ouviña - hacia una política prefigurativa (2)

Upload: tracy-terry

Post on 14-Oct-2015

65 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Hacia una poltica prefigurativa

Hacia una poltica prefigurativa

Algunos recorridos e hiptesis en torno a la construccin del poder popular

Hernn Ouvia

Y todo lo que an no ha nacido

puede nacer todava

siempre que no nos contentemos

con ser simples rganos de repeticin

Antonin Artaud

Al igual que el significante autonoma, el vocablo poder popular parece operar en los trminos que Vilfredo Pareto defina a los conceptos marxistas: como palabra-murcilago. Por su carcter presuntamente lbil, el pensador italiano denominaba de esta forma a dichas categoras, pudindose apreciar en ellas tanto pjaros como roedores. Hecha esta salvedad (que en ocasiones rosa el peligro de la excesiva polisemia), a lo largo del artculo intentaremos aventurar algunas hiptesis, desde ya provisorias, que nos permitan avanzar en una definicin crtica no solo de aquella nocin, sino tambin de lo que consideramos puede ser un catalizador que la dote de sentido, en funcin de una construccin militante y colectiva del cambio social hoy. Nos referimos a la idea de poltica prefigurativa. Para ello, nos valdremos de las reflexiones realizadas por Karl Marx, Friedrich Engels y Antonio Gramsci, as como la de ciertos pensadores opacadas por la ortodoxia leninista que -en consonancia con el joven sardo- resignificaron de manera creativa y anti-dogmtica el pensamiento insurgente de Marx, en pos de un proyecto de transformacin integral de la sociedad capitalista que debe comenzar antes de la mentada conquista del poder. En este recorrido, haremos especial hincapi en algunas experiencias histricas que se presentaron como alternativas a (aunque no necesariamente en contra de) las formas de organizacin partidaria y sindical, sin duda predominantes durante el pasado siglo, y que -creemos- pueden brindar pistas para incidir polticamente sobre nuestro presente. Ser la nuestra, por tanto, una sntesis de reflexiones e intercambios colectivos, antes que una mera teorizacin personal.

El poder popular en la historia de los de abajo: a propsito de dos derrotas que resultaron victorias

La idea de poder popular no es algo reciente en la historia subterrnea de los de abajo. No obstante, en el caso particular de Argentina, y tras la poltica de tierra arrasada que instaur el terrorismo de Estado a sangre y fuego, es con las jornadas de insurbordinacin del 19 y 20 de diciembre de 2001 que cobra visibilidad y comienza a ser parte no solo del acerbo cultural de los protagonistas de esa gesta, sino tambin -y sobre todo- encarnadura de prcticas concretas de experimentacin que se venan ensayando tanto en territorio urbano como rural para subvertir el orden social dominante, rompiendo as con las formas tradicionales pensar-hacer poltica a la que los partidos y sindicatos nos tenan acostumbrados. En ese entonces, las sucesivas movilizaciones, tan espontneas como destituyentes, derribaron a cinco presidentes en menos de tres semanas, en un contexto signado por el surgimiento y la multiplicacin de novedosas instancias de auto-organizacin social. Casi todas las instituciones en que se apoyaba el rgimen fueron cuestionadas de raz, resultando la poltica -en tanto esfera profesional separada- tajantemente rechazada, con la particularidad de que ese proceso de movilizacin colectiva prescindi de todo tipo de organizaciones centralizadas para llevar a cabo una apuesta sin garantas.

Curiosamente, no ha habido esfuerzos denodados al momento de indagar en experiencias y teorizaciones previas en torno a esta nocin. Si la izquierda ortodoxa, temerosa de descongelar sus frmulas de pizarrn ante tamaa coyuntura poltica, volva a refugiarse en sus vetustos manuales e infaltables citas cannicas, ciertas corrientes autonomistas extremas abogaron por un rechazo tajante de cualquier recuperacin crtica de legados que, cual tizones, an mantienen su llama a pesar de su derrota. Se intent as borrar todo nexo o puente que pudiera interconectar determinadas tradiciones, opacadas por la hegemona partidaria y sindical, imposibilitando as tejer un hilo rojo de continuidad y ruptura, en ese ejercicio de autodeterminacin en curso, alrededor de ciertas historias que -parafraseando a Bonfil Batalla- no son todava historia.

A contrapelo de estas lecturas, consideramos que resulta vital para nuestra construccin actual ejercitar la memoria, no con un nimo de exgesis ni en pos de replicar prcticas y propuestas ancladas en otras situaciones histricas. Dar vuelta la vista para mirar atrs -como deca el Viejo Antonio, perdido junto al Sub en plena Selva Lacandona- nos ayuda a ver hoy dnde nos quedamos y cmo seguimos caminando. De ah que valga la pena pasar revista a dos experiencias que de alguna manera, y al margen de las derrotas sufridas, fueron una puesta en acto de esa idea entreverada de poder popular y poltica prefigurativa que en la actualidad circunda la mirada de espacios autnomos de lucha en el continente. Ser el nuestro un recorte esquemtico y breve, acotado a las reflexiones planteadas por Marx y Engels en torno a la Comuna de Pars, y de Antonio Gramsci alrededor del movimiento consejista, en funcin de avanzar hacia una caracterizacin ms rica de los procesos de construccin de poder popular.

Comencemos con el propio Marx. Resulta infructuoso resear los diversos momentos en los cuales el barbudo de Treveris teoriza sobre las mltiples formas de resistencia ensayadas en la Europa decimonnica y, en menor medida, en otras latitudes del planeta. Nos centraremos, pues, en la lectura que realiza del proceso revolucionario vivido en la capital francesa, en particular debido a que puede pensarse como bisagra de poca. Como veremos ms adelante, 1870 resulta un parte-aguas entre la frmula jacobina de la revolucin permanente, y la correspondiente a un nuevo ciclo de la lucha de clases definida como de hegemona civil, que en los trminos metafricos gramscianos simbolizara el pasaje de la guerra de maniobras a la de posiciones.

Lo paradjico fue que los acontecimientos acaecidos entre 1870 y 1871 constituyeron la primera y nica experiencia real de poder popular (con proyeccin anticapitalista) que Marx no solo pudo apreciar sino adems teorizar. Y que -al igual que el 19 y 20 de diciembre de 2001- la misma no estuvo liderada por ninguna organizacin poltica de envergadura. Result ser, para bien y para mal, una rebelin sin vanguardias. En tal caso, fue el proletariado-como-partido quien protagoniz los acontecimientos.

