uno del otro. Apenas si de vez en cuando nosdedicamos un comentario mordaz o irónico. Nuestro estadode alma es la indiferencia; nuestra conducta, un desdénelegante.

Hay una costumbre que acredita la delicadeza de nues-tra educación. Después de sentenciado un pleito y por muyacre que haya sido la controversia, jamás el victorioso re-cuerda su triunfo al derrotado. Nadie cae en la fácil y gro-sera tentación de decir al contrario: "¿Ve usted có"!o teníayo razón?". Es el vencido quien suele suscitar el tema fe-licitando a su adversario -incluso públicamente- y ponderan-do sus cualidades de talento, elocuencia y sugestión, a lasque, y no a la justicia de su ca~sa, atribuye el éxito logrado.

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Convenzamos en que esto no)o hacen los demás pro-fesipnales, y en que constituye un refinamiento propio delo que somos y no siempre recordamos: una de la~más altasaristocracias sociales.

Siendo plausible el fenómeno, no lo es su causa que, sibien se mira, radica, simplemente, en la exaltación de unindividualismo salvaje. Claro que nuestro oficio es de suyopropenso al individualismo, porque consiste en procurar queprevalezca nuestra opinión frente a las demás y esto noslleva a encastillarnos en nuestro raciocinio, huyendo de 111sinfluencias externas o desdeñándolas; pero, agigantando e~acondición, hemos llegado a vivir en incomunicación abso-luta. No nos odiamos porque ni siquiera nps conocemos.

Dos daños se desprenden de ese aislamiento: unocientífiGo y otro afectivo. En aquel orden, resulta que nosvemos privad.osde las enseñanzas insuperables de la clínica,pues no conocemos más casos que los de nue,strodespacl,1opropio y los que nos muestra, con molde soporífero, lajurisprudencia del Tribunal Supremo. Pero toda aquellaenorme gama de prpblemas que la vida brinda y no lleganal recurso de casación, todo aquel provechosísimo aprendi-zaje que nace con el intercambio de ideas, toda aquellasaludable disciplina que templa la intransigencia y el amorpropio forzando a oír eLdiscurso de los demás, par¡lnosotrosno existen. La Universidad es -en mala hora lo digamos .-una cosa fría, muerta, totalmente incomunicada con la rea-lidad. Las Academias de Jurisprudencia no pasan de unamodesta especulación teórica, en la que, por otra parte,tampoco suelen intervenir los expertos, cual si la cienciafuese juguete propio de la muchachería. Y como los Cole-

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gios de Abogados no se cuidan de establecer entre susindividuos ningún orden de relaciones (salvo alguna feliziniciativa aislada), resulta, en fin de cuentas, que el Aboga-do no estudia nunca fuera de sí, ni contempla más cuestio-nes que las que pasan por su mano. En esto tenemos muchoque aprender de los médicos. Por sabios, por viejos y porricos que sean, se mantienen siempre en vía de aprendizaje.

El daño afectivo no es menor. Perdida la solidaridadprofesional, nadie conoce la desgracia del compañefo y cadacual devora sus propios dolores sin hallar el consuelo quetan llanamente se prestan lós jornaleros de un mismo oficio.Nuestras relaciones particulares están siempre en ambientedistinto del forense, y así, ni en el bien ni en el mal trope-zamos con aquellos contactos cordiales que son indispensa-bles para soportar sin pena la cadena del trabajo. No haytampoco fiestas colectivas, ni conmemoraciones de hombresf)días gloriosos, ni alientos para los principiantes, ni auxilio"para la tarea en momentos de agobio o de duelo... Lo cuales sequedad de corazón y atraso cultural; porque hoy yanadie vive así. En lo económico, el espíritu de lucro aparecesustituido por la previsión mutualista; en lo político, las filascerradas de los viejos partidos dogmatizantes han sido con-trarrestados por el interés de las regiones y por el sentidode las clases. Empeñándonos los juristas en conservar unamentalidad y una táctica meramente individualista (yadviértase que subrayo el adverbio porque el individualismosin hipérbole no sólo no me parece condenable, sino que letengo por la más robusta de las energías colectivas) marcha-mos con un siglo de retraso en la fórmulas de la civilización.

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¡El sentido de clase! En su embriaguez por el pensa-miento rousseauniano y la enciclopedia y la revolución,acordó el siglo XIX suprimirle como cachivache estrafalario

,y remoto.Mas no paró aquíel mal, porqueen suplantaciónde aquel gran motor extinguido brotó su repulsiva carica-tura: el espíritu de cuerpo. Y así ha surgido una mentalidadde covachuela, de escalafón, de emolumentos y mercedes,de ideologías mínimas y de intransigenCias máximas.

Uno y otro concepto son antitéticos. El "cuerpo" es ladefensa de la conveniencia de unos cuantos frente a la general.La "clase" es el alto deber que a cada grupo social incumbepara su propia decantación y para servir abnegadamente alos demás.

Hay clases, o, mejor dicho, debe haberlas, y es lamen-table que caigan en olvido. No en el sentido que las con-ciben algunos aristócratas, suponiendo que a ellos les co-rresponde una superioridad sobre el resto de los mortales.Las clases n'oimplican desnivel personal sino diferenci~ci6nen el cumplimiento de los deberes sociales. Un duque no esmás que un zapatero, pero es cosa distinta. A la hora dehacer zapatos, a éste le corresponde el puesto preferente;pero a la del sacrificio y la generosidad, debe aquél reclamarla primacía.

porque desertó de su puesto la aristocracia como clase,porque olvidó su deber el clero como clase, porque, ensuma, las llamadas clases directoras no dirigieron nada y secontentaron con saciar su apetito de riqueza y de placer,prodújose la injustica social que ~hora tratan de borrar lospreteridos, con sanguinaria violencia. Los prestigios delnacimiento, las holguras del la fortuna, las preeminencias de

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los diplomas académicos, ¡todo ha sido utilizado para pro-vecho del beneficiado, sin atención ni desprendimiento al-guno para los menos venturosos, sin contemplación directani indirecta de la armonía colectiva!

.Si los Abogados procediéramos Gomoclase, habríamosintervenido en la evolución del sentido de la propiedad queestá realizándose a nuestros ojos, que corresponde a nuestroacervo intelectual y de la que no hacemos el menor caso:habríamos mediado en las terribles luchas del industrialismo,con la inmensa autoridad de quien no es parte interesada enla contienda; habríamos atajado los casos de corrupciónjudicial, constituyendo una milicia actuante contra laintromisión caciquil, cort~sana y aldeana; habríamos impe-dido que en el pueblo se volatilizara el sentimiento de lajusticia, y habríamos operado sobre nuestro propio cuerpo,evitando los casos de miseria y asfixiando los de ignominia.

Lo más triste de todo 'es que no nos falta aptitud ni elmundo deja de reconocérnosla. La legislación social novísimaha encontrado en los Tribunales aplicación amplia y recta.Todos los días apedrean las turbas un Gobierno civil o unaa Alcaldía porque la Administración no acierta a hacer cum-plir una ordenanza modesta; pero no se ha dado el caso deque apedreen un juzgado ni una Audiencia por haberse tras-gredido en ellas una legislación tan hondamente revolucio-naria como la de accidentes del trabajo. Los Tribunales in-dustriales funcionan desde el primer día irreprochablementepor lo que toca a los togados. Cuando el Congreso quisoacabar con el oprobio de la depuración de las actas, no supovolver los ojos a otro lado más que al Tribunal Supremo,que no fracasa por inmoral ni torpe, sino por irresoluto ydébil. Para adecentar los organismos electorales se buscó a184

las Audiencias, a los Juzgados, a los Decanos de los Cole-gios de Abogados. Y así en lo demás. Estos Decanos todavíason una fuerza a la que se acude para todo, desde los gran-des patronatos benéficos hasta la Junta de Urbanización yObras.

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¿Es que no nos enteramos de esa tradición y de ese votode confianza? ¿Es que los menospreciamos? ¿Es que noadivinamos la inmensa resposabilidad que contraemos conesa deserción? ¿De verdad habrá quien crea, a estas alturas,que un Abogado no tiene que hacer más que defender plei-tos y cobrar minutas?

De poco tiempo a esta parte alborea tímidamente unaaspiración rectificadora.

Dios quiera que acertemos a seguir tal derrotero. Nobasta que cada Abogado sea bueno; es preciso que, juntos,todos los Abogados seamos algo.

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COMO SE HACE UN DESPACHO

Claro que la condición inexcusable para triunfar en unaprofesión es saber ejercerla. Un tonto puede prevalecer en loque depende de la mhced, mas no en lo que radica en elcrédito público. Las gentes, cuando se trata de cosas que aellas personalmente atañen, como la fortuna, la salud o lahonra, no se entregan sino a quien, por su valer personal, lesofrece garantías de acierto.

Mas sería remilgo desleal sostener que la sabiduría y elestudio lo pueden todo. Precisamente porque es la opiniónquien ha de otorgar la confianza, se hace indispensable im-

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plantar una relación entre la juzgadora y lo juzgado. No niegoque el buen paño se venda en el arca, mas es menester queel comprador esté enterado de que existe arca y de que haypaño dentro de ella.

y ésta es una de las primeras crisis que atraviesa elLicenciado novel; crisis tan delicada, que en ella puedequebrantarse para siempre la delicadeza y aún la dignidad.¡Es ardua cosa ir a la conquista de la fama luchando entrecien mil, sin más armamento que las aptitudes de que se estéadornado y cuando se acaba de pasar el ¡llegre lindero delos veinte años! En esa rudísima p,ueba caen muchos ca-racteres y se forjan algunas adaptaciones indecorosas, queluego llevan al Foro el probio y escándalo.

Consideremos en breves renglones los medios que unLetrado tiene para darse a conocer.

A) La Asociación: Se intenta en España imitar la costum-bre extranjera de trabajar en colaboración, establecién-dose bajo una razón social 40s o más compañeros ocreando entre varios un consultorio.

Repruebo sin vacilar ese procedimiento por esencial-mente incompatible con nuestra profesión; apenas habráalguna en que puedan convivir dos caracteres, dos vo-luntades, dos iniciativas; pero la dificultad se hace in-superable cuando se trata de ocupaciones en que lainteligencia y la conciencia lo son todo. ¿Cómo seráposible dividir en partes alícuotas la estimación de unproblema y el modo de tratarle y la responsabilidad delplan adoptado? Dudo que esto pueda ser con otroshombres; pero entre españoles lo doy por imposible. Y

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si no se comparte el trabajo, sino que cada cual realizael suyo, con independencia de sus colegas, ¿no consti-tuirá un engaño la agrupación de nombres? ¿A quéconduce ofrecer los títulos y merecimientos de varios,cuando, en definitiva, ha de ver uno solo quien presteel servicio?

Lo que han sido y son los consultorios en España, meexcusa palabras de condenación: más que una salida,constituyen un despeñadero profesional. Huyendo decensuras que resultarían demasiado acerbas y elevandoel razonamiento, diré que los oficios que operan sobreel espíritu humano son típicamente individuales y debenser ejercidos con exclusiva libertad y con sanciones ex-

!\clusivas. Dos personas pueden, anónimamente, dirigirla confección de una pieza de tela, pero no puedeniluminar un alma conturbada o marcar rumbo a unnegocio enrevesado.

B) El anuncio. Aunque algunos lo admiten, afortunada-mente la mayoría lo considera como una degradación.Es lícito decir "yo vendo buen café", pero es groseroanunciar "yo tengo honradez y talento". Sólo con atre-verse a decir esto, se está demostrando la carencia delas prendas más delicadas e indispensables en la psico-logía forense.

Admitido el anuncio, ya no hay freno para las suciasartes de la captación. Porque decir "Fulano de Tal, Abo-gado", y añadir las señas, no es decir nada. Abogadoshay muchos, y el nombre por sí solo no descubre nin-guna calidad. Uno se limitó a esd, y en seguida otropuso un letrero llamativo en su balcón; y otro añadió

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que era especialista en testamentarías; y otro ~xplicóque no cobraría si no ganaba,el pleito; y otro repartiópor las calles ticketl' valederos para una consulta gra-tuita...

¿A qué seguir? Esa escala, que no fue creada por lamaldad, sino por la pobreza, no tiene fin. Siguiéndola,se entronizará el pacto de cuota !itis, se concertaránservicios a precios convencionales, se darán cupones alcobrar la minuta, se establecerán bufetes con regalos...

Por lo mismo que no quiero zaherir, sino despertar aquienes usan de tales medios, me permito lJamarles laatención sobre el daño que a la colectividad hacen ysobre la circunstancia - que su propio egoísmo debieraseñalarles- de no haberse conocido ningún bufete im-portante creado por el procedimiento del anuncio.

C) La exhibición. Aunque duela un poquilIo la palabra, hayque usarla en su acepción noble, para venir a parar enque ése es el único medio lícito de darse a conocer.Porque, en efecto, si lo que en nosotros se busca es elmodo de sentir, de pensar y de producimos, nadie negaráque debemos aprovechar las ocasiones de poner demanifiesto lo que llevamos dentro y lo que somos ca-pases de hacer. Ello sin contar con que los modernosprocedimientos judiciales, juntamente con su mayoreficacia, propenden a la teatralidad. Ya en 1871 decíaEdmond Rousse: "Para los curiosos la Justicia vino aser un espectáculo como todos los demás, del cual seansiaba conocer', no sólo la escena y los personajes, sinohasta el foso, los bastidores y la maquinaria. Los abo-

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gados nos vimos convertidos en artistas, y nuestra va-'nidad ganó tanto como perdió nuestro orgullo"

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Lo malo es que esto de la exhibición tiene consuetu-dinariamente una interpretación pecaminosa: la de su-poner que la política es la única exhibición provechosa,por donde se llega a la punible confusión entre la políticay la abogacía y a la prosperidad de esos conceptosbárbaros -varias veces execrados en este libro- de quehay que seguir la carrera política y de que la políticaes indispensable para hacer bufete. Por lo mismo queyo pertenezco a una generación envenenada con esosconceptos y he actuado en política desde mi juventud,quisiera que no perdurase en los que me siguen unconcepto errónea que deprime al Foro. Valga en midescargo -y no lo digo por jactancia, sino en disculpa-que he procurado cuidadosamente toda mi vida noconfundir ambas cosas y que siempre he puesto al Forosobre la Política. Este libro es una nueva afirmación de .mi fe.

La exhibición a que aludo es aquella otra estrictamenteprofesional y por nadie puede ser tachada. Permanecerlargo tiempo como pasante en un estudio, intervenir enlas discusiones de Academias y Ateneos, escribir enperiódicos profesionales, colaborar en obras sociales,dar a luz folletos y monografías, ejercer la defensa delos pobres, desempeñar cargos judiciales de los que noexigen pertenecer a la carrera, etc. Toda estas activida-des establecen un buen número de relaciones y permitenal público entendido y al profano irse dando cuenta delas disposiciones del jurista novel. Pensemos en los

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medioS'correctos de que suelen valerse los médicos, losingenieros y los arquitectos para procurarse publicidad,e imitémosles.

Queda por tratar si entre esos medios lícito~ se contaráuno muy frecuente de algunos años a esta parte: el deescribir en la prensa diaria y en las revistas judiciales.

. Sobreestamateriatanquebradizay tan controvertidaseme ocurre una distinCión bastante humana. Mientras unLetrado está en su primera juventu(Í y se limita a darnoticias, no creo que pueda criticarse esa manera deampliar el círculo de sus relaciones. Lo que no encuen-tro admisible es perseverar años y años la en misión ydisponer de un órgano en la prensa para favorecer elpleito propio y deprimir a los compañeros que amparana la parte contraria, o mantener viva sobre el Tribunalla indirecta coacción de una crítica. apasiona(Ía.

..

Dígase en honor de los revisteros judiciales que, porregla general, no suelen abusar de la función, ni creoque haya caso de que el reporterismo haya generadodespachos considerables. Es más: la propensión de losnoticieros no suele ser la de rebajar a nadie en provechopropio, sino la de elogiar sin tasa ni medida. De todosmodos, la perseverancia en simultanear ambas funcio-nes produce tan mal efecto como la alegre facilidad conque algunos revisteros teatrales traducen o escriben obradramáticas, erigiéndose en censore al mismo tiempoque aspiran a ser censurados.

D) ¿Merecerá la pena hablar de los compañeros que se handado a conocer como Letrados después de haber sidoMinistros y sólo por haberlo sido?

