oriente y occidente, dos miradas distintas

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Oriente y Occidente, dos miradas distintas. Pareciera que el hombre es el mismo en cualquier lugar, pero las culturas que lo conforman y, por supuesto, su medio geográfico, lo obligan a mirar el mundo, su universo, con distintos ojos. Existen grandes diferencias entre la cosmovisión oriental y la occidental, origen del choque entre ambas culturas. El hombre, desde el principio de los tiempos, ha observado la naturaleza y sus fenómenos: las estaciones del año, el movimiento de los astros, los ciclos agrícolas, etc, y se ha situado a sí mismo dentro de estos ciclos, como un ser más que experimenta los cambios propios de la madre naturaleza; es decir, ha sido consciente de que comparte, con el resto de la naturaleza, el tiempo cíclico que rige su vida. Debido a este tiempo cíclico, sabe que nada es permanente, ni siquiera la muerte. Sabe que existen diversas oportunidades para completar la meta de su vida. Es por eso que se encuentra inmerso en un ciclo de reencarnaciones, parecido al ciclo de las estaciones del año que regresan continuamente. El hombre es insignificante comparado con el universo. Todo su entorno es sagrado. Éste es el pensamiento del hombre nacido en el Oriente, pensamiento del hombre “antiguo”, que ha permanecido a través de los siglos. El hombre “moderno”, occidentalizado, en cambio, se

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Breve ensayo sobre la diferencia cultural entre la cosmovision de Oriente y Occidente, teocentrismo frente a antropocentrismo.

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Page 1: Oriente y Occidente, Dos Miradas Distintas

Oriente y Occidente, dos miradas distintas.

Pareciera que el hombre es el mismo en cualquier lugar, pero las

culturas que lo conforman y, por supuesto, su medio geográfico, lo

obligan a mirar el mundo, su universo, con distintos ojos. Existen

grandes diferencias entre la cosmovisión oriental y la occidental,

origen del choque entre ambas culturas.

El hombre, desde el principio de los tiempos, ha observado la

naturaleza y sus fenómenos: las estaciones del año, el movimiento de

los astros, los ciclos agrícolas, etc, y se ha situado a sí mismo dentro

de estos ciclos, como un ser más que experimenta los cambios

propios de la madre naturaleza; es decir, ha sido consciente de que

comparte, con el resto de la naturaleza, el tiempo cíclico que rige su

vida.

Debido a este tiempo cíclico, sabe que nada es permanente, ni

siquiera la muerte. Sabe que existen diversas oportunidades para

completar la meta de su vida. Es por eso que se encuentra inmerso

en un ciclo de reencarnaciones, parecido al ciclo de las estaciones del

año que regresan continuamente. El hombre es insignificante

comparado con el universo. Todo su entorno es sagrado. Éste es el

pensamiento del hombre nacido en el Oriente, pensamiento del

hombre “antiguo”, que ha permanecido a través de los siglos.

El hombre “moderno”, occidentalizado, en cambio, se coloca en

el centro del universo, concibiéndose a sí mismo como el amo y señor

de su entorno. “El hombre es la medida de todas las cosas”

aseguraba Protágoras (sofista del siglo V). No en vano Dios creo al

hombre para domeñar sobre las bestias de la creación y sobre todo

su entorno, rezaba la Biblia. Este hombre espera vivir una vida

incomparable, una vida que valga la pena haber sido vivida, pues sólo

tiene una vida para demostrar quién es. Espera, asustado, el final de

su mundo, la destrucción, el apocalipsis. Concibe su vida en forma

lineal: nacimiento, crecimiento, reproducción y muerte. Tiene una

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única oportunidad de demostrar quién es. Hereda el protagonismo de

los antiguos héroes griegos como Aquiles, Teseo, Jasón, Perseo y

Orfeo, entre otros, que logran hazañas inimaginables, convirtiéndose

en paradigmas de valentía, en ejemplo de hombres que logran

cumplir su destino y conquistar el cielo, los Campos Elíseos. Al

centrarse en sí mismo, olvida lo sagrado de su entorno. El hombre

oriental, en cambio, sabe que sus héroes, Rama y Krishna, por

ejemplo, son tan sólo reencarnaciones de Vishnu.

Los griegos nos heredaron una visión antropocéntrica del

universo. En eso radica la occidentalización del mundo (entre otras

cosas), que se llevó a cabo a partir de que el mithos cediera su lugar

al logos; a la pérdida del pensamiento sagrado enraizado en la

comprensión del cosmos como cíclico.

El mundo occidental, afianzado desde este momento en el

logos, termina siendo objetivo, lógico, universal, científico; en cambio

el oriental seguirá siendo subjetivo, emocional, personal, de creencias

y fe, de mitos. El primero resuelve las preguntas de cómo; el

segundo, de por qué. Mientras el occidental busca conquistar el

mundo, el oriental busca conquistarse a sí mismo.

El hombre en Oriente tiene tendencia a vivir lo más posible en

lo sagrado. Lo sagrado equivale a la potencia y, en definitiva, a la

realidad por excelencia, a la perennidad y eficacia. El hombre en

Occidente vive en lo profano. La oposición sacro-profano se traduce a

menudo como una oposición entre real e irreal o pseudo-real. Para

este mundo oriental, aún no llega el tiempo de la “muerte de Dios”,

como diría Nietszche con respecto al mundo occidental.

El arte es prueba de estas diferentes cosmovisiones: En Oriente,

el arte se halla intrínsecamente ligado a lo sacer, su imagen es de

aquél de quien es imagen. Es necesario para conseguir el poder

sagrado para vivir. Por el contrario, el arte en Occidente, es

emanación o proyección de la personalidad individual de quien la

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realiza. Y el arte queda connotado socialmente como “improductivo”,

como un valor suntuario destinado al goce hedonista.

Para el occidental, el mundo es lógico, estandarizado, absoluto,

verdadero, práctico, lineal, al grado que continuamente va

“progresando”. En cambio, para el oriental, el mundo es relativo,

simbólico, místico, especulativo, tradicional, cíclico.

Defender las creencias de cada mundo ha producido

comportamientos violentos. El mundo occidental cree que es mejor el

razonamiento lógico; el oriental, la fe. Al final de cuentas, ¿valdrá la

pena indagar quién tiene la verdad?