Las enseanzas de la Comuna de Pars fueron sistematizadas por Marx en el famoso Manifiesto del Consejo General de la Asociacin Internacional de los Trabajadores, conocido como La guerra civil en Francia. All evala el breve pero intenso ejercicio del poder de clase por parte de los comuneros. En palabras de Ralph Miliband (1978: 172) este texto es una brillante exaltacin de la forma de poder popular que, en opinin de Marx, la Comuna haba inaugurado o, por lo menos, prefigurado. En efecto, una de nuestras hiptesis es que la poltica emancipatoria puesta en acto con la gesta parisina responde ms a lo que luego sera la va consejista (en sus diversas encarnaduras) que a la propiamente partidaria. Lo destacable de este proceso comunal, de acuerdo a Miliband, es que el pueblo no est organizado por nadie, ni su relacin con sus representantes est mediatizada, dirigida o guiada por ningn partido poltico. Qu fue entonces la Comuna? Marx lo expresa sin ambages: La Comuna no fue una revolucin contra una forma cualquiera de poder estatal, legitimista, constitucional, republicano o imperial. Fue una revolucin contra el Estado como tal, contra este engendro monstruoso de la sociedad, fue la resurreccin de la autntica vida social del pueblo, llevada a cabo por el pueblo. No tuvo como finalidad transferir de una fraccin de clases dominantes a otra el poder estatal, sino destruir esta abyecta maquinaria de la dominacin de clase. No fue uno de esos combates mezquinos por la dominacin de clase entre su forma de poder ejecutivo y sus formas parlamentarias, sino una rebelin contra ambas, que se complementan.

Dos cuestiones merecen destacarse de este fragmento, en funcin de nuestro propsito: en primer lugar, no es un minora de revolucionarios profesionales sino el propio pueblo de Pars quien, por s y para s, asume el protagonismo en esta quijotesca tarea de demolicin estatal, plasmando en la prctica aquella insistente mxima en torno a su necesaria autodeterminacin social, que expresa que la emancipacin de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos. En segundo trmino, la praxis poltica ensayada por los comuneros hace foco contra el Estado como tal, lo cual nos advierte tempranamente sobre el peligro y las limitaciones de pensar en un trnsito hacia la autonoma integral desde arriba, pero tambin -y sobre todo- despeja cualquier ilusin populista de manipular al Estado capitalista en pos de avanzar hacia una sociedad sin clases sociales. Ello no obsta que quizs en el sinuoso derrotero de la emancipacin humana, debamos contemplar la posibilidad de considerar a ciertas dimensiones del aparato estatal como instancias (parcialmente) vlidas para el fortalecimiento del poder popular, siempre y cuando tengamos claro que sern momentos tcticos y no estratgicos de nuestra construccin colectiva.

Asimismo, Marx arremete contra la poltica entendida en su sentido elitista y restringida a los partidos del rgimen, expresando que los simples obreros se atrevieron a violar el privilegio gubernamental de sus superiores naturales, las clases poseedoras. Por ello coincidimos con Michel Lowy (1979: 247) cuando expresa que si Marx apoy, ayud y defendi a la Comuna, a pesar de todas las adversidades en su contra, y de sus diferencias con las corrientes ideolgicas que en ella predominaban, fue porque vea en ella la primera manifestacin real de aquella autoemancipacin comunista y revolucionaria del proletariado cuya forma haba prefigurado en 1846. La gran medida social de la Comuna fue, desde esta perspectiva, su propia existencia en acto. El primer decreto emitido tuvo como objetivo suprimir el ejrcito permanente, sustituyndolo por el pueblo en armas. Ella estaba formada por los consejeros municipales elegidos por sufragio universal en los diversos distritos de la ciudad. Eran responsables y revocables en todo momento. La mayora de sus miembros eran, naturalmente, obreros o representantes reconocidos de la clase obrera. La Comuna no haba de ser un organismo parlamentario, sino una corporacin de trabajo, ejecutiva y legislativa al mismo tiempo. En vez de continuar siendo un instrumento del Gobierno central, la polica fue despojada inmediatamente de sus atributos polticos, y convertida en instrumento de la Comuna, responsable ante ella y revocable en todo momento. Lo mismo se hizo con los funcionarios de las dems ramas de la administracin. Desde los miembros de la Comuna para abajo, todos los servidores pblicos deban devengar salarios de obreros. Los intereses creados y los gastos de representacin de los altos dignatarios del Estado desaparecieron con los altos dignatarios mismos. Los cargos pblicos dejaron de ser propiedad privada de los testaferros del Gobierno central. En manos de la Comuna se pusieron no solamente la administracin municipal, sino toda la iniciativa ejercida hasta entonces por el Estado (Marx, 1978: 71). Estas medidas puestas en prctica (que sern recuperadas, como veremos, en buena medida por el movimiento consejista), suponen no solo la transferencia del poder social de una clase en desmedro de otra, como el paso de un tipo de sostenimiento y ejercicio de poder (poder-sobre) a otro completamente diferente y opuesto (poder-hacer). En suma: la reasuncin del poder estatal por las masas populares como su propia fuerza viva; tal fue la hazaa de estos sublevados parisinos que osaron tocar el cielo con las manos.

Es sabido el desenlace de la experiencia comunera: miles de asesinados, encarcelados y exiliados, como consecuencia de la cruenta represin desatada por el ejercito francs en conjuncin con -paradojas de la historia mediante- el otrora enemigo prusiano. No obstante, a pesar de que Marx vivir hasta 1883, ser Engels quien, desde Inglaterra, realice un profundo balance autocrtico de esta gesta y de su significacin histrica, llegando a anticipar el transito de la poca que Gramsci llam estrategia de la guerra frontal, a la del asedio persistente del poder. La oportunidad para tamaa tarea fue la reedicin en 1895 de La lucha de clases en Francia, una serie de artculos redactados por Marx durante la coyuntura de 1848-1850 a propsito de las rebeliones populares que recorrieron el continente europeo en aquel entonces. La Introduccin que Engels escribe (y que no ser publicada en forma ntegra sino hasta treinta aos despus) no tiene desperdicio. De entre todos los contenidos relevantes, nosotros queremos resaltar uno que hoy resulta de particular actualidad: la idea de que las revoluciones de minoras trocasen en revolucin de la mayora. Como afirmamos antes, la gesta de la Comuna oper a modo de quiebre histrico: los trabajadores no deban ya intentar extraer la poesa de las rebeliones del pasado, sino del porvenir.

La necesidad de no reificar las formas burguesas de lucha al momento de ensayar espacios donde germinen ncleos de poder popular es una de las principales enseanzas (trgicamente desoda por muchas de las organizaciones revolucionarias del siglo XX) del balance engelsiano. Prescindiendo del contenido concreto de cada experiencia vivida, lo comn hasta 1870 haban sido las revoluciones de minoras, que conquistaban la transformacin social simplemente por sorpresa. Se conceba a la revolucin como un evento abrupto liderado por un reducido grupo de esclarecidos insurrectos, y no como lo que deba ser: un complejo proceso de cambio radical, de largo aliento, del que resultaran partcipes principales, activa y conscientemente, las propias masas.