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Creo que no. Son casos aislados y no constituyen sis- .temas. Cuando, por ventura, resulta que el político sirvepara Abogado, todos debemos alegramos de su adve-nimiento a la Toga, puesto que la honra con su saber.y si no sirve, tampoco implica un vicio ni un peligro,porque el mundo conoce rápidamente la burda trama ysuele reírse de los ingrávidos que se empeñan en apa-rentar un gran peso específico.

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ESPECIALIST AS

Sin desconocer las excelencias de la división del traba-jo, soy -más por intuición que por examen- enemigo deaquellas civilizaciones donde cada hombre dedica su acti-vidad íntegra a realizar una minúscula función en la que,naturalmente, llega a ser insuperable, pero de la cual no seemancipa jamás. El más noble conato humano es la eleva-ción, la generalización, el dominio del horizonte. Cierto queno todos los hombres son aptos para las concepciones am-plias; pero cierto también que quien entrega su vida a puliruna bola o a afinar un tornillo, tiene más semejanza con lamáquiha que con el hombre. El mocete dedicado a esasoperaciones debe aspirar a ser tallista, tornero o ajustador;

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es decir, a pasar de lo simple a lo complejo, de la parte altodo. Si lo logra, se ennoblece; si es siempre esclavo de lamisma tarea, se degrada.

Con más motivo me aferro a mi prejuicio en lo tocantea profesionales científicas. No me extraña que, siendo tanvasto el campo de la Patología, se ocupe un médico sólo delriñón y otro de la vista, y otro del corazón y otro de losnervios; pero me parece que esos especialistas más tienende artífices que de médicos; porque como no es posibledesligar los extravíos juveniles de las dolencias que retoñanen la madurez, ni separar los sufrimientos morales de lasalteraciones circulatorias, ni desco~ectar absolutamente eldolor de cabeza del dolor en los pies, el médico, el verda-dero médico, es el que conoce íntegramente a su cliente, encuerpo y alma, en el aparato digestivo y en el respiratorio,en la locomoción y en el sistema nerviQsos, relacionándolotodo, exarninándolo y tratándolo como un conjunto armó-nico, y siguiendo la pauta de la Naturaleza, que no hizo delhombre ,unMuseo con vitrinas aisladas, sino una maquinariadonde no hay pieza sin engranaje.

Lo menos malo que el especialismo puede producir esuna polarización del entendimiento. Entremos en una Uni-versidad; para cada profesor, su asignatura es la fundamen-tal de la carrera. Vayamos a un Ministerio; para cada jefe,su Negociado es el más trascendental. Oigamos a los criadosde una casa: su servicio es el más penoso y definitivo. Yel bien que realizan los especializados siendo en extremoagudos para la labor propia, es mucho menor que el dañoque causan haciéndose obtusos para la función ajena.

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En la Abogacía, la especialización toca los límites delabsurdo. Nuestro campo de acción es el alma, y ésta no tienecasilleros. ¿Se concibe un confesor para la lujuria, otro paralá avaricia y otro para la gula? ¡Pues igual en nuestro caso!.

¿Qué quiere decir criminalista? ¿Hombre a quien noalcanza la vida más que para estudiar las aplicaciones prác-ticas de Derecho penal? El solo enunciado mueve a risa,porque ni siquiera se puede tomar como ciencia lo que esun mero elemento de defensa social, más suave o mástiránico, no según lo explique talo cual dogma, sino segúnapriete poco o mucho la necesidad. ¿Será el hombremisericordioso que realiza una obra de piedad hacia losextraviados? Tampoco, porque los merecedores de conmi-seración son unas veces los agresores, otras sus víctimascasi siempre el cuerpo social. ¿Será el que por sistemadefiende todos los cnmenes como medio de ganarse la vida?No 10 quiero creer.

Pues no menor asombro me causan los compañeros que,inclinándose al lado opuesto, se jactan. diciendo "yo no heintervenido jamas en una causa criminal" y hasta miran concierto desdén a quienes 10 hacen. ¿Querrán decir que enninguna causa tiene razón nadie, ni el acusador ni el pro-cesado? Porque si no'prohijan tamaño absurdo, no se con-cibe qué motivo puede apartarles de intervenir en un pro-ceso y defender a quien corresponda en justicia.

No. En el Foro no debe haber tabiques entre lo civil,lo penal, lo contencioso, 10 canónico, lo gubernativo y lomilitar. Muy lejos de esto, multitud de problemas ofrecenaspectos varios, y así, por ejemplo, para defender una con-

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cesión de aguas hay que batallar en lo contencioso frentea la arbitrariedad de la Administración y en lo civil contr&la extralimitación de un usuario, y en lo penal para castigarunos daños o un hurto. E igual en todo. El Abogado que pormercantilista asesora a un Banco, debe saber también per-seguir a un dependiente infiel o a un falsificador. El penalistaque, convencido de la inocencia de un funcionario público,le ampara en la Audiencia de lo criminal, debe completarsu obra patrocinándole ante las autoridades gubernativaspara los efectos disciplinarios. El que interviene en camo-rras conyugales ha de actuar en lo civil y en lo canónico.

En muchos delitos contra la propiedad la línea divisoriaentre lo civil y lo penal es apenas perceptible. Otros litigiospresentan con toda claridad los dos aspectos, y simultánea-mente hay que sostener un pleito y una causa, combinando,minuto por minuto, los medios de una y otra defensa. ¿Aquién se le ocurre que, precisamente en estos casos, que sonlos que más requieren unidad de criterio y de mando, seentregue al cliente a una dualidad de juicios y de tácticasque probablementy le llevarían al fracaso?

Se comprendería la escisión cuando prevaleciera uncriterio legalista que presentase cada cuerpo legal como unaarca santa donde estaba encerrado el secreto de la verdad.Más, por fortuna, no es ésta la apreciación corriente. Elfenómeno jurídico es uno en su sustancia y constituye un.caso de conciencia; que el tratamiento caiga en la terapéu-tica penal o en la civil, es secundario. El Abogado debebuscarla donde esté y aplicarla donde proceda.

No es indiferente ni inofensivo el proceder mediante

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especializaciones, porque ellas, aun contra nuestra voluntad,pesan enonnemente en el juicio y unilateralizándose nosllevan al error. El civilista nunca creerá llegada la ocasiónde entrar en una causa, cuando, a veces, con una simpledenuncia se conjuraría el daño o se precipitaría el arreglo;el criminalista todo lo verá por el lado penal y fraguaráprocesos quiméricos o excusará delito~ evidentes.

Esta y no otra es la razón de que tan pocas veces unbuen profesor sea buen Abogado. El profesor ve un sectorde la vida, fonna en él su enjuciamiento... :Ylo demás se leescapa.

Convenzámonos de que en el Foro, como en las fun-ciones de Gobierno, no hay barreras doctrinales, ni camposacotados, ni limitaciones del estudio.

Para el Abogado no debe haber más de dos clases deasuntos: unos en que hay razón y otros en que no la hay.

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LA HIPERBOLE

Es frecuentísimo en muchos Abogados el prurito deponderar la gravedad de los litigios en que intervienen, hastalas más absurdas exaltaciones.

"En nuestra ya larga vida profesional jamás hemos vistoun caso de audacia como el de la demanda a que contes-tamos".

"Seguros estamos, señor juez, de que V.S. impondrá lascostas a la parte contraria, porque en su dilatada experienciano habrá tropezado con un ejemplo de temeridad más in- .sólita ni de más escandalosa mala fe.

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"Horror y náuseas sentimos al entrar a tratar un asuntoque constituye la vejación mas repugnante, el desp9jo másinicuo, la depredación más intolerable que se registra en losfastos judiciales".

"Si la Sala fallara en mi contra este recurso, no sóloquedaría desconocido el derecho de mi parte, sino herido ensus sentimientos uno de los más firmes sustentos de la so-ciedad española".

¿Quién no ha leído mil veces frases como éstas o muysemejantes? ¿Quién estará s~guro de no haberlas emplea~do? ¿Y quién no se ha sonreído un poco al advertir luegoque esos truculentos anuncios, esas advertencias espeluz-hantes, venían a cuento de que un sujeto no pagaba a otroun puñado de pesetillas o unos cónyuges habían disputadopor un quítame allá esas pajas?

La vida, dentro de su gran complejidad, suele ser de unavulgaridad gris. A veces, efectivamente, brotan la tragediao el escándalo, y resultan ajustadas las imprecaciones, laindignación, el terror y el llanto.. Pero de cada cien casos,noventa y cinco son picardías ínfimas, errores minúsculos,obcecaciones explicables, torpezas, manías, codicias, quecaen en lo corriente y moliente. El Letrado que se emperraen ponderar el tema cual si hubiera de producir una conmo-ción, pierde fuerza moral para ser atendido (como la pierdenlas mujeres que prodigan al ver un ratón los gritos congruen-tes con la inminencia del asesinato), y revela, además, queno tiene mucho trabajo ni ha visto muchos negocios, pues

\ de otro modo no exageraría su irritación por cosas que no- la merecen. Todavía cabe apuntar el riesgo de que le tomen208

por un gran histrión que aplica a todos los asuntos la máximasonoridad y derrocha el tono mayor, fingiendo indignacionesy apasionamientos que no puede sentir, porque no cabe quetodos los papeles de un despacho req~ieran en justicia lasnotas agudas.

En las causas criminales basta con decir:- Mi defendido es inocente.

Pero hay quien tiene la tendencia de idealizar las figurasde todos los homicidas, hampones y petardistas, gritandocon los -ojosdesorbitados, el ademán descompuesto y la vosestentórea:

- ¡Mi defendido, la rata Pichichi. es un modelo de hom-bres dignos, yo me honro con su amistad, no vacilo enponerle al nivel de mis propios hermanos y, si posible fuera,empeñaría mi vida en prenda de su inmaculadahonorabilidad! .

Este cultivo desatinado de la hipérbole no suele ser sinouna manifestación del perverso sentido estético que tantoabunda entre nosotros. Otras, algo más graves, son las dedejarse o hacerse retratar, dando la mano al parricida recien-temente absuelto, derrochar la palabrería, acumulando cali-ficaciones sobre hechos nimios y repitiendo cien veces losmismos conceptos, desacatar sistemáticamente a todas lasautoridades, etc., etc.

El buen gusto suele correr parejas con la dignidad. Quiensepa guardar su recato y ocupar su puesto, de fijo nofratemizará con sus clientes en lo criminal no los divinizaráen lo civil.

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Signo espiritual de nuestra profesión es tener una com-presión mayor que la común para todas las cosas humanas,y una percepción sutil de todas las grandezas y de todas lasmiserias. Defendamos a Fulano porque entendemos que eneste pleito lleva razón: pero bien pudiera ocurrir que fueraun pillo. Atacamos a Mengano porque no le asiste la razónen este pleito; pero bien, pudiera ocurrir que fuera un santo.De ahí que las generalizaciones, las identificaciones con elcliente, la supervaloración de sus virtudes y la de las faltasdel adversario, pueden llevarnos a grandes injusticias paracon los demás... y a posturas ridículas para nosotros mis-mos. Una convicción serena de la tesis que sustentamos, unardimiento regulado siempre por la ley de la necesidad, unescepticismo amable, una generosidad franca para aceptarque en cada hombre cabe todo lo malo y todo lo bueno, unaexpresión mesurada, austera, con válvulas para las fuertesvibraciones, pero con propensión más ordinar~aa la ironía,son prendas muy adecuadas para que el Abogado no salgade su área ni se confunda con aquellos a quienes ampara.

Antes de abrir los registros estruendosos, mire bien siel caso lo merece o no; y en caso de dudar, huya de lahipérbole y aténgase al consejo cervantino:

- Llaneza, muchachos, llaneza...

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LA ABOGACIA y LA POLITICA *

(*) Este capitulo, el autor lo eliminó de la quinta edición (argen-tina), y nosotros hicimos lo mismo en la anterior nuestra(sexta edición) que formó el primer volumen de El Abogado.Por reconocer en él un valor histórico, nos pareció obligadasu reincorporación al libro, como ya hicimos en la anterior(séptima) edición (Nota del editor a la octava ~dlci6n),

Pasa como aforismo que los Abogados han acaparadoy acaparan una influencia nefasta sobre la política. A mientender, ocurre todo lo contrario: la Abogacía no ha tra-zado rumbo a la política; la política es la que marcó elrumbo de la Abogacía. Quisiera demostrar ambas cosa.

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Cuando se pretende zaherir a la política española, dícesede ella que esta falta de perspectivas, que es minúscula yde leguleyos, que se entrega a polémicas abogaciles y no

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tiene visión del horizonte; en suma, que carece de elevaciónporque la hacen Abogados y la miran como un pleito.

El mal es cierto. Ni en lo internacional, ni en los pro-blemas sociales, ni en la mecánica interna tiene nuestrapolítica profundidad, amplitud ni grandeza. El Parlamentoes un pugilato de codicias, un alarde de bizantinismo, unaexhibición de incompetencia, un comadreo repulsivo. Nadapesan allí los problemas que encienden a la Humanidad, nilas necesidades evidentes, ni las tempestades de la opinión,ni los peligros de la Patria. Como si entre le mundo y elSalón de Sesiones hubiese una muralla infranqueable, mien-tras allá en el Universo sufre terribles convulsiones, aquíunos cuantos señores ventilan querellas ínfimas, niegan aladversario toda justicia, invierten sesiones enteras en debatirtiquis miquis reglamentarios. El sentido de la verdad estáausente, y en eliminarle se distinguen por derecha e izquier-da grupos de la más cerril intransigencia dialéctica. Todo esartificio, convencionalismo, laxitud, indiferencia yrebajamiento.

¿Hay en todo esto la influencia de un pensamiento defábulas? Sí. Pero, ¿le tienen los Abogados? No. ¿Cuándo losAbogados -entiéndase bien, los ABOGADOS- han gober-nado a España?

No sería, ciertamente, en los reinados de Carlos I yFelipe II, consumidos por empresas militares; ni en el deFelipe III,a quien secuestra y suplanta el Duque de Lerma;ni en el de Felipe IV, dominadoepor el Conde-Duque deOlivares y por Haro; ni en el de Carlos TI,patrimonio delos Nitard y los Valenzuela, de Don Juan de Austria, de los

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Medinaceli y Oropesa; ni en el de Felipe V, lleno de lasacciones de Portocarrero, Alberoni y Riperdá; ni en el deFernando VI, donde lucieron el saber y las virtudes deEnsenada y Carvajal; ni en el Carlos III, en que se destacanGrimaldi, Esquilache y Aranda. Y sí. hay que hacer aquíexcepción de Floridablanca, no será, de fijo, sino paraenseñarle entre los más avisados propulsores de .la culturay el progreso de España.

Con Carlos IV no prevalece el togado Jovellanos, sinoel mismo atrabiliario Conde de Aranda y el laborioso ymujeriego príncipe de la Paz, salido de un cuartel. Tampocodirá nadie que las volubilidades de Fernando VII eran obrade sugestiones jurídicas. El turbulento período que sigue asu muerte -Reina Gobernadora, Isabel 11, revoluciones einterinidades- está todo él fraguado por las espadas, y es laépoca de los pronunciamientos y de la hegemonía militar.con León y Concha, Espartcro, Narváez y O'Donnell, Dulce,Serrano, Prim... La labor sensata de dar cauce legislativo yhacer fecundas las aguas arrolladoras quedó confiada a doshombres de toga: Montero Ríos y Alonso Martínez. Descar-tado el relámpago de la República, queda la Monarquíarestaurada a merced de dos hombres que pudieron quizásreconstituir a España y prefirieron adormecerla: Sagasta,ingeniero, y Cánovas del Castillo, pensador, orador, histo-riador, poeta, humorista, hasta Licenciado en Derecho, perono Abogado.

Llegamos a nuestro tiempo, que es, evidentemente, dedecadencia y postración en lo político, aunque de prospe-ridad en otros aspectos. Gobiernan profesionales de variosórdenes: militares, ingenieros, médicos, periodistas y Abo-

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gados, más no éstos exclusivamente, ni siquiera con predo-minio. Si algún espíritu prevaleció en la política fue elinconsistente, superficial, acomodaticio y vacilante de losperiodistas; y si en la oquedad tenebrosa se advierten algu-nos luminares de consuelo, haIlánse en la austeridad y cla-rividencia de Pi y Margall, en el levantado y des~ntere-sado doctrinarismo de Salmerón, en el noble y sereno juiciode Silvela, en la prudencia y laboriosidad de Gamazo, enla sorprendente facundia de Canalejas, hombres todos queejercieron constantemente de Abogados.

No fueron Abogados Martínez Campos, ni Azcárraga,ni Vega Arrnijo,ni Moret (aunque alguna que otra vez hicieracomo que ejercía, sin que 10creyera nadie), ni lo es el Condede Romanones, que, según la fama, sólo vistió la toga enuna breve temporada de su mocedad y alcanzó sensacionesrespetables, pero amargas.

