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Presentación

ACTAS

XVI JORNADA DE HISTORIADE FUENTE DE CANTOS

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José Ángel Calero Carretero

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Presentación

ACTAS

XVI JORNADA DE HISTORIADE FUENTE DE CANTOS

Fuente de Cantos, 2016

XVII JORNADA DE HISTORIA DE FUENTE DE CANTOS

Fuente de Cantos, 12 de noviembre de 2016

PATROCINIO

Asociación Cultural Lucerna

ORGANIZACIÓN

Asociación Cultural Lucerna

Sociedad Extremeña de Historia

COMISIÓN ORGANIZADORA

José Lamilla Prímola

José Rodríguez Pinilla

Felipe Lorenzana de la Puente

COLABORACIÓN

Diputación de Badajoz

Ayuntamiento de Fuente de Cantos

Extremadura Histórica

Fundación Extremeña de la Cultura

Centro de Profesores y Recursos de Zafra

Colegio San Francisco Javier

IES Alba Plata

ACTAS

COORDINACIÓN Y MAQUETACIÓN

Felipe Lorenzana de la Puente ([email protected])

© De la presente edición: Asociación Cultural Lucerna

© De los textos e imágenes: los autores

I.S.B.N.: 978-84-697-2419-4

Depósito Legal: BA-000292-2017

TRADUCCIONES

Isabel Lorenzana García ([email protected])

IMAGENES DE PORTADA

Burjada en el término de Fuente de Cantos. Moneda de Isabel II de 1 real de plata, 1852. Moneda de Carlos María Isidro, de 8 maravedíes, 1837.

DISEÑO GRÁFICO E IMPRESIÓN

Gráficas Diputación de Badajoz

Fuente de Cantos, 2017

http://jornadashistoriafuentecantos.jimdo.com

ÍNDICE

Presentación XVII Jornada

— José Ángel Calero Carretero ........................................................................ 7

P O N E N C I A S

  Carlismo y guerras carlistas en la Baja Extremadura

— Juan Pedro Recio Cuesta .................................................................................... 13

  Fuente de Cantos en los albores de la Modernidad

— Ángel Bernal Estévez ......................................................................................... 43

COMUNICACIONES

  Nota adicional a las Ordenanzas Municipales de Fuente de Cantos

  del siglo XVI

— Felipe Lorenzana de la Puente ..................................................................... 135

  Alonso del Corro Guerrero, secretario del Tribunal del Santo

  Oficio de la Inquisición de Llerena y conde de Montalbán

— Joaquín Castillo Durán ..................................................................................... 165

  Fuente de Cantos en el Catastro de Ensenada

— Manuel Molina Parra ......................................................................................... 201

  Los efectos del terremoto de Lisboa de 1755 en la parroquia   de Fuente de Cantos

— Felipe Lorenzana de la Puente ..................................................................... 243

  Navarrete Alcal, el guardia civil que “liberó” Fuente de Cantos

  del “yugo marxista”

— Francisco Javier García Carrero ................................................................ 269

  Sabino Parra, el último testimonio de la Guerra Civil en Fuente de Cantos

— José Iglesias Vicente ............................................................................................... 311

  Julián González García, un escultor fuentecanteño desconocido

— José Lamilla Prímola ........................................................................................... 333

— Relación de autores ............................................................................................ 347

Carlismo y guerras carlistas en la Baja Extremadura

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CARLISMO Y GUERRAS CARLISTAS

EN LA BAJA EXTREMADURA

CARLISM AND CARLIST WARS IN THE SOUTHERN HALF

OF EXTREMADURA

Juan Pedro Recio Cuesta

[email protected]

RESUMEN: En la contemporaneidad española, el carlismo, movimien-to de carácter contrarrevolucionario, antiliberal y legitimista, ha ostentado un papel relevante que también ha dejado su impronta en la Baja Extre-madura. Nuestro objetivo en este texto es ofrecer una panorámica general de su importancia histórica en tierras pacenses, centrándonos para ello en tres bloques de contenido bien diferenciados: el desarrollo y la incidencia de la Primera Guerra, el devenir del carlismo en la segunda mitad del siglo XIX y los aspectos más reseñables de este movimiento en el siglo XX, abar-cando hasta los momentos inmediatamente posteriores a la finalización de la última Guerra Civil (1936-1939) y prestando, en el conjunto de estos dos últimos apartados, una mayor atención a su dimensión política y social.

ABSTRACT: In the current Spain, Carlism, a counter-revolutionary, illiberal and royalist movement, has held a relevant role which has also left its mark in the southern half of Extremadura. The aim in this paper is to offer a general view of its historical importance in the province of Badajoz, focusing in three well-differentiated blocks of contents: the development and the influence of the First War, the evolution of Carlism in the second half of the nineteenth century and the most notable aspects of this movement in the twentieth century. It covers the period until the immediate end of the last Civil War (1936-1939), paying special attention to the political and social dimension.

XVII JORNADA DE HISTORIA DE FUENTE DE CANTOS

Asociación Cultural Lucerna/Sociedad Extremeña de Historia, 2016

Pgs. 13-42

ISBN: 978-84-697-2419-4

Carlismo y guerras carlistas en la Baja Extremadura

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I.- EL CARLISMO: UN MOVIMIENTO   CONTRARREVOLUCIONARIO DE LARGO   RECORRIDO EN LA ESPAÑA   CONTEMPORÁNEA

Hoy en día no resulta extraño, tanto en la socie-dad española en general como incluso en el seno de instituciones académicas y/o educativas, tener

una percepción del carlismo bastante alejada de la realidad históri-ca; esa realidad pretérita, y por ello intangible, que tanto se afana en rastrear el historiador en su trabajo. Así, hay quienes lo ven como un mero episodio anecdótico dentro de la Historia Contemporánea española y lo valoran, nada más y nada menos, como un aspecto casi folklórico que se focalizó territorialmente en determinados espacios peninsulares. Pero cuando tenemos en cuenta que el car-lismo, y haciendo referencia exclusivamente a lo sucedido en el si-glo XIX, sostuvo dos guerras civiles que, incluso, trajeron consigo amplias repercusiones internacionales (contiendas de 1833-1840 y 1872-1876), otro conflicto de menor intensidad (1846-1849), que afectó especialmente a territorios como Cataluña, y protagoni-zó numerosas insurrecciones que fueron abortadas, vemos que las reclamaciones dinásticas de don Carlos María Isidro de Borbón y Borbón-Parma (titulado Rey de España como Carlos V), don Carlos Luis de Borbón y Braganza (Carlos VI) y don Carlos María de Bor-bón y Austria-Este (Carlos VII) no se trataron de episodios aislados o apenas sin importancia, sino que el carlismo se alzó como un reto constante para el Estado liberal que, con sus más y sus menos, se fue implantando y consolidando progresivamente en España a lo largo de la centuria del Ochocientos. Pero el carlismo no limitó su acción a las armas –pues tampoco es extraño relacionarlo con un grupo de desarrapados que se movían por las montañas–, sino que, ya avanzado el siglo, tuvo representación política en Cortes y llegó a poner en marcha una red de juntas regionales y provinciales, de círculos tradicionalistas, de prensa y de propaganda, que se exten-dió por prácticamente todos los rincones de la geografía peninsular. Por otra parte, en su seno también se vivieron momentos de intensa zozobra interna que afectaron al panorama político nacional, sien-

Juan Pedro Recio Cuesta

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do en el Ochocientos el episodio más destacable la escisión inte-grista, encabezada por don Ramón Nocedal –hijo de don Cándido Nocedal–, que se produjo en los últimos compases de la década de 1880.

En la centuria pasada, esto es, el siglo XX, tras la muerte de don Carlos VII en 1909, los derechos dinásticos recayeron en don Jaime de Borbón y Borbón-Parma (Jaime III). Bajo su dirección, el carlismo trabajó para volver a constituir un movimiento compacto y bien organizado, destacando en esta labor la intensa actividad del Marqués de Cerralbo, aunque también a él le tocó lidiar con una nueva escisión interna, esta vez encabezada por don Juan Vázquez de Mella, a causa de notables discrepancias sobre el posicionamien-to con respecto a los bandos contendientes en la Primera Guerra Mundial. En 1931, año del advenimiento de la II República española, el ya anciano don Alfonso Carlos de Borbón y Austria-Este (Alfon-so Carlos I) se hacía con las riendas del carlismo tras la repentina muerte de don Jaime y, bajo su mando, se produjo la reincorpora-ción de gran parte de los elementos tanto integristas como mellis-tas y el estallido de la Guerra Civil española. Pero sería su sucesor don Francisco Javier de Borbón-Parma y Braganza (Javier I), quien dio la orden al Requeté –brazo armado del carlismo– para que se uniera al levantamiento militar del 18 de julio y quien capitaneó el carlismo durante gran parte del Franquismo. Tras su fallecimiento, su hijo don Carlos Hugo de Borbón-Parma y Bourbon-Busset (Car-los Hugo I), se postuló como sucesor de Franco frente a don Juan Carlos y lideró el Partido Carlista, llevando a cabo además, en los años previos a la Transición, un proceso denominado de “actualiza-ción ideológica” que causó un enorme desgarro en el movimiento y cuyas consecuencias han llegado hasta nuestros días, en donde el carlismo, pese a su atomización, aún pervive en España con la es-peranza de recuperar el espacio político y social que ha ostentado durante buena parte de los siglos XIX y XX1.