Aqu vale la pena introducir a la segunda experiencia opacada de construccin de poder popular, que es el consejismo, y a uno de sus principales teorizadores. Aunque poco conocida, el perodo de ebullicin que abarca de 1917 a 1921 tuvo como rasgo distintivo de la actividad revolucionaria la emergencia de los consejos obreros, si bien las formas exactas de militancia en ellos eran muy variadas (Eley 2003: 164). Ser el joven Gramsci quien, en sus primeros aos de involucramiento poltico en el movimiento, recoja el guante arrojado por el viejo Engels y, en el artculo Notas sobre la revolucin rusa realice una apreciacin respecto de la insurreccin de febrero que termin con la autocracia zarista e hizo emerger una situacin, por definicin transitoria, de dualidad de poderes. En l se pregunta si basta que una revolucin haya sido hecha por proletarios para que se la caracterice como tal. Responde que no, argumentando que tambin la guerra es hecha por trabajadores y sin embargo no puede ser definida en esos trminos. Para que as sea, dir, es preciso que intervengan a su vez otros factores de carcter moral. La revolucin haba creado en Rusia, segn l, una nueva forma de ser, instaurando la libertad del espritu adems de la corporal. En ltima instancia, esto es lo que le permite expresar que los sucesos vividos en Oriente anuncian el advenimiento de un nuevo orden. No hay, por lo tanto, una identificacin entre esta revolucin y la francesa: los socialistas han ignorado el jacobinismo (fenmeno puramente burgus), sustituyendo el autoritarismo por la libertad. Adems, en el proceso abierto en 1789, por el contrario, la burguesa no tena un programa universal; serva intereses particulares, los de su clase y los segua con la mentalidad cerrada y mezquina de cuantos siguen fines particulares. El hecho violento de las revoluciones burguesas es doblemente violento: destruye el viejo orden, impone el nuevo (Gramsci, 1974).

En este punto, su planteo se acerca a las implacables crticas de Engels al jacobinismo vanguardista, en tanto deformacin autoritaria y profundamente elitista de la organizacin poltica de los trabajadores. La superacin de esta concepcin putchista resulta por tanto la base para avanzar en la construccin de instancias organizativas profundamente enraizadas con los sectores subalternos y no ubicadas por encima de ellos. Ahora bien, dnde encuentra encarnadura esta concepcin de la revolucin como proceso autoemancipatorio? De acuerdo a Gramsci, en los llamados Consejos de Fbrica. Estos rganos autnomos, surgidos al calor del bienio rojo (1919-1920) italiano, y con una fuerte influencia del proceso insurreccional sovitico vivido en Rusia y otros pases de Europa, constituan una instancia representativa de todos los trabajadores de la empresa (incluidos los ingenieros y los tcnicos). Cada uno de ellos tena la posibilidad de votar y ser votado (bajo el precepto de la revocabilidad inmediata, en caso de no cumplir con el mandato asignado), as como de debatir los pasos a seguir en la lucha, independientemente de estar o no afiliado al sindicato, por lo que esta universalidad del voto y la constante participacin transversal deban combatir, de acuerdo a los miembros del peridico L Ordine Nuovo, el espritu corporativo que tenda a dividir a los trabajadores segn su oficio.

Los Consejos ya no eran instrumentos de mera defensa de los derechos inmediatos del trabajador (premios, higiene, etc), sino que pasaban a ser un medio para elevar al obrero de su condicin de asalariado (mercanca-fuerza de trabajo) a la de productor (parte integrante de un colectivo cooperante y antagnico al mando del capital). Si en octubre de 1919, treinta mil trabajadores estaban representados en una asamblea de comits ejecutivos de los Consejos de Fbrica, a mediados de 1920 el movimiento se radicaliza y extiende a gran parte del norte de Italia, iniciando una huelga con ocupaciones masivas, poniendo en marcha la produccin bajo su control absoluto (Reisel, 1979).

Durante las tomas de fbricas, los Consejos mostraban la viabilidad de la autogestin obrera en las empresas, as como la inutilidad econmica de los capitalistas en tanto organizadores de la produccin. El bienio rojo mostraba adems la posibilidad real -en la praxis misma- del autogobierno de las masas, disolviendo la separacin entre dirigentes y ejecutantes por un lado, y entre trabajadores y medios de produccin por el otro, sobre la que se solventa la sociedad burguesa. El control de la produccin y la distribucin, el desarme de los cuerpos armados mercenarios y el manejo pleno de los ayuntamientos por las organizaciones revolucionarias, son las principales respuestas que da Gramsci (1998b) frente a los problemas acuciantes de la Italia de posguerra. Su propuesta se enmarca en el intento de reorganizar sobre nuevas bases toda la sociedad partiendo inmediatamente de los ncleos del cuerpo social ms productivo. La fbrica -verdadero centro vital en aquella poca- es visualizada como el mbito desde donde debe emerger la iniciativa de la clase trabajadora, en la medida en que condensa de manera ms directa la dictadura del capital y el control privado de su organizacin, con el carcter colectivo del trabajo.

Los Consejos -definidos por Gramsci como las propias masas organizadas de forma autnoma-, a diferencia de los sindicatos y el partido (medios tcticos ms que estratgicos), tienden a salirse de la legalidad, a desbordarla y romperla, superando adems la fragmentacin que el capital impone. Resultan, al decir de Miliband (1978: 172), una manifestacin recurrente y espontnea del poder popular. Emergen, a su vez, como organismos de carcter pblico y no privado como aquellos, debido a que ya no lo conforman asalariados ni ciudadanos, sino productores que en conjunto constituyen al trabajador colectivo. La expansin de los Consejos concretaba, en suma, diversos objetivos socialistas:

1. Conjugando la lucha poltica y la econmica: auto-conduccin de masas y gestin directa del proceso productivo. Del ciudadano-asalariado individual, se pasa al compaero-productor social.

2. Socializando el conocimiento tcnico de la empresa, apostando a la superacin de la divisin del trabajo.

3. Transformando sustancialmente la subjetividad de los trabajadores, eliminando la competencia existente al interior de la clase y sustituyndola por la solidaridad y el cooperativismo entre compaeros.

4. Convirtiendo a la fbrica en una gran escuela en donde todos los productores son estudiantes Este aprendizaje no es solamente econmico-administrativo sino tambin poltico y cultural. Se recupera as la capacidad colectiva de creacin humana del conjunto de los trabajadores, estn o no sindicalizados, superndose, asimismo, el corporativismo propio de la organizacin segn oficios.

5. Orientando el sano espontaneismo de las masas, brindando la posibilidad de ejercer la democracia y la gestin incluso a los no organizados.

6. Prefigurando, en tanto rgano expropiador de las funciones del Estado burgus, el nuevo orden, que materializa desde ahora formas innovadoras de vida social.

7. Anticipando, a la vez, las bases de la organizacin poltica de nuevo tipo, que ya no se estructura en funcin de artificiales divisiones territoriales. Alrededor de los consejos regionales gravitaran el resto de las organizaciones de los sectores subalternos.

8. Desarticulando el burocratismo propio de los sindicatos, a travs de una constante presin en pos de una recuperacin de la iniciativa obrera desde su base misma.

Es en este contexto de ascenso de masas que Gramsci piensa la construccin socialista en trminos plurales. As, el Consejo se enmarca en una heterognea red de instituciones que incluye tambin a los comits de barrio, los sindicatos, los partidos polticos y los consejos de campesinos. De ah que postule la conformacin de un nuevo aparato estatal que en su mbito interno funcione democrticamente, es decir, que garantice a todas las tendencias anticapitalistas la libertad y la posibilidad de convertirse en partidos de gobierno proletario (Gramsci, 1973).