Es Abogado García Prieto, pero de sus esporádicas yaccidentadas presencias en el Gobierno no podrá decirse conjusticia que han trazado todavía derroteros al pensamientonacional. En cambio, hay que reconocer que su políticaelectoral ha significado siempre un rumbo de decencia.

Quien ha influido en aquel pensamiento, enormemente,amplísimamente, e influye hoy y se seguirá influyendo cin-cuenta años después de muerto, es Maura, que constituyela más alta categoría rrloral de la España contemporánea. YMaura es sustancialmente un Abogado, que Ileva más decuarenta años, día por día, consagrado a las tareas de laprofesión. .

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Pero se dirá: "Eso se refiere estrictamente a los hombres

puestos en la cumbre, y no disminuye la verdad de que enlos Gobiernos, en los Parlamentos, en la Administracióngeneral y en la local, ha habido siempre gran contingentede Letrados". Algo hay de cierto en eso, por más que importaadvertir que el número de Abogados es muy escaso si secompar1icon el de Licenciados en"Derecho.De ahí provienela confusión. Lo que importa agregar es que el fenómenoresulta legítimoe inevitable. Cuando los pueblos viven épocasde conquista o de defensa armada, es natural que en ellospredominen los guerreros; cuando no atraviesan tales etapasexepcionales sino tiempos de paz y de acomodo, necesaria-mente han de buscar fórmulas jurídicas para vivir, y, alefecto, requerirán a quienes tengan capacidad para propor-cionárselas. Esto no es trazar la política; esto es, modesta-mente, servirla con los elementos de la competencia técni-ca(l).

No es fácil que ello deje de ocurrir, mientras no seretroceda al salvajismo. Ahora mismo, los problemas mun-diales tienen una índole económica, como pertinentes queson a la creación y a la distribución de la riqueza. Pues bien:todo ello -evolución del sentidp de la propiedad, propieda-

(1) Me congratulo copiando unos párrafos de cierto artfculo delnotable literato Azorfn, publicado con el tftulo de "Elpersonalpolfrico", en el número A B e de 4 de octubre de 1971:

"¿Por qué la polftica está acaparada por los abogados? Lacontestación pudiera darla el personaje popular francés -elcapitán La Palisse- a quien se le cuelgan las verdades evi-dentfslmas. Los abogados dominan, han de dominar, domi-

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,

des colectivas, sindicalismo, salariado, arrendamientos,minoraciones de la herencia, mutualidades, municipaliza-ciones, variantes del sufragio, conceptos del Poder público,de las autonomías locales y de la lucha de clases- ¿cómose ventilar~ y acomodará el día en que las aguas recobrensu nivel? El dilema es sencillo: o con la bomba, de una

parte, y el cañón, de otra, o con el Derecho por <IfI1bas.Ycomo la sociedad no puede entregarse indefinidamente a suauto-destrucción, nadie errará augurando, que el Derecho,con talo cual molde, ha de prevalecer, y que al triuñfar elDerecho no serán desdeñables los hombres de Derecho.

narán en la política, porque son precisamente los hombresdedicados desde la Universidad al estudio de los problemasdel Derecho y de la política.¿Que relación tienen con la política la Ingeniería o la Medi.cina? Además, siendo los juristas oradores - porque es In-dispensable serio - y siendo la oratoria ruedio de entendersecon las multitudes y en las asambleas parlamentarias,forsozam~nte una clase de hombres fértiles y expeditivos enla palabra, ha de dar un contingente considerable a fa políticay ha de dominar a la política. Sucederá esto siempre, cons-tantemente, como por una ley natural. Y ¿qué daño se pro-duce con que suceda? ¿ Qué ventajas tendríamos con queno sucediera?

Se habla de técnicos y de hombres de negocios; Wells acabade decirlo. No hace falta recordar la enemiga de algún ilustrepolftico español contemporáneo hacia lo técnico. Hay mo-mentos de confusión, de general laxitud y hastío, en quepuede ser deseable elque un hombre ajeno a la política, entreen ella de pronto y raje, corte y machuque a su capricho.(Nosotros expresamos nuestras reservas sobre la eficaciaduradera de tal cirugía devastadora). Decimos esto, refirién-donas, no a los técnicos, sino a esos otros hombres realistasV profanos a que se refiere el autor inQlés. Puede ser que

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Loquev;eue,ucediendoconest' m"eri,,, locu:-lrio de lo que piensa el vulgo: que en la política han entradolas exégesis ínfimas, mas no el sentido de la Abogacía.Abogar es ver los grandes fenómenos sociales en los casosconcretos; quien vive la concreción, olvidándose del fenó-meno, no es un Abogado, sino un ratón de la curia. ElAbogado ve lo social reflejado en lo individual y guía estocon el ánimo inspirado por aquello. Al intervenir en lasdesavenencias conyugales o en el retracto o en la concesiónhidráulica, toca el Abogado, no sólo el fulanismo determi-nante del litigio, sino también las ideas más altas y genéricasque gravitan sobre la familia, el Estado, la riqueza pública,la libertad individual... El Abogado que interviene en la vidapolítica aporta a ella más que el labrador, el fabricante o elobrero, que sólo conocen su caso y viven influidos por él;

I

esto se juzgue conveniente en un determinado momento;pero la marcha de un país, la marcha fecunda y normal,¿cómo podrá ser regulada por personas ajenas en absolutoa los estudios y problemas del derecho y de la política?¿ómopodrá ser llevado a un pars a saltos, por cuestas y catarros,como quien dice, violenta y arbitrarimente? En cuanto a lostécnicos, buenos son, excelentes son: en Hacienda, en BellasArtes, en Industria, en todos los departamentos mInisterialesdebe haber personas entendidas en las diversas materiassobre que se gobierna; pero la direcciónsuprema, el impulsoinicial, el camino ideal que ha de seguir una nación no espreciso que lo den hombres inteligentes y de recto sentidomoral. El mal, a nuestro juicio,no radica,d e los casos y delas cicunstancias, que no posee un hombre ajeno a esosestudios. Y la gobernación de un país, es decir, la elabora-ción contir.lUae ininterrumpidadel derecho, elaboraciónprác-tica y diaria, no es más que casuismo instantáneo de larealidad"

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y más también que le teorizante, pues éste se pasea por ladoctrina y excusa las minucias importantísimas de la reali-dad.

Convengo en la existencia de un exceso deLicenciadismo, que es un lacra porque está formada conposeedores de un título académico, que no quieren o nopueden utilizar, ajenos al estudio, a la experiencia y a ladisciplina profesional; pero adolece igualmente de una faltade Abogadismo, porque no han influido suficientemente enella los hombres conocedores de las causas y de los efectos,orientados en la patología general y en la dolenciaindividualizada, almas adiestradas a conocer el sufrimientode cada día y prevenidas para la concepción de una exis-tencia nueva...

Alguien me argüirá que no es fácil hallar la influenciade tales hombres, porque existen muy pocos.

Eso es otra cosa. ¿Escasean los Abogados merecedoresde tan noble título? Puede que coincidamos...

II

Es la política la que ha influido en la Abogacía,perturbándola, desquiciándola, deprimiéndola.

Establecido un paralelismo entre las dos actividades, elForo se amedrentó y, poco a poco, fue arrinconándose hastael punto de pensar que nada valía si no era por la luz quesobre él proyectaban las representaciones electivas y loscargos públicos. Quedó suprimida la jerarquía basada en el

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valer y aun en el éxito, y apareció sustituida por otra en quehay estos grados:

Ex ministrosDiputados y senadoresDiputados provinciales y ConcejalesPeriodistasPropagandistas

El Sr. H, profundo jurisconsulto, está por debajo del Sr.X, que es un zoquete con casaca. El Sr. A, que, en unpueblo, gana con su bufete 10.000 duros, significa menosque el Sr. B, que no gana una pesetí!, pero es concejal yhabla una vez por semana sobre la apertura del macelo ola limpieza de la fuente. El joven R ha pronunciado en laAudiencia un informe meritísmo, pero los pleitos hay quellevárselos al Sr. K, porque dijo cuatro palabrasen un meetingo escribe gacetillas en un periódico.

Vergüenza semejante no se concibe e¡;¡treotros intelec-tuales. Un médico que no acierté a curar las enfermedadesno será llamado por nadie, aunque haya presidido veinteveces el Consejo de Ministros; un arquitecto a quien se lederrumben las casas no se verá solicitado, aunque sea se-nador vitalicio.

Las causas de esta abyección son dos: una del estado,otra del Foro mismo.

EI.Estado ha creado en España una Migistratura pobrer

de dinero y de independencia. Esa Magistratura es honradae incapaz de venderse. Lo'menos que ha de hacer es atenuarlas dificultades de su situación, procurando ascensos,des-

221

-,

tinos cómodos y colocaciones para la familia. Como eso lodan los políticos, a los políticos ha de cultivar. El públicolo advierte, lo multiplica y saca la deducción de que con-tando con un Abogado político tiene asegurada la victoria,aunque el Abogado sea el mayor de los ignorantes. La culpadel Estado estriba, pues, en no crear una Magistratura po-sitivamente autónoma.

La responsabilidad del Foro no es menor. En vez dereaccionar contra el mal sistema y emancipara la Magistra-tura de esa tiranía, perdido el sentimiento de cIa~e, se en-tregó al vicio mismo que le corroía y estableció entre susindividuos un pugilato para ver quién podía politiquear más,y, por consecuencia, influir más. Ya en esa vertiente, seperdió el decoro y hasta el instinto de conservación. Losjóvenes no quierenpracticar en los bufetes de maestros sabios,sino en los de campanillas, los veteranos rinden visita, nopor la hidalga tradición del orden de antigüedad, sino apre-surándose a ir a casa del personaje, aunque sea recién lle-gado a la profesión; todos cuidan de poner al frente de losColegios a quienes mas alto hayan rayado en la políticageneral o en la local, pretiriendo a ancianos beneméritos, degloriosa vida profesional; no son pocos los que, con modes-tia honrosa, pero torpe, se abstienen de contender con elcompañero político y recomiendan al cIient~ que busqueotro de igual talla; en general, se reputa como Estado Mayorde la profesión al núcleo que pueda influir en el público,desde Ministro hasta gacetillero.

¡Lo gracioso del caso es que no hay razón para tanvergonzosa entrega!. Porque aunque bastantes Abogadospolíticos dejan presumir su influencia, y otros alardean de

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ell~ y aun algunos la cobran, lo cierto es que no la tienen,y, si la tienen, no la emplean.

Hablo ep general. Claro que hay funcionarios capacesde todo en holocausto a su padrino.

No niego tampoco la posibilidad de "la imposición",cosa bien distinta de la "influencia", y por la virtud de lacual, en ocasión señalada puede un Magistrado colocarseante un Abogado político "de rodillas y a sus pies". Peroeso es lo excepcional. Ordinariamente, la influencia no seproduce, por las siguientes causas:

a) Porque al político le tienen sus clientes completamentesin cuidado,y noponeel menosempeñoen complacer-los.

b) Porqueen los Tribunalescolegiadoslas influenciaspo-líticasson contradictoriasy secontrarrestan.Bastaqueel ponente o el presidente muestra gusto en servir a unprohombre, para que todos los demás se complazcan enfastidiarle. Es muy humano.

e) Porque el Magistrado asequible, por su misma condi-ción, teme el escándalo y a jugar demasiado claro.

d) Porque el Magistado tiene mil medios subalternos paracorresponder al favor que espera (señalamientos y sus-pensiones de vistas, noticias anticipadas, facilidades enlos trámites dudosos, etc.).

e) Porque, venturosamente, no están secas en el cuerpojudicial las fuentes del Bien. Todos los días se ofrece

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el caso de jueces que sirven a su conciencia y desagra-dan a sus protectores. Resuelva cada cual su memoria.¿No le brotarán a centenares los recuerdos de pleitos enque los santones fueron derrotados por Letradosmodestísimos? No seamos pesimistas. Hay en la Ma-gistratura mucha más abnegación, mucha más virtud -si dijera heroísmo, no sería hipérbole- de lo que el vulgqsupone.

Recuerdo que siendo yo relativamente joven, hubo unaño en que contendí con las figuras más eminentes dela política, alguna en la plenitud de su poderío. A todasvencí. ¡Ya se ve que soy vanidoso!. Pues bien; en aquelmismo año me derrotaron ignominiosamente -ignominiosamente para mÍ- dos compañeros, uno reciénsalido de las aulas y totalmente desconocido; otro tantosco y falto de sal, que la Sala no podía reprimir la risamientras le escuchaba. Debo advertir que por entoncesyo llevaba varios años de ser Diputado a Cortes.

Cuando hacía mi balance de aquella temporada judicial,me decía: "Si estos descalabros que acabo de sufrir, y queme saben a injusticia y atropello, me los hubiera inferidoalguno de los ex ministros a quienes yo he aventajado enel éxito, ¡qué cosa sospecharía! ¡Cuánta amargura se medepositaría en el alma, pensando que la influencia políticahabía sentenciado contra Derecho! ¿Por qué hemos de su-poner siempre lo peor? ¿No será mucho más acertado ad-vertir que sobre la conciencia pesan múltiples estímulos demuy varia índole y es necio pensar que un hombre, por serjuez, responda sólo al influjo político?

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Reduciendo el caso a fórmula aritmética, diré que en el.vicio que vengo examinando la maldad de los jueces poneun 10 por 100; la incuria del Estado un 40; la cobardía delForo el 50 por 100 restante.

Recientemente, una corriente de opinión profesional, pretendió borrar la mancha pidiendo que se excluyera del

ejercicio a los ex ministros; con posterioridad amplió el vetoa cuantos tuviesen representaciones electivas; ocasiones hahabido en que ha llegado la cruzada contra los Notarios ylos Abogados del Estado, que, sin duda, tienen elemerltospara la captación de asuntos; supongo que la persecución seextenderá a los periodistas, que, con más motivo, puedenseducir al litigante y cohibir al juzgador; sin que tampocoqueden en olvido los que tienen funciones, o participacióno relaciones con las fuertes compañías que pueden dardestinos, pases de ferrocarriles o tranvías, facilidades en laDelegación de Hacienda o en el Ayuntamiento; ni los pollos'casflderos, disponibles para aligerar la carga faIÍliliar delMigistrado; ni los juristas amenos que pueden distraer susocios provincianos dejándose ganar al tresillo o contandochascarrillos oportunos.

No. Por el camino de los vetos llegaríamos a hacer delForo una tertulia de ignorantes y desarrapados donde sólopodrían ingresar los que no tuvieranprestigio social;ni pluma,ni palabra, ni dinero, ni familia... Y cuando lo hubiéramosconseguido, seguirían las cosas como ahora, porque podríanoperar sobre los jueces inconsistentes todas las influenciassubrepticias, inconfesables.

22,5

~

Al revés. El Foro debe alegrarse y enorgullecerse (como10haría cualquier colectividad en su caso) de contar en susfilas hombres políticos, financieros afortunados, literatos"'populares, con poder, con autoridad, con simpatía (2).

Conocidos los orígenes del mal, es bien fácil deducir la~

terapéutica. Con que el Foro sepa hallarse a sí mismo todoestará resuelto. Y si se quiere un índice de drogas, ahí vanunas cuantas:

Constante, ordenada y ardorosa lucha por la indepen-dencia del Poder judicial.

Establecimiento de ~istemáticas relaciones profesiona-les para conocer los casos clínicos, juzgarlos y hacer lo queproceda, cuando proceda.

Exaltación de los méritos forenses, y simple respetopara los que los togados acrediten fuera del Foro.

Frecuentación de la crítica en las Revistas profesionales.

Resurrección de los Colegios de Abogados.

Fomento de las instituciones pata compenetrar a laMagistratura con el Foro. Estamos ante un problema dedignidad, y las heridas de la dignidad se curan con bálsamoque cada cual lleva consigo... o son incurables. Fuera delpropio ser, es inútil buscar remedios.

(2) Exceptúo a los funcionarios públicos. Funcionario y Abogadosuelen ser calidades incompatibles. Descuento, únicamentepara la compatibilidad, a los profesores de Derecho.