1 Existen multitud de trabajos que abordan el carlismo y su papel en la Historia Contemporánea española. Por su visión general, y por tratarse de una obra de fácil lectura, remitimos al lector a la monografía de ARÓSTEGUI, Julio, CANAL, Jordi y GONZÁLEZ CALLEJA, Eduardo, El carlismo y las guerras carlistas. He-chos, hombres e ideas, Madrid, La Esfera de los Libros, 2011.

Carlismo y guerras carlistas en la Baja Extremadura

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Realizada esta contextualización que consideramos total-mente necesaria para entender este movimiento, en este trabajo presentamos y desarrollamos tres apartados bien definidos, que son los que a continuación siguen: uno, el de mayor extensión, dedi-cado a la Primera Guerra carlista en la Baja Extremadura, en el que trataremos los sucesos más reseñables del conflicto. En el segundo, otorgamos unas notas sobre el carlismo pacense en la segunda mi-tad de la centuria del Ochocientos, haciendo hincapié en su dimen-sión política y social, mientras que el tercer y último apartado lo re-servamos para ofrecer una panorámica general del tradicionalismo pacense desde comienzos del siglo XX hasta los años posteriores a la última Guerra Civil española.

II.- LA PRIMERA GUERRA CARLISTA EN LA BAJA EXTREMADURA

El 29 de septiembre de 1833, a los 48 años de edad, fallecía el Rey Fernando VII. Tras su muerte, dio comienzo una de las gue-rras civiles más virulentas que ha vivido España en la Edad Con-temporánea. Desde el citado año hasta 1840, carlistas e isabelinos sostuvieron una intensa pugna que afectó a la práctica totalidad de la geografía española y que, incluso, tuvo repercusiones internacio-nales.

Pese a estallar la guerra en octubre de 1833, la misma ya ve-nía labrándose desde años atrás en un contexto en el cual la socie-dad española se encontraba profundamente dividida en el terreno de las ideas. A partir de 1830 –año en el que nació la que sería la fu-tura Reina Isabel II–, el asunto relativo a la sucesión dinástica pasó al primer plano de la vida política tras la promulgación de la Prag-mática Sanción, la cual venía a confirmar que una mujer podría rei-nar en España. Desde este momento hasta que el Infante don Carlos reclamó abiertamente sus derechos a ostentar el Trono de España a través del Manifiesto de Abrantes, se sucedieron toda una serie de acontecimientos que, inevitablemente, finalmente desemboca-ron en una guerra civil. Si bien su detonante principal fue el pleito dinástico, no debemos quedarnos con esta tópica y reduccionista

Juan Pedro Recio Cuesta

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visión, ya que en ella se enfrentaron dos concepciones políticas dia-metralmente opuestas, dos formas diferentes de entender el mun-do, entrando en colisión dos bandos bien definidos: por un lado, los partidarios de don Carlos, constituyendo una corriente más de la contrarrevolución legitimista europea, y que en los años anteriores al conflicto ya suponían una alternativa real al poder establecido; por otro lado, los partidarios de Isabel II, tutelada en todo momen-to por su madre doña María Cristina, en donde se encuadraron los realistas más moderados y, progresivamente, los liberales2.

Por lo que respecta a nuestra región, pese a haber sido un episodio histórico escasamente tratado3 y, por ello, bastante desco-nocido, nuestras recientes investigaciones vienen a mostrar que la incidencia de la guerra en Extremadura fue notable, pues en estos casi más de siete años proliferaron toda una serie de conspiracio-nes y guerrillas carlistas, existieron no pocos apoyos a la causa de don Carlos que procedieron de los más diversos estratos sociales y las autoridades e instituciones gubernamentales tuvieron que des-plegar y ejecutar toda una serie de medidas para mantener a Extre-madura leal a Isabel II.

Y descendiendo ya al que será nuestro espacio geográfico ob-jeto de análisis en este trabajo, la provincia pacense, obviamente no quedó al margen del enfrentamiento bélico. Tan solo por avan-zar algunas de las cuestiones que abordaremos en las páginas si-guientes, destacar que la plaza militar de Badajoz, como ya había sucedido en conflictos anteriores, constituyó un núcleo estratégico de enorme importancia para ambos bandos al ser una población fronteriza con el vecino Reino de Portugal. Por este motivo, como

2 Para conocer pormenorizadamente todos los aspectos relativos a esta guerra civil, resulta de imprescindible consulta la monografía de Bullón de Mendoza y Gómez de Valugera, Alfonso, La Primera Guerra carlista, Madrid, Editorial Actas, 1992.

3 A pesar de haber existido una evidente escasez bibliográfica sobre esta guerra civil en Extremadura, no debemos olvidar los trabajos pioneros del Profesor Bullón de Mendoza (Vid. Bullón de Mendoza y Gómez de Valugera, Alfonso, “Historia político-militar de la Baja Extremadura en el siglo XIX”, en Terrón Albarrán, Manuel (Dir.) Historia de la Baja Extremadura, Badajoz, Real Aca-

Carlismo y guerras carlistas en la Baja Extremadura

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veremos, los carlistas, incluso, llegaron a trazar planes para hacerse con ella. Para los isabelinos, igualmente se trataba de un núcleo de enorme interés, pues allí estaban establecidas instituciones milita-res como la propia Capitanía General de Extremadura o la Comisión Militar Ejecutiva –en manos de los partidarios de Isabel II desde el principio de la guerra–, y civiles como la Diputación. En el con-junto de la provincia, diversas comarcas sufrieron los rigores de la guerra, muy especialmente las linderas con La Mancha, aspecto que también trataremos a continuación.

Realizada esta somera introducción, vamos a proceder ahora a detenernos en las diferentes fases de la guerra. Y para entender correctamente el desarrollo de la misma, si bien no estalló, como ya hemos apuntado, hasta octubre de 1833, debemos iniciar el reco-rrido en octubre de 1832, momento en el que tomó las riendas del Gobierno el gabinete encabezado por Zea Bermúdez, pues lo que sucedió a lo largo de este año hasta el fallecimiento de Fernando VII, determinó, en gran modo, el devenir que posteriormente cono-ció la guerra no solamente en la provincia pacense sino en buena parte de España.

Así pues, llegados a este punto, pasamos a abordar las princi-pales etapas del conflicto (seis en total) y los hechos más represen-tativos que se produjeron en la Baja Extremadura4.

demia de Extremadura de las Letras y de las Artes, 1986, t. II., pp. 1.063-1.073), así como las páginas que podemos encontrar en García Pérez, Juan y Sánchez Marroyo, Fernando, “La monarquía liberal, 1833-1868”, en García Pérez, Juan, Merinero Martín, María Jesús y Sánchez Marroyo, Fernando, Histo-ria de Extremadura. Los tiempos actuales, Badajoz, Universitas Editorial, 1985, t. IV, pp. 759-776, o en Pelegrí Pedrosa, Luis Vicente, “Los boletines provin-ciales como fuente de información para la Primera Guerra carlista”, en Casta-ñeda Delgado, Paulino, Las guerras en el primer tercio del siglo XIX en España y América, Madrid/Sevilla, Cátedra “General Castaños”/Editorial Deimos, 2005, vol. I, pp. 129-141.

4 Para profundizar en el conocimiento del conflicto en el conjunto de la región, remitimos al lector a nuestra obra Recio Cuesta, Juan Pedro, Entre la anécdota y el olvido. La Primera Guerra carlista en Extremadura (1833-1840), Madrid, Actas, 2015, pues en este texto nos limitamos a exponer los sucesos más rele-vantes que tuvieron lugar en el marco espacial que aquí analizamos y que, con mayor detalle, se encuentran desarrollados en la citada monografía.

