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Continuación de Orgullo y Prejuicio María Border

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Continuación de

Orgullo y Prejuicio

María Border

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La magnífica creación de Jane Austen y la hermosa versión de la película de Joe Wright, fueron las bases para que quisiera más y no pudiera desprenderme de la historia.

He aquí mi continuación de Orgullo y Prejuicio. La realicé con mucho cariño y tratando siempre de respetar a la magnífica Jane Austen.

Veremos qué les parece a ustedes por dónde corrió mi imaginación. Agradezco a cada uno de quienes han utilizado un momento de sus vidas para leerla.

Espero que les guste. Cariños,

María Border

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CAPITULO I – La declaración

–"Esto es intolerable” –Dijo enojada Lady Catherine de Bourgh –“¿Le propuso casamiento mi

sobrino?”

–“Usted declaró que eso es imposible”– Respondió Elizabeth Bennet

–“Me explicaré” –Gritó madame– “Mi sobrino está comprometido con mi hija. ¿Qué dice ahora?”

–“Si es el caso… no tiene razón para pensar que me propuso matrimonio”

–“¡Qué egoísta!... Esta unión se planeo desde su infancia. ¿Cree que lo impedirá una joven de menor

rango…cuya hermana escapó y provocó un escandaloso matrimonio conseguido solo a expensas de su

tío? ¡Por Dios! ¿Se contaminarán así las tierras de Pemberley? Dígame de una vez por todas ¿Está

comprometida con él?”

–“No”– Solo pudo responder apenada

–“¿Y me promete no comprometerse nunca con él?”

Elizabeth, resuelta y con dignidad, contestó sin reparos: –“No lo prometo y nunca lo haré. Me ha

insultado en todos los modos posibles… y ahora no tiene más que decir. Debo pedirle que se marche

ya. Buenas noches”

Abrió lo puerta para que se fuera.

Lady Catherine de Bourgh, furiosa salió de la finca de los Bennet–“Nunca fui tratada así en mi vida”

No podía dormir. Darcy estaba comprometido con su prima. La forma en que ella lo había

rechazado, impediría al caballero rebajarse volviendo a solicitarla.

Salió de su casa al amanecer, caminando por el páramo, abrazando su pena. A lo lejos lo vio

acercándose:

–“No podía dormir”– Dijo cuando lo tuvo cerca

–“Ni yo. Mi tía…”

–“Si estuvo aquí”

–“¿Cómo puedo compensar semejante conducta?”–Dijo apenado

–“Después de lo que hizo por Lydia y sospecho por Jane… soy yo quien debe compensar su conducta”

–“Debe saber con certeza que todo lo he hecho por usted… Es demasiado generosa para jugar conmigo.

Sé que habló con mi tía y eso me dio una esperanza, que escasamente me había permitido tener antes…

Si sus sentimientos son los mismos que en Abril, dígamelo de una vez... Mis afectos y deseos no han

cambiado, pero una palabra suya me silenciará para siempre”

Elizabeth no dijo una palabra. Darcy acercándose un poco a ella continuó: –“Si… si sus

sentimientos hubiesen cambiado, tendría que decirle que me ha hechizado en cuerpo y alma, y la amo,

la amo, la amo…No quiero estar sin usted otro día.”

Ella acortó aún más la distancia, tomó sus manos, las besó y trató de infundirle calor.

–“Están frías”– Le dijo

Darcy comprendió que la agonía llegaba a su fin y apoyó su frente sobre la de ella.

–“Debe estar seguro, que jamás intenté siquiera jugar con usted o sus sentimientos. En Abril mi

concepto sobre su persona era muy distinto al de hoy… Mi vanidad herida y las circunstancias

posteriores nublaron mi corazón”– La escuchaba atónito –“Sin embargo, mientras rechazaba su

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propuesta con el mayor énfasis que me permitieron las palabras… de la misma manera me ocultaba a

mi misma… No puedo decirle cuánto me arrepentí de mi grosería, luego de leer su carta”

–“Tal vez… todas nuestras penurias desde Rosings, han sido productivas”

Lo miró sin entender

–“Cuando allí le confesé mi amor, lo hice desde el conflicto entre mi arrogancia y los sentimientos que

no me dejaban vivir. En cambio hoy, lo hago con humildad desde mi corazón… ”

Hizo ese gesto entre risueño y orgulloso que ésta vez él pudo disfrutar y acarició sus manos antes

de decirle:

–“Teniendo en cuenta el tiempo perdido, sus ansias que le impiden separarse de mi. Y que mi padre se

encontraba hoy bien dispuesto a aceptar pedidos de mano”– Sonrieron ambos ante la ocurrencia–

“Considero pertinente… –aguardó un segundo y prosiguió –“… si está usted de acuerdo…”

Comprendió que sería propio de un caballero, realizar correcta y formalmente la pregunta:

–“Señorita Bennet, ¿me concedería el honor de permitirme solicitar su mano ante su padre?”

Ese hombre orgulloso, aquel para quien ella no era lo suficientemente bonita como para tentarlo

a bailar, se encontraba a su lado pendiente de una formal respuesta. Dejándose llevar por su corazón,

sintió como sus pies se alzaban, su mano llegó hasta la mejilla de su amado, lo acaricio, entrecerró sus

ojos y posó suavemente sus labios sobre los de él.

Tan solo con ese roce, Lizzy descubrió sensaciones desconocidas por ella hasta ese momento.

Darcy la tomó por la cintura con una mano y con la otra acarició su cara, la besó tiernamente, como si

temiera lastimarla.

– “No he besado a ningún hombre en mi vida” –susurró.

–“Mucho me temo que si no nos apresuramos a solicitar permiso, pasaré el resto de mi vida aquí entre

sus brazos” –Dijo casi como ordenándoselo a sí mismo para no llevar a cabo lo que en ese instante

deseaba.

Caminaban hacia la casa de los Bennet tomados del brazo. La espera había sido larga y

angustiante; tiempo de amarla, de desearla, creyéndose no correspondido. Tiempo de acariciarla con la

mirada y nunca haber leído en sus ojos otra cosa que no fuera desaprobación, rechazo y hasta

provocación. Sin embargo ella lo correspondía, y su actuar no era más que la lucha interna por no

entregarse a un hombre cuya conducta, se veía en la obligación de reprobar. Cuánto mas fácil hubiera

sido si su orgullo le hubiera permitido hablar francamente, si le hubiera explicado sobre Wickham, si

hubiera aclarado sus dudas sobre los sentimientos de la Srta. Jane para con el Sr. Bingley; si en

Netherfield le hubiera solicitado bailar en lugar de estúpidamente decir que…

Elizabeth leyó sus pensamientos, su boca dibujó una sonrisa y sus ojos lo miraron con ternura.

–“¿Cuándo descubrió usted sus sentimientos?”

–“No puedo precisar el momento exacto. Puedo decirle que en el sarao de Meryton, admiré sus ojos

abiertamente haciéndoselo saber a la Srta. Bingley. Luego su amor de hermana cuidando a la Srta.

Jane...”

–“¿Habló de mí con la señorita Bingley? Ya entiendo, porqué le agrado tanto a ella. Supongo que las

mujeres de su círculo difícilmente lo contrariarán, y yo he sido muy grosera en mi trato para con usted–

Ve señor Darcy, le he ahorrado el tener que pensar una respuesta”

–“¿Y tu Lizzy? ¿Cuándo notaste que ya no me odiabas?”

–“Cuando le vi parado junto a su grupo en el mismo sarao que menciona, más que su gallardía me

enterneció su mirada triste. No he de negar que hiciera bromas con la Sra. Collins, considerando que

sería usted dueño de la mitad triste de Derbyshire; pero ya me conoce, suelo bromear con lo que me

altera. La casualidad quiso que le escuchara decir que no era yo lo suficientemente bonita para

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tentarlo, mi primer sentimiento de ternura se aplacó al instante para convertirse en rechazo. Su

vanidad señor, había herido la mía”

Darcy no ocultaba su pena.

–“Cuántas más veces lo veía, mas grande era mi deseo de contradecirlo y dejar en evidencia su

arrogancia. Notaba, sin comprender bien los motivos, que dedicaba demasiado interés en la tarea. Los

hechos que siguieron, solo ayudaron a confundirme con mayor fuerza. Pero… una vez leída su carta, los

sentimientos se abrieron ante mi, dejándome ver cuánto le quería y que ya jamás podría…

demostrárselo"

Continuó –“No voy a negar que su primera declaración, me hirió profundamente. Pero bien cierto es

también, que mucho de lo dicho era real”

Se quedaron en silencio contemplándose, el día abría.

–“Cuando usted lo disponga Sr Darcy, estoy pronta para ir a hablar con mi padre”

–“Sr Bennet, mi querido Sr. Bennet –llamó la Sra. Bennet a su marido con insistencia–“El Sr Darcy se

encuentra en su despacho, y solicita hablar con usted con suma premura”

–“¿El Sr. Darcy?” – preguntó inquieto el dueño de casa –“¿qué le ocurre a ese caballero que irrumpe de

manera tan descortés, cuando apenas abre el día?”

La Sra. Bennet estaba tan asombrada como su marido, pero la seriedad y firmeza en la cara de

tan imprevista visita, habían impedido que preguntara y tan solo se limitó a acudir prontamente a

concretar la extraña solicitud.

–“Ese odioso hombre, espero no venga a mitigar la alegría que reina en ésta casa desde ayer cuando el

Sr. Bingley pidió la mano de Jane”

–“Desconozco sus motivos Sr Bennet, pero por lo poco que me atreví a observar, debe haber venido

caminando… ya que no hay carruajes o caballo a la vista y… lo recibió Elizabeth pues fue ella quien

acudió a la cocina notificándome de la llegada” Dijo mientras parecía que retrocedía el tiempo en su

mente tratando de aclarar el motivo de tan inesperada e informal visita...–“Oh Señor Bennet ¿tendrá

algo que ver con la visita de ayer de Lady Catherine?”

Elizabeth se encontraba nerviosa, junto a la puerta del estudio de su padre. Dentro estaba Darcy

solicitando su mano.

Él había conservado, a pesar del tiempo y su rechazo, el amor que le había confesado en Rosings

y no solo lo conservaba sino que por ese amor dejó de lado su orgullo, reparó su error con Jane y el Sr

Bingley; y a pesar de las muchas razones que lo alejaban del Sr. Wickham, ayudó a su hermana Lydia a

recomponer, ante la sociedad, el honor de las Bennet tras su fuga amorosa. Su corazón no se había

equivocado, fue su prejuicio quien la llevó a perder todo este tiempo el placer de haberlo aceptado.

La puerta se abrió y la figura de su amado salió presurosa del estudio de su padre. Se le veía

ansioso pero para nada altivo.

–“El Sr. Bennet la solicita”–dijo y su mirada le entregó la serenidad suficiente como para

enfrentar a su padre; explicarle cuánto lo amaba, de lo tontos que habían sido, de cuán feliz se sentía

ante la sola idea de poder vivir junto a ese hombre, el resto de su vida y rogarle la ayude a paliar la mala

imagen que los Bennet se habían formado de Darcy.

Era su turno de entrar y mientras lo hacía no quitaba sus ojos de los de él.

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La Sra. Bennet oteaba junto a Jane, desde la ventana de la cocina, al Sr. Darcy, que caminaba de

un lado al otro frente al umbral de la casa visiblemente nervioso. Sus pasos eran largos, rápidos, sus

brazos se balanceaban al compás de su caminar y apretaba sus puños para luego estirar los dedos con

fuerza.

–“¿Qué es lo que ocurre? ¿Acaso Lizzy habrá molestado en algo al Sr Darcy?, ¿Qué es lo que lo tiene tan

preocupado, tan… nervioso? ¿Es por tu boda con el Sr. Bingley?”

–“Creo madre, que es Lizzy quien tiene mucho que ver en lo que al Sr Darcy afecta”.

La Sra. Bennet miró a su hija sin entender, tratando de leer en sus ojos la respuesta a sus preguntas.

–“Madre, Lizzy me dijo que el Sr Darcy ha venido a pedir su mano”

–“¿Su mano? ¿La mano de Elizabeth?... Pero si se odian, si Lizzy lo detesta, si él no ha hecho otra cosa

que ignorarnos y demostrarnos arrogantemente su superioridad”

–“Al parecer estábamos equivocadas. Lizzy dice amarlo profundamente y él le ha solicitado hoy, por

segunda vez, ser su esposa”

–“¿Cuándo, en qué momento? … ¿Por segunda vez,… hoy? … ¿Pero cómo es que yo no lo sabía?”–

Repetía la Sra. Bennet sin dar crédito a sus oídos. ¿Su hija solicitada por el caballero mas codiciado,

dueño y señor de Pemberley? Oh Dios! ¿Era eso cierto? Jamás pensó en algo parecido, ni cercano

siquiera, el carácter de Elizabeth no parecía ser el que un hombre como él pudiera soportar. Su hija era

bonita, pero no tanto como para atraer la atención de tamaño Señor. Tal vez Jane sí, pero Elizabeth…

¡EL SR. DARCY! Jamás lo hubiera imaginado. Le urgía comentarlo con la Sra. Lucas. Su hija se casaría

y viviría como una reina.

–“ Pues espero que el Sr Bennet acepte de buen grado su propuesta, y se lo comunique de inmediato, o

de lo contrario éste caballero cavará una zanja en nuestro umbral mientras espera”

Ambas rieron contentas. Darcy frenó bruscamente su andar y giró en sus talones mirando

ansioso la puerta de la casa. Elizabeth salía de la misma y casi corriendo se dirigía hacia él con la cara

llena de luz, sonrojada y sonriente. Su padre había aceptado la unión.

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CAPITULO II – Entrega y recibimiento

La Sra. Bennet balanceaba su pañuelo al viento insistentemente, mientras lloraba y con voz alta

repetía a sus hijas recién casadas, que les deseaba felicidad, que le escribieran asiduamente, no mejor,

diariamente; mientras ambos carruajes se perdían en el camino.

Jane, casada con el Sr Bingley, partía rumbo a su nuevo hogar en Netherfield. Elizabeth,

flamante esposa del Sr Darcy, se alejaba hacia Pemberley, para luego comenzar su viaje de luna de miel.

–“Creo que mi madre seguirá parada en el camino agitando su pañuelo eternamente. Pobre... ni en sus

más osados sueños habría podido imaginar éste como mi destino”

Darcy sonrió, estaba feliz. Desde que el Sr Bennet aceptó entregarle a Lizzy, jamás habían estado

solos, era éste el primer momento en que su añorada mujer se encontraba junto a él y no había nada

entre ambos. “Su mujer”– pensó, mientras la contemplaba. Era hermosa, chispeante, alegre,

inteligente, portadora de un carácter que a él, lo hechizaba.

Pasó su brazo por sobre el hombro de su esposa, para atraerla hacia sí; con la otra mano acarició

la de ella, bajó la vista nuevamente y la vio. La beso con ternura, suavemente, rozándola con los labios y

la sintió temblar junto a él. Como si no se percatara del lugar donde se encontraban, apasionó sus

besos y sus caricias.

Elizabeth se mostró indecisa, inexperta, dejándose llevar pero sin saber qué hacer, ni cómo.

Desconocía cuál debía ser su respuesta, cómo debía demostrarle a su marido su amor. ¿Debía

simplemente dejarle a él que la guíe? ¿No entendería esto como falta de interés de su parte? Estaban

casados, pero… ¿Cómo actuar ante él para enterarlo de cuánto lo amaba y de lo mucho que le gustaban

esos besos y caricias que estaba recibiendo?

Aun cuando no había emitido palabra alguna, el caballero comprendió lo que la aquejaba.

–“Dígame Sra. Darcy, ¿La Sra. Bennet ha hablado con usted acerca de…?” –No terminaba de hallar la

manera de explicarlo, sin violentar a su esposa. “… ¿Ha mantenido usted con su madre, conversaciones

sobre su vida de mujer… casada?”

Elizabeth frunció el seño y tomaba distancia de su marido. –“¡Qué osado!, ¡Qué falto de tacto!

¿Cómo se atrevía a leer así sus pensamientos?” –pensó –“¿Cómo tenía coraje para enfrentarla tan

rápidamente a una pregunta tan íntima?”