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LIBERTAD DE DEFENSA

La Ley nos declara indispensables. Sin embargos, denuestras filas ha salido la tesis de que no lo somos, de quenuestra intervención debe ser puramente potestativa para el

. litigante. ¿Hay otros muchos profesionales que hayan dadoejemplo añálogo de desinterés? Apúntese en nuestro haber,ya que tantas otras partidas se nos cargan en cuentan.

y no sólo mantenemos la teoría, sino que, en cuantopodemos la incorporamos a las leyes. Abogados han sido losque han decretado que puede excusarse su mediación en locontencioso-administrativo, en los juicios de responsabili-

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dad de funcionarios públicos, en los Tribunales industrialesy en las diversas actuaciones señaladas en el Artículo 10 dela Ley de Enjuiciamiento Civil. Conste que otros viciostendremos, pero de absorbentes no se nos puede tachar.

El concepto de que el litigante pueda defenderse a símismo es de tan intrínseca equidad que acabará por preva-lecer. Ningún patrocinio debe ser legalmente impuesto porlas leyes a personas de plena capacidad. Dueño es el enfer-mo de aprovechar o desdeñar los servicios médicos comolo es el propietario para guardar o no guardar sus fincas.Solamente cuando la propia libertad puede influir sobre elbien de terceros o de la masa social, se interpone la auto-ridad del Estado recabando garantías técnicas. Así ocurrecon el arquitecto y el ingeniero, cuyas facJlltades sonirrenunciables porque la seguridad de la construcción noafecta sólo al que manda hacer la obra: así ocurrirá en unporvenir próximo con el labrador, a quien no se dejará enfranquía de cultivar o no cultivar su predio, ni siquiera decultivarlo bien o mal.

Este punto de vista nos conduce a establecer un sistemaseguro en lo concerniente a la libertad de defensa, Y es éste:el particular debe ser libre para defenderse por sí mismo,salvo en los casos en que esa libertad pueda dañar al'derechode las otras partes o al interés público.

Para el ciudadano es vejatorio que le obliguen a decirpor boca ajena lo que podría expresar con la propia, y queuna cosa tan natural como el pedir justiciil haya de confiarlaprecisamente a un técnico. El pretorio debiera tener suspuertas abiertas a todo el mundo, sin atender a otro ritualismoque al clamor de quien solicita lo que ha menester.

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Con ello los Abogados ganaríamos en prestigiosinperdersensiblemente en provecho. Lo primero, porque al no sernuestro ministerio forzoso, sino rogado, se acrecentaríanuestra autoridad. Lo segundo, porque serían pocos los casosen que se prescindiera de nuestra tutela. Véase cuán escasasveces usan los pleiteantes de esa libertad en lo contencioso-administrativo. Pero se trata de una cuestiónde principios,y aunque hubiera de desaparecer por inútil nuestra profe-sión, esto siría preferible a mantenerla cohibiendo a la so-ciedad entera y permitiendo que, en vez de buscamos, nossoporte.

Ahora viene la excepción. Un litigante que informa ensu propio nombre si lo hace mal no daña a nadie más quea sí mismo. Pero mientras subsista el actual procedimientoescrito y las dos instancias, el que da rienda suelta a suspasiones, a sus malicias o a sus torpezas ejercitando accio-nes incongruentes, embarullando el procedimiento con re-cursos improcedentes, proponiendo pruebas absurdas, etc.,más que dañarse a sí mismo perjudica a su contrincante yembaraza el trabajo de los Tribunales. Para estos quehaceresdebe subsistir la obligación de valerse de Letrado, pues aunel más precoz y atrabiliario, el más embrollón y desapren-sivo, tiene algún porvenir que guardar y alguna sanción quetemer, lo cual le hace menos peligroso que un interesado sinfreno actual ni cautela para el futuro.

Tan convencido estoy de que debe irse ganando pasosen la emancipación del justiciable, que doctrinalmente soypartidariode que se consientarecabarel patrociniode ter- '

cera persona, aunque no bastante el título Abogado. Haypleitos -singularmente en lo administrativo- que defendería

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j

mejor que nosotros un ingeniero, un financiero o un com-pañero de escalafón del reclamante(l). Reconozco, sin em-bargo, que el teorema sería de arriesgadísima aplicación,porque daría entrada en el torneo a todo género de picapleitosy curanderos de Themis.

Quizás esto pudiera conjurarse defiriendo en cada casoal Tribunal la potestad de admitir o rechazar la actuaciónde ese tercero no togado. Pero, en definitiva, el concepto noestá bastante maduro -ni tampoco la educación media delos ciudadanos- para pretender darle estado. Baste en el díade hoy con laborar para que ~e abra camino la idea de queel interesado pueda defenderse personalmente, convencién-donos todos de qul'<los Abogados existen para la Justicia yno la Justicia para los Abogados.

(1) En los tribunales industriales se reconoce ya esta facultad,de la que nadie usa.

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EL AMIANTO

Una de las nuevas especies que la guerra(1)ha producidoen la fauna profesional es la del Abogado financiero.

Tengo a los financieros mucha consideración porque sinsu capacidad de iniciativa, sin su sed de oro, sin suacometividad y sin su ética maleable, muchas cosas buenasquedarían inéditas y el progreso material sería mucho máslento. Mas no concibo al Abogado financiero, por la sencillarazón de que si es financiero no puede ser abogado.

(1) Se alude a la de 1914.

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Claro que las empresas financieras necesitan nuestroconcurso, y cuando se lo prestamos debemos sentir el or-gullo de quien coopera a nobles empeños. No ya importante,sino ilusionante es que se multipliquen los puertos y losferrocarriles, los saltos de agua y los bancos, la industria,la navegación y el comercio. Que todo eso se construyasobre bases firmes, que engrane suavemente con los Poderespúblicos y con los intereses particulares, que contrate conacierto, que no tenga pleitos y que triunfe en los que seaninevitables, supone, en los tiempos presentes, aplicacionesinteresantes de la actividad jurídica. Al hablar del novísimoAbogado financiero no me refiero a quienes para tan sim-páticos menesteres evacuan consultas, redactan. estatutos yasesoran verbalmente a Juntas y Consejos,sino a aquellosotros de quienes alguna vez se nos dice para deslumbramos:

- ¡A fulano si que le va bien!. Más de un millón de)

pesetas ha ganado este año. Se dedica a las finanzas. ¡Esasí que es bonita aplicación de la carrera!.

Quiérese decir con esto que Fulano tiene habilidadespecial para estudiar los mercados, gestionar la cesión deun cartera, lograr el traspaso de una concesión, colocar laemisión de obligaciones, etc., etc. Y como en manipulacio-nes tan amplias juegan muchos millones, Fulano no encuen-tra la remuneración en una minuta de honorarios, más omenos elevada, sino en un tanto por ciento del precio, enun paquete de acciones liberadas o de partes de fundador,o en un puesto en el Consejo de administración. Todo locual es legítimo y está muy bien en los financieros, pero noen los Abogados, quienes, mezclando así el interés propiocon el ajeno y poniendo en cada asunto el albur de hacersepoderosos, vienen a consagrar inmensos pactos de cuota-litis; una cuota-litis hipertrofiada.

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Ello es todo lo contrario de lo,que al Letrado corres-ponde. Ha de hallarse éste siempre colocado por encima dela codicia y de la pasión. Si los financieros, con sus empre-sas colosales, ganan el dinero a espuertas, gánenlo en buenahora; el Abogado debe sentirse superior a ese apetito y saberque su palabra es, en medio del vértigo, la serenidad, laprudencia, la justicia. De igual modo, el médico que salvala vida a un multimillonario, es superior a éste, precisamenteporque su ciencia devuelve la salud y no.le hace partícipede la riqueza. .

¡He ahí el gran resorte de nuestra autoridad! Aunque losaristócratas nos consulten, nosotros no debemos ser nuncacontertulios, porque nos rebajaríamos de consejeros atresillistas; aunque seamos abogados de empresas teatrales,no debemos frecuentar los bastidores, para no ser un ele-mento más mezclado en la farándula; aúnque nos visitenmujeres hermosas no debemos galantearlas, para no descen-der de confesores a petimetres;~ o viejos verdes. Asimismo,aunque nos ronde la tentación de la millonada debemosdejarla correr hacia sus naturales poseedores, que son losgeniales y los aventureros, los grandes descubridores y loshombres de presa. Nosotros estamos tan distantes de losunos como de los otros, y nuestra grandeza radica en me-recer la confianza de ambos, sin ser consocios de ningúno.

Poder y riqueza, fuerza y hermosura, todas las incita-ciones, todos los fóegos de la pasión han de andar entre/.nuestras manos sin que nos quememos. El mundo nos utiliz'ay respeta en tanto en cuanto tengamos la condición delamianto.

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LOS PASANTES

¡Oh recuerdos y encantos y alegrías!. ¡Reminiscepciasde la edad dorada en que confluían todas las ilusiones! ¡Lanovia que pronto ha de ser esposa, la primera toga, el primerdinero ganado, el primer elogio dé los veteranos, la primeraabsolución! ¡Un mundo riente y esplendoroso, abierto antelos ojos asombrados que apenas dejaron de mirar a la in-fancia'j ya contemplan en perspectiva próxima la madurez!¿Quién a no tener seco el corazón, dejará de ver con ternuray cariño a la alegre tropa que sale atolondrada de las aulas

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--,

y se instala en los bufetes para descubrir el atrayente mis-terio y disponerse a la conquista del porvenir? (1)

No quiero hablar aquí del pasante fijo que adscribe suvida a la nuestra y nos acompaña durante una gran parte deella con su colaboración. Ese no es propiamente un pasante,sino un compañero fraternal que en el despacho sabe lo quenosotros, pesa lo que nosotros y está a nuestro nivel. Aludoal alegre mocerío que irrumpe en el "despacho de los pa-santes", y sobre el cual cae de lleno la luz de la esperanza,pero se ha de repartir después, en incalculables y aleatoriasproporciones, el triunfo y el fracaso, la bienandanza y ladesventura.

Para la generalidad de los licenciados, las obligacionesdel pasante aparec~n establecidas en este orden:

1° Leer los periódicos.

2° Liar cigarrillo y fumarlos. en abundancia cuidandomucho de tírar las cerillas, la ceniza y las colillasfuera de los c,eniceros y escupideras.

3° Comentar las gracias, merecimientos y condescen~dencias de las actrices y cupletistas de moda.

4° Disputar -,<;iemprea gritos- sobre política, sobredeportes y sobre el crimen de actualidad.

(1) El autor hizo sus prácticas durante cuatro años en el estudiode D. Grabiel Serrano Echevarría. a cuya buena memoria secomplace en rendir aquí el debido tributo de gratitud y hondoafecto que siempre le profesó.

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5° Ingerir a la salida del despacho cantidades fabulo-sas de patatas fritas a la inglesa, pasteles, cervezay vermouth.

6° Leer distraídamenteautos,saltándoseindefectiblemen-te los fundamentos de.Derecho en todos los escritosy, en su integridad, el escrito de conclusiones.

El noventa por ciento de los pasantes pone aquí puntoa sus deberes y sale del despacho para nutrir las filas de laburocracia o casarse con muchachas ricas. Un diez por ciento,después de llenar aquellos menesteres ¡que han sido, son yserán ineludibles!, estudia con interés y gusto, escribe aldictado del maestro, busca jurisprudencia, se ensaya enescritos fáciles, da su opinión en los casos oscuros y asistea diligencias. De ese diez por ciento, un nueve triunfa enlas profesiones jurídicas, venciendo con buenas artes en lasoposiciones; del uno por ciento restante salen los Abogados.

Aun siendo tan escasa la proporción de los que han,decuajar en el Foro, todos deben ser tratados, no sólo consi-deradamente, sino con estimación sincera y franca. La ju-ventud es sagrada, porque es la continuación de nuestrahistoria, porque es menos pesimista y contaminada que loshombres curtidos, porque viene a buscarnos poniendo ennosotros suI fe, porque a nadie sino a ella le será dadoenmendar nuestros yerros, o perfeccionar nuestros aciertos,o dar eficacia a nuestras teorías. La juventud tiene siemprealgo de filial.

De otra parte, el maestro toma sobre sí una enormeresponsabilidad: la del ejemplo. Lo más interesante quese

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aprende en un bufete no es la ciencia, que pocas veces seexterioriza, ni el arte de discurrir, que no suele ser materiainoculable, sino la conducta. Acerca de ella, ,esdecir, acercade la ética profesional, el estudiante no ha aprendido ni unapalabra en la Universidad. Es en e! bufete donde recibirála primera lección. Además, el maestro se ofrece aureoladocon mayores prestigios que el catedrático en el aula, pueséste no suele ser -con más o menos razón- a los ojos delestudiante nada más que un funcionario público, mientrasque aquél se le muestra -también. con mayor o menor fun-damento- como el hombre que supo destacarse y triunfarentre los de su clase. Sus gestos, sus actitudes, sus decisio-nes son espiados por la pasantía propensa a la imitación. Pordonde se llega a la conclusión de que los Abogados tal vezno logramos formar la .mente de nuestros pasantes, peroinvoluntariamente, int1uimos sobre la orientación de suconciencia. .

El pasante, al entrar en el bufete, oirá de su maestro unade estas dos cosas:

- Tome usted estos papeles. Hay que defender a fulano.Aguce usted el ingenio y dígame qué se l~ ocurre.

O bien:

- Tome usted estos papeles, estúdielós y dígame quiéntiene la razón.

El que habla así es un Abogado: el que se expresa delotro modo es un corruptor de menores. Los efectos para elaprendizaje son también distintos. El novato que oye uno.deesos consejos se dice: "Yo soy un hombre superior, llamado

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~

a discernir lo justo de lo injusto". El que escucha el otro,argumenta: "Yo soy un desaprensivo y tengo por misióndefender al que me pague y engañar al mundo". Muy difícilserá que esta primera impresión no marque huella para elresto de la vida. Lo menos malo que al pasante le puedeocurrir es que advierta a tiempo la necesidad de larectificación y haya de consagrarse a la espinosa tarea derehacer su personalidad.

La enseñanza del bufete no tiene otra asignatura sinomostrarse el Abogado tal cual es y facilitar que le vean suspasantes. No hay lecciones orales, ni tácticas de dómine, niobligaciones exigibles, ni sanción. Si bien se mira, existeuna cierta fiscalización del pasante para su maestro, pues,en puridad, éste se limita a decir al otro: "Entérese usted delo que hago yo, y si lo encuentra bien, haga usted lo mis-mo". Por eso el procedimiento de la singular ensefianzaconsiste en establecer una comunicación tan frecuente ycordial cuanto sea posible. Que el discípulo vea cómo elmaestro elige o rechaza los asuntos, que discuta con él, quele oiga producirse con los clientes, que examine sus minutasde honorarios, que se entere de su comportamiento, así enlo público como en lo familiar y privado... El tema de lainvestigación no es el Derecho de ésta o la otra rama: es unomismo.

Suele ser manía difícil de corregir en los Licenciadosnoveles y en sus padres, la de hacer las prácticas en un granbufete y con personaje de relumbrón. Lo tengo por enonneerror, al que hay que achacar lamentables pérdidas de tiem-po. Las razones son clarísimas. El gran Abogado tienemultitud de quehaceres abogaciles, complicados casi siem-

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pre con la vida política, la cienúfica o la t;inanciera,y le faltatiempo para conocer siquiera a la muchachería; cuenta conpasantes veteranos en quienes ha depositado toda su con-fianza, y le basta entenderse con ellos para gobernar eldespacho; y, en fin, es lo natural que se encuentre en aquellaedad en que las energías comienzan a decrecer, y faltanbríos y humor para bregar con la gente joven. Con lo c~alésta agosta una buena parte de sus años floridos, sólo pordarse el gusto de decir "soy pasante de Don Fulano", aquien, si a mano viene, ni ve la cara lunavez por semestre.

En cambio, los Abogados de menos estruendo, pero queson típicamente Abogados, y aquellos otros que, aunquetengan otras aficiones simultáneas, se encuentran en plenajuventud, pueden establecer una relación de convivencia,una compenetración afectuosa, un trato de camaradería,perfectamente adecuados para ver mucho mundo, muchoshombres y muchos papeles, que es, en sustancia, todo lo quese saca de la etapa pasantil.

Siendo esto tan evidente, es deber moral en los Abo-gados favorecidos por el éxito hablar con claridad, aunquehayan de afrontar algunos enojos,/y negarse a admitir máspasantes que aquellos a quienes seriamente puedan atender.

Concluiré expresando mis votos porque algún día, cuan-do se comprendael sentidosocial de la profesión, sea la <

pasantía una colectividad con personalidad propia ante losColegios, y éstos la amparen, estimulen y eduquen. Lasacademi~ prácticas,las subvenciones para viajes, el encargode trabajos especiales, el auxilio al Decano, la relación oficialy recíproca... mil y mil modos hay de que el joven Abogado

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sienta su profesión, como la sienten todos los alféreces antesde salir de la Academia militar.