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II.1.- Octubre de 1832 – octubre de 1833: conspiraciones,     depuraciones y primeros apoyos a don Carlos: la antesala     de la guerra civil

En este año previo al estallido de la guerra se sucedieron unos acontecimientos a tener en cuenta y, por ello, el último año de vida de Fernando VII constituye, a nuestro juicio, una etapa más del conflicto, motivo por el cual hemos de detenernos en ella de cara a entender el posterior desarrollo y alcance que tuvo la guerra en la Baja Extremadura. Y es que, durante el mismo, el Gobierno cristino llevó a cabo un ensayado proceso de depuraciones en el seno del Ejército, ayuntamientos y otros mandos u organismos de poder, en donde, a su vez, se colocaron a personas adictas y de total confianza a la sucesión femenina. Al mismo tiempo, brotaron en la provincia pacense los primeros apoyos a la persona de don Carlos, a quien se vigiló celosamente desde territorio extremeño tras su estableci-miento en el vecino Reino de Portugal en marzo de 1833 y, además, se desarticularon una serie de conspiraciones de signo favorable al Infante.

Dicho lo cual, realizando un recorrido cronológico por esta etapa, a primeros de octubre de 1832, en un contexto nacional, se cesó al Gobierno liderado por el Conde de la Alcudia, dando lugar al establecimiento del encabezado por don Francisco Zea Bermúdez, ejecutivo desde el cual, actuando en todo momento atendiendo a los intereses de doña María Cristina y con el ya moribundo Fernan-do VII, se estableció una auténtica dictadura policiaco-militar para atajar y contrarrestar “las tramas organizadas por los carlistas tan pronto como se produjera la muerte del Rey”5. Esta política comen-zó a ponerse en práctica a los pocos días de nombrarse el nuevo Gobierno y, en Extremadura, se cesó a don José San Juan –Capitán General–, quien, en el mes de noviembre, sería tildado de procar-lista junto a otras autoridades civiles y militares de la plaza de Ba-

5 Bullón de Mendoza y Gómez de Valugera, Alfonso, “Carlismo y sociedad”, en Rodríguez de Coro, Francisco (Dir.) Los carlistas: 1800-1876, Vitoria, Funda-ción Sancho el Sabio, 1991, p. 122.

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dajoz y de otros puntos fronterizos como Olivenza, cuya conducta y movimientos fueron vigilados, cumpliendo órdenes emanadas desde el Gobierno.

Ya en enero de 1833, además de aparecer propaganda favo-rable al Infante don Carlos en Badajoz –que llegó incluso al Cabildo de la Catedral–, en esta misma población, y constituyendo éste un caso de mayor envergadura, se detuvo a una serie de personas que, supuestamente, mantenían relaciones con una junta carlista crea-da en Madrid y a cuya cabeza se encontraba el Coronel don Juan Campos y España, quien proyectaba una sublevación armada para aupar al Infante al Trono, apoyándose en varios batallones de Vo-luntarios Realistas así como en mandos civiles y militares de di-ferentes puntos de la geografía española. Una vez desarticulada la conspiración, de resultas de las declaraciones de los imputados en la misma, se procedió a la detención de varios destacados milita-res que se encontraban en la plaza pacense, a quienes se acusó no solamente de estar en contacto con la junta carlista que tenía su epicentro en Madrid, sino también de tener preparado un proyecto de alzamiento para apoderarse de la plaza de Badajoz y de otros puntos de Extremadura. A raíz de estas acusaciones, se vigiló estre-chamente a los sujetos y, con la llegada a la capital pacense de don Antonio María Peón y Heredia en febrero de 1833, se empezaron a tomar las primeras medidas enérgicas para contrarrestar el peso que estaban adquiriendo los partidarios de don Carlos.

El mes de marzo marcó un antes y un después dentro de los meses previos al estallido de la guerra, pues el día 16 del citado mes el Infante don Carlos partió desde Madrid con dirección a Por-tugal acompañado de una amplia comitiva. Esta marcha, que se tra-taba en realidad de un destierro encubierto a Portugal con el fin de alejarle de la Corte, también tuvo sus consecuencias en la Baja Extremadura, más concretamente en la plaza de Badajoz. Y es que, siguiendo la narración hecha ya hace más de un siglo por el extre-meño Díaz y Pérez6, los sentimientos de los carlistas pacenses se mostraron en todo su esplendor en el momento en que don Carlos

6 Díaz y Pérez, Nicolás, Reseña histórica de las fiestas reales celebradas en Bada-joz, Madrid, Tipografía de Alfredo Alonso, 1899, pp. 152-153.

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pasó por la ciudad, saliendo a recibirle destacados miembros de la sociedad del momento, a pesar de las advertencias hechas desde el propio Gobierno y transmitidas por el Ayuntamiento pacense, la Intendencia y la Capitanía General a la población civil en las que se prohibían cualquier tipo de festejo o demostración pública. Es-tos gestos de simpatía hacia el Infante, acarrearon castigos y repri-mendas a sus principales seguidores en la ciudad –entre los cuales, siempre según Díaz y Pérez, se encontrarían el propio Obispo don Mateo Delgado y Moreno, así como destacadas familias–.

Ya establecido el Infante en territorio luso, hemos de desta-car que, hasta el inicio de la contienda, se conoció un mayor movi-miento en la provincia pacense y, particularmente, en el área fron-teriza con Portugal, tanto en lo relativo a la vigilancia de la posición de la Real Persona así como hacia zonas e individuos que llamaban la atención por sus muestras de desafección a la sucesión femeni-na, ya que, en mayo de 1833, se tenía conocimiento de que, en va-rios pueblos portugueses de la raya, éstos hacían acopio de armas y municiones, produciéndose además continuas idas y venidas de los carlistas pacenses a territorio portugués para rendir pleitesía a su Rey y para entrar en contacto con conspiradores que se cobijaban en la raya. Estas preocupantes informaciones obligaron a las auto-ridades a realizar una escrupulosa vigilancia del territorio rayano. Mientras tanto, en el interior de la provincia, en donde existían pre-ocupaciones por los estragos que estaba causando la enfermedad del cólera-morbo, nos encontramos también con testimonios de que el clima de tensión socio-política, progresivamente, se iba agu-dizando e incluso en la capital pacense llegaron a aparecen varias inscripciones en lugares públicos que rezaban Viva Carlos V.

En este contexto se presentó septiembre de 1833. Días antes de la muerte de Fernando VII, debido a la presencia de don Carlos en Portugal y por los manejos, conspiraciones y tramas que alrede-dor de su persona se sucedían, el Gobierno designó a personal de su absoluta confianza y totalmente adicto a la sucesión femenina para que se trasladase a Extremadura. En este sentido, sobresale el nom-bramiento del Mariscal de Campo don José Ramón Rodil y Campillo como Capitán General de Extremadura, ya que su papel fue clave para mantener a nuestra región bajo los deseos del Gobierno, pues, actuando con rigor y severidad, se encargó de aniquilar todo rastro

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de simpatías o muestras de adhesión hacia la causa de don Carlos y de acabar con cualquier ápice de desafección existente en el Ejér-cito de su mando así como en puntos o cargos de relevancia, como veremos a continuación.

II.2.- Octubre – diciembre de 1833: el estallido de la guerra

El 1 de octubre, tan solo dos días después del fallecimiento del Rey Fernando VII, su hermano don Carlos, a través del Manifies-to de Abrantes, reclamaba sus derechos a la Corona y llamaba a los españoles, a todas las autoridades civiles y militares, a ponerse bajo sus banderas y a defender su causa. Un día después, el 2, se produjo el primer levantamiento civil en favor de don Carlos del que se tiene constancia, el cual tuvo sus repercusiones en la provincia pacense, ya que los alzados en Talavera de la Reina penetraron en territorio extremeño, siendo fusilados algunos de ellos a mediados de mes en Villanueva de la Serena por órdenes directas de Rodil.

Durante esta etapa, cuando ya había prendido la mecha de la guerra civil, se acentuó la estrecha vigilancia sobre el amplio es-pacio de la raya con Portugal, en donde existían movimientos de los enemigos de la causa isabelina. Así, como informaba el Coman-dante de Armas de Olivenza a mediados de diciembre, el pueblo de Cheles y sus inmediaciones se veían comprometidos con la causa carlista y por allí, debido a lo montuoso del terreno, se mantenía correspondencia con los refugiados carlistas en Portugal y, además, varias partidas miguelistas tenían en tensión aquella demarcación.

A raíz de este inestable contexto, para el caso concreto de los llanos de Olivenza y sus inmediaciones, los militares isabeli-nos acordaron apostar fuerza en Cheles, Barcarrota, Villanueva del Fresno, Zafra o en la propia plaza de Olivenza, e incluso, a finales de año, se decidió blindar por completo la raya, quedando cortada la comunicación con el vecino Reino y permitiéndose pasar única-mente a personas que estuvieran debidamente autorizadas por los gobernadores de Badajoz, Olivenza y Jerez de los Caballeros.

Aparte de esta vigilancia, también se intensificó el proceso de destituciones y extrañamientos de autoridades civiles y militares.