Tal como mencionamos anteriormente, esta experiencia no result ser excepcional: adems de Rusia y Hungra, en donde los consejos constituyeron la principal forma de autoorganizacin social, Holanda, Finlandia, Austria, Alemania y Polonia fueron algunos de los pases que vieron crecer y multiplicarse Consejos de obreros, soldados y campesinos, entre 1917 y 1921. No obstante, el caso de Italia resulta sumamente interesante debido a que es a partir de esa experiencia concreta que Gramsci desarrollar su nocin de poltica prefigurativa. Ser su original lectura de los Consejos como germen del futuro Estado proletario el puntapi inicial. Como dir en su artculo Democracia Obrera: El Estado socialista existe ya potencialmente en las instituciones de vida social caractersticas de la clase obrera explotada. Relacionar esos institutos entre ellos, coordinarlos y subordinarlos en una jerarqua de competencias y de poderes, concentrarlos intensamente, aun respetando las necesarias autonomas y articulaciones, significa crear ya desde ahora una verdadera y propia democracia obrera en contraposicin eficiente y activa con el Estado burgus, preparada ya desde ahora para sustituir al Estado burgus en todas sus funciones esenciales de gestin y de dominio del patrimonio nacional (Gramsci, 1998: 89). Esta dinmica de constitucin y ejercicio de poder popular requera asimismo, de acuerdo al joven sardo, de una disputa diaria de sentido en el plano ideolgico-cultural, que si bien desarrollar durante su forzado encierro a partir de la categora de hegemona, ya le otorga relevancia tempranamente. As, de forma complementaria, afirmar que toda revolucin ha sido precedida por un intenso trabajo de crtica, de penetracin cultural, de permeacin de ideas a travs de agregados humanos al principio refractarios y slo atentos a resolver da a da, hora por hora y para ellos mismos, su problema econmico y poltico (Gramsci, 1998).

La transformacin revolucionaria (y por lo tanto el poder popular mismo) deja de ser entonces un horizonte futuro, para arraigar en las prcticas actuales que en potencia anticipan el nuevo orden social venidero. Se invierte as el derrotero transicional clsico: antes de pugnar por la conquista del poder, hay que constituir espacios y organizaciones populares en el seno de la sociedad, basadas en un nuevo universo de significacin simblico y material antagnico al capitalista. El desafo que esta propuesta nos plantea es cmo articular la satisfaccin de aquellas necesidades urgentes del presente, contribuyendo a la vez a la creacin del porvenir en nuestra realidad cotidiana.

Podemos definir entonces a la poltica prefigurativa como un conjunto de prcticas que, en el momento presente, anticipan los grmenes de la sociedad futura. Dichas prcticas polticas involucran tres dimensiones fundamentales, a saber: la organizacin, la accin colectiva y los sujetos o fuerzas sociales en pugna. Partimos del supuesto de que en la acepcin gramsciana de poltica prefigurativa subyace, a su vez, una concepcin ms amplia de la corriente, no solamente de la poltica y la sociedad existentes, sino tambin y sobre todo de sus posibilidades de transformacin radical. Es aqu donde opera la prefiguracin del nuevo orden en el aqu y ahora, acelerando el porvenir de manera tal que haga posible la superacin paulatina de las relaciones sociales capitalistas, sin esperar para dar comienzo a este proceso la toma del poder. No obstante, sera ingenuo aseverar que en Gramsci est presente una concepcin evolutiva o reformista de la construccin del cambio social, o la omisin de quiebres revolucionarios en el avance hacia una sociedad sin clases. Como veremos en el siguiente apartado, este proyecto emancipatorio prev niveles de correlacin de fuerzas que sin duda involucrarn alternadas dinmicas de confrontacin, rupturas, ascensos y retrocesos, as como disputas no solamente semnticas sino econmicas, culturales, educativas, sociales, e incluso poltico-militares. La construccin del poder popular como correlacin de fuerzas: entre la subalternidad, el antagonismo y la autonoma

Resignificando la propuesta de lectura crtica formulada por Massimo Modonesi (2006) para caracterizar a los movimientos sociales latinoamericanos actuales, consideramos que la construccin de organismos y espacios de poder popular requiere pensar en una trada en tensin permanente: subalternidad, antagonismo y autonoma. Ellas no son escalas puras de un camino prefijado hacia la plena emancipacin humana, sino dimensiones agregadas y contradictorias de la lucha colectiva por constituir nuevas relaciones sociales. As pues, si bien podemos concebir en un plano ideal la emergencia y consolidacin del poder popular en los trminos de un escabroso transito que va de la mera condicin de subalternos al interior de una relacin de dominio, hacia la plena autonoma, cruzado por la tensin permanente que imprime al conflicto la emergencia de un polo de alteridad no capitalista (antagonismo), en rigor las experiencias concretas -histricas y presentes- muestran una mixtura asimtrica de ellas.

Definiremos, pues, a este proceso de gnesis y expansin del poder popular, en un plano de distincin analtica, y retomando las categoras de los Cuadernos de la Crcel, como una paulatina metamorfosis de la correlacin de fuerzas sociales, que va de la adhesin activa o pasiva a las formaciones polticas dominantes por parte de los sectores subalternos, a aquellas que afirman la autonoma integral (Gramsci, 1999: 182). No obstante, sera un error vislumbrar a la autonoma como simple punto de llegada. Ella comienza a existir, si bien de manera rudimentaria, en las experiencias concretas que la prefiguran, siendo una utopa que adquiere materialidad si la entendemos, con Marx y Engels, como un movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual (Modonesi, 2005). La resistencia entonces, en tanto borde de salida de la sumisin, es el basamento, la arcilla, sobre la que se van sedimentando los diversos grados de las relaciones de fuerza, vis a vis el partido del orden.

En este proceso, al decir de Modonesi, los sujetos reales deben visualizarse en trminos de combinaciones desiguales de subalternidad, antagonismo, y autonoma, manteniendo una secuencia ascendente, de la dominacin hacia la emancipacin. Su avance y/o retroceso puede medirse en funcin del grado de homogeneidad, autoconciencia y organizacin alcanzado por los diversos grupos sociales (Gramsci, 1999), yendo desde ese nivel primigenio de rebelin elemental, inmanente a toda relacin de poder-sobre, que an no contempla la necesidad de aunar sus demandas con los de un sector ms vasto, y pasando por la asuncin de una solidaridad de intereses entre todos los miembros de un mismo grupo social, hasta la fase intersubjetiva en que se tiende a superar cualquier resabio de corporativismo, incorporando como propios los intereses de otros grupos subordinados, y difundindolos por toda el rea social.

Desde ya que la gnesis y el fortalecimiento del poder popular, en la medida en que siga operando como polo antagnico en el marco de la sociedad capitalista, no puede sino amalgamar, de manera inestable y bajo una misma gida, las tres dimensiones del poder, que Modonesi condensa de la siguiente manera: poder-sobre (relaciones de dominio); poder-contra (antagonismo), y poder-hacer (capacidad colectiva y autnoma de creacin). El pasaje de la primera a la tercer dimensin, es decir, la expansin de la autodeterminacin, requiere sin duda tener en cuenta la agudizacin del conflicto a escala social, llegando en una situacin extrema a la posibilidad de que sobrevenga una guerra civil, cuya resolucin debe medirse asimismo en la clave de correlacin de fuerzas poltico-militares.