–“Mi madre y yo no hemos mantenido conversación alguna sobre el tema por el que usted me

consulta” Tomó aliento para recomponerse y luego continuó –“Supuse que lo había hecho con Jane, ya

que la vi salir del cuarto casi desencajada, ruborizada, asustada a más no poder. Por tal motivo y dando

por sentado que la conversación sobre… la vida de mujeres casadas, con mi madre, habría de producir

en mí sentimientos similares a los observados en mi querida hermana, es que preferí asistir a nuestro

matrimonio, sin más información que lo leído y dejando en usted, Sr. Darcy toda la responsabilidad del

relato”

Ahora era un tema suyo. Ahora era él quien tenía un problema. ¿Había pensado tal vez que sería

tan fácil intimidarla, o rebajarla al estado de ignorancia absoluta sin que ello llevara aparejado un

precio? Pues no, ésta era Elizabeth Bennet, ahora Sra. Darcy y más le valía que fuera acostumbrándose.

Lentamente Darcy fue retirando su brazo tras el hombro de su esposa. Estaba preocupado. Si

bien la Señora Bennet no le resultaba una fuente valiosa de información, prefería que al menos le

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hubiese allanado un poco el terreno. Por otro lado y pensándolo mejor, era encantador pensar que su

amada recibiría solo la información que él le brindara. Lizzy era solo suya también en eso. Sin darse

cuenta, otra vez su brazo rodeaba a su esposa y una sonrisa de gratitud se dibujó en su cara. Ella

desconocía sus pensamientos y entendió el gesto como una tremenda descortesía.

–“Perdona querida, no me mal entiendas, no me burlo de ti. Estoy tan complacido de que tengas

siempre una respuesta desafiante. Y tanto mas complacido de que dejaras a mi entera responsabilidad,

el encargo de mostrarte los muchos placeres de nuestra vida juntos”

Se acercó más a ella, le acarició la mejilla y casi entre susurros le dijo: –“Verás Sra. Darcy,

primero debo estar seguro de que tu amor te permite confiar plenamente en mi”

Su voz era tan serena, tan dulce que Elizabeth asintió y se dispuso a escuchar sin el más mínimo recelo.

–“El amor entre esposos impone respeto por el otro, aceptación al otro. Eres mi esposa porque te amo,

te respeto y te deseo. Te deseo con la mente y con el cuerpo. Te deseo desde mi corazón y desde mis

entrañas. Jamás notarás en mí, o en mis actos, la más mínima intención de herirte o contrariarte.

Nuestra intimidad será completa, cuando tú me indiques que te encuentras dispuesta”

Era dulce, sincero, encantador, sus palabras salían de su boca masculina, para bailar en sus

oídos ansiosos de información. Le llegaban al corazón, porque claramente salían de su corazón. Lo

miraba embelesada, entregada, sumisa, interesada en aprender. Era tan caballero que prometía

esperarla. Pensó que no deseaba otra cosa más en ese momento, que amarlo. Odiaba la idea de que un

gesto suyo, pudiera alterarlo y obligó a su cara, que no realizara otra cosa más que mirarlo con todo el

amor del que fuera posible.

–“Cuando lo hagas, Lizzy, adoraré tu cuerpo entre caricias. Esperaré, te sientas ansiosa por recibirme,

y cuando eso ocurra, viviremos el amor tan tangible, como sientes ahora mi mano sobre las tuyas…

Deberás dejarte guiar por mí, segura, abierta a mi propuesta, puesto que yo estaré esperando leer… el

momento preciso en que tú estarás dispuesta a entregarte y recibirme”

Lo amaba, y estaba dispuesta. Lo amaba profundamente, jamás hubiera imaginado tanta

bondad, tanta masculinidad.

Darcy, la beso y acompañó suavemente su cuerpo hasta ocultarlo en su pecho.

“–Duerme querida, esta oscureciendo, prometo avisarte con tiempo cuando se vislumbre la cercanía de

Pemberley”

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CAPÍTULO III – Georgiana Darcy

La Srta. Georgiana Darcy, planeaba quedarse en Kent en casa del coronel y su madre, la semana

en que su hermano estaría de luna de miel. La compañía de ella y su hijo el coronel Fitzwilliam, le

agradaban sobre manera.

Su hermano le había hecho tal solicitud, en vista que el viaje a Londres luego de la boda,

ameritaba tomar una noche de descanso en Pemberley.

La fiesta había sido hermosa. Tanto el matrimonio Bingley como el de su hermano, lucían

radiantes y enamorados. ¡Qué bendición tan grande, lograr encontrar en la vida el amor que ilumina el

alma con tanta claridad que transita el cuerpo y lo traspasa para que todos puedan verlo! Había ella

llorado tanto luego del error cometido con Wickham, que no creía que existiera en el mundo un amor

tan puro y sincero como el que se reflejaba en la cara de esas dos parejas de enamorados.

Le agradaba mucho su cuñada, era alegre, vivaz, y sumamente inteligente. La observaba mirar a

William, como si en el mundo no existiera más que él. Y sin embargo intercambiaba con ella todo tipo

de conversaciones agradables y cariñosas. Había aprendido a quererla antes de conocerla, su hermano

hablaba de ella con tanta admiración y cariño, que no pudo más que adorarla a través de sus ojos. Y

cuando la conoció, supo con certeza que, el corazón de William, había escogido más que

satisfactoriamente a la mujer que sería desde ahora la Sra. de Pemberley.

Elizabeth era una mujer divertida, buscaba constantemente el lado gracioso de las cosas y

entablaba conversación con mucha facilidad con todo el mundo, absolutamente diferente a ella, cuya

timidez le impedía relacionarse como quisiera.

–“Srta. Georgiana, ¿gusta una taza de te antes de retirarse a descansar?” – le dijo el coronel Fitzwilliam,

ni bien ingresaron a la finca de la familia en Kent.

–“No gracias. El día de hoy no solo ha sido largo, sino también agotador, prefiero descansar, de lo

contrario mañana me encontraré imposibilitada de acudir con usted al pueblo en busca de las

partituras. Recuerde que me lo ha prometido”

–“Absolutamente Srta. Darcy, espero encuentre confortable su cuarto para descansar apropiadamente y

mañana, luego del desayuno, la llevaré a escoger las partituras para su práctica de piano”

“¡Qué desastre!” –Pensaba mientras veía la frágil figura de la niña subir las escaleras. Tamaña

cantidad de palabras y ninguna de ellas le habrán acercado siquiera, lo que en realidad estaba deseando

decir.

Esa niña, pronta a mujer, cuya ingenuidad la llevó a imaginarse enamorada del truhan de

Wickham, era la criatura más hermosa que sus ojos hubieran visto. Tan frágil, tan dulce, tan elegante.

¡TAN HERMANA DE SU AMIGO!

¡Dios! ¿Cómo haría para poder expresarle a Darcy, todo el amor que su corazón sentía hacia

Georgiana? Darcy lo retaría a duelo sin pensarlo siquiera, y mientras lo hacía se daría cuenta que había

aceptado entregarle a su hermana en custodia a él, mientras tranquilo se disponía a vivir junto a su

esposa su luna de miel.

“¿Que traición mas inesperada a los ojos de un amigo, que ésta?”

Pero había aceptado gustoso, seguro de que nadie cuidaría de la Srta. Darcy con tanto empeño

como él mismo. Tal vez sería mejor decirle que en el transcurso de su estancia en Kent y estando tan

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ocupado en realizar correctamente la tarea encomendada; fue que puso sus ojos en Georgiana,

creyéndolo amor de hermano y descubriendo luego que la amaba como hombre. Después de todo, algo

así era lo que había ocurrido. Siempre la vio como la hermanita de su amigo, hasta aquel día que en

Pemberley, regresando de acompañar a William desde Londres, que la vio junto al piano. Ella tocaba

maravillosamente bien, y en cuanto sintió el ingreso de Darcy al salón, saltó de su taburete y se aferró al

cuello de él con tanta alegría y cariño que su pobre corazón de soldado, no pudo más que enamorarse al

instante.

¡No! Debía ser sincero, no importaban las represalias, le debía a su amigo, el mismo respeto y

franqueza que siempre había recibido de su parte. Tal vez si tenía suerte, contara ese día con la ayuda

de Dios, y Darcy se encontrara lo suficientemente bien dispuesto a esperar y recibir toda la explicación

antes de… retarlo a duelo.

Las escaleras hasta el cuarto que le habían asignado, parecían no terminar nunca. Sabía que el

coronel Fitzwilliam había quedado en el primer escalón de las mismas, observándola mientras

cuidadosa y lentamente, ella subía. No sabía exactamente desde cuándo, pero hacía un tiempo que

cuando el coronel estaba cerca suyo, algo le recorría el cuerpo y la petrificaba en el suelo. Elizabeth le

había preguntado con mucho sigilo, estando a solas, si había algo en el coronel que llamara su atención

de manera diferente a lo que pueda hacerlo otra presencia. “Sí” Le había contestado envuelta en su

timidez, pero en ese entonces, todavía no conocía la razón por la que ese hombre provocaba en ella

sensaciones tan desconocidas. Lizzy había sido muy respetuosa y no ahondó en su pregunta.

Georgiana estaba segura que tal conversación se había mantenido entre ellas en el más celoso de los

secretos.

Ahora ya estaba segura, lo que el coronel Fitzwilliam le provocaba, era admiración, una profunda

admiración que la había arrastrado a amarlo sin tener todavía muy en claro cómo hacer para que él

notara que ya era una mujer que se encontraba dispuesta a sostener su sentimiento, no importándole el

tiempo que a él le tomara ver que había crecido y que era su intención mas firme, el que solicitara su

mano ante su hermano.

Su hermano sería un gran escollo a sortear, eso claro, si primero lograba que el coronel fijara sus

ojos en ella y la amara. – “Para el coronel, soy la hermana de su amigo mas leal. Sus ojos deben estar

más que cerrados hacia mi, salvo el hecho de observar que nada me perturbe mientras me encuentro a

su cuidado”

Darcy no sería tela fácil de cortar. Amaba profundamente a su hermano, pero él cargaba en sus

hombros la responsabilidad de cuidarla desde la muerte de su madre cuando ella nació, y mucho más

cuando su padre le asignó la tarea en su lecho de muerte. Había sido y era, el hermano más cariñoso,

ocupado en su educación y bienestar. Lo que la hacía muy afortunada. Lo adoraba, y se sentía adorada

por él.

Tal vez ahora que estaba casado con la mujer que tanto amaba, sería un poco mas flexible al

pensamiento de que había crecido y había escogido para su vida como compañero a su amigo más

íntimo y confiable.

–“He de recurrir a Elizabeth, no podré convencerlo sola. Lizzy me ayudará a encontrar la manera que

William acepte mi amor, antes de… matarlo”.

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CAPITULO IV– Pemberley

La puerta del carruaje se abrió y el Sr Darcy bajó del mismo con decisión, entregándole su mano

firme y segura a Elizabeth para ayudarla a hacer lo mismo. Llegaba a su hogar junto a la mujer que

tanto amaba y que por fin era su esposa.

Junto a la puerta de ingreso, se encontraba la figura de una señora, cuya edad bien podía decirse

sería la adecuada para ser la madre del señor de la misma. Era el ama de llaves, Lizzy ya la conocía,

había sido quien la guiara por Pemberley aquella vez que junto a sus tíos estuvo de visita en

Derbyshire. El día donde conoció a la adorable Georgiana y donde se dio perfecta cuenta que el Sr.

Darcy sería muy difícil de sacar de su corazón.

–“Bienvenidos, Sr Darcy, Sra. Darcy. Espero su viaje no haya sido agotador. Hemos dispuesto un

refrigerio por si los señores gustan comer algo antes de descansar”

–“Buenas noches Sra. Reynolds ¿Qué dices Lizzy, gustas comer algo?”

–“Buenas noches Sra. Reynolds, gracias por su grata bienvenida. Ciertamente con gusto acepto su

invitación. Debo decirle que la emoción y el baile me han impedido comer el mas pequeño bocado

durante la boda y cierto es también que no hemos hecho escala desde Meryton hasta Pemberley”

La señora Reynolds la observaba. Había sido cortés aceptando su invitación, y eso le agradaba,

así como también le agradó la manera en que tanto su señor como su esposa, se habían acariciado con

la mirada mientras subían las escaleras. Tenía buen recuerdo de Elizabeth, de cuando la conoció en su

corta visita a Pemberley, y había notado prontamente como su señor hablaba de ella con respeto. Pero

ahora pareciera que era ella quien también lo miraba con un sentimiento que se atrevía a presumir

como de enamorada. Habría que observar más en detalle. De cualquier manera si el Sr. Darcy la había

convertido en su esposa, seguramente era porque la dama era absolutamente digna de tal honor.

–“Éste es tu cuarto querida, allí tu vestidor, y aquella puerta dirige a… mi cuarto. Refréscate con calma,

y cuando te encuentres dispuesta, avísame para que juntos bajemos al comedor”

“¿Su cuarto y mi cuarto? –Pensó– De manera que no compartiremos los mismos.” Sus padres tenían

un cuarto en común, tal vez los ricos no gustaban de convivir y solo se encontraban en ciertas

oportunidades. Se quitó el abrigo y lo dejó sobre la silla junto a la cama, en la puerta sonó el llamado de

Lucy, su doncella exclusiva, quien acomodó la ropa de su señora, le dispuso el agua para refrescarse y le

preguntó si prefería un baño reparador luego del viaje o simplemente tan solo bajar prontamente al

salón comedor.

–“Gracias Lucy, aceptaré el baño mas tarde, ahora mi esposo me espera para cenar y es eso lo que

prefiero”

Elizabeth notó que sobre la cama se encontraba delicadamente acomodado el batín que junto a

su madre habían confeccionado para usar esa noche. La doncella percibió cierta incomodidad en su

señora, al ver su próxima intimidad tan abiertamente expuesta ante sus ojos y prefirió ser franca

rápidamente para evitárselo a futuro.

–“He sido ordenada para brindar a la señora, el servicio que la misma considere necesario. Ruego me

disculpe si comprende como inapropiado dispusiera yo sin consultarla, cuál de sus ropas quería usar

para descansar. Pero, teniendo en cuenta el cansancio que supuse traería, es que quise que contara con

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todo lo necesario sin tener que molestarse en solicitármelo. Le ruego sepa disculparme y espero sea

usted misma quien me indique a futuro, qué precisa de mi y con alto gusto me dispondré a contentarla”

Elizabeth sonrió y miró con agradecimiento a la muchacha, era bonita y joven, ciertamente Georgiana y

Darcy la habían escogido suponiendo que la aprobaría de inmediato. Así fue y se lo hizo saber.

–“Lucy, agradezco mucho tu servicio. Debes saber que no he sido educada dentro de las costumbres a

las que mi matrimonio me ha traído. Por lo tanto te ruego tengas a bien, guiarme en lo que se espera

que yo solicite de tu ayuda. Iremos con cuidado Lucy, ya que tampoco es mi intención convertirme en

una carga para cada uno de ustedes, aunque el reglamento de Pemberley así lo dicte”

Vaya, la Sra. Darcy sí que era encantadora. Lucy le propinó una sonrisa llena de agradecimiento al

saber que su señora no era una estirada más de esas que la sociedad había estado creando, como las

hermanas Bingley. La señora era gentil y modesta, y si fuera un poco más refinada, seria igualita a la

señorita Georgiana.

–“Elizabeth, ¿estás lista? ¿Podemos bajar ya a cenar?”

–“Estoy lista, Lucy gentilmente me ha ayudado a no demorarme demasiado. Bajemos”

El comedor íntimo de Pemberley era suntuoso, mucho más grande que el comedor principal de

la casa Bennet. En la mesa ubicada en el centro, podía disponerse el servicio para no menos de doce

comensales. Darcy la ayudó a sentarse en una de las cabeceras de la mesa y luego tomó asiento frente a

ella en la cabecera opuesta. Un mozo les servía vino y otro les acercaba, para que escogieran, comida de

distintas fuentes. Elizabeth observaba y aceptaba esperando el momento en que ambos ayudantes se

fueran, pero parecía que eso no ocurriría nunca ya que luego de servirles, se alejaban hasta un rincón a

la espera de alguna señal que indicara una orden. No conforme con ello, ingresó la Sra. Reynolds a

preguntar si la comida era del agrado de los señores y si habían notado que precisaran algo que no

hubiera sido dispuesto de antemano en los cuartos.

–“Todo es de mi agrado Sra. Reynolds, gracias, no preciso nada más en mis aposentos. ¿Qué opinas tú

Elizabeth?”

