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1 Orando con Santa María Siempre y en todo lugar

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Orando con Santa María

Siempre y en todo lugar

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Introducción

na de las imágenes más tiernas que de la Iglesia se da

en el Nuevo Testamento, es la narrada en el libro de

los Hechos donde se nos dice que la Madre del Señor

perseveraba en oración unánime, con los apóstoles,

algunas mujeres y con sus hermanos (Hch. 1,14). Espe-

raban el don del Espíritu Santo y desde entonces la

Iglesia es una comunidad orante.

Santa Teresa del Niño Jesús, partiendo de su propia experien-

cia, afirma que la oración “es un impulso del corazón, una sencilla mi-

rada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto

desde dentro de la prueba como en la alegría”.

Para pedirle al Señor que nos acompañe, de manera especial en

estos momentos de tribulación, como a ello nos invita el salmo 90, se

presenta este subsidio. Ha sido publicado por la Conferencia Episcopal

Española, traducción de la edición italiana, aunque se han hecho algu-

nas incorporaciones.

Nos llena de gozo el saber que el Dios del cielo inspira nuestra

plegaria y la hace suya para que nos sirva de salvación (Pf. Común IV).

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PARA LA ORACIÓN

DURANTE EL TIEMPO DE LA EPIDEMIA

Ante la imposibilidad de participar en la celebración eucarística es posible para cual-quier cristiano individualmente o en familia celebrar la Liturgia de las Horas, sobre todo los Laudes y las Vísperas. A las invocaciones de Laudes o a las intercesiones de Vísperas es posible añadir una oración especial de entre las que se sugieren en este subsidio:

La Liturgia de la Horas está destinada a cumplir el mandato del Señor de orar sin interrupción; gira en torno a la salida del sol y su ocaso: laudes matutinas y vísperas; el triunfo de la vida y la vuelta gloriosa de Cristo. Para incorporar a esos dos momentos orantes se proponen las siguientes peticiones:

INVOCACIONES PARA LOS LAUDES DE LA MAÑANA

Jesús, médico de los cuerpos y de las almas, cura las heridas profundas de nuestra humanidad,

- para que podamos gozar plenamente de los dones de tu re-dención.

Haz que nuestros hermanos enfermos se sientan partícipes de tu pa-sión,

- y de ella obtengan la gracia y el consuelo.

Te ofrecemos, Señor Jesús, las acciones de este día y de este tiempo, - prometemos servirte siempre con un corazón puro y leal.

Dirige tu mirada de bondad sobre los enfermos y los que sufren, que has asociado a tu cruz,

- para que sientan en consuelo de tu presencia.

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INTERCESIONES PARA LAS VÍSPERAS

Esta oración se incluye como penúltima, antes de la de los difuntos.

Tú, que has tenido compasión por todos los sufrimientos humanos, reanima la esperanza de los enfermos y dales serenidad y salud,

- pero haznos también a nosotros solícitos para aliviar sus sufrimientos.

Enséñanos a llevar nuestra cruz unidos a tus sufrimientos, - para que se manifieste en nosotros la luz de tu gloria.

Haz que en medio de las luchas y las pruebas de la vida nos sintamos partícipes de tu pasión,

- para experimentar en nosotros la fuerza de tu redención.

Cristo, que en la Eucaristía nos das la medicina de la inmortalidad y la prenda de la resurrección,

- concede la salud a los enfermos y el perdón a los pecadores.

ORAR CON LOS SALMOS

Siempre ha mirado la Comunidad Cristiana el libro de los Salmos como una escuela de oración y de esta fuente ha bebido, a través del tiempo, todo el pueblo de Dios. El salterio consuela a la Iglesia a lo largo de su peregrinación, pone en su inte-rior sentimientos de acción de gracias al igual que mueve hacia un profundo amor a la ley del Señor, que se resume en el mandamiento del amor fraterno. La ternura de Dios por sus hijos los hizo brotar en el corazón de sus fieles, y esta misma ternura los recrea en el interior de quienes los recitan. San Agustín, refi-riéndose a los salmos afirmará: “Gustad lo que rezáis” y siendo Cristo-Jesús quien en ellos reza afirmará: “si el Salvador ora, orad; si gime, gemid; si da alegres gracias, ale-graos; si espera, esperad” (In Psalm 30).