Ello envuelve un problema grave para el honor y eldesenvolvimiento de nuestro ministerio. L~s Abogados es-pañoles, en nuestro ciego rumbo de individualismo y dis-gregación, no sólo hemos talado el bosque, si.noque cadaaño arrasamos el vivero.

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LA DEFENSA DE LOS POBRES *

(*) Este capítulo no figuraba en la quinta edición (argentina),pero figuraba en las ediciones españolas y nosotros lo inclui-mos en la anterior (sexta edición), que constituyó el primervolumen de El Abogado. (Nota del editor a la octava edición).

Constituye la defensa de los pobres una función deasistencia pública, como el cuidado de los enfermosmenesterosos. El Estado no puede abandonar a quien, ne-cesitado de pedir justicia, carece de los 'elementos pecunia-rios indispensables para sufragar los gastos del litigio. Maspara llenar esa atención no hace falta, como algunos escri-tores sostienen, crear cuerpos especiales, ni siquiera encO-mendada al Ministerio de Fiscal. Los Colegios de Abogados'se bastan para elmenester, lo han cubierto con acierto desdetiempo inmemorial, y debieran tomar como grave ofensa el

. intento de arrebatárselo.

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Se citan ejemplos aislados de torpeza o abandono en ladefensa de oficio, pero si se comparan con los miles demillares de aciertos, abnegaciones, extremos celosos y ju-veniles entusiasmos derrochados en el curso de los siglos,habra de reconocerse que aquella constituye una ~ las másgloriosas ejecutorias de nuestra profesión.

No soy partidario de la especial categoría de "los abo-gados de pobres" reclutada entre los principiantes. Y noporque ellos lo hagan mal, pues repito que su historia esinsuperable, sino porque los demás exhibimos un egoísmoque nos desprestigia ante las clases humildes, cuyo respetotanto importa. Los médicos de los hospitales no son los másinexpertos, sino., al revés, hombres duchos, con frecuenciaeminentes y casi siempre acrisolados en rudas oposiciones.Resulta un pésimo efecto la comparación con nuestra defen-sa deferida a los muchachos recién salidos de las aulas, quehacen de ese modo su aprendizaje in anima viii. No puedeaspirarse (aunque esto sería en verdad lo apetecible y lopiadoso) a que sean exclusivamente las eminencias forensesquienes monopolicen las tutelas misericordiosas. Fuerapedir

. demasiado para romper una tradición social utilitaria yegoísta, que sólo tibiamente empieza ahora a quebrantarse.Pero es perfectamente asequible que turnen en tan noble

. tarea todos los colegiados sin distinción de categorías ni decuotas contributivas. Así se hace en la mayoría de losColegios y así se ha establecido en el de Madrid con an-terioridad a la publicación de la tercera edición de este libro.

Los remolones, que llanamente encuentran salida parajustificar su egoísmo y su pereza, a falta de argumentossustanciosos que, en verdad, no son fáciles de hallar, se

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,

parapetan en la hipótesis de una corrbptela, augurando queno serían los abogados veteranos quienes se ocupasen de losprocesos de oficio, sino sus pasantes, y entre ellos, proba-blemente, los ínfimos de la escala. Y yo a esto replico:primero, que no sería el abandono tan general, como loprueba el hecho de que cuando el turno entre todos seestableció en Madrid -y ahora que se han .restablecido-asistieron y asisten a estrados cumpliendo escrupulosamentesu deber las más altas figuras del Foro, empezando por elDecano; y segundo, que aunque esa delegación fuese ciertay total, siempre resultaría inspeccionada y dirigida por eltitular a quien hubiese correspondido el negocio, con lo cualla inexperiencia del pasante hallaría un asidero de autoridady el interesado quedaría ganancioso. Es inútil fatigar elcerebrobuscapdo amparos dialécticos a tesis absurdas. Dígaseclaramente que somos víctimas, no ya siquiera de la maldad,sino de la inercia discursiva que nos impele a aceptar lascosas tal cual nos las hemos encontrado, y a ver con horrorel cambio, cualquiera que sea.

Otro aspecto tiene la defensa de pobres, más profundoy grave: el de la abundante inmoralidad y los punibles finescon que se utiliza el benefiyio de pobreza, degenerado fre-cuentemente en ganzúa para forzar las cajas de los ricos oen llave inglesa con que amenazar la tranquilidad de lospacíficos. En alguna ocasión fue presentado al Congresocierto proyecto de reforma de las leyes orgánica y proce-sales, en el que se suprimía para el litigante pobre la libertadde designar abogado y se confiaba su amparo al Ministeriopúblico, intento que quedó absolutamente frustrado. Lainnovación hubiese sido bastante grave para que pudieratomar ambiente sin comentario ni protesta.

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.....

El abuso de las pobrezas ha llegado a ser, efectivamen-te, motivo de positiva alarma para todo el que tenga algúninterés que guardar. No es, por desdiCha,menos cierto que,pareja a la inmoralidad del litigante, suele ir la profesionalde su defensor, sin la cual no encontraría aquélla medio

eficaz <;leprevalecer.

Pero, a pesar de todo, no se puede desconocer que siel beneficio de pobreza es utilizado frecuentemente conmalicia punible, hay una mayoría de casos que se aprovechapor quienes realmente tienen derecho a él y para fines per-fectamente lícitos que frecuentemente logran prosperar antelQsTribunales de Justicia. Siendo ésta la realidad, constituyeun enorme vejamen contra los menesteroso s el imponerlesser defendidos por el Ministerio Fiscal.

Nadie podrá sostener serenamente que ese organismo,integrado por funcionarios públicos sometido a una discipli-na oficial, amovible en todos sus grados y jerarquías yagobiado por los múltiples quehaceres que la defensa de laley impone, esté capacitado para amparar en justicia a quienesno pueden realizar desembolsos.

No cabe excusar el yerro tomando en cuenta laelevadísima función social que alla Fiscalía competete. Pormuy respetables que sean la institución y cada uno de susmiembros, hay en la vida otro principio más respetabletodavía: el de la libertad civil para que cada uno ponga susderechos bajo la defensa de quien le plazca. AdmÍrable ybendito es el hospital donde médicos eminentes, religiosasabnegadas y Estados generosos procuran remediar la dolen-cias corporales; mas nadie se atrevería a regatear al último

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"

de los pordioseros el derecho de entregar su salud a unmédico de su confianza, por inepto, inexperto y torpe quefuese.

Un Fiscal, funcionario público, no puede poner al ser-vicio de un litigante el tiempo, el ardimiento y la especialcompetencia que un Letrado. El litigante no tendrá ni siquie-ra fácil acceso al estudio de su patrono para contarle suscuitas y solicitar su consejo. Y todo esos, que es grave encualquier caso, adquirirá caracteres de conflicto político sise toma en cuenta que estos litigantes pobres ejercitan todoslos días acciones creadas por la llamada legislación social,batallando frente a sus patronos más o menos poderosos.Los obreros que reclaman indemnización por accidentes deltrabajo no se allanarán fácilmente a creer que ha hecho todolo necesario para su defensa en empleado representante deuna sociedad capitalista y burguesa; 'y cuando llegue el falloadverso, no habrá quien impida que lo supongan debido asu indefensión. Podrá ello no ser cierto, mas no evitará lainquietud, la desconfianza y la protesta de los necesitados.

Otras muchas veces se encuentran los desprovistos debienes materiales en la precisión de contender con empresasfortísimas. Y será, en verdad, espectáculo amargo que la leyprive a aquéllos del prjmario y elemental derecho de buscarsu defensor. Insistamos en esta dolorosa realidad. Un pobretiene que litigar contra una empresa. Al pobre no se lepermite valerse de Abogado de su confianza y se le entregaen manos del Fiscal. La Compañía está prácticamente repre-sentada por un Ministro, acaso por el propio Ministro deJusticia, que continúa sus tareas profesionales valiéndose dela firma de un pasante. Ese Ministro de Justicia podrá tras-

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ladar al Fiscal donde le plazca, sin responsabilidad alguna.¿Contará ese funcionario fiscal con la independencia indis-pensable para arremeter briosamente contra la Compañía?y aunque tenga madera de mártir y lo haga, ¿se creerá ellitigante debidamente asistido? ¿lo pensará la opinión públi-ca? Muy lejos de eso, estimará que ha sido extremado elrigor contra los indefensos y muy olvidada la cautela contrael abuso de los influyentes.

AlIado de estos riesgos típicos quedan muy esfumadosotros de menor alcance, pero que, considerados aisladamente,tampoco lo tiel).encorto. Así, por ejemplo ¿quién tendrálibertad piara interponer un recurso, el litigante o el Minis-terio Fiscal? Un Letrado que no estime pertinente apelar orecurrir en casación Pttede abstenerse de hacerla sin causarcon ello daño irreparable, puesto que lo que él no hace lorealizará otro compañero. Pero cuando el Fiscal no quieraapelar o recurrir y el litigante desee hacerlo,l¿qué ocurrirá?¿Se sacrificará el derecho del ciudadano para que prevalezcalo que ya no sería consejo, sino mandato del funcionario?y si no se hace esto, ¿habrá un funcionario fiscal que conentusiasmo desautorice las opiniones óe su colega?

En este mismo orden de consideraciones cabe preocu-.parse de lo que ocurrirá cuando un pobre litigue contra otropobre. Rota la unidad del Ministerio público, se verá a unode sus individuos luchar contra otro, con quebranto de laautoridad de los dos y sin sosiego de ninguno de ambosdefendidos, que no acertarán a ver en sus amparadoresaquellaindependencia de juicio y aquel desembarazo de conductaque sólo es patrimonio de los que ejercen profesiones libres.

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Además, el conflicto de conciencia que se presentaríapara Fiscales y Magistrados es verdaderamente grave. Nose tratará en la materia civil, como en la criminal o en lacontencioso-administrati va, de que el Ministerio Fiscalcumpla sistemáticamente un deber ineludible, con lo que suautoridad no pierde nada aunque sea vencido en la contien-da. Se tratará de que determine por su libre juicio qué asuntoes defendible y cuál no lo es. Si el Tribunal declara en susentencia que la acción es temeraria o maliciosa, la manchaque esto acarrea no caerá sólo sobre el pleitista, sino quealcanzará al Ministerio Fiscal. Y si por huir de tal riesgo elFiscal hila demasiado delgado en la admisión de asuntos (locual, por cierto, coincidirá con su comodidad), quedarán mily mil derechos abandonados en homenaje al prestigio co-

'lectivo y al amor propio individual de- los funcionariosllamados a mantenerlo.

Tampoco dejará de ser curiosa la contienda establecidaentre dos servidores del mismo Estado (el Fiscal y el Abo-gado del Estado) sobre concesión o negativa del beneficiode pobreza. Un Fiscal atacando al Fisco constituye novedadapreciable.

La peligrosa innovación sugiere otras mil consideracio-nes. Pero no es necesario ni útil prolongar por más tiempolas que quedan esbozadas. baste decir, en conclusión, queno cabe negar un elemental derecho a todos los ciudadanospohres, sólo para prevenir un mal que algunos positivamen-te hacen. Lo pertinente es respetar el derecho general yestablecer una sanción rigurosa para quienes abusen de él;llevando la firmeza hacer solidarios del daño causado, allitigante, a su Abogado y a su Procurador, si bien fiando al

.

arbitrio de los Tribunales la aplicación de esas medidas que,por desgracia, serán precisas no pocas veces, ya que nofaltan (aunque si se ha de hablar en justicia, tampoco abun-dan) los profesionales que hacen de su oficio granjería y seconvierten en sistemáticos perturbadores del derecho ajeno.

Las medidas que cabría aplicar son, a mi entender lassiguientes:

1° Cuando uno de los litigantes utilice el beneficio depobreza, el otro quedará revelado del uso del papelsellado y de todos los gastos que produjesen en elTribunal.

2° Si el litigante pobre fuese condenado en costas y nolas satisfaciere, el Tribunal tendrá en sus libres fa-cultades decretar el apremio personal por insolven-cia a razón de un día de prisión por cada veinticincopesetas no pagadas. (Esta norma ha venido a tenerrealidad en el R.D. de 3 de febrero de 1925, mo-dificando el arto 32 de la Ley de Enjuiciamientocivil). La parte beneficiada con la condena podráperdonar la ejecución de este apremio.

3° Igualmente tendrán facultad los Tribunales paradeclarar solidarios en todo o en parte del pago delas costas al Abogado y al Procurador que hayandefendido al litigante pobre. Si en el plazo señaladono las abonaren quedarán suspensos en el ejerciciode su profesión hasta tanto que las dejen saldadas.

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LA TOGA (*)

(*) Es de justicia recordar un Inspirado artículo' que sobre estemismo tema publicó D. Federico Campoen el número de laRevista de los Tribunales de 11 de enero de 1919.

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¡todas las apariencias tienen su íntimo sentido!- empeñémo-nos en poner uniforme al somatén catalán y desaparecerá elsomatén. .

y es que, así como los signos ofrecen el inconvenienteantes señalado de que se tome el signo por la esencia y seforme una mentalidad frívola y superficial, así también lafalta de signos lleva a un rebajamiento de las esencias,perdiéndose primero un traje, y luego la circunspección queimpone el traje, y luego la virtud de que solía ser nuestrala circunspección...

La toga, pues, no es por sí sola ninguna calidad, ycuando no hay calidades verdaderas debajo de ella, se re-duce a un disfraz irrisorio. Pero después de hecha estasalvedad, én honor al concepto fundamental de las cosas,conviene reconocer que la toga, como todos los atributosprofesionales, tiene, para el que la lleva, dos significados:freno e ilusión; y para el que la contempla, otros dos: di-ferenciación y respeto.

Es freno, porque cohíbe la libertad en lo que pudieratener de licenciosa. La conversación innecesaria con gentesruines, la palabra grosera, el gesto innoble, el impulso ira-cundo, la propensión a la violencia quedan encadenados, yaque no extinguidos, por imperio del traje talar. En el enojode la polémica ¡cuántas pasiones torcidas son'sofocadas porla toga! "Ahora yo le diría... ahora yo descubriría... a lasalida yo haría... Pero no puede ser. ¡Llevo la toga puesta!"y sólo con .estolos nervios se templan, la rebeldía se reduce,el furor se acorrala, y la irritación busca válvulas en laseveridad contundente, eh la.ironía acerada, en la imprecación

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ardorosa... Con lo que la bestia humana cede el pa&oa lasemanaciones más delicadas y alos refinamientos más sutilesdel entendimiento. Esto sin contar con que la toga es unode los pocos recordatorios de que constituimos clase(l)y deque en los estrados no está sola nuestra personalidad, acasoindomable, sino también la dignidad colectiva de todosnuestros compañeros, depositada en nuestras manos en aquelminuto. Ante una mala tentación allí donde nos exhibimos

. al público con la solemnidad de nuestra ropa oficial, nodiscurrimos sólo "¡qué pensarán de mí!", sino también ysimultáneamente "¡qué se dirá de los Abogados!".

Mirad a un individuo que va por la calle con americanay flexible. Puede hablar sin decencia, detenerse con mujeresescandalosas, embriagarse. Poned a ese mismo hombre ununiforme y una espada, y en el acto enfrentará su irreflexión.No es que el malo se haga bueno, pero no ofenderá a los.demás con su descaro. Mas, ¿a qué buscar ejemplos fuerade casa? El Abogado que asiste a una diligencia en el localinfecto de una escribanía, usa un léxico, guarda una com-postura y mantiene unas fórmulas de relación totalmentedistintas de las que le caracterizan cuando sube a un estradocon la toga puesta.

La toga es ilusión. No puede cada hombre -quizás nonos convenga- limpiarse del deseo de ser una cosa distintade los demás. No distinta por los arrumacos y floripondios,sino por nuestra función, por nuestro valer, por nuestrasignificación. Y la toga nos recuerda la carrera estudiada,

(1) Véase el capItulo titulado Ls clsse.

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..

Nunca olvidaré la extrañeza, entre asombrada y zumbo-na, que mostraron unos compañeros argentinos a los queenseñé nuestra toga y nuestro birrete. Se maravillaban de suarcaísmo y preguntaban si no se podía hacer justicia sin tanraro ropaje. Yo, en cambio, me maravillaba -aunque no selo dije- del sentido mercantil que en sus labios tomaban lascosas judiciales.

Muchos españoles, con todo y tener acostumbrada lavista, muestran idéntica sorpresa, y algún humorista hapreguntado qué relación puede haber entre la justicia y ungorro poligonal de ocho lados.