Elizabeth tapó y rozó su boca con la servilleta ocultando una leve sonrisa; tomándose el tiempo

necesario para buscar las palabras mas adecuadas para la respuesta que pensaba dar, no sin miedo de

empezar su estadía en Pemberley con el pie incorrecto.

–“En mis aposentos (recordó cuál había sido el término que su marido había utilizado para referirse a

su cuarto, y lo utilizó) –no preciso nada más de lo que ya usted ha dispuesto. La comida es exquisita,

sin embargo Sra. Reynolds, quisiera preguntarle si sería tomado como una ofensa insoslayable, el hecho

de que yo prefiera, sentarme en alguna de las sillas más cercanas a mi marido” –Darcy alzó la mirada

hacia su esposa– “Es que… verá usted, sabido es que gusto mucho de conversar; en el día de hoy hemos

vivido tantas emociones juntas, que creo que no encontraré el tiempo suficiente para compartirlas con

mi esposo. Desde aquí debo elevar mucho la voz para que me oiga, y atormentaría a los pobres mozos

con mis comentarios”. – Darcy tapaba su risa con la servilleta, los mozos se vieron en aprietos, pero

Lizzy no lo notó porque estaba muy ocupada en que las explicaciones que daba no molestaran a la Sra.

Reynolds, ni fueran a quebrar cualquier regla.

La Sra. Darcy era dueña del corazón del ama de llaves, ya cuando Lucy ingresó a la cocina

completamente distendida y segura de sí, supo que el ama había sido gentil con ella, y ahora éste pedido

no dejaba ver ante sus ojos, otra cosa que no fuera un próspero matrimonio que, desde el vamos, se

entendía y deseaba compartir cada detalle de su vida. Se tomó el tiempo también, antes de contestar,

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para observar que el Sr Darcy no se mostrara contrariado con lo que su señora proponía. Sí, era cierto

lo que ella suponía, el señor había elegido para traer a Pemberley a su gran amor, y ella no solo le

correspondía sino que sería una gran señora.

–“Sra. Darcy, es usted quien debe indicar lo que desea, y somos nosotros quienes estamos a su servicio.

Si los señores desean tomar asientos mas próximos cuando no se encuentran en un evento con

invitados, nadie en todo Pemberley considerará una ofensa tal hecho”

Luego de la cena, William solicitó a su ayudante, llevara hasta su cuarto, un par de copas de

coñac y se asegurara que el fuego se encontraba vivo.

Subieron las escaleras todavía comentando, lo emocionado que se lo veía al señor Bennet

mientras entregaba a sus dos hijas mayores ante el altar. Y que el Sr Bingley no paraba de reírse en

toda la fiesta, si hasta Jane parecía haberse contagiado de su risa y no la ocultaba tras su mano.

Darcy tomó a su esposa entre sus brazos, antes de abrir la puerta, la besó y llevándola en andas

entraron juntos al cuarto de Elizabeth. Suavemente la depositó en el piso, la ciñó por la cintura con sus

brazos y ella debió ponerse en puntas de pie para permitirse corresponder el beso.

Quitó del cabello de Elizabeth la peineta que lo sujetaba y contempló como el mismo caía por los

hombros y la espalda femenina. Volvió a besarla y le propuso, llamar a sus asistentes para tomar un

baño y después, si ella lo consideraba conveniente, beberían juntos una copa de coñac en su cuarto.

Elizabeth asintió, y Lucy prontamente estaba ayudando a su señora a asearse y vestirse apropiadamente

para la noche.

–“Si la señora no precisa más de mi servicio, le daré las buenas noches y tal como me fue indicado,

temprano en la mañana vendré a ayudarla a alistarse para su viaje. Debo decirle señora, que es muy

grato para mi, encontrarme a su servicio.”

–“Gracias Lucy, por tu calidez; te veré mañana entonces”

De pronto estaba sola mirando hacia la puerta del cuarto de quien ya era su marido. Debía

dirigirse hacia allí y llamarle, pero sus pies se resistían a moverse.

Tomó aire, y sus nudillos golpearon suavemente la puerta de William

–“Entra Lizzy, estoy sirviéndonos una copa de coñac”

Dejó las copas y giró hacia la puerta que conectaba su cuarto con el de ella. La vio parada junto a la

entrada, con una bata que apenas si dejaba ver debajo lo que debía ser su batín de noche. Erguida

aunque temerosa, ingenua, casi esperando indicaciones. Bellísima son su pelo suelto y las manos

apretadas frente a su falda.

–“Lizzy eres hermosa“– Dijo mientras caminaba hacia ella. Estando ya de frente, la tomó por la

barbilla obligándola a subirla para poder mirarla a los ojos.

–“Nada que no quieras sucederá, es tan grande mi placer al contemplarte junto a mi, que no me

perdonaría jamás si mi apasionamiento turbara tus deseos” – besó su mano y la acercó hasta el sillón

junto al fuego del hogar ayudándola a sentarse, e hizo lo mismo junto a ella. Le tendió la copa,

Elizabeth bebió solo un sorbo y se la entregó.

Intentó recurrir a su ingenio para paliar un tanto su situación:

–“¿Quieres beber de mi copa? Dicen que los amantes descubren sus secretos cuando beben juntos de la

misma copa”

Aceptó complacido y bebió su trago saboreándolo con gusto.

–“Veamos si es cierto lo que se dice. Puedo leer…” –dijo burlón–“puedo leer aquí, que la Señora Darcy

no gusta de quedarse sin palabras”

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–“Veo que sabe mucho de lectura de secretos” –Dijo con cierto disgusto– “Le afirmo, que está usted

hallando las palabras perfectas para continuar nuestra conversación con una discreta despedida hasta

el día de mañana; donde espero encuentre una mejor predisposición para comunicarse conmigo.”

Darcy comprendió que si bien Elizabeth contaba con un humor muy amplio, éste no era el momento

para llevarlo a la práctica, además, no era ese su fuerte. Él solo estaba tratando de distenderla y

suponía que la broma lo lograría. Dándose cuenta de su error, dejó la copa sobre la mesa contigua,

tomó las manos de su esposa, y mientras las besaba le dijo:

–“No tengo por costumbre, el dominio de exteriorizar mis sentimientos, he sido educado para dar

órdenes y pensar en lo correcto. Me encuentro ante ti solos, luego de desearte por meses, ávido de

demostrarte cuánto te amo y te venero, y con el primer paso tropiezo y vuelvo a caer en el más

profundo pozo de tu rechazo. Perdóname Lizzy, pretendía bromear y cometí un error, no hay nada que

quiera más en éste instante que verte feliz y sonriendo junto a mi”

Elizabeth elevó las manos que sostenían las suyas para besarlas y luego, casi descaradamente las soltó,

comenzó a acariciar los rizos de Darcy mientras su mirada buscaba la de él, y encontraba su boca.

Él se dejó llevar. Besó su boca, su cuello, sus hombros. Sin pensarlo le estaba desprendiendo la bata y el

camisón asomaba cada vez con más claridad. La besaba suave, dulce, cálidamente, como si temiera

romperla. Fue entonces cuando percibió que Elizabeth suspiraba casi ahogadamente, con sus caricias,

y ella también, cada vez con menos timidez le propinaba caricias a él, primero en su pelo, luego en su

cuello. La pasión que sentía era indescriptible, esa mujer lo transportaba hasta la cima más elevada.

¿Cómo era posible que alguien tan ingenuo y falto de conocimiento en la materia, lo encendiera hasta

ese punto? Dulcemente la atrajo hacia sí, apoyó su delicada cabeza en su pecho y sin mirarla le dijo:

–“Recuerdo lo que en el carruaje camino a Pemberley te aseguré. Si en algún momento no estás de

acuerdo, detenme y sabré esperar”

–“Vuelvo a convidarte a sorber ambos de la misma copa y tal vez ahora, puedas leer mejor mis secretos”

Dieron otro sorbo a la cálida bebida, y retomaron los besos que venían propinándose.

Darcy era cálido, sereno, aplacado, parecía conocer el cuerpo femenino, como se conoce un

mapa. El camisón de Lizzy comenzó a caer sobre el sillón sin que pudiera saber cómo había ocurrido.

Su torso quedó al descubierto y William se detuvo a contemplarlo. No sintió vergüenza ante tal

situación, por el contrario se alegró de que pareciera complacido con lo que veía. Darcy acarició, besó y

parecía dar gracias a Dios por lo que ante él tenía. Así como su camisón quedó en el sillón, de la misma

manera ya se encontraba sobre el lecho de su esposo. Todo su cuerpo eran sensaciones, toda su piel al

descubierto. Estaba a su lado embelesado ante ella. Le produjo ternura ver en tal situación al

arrogante Sr Darcy de Pemberley, y le entregó la mas tierna sonrisa que sus labios pudieron concretar.

Pronto sintió el cuerpo de su marido, que con seguridad y cuidado la amó.

La mañana era cálida, el sol salió airoso a iluminar el valle florido de Pemberley y cual intruso se

mezcló por entre las cortinas de la alcoba de los recién casados.

Darcy se despertó y buscó a su lado la figura de su esposa. De un salto se sentó en la cama

cuando descubrió que ella no estaba allí.

–“Buen día holgazán” – dijo Elizabeth parada junto a la mesa frente a la ventana–“Ya nos han traído el

desayuno al cuarto. ¿Es de esperar que tomemos nuestra comida en el lecho? Parece muy descortés

ante mis ojos que los criados deban de traer hasta aquí la bandeja.”

–“Lizzy querida, tremendo susto me has dado”– Dijo mientras acomodaba su bata y caminaba hacia

ella “Te ruego me avises cuando te vayas de mi lado, o creeré que todo ha sido un sueño”

Besó su frente mientras recibía la taza de te.

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–“Tomaremos de ahora en mas el desayuno en el lugar de la casa que te parezca conveniente”…“¿Cómo

estás querida?” –“Muy bien. Aunque desearía que no me dijeras "querida"

–“¿Porqué?”

–“Así le dice mi padre a mi madre cuando está enojado.”

–“¿Qué términos se me permiten?”

–“Bueno, déjame pensar. Lizzy para todos los días. Mi perla para los domingos. Y divina diosa solo para ocasiones.especiales.”

–“¿Y cómo te diré cuando este enojado? ¿Sra. Darcy?

–“No, no. Podrás decirme Sra. Darcy cuando estés completa, perfecta e incandescentemente feliz.

–“¿Y cómo esta usted hoy, Sra. Darcy?” –Le dijo mientras besaba su frente –“Sra. Darcy” – y besaba su

mejilla –“Sra. Darcy” –y besaba su nariz –“Sra... Darcy” – y besaba la otra mejilla– “Sra. Darcy.” – y la

besaba tiernamente en los labios.

Sra. Darcy, sonaba tan bien, tan cálido, tan dulce

–“¿Cómo deberé llamarte yo?–Dijo recién cuando su marido dejó de besarla.

–“Puedes llamarme como te plazca, tu voz sonará igualmente adorable sin importar lo que digas”

–“Quiero decirte que me encuentro muy feliz, que he pasado una noche maravillosa entre tus brazos, y

que solo el decoro hicieron posible que me despegara de tu lado cuando Lucy tocó a la puerta con el

desayuno. Desconozco cómo es posible que tuvieras conocimiento de tantas llaves para abrir las

puertas de mi sensibilidad y placer. Espero llegar a tener la posibilidad de entregarte tan placentero

ardor, como el que en la noche me has hecho sentir. Te ruego, esposo mío que me enseñes cuanto sea

de tu agrado, para poder retribuirte en similar manera”

Dijo todo esto sin pausas, y con la cara metida en el pecho de su esposo, tal vez porque si le miraba a los

ojos, el pudor no podría permitirle escucharse diciendo aquellas palabras.

Darcy seguía tratando de saber si estaba soñando y si era Elizabeth la dueña de esas palabras. La que

le había dicho “que era el último hombre en el mundo con quien ella podría llegar a pensar en casarse”.

La abrazó visiblemente contento, acarició su cabello mientras le decía:

–“Mi divina diosa, me ha convertido usted en el mas afortunado y agradecido ser sobre la tierra. Nada

debo yo enseñarle para obtener mas placer de su parte, que no haya sentido desde el mismo momento

en que aceptó ser mi esposa” – y con una pícara sonrisa continuó– “También debo decirle que aprende

usted muy rápido”

Elizabeth se sintió complacida y de un brinco ya estaba sentada en su regazo, tomándolo por el cuello y

haciéndolo dueño de sus besos.

–“Desconozco los motivos que me permiten ser tan espontánea ante ti. No sé de dónde adquieres la

tranquilidad que me brindas, me siento absolutamente entregada a ti, confío plenamente en tus

decisiones, y no hay nada que desee mas que estar a tu lado y respetar tu nombre y tu honor para que

nunca te arrepientas de haberme elegido”

–“Tenemos un problema, el desayuno todavía está servido y mucho me temo que se enfriará, porque

nada en éste mundo me impedirá volver a vivir en éste instante, la noche pasada”

–“El dilema se resuelve prontamente, ya que problema sería si deseáramos diferente”

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CAPÍTULO V – Regreso a Pemberley

El coronel Fitzwilliam, había regresado a Pemberley, a su secretamente adorada Georgiana, sin

aceptar la invitación de quedarse allí hasta el regreso de los recién casados. Casi al mismo instante que

la dejó en su hogar, partió con prisa de regreso a Kent, entregándola al cuidado de la señora Reynolds y

con la condición que se lo llame ante cualquier inconveniente. No podía continuar al lado de ella, ni un

segundo más. Tan solo dos días habían sido suficientes para reconocer que su presencia lo alteraba a

tal grado que ni su hombría de bien, ni su honor, le permitían seguir resistiendo sus profundos deseos

de hacerle saber cuánto la amaba.

El viaje de luna de miel fue digno de ellos. La condición social de Darcy, permitía recorrer cada

lugar, envueltos en lujo. Palacios, fiestas y paisajes durante el día; pasión y ternura durante las noches.

Ambos rebozaban felicidad. Evitaron cruzarse en su travesía a Lady Catherine, que no habiendo

asistido a la boda, les envió una ofuscada carta de desaprobación. Salvo ese inconveniente, todo era

dicha y felicidad.

Llegaban a su hogar y Georgiana los esperaba en la cima de las escaleras. Feliz de recibirlos,

ansiosa por que le cuenten anécdotas del viaje y desesperada por encontrar un momento de privacia

para compartir con su cuñada su secreto y pedirle ayuda para lograr su cometido.

–“Georgiana, ¿Porqué no está Fitzwilliam contigo?”–Darcy estaba sorprendido que su amigo no se

encontrara en Pemberley

Su hermana trató de repetir las palabras que cuidadosamente había estado ensayando para cubrirlo y al

mismo tiempo evitar dejar al descubierto sus sentimientos:

–“El coronel me cuidó junto a su madre en Kent, como si fuera yo una pieza de colección. Una vez en

Pemberley, esto ya no fue necesario. He estado aquí al cuidado de la Sra. Reynolds y los criados,

muchas veces antes de ahora. Le transmití tu invitación, pero ya lo conoces, tiene tanto cuidado en que

no se le malinterprete que no consideró oportuno quedarse si no estabas tú presente”

Darcy se sintió complacido por la actitud de su fiel amigo, pero Elizabeth creyó que sus sospechas se

hacían cada vez más reales. Georgiana contestó sin tropiezos y entonando correctamente sus palabras,

pero el brillo en su mirada le recordaba sus propios sentimientos reprimidos, cuando creía que Darcy,

ya no volvería a considerarla y ella moría por tan solo una mirada.

–“William, el viaje ha sido largo. Ve a descansar un poco antes de retomar tus tareas. Georgiana y yo

intentaremos ponernos al día de las novedades y luego cenaremos temprano”

No estaba seguro si las intenciones de Lizzy eran exactamente las que declaraba. Imaginaba que su

esposa y su hermana gustarían de hablar, y aunque sabía que ella tendría cuidado en cuanto a lo que le

transmitiría, algo en su voz cuando intentó alejarlo no terminaba de aseverar claramente sus dichos.

Lizzy y Georgiana tenían algo en común que todavía no le habían transmitido, no le agradaba quedar

fuera, pero respetaría la confidencia de las damas tanto como le fuera posible y se retiró dejándolas a

solas.

–“¿Ha sido agradable el viaje Lizzy?”–Georgina preguntaba tímidamente.

–“Muy agradable querida ¿disfrutaste tu estancia en Kent?”

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–“Oh sí, mucho”

Elizabeth pudo descubrir el rubor que se instalaba en la cara de la joven Darcy.