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Salmo 33 (32). Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme

Dios nos mira desde el cielo para salvarnos y esta noticia buena llena de seguridad el corazón del creyente. San Agustín afirmará: “El hombre es fiel creyendo a Dios que pro-mete; Dios es fiel dando lo que promete” que es la salvación.

clamad, justos, al Señor,

que merece la alabanza de los buenos.

Dad gracias al Señor con la cítara,

tocad en su honor el arpa de diez cuerdas;

cantadle un cántico nuevo,

acompañando los vítores con bordones.

Que la palabra del Señor es sincera,

y todas sus acciones son leales;

él ama la justicia y el derecho,

y su misericordia llena la tierra.

La palabra del Señor hizo el cielo;

el aliento de su boca, sus ejércitos;

encierra en un odre las aguas marinas,

mete en un depósito el océano.

Tema al Señor la tierra entera,

tiemblen ante él los habitantes del orbe:

porque él lo dijo, y existió;

él lo mandó y todo fue creado.

El Señor deshace los planes de las naciones,

frustra los proyectos de los pueblos;

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pero el plan del Señor subsiste por siempre;

los proyectos de su corazón, de edad en edad.

Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,

el pueblo que él se escogió como heredad.

El Señor mira desde el cielo,

se fija en todos los hombres.

Desde su morada observa

a todos los habitantes de la tierra:

él modeló cada corazón,

y comprende todas sus acciones.

No vence el rey por su gran ejército,

no escapa el soldado por su mucha fuerza;

nada valen sus caballos para la victoria,

ni por su gran ejército se salvan.

Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme,

en los que esperan su misericordia,

para librar sus vidas de la muerte

y reanimarlos en tiempo de hambre.

Nosotros aguardamos al Señor:

él es nuestro auxilio y escudo;

con él se alegra nuestro corazón,

en su santo nombre confiamos.

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Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,

como lo esperamos de ti.

Salmo 34 (33). EL Señor salva a los abatidos.

Hay que tener un corazón pobre y sentimientos humildes, para experimentar la seguri-dad y de confianza que este salmo destila. Es el Magnificat del Antiguo Testamento. El gozo santo es el corazón y el alma de la alabanza y la alabanza es el fruto de la expe-riencia de que el Señor nos libra de todas nuestras ansias.

endigo al Señor en todo momento,

su alabanza está siempre en mi boca;

mi alma se gloría en el Señor:

que los humildes lo escuchen y se alegren.

Proclamad conmigo la grandeza del Señor,

ensalcemos juntos su nombre.

Yo consulté al Señor, y me respondió,

me libró de todas mis ansias.

Contempladlo, y quedaréis radiantes,

vuestro rostro no se avergonzará.

El afligido invocó al Señor,

él lo escuchó y lo salvó de sus angustias.

El ángel del Señor acampa en torno

a quienes lo temen y los protege.

Gustad y ved qué bueno es el Señor,

dichoso el que se acoge a él.

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Todos sus santos, temed al Señor,

porque nada les falta a los que lo temen;

los ricos empobrecen y pasan hambre,

los que buscan al Señor no carecen de nada.

Venid, hijos, escuchadme:

os instruiré en el temor del Señor.

¿Hay alguien que ame la vida

y desee días de prosperidad?

Guarda tu lengua del mal,

tus labios de la falsedad;

apártate del mal, obra el bien,

busca la paz y corre tras ella.

Los ojos del Señor miran a los justos,

sus oídos escuchan sus gritos;

pero el Señor se enfrenta con los malhechores,

para borrar de la tierra su memoria.

Cuando uno grita, el Señor lo escucha

y lo libra de sus angustias;

el Señor está cerca de los atribulados,

salva a los abatidos.

Aunque el justo sufra muchos males,

de todos lo libra el Señor;

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él cuida de todos sus huesos,

y ni uno solo se quebrará.

La maldad da muerte al malvado,

los que odian al justo serán castigados.

El Señor redime a sus siervos,

no será castigado quien se acoge a él.

Salmo 85 (84). EL Señor salva a los abatidos.

