oteyza el cine venezolano no tiene presencia en el imaginario cultural del país - 2000

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Carlos Oteiza: El cine venezolano no tiene presencia en el imaginario cultural del país Vicglamart Torres http://www.analitica.com/va/entretenimiento/quepasa/9955197.asp Consultado 13-11-13 Miércoles, 13 de diciembre de 2000 (No se encuentra la imagen 9198789) El plan parecía una locura demasiado simple. No tenía más que llegar a Caracas y anunciar que él sería el próximo Presidente de Venezuela. La cachucha que seguía. Aún tenía abierta una herida de guerra. Sangrante y vistosa, como sus ansias de poder. Hecho el loco, con su aspecto de asmático crónico y su perfiladísimo rostro a cuestas, López Contreras era el hombre fuerte. No se sabía si sería una continuación del gomecismo o era la transición hacia otra cosa. Tampoco se sabía que años más tarde, Carlos Oteyza traería al presente este cuento ocurrido entre 1936 y 1941. Pero fue así. Estas y otras historias han ido cobrando vida a través del lente de su cámara, de su sala de edición y de su capacidad para hilar acontecimientos y datos a través de las imágenes. Partiendo de un valioso material inédito, con que cuenta el Cine Archivo Bolívar Films, se hizo este documental, El general López Contreras. La Transición, en el cual Oteyza muestra no tan sólo al hombre sino a su época. Escuchando al viento Un cuadro de Patricia Van Dalen le sirve a Carlos Oteyza de telón de fondo. Le enmarca la cara y acentúa sus gestos. Es un tipo llano y abierto. No esconde su rancia alcurnia, la que no impide su sencillez. La palabra cine es casi como un estímulo inconsciente que lo ilumina y saca a pasear su candidez. Le brillan los ojos. Tienen esa pátina de la picardía curiosa. Descubren a una persona sedienta de imágenes y esclava de ellas. Es un hombre de cine. Un prisionero del celuloide que no quiere ni busca la libertad. Total, él buscó esa cárcel. Recuerda que desde niño tenía una marcada afición por la fotografía. Un gusto que rayaba casi en manía. Cuando subía al Avila, en excursiones escolares, llevaba una camarita en el morral e iba fotografiando el cerro, pero eso no era un dato contundente como para suponer que se dedicaría al cine.

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El Cine Venezolano No Tiene Presencia en El Imaginario Cultural Del País

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Page 1: OTEYZA El Cine Venezolano No Tiene Presencia en El Imaginario Cultural Del País - 2000

Carlos Oteiza:

El cine venezolano no tiene presencia en el imaginario cultural del paísVicglamart Torres

http://www.analitica.com/va/entretenimiento/quepasa/9955197.asp Consultado 13-11-13

Miércoles, 13 de diciembre de 2000

(No se encuentra la imagen 9198789) El plan parecía una locura demasiado simple. No tenía más que llegar a Caracas y anunciar que él sería el próximo Presidente de Venezuela. La cachucha que seguía. Aún tenía abierta una herida de guerra. Sangrante y vistosa, como sus ansias de poder.

Hecho el loco, con su aspecto de asmático crónico y su perfiladísimo rostro a cuestas, López Contreras era el hombre fuerte. No se sabía si sería una continuación del gomecismo o era la transición hacia otra cosa.

Tampoco se sabía que años más tarde, Carlos Oteyza traería al presente este cuento ocurrido entre 1936 y 1941. Pero fue así.

Estas y otras historias han ido cobrando vida a través del lente de su cámara, de su sala de edición y de su capacidad para hilar acontecimientos y datos a través de las imágenes.

Partiendo de un valioso material inédito, con que cuenta el Cine Archivo Bolívar Films, se hizo este documental, El general López Contreras. La Transición, en el cual Oteyza muestra no tan sólo al hombre sino a su época.

Escuchando al vientoUn cuadro de Patricia Van Dalen le sirve a Carlos Oteyza de telón de fondo. Le enmarca la cara y acentúa sus gestos. Es un tipo llano y abierto. No esconde su rancia alcurnia, la que no impide su sencillez. La palabra cine es casi como un estímulo inconsciente que lo ilumina y saca a pasear su candidez.

Le brillan los ojos. Tienen esa pátina de la picardía curiosa. Descubren a una persona sedienta de imágenes y esclava de ellas.

Es un hombre de cine. Un prisionero del celuloide que no quiere ni busca la libertad.