–“Ya Georgiana, ¿Cuántas más formalidades deberemos atravesar antes de que me digas lo que tienes

atrapado dentro?”

–“Oh Lizzy ¿Cómo haré?”–Su cuñada rompió en llanto y Elizabeth la abrazó y acunó intentando

calmarla

–“Creo que el coronel Fitzwilliam tiene mucho que ver con tu angustia”

–“Lizzy, no sabes lo que ha sido. Me ama, lo sé, lo he visto mirarme y retirarme la misma mirada de

inmediato cuando notaba la mía”

–“Tengo una clara idea de cómo es eso. He pasado por situaciones similares. No te ha dicho lo que

siente ¿verdad?”

–¡No! Creo que se siente culpable de no poder dominar su afecto. Y yo Lizzy… yo le amo. William

jamás lo permitirá. Él lo sabe y se negará a lo que siente. Jamás podremos estar juntos. Jamás podré

ser feliz”

–“Georgiana, soy la más clara muestra que el amor todo lo puede”

–“Esto es distinto, no solo mi condición lo aleja, su amistad con William hace imposible cualquier

posibilidad de que…”

La interrumpió:

–“Georgiana, si el coronel te ama, no habrá Sr. Darcy que lo aleje de ti. Y si tú lo amas, deberás

anteponer tu amor ante cualquier condición que pretenda alejarlos. Querida, soy la esposa del hombre

que adoro. Vivir en estado matrimonial junto al ser que admiras y amas, no puede compararse con

nada. Deseo que todo el mundo sea tan feliz como lo soy yo. Por el contrario ser la esposa de aquel con

quien no te une tan profundo afecto debe compararse con la mas cruel de las pesadillas”

La hacía muy feliz sentir que su cuñada amaba tanto a su hermano, y deseaba para sí, tener la

posibilidad de vivir una situación similar, pero su timidez y la lealtad del coronel lo hacían, a sus ojos,

un tema imposible.

–“No te aflijas, entre las dos encontraremos la manera de infundir coraje a tu coronel y suavizar a mi

querido señor Darcy”

Darcy regresaba junto a ellas. Había tomado un baño e intentado descansar, pero no se hallaba cómodo

en el lecho sin su esposa al lado y cambiando de opinión decidió que sería mejor reunirse con las

damas. Tal vez tuviera suerte y lo hicieran partícipe de sus confidencias. Pero para cuando él llegó a la

sala, las encontró al piano, divertidas absortas en su música.

–“Afortunadamente decidí no dormir, o me hubiera perdido el concierto”

–“Veo que has adquirido el buen humor de tu esposa en el viaje”

Darcy casi se ruborizó. Georgiana que ante todos se hundía en la más profunda timidez, era siempre

franca y alegre con él. Lo conocía y sería muy difícil ocultar frente a ella, no lo feliz que se sentía, sino

cuán complacido se encontraba de vivir junto a Lizzy. Su esposa lo rescató:

–“Georgiana está dispuesta a torturarse enseñándome más en el piano. Pero no te alteres, buscaremos

los momentos en que no te encuentres en la casa, para evitar que salgas corriendo ante mis desaciertos”

–“Soy el primer admirador de ambas, no deben tomarse tal trabajo”–Las tomó de la mano y les dijo: –

“Señoras, dudo que en todo el reino exista un hombre más feliz que yo teniéndolas a mi lado” –Les

ofreció su brazo y las invitó al comedor para dar comienzo a la cena.

Darcy tomó la cabecera y cada dama se situó a su lado. Charlaban animadamente del viaje.

–“Tu hermano, querida Georgiana, debe aprender a soltarse un poco más en los bailes. Casi que era yo

quien lo llevaba”

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Georgiana no estaba acostumbrada a que se burlaran de su hermano de esa manera. El señor de

Pemberley era un hombre orgulloso y decidido ante la gente; pero Elizabeth gustaba siempre de hacerle

bromas. Él no se molestaba con ellas, era un atributo que evidentemente le permitía solo a su esposa.

–“Me temo que me llevas no solo en los bailes. Debo cambiar esa condición o nadie volverá a

respetarme”

–“¡Oh sí! Por favor, no pierda la compostura Sr. Darcy”

–“Lizzy”–Decía el pobre caballero arrastrando las letras como para poner un coto a su esposa.

–“Estoy absolutamente convencida que, luego de asentarnos, deberíamos recibir algunos amigos en

Pemberley”– Dijo mirando a su cuñada, que con la sola idea comenzó a temblar reconociendo lo poco

sociable que su carácter le permitía ser.

–“¿Qué clase de amigos?”–Darcy temía la respuesta

–“Bueno, podríamos comenzar evitando a las Bingley. No me agrada ostentar mi felicidad ante ellas. ”

Los tres rieron ante la ocurrencia

–“Pero supongo que sería un buen comienzo invitar al coronel Fitzwilliam y su señora madre. Será una

manera de agradecerles sus generosas atenciones para con nuestra querida hermana” Darcy se sintió complacido que su esposa eligiera a su amigo como primera visita, anteponiéndola a su propia familia. También lo complacía que tratara a Georgiana como hermana. En cambio Georgiana hizo acalorados gestos de ruego a su cuñada, para que le evitara tal situación, para la que no se sentía preparada.

–“Has tenido una gran idea Lizzy, en cuanto terminemos de comer, escribiré invitándoles. Dudo que ella acepte, no suele moverse de Kent, pero Fitzwilliam vendrá de inmediato muy gustoso como siempre”

–“Si vas a disponerte a escribir cartas, hay alguna más que me gustaría hicieras”

–“¿A quien más deseas que invite?”

La señora Darcy posó su mano sobre la de su marido y su voz casi le rogó:

–“Deseo que invites también a Lady Catherine”

Los hermanos Darcy mostraron su sorpresa. El rostro del caballero se endureció, dejó sus cubiertos suavemente sobre el plato, y ambas supieron que ese gesto mostraba su franco desagrado. Pero antes de poder negarse al deseo de ella, ésta se apresuró en completar su pedido:

–“No te alteres. Sé lo difícil que es para ti olvidar cuando se te ofende. Lady Catherine no ha hecho otra cosa que aquello que su calidad le indica. Sus anhelos se vieron frustrados ante nuestro amor y las frustraciones y el orgullo nos llevan a realizar actos que, a veces, deberíamos evitar”– Se levantó de su silla, se puso detrás de su esposo y rodeándole el cuello con sus brazos continuó:

–“Su hija es una persona enferma, difícilmente logre darle nietos. Es tu tía y te ama, nosotros podemos entregarle todo aquello que la vida le negará”

Georgiana estaba a punto de romper en llanto. Darcy acariciaba las manos que lo rodeaban inmerso en el pensamiento de cuán generosa era su mujer que habiendo sido humillada por la gran Catherine de Bourgh, estaba dispuesta a compartir con ella sus propios hijos.

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–“Será mejor que regreses a tu asiento. Tu cercanía no me permite pensar con claridad” –Dijo tratando de recobrarse, cuando en realidad lo que en ese momento quería era girarla para poder sentarla en su regazo y llenarla de besos y caricias. Pero Georgiana estaba presente y eso no era admitido.

–“Por favor Sr. Darcy, no exponga así sus debilidades, tal vez un criado pueda estar detrás de la puerta escuchándole”

Georgiana no se atrevió a reírse, tan solo mirar a su hermano de reojo ya le indicó que éste no había tomado a bien la broma.

–“Elizabeth” –Dijo Darcy muy serio–” ten cuidado. Frente a mi tengo los dos tesoros mas preciados que poseo. Si alguien se aprovechara de eso y pretendiera herirlas, no guardaré ninguna postura posible mas que la de defenderlas con mi propia vida”

–“Mi amor, discúlpame por favor. Sé que es verdad lo que dices. Ya me conoces, me desboco con facilidad, seré más cuidadosa, te lo prometo. Pero no deseches mi pedido sin considerarlo antes. Y tampoco olvides que si no fuera por el ímpetu utilizado por Lady Catherine en hacernos cambiar de opinión, tal vez tú nunca hubieses vuelto a mi”

–“William” –Georgiana se armaba de valor para dirigirse a su hermano –“Elizabeth es dueña de una generosidad que no estamos acostumbrados a ver. Sé con certeza que si ella te propone tal idea, no oculta intenciones desagradables, sino que por el contrario, pretende que recuperemos la comunicación con nuestra tía. Nuestra familia no se extiende, mucho más allá de ella y su hija. Es mi parecer que reveas tu negativa”

–“Pero Georgina, tú misma no eres muy afecta a su compañía ¿y aun así la alientas?”

–“Hermano, considero que ella tiene razón. Madame estará muy sola sin nosotros y estoy bien segura que añora nuestra compañía”

–“Redactaré ambas invitaciones. Primero para Fitzwilliam, y luego para Lady Catherine de Bourgh”

Elizabeth casi ahorca a su esposo en su alegría, por demostrarle agradecimiento ante su concesión.

–“William, permíteme por favor admirarte mientras lo haces, adoro la prisa con la que escribes” –Lizzy imitaba burlona la voz de la Srta. Bingley y los tres rieron sin pudor.

–“Acabo de resaltar tu generosidad y ahora me veo obligada a decirte que, para con la señorita Bingley eres completamente lo opuesto” –Georgiana de a poco iba logrando soltura frente al matrimonio. Elizabeth le contagiaba su frescura.

–“Pobre de mí entre ustedes dos” –Darcy finalmente se daba por vencido.

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CAPÍTULO VI – El Coronel Fitzwilliam

Era común recibir de Darcy una invitación a Pemberley, pero en ése preciso momento era lo que

menos deseaba. Siempre había cumplido con los requerimientos sin pensarlo siquiera. Era el amigo

más fiel que tenía y le respondía con lealtad y afecto. Pero aceptar la invitación lo obligaba a

encontrarse ante la presencia de Georgiana. Imposible rechazarlo, a su calvario se entregaba sabiendo

desde el mismo momento que aceptó, que su estadía sería un tormento y que disimular su condición

ante los Darcy lo ubicaba entre traidor o mentiroso.

Darcy lo esperaba en la entrada con los brazos abiertos y la felicidad en su rostro.

–“Querido amigo, es una alegría que hayas venido a compartir mi dicha”

–“No he llegado y ya me veo disminuido. Tanto derroche de felicidad ante los ojos de éste pobre

soldado solitario”

Darcy reía ante los dichos de su amigo. Elizabeth salía a recibir al invitado.

–“Bienvenido coronel, es un inmenso placer que nos acompañe”

–“Señora Darcy, el placer es todo mío. Darcy quiero disculparme por no haber aceptado tu invitación

anterior, te encontrabas fuera de Pemberley y no consideré oportuno quedarme”

–“Olvídalo, Lizzy me hizo ver que tu decisión era la correcta. Ven, Georgiana lamenta no recibirte, se

encuentra con unas amigas, luego iremos a recogerla juntos”

Ella no estaba. Era un alivio, al menos disponía de unos momentos más antes de tener que

encontrársela nuevamente.

Los tres disfrutaban una taza de te en el salón. Charlaban animadamente del viaje y demás

novedades. Días pasados Darcy la sorprendió confesando lo celoso que se sentía cuando en Rosings, su

amigo contaba más con su compañía, que él mismo. Darcy era un hombre seguro pero orgulloso y no

consideraba que se encontrara gustoso de compartir su privacidad con quien le hubo despertado celos

con anterioridad por muy amigo que fuera. Se propuso a sí misma, no darle ningún motivo para

reavivar tal sentimiento, pero debía encontrar la manera de ayudar a Georgiana.

–“Doy por sentado que la estancia de mi hermana en Kent no les ha traído inconvenientes”

–“Ninguno en absoluto. Tu hermana es una dama de lo más gentil y educada”

–“Y dígame coronel ¿ha conocido alguna joven que le haga sentar cabeza en nuestra ausencia?” –Lizzy

comenzó su cometido

El rubor incandescente en las mejillas del pobre invitado dio a Lizzy la certeza de que el coronel

se encontraba acorralado entre su lealtad de amigo y sus sentimientos. Decidió rescatarlo:

–“Disculpe coronel, entiendo que he sido la mar de indiscreta. Supongo que no será a mí a quien le

regale sus confidencias. Añoro nuestras caminatas por el campo, solíamos conversar animadamente en

Rosings, espero podamos retomarlas”

–“Con gusto señora Darcy, también disfruto de su compañía. Eso claro si mi amigo me lo permite”

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–“Ustedes dos gustan de difamarme y mucho me temo que utilizarán las mismas para continuar

haciéndolo. Recuerdo bien lo complacido que te encontrabas indagando mi comportamiento en

Loungbourn”

–“En tal caso coronel, debo decirle que su amigo ha cambiado considerablemente su comportamiento.

Debería haberle visto en nuestro viaje, conversando con todo el mundo y hasta bailando con gusto”

–“¿Bailando Sr. Darcy?”

–“Bueno, ya está bien. Acomódate en tu cuarto, que pronto debemos ir por Georgiana”

Fitzwilliam se retiró y quedaron a solas.

–“¿Por qué razón, eres tan condescendiente con el coronel?”

–“Porque es un buen hombre y goza de tu amistad. Espero me permitas ser amable con él sin entender

eso como inadecuado”

La acercó hacia sí, la beso y muy seguro le dijo:

–“Lizzy, solo yo conozco tu entrega. Puedes profesarle cuanta amabilidad consideres, eres tan mía

como tuyo soy. ¿Crees que sería posible que subamos un momento a nuestro cuarto mientras

Fitzwilliam se acomoda?”

–“De ninguna manera señor, si hago caso a su propuesta, Georgina pasará la noche fuera de casa”

Ya estaba allí. En el primer encuentro ante los Darcy había salido airoso. Nadie leyó sus

sentimientos, sino no habrían preguntado si conoció alguna dama en ese tiempo. Lo peor todavía no

había llegado. Encontrarse frente a Georgiana sería la prueba de fuego. Era allí donde él debía recurrir

a todas sus fuerzas para evitar ser descubierto. Tremenda batalla tenía por delante. Le provocaba más

miedo eso que ir al frente contra los franceses. Bajó tomando coraje para acompañar a su amigo a

recogerla, cuando se topó con la dueña de su corazón en las escaleras.

–“Coronel Fitzwilliam ¿ya ha llegado usted? ¿Cómo ha sido su viaje?” –Casi que debió sostenerse de su

cuñada para no perder la postura al verlo. Lizzy quiso evitarle al huésped la penosa travesía a solas con

su esposo en busca de su cuñada, y con la excusa de dar un paseo, fue ella quien la trajo desde la casa de

la amiga. En el camino, las damas conversaron y aconsejó a Georgiana en la manera que consideraba

más acertada para animar al pobre coronel.

Hermosa, realmente hermosa. Graciosa, bella y gentil. No estaba preparado para verla, no

podría manejar la situación…

–“¿Coronel?”– Lizzy reclamaba una respuesta para Georgiana.

Pero las palabras no salían de su boca.

–“Disculpe señorita, creía que su hermano y yo la pasaríamos a buscar. No esperaba encontrarla aquí”

–“Ya conoce a mi cuñada coronel, gusta de los paseos. Nos encontramos y volvimos caminando”

Elizabeth se sorprendía de lo rápido que Georgiana había tomado valor para pararse frente a él y

entablar conversación de manera animada.

–“¿Fue una caminata larga señorita?”

–“Ya me encuentro acostumbrada. Damos paseos interminables con ella todas las mañanas, mientras

William se ocupa de sus obligaciones”

–“Ya veo… ¿Ha tenido inconvenientes mientras su hermano se encontraba de viaje?”

–“Ninguno coronel, gracias”

–“Bueno… ya está usted aquí. Bajaré al encuentro de mi amigo, si me lo permiten”

–“Bajemos juntos, también iremos a su encuentro”

Sería difícil, muy difícil su estancia en Pemberley. Trataría de hallar una excusa para regresar lo antes

posible a Kent.

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Cenaron los cuatro dialogando de política, negocios, anécdotas y viajes. Por un momento

Fitzwilliam se distendió y rio con ganas ante las ocurrencias de Elizabeth y Darcy. Esos dos sí que eran

felices. Se miraban con amor. Se prodigaban constantemente miradas cariñosas. Tenían un lenguaje

común y privado. La ceremoniosidad y acartonamiento de Darcy estaban totalmente derrotados ante la

espontaneidad y frescura de su esposa. El caballero de Pemberley se hallaba en la intimidad de su

amada familia y se permitía exteriorizar lo complacido que se encontraba. Verlo disfrutar lo

regocijaba. Jamás nublaría su dicha, jamás le confesaría sus sentimientos por su hermana. Prefería ser

desdichado toda la vida a herir a su amigo.