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Realmente, parece algo pueril confundir las virtudesmás excelsas con atributos de vestidura; sin que sea pequeñoel riesgo de que, tomando la representación por lorepresen-tado, crean gentes superficiales que la casulla es religión yla bandera patriotismo y la toga justicia. Satisfechos losojos, se excusa la intervención del alma, y así se juzgapatriota el que saluda con ceremonia cómica a la bandera,aunque defraude diariamente al Tesoro Nacional, y se tienepor religioso el que va a la procesión con cirio, sin perjuiciode vivir en alegre adulterio, y se reputan hombres de justiciasujetos venales o danzantes sólo porque llevan una túnicanegra o una placa. dorada.

No hay, pues, que sacar de sus límites los valorespuramente alegóricos; mas tampoco cabe suprimirlos capri-chosamente,porque ni fue arbitraria su invención ni se borrande cualquier modo los hechos seculares.

En una sociedad ideal donde el pueblo sintiera el bienpor el bien mismo, pusiera espontáneamente su voluntad enestrecha disciplina, acatase los valores y mantuviese entensión su sensibilidad sin necesidad de excitaciones delexterior, sobrarían, y aun serían ridículos, banderas y estan-dartes, cintas y galones, músicas y estrados. Mas, por des-gracia, no creo que exista ese pueblo soñado, en que todoes sustancia anímica y nada piden los sentidos: desde luego,España no lo es. ¿Para qué necesita, mirando las cosassustantivamente, estar uniformado un ejército? ¿No se pue-de r~spetar un juramento, prestar un servicio y hacer deja-ción de la vida vistiendo cada soldado como le plazca?Cierto que sí. Y sin embargo, suprímase el uniforme y elbatallón quedará transformado en una horda. En cambio -

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lo elevado de nuestro ministerio en la sociedad, la confianzaque en nosotros se ha puesto, la índole cienúfica y artísticadel torneo en que vamos a entrar, la curiosidad, más o mc.:nosadmirativa, que el público nos rinde... Cuando todo eso pasapor nuestra mente (y pasa siempre, en términos más o menosdifusos) la toga es un llamamiento al deber, a la verdad ya la belleza. Con la toga puesta, ante un público, interesadoo indiferente, pero siempre censor, junto al anhelo del éxitojudicial y al de la vanidad artística (¿por qué no confesar-lo?), aparece la necesidad de ser más justo, más sabio y máselocuente que los que nos rodean; el temor a errar o adesmerecer; el respeto a los intereses que llevat1losentremanos... ¡Ah! Eso del peso de la toga sobre los hombrosno es un tópico vano, aunque el uso le haya hecho cursi.La toga obra sobre nuestra fantasía y haciéndonos limpia-mente orgullosos, nos lleva, por el sendero de la imagina-ción, a la contemplación de las más serias realidades y delas responsabilidades más abrumadoras. La ilusión es esti-mulante espiritual y potencia creadora de mil facultadesignotas, y alegría en el trabajo y recompensa del esfuerzo...Todo eso significa la toga, toda ésa es su fuerza generatriz.Declaro que al cabo de cuarenta y dos años de vestirla, niuna vez, ni una sola, me la he puesto sin advertir el rocede una suave y consoladora emoción.

La toga es, ante el público, diferenciación. Por ella senos distingue de los demás circunstantes en el Tribunal; ysiempre es'bueno que quien va a desempeñar una alta misiónsea claramente conocido.

La diferenciación no sería nada si ~o fuera acompañadadel respeto. Y el pueblo, ingenuo, sencillo y rectilíneo, lo

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tributa con admirable espontaneidad. En los pasillos de unaAudiencia, casi todo el mundo se descubre al paso de untogado, aunque no hay disposición que lo ordene, ni alguacilque lo requiera. Y no es por temor ni por adulación. Temor¿de qué? Adulación ¿para qué? Es porque el clarividentesentido popular, al contemplar a un hombre vestido de modo

tan severo, con un traje que consagraron los siglos, y quesólo aparece para menesteres trascendentales de la vipa,

. ' discurre con acertado simplismo: "Ese hombre debe ser buenoy sabio".

y sin duda tenemos la obligación de serIo y de justi~carla intuición de los humildes. ¡Pobres de nosotros si no loentendemos así y no acertamos a comprender toda la aus-teridad moral, todo el elevado lirismo que la toga significa

. "e Impone..

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LA MUJER EN EL BUFETE

Dos mujeres requieren especial consideración para elAbogado: la mujer propia y la mujer cliente.

La dulce tiranía femenina, que gravita sobre el hombree influye en él por manera decisiva -pese a sus alardes desoberanía- tiene mayor interés en las profesiones que elvarón ejerce dentro de su hogar. Un empleado, un militar,un comerciante tienen la vida partida.En su casa estándurantelas horas de dormir, las de comer, y acaso otras pocas más.El resto del día, consagrado a vivir su oficio, lo pasan enun ambiente extraño. sometidos a otras influencias. en ne-

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_.

cesaria promiscuidad con amigos, compañeros y dependien-tes; y esa alteración de relaciones hace más sencillas lasobligaciones de los cónyuges, que pueden seguir sus vidasrespectivas aisladamente y apetecer los momentos de re-unión.

Los literatos, los notarios, los médicos de consulta y node visita, los abogados, han de fundir en un mismo períme-tro las exigencias de su carrera y el desenvolvimiento de sufamilia, cosas no muy sencillas de armonizar. El bufete esun hbgar con independencia de oficina y una oficina conmatiz de hogar. Si se advierte la rabieta de los chicos, losmandatos a la servidumbre o el ajetreo de la limpieza, pierdeel despacho .su indispensable tinte de solemnidad y recato,apareciendo comprometidas la serenidad de su destino y lareserva profesional. Si, al revés, no se nota que hay allí,aunqúe invisible, una familia y no se percibe la magia in-confundible de un alma de mujer, el estudio ofrece fácil-mente la sensación de las covachuelas curialescas o de lascasas comerciales. Ha]]ar el punto preciso para este condi-mento no es cosa sencilla, y suele estar reservada a seresdelicados.

Esto en cuanto a la exterioridad: que en punto a lointerno, por lo mismo que el Abogado actúa en su casa, lamujer ha de hacérsela singularmente apetecible, para que nocorra a buscar fuera de ella el esparcimiento, reputándolalugar de cautiverio en vez de remanso de placidez.

Un Abogado soltero, por talentudo y laborioso que sea,siempre resultará Abogado incompleto. Sólo el matrimonio,y más aún la paternidad, y más especialmente todavía el

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avance en la paternidad misma, nos brindan una compren-sión, una elevación, una serenidad que abre en las fuentesde lo subconsciente y determinan en los hombres la plenitudde la piedad, de la transigencia, de la efusión. Los grandesdramas familiares, ni suelen ser confiados a quien no fundófamilia, ni, en caso de serIo, llegan a ser totalmente pene-trados por el célibe. Los verá con el cerebro, no con elcorazón: y ya he dicho reiteradamente que el cerebro soloes bien poca cosa para abogar.

La esposa de un intelectual ha de tomar un hondo in-terés en sus trabajos, reputar su función como admirable ynobilísima, facilitarle el reposo, la calma y los varios ele-mentos accidentales que aquélla requiere, auxiliarle hastadonde sus fuerzas lleguen y el esposo necesite, poner deseoen participar de las alegrías como de las depresiones, y, sinembargo, detenerse en e] lindero de la curiosidad imperti-nente, ver los quehaceres de su compañero por la facetaglorificadora y no por el prosaísmo pecuniario, tomando elcerebro masculino y a su ocupación como simples maqui-narias de provisión de la despensa...

Vuelvo a una distinción otras veces expuesta. Los queno ejercen profesiones espirituales pueden pasarse sin com-partir con sus compañeras la preocupación profesional... yaque para ellos casi no existe. Mas para quien, por debercontinuo, tiene el alma llena de problemas, de obsesiones,de anhelo, de ilusión, no puede haber divorcio más amargoque el de contemplar ajena para todo aquello ¡que es suvida! a la compañera de su tránsito por el mundo.

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......

¿Concebís desengaño superior al de un novelista cuyamujer no lea sus novelas? Pues amargura igual sufren elmédico y el abogado cuando tropiezan con mujeres quecrían muy bien a los hijos, que administran muy bien lacasa, pero que no se intrigan poco ni mucho por el éxito delos litigios o por la salud de los enfermos.

Cierto que también hay casos en que la mujer pretendeinteresarse en las alternativas profesionales del marido y eséste quien la repele diciéndole groseramente: "¿Ya ti quiénte mete? ¡Las mujeres no entendéis de esas cosas!" Consteque los que profieren esta delicada sentencia no son Abo-gados, sino guardacantones con birrete.

/ .Ya iniciada la esposa en los negocios conyugales, hay

dos puntos en que su dignidad y su entendimientÓ quedanpuestos a definitiva prueba: en no pretender entrar nunca en .el secreto profesional, que los Letrados debemos guardarcon máxima intransigencia, y en no encelarse de las demásmujeres que han de encerrarse con sus maridos y hacerlesdepositarios de los más íntimos y graves secretos.

Existen señoras que tratan a los clientes, les dan con-versación y acaban visitándose con sus familias. ¡No hay

I bufete que resista la intromisión de tales marisabidillas! Otrasno quieren ni enterarse de que existe el despacho. A éstas,quien de fijo no las resiste es su marido.

Como este libro va dedicado a compañeros principian-tes, les diré que importa mucho para vestir la toga (cuyabolsa, por cierto, debe ser bordada por la novia o la esposa)casarse pronto y casarse bien.

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¿Procedimiento? Enamorarse mucho y de quien lo I1Íe-:rezca.

¿Receta para encontrar esto último? ¡Ah! Eso radicaenlos arcanos sentimentales. El secreto se descubrirá cuandoalgún sabio atine a reducir el amor a una definición.

Nada más de la mujer. Vamos con las mujere,s.

Vóy a hacer a mis jóvenes lectores una dramática de-claración. El Abogado no tiene sexo. Así, como suena.

Es decir, tenerle sí que le tiene... y, naturalmente, no leestá vedado usar de él. Pero en su estudio y en relación conlas mujeres que en él entran, ha de poner tan alta su per-sonalidad, ha de considerarla tan superior a las llamaradasde la pasión y al espoleo de la carne, que su exaltación leconduzca a esta paradoja: el Abogado es un hombre superioral hombre.

No se crea que ésta es una postura de asceta presuntuo-so o de dogmatizante a poca costa. No. Se pueden cumplirlas bodas de oro con el oficio y sentir todavía el hálito dela juventud. ¿No os parece miserable o repugnante el con-fesor o el médico que se aprovechan de la.situación excep-cional que su ministerio les procura para plantear una in-sinuación amorosa a las mujeres que se les descubrieronporque no tenían más remedio que hacerlo así? Pues en casosemejante, no es menor al villanía del Abogado. Si acaso,es mayor, porque suelen quedar en sus manos armas coac-tivas que los otros no tienen y que hacen que la vileza sea,además, cobarde.

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Se dan casos en que el Abogado no es iniciador delataque, sino víctima de un rapto previamente concebido porla consuItante. El que cae en esta red no se deshonra porinsolente, pero se desacredita por tonto.

Sed, pues, castos, jóvenes colegas... si podéis. Y si no,perrochad vuestros conatos amatorios fuera del despacho.Debajo de la toga no se concibe a don Juan Tenorio, sinoa don Juan de Lanuza.

No miréis la cara de vuestras clientes. Por hermosas quesean, siempre hay algo más atractivo que examinar en ellas:el juicio. ¿Es por superioridad de inteligencia o de cultura?Ciertamente no. Será por intuición nativa, o por tendenciaa la desconfianza, o por maypr esmero en la defensa de losintereses... Será por 10 que sea, pero es 10 cierto que, ge-neralmente, las mujeres dan en todos los asuntos una asom-brosa nota de clarividencia. Diríase que olfatean el peligroinstintivamente, o que tienen privilegio de adivinación. Ellasno razonarán el porqué de su tendencia; pero cuando dicenque se vaya por aquí o que no se vaya por allá, hay quetomarlo en cuenta con gran esmero porque rara vez dejande acertar.

Hasta tal punto creo en la influencia, en la saludableinfluencia de la opinión femenina, que suelo inquirirla aunsin conocer a la mujer. M4s de cuatro veces he sorprendidoa un consultante que me confIaba un problema abstruso,preguntándole: "¿Es usted casado?". Y añadiendo, ante surespuesta afirmativa: "¿Qué piensa su mujer de usted?"Pasada la estupefacción del primer instante, el consuItante '

reacciona, hurga en su memoria ¡y casi siempre se encuentra

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"

materia aprovechable en el dictamen feménino! Una vezdice la esposa que no se asocie con Fulano, porque no esde fiar; otra, que liquide la industria, porque necesariamenteirá de mal en peor; otra, que ceda ante la exigencia de Ay no se rinda ante la de B; otra, que compre o venda taleso cuales valores. Casi nunca llega en sus argumentos másallá de me lo da el corazón, ¡pero casi nunca se equivoca!

Consideremos, pues, a todas las mujeres, y reverencie-mos de modo expreso a las madres. iOh, las madres en elbufete! Dudo que en ninguna otra parte se manifieste coni~ual intensidad su grandeza moral. Nadie como ellas con-cibe y disculpa los extravíos; nadie como ellas se desprendede los bienes materiales; nadie como ellas pelea; nadie comoellas perdona. Quien no ha visto a una madre sostener laposesión de los hijos en medio de un laberinto litigioso, nosabe de lo que una madre es capaz. El ardid, el sacrificio,la abnegación, la violencia, el enredo... todo es para ellahacedero con tal de defender al hijo. Ante su ingenio sucum-ben los más avisados, ante su energía se rinden los másvalerosos. Ni el imperio de l~ ley, ni la fuerza material desus ministros valen nada ante una madre. En el curso denuestra carrera se dominan muchas dificultades y se vencenmuchos adversarios; pero nada se puede frente a las madres.y lo de menos es que tengan o no tengan razón. jSon madresy lo atropellan todo! Si bien se mira, ¿puede haber una razónmayor?

Algún colega, con la experiencia de que se suele alardearentre los veinte y los veinticinco años, guiñará el ojo, entremaliCioso y compasivo, y preguntará:

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-,

-De modo que, a juicio de este señor, ¿hay que creeren la mujer?

y este señor le responde con un fervor desbordante:

- ¡Hay que creer! Porque el desventurado que no creaen la mujer, ¿a dónde irá a buscar el reposo del alma?

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HACIA UNA JUSTICIA PATRIARCAL*

(*) Este capítulo no figuró en las ediciones españolas del libro;pero el autor lo desarrolló en el Apéndice a la quinta edición(argentina), titulado Cuestiones Judiciales de la Argentina.Consideramos que tiene el valor y la significación de unasíntesis del pensamiento judicial y procesal del autor; y poreso lo hemos incorporado a la presente edición. (Nota deleditor a la octava edición).

/

Las condiciones apetecibles e indispensables, según mientender, para un buen procedimiento judicial, son estascuatro: oralidad, publicidad, sencillez y eficacia. En breveesbozo me ocuparé de ellas.

ORALIDAD

La justicia debe ser sustanciada por medio de la palabra.Esto por las siguientes razones:

Primera: Por ley natural. ~AIhombre le fue dada lapalabra para que, mediante ella, se entendiera con susse-

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mejantes. La escritura es un sucedáneo hijo del progreso. Noobstante la invención de la escritura y sus enonnes adelantospsicológicos, literarios y mecánicos, todos preferimos la co-municación verbal como sistema sencillo de poner en cir-culación nuestros pensamientos y nuestros estados de con-ciencia.

La palabra hablada consiente el diálogo? la réplica ins-tantánea, la interrupción, la pregunta y la respuesta. En elcurso del infonne de un letrado.,al Juez se le pueden ocurrirnumerosas dudas o aclaraciones que cabe plantear y escla-recer en el acto dirigiéndose al infonnante.r;n el procedi-miento escrito, el Juez no ,puede entretenerse en enviarcomunicaciones a los abogados para los fines dichos. Laprueba es que no se hace ni está previsto en las leyes.

Es también propio de la naturaleza que la palabra habladarefleje situaciones de ánimo que en la escrita se disimulanu ocultan fácilmente. Un pliego de papel no permite adivi-nar la verdadera posición íntima del escritor. En la oraciónhablada, prontamente se conoce al embustero, al maniático,al obcecado, al incomprensible, al intransigente. Suele de-cirse que "el papel lo soporta todo". Es gran verdad. En lasoledad del estudio, la pluma o la máquina pueden estamparimpunemente errores, falsedades y herejías. Parq el que hablano existe la misma libertad, pues se echan sobre él la pro-testa del adversario, la autoridad de los Jueces y aun lacensura pública que no necesita ser explícita para dejarseadivinar.