Ahora bien, cmo se entronca esta lectura con la idea de poltica prefigurativa antes desarrollada? Entendemos que el contradictorio derrotero que va de la relacin de dominio a la plena emancipacin debe tener como acicate constante la construccin, desde el inicio mismo del proceso autonmico, de formas de vinculacin, entre nosotros y (a no olvidarlo) con la naturaleza, que prefiguren el horizonte comunista anhelado. Desde esta perspectiva, el fin debera estar, al menos tendencialmente, contenido en los medios mismos. O mejor an: los medios no seran concebidos como meros medios instrumentalizables, sino que contendran en su seno, en potencia, los objetivos perseguidos. El ejercicio de la democracia directa y la toma de decisiones por consenso (sin que devenga la horizontalidad una forma-fetiche o una consigna que se agota en lo retrico) debe ser parte de la vivencia cotidiana de cualquier militante; la rotacin de tareas, en paralelo a la creciente socializacin e intercambio de saberes, tambin. En ltima instancia, la pregunta clave que se formul Gramsci (1999) durante su forzado encierro cobra centralidad en toda prctica prefigurativa: Se quiere que existan siempre gobernantes y gobernados o se quieren crear las condiciones en que desaparezca la necesidad de la existencia de esta divisin?. Estas condiciones, por si hiciera falta aclararlo, no pueden comenzar a generarse a posteriori de la conquista del poder. Adicionalmente, cabe recordar que, tal como vimos en el apartado anterior, para Gramsci la poltica prefigurativa no puede pensarse sino en una clave integral, vale decir, como una nueva forma de ser, en su sentido ms amplio. Ello implica imaginar nuestra lucha en tanto apuesta total (que no equivale a la intransigencia del todo o nada, sino a concebir cada resquicio de la vida como trinchera de lucha).

Algunas conclusiones a modo de hiptesis en torno a la construccin del poder popular

En este ltimo apartado, y en funcin de los planteos precedentes, delinearemos algunas hiptesis provisorias en torno a los perfiles concretos que podra asumir hoy la construccin y el ejercicio del poder popular. Si hablamos de apuntes es porque pretendemos dar cuenta del carcter no sistemtico y en permanente reelaboracin de nuestras afirmaciones, las cuales solo tienen por objeto, en principio, ordenar algunas ideas y reflexiones en torno a esta forma de construccin poltica de proyeccin anticapitalista.La primera de ellas es no concebir las experiencias de construccin de poder popular en curso como una ruptura total con las clsicas tradiciones polticas. Si bien es cierto que como expresa Gilles Deleuze resistir es crear, esta creacin no surge como una edificacin ex-novo, sino que expresa una amalgama entre constelaciones de luchas resignificadas, e innovaciones que rompen con todo los anquilosado de las experiencias pasadas. Podramos decir, parafraseando a los zapatistas, que estos movimientos y espacios son los mismos pero diferentes. Es decir, que si bien constituyen un quiebre con todas aquellas prcticas y formas de pensar instrumentales, jerrquicas y sustitucionistas, propia de la izquierda ortodoxa y del movimiento obrero burocratizado, recuperan sin embargo algunos elementos y cuestiones que an hoy se nos presentan como vlidos y vigentes. Por eso sera ms correcto leerlas como una mixtura desbordada por prcticas creativas que combina al mismo tiempo continuidad y ruptura, pasado y presente, legado y originalidad con respecto a las formas tradicionales de pensar y hacer poltica. El caso del EZLN es paradigmtico al respecto, pero tambin puede aplicarse a las experiencias en curso en Bolivia, Brasil, Ecuador, Venezuela o Argentina. En nuestro pas, basta remitirnos al nombre mismo que le ha otorgado identidad a los trabajadores desocupados que cortan rutas nacionales: piqueteros. El trmino se remonta cuanto menos a la segunda mitad de siglo XIX y alude, por si hiciera falta mencionarlo, a la clsica prctica desarrollada por los obreros ocupados en huelga frente a las puertas de la fbrica. Tambin merece recuperarse la experiencia que portan ex-militantes, muchos de los cuales integraron organizaciones revolucionarias en dcadas pasadas. Ese acerbo debe valorarse profundamente. Lo contrario (hacer tabula rasa) sera reivindicar un recomenzar de cero a lo Ssifo.

Una segunda cuestin es desprendernos de la arraigada concepcin espectacular de la praxis emancipatoria, reificada incluso por varias corrientes supuestamente autnomas. Nuestra cultura poltica parece encontrarse an permeada en grado sumo por una lgica que tiende a privilegiar la dimensin espasmdica y de confrontacin abierta de la lucha de clases, olvidando que sta situacin resulta por lo general excepcional. Reconocemos que sin duda resulta difcil sustraerse a la fascinacin que provocan combates frontales como los vividos entre el 1 y el 12 de enero de 1994 en Chiapas, o el 19 y 20 de diciembre de 2001 en Argentina; ms an para quienes participamos activamente en una u otra de esas jornadas, sea fsicamente o brindando solidaridades ms all de las distancias geogrficas. Sin embargo, consideramos que deberamos hacer foco en la infrapoltica cotidiana que aspira a la construccin de poder popular, ms que en estos episodios mediatizados. Aquella que, de forma subterrnea e intersticial, permiti que fueran posibles no slo resonantes rebeliones populares, sino tambin -y sobre todo- profundas metamorfosis de la subjetividad de masas en los ltimos aos en Amrica Latina. Esta dimensin invisible de la poltica -que en ltima instancia ancla en una mirada de la revolucin en tanto proceso autocreativo- ha sido por lo general descuidada por buena parte de los investigadores acadmicos, pero tambin por algunos referentes de los movimientos sociales, que tendieron a restringir las nuevas radicalidades polticas emergentes en nuestro continente a las manifestaciones callejeras o a las rebeliones abiertas -tales como el 19 y 20-, desmereciendo los actos y experimentaciones cotidianas realizadas de manera colectiva fuera de escena. Partimos del supuesto de que este tipo de insurrecciones o formas de antagonismo explcitas no pueden entenderse sin tener en cuenta, en paralelo, los mbitos de socializacin en los cuales dicha disidencia se alimenta y adquiere sentido.

En tercer trmino, y ligado a lo anterior, creemos que la edificacin de organismos e instancias de poder popular tiene como precondicin la creacin y experimentacin de nuevas relaciones sociales no escindidas de lo cotidiano. Las cooperativas rurales de los campesinos brasileos, los proyectos productivos de trabajo realizados por los piqueteros, y las tierras comunales cultivadas de manera autogestiva en los Municipios Autnomos chiapanecos, constituyen instancias donde lo poltico y lo econmico, lejos de verse como compartimentos separados, se amalgaman concretamente. Los tres movimientos plasman as de manera embrionaria, en sus prcticas territoriales mismas, los grmenes de la sociedad futura por la cual luchan, en la medida en que ensayan aqu y ahora una transformacin integral de la vida. No sin obstculos, intentan generar desde su cotidianeidad una nueva sociabilidad insumisa y no capitalista, desligada de la lgica espectacular Se ampla, pues, la esfera de lo poltico, arraigando sta cada vez ms en el seno mismo de la sociedad civil y menos en el aparato estatal.