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De este modo, en Badajoz, cabe destacar la remoción del Goberna-dor militar interino de la plaza, don Juan Espinosa de los Monteros, quien fue confinado en Almendral tras haberse descubierto un plan para entregar la plaza a los carlistas en el que estaba involucrado; en Llerena, se cesó a su Comandante de Armas, el titulado Mariscal de Campo don Francisco Badals, por no ser considerado adicto a Isabel II y tener estrechas relaciones con los realistas de la comar-ca; en Alburquerque, corrió la misma suerte su Gobernador, don Joaquín Fontán, quien era calificado como un carlista exaltado; y, en Olivenza, se hizo lo propio con su Gobernador, don Nicolás Moreno Monroy, y con su Teniente de Rey, el Teniente Coronel don Fran-cisco Campanón. A su vez, hemos de mencionar que durante estos tres últimos meses de 1833 se llevó a cabo el desarme y la consi-guiente desactivación de los diferentes batallones, escuadrones y compañías de Voluntarios Realistas, cuerpo en el que ciertamente se encontraban alistados muchos de los partidarios de don Carlos y que estaba ya, desde hacía meses, en el punto de mira de las autori-dades proclives a la sucesión femenina7.

Tampoco debemos olvidar que, debido al celo de las autori-dades militares isabelinas, en la provincia pacense se desbarataron varios proyectos conspirativos, destacando el desarticulado en el mes de octubre en Zafra, núcleo en donde se estaba fraguando una conspiración por parte de los Voluntarios Realistas, dirigida por un fraile franciscano, y que fue neutralizada ya que desde Badajoz, en cuanto se tuvo noticia de estos hechos, se envió una fuerza para desarmar a los realistas segedanos.

Por último, si bien la guerra había comenzado en octubre, lo cierto es que durante estos meses apenas se registraron movimien-tos significativos en la Baja Extremadura. Tan sólo destacar la inter-

7 El desarme y desactivación de los Voluntarios Realistas coincidió con la puesta en marcha de un cuerpo que estuviera al servicio de la causa de Isabel II: nos referimos a la Milicia Urbana, creada por Real Decreto el 25 de octubre de 1833 y que muy pronto comenzó a organizarse también en territorio extremeño. Para lo relativo a esta institución armada en la provincia de Badajoz, remitimos a la obra de Naranjo Sanguino, Miguel Ángel, La Milicia Nacional de la ciudad de Badajoz y su marco provincial hasta la disolución de 1844, Badajoz, Diputa-ción Provincial de Badajoz, 2008.

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nación en Helechosa de los Montes, a finales de año, de una partida carlista compuesta por medio centenar de efectivos que procedía de La Mancha. Este hecho, si bien de pequeña envergadura, marca-ría el inicio de las acciones que llevaron a cabo los grupos armados de carlistas manchegos en la provincia de Badajoz, los cuales tuvie-ron en constante inquietud y acarrearon grandes perjuicios al área fronteriza con La Mancha durante buena parte de la guerra civil, como tendremos la oportunidad de ver en las siguientes páginas.

II.3.- Enero de 1834 – julio de 1834: las primeras acciones      de las guerrillas carlistas

En el primer semestre de 1834, el cual constituye la tercera etapa de la guerra civil, en el conjunto de la región tuvo lugar el le-vantamiento de las primeras guerrillas genuinamente extremeñas y la internación de algún grupo armado de carlistas manchegos en la zona más oriental de Extremadura. Además, siguieron afloran-do muestras de simpatía hacia la causa carlista y se desarticularon nuevos planes conspirativos que tenían como fin alzarse en armas en favor de don Carlos.

En los primeros meses, mientras que en enero el ya ex-In-fante, a través de una proclama, llamaba a los extremeños a luchar por su causa y en tierras cacereñas comenzaba a operar la guerrilla de los hermanos Cuesta, en la demarcación pacense, más concreta-mente en el pueblo de Hornachos, se vio alterado el orden público debido a que tres religiosos franciscanos de su convento se mani-festaron de una manera pública a favor de don Carlos, animando a la sedición y levantamiento contra el Gobierno de la Regente María Cristina. Del mismo modo, se siguió vigilando celosamente los mo-vimientos existentes en poblaciones cercanas a la frontera portu-guesa, y en este sentido tenemos constancia de que agentes de don Carlos se estaban encargando de reclutar gente según comunicaba el Alcalde Mayor de Barcarrota, quien informó, ya en febrero, que los vecinos de dicho pueblo Benito Marabel y don José Ocano, lle-vaban a cabo esta tarea con el objetivo de congregar personas de la provincia pacense para que pasaran a las órdenes de don Carlos en

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Portugal. Según la autoridad barcarroteña, los dos citados vecinos habían conseguido reunir, hasta ese momento, a un número de has-ta 30 personas, algunas de ellas procedentes de la fronteriza plaza de Badajoz, y que los carlistas les ofrecían como reclamo seis reales diarios y dos ranchos.

Con el fin de impedir esta o cualquier otra maniobra, diferen-tes ayuntamientos de la provincia se encargaron de circular y ejecu-tar diversas órdenes para vigilar a toda persona comprometida, en especial a aquellas que habían pertenecido a los ya extintos cuer-pos de Voluntarios Realistas. Como ejemplo concreto, se solicitó la búsqueda y captura de Manuel Grillo, vecino de la villa de Zafra y ex voluntario realista, quien tenía causa abierta por la Real Audiencia de Extremadura, sita en Cáceres.

En los meses posteriores, hasta julio, en lo que se refiere a movimientos o sucesos relacionados con las guerrillas carlistas, en abril, por el extremo oriental de la demarcación pacense, una fuerza capitaneada por don Manuel Adame de la Pedrada (alias El Locho), entraba en los pueblos de Fuenlabrada de los Montes y He-rrera del Duque, en donde se hizo con armamento, caballos y dine-ro. En mayo, tuvo lugar la acción de la Era, desarrollada en el puerto de Carmonita (espacio lindero con la provincia de Cáceres), en la que se enfrentaron la guerrilla de los hermanos Cuesta y la Milicia Urbana de diferentes núcleos de población. Un encuentro que fue desfavorable para la fuerza capitaneada por los hermanos Cuesta, los cuales, ya en el mes de julio, fueron apresados en el término municipal de Villar del Rey cuando tenían la intención de pasar a Portugal. También en mayo, mes en el que finalizó la guerra civil portuguesa que propiciaría la marcha de don Carlos del vecino Rei-no, tan solo es reseñable la presentación en la comarca de Zafra de un pequeño grupo de hombres capitaneados por el ya citado don José de Ocano, a quien don Carlos había nombrado Capitán de sus filas. Este grupo se limitó a realizar acciones proselitistas con el fin de ganar nuevos partidarios, pues en Burguillos del Cerro distribu-yeron una serie de proclamas contrarias al Gobierno isabelino.

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II.4.- Agosto de 1834 – octubre de 1836. El estancamiento     de la guerra: el predominio del bando liberal-isabelino

A lo largo de esta etapa, la de mayor duración del conflicto pues se extendió por más de dos años, lo cierto es que diversos fac-tores hicieron que el carlismo en la provincia pacense se sumiera en una dinámica poco próspera para sus intereses. En el extremo opuesto, los isabelinos lograron mayores progresos en lo que a su organización institucional y militar se refiere. En cuanto a la ver-tiente institucional, un hito destacado lo constituye la instalación de la Comisión de Armamento y Defensa de Extremadura y, poste-riormente, de la Diputación pacense, las cuales fueron clave para hacer frente a las partidas carlistas y a la hora de dotar de recursos económicos a las fuerzas leales a Isabel II.

Pese a la atonía carlista, en lo referido a la actividad de las guerrillas, la misma se concentró, principalmente, en los espacios de la provincia linderos con La Mancha. Y por ello hemos de desta-car la acción de Villarta de los Montes, ocurrida en mayo de 1835, en la cual una gruesa fuerza carlista (compuesta por alrededor de 300 hombres) capitaneada por don Mariano Peco, tras haber tendi-do una trampa a los isabelinos, abatió a más de 30 milicianos urba-nos. Tan sólo un mes después, en junio, el brigadier don Isidoro Mir, a quien don Carlos encomendó la tarea de convertir a las guerrillas carlistas extremeñas y manchegas en un verdadero Ejército regular, se presentó en Herrera del Duque comandando a un total de 800 infantes y entre 300 y 400 hombres a caballo.

Esta creciente presión de las guerrillas manchegas, que en no pocas ocasiones actuaron en combinación con las extremeñas, motivó la creación de una comandancia militar específica para el control de este área fronteriza (oficialmente denominada Coman-dancia General de la línea de Extremadura con La Mancha), a la que llegó a finales de 1835 el peculiar militar irlandés don Jorge Flin-ter, con quien la causa liberal consiguió notables progresos en su estancia custodiando este conflictivo y delicado espacio fronterizo extremeño.