Es todo un evangelio lo que en este salmo se va desgranando -como si fuesen cuentas de un rosario- que llena de una gozosa certeza al orante: Dios no lo abandona a su suer-te. San Agustín invita a meditar con atención y devoción la semilla que es este salmo, y que se deposita en nuestro corazón, a fin de que el olvido pueda impedir que brote su fruto.

eñor, has sido bueno con tu tierra,

has restaurado la suerte de Jacob,

has perdonado la culpa de tu pueblo,

has sepultado todos sus pecados,

has reprimido tu cólera,

has frenado el incendio de tu ira.

Restáuranos, Dios Salvador nuestro;

cesa en tu rencor contra nosotros.

¿Vas a estar siempre enojado,

o a prolongar tu ira de edad en edad?

No vas a devolvernos la vida,

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para que tu pueblo se alegre contigo?

Muéstranos, Señor, tu misericordia

y danos tu salvación.

Voy a escuchar lo que dice el Señor:

«Dios anuncia la paz

a su pueblo y a sus amigos

y a los que se convierten de corazón».

La salvación está cerca de los que lo temen,

y la gloria habitará en nuestra tierra;

la misericordia y la fidelidad se encuentran,

la justicia y la paz se besan;

La fidelidad brota de la tierra,

y la justicia mira desde el cielo.

El Señor nos dará la lluvia,

y nuestra tierra dará su fruto.

La justicia marchará ante él,

y sus pasos señalarán el camino.

Salmo 91 (90). A la sombra del Omnipotente.

Este salmo, que se recita los domingos en el oficio de Completas, nos señala cual es la actitud que el hombre de fe ha de tener ante Dios: total confianza. El Señor siempre protege a quien se pone en sus manos. A través de sus palabras parece intuirse las palabras de Jesús que nos dice: “No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino”. (Lc. 12, 32)”¿Por qué tememos, por qué dudamos…?el Señor está con nosotros en la tribulación” afirmará san Bernardo.

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ú que habitas al amparo del Altísimo,

que vives a la sombra del Omnipotente,

di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío,

Dios mío, confío en ti».

Él te librará de la red del cazador,

de la peste funesta.

Te cubrirá con sus plumas,

bajo sus alas te refugiarás:

su verdad es escudo y armadura.

No temerás el espanto nocturno,

ni la flecha que vuela de día,

ni la peste que se desliza en las tinieblas,

ni la epidemia que devasta a mediodía.

Caerán a tu izquierda mil,

diez mil a tu derecha;

a ti no te alcanzará.

Nada más mirar con tus ojos,

verás la paga de los malvados,

porque hiciste del Señor tu refugio,

tomaste al Altísimo por defensa.

No se acercará la desgracia,

ni la plaga llegará hasta tu tienda,

porque a sus ángeles ha dado órdenes

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para que te guarden en tus caminos.

Te llevarán en sus palmas,

para que tu pie no tropiece en la piedra;

caminarás sobre áspides y víboras,

pisotearás leones y dragones.

«Se puso junto a mí: lo libraré;

lo protegeré porque conoce mi nombre;

me invocará y lo escucharé.

Con él estaré en la tribulación, |

lo defenderé, lo glorificaré,

lo saciaré de largos días

y le haré ver mi salvación».

INVOCACIONES A CRISTO

“La oración de la Iglesia, alimentada por la palabra de Dios y por la celebración de la liturgia, nos enseña a orar al Señor Jesús porque Él, “a la derecha del Padre, siempre intercede por nosotros” (Rom. 8, 34)

Se puede sugerir también para la oración personal o en familia las siguientes invoca-ciones cristológicas de la tercera forma del acto penitencial de la misa inspirada en el Ritual para la Unción y la pastoral de los enfermos.

- Tú, que has cargado sobre ti nuestros sufrimientos y has llevado

nuestros dolores: Señor, ten piedad.

- Tú, que en tu bondad hacia todos has pasado haciendo el bien y sa-

nando a los enfermos: Cristo, ten piedad.

- Tú, que has dicho a tus apóstoles que impongan las manos sobre los

enfermos: Señor, ten piedad.