Georgiana y Lizzy tocaban el piano animadamente y Darcy encontró el momento de entablar una

conversación un tanto más privada con él.

–“No puedo expresarte amigo, lo feliz que soy”

–“No es necesario Darcy, bien puedo verlo”

–“Lizzy es todo lo que en mis sueños desee y los supera ampliamente. Es una mujer cálida e

inteligente. Generosa y gentil con todo el mundo. Ella y Georgiana son confidentes y me llenan de

amor y ternura”

–“Si Lady Catherine pudiera verte, seguro estoy que cambiaría su opinión”

–“Me encuentro en un dilema con ella. Lizzy me ha reclamado la invite a Pemberley pero su hija, mi

prima, ha empeorado de salud y estoy seguro que mi compañía la reconfortaría. Pero no puedo acudir a

ella sin Lizzy”

–“Tu mujer no solo es toda una dama, sino una mujer muy sensible y generosa. ¿Has recibido alguna

carta de tu tía?”

–“No. Pero la señora Collins es muy allegada a Elizabeth y se lo ha comentado por carta”

–“Tal vez pudieran ir de visita a casa de los Collins. Lady Catherine seguramente se enterará y querrá

verte”

–“Es una posibilidad que conversaré ésta noche con Lizzy”

–“Dudo Darcy que converses en las noches”

–“Fitzwilliam, guarda tu compostura”

–“Disculpa, no pretendí ofenderles”

–“Deberías pensar en casarte amigo”

–“Eso es tan difícil como conmover a tu tía”

Rieron los dos. Las damas concluyeron su representación al ver que no gozaban de un público atento, y

un tanto curiosas por la charla que mantenían los caballeros.

–“Qué desconsiderados son. Nosotras intentando agradarles y ustedes completamente ajenos a

nuestras dotes”–Elizabeth reclamaba con algo de recelo.

–“Perdonen las damas. Nos encontrábamos dialogando de lo agradable que sonaba en nuestros oídos

tan grata representación”

–“Darcy, no exageres ni pretendas engañarnos. Aprendí a conocerte. Ustedes hablaban de otra cosa y

no quieren compartirlo con nosotras. Pero no me ofenderé, les otorgaré el permiso para que continúen

con sus confidencias. Acompáñame Georgiana, la noche está agradable, tomaremos un poco de fresco”

–“Lizzy, no me ha dirigido la palabra, ni siquiera me ha mirado”–Georgiana apenada, buscaba ayuda en

su cuñada

–“Tranquila querida. El coronel está entablando una gran batalla entre lo que lo atrae de ti y lo que lo

empuja a alejarse. Tenerte cerca éstos días, acrecentará su amor y le otorgará coraje”

–“¿Tan segura estás de que me ama?”

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–“Es más fácil ver el amor que se profesan otros, que ver el que sentimos o se nos tiene. Mi hermana

Jane ocultó por timidez, sus afectos para con quien hoy es su esposo. Eso lo desorientó a él y a tu

hermano. Pudieron perder lo que sentían, si no fuera porque yo lo saqué a la luz en mi discusión con

William. Demuéstrale a Fitzwilliam, que le correspondes”

–“Pero primero debería hablar con William. Si él lo detecta antes que el coronel, pondrá el grito en el

cielo y jamás se animará a pedir mi mano”

–“Tal vez nadie emita grito alguno”

Georgiana no comprendió los dichos de Elizabeth, pero respetaba mucho a su cuñada y si ésta la

aconsejaba en tal sentido, lo intentaría.

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CAPÍTULO VII– Rosings

“Querida Elizabeth:

Lamento ser la portadora de tan malas noticias. La hija de Lady Catherine ha fallecido ésta

mañana. La pobre madame se encuentra desolada.

No hubo nada que hacer. El doctor le prodigó cuanto tratamiento fue posible, pero la salud de

la señorita empeoraba día a día.

No puedo expresarte la pena que nos provoca tal pérdida. Mi esposo se encuentra

acompañando a Lady Catherine constantemente, pero todo es en vano.

Sé de las diferencias que los unen, pero creo que ante la muerte, debemos dejar de lado

disputas y rencores, y ser generosos.

No dudo de tus buenos sentimientos, y sé que convencerás a tu esposo para que revea su

postura y venga a Rosings a acompañar a su tía.

Afectuosamente

Charlotte Collins”

Lloró frente a la carta, la dobló y guardó entre sus manos. Darcy ingresaba en ese momento al

salón y al verla tan triste se preocupó de inmediato.

–¿Qué te sucede Lizzy?

–Mi amor. –Dijo tomando sus manos. –He recibido carta de Charlotte. Tu prima ha muerto.

Darcy dejó ver en su rostro la pena. Lo habían prometido a su prima en la niñez y el amor que

sentía por Lizzy lo había llevado a no concretar ese compromiso. Su tía reprobó el matrimonio y se

alejó de ellos, pero en ese penoso momento, todo debía quedar atrás y le urgía acompañarla aunque

jamás haya contestado la invitación, que a pedido de Lizzy, le enviara para que los visitara en

Pemberley.

–Sé querido que no soy grata ante los ojos de Lady Catherine, pero es tu sangre y le quieres. Por

favor, olvida el rencor y vayamos a su encuentro.

Su mujer poseía el corazón más bello y generoso que pudiera haber sobre la tierra. La abrazó

agradecido y dispuso todo para que Georgiana, Fitzwilliam y ellos se encaminaran de inmediato a

Rosings.

En la carretera se toparon con el Sr. Collins, que entre reverencias, los saludaba y entregaba su

pésame con extremo sentimiento de dolor. La Sra. Collins abrazó a su amiga y saludó a los

acompañantes:

–Ha sido muy duro para ella Lizzy. A pesar que éramos muchos rodeándola, se la notaba muy sola

sin sus sobrinos.

–Darcy la había invitado a pasar unos días con nosotros en Pemberley, pero desconocíamos la

gravedad de su hija.

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–Por favor, no queremos demorarlos, Lady Catherine se encuentra en su salón. No ha salido de la

casa en días. –El Sr. Collins estaba ansioso por llevar ante su señora, a sus parientes.

La pena estaba reflejada en la cara de tan altiva mujer. La salud de su hija había sido precaria

siempre, pero ella suponía que sus cuidados le extenderían la vida. Ni todas sus posesiones juntas

pudieron devolverle a su hija, y eso era muy difícil de aceptar. Levantó la mirada y vio a sus sobrinos

que se arrodillaban frente a ella y le entregaban afectuosamente sus condolencias.

–Mis queridos sobrinos, no puedo expresarles la pena que alberga mi corazón destruido.

Georgiana no se atrevía a decir una sola palabra, pero acariciaba la mano de su tía tratando de

transmitirle afecto.

–Aquí estamos, a su servicio. –Dijo sinceramente Darcy.

– ¡Tú! Sobrino, ¿has venido hasta aquí a pesar de mis reproches?

–Hemos venido a acompañarle y rogarle que regrese con nosotros a Pemberley.

– ¿De qué hablas? Eso es imposible, éste es mi lugar. – Vio entonces que Fitzwilliam y Elizabeth

también se encontraban en el salón, con el rostro embargado de pena. Pudo sentir que eran sinceros.

Elizabeth tenía los ojos llenos de lágrimas y la miraba con gran ternura. ¿Cómo era posible que

aquella mujer tan despreciada por ella, estuviera ante sus ojos en ese momento y le transmitiera tanta

paz?

Elizabeth se sintió observada y se dirigió ante ella. Le hizo una reverencia y guardando distancia

le dijo:

–Lady Catherine, es imposible para mí poder entender la magnitud de su enorme pena. Pero es

nuestro más grande deseo que acepte nuestra compañía. Sus sobrinos y yo anhelamos acompañarla y

ayudarla a transitar tan doloroso momento.

– ¿Tú me ofreces tu mano? –Madame enfatizó cada una de las palabras que utilizó. Usó su

mirada como herramienta, para descargar la furia incontenible que sentía, por no haber encontrado la

manera de retener con vida a su hija y para revelarse contra aquella paz que se negaba a recibir, de

manos de quien la había ofuscado tanto.

Darcy sintió como la ira se adueñaba de su sangre, pero antes de que pudiera salir en defensa de

su esposa, Lizzy tomó la palabra:

–Madame, sé que no soy de su agrado, y que nuestro casamiento la ha alterado. Pero amo

profundamente a su sobrino y me esfuerzo por hacerlo feliz y no deshonrarlos. Con sinceridad le

ofrezco mi admiración y espero se permita conocerme.

La dueña de Rosings se tomó tiempo para contestar. Observó con detalle a Elizabeth que

continuaba entregándole miradas pacíficas y sinceras. Su corazón estaba tan dolido que no tenía

fuerzas para continuar la lucha. Se encontraba en su peor momento. Vulnerable por primera vez en su

vida. Ansiosa de recibir el cariño de sus entrañables sobrinos. Otorgaría una tregua, hasta que llegara

el momento en que sus fuerzas le permitieran estar más segura de que seguía siendo Lady Catherine de

Bourgh.

–Son bienvenidos en Rosings. Espero sepan entender mis reparos. Intentaré conocerla mejor

Sra. Darcy. Mi opinión una vez dada, no tiene regreso, trato de cerciorarme muy bien de las mismas

antes de exteriorizarlas. –Hizo un momento de silencio para observar a los que sí eran su sangre y

formaban parte de su estirpe.

Dirigió su mirada a Elizabeth y continuó: –Teniendo en cuenta que mi opinión, no ha sido

valorada, y ante los hechos… lamentablemente insalvables… haré una excepción. No es fácil para mí

cambiar de opinión Pero tal vez, con usted me haya precipitado. –Y dirigiéndose a Darcy: –Analizaré

tu propuesta William. Es mejor que ahora se dispongan para la cena.

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El coronel Fitzwilliam no podía dar crédito a sus oídos. ¿Qué estaba pasando con los aristócratas

que ahora parecían tener sentimientos? Por lo visto sus opiniones eran compartidas por el resto de los

presentes, porque Darcy tenía la mirada más desorientada que le había visto jamás; Georgiana no sabía

si soltar su alegría o guardar la postura solemne. La única que parecía inalterada era Elizabeth que se

mantenía serena desde el mismo momento en que ingresó a la sala.

El Sr. Collins estaba muy ansioso por saber si Lady Catherine había sacado a empujones a Lizzy

de Rosings, pero desde que la señora Darcy había entrado a su casa, estaba encerrada con su mujer en

la sala.

–Lizzy no puedo creerte ¿De verdad te dijo eso? Es evidente que el dolor transforma a las

personas. Jamás creí que pudiera aceptarte.

–No me ha aceptado aun. Tan solo dijo que se tomaría el tiempo de conocerme mas

profundamente.

–Eso es casi lo mismo que aceptarte. De lo contrario te hubiera echado de su casa de inmediato.

No la conoces tan bien como yo.

–Charlotte, me complace sobre manera tu noticia. Has de encontrarte muy feliz con tu embarazo.

–No quería continuar hablando de la esposa de su tío con su amiga.

La Sra. Collins esperaba la llegada de su primer hijo

–Estoy tan feliz Lizzy. Sentir un hijo es lo mas dulce del mundo.

–He visto que el Sr. Collins también está muy esperanzado con su llegada.

–No sabes lo contento que está. Me cuida hasta lo indecible. No lo imaginaba tan cariñoso y

amable. Me llena de ternuras y caprichos. Si alguna vez accedí a nuestro matrimonio convencida que

era mi única alternativa, hoy me encuentro muy dichosa de haberlo aceptado.

–Me llenan de felicidad tus dichos amiga, y espero que haya muchos pequeños Collins

revoloteando por aquí pronto.

Rosings era esplendorosa. El arte brotaba de cada rincón, pero Lizzy consideraba mucho más

cálido a Pemberley. La cena con Lady Catherine incluyó a los Collins. Entre todos trataron de consolar

a la dueña de casa y se mostraron amables con ella.

–Habrá notado Sra. Darcy, ¿que la Sra. Collins se encuentra esperando su primer hijo?

–Sí Lady Catherine, y me complace mucho la felicidad que les proporciona.

–Un matrimonio bien habido, se regocija con la llegada de los hijos. No deberían ustedes esperar

demasiado en imitarles. –Lady Catherine no podía abandonar su condición, estaba acostumbrada a

mandar y su comentario sonó a mandato.

–Tía, estamos recién casados, no creo conveniente tal apresuramiento. –Darcy salió al rescate con

rubor en las mejillas.

–De ninguna manera considero un apresuramiento el aumentar la descendencia. Por el contrario

es una obligación. Imagino que serán educados con el mayor de los cuidados, tal como lo han sido

ustedes.

–Permítame comentarle que para mí, un hijo, no es una obligación. –Dijo Elizabeth a quien le era

difícil mantener ocultas sus opiniones. –Un hijo debe ser el tesoro más preciado y digno del mayor

amor y cuidado. No he hablado con mi esposo todavía sobre el tema. –Dijo volviendo la vista al plato.

–Pero me atrevo a pensar que él también gozaría de ellos tanto como yo.

–Tía, será mejor que nos dispenses en cuanto al tema. Ten por seguro que Pemberley se

encuentra bien cuidado. Elizabeth y yo tendremos todos los hijos que Dios nos entregue y serán orgullo

para ti, no me cabe duda.

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–Deberán serlo. Tendrás que cuidar muy bien de su educación… Es necesario que Pemberley… –

Pensaba decir que era necesario que Pemberley recobrara su honor, pero no terminó la frase. Las

miradas de ilusión que su sobrino y la segunda hija de los Bennet se dispensaban en ese momento,

curiosamente la silenciaron.

Lady Catherine se tranquilizó, y Georgiana tenía una mirada esperanzadora imaginándose tía de

un montón de niños con los que podría abrir su corazón sin reparos. Sin darse cuenta se encontró

diciendo:

–Lady Catherine, háganos el honor de acompañarnos a Pemberley. Rara vez he sido tan feliz allí

como lo soy ahora. Mi hermano y su esposa irradian alegría y su idea de niños correteando por los

jardines… me ha emocionado tanto, que deseo fervientemente nos acompañe para que pueda usted

sentir lo que yo siento.

–Por lo visto Darcy, tu esposa se ha adueñado del corazón de todos a su alrededor. He de ser la

única objeción a vuestra felicidad. –Se tomó un momento y continuó: –No puedo decir que comparto

lo que ustedes, pero consideraré la invitación y les haré saber mi respuesta en cuanto la tenga. Sra.

Darcy, sea cual fuere la misma, tenga por seguro que será sincera.

Dicho lo cuál, se levantó y se dirigió a sus aposentos. Tal vez fuera lo mejor acompañarlos y poder

observar con más detalle, cuánto había sido transformado en la honorable casa, que su hermana, había

amado tanto.

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Capítulo VII -Segunda parte:

En la soledad del cuarto que destinaron para ellos, Lizzy y Darcy se disponían a descansar. – ¿Qué tienes que entibias hasta el hielo mas frío que pueda existir? –Abrazaba a su esposa

acostados en la cama. –Deberías saberlo, soy irresistible. –Dijo risueña. –Sí que lo eres. Absolutamente irresistible, no he podido retirar mis ojos de ti en toda la cena. –Adoro que eso suceda. Aunque te confieso que en más de una ocasión he recurrido a ellos para

tener el valor de entablar conversación con tu tía. –Sospecho que ya es tuya, aunque su orgullo le impida comunicártelo. La vi observarte. Te

estudió constantemente y ante más de una de tus respuestas he visto su gratificación. Mi tía es una mujer amorosa bajo su máscara, recuerdo bien cuando me cobijaba entre sus brazos al morir mi madre. Ella ha sentido sobre sus hombros la inmensa responsabilidad de cuidar de nosotros y de Pemberley como de Rosings mismo.

–Estoy realmente interesada en que acepte acompañarnos pero, no me agrada demasiado que se introduzca en nuestro lecho. Si te parece, me gustaría cambiar nuestro tema hacia otros por los que aun no hemos transitado.

Darcy se sentó en la cama y se armó de paciencia. Cada vez que su esposa se ponía tan solemne, algo traía entre manos. La mayoría de las veces tenían que ver con temas que llevaban a que él debiera reconsiderar alguna postura adquirida con anterioridad.