Aun as, es importante tambin no olvidar que el Estado es al mismo tiempo maquinaria antagonista del poder popular, lugar-momento de disputa y cristalizacin de la lucha de clases, e instancia mediadora de las potencias expansivas de nuestra construccin autnoma. La sobredeterminacin de cada una de estas dimensiones depender de diferentes factores, entre los que se destaca el grado o nivel de la correlacin de fuerzas, antes descrito, en que se encuentren los sectores subalternos. Esta tensin, inherente a la lucha misma dentro, contra y ms all de la sociedad capitalista (de la cual la forma-Estado, a no olvidarlo, es parte constitutiva), es sintetizada por Claudio Albertani (2003) en los siguientes trminos: Los Estados-nacin siguen ah; son nuestros enemigos y tambin son nuestros interlocutores. No podemos bajar la guardia: tenemos que presionarlos, hostigarlos, acosarlos. En ocasiones habremos de negociar y lo haremos con autonoma. El poder popular, por tanto, requiere la no subordinacin de los sujetos en lucha a los tiempos e iniciativas del Estado; pero esto no debe equivaler a absoluta ausencia de vinculacin con l.

En quinto lugar, consideramos que no puede hablarse de LA creacin de poder popular (con mayscula y a secas) como punto de partida, sino ms bien de variadas y contradictorias experiencias de construccin poltica, basadas en la experimentacin constante y renovada, cuyo horizonte -o faro utpico, al decir de Ernest Bloch- es la autonoma integral. Esto implica hablar de ella como una tendencia que asume adems mltiples formas. No es posible, pues, pensar al poder popular y a la autonoma como un nuevos dogmas de significacin, aplicables en tiempo y lugar haciendo abstraccin de la situacin concreta vivida. Afirmar que la bsqueda de la autonoma se centra en el ejercicio de la libertad no es decir mucho. Postular la necesidad de un arraigo territorial del poder popular tampoco. Cmo se encarnan estas escuetas caracterizaciones en instancias y prcticas determinadas, no puede responderse a priori y de manera unvoca. Diremos ms bien que deben entenderse como procesos sociales abiertos, complejos y multifacticos, ms que en trminos de abruptos eventos pre-concebidos programaticamente. Desde esta perspectiva, el poder popular y la autonoma resultan en buena medida anti-definicionales. En tanto diversidades en lucha, avanzan a tientas, en la neblina del ensayo y error, sobre una cuerda floja y sin receta alguna (incluidas aquellas que se pretenden herejes bajo el ropaje de la innovacin).

A su vez, podemos afirmar que tanto en Argentina como en buena parte de Latinoamrica estamos en presencia de un heterogneo movimiento de movimientos, el cual al margen de sus notables particularidades y tensiones, avanz en estos aos en la conformacin de espacios pblicos no estatales, entendiendo bajo esta denominacin a un tipo de instancia que involucra formas de intervencin colectiva y de participacin voluntaria de obreros, indgenas, campesinos, vecinos y trabajadores desocupados, bajo lgicas que se distinguen de las que tradicionalmente guiaron a los rganos de gestin pblica, por no estar acotadas al mbito estatal ni al mercantil. En este sentido, estas modalidades de disputa contrahegemnica inauguran novedosos escenarios de vivencia democrtica y autogestiva, permitiendo retirar del Estado y de los agentes privilegiados del sistema capitalista el monopolio exclusivo de la definicin de la agenda social. Estos espacios pblicos no estatales, como acicates del poder popular, se construiran por lo tanto en esa especie de zona gris entre el mercado y el Estado, pero no como mbitos complementarios con respecto a estas dos esferas, sino en tanto potencial impugnacin de la existencia de estas mediaciones que apuntan a organizar la vida misma en funcin del proceso de acumulacin capitalista. La nocin nos obliga entonces a repensar el concepto de poltica. En este punto, consideramos que es preciso trascender las categoras tradicionales que identificaban poltica con Estado.

Por ltimo, cabe resaltar el indudable carcter plural de los sujetos que apuestan a la creacin de estos espacios, en particular en Latinoamrica. Ello requiere revisar el errneo axioma suprahistrico del proletariado (fabril, en sus definiciones exacerbadas) como actor privilegiado y jerrquico en la proyeccin de una alteridad no capitalista. Las encarnaduras y premisas del poder popular en nuestro continente estn siendo moldeadas por un variopinto abanico de movimientos y actores de la sociedad civil que operan de hecho como catalizadores de su masificacin y arraigo territorial, no tanto concientizando como generando complicidades en funcin de prcticas de afinidad. El desafo es cmo pensar a estas vanguardias (en plural y con minscula, por si cabe aclararlo) bajo una lgica no vanguardista, de manera tal de ayudar a parir renovados espacios de coordinacin de las luchas, que dejen atrs los hegemonismos y la tendencia a la homogeneizacin propios de la cultura poltica de la izquierda clsica. A pesar de la distancia, la Sexta Declaracin de la Selva Lacandona emitida por el EZLN nos parece que acerca una propuesta frente a la aparente situacin de impasse vivida en la Argentina. Al fortalecimiento interno de cada una de los movimientos y espacios de resistencia enunciados, deber acompaarle una tendencia a la articulacin de este crisol de luchas que circundan las cuatro latitudes de nuestro territorio, ms all de los tiempos electorales y sin nimo sectario.Por ello, a modo de conclusin, quizs valga la pena cerrar este escrito recuperando aquella conocida arenga que Edward Thompson lanza hacia los intelectuales socialistas, hacindola extensiva a todas y todos los que aspiramos a acelerar el porvenir, consistente en ocupar territorios que sean, sin concesiones, nuestros; lugares donde nadie trabaje para que le concedan ttulos o ctedras, sino para la transformacin de la sociedad; lugares donde sea dura la crtica y la autocrtica, pero tambin de ayuda mutua e intercambio de conocimientos tericos y prcticos, lugares que prefiguren en cierto modo la sociedad del futuro. El desafo bien vale la pena.

Bibliografa

Albertani, Claudio (2003) Antonio Negri y la extraa trayectoria del obrerismo italiano, en Revista Bajo el Volcn N 6, Benemrita Universidad Autnoma de Puebla, Mxico.

Claudn, Fernando (1985) Marx, Engels y la revolucin de 1848, Editorial Siglo XXI, Madrid.

Engels, Friedrich (2004) Introduccin a la lucha de clases en Francia (1895), Editorial Papel Negro, Buenos Aires.

Gramsci, Antonio (1973) Consejos de fbrica y Estado de la clase trabajadora, Editorial Roca, Mxico.

Gramsci, Antonio (1974) Revolucin rusa y Unin Sovitica, Ediciones Roca, Mxico.