Por algo la sabiduría popular estableció este aforismo:"hablando se entiende la gente".I280

~

Segunda: Por economía de tiempo. Una de las nece-sidades más apremiantes para la justicia es que los asuntosno duren sino lo estrictamente indispensable. En el proce-dimiento escrito hay tantos o cuantos qías para cada dele-gación, para cada recurso, para cada decisión interlocutoria.En el procedimiento oral todo va sobre la marcha. Un juiciocriminal puede ofrecer tantas complicaciones como un jui-cio civil, pero las del primero se ventilan en unas horas ylas del segundo en unos meses o en unos años.

Tercera: El procedimiento oral es el supuesto impres-cindible para la publicidad. La existencia de una o de dosinstancias, el sistema de juicio oral o de apelación coninformes verbales, son materia distinta que examinaré luegoy que cada cual puede resolver como guste. Lo sustanciales que hablen a los Jueces las partes o sus Letrados.

Cuarta: Por seguridad de que los Jueces se enteren delas cuestiones. Claro que el Juez o Magistrado que recibeunos autos los debe estudiar y hemos de suponer que lohace... Mas ¿quién nos asegura que efectivamente ocurreasí? Puede leerlos bien o leerlos malo no leerlos. Puede

entender todas las razones o dejar de entender algunas y eneste último caso no tiene a quién pedir mejor explicación.Puede someter el estudio a los apremios del tiempo, a lasnecesidades de la salud, a los estímulos de la impaciencia.En una vista oral no tiene más remedio que oír todo cuantolos abogados digan, a menos que sea impertinente y deballamarles la atención encarrilando el uso de su derecho.

Contra unos abogados que habla!] no hay más defensa quedormirse, pero esto es caso de escándalo o de ridículo queel público comenta y que desprestigia al funcionario ponien-

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do en riesgo, si lo tiene por sistema, su propio destino.Cuando yo empecé a ejercer alcancé a ver Magistradosdormilones. Hoy-en España es caso rarísimo que alguno de"una cabezadita". La práctica del procedimiento oral nos haido educando recíprocamente a Jueces y Abogados. LosAbogados llevamos la delantera a los oradores de todos losdemás géneros en la evolución del arte, pues cada día somosmás concisos, llanos, diáfanos e ingeniosos. Hay algunosinformes que duran entre una y dos horas, una mayoría demedia hora o poco más, y una porción considerabilísima quese despachan en menos de quince minutos. Los Magistra-dos, por su parte, son cada día más atentos y respetuosos.Si se les diera la facultad de preguntar y dialogar, el régimensería perfecto.

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Una de las cosas que más nos sorprenden, no sólo a losjuristas sino a todos los españoles cuando nos ponemos enrelación con América, es encontrar un sistema de justiciaescrita y reservada. Si a un Abogado hispánico se le dijeraque no iba a poder exponer sus razones de viva voz anteun Tribunal que le escuchase en audiencia pública, noconcebiría la razón de su oficio. Si al más modesto o iletradode los obreros se le dijera que los delitos iban a ser juzgadossin que él tuviese derecho a entrar en la sala del juicio yenterarse de todo lo que allí ocurre, haría del tema una gravecuestión política. Si los profesores, los tratadistas, los po-líticos no pudieran tomar noticia de cómo se ventilan lospleitos contencioso-administrativos o los recursos deinconstitucionalidad o los litigios de aplicación de las leyes

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sociales, creerían que todo lo estatuido sobre esas materiasera letra muerta. Si el público en general no tuviera laseguridad de poder leer en los periódicos cómo se sustan-cian las causas criminales interesantes y aun apasionantes,qué declara cada testigo, cómo han dado dictamen los pe-ritos, qué argumentos han expuesto en sus informes elMinisterio Fiscal y los abogados y cuáles son los contenidosde veredictos y sentencias, desconfiaría de todos los órganosdel Poder. Porque, en efecto, las leyes, los reglamentos delGobierno y la conducta de los funcionarios, significan bienpoca cosa si cuando llegan a establecer contacto con larealidad en los choques conpretos de la vida, la opiniónpública ignora la virtualidad de las aplicaciones y la sanciónde los errores.

En materia penal tenemos instancia única, en juicio oraly público con jurados o sin ellos según los delitos. Contrala sentencia se da recurso de casación que se resuelvemediante vista pública también.

En materia civil subsisten dos instancias, la primeraante Juez único con discusión escrita que finaliza en losescritos de conclusiones o en vista pública según quieran laspartes; y la segunda, ante Tribunal colegiado, con el únicoobjeto de llegar a la vista pública en que informan los le-trados. Hay igualmente recurso de casación.

Públicos y orales son los debates en el orden conten-cioso-administrativo, en los asuntos de derecho socialy hastaen los Tribunales militares. El propio juicio sumarísimocuyasola invocación asusta, es público igualmente.

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Cuarenta y dos años de ejercicio intensísimo de miprofesión me han suministrado tales datos de experienciapersonal, que me hacen amar apasionadamente el sistemaoral y público. Ya he contado que un día, por una trabacueÍ1taen las citaciones, dejamos de asistir a la vista en la Audien-cia de Madrid, los dos abogados de las partes. La Salaestudia el caso sin oímos y acuerda confirmar la senten~iadel Juez. Puesta en claro la equivocación se anula lo actua-do, se celebra la vista e informamos. La Audiencia revocala sentencia apelada. De modo que, por oímos, entendióabsolutamente lo contrario de lo que había entendido sinescuchamos.

Otra vez en el Tribunal Supremo, el Magistrado ponenteen un pleito mío, me hace la confianza de decirme unosminutos antes de comenzar la vista, que, a su entender, notengo razón y que lleva preparado un proyecto de sentenciarechazando mi recurso. Celebrada la vista, gané el pleito.

Casos como éstos podía citar a centenares, todos ellosdemostrativos de que, aun siendo los Magistrados muycompetentes y teniendo la mejor voluntad, una cosa es verlos asuntos en la soledad de un gabinete mediante la lecturade unos autos frecuentemente farragosos, y otra muy distin-ta escuchar la voz de los letrados que se esfuerzan en sin-tetizar las cuestiones, en exponerlas con claridad y cn acen-tuar sus informes con las notas de la razón serena y de lalegítima pasión.

La falta de informes orales introduce en los pleitos unelemento decisivo e irresponsable. Me refiero al Magistradoponente o a quien haga sus veces. Exista o no exista ofi-

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cialmente una persona investida de esa función, la funciónse produce fatalmente. Como es materialmente imposibleque todos los Magistrados estudien todos los pleitos de puntaa cabo, hay que dividir el trabajo. El pleito lo estudia unosolo, da cuenta a sus compañeros de lo que es el asunto talcomo lo ha visto él. Y como éstos, a menos de estudiar porsí llÚsmos el pleito, proceden bajo esa impresión, la Salapuede -y suele- mirar el caso con los ojos del ponente ysentenciar lo que él ha deseado, sin que los posibles yerrosde éste le hagan responsable de nada porque su responsa-bilidad personal ha quedado diluida en la colectiva. Con eldebate público, cada juez escucha las razones de los abo-gados y cuando recibe luego la impresión de la ponencia,coteja ésta con los discursos anteriores, hace la crítica deuna y de otros y determina, suficientemente ilustrado, elrumbo de su conciencia. Por eso es frecuentísimo en Espa-ña, que las Salas fallen contra el parecer del ponente. Enmuchas resoluciones lo ocurrido no deja huella, pero a vecesla resistencia del ponente es tan grande que se adivina enla propia sentencia. Allí donde se estampa la fórmula:" vistosiendo ponente el Magistrado Don Fulano" se introduce unelemento nuevo "siendo ponente Don Mengano para el actode la vista" . Lo cual, a menos que el primitivo ponente hayadejado de formar parte del Tribunal, indica que su criteriono prevaleció y que ha habido necesidad de sustituirle a losefectos de redactar ]a sentencia.

La publicidad de los juicios responde a otro dato pro-fundo de psicología. Los hombres, como los niños, solemostener dos morales, una para cuando nos ven, y otra paracuando no nos ven. No siempre los resortes íntimos de laconciencia son bastantes para inclinamos al bien. Pero si

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advertimos que la gente se entera de lo que hacemos y conello podemos quedar deshonrados o rebajados, o simple-mente en ridículo, reaccionamos sobre nosotros mismos yhacemos por egoísmo o por miedo, lo que no estábamosdispuestos a hacer por simple imperativo de la ley moral.Eso ocurre en los juicios. A veces los abogados haríamosdeterminadas afirmaciones, a veces los Magistrados sedesentenderían de determinados particulares. Mas ni unos niotros no atrevemos. Fuera de la barra se encuentran laspartes interesadas, sus familiares y amigos, los pasantes delos letrados, los procuradores, la génte de la casa que tieneidea del asunto y quiere saber cómo se desarrolla, los pe-riodistas, y los curiosos anónimos que han entrado en laSala sencillamen¡e "para ver lo que pasa". Todo ese con-junto heterogéneo que constituye la opinión pública es elcrítico de los abogados y el juez de los jueces. Las audacias,las cobardías, las despreocupaciones, los compromisosinconfesables se detienen ante la opinión y no nos atreve-mos a consumar los extravíos que nos apetecen porque "seva a saber". La opinión es en definitiva el Tribunal de últimainstancia.

La oralidad y la publicidad van apegadas a lo más íntimodel alma española. El Parlamento, las Diputaciones, los Ayun-tamientos, la Universidad, los Ateneos, los Tribunales deJusticia... todo es público. Así resultamos nosotros nuestrosmás severos censores y los más solícitos en publicar nuestrasfaltas. Los españoles somos más estimables -o menosdesdeñables,como se quiera- porque todo lo hacemos a gritos.De cuando en cuando somos cínicos pero nunca hipócritas.

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SENCILLEZ

Técnica quiere qecir modo adecuado de hacer una cosa.Todo cuanto realizamos en la vida, desde ponemos loszapatos hasta construir un ferrocarril, requiere un conjuntode reglas encaminadas al buen fin de la obra y el que pres-cinde de ellas, no hace lo que se propone o lo hace mal.Pongo, pues, la técnica sobre mi cabeza.

Pero los hombres hemos sufrido en este punto unalamei1tabledesviación y c~mbiando la técnica de medio enfin hemos hecho de ella una divinidad en cuyas aras que-mamos la verdadera, sustancia de las cosas. Los médicossiguieron 'hablando y recetando en latín cuando ya nadieentendía el latín. Los abogados retenemos como preciadísimotesoro una colección de arcaísmos que nos incomunican conel mundo (enfiteusis, 'locación, parafernales, ológrafo,quirografario, posiciones, deponer, interlocutorio, "litis-ex-pensas") si bien es justo proclamar que tal uso decrece pormomentos.

Acusadamente se destaca la técnico-manía en las artes.Un joven pintor que se estima en algo, debe pintar hoy loscuadros de tal manera que nadie sepa lo que representan,prescindiendo del dibujo y del color para dejar lugar a unarbitrario y complicado tecnicismo que puede acusar mag-níficas disposiciones personales, perÓ evapora el sentidoartístico de la producción. De igual manera unjoven músicose desentiende de la melodía y pone toda su alma en unaarmonía -o desarmonía- enrevesada, merced a la cual eloyente ingenuo, no sabe si han querido servirle unasseguidillas que le alegren o una marcha fúnebre que le

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deprima, un canto guerrero que le enardezca o una almiba-rada endecha amorosa.

La técnica judicial no sigue esos ejemplos ni inicianahora tales orientaciones. Ocurre lo contrario, esto es, queno ha tenido energía suficiente para desentenderse de lasmaneras anticuadas y conserva una red de juicios inacaba-bles, confusos, caros y desesperantes.

Si nos preguntamos qué mecanismo de enjuiciamientoapetecemos como ideal, segura~ente responderemos todosinclinándonos a un orden patriarcal. El jefé de la tribu o elConsejo de ancianos, o el señor feudal, o el monarca abso-luto, o Sancho Panza, se sientan a la sombr¡1de un árbolsecular. Ante ellos desfilan los súbditos quejosos y formulanen pocas palabras sus querellas, Contesta el presunto ofensor,léense documentos y escúchanse testigos; y a continuaciónel ejerciente de la justicia dirime la discordia con pocaspalabras categóricas, asequibles a todo el mundo y ejecu-tadas sin dilación.

Claro es que en la complejidad de la vida moderna nocabe pensar en ese procedimiento primitivo pero debemosesforzamos para que se nos aproxime a él hasta donde larealidad consienta.

Dejo explicada en un capítulo anterior mi preferenciapor el sistema oral. Ello me excusa de razonarlo aquí. Otros Idos supuestos son igualmente imprescindibles: la instanciaúnica y el Tribunal colegiado.

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...

Cuando hay dos instancias, en e] 95 por ciento de lospleitos, la parte derrotada busca remedio en ]a apelación.Entonces, ¿no recomendará ]a lógica empezar por el finahorrando tiempo y gastos? En definitiva, ]a composiciónde lugar que se hacen' los litigantes, al emprender su pleito,es ésta: "vamos a contarle nuestras cuitas al Juez. Lo queé] diga no nos servirá para nada. Después acudiremos a ]aCámara y ]0 que ella resuelva será lo único que va]ga". Sila justicia fuera un mero deporte, se concebiría ese trabajoinútil hasta llegar a] partido finalista, mas como es una cosagrave y dispendiosa, e] sistema resulta absurdo y recuerdaa aquel tendero que anunciaba su mercadería así: "vale 20pesos; último precio 10".

En casi todos los pueblos del mundo ]a justicia penales de instancia única. Resulta incongruente que para resol-ver el pago de una deuda hayan de recorrerse dos inst,,!nciasmientras que sólo con una se pueden dictar sentencias demuelie.

De dos maneras se puede contemplar la primera senten-cia, pronunciada por Juez único: dando valor a su decisiónante el Tribunal superior no negándosele. Quiero decir queen ]a Sala de cinco Magistrados se puede sumar a sus votose] del Juez o prescindir de él en absoluto. El' Juez ha dadola razón a Pedro. En ]a cámara dos Magistrados resuelventambién a favor de Pedro pero tres se pronuncian a favorde Juan. Es evidente que si se toma en cuenta la resolucióndel Juez no habrá mayoría en pro de Juan sino que resultaráuna discordia, por darse tres opiniones de un lado y tres deotro. De aquí mi dilema. Si el criterio del Juez desapareceante la Sala, ¿por qué perder el tiempo discutiendo ante

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aquél? Y si tiene valor y es sumado a los otros ¿no será mássencillo incorporarle desde luego al número de los magis-trados? Si el juez es uno, la Sala se compone de tres y valenigualmente los pareceres de todos, lo discreto será constituirla Sala se compone de tres y valen igualmente los pareceresde todos, lo discreto será constituir la Sala con cuatro o concinco. Así se habrán reunido opiniones en mayor número yse habrá evitado a las partes un derroche de tiempo y dedinero. El número de cinco es el indicado, porque el ,decuatro haría frecuentes los empates y el de tres puede pa-recer escaso para la garantía del acierto, En España la dotaciónde la Sala civil es de cinco magistrados, mas, para que hayasentencia sólo se necesitan tres votos conformes. Al margende la ley se ha establecido la costumbre de que asistan a lasvistas los cinco magistrados -como pasa casi siempre- ocuatro o tres. Si coinciden tres votos, hay fallo; si no, serepite la vista ante más señores. Aunque éste sea un remediopara no demorar el trabajo en casos de ausencia o de en-fermedad, me parece mal al corruptela y creo que no debeactuar cada Sala sino con su dotación completa.

Defendida la instancia única, casi no hay necesidad deexplicar la de que el Tribunal sea colegiado. Cuando laresolución no ha de ser susceptible de apelación ni de otroremedio ordinario (la casación no tiene ése concepto) seríaimprudente fiar misión tan grave a un solo criterio. Todo enla vida es opinable, excepto los hechos de mero y sencillocarácter físico como si ahora llueve o no llueve si esteedificio se ha derrumbado o está en pie y cosas por el estilo.Especialmente dudoso y discutible es todo cuanto llega a losTribunales. La Justicia se estatuyó porque hay entre loshombres dudas y antítesis. Si A piensa un~ cosa y B la

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contraria, es natural que unos hombres opinen como A yotros como B. El entregar la deci§ióna un Jue.zúnico,eqt¡ivalea dejar a una de las dos partes sin garantía porque no habríanadie en el Tribunal que pueda sostener dictamen cootrarioal que resultó convincente para el Juez. Formado el Tribunalpor varias personas es verosímil que únas opinen por A yotras por B. En la intimidad de la discusión se harán valerlos argumentos del uno y los del otro, escuchados sus res-pectivos defensores. En fin de cuentas, prevalecerá el cri-terio de la mayoría. Y si todas las opiniones se han pronun-ciado por una sola parte, es harto presumible que la otraestaba equivocada.