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II.5.- Octubre de 1836 – agosto de 1838. El auge de las guerrillas:     el predominio del bando carlista

En este período, en contraposición con el que acabamos de tratar, fue en el que la causa de don Carlos experimentó mayores progresos en el conjunto de la región. En lo relativo a la Baja Extre-madura, vamos a centrarnos principalmente en dos aspectos: las expediciones carlistas así como las acciones más relevantes de la guerrilla.

En lo referido a las expediciones8, en primer lugar destaca-mos la comandada por don Miguel Gómez Damas, la cual arribó a territorio extremeño a finales de octubre de 1836. El mayor contin-gente militar que pisó Extremadura en esta guerra civil –compues-to por alrededor de 12.000 efectivos–, hizo su entrada en la región el 26 de octubre por Siruela, continuó hacia Talarrubias y pernoctó en Navalvillar de Pela. Tras su estancia en la provincia cacereña, y con dirección hacia Andalucía, la expedición volvió a internarse en la demarcación pacense: el 5 de noviembre la expedición pasó por Villar de Rena y Rena, núcleo este último en el que los carlistas vadearon el Guadiana construyendo un puente con carros y se hi-cieron con 1.200 reales que les entregó su alcalde, e hizo noche en Villanueva de la Serena. El día 6 continuó por La Haba, La Guarda, Quintana y Zalamea de la Serena y el 7 abandonó Extremadura, pa-sando por los núcleos de Berlanga y Ahillones, llegando a Guadal-canal. Su paso por la región trajo consecuencias desastrosas para la causa liberal, pues, aprovechando su temporal estancia, los carlis-tas extremeños se envalentonaron y, lo que fue aún peor, el espíritu público proclive a Isabel II recibió un mazazo del que no se recupe-ró en mucho tiempo. Una segunda expedición a mencionar, se trata

8 Para profundizar en el conocimiento de las expediciones carlistas en Extrema-dura durante esta guerra civil, remitimos a nuestro trabajo Recio Cuesta, Juan Pedro, “Las expediciones militares carlistas en Extremadura durante la guerra civil de 1833 a 1840”, en VV.AA. XLIV Coloquios Históricos de Extremadura dedi-cados a Hernán Cortés y su tiempo de descubrimiento, conquista y colonización, Trujillo, Asociación Cultural Coloquios Históricos de Extremadura, 2016, pp. 557-580.

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de la capitaneada por el militar riojano don Basilio Antonio García y Velasco, cuyo contingente militar (de unos 4.000 hombres, no sien-do tan numeroso, por tanto, como el de Gómez) penetró a finales de marzo de 1838 en Herrera del Duque y alrededores. En tercer lugar, en noviembre de 1837, en el contexto de otra expedición de menor envergadura, el brigadier don José Jara y García y el militar extremeño don Fernando Sánchez, comandando unos 1.500 hom-bres, ocupaban, respectivamente, Villanueva de la Serena y Don Benito. Este último núcleo fue ocupado por la fuerza mandada por el cabecilla extremeño, y en Villanueva de la Serena, Jara hizo que la corta guarnición que defendía el pueblo –unos 65 carabineros, en unión con 30 nacionales y algunos vecinos liberales– se atrin-cherara en el fuerte habilitado, sin tener víveres y esperando a que los carlistas se marcharan. Los cabecillas Jara y Sánchez se llevaron un suculento botín de ambos pueblos; además, vieron aumentadas sus filas –dado que se les presentaron voluntarios casi un centenar hombres– y se hicieron con unos 100 caballos. Hacía allí corrió en cuanto tuvo noticia de los hechos el brigadier cristino don Dionisio Marcilla, pero ya era demasiado tarde pues los carlistas, tranquila-mente, volvían a su cuartel general establecido en los núcleos cace-reños de Alía y Guadalupe, que por aquel entonces se encontraban bajo el control de los partidarios de don Carlos.

Aparte de estos contingentes militares, cabe apuntar tam-bién que las acciones de las guerrillas crecieron notablemente en la provincia pacense, sobre todo en el año de 1837 y en el primer se-mestre de 1838. Por lo que respecta a 1837, la continua presión de las guerrillas carlistas manchegas fue la tónica durante la primera mitad del año. A partir del verano9, la situación se agravó conside-rablemente y, a nivel provincial, desembocó en momentos críticos en el último trimestre, cuando la presión de los carlistas fue a más.

9 Sobre la inestabilidad generada por estas guerrillas manchegas en algunos mu-nicipios pacenses durante el verano de 1837 –principalmente los situados en la zona más oriental de la provincia como Castuera, Esparragosa de Lares o Si-ruela, entre otros–, resulta de interés la consulta del trabajo de Cortes Cortés, Fernando, “La provincia de Badajoz en 1837: una reflexión municipal”, Revista de Estudios Extremeños, t. LXXI, nº 1, 2015, pp. 467-500.

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En octubre, por citar un ejemplo, los carlistas que tenían práctica-mente bajo su dominio las comarcas de La Serena y la Siberia, rea-lizaron incursiones hacia el interior de la provincia, llegando a Al-jucén, población cercana a Mérida, viéndose obligada esta última a realizar obras de fortificación al igual que sucedió en otros núcleos de su entorno, como el caso de Bienvenida. En este contexto, la ma-yor actividad de los carlistas se concentraba, principalmente, en los partidos judiciales de La Serena, Vegas Altas, Herrera del Duque o Puebla de Alcocer, hasta el punto de producirse en ellos la emigra-ción de familias liberales comprometidas desde Don Benito y desde pueblos de La Serena hacia Badajoz. Este movimiento de personas se debía a la intranquilidad constante que allí se vivía y, en los casos concretos de los partidos de Herrera del Duque y Puebla de Alcocer, a consecuencia de las incursiones que diariamente practicaban las guerrillas en sus pueblos para extraer los recursos de sus pósitos. Pese a la existencia de esta delicada situación, no obstante, en los últimos compases de 1837, las tropas isabelinas lograron peque-ños pero importantes éxitos para su maltrecha causa. Así, el 1 de diciembre se logró dispersar a un considerable número de tropa carlista que ocupaba Zalamea de la Serena y el 29 del mismo mes, se asestó un golpe a la partida levantada por el paisano José Serra-no alias Pepico cuando esta se encontraba en Higuera de la Serena.

Pasando ya a 1838, el hecho de que los carlistas perdieran la posesión de los ya citados estratégicos núcleos de Alía y Guadalupe a finales de enero, también tuvo sus consecuencias en la demarca-ción pacense, al disminuir la presión de las guerrillas carlistas so-bre la porción más oriental de la provincia. No obstante, siguieron actuando una serie de partidas –aunque de menor envergadura–, destacando nosotros aquí especialmente la capitaneada por Anto-nio Noguera, alias Rondeño10, natural de Jabugo (Huelva), que había

10 Un trabajo que cita algunas de las acciones de Rondeño en la Baja Extrema-dura, es el de Garrido Díaz, María del Pilar, “Los Santos frente al Rondeño (1839): un episodio de inseguridad en el marco de las guerras carlistas en la Baja Extremadura”, en Soto Vázquez, José (Coord.), Los Santos de Maimona en la Historia III, Los Santos de Maimona, Fundación Maimona, 2012, pp. 216-229, si bien dedica buena parte del mismo a la actitud mostrada por el Ayunta-miento de Los Santos de Maimona ante la amenaza del cabecilla.

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comenzado sus correrías por diversas zonas de la Baja Extremadu-ra en el mes de diciembre de 1837 y continuó su actividad hasta el final de la guerra. En lo que respecta a los primeros meses de 1838, si bien ya en enero su partida había sido dispersada en las serranías cordobesas limítrofes con Badajoz, al calor de la expedición de don Basilio aumentaría sus actividades. Así, durante marzo y abril son destacables varias acciones de la partida mandada por el citado ca-becilla que se desarrollaron en los partidos de Castuera, Llerena y La Serena. Su primera aparición destacable se produjo en Llera el 28 de marzo, con dos hombres más, en donde permaneció tranqui-lamente y realizó algunas exacciones, provocando ello la sorpresa del propio Jefe Político pacense, quien no entendía cómo en una población de 268 vecinos permitido la entrada sin la menor resis-tencia ni oposición, y llamó al Alcalde de dicho núcleo a Badajoz para que, personalmente, le diera explicaciones del hecho. Por otra parte, también se presentó en Zalamea de la Serena, torpedeando la quinta de mozos que allí, y en otros pueblos del alrededor, se estaba llevando a cabo. Y en último lugar, junto con el cabecilla José Serra-no alias Pepico, se aproximó a unos cortijos cercanos a Azuaga con la intención de hacerse con varios caballos, aunque esta vez los car-listas fueron dispersados por una partida de miqueletes que había venido a reforzar la zona desde Cazalla de la Sierra, matando en la refriega a seis de los hombres capitaneados por ambos cabecillas. Debido a estos fugaces movimientos e incursiones en los pueblos, varios de ellos, siguiendo órdenes de las autoridades superiores, se dirigieron a sus vecinos para que repelieran cualquier tentativa de entrada de los carlistas, siendo destacable el caso de La Parra, pue-blo situado en el partido judicial de Zafra, el cual circuló un bando entre su vecindario con una serie de prevenciones a este respecto.