Gramsci, Antonio (1991) Escritos periodsticos de LOrdine Nuovo, Editorial Tesis XI, Buenos Aires.

Gramsci, Antonio (1998) Democracia obrera, en Escritos polticos, Editorial Siglo XXI, Buenos Aires.

Gramsci, Antonio (1998b) Por una renovacin del Partido Socialista, en Antologa, Editorial Siglo XXI, Buenos Aires.

Gramsci, Antonio (1999) Cuadernos de la Crcel, Edicin Crtica del Instituto Gramsci. A cargo de Valentino Gerratana, Ediciones Era, Mxico.

Holloway, John (1994) Marxismo, Estado y Capital. La crisis como expresin del poder del trabajo, Editorial Tierra del Fuego, Buenos Aires.

Korsch, Karl (1982) Diez tesis sobre el marxismo hoy, en Escritos polticos, Editorial Folios, Mxico.

Modoneis, Massimo (2006) Autonoma, antagonismo y subalternidad (Notas para una aproximacin), en Modonesi, Massimo, Albertani, Claudio y Rovira, Guiomar (editores) La Autonoma posible. Reinvencin de la poltica y emancipacin, Editorial UACM, Mxico, en prensa.

Ouvia, Hernn (2007) La autonoma urbana en territorio argentino, en Modonesi, Massimo, Albertani, Claudio y Rovira, Guiomar (editores) La Autonoma posible. Reinvencin de la poltica y emancipacin, Editorial UACM, Mxico, en prensa.Marx, Karl (1978) La guerra civil en Francia, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekn.

Miliband, Ralph (1978) Marxismo y poltica, Editorial Siglo XXI, Mxico.

Reisel, Ren (1977) Preliminares sobre los consejos y la organizacin consejista, en Revista Debate Libertario N 2, Madrid.

Scott, James (2000) Los dominados y el arte de la resistencia, Editorial Era, Mxico.

Thwaites Rey, Mabel (2004) La autonoma como bsqueda, el Estado como contradiccin, Editorial Prometeo, Buenos Aires.

Captulo del libro colectivo Reflexiones sobre el poder popular, Editorial el Colectivo, Buenos Aires, 2007. Publicado tambin en Venezuela por la Editorial El Perro y la Rana, Caracas, 2008.

Ambas experiencias (la de la Comuna de Paris y la del movimiento consejista) merecen ser repensadas a partir del crisol de luchas latinoamericanas. En este sentido, cobran plena vigencia las palabras del joven Gramsci (1974: 30): Existen en la historia derrotas que ms tarde aparecen como luminosas victorias, presuntos muertos que han hecho hablar de ellos ruidosamente, cadveres de cuyas cenizas la vida ha resurgido ms intensa y productora de valores.

Al decir de Gramsci (1999), propia de un perodo histrico en el cual no existan los grandes partidos polticos de masa ni los grandes sindicatos econmicos y la sociedad estaba an bajo muchos aspectos en estado de fluidez, con un aparato estatal relativamente poco desarrollado.

En la cual las estructuras macizas de las democracias modernas, tanto como organizaciones estatales que como complejo de asociaciones operantes en la vida civil, representan en el mbito del arte poltico lo mismo que las trincheras las fortificaciones permanentes del frente en la guerra de posiciones, tornando slo parcial el elemento del movimiento que antes constitua todo en la guerra (Gramsci: 1999).

Siguiendo a Fernando Claudn (1985), consideramos que pueden rastrearse al menos tres acepciones de partido en la obra de Marx; ninguna de las cuales, creemos, tiene estrecha relacin con la definicin que termin primando durante el siglo XX dentro de las corrientes leninistas y socialdemcratas. En primer lugar, el partido en el gran sentido histrico del trmino, que en palabras de Marx nace espontneamente, por doquier, del suelo de la sociedad moderna. Aqu subyace una definicin del partido como la organizacin del proletariado en clase, vale decir, como clase que, involucrando a un conjunto de agrupamientos, partidos, medios de propaganda, sindicatos e individuos, acta como partido frente a otras clases (por ejemplo, de manera independiente y antagnica al partido del orden). En segundo trmino, el partido en la clave de los comunistas como propagandistas y tericos del proletariado, o sea, en tanto corriente de opinin que aporta a la autocomprensin terica del complejo proceso de la lucha de clases, y que no necesariamente debe tener como nucleamiento organizativo a un partido poltico tradicional. Por ltimo, como partido que expresa una forma de organizacin concreta de la clase trabajadora, encarnacin prctica y transitoria de la clase-como-partido (en este sentido, Marx vea como prototipo de su poca al cartismo).

La clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesin de la maquina del Estado tal como est, y a servirse de ella para sus propios fines. Cmo expresar uno de los borradores preparatorios del texto finalmente publicado: El instrumento poltico de su esclavizamiento no puede servir como instrumento poltico de su emancipacin (Marx, 1978: 67 y 251).

El viejo Engels, en su Introduccin a La guerra civil en Francia de 1891, da cuenta de estas bases quebrantadas por los communards: la gente se acostumbra desde la infancia a pensar que los asuntos e intereses comunes a toda la sociedad no pueden ser mirados de manera distinta a como han sido mirados hasta aqu, es decir, a travs del Estado y de sus bien retribuidos funcionarios (Marx, 1978: 17). En la actualidad, la experiencia de autodeterminacin municipal y regional de los zapatistas recupera mucho de este proceso de erosin del sentido comn burgus. As, en el documento difundido a propsito de la creacin de las Juntas de Buen Gobierno en agosto de 2003, el EZLN expresa sin tapujos que es posible gobernar y gobernarse sin el parsito que se dice gobernante (Chiapas: la Treceava Estela, FZLN, Mxico, 2003).

Como reconoce el propio Engels, cuando estall la revolucin de febrero, todos nosotros estbamos, en lo tocante a nuestra manera de representamos las condiciones y el curso de los movimientos revolucionarios, fascinados con la experiencia histrica anterior, particularmente con la de Francia No era precisamente de este pas, que desempeaba el primer papel en toda la historia europea desde 1789, del que tambin ahora parta nuevamente la seal para la subversin general? Era, pues, lgico e inevitable que nuestra manera de representarnos el carcter y la marcha de la revolucin social proclamada en Pars en febrero de 1848, de la revolucin del proletariado, estuviese fuertemente coloreada por el recuerdo de los modelos de 1789 y 1830 (Engels, 2004: 47). Vista retrospectivamente, quizs tenga asidero la acusacin de Karl Korsch (1972) de que uno de los puntos ms crticos del marxismo radica en su adhesin incondicional a las formas polticas de la revolucin burguesa.

La poca de las revoluciones por sorpresa, de las revoluciones hechas por pequeas minoras conscientes a la cabeza de las masas inconscientes, ha pasado. All donde se trate de una transformacin completa de la organizacin social, tienen que intervenir directamente las masas, tienen que haber comprendido ya por s mismas de qu se trata, por qu dan su sangre y su vida. (...) Y para que las masas comprendan lo que hay que hacer, hace falta una labor larga y perseverante (Engels, 2004).