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LETANÍAS EUCARÍSTICAS

El salmo 110 nos dice, y así se celebra en las II vísperas del domingo de la tercera sema-na, que “Él da alimento a sus fieles, recordando siempre su alianza”. La Eucaristía es el maná bajado del cielo por medio del cual Dios alimenta a su pueblo en su peregrinar por el desierto del diario vivir. Desgranar estas letanías es ir saboreando su misterio.

Santísima Eucaristía, te adoramos.

Don inefable del Padre, te adoramos.

Signo de amor supremo del Hijo, te adoramos.

Prodigio de caridad del Espíritu Santo, te adoramos.

Fruto bendito de la Virgen María, te adoramos.

Sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo, te adoramos.

Sacramento que perpetúa el sacrificio de la Cruz, te adoramos.

Sacramento de la nueva y eterna alianza, te adoramos.

Memorial de la muerte y resurrección del Señor, te adoramos.

Memorial de nuestra salvación, te adoramos.

Sacrificio de alabanza y de agradecimiento, te adoramos.

Sacrificio de expiación y de propiciación, te adoramos.

Morada de Dios entre los hombres, te adoramos.

Banquete de las Bodas del Cordero, te adoramos.

Pan vivo bajado del Cielo, te adoramos.

Maná escondido lleno de dulzura, te adoramos.

Verdadero Cordero Pascual, te adoramos.

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Tesoro de los fieles, te adoramos.

Viático de la Iglesia peregrina, te adoramos.

Remedio de nuestras enfermedades diarias, te adoramos.

Medicina de inmortalidad, te adoramos.

Misterio de la Fe, te adoramos.

Ancla de Esperanza, te adoramos.

Vínculo de caridad, te adoramos.

Signo de unidad y de paz, te adoramos.

Fuente de gozo purísima, te adoramos.

Sacramento que da fuerza y vigor, te adoramos.

Pregustación del banquete celestial, te adoramos.

Prenda de nuestra resurrección, te adoramos.

Prenda de la gloria futura, te adoramos.

SÚPLICA A LA VIRGEN MARÍA, SALUD DE LOS ENFERMOS

La liturgia nos presenta a la Virgen como modelo de creyente que medita y escucha la palabra de Dios. A Santa María, la tradición cristiana siempre la ha contemplado muy cercana a la cruz. Es esta certeza la que, a través del tiempo, ha movido a los bautizados a dirigirse a la Virgen como salud de los enfermos. En las bodas de Caná ella estaba allí y le pide a su Hijo, que mire la situación comprometida en la que se encuentran los es-posos que estaban celebrando su boda.

Virgen María, Madre de Cristo y de la Iglesia,

por generaciones nos dirigimos confiados a ti

con el nombre de salud de los enfermos.

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Mira a tus hijos en esta hora de preocupación y sufrimiento

por un contagio que siembra temor y aprensión en nuestros hogares,

en los lugares de trabajo y descanso.

Tú que conociste la incertidumbre ante el presente y el futuro,

y con tu Hijo también recorriste los caminos del exilio,

recuérdanos que él es nuestro camino, verdad y vida

y que solo él, que venció nuestra muerte con su muerte,

puede liberarnos de todo mal.

Madre dolorosa junto a la cruz del Hijo,

tú que también has conocido el sufrimiento:

calma nuestros dolores con tu mirada maternal y tu protección.

Bendice a los enfermos y a quien vive estos días con el miedo,

a las personas que se dedican a ellos con amor y coraje,

a las familias con jóvenes y ancianos,

a la Iglesia y a toda la humanidad.

Enséñanos de nuevo, oh, Madre,

a hacer cada día lo que tu Hijo dice a su Iglesia.

Recuérdanos hoy y siempre, en la prueba y la alegría,

que Jesús cargó con nuestros sufrimientos y asumió nuestros dolores,

y que con su sacrificio

ha traído al mundo la esperanza de una vida que no muere.

Salud de los enfermos, Madre nuestra y de todos los hombres,

ruega por nosotros.

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LA MÁS ANTIGUA ORACIÓN MARIANA

Bajo tu amparo nos acogemos,

santa Madre de Dios; no deseches las oraciones que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien líbranos de todo peligro, ¡oh Virgen gloriosa y bendita! Amén.