Ya en el verano, Rondeño volvía a protagonizar algunas accio-nes de importancia. El 6 de agosto, con 33 hombres a caballo, cercó el pueblo de Higuera de la Serena, pidiendo raciones y 3.000 reales, pero fue puesto en dispersión por algunos tiradores que se halla-ban en su interior y por algunos vecinos que salieron en su perse-cución. No obstante, protagonizó otras acciones ventajosas, ya que logró entrar en la villa de Llera el 9 de agosto –lo que motivó que Berlanga se pusiera en estado de defensa–, batió con una pequeña

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fuerza de caballería a una columna liberal en Retamal de Llerena y ocupó a placer, el 11 de agosto, Fuente de Cantos, teniendo este último hecho una severa respuesta por parte del Capitán General de Extremadura, don Santiago Méndez Vigo, quien manifestaba que le habían llegado noticias de que en aquel núcleo y en sus alrede-dores existían, por parte de las autoridades y de algunos vecinos, “señales marcadas de connivencia con los rebeldes”, destituyendo al momento al Ayuntamiento de dicho núcleo, cuyos miembros fue-ron conducidos a Badajoz en donde se les formó consejo de guerra a la vez que advertía a las poblaciones vecinas que no iba a tolerar comportamientos de esta índole11.

Durante este mes de agosto, aparte de las andanzas del onu-bense, también se movió por la zona sur de Badajoz la partida del fuentecanteño Antonio Rodríguez, quizá animado a actuar por el propio Rondeño, aunque lo cierto es que no salió muy bien para-da en las acciones que tuvo con los liberales, ya que fue puesta en dispersión el 14 de agosto por una decena de nacionales de Bodo-nal de la Sierra, cuando los carlistas estaban en la jurisdicción de Segura de León, donde fueron sorprendidos. Si bien no lograron capturar a ninguno de ellos, sí se hicieron con la práctica totalidad de su material, quedando en poder de los liberales todos sus caba-llos, monturas, carabinas, pistolas, sables, vestimentas militares así como una cartera que contenía una documentación muy interesan-te para los isabelinos. Desprovistos los carlistas de la citada partida de Rodríguez de todos sus recursos, siete de ellos se acogieron a indulto, como también lo hizo un titulado Oficial de la del Rondeño, cabecilla que tenía movilizadas a diferentes columnas liberales que, temporalmente, lograron expulsarle de Extremadura.

11 Vid. Recio Cuesta, Juan Pedro, Entre la anécdota y el olvido…, p 286. Hasta el mes de octubre no se pronunció la justicia militar sobre el suceso acaecido en Fuente de Cantos. Por el veredicto emitido, se cesaba –por su avanzada edad, se indicaba– al comandante de armas de Fuente de Cantos, don Félix Carrasco; se ponía en libertad a los alcaldes, aunque se les imponía la multa de aportar por su cuenta “cuarenta pares de pantalones de paño para la tropa”, misma pena que cayó sobre el vecindario fuentecanteño –exceptuando a los jornale-ros pobres–, debiendo contribuir éste con “ciento sesenta pares de los mismos pantalones”.

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Sin duda, un golpe que suponía un retroceso para las ya men-guadas esperanzas carlistas en la provincia de Badajoz, a lo que si sumamos el asesinato de otro cabecilla el 30 de agosto, como lo era José Serrano alias Pepico, quien perdió la vida a manos de un vecino de Granja de Torrehermosa cuando descansaba en aquel pueblo, el balance a finales del verano de 1838 para la causa carlista en la demarcación pacense era realmente negativo.

Por último, en esta etapa, además de la inestabilidad origina-da por las expediciones y el crecimiento de las guerrillas carlistas, también preocupó a las autoridades isabelinas el espíritu público que se había adueñado de algunos de los pueblos de la provincia, siendo significativo en este sentido la denuncia que se hizo en no-viembre de 1836 desde Monesterio, en donde se observaba “una marcha contraria á nuestras instituciones actuales12”, ya que su Ayuntamiento había caído en manos de personas marcadamente desafectas que estaban dirigiendo providencias contra las perso-nas adictas al partido liberal.

II.6.- Septiembre de 1838 – Diciembre de 1839. El declive final     de las guerrillas carlistas y la finalización de la guerra     en la región

Los reveses que habían recibido, en el conjunto de Extrema-dura, los partidarios de don Carlos en el verano de 1838, se prolon-garon en la recta final de este año, por lo que a partir de septiembre dio comienzo la última gran etapa de la guerra, que se caracterizó, a grandes rasgos, por los estériles intentos de los carlistas pacenses y de territorios limítrofes (La Mancha o Huelva) de volver a encender el fuego de la contienda civil.

12 Vid. Recio Cuesta, Juan Pedro, Entre la anécdota y el olvido..., p. 197. Dicha información corresponde a una carta dirigida al Boletín provincial por un li-beral de aquel pueblo. Este señalaba que se había elegido como Alcalde a un Comandante que fue de los Voluntarios Realistas y suplicaba que “ó las auto-ridades hacen que se eche abajo este ayuntamiento, y que se nombre el que real y verdaderamente debe ser, ó en contrario el partido liberal tiene que espatriarse de esta villa”.

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Así, en el último trimestre de 1838, si bien no se había re-lajado la vigilancia de los isabelinos sobre la conflictiva línea con La Mancha, Rondeño volvió a presentarse en el sur de la provincia mandando una fuerza de caballería de entre 70 y 80 efectivos, en-trando en Granja de Torrehermosa a finales de noviembre, núcleo de donde se llevó preso a los alcaldes y capitulares, reclamando una elevada suma de dinero para liberarlos. La rápida actuación de las autoridades, como el Gobernador de Llerena o el Alcalde de Zafra, junto a las fuerzas movilizadas en el partido judicial de Llerena y alrededores, impidieron que penetrase en Berlanga, retirándose de nuevo a las serranías cordobesas. Por su parte, un suceso de ma-yor envergadura ocurrió el 30 de diciembre, cuando varios jefes carlistas manchegos, capitaneando una fuerza aproximada de 300 caballos, para sorpresa de las tropas que guarnecían la línea se pre-sentaron ante los muros de Castilblanco, núcleo en el que hicieron atrincherarse a una partida de escopeteros y a otra de infantería en la Iglesia del pueblo, lugar desde donde estos contemplaron, con impotencia, cómo los carlistas incendiaban algunas casas, desvali-jaban otras tantas y acababan con la vida de alguno de sus vecinos, dejando al pueblo y a sus habitantes en un estado de conmoción y ruina.

En 1839, Rondeño volvió a aparecer en la provincia pacense a primeros de marzo con su partida compuesta por unos 50 caba-llos, entrando en Fuente de Cantos la madrugada del 6 de marzo, desvalijando algunas casas –ante la indiferencia y complicidad de gran parte de su vecindario, que no opuso resistencia, lo que por otra parte trajo consecuencias13– y llevándose preso al Conde de Casa-Chaves, exigiendo 60.000 reales por su liberación. Inmediata-mente, tras abandonar este núcleo, se dirigió hacia Montemolín, en donde se apoderó de la persona encargada de cobrar los arbitrios de la Diputación, exigiéndole más de 400 reales de dichos fondos y sobre 30 fanegas de cebada para alimentar a su caballería.

13 Efectivamente, no tardó en abrirse causa criminal en el Juzgado de Fuente de Cantos “en averiguación de las causales, autores y cómplices en la invasión” y, según las pesquisas realizadas, se señalaba a varios paisanos fuentecanteños como cómplices de la partida de Rondeño. Asimismo, las autoridades militares

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Pero Rondeño no tuvo tiempo para descansar, pues varias columnas liberales salieron en su persecución, logrando alcanzar a alguno de sus hombres y siendo herido el propio cabecilla por las tropas de don Antonio del Solar. Dispersada la fuerza carlista, el Capitán General Méndez Vigo ordenó que se enviaran los mejores hombres y caballos para capturar a Rondeño, pues por el camino que tomó creían que se había dirigido a curarse las heridas a Jabu-go, su pueblo natal. Además, Méndez Vigo ordenaba también que si capturaban al cabecilla, lo fusilaran sin contemplación, aunque antes se aseguraran de que el Conde estuviera libre para evitar ven-ganzas por parte de los carlistas. Sin embargo, pese a esta perse-cución, no dieron ni con el propio Rondeño ni con ninguno de sus acólitos, quienes ya en abril se encontraban en los montes de Gar-bayuela, realizando acciones concretas y de poca magnitud como la captura de tres acaudalados de Cabeza del Buey, con la intención de obtener una recompensa por su liberación.