– ¿Has visto lo felices que se encuentran los señores Collins ante la llegada de su hijo? Allí estaba, Lizzy retomaba la conversación que había tratado de postergar en la mesa, ante los

reclamos de su tía. –Se los ve muy dichosos por cierto. No es para menos, llevan tiempo de casados y es normal que

eso suceda. –Enfatizó la palabra “tiempo”, para que Lizzy notara la diferencia con el caso de ellos. –Sí, pero Charlotte tiene la esperanza y la alegría constantemente en su rostro. Hasta el Sr.

Collins parece menos acartonado. –Elizabeth, ve al grano. Me angustian más tus rodeos que la pregunta que seguramente vas a

hacerme. – ¿No sería tocar el cielo con las manos si nosotros también tuviéramos un hijo?

Lo había dicho. Finalmente se lo había propuesto. –Estoy seguro que un hijo nuestro sería el ser más amado en la tierra. Tú serás la madre más

devota y cariñosa. Pero…

Ese “pero”, la aterrorizó – ¿Pero Sr. Darcy?

Una Lizzy intrigada y ansiosa, conformaban la mezcla más temible a la que Darcy pudiera aspirar. Ya tenían suficiente, en ese momento, con el conflicto con su tía. La respuesta debía ser todo lo clara y explícita que pudiera otorgarle.

–Mi madre murió luego de la llegada de Georgiana. Hubo complicaciones en el parto que hicieron imposible que el doctor la salvara. Mi padre se sumió en la más penosa tristeza

Elizabeth lo contemplaba. Su esposo mostraba la pena vivida en Pemberley años atrás. –Mis padres eran muy dichosos juntos. Puedo recordar perfectamente la alegría de mi madre

cantando nanas, mientras llevaba en su vientre a mi hermana. Mi padre rebozaba la misma felicidad que poseo yo ahora. Cuando ella murió se aferró a nosotros y Lady Catherine debió instalarse a nuestro lado un tiempo prolongado, para que Georgiana y yo notáramos menos su pérdida.

Tomó la cara de su amada entre sus manos, la acarició, la abrazó con fuerza y continuó:

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–Por nada en el mundo Lizzy, quiero perderte. Respondió con ternura el abrazo y lo apretó con ganas, antes de decirle: –Lo ocurrido con tu madre, no tiene porqué repetirse. -Comprendía perfectamente sus temores y

reparos. Pero ella era Elizabeth Bennet, esposa del hombre más gentil y adorable que pisara la tierra y era su deseo y deber despojarlo de su temor, para poder hacerlo completamente feliz. Se sentó sobre su regazo mostrándose ante él:

–Mírame Darcy. ¿No crees que mis rosadas mejillas y mis abultadas caderas, rebozan salud?

Darcy estaba muy serio y conmovido, pero la actitud de su esposa lo obligó a salir de su aflicción. Se encontraba entre el miedo a perderla y la incontrolable necesidad de volver a hacerla suya. La figura de Lizzy sentada sobre él, desafiándolo era muy difícil de rechazar. Pero encontró el coraje

– ¡Elizabeth! Por favor. Compórtate. Entiéndeme. Estamos intentando mantener una conversación seria, que propusiste tú.

Elizabeth no prestaba atención a su advertencia. Intentaba gestos insinuantes con sus ojos, mientras sus manos le señalaban cuán saludable era su cuerpo. Darcy no pudo contener la risa.

– ¿De manera que mi figura te trae a risa? – Dijo levantándose de inmediato. –No es así. A ver si logras dejar de lado las tonterías y puedes regresar aquí para continuar

hablando. –Hemos de mantener distancia Sr. Darcy. Si lo que usted pretende es que tengamos una

conversación seria, lo haremos fuera del lecho. Es muy difícil para mí guardarme en mis posturas si le tengo tan cerca.

–Señora Darcy, usted se molesta sin sentido. En nada de mis dichos se puede ver una ofensa hacia usted. Muy por el contrario, he sido claro hasta lo indecible. Trato de cuidarla, de evitarle cualquier contrariedad… –Decía ahora con una voz suave, intentando acariciarla con ella.

– ¿Considera usted un hijo una contrariedad? –Elizabeth, has agotado mi paciencia. El hombre se paró de espaldas frente al fuego de la chimenea. Estaba muy molesto. Elizabeth

recurría a esas discusiones para lograr sus cometidos, pero ésta vez él temía por la vida de su amada y en eso era intransigente.

Ella lo consideró así. Se dio clara cuenta que en ese tema, el amor de su esposo se antepondría a sus deseos y decidió que debía recurrir a otros argumentos. Se acercó a él, lo abrazó por la espalda, besó su torso y dulcemente le dijo:

–Mi amor, no temas por mí. Soy fuerte y saludable. Tú y yo seremos más felices aun cuando le demos herederos a Pemberley. Solo imaginar las caras de un pequeño Darcy a caballo o una Lizzy trepando árboles me llena de emoción.

Darcy giró y abrazó a su esposa: –Un Darcy a caballo sí. Pero una Lizzy trepando árboles de ninguna manera, se romperá la

crisma. Mejor que aprenda piano. Los dos rieron reconciliados y ella agregó: –Mucho me temo William, que una pequeña hija tuya y mía, será mas afecta a trepar árboles que a

tocar el piano. Al regresar a Pemberley iré a ver al doctor, si él dice que me encuentro perfectamente saludable, empezaremos a ponerle nombre a esos niños.

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Capítulo VII - Tercera parte:

–Sra. Darcy. Me han dicho que usted gusta de los largos paseos. –Lady Catherine se dirigía a la esposa de su sobrino, sentada en la larga mesa de desayuno en Rosings.

–Así es madame. Me encantan los paseos. –Hace una mañana muy agradable, tal vez usted y yo podamos recorrer el estanque juntas. La invitación sorprendió a todos en la mesa. –Será un placer Lady Catherine. –Tal vez Georgiana y Fitzwilliam quieran acompañarnos. Darcy preciso que revises los números

de mi finca antes de irte. –Con gusto me ocuparé de eso mientras pasean Madame. Darcy entregó una mirada un tanto desconcertada a Lizzy cuando la despedía. Pero ésta lo

tranquilizó. Georgiana y el coronel se veían molestos de tener que acompañar a las damas en el paseo. Caminaban los cuatro por el sendero, Lady Catherine demoró su paso para obtener cierta privacia

en la charla que pretendía mantener con Elizabeth. –Sra. Darcy. –Dijo con tono solemne, y antes de que pudiera seguir, ella la interrumpió –Madame, no pretendo tener para con usted un trato diferente al que mantengo. Pero bien me

doy cuenta, de cuánto le duele nombrarme por mi condición, de manera que puede recurrir a mi nombre de pila. De esa forma le ahorro a usted una pena y yo me sentiré mejor acogida.

– ¿Cómo es posible que derroche usted tantas atenciones conmigo después de lo que hemos conversado? Sepa señora, que no soy fácil de convencer.

–No pretendo convencerla de nada. –Utilizaba un tono dulce, casi compasivo. –Ha vivido con exigencias muy distintas a las mías. Los deseos de usted y su hermana de casar a mi esposo con su querida hija, seguramente la llevaron a rechazarme mucho antes de permitirse conocerme. Ante la situación actual, donde ya todo es… como Madame dijo, irreparable; tenemos una nueva oportunidad. Usted es la familia más cercana de mi esposo y su hermana. Tengo tíos a los que adoro y no puedo imaginar la pena si mi amor por William los hubiera separado de mi lado.

–Desconoce usted lo doloroso que es encontrarme sin mi hija y lejos de mis queridos sobrinos. –La mujer casi lloraba, hasta parecía más pequeña.

Elizabeth tomó del brazo a la señora y lo acarició con ternura. –Mi cuna no es la más agradable a sus ojos, aunque sea mi padre un caballero. Pero si pudiera ver

dentro de mi corazón, conocería que no existe mujer en el mundo que ame más a su sobrino, que yo misma. También podrá ver que entre los tres hemos hecho de Pemberley un hogar cálido, que sinceramente deseamos compartir con usted.

La Señora de Rosings, se enterneció: –Elizabeth, he tenido bajo mi responsabilidad por muchos años, el cuidado de mis queridos

sobrinos. Mi hermana me los encomendó y a la muerte de mi cuñado, me vi en la obligación de endurecerme ante ellos para ser un ejemplo a seguir y evitar que se descarriaran. He puesto cuanto he podido para que mi tarea fuera cumplida con corrección. Consideré su casamiento con William, como un error que debí haber advertido antes. Él es un caballero criado con orgullo y siempre se había manejado bajo estrictas normas. Su presencia alteró todo cuanto había soñado para él.

No respondió a sus dichos. La escuchaba atenta y tratando de comprender que Lady Catherine se encontraba en un gran dilema.

–Cierto es que estoy muy conmovida por la reciente pérdida de mi hija y necesito como nunca del afecto de mis seres queridos. Tal vez por ello sea que me permito… entablar ésta conversación con

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usted. La he estado observando señora. He visto que entre mi sobrino y usted el cariño es real. Pero dudo mucho que el simple cariño pueda preservar a Pemberley de sus actos.

–Con más razón debería usted acompañarnos. Tenerle cerca hará que absorba con mayor rapidez sus modales y aprenda a comportarme como lo que se espera de mí.

Lady Catherine encontró en las palabras de Lizzy la excusa perfecta para aceptar ir con ellos, sin rebajarse.

–Perfectamente. En esos términos es que acepto. –Y tomando un tono severo y superior, dijo: –Deberá usted recibir mis consejos sin retrucarlos. Ha de serle muy difícil eso, teniendo en

cuenta su carácter constante. –Le prometo que haré mi mejor esfuerzo. -*- Llevaban cerca de una hora caminando por el sendero y las únicas palabras que habían cruzado

se referían a lo agradable del clima y lo florecido de los campos. El coronel no sabía qué tema entablar que no lo llevara a descubrirse en su afecto. Georgiana lamentaba que su tía y Lizzy hubieran quedado tan demoradas y retrasaba su paso con la intención de ser alcanzados para acortar la penosa situación de estar tanto tiempo a solas con Fitzwilliam. Necesitaba imperiosamente de la seguridad que la cercanía de su cuñada, solía entregarle.

– ¿Qué las tendrá tan entretenidas a Lady Catherine y Elizabeth? – Dijo por fin Georgiana. –Desconozco, pero ojalá sirva para suavizar el trato de madame para con su cuñada. Aprecio

mucho a la Señora Darcy, desde el primer momento me ha resultado una mujer muy agradable y divertida.

–Yo la considero mi hermana. Es tan dulce, gentil, generosa. William y yo somos muy felices a su lado.

– ¿Gusta de leer señorita Georgiana? –Si. –Cuando el tema se tornó más personal, la timidez volvió a embargarla. – ¿Tal vez prefiera usted que hablemos de otra cosa? –El coronel había notado el cambio. –Podemos hablar de lo que usted prefiera coronel. –Dijo resuelta. –Supongo que Darcy pronto deberá llevarla a bailes o dar los suyos propios. – ¿Por qué lo supone? –Miraba a uno y otro lado, rogando encontrar a Elizabeth. –Bien… es que imagino que tendrá intenciones de conocer gente… –Conozco a casi todo el mundo. –Ya,…comprendo. Pero tal vez usted esté interesada en formar su propia familia. Digo… al ver la

felicidad de su hermano, tal vez desee la propia. Georgiana no sabía si el coronel estaba intentando indagarla o pretendía un acercamiento al tema

que tanto la aquejaba. Si Lizzy estuviera en su lugar sabría bien qué contestarle, pero ella recorría en su mente miles de frases que no lograban satisfacerla. Fue entonces cuando entendió que el coronel ya no la veía como una niña, si hablaba de la posibilidad de que ella buscara su propia felicidad. Tal vez estaba tomando coraje para abordarla. No sabe de dónde tomó bríos, pero le dijo:

–Coronel, me encuentro ya interesada en buscar mi felicidad. Pero considero que no será una tarea fácil de cumplir.

– ¿Por qué lo dice? Usted, si me lo permite, es muy bella y encantadora. Cualquiera sea su elección, seguro será correspondida. – ¿Quién podría no quererla? Si la dama tenía ya un caballero en mente, él se encargaría de que el muy burro la complaciera. No eran tan importantes su felicidad o su muerte, frente a la dicha de ella.

–Gracias coronel. Sus palabras me gratifican y me otorgan mucho crédito. Pero siendo mi hermano quien es, será muy difícil para cualquier caballero tomar el coraje de solicitarme ante él.

Escucharlo de los labios de Georgiana, despersonalizaron su pena, para ubicarse en el lugar de ella y contestar sin pensarlo antes:

–Pues, si un caballero prendado de usted, por temor a su hermano se pierde de cortejarla, permítame decirle que es un cobarde y perderá usted el tiempo con él.

– ¿Lo cree realmente así? –Georgiana ladeo la cabeza y le regaló una mirada pícara e ilusionada.

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¡Dios!, ¿Qué era esa respuesta? ¿Estaba Georgiana invitándolo a que tomara coraje ante Darcy? ¿Sería su propia ilusión la que no le permitía ver con claridad?

–Lo creo absolutamente. Si su corazón ya tiene elección,… hágaselo notar al interesado. –Mi corazón ya ha escogido. –Señorita Georgiana. Me arrepentiré seguramente de lo que estoy por decirle. Pero no puedo

negar lo que afirmé anteriormente… Fitzwilliam interrumpió su declaración antes de comenzarla. Darcy se acercaba a ellos en el carruaje de Lady Catherine sin poder encontrar a Elizabeth. – ¿No estaban los cuatro caminando por el sendero? –Preguntó inquieto. –Lady Catherine y Elizabeth se retrasaron. –Dijo el coronel molesto, tratando de disimular su

situación. –Si hubieran quedado atrás, debería habérmelas cruzado. Descubrieron a Elizabeth acercarse a ellos con Lady Catherine del brazo. Darcy no daba crédito a

lo que veían sus ojos. Georgiana y el coronel no se fijaron en el detalle, estaban muy concentrados en repasar mentalmente, el uno lo que dijo el otro.

–Madame, he traído su coche, imagino que la caminata la tendrá agotada. –Tu esposa Darcy, tiene un estado más inquieto que el mío. Si por ella fuera seguiríamos

caminando hasta Londres. –Protestó. –Has tenido una gran idea en venir a buscarme en coche. Antes de subirse al carruaje, Madame decidió responder la invitación que le hicieran a Pemberley: –Acepto la invitación que me has hecho de acompañarlos a Pemberley. Pero no será hasta el

próximo mes. Tengo que terminar de disponer algunas cosas aquí antes de encomendarme a la dura tarea que me espera allí.

– ¿Cuál tarea tía? –Preguntó Darcy sin salir de su asombro. –A pedido de tu esposa, acepto ser quien la eduque en la tarea que debe llevar a cabo cono señora

de Pemberley. –Dijo sin perder su condición, y luego dirigiéndose a su sobrina: –Georgiana, sube conmigo, regresaremos juntas, quiero conversar a solas contigo.

Georgiana obedeció y su conversación con Fitzwilliam se vio totalmente terminada. En el camino su tía la indagó sobre los modales y comportamientos de su cuñada y en tratar de sonsacarle si la conducta tan generosa de ella se correspondía con la verdad o era una pose para convencerla.

– ¿Cómo es que Lady Catherine debe educarte?–Darcy continuaba desorientado. –Olvídalo querido. Tu tía no encontraba la manera de aceptar la invitación sin sentir que se

desdecía. Mi propuesta le entregó la excusa necesaria para concretar sus deseos de acompañarnos. Está profundamente deprimida y los necesita.

–Sra. Darcy, me quito el sombrero ante usted. Jamás me hubiera imaginado que Madame aceptaría. Es usted muy ingeniosa y generosa.

–Gracias Coronel. Y dígame ¿Ha tenido un agradable paseo? El coronel se vio recorrido por la sorpresa. ¡Qué tarde! Tanto como había renegado de acudir al

paseo y ahora hubiera deseado no haber sido interrumpido en el mismo. –Si, mucho. La tarde es encantadora, el clima se presta perfectamente para pasear sin prisas.

–Si, hace un magnífico clima. Pero Lizzy creyó ver que, más allá de las palabras del coronel, su mirada escondía más

satisfacciones que las que podría otorgarle el clima.