MEDITANDO EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN DESDE EL CORAZÓN

DE SANTA MARÍA

El Ángelus es una oración en honor del misterio de la Encarnación y hace una síntesis admirable del mismo, con palabras tomadas del mismo Evangelio. En su extremada brevedad y sencillez ofrece materia sólida a la vez que asequible para la meditación cotidiana del bautizado.

V. El Ángel del Señor anunció a María.

R. Y concibió por obra del Espíritu Santo.

Dios te salve, María... Santa María...

V. He aquí la esclava del Señor.

R. Hágase en mí según tu palabra.

Dios te salve, María... Santa María...

V. Y el Verbo se hizo carne.

R. Y habitó entre nosotros.

Dios te salve, María... Santa María...

V Ruega por nosotros, santa Madre de Dios.

R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Cristo.

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Oremos:

errama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que, por el anuncio del

Ángel, hemos conocido la encarnación de tu Hijo, para que lle-

guemos, por su pasión y su cruz, a la gloria de la resurrección. Por Je-

sucristo, nuestro Señor.

R Amén.

ORACIÓN DE CONFIANZA A LA VIRGEN MARÍA DEL DIVINO AMOR (del Papa Francisco)

Oh, María,

tú resplandeces siempre en nuestro camino

como signo de salvación y esperanza.

Nosotros nos encomendamos a ti, salud de los enfermos,

que ante la Cruz fuiste asociada al dolor de Jesús

manteniendo firme tu fe.

Tú, Salvación del pueblo, sabes lo que necesitamos

y estamos seguros de que proveerás para que,

como en Caná de Galilea,

pueda regresar la alegría y la fiesta después

de este momento de prueba.

Ayúdanos, Madre del Divino Amor,

a conformarnos a la voluntad del Padre

y a hacer lo que nos dirá Jesús,

que ha tomado sobre sí nuestros sufrimientos.

Y ha tomado sobre sí nuestros dolores para llevarnos,

a través de la Cruz, al gozo de la Resurrección. Amén.

D

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INVOCACIONES DE LOS SANTOS POR LA SALUD

Las letanías de los santos era la manera como, en la antigüedad cristiana, concluía la vigilia nocturna dominical y se iniciaba la celebración eucarística al inicio del alba. Los santos forman parte de esa “nube de testigos” y Cristo-Jesús es el primero de todos ellos. Los santos han pasado por nuestro mismo camino, conocieron nuestros mismos esfuerzos y “viven para siempre en el abrazo de Dios.”, susurrándole nuestras dificulta-des. Es un testimonio de amor y de profunda comunión.

Se propone el formulario litánico tradicional con el añadido de algunos santos invo-cados particularmente en las enfermedades y para salvaguardar la salud.

I

Súplica a Dios

Señor, ten piedad / Señor, ten piedad.

Cristo, ten piedad / Cristo, ten piedad.

Señor, ten piedad / Señor, ten piedad.

II

Invocación de los Santos

Santa María, Madre de Dios / Ruega por nosotros.

Santa María, salud de los enfermos / Ruega por nosotros

San Miguel / Ruega por nosotros.

Santos ángeles de Dios / Rogad por nosotros.

San Juan Bautista / Ruega por nosotros.

San José / Ruega por nosotros.

Santos patriarcas y profetas / Rogad por nosotros.

Santos Pedro y Pablo / Rogad por nosotros.

San Andrés / Ruega por nosotros.

San Juan / Ruega por nosotros.

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San Lucas / Ruega por nosotros.

Santiago / Ruega por nosotros.

Santos apóstoles y evangelistas / Rogad por nosotros.

Santa María Magdalena / Ruega por nosotros.

Santos discípulos del Señor / Ruega por nosotros.

San Esteban / Ruega por nosotros.

San Lorenzo / Ruega por nosotros.

Santa Lucía / Ruega por nosotros.

San Sebastián / Ruega por nosotros.

Santos mártires de Dios / Rogad por nosotros.

San Gregorio / Ruega por nosotros.

San Agustín / Ruega por nosotros.

San Benito / Ruega por nosotros.

San Francisco / Ruega por nosotros.

San Isidoro / Ruega por nosotros.

San Martín / Ruega por nosotros.