Tras la firma del Convenio de Vergara el 31 de agosto de 1839, sucesos poco reseñables ocurrieron ya en la Baja Extremadura, si bien no se bajó la guardia por si ocurrían eventuales acciones de los carlistas, por lo que pueblos, como por ejemplo Usagre, solici-taron realizar obras de fortificación. Los últimos meses de 1839, se caracterizaron por la merma de las exiguas partidas que aún deam-bulaban por la provincia. El destino de los carlistas, vivamente per-seguidos por los liberales, no fue otro que el de acogerse a indulto o la muerte.

Trazado este recorrido cronológico, antes de finalizar este primer apartado que hemos dedicado a la guerra civil, resulta de interés mencionar que, fuera de los límites provinciales, en el mismo tuvieron una participación activa una serie de personajes, en su mayoría militares, naturales de la provincia de Badajoz. En este sentido, destacan, entre otras, las figuras de don Antonio de

isabelinas se preguntaban cómo era posible que un pequeño grupo de hom-bres entrara a placer en una población de más de 1.400 vecinos, lo que por otra parte viene a confirmar aún más que Rondeño tenía auxiliadores encu-biertos dentro del pueblo.

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Arjona y Tamariz14 o la de los hermanos Conejo Bejarano, Agustín y Sancho15, naturales de Lobón. Por su parte, existieron fundadas sospechas sobre personalidades por sus connivencias o simpatías encubiertas hacia los carlistas, siendo el caso más representativo el de don Mateo Delgado Moreno, Obispo de Badajoz, que acabó confinado en Torre de Miguel Sesmero. Por último, no debemos ol-vidar que en Badajoz capital estuvieron establecidas una serie de instituciones que tuvieron una destacada importancia en la repre-sión del carlismo, siendo las principales las siguientes: la Capitanía General, la Comisión Militar Ejecutiva y Permanente de Extremadu-ra, el Consejo de Guerra y la Diputación provincial, institución esta última que jugó un papel clave en la lucha contra los carlistas en cuanto a la aportación económica16 se refiere.

III.- EL DEVENIR DEL CARLISMO EN LA BAJA EXTREMADURA     EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX

En el marco temporal que constituye la segunda mitad del Ochocientos, haremos alusión a tres aspectos principales: en pri-mer lugar, a los otros dos enfrentamientos que tuvieron como principal detonante las reclamaciones carlistas al Trono de España (1846-1849 y 1872-1876); en segundo lugar, a la creación de una estructura política en la provincia de Badajoz, que, con el paso de los años, llevó aparejada la creación de círculos carlistas en diver-

14 Vid. Recio Cuesta, Juan Pedro, “Proscritos y olvidados. Los extremeños al ser-vicio de don Carlos en la Primera Guerra Carlista (1833-1840)” en VV.AA. XLIII Coloquios Históricos de Extremadura dedicados a Luisa de Carvajal y Mendoza en el IV Centenario de su muerte, Trujillo, Asociación Cultural Coloquios Histó-ricos de Extremadura, 2015, pp. 717-736.

15 Vid. Grajera Castillo, José, “Don Sancho Conejo y Bejarano. Un carlista en tierras liberales”, Hidalguía, Año XIV, nº 76, mayo-junio, 1966, pp. 295-302.

16 La institución, efectivamente, realizó un considerable desembolso para soste-ner a las tropas que operaban en la provincia. En este sentido, resultan intere-santes las cifras relativas a 1837 que podemos encontrar en Guerra Guerra, Arcadio, “La Diputación de Badajoz en 1837. Ingresos y gastos: su actuación decisiva en la guerra carlista”, Revista de Estudios Extremeños, t. XXXIX, nº 1, enero- abril, 1983, pp. 5-80.

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sas localidades del territorio pacense y, en tercer y último lugar, a la aparición de una prensa afín a las ideas tradicionalistas.

En lo referente a los conflictos, con don Carlos Luis de Bor-bón y Braganza (Carlos VI, Conde de Montemolín17) se desarrolló la Segunda Guerra carlista entre 1846 y 1849. La misma tuvo es-casa incidencia en la provincia pacense, destacando nosotros aquí únicamente la acción de Campanario, ocurrida en julio de 1848 y en la que los carlistas, mandados por don Blas María Royo de León –quien había sido nombrado por don Carlos Comandante General de Extremadura y La Mancha–, fueron derrotados por una fuerza combinada de Guardia Civil, carabineros y paisanos armados18. La Tercera Guerra (1872-1876), sí tuvo mayor incidencia en la provin-cia19, aunque sin llegar a alcanzar la envergadura de la Primera, ya narrada en las páginas anteriores. Desde que en abril de 1872 Car-los VII, al grito de “¡Viva España! ¡Abajo el extranjero!” –en directa referencia a don Amadeo I–, llamara a sus partidarios a las armas, hasta 1876, España fue escenario de una nueva guerra civil. En el conjunto de Badajoz, el conflicto presentó dos fases bien diferen-ciadas: desde abril de 1872 hasta la proclamación de la I Repúbli-ca y desde marzo de 1873 hasta finales de 1875, etapa esta última en la que las acciones de los carlistas tomaron mayor brío. En esta contienda, en el bando de los partidarios de don Carlos destacaron

17 Don Carlos Luis, hijo del reclamante don Carlos María Isidro, curiosamente, adoptó el título de Conde de Montemolín en referencia a la encomienda que perteneció a su padre, sita en el municipio pacense de igual nombre y que le fue secuestrada por el Gobierno isabelino, junto a otra gran cantidad de bienes muebles e inmuebles, poco después de estallar la guerra de 1833.

18 Ferrer, Melchor; Tejera, Domingo y Acedo, José, Historia del Tradicionalis-mo español, Sevilla, Editorial Católica Española, 1941-1979, t. XIX, pp. 173-174.

19 En Bullón de Menzosa y Gómez de Valugera, Alfonso, “Historia político-mi-litar de la Baja Extremadura en el siglo XIX”, en Terrón Albarrán, Manuel (Dir.), Op. cit., pp. 1.080-1.081 y en España Fuente, Rafael, El Sexenio Revo-lucionario en la Baja Extremadura. 1868-1874. La obra de los Municipios Re-volucionarios, Badajoz, Diputación de Badajoz, 2000, t. I., pp. 285-287 y pp. 343-358, encontramos unas sucintas notas sobre este conflicto civil en la Baja Extremadura. En la última obra citada, se ofrece una visión muy general sobre las principales acciones de las partidas carlistas ocurridas entre 1872 y 1874.

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personajes como el Marqués de Torres Cabrera, quien fue detenido en el transcurso de la guerra, y don Fernando Covarsí, padre de don Antonio Covarsí20.

Dejando ya a un lado el carlismo de las conspiraciones, in-surreccional y armado, hemos de referirnos a su vertiente política y social. Y es que, a finales de la década de 1860, en el seno del movimiento se produjo un proceso de reorganización, poniéndose en marcha nuevas estructuras internas así como medios de propa-ganda. Esta labor se concentró en el Sexenio Revolucionario (1868-1874), tras asumir don Carlos de Borbón y Austria-Este (Carlos VII) los derechos sucesorios en 1868. De este modo, ya en 1869 se diseñó una estructura político-militar carlista a nivel nacional. En lo relativo a la organización militar, se adoptó el modelo de las comandancias generales y para Extremadura (territorio que com-partía mando con La Mancha y Toledo) fue nombrado Comandante General, en calidad de Mariscal de Campo, don Juan de Dios Polo y Muñoz de Velasco, quien luego fue sustituido por don Vicente Saba-riegos y, ya en 1871, por don Fernando Vázquez. Por lo que respecta al ámbito político, para la provincia de Badajoz, también en 1869, fueron designados don Pedro Torre Isunza como Comisario regio y don Enrique Donoso Cortés como Subcomisario.