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CAPITULO VII - Final

–He cumplido con el pedido de mi tía y resolví los temas que podrían requerir mi ayuda. Ahora que ha aceptado venir a Pemberley, me parece conveniente terminar de pasar aquí la semana y regresar.

–Estoy de acuerdo contigo. Para el fin de semana ustedes marcharán a su casa y yo a Kent. –El coronel necesitaba pensar en soledad, lo ocurrido durante el paseo con Georgiana.

– ¿Es tan necesario que nos abandone coronel? Imaginaba que nos acompañaría de regreso. –Elizabeth pretendía darle más tiempo a su cuñada con Fitzwilliam.

–Lo considero lo más… prudente. –El coronel precisaba unos días de soledad lejos de Georgiana antes de enfrentarse a Darcy.

–Lizzy, preciso hablar contigo lo antes posible. –Le susurraba en secreto Georgiana a su cuñada y ambas se dirigieron a la galería con la intención de no ser interrumpidas. Darcy comenzaba a molestarse con tanto secreto entre las damas. Algo ocurría desde hacía tiempo entre ellas, pero eran herméticas y por muy interesado que estuviera en tratar de indagarlas, ellas siempre lo esquivaban.

– ¿Es así como te lo ha dicho? –Preguntaba Lizzy. –Te he transmitido palabra por palabra. Juro que no omití ninguna. Lizzy dime la verdad ¿Crees

que estaba por declararme su amor? –Georgiana, creo que era lo que realmente hubiera ocurrido si Darcy no metía su narizota, entre

medio de ustedes. –No puedo decirte lo emocionada que me encuentro. No sé de dónde saqué el valor para darle

ánimos. –Pero lo has logrado. Ahora solo es necesario que se repitan esos paseos para que dé por

concluida su charla. –Lizzy casi saltaba de felicidad en su sitio. La caminata había sido más que provechosa.

Durante la semana los paseos se repitieron, pero siempre los acompañaba Lady Catherine, que pretendía retomar el diálogo afectivo con su sobrina. Por mucho que Lizzy trató de alejar a su esposo de la posible pareja, la tía era más difícil de convencer. Darcy y su tía revisaban temas de la finca en el despacho, antes de la partida a Pemberley. Las cuñadas Darcy se encontraban en el salón leyendo, cuando el coronel ingresó con ímpetu y reclamó hablar a solas con la señorita Darcy. Elizabeth se levantó de inmediato y al cerrar la puerta tras de sí, se quedó agazapada intentando escuchar y al mismo tiempo evitar que cualquier molesto intruso intentara ingresar a la sala.

–Señorita Georgiana. Me encuentro en la difícil tarea de decirle que… estoy perdidamente enamorado de usted. Si bien reconozco que no soy el caballero indicado para solicitar su mano, no puedo dejar de decirle que la admiro profundamente y que si su condición se lo permite… no dudaré un segundo en reclamar el permiso de su hermano para cortejarla. –Lo había dicho ya. ¡Su cabeza tenía precio!

Georgiana abría los ojos más grandes que un plato de sitio. ¡Finalmente Fitzwilliam se le declaraba!

Tomó aire. –Mi condición coronel… me permite decirle, que es usted retribuido en sus sentimientos. Y espero entable su conversación con mi hermano, lo antes posible.

Fitzwilliam se quedó petrificado en su lugar. ¡Georgiana lo había aceptado! No era posible. Seguramente había oído mal.

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– ¿Está usted segura?

–Claramente coronel. –Dijo resuelta y casi molesta por la pregunta. – ¿Ha tomado en cuenta la diferencia de edad… de cuna? Señorita yo no podré otorgarle los lujos

a los que usted se encuentra acostumbrada. –Coronel, ¿está usted retirando su oferta?

Detrás de la puerta, Lizzy hubiera aplaudido a su cuñada, si no temiera interrumpir la escena o despertar la atención de cualquiera en Rosings.

–De ninguna manera. –Se apresuró en responder –Solo quiero que evalúe usted todo, antes de ir por su hermano.

–Evaluado está. No le habría contestado afirmativamente si no lo hubiera hecho antes. El coronel quería agradecerle, abrazarla, hasta besarla. Pero nada de eso haría sin hablar primero

con su verdugo. –Señorita Georgiana, le aseguro a usted, que me ha hecho el hombre más afortunado de la tierra.

Quisiera expresarle mejor mi alegría, pero antes debo de obtener el permiso. Y haciendo una reverencia salió del cuarto con tanta prisa que ni se dio cuenta que Lizzy estaba

escuchando tras la puerta, y se dirigió al despacho de Lady Catherine para hablar con Darcy. Ya habían terminado con las obligaciones y estaban saboreando un té. El coronel solicitó

permiso para interrumpirlos y hablar a solas con su amigo. Salieron de la casa y tomaron el sendero hacia el estanque. Lizzy y Georgiana los observaban por

una ventana, inmersas en la incertidumbre de saber qué ocurriría en aquel paseo de caballeros. – ¿Puedes decirme qué te ocurre que te ves tan alterado?

–Amigo me encuentro en una situación en que… mi vida está en tus manos. – ¡Me asustas! –He de decirte que si quieres retarme a duelo, aceptaré encantado. De antemano te aclaro que

serás el vencedor, no opondré resistencia. – ¿Te has vuelto loco?

–Es posible amigo mío, es muy posible que esto se parezca a la locura… ante tus ojos. –Ni Elizabeth orilla tanto un tema delicado, como tú en éste momento. Has de ir directo al grano

o te propinaré un golpe en medio de las narices. –Darcy comenzaba a inquietarse. –Tal vez con el golpe logre hacerme de coraje. –Fitzwilliam, mi paciencia se agota. –Darcy, llevo tiempo luchando con mis sentimientos… no puedo ocultarlos más. – ¿Sentimientos? ¿Te has enamorado? El valiente coronel Fitzwilliam finalmente cayó ante los

ojos de una dama. No puedo creerlo. ¡Felicitaciones! –Dijo burlón, pero contento. – ¿Por qué debería retarte a duelo por eso? Salvo que la dama sea mi esposa o mi hermana no veo objeción.

Fitzwilliam se hundió en su vergüenza. Darcy mostró en su gesto a su amigo, que había comprendido:

–“No es mi esposa, eso es seguro. ¡Por lo tanto la dama de la que hablas es Georgiana! –Juro amigo mío que he luchado contra mis sentimientos por mucho tiempo. – ¡La he dejado en tus manos! Has cuidado de ella en mi ausencia. ¿Cómo es posible que no me

lo confesaras antes?

–Te lo he dicho, llevo luchando contra ello. –El pobre coronel pateaba fuerte con su bota, levantando el polvo del camino. –Lo hubiera logrado si no me invitabas a Pemberley y luego a Rosings.

– ¿Ahora me adjudicas la responsabilidad de tus actos?

–Tenía el ferviente propósito de alejarme de ella tanto como me fuera posible. Pero estos días en su compañía no hicieron más que aumentar mi amor.

– ¿Se lo has comentado?

–Acabo de hacerlo. –Su voz sonó clara. – ¿Sin hablar conmigo primero? –Los ojos de Darcy eran difíciles de leer. –Quise hablar contigo, pero estabas con Lady Catherine y mi ansiedad no me permitió esperar

más. Hablé con ella y me corresponde.

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– ¿Georgiana se atrevió a aceptar sin consultarme?

El coronel tomó valor y lo enfrentó: – ¿Pediste la mano de Elizabeth primero a su padre o a ella? Tú eres mi amigo y te tengo alta

estima, pero estoy hablándote de mi vida. Amo a tu hermana y me corresponde. No la pondré en la situación de enfrentarte, pero no me iré de aquí sin tu aprobación. –Se sacó su chaqueta y arrojándola al suelo, se sentó sobre una piedra del camino, antes de continuar: –De manera que si piensas demorarte demasiado, sentémonos a debatirlo. Tengo todo el tiempo del mundo y si he de morir lo haré feliz, ella me ama.

– ¡Ahora sí amigo mío! –Dijo Darcy ayudándolo a pararse. –Ahora sí que eres digno de ella. No te la hubiera entregado si no demostrabas saber defenderla, aún ante mí.

Los amigos se abrazaron con gran alegría. –Pobre Lady Catherine, ahora tendrá que enseñarme a mí también. Se rieron juntos de la broma de Fitzwilliam. –Te confieso que algo sospechaba. Tus miradas y las de ella me recordaban a Lizzy y a mí en

nuestra anterior visita a Rosings. Además mi esposa estaba muy ocupada en intentar que quedaran ustedes a solas constantemente.

– ¿Crees que Elizabeth estaba al tanto?

–Mi querido amigo, no hay nada que se escape de la mirada de mi esposa. –Finalmente Rosings es el lugar ideal para los enamorados. Si Lady Catherine lo supiera se

mudaría. –Acuerda conmigo algo. –Le dijo cómplice. –Esas dos damas que nos desvelan, llevan tiempo

confabulando. Hemos de hacerles esperar nuestra respuesta. –Propuso Darcy. –Eres muy despiadado. –Con reparos, aceptó. –Pero que no pase de ésta noche. –Lo haremos mejor. Llegaremos serios, yo pediré a Lizzy hablarle en privado, de esa manera

podrás reunirte con Georgiana y darle mi respuesta afirmativa. Deseo divertirme un rato a solas con mi esposa.

En la sala, las tres damas se encontraban absortas en sus lecturas. En realidad, solo Lady Catherine lo hacía concentrada, las otras dos, releían constantemente las mismas páginas, esperaban muy ansiosas la llegada de los caballeros.

Al entrar, Darcy no le dio la posibilidad a su esposa de indagar demasiado y la invitó a un paseo hasta la casa de los Collins para despedirse. Lady Catherine regresó a su lectura y Fitzwilliam hizo un gesto de aprobación y tranquilidad a Georgiana, que sonriente continuó con su libro.

– ¿El coronel ha hablado contigo a solas? –Elizabeth no podía con su ansiedad, y el rostro de Darcy no le otorgaba respuesta alguna.

– ¿Te parece extraño eso? –No… no, en absoluto. ¿Han hablado de algo en particular?

– ¿Qué sucede Lizzy? Pareces muy preocupada por las conversaciones que mantengo con el coronel. No me ha hablado de ti, si es eso lo que te preocupa. –Darcy hablaba muy serio –Tú siempre me lo dices todo, no sueles recurrir a otros para un tema de tu interés.

Elizabeth recordaba que su marido había sentido celos del coronel y no quería ser mal interpretada en su intriga. Debía encontrar la forma de averiguar, sin delatar a Georgiana, por si Fitzwilliam no había hablado.

–Seguramente un tema puede concernirme sin hablar exactamente de mí. – ¿Cómo sería eso?

–Bien puede un tema hablar de personas o cosas de mi consideración, sin ser estrictamente de mí de quien se hable.

–Pues bien, nos has descubierto. Hemos hablado de tu interés en aumentar la población de Pemberley. –Trató de desorientarla, al ver la habilidad de Lizzy.

Lo observó con cuidado, estaba segura que su marido no debatiría el tema con el coronel, por muy amigo que éste fuese y lo descubrió:

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– ¡Mr. William Darcy! –Se colgó en su cuello quedando a centímetros del piso. Lo besó en la nuca, en la mejilla, en la boca. Estaba muy feliz. Cuando el pobre caballero logró un segundo de respiro le dijo:

–Sra. Darcy, estamos ante los ojos de todo el mundo ¿a qué se debe su ímpetu?

–Le has dicho que sí. ¡Has aceptado! Eres lo más hermoso que existe sobre la tierra. Te amo con todo mi ser.

–No comprendo. Es decir… comprendo que usted me ama, pero desconozco los motivos de tanta algarabía.

–Oh Mr. Darcy, no me engañas. Sabes perfectamente a qué me refiero. Haremos de Pemberley el hogar más feliz de la tierra. Sabía yo, que no te negarías. Sabía que tu corazón te permitiría ver el amor que se tienen.

¿Qué de sus dichos lo habían descubierto?

–Me había propuesto tenerte con la intriga al menos hasta regresar de casa de los Collins. ¿Puedes decirme en qué momento fallé en mi cometido?

–No fallaste, es que tu corazón palpita tan fuerte que no pudo ocultármelo. Te amo Sr. Darcy. –Escúchame Lizzy, quiero que Lady Catherine venga a Pemberley, si le decimos lo de Georgiana y

Fitzwilliam, tal vez cambie de parecer. Se lo confesaremos cuando ya se encuentre allí. ¿De acuerdo?

–De acuerdo, de acuerdo en todo lo que propongas. Soy tan feliz. –No quieras ver la cara de mi amigo. Él sufrió un poco más que tú, le demoré un tanto mi

aceptación. – ¡Pobre coronel! Lleva tiempo peleando con sus sentimientos y el temor a confesártelos. – ¿Te los había confesado a ti? –En absoluto. El pobre solo se lo confesaba a sí mismo. Pero era tan clara su pena, que no

entiendo como siendo su amigo no lo notaste. – ¿Georgiana y tú, sí sabían de esto?

–Para ser sincera… Georgiana me había confesado sus sentimientos, pero creía que el coronel jamás se animaría a comentárselos a ella y mucho menos a ti. El pobre debía de considerarse un traidor.

–Cuando las veía hacerse confidencias, imaginaba que algo se traían entre manos, pero jamás creí que esto.

–Pues ahora, mi querido señor Darcy, hemos de acomodar Pemberley. Estas dos parejas de enamorados lo poblarán muy pronto.

– ¿Crees que Georgiana y Fitzwilliam quieran vivir con nosotros?

–No lo sé. Pero si no quieren quedarse allí, bien podemos conseguirles una finca cercana. Imagínate, Bingley y Jane están prontos a mudarse cerca y ahora también Georgiana y Fitzwilliam.

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CAPÍTULO VIII – Lady Catherine

El señor Bennet disfrutaba de visitar a sus hijas en sus nuevas casas, feliz con la vida que llevaban, viéndolas tan enamoradas de sus esposos. También disfrutaba, tener una excusa válida para alejarse unos días de Loungbourn y de su querida Sra. Bennet, cuyos nervios solían ponerlo en situaciones embarazosas.

Kitty pasaba mucho tiempo en casa de los Bingley y los Darcy; lo que le permitía conocer gran cantidad de solteros. Mary era la gran compañera de su madre y, dado que ya quedaban pocos en Loungbourn, podía avanzar en sus prácticas de piano. Lidya visitaba poco a sus hermanas, y aunque Wickham tenía ingreso a la casa de Jane, no podía hacerlo en Pemberley.

Lady Catherine estaba pronta a llegar al hogar de los Darcy. Elizabeth se encargó que su antiguo cuarto se encontrara, tal y como le habían dicho le agradaba. Estaba muy nerviosa porque el lugar, fuera digno de sus expectativas.

Darcy debió acudir a Londres y no llegaría hasta la noche. El carruaje de madame se alistó en el ingreso y Georgiana y Lizzy se apresuraron para salir a su encuentro.

–Veo que han hecho algunos cambios en el jardín. – Fue su frase al llegar. –Bienvenida Lady Catherine. Estábamos ansiosas por su llegada. Me alegra que notara los

cambios. Espero sean de su agrado. Las rosas son tan esplendorosas en ésta época, que quisimos que su aroma invadiera nuestros paseos. –Elizabeth, con una amplia sonrisa en su rostro, comenzaba a hacerse de paciencia.

–Georgiana. Ha llegado a mis oídos que tu hermano aceptó una oferta de casamiento para tí. – Directa al grano, como era su costumbre. No le entregaba a su sobrina ni el más mínimo respiro para encontrar coraje antes de confesarlo

–Así es madame –respondió tímidamente. – ¿Lo has considerado bien? –Sí madame. –Contestó segura. – ¡Vamos niña! Sé más explícita. –No entiendo lo que desea de mí. –Lady Catherine. Georgiana desea comentarle que se encuentra muy dichosa junto a su

prometido. –Elizabeth. Lo primero que debes aprender, es que me he dirigido a ella, y es de ella de quien

espero respuestas. –El coronel Fitzwilliam y yo nos encontramos comprometidos para casarnos, porque nos une un

profundo cariño y mi hermano nos ha consentido con su aprobación. –Bueno, veo que la cercanía con tu cuñada te ha infundido el valor del que carecías. Espero no te

contagiaras otras cosas. Lady Catherine se dispuso a entrar y las cuñadas se tomaron del brazo, sonriendo ante tan

ceremoniosa dama, que les daba la espalda, e ingresaba a Pemberley como dueña y señora. – ¡Qué gran desconsideración de Darcy no estar aquí a mi llegada! –Dijo - ¿Qué menesteres tan

importantes se lo privaron?