Santa Catalina de Siena / Ruega por nosotros.

Santa Isabel de Hungría / Ruega por nosotros.

San Roque / Ruega por nosotros.

San Camilo de Lelis / Ruega por nosotros.

San Juan de Dios / Ruega por nosotros.

San Vicente de Paul / Ruega por nosotros.

Santa Teresa Jornet / Ruega por nosotros.

Santos y santas de Dios / Rogad por nosotros.

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III

Invocación a Cristo

Por tú misericordia / Líbranos, Señor.

Muéstrate propicio / Líbranos, Señor.

De todo mal / Líbranos, Señor.

De todo pecado / Líbranos, Señor.

De la muerte eterna / Líbranos, Señor.

Por tu encarnación / Líbranos, Señor.

Por tu muerte y resurrección / Líbranos, Señor.

Por el envío del Espíritu Santo / Líbranos, Señor.

IV

Súplicas penitenciales

Nosotros, que somos pecadores / Te rogamos, óyenos.

Guarda con bondad a todos los que en esta hora sufren a causa de la

esta epidemia / Te rogamos, óyenos.

Concede a la humanidad entera tu fuerza / Te rogamos, óyenos.

Calma el sufrimiento y la angustia de todos los hombres

/ Te rogamos, óyenos.

Haz que mediante la oración en la que invocamos tu nombre todos tengamos vida y salud / Te rogamos, óyenos.

Socorre con tu gracia a los enfermos / Te rogamos, óyenos.

Protege con tu fuerza a quienes los asisten / Te rogamos, óyenos.

Ayuda y conforta a todos los que viven en la prueba del dolor

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/ Te rogamos, óyenos.

Jesús, Hijo de Dios vivo / Te rogamos, óyenos

V

Conclusión

Cristo, óyenos / Cristo, óyenos. Cristo, escúchanos / Cristo, escúchanos.

Oremos.

Te damos gracias, Dios Todopoderoso,

que creaste al hombre para la alegría y la vida inmortal,

y con la obra redentora de tu Hijo

lo liberaste de la esclavitud del pecado,

raíz de todo mal.

Tú nos das la certeza

de que un día será secada cada lágrima

y será recompensado cualquier esfuerzo realizado por tu amor.

Bendice a tus hijos probados por el sufrimiento,

que te invocan mediante la intercesión

de la Bienaventurada Virgen María,

salud de los enfermos y consuelo de los afligidos,

y de todos los santos,

y confirmados por la gracia de tu Espíritu

glorifiquen tu santo nombre en palabras y hechos.

Por Jesucristo nuestro Señor.

R Amén.

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ORACIÓN EN TIEMPO DE FRAGILIDAD

Ser cristiano significa vivir la espiritualidad del Éxodo y, como aconteció con Moisés, el sentirse peregrino permite ver la condición de los otros. Es el éxodo el que nos mueve a salir de nosotros mismos para ver la indigencia de los demás, haciendo presente en la oración sus necesidades.

Oh, Dios todopoderoso y eterno,

alivio en la fatiga, fortaleza en la debilidad;

de Ti todas las criaturas reciben aliento y vida.

Venimos a Ti para invocar tu misericordia

porque hoy conocemos de nuevo la fragilidad

de nuestra condición humana

al vivir la experiencia de una nueva epidemia viral.

Te confiamos a los enfermos y sus familias,

sana su cuerpo, mente y espíritu.

Ayuda a todos los miembros de la sociedad a hacer lo que deben

y a reforzar el espíritu de caridad entre ellos.

Cuida y conforta a los médicos y profesionales de la salud

en el desempeño de su servicio.

Tú que eres la fuente de todo bien,

bendice con abundancia a la familia humana,

aleja todo mal de nosotros y concede una fe firme

a todos los cristianos.

Libéranos de esta epidemia que nos golpea

para que podamos volver en paz a nuestras ocupaciones habituales

para así alabarte y darte gracias con un corazón renovado.

En ti, Padre santo, confiamos y a ti dirigimos nuestra súplica

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porque tú eres el autor de la vida,

con tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo,

y en la unidad del Espíritu Santo,

vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

¡María, salud de los enfermos, ruega por nosotros!