Establecido este esqueleto político-militar, a partir de 1870 se fueron instalando juntas provinciales, de distrito y locales que funcionaron durante buena parte del citado Sexenio y, en el caso de Badajoz, a principios de esta década de 1870 nos encontramos con una estructura ya definida. La Junta provincial, estaba compuesta por los siguientes sujetos: Carlos Combes (Presidente), Marqués de Torres-Cabrera (Vicepresidente), Manuel Tomás Hidalgo y Benju-mea (Secretario), Cristóbal Baquero y Pena (Vicesecretario), Mar-qués de Fuente-Santa, José Donoso Calderón, Marqués de la Vega, vizconde de Floresta, José de Rojas y Vera, Conde de Campo Espina, Mateo Cabeza de Vaca y Laguna, Conde de la Torre del Fresno, Ra-

20 Vid. Recio Cuesta, Juan Pedro “Un montero genial: biografía de A. Covarsí”. [Reseña del libro Un montero genial: biografía de A. Covarsí de Enrique Segu-ra Otaño], Extremadura. Revista de Historia, nº 1, t. I, enero-junio, 2014, pp. 272-273.

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món Ceballos y Rico, Antonio Carvajal, Francisco Toribio y Guzmán y Rafael de Combes y Lallave (todos ellos vocales). Además, tam-bién se formaron varias juntas de distrito (en Alburquerque, Cas-tuera, Mérida y Villanueva de la Serena) y locales (en Mérida y en Villagonzalo).

Durante esta encrucijada histórica, además, en el terreno po-lítico a nivel nacional destacó el pacense don Gabino Tejado Rodrí-guez, quien, proveniente del conservadurismo liberal, recaló en las filas de la Comunión Católico-Monárquica, desempeñando el papel de diputado en Cortes y llevando a cabo una activa labor de propa-ganda.

Ya a finales de siglo, más concretamente en el año de 1896, tiempo en el que don Carlos VII había confiado al Marqués de Ce-rralbo la dirección del carlismo, se habían establecido un mayor número de juntas de distrito y locales, añadiendo a las citadas ante-riormente las de Campanario, Fuente del Maestre, Guareña y Oliva de Mérida21.

Por último, en lo relativo a la prensa afín a las ideas tradi-cionalistas, por una parte, entre noviembre de 1868 y febrero de 1869, se publicó en Badajoz el periódico El Centinela, el cual estuvo dirigido por don Enrique Rivera y Palma. Por otra parte, a finales de siglo se comenzó a editar en Fuente del Maestre la peculiar revista El Águila Extremeña, la cual, impregnada de un carácter claramente antiliberal, “estuvo en una línea difusa entre carlistas e integristas, abogando por el entendimiento entre ambos”22.

21 Vid. Recio Cuesta, Juan Pedro, Entre la anécdota y el olvido..., pp. 421-422.22 López Casimiro, Francisco, “Aproximación a la opinión pública católica en la

crisis finisecular. ‘El Águila Extremeña’ (1899-1900)”, en Hermoso Ruiz, Faus-tino (Coord.), VIII Congreso de Estudios Extremeños: Libro de actas, Badajoz, Diputación de Badajoz, 2007, p. 1.917.

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IV.- NOTAS SOBRE EL CARLISMO PACENSE EN LA PRIMERA MITAD    DEL SIGLO XX

En julio de 1909 fallecía don Carlos VII y, como ya hemos apuntado en el apartado introductorio, le sucedió su hijo don Jaime, quien hasta 1931 llevó las riendas del carlismo. En este segmento histórico, el carlismo recibió también el nombre de jaimismo, en directa relación al Rey.

Hasta el advenimiento de la II República cabe señalar la labor de organización y propaganda llevada a cabo por los carlistas en Badajoz, la cual respondía a directrices superiores. En este senti-do, durante el decenio de 1910 encontramos una importante ac-ción proselitista del carlismo pacense, destacando, entre otras ini-ciativas, la celebración de sendos mítines en octubre de 1910 en Campanario y Mérida, la puesta en marcha del Requeté en Badajoz –cuyos trabajos comenzaron a finales de 1911– y la fundación del periódico El Pueblo Extremeño en 1915, con sede en la capital pa-cense y dirigido por don Antonio Reyes Huertas.

Una vez establecida la II República, en un contexto nacional, destacaron las reformas llevadas a cabo por don Manuel Fal Conde, quien fue nombrado Jefe-Delegado de la Comunión Tradicionalista. Esta ingente labor, también tuvo su reflejo en la provincia pacense, en donde volvió a resurgir el carlismo: en Mérida funcionó el perió-dico La Fe durante los años 1935 y 1936, se volvió a reorganizar la estructura política y se llevaron a cabo actos de propaganda, desta-cando el mitin tradicionalista que se celebró en el verano de 1932 en Badajoz y al que asistieron el propio Fal Conde y doña María Rosa Urraca Pastor, figuras señeras del carlismo en los tiempos de la República.

En cuanto a los años de la Guerra Civil, como es bien conoci-do, el 18 de julio se produjo el levantamiento militar. En Badajoz, provincia que en los primeros compases de la guerra quedó bajo dominio republicano, siguiendo órdenes superiores se instaló la Junta Carlista de Guerra de Extremadura, presidida por el doctor don Alejandro Encinas de la Rosa en calidad de Jefe de la Comu-nión Tradicionalista extremeña. El carlismo pacense contribuyó al

Carlismo y guerras carlistas en la Baja Extremadura

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bando nacional mediante la creación del Tercio de Nuestra Señora de Guadalupe, unidad formada por requetés de Badajoz, cacereños y salmantinos. Por su parte, estuvo en funcionamiento el semana-rio tradicionalista Boinas Rojas, que actuó como órgano oficioso del carlismo extremeño, y también funcionaron los Pelayos y las Mar-garitas. La primera, organización juvenil, tuvo cierta importancia en diversas localidades de la Baja Extremadura, destacando el caso concreto de Villafranca de los Barros, en donde había más de 125 alistados en 1937. La segunda, organización femenina, se estable-ció tanto en la capital pacense como en otros pueblos de la provin-cia (Bienvenida, Olivenza, etc.).

En los tiempos de la posguerra, pese a que, teóricamente, la Comunión Tradicionalista quedó integrada en el partido único de FET y de las JONS a raíz del Decreto de Unificación de 1937, bajo la jefatura de don Manuel Fal Conde, se pretendió reconstruir la Co-munión como un órgano independiente y al margen del oficialismo franquista, pues el carlismo, pese a haber contribuido a la victo-ria de Franco en la guerra, quedó relegado a un segundo plano. Así pues, en la década de 1940, para tal labor en Badajoz, se recurrió a don Cristóbal Jaraquemada, residente en Bienvenida, y en la de 1950, más concretamente en el año de 1954, el Jefe Delegado de la Comunión Tradicionalista nombraba una nueva Junta Provincial y encomendaba la reorganización del partido a don Eduardo de Este-ban y Frías, VII Marqués de Matallana, oriundo de Jerez de los Ca-balleros y quien ya había actuado como máximo representante del carlismo extremeño en los años anteriores a la Guerra Civil. Ade-más, en las décadas de posguerra, dentro del frente cultural del tra-dicionalismo, tuvo destacado protagonismo tanto a nivel nacional como internacional, don Francisco Elías de Tejada, nacido en Granja de Torrehermosa, núcleo que solía frecuentar en sus períodos va-cacionales y desde el que entabló una abundante correspondencia con otras personalidades relevantes del tradicionalismo.

V.- CONCLUSIONES

Tras todo lo expuesto en el presente texto, no cabe la menor duda de que el carlismo, movimiento contrarrevolucionario de lar-

Juan Pedro Recio Cuesta

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go recorrido, ha ostentado un papel relevante dentro del contexto general de la España de los siglos XIX y XX, dejando también una impronta apreciable en la Historia Contemporánea de la Baja Extre-madura. Realizando una recapitulación de lo tratado en las páginas precedentes, la incidencia de la Primera Guerra carlista fue notable en este espacio geográfico. En su narración, hemos puesto de relie-ve la importancia de los sucesos que acaecieron entre octubre de 1832 y octubre de 1833, pues determinaron el posterior discurrir que experimentó la guerra. Asimismo, como hemos podido com-probar, el conflicto se intensificó entre octubre de 1836 y agosto de 1838, período en el que los partidarios de don Carlos lograron sus mayores progresos.

En los dos últimos apartados de este texto hemos querido esbozar una panorámica muy general sobre el devenir del carlis-mo en la Baja Extremadura en un trazo temporal bastante extenso, prestando mayor atención a su dimensión política y social. Y es que, sobre estas cuestiones nos encontramos trabajando actualmente, gracias al estímulo inicial que nos brindó la Fundación Ignacio La-rramendi23, teniendo en nuestro haber una abundante e inédita do-cumentación, la cual forma parte de una investigación más amplia que abarca, en su totalidad, el carlismo en Extremadura, temática central de nuestra Tesis Doctoral que desarrollamos en la Universi-dad de Extremadura.

23 Nuestro proyecto Entre la anécdota y el olvido. La (des)memoria carlista en Extremadura, resultó premiado en el marco del XIII Premio Internacional de Historia del Carlismo “Luis Hernando de Larramendi”.