Total, él buscó esa cárcel. Recuerda que desde niño tenía una marcada afición por la fotografía. Un gusto que rayaba casi en manía. Cuando subía al Avila, en excursiones escolares, llevaba una camarita en el morral e iba fotografiando el cerro, pero eso no era un dato contundente como para suponer que se dedicaría al cine.

-Desde esa época me di cuenta que en esta ciudad nadie escucha el viento. Vivimos como desterrados. Eso tiene que ver con el desarraigo que de una u otra forma también nos caracteriza. No tenemos memoria.

Quizás esa necesidad de recopilar datos, de no perder la memoria propia y la colectiva lo llevó al documentalismo cinematográfico. Aunque, tuvo ciertos escarceos con otras profesiones. Estudió ingeniería por un tiempo. Luego saltó a administración, en los Estados Unidos. Más tarde comunicación social en la Universidad Católica Andrés Bello, donde hizo sus primeros cortometrajes. Recuerda con especial cariño uno llamado 7 notas.

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Los pupitres de la UCAB tampoco lo atraparon. Se fue a Francia a estudiar historia. "Allí empezó mi pasión por el cine y el periodismo rememora Oteyza-. Fue imposible dejar de hacer cine"

De hecho el trabajo con el que consiguió diplomarse como historiador fue un documental que explicaba las relaciones venezolanas-francesas en la época del guzmancismo.

En esa época consiguió otro título: el de esposo. Conoció a Caroline, una francesa que estudiaba periodismo y que ha sido su compañera por más de veinte años. "Ella decía que al principio se me acercó porque me veía como perdido".

Con los pies en la tierra(No se encuentra la imagen 2031995) Cuando regresó de Francia, comenzó a trabajar en Bolívar Films, empresa a la cual no sólo lo atan lazos filiales. Se siente completamente identificado con la línea gerencial con se maneja la compañía.

-Vine a ocuparme del archivo y, a poner los pies en la tierra. Al poco tiempo hicimos un primer documental: Chuao. Narrábamos la historia de ese pueblo cacaotero. Después vino otro trabajo que marcó pauta en mi carrera: Miami nuestro.

-Ese documental se convirtió en un fenómeno. Estuvo en cartelera diecisiete semanas. Se hicieron foros. Otros cineastas se motivaron y filmaron trabajos que iban en esa línea de denuncia, sin caer en lo panfletario. Por ejemplo, Carlos Azpúrua rodó Yo amo a Caracas.

- Después de muchos años filmé El escándalo. Se trata de una película que retrataba el primer caso de corrupción descubierto en Venezuela. Fue aquel incidente donde se vieron involucrados unos empleados de la industria petrolera. Escogí ese tema porque me pareció que implicaba una gran responsabilidad. Era un grupo social con el que me sentía identificado porque se trataba de personas pertenecientes a la clase media.

- Allí no había violaciones, ni asesinatos, ni nada de lo que en alguna época sedujo a nuestros creadores. Era simplemente, retratar la descomposición social a partir de un hecho de corrupción.

Luego vinieron dos largometrajes más: Roraima y La Voz del Corazón, en ambos la locación principal es la Gran Sabana, lugar que para Oteyza tiene un significado especial.

- Yo iba a la Gran Sabana desde que era un adolescente. Viajaba con una mochila. Ese lugar es mágico. Recuerdo momentos en que exploraba las paredes de mi cuarto buscando nuevas marcas en la pintura. En ese instante sabía que era el momento de irme a la sabana. Allí uno verdaderamente se encuentra con la naturaleza, con la vida y, la recibe así como viene. Sin métodos, sin rodeos. La entrega se produce sin más intermediario que el aire.

- En mis películas está presente la montaña. Mi queja por la torpe intervención humana que se ha hecho sobre esa zona. Sin duda alguna, esa supuesta conquista geográfica ha tenido más desaciertos que aciertos. Esa geografía se pega al alma. Aunque ése es telón de fondo. Los personajes pertenecen a la ficción. Además, no me interesa la denuncia como tal. Busco mostrar al ser humano en su microcosmos. La verdad es que el país ha sido el objeto de estudio o el tema de trabajo de casi todos los creadores en distintas áreas.

El arte no es un negocio rentable

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Carlos Oteyza se lleva las manos a la cabeza. Comienza a reflexionar sobre la situación del cine en Venezuela. "La cosa para los cineastas no es tan fácil. En primer lugar estamos hablando de un arte colectivo y costoso".

- Si un escritor, anda con su libro debajo del brazo, esperando que alguna editorial se interese en publicarlo. En ese caso estamos hablando de una inversión de uno, dos o tres millones de bolívares.