ORACIÓN EN SITUACIONES DE EMERGENCIA

Lector. Del libro del profeta Daniel

endito eres, Señor, Dios de nuestros padres: a ti gloria y alabanza por los siglos. Bendito tu nombre, santo y glorioso. No nos abandones, por el amor de tu nombre, no rompas tu alianza.

Padre/Madre. Oh, Padre, Dios de bondad, alivio en el agobio, fuerza en la debilidad, consuelo en el llanto, escucha la oración que te dirigimos: sálvanos de la angustia actual y danos un refugio seguro en tu misericordia. Por Jesucristo nuestro Señor.

Todos. Amén.

O bien:

P/M. Padre del cielo, danos la gracia necesaria para poder afrontar con fe y serenidad la epidemia que amenaza nuestra existencia y la de muchos de nuestros hermanos y hermanas. Haz que asumamos las tareas que nos esperan

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de manera responsable, y, consolados por Ti, sepamos cómo consolar también a nuestros hermanos. Por Jesucristo nuestro Señor. T. Amén.

ORACIÓN DE BENDICIÓN DE LA MESA

La gratitud es la actitud más noble ante lo que vamos recibiendo en la vida. Pocas cosas hay más humillantes que llamar a alguien con verdad «desagradecido». El pueblo cris-tiano siempre ha sabido dar gracias por el pan de cada día sabiendo que siempre es un don del cielo. Cuando nos sentamos en la mesa y cuando nos levantamos de ella, incluso en este momento de prueba y sufrimiento, damos gracias a Dios por el pan de cada día. La mesa familiar nos recuerda a la mesa eucarística. "Si compartimos el pan celestial, ¿cómo no compartiremos el pan terrenal?" (CEC 2834).

BENDICIÓN DE LA MESA ANTES DE LA COMIDA

Reunida la familia en torno a la mesa, después de la señal de la cruz se puede elegir una de estas fórmulas:

L. Del libro de los Salmos

odos esperan de ti, oh, Dios, su comida a su debido tiempo. Tú lo proporcionas y ellos lo recogen; abre tu mano y sácianos de bienes.

P/M. Bendícenos, Padre, a nosotros y a estos dones que estamos a punto de recibir como un signo de tu bondad. Por Jesucristo nuestro Señor. T. Amén

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Dios de infinita Providencia

L. Del libro de los Salmos Los pobres comerán y estarán satisfechos. Alabarán al Señor los que lo buscan.

P/M. Dios de providencia infinita, que alimentas a las aves del cielo y vistes los lirios del campo, te bendecimos por la comida que estamos a punto de tomar; no permitas que a ninguno de tus hijos le falte el pan de cada día. T. Amén

En tiempo de Cuaresma

Se puede rezar el Padre Nuestro y finalmente una de las siguientes fórmulas para bendecir la mesa.

P/M. Bendice, Señor, nuestra familia

y sacia con tu palabra el hambre y la sed de nuestro espíritu.

T. Amén

Para los días de ayuno y abstinencia:

P/M. Mira con bondad, Señor, nuestra mesa en este día de ayuno y haz que sea dado a la caridad fraterna todo aquello de lo que nos privamos en este día. T. Amén

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ORACIÓN A SAN ROQUE

San Roque es uno de los grandes santos populares que ha suscitado devoción en todo el mundo. Existen levantadas muchísimas capillas y en diferentes iglesias tienen una ima-gen de él, gracias a los favores que a lo largo de los siglos ha concedido, principalmente, en épocas de enfermedades y de peste.

Por el amor que a la cruz profesó San Roque, con cuya señal libró a los pueblos del mal contagioso, libradnos, Señor.

La cruz santa + selle mi frente. La cruz, santa + selle mi boca.

La cruz santa + selle mi corazón. Oremos

Oh, Dios,

que por medio de vuestro Ángel

presentasteis al Bienaventurado San Roque una tablilla escrita, prometiéndole que cualquiera que de corazón le invocare quedaría libre de los estragos de la peste, concedednos la gracia, mediante sus méritos y ruegos, seamos libres de todo contagio tanto de cuerpo como de alma. Por Nuestro Señor Jesucristo. T. Amén.

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Delegación episcopal de liturgia