Si bien no podemos desarrollar el estimulante debate en torno a la dualidad de poderes, entendida como fase transitoria e inestable de contemporaneidad de poderes enfrentados entre s (el burgus, condensado en el aparato estatal capitalista, y el revolucionario, surgido desde abajo de la iniciativa directa de las masas), vale la pena exhumar la original sntesis del mismo -acrecentada por la ptica latinoamericana- que realiza el marxista boliviano Ren Zavaleta en su olvidado texto El poder dual (Editorial Los amigos del Libro, La Paz, 1987).

Podra rastrearse aqu, si bien en forma embrionaria, su concepcin de la hegemona que luego desarrollar en los Cuadernos de la Crcel, en la medida en que establece como eje central de diferenciacin entre la burguesa y el proletariado la construccin de consenso entre los sectores subalternos, sobre la base de un programa "universal de demandas (vale decir, no corporativo), en el seno de la sociedad civil.

Por aquel entonces -inmediata posguerra- existan dentro de las fbricas las Comisiones Internas, las cuales eran dbilmente representativas, ya que sus miembros deban ser afiliados al sindicato y su organizacin estaba ligada por completo a la estructura productiva de cada empresa. Si bien en sus comienzos haban constituidos una conquista arrancada a la patronal como producto de la agudizacin de la lucha de clases en el contexto blico, al poco tiempo terminaron cumpliendo la funcin de ser correa de transmisin entre la burocracia sindical y los dueos del capital, facilitando el disciplinamiento de los obreros.

Cercano a las tesis de Rosa Luxemburgo, Gramsci (1998a) manifestar que la organizacin se construye por espontaneidad, no por la arbitrariedad de un hroe que se impone con la violencia.

Esta posicin era contraria a la de Amadeo Bordiga, para quien los consejos de fbrica, en tanto rganos tcnico-econmicos de gestin de la produccin, slo seran tiles despus de la toma del poder.

A comienzos de 1916, por ejemplo, en un artculo titulado Socialismo y Cultura, Gramsci confronta contra las interpretaciones burguesas que conciben a la cultura como saber enciclopdico en el cual el hombre no se contempla ms que bajo la forma de un recipiente que hay que rellenar y apuntalar con datos empricos, con hechos en bruto e inconexos que l tendr luego que encasillarse en el cerebro como en las columnas de un diccionario para poder contestar, en cada ocasin, a los estmulos varios del mundo exterior (Gramsci, 1998). A contrapelo de esta forma de cultura que solo sirve para producir desorientados, gente que se cree superior al resto de la humanidad porque ha amontonado en la memoria cierta cantidad de datos y fechas que desgrana en cada ocasin para levantar una barrera entre s mismo y los dems, propugna la creacin de una cultura que suponga organizacin y asuncin consciente del hombre como creacin histrica. Gestar esta nueva cultura (tarea fundamental de toda construccin de poder popular, que debe partir de los ncleos de buen sentido que arraigan en los grupos subalternos) significa por lo tanto renegar de la civilizacin capitalista, a partir de un modo de pensar y transformar la realidad concreta de nuestra vida cotidiana.

En palabras del joven Grasmci, hay que conciliar las exigencias del momento actual con las exigencias del futuro, el problema del pan y la manteca con el problema de la revolucin, convencidos de que en el uno est el otro, que en el ms est el menos (1991: 61). En ltima instancia, cabe responder desde Rosa Luxemburgo que las reformas conquistadas y la revolucin social forman un todo inseparable, por lo que no habra, en principio, oposicin entre ambas luchas. Sin embargo, la fundadora del Grupo Espartaco se encarga de aclarar que si el camino ha de ser la lucha por la reforma, la revolucin ser el fin. El reto que propone la idea de prefiguracin es de qu manera puede anidar el maana en el hoy.

Estas tres dimensiones pueden distinguirse analticamente, aunque no deben asumirse como objetos de reflexin ni de una forma escindida: las caractersticas de las organizaciones, las acciones y los sujetos polticos, puestas en juego en cualquier proceso revolucionario se median mutuamente. En este punto, retomo la definicin elaborada junto a mis compaeros del Seminario Teora de la prctica poltica en la tradicin revolucionaria, dictado en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.

Este momento catrtico contrahegemnico, que en palabras de Gramsci es el propiamente poltico, parece sintetizarse en la bella consigna zapatista del para todos todo, para nosotros nada!.

Mal que les pese a muchos acadmicos pseudo-gramscianos, este tercer momento es considerado como inmediatamente decisivo segn las circunstancias (Gramsci, 1999).

En este punto, se recuperan algunos ejes de lectura planteados en torno a las formas de construccin autnoma, desarrollados en nuestro artculo La autonoma urbana en territorio argentino (2007).

Teniendo como principio que la poltica no puede reducirse al escenario pblico del poder, James Scott (2000) indaga en los mecanismos cotidianos a travs de los cuales los dominados resisten a su situacin opresiva: encubrimiento lingstico, cdigos ocultos, carnavales, anonimato, cultura oral y ambigedad intencional nos remiten a esa prctica de la resistencia ejercitada a diario por los grupos subalternos, en las relaciones de poder que se encuentran inmersos. Mientras que el discurso pblico es la descripcin abreviada de los vnculos explcitos entre los subordinados y los detentadores del poder, segn Scott, el discurso oculto remite a aquellas conductas fuera de escena, marginales a la observacin directa del dominador, que apuestan a debilitar las normas culturales autorizadas (que dicho sea de paso, Gramsci tambin teoriz en la clave de una gramtica normativa). La generacin de estos espacios sociales apartados de la semntica del poder, es una constante en muchos de los movimientos de insubordinacin en nuestra regin. En ellos cobran vida y se expanden a diario relaciones sociales que pugnan por rebasar los lmites de lo que est permitido en escena.

Este es uno de los ejes ms contrastantes de los movimientos latinoamericanos con respecto a los variados grupos y colectivos que conforman el movimiento anter-globalizador, quienes (salvo excepciones) tienden a subsumir sus prcticas a los espasmdicos momentos en que los principales funcionarios de los organismos financieros internacionales se renen en ciudades europeas, dando priorizar al carcter meditico y virtual de la protesta por sobre la territorializacin y expansin de nuevos vnculos sociales.

Durante este contradictorio transito, las instituciones, espacios y prcticas en la que se encarne el poder popular deben contener mecanismos que, desde el inicio mismo y en forma progresiva, obturen la burocratizacin y la divisin del trabajo. Si bien no con la misma intensidad y generalizacin, en los tres casos mencionados hay sobrados ejemplos de este tipo de iniciativas.

Ha sido un gran mrito de John Holloway (1994), el concebir la lucha cotidiana bajo la ptica de esta trada en permanente tensin. Por ello, nos resulta un sintomtico paso atrs el nombre de su ltimo libro (Contra y ms all del Capital, Editorial Herramienta, Buenos Aires, 2006), ya que al omitir sutilmente la primera dimensin mencionada, deja rengo a este trpode, acercndose a aquellas concepciones ms rudimentarias que vislumbran al Estado como un bloque monoltico y sin fisuras, al servicio de la clase dominante.

PAGE 13