- Para producir una película se necesitan más o menos trescientos millones de bolívares. Este es uno de los motivos por los cuales éste sector es tan aguerrido. Porque en primer término se casan unas peleas a muerte entre los mismos cineastas por la consecución de recursos.

- El otro pleito es con el Estado para que financie la cinematografía nacional. Aquí la producción es sumamente costosa, pero eso no es solamente en Venezuela. Lo mismo sucede en toda Latinoamérica. El cine no es un negocio rentable porque tiene un mercado muy pequeño.

Cine venezolano: sin presencia en el imaginario cultural del país- En los últimos quince años el cine ha perdido presencia en el imaginario cultural del país. Eso es muy grave. Ha dejado de ser una referencia importante. Muy rara vez, una película venezolana se traduce en el comentario de la opinión pública. Mejor dicho, no genera ningún tipo de matriz de opinión.

- Aunque, esto que estoy diciendo no se circunscribe al sector cinematográfico, sino al resto de las artes. Aquí, la cultura no goza de una gran audiencia. No vemos fenómenos, como en España, donde aparece un libro o un ensayo y al día siguiente ya se han vendido tres mil ejemplares.

- Existen medios que son consecuencia o parte de la globalización: la televisión por cable y el Internet, que hasta ahora lamentablemente no se han convertido en multiplicadores de la cultura venezolana. Sin embargo, resulta curioso que las películas venezolanas cuando se pasan por televisión tienen una gran sintonía.

- Parece que a los medios masivos no le interesa la difusión del quehacer de los venezolanos. La mayoría de las series son enlatados. No hay programas que hablen de nuestra idiosincracia y, los pocos que hay son una mamarrachada. Se presentan arquetipos que nos dejan muy mal parados como país. El humor en nuestras pantallas ha bajado notablemente. Los programas se enfrascan en las fórmulas fáciles, en el chancecito cargado de sexo que va a arrancar la risa fácil, pero jamás la reflexión. Es una lástima.

El país como eje central- Al cine venezolano le ha costado un poco desprenderse del país como nutriente creativo. Pero, eso también sucedió con el resto de las expresiones artísticas. Escritores como Adriano González León, José Bernardo Núñez, Mariano Picón Salas, José Rafael Pocaterra, por nombrar solamente a algunos contextualizaron sus obras a partir de nuestro país. Al cine, le ocurrió exactamente lo mismo. Hasta los años ochenta, la denuncia, la realidad y la marginalidad eran el caldo de cultivo para las películas. En los años noventa eso comenzó a cambiar. Los cineastas dejamos de leer el país y de intentar cambiarlo. Nos volvemos más intimistas. Volvemos la mirada sobre el hombre, sobre los fantasmas privados.

- Sin embargo, ha sido muy difícil deslastrarnos de la errada idea que se tiene sobre el cine nacional. La gente dice que el cine venezolano es malo y punto. Existe una matriz

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de opinión negativa con relación al cine y como toda matriz de opinión se habla de lo que se cree, sin que necesariamente ese concepto se ajuste a la realidad.

- Formarse una opinión propia con respecto a la calidad de nuestro cine, exige un esfuerzo que casi nadie está dispuesto a pagar. Ver películas, analizarlas, eso es complicado. Eso es como quien dice que Haití es feo y pobre, pero ni siquiera sabe en qué parte del planeta está situado ese país.

El público venezolano es implacableA estas alturas Oteyza ha contestado como diez llamadas y ha entrado en calor. Mueve las manos con soltura. El encuentro casi se ha transformado en una conversación de panas. Con la alegría de un niño que exhibe su juguete, posó gustoso ante el proyector. Dice que no hay nada más delicioso que vivir un momento separado de todos los momentos y conservarlo en la memoria con el sabor de que será único e irrepetible. "Eso te brinda la oportunidad de sentirte feliz, porque tienes tantos ratos gratos que a la hora de la verdad, la cotidianidad se hace llevadera. Hay tantos despertares que se transforman si uno se asoma a la ventana y mira el Avila. Hay un millón de trucos para sacarle partido a la vida, lo único que hay que hacer es tenerlos presente".

Retoma la conversación y se detiene en un punto importante: la maquinaria hollywoodense. Precisamente esa de la que carecen nuestras geografías. "El público es implacable con el cine venezolano. La gente es capaz de ver cientos de películas estadounidenses que no sirvan para nada y no se queja, pero a las nuestras les exigen lo máximo. Aquí si no tienes en el elenco un actor que esté de moda o te ganas un premio en Cannes, ni se voltean a mirarte. La maquinaria hollywoodense es aplastante".

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