–Verá Lady Catherine. William ha debido acudir a Londres con el coronel Fitzwilliam. No se nos notificó el motivo y ambas esperamos que estén de regreso ésta noche.

– ¿Fitzwilliam está instalado aquí? ¿En casa de su prometida? – ¡No madame! Mi prometido se ha encontrado con William en Londres y de allí regresará

directo a Kent. La Sra. Reynolds las interrumpió. Los señores Bingley habían llegado.

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–De manera que ésta es tu esposa Bingley. La otra Bennet. No había notado, la noche que la conocí en Loungbourn, lo bonita que es señora.

–Gracias madame. –Dijo Jane haciendo una reverencia y recordando que aquella noche, difícilmente pudiera haberse notado a alguien más, que no fueran Lizzy y la propia señora.

–Lady Catherine, imagino que disfrutará usted mucho su estancia en casa de mis amigos y parientes. Ellos son muy buenos anfitriones. –Dijo Bingley.

–Eso espero, no he venido de Rosings con la intención de alterarme, aunque sé que tendré que hacerme de paciencia.

No sería fácil, Lizzy ya lo sabía, pero el amor por su marido y cuñada, bien valían el intento. –Seguramente la señora tendrá intenciones de descansar un momento ¿Puedo acompañarla a sus

aposentos? –Sra. Darcy, no es usted quien debe tomarse ese trabajo, para eso están los criados. –Lo sé Lady Catherine, pero me agradaría más ser yo quien lo haga. Deseo que se sienta usted

bien recibida y espero que todo esté de su agrado. –Saltaremos las formalidades ésta vez. Todavía no ha comenzado mi trabajo. –Respondió

aceptando. – ¡Santo Dios! Vengo de un viaje largo. Elizabeth acompañó a la tía de su esposo, ayudándola en las escaleras. Lady Catherine se

sorprendió al ver que le asignaran su antiguo cuarto y lo agradable que lo habían acondicionado para ella.

Sobre la mesa junto a la ventana, Lizzy había colocado un jarrón con flores de azahar, como las que rodeaban su casa de Rosings. El fuego estaba vivo y el lugar resultaba absolutamente acogedor.

La dueña de casa miraba a la señora, con mucha ansiedad y deseos de que se mostrara complacida.

–Debo decirle Elizabeth, que todo está perfectamente de mi agrado. Lizzy sonrió satisfecha. –Su doncella, madame; vendrá en un momento. Cuando mi esposo llegue

se lo haré saber. Siéntase libre de descansar o bajar a hacernos compañía. –Gracias Elizabeth. –La dura dama de Rosings comenzaba a despojarse de su armadura.

Por mucho que buscaba Lady Catherine, poco encontraba para criticar. La señora Reynolds, había instruido a su ama, en los protocolos y órdenes del servicio. Elizabeth tal vez fuera demasiado condescendiente con los criados, pero todos cumplían su trabajo contentos y le respondían con admiración.

Darcy no escondía su felicidad y su esposa se manejaba en Pemberley con la soltura de una dama. Podría reprocharle algunas bromas de las que lo hacía víctima, pero el mismo caballero se prestaba a ellas divertido.

Georgiana había adquirido madurez y soltura en su trato con la gente. El coronel no podía prodigarle más amor y respeto. Cualquier objeción hacia esa pareja, más allá de los bajos ingresos del caballero, parecía por demás desacertada.

Si bien había que soportar, alguna vez, a los molestos familiares Bennet; la distancia que separaba Loungbourn de Pemberley, hacían su visita muy esporádica. Finalmente debía reconocer, que el casamiento de su sobrino, no había sido un error y que en esa finca se respiraba amor y respeto. Su hermana tampoco hubiera puesto objeciones. Estaba pronta a comunicarles, que regresaría a Rosings. Se sentía satisfecha.

El matrimonio Darcy se encontraba en su cuarto, dispuestos para bajar a desayunar. Elizabeth demoró a su marido un momento

– ¿Qué sucede querida? No querrás que Lady Catherine nos acuse de dejarla sola en el desayuno. –¿Has notado algo distinto en mi?

–¿Estoy muerto si digo que no?

–Por ésta vez te lo dejaré pasar –Contestó divertida. – ¿Qué es lo distinto? Dime que ya estoy intrigado.

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–Hay mucho de distinto en mí estos días. –Confesó, mientras su marido la observaba de arriba abajo. –He estado indispuesta en las mañanas, no puedo usar corsé…

Lo entendió. Miró urgente el vientre de su esposa y de inmediato sus ojos. La abrazó con cuidado lleno de ternura.

–Lizzy, mi querida Lizzy. ¡Seremos padres! –Así es. ¡Tiembla Pemberley!, un heredero se acerca. – ¿Te sientes bien? ¿Necesitas algo? ¿Puedo ayudarte? –De pronto, los cuidados y recaudos le

parecían pocos. Su mente corría indagando todos y cada uno de los inconvenientes que pudieran causarle a su esposa, una molestia o contratiempo. Quien sabe, hasta un accidente.

Elizabeth lo adivinó y necesitó abstraer al padre de su hijo de sus propios miedos: –Salvo que quieras tener al niño por mí, no veo cómo has de ayudarme. –Eres incorregible. –Tengo mucha ansiedad por verle ya. –Dijo ilusionada. –¿Quién lo sabe? –El doctor y tú. – ¿Cuándo lo has visto? –Vino ayer a presentar sus respetos a Lady Catherine. Ella y Georgiana daban un paseo por los

jardines, lo que me permitió consultarle. Dijo que todo estaba perfectamente y que tendremos un hijo muy saludable.

Rogaba a Dios porque así fuera. Elizabeth recibiría todos los cuidados. Él se encargaría de eso. – ¿No lo has hablado con Jane o Georgiana?

–Estuve a punto de decírselo primero a Lady Catherine, pero no quise arruinar el buen diálogo que tenemos últimamente.

Rió feliz. La opinión que su tía tenía de Lizzy, había quedado muy atrás y ahora, por momentos hasta parecía más sobrina de ella que él mismo. Lady Catherine vivía reclamándole, cada viaje que estaba obligado a hacer, en el que Elizabeth no lo acompañaba. No la llevaba por la exclusiva razón de evitar someterla a incomodidades, jamás por no tenerla cerca. Sentirla a su lado, era lo más gratificante que le había dado la vida.

–Bajaremos de inmediato a compartir con ellos nuestra dicha. Georgiana se pondrá muy feliz.

–Deben ustedes ser más respetuosos de los horarios. Hace tiempo que Georgiana y yo estamos aquí esperándoles. – Lady Catherine lucía molesta.

–Mi querida tía… hermana. Sabrán disculparnos, cuando les comentemos los motivos de nuestra demora. –Los ojos de Darcy, brillaban con luz propia esa mañana.

–Así lo espero. Ustedes dos viven quebrantando, cuanta regla de civilidad existe. Comprendo el cariño que se tienen, no soy insensible; pero deben comportarse con más respeto y consideración para con nosotras.

Georgiana ocultó su risa tras la servilleta. Antes que el matrimonio ingresara al salón, ella y Lady Catherine hablaban de lo adorables que se veían los dueños de casa y lo mucho que le recordaban a la señora, el clima que se vivía en Pemberley antes de que su hermana muriera. William y Elizabeth no se habían dado cuenta, pero los dichos de su tía ocultaban una broma privada entre ellas. Para Georgiana, esa complicidad, era la mayor muestra de aceptación de su tía, para con su cuñada.

Elizabeth pasó su mano a manera de caricia por el hombro de madame, antes de tomar su lugar en la mesa. Darcy se mantuvo parado detrás de su esposa y se dirigió a las damas presentes:

–Lamentamos el retraso, pero hemos de darles una noticia, que es la que nos demoró ésta mañana. Elizabeth… – Miró a su esposa con ternura y retomó: –Mi querida Elizabeth y yo… queremos informarlas, que nos invade la dicha… pronto seremos padres.

Georgiana, dejando de lado todos sus modales, tiró la servilleta por los aires, se levantó dejando caer su silla y corrió a abrazar a su hermano y cuñada, envuelta en la mayor de las alegrías. Lady

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Catherine tenía los ojos llenos de lágrimas, a ella también la emocionaba saber que Pemberley volvería a sentir la risa de un niño.

–Pues bien. Ahora sí que no podré regresar a Rosings. Me precisan demasiado aquí. Ese niño necesitará de alguien sensato que lo eduque entre tanta gente dispuesta a malcriarlo.

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CAPÍTULO IX - El nuevo Darcy

La boda de Georgiana y el coronel, se llevaría a cabo, poco después que el hijo de Darcy naciera. Habían aprovechado a elegir cada detalle referido a la boda, antes que el embarazo de Lizzy se lo impidiera.

La Sra. Bennet se encontraba en Pemberley a la espera de la llegada de su nieto. Pronto también Jane sería madre, de manera que pasaría en casa de sus hijas una buena temporada. Por alguna razón, que el resto desconocía, la señora Bennet evitaba pasar demasiado tiempo junto a madame. Cosa rara, considerando lo afecta que era al diálogo.

Los Señores Gardiner, fieles visitantes de Pemberley, también eran de la partida. El Sr. Bennet y Mary quedaron en Loungbourn al cuidado de la finca, pero pronto se les unirían

para conocer a los nuevos descendientes y asistir a la boda de la señorita Darcy. Lady Catherine estaba acosada por tanta gente, de rango diferente al suyo. –Señora Reynolds –Dijo Lizzy por lo bajo. –Preciso que envíe por el doctor. – ¿Se encuentra usted mal señora? –Estoy sintiendo un dolor agudo en la cintura, que va y viene. Me parece por demás sospechoso. –Ha comenzado usted el trabajo de parto, señora. –Envíe por el doctor y el Señor Darcy. Y… señora Reynolds… evite cuánto le sea posible, que el

resto se entere la novedad por favor. Cuantas menos voces instructivas a mí alrededor, mejor. El ama de llaves, acató al pie de la letra las indicaciones de Lizzy. Aclaró enfáticamente a su

señor, que la señora Darcy, pretendía discreción y éste se vio obligado a disimular frente a todos, la prisa que llevaba por acudir al llamado de su esposa.

–Lizzy, dime qué sientes, ¿cómo te ayudo? –Como primera medida… –dijo otorgándole a sus palabras, no solo tranquilidad, sino también el

carácter de orden, –Necesito no tener que ocuparme de ti hoy. Darcy abrió los ojos como monedas. –Debes prometerme que harás lo que se te indique y guardarás tu aplomo. Estaré perfectamente

cuidada por el doctor, mi madre y mi tía. –Aguardaré en mi cuarto, en cuanto lleguen. –No señor. Usted deberá aguardar en la sala privada, junto al resto. Necesito que se ocupe que

nadie más ingrese a fisgonear aquí. Tenía muy en claro que las indicaciones de su esposa, iban directamente ligadas a cómo pretendía

ella, se comportara él ese día. No pensaba contradecirla, pero sabía que no podría cumplirlas. –Señora Darcy. Aguardaré en mi cuarto, a solo pasos de usted. No me moverán de allí. Me

encargaré que nadie venga a fisgonear, se lo aseguro. Lo había intentado. Había recurrido a su tono más firme. Pero cuando su esposo contestaba en

esos términos, sabía ella que era inútil contrariarlo. Para cuando el doctor llegó, fue imposible continuar ocultando la novedad. –Señora Bennet, señora Gardiner –Dijo Darcy resuelto. –el doctor solicita lo asistan. Ambas señoras acudieron presurosas al cuarto de Elizabeth. –Les comunico que deberán esperar aquí. Cualquier novedad, haré se las comuniquen. Yo

aguardaré en mis aposentos. –De ninguna manera sobrino. Tú debes quedarte aquí con nosotros. –Lady Catherine quería a

Darcy, lo más alejado posible de las muestras de dolor, que seguramente daría Elizabeth. No hizo caso al reclamo. Con paso seguro se dirigió a su cuarto a sentarse en la silla, junto a la

puerta que lo separaba de su mujer. –Háganle saber a mi esposo, que el niño llegará en la noche.

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La señora Gardiner, transmitió el mensaje. –No contengas lo que sientes Lizzy. Todas gritamos con éstos dolores. –Me contendré cuanto pueda. No quiero que William me prohíba tener más hijos. –Deje ya de preocuparse por él señora –Indicó el doctor. Los Bingley debieron dejar Pemberley. El avanzado estado de Jane, le provocó mareos. Se pensó

que todo demoraría y lo mejor sería regresar al día siguiente. Antes que el sol terminara de ocultarse, un bebé rozagante y lleno de vitalidad, Mathew Williams

Darcy, nacía. El doctor permitió al inquieto y nervioso Darcy, ingresar al cuarto de su esposa, ni bien se escuchó

el primer llanto. Para cuando lo hubo hecho, las señoras Bennet y Gardiner, les dejaron solos. Médico mediante, los padres y el niño, disfrutaron el placer de conocerse y saberse sanos.

Georgiana fue llamada a acompañarles. Al salir del cuarto de los dueños de casa, era tal su alegría, que abrazó a su prometido, estando presente su tía.

–Lady Catherine, Elizabeth solicita verla. –Comunicó luego. La señora no quería exteriorizar la alegría que sentía, de ver por primera vez a su sobrino nieto y

erguida aceptó. Siendo Catherine de Bourgh deberían haberle permitido ingresar de inmediato. Al entrar, observó a Darcy sentado en la cama junto a su esposa, embelesado observando a su hijo

y al verla, se incorporó de inmediato. –Lady Catherine, le ruego nos haga el honor de sostener a nuestro hijo en brazos. –Solicitó

Elizabeth, dando muestras de su bondad y respeto. Se acercó al pequeño que Elizabeth le entregaba. Lo tomó en sus brazos, estaba segura que era el

bebé más hermoso que ella había visto en su vida. Tenía el sello de los Darcy en su rostro, pero con los ojos vivaces de su madre, siendo tan solo un recién nacido. No pudo evitarlo y rompió en llanto, besó en la frente al niño y dijo:

–Mathew William Darcy, eres el niño más hermoso que he visto. Irradias luz y la contagias. Harás muy felices a tus padres, que te aman, mucho antes de concebirte. –Luego miró a su sobrino: –Eres muy afortunado William. Gracias a Dios, no me has hecho caso. Pemberley merece la familia que le has dado.

La gran señora de Rosings, emocionada y feliz, dejaba al descubierto, con gozo, todo aquello que sentía desde su corazón. –Elizabeth, perdona cada una de mis ofensas. Tienes mi cariño y aprobación hace mucho tiempo ya. Permíteme quedarme con ustedes un tiempo más. Prometo no entrometerme en la crianza de tu hijo, pero necesito gozar de su calor.

Lizzy miró a su marido, esperando no hubiera objeciones, y respondió a la señora: –No hay otro lugar en el mundo para usted, que no sea Pemberley. Si regresa alguna vez a

Rosings lo tomaremos como una ofensa. Mathew necesita una abuela más y usted es la indicada Lady Catherine.

Darcy miraba a su esposa y a su tía. El día había sido largo. La angustia rogando que Lizzy y el niño estuvieran bien, lo tenía agotado. Por alguna razón, dentro de ese cuarto, todo era armonía, paz y calor. Ser el dueño de tanta dicha, lo hacía dudar de sus propios méritos por poseerla. Era absolutamente necesario, educar a Mathew, con humildad; para que no corriera el mismo riesgo que él, que por culpa de su orgullo y prejuicio, estuvo a punto de perderlo todo, tiempo atrás.

–Debes descansar Lizzy. El pequeño y tú, han tenido un trabajo muy arduo el día de hoy. –Realmente sentía que era necesario que descansen, pero lo que anhelaba más, era poder quedarse con su mujer e hijo a solas, abrazados en la cama, para poder mimarlos sin interrupciones.

Madame regresó el niño a su madre. Tomó las manos de sus sobrinos mientras se sentaba en la cama, para mitigar un poco la emoción que la embargaba.

Pemberley otra vez lo tenía todo. La hermosura y honor del lugar, estaban más que completos perteneciéndole a aquella familia. Todo Rosings era un desierto frente a lo que allí reinaba.

–Si escucho a alguien dentro de Pemberley llamándome de otra manera que no sea Tía Catherine, más les vale que sea Mathew llamándome abuela. –Dijo antes de salir del cuarto.

…….FIN…...