No sólo el mejor examen constituye la ventaja delTrib,unalcolegiado. Es de igual monta la vigilancia recípro-ca. Un juez sólo puede dejar volar libremente la imagina-ción, el prejuicio doctrinal, las simpatías--ola maldad. Vayaun ejemplo mínimo. Recuerdo un Magistrado que era inte-ligente, ilustrado y honesto. Padecía una grave enfermedad .del estómago y el día que le dolía ni daba pie con bola nise le podía aguantar. Si hubiera tenido que sentenciar élsolo, habría sido un verdadero peligro social. Encuadradoentre otros compañeros, éstos no sólo le contradecían en susyerros sino que acababan trayéndolo a la razón..

Lo que digo de ese caso es aplicable a otros muchos.Recorramos la lista de nuestros amigos. Uno es cultísimoy precisamente por serIo se enamora de las teorías y con-templa la vida a través de unos anteojos doctrinarios quefrecuentemente le ocultan la verdad. Otro discurre con cla-rividencia, pero, por holgazanería, deja de examinar algunode los aspectos de un problema. Otro es infatigable para el

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estudio y se asimila los negocios con la máxima minucio-sidad siquiera luego los enjuicie torpemente por falta deluces. Otro se deja arrastrar por prevenciones personalescobrandomanías contra unos sujetos y entusiasmo para otros.Y, en fin, no faltará en la fauna alguno capaz de traicionarsu deber y su conciencia. Cada uno de ellos sería un peligropara la justicia, pero si se les reúne a todos, la labor pro-bablemente resultará buena. Uno pondrá el estudio, otro eltalento, otro la firmeza de voluntad, otro la erudición cien-tífica y entre todos moderarán al enfermo y vigilarán alinmoral. Cuando el pueblo dice "más ven cuatro ojos quedos" acierta como casi siempre.

Contando, pues, con la publicidad, la oralidad, el Tri-bunal Colegiado y la instancia única, trazaré ahora el esque-

I ma del procedimiento civil:

a) El demandante presentará su demanda escrita con losdocumentos que la justifiquen y la proposición de suspruebas.

b) El Tribunal dará traslado de todo al demandado y citaráa ambas partes al juicio previniéndolas que acudan conlas pruebas de que intenten valerse.

En el acto del juicio del demandado contestará a lademanda verbalmente pero a petición del mismo, deldemandante o por orden del Tribunal, podrá disponerseque se le conceda un término para que lo haga porescrito, y otro para que el demandante lo estudie. Eneste caso se suspenderá el juicio hasta nueva citaciónen el plazo breve que el Tribunal señale.

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e) Reanudado el juicio -o en el acto primeramente convo-cado, si no hubiese necesidad del aplazamiento a quese refiere el párrafo anterior- las partes discutirán sustesis respectivas con la extensión y en los términos queel Tríbunal señale.

d) El Tribunal practicará en el acto las pruebas que laspartes proporcionen, pero si requiriesen algún espaciode tiempo para su ejecución, señalará el Tribunal losdías que sean necesarios. Si alguna de ellas no pudieraefectuarse en local de la Audiencia, se dará comisiónpara que la practique donde corresponda al MagistradoPonente asistido del Secretario.

e) Ultimadas y reunidas todas las pruebas y después deenteradas suficientemente las partes y el Magistrado Po-nente, se reanudará la audiencia informando las partessobre el resultado del juicio.

f) Terminada la audiencia, el Tribunal se reservará un plazono superior a diez días para discutir privadamente lasentencia. Al cabo de ellos convocará a las partes a unanueva sesión en la cual los Magistrados votarán públi-camente y darán lectura a la sentencia (puesto que enla discusión ya se habrá sabido el criterio que ha deprevalecer) y a los votos particulares si los hubiere.

g) Durante todo el curso del juicio el Tribunal tendrá de-recho -sin plantear cuestiones nuevas- a pedir a las partespuntualizaciones y aclaraciones de sus argumentos y apracticar pruebas no propuestas por los interesados, quecontribuyan al e¡¡clarecimiento de las cuestiones nodebatidas.

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h) Todas las cuestiones incidentales que las partes susci-ten, serán resueltas sin interrupción ajustándose a lasnormas anterioqnente eS,tablecidas.Si alguna de las partespromoviere una segunda cuestión incidental, el Tribun!llla rechazará de plano, pues a tal efecto, en la primerasesión habrá prevenido a las partes que, si tienen inci-dentes que suscitar, lo hagan de una sola vez.

i) Las partes podrán defenderse a si mismas, o valiéndosede abogados matriculados en el ejercicio de 'la profe-sión.

j) De todas las sesiones del juicio se extenderá acta portaquígrafos oficiales adscritos al Tribunal. Al finalizarcada sesión se leerá el acta con objeto de que el Tri-bunal y las partes la aprueben y firmen.

Tales son los cánones sustanciales dentro de los quecabría dar estructura a todo el procedimiento. Quedan porexaminar dos actividades, la de los juicios universales y lade aquellos otros que exigen una actuación rápida anteriora las discusiones.

Aludo en este último extremo a los juicios ejecutivos,a los embargos preventivos, a los aseguramiento de bieneslitigiosos, a las medidas precautorias propias de los inter-dictos de obra nueva y de obra vieja y a otros casos desemejante urgencia. Para ventilarlos habría en cada Tribunalun Magistrado de servicio permanente que turnaría por

semanas. El sería el en~argado de practicar,todas las ¡medi-das que hoy están encomendadas a los Jueces. Una vezrealizadas, en cuanto surgiera la discusión, serían sustancia-das con arreglo a las normas del procedimiento ordinario.

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En cuanto a los j~icios úniversales, los de testamentaríay ab intestato podrían ventilarse de igual manera: interven-ción del Magistrado de guardia para las medidas de urgenciay juicios orales para ventilar la divergencia entre las partes.

, .Los otros universales, es decir, los de concurso y quie-

bra, debieran tener algo así como un procedimiento mixtode oficina y de Tribunal. Una vez nombrados los síndicos,éstos en sesiones constantes se reunirían con las partes o susAbogados y mediante un trabajo privado (quiero decir sinpresencia del público pero con intervención de todos losinteresados) examinarían contabilidades y documentos, pe-dirían datos, escucharían las razones contradictorias, pro-pondrían y gestionarían fórmulas de solución y avenencia.Cuando los antagonismos fueran irreductibles entregaríantodos los antecedentes al Tribunal yremitirían a las partesque ante él y conforme a las normas del juicio oral y públicoventilasen sus divergencias. En un trabajo de la índole delpresente, no hace falta detallar más. Dentro de estas líneasgenerales cabe desarrollar todas las exigencias de los actua-les procedimientos.

I

El enjuiciamiento penal puede tener dos característicasdiferentes según los juicios requieran sumario o no lo re-quieran. Si aparece un hombre asesinado, sería inútil abrirun juicio oral porque primero hay que averiguar quién esel muerto, quién lo mató, en qué circunstancias, dónde seencuentra el homicida, quién le auxilió, quién le encubrió.Unicamente después de reunidos todos estos datos cabeconvocar al Fiscal y a las partes a juicio público.

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En los casos de delito flagrante, cuando la policía en elprimer iÍlstante reúne todos los elementos, detiene al mal-hechor y aprehende el cuerpo del delito, puede no habernecesidad de sumario. Entregados todos estos elementos alMinisterio Fiscal, éste promovería el juicio desde luego, yel Tribunal convocaría al Fiscal, al perjudicado y al culpablepara que acudan con sus pruebas a la audiencia pública.

Por último, en otros casos no hay nada que averiguar,como sucede en cualesquiera delitos cometidos por mediode la prensa o por otro modo escrito, en los perpetrados enreuniones o manifestaciones públicas. etc. Para tales casosbasta que el Fiscal o el particular agraviado presenten suquerella y el Tribunal cite a juicio.

Busco por todos estos caminos, no solamente la cele-ridad, que es esencial para la ejemplarldad en materiaspenales, sino también el apartamiento de esas engorrosasdiligencias de procesamientos, embargos, fianzas, instruc-ciones, recursos, etc., que ahora duran años y fácilmenttepueden durar días tan sólo.

Unas palabras sobre el recurso de casación. Debe existirtanto en lo civil como en lo criminal, pero cuidando muchode que no se convitrta en una nueva instancia sino que seaun remedio contra la vulneración evidente de las leyes o delas garantías formales del j,uicio. La casación es más biende orden público que de interés particular, porque la juris-prudencia constituye un complemento de las leyes y debeser uniforme como éstas. A la sociedad no le interesa grancosa saber si en una disputa particular tiene razón Fulanoo Mengano, pero el importa muchísimo conocer cuál es el

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verdadero sentido de las leyes y cómo han de ser aplicadas.Especialmente en el comercio y en la vida toda de losnegocios, las gentes necesitan saber a qué atenerse para laregulación de sus actos, De buena fe vacilamos muchasveces sobre el modo de proceder en talo cual asunto, sobreel alcance de ésta o la otra disposición. Si cada Tribunalfalla de manera distinta, las dudas se hacen más graves, losnegocios quedan en la incertidumbre y las polémicas seenvenenan por la autoridad de fallos contradictorios.

Es, pues, imprescindible la unificación de la jurispru-dencia. Tanto es así que conviene ampliar la casación en dosextremos. Uno existe ya en el enjuiciamiento español. Es elrecurso de casación interpuesto por el Ministerio. Fiscal enservicio de la ley sin que el fallo del Tribunal Supremotenga efecto para el pleito ni afecte a las partes que en élhan contendido. Trátase de un recurso de pura doctrina parailustrar a la sociedad y no para servir a los litigantes. Lomalo es que la Fiscalía jmnás ejercita ~ste derecho.

El otro extremo no constituye propiamente un recurso,puesto que no va contra ninguna sentencia del Tribunalinferior. Quiero decir que, en algunas ocasiones, disputandos personas excIusivaIllente por la interpretación de unprecepto legal que cada cual entiende de distinta manera. Ental caso ¿para qué seguir una instancia o dos si los intere-sados no tienen más objeto que llegar hasta el Tribunal decasación a fin de que éste diga cómo ha de entenderse elprecepto debatido? Lo lógico sería que los opositores sus-cribieran un memorial donde constasen la relación de he-chos en que estaban conformes y los puntos jurídicos dedivergencia. Recibido el escrito, el Tribunal convocaría a

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los letrados (en casación, por su carácter técnico, nuncadeben infonnar más que los juristas), escucharía sus alega-ciones y dictaría sentencia.

No hay necesidad de fatigar al lector ,<xplicándoleque \sobre poco más o menos, los mecanismos que recomiendo'son aplicables a las cuestiones sociales, a las contencioso-administrativas y a todas cuantas pueden imaginarse. Meparece que esto se aproxima a lo patriarcal. Falta el árbol.Pero todavía quedan en España organizaciones judicialesque lo recuerdan. Aludo al Tribunal de las Aguas de Va-1encia. Es un jurado de riegos constituido por labradores,que se reúne en el atrio de la iglesia de Nuestra Señora delos Desamparados, o sea en medio de la calle, para escucharlas disputas de los regantes y decididas in continenti.

A tanto no se puede llegar en todos los casos ni tampocoes conveniente. Pero las normas que dejo expuestas meparecen fáciles de aplicar y provechosas no sólo para losinteresados no también para el prestigio social de adminis-tración de justicia.

EFICACIA

Cuanto va explicado hasta aquí, se encamina a que lajusticia sea eficaz. Mas para lograrlo no bastan la publici-dad, la oralidad y la rapidez sino que se requieren otrasmuchas circunstancias difíciles de recordar aunque sólo seapara catalogarlas.

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Por ejemplo, lajusticia ha de ser barata. Si los litigantesse han de gastar en el pleito más de lo que vale lo pleiteado,la justicia será para ellos un sarcasmo. Si no puede serabsolutamente gratuita debe cobrarse un impuesto judicialproporcionado a la cuantía, como gasto único. El régimende arancel para los funcionarios judiciales es un pozo sinfondo. Con otro gravísimo inconveniente: que afecta a ¡ladignidad judicial. Si el litigante sabe que dentro del pretoriohay alguien que ganará más dinero cúanto más dilatado yenrevesado sea el asunto, no será fácil convencerle de quedebe mirar a la justicia como cosa sagrada.

La eficacia reclama asimismo para los Tribunales unambiente de decoro material. Cuando se encuentra instaladat

en locales incómodos, sucios y sórdidos, con curiales maleducados o venales,sin puntualidad en las horas de servicioy con otros defectos similares, el público rehuye su coope-ración, escapa a los llamamientos y citaciones, y mira almundo judicial como el mayor enemigo.

Aparte de esto, las principales fuentes de la eficacia sonde orden moral. El tema empalma con toda la organizaciónde Estado. ¿Quién nombra los Jueces? Si su designaciónviene de Parlamentos o de Gobiernos, todo el mundo lesachacará concomitancias políticas y no fiará en eHosni lessecundará de buen grado. Lo mismo ocurrirá si son amoviblesy viven a merced de otros Poderes del Estado.

Otra cuestión. ¿Quién y cómo secunda las órdenesjudiciales? A veces se pide un expediente a un Ministerioy Ministerio tarda muchos meses en enviarle o no le envía.En ocasiones necesitan los Jueces viajar en función delcargo

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y no se les da dinero para que lo hagan. Es frecuente queprecisen para det~nninadas diligencias el concurso de lafuerza pública y no lo consigan, con lo cual se frustra sumandato.

Constantemente se confabulan contra ellos oficinaspública y privadas y aún ciudadanos que pasan por respe-tables para eludir embargos, sustraer documentos u ocultardelincuentes. En-'las capitales españolas todas las autorida-des -el Gobernador, el Alcalde, el General- tienen coche.Unicamente va a pie el Presidente de la Audiencia.

Los Gobiernos y los políticos no tienen reparo en mezclara los Jueces en las trapacerías electorales, llegando inclusoal bochorno de exigir a los Ministros de justicia. la perpe-tración de delitos evidentes, tales como procesamientos pordelitos imaginarios, impunidad de otros innegables, deten-ciones ilegales y mil lindezas por el estilo.

Las retribuciones insuficientes son otro sumando parala ineficacia judicial. No tanto porque sirvan de incitaciónal cohecho como porque las gentes no toman en serio a unfuncionariopeor pagado que los demás. .

La relación sería inacabable. Desgraciadamente losremedios no son tan fáciles de proponer es este apartadocomo en los anteriores. Se trata de un fenómeno complejode organización política y de educación colectiva. Todoandará mal mientras creamos que la administración de jus-ticia es una simple función pública o una herramienta deGobierno. La justicia no es sólo un Poder sino el más tras-cendental de los Poderes. Actúa sobre los ciudadanos en su

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hacienda, en su libertad y hasta en su vida. Está sobre elGobierno porque enjuicia a sus miembros y porque revocay anula sus disposiciones en la vía contencioso-administra-tiva. Impera sobre el mismo Parlamento ya que puede de-clarar la inconstitucionalidad de las leyes.

El Juez no puedeIser simplementeun profesional,por-que su misión está situada entre los hombres y los dioses.De nada sirve a los pueblos tener fuerza, riqueza y culturasi no tienen justicia. Para conseguirla -tal es ,mi moraleja-es necesario rodearla del amor y de la reverencia del pueblo.No se logrará esto con organizaciones complicadas ni contecnicismos abstrusos sino aproximándose cuanto quepa auna estructura patriarcal.

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DECALOGO DEL ABOGADO

..

No pases por encima de un estado de tu ,conciencia.

No afectes una convicci6n que no tengas.

No te rindas ante la popularidad ni adules a la tira-nía.

Piensa siempreque tú eres para el clientey no el '

cliente para ti.

1.

11.

m.

IV.

806

V.

VI.

VII.

VIII.

IX.

X.

No procures nunca en los tribunales ser más que losmagistrados, pero no consientas ser menos.

Ten fe en la razón que es lo que en general preva-lece.

Pon la moral por enéima de las leyes.

Aprecia como el mejor de los textos el sentido común.

Procura la paz como el mayor de los triunfos.

Busca siempre la justicia por el camino de la sin-ceridad y sin otras armas que las de tu saber.